Historia Crítica No. 31

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No. 31

enero - junio 2006

Revista del Departamento de Historia de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de los Andes Bogotรก, Colombia


No. 31 Revista del Departamento de Historia de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de los Andes, Bogotá, Colombia Correo electrónico: hcritica@uniandes.edu.co, mlaurent@uniandes.edu.co Sitios web: http://historiacritica.uniandes.edu.co http://www.banrep.gov.co/blaavirtual/letra-r/rhcritica/indice.htm Fundador Directores anteriores Directora Editora Asistente editorial

Daniel García-Peña Daniel García-Peña (1989-1990), Hugo Fazio (1991-1994), Mauricio Nieto (1995-1998), Juan Carlos Flórez (1998-2000), Ricardo Arias (2000-2004) Muriel Laurent Marta Herrera Ángel Andrés Jiménez Ángel

Comité editorial

Rafael Díaz (Pontificia Universidad Javeriana), Stefania Gallini (Universidad Nacional de Colombia), Marta Herrera Ángel (Universidad de los Andes), Muriel Laurent (Universidad de los Andes)

Comité asesor

David Bushnell (University of Florida, Estados Unidos), David Robinson (Syracuse University, Estados Unidos), Mary Roldán (Cornell University, Estados Unidos), Martín Kalulambi (University of Ottawa, Canadá), Clément Thibaud (Université de Nantes, Francia), Guillermo Bustos (Universidad Andina Simón Bolívar, Ecuador), Gonzalo Sánchez (Universidad Nacional de Colombia), Renán Silva (Universidad del Valle, Colombia)

Suscripciones

Elena Quintero, Departamento de Historia, Universidad de los Andes, Calle 18 A n° 0 - 33E, Bogotá, Colombia, tel-fax: (57) 1 / 332.45.06, correo electrónico: hcritica@uniandes.edu.co

Colaboradores

Jaime Jaramillo Uribe, Ana María Bidegain, Hugo Fazio Vengoa, Mauricio Nieto Olarte, Diana Bonnett Vélez, Martha Lux Martelo, Sandra Beatriz Sánchez López, Catalina Villegas del Castillo, Santiago Muñoz, Camilo Quintero Toro, Juan Camilo Aljuri Pimiento, Rafael Díaz Díaz, Ulrike Bock, Margarita Garrido

Corrección de estilo Traducción de resúmenes Portada Diseño y diagramación Impresión Distribución

Adolfo Caicedo Shawn Van Ausdal Afiche que promocionó la apertura del pregado en Historia de la Universidad de los Andes en el segundo semestre de 1996 Nahidú Ronquillo Panamericana Formas e Impresos S.A. El Malpensante S. A.

ISSN 0121-1617. Min. Gobierno 2107 de 1987 Historia Crítica es una publicación semestral del Departamento de Historia de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de los Andes (Bogotá, Colombia). Las ideas aquí expuestas son responsabilidad exclusiva de los autores. La revista Historia Crítica hace parte del “Indice Nacional de Publicaciones Seriadas Científicas y Tecnológicas Colombianas (Publindex)” de Colciencias y de los índices y repertorios siguientes: CSA Sociological Abstracts, CSA Worldwide Political Science Abstracts, Latindex, Historical Abstracts, America: History and Life, Ulrich’s Periodicals Directory, Ocenet, EBSCO y Proquest Information and Learning. Se autoriza la reproducción sin ánimo de lucro de los materiales citando la fuente. Precio: $ 7.500 (Colombia)


Tabla de contenido Carta a los lectores

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Diez años de la carrera en Historia, 1996-2006 La historia de la historia en la Universidad de los Andes. Apuntes sobre sus vicisitudes y consolidación

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Dossier: Las nuevas generaciones y la historia colonial Martha Lux Martelo El Licenciado Juan Méndez Nieto, un mediador cultural: apropiación y transmisión de saberes en el Nuevo Mundo

53

Sandra Beatriz Sánchez López Miedo, rumor y rebelión: la conspiración esclava de 1693 en Cartagena de Indias

77

Catalina Villegas del Castillo Del hogar a los juzgados: reclamos familiares ante la Real Audiencia de Santafé a finales período colonial (1800-1809)

101

Espacio estudiantil Santiago Muñoz El ‘Arte Plumario’ y sus múltiples dimensiones de significación. La Misa de San Gregorio, Virreinato de la Nueva España, 1539

121

Camilo Quintero Toro ¿En qué anda la historia de la ciencia y el imperialismo? Saberes locales, dinámicas coloniales y el papel de los Estados Unidos en la ciencia en el siglo XX

151

Espacio estudiantil Juan Camilo Aljuri Pimiento Una analogía sobre el tiempo: entre historiografía e historiofotía, Octubre y Koyaanisqatsi

173

Resúmenes / Abstracts / Palabras claves / Key words

187

Ensayo bibliográfico

193

Reseñas

201

Notilibros

211

Convocatoria

218

Normas para los autores

219


Carta a los lectores En este número la revista Historia Crítica se suma a la conmemoración de los diez años (1996-2006) de la carrera en Historia en la Universidad de los Andes. El lector encontrará tres maneras con las cuales Historia Crítica celebra este aniversario y que enumeramos según su orden de aparición. En primer lugar, con la carátula, que reproduce el afiche con el cual se promovió la apertura de la carrera en Historia en el segundo semestre de 1996. En segundo lugar, mediante la elaboración de un texto titulado La historia de la historia en la Universidad de los Andes. Apuntes sobre sus vicisitudes y consolidación, que busca ofrecer una reconstrucción de la historia del Departamento de Historia y también de la disciplina histórica en la Universidad de los Andes. Para el efecto, se reunieron los testimonios de varios historiadores que han sido actores de la consolidación de la disciplina histórica en la Universidad de los Andes. Los testimonios se editaron y complementaron con la información obtenida mediante la consulta de documentación y la realización de otras entrevistas. Este ejercicio no sólo se dirige a reconstruir una historia de interés para las personas que han tenido alguna vinculación con el Departamento, sino que muestra cómo se ha podido consolidar una de las experiencias de docencia e investigación en historia en el país. En tercer lugar, los artículos que se incluyen en este número son resultado de las actividades investigativas adelantadas por estudiantes y egresados de la carrera y de la maestría en Historia de la Universidad de los Andes. En cuanto a este último punto, la revista realizó una convocatoria para publicar balances historiográficos sobre el país. Igualmente convocó a los estudiantes y egresados de la carrera y de la maestría en Historia para que enviaran artículos en los que presentaran los resultados de sus investigaciones. La primera convocatoria, la relativa a los balances historiográficos, no logró plasmarse debido a que varios de los artículos recibidos requerían más tiempo para poder ser publicados, por lo que no se logró completar el número requerido para configurar un dossier. El segundo llamado, además de haber recibido una muy buena acogida, permitió no sólo organizar el dossier, sino el número como conjunto. Lo anterior nos enorgullece por nuestra pertenencia al Departamento, en el cual estos autores han recibido formación en historia. Además, es una muestra palpable de los resultados de la actividad docente e investigativa del Departamento y de su aporte a la disciplina histórica en el país.


Llama la atención que buena parte de los trabajos recibidos se hubiera concentrado en el período colonial, pero además que dos de ellos centren buena parte de su atención en un siglo que ha sido objeto de relativamente pocas investigaciones, como lo es el siglo XVII. Martha Lux Martelo, psicóloga y egresada de la Maestría en Historia, analiza la figura del Licenciado Juan Méndez Nieto a través del estudio de sus Discursos Medicinales, en los que registró experiencias que obtuvo durante su práctica médica en la ciudad de Cartagena de Indias entre 1569 y 1611. El Licenciado Juan Méndez Nieto, un mediador cultural: apropiación y transmisión de saberes en el Nuevo Mundo se ocupa del papel jugado por este licenciado como mediador cultural. Por su parte, la filósofa con opción en Historia de nuestra Universidad y Maestría en Historia en la Universidad de York, Sandra Beatriz Sánchez López, nos ofrece su texto Miedo, rumor y rebelión: la conspiración esclava de 1693 en Cartagena de Indias. En su artículo, estudia el miedo de los opresores y su reflejo en el discurso dominante y llama la atención sobre los efectos del rumor de la conspiración negra de 1693. Busca así evidenciar la realidad de la resistencia esclava, a través de un análisis de las condiciones de los negros esclavizados, cimarrones y libres, que pudieron favorecer la lucha contra la opresión colonial. Un tercer artículo, el de Catalina Villegas del Castillo, abogada y estudiante de la Maestría en Historia de la Universidad de los Andes, titulado Del hogar a los juzgados: reclamos familiares ante la Real Audiencia de Santafé a finales del período colonial (1800-1809), se interesa por reconstruir la historia de la familia. A partir de las demandas judiciales, en particular los procesos por alimentos y las oposiciones al matrimonio, busca identificar la forma en que madres, esposos e hijos utilizaron la normatividad dominante con el fin de proteger sus intereses. En el espacio estudiantil del dossier, se incluyó el artículo El ‘Arte Plumario’ y sus múltiples dimensiones de significación. La Misa de San Gregorio, Virreinato de la Nueva España, 1539, del estudiante de la carrera de Historia Santiago Muñoz. A partir del estudio de la obra mencionada, el autor llama la atención sobre las múltiples dimensiones de significado que se encuentran presentes en la imagen, enfatizando la necesidad de explorar nuevos caminos de lectura que abran la posibilidad de irrupción a las significaciones de origen prehispánico. Sobresalen así las complejas vías a través de las cuales las prácticas amerindias se incorporaron en la sociedad que se estableció luego de la invasión española en el siglo XVI. El título del dossier Las nuevas generaciones y la historia colonial hace referencia a la producción de un grupo de historiadores en formación, desde luego parcial, pero que, en ciertos aspectos, puede verse como una muestra representativa de lo que las nuevas generaciones están seleccionando como sus temas de investigación


y las perspectivas de análisis desde las cuales los están abordando. En este sentido sobresale el interés por una historia social y cultural que busca integrar al conjunto de actores sociales. Por fuera del dossier, figuran otros dos artículos. El de Camilo Quintero Toro titulado ¿En qué anda la historia de la ciencia y el imperialismo? Saberes locales, dinámicas coloniales y el papel de los Estados Unidos en la ciencia en el siglo XX. El autor es historiador de la Universidad de los Andes, magíster en Historia de la Ciencia en la Universidad de Wisconsin, donde está culminando su doctorado en esta especialidad. A partir del segundo semestre del presente año, se vinculará al Departamento de Historia como profesor de medio tiempo. Sea ésta la oportunidad para darle la bienvenida. Su artículo hace un recuento de las tendencias más recientes en la historiografía de la ciencia y el colonialismo y de su conexión con la nueva historia cultural y los estudios postcoloniales. Enfatiza en la importancia de los subalternos en el desarrollo de la ciencia moderna y llama la atención sobre la ausencia de los Estados Unidos en los estudios relativos a la ciencia y al imperialismo, ilustrando cómo el crecimiento de las redes internacionales influenció el desarrollo de las ciencias naturales en la primera mitad del siglo XX. Finalmente, en el espacio estudiantil, se incluye el artículo de Juan Camilo Aljuri Pimiento, estudiante de la carrera de Historia, titulado Una analogía sobre el tiempo: entre historiografía e historofotía, Octubre y Koyaanisqatsi. Su interés versa sobre el problema de la traducción de un concepto de la historia escrita a la puesta en imágenes y sostiene que es posible hacer analogías entre la historiografía y la historiofotía, tomando como ejemplo las películas Octubre de Eisenstein y Koyaanisqatsi de Reggio. Además de estos interesantes artículos, entregamos también nuestras tradicionales secciones de reseñas y notilibros, a las cuales se suma en esta ocasión un ensayo bibliográfico. Al respecto, Historia Crítica quiere hacer un llamado a la comunidad de historiadores para que hagan llegar reseñas de sitios web y películas. Como segunda novedad, Historia Crítica se dispone a considerar la publicación de traducciones de artículos editados en otros idiomas para hacerlos accesibles a nuestro público. Aprovechamos para recordar a nuestros lectores que la próxima revista contendrá un dossier sobre Historia y Geografía y la siguiente sobre Historia del siglo XIX, por lo que les invitamos a consultar la convocatoria que figura en las páginas finales de este número.


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La historia de la historia en la Universidad de los Andes. Apuntes sobre sus vicisitudes y consolidación

Introducción Con ocasión de la celebración de los diez años de la carrera de Historia en la Universidad de los Andes, Historia Crítica ha querido proporcionar una mirada retrospectiva para entender cuál fue la evolución de la disciplina histórica en esta Universidad desde su creación hasta hoy, considerando como hito la apertura de la carrera en Historia en 1996. En las páginas que siguen, se busca ofrecer una reconstrucción de la historia del Departamento de Historia y también de la historia de la disciplina histórica en nuestra Universidad. Este ejercicio no responde únicamente a un interés por reconstruir una historia que sólo interesa a las personas que han tenido y tienen alguna vinculación con el Departamento, sino que quiere mostrar cómo se ha podido consolidar una de las experiencias de docencia e investigación en Historia en el país, cuáles han sido los pasos de esta evolución, las vicisitudes y las personas que han estado involucradas en estos procesos. Para el efecto, se seleccionaron varios historiadores que han estado presentes en una o varias etapas de este camino. Como momentos coyunturales importantes que se tenían en mente al iniciar este proyecto de reconstrucción estaban la creación del Departamento en 1985 y la apertura de la carrera en 1996. Sobre esta base se entrevistó a Jaime Jaramillo Uribe, quien ha jugado un papel importante en los estudios históricos

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en la Universidad, desde antes de la creación del actual departamento; a Ana María Bidegain por su participación significativa en la creación del actual Departamento en 1985; a Hugo Fazio por ser el único profesor que estuvo presente desde la creación del actual Departamento hasta ahora y, por ello, es testigo de sus etapas centrales; a Mauricio Nieto, quien actuó como catalizador de los esfuerzos que permitieron la apertura del programa de pregrado en 1996 y a Diana Bonnett que ofrece una visión de lo que es hoy el Departamento. Con estos testimonios se han reconstruido épocas centrales de la consolidación de la disciplina histórica en la Universidad. Los testimonios fueron recogidos de dos maneras distintas, según las circunstancias: con Jaime Jaramillo Uribe se realizó una entrevista que fue grabada, mientras que con los demás se procedió por medio de entrevistas escritas. Posteriormente, se organizó cronológica y temáticamente el material recopilado en las entrevistas, labor que estuvo a cargo del asistente editorial. A continuación se procedió a depurar la información obtenida, ya que con frecuencia las fechas dadas por los diferentes entrevistados no coincidían y se observaban lagunas de información. Por este motivo, se consideró necesario editar las respuestas y complementar algunos datos. Esta aproximación al tema investigado, a través de entrevistas, ha puesto de relieve una vez más el problema de la memoria y lo importante que resulta recurrir a la confrontación de fuentes. En la medida en que se avanzaba en el trabajo de edición, fueron apareciendo inquietudes sobre procesos específicos, por lo cual se recurrió a consultar la reducida bibliografía existente, a buscar documentos que se conservan en la Universidad y se interrogó a profesionales que participaron en esos procesos, como Darío Fajardo, Fernán González, Alberto Flórez, Ignacio Abello, Luis Eduardo Bosemberg, Adriana Maya y Katherine Bonil. Esta labor estuvo a cargo de la directora y de la editora de la revista. A todos ellos, así como a los entrevistados; a Adriana Márquez y Luz Marina Guerrero de Recursos Humanos de la Universidad de los Andes, William Echeverri y Edelmira Camargo del Archivo Institucional, también de la Universidad; y a Julián Herrera por su colaboración en la consecución de cierta documentación, les estamos muy agradecidos. Un tema importante que aflora al cotejar las versiones, fechas y percepciones que los actores tienen de los hechos, pero que no siempre se manifiesta en forma explícita, es el de la articulación entre la dinámica que se ha vivido al interior de la Universidad y los procesos de su entorno. Se ha podido constatar que una historia de la historia en una universidad forma parte de un proceso mucho más amplio, que se articula con la dinámica y los conflictos políticos y sociales del entorno. Varias de las diferentes fuerzas sociales en conflicto se han expresado con mayor o menor intensidad dentro de la Universidad incidiendo en el desarrollo de las disciplinas. En buena medida,

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es esa vinculación con la sociedad la que hace tan interesante el seguimiento de los avatares del Departamento de Historia. Sea este un llamado para que se profundicen las investigaciones en este fértil campo. Aunque para muchos de los entrevistados la sensibilidad frente al tema político y a la tensión sea alta, uno y otra reflejan el dinamismo de la institución universitaria y pone de manifiesto que la Universidad no es ajena y no puede ni debe serlo frente a las realidades de la ciudad, del país y del mundo. También lo son de que no es un espacio monolítico, en el que primen sólo ciertas tendencias, a pesar de los esfuerzos que en su momento varios actores han hecho para que sea así. En esas oportunidades, la vitalidad, el dinamismo, la controversia y la confrontación que frecuentemente se asocian con la actividad intelectual han logrado matizar posiciones y llevar a la Universidad por senderos menos extremos. Es el reconocimiento de la polifonía social, de la importancia y validez de todas sus voces y de la necesidad de que las instituciones educativas en todos sus niveles escuchen, estudien y le den sentido a esas expresiones, lo que puede quedarnos como lección de la historia de la historia en la Universidad de los Andes. Si estas vicisitudes han caracterizado lo que se podría llamar una primera etapa de la disciplina histórica en la Universidad, no es menos importante señalar la nueva época que se abrió hacia mediados de la década del noventa. Desde entonces, coincidiendo con el inicio del programa de pregrado en Historia, se ha recorrido un trayecto de diez años de consolidación, durante el cual resultan claros varios aspectos. La planta de profesores se ha incrementado y está integrada en su mayoría por docentes que han obtenido sus títulos de doctorado. La posibilidad que tienen los docentes del Departamento de dictar cursos a estudiantes interesados en graduarse como historiadores y no sólo cursos de servicio. La mayor dedicación de los profesores a la investigación y divulgación, mediante publicaciones especializadas, y el hecho de que los estudiantes también hayan entrado en esta senda de investigación y, en algunos casos, de publicación, como se evidencia, por ejemplo, en este número de Historia Crítica. La consolidación de esta última como una publicación especializada, que se ha afianzado como espacio de divulgación de las investigaciones en el campo de la Historia. En buena medida, como resultado del fortalecimiento del Departamento de Historia y de la disciplina histórica dentro de la Universidad ha sido posible la apertura de la maestría en Historia hace dos años. Esta, a su vez, refuerza aún más las actividades investigativas y docentes del Departamento. Como se puede apreciar, el camino recorrido ha sido largo y enriquecedor y se está dando en un ambiente a todas luces menos agitado, en el que los espacios de participación, diálogo y tolerancia se han fortalecido. Estos logros se deben tanto a la evolución que ha conocido la Universidad, como al equipo del Departamento de Historia y a la orientación que le han dado sus directores.

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A continuación, se presenta primero una información básica sobre la relación de los entrevistados con la Universidad y su Departamento de Historia y luego las entrevistas organizadas alrededor de preguntas, tratando de seguir un orden cronológico, para ofrecer un panorama que se espera sea exacto y relativamente completo. Al final del presente documento, se incluyen los cuadros n° 1 y 2, en los que se indica la sucesión de directores y coordinadores del Departamento.

La relación de los entrevistados con la Historia en la Universidad de los Andes y con su Departamento de Historia Jaime Jaramillo Uribe: Entró a la Universidad de los Andes en 1969. Durante los años setenta y parte de los ochenta, se desempeñó como profesor de la Facultad de Economía y, entre 1970 y 1974, fue decano de la Facultad de Filosofía y Letras. En la segunda mitad de la década del ochenta, entró al Departamento de Historia del cual fue director desde mediados de 1991 hasta finales de 1992 y director encargado por unos meses en 1995. Ana María Bidegain: Trabajó en la Universidad de los Andes a partir de febrero de 1980, después de haber obtenido en 1979 su Doctorado en Historia en la Universidad Católica de Lovaina (Bélgica). Estuvo primero en el área de Historia del Departamento de Humanidades como profesora y también como coordinadora. Asumió la primera dirección del Departamento de Historia durante la segunda mitad de la década del ochenta (1984-1987). Hasta el 2001 estuvo vinculada al Departamento de Historia. Hugo Fazio: Ingresó a la Universidad de los Andes como docente de cátedra para el primer semestre de 1985. Mantuvo esa vinculación hasta finales de 1987, cuando viajó a Europa para realizar su doctorado en Ciencia Política (relaciones internacionales) en la Universidad Católica de Lovaina (Bélgica). En el segundo semestre de 1990, volvió a vincularse con el Departamento de Historia en calidad de profesor de tiempo completo, que mantuvo hasta finales de 1992, momento desde el cual tiene un vínculo de medio tiempo. Mauricio Nieto: En el segundo semestre de 1994, pocos meses después de terminar su doctorado en Historia de la Ciencia en la Universidad de Londres (Gran Bretaña), fue contratado como profesor de tiempo completo en el Departamento de Historia de la Universidad de los Andes. Fue director del Departamento entre 1995 y 1998. Entre 1999 y 2002, trabajó por fuera de la Universidad, y desde 2002 está nuevamente como profesor del Departamento.

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Diana Bonnett: Está vinculada al Departamento de Historia de la Universidad de los Andes desde julio del 2000, momento en el cual reemplazó a Juan Carlos Flórez (1998-2000) en la dirección del Departamento.

1. La historia en la Universidad de los Andes antes de la creación del Departamento de Historia en 1985 Historia Crítica: En publicaciones y textos reproducidos en multilith entre 1968 y 1969, aparece como responsable de la edición o reproducción el Departamento de Historia de la Universidad de los Andes. Esas publicaciones son: COLMENARES, Germán, FAJARDO, Darío y MELO, Margarita de (comps.), Fuentes coloniales para la historia del trabajo en Colombia, Bogotá, Ediciones Uniandes, Universidad de los Andes - Facultad de Artes y Ciencias - Departamento de Historia, 1968, 525 pp. COLMENARES, Germán y MELO, Jorge Orlando (comps.), Lecturas de Historia Colonial, 3 Vols, Bogotá, Multilith Uniandes, Universidad de los Andes - Facultad de Artes y Ciencias - Departamento de Historia, 1968-1969. Vol. 1: MELO, Jorge Orlando, Descubrimiento y conquista del Nuevo Reino de Granada (1492-1542), 1968, 179 pp. Vol. 2: MELO, Jorge Orlando, Las Leyes Nuevas y su promulgación en la Nueva Granada (1542-1548), 1968, 92 pp. Vol. 3: COLMENARES, Germán, con la colaboración de Darío Fajardo, El problema indígena en el periodo colonial (1540-1614), 1969, 139 pp. COLMENARES, Germán, Encomienda y población en la provincia de Pamplona (1549-1650), Bogotá, Multilith Uniandes, Universidad de los Andes - Facultad de Artes y Ciencias - Departamento de Historia, 1969, 113 pp. COLMENARES, Germán, La Provincia de Tunja en el Nuevo Reino de Granada. Ensayo de Historia Social (1539-1800), Bogotá, Universidad de los Andes - Facultad de Artes y Ciencias - Departamento de Historia, 1970, 283 pp. FAJARDO M., Darío, El régimen de la Encomienda en la provincia de Vélez (Población indígena y economía), Bogotá, Multilith Uniandes, Universidad de los Andes - Facultad de Artes y Ciencias - Departamento de Historia, 1969, 99 pp.

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Además, en las solapas de las Fuentes Coloniales se anunciaba que Margarita de MELO estaba preparando un texto titulado Fuentes para el estudio de resguardos indígenas.

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¿Qué información conoce al respecto? Ana María Bidegain: Al parecer, al final de los años sesenta hubo un Departamento de Historia, que fue liquidado, al igual que se hizo en otras universidades con varios departamentos de Ciencias Sociales, a raíz de un fuerte movimiento estudiantil en Colombia en 1970. A las Ciencias Sociales se las identificaba demasiado con el marxismo y los movimientos revolucionarios de la época. No sé qué tan desarrollado era dicho departamento, pero sé que a él pertenecían Germán Colmenares y Jorge Orlando Melo. Entre 1970 y 1980 se acabó todo. Dicha primera experiencia no estuvo vinculada con la segunda, es decir, con la experiencia actual del Departamento, que empezó en los ochentas. Jaime Jaramillo: Eso se dio en la época en la que Álvaro López Toro estaba en la Facultad de Economía. Era un economista muy interesado en la historia e hizo incluso trabajos importantes sobre la historia económica de Antioquia1. Se publicaron tres cuadernos de documentos muy bien escogidos para la historia de Colombia; eran tres fascículos grandes, tres libros de documentos para la historia de Colombia. En eso trabajaron Darío Fajardo, especialista en la historia agraria de Colombia, Jorge Orlando Melo y Germán Colmenares. También, en 1968, se publicó una colección de documentos para la historia de Colombia, un libro utilísimo. Historia Crítica: Respecto a la presencia de la disciplina histórica en la Universidad entre 1948 y 1970 y, en particular, sobre la existencia de un Departamento de Historia en ciertos años y algunos intentos para establecerlo, Historia Crítica pudo reconstruir algunos datos. Desde que se fundó la Universidad en 1948, Humanidades ofrecía algunos cursos de Historia para las demás facultades, con el fin de proporcionar a los estudiantes una educación integral. A mediados de la década del cincuenta, dictaron cursos de historia Indalecio Liévano Aguirre, Abelardo Forero, Daniel Arango y Danilo Cruz. Además, se dictaban unos cursos aislados de Historia económica y social para 1 Probablemente se refiere a LÓPEZ TORO, Alvaro, Migración y cambio social en Antioquia durante el Siglo Diez y Nueve, Bogotá, CEDE - Uniandes, 1970, 101 pp.

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estudiantes de Economía así como clases de historia del acontecer histórico mundial para estudiantes de Filosofía2. Dentro de este contexto, parecería que el conocimiento de cierto tipo de historia se consideraba importante y, en esa medida, se justificaba contar, así fuera en forma muy esporádica, con conferencistas ampliamente reconocidos. Esto lo deja ver el interrogante que se formuló Eduardo Aldana Valdés sobre las conferencias que dictó en la Universidad, en una fecha que no se ha podido precisar, el historiador inglés Arnold Toynbee: “¿Cómo lograron que Arnold J. Toynbee dictará uno de sus famosos ciclos de conferencias en Uniandes, que nunca tuvo un verdadero departamento de historia en sus primeros veinte años?”3. Al parecer, “Hacia mediados de 1959, Historia se constituyó como departamento, y aunque rectoría le nombró jefe, no fue más allá de coordinar cursos dispersos”4, pero se desconoce la trayectoria de esta iniciativa durante la década del sesenta. Durante la rectoría de Francisco Pizano de Brigard (1968-1969) y bajo su impulso, se logró la vinculación de Germán Colmenares, Darío Fajardo, y Margarita González [de Melo] primero para la docencia, pero también para la investigación. En Economía, los estudios históricos se fortalecieron gracias a Alvaro López Toro, así como a Jaime Jaramillo Uribe. En la segunda mitad de la década del sesenta y sobre todo a finales de esta década, coincidían, en Economía, Jaime Jaramillo Uribe, Jorge Orlando Melo y Alvaro López Toro y, en Historia, Germán Colmenares, Darío Fajardo y Margarita González5. Es posible que el ingreso de estos profesores haya revertido la tendencia a dictar cursos principalmente sobre historia ‘universal’ (europea), ya que sobre el particular Germán Colmenares decía que se omitía la historia de América Latina porque se consideraba una “vaina de negros e indios, una mescolanza horrible” y Abelardo Forero reconocía que “a mí hablar de los presidentes de Latinoamérica me aburre”6. Adicionalmente, parecería que por esa época, en palabras de Abelardo Forero, no había recursos 2 UNIVERSIDAD DE LOS ANDES, Universidad de los Andes, Bogotá - Colombia, 1948-1988, Bogotá, Ediciones Uniandes, 1988, pp. 34-35. 3 ALDANA VALDÉS, Eduardo, Parábola del retorno a los Andes, Bogotá, mayo de 1991. http://industrial.uniandes.edu.co/antigua/gente/Profesores/PaginaAldana/parabola_ del_retorno_a_los_andes.htm, consultado el 23 de mayo de 2006. 4 UNIVERSIDAD DE LOS ANDES, Universidad de los Andes, Bogotá - Colombia, 1948-1988, Bogotá, Ediciones Uniandes, 1988, p. 35. 5 Ibid, pp. 35 y 47. 6 Ibid., p. 47.

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bibliográficos, ni publicaciones, ni sede propia, ni pregrado o posgrado7. A partir de la anterior información, se deduce que esta etapa fue de gran importancia para la disciplina histórica en la Universidad. La publicación y reproducción en multilith de las obras mencionadas remite a una dinámica investigativa seria y de gran proyección, pero es poco lo que sobre ella se conoce, por lo que se consultó a Darío Fajardo, un historiador que estuvo vinculado con este proceso. Darío Fajardo: Ingresé a la Universidad de los Andes en enero de 1968 como asistente de investigación de Germán Colmenares, quien se había vinculado desde 1967 a la Universidad. En esa época existía un Departamento de Historia dentro de la Facultad de Artes y Ciencias, al frente del cual estaba Abelardo Forero Benavides. En ese año también ingresó al Departamento Margarita González. La perspectiva que se tenía de la historia en el departamento era bastante convencional. Abelardo Forero dictaba clases con un estilo muy propio, con abundantes datos anecdóticos sobre carrozas y vestidos que fascinaban a los estudiantes. Sus cursos con frecuencia reunían más de ciento veinte alumnos. Con Germán, se introducía algo muy diferente. Él había sido formado en la escuela francesa de los Annales y, si no recuerdo mal, había sido alumno de Fernand Braudel. También había estudiado en Chile con Alvaro Jara y Rolando Mellafe. Él proponía que los estudios en Historia en la Universidad y los cursos que sobre el tema se dictaran, estuvieran articulados con una actividad investigativa seria, fundamentada en el trabajo de archivo. Esta iniciativa contaba con el apoyo de la Fundación Ford, representada en Colombia por el profesor Albert Berry, economista canadiense con una valiosa trayectoria como investigador de la problemática del empleo y muy interesado en el apoyo a una propuesta de este tipo. Así, cuando Germán entró a la Universidad, venía con un proyecto de investigación que ya contaba con financiación propia y que debía complementarse con un programa de becas de posgrado para formar a los profesores del Departamento. Adicionalmente, buscaba fortalecer una perspectiva interdisciplinaria, en que se tuviera un mayor vínculo con las investigaciones en otros campos, como la economía por ejemplo. 7 Ibid.

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Fue una etapa muy fructífera en la cual se produjeron los trabajos arriba mencionados. Germán también publicó su libro sobre Partidos políticos y clases sociales en el siglo XIX8, y empezó a preparar el texto que luego publicaría [en multilith con el Departamento de Historia] como La Provincia de Tunja en el Nuevo Reino de Granada. Adicionalmente, Margarita González trabajó la temática de los resguardos, que posteriormente dio como resultado su libro de El resguardo en el Nuevo Reino de Granada9. Por otra parte, se hizo un trabajo de exploración en el Archivo Nacional de Colombia, actual Archivo General de la Nación, en donde muchos de los documentos estaban en bultos sin clasificar. Poco después yo trabajé junto con William Mc Greevey en la identificación y el muestreo de varios fondos documentales. Si bien buena parte de los esfuerzos se dedicaron a la investigación, también se dictaron cátedras que estuvieron vinculadas con estas actividades. Germán Colmenares dictó una Historia del Pensamiento y yo un curso de Historia de Colombia, con énfasis en economía. Estos cursos tuvieron una muy buena acogida. Estos esfuerzos por transformar los estudios históricos en la Universidad se hicieron bajo la rectoría de Francisco Pizano, un humanista, siendo decano de Artes y Ciencias Rafael Rivas Posada y, según comenté, Abelardo Forero, director del Departamento de Historia. Este último, si bien no estaba particularmente interesado en estos desarrollos, no se oponía a su realización. Estos proyectos tenían lugar en un momento en el que se presentaba una coyuntura de gran dinamismo en el ámbito estudiantil, con importantes movilizaciones y esfuerzos por establecer la representación estudiantil y profesoral en los claustros universitarios, vistos por las directivas como una forma de cogobierno. Tales actividades generaron gran temor dentro de las directivas universitarias, no sólo en la Universidad de los Andes, sino en otras universidades públicas y privadas, como la Universidad de Antioquia por ejemplo. Lo anterior condujo a que se aplicara una fuerte represión contra personas que se consideraba estaban involucradas con estos movimientos o que no generaban suficiente confianza desde la perspectiva de las directivas universitarias. Varias universidades expulsaron a estos profesores y la Universidad de los Andes no fue una excepción. En el año 1971, un grupo de unos cuarenta profesores, entre ellos Germán Colmenares, Margarita González y yo no tuvimos renovación de nuestros 8 COLMENARES, Germán, Partidos políticos y clases sociales, Bogotá, Ediciones Universidad de los Andes - Editorial Revista colombiana Ltda., 1968, 190 pp. 9 GONZALEZ, Margarita, El resguardo en el Nuevo Reino de Granada, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 1970, 197 pp.

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contratos. Una anécdota personal refleja lo que fue este proceso. A mediados de ese año, a mí me llegó una carta en la que me felicitaban por mi desempeño en los cursos y a los tres días me llegó otra en la que me informaban que no se me renovaría el contrato. En este contexto, sólo muy pocas universidades, que eran como unas islas, acogieron a los profesores desvinculados. Germán se fue para la Universidad del Valle, en donde desarrolló una brillante carrera como docente y maestro de toda una generación de historiadores y publicó sus trabajos más conocidos sobre historia económica colonial; yo fui contratado por la Universidad Pedagógica y Tecnológica, junto con otros profesores de distintas universidades. Conviene anotar que el dinamismo del movimiento estudiantil formaba parte de acciones sociales de mayor amplitud. Estas actividades no estaban desvinculadas de la investigación. Por ejemplo, yo trabajé junto con la antropóloga Piedad Gómez en una investigación con los campesinos de la laguna de Fúquene, que coincidió con el surgimiento de la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos -ANUC-. Historia Crítica: Esta etapa de finales de los años sesenta y principios de los setenta, casi desconocida por los miembros del actual departamento y tal vez por muchos otros historiadores, ha sido, como se puede apreciar, muy significativa. En particular, el intento fallido por consolidar la disciplina a través de un Departamento que le otorgó a la historia de Colombia un papel relevante, que contrastaba con la poca importancia que se le concedía en esos años. Sobresale también la iniciativa de una investigación basada fundamentalmente en fuentes primarias, como lo refleja la abundancia de importantes publicaciones que se produjeron en esos pocos años. Por otra parte, llama la atención que esta iniciativa cobijara también el fortalecimiento de los procesos de formación de los docentes del Departamento, iniciativas todas novedosas para su momento y propiciadas institucionalmente en la actualidad. No se puede perder de vista la existencia de este Departamento de Historia, ni tampoco su brutal cierre, que se enmarcó en el movimiento estudiantil de 1971, promovido por el MOIR (Movimiento Obrero Independiente Revolucionario) y la JUPA (Juventud Patriótica) y, en forma más tangencial, por la JUCO (Juventud Comunista). La medida, sin embargo, no rindió los frutos esperados. La desvinculación de alrededor de cuarenta profesores no frenó el proceso, que renació de sus cenizas al siguiente año, con protestas mejor recordadas y conocidas como los ‘escalerazos’ de 1972. Para

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Colombia, y en particular para la Universidad de los Andes, los primeros años de la década del setenta vieron cristalizarse lo que en Francia había sido el movimiento estudiantil de mayo de 1968. A pesar de la desvinculación de los docentes-investigadores dedicados a la Historia y a la consolidación de un Departamento de Historia, la disciplina no desapareció de la docencia en la Universidad. De una parte, en varios departamentos se dictaban cursos de historia indispensables para la respectiva disciplina, en la medida en que mostraban su proceso de configuración. De otra parte, por diferentes medios se hacía necesario incluir cursos que dieran cuenta de la dinámica de ciertos procesos, como lo muestran asignaturas como la dictada conjuntamente por Jaime Jaramillo, Marco Palacios y Malcolm Deas en los años 1973-1974, el cual tenía un contenido grande de historia económica. De hecho, tanto para la época del cierre del Departamento, como cuando se dictó este curso, el historiador Jaime Jaramillo Uribe era decano de la Facultad de Filosofía y Letras (1970-1974). Por aquellas paradojas de las instituciones, un poco más de una década después de estos sucesos, en 1989 Germán Colmenares fue nombrado Decano de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad de los Andes. Lamentablemente su salud no le permitió asumir el cargo y en 1990 murió. Historia Crítica: ¿En la primera mitad de la década del ochenta, qué existía en cuanto a la enseñanza de la historia en la Universidad? Ana María Bidegain: En 1980, cuando llegué a la Universidad, no existía un Departamento de Historia, sino un área de Historia en el Departamento de Humanidades. Ignacio Abello, como director de Humanidades, me propuso asumir la coordinación del área de Historia, lo cual fue aceptado inmediatamente, porque era la única persona que tenía un doctorado en Historia. Antes de que existiera el departamento había varias personas trabajando en historia dando diversos cursos, aunque había miradas diferentes, que eran difíciles de conciliar. Pero estaba convencida que si se quería avanzar en el desarrollo de un departamento de Historia, había que tenerlos a todos en cuenta, porque todos tenían algo que aportar y ese fue el primer desafío.

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Hugo Fazio: Cuando me vinculé con la Universidad en 1985 se hablaba de un Departamento de Historia, pero no disponía de presupuesto propio. Jaime Jaramillo: Abelardo Forero, Germán Arciniégas, Horacio Rodríguez Plata y Mauricio Obregón dieron cursos, pero esos cursos no eran de la incumbencia del departamento, sino que pertenecían a Humanidades o a Filosofía. Abelardo Forero dictó durante muchos años una cátedra que se llamaba Dos Guerras Mundiales, que repetía cada año. Eran unos cursos que tenían mucha asistencia porque todo el mundo sacaba muy buenas notas. Ana María Bidegain: Así que cuando yo llegué en 1980, no existía un Departamento de Historia, sino un área, en la cual eran profesores Fernando Torres Londoño, Mauricio Archila, quien era el coordinador del área de Historia, y Abel López. Además era profesora Isabel Clemente quien, como yo, era de nacionalidad uruguaya, pero que vine a conocer aquí. Además de estos profesores, que éramos más o menos contemporáneos, todos teníamos alrededor de treinta años, había otro núcleo de profesores mayores, abogados en su mayoría, pero con una larga trayectoria en el país, que también dictaban cursos de Historia. Ellos eran Horacio Rodríguez Plata, Abelardo Forero Benavides, Germán Arciniegas, que entonces era el Decano, y Mauricio Obregón, que era el Rector. Aparte de la edad, también había una gran separación en la manera de hacer la Historia. El primer grupo estaba más orientado por una formación histórica dialogante con las otras ciencias sociales. El grupo de los mayores concebía más la historia como una extensión de las Humanidades y era una historia relato de los grandes acontecimientos, muy amena en algunos casos, pero con pocas referencias a las fuentes documentales. Los cursos que se dictaban eran cursos de servicio para el resto de la Universidad. El profesor Jaramillo también dictaba clases, pero en la Facultad de Economía. A él lo conocía por sus trabajos y la cálida acogida y generosa recepción que me hizo lo convirtió en mi Maestro de referencia. La historia de Colombia, la había empezado a estudiar justamente por medio de los textos del doctor Jaramillo, cuyos trabajos eran citados y recomendados no sólo por Arturo Ardao, quien también hacía historia de la cultura, sino por Juan Antonio Odone, Tulio Halperin Donghi, José Luis Romero. Aunque estos últimos eran profesores de la Universidad de Buenos Aires, había mucho intercambio en la época y también dictaban clases en Montevideo. En principio no

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había relación formal con Jaime, pero yo personalmente a menudo lo consultaba y almorzábamos juntos en la cafetería de profesores, en que el desarrollo de los estudios de historia en el país y en la universidad siempre estaba a la orden del día en nuestras conversaciones. Por su intermedio, conocí a otros profesores de Economía, como José Antonio Ocampo, quien también se interesaba en el desarrollo de los estudios de la historia económica del país, y con quien realizamos algunas actividades para desarrollar los estudios históricos en la Universidad. En la Facultad de Administración y luego como vicerrector académico, estaba Manuel Rodríguez, quien también tenía un gran interés en la Historia y había escrito un trabajo sobre la historia empresarial en el Viejo Caldas10. Además de las diversas aproximaciones a la disciplina, y la edad, creo que lamentablemente en los Andes, como o más que en el país, las relaciones de clase pesaban demasiado. Para algunos profesores y profesoras de Humanidades esto se hacía notar en todas las direcciones posibles. De hecho, en esa época, Germán Arciniegas, quien fue decano de la Facultad de Filosofía y Letras a finales de la década del setenta hasta principios de 1980, contrató a Daniel García Peña, un joven profesor que había acabado su pregrado en los Estados Unidos, para que dictara una cátedra de Historia de los Estados Unidos. Algunos del grupo de los “jóvenes” lo veían con reticencia justamente, por esta desafortunada división social a la colombiana, que generaba resistencias en múltiples direcciones y a veces demasiados prejuicios injustificados. Al final de la rectoría de Obregón (1979-1981) hubo un conflicto laboral. Los profesores “jóvenes” del departamento nos solidarizamos con los trabajadores y, a decir verdad, Daniel García fue el más decidido y claro con el apoyo que debíamos brindar a los trabajadores. Al final del conflicto, Mauricio Archila y Abel López temieron represalias y se retiraron como profesores de planta. Se manifestaron algunas tensiones y hubo muchos cambios administrativos. Llegó como nuevo Rector Rafael Rivas (1982-1985). Manuel Rodríguez estaba en la vice-rectoría académica (1980-1984) y como director administrativo Iván Trujillo (1982-1993), quien tenía una formación sólida en historia antigua y luego dictó algunas clases. En la decanatura de Filosofía y Letras fue nombrado Jesús Arango (1980-1984), a quien también la historia le parecía esencial en la formación universitaria.

10 Probablemente se refiere a RODRIGUEZ BECERRA, Manuel, El empresario industrial del Viejo Caldas, Bogotá, Uniandes - Facultad de Artes y Ciencias - Comité de Investigaciones, 1979, 219 pp.

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Ignacio Abello: En 1981 hubo una huelga de trabajadores que querían sindicalizarse, a lo que la Universidad se oponía. Fue en la época de exámenes y los trabajadores se encerraron en la Universidad y algunos de ellos iniciaron una huelga de hambre. Durante un mes más o menos la Universidad estuvo cerrada y el Departamento de Humanidades funcionó en Aexandes, la asociación de ex alumnos, en la calle 18 con carrera 3. La Universidad se reabrió después de que la Policía desalojara a los huelguistas. Lo que no me parece es que la salida de Mauricio Archila y de Abel López tuviera alguna relación con esto. Abel López: Yo estuve como profesor de planta de medio tiempo desde 1978 hasta 1989. Con relación al movimiento de 1981, cabe anotar que Historia se pronunció, a través de una carta que redactó Carlos Marín, un filósofo que era profesor de Historia Antigua y es ahora decano de Filosofía y Letras de la Universidad de La Salle, a favor del movimiento. Fue un pronunciamiento académico, con argumentos filosóficos. Pero claramente yo no salí de la Universidad en ese momento, ni por ese motivo. Mi salida fue mucho más tarde, en 1989, cuando la Universidad Nacional me ofreció un contrato de dedicación exclusiva. De hecho, tampoco recuerdo que Mauricio Archila hubiera salido por esta circunstancia. A propósito, me parecería muy interesante que alguien se dedicará a revisar los archivos del Departamento, porque los documentos relacionados con éste y otros eventos deben seguir ahí y podrían ser utilizados para que, por ejemplo, un estudiante dedique su monografía de grado a la historia del Departamento.

2. La creación del Departamento de Historia en 1985 Historia Crítica: ¿Cómo se dio la creación del departamento en 1985? Ana María Bidegain: En cuanto a las motivaciones para crear el departamento, varias personas que ya he mencionado, teníamos claridad sobre la importancia del desarrollo de las Ciencias Sociales, y de la Historia en particular, para la modernización y transformación armoniosa que necesitaba el país. Además, en esa época no existía un departamento de historia que formara historiadores, al menos en Bogotá. Creo que sí lo había en

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el Valle. Como coordinadora del área de Historia consideré que me tocaba liderar ese esfuerzo, que en general todos los profesores de Historia vieron con buenos ojos. Por eso logré reunir a todos los que trabajaban en Filosofía y Letras, al menos administrativamente, sin mayor problema. Lo que sí recuerdo es que yo veía claramente dos desafíos grandes y serios y otro que para mí era menor, que era la resistencia ideológica o celos personales de algunas personas. Entonces, uno de esos desafíos mayores para mí, era la consolidación de un equipo de trabajo, tratando de atraer profesores nuevos, pero que también exigía reunir a gente muy diversa que ya existía en la universidad. El segundo era lidiar con las autoridades académicas, convenciéndolas de que la parte financiera podría revolverse, porque con los cursos de servicios aportábamos significativamente a la Universidad. Nada de esto fue fácil, pero se fue logrando. Además de los recursos humanos eran necesarios los materiales, especialmente los de biblioteca y archivo, mapas, lectores de microfilm, etc., y también máquinas de escribir y luego computador. En eso también recuerdo que invertí mucho tiempo, tanto en nuestra propia biblioteca consiguiendo nuevos libros, como tratando de hacer acuerdos con las instituciones que nos facilitaran el proceso y trabajo de nuestros estudiantes y profesores, como con la Biblioteca Luis Ángel Arango, la Biblioteca Nacional y el Archivo Nacional, que entonces funcionaba en la calle 24 en un ala de la Biblioteca Nacional. La parte financiera y administrativa era para mí algo totalmente desconocido y debía lidiar con eso para demostrar que se podía sostener un departamento que formara historiadores. Además, empezamos a tener dificultades de espacio y también tuvimos que enfrentar la introducción de la informática y los usos que ésta podría posibilitar al desarrollo de los estudios históricos. Estábamos ubicados en una oficina en la esquina noroccidental del quinto piso del G; luego nos dieron la contigua, pero era muy difícil trabajar allí porque éramos muchos y cada vez los estudiantes tenían más interés en consultarnos y trabajar con nosotros fuera de clase. Para entonces encontré un gran aliado en el Director Administrativo de la Universidad, Iván Trujillo. El era una de las personas que más conocía de computadores y además estaba formado en Historia. Me orientó mucho en este aspecto, pero sobre todo en la parte financiera de la cual tenía gran conocimiento y capacidad de decisión, además del interés de ayudarme a organizar un presupuesto que demostrara la viabilidad del departamento. Al mismo tiempo, por él supe de la compra de “unas casitas” al lado

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de la Universidad y en seguida me pedí “la rosada” y parte de la contigua, donde hasta ahora ha funcionado el departamento. Para esto su apoyo también fue decisivo. La otra cosa importante era convencer a los directivos de la pertinencia académica de crear el departamento. Hubo mucha resistencia de Gretel Wernher en el Consejo de Facultad, pero el apoyo de Ignacio Abello, como director del Departamento de Humanidades, y de Jesús Arango, decano de la Facultad de Filosofía y Letras (19801984), posibilitó que pasara a las siguientes instancias y allí había que lograr el apoyo de Rectoría y Vice-rectoría académica. Hubo un espacio que nos facilitó las cosas y fue la creación del Seminario Interdisciplinario de profesores de la Universidad, que fue puesto en marcha bajo la rectoría de Rafael Rivas. Fue un espacio extraordinario donde aprendimos mucho y de donde salieron los primeros números de la Revista Texto y Contexto, que eran el resultado del esfuerzo interdisciplinar de muchos profesores. Cada número se debía a un trabajo largo del seminario. En ese espacio conocí a los colegas y me hice conocer y hacer conocer nuestro proyecto y lograr apoyo entre otros profesores y decanos de otras Facultades. El seminario interdisciplinar también me abrió la puerta para poder dialogar y defender nuestro proyecto ante el Vicerrector académico, Manuel Rodríguez, y el Rector Rivas. El Rector contaba con una sólida formación y afortunadamente defendía la historia como una disciplina independiente y una Ciencia Social. Cuando en 1984 se creó la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales y se nombró a Gretel Wernher como decana, entramos en problemas porque ella consideraba que la historia debía ser parte de las humanidades. La claridad y determinación del Rector Rivas fue la que logró que el proyecto no naufragara y se aceptara mantener la independencia del departamento y de la opción en historia, con miras a que poco después se creara el pregrado. Dadas las complicaciones políticas de finales de los sesenta y comienzos de los setenta, Gretel Wernher no quería un departamento independiente, ni considerar la Historia como Ciencia Social. Como se ve, la creación del Departamento no fue fácil y exigió muchísimo trabajo “diplomático” y de acercamiento a personas que yo no conocía ni tenía referencia de ninguna clase. Cuando me preguntan por esta etapa de la “fundación” del departamento de historia, lo que más recuerdo es la escalera de piedra de la Rectoría, “la de viajes que hice a convencer a Manuel Rodríguez para que nos apoyara y se lograra crear el departamento!!!”.

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Como anécdota sobre este período, recuerdo que en la oficina del quinto piso teníamos un sofá que nos gustaba mucho. Cuando nombraron a Gretel de decana, lo primero que hizo fue venir y llevarse el sofá... y lo forró de rojo y lo colocó en la decanatura que estableció por allá cerca de la capilla. La furia del departamento se calmó cuando conseguimos la casita rosada y salimos mejor librados... Cuando estábamos preparando el pensum para el programa de pregrado recuerdo que todos trabajamos juntos y muy animados, viejos y jóvenes, pero ese momento se paró un largo tiempo porque hubo un cambio de rectoría. Arturo Infante, que fue rector por un período largo (1985-1995), dejó que los decanos reinaran en sus respectivas escuelas y en la decanatura de Humanidades y Ciencias Sociales, mientras estuvo Gretel Wernher (1984-1989 y 1990-1994), nunca se logró que pasáramos de la opción al pregrado. De hecho el pregrado se aprobó poco después de la llegada a la Rectoría de Rudolf Hommes y a la decanatura de Elsy Bonilla. Fernán González: En los años 1983 o 1984, efectivamente, Iván Trujillo fue una persona clave para nosotros. El nos indicó que se podía crear un centro de costo que permitiera mayor manejo administrativo y eso se hizo, lo que fue un paso importante para acercarnos a la creación de un Departamento. En esta coyuntura, pero sin recordar exactamente la fecha, también se abrió la opción en Historia que se ofrecía a los estudiantes de la Universidad. Ignacio Abello: Como director del Departamento de Humanidades, donde se juntaban los profesores de Historia en un área, fui actor de una reforma del Departamento que consistió en dar mayor autonomía a las áreas. De ahí se pudieron crear varios departamentos, entre los cuales estuvieron Historia y Música. También en ese momento se cambió el sistema financiero lo que benefició a Historia, ya que se pasaba de recibir ingresos por estudiantes matriculados en los programas, a contabilizar los ingresos según los estudiantes inscritos en los cursos. Como Historia ofrecía bastantes cursos de servicio, sus ingresos se dispararon. En cuanto al programa de pregrado, yo lo apoyé pero había resistencia, con argumentos académicos, de parte de la decana para aprobarlo, en particular porque consideraba que para abrir la carrera se debía contar con el profesorado necesario para su funcionamiento.

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Hugo Fazio: El Departamento de Historia nació en el quinto piso del edificio Franco. En ese entonces, los Departamentos de Ciencias Sociales se encontraban repartidos por toda la universidad. Originalmente tuvo dos oficinas en el rincón izquierdo del Edificio. Contaba con una profesora de planta, Ana María Bidegain, y carecía de planta administrativa. Las labores secretariales las realizaba la Secretaria de Ramón de Zubiría, quien estaba localizado al extremo derecho del mismo piso. Sin duda que la creación del Departamento iba a tono con la necesidad que experimentaba la Universidad de desarrollar un acervo académico en el campo de las Ciencias Sociales. Cuando oficialmente se creó el Departamento, en el marco de la Facultad de Humanidades, dispuso de presupuesto y también de planta propia, aun cuando siguió careciendo de programas académicos, dado que las actividades docentes eran de servicio. En cuanto al proyecto de programa de pregrado, creo que la decana desconfiaba de las competencias académicas de los profesores. En los ochenta no había participación, razón por la cual no había reuniones, ni se pertenecía a ningún comité. Realmente era una época agradable. Eso permitía que tuviéramos círculos de discusión que eran muy activos. En los noventa, la Universidad adoptó otra estructura, el departamento trabaja en varios frentes, y las funciones académico-burocráticas pasan a consumir buena parte del tiempo. Gloriosos eran los ochenta. Historia Crítica: ¿Cuál era el equipo de profesores que tenía el naciente departamento? Ana María Bidegain: En cuanto a la consolidación del equipo, por una parte, llegó Hugo Fazio para dictar cursos de Historia de la Unión Soviética e inmediatamente logró demostrar su valía y se convirtió en un profesor estrella del departamento, a la par que fue muy constante y serio, consolidando su formación académica con la maestría en Historia y luego su Doctorado. Por otro lado, se acercó también en 1985 Luis Eduardo Bosemberg, que acababa de terminar sus estudios en Heidelberg, que fue primero profesor de cátedra y luego se incorporó a la planta. En 1987 Suzy Bermúdez y Enrique Mendoza, quienes llegaban de la Universidad de Stony Brooke con sus maestrías, nos aportaron la dimensión antropológica y consolidaron un nexo importante con ese departamento. Aunque tanto los nuevos como los ya vinculados eran personas valiosas, formar un equipo de trabajo no era cosa fácil. No obstante, paulatinamente todos apoyaron

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la idea de trabajar juntos para consolidar una propuesta académica viable y posible con los recursos con que contábamos. Así que todos pasaron a formar parte del departamento, tanto jóvenes de entonces, como los profesores con mucha trayectoria, incluido Jaime Jaramillo. Abel López seguía vinculado como profesor de cátedra al departamento y daba excelentes cursos de historia medieval y junto con Isabel Clemente atendían la historia universal. Iván Trujillo nos colaboraba con la Historia Antigua. Luego también nos colaboraron mucho María Carrizosa de López y Clemente Forero. Más tarde, contratamos a Ricardo Arias que luego terminó su formación en Francia. Tuvimos algunos profesores de cátedra en Historia Universal, como Vera Weiler, y en Historia Nacional a Medófilo Medina y César Ayala, pero por poco tiempo. Daniel García era el coordinador y fue siempre un colaborador entusiasta que tuvo la iniciativa de la revista Historia Crítica en 1989, con quien siempre trabajé muy bien. Luego contratamos otros profesores como Juan Carlos Flórez y Fabio López de la Roche. Mi preocupación era que los profesores que se contrataban siguieran formándose y no se metieran tanto en política. Particularmente Daniel y Juan Carlos, muy brillantes pero que finalmente hicieron su opción de realizar trabajo político, también necesario, pero que no deja el espacio requerido para consolidar la academia.

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De todos guardo un buen recuerdo personal y creo que son excelentes profesores. Que yo recuerde hubo contradicciones porque para mí era necesario que en Colombia y en los Andes en particular se consolidara la carrera académica, como existe en los Estados Unidos o en Europa. Además, considero que deben ser los académicos de carrera quienes la orienten administrativa y académicamente y que los que desean participar en cargos políticos mantengan la relación y aporten al departamento, pero no sean los que la dirijan, cuando la actividad política decae por alguna circunstancia. Como en toda actividad humana se dan roces porque la gente quiere ir formando sus liderazgos y a veces los temperamentos no se entienden. Por supuesto, la cuestión de género suscitaba entre algunos muchos problemas, pero eso fue parte del costo que tuvimos que pagar por ser un departamento donde tantas mujeres hemos sido protagonistas. Hugo Fazio: Los primeros profesores de planta fueron Ana María Bidegain, Isabel Clemente y Abel López. Después se ubicaba una amplia gama de profesores, entre los que se encontraban Daniel García-Peña, Suzy Bermúdez, Luis Eduardo Bosemberg, Clemente Forero, Horacio Rodríguez Plata, Germán Arciniegas y yo. De otra parte, Jaime Jaramillo Uribe, quien trabajaba como docente de planta en la Facultad de Economía, fue trasladado al naciente Departamento de Historia. Había dos generaciones de historiadores. Los mayores que no habían recibido formación académica en historia y los más jóvenes, todos menores de treinta y cinco años, los cuales se habían formado en Departamentos de Historia en distintas partes del mundo: Europa, Estados Unidos y América Latina. Había investigación, pero ésta era individual; no había un claro apoyo por parte de la Universidad y, menos aún, algún tipo de exigencia en publicaciones. Sin duda que lo más anecdótico eran las reuniones. En ese entonces la Universidad era muy vertical y había pocos espacios de participación de los docentes. Pero semestralmente se organizaba una reunión con todos los profesores del Departamento. Los mayores se sentaban a un lado de la mesa y los más jóvenes en la otra. Los primeros dictaban cátedra y los otros nos quedábamos callados, esperando a que se fueran para poder comentar libremente. Jaime Jaramillo: Ana María Bidegain estuvo dirigiendo el departamento por varios años. Yo llegué al departamento precisamente por un llamado de ella. Antes estaba vinculado a la

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Facultad de Economía, donde era profesor de Historia económica de Colombia y de Historia económica general. Ana María me invitó y me captó para el Departamento de Historia. Me dijo véngase, aquí le damos una buena oficina, no tiene sino que hacer un curso y hacer consulta con los profesores, y entonces me vine. Fue cuando comenzó mi vinculación al Departamento de Historia. La formación del profesorado era muy diversa, había que recurrir a personas que no tenían una formación en historia, pero que por algún motivo y por razones de su profesión tenían vínculos con la historia, como por ejemplo antropólogos, economistas, etc. A finales de los años ochenta y cuando fui director del Departamento (1991-1992) había cierta tensión y tuve mis problemas con los profesores con relación a su participación política dentro de la universidad, sobre todo por involucrar en los cursos algún contenido político, parcial o confesional. Como lo había sostenido en la Universidad Nacional, consideraba que el profesor debía ser neutral ante los problemas de decisión política universal o local y que no se podía utilizar la cátedra para hacer proselitismo político, ni para politizar la enseñanza. Con eso tuve problemas aquí y en la Universidad Nacional. Historia Crítica: En una entrevista con Daniel García-Peña recientemente publicada, éste se refiere a su paso por la Universidad de los Andes, en los siguientes términos: Un combo con el que creamos el departamento de Historia con Isabel Clemente y una serie de profesores que llegaron en esos años como Juan Carlos Flores [sic], Hugo Fase [sic], Luis Eduardo Borges [sic], Susy Bermúdez. Fue una época muy chévere, en 1984 me nombraron coordinador del Departamento de Historia y en el 85 asumí la dirección, primero como encargado y luego ya en propiedad11.

Más allá de las inexactitudes en los nombres y fechas, se resalta en este párrafo la presencia de Daniel García durante el proceso de creación del Departamento, su papel como coordinador después de su establecimiento y que luego sucediera a Ana María Bidegain en la dirección, aunque en un momento posterior al año que indica y hasta 1991.

11 “Entrevista con Daniel García Peña Jaramillo”, en La Macarena, Bogotá, mayo-junio 2006, p. 2.

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Otros apartes de la entrevista permiten aproximarse al tipo de problemática política que se vivía a finales de la década del ochenta y principios de la siguiente: […] para esa época llegó la Constituyente la séptima papeleta surge del movimiento estudiantil, no solo de los Andes por supuesto, pero los Andes ahí jugó un papel importante12. Yo fui asesor de la ADM 19 [Alianza Democrática Movimiento 19 de abril] […] El otro tema que trabajamos muchísimo fué [sic] el de la educación todo lo que tiene que ver con la participación de estudiantes y profesores de la comunidad universitaria en las decisiones de la universidad. Eso lo hicimos por todo lo que nos había sucedido en la Universidad de los Andes, donde no había movimiento estudiantil, no había gobierno estudiantil, no había organización de profesores. Todo lo que se hacía allá era subversivo […] Aunque yo seguí siendo profesor, el tiempo en la Universidad lo fuí [sic] reduciendo cada vez mas [sic] […]13.

Historia Crítica: ¿Cómo evolucionó la planta de profesores? Ana María Bidegain: Más tarde recuerdo la contratación de Adriana Maya, en 1993, Mauricio Nieto, en 1994, Ricardo Arias y Decsi Arévalo, en 1996 y Muriel Laurent, en 1997. Varios de ellos llegaron ya con doctorado terminado y otros con sus estudios de posgrado en curso, de manera que su aporte ayudó a que el departamento se consolidara académicamente. Alberto Flórez: Mientras fui director durante el año 1993, eran profesores de planta Ana María Bidegain, Luis Eduardo Bosemberg, Daniel García-Peña, Juan Carlos Flórez, Suzy Bermúdez, Beatriz Castro, Isabel Clemente, Hugo Fazio y Jaime Jaramillo. Luego entraron Adriana Maya y Ricardo Arias.

12 Ibid., p. 2. 13 Ibid., p. 3.

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Historia Crítica: ¿Cuál era la situación en cuanto a los cursos y a la investigación? Jaime Jaramillo: El departamento prácticamente no tenía especialización en ningún campo. El profesor Hugo Fazio empezó a dictar el curso de Historia de la Unión Soviética, que se sumó a la cátedra de Historia de los Estados Unidos que dictaba Daniel García-Peña. Estas dos materias eran muy importantes, estábamos en plena época de la guerra fría y el conocimiento de la historia de esos dos países era una cosa esencial. No se pudo hacer lo mismo respecto a la historia de la China, entre otras cosas porque no había nadie que la pudiera dictar. Los cursos tenían buena acogida en general. Nunca hubo por ejemplo reclamos de los estudiantes contra un curso, quejas por deficiencias del profesor. En general las personas que asumían esos cursos, aunque no fueran historiadores, ni hubieran hecho una carrera especializada, siendo antropólogos o politólogos o a veces juristas que habían tenido algún contacto con la historia, los asumían y solían dar buenos resultados. Se dictaban diferentes cursos, Historia Moderna, Historia de la Edad Media, Historia de Europa; en fin había un esquema de cursos bastante completo, bastante bueno. También había cursos de Historia de Colombia. Yo dicté durante varios semestres un curso de Historia de Colombia que se basaba sobre todo en los siglos XVIII y XIX. Cursos de América Latina no recuerdo que hubiera. No había investigación de archivos porque, entre otras cosas, la carrera de historia se había iniciado muy pocos años antes en la Universidad Nacional y no habían salido todavía los primeros especialistas historiadores, de manera que investigación de archivos no había prácticamente. Yo creo que ningún profesor del departamento de los Andes lo hacía; eso viene posteriormente. Los estudiantes no investigaban en el archivo porque estaban aprendiendo las nociones, las bases elementales de historia, de manera que no tenía ningún sentido mandar a un estudiante de esos a un archivo. Hugo Fazio: Se participaba activamente en los cursos de contexto, pero el perfil de los cursos del departamento eran cursos generales de Historia de América Latina, Colombia en los diferentes períodos, Estados Unidos, Europa y, hacia 1987, se comenzaron a dictar cursos de Unión Soviética y el Tercer Mundo. Los enfoques eran variados, sin duda por la misma trayectoria académica de los docentes. Pero si uno quisiera privilegiar

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alguno, en los ochenta todavía se dejaba sentir el peso del marxismo. La historia acontecimental era una concepción predominante entre los docentes de la generación mayor, pero los más jóvenes se identificaban más con temas de tipo social, económico, cultural, etc. Todos los cursos tenían una amplia demanda y eran grandes dentro del promedio de la Facultad. Pero los estudiantes no eran historiadores por lo que las demandas sobre ellos no podían exigir presencia o investigación en archivos. Ana María Bidegain: Lo primero que publicamos antes de la revista Historia Crítica y como resultado de los materiales que había que hacer para los cursos (por los problemas grandes de biblioteca, sobre todo con relación a América Latina, porque sobre Europa y los Estados Unidos siempre ha estado más cubierto a pesar de las dificultades), creo que fue mi libro Nacionalismo, Militarismo y Dominación en 1983. Fue un soporte para los cursos e inmediatamente se agotó, pero no me preocupé de reeditarlo, por las dificultades personales que luego viví. Posteriormente vinieron los libros de Hugo Fazio y creo que, en esa época, estábamos muy preocupados por la historia del tiempo presente. De los estudiantes recuerdo que por un lado tuve como asistente a Alberto Flórez, que estudiaba antropología, a quien logré animar para que se fuera a estudiar su maestría en Historia a Stony Brook. En ese tiempo, Brooke Larson nos visitó reclutando estudiantes y allí salió Alberto, para Nueva York, y luego fue profesor del departamento. Por otro lado, Mauricio Nieto era uno de mis mejores estudiantes, si no el mejor. Estaba en Filosofía y luego se fue a estudiar Historia de las Ciencias a Londres y a su regreso el departamento lo contrató. Mauricio Nieto: Como estudiante de Filosofía en la Universidad tomé algunos cursos de Historia, recuerdo, por ejemplo, las clases de Ana María Bidegain sobre Historia de América Latina.

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3. La creación de la carrera de Historia en 1996 Historia Crítica: ¿Cómo se dio la creación del pregrado en Historia que se abrió en el segundo semestre de 1996? Mauricio Nieto: Cuando ingresé al Departamento de Historia en 1994 éste era un departamento de servicios, es decir que dictaba cursos complementarios para otras carreras y era el único departamento de la Facultad que entonces no contaba con pregrado ni estudiantes propios. Se ofrecía una Opción en Historia, que tenía un grupo de estudiantes cercanos al Departamento. Era sin duda sorprendente que una Universidad del tamaño de los Andes, con programas de Filosofía y Letras, de Antropología, Lenguas Modernas, Ciencia Política y Psicología, no contara con un pregrado en Historia. Muy rápido, tal vez demasiado pronto, se me solicitó bajo la rectoría de Rudolf Hommes y la decanatura de Elsy Bonilla asumir la dirección del Departamento. Esto era una situación algo extraña. Yo era entonces más joven que la mayoría de los profesores y asumir el papel de director en un departamento con profesores activos, con una experiencia de varias décadas y una obra considerable como Jaime Jaramillo, Ana María Bidegain o Hugo Fazio, o de profesores de cátedra que habían sido rectores de la Universidad como Mauricio Obregón, no dejaba de ser raro para mí. En un principio quise argumentar que eso no era lo mío, que yo quería escribir historia y no administrar un departamento. El rector, más administrador que académico, argumentaba que el logro de sacar adelante la carrera sería más satisfactorio que publicar un libro. Algo de razón hay en sus consejos, pero la verdad es que la carrera de historia no es el logro de nadie en particular, es el resultado del trabajo de muchos y en esos procesos mi tarea era más la de mediador. De cualquier manera ésta fue una experiencia importante y un reto interesante. Pronto me vi involucrado en muchos proyectos de la Facultad, tal vez el más importante y que podemos comentar aquí fue la apertura del pregrado en Historia. El apoyo del Elsy Bonilla como decana y en particular del rector en ese momento fueron claves en el proceso. Desde las primeras entrevistas con Hommes, cuando se buscaba un director para el Departamento, el tema de un programa de pregrado fue un asunto de discusión. Hommes, sin ser historiador, tenía claro que la historia era un campo importante para la universidad y para el país y que un departamento sin estudiantes propios y un equipo de profesores, sin el reto de formar profesionales

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de su propio campo carecía de un espacio adecuado de desarrollo académico. En ese momento en la Universidad se debatía con intensidad el tema de visibilidad y reconocimiento internacional, como un claro parámetro de calidad de sus programas. A pesar de que historia era un departamento pequeño y seguramente con deficiencias visibles, teníamos un argumento a nuestro favor y que el rector parece haber hecho propio de manera inmediata. La historia es un campo de enormes posibilidades para la investigación en el país sobre temas de relevancia internacional. Sin necesidad de una infraestructura tecnológica mayor, ni de costosos instrumentos, la historia de Colombia y América Latina, la riqueza de los archivos nacionales y regionales, y la complejidad de nuestros problemas sociales conforman un fértil campo de investigación. Nuestro pasado y presente son de por sí un rico y complejo laboratorio de reflexión social lleno de preguntas y retos científicos de frontera, importantes para el país y de clara pertinencia académica en cualquier parte del mundo. En la Universidad las facultades de Ingeniería y Ciencias tenían un gran peso, y resultaba atrevido insinuar que en el juego de la competitividad internacional las ciencias sociales tenían mejores opciones. Los desafíos teóricos y posibilidades de un trabajo empírico que presentaba la historia o la antropología, podría argumentarse, parecen tener mejores posibilidades en el mundo académico internacional que la ingeniería mecánica o la física de partículas. Estas comparaciones son odiosas y a mi juicio carecen de sentido, pero era necesario plantear la pregunta, aunque sonara imprudente. Hommes parece haber entendido el argumento, tanto así que solía hablar de la necesidad de hacer del Departamento de Historia “el mejor departamento de historia de Colombia en el mundo”. Nunca le escuché decir eso de Economía o de Administración de Empresas, campos que seguramente consideraba más importantes en la Universidad y que conocía mejor. Yo nunca hubiera dicho eso en voz alta, era una pretensión casi risible, de hecho no eran muchos los profesores del departamento trabajando sobre el país, pero era una idea provocadora. Han pasado diez años y no vamos a decir que esa idea sea una realidad, ni siquiera sabría si es una meta que debamos seguir, pero lo que sí puedo decir con satisfacción es que en diez años el Departamento ha cambiado visiblemente, el trabajo de investigación y docencia de los profesores, los estudiantes del pregrado y la maestría, sus tesis de grado, han hecho del Departamento algo muy distinto, y no parece posible cuestionar que seguirán cambiando, ganando fuerza y visibilidad nacional e internacional. Volviendo al proceso de la implementación del pregrado, hay algunos puntos que me gusta recordar. En primer lugar que el proyecto no era un proyecto nuevo ni una idea de Hommes, ni de Elsy Bonilla y mucho menos mía. El departamento ya había presentado la iniciativa a la Universidad más de una vez enfrentándose con

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una resistencia que seguro sería interesante estudiar, pero sobre estos proyectos y sus enemigos pueden hablar otros profesores que los conocen mejor. De hecho, cuando asumí la dirección, desde el primer día y como compromiso con la rectoría estaba la idea de sacar adelante el proyecto del pregrado. En el Departamento estábamos lejos de tener consenso sobre el asunto, y más bien había un marcado escepticismo y poco ánimo para volver a defender la idea. Si no recuerdo mal, había más interés en proponer un posgrado. Algunos argumentaban, tal vez con razón, que estábamos mejor preparados para una maestría o una especialización que para formar historiadores. Un equipo docente dedicado a dar cursos para otras carreras no estaba preparado para abordar problemas teóricos y metodológicos que requiere un historiador. El manejo de fuentes o los debates historiográficos no eran los temas fuertes del departamento. Muchos de nosotros ni siquiera éramos historiadores de formación en el pregrado. Esa era una debilidad difícil de ocultar y la contratación de nuevos profesores era un costo que podría servir de argumento en contra de la viabilidad del proyecto. Esa misma característica del cuerpo docente, su entrenamiento en disciplinas distintas como la antropología, la filosofía o la ciencia política, se presentó como una fortaleza y con un argumento bastante sensato: el pasado no puede ser el objeto de estudio de una sola disciplina y las demás ciencias sociales deben hacer parte de las herramientas de un historiador. Así que el camino era largo y no había mucho tiempo. El proyecto debía ser aprobado por el Consejo del Departamento, el Consejo de Facultad, más adelante por el Consejo Académico y el Consejo Directivo. Debió ser objeto de una evaluación oficial frente al ICFES y otra de pares internacionales. Este último fue un requisito de las directivas de la Universidad y el proyecto se le remitió a David Bushnell. Sus comentarios fueron altamente positivos y creo que con razón. Seguramente por la ausencia de posgrados, en ese entonces los pregrados en la Universidad y en el país eran sobrevalorados y generalmente eran programas muy ambiciosos, que vistos desde afuera parecían más completos que muchos programas de pregrado en universidades norteamericanas o europeas. Los evaluadores del ICFES fueron más críticos y nos hicieron ver problemas claves, pero al mismo tiempo fueron muy solidarios con la idea. Ya no me acuerdo cuántas reuniones, presentaciones y documentos se hicieron, cuántos cambios y cuántas peleas tuvimos que dar, pero esa fue una tarea a la que le dedicamos mucho papel, tinta y tiempo. Más que los pormenores burocráticos de este proceso, yo creo que siempre en el fondo existió un debate académico y político de enorme interés. ¿Para qué hacer un pregrado en historia? Esa es una pregunta

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que necesariamente nos conduce al problema de para qué sirve la historia, cuál es su función social. Más que los debates financieros, de costos, créditos, asignaturas, capacidad del cuerpo docente, demanda, requerimientos de infraestructura, detrás del proyecto había preguntas y razones de fondo que siguen siendo objeto de una reflexión necesaria y fascinante. La Universidad de los Andes como cualquier universidad y el país en general necesita de mejores historiadores para entender el presente. La universidad, sus profesores y estudiantes deben estar en capacidad de pensar el país y su lugar en el mundo de manera integral y no se puede dar el lujo de hacerlo sin historiadores. El debate, creo yo, no se limita a la pertinencia de una disciplina más de las ciencias sociales que se ocupa del pasado, sino que a juicio de algunos de nosotros y me atrevo a pensar que del rector, era un problema de toda la universidad. Los politólogos, los antropólogos, los economistas y también los ingenieros y los biólogos ganarían por tener en la Universidad un departamento de historia fuerte. Yo para entonces usaba algunas reflexiones de Josep Fontana en su libro Historia: análisis del pasado y proyecto social. Como lo argumenta Fontana y muchos otros, la historia es un poderoso instrumento político y es una permanente reflexión sobre el presente y el futuro. Tal vez por la innegable fuerza de esa afirmación la historia puede ser un campo polémico y no siempre deseable. Yo nunca vi en las directivas de la universidad, ni en ninguno de los debates un argumento explícito de esta naturaleza, pero también es cierto que el cuerpo docente de Historia tenía una imagen de ser un grupo de izquierda, o por lo menos muy politizado. Eso era cierto y de hecho algunas de las personas más visibles del departamento lo dejaron para trabajar en política, Daniel García-Peña y Juan Carlos Flórez, por ejemplo. Sobra aclarar que la importancia política de la historia va mucho más lejos que las aspiraciones o roles políticos específicos de algunos de nuestros colegas. Realmente no tiene nada que ver con eso. Es mucho más político, en un sentido amplio de la palabra, un buen historiador, que un senador o un alto funcionario público. Personalmente creo que ese mismo argumento, sobre la importancia política de la historia y de los historiadores, que pudo generar resistencia y malos entendidos cuando se hicieron las anteriores propuestas de un pregrado de historia en los Andes, fue positivo en los debates que condujeron a abrir la carrera en 1996. Bueno eso quisiera pensar. Tuvimos muchos temores y un lío legal en el momento de abrir la carrera: por un lado si no aparecían suficientes estudiantes interesados, todo por lo que se había peleado sería un gran fiasco. No fueron muchos, pero sumados a los ya interesados de la Universidad en hacer doble programa, cumplimos a ras con las metas. Pero el susto mayor fue que a la hora de ofrecer la carrera en la prensa, ya con los afiches impresos (en la carátula de este número) y algunos aspirantes interesados, Hommes

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me llamó y, con uno de sus asesores jurídicos, me explicó que no se podía ofrecer el pregrado ese semestre. No se podían recibir estudiantes sin un número de aprobación del ICFES. Ya sabíamos -por teléfono- que se había aprobado, pero no teníamos la resolución en papel ni el número para publicar en el periódico. Para mí era un papel sin importancia, pero claro sencillamente no era correcto salir a ofrecer un programa académico sin el decreto correspondiente de aprobación. Tampoco era el momento para detener o posponer el proceso, frenar la convocatoria tenía sabor de fracaso. Yo creo que el rector me vio tan desconsolado que se puso a trabajar con los abogados y buscar la manera de lanzarnos sin incurrir en algo ilegal. Tampoco me acuerdo de los términos exactos de la salida legal. Yo hablé con cada uno de los aspirantes, les expliqué la situación y los recibimos. Un par de semanas después ya teníamos el número de aprobación y un pequeño grupo de primíparos mimados como hijos únicos. Hommes casi siempre me invitaba a su oficina a planear las reuniones. Seguramente sabía que había resistencia de alguna parte y, sin duda, era hábil en sacar adelante lo que quería. Me daba instrucciones, me advertía de posibles obstáculos, me daba confianza. Ya sé que en lo que cuento se puede notar simpatía por un rector que no todo el mundo tuvo razones para admirar; yo creo haber aprendido mucho de él y en lo que a este tema se refiere fue un rector que creyó en el departamento de historia casi incondicionalmente y hay que reconocerlo con gratitud. El rector tenía ideas propias y controvertidas, pero en general lo vi como una persona con capacidad de escuchar. Historia Crítica: ¿Qué cursos se consideró importante incluir en el programa de pregrado? Jaime Jaramillo: Teniendo en cuenta la mala formación, la ignorancia sobre la historia tanto universal, de Latinoamérica y nacional con la que llegaban los estudiantes a las universidades, yo sostenía que había que hacer ciertos cursos más o menos convencionales de historia. Por ejemplo, que había que hacer un curso de historia de América que comenzara con la historia colonial y siguiera con la historia del siglo XVIII y del XIX, es decir, que había que conocer bien la historia de América Latina. Yo insistí mucho también, sobre todo cuando se estructuró la carrera de historia, en que los estudiantes deberían tener una formación general en lo que se llamaba historia universal, incluía un curso de la Antigüedad, de la Edad Media europea y de la época de la Revolución Industrial en Europa. Me parecían tres etapas que eran indispensables para tener una visión de la historia. Ahora considero que también debería haber un curso de historia de la China

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y del Japón, saber por qué llegaron esos países a ser lo que son y a jugar el papel que están jugando en el mundo actualmente. Ese es otro conocimiento que debe tener una persona con una cultura histórica más o menos buena. Mauricio Nieto: Otra pregunta que debíamos responder con claridad era qué tipo de historiadores queríamos formar, y cuál era el entrenamiento básico que debían tener. En el Departamento estaban todos los extremos, la idea de una cobertura cronológica exhaustiva, la concentración en temas colombianos, la importancia de la teoría y de otras Ciencias Sociales, lo esencial del trabajo de archivo y el manejo de fuentes. Yo creo que con el tiempo hemos llegado a un acuerdo equilibrado, pero al inicio del programa, un poco por convencimiento (de mi parte por lo menos) y en parte por mera necesidad, se argumentó que la historia en los Andes se beneficiaría de una perspectiva interdisciplinaria que no sólo podrían ofrecer los profesores del departamento, sino los otros departamentos de la Facultad. La idea de un programa flexible en el que los estudiantes podían aprovechar seminarios y cursos de otras carreras y la idea de doble programa con Historia creo que ayudaron a mostrar que la Universidad sí podía ofrecer un pregrado con ventajas sobre otros de mayor trayectoria en el país. Historia Crítica: ¿Cuál era la situación en cuanto a investigación y publicación? Mauricio Nieto: El Departamento tenía, desde mi punto de vista, una fortaleza notable, la revista Historia Crítica. En ese momento estaba suspendida su publicación, yo me ofrecí para hacer un número especial de Historia de la Ciencia (el número 10) y el Consejo del Departamento aceptó, pero con la condición de que asumiera la dirección de la revista. Como todos los que han asumido esa responsabilidad saben, la edición de una publicación es una actividad que exige mucho tiempo y trabajo, pero que deja muchas satisfacciones. Es una forma de ver de manera concreta y real los productos del trabajo académico, es un espacio privilegiado de reflexión y de aprendizaje. La única vez que tuve que discutir con Rudolf Hommes fue cuando quiso cerrar la revista Historia Crítica con argumentos financieros. Yo en ese entonces, como ahora, considero que la revista es una de las mayores fortalezas del departamento; de hecho creo que la Universidad debe prestar más atención a sus publicaciones, finalmente es lo que la hace visible como un lugar de investigación y producción de conocimiento. Yo ya sabía de qué se trataba la reunión y me llevé setenta argumentos y una terquedad

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que terminó en un trato, algo sobre la autonomía y financiación de la revista. No sé si cumplimos exactamente lo prometido, me temo que no, pero a Hommes se le olvidó y la revista está aquí y es una publicación mucho más robusta y mejor elaborada de lo que era entonces, una de las revistas de Historia más importantes y estables del país.

4. La situación actual del Departamento Historia crítica: ¿Cómo ve la situación actual del Departamento? Mauricio Nieto: El cambio ha sido enorme. La “casita rosada”, la sede del departamento, es hoy el lugar de muchos estudiantes de historia y ese solo hecho es un cambio importante. Ahora siempre hay en los pasillos rostros y nombres familiares. Pero mucho más significativo es la tarea de formar historiadores, docentes o investigadores con intereses y proyectos propios. Yo he asistido a una docena de defensas de tesis y sin temor a idealizaciones creo que todos estos trabajos de grado han hecho aportes originales. La

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preparación de seminarios y cursos para historiadores resulta mucho más exigente y divertida y estoy seguro que eso ha cambiado de manera positiva el trabajo de varios de nosotros. Todavía encuentro estimulante dar cursos para otras carreras, pero nunca es lo mismo que tener grupos de estudiantes que ven en la historia, en nuestro oficio, una opción de vida. Diana Bonnett: Actualmente, la formación de los profesores del Departamento se caracteriza por ser muy variada. De los trece profesores que tiene el Departamento, nueve poseen título de doctorado. Los cuatro restantes tienen título de Maestría y uno de ellos está en la fase final de consecución de su doctorado. Nueve han recibido sus títulos en universidades europeas, tres completaron su formación de posgrado en universidades de los Estados Unidos y yo soy la única con un doctorado en Latinoamérica. La formación que han recibido, las escuelas de historia de las que provienen y su inserción en el pregrado y en la maestría, provee al Departamento de un conjunto de profesores muy variado y con diferentes visiones acerca del trabajo investigativo. Esto hace que el Departamento tenga un perfil muy interdisciplinario. Una de las características del Departamento es que sus profesores no son graduados únicamente en Historia, sino que han tenido formación en diversos campos; a excepción de dos o tres casos que hemos tenido formación estrictamente en Historia, la mayoría se ha relacionado con otras áreas del conocimiento; los profesores provienen de otras áreas las Ciencias Sociales como Filosofía, Ciencia Política, Educación, Economía, Relaciones Internacionales, Antropología, Geografía y estudios sobre Migración. Este factor influye en que sus perfiles investigativos sean muy variados y que sus publicaciones se refieran a muy diversos tópicos del conocimiento. La diversidad también favorece su tarea docente, ya que sus cursos ofrecen diversos enfoques. En los últimos tres años se han contratado tres nuevas profesoras. Una de ellas, la profesora Margarita Garrido, dirige el programa de Maestría en Historia y su campo de estudio es la Cultura Política Colonial. Las otras dos profesoras, Claudia Leal y Marta Herrera son doctoras en Geografía. A su cargo ha estado la creación de la opción en Geografía y en este momento proyectan la Maestría en Geografía. El próximo agosto de 2006 se incorporará al Departamento uno de los primeros egresados, quien este año culmina su doctorado en la Universidad de Wisconsin [se trata de Camilo Quintero, quien publica un artículo en este número de Historia Crítica]. A su cargo estará la asignatura de Historia de Estados Unidos y colaborará con Mauricio Nieto en los cursos de Historia de la Ciencia.

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En cuanto a los cursos, la misión del Departamento y de la carrera -desde su creaciónha sido ofrecer cursos abiertos a toda la Universidad. Estas materias han tenido una muy buena recepción y a través de ellos los estudiantes se han interesado en hacer el doble programa o la opción en Historia. En el Año Básico en Ciencias Sociales, el Departamento de Historia ha tenido una presencia muy activa. Allí se ofrecen cursos de Introducción al programa y se ha tenido una presencia activa en las áreas de Filosofía e Historia de la Ciencia, Historia de Colombia y Temas colombianos. Como materias especializadas de Historia, se ofrecen cursos en las áreas de métodos de investigación histórica, teoría de la historia y los seminarios temáticos y de investigación. El Departamento también incluye en su plan de estudios los cursos de Geografía de Colombia y de Geografía general, un curso de Etnohistoria y en los períodos intersemestrales, desde hace unos años, se ha abierto un taller gratuito de Paleografía para los estudiantes que quieran ampliar su conocimiento de las escrituras de los siglos XVI, XVII y XVIII. Los cursos propios del programa varían semestre a semestre según sus áreas. En la medida en que ha crecido el Departamento se han ofrecido nuevos cursos con enfoques particulares, según la especialización de cada uno de los profesores. Por ejemplo se han ofrecido cursos sobre Raza y Nación, la Historia de la Ilegalidad en Colombia, la Historia de los Viajes de Exploración Científica, un seminario sobre Pensamiento Geográfico y otro sobre Cultura Política en la Colonia; un curso sobre la Historia de la Dominación y la Resistencia en Colombia y otro sobre Historia y Sociedad Global. Todos estos cursos proponen enfoques y metodologías diferentes, que tienen que ver con el problema que se trata y con la orientación propia del profesor que lo ofrece. Lo que sí es importante anotar es que las tendencias historiográficas de los profesores provienen en parte de las escuelas donde han sido formados, pero han sido actualizadas mediante la consulta de la producción histórica más contemporánea. La recepción de los estudiantes es positiva, pero a la vez crítica sobre los cursos. Muchos vienen con una idea muy tradicional de la Historia, y con los semestres van cambiando su apreciación sobre la disciplina. Su tendencia es a preferir los cursos teóricos, pero les gustan mucho los talleres y los cursos de investigación. En términos cuantitativos son más los estudiantes que ingresan al programa por haberlo conocido dentro de la Universidad, que los que llegan directamente del colegio. La calidad académica de los estudiantes de doble programa enriquece mucho al Departamento y siempre jalonan los procesos de aprendizaje.

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La investigación del historiador requiere de la búsqueda constante de fuentes. No obstante la carga docente, los profesores continúan sus investigaciones y se valen de sus asistentes graduados para la búsqueda de la información. De tal manera que el archivo es un lugar muy importante en el oficio de los profesores, pero éste se amplía a otros lugares de consulta permanente, tales como los museos, las hemerotecas, instituciones públicas y bibliotecas, que en sentido amplio son otros “archivos” para el historiador. En las bibliotecas revisan especialmente sus repositorios de libros raros y manuscritos. Es decir, las fuentes del historiador se encuentran en diferentes lugares que constituyen su Archivo. Los estudiantes investigan no sólo en los Archivos oficiales, sino en archivos particulares, en el Fondo Documental del Instituto Colombiano de Antropología e Historia (ICANH) y en las Bibliotecas de la ciudad. En oportunidades han necesitado salir de la ciudad con el fin de investigar en Archivos regionales, especialmente en Antioquia y Cartago. En la Biblioteca Luis Ángel Arango y en la Biblioteca Nacional hacen consultas permanentemente. La Hemeroteca Nacional y las Bibliotecas de las otras Universidades de la ciudad también son sitios de visita asidua de los estudiantes.

5. Las etapas claves según los entrevistados Historia Crítica: Si tuviera que resaltar las etapas claves que ha conocido la Historia en la Universidad desde que usted está vinculado, ¿qué momentos subrayaría? Hugo Fazio: A mi juicio, las etapas más importantes fueron la creación misma del Departamento en 1985 y la creación de la revista Historia Crítica en 1989; después, el fortalecimiento del cuerpo docente con profesores de planta a comienzos de los noventa, la apertura de la carrera de historia en 1996 y recientemente la apertura de la maestría. Mauricio Nieto: La decanatura de Francisco Leal le hizo mucho bien a la Facultad y, por lo tanto, al Departamento. Yo creo que Francisco le dio a la Facultad un lugar en la Universidad, en el Consejo Académico, distinto, más equilibrado frente a otras facultades que posiblemente miraban las de Ciencias Sociales como una facultad menor, como un complemento de “cultura” para carreras más técnicas. Eso se reflejaba por ejemplo en los salarios de los profesores.

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Sin duda otra transformación notoria la trajo la reciente apertura de la maestría. Tener estudiantes de posgrado, ofrecer seminarios para ellos, dirigir sus trabajos de grado es algo que tiene un efecto importante sobre los profesores. La coordinación de Margarita Garrido ha sido, sin duda, determinante para el éxito de este programa. Diana Bonnett: En cuanto a las etapas recientes que ha atravesado el Departamento se puede mencionar, en orden cronológico, la evaluación internacional del Departamento por parte de Sabine McCormack y Tamas Tzmrtzanyi en 2001, la cual arrojó resultados muy satisfactorios; la apertura de la Maestría en 2004, que ha tenido una positiva recepción hasta el momento; y la reciente Acreditación del Programa, que fue un reconocimiento al trabajo diario de cada profesor y del equipo administrativo del Departamento. Como momentos satisfactorios se pueden señalar la participación entusiasta de los estudiantes a las Convocatorias de Proyectos de Monografía de Grado que organiza el Centro de Estudios Socio-Culturales de la Facultad (CESO), la premiación de Juan Andrés León en el Concurso Otto de Greiff, la participación del Departamento en el proyecto de la reconstrucción de la historia del espacio físico de la Universidad, y para mí personalmente, la colaboración de Jaime Jaramillo Uribe en mis dos primeros años de dirección. Cuadro n° 1: Directores del Departamento de Historia (1984/85-2006) DIRECTOR Ana María Bidegain Daniel García-Peña Luis Eduardo Bosemberg (E) Jaime Jaramillo Uribe Alberto Flórez Malagón Luz Adriana Maya Jaime Jaramillo Uribe (E) Luis Eduardo Bosemberg (E) Mauricio Nieto Olarte Juan Carlos Flórez Diana Bonnett Vélez

FECHA ca. agosto 1984 - ca. 1987 ca. 1988 - febrero 1991 unos meses en 1991 mayo 1991 - diciembre 1992 enero - ca. diciembre 1993 ca. octubre 1993 - ca. febrero 1995 marzo 1995 - ca. agosto 1995 unos meses en 1995 noviembre 1995 - julio 1998 julio 1998 - julio 2000 julio 2000 -

Fuentes: Elaborado a partir de los datos facilitados por la Dirección de Recursos Humanos de la Universidad de los Andes y por algunos entrevistados.

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Cuadro n° 2: Coordinadores del Departamento de Historia (1985-2006) COORDINADOR Daniel García-Peña Isabel Clemente Luis Eduardo Bosemberg Muriel Laurent Carolina Valencia Ivonne Vera Katherine Bonil

FECHA ca. 1985 - ca. 1987 ca. 1988 - ca. 1990 ca. 1990 - julio 1998 agosto 1998 - enero 2001 febrero 2001- diciembre 2002 enero - junio 2003 junio 2003 -

Fuentes: Elaborado a partir de los datos facilitados por algunos entrevistados.

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El Licenciado Juan Méndez Nieto, un mediador cultural: apropiación y transmisión de saberes en el Nuevo Mundo Martha Lux Martelo

Introducción El propósito de este artículo es analizar la figura del mediador cultural a través del estudio de la vida y obra del Licenciado Juan Méndez Nieto, quien llegó a la ciudad de Santo Domingo procedente de Sevilla el 26 de enero de 1562. Allí vivió y ejerció la profesión médica hasta el año de 1569, cuando se trasladó de manera definitiva a la ciudad de Cartagena de Indias. Según su propio relato al llegar fue bien recibido, “ansý por la buena noticia que de mý tenían como por no aver médico en ella, porque el que avía era de poco tiempo fallecido y estavan con poco remedio para lo que se les ofreciera”1. Contaba para entonces Méndez Nieto con una formación humanista, de acuerdo con la información que proporcionan los libros de matrícula de la Universidad de Salamanca, donde apareció repetidamente registrado entre los años de 1546 y 1560, en los cursos de filosofía, lógica, gramática, artes, y medicina. Su buena práctica y acertadas curas, así como su usual actitud crítica e independiente, lo hicieron muy pronto merecedor de prestigio y respeto en la naciente ciudad de Cartagena2.  Artículo recibido el 31 de enero de 2006 y aprobado el 7 de marzo de 2006.  Magíster en Historia de la Universidad de los Andes. 1 MÉNDEZ NIETO, Juan, Discursos Medicinales, Salamanca, Universidad de Salamanca, 1989, p. 299. El manuscrito que se reproduce corresponde al original que reposa actualmente en la Universidad de Salamanca, compuesto de 501 hojas, escritas a lápiz a línea tirada y foliadas. En la encuadernación de comienzos del siglo XIX se escribió en el lomo con letras doradas: DISCURSOS MEDICINALES. 2 Ibid., pp. X, XI y XX.

 Historia CrítiCa No. 31, Bogotá, eNero-juNio 2006, pp. 53-76


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Aun cuando la figura del mediador cultural difícilmente puede ser definida en forma rígida o absoluta, para los efectos de este texto se entiende como alguien que atraviesa las fronteras físicas e intelectuales de dos o más culturas, identificando nuevas realidades, analizándolas e incorporándolas en su cotidianidad. Usualmente estos individuos muestran una gran capacidad para aclimatarse en espacios, lenguas y culturas distintas, al tiempo que conservan elementos de sus culturas de origen. Esta actitud les permite asumir el papel de difusores de prácticas culturales que, con frecuencia, se expanden no sólo en el medio en el que se radican, sino también en sus lugares de origen. Entre las diversas facetas relacionadas con el papel de los mediadores culturales está la de la movilidad, situación que les permite articular conocimientos de dos o más lugares, como resultado del proceso de desplazamiento al que se sometieron. En términos temporales, este contacto puede ser más o menos prolongado e incluye desde “un individuo de paso hasta personajes que se establecieron en territorios nuevos y se sumergieron en otras culturas, iniciando un proceso de adaptación y asimilación, pero sin perder sus raíces”3. Como mediador cultural Méndez Nieto puso en práctica los conocimientos que lo acompañaban, que habían sido aprendidos en España y que pasaron con él del Viejo al Nuevo Mundo, así como lo nuevo que iba descubriendo. El licenciado Méndez acostumbró cultivar las plantas locales que identificó como medicinales y mencionó en sus discursos que “de las pepitas que se sembraron, es de saber que las más dellas se gastaron en el hospital con mucho fruto y provecho que hizieron de los pobres.”4. Saberes e informaciones de diferente tipo y origen, prácticas producto de pensamientos y memorias distintas, que modificaban y desdibujaban la propia frontera. En su calidad de mediador el médico no sólo se apropió y utilizó lo que el nuevo espacio le ofrecía, sino que facilitó la transmisión de información entre sus pacientes, hombres y mujeres sin importar su origen y condición social. Llevando, recibiendo, tomando iniciativas, y propiciando comunicaciones e intercambios que lo convirtieron no sólo en actor de esas mutaciones que se producían, sino en producto él mismo de los encuentros y choques culturales5. 3

O´PHELAN GODOY, Scarlett y SALAZAR-SOLER, Carmen, “Introducción”, en O’PHELAN GODOY, Scarlett y SALAZAR-SOLER, Carmen (eds.), Passeurs, mediadores culturales y agentes de la primera globalización en el Mundo Ibérico, siglos XVI-XIX, Lima, Instituto Francés de Estudios Andinos, Instituto Riva-Agüero, 2005, p. 10. 4 MÉNDEZ NIETO, Juan, op. cit., p. 408. 5 GRUZINSKI, Serge, “Passeurs y elites católicas en las Cuatro Partes del Mundo. Los inicios ibéricos de la mundialización (1580-1640)”, en O’PHELAN GODOY, Scarlett y SALAZAR-SOLER, Carmen (eds.), Passeurs, mediadores culturales y agentes de la primera globalización en el Mundo Ibérico, siglos XVI-XIX, Lima, Instituto Francés de Estudios Andinos, Instituto Riva-Agüero, 2005, pp. 13-16.

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Vivió en un medio marcado por una profunda diversidad social, cultural y étnica, y tuvo por costumbre desplazarse para ver a sus pacientes donde se le requería. Cuando iba a las posadas del arrabal de Getsemaní donde se brindaba hospedaje a quienes llegaban de paso a Cartagena, mulatas como la “Mycina y la Castañeda”, lo retaban diciéndole: “Aquý quiero yo ver agora su ciençia y esos milagros que dizen que aze”6. Y él les respondía en diálogos de desafío y replica que quedaron plasmados en sus discursos. En los recorridos que hacía como médico visitaba igualmente a quienes se hospedaban en las “casillas que estavan en la plaçuela adonde agora se fabrican las galeras y acogían también huéspedes pobres y de poca monta.”7. En su larga práctica médica en la ciudad de Cartagena de Indias las mujeres y los hombres ya fuesen pobres o ricos, “blancos”, mulatos y “negros” se acercaron a consultar al Licenciado Méndez Nieto, y él los atendió, buscándole solución a sus problemas, en la convicción de que la finalidad del quehacer médico era hallar remedio a las enfermedades y necesidades de los pacientes, ya fuesen éstas del cuerpo o del alma. Consideró que los cometidos de la profesión le imponían contar con unas características particulares que él describió de la siguiente manera: “Claro y agudissimo yngenio con la prudençia de viejo para saber variar la cura y limitar los generales preceptos y reglas y algunas vezes […] romper por todos y azer poco caso dellos según que la neçessidad lo demandare”8. Llegó incluso a escribir que el médico debía no sólo tener grado en estudios, sino contar también con el ánimo y la audacia para tomar decisiones, de manera que “quien fuere pusilánime, tímido y encogido, no vale cosa para médico9. Sin embargo, en su opinión lo fundamental para el buen ejercicio de la medicina era que quien la practicase debía leer mucho y con frecuencia, porque quienes no lo hacían, “nunca açiertan a azer cosa buena.”10. Igualmente fue enfático al afirmar que cuando se descubría la utilidad de un medicamento el conocimiento debía ser compartido “porque la buena opinión en el médico, y aún en los demás honbres, es de más importancia y más segura que la azienda ny el dinero.”11.

6 MÉNDEZ NIETO, Juan, op. cit., p. 329. 7 Ibid., p. 402. 8 Ibid., p. XXXIX. La numeración en romanos corresponde a la Introducción que hizo Luis S. Granjel a los

Discursos Medicinales de Méndez Nieto. 9 Ibid., p. XXXIV. 10 Ibid., p. 415. 11 Ibid., p. 412.

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Al aproximarnos a la figura de Méndez Nieto como mediador cultural es necesario tener en cuenta dos factores fundamentales como son: lo que ofrece el intermediario es una reproducción de lo que desea representar, y esta acción puede ser en ocasiones espontánea y en otras premeditada, de manera que lo que se dice y hace puede ser en sí un acto consciente no exento de propósito. En segunda instancia, la audiencia a la que se dirige la información que se desea transmitir es distinta a aquella donde originalmente se produjo, lo que permite al mediador tomarse ciertas libertades a la hora de presentar el contenido12. La importancia como fuente de los discursos del Licenciado Méndez Nieto es que a pesar de que no lo buscaban explícitamente se convierten en documentos que indirectamente ayudan en la reconstrucción de la vida cultural y social de la ciudad. Así mismo, el hecho de que él mismo escribiera sobre lo que fueron sus experiencias, lo convirtió en actor de sus propios relatos. Gran parte de estos relatos hacen referencia a hechos sucedidos durante el curso de su vida y práctica en la ciudad de Cartagena, y la mayoría de ellos fueron escritos años después de que ocurrieron. No sabemos si el médico llevó un registro escrito de estos casos y los retomó para incluirlos en sus discursos; lo evidente es que la escritura de una parte de ellos pasó por el tamiz de la memoria y del recuerdo. Qué se olvidó, qué se dejó de lado, y cómo se recordaron los detalles con el tiempo, es una circunstancia que se debe tener presente. Para entender cómo diferentes culturas que conviven juntas interactúan podemos referirnos a Carlo Ginzburg, quien señaló cómo deben ser cuidadosamente analizadas e interpretadas en su coexistencia las culturas subalternas y dominantes, sin incurrir en el error de ver a las primeras como subproductos o excedentes de las clases dominantes13. Retomó Ginzburg la hipótesis de Bajtin acerca del valor de la influencia recíproca y de la circulación cultural, mostrando que frente al carácter discursivo unidireccional impositivo de la retórica clásica, la construcción participativa da cabida a la diversidad y la multiplicidad de voces14. De otra parte, se debe tener presente que todos los individuos están vinculados por “múltiples hilos” a sus ambientes y culturas ancestrales, lo que hace que junto a lo que aparece como nuevo hay siempre residuos del pasado indescifrables al análisis y que forman parte de la comprensión de lo diferente15.

12 BURKE, Peter, La cultura popular en la Europa moderna, Madrid, Alianza Editorial, 1991, pp. 115-129. 13 GINZBURG, Carlo, El queso y los gusanos, 4a edición, Barcelona, Muchnik Editores S.A., 2000. 14 BAJTIN, Mijail, La Cultura Popular en la Edad Media y en el Renacimiento, Madrid, Alianza Editorial, 1987, pp.

8-15.

15 GINZBURG, Carlo, op. cit., pp. 10-24.

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1. Contexto histórico La ciudad de Cartagena de Indias fue fundada en la primitiva isla de Calamarí por el madrileño don Pedro de Heredia el primero de junio de 1533. Debido a sus privilegiadas condiciones naturales, muy pronto se convirtió en puerto marítimo clave para el sistema de flotas y punto de penetración hacia el interior del territorio16. Al tiempo que disminuía la población indígena comenzó la importación masiva de mano de obra africana a través del puerto. Los barcos negreros arribaron a la ciudad en forma ininterrumpida durante los doce meses del año, a diferencia de los buques de las grandes flotas que llegaron de manera irregular. Sólo en el último quinquenio del siglo XVI el asentista Pedro Gómez Reynel, amparándose en una real cédula, introdujo a la ciudad de Cartagena 15.445 esclavos. A su vez, en una carta del gobernador Pedro de Lodeña con fecha del 15 de julio de 1591, se encontraron cifras para los años de 1585 y 1590, donde se menciona la llegada de 6.870 africanos. Antonino Vidal sumó estos valores al promedio calculado por contrabando e hizo aproximaciones para los años de 1590 a 1610 del orden de 45.000 ‘piezas’. Un porcentaje de los esclavos que llegaron en las cargazones negreras fueron retenidos en la ciudad, el resto continuó su viaje hacia el Nuevo Reino de Granada y los demás virreinatos de América meridional17. En su calidad de puerto comercial y enclave militar al servicio de la estructura del imperio, la ciudad fue creciendo y desarrollándose de acuerdo con los objetivos propios del sistema colonial. En ella buscaron sus habitantes organizar su vida económica, y allí cifraron sus esperanzas y materializaron sus posibilidades de ascenso social. La inicial conquista militar fue seguida por un reparto de privilegios en una sociedad animada por el deseo de buscar enriquecimiento. La cultura de la minoría dominante que se identificaba a sí misma como el modelo “verdadero y perfecto”, deshumanizaba lo que le resultaba diferente e incomprensible, buscando occidentalizar el imaginario de indígenas y africanos18. La desestructuración de estas sociedades a las que se les 16 URUETA, José P., Guía descriptiva de la capital del Departamento de Bolívar, segunda edición corregida e ilustrada

por Eduardo G. de Piñeres, Cartagena, Tipografía de vapor, 1912, pp. 19-21.

17 VIDAL ORTEGA, Antonino, Cartagena de Indias y la Región Histórica del Caribe,1580-1640, Sevilla, Universidad de

Sevilla, 2002, 161-165; BORREGO PLÁ, María del Carmen, Cartagena de Indias en el siglo XVI, Sevilla, Escuela de Estudios Hispano-Americanos, Imprenta Alfonso XII, 1983, pp. 50-80. 18 Para mayor comprensión de estos procesos véase WACHTEL, Nathan, The Vision of the Vanquished, Londres, The Harvest Press Limited, 1971, pp. 2-8 y 204-207; GRUZINSKI, Serge, La colonización de lo imaginario, México, Fondo de Cultura Económica, 1993, pp. 9-13 y 198; MAYA, Luz Adriana, Brujería y reconstrucción de las identidades entre los africanos y sus descendientes en la Nueva Granada, Siglo XVII, Bogotá, Ministerio de Cultura, 2005, p. 540.

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negaba su identidad cultural fue acompañada de continuidades parciales, en procesos en los que se absorbían ideas y prácticas nuevas sin que por ello desapareciese la propia cultura. Lo religioso, la representación del espacio y tiempo, el corpus social y cultural para todos estos individuos, se hallaba vinculado al sistema cultural en el cual nacieron y crecieron. Los hombres y mujeres provenientes de la península ibérica y de África, así como los indígenas nativos de América, no constituyeron grupos homogéneos; “blancos” y africanos fueron llegando de diferentes procedencias y con pertenencias culturales propias y esas herencias histórico-culturales particulares no dejaron de estar presentes en el curso de sus vidas en Cartagena de Indias. La improvisación buscando la eficacia inmediata y la satisfacción de los deseos, llevó indiferentemente a buscar las soluciones en todas las culturas presentes19. Las disposiciones, acciones, preferencias, hábitos y actitudes orientaron dentro del espacio social a sus miembros, haciéndolos reaccionar adaptativamente a los eventos y a las situaciones de la vida cotidiana. Ese conjunto de disposiciones que permiten sentir, percibir, pensar y actuar de una manera determinada constituyen el habitus, que se ha interiorizado e incorporado de tal manera que forma parte del ser individual. Estos habitus necesariamente son similares entre aquellos que comparten espacio y formas de vida semejante, y hacen que la producción y la disposición que asumen ante los discursos se encuentre limitada por su personal perspectiva social20. Debido a la creciente población que llegaba a la ciudad, ya fuera para quedarse en ella o de paso, fue necesario que pronto se fundaran hospitales: el de San Sebastián, fundado en el siglo XVI, fue administrado por los hermanos de la Orden de San Juan de Dios, y se ubicó dentro de la ciudad para atender principalmente a la población española y a los miembros de las mejores familias. El hospital del Espíritu Santo, construido en el año de 1603, atendía a los enfermos convalecientes, y se localizó en el arrabal de Getsemaní, y el de San Lázaro, que sirvió para brindar atención de los enfermos de lepra, comenzó a construirse después de 1615. Fue considerado de extrema utilidad debido al creciente número de enfermos de este mal en la ciudad21.

19 Ver los análisis ofrecidos por GRUZINSKI, Serge, op. cit., pp. 95-102. 20 BOURDIEU, Pierre, In other words: essays toward a reflexive sociology, California, Stanford University Press, 1990,

pp. 12-15.

21 BORREGO PLÁ, María del Carmen, “La conformación de una sociedad mestiza en la época de los Austrias,

1540-1770”, en Historia Económica y Social del Caribe Colombiano, Barranquilla, Ediciones Uninorte, 1994, p. 34.

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2. La figura del médico en Cartagena de Indias La presencia de médicos en territorios americanos fue relativamente temprana. El doctor Chanca acompañó a Colón en su segundo viaje, arribando a Tierra Firme en el año de 1495. Posteriormente lo hizo el capitán Antonio Díaz Cardozo, nacido en Portugal, y quien tenía “algunos conocimientos médicos” pero sin ser médico graduado. En 1522 don Gonzalo Fernández de Oviedo, teniendo en cuenta que en Cartagena había indios caribes “flecheros”, envió una petición al Rey solicitando licencia para que se estableciese en este lugar un cirujano. En el año de 1528, el Rey nombró a Luis de Soria como médico y cirujano de la provincia de Santa Marta, con salario de 40,000 maravedíes, y ya para el año de 1547 se estableció en Cartagena para ejercer la medicina Martín Rodríguez, al tiempo que se esperaba la llegada de un boticario que venía de Santo Domingo, trayendo con él su botica personal22. La medicina que se practicó por los galenos del siglo XVI y XVII al llegar a Cartagena, y demás tierras del Nuevo Reino de Granada conllevó una adaptación al medio y una incorporación de los saberes locales a los conceptos importados de la medicina europea. Escribió Méndez Nieto que muy pronto recibió información acerca de una “rayz con que se purgaban los yndios”, una especie, según su descripción, de batata que recién cogida producía excelentes resultados y a la que los indios llamaban “aryty”23. Plantas medicinales locales de propiedades curativas que el médico identificó, clasificó y utilizó para beneficio de sus pacientes de acuerdo a la necesidad y pertinencia terapéutica. La tradición médica de la península ibérica mezclaba la influencia árabe, judía y romana. Al afianzarse el galenismo humanista (basado en las experiencias acumuladas y en el contraste entre enfermedades), se incorporaron a la literatura clásica de Plinio, Hipocrátres, Discordes y Avicena que se venía utilizando, nuevos elementos como fue la anatomía de Versalio y las nuevas perspectivas sobre fisiología y terapéutica, propias del siglo XVI. Para entender y discernir el origen de las dolencias se apoyaban en el estudio de los fluidos y de los humores del cuerpo (sudor, orina, heces, sangre y “vapores”) y en el pulso que mostraba su equilibrio24. Juan Méndez Nieto en sus discursos usaba referir el estado del pulso de sus pacientes, y le atribuía gran importancia. 22 SORIANO LLERAS, Andrés, La medicina en el Nuevo Reino de Granada durante la Conquista y la Colonia, Bogotá,

Universidad Nacional, 1966, pp. 40-42. 23 MÉNDEZ NIETO, Juan, op. cit., p. 341. 24 GARCÍA BALLESTER, Luis, Sobre la localización de las enfermedades: Introducción al texto de Galeno, Madrid, Editorial Gredos, pp. 20-30; LÓPEZ PIÑERO, José María, Ciencia y técnica en la sociedad española de los siglos XVI y XVII, Barcelona, Labor Universitaria, 1979, pp. 42-46.

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Dice en uno de esos casos: “Le tome el pulso y vide que lo tenía como un honbre que le están dando garrote, muy rezio y fuerte y muy desigual; y saltando, pregunté qué tiempo avía que estava enfermo. Dixéronme que avían dycho sus médicos que estava en el seteno”25. No era lo mismo ser médico, cirujano o barbero, y la Corona española reglamentó estos oficios. El médico se ocupaba de las enfermedades que se producían en los órganos internos del cuerpo, el cirujano operaba, y el barbero sacaba muelas, sangraba y afeitaba. Los cirujanos como los médicos asistían a la universidad, pero el énfasis de estudios era diferente, y sólo los médicos estudiaban latín. Los médicos tenían que aprender a diagnosticar la causa de la enfermedad, a pronosticar el curso de la misma, y a decidir cuál terapia era la apropiada para curar a los enfermos que se encontraban a su cargo. Los boticarios por su parte eran otro gremio de más baja alcurnia, pero igualmente importante porque sobre ellos recaía la elaboración de los medicamentos26. La búsqueda y el mantenimiento de la salud se lograban con dietas y sangrías. Ante la enfermedad se formulaba reposo, purgas, dietas, bebidas en cantidad abundante, ungüentos, y esperar con paciencia su evolución, pero si no había mejoría, no estaba de más recurrir a la confesión y proceder a hacer testamento27. Con estos conocimientos sobre medicina llegó Méndez Nieto a Cartagena en 1569, cuando ya había hospitales pero no protomedicato28, y tampoco se había instalado en la ciudad el Tribunal de la Santa Inquisición.

3. Sobre la vida del licenciado Juan Méndez Nieto Juan Méndez Nieto nació en Miranda do Douro, Portugal, de estirpe de judíos conversos, y aunque no se conoce fecha exacta de su nacimiento se consideran como probables los años entre 1531 y 1535. Cursó sus estudios de medicina en la Universidad de Salamanca y gustó siempre de ufanarse sobre lo que fue su formación académica 25 MÉNDEZ NIETO, Juan, op. cit., p. 328. El pulso mostraba la tensión arterial, “seteno” hacía referencia al séptimo

día. La duración de la enfermedad podía cambiar el diagnóstico, y por ende el tratamiento y el pronóstico. 26 LANNING, John Tate, El Real Protomedicato. La reglamentación de la profesión médica en el Imperio Español, México, Universidad Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 1977, pp. 20-35. 27 PORTER, Roy, “Les stratégies thérapeutiques, De la Renaissance aux Lumières”, en GRMEK, Mirko D., Histoire de La Pensée Médicale en Occident, Paris, Édition du Seuil, 1996, Tomo II, p. 206; MÉNDEZ NIETO, Juan, op. cit. p. XIX. 28 El control de las prácticas médicas lo hacía el protomédico, quien debía igualmente revisar la calidad de los medicamentos. Este oficio se instauró en España a partir de 1588 y sólo hasta 1634 se envió el primer protomédico a Cartagena. LANNING, John, op. cit., pp. 20-35.

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al lado de profesores clásicos como fueron Lorenzo Alderete y Fray Tarciso Gregorio de Asís. Luis S. Granjel, quien hizo la introducción de los “Discursos Medicinales”, dice que en los libros de matrícula de la Universidad de Salamanca, Méndez Nieto aparece matriculado en 1556 en medicina, obteniendo su grado de bachiller médico en el año de 1559. No se sabe con certeza si obtuvo o no el título de licenciado, pero los registros muestran que en 1522 comenzó formalmente sus estudios de latín29. La utilización del latín para los médicos debía incluir las siguientes características: debían leerlo, hablarlo y escribirlo, y su utilización y buen manejo eran fundamentales para la práctica médica como sinónimo de distinción y erudición. Méndez Nieto, por su parte, en sus discursos escribió con frecuencia pequeños apartes en latín. Narró en ellos que cuando se encontraba haciendo sus estudios en la Universidad de Salamanca tuvo la suerte de contar entre sus compañeros a dos africanos que habían estudiado latín y artes en Coimbra, y que lo hablaban de forma más elegante que los maestros de Salamanca, de manera que: “Me hizieron hablar y escrevir el latín a su modo y muy diferentemente de lo que en Salamanca se usava.”30. La experiencia temprana con dos estudiantes africanos hacia los cuales sintió admiración, resulta interesante, particularmente por el contraste y la desvaloración que los españoles y la sociedad “blanca” mostraron para con ellos posteriormente en América. Cuando se encontraba trabajando en el hospital “Del Amor de Dios” en Sevilla, contrajo matrimonio con doña Marta Ponce de León, sobrina de la Marquesa de Villanueva, bajo el airado rechazo de la familia de la novia. Esta situación lo llevó a acelerar su viaje a América, y en el año de 1561 viajó a La Palma, isla Canaria, para organizar viaje a las Indias, debido a que en su condición de portugués y Cristiano Nuevo tenía impedimentos para utilizar los barcos de la flota que viajaban a América31. El permiso de viaje se le otorgaba sólo a los que podían demostrar su condición de Cristiano Viejo, y los que podían hacerlo cuidaban ese requisito para evitar posteriores inconvenientes. Así se lo sugiere Francisco del Barco a su suegro, en una carta enviada desde Cartagena en el año de 1575, que dice así: “Será necesario en su propio pueblo haga una probanza de cómo es cristiano viejo, y no es de los prohibidos [...]”32. En el año de 1562 Méndez Nieto llegó a Santo Domingo donde el licenciado Angulo, en su calidad de gobernador de la isla, le requirió personalmente por la licencia de 29 30 31 32

MÉNDEZ, NIETO, Juan , op. cit., pp. XII y XIII. Ibid., pp. 5 y 6. Ibid., pp. XIX y XX. OTTE, Enrique, Cartas privadas de emigrantes a Indias, 1540-1616, México, Fondo de Cultura Económica, 1993, p. 292.

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autorización para viajar y luego le preguntó: “Trae muchos libros?”, a lo que Méndez Nieto respondió afirmativamente, y continuó preguntándole: “Vienen registrados por el Santo Oficio?”, a lo cual el asintió33. Aunque la dinámica de este interrogatorio sugiere que Méndez Nieto contaba con la respectiva licencia, la información al respecto no es lo suficientemente clara como para afirmarlo con certeza. En efecto, las dudas acerca de la legalidad o no de su procedencia, llevaron a que durante su estadía en Santo Domingo se le llamará en varias ocasiones a responder por sus acciones. Ocho años después de su llegada, partió hacía Cartagena debido a que cursaba en su contra un proceso de expulsión, a cargo del fiscal Diego de Santiago del Riego, por ser considerado médico portugués de “los prohibidos a pasar a las Indias.”34. Existen diversas comunicaciones donde se advirtió sobre el número de extranjeros que llegaron sin licencia al Nuevo Reino de Granada, lo que llevó a que el Rey Felipe II en 1560 prohibiera que viajaran portugueses en los navíos, [...] que ningún extranjero de estos nuestros Reinos ni naturales de ellos pase a las nuestras Indias, Islas y Tierra Firme del mar Océano sin expresa licencia nuestra, y somos informados que muchas personas, así extranjeros como naturales, contra la dicha prohibición y sin tener licencia nuestra pasan a las dichas nuestras Indias escondidamente [...]35.

Varios estudios realizados han tenido como tema central la situación a la que se vieron forzados los judíos, en los que se hace referencia a “la contradicción vivida por estas almas -de sentirse a la vez ciudadanos y forajidos que habían de andar a sombra de los tejados- que está latente y patente en las flores lúgubres del estilo ascético y picaresco.”36. Trágica condición la de sus vidas que osciló entre la huida y el ocultamiento. Para el caso de Cartagena, la presencia de judíos conversos fue importante durante la Conquista y la Colonia, y para el año de 1535 a sólo dos años de fundada la ciudad, el obispo Fray Tomás de Toro y Cabero comunicó al Rey: “Hay muchos conversos [...] en esta parte y malos cristianos, y así no faltan muchos errores y herejías que el 33 MÉNDEZ NIETO, Juan, op. cit., p. 139. 34 Ibid., p. XXIII. 35 FRIEDE, Juan (comp.), Fuentes documentales para la historia del Nuevo Reino de Granada, Bogotá, Biblioteca Banco

Popular, Editorial Andes, 1975, volumen III (1560-1562), documento 55. 36 CASTRO, Américo, España en su historia. Cristianos, moros y judíos, Buenos Aires, Editorial Losada, 1948, p. 578; BARTRA, Roger, Cultura y melancolía, Barcelona, Editorial Anagrama, 2001, p. 101.

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dicho obispo ha comenzado a prender y a castigar a algunos delincuentes.”37. Tuvieron por costumbre asistir a las actividades sociales y participaron en las ceremonias religiosas, circunstancias que facilitaron el que sus hijas contrajeran matrimonio con Cristianos Viejos establecidos. Llegaron incluso a mantener vínculos de amistad con los inquisidores cuando el Tribunal se estableció en la ciudad en el año de 1610, así como con los gobernadores y con el clero38. Méndez Nieto por su parte escribió en sus discursos que atendió como pacientes al gobernador Pedro Fernández de Bustos, al gobernador don Jerónimo de Cuaco, al Inquisidor Ulloa que llegó de paso hacía el Perú, al alguacil mayor Francisco de Mercado, a los escribanos mayores Andrés del Campo, a Juan de Meneses, Francisco Martínez, adscritos al Cabildo, a Gonzalo Vásquez, factor del Rey, a Juan Bautista, escribano del rey, al capitán Myota, al Sargento Mayor Francisco de Santander, a los capitanes Pedro Vique (comandante de galeras) Francisco Sánchez, Antonio de Barros, y Juan Muñiz Navas teniente de gobernador, entre otros funcionarios de la ciudad39. Sus anotaciones sobre la identidad de sus pacientes permiten establecer que, en su práctica médica, el Licenciado Méndez Nieto atendió a personas de los sectores acomodados de la ciudad de Cartagena, comerciantes, funcionarios o encomenderos, así como a sus mujeres. Pero atendió también a pobres y esclavos que con frecuencia requerían de sus servicios, teniendo por costumbre ejercer su oficio en un medio marcado por una fuerte diversidad social, étnica y cultural. En su calidad de converso aceptó el cristianismo, pero su ideario religioso y espiritual, “al menos en lo que deja entrever la lectura de sus libros, no era el de un cristiano viejo, ni mucho menos el de la Contrarreforma”40. El licenciado Méndez Nieto llegó a una América ajena a su cultura trayendo consigo sus libros y su curiosidad intelectual. Allí se le consideró sospechoso de ser un médico judío converso de los prohibidos a viajar a las Indias. Para justificar su presencia en Cartagena fue necesario que se destacaran los servicios prestados al Rey como “médico de las flotas en su tránsito hacia el puerto Nonbre de Dios.”41. De sus afanes, luchas, 37 GARCIA DE PROODIAN, Lucía, Los judíos en América. Sus actividades en los virreinatos de Nueva Castilla y Nueva

Granada, S. XVII, Madrid, Publicaciones del Instituto Arias Montano, Artes Gráficas Resma, 1966, pp. 59-60. 38 Ibid., p. 47. 39 MÉNDEZ NIETO, Juan, op. cit., pp. 293-557. En el tercer libro de los Discursos Medicinales, “cyudad de Cartagena del Poniente”. 40 DEL CASTILLO MATHIEU, Nicolás, “Juan Méndez Nieto, autor del primer tratado colombiano de medicina”, en Thesaurus, tomo XLV, Bogotá, Boletín del Instituto Caro y Cuervo, 1990, pp. 2-36. 41 MÉNDEZ NIETO, Juan, op. cit., p. XXIV.

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triunfos y satisfacciones, escribió así: “Engolfado en el mundo y sus miserias, sin jamás tomar puerto ni sosiego […] anduve todo el tiempo de mi vida sin orden sin conçierto y sin medida, mil vezes intenté salir a nado […]”42. Partió de España sin ser español, vivió como cristiano sin serlo realmente, fue un extraño entre múltiples extraños, buscando siempre ser aceptado sin ceder en sus intenciones; combinación de situaciones que le permitieron desarrollar una sensibilidad particular para buscar, comprender, apropiarse y utilizar lo que el medio le ofrecía.

4. El legado de la obra de Juan Méndez Nieto Cuando escribió los Discursos Medicinales entre 1607 y 1611, Méndez Nieto había ya escrito otros dos libros, cuyas licencias y aprobaciones se encontraban listas para pasar a impresión. Estos dos libros fueron De la facultad de los alimentos y medicamentos yndianos y un Tratado de las enfermedades práticas deste Reino de Tierra Firme43. En varios apartes de los Discursos medicinales se refirió también a otra obra escrita por él “que contiene las flores y todo lo bueno en suma que todos los sabios ill[ustr]es han escrito”, pero con excepción de Los Discursos Medicinales todos los otros libros se consideran perdidos44. Los Discursos Medicinales45 fueron escritos por Méndez Nieto por petición de su yerno, “lisençiado Gonçalo Gonçalez de Mendoza”, a partir de 1607, y se los dedicó al Licenciado Alonso Maldonado, oydor de su Majestad en su Real Consejo de Yndias, en Cartagena del Poniente, en primero de julio de 1611 años46. Sin embargo, no le resultó fácil lograr la aprobación para la impresión de este libro, por lo que debió nombrar un apoderado, el señor Francisco de Torres, para que lo representara legalmente en España, procedimiento que se hizo el 16 de enero de 1616 en la villa de Madrid ante escribano público y testigos. El licenciado Méndez narra al respecto: […] haviéndose de imprimir por mi quenta, todo aquello que fuere menester asta que aya efeto a su elección y voluntad, en el qual dicho gasto estaré y pasaré por la quenta que el dicho Francisco de Torres me

Ibid., pp. 15-16. Ibid., p. 555. Ibid., p. XXVII. El manuscrito original de los “Discursos Medicinales” reposa en la Biblioteca Universidad de Salamanca, y se compone de 501 hojas de papel, con numeración arábiga. 46 MÉNDEZ NIETO, Juan, op. cit., p. 4. 42 43 44 45

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diere. Y para que pueda sacar de poder de los dichos livreros y cada uno dellos todos los cuerpos que ansí se imprimieren, y los poder vender después de authoriçados a quien le pareçiere […]47.

Las dificultades que siempre lo acompañaron no disminuyeron su voluntad para lograr sus cometidos, lo que se percibe en su obra, así como su particular y agudo sentido del humor. Cuando enfermó el gobernador don Jerónimo de Cuaço el licenciado describió la situación de la siguiente manera: “Acudieron luego al chyllido todos los médicos […] que en esto semejan mucho a las malas mugeres, que lo dan por su plazer a quien no se los demanda […] más quando los enfermos son tan poderosos.”48. Anotación burlesca cargada de crítica social, que rompía las barreras entre lo cómico y lo serio. Mantuvo en el cuerpo del relato y en su organización formal un orden cronológico, subrayando los momentos críticos tanto de su vida personal como profesional. Los discursos de Méndez Nieto están compuestos por tres libros fraccionados en capítulos; el primero de ellos consta de veinte discursos en los que se narran los años vívidos en España, desde el momento en que llegó a Salamanca a hacer sus estudios universitarios. El segundo libro, conformado también por veinte discursos, hace referencia a su permanencia de ocho años en Santo Domingo y a las curas que hizo allí. El tercero y último libro se compone de cuarenta discursos, que comprenden todo el período de su vida en Cartagena de Indias. En todos ellos se menciona el nombre y condición social del enfermo al que atendió, la dolencia que padecía y la intervención clínica pertinente. Pero antes de terminar, incluía lo que sería el rasgo distintivo y singular de su obra: el detalle personal y humano con que habló de sus enfermos, de sus deseos, sus temores y de las reacciones que ellos tuvieron ante situaciones particulares. Recriminó en algunos casos a sus pacientes de egoísmo e ingratitud, pero no por eso desapareció su preocupación por curarlos49. Estos discursos se constituyen en documento valioso sobre lo que fue el discurrir de la medicina en la ciudad de Cartagena de Indias en los siglos XVI y principios del XVII y sobre la sociedad en general. Méndez Nieto apoyó sus decisiones en los criterios médicos aprendidos manteniendo siempre la costumbre de citar a sus profesores para darle consistencia a su saber. Sin embargo, muy pronto comenzó a observar prácticas locales y a incluirlas en su repertorio, así como la utilización de plantas del entorno a las que se le atribuían cualidades curativas. Un pasaje que resulta ilustrativo es el siguiente: 47 Ibid., p. 556. 48 Ibid., p. 439. 49 Ibid.

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Es de saber que ay en esta cyudad de Cartagena y Reyno de Tyerra Firme, que en Santo Domingo no me acuerdo averlo visto, un árbol montesino que los negros y gente del canpo llaman limpiadientes, tomando del efeto la denominaçión, con el cual se escusan todos los remedios y gastos que, fuera de las evaçuaçiones, en esta cura se requiren; por lo qual me pareçio ser justa cosa dar notiçia dél y de sus virtudes antes de acabar con esta cura, porque los palitos del lentisco en este caso azen, lo hazen los deste árbol con mucha ventaja, y ningún hisopillo ay de polvos ni çerdas para limpiar dientes que tan bien lo haga como son las hojas deste árbor, verdes o secas, siendo mascadas y refregados los dientes con ella.50

Méndez Nieto se ocupó a su vez de los problemas de la belleza y la estética, que entraron sin duda dentro del campo de la medicina. Pero su preocupación sobre estos temas y el hecho de que escribiese sobre ellos, fue debido a que las mujeres lo consultaron repetidamente para que las ayudara, particularmente en lo concerniente al ornato personal51. En el año de 1570 Felipe II firmó una Cédula Real en la que hizo manifiesto su interés por la recolección de plantas medicinales, pero sólo hasta 1574 ordenó que se recogiera información sobre los conocimientos de caciques, curanderos y hierbateros. Las comunidades locales venían utilizando y en algunos casos cultivando plantas medicinales, y el propósito del gobierno español, como un primer paso antes de proceder a la apropiación de los recursos naturales existentes en América fue diferenciar las plantas útiles de las que no lo eran52. Se inició así la recolección sistemática de información que sería publicada tres años después con el sugerente título de “Instrucción y memorias de la descripción de las Indias que su majestad mandó hacer para el buen gobierno y ennoblecimiento dellas”53. Los conocimientos recopilados fueron traducidos e interpretados de acuerdo con los parámetros médicos europeos. Hizo referencia Méndez Nieto que, encontrándose en Santo Domingo, recibió una carta del licenciado Diego de Narváez, oidor del Consejo de Indias en la que se le decía que el Rey había enviado una cédula al gobernador solicitándole que “me diese todo favor y ayuda, para que acabasse el libro que estaba aziendo [...] y se lo enbiase 50 Ibid., p. 232. 51 Ibid., p. 229. 52 Ibid., pp. 137-139. 53 NIETO OLARTE, Mauricio, Remedios para el Imperio. Historia Natural y la Apropiación del Nuevo Mundo, Bogotá, Instituto Colombiano de Antropología e Historia, 2000, pp. 139-141.

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[...] porque lo quería mandar conferir con el que el dotor Francisco Hernández54, su médico, avía por su mandado fabricado en la Nueva España”55. Sus inquietudes lo llevaron continuamente a intercambiar opiniones no sólo con cirujanos y barberos, sino también con mohanes e indios curanderos, como sucedió cuando el gobernador Martín de las Alas enfermó y se solicitó su intervención. Viajó a visitarlo a Turuaco, pueblo de “yndios del Rey” que se encontraba a cinco leguas de Cartagena, y al llegar lo encontró recuperado. Comenzó a investigar sobre las razones de su mejoría, y recibió información sobre el agua que allí se acostumbraba beber, de la que decían tenía “alguna oculta y secreta propiedad”. De esta manera contó lo sucedido: Levantéme con esta imaginación y voyme a la fuente y arroyo, de donde se bebe, y hallo que es un nacimiento y fuente que arroja un ojo de agua hazia arriba derecho y muy copioso que forma un grande arroyo; y, saliendo, como sale, el agua denbaxo de tyerra, no sale bien clara, sino zarca, y ansý le llaman la Fuente Zarca. Luego se me representó que tenía misterio aquella agua y que pasava lavando algunas raýzes de árboles o plantas minerales, de donde se le pegava aquella virtud y color que tenía tan perpetuo y turbulento. Y, para más certificarme, me fuy al cacique, que era un yndio viejo, y a otro más viejo aún que él, que era el dotor y curandero, que a todos los curava quando algún mal tenían [...] preguntados sy avía yndios enfermos de piedra o de la urina, dixeron que nunca tal cosa se avía allý visto y que dos mayordomos avían allý conocido, enfermos destas enfermedades, y que anbos avían sanado en estando dos meses en aquel pueblo56.

La observación fue el primer paso que dio Méndez Nieto en el proceso que le permitió confirmar sus sospechas acerca de las propiedades curativas que tenía el agua de la fuente. A continuación procedió a constatar a través de sus sentidos los hechos de la naturaleza, identificando las raíces de los árboles y plantas allí presentes que le conferían sus características medicinales. Finalmente, buscó obtener una certeza demostrativa, apoyándose en la experiencia del cacique y el curandero local, que le proporcionaron 54 Francisco Hernández fue el primer científico enviado en una expedición oficial (1571-1577) con el objeto de estudiar la naturaleza del Nuevo Mundo. Toda su labor de recolección de información se realizó en la Nueva España. Los manuscritos producto del trabajo realizado por Hernández se encuentran actualmente divididos en seis tomos. MEDINA, José Toribio, Biblioteca Hispanoamericana, Santiago de Chile, Fondo Histórico y Bibliográfico José Toribio Medina, 1959 (edición facsimilar de la de 1900), T. II, pp. 285-288. 55 MENDEZ NIETO, Juan, op. cit., p. 204. 56 Ibid., pp. 302-303.

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suficiente información para afirmar, que el agua que brotaba de la tierra al entrar en contacto con ciertas plantas se impregnaba de sustancias curativas. Sus escritos muestran sus intervenciones como sugestivas historias médicas, obradas por manos de él como instrumento de Dios; lo que lo protegía de posibles interpretaciones de si su labor se mantenía en el campo de la medicina, o si estaba invadiendo el campo de la religión, o de la magia. Con frecuencia hacía profecías sobre el curso de las enfermedades, y sobre el tiempo de vida que quedaba a sus pacientes gravemente enfermos, como en el caso de la negra que servía a Luisa Álvarez, viuda rica de Cartagena57. No estuvo, sin embargo, libre de acusaciones, y en una ocasión el bachiller Juan Fernández fabricó cabeza de proceso contra él por vía del Santo Oficio de Lima, argumentando la utilización de poderes sobrenaturales. En esa ocasión fue necesario recurrir al procurador para que lo ayudara a establecer una recusación general contra ese proceso, y cualquier otro que se intentara en el futuro pasar en su contra58. Su experiencia y agudeza personal lo llevaron en múltiples ocasiones a proponer que las curas propuestas para determinados males debían acomodarse a las necesidades propias de lo que él llamó “la región y tenple de la tierra”, a cambio de los medios tradicionales utilizados para curar en España. Cuando tenía noticia de algún medicamento nuevo, acostumbró cultivar la planta que lo producía y viajó el mismo en búsqueda de los “nuevos remedios”. Escribió diciendo que no dejaba de admirar los efectos, maravillas y “milagros” que encontraba en la naturaleza cada día, y que lo llevaban a “philosofar e ynquirir qué fuese la causa” que producía los cambios59. Cuando conoció los efectos de la “esponjilla” para limpiar los intestinos, sembró las semillas y vio que la planta trepaba y se extendía como la del “bejuco o melonera” y echaba flores amarillas como algunas enredaderas que él ya conocía. Procedió entonces a comparar sus efectos benéficos al de otras plantas locales como la cañafístula y el tamarindo. Escribió que fueron tan positivos los resultados obtenidos, que desde España el conde de Miranda y el protomédico “dotor Mercado” le solicitaron que les enviara a Sevilla una relación “de su origen y facultades y de cómo se avía de usar della” y, además, una copia igual a Perú60.

57 Ibid., pp. 333-334. 58 Ibid., p. 431. 59 Ibid., pp. 376, 391 y 405. 60 Ibid., pp. 412, 404-407.

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Méndez Nieto en su calidad de mediador cultural sirvió para traspasar un acervo material, que incluía la introducción de los recursos materiales provenientes de España a América, y los que se producían en América enviarlos hacia España, acompañándolos de las pautas de comportamiento que debían seguirse. Explicó, a su vez, los beneficios de conductas habituales que pertenecían a los demás grupos sociales con los que convivió y que merecían ser adoptadas. Cuando escribió sobre lo que fue su experiencia personal, dejó plasmados en forma permanente algunos elementos principales de las variadas tradiciones culturales con las que tuvo contacto, permitiendo tomar conciencia de dos hechos fundamentales desde la perspectiva del médico: que había costumbres del pasado que en el presente mostraban no ser efectivas y que debían de ser cambiadas, como también de la existencia de incongruencias entre las herencias recibidas de la tradición cultural que merecían a su vez ser analizadas61. Para ilustrar lo anteriormente expresado nos podemos referir a un relato de Méndez Nieto en el que se refirió a la costumbre que tenían los médicos y las comadronas en el “Reyno de Tierra Firme de abrigar mucho a las paridas”, de forma que les metían “brasas y candela” en tanta cantidad “que las hacían sudar copiosamente de suerte que muchas de ellas terminaban por morir”. Notó Méndez Nieto que entre las mujeres africanas e indígenas, que no tenían esta costumbre de abrigar, “no morían ny se pasmava persona de todas ellas”. Observó que estas mujeres lavaban a sus hijos y se lavaban ellas mismas con agua fresca de manera que ninguna de ellas moría. Siguiendo su ejemplo, Méndez Nieto hizo que su propia mujer diese a luz en un aposento alto “con las puertas y ventanas abiertas” y continuó diciendo: “[…] y con esto no solamente no le vino pasmo, más tanbién la calentura que de la leche suele venir le faltó.”62 Al ver las demás mujeres que no morían con estos cuidados, como era costumbre entre las mujeres “blancas”, comenzaron a imitarlos en contra de la opinión de los demás médicos quienes, “[…] a trueco de no perder su crédito y opinión y de no confesar su ignorançia permitieron que se fuesen cambiando sus costumbres”, así “de çien paridas moría una, que antes de çincuenta morían treinta”, lo que sucedía también con los niños debido al extremo calor que les producía cuando los mantenían “encojidos y faxados”63. 61 Los planteamientos de GOODY, Jack y WATT, Ian, “Las consecuencias de la cultura escrita”, en GOODY, Jack, Cultura escrita en sociedades tradicionales, Barcelona, Editorial Gedisa, 1996, pp. 39-51, resultan de gran utilidad para comprender y analizar la transmisión de pautas de comportamiento que hizo Méndez Nieto al escribir sus Discursos. 62 MENDEZ NIETO, Juan, op. cit., p. 210. 63 Ibid., pp. 209-210.

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Termina Méndez su discurso sobre estas prácticas de aculturación de las mujeres europeas diciendo lo siguiente: Tome, pues, dotrina y aviso destos pocos renglones el que procure hijos y quiere gozarlos, porque advertençia es ésta que ella sola basta para que se consiga el fin deseado y que no hallarán fuera de aquy, por ninguno otra notada ni escrita, y de tanto provecho quanto lo hallarán por la experiençia los que della se quisieren aprovechar64.

Agregó Méndez que con estos cuidados muchas otras mujeres ni “murieron ni malparieron” e hizo la siguiente reflexión: […] hay que tener mucho tiento, que más vale que se hagan con riesgo de la criatura solamente, que dexarse de azer con riesgo de madre e hijo, porque, muriendo la madre, necesariamente tyene de morir la criatura, lo que no es muriendo solamente la criatura65.

Méndez Nieto no solamente había aprendido de las costumbres utilizadas por las mujeres africanas e indígenas a la hora de dar a luz a sus hijos, sino que las había hecho poner en práctica, observado los cambios producidos, y recomendado él mismo acerca de sus beneficios a sus pacientes. En la reconstrucción del segundo viaje de descubrimiento de Colón aparece una carta escrita por Miguel de Cúneo66, en la que se hace referencia a las costumbres de las indígenas al momento de parir, y explica como habiendo nacido el niño, la madre lo llevaba enseguida al agua para lavarlo y lavarse ella misma, de forma que “ni se les arruga el vientre por causa del parto, sino que lo tienen siempre tieso y así los senos”67. Vemos entonces que lo que Méndez Nieto observó con ojos de médico, había sido ya registrado un siglo antes por un cuidadoso observador acompañante de Cristóbal Colón, que vio y comparó como las indígenas tenían costumbres diferentes y más saludables a las conocidas y utilizadas en España. Como lo mencionamos en la introducción, Méndez Nieto fue un “mediador cultural” al actuar como puente en el canal de flujo de informaciones, y transferencia de patrimonios. Sus escritos fueron una producción “occidental”, que muestra como se 64 Ibid., p. 210. 65 Ibid., p. 383. 66 PORTUONDO, Fernando, El Segundo Viaje de Descubrimiento, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1977, pp. 20-56.

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fueron articulando saberes de diferentes imaginarios, que coexistieron y se influyeron mutuamente, donde las fronteras pudieron perder la precisión de sus contornos, lo que sin embargo no significó que se disolvieran ideológicamente68.

Conclusión El licenciado Méndez Nieto ilustró sus discursos con abundantes anécdotas de la vida de los que fueron sus pacientes. Hombre culto, amante de la lectura, contó con una buena biblioteca personal de la que perdió muchos libros en un asalto que realizó el pirata Drake a Cartagena. Sobre este evento Méndez se refirió de la siguiente manera: “[…] tomó esta çiudad de Cartagena con mucho provecho suyo y pérdida nuestra […] quanto por duzientos y más volúmenes de libros que se me perdieron, que no pude salvar”69. Sus Discursos Medicinales constituyen un registro directo de lo que fue su práctica médica en la ciudad de Cartagena de Indias, desde el año de 1569 hasta la fecha de terminación de su obra. Sus textos fueron tanto literarios como expositivos e ideológicos, en los que expresó un saber y una posición personal, alternando el registro médico con el registro moral. Manifestó que sus discursos eran “para servir y aprovechar a la salud y bien común” y fueron escritos en lengua romance y no en latín. En relación con la lengua utilizada para escribir, es conveniente recordar cómo la medicina y los representantes de la Iglesia cuidaban el equilibrio en medio de la tensión, en temas como el misterio y la verdad, el mito y la ciencia. En el año de 1620, en la villa de Toulouse la Inquisición estudió, retiró y quemó un tratado escrito por el médico y Doctor en Leyes Jacques Ferrand, titulado Traicté de l’essence et guerison de l’amour ou de la melancholie erotique70. Al analizarlo la Inquisición encontró como falta mayor no el que se hubiese escrito sobre temas prohibidos, o que se hubiese intentado usurpar la autoridad de la Iglesia en relación con el tema de la sexualidad femenina, sino que se hubiese escrito en lengua vernácula y no en latín. La censura de la Inquisición tenía que 67 Sobre Miguel de Cúneo, en Ibid., p. 38. 68 Para la comprensión de estos procesos ver BURKE, Peter, op. cit., pp. 115-128; Frederick Barth dice que las diferencias culturales pueden persistir a pesar de la influencia interétnica y la interdependencia de sus miembros, ver BARTH, Frederick (comp.), Los grupos étnicos y sus fronteras, México, Fondo de Cultura Económica, 1976, pp. 15-25. 69 MÉNDEZ NIETO, Juan, op. cit., p. 401. 70 BEECHER, D.A., “Erotic Love and the Inquisition: Jacques Ferrand and the Tribunal of Toulouse, 1620”, en Sixteenth Century Journal, Ottawa, vol. 20, No. 1, Carleton University, 1989, pp. 41-53.

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ver con el hecho de que el uso de la lengua vernácula permitiría un acceso popular a la lectura del tratado, cuyo delicado contenido en consideración de la Iglesia, debería limitarse al selecto grupo de los especialistas71. ¿A qué fines sirvió el discurso del Licenciado Méndez Nieto? El estudio y la práctica exitosa legitimó el poder del médico, que se ocupó de la salud, y permitió mostrar que el fue un buen médico, contrario a “muchos otros”, cuyas malas prácticas en su opinión, llevaban a que el paradigma de la medicina no funcionase. Su discurso fue una construcción coherente y detallada de las “acciones” que él realizaba utilizando sus conocimientos y los nuevos elementos que le ofrecía el medio ambiente. Describió a su vez prácticas sociales y médicas inadecuadas, y él como autoridad señaló lo que no estaba bien y merecía ser cambiado, ofreciendo desde su autoridad mejores perspectivas72. No obstante, Méndez Nieto privilegió el registro médico (al que llamó lenguaje) por ser éste el que correspondió a su locus de enunciación (espacio desde donde atendió a sus pacientes -el consultorio y la visita médica-) y le dio legitimidad cuando se sentía amenazado debido a su condición de portugués y cristiano nuevo. Su discurso se insertó, a su vez, dentro de un marco discursivo común en construcción, el cual hace referencia al lenguaje común utilizado tanto por los grupos dominantes, como por los subalternos, para por medio de la palabra referirse a las relaciones y a los poderes “materiales, sociales, económicos y políticos”73. Reconfirmando las relaciones y creencias existentes de la sociedad, pero también renegociando e introduciendo nuevos significados. La teoría social del discurso queda contextualizada cuando uno se pregunta quién dice algo, cuándo lo dice, y cuáles son los posibles efectos de lo que se dice, debido a que el elemento fundamental del lenguaje está en la interacción verbal. Cada discurso está entonces relacionado con otros discursos, que pueden incluso tener puntos de vista contradictorios. Bajtin se refirió a la expresión lingüística como punto de unión con el hecho social, que adquiere significado y sentido dentro del marco en que se produce. Las bases sobre las que se forman los discursos son para nosotros la variedad de voces o lenguajes que expresan las normas, valores y opiniones de una comunidad, y que se recrean y negocian constantemente74. Méndez Nieto escribió 71 Ibid., p. 51. 72 Los planteamientos de LEMKE, Jay, op. cit., pp. 19-20, son útiles para comprender la construcción y el uso que Méndez Nieto da a su discurso. 73 Para lo relativo al marco discursivo común véase ROSEBERRY, William, “Hegemony and the language of contention”, en JOSEPH, Gilbert y NUGENT, Daniel, Popular Culture and State Formation in Revolutionary Mexico, Durham, Duke University Press, segunda impresión 1995, pp. 355-366. 74 Ver capítulo “Bakhtin and Heteroglossia”, en LEMKE, Jay, Ibid., pp. 22-25.

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sus discursos porque tenía algo que quería decir, un mensaje que transmitir. A su vez los discursos de la comunidad donde el vivió dieron forma a sus discursos y lo proveyeron de recursos para hacer y decir cosas nuevas. Cuando introdujo su obra precisó: “[...] puedan salir a la luz y servir y aprovechar a la salud y bien común, que para eso fueron fabricados [...] muchos secretos y grandes remedios [...] van en ellos manifestados y declarados [...]”75. Si nos preguntamos sobre los procesos que permitieron transferencias culturales, podemos referirnos en primera instancia a la observación y recopilación de las novedades sobre la naturaleza que Méndez Nieto encontró en el Nuevo Mundo, y que venían a complementar el bagaje cultural producto de sus estudios universitarios. En segunda instancia, al entrar en contacto con el medio que lo circundaba sometió a un agudo proceso de observación y análisis las experiencias culturales ajenas. Un tercer punto fue que no se inscribió en un modelo ortodoxo al abordar la práctica médica, y recurrió a “prácticas locales” buscando curas para las enfermedades76. La experiencia lo llevó a aplicar terapias medicinales utilizando plantas que ya habían mostrado sus “virtudes” y que permitían que el principal objetivo de su actividad se cumpliese: lograr el equilibrio de los humores, para así mantener y mejorar la salud de sus pacientes. Sincretismo sui generis de creencias populares, con experiencias comprobadas que desembocaban en un mestizaje cognitivo y cultural. El papel del médico como “agente mediador” o passeur culturel se hizo evidente en su necesidad de saber y en el placer de ver. Curiosidad conquistadora que lo llevó a descubrir lo conocido por otros en otro contexto cultural, y a verificar la utilidad y esencia de los frutos, animales y plantas. Méndez Nieto describió su quehacer médico diciendo, “no solaměte se puede cada día descubrir y allar mejores medicamětos, sino mejores maneras y modos de curar”.77 Preocupación científica por conocer, pero con la humildad para reconocer sus limitaciones que lo llevaron a escribir, “bien çierto ninguna cosa se sabe en nuestra arte, toda ella es conjetural”78. Fue en la medida que las circunstancias sociales y personales lo permitieron, un hombre tolerante con la 75 MÉNDEZ NIETO, Juan, op. cit., p. 4. 76 Recomendaba el jugo de piña, remedio americano, para limpiar el estomago y adelgazar, y para los problemas estomacales toda una variedad de “remedios secretos y maravillosos, que yo en estas partes indianas descubrí [...] el polvo de las pepitas de las uvas de mar, secas y molidas [...] que no ay en esta tierra estas uvitas si no dos meses en el año, setiembre y otubre, y por tener yo tanta experiencia de su virtud y remedio, les guardo las pepitas para me aprovechar de ellas todo el año”, en MÉNDEZ NIETO, Juan, op. cit., pp. 194-195. 77 Ibid., p. XXXII 78 Ibid., p. XXXV

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diversidad, que aportó tanto a la difusión de conocimiento, como a la adaptación y asimilación de diferentes “saberes” y costumbres. Nota: La imagen que figura al inicio del artículo corresponde al facsimilar de la edición príncipe de los Discursos Medicinales de Juan Méndez Nieto. Se tomó de CASAS ORREGO, Alvaro, “La práctica médica en Cartagena desde la Colonia al siglo XX”, en MARQUEZ V., Jorge, CASAS O., Alvaro y ESTRADA O., Victoria (eds.), Higienizar, medicar, gobernar. Historia, medicina y sociedad en Colombia, Medellín, Grupo de Investigación Historia de la Salud - Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín, 2004, p. 73.

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Miedo, rumor y rebelión: la conspiración esclava de 1693 en Cartagena de Indias☻ Sandra Beatriz Sánchez López N

El 30 de abril de 1693 no fue un día como cualquier otro en Cartagena de Indias. La ciudad estaba aún más agitada que de costumbre y, esta vez, no por su dinámica actividad comercial. Los habitantes de este importante puerto negrero invadieron las calles, saliendo de sus casas con armas en las manos, como quien está listo para una confrontación abierta y violenta. Trataron desesperadamente de llegar a las fortificaciones con la intención de defender su ciudad y de luchar contra los agresores. Los disturbios se iniciaron cuando los habitantes del puerto se enteraron del rumor de una gran conspiración esclava. Según el teniente general don Pedro Martínez de Montoya –quien se ocupaba del manejo de los asuntos jurídicos de la provincia de Cartagena de Indias–, el rumor que corría ahora en las calles anunciaba que los cimarrones de las proximidades, junto a los esclavizados de la ciudad, y con la ayuda de unos cuantos espías, pretendían atacar y ocupar el puerto. Su propósito era invadir Cartagena usando la puerta de Santa Catalina, una de las entradas de su muralla: […] se dezia que los negros simarrones venian para la ciudad a entrarse por la puerta de Santa Cathalina para unirse con los negros esclavos que estavan dentro de los muros con quien se sonava tenian alianza y ☻ Artículo recibido el 11 de enero de 2006 y aprobado el 7 de marzo de 2006. N Filósofa con opción en Historia, Universidad de los Andes; maestría en Historia y Cultura Modernas, Universidad de York, Inglaterra; profesora de cátedra, Universidad del Rosario.

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comuni[ca]cion para todos juntos moverse a fuerza contra la ciudad y que para la facilidad de la entrada tenian puestas espias […]1

El rumor de la conspiración surgió en un momento crucial, causando ansiedad e incluso furia en los habitantes del puerto. La información que circulaba coincidía con la idea de que existía una resistencia esclava latente, perturbando así el ánimo de la gente. La reacción violenta a este rumor revela que los cartageneros creían posible que los esclavizados y los cimarrones pudieran sublevarse, manteniendo comunicación entre ellos y planeando y organizando una insurrección abierta. El análisis del caso de la conspiración de 1693 constituye un hecho importante que brinda la oportunidad de considerar la realidad de la resistencia esclava, particularmente de la resistencia abierta contra el sistema de dominación esclavista en Cartagena de Indias en el siglo xvii. La conspiración ha sido poco estudiada. Los primeros en darla a conocer fueron Roberto Arrázola en Palenque, primer pueblo libre de América (1970) y María del Carmen Borrego Plá en Los palenques de negros en Cartagena de Indias a finales del siglo XVII (1973)2. Ambos textos resultan valiosos a la hora de reconstruir los sucesos del 30 de abril. El de Arrázola, por ejemplo, ofrece la trascripción de buena parte de las fuentes primarias concernientes a estos eventos. Por su parte, el libro de Borrego Plá constituye un soporte narrativo general que aclara mucha de la información que se encuentra en el material de archivo. Tanto Arrázola como Borrego Plá son referencias obligatorias a la hora de estudiar la conspiración. Vale señalar, sin embargo, que ninguno de los dos profundiza en las conclusiones históricas a las que ésta puede conducir, al haber producido recuentos muy descriptivos de los sucesos, que dejan de lado el análisis de los hechos. La conspiración no fue tema exclusivo de estudio después de estas dos publicaciones mencionadas sino hasta el 2002, año en el que la académica norteamericana Jane Landers produjo el brevísimo artículo ‘Conspiradores esclavizados en Cartagena de Indias en el siglo xvii’3. En este texto la autora promete analizar la sublevación, pero 1 Archivo General de Indias (AGI), Santa Fe, 212, Auto del teniente general Pedro Martínez de Montoya, Cartagena, 30 de abril de 1693, Autos de entrada de los cimarrones en Cartagena. Dado que no todos los documentos del AGI cuentan con un número de folio, se indica el folio sólo cuando éste aparece. 2 Arrázola, Roberto, Palenque, primer pueblo libre de América, Cartagena, Ediciones Hernández, 1970; Borrego plá, María del Carmen, Los palenques de negros en Cartagena de Indias a finales del siglo XVII, Sevilla, Escuela de Estudios Hispanoamericanos de Sevilla, 1973. 3 Landers, Jane, “Conspiradores esclavizados en Cartagena de Indias en el siglo XVII”, en MOSQUERA, Claudia, PARDO, Mauricio y HOFFMAN, Odile (eds.), Afrodescendientes en las Américas. Trayectorias sociales e identitarias: 150 años de la abolición de la esclavitud en Colombia, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, Instituto Colombiano de Antropología e Historia, IRD, ILSA, 2002, pp. 93-101.

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a la larga sólo enfatiza aquellos elementos que son recurrentes en las explicaciones sobre las comunidades cimarronas. Landers abandona el tema central de su artículo e incluso ofrece información inconsistente con las fuentes primarias: los nombres de los implicados en el caso y el desarrollo de los hechos, entre otros. Anthony McFarlane es el último en haberse referido a la conspiración. En su artículo ‘Autoridad y poder en Cartagena de Indias: La herencia de los Austrias’, utiliza los sucesos relativos al 30 de abril para analizar la estructura política de la ciudad al finalizar el siglo XVII4. McFarlane sostiene que la conspiración fue el resultado de maniobras de orden político, “artimañas” que muestran la disposición de las redes de poder en el puerto caribeño. Así, la conspiración aparece en su artículo como un suceso ficticio que responde a intereses políticos. Su tesis, ciertamente, está basada en una interpretación valiosa de fuentes; no obstante, ésta deja de lado un elemento fundamental, evidentemente presente en ellas: el miedo de los opresores. McFarlane argumenta que ya se ha escrito suficiente sobre este miedo, y de ahí su decisión de pensar la conspiración en otros términos. Pero esto tendría que reformularse, o, por lo menos, matizarse. Como se ha mencionado anteriormente, los escritos que hay sobre la conspiración, aun cuando se refirieren al miedo, no articulan una hipótesis particular sobre este asunto. De modo pues que no todo está dicho. Vale aclarar, sin embargo, que el estudio de McFarlane merece ser destacado –y mucho–, pues es ejemplo de una historia crítica y de un análisis detallado. El presente estudio de la conspiración se concentra en el surgimiento gradual del rumor sobre la revuelta de los esclavizados y los cimarrones, así como en las reacciones de los habitantes ese 30 de abril de 1693. También se detiene en las ambivalencias del discurso de dominación esclavista y en las condiciones prácticas necesarias para que los esclavizados y los cimarrones planearan y llevaran a cabo una insurrección en la ciudad. El texto sugiere que, a partir de un análisis de las reacciones de la comunidad ante dicho rumor, se pueden explorar las posibilidades de la resistencia esclava misma, en particular, de una resistencia abierta. En ese sentido, este trabajo pretende mostrar cómo desde el examen de la experiencia de los dominantes se obtienen conclusiones reveladoras sobre las posibilidades que tenían los esclavizados de luchar contra la subordinación en el régimen colonial. Las fuentes primarias utilizadas en este artículo son en su mayoría manuscritos del Archivo General de Indias de Sevilla: correspondencia oficial y privada entre agentes del gobierno, autos y actas oficiales. Parece importante destacar el hecho de que la información presentada en 4 McFARLANE, Anthony, “Autoridad y poder en Cartagena de Indias: La herencia de los Austrias”, en CALVO, Haroldo y MEISEL ROCA, Adolfo (eds.), Cartagena de Indias en el siglo XVIII, Cartagena, Banco de la República, 2005, pp. 221-259.

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los documentos de archivo es sumamente intrincada, sobre todo, en la medida en que una parte considerable de ella se refiere a una cadena de chismes de compleja reconstrucción: fulano le dijo a perencejo y perencejo le dijo a tales, y así sucesivamente. Adicionalmente, se presentan dificultades a la hora de indicar ciertas fechas en las que se sucedieron algunos de los hechos relacionados con la conspiración, pues no son especificadas en el material primario: se conoce la secuencia de los eventos, lo que aconteció antes y después del surgimiento del rumor de la conspiración, pero no siempre el día exacto en que se sucedieron.

1. Los esclavizados y cimarrones: un constante peligro El 30 de abril de 1693 no fue, ciertamente, la primera ocasión en que la ciudad se sintió amenazada. En 1686, el gobernador de la provincia, don Juan de Pando y Estrada, al dar un reporte de la situación general de Cartagena, explicó cómo en 1683 la milicia se vio obligada a combatir a algunos esclavizados que intentaban apoderarse de la ciudad, irrumpiendo en sus fortificaciones. En esta oportunidad, la lucha finalizó cuando las autoridades forzaron a los rebeldes a huir, luego de una breve contienda5. A esta amenaza se debe agregar el hecho de que durante todo el siglo XVII se habían presentado constantes problemas con los cimarrones de la región, cosa que contribuía al sentimiento de susceptibilidad de los habitantes del puerto. Ya en los primeros años del siglo XVII los palenques preocupaban a las autoridades de Cartagena. La proliferación de estas comunidades cimarronas se inició, fundamentalmente, con la fundación del palenque La Matuna en 1600, bajo el mandato del mítico Benkos o Domingo Bioho. Las acciones de este rebelde, quien ya había escapado antes en una primera oportunidad y había sido enviado a galeras y puesto una vez más bajo la tutela de un amo, motivaron a otros esclavizados de la ciudad y su eje rural a huir de sus dueños. Bioho escapó con su mujer y otro número de esclavizados, se instalaron en los montes cercanos al puerto y establecieron una comunidad autónoma, organizada militar, económica y políticamente. Las autoridades de la provincia intentaron destruir La Matuna y traer de vuelta a los subversivos cimarrones. En 1603, por ejemplo, se llevó a cabo la primera gran expedición contra Bioho. Los esfuerzos fueron en vano. El palenque seguía en pie y para el año 1605 las acciones belicosas de los cimarrones habían traído tantas consecuencias negativas para la región que el gobernador, don Jerónimo de Suazo y Cassola, se vio obligado a 5 Gutiérrez, Ildefonso, Historia del negro en Colombia: ¿sumisión o rebeldía?, Bogotá, Nueva América, 1986, p. 38, y Arrázola, Roberto, op. cit., p. 83.

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ceder y firmar la paz con los insubordinados. De este modo, los cimarrones lograron acorralar a las autoridades e imponer sus condiciones, lo que acentuaba su carácter amenazante dentro de Cartagena de Indias6. La problemática de los cimarrones continúo a lo largo del siglo XVII. Así, en la década de 1630 hubo nuevos intentos de pacificación y destrucción de los palenques, otra vez con resultados no muy satisfactorios para las autoridades7. Luego, a finales de siglo, en las décadas de 1680 y 1690, la situación se agudizó. El objetivo central de la elite cartagenera era exterminar definitivamente las comunidades cimarronas, iniciativa respaldada por la Real Cédula de 1688, en la que la Corona apoyaba a las autoridades para que terminara de una vez por todas con los palenques de la región, aun utilizando la violencia8. Se adelantaban, pues, nuevos ataques a los palenques que buscaban acabar con los actos de rebeldía de los cimarrones y su amenaza permanente. Para la época en que se presentó el rumor de la conspiración ya habían existido ocho palenques en la provincia de Cartagena, y al finalizar el siglo XVII, ya se registraba un total de trece comunidades cimarronas, como se señala a continuación, en la tabla n° 1. Tabla n° 1: Palenques en el Siglo XVII. Provincia de Cartagena de Indias Año 1600 1633 1633 1645 1684 1684 1693 1693 1694 1694 1694 1694 1694

Nombre del Palenque La Matuna Limón Sanaguare Tolú San Miguel Catendo Tabacal Matudere Arenal Barranca Bongue Duanga Zaragozilla

Fuente: Basado en Friedemann, Nina de, La saga del negro en Colombia, Bogotá, Instituto de Genética Humana, 1993, p. 70.

6 Una descripción detallada de las actividades de insubordinación de Bioho, se encuentra en Fals Borda, Orlando, Historia doble de la Costa: Mompox y Loba, Tomo I, 2a edición, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, Banco de la República, El Áncora Editores, 2002, pp. 52A-59A, y Navarrete, María Cristina, Cimarrones y palenques en el siglo XVII, Cali, Universidad del Valle, 2003, pp. 60-80. 7 Para un recuento de la lucha contra los palenques en la década de 1630, ver Navarrete, María Cristina, op. cit., pp. 81-96 y Ruiz, Julián, “El cimarronaje en Cartagena de Indias: siglo XVII”, en Memoria, No. 8, Bogotá, Archivo General de la Nación, 2001, pp. 10-35. 8 Mcfarlane, Anthony, op. cit., pp. 223-229.

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El levantamiento de los esclavizados y los cimarrones, anunciado por el rumor del 30 de abril de 1693, parecía sumamente grave. No se trataba solamente, como en 1683, de una insurrección de los esclavizados, ni sólo de acciones belicosas de los cimarrones, sino de una lucha conjunta. Los esclavizados de la ciudad, se decía, se habían aliado con quienes ya se habían atrevido a desafiar el establecimiento de la Colonia escapando de sus amos, y quienes tenían cierta pericia para llevar a cabo acciones rebeldes que estropearan continuamente los intereses de la elite cartagenera. En última instancia, según el rumor, se trataba de la primera alianza manifiesta de estos dos grupos. Esto era suficiente para agitar profundamente a la ciudad, sobre todo en un momento en el que algunos sucesos habían afectado el sentimiento de seguridad de que gozaban los habitantes de Cartagena. Desde el 23 de abril de 1693, el gobernador actual de la provincia, don Martín de Cevallos y la Zerda, había decidido ponerse personalmente al frente de la expedición contra los cimarrones9. Con su partida la ciudad parecía ser susceptible a un ataque, más que en cualquier otro momento: la autoridad máxima no estaba presente y la fuerza militar del puerto era insuficiente, pues se había marchado con él a la zona rural. Cevallos y la Zerda cumplía con las exigencias de los porteños de la elite, quienes apoyaban la Real Cédula de 1688, pues luego de muchos años de conflicto con los cimarrones, demandaban a este problema una solución radical. Los cimarrones habían generado innumerables daños en la provincia y constituían una de las causas más palpables del miedo que se vivía en las haciendas de la región e incluso en el puerto mismo, donde se sufrían por igual las consecuencias de su insurrección. En las zonas rurales, robaban productos alimenticios, joyas y mujeres, y deterioraban el estatus social de sus amos al librarse de su yugo y al escapar a los montes; además, debilitaban la economía de la ciudad con sus ataques sistemáticos a las fincas y hatos que proveían el área urbana10. La noticia de la lucha oficial contra las comunidades cimarronas y, más aún, el hecho de que el mismo gobernador había dejado el puerto para coordinar en persona el ataque a los cimarrones produjeron un ineludible sentimiento de vulnerabilidad, un sentimiento que alentaba el rumor que corría ese 30 de abril de 1693 en Cartagena de Indias. Ciertamente, un levantamiento generalizado de los cimarrones y de los esclavizados de la ciudad no era completamente inconcebible: ambos grupos habían representado siempre un peligro para la estabilidad de la sociedad colonial, sobre todo, el de los cimarrones.

9 Ibid, p. 228. 10 RuIz, Julián, op. cit., pp. 10-35.

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2. La ciudad en caos: el rumor y el temor de los cartageneros Joseph Sánchez, monje del convento de San Agustín en Cartagena, parecía haber descubierto el plan de una inminente rebelión esclava, días antes del 30 de abril. El religioso regó subrepticiamente la información entre algunos otros miembros de las órdenes presentes en la ciudad, quienes a su vez la compartieron con otros, hasta llegar a oídos de las autoridades. Según el reporte oficial, el monje aseguraba que los implicados en la conspiración eran cuatro esclavizados africanos y un negro libre de la ciudad, a quien había escuchado decir: “[…] no es tiempo aora de esso yo avisare a ustedes […]”11. Más tarde se confirmó con una carta escrita por el mismo religioso que, de sus acusados, dos eran las figuras claves de la sublevación: el barbero Francisco de Vera, mulato libre, y Francisco de Santaclara, perteneciente a las monjas del convento de Santa Clara, quien trabajaba como despensero recorriendo las calles del puerto12. La información que el monje circuló causó gran preocupación entre quienes se había filtrado: ciertos religiosos, algunos porteños de la elite y las autoridades de la ciudad. Al tener el respaldo de un miembro de la iglesia, una rebelión esclava en el puerto parecía inminente y más que una mera posibilidad. Con base en los comentarios de Sánchez, esos días anteriores al 30 de abril, las autoridades del puerto habían iniciado las investigaciones para constatar los posibles planes de rebelión de los esclavizados. El panorama, sin embargo, era confuso y la tensión iba en aumento. Las piezas del caso no estaban completas y la ciudad parecía correr peligro. La falta de milicia en el puerto, causada por la guerra contra los cimarrones de las cercanías, y la lucha misma contra los palenques, dejaban a Cartagena en estado de indefensión. La información que el monje había dado produjo en efecto el nerviosismo de la elite, agravado por las circunstancias del momento. Así, el sargento mayor, don Alonso Cortés, a quien el gobernador había designado como autoridad máxima durante su ausencia, presionado por esta atmósfera de ansiedad y preocupación, sostuvo una reunión extraordinaria el 30 de abril en la mañana, antes de que se iniciaran los disturbios en la ciudad. En ella las autoridades tomaron una serie de medidas que apuntaban a evitar la rebelión esclava anunciada por Sánchez. La milicia del puerto debía preparar la mayor cantidad de munición 11 AGI, Santa Fe, 212, Autos de Junta de Guerra, Cartagena, 30 de abril de 1693, Autos criminales contra Francisco de Vera. 12 AGI, Santa Fe, 212, Carta del religioso Joseph Sánchez al sargento mayor don Alonso Cortés, 1º de mayo de 1693, Autos criminales contra Francisco de Vera.

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posible y reforzar su guardia, ubicando patrullas en lugares estratégicos de la muralla. Además, era preciso que las restricciones impuestas a los esclavizados se aplicaran con severidad, tal y como lo ordenaban los decretos de gobierno de la ciudad: […] sin dilacion ninguna se amunicione toda la ynfanteria que se entiende en el vatallon y que de todas las vanderas salga una ronda con un cabo de toda satisfaction (…) y si pareciere combeniente para mas seguridad se les señalen puestos en las murallas […] que se corrobore el vando que el señor governador y capitan general tiene hechado sobre que de noche no ande ningun esclavo por las calles ni que traigan armas algunas y que no se les permita hacer corrillos […]13

A pesar de que la información sobre la revuelta esclava sólo era conocida por algunas personas en el momento de la reunión extraordinaria, la ansiedad que se vivía en el puerto era evidente. El miedo de un ataque de los esclavizados había surgido, por lo menos, entre los pobladores que ya tenían noticia de los comentarios del monje Sánchez. La reunión extraordinaria sostenida por las autoridades y, sobre todo, las disposiciones que se ordenaron en ella, constituyen una prueba de que las autoridades temían un levantamiento generalizado dentro de las fortificaciones de la ciudad. Sin duda, si una revuelta no hubiera sido inminente para los porteños de la elite, no hubiera sido necesario que se alarmaran e iniciaran una investigación. Sin embargo, así se hizo. Si los esclavizados no hubieran sido considerados sujetos capaces de cometer acciones subversivas, no se hubiesen tomado estas medidas que ratificaban la imperiosa necesidad de un refuerzo en la seguridad del puerto. De este modo, tanto el aumento en la guardia como la exigencia en el cumplimiento de ciertas leyes para los esclavizados –que en el día a día eran notoriamente flexibles– son muestra del temor a una rebelión de los subordinados y evidencia de que la elite consideraba la posibilidad real de la resistencia esclava. Pero la situación de la ciudad se complicó aún más. El día de la reunión extraordinaria, el nerviosismo de la elite de Cartagena invadió rápidamente a los demás habitantes del puerto. Ese mismo día, en la tarde, la captura de tres esclavizados, Juan Congo, Manuel Congo y Juan Arará, alarmó a la ciudad. El rumor se esparció por todo el puerto, tomándose las calles de Cartagena, e incluso mutó: se trataba ahora de un asalto cimarrón. Se decía que los tres esclavizados capturados eran espías que intentaban ayudar a los cimarrones en el ataque a la ciudad. También, que los esclavizados del 13 AGI, Santa Fe, 212, Autos de Junta de Guerra.

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puerto hacían parte del grupo insubordinado. El rumor alborotó a la población. El teniente general Martínez de Montoya lo describió de esta manera: […] de esta voz y rumor se alvoroto la ciudad saliendo todos sus vezinos de sus casas con las harmas que cada uno tubo y como pudo y se coxieron las bocacalles por la ynfanteria y vezinos y se acudio a las murallas […]14

Las autoridades no fueron las únicas en temer un levantamiento de los esclavizados. Los habitantes de la ciudad también, y sus reacciones son evidencia de ello. La gente del puerto, al oír la información que circulaba, se encontraba lista para defenderse de los cimarrones y de los aún esclavizados. La ciudad estaba en caos. Tal era el miedo de los habitantes que incluso asesinaron a unos cuantos en las calles. De acuerdo con lo que narra del teniente Martínez de Montoya, actuaron de esta manera por orden explícita del sargento mayor, don Alonso Cortés: […] yendo hacia Gigimani encontre dos cuerpos de negros y otro que traian de Giginani y los reconoci con Diego de Vaena escribano publico y preguntado como se habian hecho aquellas muertes me dijeron que con orden del sagento mayor que habia dado para que todos los negros que se encontrassen los matassen […]15

La elite de la ciudad, al igual que los demás habitantes del puerto, estaba sumamente ansiosa ante la idea de enfrentar una rebelión esclava, en la que se presumía que los cimarrones también participaban. El miedo que padecían incentivó sus reacciones, y el sólo hecho de pensar en la posible rebelión de sus esclavizados y en la alteración del orden colonial establecido, sacudió la ciudad hasta el punto de ocasionar varias muertes. Aquí, además, cabría mencionar que no es sorprendente que el gobernador Cevallos y la Zerda, al tener noticia de lo sucedido en el puerto, justificara las medidas de las autoridades y la muerte de los esclavizados. En la carta que dirigió al teniente general Martínez de Montoya, el gobernador aseguró: […] que nada puede importar tanto como sujetar los negros que hay en la ziudad si se le conozieren ynquietudes pasandolos a cuchillo pues es menor yncombeniente que ellos perezcan que no el que perezcamos nosotros o seamos sus esclabos […]16 14 AGI, Santa Fe, 212, Auto del teniente general Pedro Martínez de Montoya. 15 AGI, Santa Fe, 212, Carta del teniente general don Pedro Martínez de Montoya al Rey, Cartagena, 25 de mayo de 1693. 16 AGI, Santa Fe, 212, Trascripción oficial de las cartas escritas por el gobernador don Martín de Cevallos y la Zerda a su Licenciado don Pedro Martínez de Montoya, Cartagena, 22 de mayo de 1693.

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Para el gobernador, de esta manera, una rebelión generalizada de los esclavizados significaba el fin tanto de la subordinación de éstos como de la dominación de la elite, y esto era inaceptable. Los esclavizados, ciertamente, representaban una amenaza, de ahí el hecho de que tuvieran que ser controlados. Prenderlos o asesinarlos parecían ser las medidas más apropiadas para evitar las consecuencias que una insurrección traería para la sociedad colonial de Cartagena. El 2 de mayo el temor persistía en la ciudad. La captura del barbero Francisco de Vera, una de las piezas claves de la sublevación, se llevó a cabo con la mayor precaución; se tomaron medidas extremas para su cuidado, que destacan una vez más el sentimiento de vulnerabilidad de quienes dominaban y su conciencia de la posible resistencia abierta de los esclavizados: […] [las autoridades] an acordado se le ponga [a Francisco de Vera] en prision mas segura y quitado de toda comunicacion y […]se ponga en un cepo con un par de grillos en uno de los cuartos de esta casa del govierno devaxo de dos puertas y con centinela en la ultima para toda su guardilla y custodia […]17

3. No todos son incapaces: el esclavizado puede resistir A diario, en Cartagena de Indias, el discurso de opresión prevalecía. Al esclavizado se lo consideraba como un simple bien que servía para propósitos económicos y sociales, tal como cualquier otra mercancía. Se le tenía como una propiedad y era completamente oprimido. Pero dentro de este mismo esquema esclavista, que evidentemente subordinaba a los esclavizados, había un elemento que se destacaba y que comprometía la estabilidad del discurso de dominación. Aunque eran bienes, los esclavizados no podían equipararse con un navío. En efecto, gozaban de vida y precisaban por ello de un control especial. Se movían, podían escapar, y el látigo pretendía asegurar la anulación de esta facultad. El esclavizado no era, sin embargo, un simple animal que como un tigre de circo necesitara de la supervisión constante de su domador. No era su condición de ser vivo lo que lo convertía en una mercancía distinta. A pesar de lo que el discurso de dominación les atribuía, los esclavizados podían atacar y seguir estrategias, y esta circunstancia los diferenciaba de cualquier otro bien de que pudiera disponer la elite cartagenera. Podían pensar y actuar.

17 AGI, Santa Fe, 212, Autos de Junta de Guerra.

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A pesar de que el discurso de dominación esclavista perpetuaba la retórica opresiva en la que los esclavizados aparecían como propiedades sin más, para la sociedad colonial era evidente, aunque a menudo no lo aceptara explícitamente, que el esclavizado era una mercancía especial. El discurso padecía de una ambivalencia, y la religión contribuía a esta condición. Con los esclavizados sucedía algo similar a lo que pasaba con los indios, a pesar de sus diferencias: debían ser evangelizados, tratados como personas a quienes Dios consideraba y a quienes por su barbarie se les debía catequizar18. Como en otras colonias regidas por la Corona española, la provincia y el puerto de Cartagena de Indias se encontraban sumergidos en una atmósfera impregnada de catolicismo, fe obligatoria y oficial19. Las normas de religión recrearon allí la misma panorámica de otras zonas de América, e incluso de la Península. Los infieles no podían permanecer en los territorios del Nuevo Mundo, de manera que judíos y musulmanes, infieles por excelencia a los ojos de los españoles, tenían acceso restringido a estas áreas. A los africanos paganos tampoco les era permitida la entrada a las colonias, a menos que fueran bautizados con anterioridad; incluso dos veces, una vez en las costas de su continente y otra a su llegada a las Indias Occidentales. Además, los esclavizados, como cualquier otro hombre originalmente no católico, precisaban de una instrucción religiosa que les permitiera seguir las prácticas impuestas por el catolicismo. Claramente, objetos o propiedades sin vida no hubiesen requerido de estas normas y cuidados religiosos. A la vez, la categoría de “el otro”, donde el esclavizado se podía situar, y bajo la cual estaban todos los no europeos, cristianos, con costumbres y racionalidad distintas, estaba condicionada por un talante moral: exigía la educación religiosa que lo humanizaba y limpiaba del pecado20. Los jesuitas, en particular, resaltaron la necesidad de cristianizar a los esclavizados, argumentando en favor su capacidad intelectual. El jesuita español Alonso de Sandoval, tratando de persuadir a la sociedad colonial de la importancia del proceso de cristianización, afirmaba que los esclavizados “[…] tienen capacidad y entendimiento aún para mucho más de lo que se les dice y enseña […]”21. Para Sandoval, el esclavizado 18 Un estudio sobre algunos principios de interpretación en la Conquista, aplicados a los indios, pero que podrían ser eventualmente extendidos a los esclavizados, guardando ciertas proporciones, se halla en Barona Becerra, Guido, “El otro en las hermenéuticas del nuevo mundo”, en Memoria y Sociedad, Vol. 8, No. 16, Bogotá, Departamento de Historia y Geografía, Pontificia Universidad Javeriana, 2004, pp. 17-39. 19 Navarrete, María Cristina, Historia social del negro en la colonia: Cartagena, siglo XVII, Cali, Universidad del Valle, 1995, pp. 115-117. 20 Para una descripción sobre “el otro”, consultar Barona Becerra, Guido, op. cit., pp. 18, 23 y 25. 21 De Sandoval, Alonso, De Instauranda Aethiopum Salute: El mundo de la esclavitud negra en América [1627], Bogotá, Empresa Nacional de Publicaciones, 1956, p. 341.

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era indudablemente inferior al español, pero no por ello era estúpido. Éste tenía la habilidad de aprender exitosamente la instrucción religiosa y, como cualquier peninsular, debía practicar las creencias de la Iglesia Católica. Esto significa, en últimas, el reconocimiento de que eran gente igualmente apta para ejercer la fe cristiana: “[…] yo confieso que son bozales, pero no todos son incapaces (…) y a quienes corre obligacion de comulgar, como a los españoles […]”22. Los misioneros no eran los únicos interesados en llevar a cabo la cristianización de los esclavizados en Cartagena de Indias. Algunas instituciones fueron establecidas en la sociedad colonial con el propósito de fomentar la religión obligatoria. Así, se crearon las cofradías de negros en el territorio americano –evocando, de cierta manera, las que ya habían existido en la Península. Las cofradías eran grupos religiosos civiles dedicados al culto de santos o figuras representativas de la Iglesia, al Santísimo, a las virtudes de Cristo y a la Virgen, entre otros. Estaban regidas por la ley indiana, lo que les proporcionaba una organización interna y un carácter oficial dentro de las dinámicas coloniales. En ellas se enseñaban a sus cofrades las oraciones que debían rezar y se impartía la doctrina y el dogma católicos. Las cofradías buscaban asegurar la instrucción cristiana y salvaguardar la moral católica de los esclavizados, junto con la del resto de la población negra23. El hecho de que los esclavizados fueran presionados, y no sólo por órganos clericales sino también por la creación de instituciones civiles, a participar en las dinámicas religiosas de la provincia, siendo bautizados, asistiendo a la Iglesia y celebrando las fiestas católicas, implica la aceptación de su condición especial: no eran mera mercancía. En efecto, sólo alguien considerado más que simple propiedad puede recibir, aprender y practicar la instrucción de la fe. Parece evidente, pues, el hecho de que era una exigencia atribuirles ciertas capacidades intelectuales, por mínimas que fueran. Eventualmente, éstas podían conducir a calcular los medios necesarios para un determinado fin, planear conspiraciones y poner en marcha estrategias de resistencia. Adicionalmente, la cristianización del esclavizado implicaba, de suyo, la familiarización con la religión católica, esto es, el acercamiento a unos parámetros morales y unos esquemas de pensamiento que incluían la consideración del bien, el mal, la igualdad y la libertad, entre otros. Así, resulta razonable asegurar que la empresa de la catequización trajo una consecuencia paradójica: enseñó la fe católica al mismo tiempo que ofreció 22 Ibid, p. 198. 23 Un recuento breve sobre las cofradías de negros en América es presentado en Gutiérrez, Ildefonso, La población negra en América: Geografía, historia y cultura, Bogotá, El Búho, 2000, pp. 70-73.

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las bases para impulsar la insubordinación de los adoctrinados. La instrucción religiosa, que profesaba la bondad de Dios y la igualdad de los seres humanos, junto con la obligación de seguir los mandamientos divinos, se presentó, entonces, como una de las claves que inspiraran la lucha esclava contra la dominación. La catequización a la que fue expuesto el esclavizado brindaba las herramientas discursivas necesarias para justificar y fortalecer sus deseos de resistencia: no constituía exclusivamente su total aculturación y dominación. En este sentido, la enseñanza católica, que pretendía sumergir a los esclavizados en las dinámicas coloniales, trajo resultados inesperados para los amos y la sociedad colonial. Las prácticas cotidianas de dominación que regían normalmente las relaciones entre amos y esclavizados reflejaban la configuración del discurso de los opresores al exaltar la hegemonía del primero y la subordinación del segundo. Así lo reflejan las políticas del cuerpo esclavizado, por ejemplo, en lo que atañe al vestido, un aspecto aparentemente simple, pero de gran poder simbólico en las relaciones de dominación: los harapos más ordinarios, las telas más fuertes y molestas servían de ropa a los esclavizados, contraponiéndose al atuendo de los amos24. James Scott, quien analiza las dinámicas de dominación e insubordinación, haciendo con frecuencia referencia a los modelos esclavistas en América, afirma que existe un ‘guión oficial’ que, en el plano superficial y más visible, constituye la base de una actuación en la que se enfatiza el poder de los opresores y la subordinación de los dominados. A su vez, afirma que este ‘guión oficial’ no es el único; existe otro, el ‘guión escondido’ de los subordinados, que convive paralelamente con el primero y puede desarrollarse y manifestarse de manera subrepticia. Este ‘guión escondido’ es la base de la resistencia de los dominados, y una latente amenaza para los opresores25. Cuando aparecía en escena la alarma de una rebelión, la hegemonía prevaleciente, destacada y perpetuada a través de las estrategias de dominación del día a día, se sentía amenazada. Los esclavizados no eran propiedades sin más, tanto así que constituían más que nunca el temor de todos los habitantes de una provincia. A la voz de una sublevación era, entonces, cuando en mayor medida se hacía explícito aquello que la cristianización, aún sin ser su propósito central, cristalizaba: los esclavizados eran 24 Para una descripción del cuerpo y del vestido del esclavizado en Cartagena en el siglo XVII, ver Navarrete, María Cristina, “Cotidianidad y cultura material de los negros de Cartagena en el siglo XVII”, en América Negra: A la zaga de la América oculta, No. 7, Bogotá, Instituto de Genética Humana, Pontificia Universidad Javeriana, 1994, pp. 67-68. 25 Scott, James, Domination and the Arts of Resistance: Hidden Transcripts, New Haven y Londres, Yale University Press, 1994, pp. 136-201.

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una mercancía singular. El rumor de una conspiración esclava y las reacciones a éste evidencian la conciencia de que los esclavizados constituían un problema real, al tiempo que revelan el reconocimiento de su capacidad de luchar contra la dominación. El miedo y el descontrol, que se vio acentuado con los disturbios del 30 de abril en Cartagena de Indias, es la materialización de la dicotomía de la percepción sobre el esclavizado, contemplada, sin quererse, en el discurso opresor: se trata de una propiedad, pero una muy especial, una que es capaz de pensar, planear y actuar contra quienes lo dominan.

4. Movilidad, comunicación y solidaridad: claves de la insubordinación esclava Luego de los disturbios del 30 de abril, las autoridades del puerto intensificaron las investigaciones iniciadas con anterioridad, cuando corrió el rumor por cuenta del monje Joseph Sánchez. Ahora se buscaba capturar y castigar a quienes pudieran estar implicados en la presunta conspiración. Con información adicional en mente, según la cual esclavizados y cimarrones se habían unido, se intentó develar, pues, los eventuales vínculos entre los dos grupos. Se iniciaron las detenciones, y con ellas, las declaraciones y los testimonios de los supuestos implicados. El mismo 30 de abril, las autoridades interrogaron a los presuntos espías Juan Congo, Manuel Congo y Juan Arará, capturados ese día, sobre sus conexiones con los cimarrones. Su respuesta negaba cualquier vínculo con los residentes de los montes cercanos al puerto. Comentaron, simplemente, que estaban en la ciudad porque querían notificar a su dueño, don Joseph de Messa, que los cimarrones habían invadido y atacado su hacienda, en las inmediaciones de la ciudad26. Las declaraciones dadas el 1 de mayo por Francisco de Santaclara –quien había sido acusado por el monje, junto con el barbero Francisco de Vera– tampoco arrojaron luz alguna sobre el plan de rebelión de los esclavizados. Al igual que los otros detenidos, éste declaró no haber tenido contacto con los cimarrones. Dijo, además, que no se había comunicado en ningún momento con el mulato Francisco de Vera, en contra de lo que la información de las autoridades aseguraba. El testimonio del barbero, tomado el 7 de mayo, también negaba su conexión con los cimarrones; sin embargo, en contraste con la declaración de Santaclara, aceptaba haber tenido una breve conversación con este último, aunque insistía en el hecho de que el monje la 26 AGI, Santa Fe, 212, Auto del teniente general Pedro Martínez de Montoya.

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malinterpretó, pues no habían discutido nada relacionado con una rebelión. El barbero explicó que Santaclara se había quejado de su condición de esclavizado y que él le había respondido que no tenía necesidad de hacerlo: […] anda no seais pataratero tu no tienes necesidad de eso teneis buen amo […] calla la boca, no hableis de eso, mira Dios da la fortuna a cada uno y a los libres los hace esclavos quando conviene y a los esclavos libres si esta Dios o con plata o sin ella se es libre y sino por mas diligencias que hagas porque hasta que no llegue el casso no teneis que andar […]27

Algunos monjes declararon, pero sus testimonios sólo sirvieron para alimentar la confusión y acrecentar el rumor. Ninguna de las declaraciones condujo a las autoridades a una conclusión satisfactoria sobre la rebelión de los esclavizados. Como resultado, Santaclara y los demás capturados permanecieron en prisión, junto con el barbero Francisco de Vera, quien logró escapar en mayo de 1694, un año después de haber sido encarcelado28. Justamente por la imprecisión de estos testimonios, resulta difícil confirmar que esclavizados y cimarrones hubiesen planeado una revuelta generalizada. Sin embargo, no existe, por su parte, razón alguna para pensar que la conspiración de hecho no se diera. La pregunta que debe plantearse ahora es si fue posible para esclavizados y cimarrones confabularse en contra del sistema, si tuvieron acceso a ciertos espacios que propiciaran su resistencia y si en algún momento se dieron las condiciones adecuadas para la insubordinación. Es importante, pues, examinar las condiciones de posibilidad de una conspiración: la movilidad, la comunicación y la solidaridad. Un aspecto especialmente relevante en el esclarecimiento de la posibilidad misma del complot es el demográfico: la estructura, cantidad y densidad de la población esclava29. En lo que respecta a la población esclava, los cálculos de los académicos sobre la cantidad de esclavizados que había a principios del siglo xvii difieren ostensiblemente. Además, sólo ofrecen cifras de los residentes en el puerto, dejando de lado la 27 AGI, Santa Fe, 212, Declaración de Francisco de Vera, Cartagena, 7 de mayo de 1693, Autos criminales contra Francisco de Vera. 28 La descripción de la fuga de de Vera es narrada en Borrego Plá, María del Carmen, op. cit., pp. 102-104. 29 Eugene Genovese incluye algunos de estos elementos en una extensa lista que resalta las condiciones que podrían haber alentado o mantenido el desarrollo de rebeliones en diferentes sociedades esclavistas. Ver Genovese, Eugene, From Rebellion to Revolution: Afro-American Slave Revolt in the Making of the Modern World, Baton Rouge, Louisiana State University Press, 1979, p. 14.

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información sobre la cantidad de esclavizados en el resto de la provincia30. Los datos, en este sentido, no pueden ser totalmente confiables. El número de esclavizados en el territorio de la Gobernación de Cartagena de Indias parece ser más claro cuando se trata de los últimos años del siglo. De acuerdo con un censo de la provincia, realizado por las autoridades en 1686, el número total de esclavizados era de 5.700. Tan sólo en el puerto el número era de 1.952, como se señala en la tabla n° 2. Ahora, el número total de habitantes del puerto era de 7.34131; es probable que esta cifra incluyera, además de esclavizados, no sólo blancos, sino mestizos, nativos, y negros y mulatos libres. Según estas cifras, la población esclava no era despreciable, cerca del 27%, una cuarta parte del total de habitantes de la ciudad, de modo que podía representar una amenaza real para la sociedad colonial de Cartagena de Indias. Debe, además, tenerse en cuenta que la conspiración no fue un asunto exclusivamente relacionado con los esclavizados, sino que también incluía a los cimarrones y, con el barbero, al resto de una población constituida por negros y mulatos libres de la ciudad. El número de esclavizados, si se consideran a su vez las cifras hipotéticas de la población de cimarrones de la provincia y de los negros libres del puerto, pudo haber sido suficiente, si no para una rebelión duradera, al menos para un ataque exitoso contra la ciudad, en especial si consideramos la débil situación militar que el puerto encaraba en los días cercanos al 30 de abril con la partida del gobernador y la carencia de milicia. Tabla n° 2: Censo de los esclavizados, 1686. Provincia de Cartagena de Indias

Lugar Cartagena Mompox Tolú Turbaco, Arjona y Bahía Matunilla y Matuna Tierra Adentro Barranca

Esclavizados de la población secular ND 588 170

Esclavizados del clero ND – 13

Esclavizados de la Inquisición ND 48 53

465

76

7

548

554

44

236

408 309

39 36

26 14

473 359

Total 1952 636 236

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30 Para observar figuras numéricas de la población esclava en Cartagena de Indias, consultar Navarrete, María Cristina, Historia..., op. cit., p. 25 y “Cotidianidad”…, pp. 67-68. También, meisel roca, Adolfo; “Esclavitud, mestizaje y haciendas en la Provincia de Cartagena: 1533-1851”, en Desarrollo y Sociedad, No. 4, Bogotá, CEDE, Universidad de los Andes, 1980, pp. 242 y 244. 31 Meisel roca, Adolfo, op. cit., p. 242.

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Lugar Maxates Sinú San Benito Zimití Total

Esclavizados de la población secular 165 224 269 152 3304

Esclavizados del clero 32 6 16 6 268

Esclavizados de la Inquisición – – 26 2 176

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Total 197 230 311 160 5700

Fuente: AGI, Santa Fe, 213. Razón de los esclavos de la ciudad y su jurisdicción, en Autos obrados sobre la pacificación de los negros cimarrones y entradas a sus palenques, Cartagena, 15 de marzo de 1686. ND: No hay datos disponibles en la documentación de archivo: estas cifras no se encuentran en el reporte del censo.

En la zona rural de la provincia de Cartagena, los esclavizados se dedicaban, fundamentalmente, a labores agrícolas, a la cría de ganado y al transporte de mercancías. En el puerto, un gran número de esclavizados desempeñaba labores remuneradas. Trabajaban usualmente en la construcción de las fortificaciones de la ciudad, como artesanos; también eran vendedores en el mercado y en la calle. Otros eran despenseros, como Francisco de Santaclara, y se ocupaban de los recados y diligencias, desplazándose por toda la ciudad. La mayoría de los esclavizados tenía la oportunidad de abandonar durante el día las casas de sus amos, con el fin de desempeñar sus obligaciones y de obtener el dinero que luego debían entregar a sus dueños. La movilidad era, en efecto, estrictamente necesaria para el desempeño de sus labores. Además, estando ausentes sus amos de los lugares de trabajo, gozaban de cierto grado de independencia y tenían la posibilidad de interactuar con negros y mulatos libres que se dedicaran a tareas similares32. Los esclavizados podían, pues, establecer conexiones e incluso fuertes lazos de amistad con aquellos que se ocupaban de las mismas labores, pero cuya condición era distinta al no estar sometidos a un dueño. Aquellos que vendían diferentes productos en las calles, de casa en casa y en el mercado, podían comunicarse con otros esclavizados y negros y mulatos libres mientras recorrían la ciudad33. Adicionalmente, los esclavizados tenían la posibilidad de reunirse en sus cabildos: grupos en los que se congregaban negros libres y esclavizados que compartían unas mismas raíces culturales africanas –había cabildos Congo, Arará y Mandinga, entre otros. Según Nina de Friedemann, estos cabildos se destacan por haber sido “refugios de Africanía”, espacios donde se presentaron y desarrollaron, frecuentemente con 32 La descripción de los trabajos más comúnmente desempeñados por los esclavizados aparece en Gutiérrez, Ildefonso, La población..., op. cit, pp. 83-103 y Navarrete, María Cristina, Historia..., op. cit., pp. 29-41. 33 Para información sobre las redes de comunicación de cimarrones y esclavizados, ver Landers, Jane, op. cit., p. 185.

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algunas variaciones, elementos africanos que influyeron en la fiesta, la religión y la cultura funeraria de la población negra en Colombia. Para Friedemann, “[…] Dondequiera que existió, el cabildo negro sirvió para difundir creencias, música, instrumentos musicales, costumbres y ritos de los grupos originarios de aquellos recién llegados […]”34. Precisamente, al ser esferas en las que se conservó lo africano, los cabildos se convirtieron en espacios de resistencia por no aceptar la cultura opresora, predominante e impuesta. Pero más allá de esto –que es lo que con mayor frecuencia es subrayado por los autores que trabajan el tema de los esclavizados en Colombia–35, y para efectos de comprensión de la resistencia esclava, es preciso enfatizar un hecho: estos cabildos fueron, claramente, el sitio en el que los esclavizados, y en general la población negra, desarrolló y consolidó un fuerte sentimiento de comunidad y de solidaridad, condición necesaria para la insubordinación. Los cabildos también favorecieron la comunicación entre negros, esclavizados y libres, y la discusión de proyectos en contra de su situación36. 34 Friedemann, Nina de, Cabildos de negros: refugios de Africanía en Colombia, Caracas, Universidad Católica Andrés Bello, 1988, p. 11. 35 Durante las últimas décadas, ha sido sumamente común que dentro de los estudios de negros y esclavizados en Colombia se llame la atención sobre la resistencia ejercida a partir del ethos cultural, abandonando, tal vez, otros aspectos de la insubordinación esclava. Un ejemplo de literatura que apoya el desarrollo de la resistencia esclava desde la perspectiva del ethos cultural, es Maya, Adriana, “Paula de Eguiluz y el arte del bien querer. Apuntes para el estudio del cimarronaje femenino en el Caribe, siglo XVII”, en Historia Crítica, Bogotá, No. 24, julio-diciembre de 2002, pp. 101-124. Por su parte, un ejemplo de literatura que pretende analizar algunos aspectos de la resistencia esclava desde otro punto, distinto al cultural, es Valencia, Carlos, Alma en boca y huesos en costal: una aproximación a los contrastes socio-económicos de la esclavitud. Santafe, Mariquita y Mompox, 1610-1660, Bogotá, Instituto Colombiano de Antropología e Historia, 2003. 36 Como las fiestas y festivales esclavos del Caribe Británico y del llamado Antebellum South en los Estados Unidos, los cabildos negros en Cartagena de Indias han sido explicados bajo los parámetros de la aproximación conocida como “la válvula de seguridad”. Comúnmente, esta interpretación defiende el hecho de que en estas actividades —en las que los esclavizados podían disfrutar del baile, la comida y la conversación— constituían parte de las estrategias usadas por los opresores para relajar tensiones entre subordinados y dominantes. De acuerdo con esta aproximación, las fiestas, festivales y reuniones eran espacios en los que los esclavizados revertían el orden establecido porque sus amos así se los permitían. El propósito de los dueños era, entonces, distraer las ansiedades creadas por las relaciones de dominación, con el fin de mantener a los esclavizados, en lo sucesivo, bajo los habituales constreñimientos. Esta interpretación no da cuenta de uno de los elementos de la dinámica de su divertimento: mientras los amos proveían el espacio y el tiempo para estas actividades, no podían sin embargo controlar completamente sus códigos, expresiones y movimientos al interior de dichas actividades. Los esclavizados, en últimas, podían en este sentido hacer uso de las celebraciones para resistir. Los amos, por su parte, fracasaban, pues, en su propósito. Para literatura que sigue la tendencia de la “válvula de seguridad”, ver Borrego Pla, María del Carmen, Cartagena de Indias en el siglo xvi, Sevilla, Escuela de Estudios Hispanoamericanos, 1983. También Friedemann, Nina de, Cabildos..., op. cit. Vale anotar que

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Los esclavizados de la ciudad, a pesar de su opresión, se encontraban en una situación en la que tenían a su alcance mecanismos que facilitaban la planeación de distintas formas de insubordinación. Los cimarrones, por su parte, establecían redes de comunicación y gozaban de libertad de movimiento, dos elementos fundamentales para llevar a cabo cualquier rebelión. Mantenían contactos con la población negra de las haciendas, tanto con esclavizados como con libres, sostenían con ellos un comercio incipiente y compartían labores cuando en ciertas temporadas trabajaban en dichas haciendas37. Además del contacto con los esclavizados de las zonas rurales, los cimarrones también tenían conexiones con los de la ciudad; de ellos obtenían, en efecto, bienes como alcohol y tabaco. Finalmente, es pertinente enfatizar una condición importante de los cimarrones, una condición que claramente los convertía en una amenaza: tenían acceso a las armas, gracias a sus continuos asaltos38. Como se ha señalado antes, los testimonios de los esclavizados, el barbero y los monjes no fueron concluyentes. Sin embargo, las declaraciones de los cimarrones capturados durante la guerra que el gobernador sostuvo contra ellos pueden arrojar alguna luz en el caso. De acuerdo con estos testimonios, ellos mantenían comunicación con los esclavizados locales de la ciudad, en especial con Francisco Santaclara, y con algunos de los esclavizados de las diferentes haciendas, entre los cuales se encontraban los de don Joseph de Messa. Todo esto se señala a continuación. Un cimarrón mulato de nombre Nicolás declaró, por ejemplo, que ellos tenían relaciones y conexiones con esclavizados de diferentes haciendas: […] los dichos negros [los cimarrones] se comunicaban con los negros de las estanzias de Don Andres Perez Don Joseph de Messa Don Diego Durango Friedemann defiende esta postura, pero luego aceptando, paradójicamente, que los miembros de los cabildos “[…] tenían acceso no solamente a informaciones sociales y militares, sino también a la adquisición de provisiones y pólvora […]”, p. 13, con lo cual los cabildos se convierten no sólo en “refugios de Africanía”, en espacios de resistencia cultural, sino en esferas de insubordinación general. Para bibliografía que, por el contrario, apoya la posibilidad de la insubordinación esclava en las fiestas, consultar Gutiérrez, Ildefonso, La población..., op. cit. e Historia..., op. cit. Y para los casos del Antebellum South y el Caribe Británico, ver Fenn, Elizabeth; “A Perfect Equality Seems to Reign: Slave Society and John Canoe”, en North Carolina Historical Review, Vol. lxv, Raleigh, North Carolina Office of Archives and History, 1998, pp. 127-152 y Mcd beckles, Hilary, “War Dances: Slaves Leisure and Anti-Slavery in the British-colonised Caribbean”, en SHEPHERD, Verene (ed.), Working Slavery, Pricing Freedom, Kingston, Ian Randle, 2002, pp. 223-246. 37 Carvajal, Beatriz y RODRÍGUEZ, Pablo, “La vida cotidiana en las haciendas coloniales”, en CARVAJAL, Beatriz (ed.), Historia de la vida cotidiana en Colombia, Bogotá, Norma Editorial, 1996, pp. 79-102. 38 Gutiérrez, Ildefonso, La población…, op. cit., pp. 58-60 y Ruiz, Julián, op. cit., pp. 10-35.

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Don Pedro de Anaya y otros; que en la estanzia de Messa tenian espezial trato con el capitan Diego Mandinga en la estanzia de Don Andres Perez con Mathias Gomez y en la estanzia de Diego Durango con todos […]39

Nicolás también afirmó que ellos eran especialmente cercanos a los esclavizados de don Joseph de Messa y que supieron por ellos las noticias del ataque de las autoridades a la comunidad cimarrona. Además, afirmó que esta hacienda era el centro de la información y el lugar donde se enteraban de todos los eventos que usualmente tenían lugar en el puerto: “[…] tubieron dicha noticia porque se la dieron los esclavos negros de la estanzia de Don Joseph de Messa y que en ella se savia quanto pasaba en Cartagena […]”40. Con respecto a las relaciones entre los cimarrones y los esclavizdos de las inmediaciones, la cimarrona María Antonia declaró: “[…] tenian trato con un baquero o capataz del hato de Doña Maria Baca nombrado Juan de Sanabria que estaba junto a Santa Cathalina [una de las principales entradas de la muralla] y este les daba carnes saladas tabaco y quesso […]”41. Finalmente, hubo dos testimonios adicionales que afirmaban específicamente que uno de los miembros de esta comunidad cimarrona tenía contacto con Francisco Santaclara, quien podía moverse fácilmente por la ciudad, al tener que hacer los encargos de las monjas y del suministro de alimentos: […] un negro nombrado Francisco Ayana que estava en dicho palenque fue en muchas ocasiones al texar del capintan Anaya a verse con un negro de Cartaxena nombrado Francisco Arara que es de las monjas y este le daba machetes y otras cosas […]42 […] Francisco Ayana le dixo a este declarante que tenia conozienzia con Francisco el de las monjas y que le dijo que en dos ocasiones vino y entro en Cartagena por la puerta de la media luna […]43 39 AGI, Santa Fe, 213, Declaración del mulato Nicolás, Timiriguaco, 4 de mayo de 1693, Testimonios obrados por el gobernador de Cartagena de Indias, f. 329. 40 AGI, Santa Fe, 213, Declaración del mulato Nicolás, Timiriguaco, 4 de mayo de 1693, f. 330. 41 AGI, Santa Fe, 213, Declaración de María Antonia de Casta Mina, Timiriguaco 5 de mayo de 1693, Testimonios obrados por el gobernador de Cartagena de Indias, f. 345. 42 AGI, Santa Fe, 213, Declaración de mulato Nicolás, f. 331. 43 AGI, Santa Fe, 213, Declaración de Domingo Padilla, Cartagena, 11 de mayo de 1693, Testimonios obrados por el gobernador de Cartagena de Indias, f. 390.

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Aún con estos testimonios, la rebelión esclava no fue más que un evento posible. En realidad, no había una manera precisa de confirmarlo44. No obstante, algunas indicaciones sugerían que los esclavizados locales del puerto se comunicaban con los cimarrones y, además, que los esclavizados de las zonas rurales podían haber estado involucrados en la planeación de una rebelión, al menos como espías. El rumor propagaba lo que pudo ser una historia ficticia, pero sin duda basada en la realidad. Una historia que era la representación tanto del miedo de la elite como el de los habitantes del puerto, y que causaba aún más ansiedad entre estos grupos. Una historia que, además, permitía a los habitantes expresar sus sentimientos de vulnerabilidad, acentuados por los recientes sucesos en la provincia: la partida de gobernador, la escasez de milicia y la lucha contra los cimarrones. En la ciudad de Cartagena de Indias los esclavizados tenían la oportunidad de aprovechar su movilidad para establecer conexiones entre ellos. También podían hacer uso de ciertos espacios para discutir ideas que los identificaran como un grupo que se distinguiera del círculo de los dueños. Las autoridades y los amos percibían que la conspiración y la rebelión podían haber sido reales, y sus respuestas son evidencia de ello; de hecho, los esclavizados, como cualquier otra persona, podían organizarse y planear estrategias para minar abierta y públicamente el poder de sus opresores. Tenían la capacidad intelectual de hacer esto, y sus amos lo sabían; los dueños habían tenido experiencias previas que demostraban que los esclavizados podían resistir y que en efecto resistían. Una rebelión habría sido simplemente la forma más drástica de transgredir el orden establecido. Este temor estaba justificado, pues a lo largo del siglo XVII los esclavizados ya habían resistido en diferentes formas y niveles, huyendo, estableciendo palenques en regiones inaccesibles para las autoridades, usando sus cuerpos como lugares de trasgresión y manipulando el discurso de dominación, formas de resistencia que completan el cuadro de la insubordinación esclava.

44 Una argumentación en contra de la realidad de la conspiración es desarrollada en McFarlane, Anthony, op. cit., pp. 221-259.

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Del hogar a los juzgados: reclamos familiares ante la Real Audiencia de Santafé a finales del período colonial (1800-1809) h e Catalina Villegas del Castillo a

Introducción La ley ha servido como marco de interpretación para leer las continuidades y cambios ocurridos en la familia a lo largo del tiempo. A partir de las leyes y códigos, varios trabajos historiográficos han puesto de presente la desigualdad de madres, esposas e hijas como consecuencia de la incapacidad legal consagrada en los textos legales1. h Artículo recibido el 11 de octubre de 2005 y aprobado el 7 de marzo de 2006. e Una versión preliminar de este texto fue presentada en el II Simposio Internacional Interdisciplinario de Colonialistas de las Américas, Pontificia Universidad Javeriana, Georgetown University, Bogotá, agosto 8 al 11 de 2005. Este artículo es producto del trabajo de investigación que la autora desarrolla en la actualidad en la Maestría en Historia de la Universidad de los Andes bajo la dirección del profesor Pablo Rodríguez. La autora agradece los comentarios, observaciones y sugerencias de quienes conocieron las primeras versiones del artículo, especialmente a las profesoras Marta Herrera y Margarita Garrido, así como a los estudiantes de la Maestría de Historia de la Universidad de los Andes Lucía Morales y Gonzalo Jiménez quienes con sus lecturas contribuyeron de manera importante a precisar las ideas que se presentan en el texto. a Abogada de la Universidad de los Andes y estudiante de Maestría en Historia en la Universidad de los Andes. 1 Para el caso de Colombia pueden verse entre otros los siguientes trabajos: LEÓN, Magdalena y RODRÍGUEZ, Eugenia (eds.), ¿Ruptura de la inequidad? Propiedad y género en la América Latina del siglo XIX, Bogotá, Siglo del Hombre Editores, 2005; DUEÑAS, Guiomar, “Matrimonio y familia en la legislación liberal del siglo XIX”, en Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, No. 29, Bogotá, 2002, p. 167; VELÁSQUEZ, Magdala, “Condición jurídica y social de la mujer”, en TIRADO MEJÍA, Álvaro (dir.), Nueva Historia de Colombia, Vol.

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Sin embargo, y siguiendo a Elizabeth Dore, la subordinación legal de las mujeres se ha exagerado, construyéndose un “mito” alrededor de esta idea2. Según esta autora, no es tan cierto que el Estado colonial español hubiera negado la existencia legal de las mujeres. Por ejemplo, las mujeres en general, sin importar si estaban casadas o no, podían firmar contratos y acudir ante los tribunales eclesiásticos y civiles. Sin embargo, tal y como ella misma lo aclara, “este mito […] como todo mito contiene algunas verdades”3. En ese sentido, los derechos de las mujeres menores de edad y de las mujeres casadas eran limitados y restringidos, en la medida en que necesitaron de la autorización de sus padres o esposos para adelantar ciertos actos y negocios de naturaleza jurídica4. Aún cuando las leyes y códigos resultan ser fuentes primarias pertinentes y útiles para la reconstrucción de la historia de la familia en Colombia, el análisis que de ellas se deriva es problemático, en tanto limita la posibilidad de estudiar la aplicación de las normas a nivel social. En otras palabras, estas fuentes no dan cuenta de las posibles respuestas o negociaciones que fueron hechas por los destinatarios de las normas. En este artículo se propone realizar una lectura de la familia en la que se tengan en cuenta, por un lado, las formas de control y poder ejercido por el Estado colonial sobre la vida familiar a través de la aplicación e interpretación de las normas y, por el otro, la respuesta de los miembros del grupo familiar al ejercicio de este poder5. El

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IV, Bogotá, Planeta, 1998, p. 10; BERMÚDEZ, Suzy, El concepto de mujer y de familia en el contexto de la Constitución de 1886, Bogotá, Mecanografiado, Informe de investigación No. 11, Comité de Investigaciones, Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales, Universidad de los Andes, 1987, p. 2. DORE, Elizabeth, “One step forward, two steps back: Gender and the State in the long nineteenth century”, en Hidden histories of gender and the state in Latin America, Durham y Londres, Duke University Press, 2000, p. 11. Ibid., p. 12. Según Carmen Diana Deere y Magdalena León en la Colonia la mayoría de edad se alcanzaba a los 25 años tanto para hombres como para mujeres. DEERE, Carmen Diana y LEÓN, Magdalena, “El liberalismo y los derechos de propiedad de las mujeres casadas en el siglo XIX en América Latina”, en LEÓN, Magdalena y RODRÍGUEZ, Eugenia (eds.), ¿Ruptura de la inequidad? Propiedad y género en la América Latina del siglo XIX, Bogotá, Siglo del Hombre Editores, 2005, p. 50. Uno de los límites que presenta el estudio de la ley como fuente para la reconstrucción histórica consiste en la imposibilidad de identificar la forma en la que operó a nivel social. En ese sentido, los procesos judiciales complementan la visión institucional y formal de la ley, en la medida en que en estos documentos resulta posible establecer la agencia o práctica de aquellos a quienes se les aplicó la legislación vigente. La propuesta del texto consiste entonces en articular el estudio de las instituciones con el de los individuos. Algunos de los trabajos que desarrollan este enfoque y que fueron utilizados como marco teórico para el desarrollo del texto fueron BOURDIEU, Pierre, Language and Symbolic Power, Cambridge, Massachussets, Harvard University Press, 1991; CERTEAU, Michel de, La escritura de la historia, México, Universidad Iberoamericana, 1985.

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objetivo del texto consiste en identificar los discursos morales, religiosos y jurídicos utilizados por el Estado colonial a través de los jueces y fiscales, así como la utilización que de estos discursos hicieron los padres, las madres y los hijos que acudieron ante las instancias judiciales con el fin de proteger sus intereses. El estudio y análisis de los procesos judiciales permite desarrollar esta propuesta. En ese sentido, el estudio de casos relacionados con conflictos familiares complementa el análisis derivado exclusivamente de las leyes y códigos. Varios trabajos historiográficos han utilizado procesos judiciales para fundamentar sus investigaciones. Los autores reconocen el valor y la importancia de estas fuentes por considerar que permiten identificar las posiciones del Estado y de la Iglesia frente a las conductas de quienes contravinieron la normatividad6. La propuesta que aquí se hace es en cierta forma distinta aunque complementa las anteriores. De una parte, identifica aspectos propios de la dinámica judicial que merecen ser tenidos en cuenta en la interpretación de este tipo de fuentes. Por otra parte, no sólo señala los argumentos del Estado sobre estos asuntos, sino también establece las formas o mecanismos de respuesta de los individuos al funcionamiento de la justicia y a la aplicación del derecho. Resulta posible rastrear diversas formas de conflictividad familiar en los archivos judiciales: herencias, desfloramientos, estupros, parricidios, entre muchos otros. Sin embargo, el corpus documental que fundamenta este texto está conformado por casos relacionados con oposiciones matrimoniales y procesos por alimentos contenidos en el fondo de asuntos civiles de la Sección Colonia del Archivo General de la Nación. Las oposiciones matrimoniales consistían en una acción que adelantaban los padres ante la justicia para oponerse a los enlaces de los hijos menores de edad. Los juicios por alimentos se seguían con el fin de obligar al padre generalmente, al pago de una cuota alimentaria para el sostenimiento de los hijos o de la esposa según el caso. Se consultaron en total ocho procesos judiciales ocurridos durante el período 18001809, de los cuales tres corresponden a oposiciones matrimoniales y cinco a procesos por alimentos7. Los primeros resultan interesantes en la medida en que permiten 6 Algunos de los trabajos que utilizan procesos judiciales en sus análisis son SOSA, Guillermo, Labradores, tejedores y ladrones. Hurtos y homicidios en la Provincia de Tunja 1745-1810, Bogotá, Instituto Colombiano de Cultura Hispánica, 1993; PATIÑO MILLÁN, Beatriz, “Las mujeres y el crimen en la época colonial. El caso de la ciudad de Antioquia”, en Las mujeres en la historia de Colombia, Bogotá, Presidencia de la República, Editorial Norma, 1995, Tomo II, pp. 77-119 y DUEÑAS, Guiomar, Los hijos del pecado. Ilegitimidad y vida familiar en la Santafé de Bogotá colonial, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 1996. 7 La revisión de archivo que se hizo sugiere que éste fue el total de las oposiciones y de los procesos por alimentos que se tramitaron ante la Audiencia de Santafé durante el período estudiado.

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identificar las rupturas o continuidades en las jerarquías familiares. Los segundos, los procesos por alimentos, también ejemplifican la forma en la que fueron confrontadas las estructuras familiares, pero en lo fundamental, estos casos expresan modelos de mujeres activas que salieron del hogar y solicitaron la intervención del Estado8. Estas esposas y madres se encuentran lejos de la imagen de mujer pasiva a la cual se hizo referencia con anterioridad, a propósito de la tesis de Elizabeth Dore. El análisis que se propone de los argumentos y discursos se hace dentro del contexto de los últimos años del período colonial. Inicialmente esta investigación se había propuesto para el período comprendido entre los años de 1800 a 1830 con el fin de estudiar en conjunto la caída del orden colonial y el establecimiento de la República. Sin embargo, para el período comprendido entre 1810 a 1820 no se encontró ningún expediente relacionado con el tema de estudio. Podría señalarse como una posible causa de este “silencio documental”, una desorganización judicial en los tribunales superiores durante la Independencia y en los primeros años de la República. Sin embargo, en el año de 1826 se expidió la ley de abril 8, cuyo propósito consistió en regular la situación de las causas civiles y criminales que se interpusieron y decidieron durante el período comprendido entre 1810 a 1820. El título de la ley fue el siguiente: “Declarando válidas ciertas providencias y sentencias dictadas en la primera época de la transformación política”. De todas formas, el silencio documental encontrado para las causas civiles estudiadas sugiere que el sistema judicial se vio alterado por los eventos políticos del período independentista9. También podría argumentarse que durante estos años las causas familiares no fueron objeto de estudio por parte de los jueces de este período, en la medida en que los juicios políticos prevalecieron

8 Aída Martínez desarrolla el argumento de “rebeldía” de las mujeres que vivieron el tránsito de la Independencia a la República, como producto del ambiente político de la época. MARTÍNEZ, Aída, Extravíos, Bogotá, Colcultura, 1996. Este argumento sobre la participación activa de las mujeres en los escenarios públicos lo retoma en MARTÍNEZ, Aída, “Mujeres y familia en el siglo XIX”, en Las mujeres en la historia de Colombia, op. cit., pp. 292-321. Otros de los trabajos que estudian el papel de las mujeres en la vida política del país, particularmente en el período de la Independencia son CHEPRAK, Evelyn, “La participación de las mujeres en el movimiento de Independencia de la Gran Colombia 1780-1930”, en LAVRIN, Asunción (comp.), Las Mujeres Latinoamericanas: Perspectivas Históricas, México, Fondo de Cultura Económica, pp. 253-271; EARLE, Rebecca, “Rape and the Anxious Republic. Revolutionary Colombia, 1810-1830”, en DORE, Elizabeth y MOLYNEUX, Maxine (eds.), Hidden histories of gender and the state in Latin America, Durham y Londres, Duke University Press, 2000, pp. 126-146. 9 El texto de la ley puede consultarse en Recopilación de leyes de la Nueva Granada, formada i publicada en cumplimiento de la lei de 4 de mayo de 1843 i por comision del poder Ejecutivo por Lino de Pombo, miembro del senado, Bogotá, imprenta de Zoilo Salazar, por Valentin Martinez, 1845.

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en estos años10. Lo cierto es que con posterioridad a 1822 comienzan nuevamente a encontrarse este tipo de expedientes bajo un sistema judicial que centralizó los tribunales superiores en Bogotá, ante el fracaso del sistema federal que se adoptó en los primeros años de la República. Resulta necesario entonces que futuros trabajos investiguen con mayor detalle los efectos de la Independencia sobre el funcionamiento de la administración de justicia en general. Los procesos consultados tuvieron lugar en Santafé o llegaron a los juzgados de la ciudad en segunda instancia provenientes de otros lugares del Virreinato. La estructura judicial colonial se caracterizó por centralizarse en esta ciudad, al constituirse en la capital y sede de la Real Audiencia11. Por este motivo, los casos ocurridos en otros lugares del Virreinato que fueron apelados -por estar las partes inconformes con las decisiones de los jueces inferiores- llegaron a la capital para ser decididos por la Real Audiencia como máximo tribunal de la administración de justicia colonial12. Historizar la familia a partir del estudio de procesos judiciales permite ampliar las fronteras de interpretación: según se verá, se visualizan actores tales como el Estado y los abogados quienes con sus actuaciones y decisiones expresaron valores y actitudes en relación con la familia. Por otro lado, se evidencia el juzgado como un espacio en el cual se movilizaron ideas que hicieron eco de las tensiones políticas y sociales que se vivieron en los últimos años del período colonial13. Se observa la apropiación del discurso jurídico, político, moral y religioso de la época, el cual fue utilizado tanto por las autoridades judiciales como por los demandantes y demandados que

10 Sobre los juicios políticos que se adelantaron durante la Independencia véase TOVAR PINZÓN, Hermes, “Guerras de opinión y represión en Colombia durante la independencia (1810-1820)”, en Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, No. 11, Bogotá, 1983, pp. 187-232. 11 McFARLANE, Anthony, Colombia antes de la Independencia. Economía, sociedad y política bajo el dominio borbón, Bogotá, Banco de la República, 1997, p. 349. 12 Sobre la Real Audiencia y el funcionamiento de la administración de justicia durante el período colonial pueden consultarse entre otros, los siguientes trabajos: MAYORGA, Fernando, La Audiencia de Santafé en los siglos XVI y XVII, Bogotá, Instituto Colombiano de Cultura Hispánica, 1991; JARAMILLO URIBE, Jaime, “La administración colonial”, en Nueva Historia de Colombia, Bogotá, Editorial Planeta, 1989, Tomo I, pp. 175-192; OTS CAPDEQUI, José María, Instituciones de gobierno del Nuevo Reino de Granada durante el siglo XVIII, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 1956 y POLANCO ALCÁNTARA, Tomás, Las Reales Audiencias en las provincias americanas de España, Madrid, Editorial Mapfre, 1992. 13 La idea del juzgado como espacio de movilización de ideas es tomado del trabajo de Sarah Chambers sobre el estudio de casos en Arequipa (Perú) durante el período 1780-1854. CHAMBERS, Sarah, From subjects to citizens. Honor, gender and politics in Arequipa, Perú 1780-1854, Pennsylvania, Pennsylvania University Press, 1999, p. 10.

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intervinieron en estos procesos. Adicionalmente, queda al descubierto la estrecha relación entre familia y política, poniendo de presente lo que Bourdieu plantea respecto a “la equivalencia entre el estudio de la sociología de la familia con el de la sociología política”14. De todas formas habría que reconocer las dificultades que pueden surgir al momento de aproximarse al tipo de procesos que aquí se analizan. Por un lado, se advierte que no todas las familias acudieron a los juzgados y tribunales para ver solucionados sus conflictos y, en esa medida, puede objetarse una posible falta de representatividad de los casos estudiados. Frente a este señalamiento cabe responder que los procesos judiciales son tan sólo una de las posibles alternativas para el estudio de la familia. En la medida en que las fuentes lo permitan, lo ideal sería articular legislación, práctica judicial y costumbre social para establecer las contradicciones entre derecho y realidad social. En segundo lugar, podría argumentarse que los reclamos interpuestos ante la justicia estuvieron mediados por la necesidad de ajustarse a la lógica y a la formalidad de la justicia, del derecho y de los abogados, perdiéndose la espontaneidad de los reclamos. En algún sentido, las “voces escritas” contenidas en los documentos históricos, particularmente en los documentos judiciales, están mediadas por formas de poder y por el formalismo propio del sistema judicial. Sin embargo, las actuaciones de demandantes y demandados dentro de los procesos, como por ejemplo, las peticiones que formularon ante los escribanos o las respuestas que ofrecieron en los interrogatorios, sugieren que los sentimientos, preocupaciones e intuiciones de las esposas, padres e hijos también estuvieron presentes en los procesos. Ofensas, insultos y sentimientos en general quedaron expresados en estos documentos15. Finalmente, habría que precisar las preguntas que guiaron la interpretación y análisis de las fuentes descritas: ¿Qué tipo de lectura sobre la familia ofrece el estudio de 14 BOURDIEU, Pierre, “Marriage strategies as strategies of social reproduction”, en FORSTER, Robert y RANUM, Orest (eds.), Family and society. Selections from the Annales. Economies, Sociétés, Civilisations, Baltimore y Londres, Johns Hopkins University Press, 1976, p. 135. Para el caso colombiano, María Teresa Calderón y Clément Thibaud desarrollan este argumento comentando que “La institución familiar ofrece una clave de lectura sobre la política y la sociedad en su conjunto”. CALDERÓN, María Teresa y THIBAUD, Clément, “La construcción del orden en el paso del antiguo régimen a la República”, en Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, No. 29, Bogotá, 2002, p. 146. 15 Sobre la mediación en los documentos históricos, particularmente en los documentos inquisitoriales, véase CERTEAU, Michel de, “El lenguaje alterado: la palabra de la posesa”, en ORTEGA, Francisco (ed.), La irrupción de lo impensado, Cátedra de estudios culturales Michel de Certeau, Bogotá, Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2004, pp. 189-218.

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casos? ¿Cuáles fueron los argumentos utilizados por los miembros del grupo familiar al acudir a los juzgados con el fin de obtener una decisión a su favor? ¿De qué manera y cómo se involucró el Estado a través de los jueces y fiscales en estos asuntos? La estructura del texto es entonces la siguiente: en la primera parte se describe la dinámica que se vivió al interior de juzgados y tribunales. En la segunda, se analizan los procesos judiciales consultados, es decir, las oposiciones matrimoniales y los procesos por alimentos. Por último, se señalan las conclusiones sobre el tema de investigación planteado.

1. El “ritual” de los procesos Una mirada formal a los procesos no haría visibles las tácticas16 y principios implícitos que condicionaron el comportamiento de las partes durante el desarrollo de los procesos judiciales estudiados. En otras palabras, las partes involucradas no actuaron únicamente según las reglas de juego que regularon el trámite, sino que cada parte elaboró la táctica que le procurara un pronunciamiento a su favor. En esa medida, en contraposición a una aproximación estática centrada en los aspectos formales y aparentemente neutrales que subyacen a los procesos judiciales, se propone una mirada a ellos como un “ritual” con formas muy propias y en el que intervienen distintos actores, discursos y estrategias17. Dar inicio a un proceso civil era un mecanismo para presionar a la otra parte a ceder en sus intereses personales: aceptar el matrimonio de un hijo o hija en el caso de las 16 El uso de esta palabra corresponde al planteamiento de Michel de Certeau sobre estrategias y tácticas. De Certeau sugiere estos conceptos como modelos para identificar cómo se ejerce el poder y cómo se responde en la cotidianidad de las personas a dicho ejercicio. Este autor define las estrategias como el lugar desde donde se despliegan las relaciones de poder y las tácticas como la forma en la que los débiles responden. De todas formas, una misma persona puede actuar en ciertos contextos condicionada por una estrategia y en otros por una táctica. Véase CERTEAU, Michel de, “La invención de lo cotidiano” en ORTEGA, Francisco (ed.), La irrupción de lo impensado, Cátedra de estudios culturales Michel de Certeau, Bogotá, Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2004, pp. 241-260. 17 Se trata entonces de mirar los procesos judiciales como espacios de transacción y de movilización de intereses personales que no se hacen explícitos durante el curso de las distintas etapas que llevan a la sentencia. Este análisis responde a una mirada antropológica y sociológica de las dinámicas en los procesos judiciales. Sobre el problema de lo implícito véase DOUGLAS, Mary, Implicit meanings. Essays in Anthropology, primera reimpresión, Londres, Routledge and Keagan Paul, 1978. Sobre la movilización de intereses en el curso de los procesos judiciales véase MERRY, Engle Sally, “Etnography in the archives”, en STARR, June y GOODALE, Mark, Practicing etnography in law. New dialogues, enduring methods, Nueva York, Palagrave Macmillan, 2002, pp. 128-142.

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oposiciones y pagar mensualmente una cuota en los procesos por alimentos. Estos generalmente se iniciaban con la presentación de la persona interesada en demandar ante el escribano, indicando su nombre, edad, lugar de residencia, parentesco y los motivos por los cuales acudía ante la justicia. Es de anotar que en este tipo de documentos no se especificó la condición racial del demandante18. Con esta primera actuación el conflicto se hacía visible ante los ojos de abogados, fiscales y testigos. El día a día salía de la casa para ser debatido en los tribunales exigiéndose una respuesta por parte de la justicia. Al hacerse público el conflicto, los maridos se sentían amenazados en su honor y sometidos al escarnio público, respondiendo con actitudes de venganza, ofensas e insultos con el fin de deslegitimar los reclamos de la esposa. Esta situación es una constante en los expedientes estudiados. En el caso de Josefa Pontón contra Carlos Cárdenas por alimentos y adulterio (1809), este último procedió a insultar a su esposa en términos de “puta puerca” al verse perseguido por las autoridades19. Con posterioridad a la presentación de la demanda, se posesionaba el abogado que representaría en el transcurso del proceso los intereses del demandante20. A 18 Para el caso de Arequipa (Perú), Sarah Chambers comenta: “Cuando los individuos se acercaban a las cortes, … estaban legalmente obligados a proveer información pertinente tal como ocupación, edad, estado civil y raza. De todas formas, en Arequipa, este último dato se registraba de manera fortuita, y los únicos términos que aparecían con alguna frecuencia eran los de “Indio” o aquellos que identificaban descendencia africana tales como “negro”, “mulato” o “zambo””. CHAMBERS, Sarah, “Little middle ground. The Instability of a Mestizo Identity in the Andes, Eighteenth and Nineteenth Centuries”, en APPELBAUM, Nancy, MACPHERSON, Anne y ROSEMBLATT, Karin Alejandra, Race and Nation in Modern Latin America, Chapel Hill, The University of North Carolina Press, 2003, p. 41; mi traducción. 19 El Alcalde Ordinario de Santafé, Luis Caycedo, narra los insultos proferidos por Cárdenas contra su esposa de la siguiente manera: “Luego que se les previno el que siguieran por la capital [se refiere al procesado y a su concubina], se insolentaron en tropelias que sin respeto ni temor de la justicia trataron a mi parte de puta puerca, con otros genocidios de esta naturaleza ofreciendole venganza de ella. Semejantes excesos hieren el buen concepto y reputacion que por ser de arreglada conducta y procedimientos ha merecido la pobre por quien hablo para que estos hechos queden en graves deshonras suyas”. A.G.N., Sección Colonia, Asuntos civiles-Cundinamarca, LXXXVI, f. 509v, 1809. 20 Víctor Uribe Urán estima que para el año de 1806 había alrededor de 150 letrados en la Nueva Granada, la mayoría de ellos concentrados en Santafé. Señala también que según un almanaque publicado en el año de 1806 había un total de 130 letrados en el Nuevo Reino de Granada; 72 estaban en Bogotá, 19 en Cartagena, 9 en el suroccidente del país en regiones como Neiva, Buga, Popayán, Cartagena y Chocó, 11 en la región oriental del Socorro, Tunja y San Gil y 23 repartidos en otros lugares del virreinato. Sin embargo, este autor calcula que este número pudo haber ascendido a 150 letrados. URIBE, Víctor, Honorable lives. Lawyers, Family, and Politics in Colombia, 1780-1850, Pittsburgh, University of Pittsburgh Press, 2000, p. 26.

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continuación el juez llamaba al demandado, quien a su vez era representado por un letrado o por un abogado de pobres, en caso de que no contara con los recursos necesarios para costear a su propio abogado. La siguiente etapa correspondía a la práctica de pruebas solicitada por las partes. A partir de los casos estudiados es posible concluir que la prueba más solicitada fue la declaración de la persona demandada y de los testigos que pudieran dar fe de los hechos. Previa la formulación de un cuestionario (redactado en algunos casos por el demandante o demandado directamente o por el respectivo abogado) con las preguntas que pudieran llegar a comprobar la existencia de los hechos, el demandado y los testigos eran llamados por el juez. Los cuestionarios, que son largos, variados y detallados resultan de gran interés, en la medida en que contienen circunstancias y apreciaciones que no pueden leerse en otra parte del expediente. Siguiendo el trabajo de la historiadora norteamericana Natalie Davis sobre las cartas de perdón en Francia durante el siglo XVI, la utilización del lenguaje, el detalle y el orden de los elementos en la narración son necesarios para percibir como real una historia21. El detalle se convierte entonces en un elemento fundamental para persuadir al juez. Por ejemplo, en el interrogatorio que Nicolasa Álvarez solicita se formule a Franco Mejía con el fin de que se le obligue al pago de una cuota alimentaria para el sostenimiento de una hija natural, se encuentran preguntas como la que se transcribe a continuación: Diga si al siguiente dia preguntandole yo que le parecia la niña, me respondio con expresiones mui naturales, y significativas de inclinación añadiendo que parecia una Amazona, que no se podia negar que era de familia en lo corpulento, y cierto aire de circunspección tan propio en el22.

Si los detalles y la forma persuasiva en el uso del lenguaje son característicos en las preguntas de los interrogatorios sugeridos por los demandantes, los demandados por su lado son parcos, ambiguos y limitados a la hora de responder. A la pregunta arriba transcrita, Mejía respondió “que no se acuerda de nada de lo que contiene la pregunta”23. Como se ve, cada parte tiene su propia táctica. Los testimonios son utilizados a conveniencia de las partes. El proceso judicial se convierte entonces en un juego en el que se debe ser cuidadoso con la táctica a seguir.

21 DAVIS, Natalie Zemon, Fiction in the archives. Pardon tales and their tellers in sixteenth century France, Stanford, Stanford University Press, 1987, p. 4. 22 A.G.N., Sección Colonia, Asuntos civiles-Cundinamarca, XLV, f. 13r, 1802. 23 A.G.N., Sección Colonia, Asuntos civiles-Cundinamarca, XLV, f. 13r, 1802.

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A continuación de la etapa de práctica de pruebas las partes, a través de sus respectivos abogados, presentaban unos escritos finales en los que reiteraban los argumentos a su favor. Posteriormente, teniendo elementos de juicio suficientes con los escritos y pruebas, el fiscal procedía a fallar el caso. Ante la decisión, las partes podían apelarla, es decir, solicitar que una autoridad de mayor jerarquía, la Real Audiencia para efectos de los procesos aquí estudiados, se pronunciara en definitiva sobre el conflicto. El anterior panorama sugiere una narrativa en la que se entrecruzan distintas versiones e historias así como diversos actores. No es, según se dijo, una dinámica de simple cumplimiento de las reglas que regulan el proceso, sino por el contrario, termina siendo la confrontación de movimientos calculados. A continuación se describirán con mayor detalle tales tácticas en los procesos consultados.

2. Las oposiciones o disensos matrimoniales: la importancia del capital simbólico y económico En el año de 1801, José Joaquín Sanmiguel acudió indignado ante las autoridades civiles por haberse presentado una oposición matrimonial de su hermano, el alcalde de Santafé José Ignacio Sanmiguel, al “justo matrimonio” que pretendía celebrar con Juana Josefa de la Luz Moreno24. De igual forma, José María Merlano, subteniente del regimiento de infantería en la Plaza de Cartagena, recurrió a la justicia en el año de 1800 con el fin de que se probara la “irracionalidad” del disenso presentado por su padre, Antonio Merlano, “Capitán de Infantería, Caballero de la distinguida orden de Carlos III, y secretario del Gobierno de la ciudad de Cartagena”25. En el año de 1807, la Real Audiencia conoció el caso de José Javier Amaya quien en representación de su novia y futura contrayente, solicitó se declarara la “irracionalidad” del disenso promovido por Ignacio Fernández, padre de la novia y Administrador de Correos de la Villa de San Gil26. En los casos arriba enunciados, las oposiciones provinieron fundamentalmente de personas con algún estatus dentro de la sociedad colonial: un alcalde, un militar y un funcionario de la administración de correos. Sin tener certeza sobre la condición racial de estos individuos, se puede establecer que se trataba de personas de rango medio y medio alto en la administración colonial. 24 A.G.N., Sección Colonia, Asuntos civiles-Cundinamarca, VIII, f. 274, 1801. 25 Este caso fue enviado por el gobernador de Cartagena a la Real Audiencia en Santafé para que fuera decido en segunda instancia. A.G.N., Sección Colonia, Asuntos civiles-Cundinamarca, XXXVIII, f. 109r, 1800. 26 A.G.N., Sección Colonia, Asuntos civiles-Cundinamarca, I, f. 497v, 1807.

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Las oposiciones se fundamentaron en la Real Pragmática promulgada en el año de 1776 y aplicada en las colonias en el año de 1778 mediante la cual la Corona española reguló el matrimonio. Esta disposición facultó a los padres para oponerse a los matrimonios de los hijos menores de 25 años cuando consideraran que el enlace era entre personas desiguales27. El desconocimiento de la decisión parental conllevó la pérdida de la herencia. Respecto de los casos analizados, ¿cuáles fueron las razones por las que miembros de la familia se opusieron al enlace de sus hijos y hermanos? Pablo Rodríguez comenta en su estudio de las oposiciones matrimoniales durante el siglo XVIII: “…el único motivo por el cual un padre se oponía ostensiblemente al matrimonio de un hijo era por diferencias raciales. Un muy relativo peso tenían las diferencias económicas o los regionalismos, y en ninguno el parecer estético”28. Sin embargo, en los casos estudiados, que tuvieron lugar en los inicios del siglo XIX, es posible identificar un menor peso del factor racial. Los argumentos utilizados por los padres y opositores tendían a señalar la importancia de que la futura contrayente tuviera suficientes recursos económicos y que perteneciera a una determinada clase social para de esta manera autorizar el enlace. Así, el Capitán Merlano, aunque reconocía la calidad en la ascendencia de la novia de su hijo, de todas formas se quejaba de la falta de recursos de la contrayente que ayudaran a aliviar las cargas del matrimonio. Merlano planteó la siguiente pregunta: ¿Dos pobres de distinción que no tienen que comer, que les falta con que sostener, educar y fomentar a sus hijos, que por su clase y jerarquia no pueden recurrir a unos medios, que solo son admisibles y licitos en las gentes del tercer orden, qué utilidad ofrecen al Estado?29.

Así mismo, en la oposición del alcalde de Santafé, aunque el hermano menor logró probar que la futura contrayente era descendiente “de conquistadores y pobladores de Zipaquirá”30, para el opositor resultaba cuestionable que la novia fuera dueña de una chichería. 27 Sobre la Pragmática Real y su aplicación en la Nueva Granada véase DUEÑAS, Guiomar, “Matrimonio y familia en la legislación liberal del siglo XIX”, op. cit., pp. 168-170. Para el caso del departamento de Antioquia puede consultarse RODRÍGUEZ, Pablo, Seducción, amancebamiento y abandono en la Colonia, Bogotá, Fundación Simón y Lola Geberek, 1991, pp. 99-124. Véase también RODRÍGUEZ, Pablo, Sentimientos y vida familiar en el Nuevo Reino de Granada Siglo XVIII, Bogotá, editorial Ariel, 1997, pp. 158-166. 28 RODRÍGUEZ, Pablo, Sentimientos y vida familiar…, op.cit., p. 162. 29 A.G.N., Sección Colonia, Asuntos Civiles-Cundinamarca, XXXVIII, f. 1002v, 1800. 30 A.G.N., Sección Colonia, Asuntos Civiles-Cundinamarca, VIII, f. 316, 1801.

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De esta manera, los documentos relacionados con los disensos matrimoniales permiten identificar los ideales de los padres y familiares en relación con el matrimonio. No se trataba de seguir la idea religiosa y legal según la cual el matrimonio era la unión de un hombre y una mujer, sino por el contrario, con las oposiciones o disensos el matrimonio terminó por definirse como una transacción cuya finalidad consistió en obtener o mantener beneficios económicos y simbólicos en términos de prestigio social. Respecto de esto último habría que señalar a partir de los casos estudiados la prevalencia del factor de clase sobre el racial, a comienzos del siglo XIX. Un segundo argumento reiterado por los padres fue el de señalar la improcedencia de los matrimonios por no representar una “utilidad a los intereses del Estado”. Como ya se mencionó, este fue un argumento esgrimido en 1800 por el secretario del gobierno de la ciudad de Cartagena. El Capitán Merlano defendió su posición ante la justicia señalando: El matrimonio en lo politico es un bien del Estado, por el cual se llena de hombres utiles a la sociedad (…) Un bien tan util a la Religión, a la Monarquia, a la Patria y a la felicidad del genero humano, se mira y ha mirado siempre con tanto escrúpulo para su conservación, como que de su abuso resultan los males contrarios a la utilidad que manifiesto31.

Este señalamiento reafirma la importancia de garantizar el orden social colonial a través de la familia. La buena orientación del padre a través de los valores religiosos e hispánicos era la forma ideal de ejercer control sobre los miembros del núcleo familiar. Este argumento sobre la “utilidad del matrimonio” también expresa la existencia de una relación patriarcal entre el soberano y sus súbditos. Los distintos actos de los vasallos debían traducirse en un obedecimiento al rey. Esta metáfora sobre la existencia de una relación familiar y paternal puede leerse en el artículo titulado “Exhortación a la Patria” publicado en el periódico Correo Curioso de 1801: “La nobleza de los talentos jamás hace lugar à su rival la bajeza: y por tanto dirigireis vuestra conducta, á amar al Soberano, como un hijo á su padre…”32. Así las cosas, se aprecia que los opositores y padres no definieron el matrimonio exclusivamente en términos religiosos, sino que el argumento estaba dirigido a identificarlo también como un acto que debía cumplir con la voluntad del Soberano.

31 A.G.N., Sección Colonia, Asuntos Civiles-Cundinamarca, XXXVIII, f. 1011r, 1800. 32 Correo Curioso, erudito, económico y mercantil de la Ciudad de Santafé de Bogotá, Santafé de Bogotá, 1801, p. 7.

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Los casos arriba reseñados hacen pensar que sólo los enlaces entre iguales (en términos económicos y de clase) resultaban útiles y benéficos. Las respuestas de los hijos a estos señalamientos terminaban siendo una confrontación abierta a la autoridad del padre, y de manera indirecta, a la del rey. Es común apreciar en los documentos las expresiones de “irracionalidad” e “injusticia” frente al disenso promovido por sus padres y familiares. Adicionalmente y contrario a lo que podría creerse, el estatus y posible influencia de sus progenitores no significó de manera alguna una situación de desventaja. Luis de Ovalle, abogado de José María Merlano, planteó la siguiente pregunta en uno de los escritos presentados ante el juez: “¿Quién ha dicho que la felicidad de los matrimonios consiste en los inmensos caudales que pueden tener los contrayentes?”33. De igual forma, José Javier Amaya argumenta respecto de la oposición del padre de su novia: “Los padres son unas personas sagradas para los hijos. Aun en la eleccion de sus estados es preciso que toquen con ellos para asegurar su felicidad; pero esta dependencia que persuaden la naturaleza y la ley no es para que se erijan en tiranos”34. Frente a los argumentos de padres e hijos, ¿cómo fue aplicada la Real Pragmática por los tribunales de comienzos del siglo XIX, siendo la familia una institución fundamental para el orden social colonial? En el caso de Sanmiguel y de Merlano, los jueces expresaron en sus fallos la falta de prueba suficiente por parte de los padres sobre una supuesta desigualdad entre las familias. Incluso, frente a los escasos recursos para asumir las cargas del matrimonio, los jueces decidieron, en el proceso del hijo del Capitán Merlano, que ésta por sí sola no era una causa suficiente como para impedir el enlace35. Por otro lado, en el caso de Ignacio Fernández, administrador de correos de la Villa de San Gil, la justicia decidió que la oposición debía ser adelantada por la hija del opositor directamente y no a través de su novio. Resulta interesante la petición de los jueces, en el sentido de exigir la participación directa de la novia afectada con el disenso y no a través de intermediarios. Contrario a lo que podría pensarse, la aplicación de la Real Pragmática fue relativamente flexible y en muchos casos los jueces no encontraron justificados los argumentos de los padres sobre la desigualdad entre los futuros esposos. Los argumentos de desigualdad racial y económica, así como los de la utilidad del enlace para la patria, no fueron suficientes como para lograr una decisión a favor de los padres. Durante 33 A.G.N., Sección Colonia, Asuntos civiles-Cundinamarca, XXXVIII, f. 1026r, 1800. 34 A.G.N., Sección Colonia, Asuntos civiles-Cundinamarca, I, f. 497v-498r, 1807. 35 A.G.N., Sección Colonia, Asuntos civiles-Cundinamarca, XXXVIII, f. 1028r, 1800.

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el período 1820-1850 no se encontró ningún expediente por oposición matrimonial en los tribunales de segunda instancia, lo cual sugiere que para la fecha en que se presentaron estos casos (primeros años del siglo XIX), las oposiciones matrimoniales, y en ese sentido, el consentimiento de los padres fue dejando de ser un aspecto central de la vida familiar colonial.

3. Los procesos por alimentos: la madre desvergonzada y el padre irresponsable Contrario a los disensos matrimoniales promovidos en su mayoría por hombres, los procesos por alimentos, sin excepción, fueron adelantados por mujeres provenientes de distintos sectores sociales36. La motivación principal para adelantar este tipo de procesos consistió en obtener algún tipo de ayuda económica que por ley el padre estaba obligado a pagar para cubrir los gastos de manutención de la esposa y de los hijos según el caso. En los expedientes analizados no hay claridad sobre las disposiciones legales que contenían dicha obligación37. Sin embargo, civilmente se definió en la Ley X de las Leyes de Toro de 1505, que fue aplicada en las colonias38. Las esposas no fueron las únicas en hacer este tipo de reclamos. Mujeres sin vínculo legítimo con el demandado, es decir, que no habían procreado dentro del matrimonio religioso y formal, también hicieron uso de este medio legal para obligar al padre a cumplir con su obligación39. Se consagró una protección legal en ese sentido, dado que las Leyes de Toro autorizaron a los hijos ilegítimos y naturales para reclamar alimentos bajo determinadas condiciones40. En el año de 1802, Nicolasa Álvarez del Pino, costurera 36 De un total de cinco procesos por alimentos todos fueron promovidos por mujeres. 37 En el caso de Nicolasa Álvarez contra Francisco Mejía ocurrido en el año de 1802, el demandado en su escrito hace alusión a “los sagrados cánones de los decretales de San Gregorio”. Véase A.G.N., Sección Colonia, Asuntos civiles-Cundinamarca, XLV, f. 050v, 1802. 38 Véase ALVAREZ POSADILLA, Juan (del Consejo de S.M., Fiscal del Crimen de la Real Audiencia de Valencia), Comentarios a las leyes de Toro, según su espíritu y el de la legislación de España, Madrid, por la viuda de Don Joaquín Ibarra con licencia, 1704. 39 Sobre las uniones informales en Santafé y los hijos naturales e ilegítimos de estas uniones véase DUEÑAS, Guiomar, Los hijos del pecado, op. cit. 40 La Ley X disponía: “Mandamos que en caso que el padre o la madre sea obligado à dar alimentos à alguno de sus hijos ilegítimos en su vida, o al tiempo de su muerte, que por virtud de tal obligación no le puedan mandar más de la quinta parte de sus bienes… Pero si el tal hijo fuera natural, y el padre no tuviese hijos o descendientes legítimos; mandamos que el padre le pueda mandar justamente de sus bienes, todo lo que quisiere, aunque tenga ascendientes legítimos”. Comentarios a las leyes de Toro, op. cit., pp. 107-108.

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de oficio, quien había sido seducida por Franco Mejía dueño de propiedades en Santafé y Rionegro, defendía la acción para el reconocimiento de alimentos de la hija natural de ambos por considerarla como una “obligación justa y lexitima”41. El resultado de este tipo de procesos para la manutención de los hijos naturales e ilegítimos conllevaba indirectamente el reconocimiento de la paternidad42. Al condenarse a los padres de estos menores al pago se partía de la base de que existía un vínculo parental, sin que esto eliminara el estigma que recaía sobre los hijos nacidos en uniones informales de ser considerados “corruptos”. Es así como la estrategia de Franco Mejía y de los distintos abogados que tuvo en el transcurso del proceso en el caso arriba enunciado, consistió en cuestionar la vida amorosa de Doña Nicolasa con anterioridad a haberla conocido. La defensa se diseñó con el fin de generar duda e incertidumbre respecto al “verdadero” padre. Mejía, manifestando que se sentía “asaltado en su buena fe”, informó al juzgado que le habían llegado informaciones en el sentido de que Nicolasa tenía un hijo, lo cual le hacía pensar que él no era el padre de la niña43. En otras palabras, sugirió que otros hombres pudieron haber tenido relaciones con Nicolasa y en ese sentido, no podía afirmarse con certeza que él fuera el padre. Ante estas incriminaciones, la demandante se defendió argumentando, “y la obligación de sus alimentos no puede de ningun modo destruirse por que yo haya tenido como se supone, uno, o mil hijos si era dable”44. Para Nicolasa, el cuestionamiento de su honor sexual no era un argumento lo suficientemente poderoso como para desvirtuar la obligación de Mejía para con su hija45. En los procesos estudiados la respuesta de los tribunales frente a este tipo de reclamos fue siempre a favor de las esposas e hijos. De todas formas, un pronunciamiento a favor de la madre no siempre significó la solución de la controversia. La condena del padre no era por sí sola suficiente. Algunos de ellos, después de habérseles condenado, se abstuvieron de hacer el pago ordenado por lo que las esposas y madres se vieron en la obligación de iniciar nuevos procesos. Por ejemplo, en el caso de Nicolasa Álvarez contra Franco Mejía, aún cuando el demandado fue condenado al pago de dos mil 41 A.G.N., Sección Colonia, Asuntos civiles-Cundinamarca, XLV, f. 06v, 1802. 42 De los cinco casos estudiados, en dos de ellos se solicitaban alimentos para hijos naturales, en uno para la manutención de hijos habidos dentro del matrimonio y en los dos restantes solicitaban alimentos para la manutención de las esposas. 43 A.G.N., Sección Colonia, Asuntos civiles-Cundinamarca, XIX, f. 047v, 1802. 44 A.G.N., Sección Colonia, Asuntos civiles-Cundinamarca, XIX, f. 039v, 1802. 45 Sobre la importancia del honor en la legislación del siglo XIX véase CAULFIELD, Sueann, CHAMBERS, Sarah y PUTNAM, Lara (eds.), Honor, status, and law in modern Latin America, Durham, Duke University Press, 2005.

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pesos en razón de las cuotas atrasadas, Nicolasa decidió entablar un nuevo proceso con el fin de obligarlo al pago. Teniendo en cuenta las fechas que proporcionan los documentos, para el año de 1804, es decir dos años después de haber presentado la demanda inicial, Nicolasa Álvarez todavía no había obtenido respuesta ni de Mejía ni de la justicia de la época. La demora y la falta de voluntad de pago significó un tropiezo adicional para quienes acudieron ante la justicia con el fin de denunciar la irresponsabilidad de padres y maridos frente al hogar.

Apuntes finales Los procesos consultados permiten rastrear un cuestionamiento de la figura paterna por parte de esposas e hijos al haber acudido ante los tribunales. Esta situación significó hacer pública la conflictividad en el hogar y visibilizar un rol de padre y esposo que no se ajustaba a las exigencias y necesidades del momento. Sin embargo, los reclamos no sólo fueron hechos por familias organizadas según los cánones religiosos, sino también por los miembros de aquellas familias informales que pretendieron ver protegidos sus intereses con la intervención de los jueces en los conflictos que vivían. En el caso de las oposiciones matrimoniales, la Real Pragmática no fue aplicada de manera estricta, otorgándose permiso judicial a los hijos menores de 25 años para celebrar sus enlaces sin el consentimiento de los padres. Estos últimos no lograron justificar ni probar ante los jueces la supuesta desigualdad racial y económica entre los futuros contrayentes. Así las cosas, a través de las oposiciones los hijos desafiaron el poder de decisión que los padres tenían en los diversos asuntos del hogar, incluidos los sentimientos. Los procesos por alimentos también ilustran la confrontación de jerarquías. Las esposas, actuando en beneficio propio o en el de sus hijos, cuestionaron la irresponsabilidad de aquellos padres que no asumieron sus obligaciones. Por otro lado, uno de los aspectos más interesantes al estudiar estos asuntos fueron los efectos de los fallos relacionados con los alimentos de hijos naturales e ilegítimos: aun cuando jueces y fiscales señalaban la importancia del matrimonio católico y condenaban las uniones informales, los jueces terminaron por otorgar derechos por fuera de la institución del matrimonio al condenar al pago a los padres de los hijos habidos por fuera de él. Sin embargo, en ambos tipos de procesos, insultos, ofensas, tácticas y estrategias legales constituyeron formas eficaces de esposos y padres para contrarrestar los reclamos que se formularon en su contra.

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El lenguaje y los argumentos utilizados por quienes confrontaron la figura del padre revelan una concepción cambiante de la familia en los últimos años de la Colonia. Para los hijos que acudieron ante las cortes con el fin de obtener el permiso para formalizar sus matrimonios, las actitudes de sus padres y tutores resultaban “injustas” e “irracionales” frente a la idea de familia que ellos tenían. Para ellos, más que la igualdad racial y económica pregonada por sus padres, el amor y el apoyo eran los verdaderos fundamentos del enlace. Por otro lado, las mujeres que exigieron el pago de cuotas alimentarias en favor de ellas o de sus hijos lo hicieron en razón de la existencia de una obligación “justa”, “legítima” y “natural” del padre. De todas formas, estas pretensiones se formularon a partir de los discursos morales y religiosos dominantes en la época. El rey, el honor y la religión aparecen constantemente en los documentos presentados ante las autoridades judiciales. En otras palabras, no era posible articular las demandas por fuera del contexto en el que los actores vivían. Así las cosas, aun cuando las esposas e hijos reivindicaron sus derechos reaccionando contra el orden patriarcal, al mismo tiempo se presentaron como seguidores de los valores y creencias dominantes46. Según el análisis propuesto, los reclamos familiares consultados sugieren una visión de familia distinta a la consagrada en las normas legales, e incluso a la regulada en las normas religiosas y morales. Los procesos entonces, visibilizan los intereses, necesidades y expectativas de esposas e hijos, quienes se autodeterminaron frente a las exigencias del padre y de la sociedad colonial en general.

46 Esta afirmación sigue el planteamiento de E.P. Thompson sobre las “dos conciencias teóricas”. Para este autor, “las “dos conciencias teóricas” pueden verse como derivadas de dos aspectos de la misma realidad: por un lado, la necesaria conformidad con el statu quo si uno quiere sobrevivir, la necesidad de arreglárselas en el mundo tal como, de hecho, está mandado, y de jugar de acuerdo con las reglas que imponen los patronos...; por otro lado, el “sentido común” que se deriva de la experiencia compartida con los compañeros de trabajo y con los vecinos de explotación, estrechez y represión, que expone continuamente el texto del teatro paternalista a la crítica irónica y (con menos frecuencia) a la revuelta”. THOMPSON, E.P., Costumbres en común, Barcelona, Crítica, 1991, p. 24.

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El ‘Arte Plumario’ y sus múltiples dimensiones de significación. La Misa de San Gregorio, Virreinato de la Nueva España, 1539 i Santiago Muñoz b Espacio estudiantil The wider significance of the postmodern condition lies in the awareness that the epistemological ‘limits’ of those ethnocentric ideas are also the enunciative boundaries of a range of other dissonant, even dissident histories and voices. Homi Bhabha1

Presentación El ‘arte plumario’ se entiende como la elaboración de objetos por medio de plumas. Se habla de objetos puesto que, a pesar de ser las imágenes el tipo al que más importancia se le ha dado en el estudio del virreinato de la Nueva España, este término también abarca telas y diferentes tipos de ornamentaciones2. De la misma manera, ese ‘arte plumario’ está relacionado con tradiciones náhuas ‘prehispánicas’, siendo entendido como una expresión cultural indígena. Manifestaciones de ‘arte plumario’ i Artículo recibido el 31 de enero de 2006 y aprobado el 7 de marzo de 2006. b Estudiante de Historia de la Universidad de los Andes. Agradezco a Marta Herrera y a Francisco Ortega por su constante apoyo y sus valiosas enseñanzas. 1 “La más amplia relevancia de la condición posmoderna radica en la conciencia de que los ‘límites’ epistemológicos de esas ideas etnocéntricas son también las fronteras enunciativas de una serie de otras historias y voces disonantes, incluso disidentes”. BHABHA, Homi, “Introduction: Locations of culture”, en The Location of Culture, Nueva York, Routledge, 1994, pp. 4-5; mi traducción. 2 Bajo el título de ‘arte plumario’ normalmente se catalogan imágenes y se hacen análisis visuales, bien sea de telas, mosaicos u otro tipo de objetos.

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se encuentran presentes también en otras partes de América, sin embargo, la mayoría de estudios sobre mosaicos se concentran en la actual región mexicana3. Este artículo estudia el concepto de ‘arte plumario’ en cuanto referente historiográfico de unas obras producidas en el virreinato de la Nueva España entre los siglos XVI y XVII4. Si bien los términos parecen neutros, éstos están designando unas posiciones y unas maneras de entender ese tipo de expresiones. Tan sólo llamar ‘arte’ a esas imágenes tiene unas implicaciones cognitivas importantes, pues es un concepto eurocéntrico desarrollado para entender cierto tipo de expresiones ‘estéticas’ que surgen en un contexto sociocultural específico. Sobre esta base, este texto considera el concepto de ‘arte plumario’ como una manera de entender, desde la actualidad, esos objetos tan enigmáticos como lo son las imágenes elaboradas con plumas. Como se verá más adelante, las miradas historiográficas codifican el ‘arte plumario’ colonial a partir de aproximaciones iconográficas, que desvían la mirada de los contextos para remitir sus análisis a tradiciones europeas. Estas miradas asumen que la representación de motivos europeos por medio de la plumaria se convirtió en un espacio de ‘aculturación’ en donde los significados de la pluma se perdieron, para volverse simplemente contenedores de los mensajes iconográficos europeos. En vista de estas limitaciones epistemológicas, partiendo del estudio de la Misa de San Gregorio se busca llamar la atención sobre las múltiples dimensiones de significado que se encuentran presentes en las imágenes elaboradas con plumas. Para ello, se propone tomar en cuenta aspectos como las técnicas de confección y los tipos de plumas que se utilizan junto con los colores, las formas y los motivos ‘iconográficos’ presentes en la imagen. Se trata de cuestionar la división entre contenido y forma, para recordar que son imágenes elaboradas con plumas, un elemento de significación que no se debe eludir. Ahora bien, el artículo tan sólo se presenta como un bosquejo inicial que, más que llegar a conclusiones concretas, permita abrir posibles caminos de lectura. El artículo se divide en cinco apartes. El primero habla de la importancia de la plumaria para el imperio Mexica. Allí se muestra que la expansión de este imperio posibilita el

3 Existe una variedad de trabajos sobre ‘arte plumario’ en la Amazonia, véase, por ejemplo: RIBEIRO, Berta, Arte India, Río de Janeiro, FINEP, FAPERC, FADESP, 1986; MARTINEZ, Fernando, Plumaria Amazónica, Madrid, Museo Nacional de Antropología, 2002. 4 Este tipo de obras se extienden en el tiempo desde períodos ‘prehispánicos’ hasta la actualidad. Los siglos XVI y XVII son, sin embargo, el momento de una importante transformación: el comienzo de la elaboración de ‘arte plumario’ con motivos católicos.

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acceso a tipos de plumas de diferentes ambientes y colores, se habla de las técnicas de elaboración de imágenes y se muestra la relación que se establece entre los tipos de pluma y la representación de los dioses. A partir de estos puntos, se explora la importancia de la pluma como marcador social y como elemento religioso ligado a la expansión Mexica. El segundo presenta una crítica al concepto de aculturación y a la búsqueda de significación solamente desde los referentes europeos. Se explica en qué consisten los análisis iconográficos y se dejan abiertas unas preguntas que se exploran en los siguientes apartes. En el tercero se relacionan estas aproximaciones al ‘arte plumario’ con otros enfoques sobre las manifestaciones pictóricas coloniales que dan luces sobre las múltiples dimensiones de significado presentes en las imágenes. En este aparte se presentan algunas herramientas conceptuales que ayudan a entender el tránsito del ‘arte plumario’ ‘prehispánico’ al colonial. Por último, se analiza la Misa de San Gregorio mostrando las limitaciones de los análisis iconográficos y resaltando la necesidad de tomar en cuenta los colores y los tipos de plumas como elementos activos de significación.

1. El ‘arte plumario’ de los Mexica El ‘arte plumario’ se entiende, entonces, como la elaboración de objetos, principalmente imágenes, por medio de plumas. El uso de plumas y de técnicas asociadas con la construcción de imágenes estaba difundido desde bastante tiempo antes de la invasión española al virreinato de la Nueva España. El establecimiento de cronologías es, sin embargo, una cuestión difícil de abordar debido a la falta de fuentes, la mayoría quemada durante el siglo XVI. No obstante, varios autores relacionan la expansión del imperio Mexica con la proliferación de la plumaria. En este sentido, se dice que la expansión imperial durante el periodo de Ahuízotl (1486-1502) posibilitó el acceso a plumas de diferentes tipos y colores, lo que enriqueció la práctica de la plumaria5. Se debe revisar, entonces, la situación ‘política’ de México antes de la invasión española. Al respecto, Charles Gibson muestra la escala de la densidad poblacional 5 MAGALONI-KERPEL, Diana, “Real and Illusory Feathers: Pigments, painting techniques, and the use of color in ancient Mesoamerica”, en Nuevo Mundo Mundos Nuevos, No. 6, 2006, Consultado vía web el 24 de abril 2006: http://nuevomundo. revues.org/document1462.html; ESTRADA DE GERLERO, Elena Isabel, “La plumaria, expresión artística por excelencia”, en México en el Mundo de las Colecciones de Arte: Nueva España 1, Vol. 3, México, Secretaría de Relaciones Exteriores, 1994, p. 74; Para una revisión del tema más detallada, y que plantea que el comercio de plumas antecede al imperio Mexica, BERDAN, Frances, “Circulation of Feathers in Mesoamerica”, en Nuevo Mundo Mundos Nuevos, No. 6, 2006, Consultado vía web el 24 de abril 2006: http://nuevomundo. revues.org/document1462.html.

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y la diversidad de grupos en el valle de México. La población del valle “a principios del siglo XVI puede calcularse entre uno y tres millones de habitantes, y su densidad en unas 200 personas por kilómetro cuadrado -cifra sustancialmente más alta que la de la península ibérica entonces o ahora-”6. A su vez, la diversidad de grupos era tal que nueve grupos (otomíes, culhuaque, cuitlahuaca, mixquica, xochimilca, chalca, tepaneca, acolhuaque y mexica) “mantenían identidades separadas y reconocibles y constituían las divisiones étnicas básicas en tiempos de la conquista española”7. Estas separaciones tribales generaban un mapa denso y variado, en el cual las alianzas entre los diferentes grupos permitían establecer unidades políticas de tamaño y estabilidad variables. En el siglo XV, una alianza entre los náhuas de Texcoco y Tlacopan, dirigidos por los Mexica de Tenochtitlán, se consolidó y absorbió gran parte de los territorios del valle de México, creando grandes redes tributarias que iban a permitir el fortalecimiento del imperio Mexica de Tenochtitlán. La expansión de este imperio se conoce bajo el nombre de la Triple Alianza. Mapa n° 1: El Valle de México

Fuente: GRUZINSKI, Serge, La Colonización de lo Imaginario: Sociedades indígenas y occidentalización en el México español. Siglos XVI– XVIII [1988], México, Fondo de Cultura Económica, 2004, p. 8.

6 GIBSON, Charles, Los Aztecas bajo el Dominio Español: 1519-1810 [1964], México, Siglo XXI Editores, 1975, p. 9. 7 Ibid., p. 13. Véase LOCKHART, James, Los Nahuas después de la Conquista: Historia social y cultural de la población indígena del México central, siglos XVI-XVIII [1992], México, Fondo de Cultura Económica, 1999.

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Con la consolidación de la hegemonía de la Triple Alianza, varios factores contribuyeron a la expansión de la plumaria. El fortalecimiento de grandes redes de tributo posibilitó el acceso a plumas provenientes de diferentes tipos de ambientes y diferentes colores que enriquecieron la variedad cromática del ‘arte plumario’8. Sumándose a las redes tributarias, las redes comerciales encabezadas por los pochtecas también se intensificaron dando acceso a plumas con una variedad de colores incomparable con las que se consiguen en la actualidad9. A su vez, el establecimiento de jardines de cría de aves en la ciudad de Tenochtitlán fue una importante fuente de plumas para los amantecas. Al respecto, dice Francisco López de Gómara: Otra casa tiene Moctezuma con muchos y buenos aposentos […] que caen a una huerta muy grande, en la cual hay diez o más estanques, unos de agua salada para las aves de mar, y otras de agua dulce para las de río y laguna, que vacían muchas veces y vuelven a llenar por la limpieza de la pluma. Andan por ellos tantas aves, que no caben dentro ni fuera; y de tan diversas formas, plumas y figuras, que llenaban de admiración a los españoles mirándolas, pues la mayoría de ellas no las conocían ni habían visto hasta entonces. A cada clase de aves les daban el cebo y pasto con que se mantenían en el campo; si con hierbas, les daban hierbas; si con grano les daban centli, judías, habas y otras cimientes […] Había para el servicio de estas aves unas trescientas personas: unos limpian los estanques, otros pescan […]10.

Se puede ver así la importancia de la cría de aves para los náhuas. Vale la pena preguntarse si una empresa de tales magnitudes respondía sólo a un atractivo estético, o si las relaciones de poder permeaban esas ‘estéticas’. En este contexto, el barrio Amantla, situado en Tenochtitlán, se convirtió en el sitio de habitación de los oficiales de la pluma. Estos oficiales -quienes se llamaron amantecas por agruparse en este barrio- estaban a su vez integrados por un conjunto de prácticas 8 ESTRADA DE GERLERO, Elena Isabel, “La Plumaria…”, op. cit, p. 75. 9 Debido al deterioro ambiental muchas especies de pájaros, que dotaban a los oficiales de plumas con gran variedad de colores, se han extinguido. OLVIDO MORENO, María, “Las Aves y la Conservación de la Plumaria”, en CASTELLO YTURBIDE, Teresa (ed.), El Arte Plumaria, México, Condumex, 1993, pp. 235-240. 10 LÓPEZ DE GÓMARA, Francisco, La Conquista de México, Madrid, Dastin, 2000, p. 180. Véase SAHAGÚN, Fray Bernardino de, Historia General de las cosas de Nueva España, 2 vols., Madrid, Alianza Editorial, 1988, T. 2.

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divinas asociadas con su dios Cóyotl Ináhual. Fray Bernardino de Sahagún muestra cómo los amantecas no eran considerados como tal sólo por labrar la pluma, sino por practicar unas creencias y unos ritos en los que las plumas tenían una importancia fundamental: Según que los viejos antiguos dexaron por memoria de la etimología deste vocablo amantécah, es que los primeros pobladores desta tierra truxeron consigo a un dios que se llamaba Cóyotl Ináhual. De las partes de donde vinieron lo truxeron consigo, y siempre le adoraron. […]. Estos, desque asentaron en esta tierra y se comenzaron a multiplicar sus nietos y hijos, hicieron una estatua de madero labrado y edificáronla un cu. Y el barrio donde se edificó llamáronle Amantla. En este barrio honraban y ofrecían a este dios que llamaron Cóyotl Ináhual. Y por esta razón el nombre del barrio que es Amantlan, tomaron los vecinos el nombre de amantécah11. De este modo, la importancia simbólica de la pluma se encontraba directamente relacionada con los dioses Mexica. En este punto, el tipo de pluma que se usara jugaba un papel particular: Los dioses más importantes fueron asociados justamente con las aves más hermosas. Quetzalcóatl, dios del viento, era representado bajo la forma de una serpiente recubierta de plumas de quetzal. Huitzilopochtli, dios de la guerra, estaba relacionado directamente con huitzilin, el colibrí12.

A su vez, las plumas tenían entre los Mexica un papel importante como marcador social: quien las usaba era relacionado con la divinidad. Más aún, el amantecah debía pasar por un proceso de educación que le enseñara a manejar los códigos pictóricos indígenas, las técnicas de confección de imágenes y demás procedimientos necesarios; cuestión que sólo estaba a mano de la nobleza. Las obras plumarias no eran simples medios estéticos para producir imágenes, sino que estaban cargados de un valor cosmológico importante y servían como medio de diferenciación social. Las técnicas desarrolladas para conseguir las plumas (ver imagen n° 1) muestran una vez más la monumentalidad de esta empresa: Las plumas eran obtenidas tanto de guajolotes y patos domesticados como de numerosas aves silvestres capturadas de diferentes maneras. Las 11 Ibid., p. 579. 12 MARÍA Y CAMPOS, Teresa de, “Las Plumas Ricas, las Plumas finas”, en CASTELLO YTURBIDE, Teresa (ed.), El Arte Plumaria en México, México, Fomento Cultural Banamex, 1993, pp. 27-41.

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fuentes documentales mencionan el uso de redes, canastos, cerbatanas, dardos, flechas y trampas hechas de lazos y palos engomados en las que los pájaros se quedaban pegados sin poder reemprender el vuelo […] Los pobladores idearon incluso métodos sofisticados. En algunos, los indígenas se metían al agua con la cabeza cubierta por grandes calabazos para así poder acercarse a los patos que nadaban en la superficie y atraparlos jalándolos fuertemente por las patas13. Imagen n° 1: Cacería de patos, Códice Florentino, siglo XVI

Fuente: MARÍA Y CAMPOS, Teresa de, op. cit., p. 40.

La mayoría de estas técnicas servían para capturar a los animales vivos y, de acuerdo con la adaptabilidad que tuvieran en el cautiverio14, llevarlos a jaulas donde los desplumaban regularmente y los criaban, o los dejaban sueltos. Se llegaba al punto, incluso, de nombrar las plumas no sólo de acuerdo con el animal al que pertenecían, sino a la parte del cuerpo en la que se encontraban (ver imagen n° 2).

13 Ibid., p. 28. 14 Hay casos de plumas que pierden más fácilmente el color si se reproducen en cautiverio. OLVIDO MORENO, María, op. cit., pp. 235-240.

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Imagen n° 2: Las Partes de las Aves, Códice Florentino, siglo XVI

Fuente: MARÍA Y CAMPOS, Teresa de, op. cit., p. 33

En cuanto a las técnicas de elaboración de imágenes, el dibujo era elaborado por un tlacuilo (pintor) en un papel de amate adherido sobre un soporte de papel de algodón. Luego se entregaba a un grupo de amantecas para que adhirieran las plumas siguiendo los dibujos. La única intervención de la que podían hacer uso los amantecas era cortar las plumas -con navajas de obsidiana- y de resto se limitaban a cogerlas con unas pinzas muy finas y pegarlas con un engrudo15. Así pues, a la llegada de los españoles el ‘arte plumario’ era una manera de elaboración de imágenes estrechamente relacionada con la expansión de los Mexica sobre el actual territorio americano. De esta manera, se ampliaron las redes tributarias y comerciales y se abrieron espacios de cosecha de aves, lo que a posibilitó el acceso a diferentes tipos de plumas. Estas prácticas se intensificaron en el barrio de Amantla -lugar de asentamiento de los amantecas- quienes se identificaban no solamente por el oficio que desempeñaban, sino por las prácticas religiosas que ello conllevaba. El significado de la pluma no respondía a una apreciación exclusivamente estética, sino que estaba asociada con las relaciones con los dioses, con la expansión imperial Mexica y con la jerarquización interna de la sociedad. En este sentido, en vista de un fenómeno como el ‘arte plumario’ se encuentra que las divisiones conceptuales tales como religión, 15 ESTRADA DE GERLERO, Elena Isabel, “La Plumaria” op. cit., p. 74; GARCÍA SAIZ, Concepción, “Catálogo”, en Un Arte Nuevo para un Nuevo Mundo: La colección virreinal del Museo de América de Madrid en Bogotá, Bogotá, Museo de Arte Colonial, 2005, p. 41.

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sociedad, economía y arte se quedan cortas. Aquí lo económico no se separa de lo religioso, las técnicas de elaboración del producto, la estética de la política.

2. El ‘arte plumario’ colonial Con la invasión española el ‘arte plumario’ fue objeto de cambios importantes, entre los cuales se encuentra su destinación a la representación de motivos católicos. Ante esta situación, algunos autores plantean que se dio una cristianización completa de la plumaria. Por este camino, Jorge Alberto Manrique caracterizó este nuevo espacio como un lugar de aculturación, en donde los náhuas vieron sus formas de significación extirpadas de las imágenes: The indigenous American world became a world of neophytes […] of course, in this transition to new forms some pre-Hispanic techniques persisted in ceramics, textiles, and lacquerwork and, most importantly in featherwork (feather mosaic) and corn-pith sculpture. But these techniques came to be used for objects whose forms were alien to the native tradition. Featherwork appeared on bishop’s mitters, on altar silver, and in images copied from oil paintings, while corn pith was used to make life like figures of Christ and the saints16.

A partir de esta lectura del encuentro colonial, se empiezan a hacer análisis iconográficos de las obras plumarias. Las perspectivas iconográficas-iconológicas se entienden como aquellas que buscan los significados de los cuadros como sistemas cerrados de símbolos, en los cuales existen tres niveles: ‘significado natural’, que consiste en identificar en una representación aspectos de sentido literal (árboles, edificios…); ‘significado convencional’ que busca identificar temáticas específicas dentro de una tradición (Última Cena, Batalla de Waterloo, Misa de San Gregorio); y el ‘significado intrínseco’, propio de “la interpretación iconológica, que se distingue de la iconográfica en que a la iconología le interesa el ‘significado intrínseco’, en otras 16 “El mundo indígena americano se volvió un mundo de neófitos […] claro, en esta transición hacia nuevas formas algunas técnicas prehispánicas persistieron en la cerámica, los textiles, objetos de laca y, en forma más importante en la plumaria (mosaicos de pluma) y escultura con tusa de mazorca. Pero estas técnicas empezaron a ser usadas para elaborar objetos cuyas formas eran ajenas a la tradición nativa. La plumaria apareció en las mitras de los obispos, en la vajilla de plata del altar y en imágenes copiadas de pinturas al óleo, mientras que la tusa de mazorca fue usada para hacer vívidas figuras de Cristo y de los santos”. MANRIQUE, Jorge Alberto, “The Progress of Art in New Spain”, en Mexico: Splendors of Thirty Centuries, Nueva York, The Metropolitan Museum of Arts, 1990, pp. 237-238; mi traducción.

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palabras, los principios subyacentes que revelan el carácter básico de una nación, una época, una clase social, una creencia religiosa o filosófica”17. De esta manera, el interés radica en deducir los mensajes simbólicos que transmite el cuadro, basándose en sus contextos de ‘producción’ como sistemas cerrados de significación. En otras palabras, se asume que la significación de la plumaria se pone en función de las creencias católicas, que la semiótica católica pasa por encima de la significación de la pluma, anulándola y mostrándola como una prueba más del éxito de la colonización18. En lo que tiene que ver con ‘sistema cerrado de significación’, se asume una interpretación única de una obra, basada en una estructura específica. En un sistema cerrado de significaciones con tradición europea, la Virgen se leería a partir de las referencias bíblicas, se entenderían los valores que carga consigo y las connotaciones que implica. Ante este supuesto, surge la pregunta: ¿Podríamos decir que un indígena parado en frente de un cuadro de la Virgen deduce lo mismo que un español? En caso de que la respuesta fuera negativa, ¿qué pasa en los momentos históricos donde no existe tal sistema cerrado de significación? ¿Cómo se puede analizar ese ‘arte’ que se ubica en la base de interpretaciones múltiples?

3. Aproximación al ‘arte plumario’ desde el contexto colonial Para abordar las preguntas esbozadas, se entiende el arte como producto simbólico estructurado por condiciones sociales, culturales e incluso estéticas propias de un determinado momento y un determinado lugar. Este aparte se enfocará en las características históricas de la transformación pictórica ocurrida en el valle de México después de la invasión española. Antes de la conquista, durante el período de predominio Mexica, la imagen era producto de tradiciones de pensamiento indígena, estaba sujeta a técnicas de elaboración de imágenes náhuas, a las relaciones con sus dioses, a sus jerarquías internas, a sus intentos de expansión y a sus maneras de significación. Allí se marcó 17 BURKE, Peter, Visto y no Visto: El uso de la imagen como documento histórico, Barcelona, Editorial Crítica, 2001, p. 45. Nótese que los análisis a los que hacemos referencia en este artículo se paran en el análisis iconográfico, pues van a analizar las obras de acuerdo a sus referentes en sistemas de significación europeos (por ejemplo, identificando la escena de la misa de San Gregorio, los instrumentos de la pasión…). 18 Algunos de los estudios que abordan el ‘arte plumario’ colonial desde esta perspectiva son: ESTRADA DE GERLERO, Elena Isabel, “La Plumaria”, op. cit., pp. 73-114; MANRIQUE, Jorge Alberto, op. cit.; GARCÍA SAIS, Concepción, op. cit.; y los ensayos orientados al análisis de las obras en: CASTELLO YTURBIDE, Teresa (ed.), El Arte Plumaria en México, México, Fomento Cultural Banamex, 1993.

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una manera de relacionarse con la imagen en las culturas indígenas de la región que estaba relacionada con las estructuras de poder en las que se sostenían. Para los Náhuas las imágenes no eran simples objetos estéticos, sino que eran sistemas de comunicación, maneras de relacionarse tanto entre ellos mismos como con sus dioses. Implicaban también jerarquías específicas: los amantecas eran quienes tenían el derecho de elaborar imágenes plumarias, los tlacuilos los que podían hacer los dibujos; y para ello tenían que haber pasado por las ‘calmecac’19, en donde aprendían qué representar y cómo hacerlo. Tanto la tradición oral como la pictográfica, medios de comunicación por excelencia, estaban regidas por códigos y se utilizaban de acuerdo con la posición social que se tuviera y a lo que se quisiera transmitir. A su vez, el lector indígena era enseñado a descifrar estos códigos: Sabido es que los glifos se ‘leían’ señalándolos con una varita, que textos prontuario bien pueden haber guiado el desciframiento de las ‘pinturas’, aportando aclaraciones, complementos de información, incluso lo uno y lo otro a la vez. Instruido en los ‘calmecac’, el ‘lector’ indígena solía afirmar: ‘soy cual florido papagayo, hago hablar los códices en el interior de la casa de las pinturas’. ‘Hacer hablar’, ‘decir lo que fue asentado en el papel y pintado’ equivalía a tomar de fuentes escrupulosamente memorizadas los elementos de una verbalización que derivaba de la explicación y de la interpretación, en la forma uniformizada de un discurso paralelo y complementario20.

La lectura indígena de las imágenes estaba codificada, llevaba consigo unos ‘implícitos’21 y era tanto una expresión de una estructura, como una modificación de ella. Por medio de la expresión pictográfica los náhuas se relacionaban con un orden político, se situaban dentro de él, y lo alteraban. Tras la victoria española y el establecimiento de su dominio, se dio un desgarramiento definitivo de las estructuras de poder anteriores. Se llevaron a cabo grandes quemas 19 “Templo escuela al que asistían principalmente los nobles”, SAHAGÚN, Bernadino, op cit., p. 872. 20 GRUZINSKI, Serge, op. cit., p. 22. 21 Se ha tomado la definición de ‘conocimientos implícitos’ de Mary Douglas: “their knowledge was not explicit; it was based on shared, unspoken assumptions”. DOUGLAS, Mary, Implicit Meanings: Essays in Anthropology [1975], Londres, Routledge-Kegan Paul, 1978, p. IX. Douglas muestra que la manera en la que se conoce el mundo está determinada por unos conocimientos implícitos que son producto y producen unas relaciones sociales. La percepción es estructurada por la posición que se tiene dentro de unas convenciones culturales y, a su vez, sostiene y cuestiona unos órdenes sociales.

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de los archivos ‘prehispánicos’, destrucciones de templos, persecuciones a ‘sacerdotes’ indígenas y una serie de medidas con las que se buscaba la desestructuración de las formas de poder anteriores. Fue un período que se caracterizó por la cacería, pero también por la clandestinidad. En pocos años se abandonaron los santuarios en las ciudades para elegir lugares alejados y secretos en los que se estuviera protegido de la autoridad colonial. Sin embargo, aproximarse al periodo colonial sólo a partir de conceptos como persecución, destrucción y resistencia clandestina puede llevar a equívocos. Sobre este punto, James Lockhart ha mostrado la inconveniencia de orientar la discusión sobre el encuentro colonial en términos de conversión y resistencia. Si bien hubo espacios de resistencia absoluta, éstos generalmente se limitaban a la periferia. En los núcleos poblacionales más grandes se dio, en cambio, un proceso más complejo de consolidación del poderío español sobre estructuras de poder indígenas ya arraigadas en la población22. Es aquí cuando es útil referirnos al ‘mestizaje’, a la articulación de modos de significación diferentes en unas circunstancias específicas. Siguiendo a Lockhart, la dominación española se consolidó sobre las estructuras sociales y culturales indígenas. Diferentes autores han mostrado cómo la colonización no se da como un proceso de conversión y aculturación, sino que se refiere a un mundo dinámico que se mueve entre fronteras difusas: Cuando, en 1539, un pintor de Culhuacán, cerca de México, pintó la genealogía de su familia, representó “una especie de gruta en la que nacieron sus abuelos, y también algunos dioses”. El pintor, don Andrés, provenía de una familia de sacerdotes próxima al antiguo soberano Mexica. Siendo francamente cristiano en 1539, el artista no por ello dejaba de tener un saber vasto y embarazoso23.

Se trata de un giro importante: si bien no se logró eliminar los imaginarios indígenas, se los hizo camuflar, esconder. Ahora no en el sentido de clandestinidad, sino en el de ‘mestizaje’, de ‘hibridación’. El tránsito entre la producción ‘prehispánica’ de imágenes y la producción colonial, sería lo que Michel de Certeau llamaría el tránsito de la ‘estrategia’ a la ‘táctica’. Se pasa de ser el ‘productor’ de normatividades, a habitar 22 LOCKHART, James, op. cit. pp. 291-300. 23 GRUZINSKI, Serge, op. cit., p. 28. Este ejemplo también es presentado en HILL BOONE, Elizabeth, “Pictoral Documents and Visual Thinking in Postconquest Mexico”, en HILL BOONE, Elizabeth y CUMMINS, Tom, Native traditions in the Postconquest World, Washington, Dumbarton Oaks Research Library and Collection, 1998, p. 155. Consultado vía web en Abril 15 2005 en: www.doaks.org/etexts.html

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las normatividades de otros desde lo propio. Se trata de encontrar maneras de vivir tradiciones sin que sean reconocidas y reprimidas por el poder. En palabras de de Certeau: A una [estrategia, una] producción racionalizada, tan expansionista como centralizada, ruidosa y espectacular, corresponde otra producción, calificada de ‘consumo’: ésta es astuta, se encuentra dispersa pero se insinúa en todas partes, silenciosa y casi invisible, pues no se señala con productos propios sino en las maneras de emplear los productos impuestos por el orden económico dominante24.

Así, sigue de Certeau, “las tácticas del consumo, ingeniosidades del débil para sacar ventaja del fuerte, desembocan entonces en una politización de las prácticas cotidianas”25. Los códigos pictóricos indígenas dejan, entonces, de vivir bajo sus propias reglas. Se tienen que atener a esa producción centralizada; no siendo por eso asesinados. El ‘arte plumario’ debe adecuarse a una simbología europea; no queriendo decir esto que pierda sus otras significaciones. Por esta línea, Tom Cummins se propone encontrar las particularidades -aparte de tiempo y espacio- del arte producido en América Latina, tan sólo para llegar a una respuesta paradójica: su particularidad radica en su inestabilidad inherente, al ser producto de un proceso histórico colonialista que es conflictivo y no es homogéneo: “it is an instability based upon multiple viewings arising from the social and cultural contestation within the historical conditions of colonialism”26. Para Cummins, las especificidades locales del arte colonial en las diferentes partes de América radican en la manera en la que las tradiciones locales van a confrontar esas relaciones de poder, esas normatividades europeas. A partir de estos planteamientos se encuentra respuesta a una pregunta planteada en el aparte anterior: la predominancia de diversos sistemas de significación produce un sistema colonial ‘desgarrado’ y ‘desdibujado’ cuya “inestabilidad inherente” no se puede estudiar como un sistema cerrado. Por el contrario, se trata de mundos 24 CERTEAU, Michel de, “La Invención de lo Cotidiano”, en ORTEGA, Francisco (ed.), Cuadernos Pensar en Público: La Irrupción de lo Impensado, Bogotá, Editorial Javeriana, 2004, p. 243; cursivas en el original. 25 Ibid., p. 249; la negrilla es mía. 26 “es una inestabilidad basada en las múltiples miradas que surgen de la confrontación social y cultural dentro de las condiciones históricas del colonialismo”. CUMMINS, Tom, Imagined Relations: Colonial artists subjects and patrons, Manuscrito, Chicago, 1995, p. 2; mi traducción.

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intermediarios surgidos del encuentro conflictivo de estructuras de significación diferentes; en donde las fronteras se tornan difusas y se constituyen en el punto de partida de otro tipo de expresiones27. En el siguiente aparte se explorarán posibles caminos de respuesta a la segunda pregunta: ¿Qué pasa en los momentos históricos donde no existe tal sistema cerrado de significación? ¿Cómo se puede analizar ese ‘arte’ que se ubica en la base de interpretaciones múltiples?

4. Análisis de la Misa de San Gregorio La Misa de San Gregorio (imagen n° 3) es una obra plumaria que data de 1539 y cuya elaboración se remonta al taller franciscano San José de los Naturales. Este taller fue establecido en el antiguo ‘totocalli’28 tras su desaparición en 1521. La obra corresponde a Don Diego de Alvarado Huanitzin29, quien trabajó bajo la supervisión del sacerdote Pedro de Gante. Esto es lo que sugiere la insignia inscrita en el cuadro, que traduce: “He aquí para el pontífice Paulo III la más grande composición por el gobernador don Diego en la magna urbe de México de las Indias bajo el cuidado de fray Pedro de Gante [AD 1539]”30. El linaje de don Diego refleja un notable posicionamiento social: era nieto del emperador Axayacatl, hijo de Tezozomoc Aconahuacatl y una princesa de Ecateperc. Sobrino de Moctezuma II, quien lo había nombrado regidor de Tenochtitlan en 1520, y cuñado de Cuauhtémoc. La temprana elaboración de la obra, su lugar de producción (adaptación del antiguo totocalli al contexto colonial) y el ‘linaje’ de su autor ofrecen un primer acercamiento a la fuerte influencia Mexica que enmarca su proceso de confección.

27 BHABHA, Homi, op. cit. pp. 4-5. 28 Uno de los jardines más importantes de Moctezuma en donde se criaban aves para desplumar. 29 Considero importante anotar que este dato [tomado de: ESTRADA DE GERLERO, Elena Isabel, op. cit., p. 80] se debe tomar con cuidado, puesto que la autora señala como prueba única la inscripción en el texto. Así pues, como ya vimos, las obras plumarias eran por lo general elaboradas por grupos; lo que llevaría a asumir que Diego Alvarado Huanitzin era cabeza de un grupo de amantecas de San José de los Naturales. 30 ESTRADA DE GERLERO, Elena Isabel, “La Plumaria…”, op. cit., p. 80.

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Imagen n° 3: La Misa de San Gregorio de Don Diego Alvarado de Huanitzin

Fuente: ESTRADA DE GERLERO, Elena Isabel, "La Plumaria...", op. cit.., p. 81.

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La obra fue elaborada para regalársela al Papa Paulo III. Según Estrada de Gerlero, el regalo se puede interpretar de dos maneras: como muestra de gratitud y satisfacción por estar bajo el 'cuidado' de los franciscanos o como forma de agradecimiento por su reciente proclama aceptando la 'racionalidad' de los indios (y, por tanto, su capacidad de recibir los sacramentos)31. Sin embargo, aceptar estas explicaciones como única motivación del regalo lleva a desconocer otras razones que pueden estar detrás de la elaboración de la obra. Esta nunca llegó a su destino, probablemente por acción de los piratas, y actualmente se encuentra en el Musée des Jacobins en Auch, Francia. Las características técnicas de la obra siguen los procesos de fabricación de la plumaria 'prehispánica', aunque está combinada con toques de pintura en sus contornos32. Una aproximación iconográfica-iconológica analizaría el cuadro como un sistema cerrado de significación que se despliega en tres niveles: el 'significado natural' (pre-iconográfico), el 'significado convencional' (iconográfico) y el 'significado intrínseco' (iconológico). El nivel preiconográfico radica en identificar los objetos (altar, columna...) y la situación (una misa). El iconográfico considera la escena particular que se está representando. Respecto a este nivel, el mosaico de plumas representa el motivo de la 'Misa de San Gregorio'. En la escena se representa a San Gregorio el Grande (papa del siglo VI), cuando uno de los asistentes a la ceremonia duda de la presencia real del cuerpo de Cristo en la hostia, el papa ora por un signo divino y recibe una visión de Cristo saliendo de un sarcófago mostrando sus estigmas y rodeado de los instrumentos de la pasión33. De esta manera, se puede ver a Jesús en el centro saliendo del sarcófago, rodeado por los instrumentos de la pasión: la columna dórica con el látigo, los tres dados, los tres clavos, el martillo, el alicate, las treinta monedas, el sudario, el lavatorio, el gallo, la esponja, espada, linterna y el ramo. A partir de estos elementos, el cuadro relata la historia de la vida y muerte de Jesús desde el domingo de ramos Aparecen el casco y la linterna simbolizando la llevada de Jesús por parte de los romanos; aparece el gallo que cantaría tres veces antes de que alguno de los discípulos traicionara a Jesús; aparece la lanza con la que lo chuzan; aparecen el martillo, los clavos y la cruz, con 31 ESTRADA DE GERLERO, Elena Isabel et al., "The Mass of St. Gregory", en México: Spkndors of Thirty Centuries, Nueva York, The Metropolitan Museum of Arts, 1990, pp. 258-260 y ESTRADA DE GERLERO, Elena Isabel, "La Plumaria...", op. cit. 32 BERGEAUD, Claire y VINCENT, Frédérique, "Feather Stories: The Saint Gregory Mass and the Ecouen Triptych", en Nuevo Mundo Mundos Nuevos, No. 6, 2006, Consultado vía web el 24 de abril 2006: http://nuevomundo. revues.org/documentl462.html. 33 DUCHET-SUCHAUX, Gastón y PASTORE AU, Michel, Ylammarion Iconographic Guides: The Bible and the Sainls, París, 1994, p. 165.

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los que lo crucifican. Más aún, lo rodean dos de sus discípulos, el que parecería ser Juan está a su izquierda mientras que Judas estaría a su derecha sosteniendo la bolsa de las monedas34. En el altar reposan el pan, el cáliz, una Biblia, una mitra y unas velas. En frente del altar, está San Gregorio rodeado por dos obispos. Según una lectura iconográfica, el cuadro relata la historia de la aparición de Jesús -con los elementos de la pasión- frente a la petición de San Gregorio. Desde una perspectiva iconológica, el tema seleccionado era bastante común en los siglos XV y XVI, debido a las discusiones que se dieron en torno a la corporeidad de Cristo en la hostia, si era simbólica o física y, por ende, si su consumo constituía una forma de antropofagia35. El tema se constituye, entonces, en una tradición apócrifa que resalta la presencia corpórea de Cristo en la hostia en el momento de la consagración. En la época, esta representación se inserta en el interés de reafirmar el ritual litúrgico y la comunión, una labor fundamental en la evangelización de indígenas del siglo XVI. Por otro lado, están los ‘elementos de significación indígena’ dentro del cuadro. Como muestra Estrada de Gerlero, la presencia de trece discos en la manta de San Gregorio puede representar los chalchilhuite de la tradición ‘prehispánica’36 (imagen nº 4). Los chachilhuite son piedras de jade perforadas en su interior, que están relacionadas con la diosa del agua, cuya “falda es de chalchihuite”37. Esto remite a la identificación del punto central del cosmos -representado en las tradiciones mesoamericanas por una piedra verde preciosa- con la figura de San Gregorio38. En tal caso convendría preguntarse si lo que buscó el amanteca fue dar validez e importancia a la representación de San Gregorio. Se aprecia también la inclusión de dos piñas a la izquierda de Jesús (imagen nº 5) y una tercera en el bordado de la tela que desciende por el altar (imagen nº 6). No es suficiente, sin embargo, anotar su presencia “como nota exótica”39, es necesario buscar

34 Resulta llamativo que Judas se encuentre a la derecha de Jesús, mientras que Juan se ubique a su izquierda. Esto se puede explicar en buena medida por el hecho de que la imagen es anterior al Concilio de Trento, cuando la reglamentación de la simbología no era tan rígida. 35 STEFANIAK, Regina, “Replicating Mysteries of the Passion: Rosso’s dead christ with angels”, en Rennaissance Quarterly, Vol. 45, No. 4, 1992, pp. 677-738. 36 ESTRADA DE GERLERO, Elena Isabel et. al., “The Mass of St. Gregory”, op. cit., p. 259. 37 SAHAGÚN, Fray Bernardino de, op. cit., p. 880. 38 FLORESCANO, Enrique, Memoria Mexicana [1987], México, Fondo de Cultura Económica, 2002, pp. 16 y 115. 39 “Como notas exóticas, aparecen tres piñas (falta una cuarta) a manera de ofrenda”. MARTÍNEZ DEL RÍO DE REDO, Marita, “La Plumaria Virreinal”, en CASTELLO YTURBIDE, Teresa (ed.), op. cit., p. 119.

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sus posibles conexiones con la cosmología Nahua teniendo en cuenta, por ejemplo, la importancia de la piña como alimento único durante la creación del segundo sol, el Sol del Viento (Naui Ehécatl)40. Imagen nº 4: La Misa de San Gregorio: detalle de los Chachilhuite

Fuente: ESTRADA DE GERLERO, Elena Isabel, “La Plumaria…”, op. cit.

Imagen nº 5: La Misa de San Gregorio: detalle de dos piñas

Fuente: ESTRADA DE GERLERO, Elena Isabel, “La Plumaria…”, op. cit.

40 FLORESCANO, Enrique, op. cit., p. 102.

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Imagen nº 6: La Misa de San Gregorio: detalle de piña

Fuente: ESTRADA DE GERLERO, Elena Isabel, “La Plumaria…” op. cit. p. 81.

En cuanto a la decoración de las mantas de los sacerdotes y de la tela que desciende frente al altar (imagen nº 7), se puede pensar que constituye un espacio de intervención e interpretación de los amantecas: “The elaborate designs on the deacons’ dalmatics and on the altar frontal show the amanteca’s intepretation of European textile motifs”41. Así pues, la Misa de San Gregorio se puede leer a partir de un análisis iconográfico europeo, como lo hace Estrada de Gerlero, remitiendo la simbología a un contexto europeo. Se omitiría de esta forma el dar cuenta de las otras significaciones que parecieran estar presentes en el cuadro. Se podría remitir a la presencia de motivos simbólicos indígenas en el mosaico aún sin dar cuenta de la complejidad de un cuadro elaborado con plumas.

41 “Los elaborados diseños en las dalmáticas de los diáconos y en el frontal del altar muestran la interpretación del amanteca de los motivos de los textiles europeos”. ESTRADA DE GERLERO, Elena Isabel et. al., “The Mass of St. Gregory”, op. cit., p. 259; mi traducción.

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Imagen nº 7: La Misa de San Gregorio: detalle de la decoración de las mantas de los sacerdotes y de la tela que desciende frente al altar

Fuente: ESTRADA DE GERLERO, Elena Isabel, “La Plumaria…” op. cit.

¿Cómo dar cuenta, entonces, de la complejidad del cuadro? ¿Se tratará tan sólo de ubicar un par de piñas y unas flores para sugerir que es un ‘híbrido’? ¿Cuál sería la importancia de dar una nueva mirada sobre este objeto? Como se ha sugerido, si se asume el cuadro exclusivamente como parte de sistemas de significación europeos (en términos de San Gregorio, Jesús, la Biblia…), se estaría reproduciendo la idea de una dominación colonial completa y unifacética. Se le negaría el espacio a otro tipo de expresiones que pueden estar latentes. Tampoco podemos simplemente contentarnos con enumerar un par de rasgos alternos que parecen ser periféricos a los sistemas de significación dominantes. La importancia de una nueva mirada es de extrema importancia, pues a pesar de las dificultades que puede acarrear, se trata de devolver la agencia a actores que han sido considerados ausentes. Por ello, en lo que sigue daré unos lineamientos útiles para una reformulación del concepto que se ha tenido de ‘arte plumario’ en la historiografía. En esta dirección, un primer paso es incluir los parámetros indígenas para la configuración de imágenes. Se debe tener en cuenta que los náhuas contaban con unos sistemas de significación fuertemente arraigados que no cedieron el terreno pasivamente a los invasores. La utilización de la pluma en las tradiciones náhuas estaba íntimamente ligada a la relación que se iba a tener con la divinidad. La pluma no era una tinta más, sino que estaba cargada de un sentido especial. Ante este punto los estudios iconográficos parecen quedarse bastante cortos. En otras palabras, lo que estos estudios consideran tan sólo una ‘forma’, para los náhuas es, a la vez, un contenido.

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Por el otro lado, enfatizar en este punto necesita también resaltar las características pictóricas de la imagen, pues si bien la imagen se ‘lee’, no se lee de la misma manera que un texto: Pero si las pinturas son más que listas, es porque también poseen una dimensión visual que en ocasiones se ha subestimado. Además de textos, las ‘pinturas’ son imágenes y exigen que se les considere como tales. Vale decir que competen tanto a la percepción como a lo conceptual. Dimensión que resulta problemática pues si la percibimos de manera intuitiva, es difícil verbalizarla y, por tanto, transcribirla. Digamos que pertenece a las combinaciones de formas y colores, a la organización del espacio, a las relaciones entre las figuras y el trasfondo, a los contrastes de luz y tonalidad, a las leyes geométricas elegidas y empleadas, al movimiento de la lectura, a la móvil densidad de las representaciones42.

La importancia de tomar en cuenta estas dimensiones pictóricas es crucial y, en este sentido, no conviene desestimar la riqueza cromática de la Misa de San Gregorio. Sobre este punto, es importante recordar la constante alusión a los colores que se encuentra en los relatos de Sahagún y la significación de esos colores para los náhuas, significaciones por las que los ojos españoles pasaban por encima. Y en su tiempo, descubrió él además muy grandes riquezas, jades, turquesas genuinas, el metal precioso, amarillo y blanco, el coral y los caracoles, las plumas de quetzal y del ave turquesa, las de las aves roja y amarilla, las del tzinitzcan y del ayocuan. […] Muy grande era el tolteca En todas sus creaciones, En lo que sirve para comer, para beber, objetos de barro verdeazulados, Verdes, blancos, amarillos, rojos, Y todavía de otros colores43. 42 GRUZINSKI, Serge, op. cit., p. 22. 43 ANÓNIMO, Cantos y Crónicas del México Antiguo, Edición de LEÓN-PORTILLA, Miguel Antonio, Madrid, Dastin, s. f., p. 211.

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En el caso particular del azul que predomina en la Misa de San Gregorio (imagen n° 3), éste es de gran importancia en la plumaria indígena por estar relacionado con el nacimiento de Huitzilopochtli: Los relatos cosmogónicos nauas refieren a que una pareja divina le dio origen al mundo: Tonacatecutli y Tonacíuatl, un desdoblamiento de su dios principal, Ometéotl. A semejanza de Ometéotl, esta pareja es autocreada, eterna y la fuente original de la vida. Moraba en el lugar más alto del cielo, en el decimotercer piso, donde dio origen a cuatro deidades, cada una identificada por un color: Tezcatlipoca (rojo), Tezcatlipoca (negro), Quetzacoatl (blanco) y Huitzilopochtli (azul).44

Se encuentra la misma relación en el siguiente aparte: En ese momento nació Huitzilopochtli, se vistió sus atavíos, su escudo de plumas de águila, sus dardos, su lanza-dardos de turquesa. se pintó su rostro con franjas diagonales, con el color llamado “pintura de niño”. Sobre su cabeza colocó plumas finas, se puso sus orejeras. Y uno de sus pies, el izquierdo era enjuto, llevaba una sandalia cubierta de plumas, y sus dos piernas y sus dos brazos los llevaba pintados de azul45. A su vez, la pluma de color azul refleja la materialización de lo divino en la imagen: “the blue mosaic surfaces of feathers are a material, symbolic means to provide images with a divine power; the feathers are in deed [sic] the essence of the divine being materialized in the image”46. La relación que plantea Magaloni-Kerpel es central para la argumentación que aquí se desarrolla, pues plantea una conexión entre el uso de la pluma y la transustanciación (materialización de la presencia divina). Esto 44 FLORESCANO, Enrique, op. cit., p. 100. 45 ANÓNIMO, op. cit., p. 67. 46 “las superficies azules de los mosaicos de plumas son un medio material y simbólico de proveer a las imágenes con un poder divino; las plumas son de hecho la esencia del ser divino materializado en la imagen”. MAGALONIKERPEL, Diana, op. cit.

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remite inmediatamente a la escena de la Misa de San Gregorio, en la cual se resalta la transustanciación al reafirmar la conversión del pan y del vino en el cuerpo y sangre de Cristo y destacar corporeidad del mismo en la hostia. Esto sugiere la hipótesis de que se estuviera asociando la transustanciación de la pluma en Huitzilopochtli con la de la hostia en Cristo. Si se compara la imagen plumaria con la representación de Colyn de Coeter de la Misa de San Gregorio (Bruselas, 1502-1504), se encuentra que, aunque a grandes rasgos aparentemente comparten la misma simbología (a excepción, por ejemplo, de las pinas y las flores), la tonalidad y la riqueza cromática presentan fuertes variaciones, siendo mucho menos intensa en el segundo caso (ver imágenes n° 8 y 9). Imagen n° 8: La Misa de San Gregorio de Colyn de Coeter

Fuente: Imagen tomada de: Tapestry in the Renaissance: ArtandMagnifíceme, en http://www.metmuseum.org/special/Tapestry/12. r.htm, consultado el 15 de Mayo del 2005.

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Imagen n° 9: Detalle de La Misa de San Gregorio de Colyn de Coeter

Fuente: Tapestry in the Renaissance: Art and Magnificence, en http://www.metmuseum.org/special/

Tapestry/ 12.r.htm, consultado el 15 de Mayo del 2005.

Cómo aproximarse al sentido e implicaciones de esta riqueza cromática sigue siendo una cuestión por resolver; lo que cabe hacer, por ahora, es notar su presencia y su vigencia. Se debe entender en todo caso que puede llevar a otras maneras de significación que rebasen los contenidos tradicionales de la simbología europea. En una aproximación que diera cuenta de la complejidad del cuadro, sería necesario tener en cuenta los tipos de plumas y los procesos técnicos utilizados para construir la imagen con relación a los colores. Como vimos, los procesos de confección de imágenes, la recolección de las plumas y los tipos de plumas que se utilizan no son aspectos vacíos, sino que tienen implicaciones simbólicas47. En este caso, por ejemplo, 47

Es importante mencionar la excelente argumentación de Magaloni-Kerpel, quien muestra la importancia simbólica de la pluma y el color de la misma. La autora argumenta que las plumas y sus colores no se utilizan para ilustrar los conceptos creados por medio del dibujo, sino que se constituyen en un medio de expresión y reflejan categorías culturales por sí mismas. De esta manera, la pluma se concebía como 'preciosa' de acuerdo con dos factores: su color y el significado del pájaro y la región geográfica de la que provenía. Aquí se ve, de nuevo, la importancia de estudiar en conjunción los tipos de pluma con el color que se utiliza. MAGALONI-KERPEL, Diana, op. cit.

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si se tuviera la información sobre los tipos de pluma utilizados en la obra se podría encontrar si existe una relación con el colibrí, el cual, como el color azul, estaba relacionado con Huitzilopochtli. Si este fuera el caso, necesariamente se debería mirar la importancia de Huitzilopochtli como el dios protector de los Mexica, y el auge de su representación en época de la invasión española48. Es de resaltar, entonces, que la Misa de San Gregorio es una escenificación de una temática europea por medio de técnicas de elaboración de imágenes indígenas. Se trata de un intento de ‘conjunción’ de unas significaciones europeas con unas significaciones indígenas. Conjunción o disrupción; se trata, en últimas, de una obra que representa un proceso histórico complejo que siempre que se intente abordarlo desde una sola perspectiva se cae en lo que se ha llamado la violencia de la representación, o mejor, en la negación de unos actores históricos.

Conclusión Se ha hecho énfasis en el mundo colonial como un mundo intermediario e intersticial, en donde las fronteras entre los órdenes son difusas y pueden leerse de diversas maneras. Este planteamiento lleva a trabajar la historiografía como una operación hermenéutica desde la que se pueden problematizar las lecturas hegemónicas/eurocéntricas para buscar maneras de trastocar órdenes y hacer ‘irrumpir lo impensado’49. Los análisis iconográficos centrados en sistemas de significación europeos, que analizan el mosaico de plumas exclusivamente en términos del motivo “La Misa de San Gregorio”, giran el centro del estudio hacia Europa y olvidan las tensiones presentes en la imagen. Se trata de una mirada que desplaza la imagen hacia una tradición europea para encontrar ahí la base de sus significados -y para estos efectos, esta lectura sometería al mismo tratamiento a una imagen como “La Misa de San Gregorio” de Colyn de Coeter, y al mosaico de plumas-. Parafraseando a Walter Benjamin, se caería en una complicidad con el dominador de antaño al redimir sus culpas y recrear sus discursos hegemónicos50. 48 FLORESCANO, Enrique, op. cit., p. 112. 49 ORTEGA, Francisco, “Aventuras de una heterología fantasmal”, en ORTEGA, Francisco, La Irrupción de lo Impensado: Cátedra de estudios culturales Michel de Certeau, Bogotá, Editorial Javeriana, 2004, pp. 13-56. ORTEGA, Francisco, “Historia y Éticas: Apuntes para una hermenéutica de la alteridad”, en Historia Crítica, No. 27, Bogotá, Universidad de los Andes, 2004, pp. 187-220. 50 Dice Benjamin: “El pasado lleva consigo un secreto índice, por el cual es remitido a la redención. ¿Acaso no nos roza un hálito del aire que envolvió a los precedentes? ¿Acaso no hay en las voces a las que prestamos oídos un eco de otras, enmudecidas ahora? […] Si es así, entonces existe un secreto acuerdo entre las generaciones

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Lo que se propone es, por el contrario, dejar de lado esas narrativas totales que “hablan por” las imágenes, para establecer un diálogo interpretativo ‘con’ las imágenes51. Esto implica reconocer el estatus epistemológico todavía incierto del arte plumario, pues no se han desarrollado herramientas conceptuales capaces de dar cuenta de la complejidad de dichas obras. Se trata de reconocer esa ausencia que asedia a la historiografía, para buscar su irrupción. Así pues, un primer paso hacia el desarrollo de herramientas conceptuales que permitan una aproximación al arte plumario, radica en alejarse de las miradas iconográficas -que encuentran validez en unos ‘contenidos’ extrapolables y cuyo análisis remonta a una tradición europea- para entender las ‘formas’ como poseedoras de sentido. Se necesita una aproximación integral que dé cuenta del contexto intersticial en el que se producen las obras. Es necesario entender el resquebrajamiento simbólico posterior a la Conquista, que hace problemática la lectura desde un lugar y, más bien, llama la atención sobre los posibles caminos de lectura. La noción de mestizaje como espacio de poder, en el que se ejerce una dominación estructural, y en el que se proyectan los múltiples lugares de resistencia es muy útil52. Se trata de un doble movimiento que asedia al mestizaje: el de un proyecto de dominación y el de las múltiples confrontaciones locales al mismo. Es una noción que derivada de las propuestas de Michel de Certeau, al tratarse de tácticas que van a tener que encontrar su existencia en el mestizaje, a donde van a proyectar sus creatividades y sus combinatorias; y del mestizaje, a su vez, como un lenguaje persuasivo que las intenta integrar. Se trata de un mestizaje que es, al mismo tiempo, táctica y estrategia. Si bien los amantecas, bajo el poder colonial, se tienen que atener a los motivos españoles, yo subrayaría las palabras de Sahagún: El oficial de plumas es único, hábil e ingenioso en el oficio. El tal oficial, si es bueno, suele ser imaginativo, diligente, fiel y convenible, y desempachado para juntar y pegar las plumas y ponerlas en concierto, y con ellas, siendo de diversos colores, hermosear la obra; al fin, muy hábil para aplicarlas a su propósito53. pasadas y la nuestra”. BENJAMIN, Walter, “Sobre el Concepto de Historia”, en BENJAMIN, Walter, La Dialéctica en Suspenso: Fragmentos sobre la Historia, traducción de César Pablo Oyarzún, Santiago de Chile, LOM Ediciones, Universidad ARCIS, S. F., p. 48. 51 GEERTZ, Clifford, “Descripción Densa: Hacia una teoría interpretativa de la cultura”, en GEERTZ, Clifford, La Interpretación de las Culturas [1973], Barcelona, Gedisa, 2003, p. 27. 52 GRUZINSKI, Serge, El Pensamiento Mestizo, Barcelona, Paidós, 2000. También es útil la noción de ‘hibridación’ en BHABHA, Homi, op. cit. 53 SAHAGÚN, Fray Bernardino de, op. cit., p. 595.

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Al abordar el arte plumario de una manera iconográfica se le está abordando desde la estrategia; se están asumiendo sus significados como unívocos y unidireccionales, reproduciendo los imaginarios de un poder colonial cerrado, completo y sin contestación. Queda abierta la pregunta acerca de cómo pensar esas ‘ingeniosidades’, esas ‘habilidades’ con las que caracteriza Sahagún a los amantecas.

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¿En qué anda la historia de la ciencia y el imperialismo? Saberes locales, dinámicas coloniales y el papel de los Estados Unidos en la ciencia en el siglo XX Y Camilo Quintero Toro N

Si algo nos dejaron en claro los diversos estudios sobre la historia de la ciencia y el imperialismo realizados en la década del ochenta y principios de la del noventa fue la idea de que la ciencia tiene un inmenso poder para ejercer control sobre las colonias y expandir los imperios. Las colonias fueron estudiadas entonces como laboratorios europeos de la modernidad y dejaron de verse como simples lugares de recepción del conocimiento científico occidental y se empezaron a entender como lugares donde este conocimiento es apropiado, asimilado y producido. Obtener una hegemonía occidental en otra cultura es un proceso mucho más complicado y ambiguo de lo que pensaron los académicos cuando tornaron su atención al estudio de la ciencia en la historia del imperialismo1. Y Artículo recibido el 31 de enero de 2006 y aprobado el 7 de marzo de 2006. N Historiador de la Universidad de los Andes y candidato a doctorado en Historia de la Ciencia en la Universidad de Wisconsin. Agradezco la valiosa ayuda de Catalina Muñoz para la culminación de este artículo. También agradezco los comentarios de dos evaluadores anónimos de Historia Crítica. 1 Existen innumerables ejemplos de esta corriente académica. Los ejemplos más representativos siguen siendo: WORBOYS, Michael y PALLADINO, Paolo, “Science and Imperialism”, en Isis, Vol. 84, Chicago, 1993, pp. 91-102; MACLEOD, Roy, “On Visiting the ‘Moving Metropolis’: Reflections on the Architecture of Imperial Science”, en REINGOLD, Nathan y ROTHENBERG, Marc (eds.), Scientific Colonialism: A Cross-Cultural Comparison, Washington, Smithsonian, 1987, pp. 217-249; COHN, Bernard S., Colonialism and Its Forms of Knowledge: The British in India, Princeton, Princeton University Press, 1995; RABINOW, Paul, French Modern:

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¿En qué anda la historia de la ciencia y el imperialismo? …

Este ensayo, de carácter historiográfico, busca hacer un breve análisis de algunas tendencias recientes en la historia de la ciencia y el imperialismo, así como proponer nuevas formas en las que el estudio de la ciencia colonial puede ayudarnos a repensar temas clásicos dentro de la historia de la ciencia. En los últimos quince años, una fructífera interacción de varias disciplinas dentro de las ciencias sociales, incluyendo la antropología, la historia, la sociología y la historia de la ciencia, han traído consigo un mayor nivel de complejidad en los estudios coloniales. Basada en parte en la nueva corriente cultural dentro de la academia que respondió al auge de los temas económicos de los años setenta, esta interacción ha transformado nuestro entendimiento sobre la forma como se articulan ciencia y colonialismo. Tengo varios propósitos en mente. Primero, trataré de mostrar cómo la historia de la ciencia y el imperialismo ha incluido nuevos e importantes temas de estudio. Se ha reconsiderado el papel de los conocimientos y saberes locales y su posición dentro del mundo colonial. Los imperios, al igual que las colonias, no eran entidades estáticas y ya formadas cuando lanzaron sus empresas colonizadoras y los saberes locales tuvieron mucho que ver en la formación de la identidad científica en las metrópolis. Así mismo se les ha dado más importancia a los actores subalternos y las figuras intermedias de la sociedad colonial en el desarrollo de la ciencia occidental. Esto ha sido clave para entender que el número de personas que fueron influenciadas por la ciencia occidental, así como el numero de personas que ayudaron a construir ciencia en las colonias, fue mucho mayor de lo que usualmente creemos. También argumento que a pesar de esta creciente sofisticación de la historiografía de la ciencia y el colonialismo, los académicos han omitido en gran parte la importancia de los Estados Unidos en este tema. Los estudios sobre ciencia colonial se han concentrado en su mayor parte en la interacción de países europeos y sus colonias en Latinoamérica, África y Asia. El estudio del papel de la ciencia en la constante expansión estadounidense del siglo XX aún permanece en su infancia. Aunque no se trata de asumir que el imperialismo estadounidense tuvo las mismas características del imperialismo formal europeo (aunque no debemos olvidar que los Estados Unidos tuvo a las Filipinas, Cuba y Puerto Rico como colonias formales), es útil analizar a los Estados Unidos como un imperio informal, especialmente si hablamos de relaciones científicas.

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Las últimas dos secciones de este ensayo están dedicadas a mirar un poco más a fondo este tema desde una perspectiva historiográfica. En primer lugar quiero mirar el origen del carácter imperial de la ciencia estadounidense, así como algunos de los primeros estudios que se han hecho para tratar de entender la relación entre ciencia y expansión estadounidense durante las primeras décadas del siglo XX. La ciencia estadounidense fue un aliado importante en la colonización del oeste de los Estados Unidos durante el siglo XIX. Más adelante, a finales del siglo XIX cuando los Estados Unidos empezó a expandir su influencia a otras regiones como Latinoamérica o el Pacífico, la ciencia una vez más estuvo presente y ayudó a expandir los ideales estadounidenses de civilización y modernización. Pero los estadounidenses no fueron los únicos que se beneficiaron de la expansión imperial. Aunque las relaciones de poder eran desiguales, las élites y los científicos locales en América Latina, por ejemplo, aprovecharon la influencia estadounidense para perseguir sus propios intereses. En segundo lugar, quiero reexaminar la idea clásica de que el sueño europeo de recolectar, clasificar y almacenar el mundo entero perdió fuerza con la decadencia del imperialismo, para dar paso a la experimentación y el laboratorio como fundamento de la biología en el siglo XX. Aunque mi objetivo no es cuestionar la importancia del laboratorio en la creación de la biología moderna, sí pretendo argumentar que una mirada a las prácticas de los naturalistas estadounidenses en el siglo XX permite ver que la búsqueda por clasificar el mundo natural no decayó tanto como se ha asumido generalmente. A principios del siglo XX, naturalistas estadounidenses usaron las crecientes redes globales de los Estados Unidos para recolectar y almacenar millones de especímenes naturales. Es importante aclarar que la idea de ver a los Estados Unidos como un imperio ciertamente no es nueva dentro de la academia. Diversas escuelas como el Wisconsin School liderado por William Appleman Williams, así como el trabajo de los dependentistas durante los años setenta y ochenta constantemente tildaron y denunciaron las relaciones internacionales estadounidenses como de tipo imperial2. Sin embargo, aunque esta visión fue muy útil en su deseo por contrarrestar las teorías de modernización de los años cincuenta y comienzos de los sesenta, su análisis tuvo 2 Algunos ejemplos clásicos son: WILLIAMS, William Appleman, The Tragedy of American Diplomacy, Nueva York, Dell Pub. Co., 1962; WILLIAMS, William Appleman, Empire as a way of life: an essay on the causes and character of America’s present predicament, along with a few thoughts about an alternative, Nueva York, Oxford University Press, 1980; CARDOSO, Fernando y FALETTO, Enzo, Dependencia y desarrollo en América Latina, Lima, Instituto de Estudios Peruanos, 1967; FRANK, Andre Gunder, Capitalism and Underdevelopment in Latin America, Nueva York, Monthly Review Press, 1967.

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un gran énfasis económico. Por otro lado, tendieron a interpretar las relaciones de los Estados Unidos y el mundo -particularmente con América Latina- como una dicotomía de centro y periferia, sin tener en cuenta los diferentes matices y niveles de complejidad que podía tomar esta relación. La noción del imperialismo estadounidense ha sido retomada recientemente bajo nuevas perspectivas influenciadas por la historia cultural y algunos académicos han empezado a darse cuenta que Estados Unidos ha estado ausente de los estudios postcoloniales. Más que ver los encuentros entre los Estados Unidos y el mundo como algo lleno de dicotomías tales como subordinación y resistencia o explotadores y víctimas, han propuesto que la idea es entender los diversos niveles de complejidad que tuvieron y el rol activo que distintos sectores de la sociedad jugaron en ellos. En particular, es importante entender que la política expansionista estadounidense tuvo una fuerte influencia no sólo en la cultura de aquellos lugares en donde hubo intervención estadounidense, sino también sobre la cultura nacional de los Estados Unidos, en donde el imperialismo ha sido una parte central de la forma de vida3. De otro lado, han enfatizado que el imperialismo estadounidense no ha sido exclusivamente económico, sino que también ha afectado áreas como la educación, la cultura de consumo, o la ciencia, entre otros.

1. Nuevas corrientes en historiografía de la ciencia y el imperialismo Tensions of Empire, un libro editado por el historiador Frederick Cooper y la antropóloga Ann Laura Stoler, es un buen ejemplo de cómo empezaron a cambiar las visiones de muchos académicos sobre la mejor manera de acercarse a los estudios sobre el imperialismo a comienzos de los años noventa. En oposición a la idea de que Europa era una unidad coherente y estática cuando se desplazó hacia África o Asia para desarrollar su empresa colonizadora en estas regiones, una variedad de estudios de caso demostraron que los imperios debían ser estudiados en un contexto dinámico y de cambio constante. Las naciones europeas fueron creadas a través del imperialismo y el colonialismo cambió, creó o fortaleció muchas de las múltiples características que hoy en día asociamos con Europa. Así mismo, las colonias no fueron pasivas y se apropiaron de los modelos que los europeos trataron de imponer en ellas4. 3 KAPLAN, Amy y PEASE, Donald (eds.), Cultures of United States Imperialism, Durham, Duke University Press, 1993. JOSEPH, Gilbert M., LEGRAND, Catherine C. y SALVATORE, Ricardo D. (eds.), Close Encounters of Empire: Writing the Cultural History of U.S.-Latin American Relations, Durham, Duke University Press, 1998. 4 COOPER, Frederick y STOLER, Ann Laura, Tensions of Empire: Colonial Cultures in a Bourgeois World, Berkeley, University of California Press, 1997.

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Dentro de la historia de la ciencia, varios trabajos hicieron parte de esta corriente. Richard Grove, por ejemplo, argumentó que para encontrar los orígenes de los movimientos medioambientales era preciso alejarse del continente europeo y mirar en cambio algunas colonias como Santa Helena o Mauricio. Fue aquí donde se desarrollaron los primeros intentos de conservación forestal y terrestre, así como los primeros programas de preservación natural, un movimiento que ciertamente influenció el pensamiento global5. El estudio de William Kelleher Storey sobre las plantaciones de caña de azúcar en Mauricio también fue ejemplar en este respecto. Para Storey, el conocimiento de nativos y granjeros influenció de manera sustancial el trabajo de los científicos en la isla, así como ciertas prácticas científicas en Europa6. Gracias al trabajo de académicos como Grove y Storey, la dinámica entre saberes locales y globales se convirtió en un tema significativo de investigación dentro de la historia de la ciencia colonial. Es importante aclarar que la idea de estudiar el conocimiento local no era algo nuevo para los antropólogos. Desde los años ochenta Clifford Geertz ya había argumentado que los etnógrafos no pueden percibir el mundo como sus sujetos de estudio lo perciben. La labor del etnógrafo es interpretar estos saberes locales en términos occidentales, y entender que el mundo occidental no es más que un caso dentro de muchos casos7. En los años noventa James Clifford llevó esta problemática un poco más lejos al mirar las dinámicas del trabajo de campo de los etnógrafos. Los estudios académicos tendían a asumir que era el colonizador el que cambiaba a través de su experiencia viajera; el colonizado era estudiado como estático y se le asociaba sólo con un lugar. Para Clifford, cuando el antropólogo realiza su trabajo de campo tiene que entender que los saberes locales que está tratando de entender son dinámicos y están cambiando constantemente8. Esta aproximación desde la antropología tuvo importantes consecuencias para el estudio de la ciencia colonial. Por un lado, empezó a debatirse si el conocimiento científico occidental debería estudiarse como inherentemente superior a otras formas de conocimiento, o por el contrario como un saber local a su vez. Así mismo, quedaba claro que cuando el conocimiento occidental del mundo se encontraba con otra 5 GROVE, Richard, Green Imperialism: Colonial Expansion, Tropical Island Edens, and the Origins of Environmentalism, 1600-1860, Cambridge, Cambridge University Press, 1996. 6 STOREY, William Kelleher, Science and Power in Colonial Mauritius, Rochester, University of Rochester Press, 1997. 7 GEERTZ, Clifford, Local Knowledge: Further Essays in Interpretive Anthropology, Nueva York, Basic Books, 1983. 8 CLIFFORD, James, Routes: Travel and Translation in the Late Twentieth Century, Cambridge, Harvard University Press, 1997.

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forma de conocimiento, ambos estaban en constante proceso de cambio. El trabajo de David Arnold o Gyan Prakash es un buen ejemplo de esta corriente. Sus estudios sobre la ciencia y la medicina colonial en la India analizaron en un mismo plano tanto las nociones científicas británicas como el conocimiento indio. Para ambos autores, la importancia que la ciencia occidental ganó finalmente en la India respondió más al contexto colonial y las cambiantes condiciones locales, que a una inherente superioridad en su forma de comprender el mundo9. Arnold y Prakash también fueron buenos ejemplos de una tendencia clave que buscaba demostrar que las sociedades coloniales eran complejas y estaban lejos de ser homogéneas. Hablar de conocimiento local en el mundo colonial es un concepto vacío a menos que se entiendan sus diferentes niveles. El trabajo de los estudios subalternos fue clave en este aspecto10. Hasta hace poco la historiografía del colonialismo, incluida aquella que estudia las prácticas científicas, se concentraba en la historia desde arriba. En el caso del conocimiento científico este enfoque fue útil, ya que mostró que las élites científicas en las colonias estaban lejos de ser títeres del imperio. Aunque las relaciones de poder fueran asimétricas, el encuentro entre colonizado y colonizador fue complejo y sirvió intereses en ambos lados. La corriente de estudios subalternos ha tratado de dar más complejidad al panorama, estudiando al ciudadano común y a aquellos que usualmente no tienen voz en el mundo colonial. Para el estudio de la ciencia y la medicina este enfoque ha tenido importantes consecuencias. Tratar de entender las diferentes formas en que la ciencia cambió la vida diaria del público en general y sus efectos en la sociedad son temas de investigación que merecen atención11. Así mismo, los científicos no están solos en su proceso de creación de conocimiento. El trabajo de los asistentes de estos científicos ha recibido poca atención y continúa siendo un campo fértil para historiadores de la ciencia colonial. Finalmente, también es importante tener en cuenta que la sociedad colonial no puede ser reducida exclusivamente a la relación entre élites y subalternos. Como nos lo recuerda Nancy Rose Hunt, hay figuras intermedias cuyo estudio es de vital importancia. Las enfermeras, por ejemplo, sirvieron como valiosas mediadoras entre

9 ARNOLD, David, Colonizing the body: state medicine and epidemic disease in nineteenth-century India, Berkeley, University of California Press, 1993; PRAKASH, Gyan, Another Reason: Science and the Imagination of Modern India, Princeton, Princeton University Press, 1999. 10 GUHA, Ranajit, A Subaltern Studies Reader, 1986-1995, Minneapolis, University of Minneapolis Press, 1997. 11 ANDERSON, Warwick, The Cultivation of Whiteness: Science, Health, and Racial Destiny in Australia, Nueva York, Basic Books, 2003. PRAKASH, Gyan, op. cit.

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doctores y pacientes en el Congo colonial. Prácticas de mediación cultural como las de estas enfermeras merecen atención dentro de la academia12. Nuestro entendimiento sobre la historia de la ciencia y el imperialismo ha cambiado considerablemente en los últimos años y ha afectado la forma como entendemos el desarrollo de la ciencia occidental. Sin embargo, esta historiografía se ha concentrado principalmente en el estudio de los imperios europeos, desconociendo el papel de los Estados Unidos y su expansión global en el siglo XX como otra manifestación de imperialismo que podría ser estudiado bajo esta misma lente. A continuación, presento una propuesta a la forma como los Estados Unidos puede ser integrado al estudio de la historia de la ciencia en un contexto imperial.

2. En busca del imperialismo estadounidense en la ciencia Poco se ha hecho por entender una de las características más llamativas de los Estados Unidos en el ámbito científico: su cambio drástico en menos de dos siglos de ser colonia científica de Europa a ser una potencia mundial con colonias propias. En la mayoría de los países que lograron su independencia política con respecto a Europa, esto no implicó una independencia científica: los vínculos científicos establecidos durante el periodo colonial no se disolvieron tan fácilmente. La ciencia, entendida como una actividad que trabaja de la mano con la dominación política y económica, generalmente continuó ejerciendo su poder en los períodos postcoloniales. Un buen ejemplo es Latinoamérica, donde los científicos locales siguieron mirando hacia Europa y dependiendo de ella para sus estudios. De esta manera, la experiencia de los Estados Unidos es de cierta manera excepcional. ¿Cómo podemos explicar el origen del carácter imperial que la ciencia estadounidense consolidaría en el siglo XX? El clásico y muy debatido trabajo de Frederick Jackson Turner y su “tesis de la frontera” puede ser un buen punto de partida13. Cuando Estados Unidos obtuvo su independencia política de los británicos en 1776, no ocupaba el vasto territorio que hoy asociamos con los Estados Unidos, sino únicamente la franja de la costa Atlántica ocupada por las trece colonias. La existencia de una vasta frontera en el Oeste de los Estados Unidos llena de terrenos inexplorados a principios del siglo XIX y la colonización estadounidense hacia esta área pueden explicar en parte el éxito de la 12 HUNT, Nancy Rose, A Colonial Lexicon of Birth Ritual, Medicalization, and Mobility in the Congo, Durham, Duke University Press, 1999. 13 TURNER, Frederick J, “The Significance of the Frontier in American History”, en Annual Report of the American Historical Association for the Year 1893, Washington, U.S. Government Printing Office, 1894, pp. 197-227.

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empresa científica estadounidense. Desde el principio del período de independencia política, el gobierno estadounidense mostró interés por expandirse territorialmente y aproximadamente hasta 1845 la exploración del Oeste implicó una rivalidad imperial. Españoles, ingleses y franceses aún estaban en la región y el Oeste estaba lejos de ser una región exclusivamente estadounidense. La ciencia jugó un papel importante en la apropiación de este territorio por parte de los Estados Unidos. El levantamiento de mapas, el sondeo y la exploración fueron actividades claves para conquistar la región y facilitar la entrada de los estadounidenses. La famosa expedición de Meriwether Lewis y William Clark organizada bajo la presidencia de Thomas Jefferson en 1803 sigue siendo un excelente ejemplo de esta iniciativa. En la segunda mitad del siglo XIX, cuando la mayor parte del Oeste ya había sido conquistado, la ciencia continuó siendo un importante aliado para asegurar el dominio de la región. Sondeos científicos, inventarios y en general un gran reconocimiento del territorio fueron llevados a cabo por personas que convirtieron la exploración científica en una forma de vida14. Los intereses imperiales de carácter científico por parte de los Estados Unidos no se redujeron a la exploración del Oeste de los Estados Unidos. La United States Exploring Expedition (La Expedición Exploratoria de los Estados Unidos) levada a cabo entre 1838 y 1842 por la marina estadounidense en los mares del océano Pacífico fue uno de los primeros indicios que dio este país para demostrar que sus intereses iban más allá del continente americano. Con la exploración de centenares de islas y la recolección de miles de especímenes, la expedición no sólo logró expandir los intereses comerciales estadounidenses, sino también traerle reconocimiento científico mundial a la entonces joven nación15. A finales del siglo XIX, la frontera del Oeste ya había sido colonizada en su totalidad por los Estados Unidos. Sin embargo, esto fue sólo el comienzo de los intereses expansionistas de este país. En 1898, la guerra Hispano-estadounidense convirtió a Puerto Rico, Cuba y las Filipinas en colonias estadounidenses. Además, el pronunciamiento del corolario de la Doctrina Monroe por Theodore Roosevelt en 1904 mostraba claramente la intención estadounidense de expandirse hacia Latinoamérica.

14 GOETZMANN, William, Exploration and Empire: The Explorer and the Scientist in the Winning of the American West, Nueva York, Knopf, 1966; WORSTER, Donald, A River Running West: The Life of John Wesley Powell, Nueva York, Oxford University Press, 2001. 15 STANTON, William, The Great United States Exploring Expedition of 1838-1842, Berkeley, University of California Press, 1975.

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A comienzos del siglo XX, la ciencia estadounidense también se encontraba en un punto decisivo. Durante el siglo XIX, los Estados Unidos desarrolló fuertes instituciones científicas, consolidó el sistema de postgrados en la educación tanto de universidades públicas como privadas, sentó las bases de la empresa científica con base en el nuevo sistema corporativo estadounidense, y empezó a recibir un muy fuerte apoyo económico tanto privado como gubernamental. Tras este fortalecimiento sin precedentes, a comienzos del siglo XX la comunidad científica estadounidense estaba preparada para convertirse en una gran aliada de los intereses imperialistas de Estados Unidos16. En efecto, una intensa actividad científica acompañó la expansión estadounidense sobre el mundo. Al lado del establecimiento de enclaves como la United Fruit Company o la Tropical Oil Company, los estadounidenses llevaron a cabo sondeos e investigaciones estatales y militares, así como expediciones científicas a cargo de museos de historia natural y sociedades geográficas que se esparcieron por todo el globo, pero especialmente en Latinoamérica. Científicos estadounidenses, así como alguna vez lo hicieron Darwin y otros europeos, sacaron provecho de los enclaves económicos y la expansión de varias empresas privadas de su país en diversas regiones, para establecer estaciones científicas y llevar a cabo nuevo trabajo de campo. Museos, acuarios y zoológicos en Estados Unidos, tal y como sus homólogos en el siglo XIX en Europa, se convirtieron en monumentos a la visión estadounidense del mundo y la fuerza global de una nueva superpotencia17. 16 Son muchos los estudios que han mirado el desarrollo y consolidación de la ciencia estadounidense a lo largo del siglo XIX. Algunos ejemplos importantes son: BRUCE, Robert, The Launching of Modern American Science, Nueva York, Knopf, 1987; KILGOUR, Frederick, “Science in the American Colonies and the Early Republic, 1664-1845”, en Journal of World History, Vol. 10, París, 1967, pp. 393-415; KOHLSTEDT, Sally Gregory, The Formation of the American Scientific Community: The American Association for the Advancement of Science, 1848-1860, Urbana, University of Illinois Press, 1976; ROBERTS, Jon H. y TURNER, James, The Sacred and the Secular University, Princeton, Princeton University Press, 2000; SLOTTEN, Hugh Richard, Patronage, Practice, and the Culture of American Science: Alexander Dallas Bache and the U.S. Coast Survey, Nueva York, Cambridge University Press, 1994; DUPREE, A. Hunter, Science in the Federal Government: A History of Policies and Activities to 1940, Cambridge, Harvard University Press, 1957. 17 El Museo Americano de Historia Natural en Nueva York fue una de las instituciones más representativas en la búsqueda estadounidense por sondear el mundo entero. Ver RAINGER, Ronald, An Agenda for Antiquity: Henry Fairfield Osborn and Vertebrate Paleontology at the American Museum of Natural History, 1890-1935, Tuscaloosa, University of Alabama Press, 1991; HARAWAY, Donna, Primate Visions: Gender, Race and Nature in the World of Modern Science, Nueva York, Routledge, 1989, capítulo 1. Una buena muestra de la importancia que tomaron ciertas ciencias naturales como la ornitología en los Estados Unidos entre el siglo XIX y el XX puede encontrarse en BARROW, Mark, A Passion for Birds: American Ornithology After Audubon, Princeton, Princeton University Press, 1998.

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La importancia de esta colaboración entre ciencia e imperialismo estadounidenses apenas ha comenzado a ser estudiada en los últimos años. Un libro pionero en este sentido fue Missionaries of Science: The Rockefeller Foundation in Latin America, editado por el historiador de la ciencia peruano Marcos Cueto. A través de varios estudios de caso, este volumen documentó el rol de filántropos, científicos y doctores estadounidenses como portadores de ideales culturales estadounidenses por todo el continente latinoamericano. Este fue uno de los primeros intentos por mostrar la ciencia y la filantropía estadounidense como armas importantes de la política exterior de Estados Unidos, así como la agencia de los latinoamericanos en este proceso, incluidos científicos, estadistas y el público en general18. Uno de los objetivos principales de Cueto fue concentrarse tanto en las motivaciones de la Fundación para intervenir en Latinoamérica, como en la perspectiva de los países en donde estuvo presente, enfocándose en la dinámica entre donante y destinatario. Los diferentes ensayos miraban por qué algunos países buscaron darle la bienvenida a la Fundación, y la interacción que esta institución tuvo con actores locales a través de programas de salud pública, el establecimiento de instituciones médicas y científicas, y la promoción de programas agrícolas. En últimas, aunque había una fuerte relación de poder de por medio, tanto estadounidenses como latinoamericanos usaron la Fundación para promover sus propios intereses. A los estadounidenses la Fundación les ayudó a mantener en buen estado sus inversiones y propiedades en América Latina, así como la salud del personal que trabajaba en ellas. A los latinoamericanos, por otro lado, les ayudó a construir infraestructura médica y científica, en la erradicación de enfermedades y en el aumento de la producción agrícola. Sin embargo, fueron los sectores más privilegiados de la sociedad latinoamericana los que se beneficiaron de esta relación. El ensayo de Deborah Fitzgerald sobre el papel de la Fundación Rockefeller en el desarrollo de la Revolución Verde en México es un buen ejemplo. Fitzgerald demostró cómo el deseo de la Fundación de usar el conocimiento científico para incrementar la producción agrícola tendió a favorecer a los grandes agricultores, cuyo sistema de producción era parecido al estadounidense, en detrimento de los medianos y pequeños cultivadores. Así mismo, el capítulo de Armando Solórzano señaló cómo el gobierno mexicano utilizó el programa global de la Fundación en contra de la fiebre amarilla para conseguir resultados políticos

18 CUETO, Marcos (ed.), Missionaries of Science: The Rockefeller Foundation in Latin America, Bloomington, Indiana University Press, 1994.

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específicos como la prevención de la muerte de tropas en la península de Yucatán, o el incremento del apoyo popular al presidente en Veracruz19. Otro intento reciente que ha tratado de analizar el uso de la ciencia como variable analítica para entender las relaciones entre los Estados Unidos y Latinoamérica es el libro de Stuart McCook, States of Nature: Science, Agriculture and Environment in the Spanish Caribbean, 1760-1940. McCook estudia la influencia e intervención de los Estados Unidos en el Caribe y su relación con el rol de la ciencia en el desarrollo de productos agrícolas de exportación20. A medida que la economía caribeña se vio involucrada cada vez más en la exportación de materias primas para su subsistencia, las élites en América Latina pronto empezaron a buscar la ayuda de científicos para mejorar las cosechas. A principios del siglo XX, varias estaciones de investigación fueron establecidas con este propósito en países como Puerto Rico, Cuba, Venezuela y Colombia. La influencia e intervención estadounidense se sintió en dos formas principalmente. Primero, estos centros científicos fueron creados siguiendo modelos estadounidenses e involucraron desde un principio científicos de los Estados Unidos. Este hecho le permitió a los Estados Unidos tener acceso directo al control de las cosechas, regulando la manera en que las materias primas se producían en el Caribe. Segundo, algunas islas como Puerto Rico se convirtieron en laboratorios imperiales. Estados Unidos usó algunas islas caribeñas para probar primero sus investigaciones agrícolas antes de ser adoptadas formalmente en plantaciones estatales. McCook afirma, sin embargo, que sería simplista estudiar la historia de la investigación agrícola de la región tomando los intereses de los Estados Unidos como eje central. Los actores locales también usaron los vínculos con los Estados Unidos para promover sus propios intereses. A las élites y los gobiernos, el conocimiento científico que trajeron los estadounidenses les permitió sostener su poderío económico que dependía de la exportación de materias primas. Los científicos latinoamericanos, por otro lado, usaron su vínculo con científicos estadounidenses para legitimar su trabajo y el de sus instituciones, el cual dependía de la producción de resultados prácticos e inmediatos. Además, tanto élites como científicos veían la ayuda estadounidense como un camino hacia la modernización.

19 FITZGERALD, Deborah, “Exporting American Agriculture: The Rockefeller Foundation in Mexico, 19431953”, en CUETO, Marcos, op. cit., pp. 72-96; SOLORZANO, Armando, “The Rockefeller Foundation in Revolutionary Mexico: Yellow Fever in Yucatan and Veracruz”, en CUETO, Marcos, op. cit., pp. 52-71. 20 McCOOK, Stuart, States of Nature: Science, Agriculture and Environment in the Spanish Caribbean, 1760-1940, Austin, University of Texas Press, 2002.

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El caso de Latinoamérica es sólo uno de los casos importantes al tratar de entender el alcance científico que tuvo el imperialismo estadounidense. En años recientes, Warwick Anderson también ha mostrado la relación que tuvieron la ciencia y la medicina en la incursión de los Estados Unidos en las Filipinas en las primeras décadas del siglo XX. Con la llegada de una nueva microbiología en la época, los filipinos pasaron a ser vistos como portadores de enfermedades en el imaginario estadounidense. La única manera de asegurar el éxito de la empresa colonial estadounidense en la zona era formar intensos programas sanitarios que aseguraran la salud tanto de estadounidenses como de filipinos. Estos programas trajeron consigo no sólo una reforma completa de la conducta íntima de las personas, sino que al poder modificar la vida privada del colonizado, aseguraron una consolidación del control político de los Estados Unidos en la zona21. Los trabajos de Cueto, McCook y Anderson han sido intentos importantes por mostrar la relación que tuvo la ciencia en la expansión estadounidense. Sin embargo, las conclusiones que estos casos presentan deben ser complementadas con otros estudios que traigan mayores niveles de complejidad a la relación científica entre ambas regiones y los diversos actores involucrados en ella. Por ejemplo, Marco Palacios ha sugerido recientemente que es importante entender la influencia que han tenido las universidades estadounidenses en la formación de una gran parte de los economistas colombianos que han definido el enfoque económico del país22. Así mismo, es importante comprender que la relación entre imperialismo estadounidense y ciencia debe ayudarnos no sólo a entender cómo se alteró la producción de conocimiento científico en las colonias informales estadounidenses, sino también la forma como se percibía el estudio de la ciencia al interior de los Estados Unidos. La manera en que la expansión estadounidense influenció el estudio de la física, la química, la geología, por poner sólo algunos ejemplos, dentro de los Estados Unidos aún está por estudiarse. A continuación, quiero presentar un ejemplo de cómo la expansión estadounidense influenció de manera directa el estudio de las ciencias naturales en el siglo XX.

3. Los Estados Unidos y el mundo natural en el siglo XX Desde hace ya varios años, la historiografía de la ciencia ha argumentado que hacia finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, la biología sufrió un cambio 21 ANDERSON, Warwick, “Immunities of Empire: Race, Disease, and the New Tropical Medicine, 1900-1920”, en Bulletin of the History of Medicine, Vol. 70, No. 1, Baltimore, 1996, pp. 94-118. 22 PALACIOS, Marco, “Saber es poder: el caso de los economistas colombianos”, en PALACIOS, Marco, De populistas, mandarines y violencias: luchas por el poder, Bogotá, Planeta, 2001, pp. 99-158.

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drástico. El estudio del mundo natural cambió de un deseo de recolectar y clasificar organismos, a una preferencia por estudiar el mundo desde un laboratorio. Las prácticas experimentales sustituyeron la tradición del trabajo de campo que había caracterizado la labor de los naturalistas por varios siglos. Mi objetivo central en esta sección es demostrar que una mirada al rol imperial estadounidense nos permite repensar la historia de las ciencias biológicas a lo largo del siglo XX. El primer paso es preguntarnos qué tanto cambió la biología al pasar del siglo XIX al XX, cuando supuestamente las ciencias de campo perdieron su lugar privilegiado. El trabajo reciente de Lynn Nyhart y Mary Winsor es un buen punto de partida. Para Nyhart, las historias clásicas de la biología han prestado mucha atención al surgimiento de las universidades, así como a los estudios de laboratorio que vinieron con ellas. Al mismo tiempo, han prestado poca atención a otros sitios de investigación como museos, zoológicos y estaciones agrícolas que pueden revelar mucho sobre la gran variedad de preguntas que los naturalistas de finales del siglo XIX buscaban responder. El énfasis en el laboratorio ha empobrecido nuestro entendimiento de la historia natural en esta época. Al mismo tiempo que el laboratorio ganó fama, el estudio sistemático de la naturaleza, los museos de historia natural, las piscifactorías y las estaciones marinas en Alemania, el Reino Unido y sobre todo en los Estados Unidos también estaban en una etapa de prosperidad23. Mary Winsor ha presentado un estudio siguiendo líneas similares. Para Winsor, una mirada cercana a la historia del Museo de Zoología Comparada en la Universidad de Harvard revela una historia compleja en la que las prácticas de laboratorio eran tan solo unas de las diferentes formas de acercarse al estudio de las ciencias biológicas. En particular, Winsor demuestra que los museos de historia natural fueron importantes en el siglo XX, porque se desarrollaron como instituciones híbridas en las que los estudios experimentales y el trabajo de campo coexistieron. Aun más, los museos jugaron (y aún juegan) un papel importante en la formación de ideas sobre la naturaleza, especialmente entre el público general. Esta naturaleza híbrida es un tema que los historiadores deben tener en cuenta al hablar de la revolución del laboratorio en el siglo XX24. 23 NYHART, Lynn, Biology Takes Form: Animal Morphology and the German Universities, 1800-1900, Chicago, University of Chicago Press, 1995; NYHART, Lynn, “Natural History and the New Biology”, en JARDINE, Nicholas, SECORD, James A. y SPARY, Emma C. (eds.), Cultures of Natural History, Cambridge, Cambridge University Press, 1996, pp. 426-443. 24 WINSOR, Mary Pickard, Reading the Shape of Nature: Comparative Zoology at the Agassiz Museum, Chicago, University of Chicago Press, 1991.

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Una vez hemos entendido que en el cambio de siglo XIX al XX el estudio de las ciencias de la vida no estaban confinadas a los muros de un laboratorio y que la historia natural, la morfología y la sistemática aún eran parte importante de la iniciativa llevada a cabo por biólogos y naturalistas, la relación entre ciencia e imperialismo en el siglo XX gana mucha importancia. Desde los siglos XVIII y XIX, el imperialismo estuvo fuertemente asociado con la historia natural. Las expediciones y prácticas de naturalistas eran en sí mismas actos de imperialismo y desde hace ya varios años diferentes historiadores han argumentado que los imperios han ido de la mano con el estudio del mundo natural25. Al lado del colonizador estaba el naturalista que inspeccionaba, recolectaba y clasificaba las nuevas regiones conquistadas. Las empresas políticas y económicas estaban ligadas al entendimiento del mundo natural colonial, incluidas las personas que lo habitaban. Y de regreso en la metrópolis, los “trofeos” de historia natural que se guardaban en museos, jardines botánicos y zoológicos, por no mencionar las inmensas colecciones privadas, justificaban estructuras sociales, categorizaban a los no-europeos como inferiores y legitimaban la expansión imperial con una retórica de misión civilizadora. Si la relación entre imperio e historia natural fue tan importante a lo largo del siglo XIX, ¿por qué no se la considera una variable importante de estudio para el siglo XX? Dado que los estudios sobre la relación entre el imperio y las ciencias naturales se han limitado a mirar los imperios europeos, su periodización llega a su fin a comienzos del siglo XX con la descolonización europea de Asia y África. Aunque a grandes rasgos es verdad que en el siglo XX los imperios europeos perdieron la dominación global y sus colonias africanas y asiáticas entraron en un proceso de descolonización, el siglo XX también presenció el surgimiento de una nueva potencia global: los Estados Unidos. El sueño europeo de obtener y clasificar todas las especies del mundo, supuestamente perdido con el fin del imperialismo, se convirtió en el sueño de ornitólogos, paleontólogos, entomólogos y otros científicos en instituciones estadounidenses. Con la ayuda de varios centenares de expediciones, los científicos estadounidenses recolectaron (y siguen recolectando) millones de ejemplares del mundo natural de todas las regiones del mundo. De regreso en los Estados Unidos, estos naturalistas 25 Son muchos los estudios que trabajan el tema de la relación entre imperio y el estudio del mundo natural. Entre los más recientes se destacan: MACLEOD, Roy (ed.), Nature and Empire: Science and the Colonial Enterprise, Chicago, University of Chicago Press, 2001; DRAYTON, Richard, Nature’s Government: Science, Imperial Britain and the Improvement of the World, New Haven, Yale University Press, 2000. Un importante caso para América Latina es: NIETO, Mauricio, Remedios para el Imperio: historia natural y la apropiación del nuevo mundo, Bogotá, ICANH, 2002.

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usaron la creciente red global estadounidense para obtener nuevos especímenes, comparar resultados y complementar sus investigaciones. El rol de ornitólogos y paleontólogos en el establecimiento de la síntesis moderna, una de las teorías biológicas más importantes del siglo XX, es importante en este respecto. En las primeras décadas del siglo XX, estaban vigentes dos visiones opuestas sobre la evolución: aquella de los seguidores de la teoría de Darwin de selección natural y aquellos que seguían las teorías hereditarias de Mendel. En los años cuarenta, sin embargo, ambas teorías fueron fusionadas de manera consensual por varios científicos en una sola teoría, la llamada síntesis moderna. Una parte importante de la historiografía tradicional de la ciencia ha argumentado que este cambio ocurrió más que todo dentro del laboratorio. Según esta historiografía, el trabajo experimental de Theodosius Dobzhansky y la publicación de su obra Genetics and the Origin of Species en 1937, así como la investigación en genética de poblaciones de Ronald Fisher, J. B. S. Haldane, y Sewall Wright, trajo consigo un cambio importante que permitió el desarrollo de una teoría sintética de la evolución26. Aunque no se trata de borrar la importancia de los estudios de laboratorio en este proceso, una mirada alternativa nos revela una historia más compleja en la que los estudios de historia natural que dependían de grandes colecciones de especímenes, trabajo de campo alrededor del mundo y la ayuda de las redes globales estadounidenses, fueron también parte clave del desarrollo de la síntesis moderna. El caso de Ernst Mayr y George Gaylord Simpson, un ornitólogo y un paleontólogo del Museo Americano de Historia Natural en Nueva York (AMNH), constituye un ejemplo importante. La obra de Ernst Mayr, Systematics and the Origin of Species, publicada en 1942, así como Tempo and Mode in Evolution de Simpson, son consideradas hoy en día como obras fundacionales de la síntesis moderna. El trabajo de estos naturalistas fue clave, ya que introdujo y demostró la importancia de temas como el pensamiento de poblaciones, el aislamiento geográfico en el proceso de especiación, así como la idea de las especies como entidades reproductiva y ecológicamente autónomas27. Mayr y Simpson, sin embargo, no hubieran podido llegar a estas importantes conclusiones sin

26 PROVINE, William, Sewall Wright and Evolutionary Biology, Chicago, Chicago University Press, 1986. 27 Una visión reciente de la síntesis moderna se puede encontrar en: SMOCOVITIS, Vassiliki Betty, Unifying Biology: The Evolutionary Synthesis and Evolutionary Biology, Princeton, Princeton University Press, 1996. Para entender como Mayr sustentaba el trabajo de naturalistas en el desarrollo de la teoría ver: MAYR, Ernst, “Prologue: Some thoughts on the History of the Evolutionary Synthesis”, en MAYR, Ernst y PROVINE, William B. (eds.), The Evolutionary Synthesis: Perspectives on the Unification of Biology, Cambridge, Harvard University Press, 1980, pp. 1-50.

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la fuerte expansión estadounidense de las primeras décadas del siglo XX. Mayr basó su trabajo en los miles de especímenes de aves recolectados por el AMNH alrededor del sudeste asiático, colecciones que fueron establecidas principalmente a través de las diferentes expediciones que el Museo llevó a cabo en esta región, así como a través de recolectores comerciales que enviaban especímenes desde todo el mundo y que el Museo compraba gracias a las donaciones financieras de banqueros y empresarios estadounidenses28. Simpson, por su lado, basó sus teorías en las inmensas colecciones de fósiles que el Museo había recolectado en diversas expediciones no sólo en el Oeste de los Estados Unidos, sino en muchas otras localidades como la China y la Patagonia argentina, financiadas a su vez por empresarios con intereses internacionales29. Sin la presencia fuerte de los Estados Unidos alrededor del mundo y el poderío económico que esto le trajo, el trabajo de estos dos naturalistas y su influencia en el pensamiento biológico del siglo XX probablemente hubiera tenido resultados diferentes. Los imperios en el siglo XIX usaron la historia natural para ganar y mostrar su fuerza, así como para justificar su expansión. Los naturalistas se beneficiaron del imperialismo para expandir su conocimiento sobre el mundo natural. En el siglo XX, este panorama no cambió drásticamente. Aunque no es tan fácil hablar de imperialismo durante este siglo y el laboratorio surgió como una herramienta esencial de la ciencia, los Estados Unidos siguieron usando las ciencias naturales como un aliado importante y la biología pudo contar con la ayuda de nuevas redes globales para el desarrollo de la investigación. Las relaciones globales y su influencia en el curso de la ciencia moderna una vez más se presentan como un fascinante y promisorio tema de exploración intelectual.

Conclusión La historia de la ciencia y el imperialismo ha cambiado sustancialmente en las últimas décadas. La ciencia colonial es vista ahora como una parte importante de la empresa del colonialismo y las colonias ahora son entendidas como lugares dinámicos de apropiación y producción de conocimiento científico, con influencia directa sobre la formación científica de las metrópolis. Además, la reconsideración de los saberes locales, sus diversos niveles dentro de la sociedad, y el hecho de que el conocimiento occidental no se ve como privilegiado frente a otros saberes en el contexto colonial, 28 BARROW, Mark, A passion for Birds: American Ornithology after Audubon, Princeton, Princeton University Press, 1998. 29 LAPORTE, Léo F., George Gaylord Simpson: Paleontologist and Evolutionist, Nueva York, Columbia University Press, 2000; RAINGER, Ronald, op. cit.

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ha cambiado nuestro entendimiento no sólo de la ciencia colonial, sino también de la ciencia en general. Finalmente, la introducción del subalterno en la dinámica de la ciencia imperial, así como de las figuras intermedias que traducen las prácticas occidentales en prácticas locales, le trae complejidad a nuestra comprensión de las diferentes personas involucradas en la empresa científica. También hemos visto cómo el desarrollo de la ciencia estadounidense y su relación con la expansión global de los Estados Unidos a lo largo del siglo XX no han recibido la atención que se merecen. Aunque no es usual pensar en los Estados Unidos como un imperio formal, inclusive en términos científicos, es claro que el conocimiento científico fue un aliado importante para esta nueva potencia mundial. Tanto en la colonización del Oeste de los Estados Unidos, como en la búsqueda de poder en el siglo XX en regiones como Latinoamérica o el Pacífico, las prácticas científicas, médicas y filantrópicas estuvieron ligadas al control de poblaciones, costumbres, cosechas agrícolas, entre muchos otros aspectos. Sin embargo, la intervención de Estados Unidos también fue aprovechada por actores locales quienes usaron la presencia de científicos e ideales estadounidenses para promover sus propios intereses. La importancia del carácter global de la ciencia estadounidense también debe ser fuente de inspiración para reexaminar temas clásicos dentro de la historia de la ciencia. La manera como la historia de la física, la geología o la paleontología se vieron afectadas por la incursión de los Estados Unidos en diferentes regiones del mundo aún está por estudiarse. El caso de la historia de la biología es clave, ya que demuestra que la práctica de la biología en los Estados Unidos estuvo ligada tanto a las prácticas de laboratorio, como a una fuerte tradición de historia natural que se sustentaba en la expansión global. Gracias a las numerosas expediciones científicas estadounidenses que se llevaron a cabo por todo el mundo en la primera mitad del siglo XX, los biólogos desarrollaron nuevos y más complejos trabajos. Quedan aún por aplicar las nuevas corrientes de la historiografía de la ciencia y el imperialismo a la experiencia estadounidense y su posición en la ciencia moderna. La importancia de los saberes autóctonos en el desarrollo de la ciencia estadounidense en el siglo XX aún está por estudiarse. Desde la comercialización de plantas medicinales en el Amazonas hasta el uso de recolectores nativos para incrementar el número de especímenes en museos de historia natural, el papel que jugaron los llamados actores subalternos en la ciencia estadounidense del siglo XX se ha mirado superficialmente. En la relación de Estados Unidos con Latinoamérica también hay que entender qué posición tuvieron los científicos latinoamericanos en este proceso y cómo eran percibidos por los científicos estadounidenses. Próximos estudios quizás nos

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permitan saber si debemos entenderlos como figuras intermedias claves en el éxito de la empresa científica de los Estados Unidos. En cualquier caso, es seguro que la ciencia latinoamericana no fue un simple títere de la ciencia estadounidense y ambos grupos tenían intereses definidos y sacaron provecho de esta relación internacional. Por último, todavía falta por entender con mayor profundidad de qué manera la experiencia global que ha tenido la ciencia estadounidense influenció la forma de vida y la identidad tanto estadounidense como la de las culturas con las cuales ha tenido contacto constante. Varios temas quedan aún por explorar en la búsqueda por entender la complejidad de la ciencia en el mundo colonial tanto europeo como estadounidense. Los historiadores de la ciencia deben incorporar la historia de los bienes a sus estudios. Artículos y objetos, los diferentes significados asociados a ellos, así como su movimiento en las redes globales han sido un tema de interés histórico creciente en las últimas dos décadas30. Entender cómo los objetos científicos se mueven de un lugar a otro y las diferentes formas como la gente los entiende presenta un área fértil de investigación para los historiadores de la ciencia. Warwick Anderson, por ejemplo, ha demostrado recientemente cómo el tráfico de cerebros entre la tribu de los Fore en Papua Nueva Guinea y antropólogos y médicos que investigaban la enfermedad del kuru en la década de 1950, estuvo involucrado en una compleja red de intercambio de regalos y en la búsqueda de reconocimiento científico31. Los objetos, los bienes y las entidades no humanas en general deben obtener una agencia que ha sido omitida en la ciencia colonial. Sin embargo, hay que tener cuidado en la forma de aproximarse a este tema. La idea más o menos reciente de ver a los microorganismos como agentes del imperio es un buen ejemplo de lo útil y a la vez lo problemático de este enfoque. Alfred Crosby y más recientemente Jared Diamond han argumentado que los microorganismos fueron una parte importante del éxito del imperialismo europeo32. Aunque éste es un argumento provocativo, asume una superioridad inherente a los organismos europeos, un argumento que necesita ser cuestionado. Darle agencia a las entidades no humanas 30 Ver por ejemplo: MINTZ, Sidney, Sweetness and power: the place of sugar in modern history, Nueva York, Penguin Books, 1986; APPADURAI, Arjun (ed.), The Social life of things: commodities in cultural perspective, Nueva York, Cambridge University Press, 1986. 31 ANDERSON, Warwick, “The Possession of Kuru: Medical Science and Biocolonial Exchange”, en Comparative Studies in Society and History, Vol. 42, Londres, 2000, pp. 713-744. 32 CROSBY, Alfred, The Columbian Exchange: Biological and Cultural Consequences of 1492, Westport, Greenwood, 1972; DIAMOND, Jared, Guns, Germs, and Steel: The Fates of Human Societies, Nueva York, W.W. Norton & Co, 1996.

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es una aproximación importante desde que se apliquen en su estudio las mismas reglas de análisis que se aplican al estudio de la ciencia colonial en general. Quiero finalizar con una última idea sobre la importancia de la historia de la ciencia imperial y trasnacional para la historia de la ciencia en general. James Secord y Robert Kohler han argumentado recientemente que la historia de la ciencia como disciplina se ha fragmentado en las últimas décadas. Aunque ha ganado mucho de las microhistorias que han dominado en los últimos años y que nos han mostrado las minucias de la práctica científica, los estudios de hoy en día tienden a enfocarse en períodos muy cortos y en regiones del mundo muy particulares33. Mirar la ciencia en un contexto imperial, transnacional o mundial, así como buscar un enfoque basado no sólo en personas o ideas o actividades científicas, sino también en el movimiento de objetos científicos, puede ayudarnos a articular historias sobre periodos históricos más largos, con gran variedad de actores y con una perspectiva mucho más global. Espero que este ensayo haya sido un paso en esta dirección.

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Una analogía sobre el tiempo: entre historiografía e historiofotía, Octubre y Koyaanisqatsi 1 Juan Camilo Aljuri Pimiento u Espacio estudiantil Para el historiador todo comienza y todo termina por el tiempo; un tiempo matemático y demiurgo sobre el que resultaría demasiado fácil ironizar; un tiempo que parece exterior a los hombres, exógeno, dirían los economistas, que les empuja, que les obliga, que les arranca a sus tiempos particulares de diferentes colores: el tiempo imperioso del mundo. Fernand Braudel1

Desde el nacimiento de los nuevos medios de comunicación como la radio, el cine y la televisión, los historiadores los han intentado integrar en sus investigaciones porque implican no solamente una manera efectiva de llegar al público, sino también por ser una nueva forma de producción y difusión de la información, sobre todo durante el siglo XX. Estos medios con el pasar de los años se han convertido -con sus respectivas dificultades- en fuentes que permiten a los científicos sociales estudiar al hombre como individuo y como parte de un contexto social específico. El cine ha sido estudiado comúnmente como un arte, pero con el pasar del tiempo, ha adquirido un status de fuente que tiene las características que nos permitirían, por medio de su análisis, estudiarlo como fuente de información y no sólo como una obra de arte. Aquí es donde nos interesa probar (al menos en un aspecto), que su relación con los estudios 1 Artículo recibido el 1 de febrero de 2006 y aprobado el 7 de marzo de 2006. u Estudiante de Historia de la Universidad de los Andes. Este artículo fue escrito originalmente en el curso Introducción II con la profesora Marta Herrera (segundo semestre de 2004) y se presentó en la cuarta jornada (20 de abril de 2005) de muestra estudiantil Historioramas del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes. El autor quisiera dedicarle este artículo a Laura Victoria Pimiento y a Julián Aljuri Talero, además de expresar su profundo agradecimiento a todas las personas que le dieron, directa e indirectamente, apoyo a esta idea. 1 BRAUDEL, Fernand, La Historia y las Ciencias Sociales, Madrid, Alianza Editorial, 1974, p. 99.

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históricos es amplia, bien sea para contar seria y académicamente fragmentos de la Historia, para historiar al cine mismo o para adentrarnos en la mentalidad, memoria o representaciones de una sociedad. Una de las primeras intuiciones de la que podemos partir es que el cine nos permite cuestionar las formas en que los historiadores han representado y reconstruido el pasado y “esto no implica abandonar nuestros conocimientos o que éstos sean falsos, sino reconocer que existe más de una verdad histórica” e incluso podríamos pensar que “la verdad que aporta el medio audiovisual puede ser diferente, pero no necesariamente antagónica, de la verdad escrita”2. Entonces, la réplica que Hayden White3 hace de un artículo de Robert Rosenstone4 nos muestra un primer y original intento por unificar el cine y la historia, al menos en la teoría, por medio de la analogía entre historiografía e historiofotía, la segunda entendida como “la representación de la historia y nuestro pensamiento sobre ella en imágenes visuales y en el discurso fílmico”5. Así, el problema que se plantea es el de la traducción de la historia escrita a la puesta en imágenes. Esta traducción ya presupone varios problemas, como por ejemplo que la lectura de “lo visual” requiere de un lenguaje y una forma discursiva (además de que su simple naturaleza es distinta) que se aparta de los que caracterizan al discurso verbal y escrito, lo que de ninguna manera niega a primera vista que puedan llegar a tener también un lenguaje en común. Por lo anterior, nuestra hipótesis será sostener que sí es posible hacer analogías y traducciones de los conceptos de la historiografía a la historiofotía, siempre y cuando tengamos presente que las construcciones historiográficas y el cine no persiguen necesariamente un mismo norte y no por eso dejan de compartir muchas dificultades y objetos de estudio comunes. 2 ROSENSTONE, Robert, El pasado en imágenes. El desafío del cine a nuestra idea de la historia, Barcelona, Ariel, 1997, p. 41. 3 WHITE, Hayden, “Historiography and historiophoty”, en The American Historical Review, Vol. 93, No. 5, Washington, diciembre de 1988, pp. 1193-1199. En este artículo el autor propone una variedad de elementos para considerar, nosotros simplemente nos concentraremos en la analogía mencionada. 4 ROSENSTONE, Robert, “History in images/history in words: reflections on the possibility of really putting history onto film”, en The American Historical Review, Vol. 93, No. 5, Washington, diciembre de 1988, pp. 11731185. En esta revista también se encuentran los siguientes artículos: HERLIHY, David, “Am I camera?: other reflections on film and history”, pp. 1186-1192. O’CONNOR, John E., “History in images/images un history: reflections on the importance of film and television study for an understanding of the past”, pp. 1200-1209. y BRENT TOPLIN, Robert, “The filmmaker as historian”, pp. 1210-1227. 5 WHITE, Hayden, op. cit., p. 1193. Aunque algunos avances se han hecho en el campo, han pasado más de quince años y aún no se ha formalizado una teoría historiofótica.

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Básicamente se trata de un problema de lenguaje. En adelante, no se intentará hacer un seguimiento a las diferentes corrientes que desde la historiografía se han acercado al cine; por el contrario, queremos proponer otra manera de comenzar a indagar dicha relación. Si bien ya es posible encontrar historiografías que se preocupen por la mentalidad de la época en el cine6, la memoria7 y las representaciones en ciertas coyunturas8, por mencionar sólo algunos ejemplos del estado de la cuestión, vemos necesario también dedicar esfuerzos a unas de las primeras fases de análisis posible al estudiar el cine como fuente para la historia: sobrepasar la torre de Babel que separa dos lenguajes como el escrito y el audiovisual. Para sustentar lo anterior vamos a intentar utilizar el concepto de las duraciones o del tiempo que utilizan tanto la historia como el cine respectivamente y a partir de las diferencias que encontremos podremos dilucidar también los puntos de convergencia. Estos conceptos se aplicarán a las películas Octubre, diez días que estremecieron al mundo de Sergei Eisenstein (1927) y Koyaanisqatsi de Giofrey Regio (1983). La primera se escogió porque intenta reproducir teatralmente unos episodios de la vida rusa después de que éstos ocurrieron y la segunda porque pretende dar cuenta del lento cambio que con el tiempo ha sufrido el mundo: así las dos nos muestran concepciones diferentes que necesitamos para evidenciar el tiempo y las duraciones que más adelante explicaremos. La metodología del trabajo intentará analizar conceptos de campos del conocimiento distintos al histórico que no implican que se pierda la dialéctica entre teoría y práctica. Después de utilizarlos al analizar películas que tratan diferentes tipos de tiempoduración, se verá si es posible llegar a una analogía que dé cuenta de las experiencias de las dos áreas. Terminemos esta sección con una salvedad que más adelante nos será muy útil: la veracidad “de la secuencia se encuentra no en el nivel de concreción sino en otro nivel de representación, el de la tipificación”9; así lo que nos va a interesar es la representación de tipos de eventos (aunque en los casos particulares llegaremos 6 KRACAUER, Siegfried, De Caligari a Hitler. Una Historia Psicológica del Cine Alemán, Paidós, Barcelona, 1991 y FERRO, Marc, Historia Contemporánea y Cine, Barcelona, Ariel, 2000. 7 GRAINGE, Paul (ed.), Memory and Popular Film, Nueva York, Manchester University Press, 2003 y KAES, Anton, From Hitler to Heimat. The Return of History as Film, Cambridge, Massachusetts, Harvard University Press, 1992. 8 LOWENSTEIN, Adam, Shocking Representation. Historical Trauma, National Cinema, and the Modern Horror Film, Nueva York, Columbia University Press, 2005 y DAVIS, Natalie Zemon, Slaves on Screen. Film and Historical Vision, Cambridge, Harvard University Press, 2000. 9 WHITE, Hayden, op. cit., p. 1197.

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a este punto): lo que preocupa más allá de la posibilidad de ver lo concreto de lo puesto en escena, es la tipificación que en este montaje se realice, la manera en que nos acerca a la historia. Sobre esta aproximación, podríamos preguntarnos por qué trabajar el concepto de tiempo y no comenzar por examinar otro tema sobre el que existan reflexiones más desarrolladas, como lo son el tema de la censura y la memoria popular10, por ejemplo, o también temas que han sido trabajados desde la teoría del cine, como la subalternidad o las aproximaciones feministas11. La respuesta se encuentra en la ausencia mencionada y como leíamos en la frase de Braudel que abre este artículo, el tiempo es el comienzo y el fin del historiador. No podemos hacerle justicia a la olvidada historiofotía, si no es involucrándonos con la materia prima de la historia como base para estos experimentos: la diacronía en la que todo pasado ocurrió y en la que se condensan las contradicciones de la historia.

1. El tiempo en la historia y en el cine En la historiografía del siglo XX es casi inevitable hablar de la “teoría” o del concepto de duraciones planteado por Fernand Braudel, en el que se comienza con la explicación de un tiempo que está relacionado o definido por lo social, en esa medida, entendido como duración social; esta duración, entendida a su vez como “esos tiempos múltiples y contradictorios de la vida de los hombres que no son únicamente la sustancia del pasado, sino también la materia de la vida social actual”12. La conceptualización del autor es interesante, ya que ordena las duraciones en varios niveles diferentes de los cuales resalta tres. Un corto plazo, el acontecimiento que existe en las diversas formas de la vida (cercano a la experiencia de la vida humana), y que es la base del entretejido de las demás duraciones que se componen de la sucesión de acontecimientos. Un mediano plano que proviene de la teoría económica, ya que hace referencia directa a los ciclos de producción, por consiguiente, es una duración enmarcada en las decenas de años, que componen la 10 Véase HIRANO, Kyoko, “The japanese tragedy: film censorship and the american occupation”, en Radical History Review, No. 41, 1988, pp. 67-92 y MUSSER, Charles, “Work, ideology and Chaplin’s tramp”, en Radical History Review, No. 41, 1988, pp. 36-66. 11 Sobre subalternidad, ver SHOHAT, Ella y STAM, Robert, Multiculturalismo, cine y medios de comunicación, Barcelona, Paidós, 2002 y, sobre feminismo, ver VILASÍS, Mayra, Pensar el cine, La Habana, La Rueda Dentada, 1995. 12 BRAUDEL, Fernand, op. cit. p. 63.

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coyuntura que también hace “referencia a las realidades reiteradas durante varios años, lustros e incluso décadas”13, es el tiempo de generaciones de personas. Finalmente, un largo plazo, que es aquel imperceptible, estructura que se puede dilucidar en la geografía (el autor lo ejemplifica con el apelativo de coacción geográfica), en el cambio que existe por fuera de la experiencia directa humana: es “un ensamblaje, una arquitectura; pero más aún, una realidad que el tiempo tarda enormemente en desgastar y en transportar”14. Este tipo de temporalidad puede ser entendida si y solo si se desmonta primero el tiempo tradicional o moderno burgués, que proviene de la herencia newtoniana y se “hace” sin relación (y más bien considerablemente distanciado) de los seres humanos y del acontecer histórico. Este tiempo moderno fue adoptado/asimilado por las ciencias sociales y allí está el punto de quiebre de la posición braudeliana: en socializar el tiempo (en primera instancia) y en encontrar y afianzar su determinismo estructural. Sin embargo, la dificultad: ...estriba en ser capaz de detectar, y luego hacer explícitas, a esas coordenadas de la historia profunda, a esas arquitecturas o ensamblajes lentos en constituirse y en modificarse, demostrando a la vez de manera fehaciente esa real y concreta operatividad histórica ejercida dentro de las distintas curvas evolutivas de la historia15.

Esta dificultad, que no sólo se ve con respecto a la larga duración se nos hace explícita al entrar a nuestra otra manera de interpretar el tiempo (la del cine), pues allí el tiempo debe ser “mostrado”, se debe plasmar en formato visual el concepto de tiempo y esto es ya un problema gigante. Aquí conviene señalar que “el historiador interesado en el cine no debe referirse únicamente a los elementos sociales que dejan entrever las imágenes, ya que debe reflexionar sobre las diferentes formas de representación del mundo”16 y al hacerlo no puede tampoco desaprovechar los encuentros que se vean posibles entre esas diferentes representaciones, por eso, veamos a continuación otras formas de comprensión del tiempo. En el cine, el tiempo es un concepto particularmente complicado de “explicar” y “mostrar” al igual que en las palabras, pero los recursos visuales han sido amplios y basados en diferentes técnicas que nos permiten comenzar a analizar. Por una parte, 13 14 15 16

AGUIRRE, Carlos, Braudel y las ciencias humanas, Madrid, Montesinos, 1998, p. 38. BRAUDEL, Fernand, op. cit. p. 70. AGUIRRE, Carlos, op. cit., p. 43. QUINTANA, Ángel, Fábulas de lo visible. El cine como creador de realidades, Barcelona, El Acantilado, 2003, p. 270.

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vemos que la cámara (como aparato o instrumento) puede manipular el tiempo, lo acelera, pero también lo puede dilatar y permite ver en un tiempo comprimido, los movimientos lentos o imperceptibles17; lo extraño de esta condensación temporal es que se produce una inversión, ya que el tiempo más demorado, lo vemos a velocidades estrepitosas; el ralenti, que permite ver movimientos que por ser demasiado rápidos no son asequibles a la vista humana, de manera lenta y tranquila, lo opuesto al efecto de aceleración del tiempo. También puede invertir el tiempo, pues lo que fue filmado en una sincronía temporal, puede ser visto al revés, dando diferentes impresiones sobre lo que se ve. Podríamos entonces afirmar con bastante seguridad, que “el cine transforma libremente el tiempo”18. Ya vimos que la cámara puede “jugar” con el tiempo, pero hace falta mencionar que el tiempo tiene diferentes niveles (temporales) narrativos como son: el tiempo condensado, en donde se pretende primero “poner en evidencia una continuidad única y lineal en el entrelazamiento múltiple de la realidad corriente”, segundo la “supresión de los tiempos débiles de la acción, o sea, de los que no participan directa y útilmente en la definición y progreso de la acción dramática”19, tiene un fin estético y da la impresión de haberse vivido; el tiempo fiel, donde la intención es que el tiempo presentado en la pantalla sea el mismo al de la duración del film; el tiempo abolido en donde el presente y el pasado se funden en un mismo plano; el tiempo recuerdo basado en el “flash-back” que para mantener la unidad de tiempo se devuelve en él brevemente para explicar los acontecimientos del presente por medio del pasado. Todas estas formas de mostrar o narrar el tiempo, se pueden contrastar con una idea de White que une la historiografía y la historia visual y también une la producción visual de la historia y del cine: Cada historia escrita es un producto de procesos de condensación, desplazamiento, simbolización y cualificación exactos a los utilizados en la producción de una representación filmada. Es sólo el medio el que difiere, no la manera en que los mensajes se producen20.

Esto debe ser desarrollado aún más: por una parte, vemos que los dos tipos de producciones se dirigen hacia lo mismo, al menos en la manera en que se producen; 17 Aquí se empieza a evidenciar una primera convergencia con la larga duración. 18 MARTÍN, Marcel, La estética de la expresión cinematográfica, Madrid, Rialp, 1962, p. 205. 19 Ibid., p. 209. 20 WHITE, Hayden, op. cit., p. 1194.

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segundo, los procesos de condensación, desplazamiento y demás que menciona White, se dan tanto en una producción particular como en distintos tipos de producción por lo que las narrativas de tiempo del cine se relacionan con las narrativas del tiempo escritas, difiere el medio pero los procesos coinciden.

2. Octubre y Koyaanisqatsi A Sergei Eisenstein le fue dada en 1927 la misión de reconstruir la Revolución de Octubre de 1917, como parte de las celebraciones que el Comité Soviético Central organizaba21. El trabajo fue sin precedentes: le fue entregado el control de todos los habitantes de Leningrado para que actuaran y la ciudad entera fue el escenario de la película; el resultado fue aprobado por el Comité y el director terminó de consagrarse como el fundador del cine mudo político. De cualquier manera, no nos adentraremos en la trama narrativa de la película, sino en escenas que mostrarán aspectos del tiempo que investigamos. Foto n° 1: La actuación del pueblo ruso

Fuente: http://www.nevsky88.com/SaintPetersburg/Revolution/images/38a2d730. jpg Consultada el 6 de enero de 2006.

21 Esta película podría catalogarse como de reconstitución histórica, lo que implica que nos muestra con rigor casi historiográfico cómo se pensó un acontecimiento, más allá de mostrar el acontecimiento en sí. Contraria a Octubre está Koyaanisqatsi que es un película que podría ser clasificada de reconstrucción histórica, pues es un testimonio directo de la historia, por retratar la época en sí sin pretender explicar los acontecimientos -a diferencia de las películas de reconstitución- ni idealiza el pasado sin rigurosidad como las de ficción. Ver FERRO, Marc, op. cit.

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La anterior imagen (foto n° 1) es una de las tantas tomas que permite apreciar no sólo el número relativamente alto de personas que actuaron en la película dirigida por Eisenstein, sino el uso de amplios espacios. Octubre es un ejemplo de historia monumental, ya que “se basa en una visión del pasado durante momentos de crisis y conflicto heroico”22 y depende de personajes históricos que definen una época, aquí éstos son caracterizados por el proletariado ruso. Aunque la película juega con varias fechas, que van de mayo a junio de 1917, el acontecimiento que desenlaza la serie de escenas es aquel que se lleva a cabo en los diez días de octubre, en los que se consolida la revolución bolchevique; debemos tener en cuenta que al comienzo de la película tumban la estatua del zar, lo que ya nos muestra una estructura político-religiosa anterior a la revolución. Cada día que se presenta parece mostrar un tiempo condensado, que sigue linealmente el acontecer diario. Así va el acontecimiento gestándose y sus partes constitutivas son el pueblo y los diferentes bandos que luchan por el poder. Pero además, Eisenstein quiere mostrar las continuidades que están jugando en el momento, por eso vamos a describir una importante escena: en un punto de la película, aparece la palabra “dios”, la cual es alternada por una toma a varios ídolos primitivos y luego se alterna con imágenes de un crucifijo, lo que parecería estar mostrando una continuidad del aspecto religioso de Rusia que será quebrada con el posterior acontecimiento. La victoria comunista que actúa como punto de ruptura en la estructura y la coyuntura. El anterior ejemplo es simbólico, ya que no nos muestra el tiempo como tal, ni acciones humanas; sin embargo, parecería prudente utilizar otro ejemplo más claro: la estatua del zar antes mencionada vuelve a juego en el momento en que la revolución está perdiendo fuerza y parece que el antiguo orden se está reestableciendo, y para mostrarlo el director utiliza un tiempo invertido en el que la estatua vuelve a ponerse en pie y parte a parte se vuelve a construir, a formar. Uno de los mecanismos que utiliza el cineasta es jugar con el simbolismo: el zar es la autoridad máxima del orden que moría y la estatua era una representación de poder, de orden político. Así al volverse a armar, la situación política queda clara para el espectador. Además, abundan las tomas de grandes planos en donde miles de personas se funden en un gigante grupo que marcha, lucha o huye de las balas; se mueven, 22 LANDY, Marcia, “Introduction”, en LANDY, Marcia (ed.), The Historical Film. History and Memory in Media, New Brunswick, New Jersey, Rutgers University Press, 2000, p. 3. Sobre la categoría de historia monumental ver: NIETZSCHE, Federico, “De la utilidad y de los inconvenientes de los estudios históricos, para la vida”, en Consideraciones intempestivas, Madrid, Marqués de Urquijo, 1932, pp. 71-154.

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escuchamos sus pasos, pero las bocas que se mueven permanecen en silencio, sin embargo los entendemos, tienen cara de dolor, de hambre, de muerte. El tiempo se muestra condensado, y la definición de Martín a la que ya se ha hecho referencia obliga a reflexionar sobre qué son los tiempos débiles y cuál es la acción dramática, conceptos que no quedan claros y que merecerían una mejor explicación. Por otro lado, tenemos el largometraje Koyaanisqatsi que es la primera parte de la trilogía “Qatsi” del director Reggio. Su nombre viene del lenguaje Hopi en el que significa: 1) vida loca, 2) vida en llamas, 3) vida fuera de balance y 4) vida desintegrándose, entre otros significados. Los Hopi viven en Arizona (Estados Unidos) y su lenguaje es el Uto-Azteca, que a su vez se subdivide en cuatro dialectos que varían geográficamente23. La película no tiene diálogos, sólo contiene una secuencia de imágenes que ocurren en el marco de música electrónica y cánticos proféticos de la cultura Hopi. Esta larga secuencia de imágenes en movimiento nos muestra, a grandes rasgos, lo que podríamos llamar una historia del mundo, en la que las primeras escenas llamadas “orgánico”, “nubes” y “recursos” enseñan un mundo sin humanos, que Reggio llama la vida balanceada. Existe un problema central al tratar esta película: Koyaanisqatsi parte de un conocimiento de la cultura Hopi y en este artículo se ha estado hablando del tiempo, categoría que parece no existir, al menos en un sentido occidental tradicional, en esta cultura: En particular, un hopi no tiene una noción o intuición general de TIEMPO como un continuum que transcurre uniformemente y en el que todo lo que hay en el universo marcha a un mismo paso, fuera de un futuro, a través de un presente y procedente de un pasado, o, para cambiar la imagen, en el que el observador es llevado constantemente por la corriente de la duración, alejándolo del pasado, hacia el futuro24.

Sin embargo, en este estudio nuestra mirada no se centrará en el análisis del pensamiento Hopi, sino más bien en lo que la película de Reggio nos transmite en términos de nuestra idea de tiempo. De todas maneras y pensando en futuros estudios, será necesario tener en cuenta la diversidad (tan trillada por los historiadores y los culturalistas) y no olvidar que comprender implica un método que está sujeto a su 23 Para mayor información sobre la cultura Hopi consultar http://www.hopi.nsn.us/default.asp. Sobre la articulación entre el lenguaje y la forma de pensamiento Hopi véase WHORF, Benjamín Lee, Lenguaje, pensamiento y realidad. Selección de escritos, Barcelona, Barral Editores, 1971. 24 WHORF, Benjamín Lee, “Un modelo indio-americano del universo”, en Lenguaje, pensamiento, op. cit., p. 73.

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contexto de producción, que condiciona hasta la misma recopilación documental y audiovisual (cómo se efectúa, qué se recopila). Haciendo estas salvedades podemos entrar a analizar la película. En las primeras secuencias sobre naturaleza, el tiempo acelerado permite ver de manera fantástica el movimiento de las nubes, el agua y lo estático de la tierra que es mostrada amarilla, ocre, con líneas que permiten interpretar los años, la muestra de lo que parafraseando a Braudel podría llamarse la “coacción geográfica”, sólo que aquí no coacciona a nadie. Estas escenas muestran un tiempo acelerado en el que nos encontramos frente a las nubes que pasan velozmente por encima de las montañas o una luna que en cinco segundos aparece, cruza un edificio y se oculta en el cielo. Foto n° 2: Yuxtaposición

Fuente: http://upload.wikimedia.org/wikipedia/en/e/eb/Koyaanisqatsi_ Moon_Frame.jpg Consultada el 6 de enero de 2006.

En la anterior imagen (foto n° 2) se aprecia una de las tantas yuxtaposiciones que Reggio utiliza para demostrar su idea de ese mundo fuera de balance, del choque entre la naturaleza y la civilización. La película continúa este tipo de manejo por medio de la aceleración y avanzando en esa historia del mundo, entra el personaje principal: el hombre. A ese personaje se le otorga el papel principal y cambia todo el paisaje. Impresiona cómo la película se va centrando poco a poco en el hombre y vemos escenas aceleradas en que las personas se vuelven figuras sin identidad. También vemos tomas de tiempo fiel o algunas en que el ralenti nos permite ver esa soledad de un sujeto mientras todo el resto se mueve rápidamente, lo que además produce un efecto psicológico de nostalgia y soledad. Es un mundo con tiempos o velocidades diferenciadas, entre sujetos al menos. Pero ¿qué tiene que ver todo esto con la historia? Nos abre la posibilidad de poder pensar en el tiempo largo, por medio de la técnica cinematográfica. Una consideración

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sobre la larga duración: para la historia escrita, un corpus documental seriado permitiría recopilar datos suficientes para reconstruir una estructura, sin embargo el video es aún muy joven (viene de finales del siglo XIX), por lo que los archivos visuales nos proveerían con suficiente material únicamente de los últimos setenta años y es por eso tal vez, que mostrar una estructura, entendida como un larguísimo contenido cronológico, sólo podría realizarse por medio de efectos propios del cine, como la aceleración que se mencionó anteriormente. Así, no se filma más de un día, pero se da la sensación de tiempo amplio, extenso.

Conclusión Este tema, que tratamos brevemente, merece aún un mejor y más sofisticado esfuerzo que nos sirva para generar puentes de asociación entre la disciplina histórica y la cinematográfica. Queda aún por trabajar el problema de la coyuntura o, mejor, ejemplos que sirvan para ilustrar el resto de tiempos del cine que fueron mencionados en la primera sección. Sin embargo, en esa falta es que aparece una gran conclusión: al igual que con la historiografía, no podemos evitar el esfuerzo por generar teorías que de manera rígida abarquen la mayor cantidad de problemas posibles, pero la práctica nos las deforma y destruye (y por qué no, construye) demostrándonos la preocupación por ver las posibilidades de encontrar las limitaciones de ellas. Mientras más tipos de tiempo desde el cine y teorías de duración histórica se tengan será más provechoso, en la medida en que podremos hacer analogías que serán útiles para fomentar la inclusión del cine en los diversos estudios históricos, sin omitir el lenguaje del uno o del otro. Además, parece prudente tomar de manera práctica los conceptos de ambas disciplinas y ver qué nos dicen de una película, lo que pueden mostrar, y nos ha mostrado por ahora, que el cine y la historia pueden hablar de lo mismo, pero sus diferencias radican en: 1) la manera de acercarse al tema, 2) la metodología y técnica que cada cual utiliza, 3) la tipificación o puesta en letras/escena del tema. Estos tres puntos nos dirigen a otra consideración: el cine puede tener mucho que decir sobre el historicismo25, en la medida en que crea uno propio en la manera en que construye sus relaciones con el pasado, haciendo especial énfasis en las limitaciones que tienen ambas representaciones26. 25 Entendido como “las interacciones particulares del modo de historiografía y los tipos de construcción de la historia relacionados con ella”. ROSEN, Philip, Change mummified. Cinema, Historicity, Theory, Minneapolis, University of Minnesota Press, 2001, p. xi. 26 Ver WHITE, Hayden, “Historicism, History and the Figurative Imagination”, en Tropics of Discourse, Essays in Cultural Criticism, Baltimore y Londres, The John Hopkins University Press, 1985, pp. 101-120, que si bien se

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Para terminar sería interesante regresar sobre uno de los temas tratados: se ha generado en la historiografía una desconfianza frente a una tradición metódico/positivista y finalmente hoy comenzamos a entender las palabras ya envejecidas pero vigentes de de Certeau: “Verdad es que no hay consideraciones, por generales que sean, ni lecturas, por mucho que se las extienda, capaces de borrar la particularidad del lugar de que hablo y del dominio en que llevo a cabo una investigación”27, lo que implica la des-universalización del conocimiento que puede obtener un historiador y nos obliga a pensar en la manera de no obviar las particularidades de las diferentes disciplinas -y las particularidades de las diferentes producciones humanas- que nutren el conocimiento histórico.

Filmografía EISENSTEIN, Sergei, October: ten days that shook the world, 1927. REGGIO, Godfrey, Koyanisqaatsi, 1983.

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enfoca en la literatura resulta sugerente para el cine. Recientemente se publicó uno de los análisis más interesantes sobre el tema del historicismo en el cine y la historia, ver el citado ROSEN, Philip, op.cit., en especial la segunda parte del libro que se dedica a los análisis de caso. 27 DE CERTEAU, Michel, “La Operación Histórica”, en PERUS, Françoise (comp.), Historia y Literatura, México, Instituto Mora, 1994, p. 31. Esto se aplica, aquí, a las películas que tratamos y por transitividad a nuestro trabajo.

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Resúmenes / Abstracts / Palabras claves / Key words Martha Lux Martelo

El Licenciado Juan Méndez Nieto, un mediador cultural: apropiación y transmisión de saberes en el Nuevo Mundo Este artículo analiza el papel de mediador cultural desempeñado por el Licenciado Juan Méndez Nieto, quien llegó a la ciudad de Cartagena de Indias en 1569, donde escribió sus Discursos Medicinales entre 1607 y 1611. Este documento constituye un registro directo de lo que fue su práctica médica en la ciudad, en el que se evidencia su papel de mediador cultural. En efecto, su escrito permite apreciar cómo Méndez Nieto atravesó las fronteras físicas e intelectuales de dos continentes: Europa y América. Trajo consigo y puso en práctica los conocimientos aprendidos en España, así como lo nuevo que iba descubriendo en el Nuevo Mundo. Como mediador cultural dio lo que traía y recibió lo que las otras culturas podían ofrecerle, pero no se limitó a utilizar lo nuevo que aprendía, sino que lo valoró, comparó y enseñó, preocupándose de que los conocimientos adquiridos pudieran ser conocidos y utilizados tanto en América como en España. Palabras claves: Juan Méndez Nieto, mediadores culturales o passeurs culturels, Cartagena, siglo XVII, medicina, saberes, prácticas, discurso.

The Licenciate Juan Méndez Nieto, a cultural mediator: appropiation and spread of knowledge in the New World This article analyzes the role played by the Licenciate Juan Méndez Nieto as a cutural mediator. Méndez Nieto arrived in the city of Cartagena de Indias in 1569, where he wrote his Discursos Medicinales between 1607 and 1611. This document offers direct evidence of how he practiced medicine in the city, and demonstrates his role as a cultural mediator. Méndez Nieto’s work allow us to see how he straddled the physical and intellectual borders of two continents: Europe and America. He brought with him and put into practice knowledge learned in Spain, as well what he learned in the New World. As a cultural mediator, he gave what he brought and received what other cultures could offer him. But he did not only use the new things he learned. He also valued, compared and taught them, wanting to make sure that this acquired knowledge would be made known and used both in America and Spain. Key words: Juan Méndez Nieto, cultural mediators or passeurs culturels, Cartagena, 17th century, medicine, knowledge, practices, discourse. B B B

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Resúmenes / Abstracts / Palabras claves / Key words

Sandra Beatriz Sánchez López

Miedo, rumor y rebelión: la conspiración esclava de 1693 en Cartagena de Indias Este artículo pretende evidenciar la realidad de la resistencia esclava, en particular de la rebelión, a partir del estudio del miedo de los opresores y del discurso dominante, enfocándose en los efectos del rumor de la conspiración negra de 1693. Explora, a su vez, las condiciones de los negros, esclavizados, cimarrones e incluso libres, que pudieron favorecer la lucha contra la opresión colonial. En últimas, intenta demostrar que el desarrollo de los sucesos de la conspiración constituye una prueba fehaciente del reconocimiento de la sociedad colonial de la capacidad que tenía el negro de resistir y de transgredir el orden establecido. Palabras Claves: Cartagena de Indias, cimarrones, conspiración, palenques, rebelión, resistencia esclava.

Fear, rumor and rebellion: the slave conspiracy of 1693 in Cartagena de Indias This paper examines the reality of slave resistance, particularly rebellion, through a study of the oppressors’ fear and the dominant discourse, focusing on the effects of the rumor of a slave conspiracy in 1693. The article also explores the conditions that could have helped slaves, runaway slaves and even free-blacks to struggle against colonial oppression. Ultimately, it attempts to demonstrate how the events surrounding the conspiracy are proof that the colonial society recognized the capability of blacks to resist and transgress the established order. Key words: Cartagena de Indias, runaway slaves (maroons), conspiracy, maroon communities, rebellion, slave resistance. M M M

Catalina Villegas del Castillo

Del hogar a los juzgados: reclamos familiares ante la Real Audiencia de Santafé a finales del período colonial (1800-1809) Una fuente importante para la reconstrucción histórica de la familia es la ley. La historiografía colombiana se ha encargado de desarrollar esta perspectiva de análisis bajo la premisa de que es posible extraer la moralidad, las costumbres y las instituciones dominantes del periodo que se estudia, así como de interpretar los cambios y transformaciones de los procesos históricos

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a partir de la normatividad vigente en el período estudiado. Estos trabajos han contribuido a visibilizar la situación de las mujeres, madres y esposas en un país con una tradición marcada por la preeminencia del género masculino. Sin embargo, en este artículo se propone estudiar la relación de la familia con el Estado a partir del estudio de procesos judiciales. Estas fuentes complementan el análisis puramente formal, en la medida en que permiten identificar la forma en la que madres, esposos e hijos hicieron uso de las normas religiosas, morales, políticas y jurídicas dominantes, con el fin de proteger sus intereses dentro del proceso. De igual forma, los casos contribuyen a establecer los modelos dominantes de mujer y hombre proclamados y defendidos por los jueces de la época en los asuntos que debieron decidir. Para el desarrollo de este artículo se estudiaron los procesos por alimentos y las oposiciones al matrimonio contenidos en el fondo de Asuntos Civiles, Sección Colonia del Archivo General de la Nación. Palabras claves: Procesos judiciales, prácticas, tácticas, estrategias, alimentos, oposiciones al matrimonio.

From the home to the courts: family lawsuits before the Real Audiencia (Royal Audiency) of Santafé at the end of the colonial period (1800-1809) The law is an important source for the historic reconstruction of the family. Colombian historiography has tried to develop this kind of analysis under the premise that it is possible to identify the morality, customs and dominant institutions of the period in question, as well interpret the changes and transformations of historic processes, from the reigning norms of the period studied. These studies have brought to light the situation of women, mothers and wives in a country marked by a strong patriarchal tradition. This article, by contrast, studies the relationship between the family and the State through an examination of court cases. These sources complement the purely formal analysis, in that they allow us to identity how mothers, spouses and children used the dominant religious, moral, political and legal norms in order to defend their interests within the legal process. The court cases also helped establish the dominant models of women and men that judges of the era appealed to and defended in their judicial decisions. This article is based on an examination of lawsuits regarding food claims and opposition-to-marriage trials contained in the collection of Asuntos Civiles (Civil Matters), in the Colonial section of the Archivo General de la Nación. Key words: Court cases, practices, tactics, strategies, food, opposition-to-marriage.

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Santiago Muñoz

El ‘Arte Plumario’ y sus múltiples dimensiones de significación. La Misa de San Gregorio, Virreinato de la Nueva España, 1539 ‘Arte Plumario’ es un concepto desarrollado para abordar el análisis de una serie de objetos elaborados con plumas por la población nativa de América. Este artículo se propone como punto de partida el replanteamiento del enfoque desde el cual se aborda el ‘Arte Plumario’, que dé cuenta de las múltiples dimensiones de significado presentes en el mismo. De este modo, se consideran incompletas las lecturas que encuentran en el ‘Arte Plumario’ sólo manifestaciones iconográficas que se remontan a tradiciones europeas. Partiendo del estudio de La Misa de San Gregorio, Virreinato de la Nueva España, se busca llamar la atención sobre la polisemia de estas imágenes. Se hace énfasis en la necesidad de explorar nuevos caminos de lectura que permitan la aproximación a las significaciones indígenas, que a menudo han pasado desapercibidas. En esta dirección, se propone tomar en cuenta aspectos como las técnicas de confección y los tipos de plumas que se utilizan, junto con los colores, las formas y los motivos ‘iconográficos’ presentes en la imagen. Se cuestiona la división entre contenido y forma, para recordar que son imágenes elaboradas con plumas, elemento de significación que no se debe eludir. Palabras claves: Arte Plumario, iconografía, Misa de San Gregorio, Virreinato de la Nueva España, concepciones de la colonia.

‘Feather mosaic’ and its multiple dimensions of meaning. The Mass of Saint Gregory, Viceroyalty of New Spain, 1539 ‘Feather mosaic is a concept developed in order to analyze a series of artistic objects elaborated with feathers by the native population of America. This article begins with a proposal to shift the focus of the approach to the study of ‘feather mosaic’ by taking into account the multiple dimensions of meaning within this art form. It thus considers readings of ‘feather mosaic’ as only iconographic manifestations referring back to European traditions to be incomplete. A study of The Mass of Saint Gregory, Viceroyalty of New Spain draws our attention to the polysemy of these images. The article emphasizes the need to explore new ways of reading that enable us to get closer to indigenous meanings, which have often gone unnoticed. In this way, it proposes to take into account aspects such as the artistic techniques and the types of feathers used, as well as the colors, forms and ‘iconographic’ motifs of the images. By stressing that these images were created with feathers, whose meaning should not be avoided, this article questions the division between content and form. Key words: Feather mosaic, iconography, Mass of Saint Gregory, Viceroyalty of New Spain, conceptions of the colonial period.

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Camilo Quintero Toro

¿En qué anda la historia de la ciencia y el imperialismo? Saberes locales, dinámicas coloniales y el papel de los Estados Unidos en la ciencia en el siglo XX Este ensayo hace un recuento de algunas tendencias recientes en la historiografía de la ciencia y el colonialismo y su conexión con la nueva historia cultural y los estudios postcoloniales. Enfatiza la importancia de los actores del mundo colonial, en particular la de los subalternos, y los procesos de cambio tanto del colonizador como del colonizado en el desarrollo de la ciencia moderna. Así mismo, examina la ausencia de los Estados Unidos en los estudios sobre ciencia e imperialismo. Tomando como base algunos de los pocos estudios en el tema, propone herramientas para entender el origen del carácter imperial de la ciencia estadounidense, así como la influencia de las prácticas científicas en la expansión estadounidense en el siglo XX. Termina con un estudio de caso que ilustra cómo el crecimiento de las redes internacionales estadounidenses influenció el desarrollo de las ciencias naturales en la primera mitad del siglo XX. Palabras claves: Historia de la ciencia, ciencia e imperialismo, Estados Unidos, colonialismo, historia de la biología.

What is new in the history of science and imperialism? Local knowledge, colonial dynamics and the role of the United States in twentieth-century science This essay surveys some recent trends in the historiography of science and colonialism and their connection to the new cultural history and postcolonial studies. It emphasizes the importance of actors from the colonial world, particularly the subaltern, and the processes of change both in the colonized and the colonizer in the development of modern science. Likewise, it examines the absence of the United States in the studies of science and imperialism. Based on some of the few studies on the topic, it proposes new tools to understand the origin of the imperial character of U.S. science, as well as the influence of scientific practices in the twentieth-century expansion of the United States. It ends with a concrete case study that illustrates how the growth of the United States’ international networks affected the development of the natural sciences in the first half of the twentieth century. Key words: History of science, science and imperialism, United States, colonialism, history of biology. W W W

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Resúmenes / Abstracts / Palabras claves / Key words

Juan Camilo Aljuri Pimiento

Una analogía sobre el tiempo: entre historiografía e historiofotía, Octubre y Koyaanisqatsi En este artículo partimos de la base de que la temporalidad en el cine y en la historiografía es diferente. Mientras que en esta última es usual hablar de acontecimiento, coyuntura, larga duración y ciclos, por ejemplo, en el cine son más comunes términos como ralenti, condensación, aceleración e inversión. A pesar de esta diferencia, sostenemos que la representación fílmica reproduce, en el tipo de lenguaje que le es propio, concepciones de temporalidad que maneja la historia. Para mostrar la forma como operaría esta ‘traducción’, siguiendo el concepto de historiofotía acuñado por Hayden White, el artículo analiza las películas Octubre de Eisenstein y Koyaanisqatsi de Reggio. Con este ejercicio se indaga en una de tantas maneras de explorar las posibilidades de utilizar el cine como fuente para los estudios historiográficos. Palabras claves: Historiofotía, historiografía, Koyaanisqatsi, Octubre, tiempo, duración, cine, Eisenstein, Reggio.

An analogy about time: between historiography and historiophoty, October and Koyaanisqatsi This article starts from the idea that temporality in film and historiography is different. While in the latter, for example, it is common to talk about events, junctures, long duration and cycles, in film more common terms are ralenti (slow-motion), condensation, acceleration and inversion. Despite this difference, the article sustains that cinematic representation reproduces, in its own language, conceptions of temporality that history uses. To demonstrate how such a ‘translation’ would operate, this article, following the concept of historiophoty coined by Hayden White, analyzes the films of October by Eisenstein and Koyaanisqatsi by Reggio. With this exercise, it explores one, out of many possible ways, of using film as a source for historiographic studies. Key words: Historiophoty, historiography, Koyaanisqatsi, October, time, duration, film, Eisenstein, Reggio.

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Ensayo bibliográfico HELG, Aline, Liberty and Equality in Caribbean Colombia 1770-1835, Chapel Hill - Londres, The University of North Carolina Press, 2004, 384 pp. Rafael Antonio Díaz Díaz 0 La historiografía sobre las poblaciones negras y mulatas en Colombia acusa una deuda frente al estudio y la investigación de las dinámicas, cambios y permanencias de estas comunidades en el período coyuntural o de transición de la Colonia a la República, donde la Independencia ocupa un lugar central de tamiz en la densidad social, política e ideológica que supuso la lenta y contradictoria disolución del mundo colonial neogranadino. En verdad, la investigación histórica, en estos ámbitos, se ha encargado más del Pacífico colombiano, que de su contraparte atlántica o, mejor, caribeña. También hay que decir, de todas maneras, que en los últimos años han aparecido diversos trabajos que abordan el Caribe colombiano desde distintos ángulos, teorías y períodos, como los de Alfonso Múnera y Nancy Appelbaum, entre otros. El texto de Aline Helg llega en esta coyuntura particular a contribuir con un mayor conocimiento y análisis sobre las intrincadas maneras como se desenvolvieron las tensiones, las solidaridades y los conflictos en sociedades y comunidades que procedían de determinaciones coloniales, donde las relaciones esclavistas y raciales marcaban las vinculaciones horizontales y verticales en un entramado regional, subregional y comunitario que, en un movimiento típicamente pendular y cíclico, acercaba o alejaba las poblaciones del orden colonial expresado en las élites, el poder y la Iglesia. Si bien persisten deudas historiográficas, como ya lo anotábamos para la etapa de coyuntura, una valoración más cercana de la historiografía no le habría posibilitado afirmar a la autora que los historiadores “frecuentemente han desatendido la experiencia afrocolombiana” (p. 13); ahora, una afirmación tan tajante como ésta queda en mayor evidencia de lejanía si se toma en consideración global lo que podemos calificar como los estudios afrocolombianos, esto es, el conjunto de las ciencias sociales que estudian las poblaciones negras en Colombia.

0 Historiador. Profesor asociado y director de la Maestría en Historia, Departamento de Historia y Geografía, Facultad de Ciencias Sociales, Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá.

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Como quiera que sea, en un ejercicio de retrospección histórica, anudando el presente con el pasado, el texto comienza y finaliza referenciando la problemática actual de las poblaciones afrocolombianas tomando como punto de inflexión la Constitución de 1991, resaltando críticamente el hecho de que, a pesar del reconocimiento de la diversidad, la panorámica social de las poblaciones negras es marcadamente crítica, siendo permanente su condición de “invisibilidad” en los presupuestos que definen históricamente la configuración de la nación colombiana. Acá nos encontramos con uno de los argumentos críticos, sobre el cual volveremos más adelante, y es el de considerar la manifiesta pobreza y debilidad de la identidad y de la conciencia respecto de la negritud y de los orígenes africanos como la causa que explica la débil coherencia y cohesión de los movimientos sociales afrocolombianos en el Caribe (p. 3). Tal pobreza organizativa, que trasciende a toda la región, posee un trasfondo histórico, por lo que el análisis intentará contestar tres cuestiones centrales: 1) por qué las clases bajas no desafiaron colectivamente a la pequeña élite blanca; 2) por qué la raza no llegó a ser una categoría organizativa y 3) por qué la costa Caribe se integró a la Colombia andina sin reafirmar su identidad afrocaribeña (p. 6). El estudio propende por ser integral vinculando la geografía histórica (fronteras, campo-ciudad), la historia social, la historia militar y la historia política a lo largo de un recorrido histórico que entrelaza la crisis y el fin del orden colonial, la primera independencia, la reconquista española, la república gran colombiana y el final del proyecto bolivariano bajo la dictadura de Urdaneta. En las conclusiones, la autora desarrolla un sugestivo contraste de sus más importantes conclusiones con fenómenos similares o análogos en el ámbito de diversas áreas del continente americano, logrando así una apretada panorámica comparada que amplía y enriquece el espectro de los fenómenos analizados a lo largo del estudio. En este sentido, es notable advertir que el texto nunca llegó a perder la dimensión del Caribe insular mostrando cómo, en efecto, se manifestaba una red de intereses y unos canales de comunicación entre comunidades establecidas tanto en el lado continental como en el insular de esta vasta área llamada Caribe. A manera de ilustración, nos parece que Haití, su revolución negra y sus efectos regionales lograron posicionarse como determinantes en varios momentos y circunstancias del juego político tensionante y de la manera como se constituyeron los discursos políticos y raciales. De esta manera, se logra concretar un provechoso estudio de historia regional que marca las diferencias y los contrastes al interior del Caribe colombiano, amén de sus alianzas y contravenciones respecto de la región central andina o de Venezuela.

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De igual forma, es realmente impresionante el cúmulo de información consultada y analizada, tanto en las fuentes1 como en la bibliografía. Debido a que la autora, para referirse a un amplio rango social y demográfico de las sociedades regionales caribeñas, emplea de forma más o menos transversal el rótulo del ancestro africano, con seguridad provocará o generará reacciones del más diverso talante entre los especialistas. ¿Se puede considerar a un pardo o a un zambo como total o parcialmente de descendencia africana, notoriamente cuando ésta se encuentra en situación de entreveramiento con procesos de mestizaje? Cuestión gruesa, compleja y sensible que de inmediato nos remite al debate contemporáneo acerca de las herencias africanas y de cómo las culturas africanas se transformaron en el Caribe, adaptando y produciendo nuevos formatos de producción o interacción cultural. Finalmente, ¿cómo nominar a estas poblaciones?, si desde los rótulos discursivos del poder colonial se tendió a “invisibilizar” las designaciones étnicas africanas de procedencia o sencillamente, en no pocas ocasiones, los sectores socio-demográficos del Caribe colonial fueron calificados genéricamente como “libres de todos los colores”. Helg, en efecto reconoce esta situación al indicar cómo los padrones tardío coloniales no discriminan categorías socio-raciales, salvo para el caso de la Guajira, por lo que ella plantea que se debe recurrir a fuentes cualitativas para poder establecer la dimensión objetiva de la configuración de tales categorías (pp. 43 y 44). En esta misma línea, se debe advertir que cuando Helg se refiere a una predominancia africana en ciertas regiones de la Nueva Granada y, particularmente, del Caribe colombiano, lo hace más en términos relativos que absolutos, evidenciado en la formulación del concepto de “derivación”. De todas maneras, este texto ofrece en dos momentos (pp. 75-77; 189194) cuadros llamativos sobre las manifestaciones contraculturales de las comunidades caribeñas, apreciándose en ello rasgos y estéticas trasformadas de matrices culturales africanas expresadas en el frenesí y la cadencia de los bailes (bundes, fandangos), la percusión en diversos tipos de tambor, la funebria, el palmoteo que rítmicamente acompasa canto y danza, así como su presencia en medio de las festividades religiosas. Ahora, en efecto, allí lo derivado africano se entrevera con lo derivado indígena e hispánico, que finalmente termina en la más diversa estructuración regional de cuadros de cultura popular, actuando allí en el fondo y en la base los más heterogéneos y posibles entreveramientos socio-demográficos.

1 Sobre la citación de las fuentes, es preciso indicar una inconsistencia desafortunada: de la Sección Colonia del

AGN y su fondo Negros y Esclavos no se señala, en ningún caso, el subfondo regional de procedencia (Antioquia, Boyacá, Bolívar, etc.), dejando en el limbo las referencias correspondientes.

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Una perspectiva que atraviesa todo el texto posee, a nuestro juicio, una esencia paradójica con visos de ambivalencia y contradicción. A partir de la consideración de que los movimientos negros poseen una débil coherencia o integración que posibilite su visibilidad, Aline Helg va a insistir, hasta la saciedad, que el conjunto de sociedades o comunidades del Caribe colombiano, en el período estudiado, hicieron poco para buscar dinámicas de coherencia y de combatividad unificada que les posibilitara la formulación colectiva de un proyecto político común. Ni libertos, mujeres, esclavos e indios “desafiaron a los líderes de las élites, no lograron desbaratar el orden socioracial colonial”. (p. 147). Las mujeres, por ejemplo, actuaron y se vieron afectadas por la crisis política emanada de la primera independencia, pero como no se organizaron, ni presionaron mancomunadamente, no obtuvieron ganancias ni beneficios (pp. 151152). Tal situación la experimentaron igualmente los esclavos con los libres quienes a pesar de sus vínculos no generaron “un movimiento común” (p. 152). Lo paradójico y contradictorio es que la autora, de manera brillante y exhaustiva, va a mostrar y a caracterizar un conglomerado de comunidades, pueblos, sitios, embarcaderos, haciendas, palenques, parcelas y rochelas organizadas o estructuradas bajo esquemas determinantes de sociedades en desorden, fragmentadas y dispersas, en escenarios de fronteras elusivas que se van contrayendo o expandiendo al vaivén de apropiaciones territoriales, de relaciones clientelares, de fugas, de colonizaciones fracasadas, furtivas o programadas y, claro, de arrochelamientos. Además, se demuestra igualmente, cómo las gentes vivían en condiciones de autonomía o semi-autonomía, entre otras cosas porque era más bien difuso e irregular el control o el poder ejercido por las autoridades coloniales, luego por las republicanas, y por la Iglesia. La marginalidad y el aislamiento de estas sociedades de frontera en las periferias regionales, anota Helg, explica la “centralidad” de, por ejemplo, las actividades ilegales como el contrabando (p. 41). Así las cosas, en concreto, la ambivalencia se manifiesta en el hecho de buscar tercamente unidad política en cotidianidades sociales y regionales que en esencia atentan o están en contravía de toda posibilidad de cohesión social con miras a obtener resultados políticos tangibles como, por ejemplo, la toma del poder o la derrota inexorable de la élite. Ello gráficamente supone buscar “el ahogado aguas arriba”. Esto nos remite directamente al ámbito de la historicidad del nacionalismo, de las identidades y de las solidaridades, en la coyuntura de la transición de un orden colonial al propiamente postcolonial, donde inevitablemente juegan un papel central las tensiones y las contradicciones entre los proyectos y los discursos de las élites y los que corresponden a los subordinados o subalternos. En el caso particular del Caribe colombiano de la época en cuestión, nos podríamos preguntar, entonces, ¿cuál era

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objetivamente el imaginario político prevaleciente entre las clases populares y cuál su percepción de poder, autonomía o dependencia política? ¿Cuál era la relación entre subsistencia y acción política en medio de los chances que ofrecían las fronteras elusivas y las sociedades en desorden? Parafraseando a Chatterjee, es un “cuento” el que el nacionalismo comience por la conquista del poder político como la han pregonado las “historias convencionales”2. El nacionalismo y sus imaginarios anclados en los subalternos no sólo desafían los “formatos modulares de las sociedades nacionales propagadas por el Occidente moderno”, sino que los confronta desde una diferencia3 en su proceder y en su teleología política, lo cual, en todo caso, no nos debe conducir a suponer una especie de inmovilismo político en la reacción, la acomodación o la resistencia. De alguna manera, la autora es consciente de ello cuando concluye que los libres y los esclavos con sus actitudes y estrategias “desafiaron” el orden colonial y racial; la élite urbana blanca si bien se ubicaba en lo alto de la jerarquía, estaba lejos de ser hegemónica (p. 120). La condición fragmentaria del entorno social caribeño y las supuestas autorepresentaciones de los sectores populares presupone ya visos de nación, aun cuando tales sectores no hayan materializado o aspirado a algún tipo de control del Estado. Para decirlo, de nuevo, en palabras de Chatterjee: “La tarea ahora es determinar, en sus historicidades mutuamente condicionadas, los esquemas específicos que surgieron, por un lado, en el espacio definido por el proyecto hegemónico de la modernidad nacionalista; y por el otro, en las resistencias innumerables fragmentadas hacia ese proyecto normalizador”4. Cabe advertir, que la lucha social y política, tortuosa y tormentosa, entre las hegemonías y las resistencias en los ámbitos regionales del Caribe colombiano es analizada e ilustrada de manera relevante por Aline Helg, particularmente en sus tres últimos capítulos, contribuyendo de manera directa a esa especie de “giro” historiográfico en el estudio de la Independencia que ha permitido avanzar en la deconstrucción de los mitos historiográficos que fijaban el protagonismo y el liderazgo en las élites y en las ciudades, sólo para mencionar dos de los más significativos. En efecto, la crisis colonial, la Independencia y el tránsito al período postcolonial republicano constituyen todos procesos que no pueden seguir siendo enfocados desde ópticas de exclusividad política o de heroísmos manifiestos, ni muchos menos desde mesianismos ineluctables. Como bien lo ha planteado la 2 CHATTERJEE, Partha, “Comunidad imaginada: ¿Por quién?”, en Revista Historia Caribe, Vol. 2, No.7, Barranquilla, 2002, tomado de: http://www.ocaribe.org/observatorio/grupos/historia_caribe /7/historia_caribe_.htm Consultado el 4 de abril de 2006. 3 Ibid. 4 Ibid.

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autora, el lugar, la caracterización y la complejidad de la sociedad regional estudiada en la Colonia tardía marcarán la tendencia en el alinderamiento y las tensiones en el escenario de la Independencia y, por lo tanto, las lealtades y las alianzas se comportarán como un péndulo político respecto de estar a favor de España o desatar las reacciones contra el imperio (p. 120). En el panorama regional de cambio y continuidad social que se analiza para el Caribe, nos llamó poderosamente la atención el realce que la autora referencia respecto del lugar y del papel que cumplió la mujer en sus más diversos matices. Pertinencia histórica que uno desearía ver con mayor frecuencia y ahínco en la historiografía. Además de contribuir al mayor mestizaje, las mujeres, dado su lugar social, “atemperaron” la confrontación y reorientaron las estrategias de protesta y resistencia (p. 108). De manera paradójica, entonces, estas sociedades regionales de clara estirpe patriarcal y los discursos de los “ilustrados” criollos hicieron ausente, en sus proyectos políticos y en sus primeros discursos constitucionales, los derechos de las mujeres, así como la aspiración, de muchos esclavos, de ver abolida la esclavitud (p. 138). La razón de todo ello, y la autora lo demuestra con creces, es que una sociedad regional en transición hacia un proyecto de republicanismo y autonomía política tuvo que enfrentar sus ataduras coloniales, sus dinámicas esclavistas, los discursos de exclusión en el concierto de los órdenes raciales y los resortes propios de la reacción de los sectores populares. Para las élites no había mayor conflicto en tratar de echar a rodar proyectos de aparente tinte democrático con el mantenimiento de la esclavitud (p. 242). En este orden de ideas, Aline Helg concluye categóricamente que en el Caribe colombiano eran más bien limitadas las posibilidades de estructurar un orden social igualitario; por el contrario, mejor se manifestaron y desarrollaron las condiciones para reproducir “algunos de los patrones coloniales de exclusión” (p. 169). Al respecto ilustra cómo, desde la época de la Gran Colombia, tomó “un nuevo aire” la concentración de la tierra en manos de propietarios blancos e inmigrantes europeos mediante jugosas concesiones de tierras a particulares y compañías. Por su parte, el pobre rural seguía asediado por el reclutamiento forzoso y aquellos desplazados por las guerras no fueron proveídos con tierras, lo cual dio como resultado la formación de familias campesinas que migraron hacia tierras no tituladas y desarrollaron allí formas autárquicas de supervivencia y cotidianidad (pp. 174 y 187). Finalmente, quisiéramos destacar cómo la autora demuestra algunos procesos y fenómenos que no hacen más que constatar hallazgos más o menos recientes de la historiografía sobre las dinámicas de la esclavitud en la Nueva Granada y su conexión con otros espacios coloniales. La visión fantasmagórica y terrorífica que,

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sobre la revolución haitiana, proclamaban con frecuencia los criollos y los realistas hacen palpable las dimensiones regionales y subcontinentales que pudieron haber tomado ciertas redes o conexiones políticas entre individuos esclavizados o entre comunidades de esclavos y “libertos”, particularmente en el ámbito del Caribe insular y continental. Las dinámicas contraculturales exhibidas por negros, mulatos, pardos, zambos, indígenas, mestizos y aun blancos, vuelven a colocar en situación de revisión crítica la supuesta hegemonía y control de las poblaciones coloniales por parte de los órdenes constitutivos del poder colonial, para desplazar el estudio, por ejemplo, de las culturas regionales coloniales a los niveles propios de la autonomía social y cultural desarrollada, apropiada y ejecutada por los subordinados o subalternos en los espacios cotidianos públicos, privados y subrepticios. La contracultura colonial no sólo desdibuja y descuaderna la hegemonía del poder colonial, sino que incentiva y atiza los conflictos entre las órbitas de lo civil y lo espiritual. Esto propone un enorme desafío a la investigación histórica en el sentido de diseñar estrategias metodológicas y hermenéuticas para “poner a hablar” a los subalternos en las fuentes, sobre todo si se piensa que las poblaciones coloniales fueron fijadas y mediatizadas, en los documentos, por las escrituras de los sectores dominantes. Este estudio demuestra con solvencia la imposibilidad de seguir considerando la esclavitud como un fenómeno o como una institución plana y superficial, sin densidades y discursividades. Algunas de las manifestaciones en este sentido son los esclavos que viven separados de sus amos, a quienes les cancelan sus cuotas de liberación a partir de sus ingresos salariales (p. 83), lo cual referencia dinámicas interesantes como los esclavos de renta y esclavos asalariados que, para tales efectos, están por fuera del control de sus amos. La mayor frecuencia de manumisiones por parte de las esclavas urbanas, de muchas maneras ratifica los hallazgos que en este sentido ha encontrado la historiografía, aunque también sabemos que estudios recientes han comprobado tasas mayores de manumisión entre los esclavos varones de los reales de minas del Pacífico colonial. Las manumisiones, las fugas, las asonadas por parte de esclavos como la de Mompox, los arrochelamientos y las figuras de los esclavos de renta y asalariados han provocado el desdibujamiento de la separación tajante, tradicionalmente aceptada, entre los ámbitos de la libertad y de la esclavitud, para mejor enfocar relaciones simétricas y asimétricas o dependencias mutuas, mediadas o mediatizadas por las discursividades de amos y esclavos. Atendiendo a los estudios recientes, entre otros, de Dolcey Romero sobre el proceso de la manumisión y la abolición de la esclavitud en Cartagena y Santa Martha, la autora ratifica e ilustra el hecho de que en esencia era una parodia el paso laberíntico de los esclavos a su nueva condición de libres o libertos, entre otras razones por el excesivo celo en proteger y defender los intereses de los esclavistas. Tal parodia, en realidad, estuvo acompañada por una continua

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represión contra los cimarrones (pp. 170-171) o contra todo esclavo que intentara fugarse, aunque como ya vimos las huidas individuales y colectivas eran parte de la cotidianidad tanto de esclavos como de libres “de todos los colores”. La coyuntura de la Independencia y de los primeros experimentos políticos de la República definitivamente reflejan el rotundo fracaso de los proyectos políticos iniciales en comprometerse con una abolición cierta y sin vacilaciones de la esclavitud, como ya lo dejamos sugerido. Hemos vuelto sobre este punto dado que tal fracaso no fue otra cosa que la constatación y ratificación de la “inseguridad” o, como lo plantea Aline Helg, de la “ambivalencia” jurídica (p. 114) que, a lo largo del período colonial, acompañó a las poblaciones esclavas. Al igual que la administración y la legislación colonial, los primeros esbozos políticos y discursivos de la República fueron incapaces y les faltó toda la voluntad política para afectar, desde lo jurídico y lo constitucional, la propiedad que se tenía sobre otra persona. El código negro significó un corpus jurídico que intentó normar el tratamiento de los esclavos, pero la presión de los esclavistas de varias regiones neogranadinas ocasionaron su desregulación, mas el mismo se tornó en un referente para los esclavos (p. 114), produciendo, como se sabe, demandas, exigencias e intentos de rebelión, particularmente en algunos sitios de la gobernación de Antioquia, lo cual, de paso, ayuda a entender por qué el gobernador del Corral dio los primeros pasos para abolir la esclavitud. En suma, entonces, estamos ante un estudio ambicioso, que conjuga múltiples perspectivas tejidas en convergencias y divergencias regionales e interregionales, tratando de sumar y poniendo en relación los más diversos agentes sociales que, desde sus posturas y lugares, lucharon por la continuidad, el regateo, el reacomodo, la subsistencia y la territorialidad. Creemos que el texto, en general, acierta en mostrar las variaciones en un período típico de coyuntura, transición, pugna y reacción, que propuso nuevas y viejas formas en las relaciones sociales y políticas. En este escenario, movidos por nuestros intereses particulares de investigación, hay conclusiones novedosas que arrojan luz, para el caso del Caribe colombiano, sobre la manera como se manifestó ese denso y contradictorio proceso de abolición gradual de la esclavitud que, sin lugar a dudas, se posicionó como una especie de “estigma moral” en los umbrales de la formación del Estado y la nación en Colombia. Queda pendiente, a todas luces, la discusión acerca de cómo y desde qué imaginarios o representaciones los sectores populares, subordinados y subalternos larvaron, desde su condición social de fragmentación, los procesos constitutivos originarios de la nación, hasta el punto que las viejas y nuevas élites reforzaron su temor y distancia respecto de la “turba indolente”. Así, al final, dos preguntas nos asaltan. ¿De quién, entonces, fue el fracaso de la nación? ¿De qué nación estamos hablando o, conceptualmente, de qué nación hablaremos en el futuro?

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Reseñas HELG, Aline, Liberty and Equality in Caribbean Colombia 1770-1835, Chapel Hill - Londres, The University of North Carolina Press, 2004, 384 pp. Ulrike Bock Z Colombia es uno de los grandes desconocidos entre los países con un número significativo de habitantes de ascendencia africana. Mientras que Cuba, junto con Brasil y los Estados Unidos, se ha ganado un buen lugar en la investigación de la población de color, la auto-representación de Colombia como primariamente mestiza tiñe también su imagen desde el exterior: pocos saben que Colombia es el tercer país en cuanto a población afroamericana se refiere. En su nuevo libro, Aline Helg aborda el fenómeno de esa invisibilidad desde una perspectiva comparativa de las investigaciones relativas a las sociedades americanas post-esclavitud y examina la costa caribeña colombiana como una región principalmente caracterizada por una población de color libre y no precisamente por la esclavitud en masa, también conocida como “segunda esclavitud”1. Con ese enfoque en la región caribeña del actual Estado de Colombia, Helg se sitúa en la tradición de una historiografía que desde principios de los años 90 se ha puesto como objetivo redescubrir la costa Atlántica colombiana como parte del Caribe, en contraposición a una historiografía tradicionalmente andina. Lo peculiar de su aproximación se basa en la puesta en relieve del término ‘raza’ como categoría organizativa. Si para Alfonso Múnera fue un objetivo hacer visible la participación decisiva de la población de color en los movimientos independentistas2, Aline Helg recalca la falta de solidaridad de los pardos con los esclavos negros y busca los motivos y las razones que impidieron una resistencia colectiva en la costa Atlántica colombiana. Al mismo tiempo Helg intenta Z Profesora del Instituto de Historia Ibérica y Latinoamericana (IHILA), Universidad de Colonia, Alemania.

1 TOMICH, Dale, “The ‘Second Slavery’: Bonded Labor and the Transformations of the Nineteenth-century World Economy”, en RAMÍREZ, Francisco O. (ed.), Rethinking the Nineteenth Century: Contradictions and Movement, Nueva York, Greenwood Press, 1988, pp. 103-117. 2 MÚNERA, Alfonso, El fracaso de la nación. Región, clase y raza en el Caribe colombiano (1717-1810), Bogotá, Banco de la República-El Ancora Editores, 1998.

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romper con un enfoque en las ciudades en particular (especialmente, en Cartagena de Indias) a través de un estudio de la región costera en general, y de esa manera, dilucidar por qué la costa caribeña colombiana no logró construir una identidad regional. Las respuestas que Helg ofrece a las preguntas formuladas en la introducción se mueven esencialmente entre los puntos opción de fuga, soluciones individuales y posibilidades de ascenso social por parte de la población de color así como la falta de cohesión en las élites blancas. Sin embargo, en la organización del libro, que ofrece en tres capítulos una mirada estructural y panorámica sobre la costa Caribe hasta principios del XIX, estos aspectos temáticos se encuentran un poco dispersos. Así mismo, aun cuando la separación metodológica en tres zonas -frontera, zonas rurales y ciudad- no deja de ser atractiva, en la práctica presenta algunas intersecciones temáticas e inconsistencias en el orden de los subcapítulos. Helg presenta la costa caribeña como una región débilmente dominada por la Iglesia y el Estado colonial, caracterizada por una baja densidad poblacional y una infraestructura deficiente, así como por comunidades indígenas no controladas militarmente y la existencia de palenques y rochelas. Teniendo en cuenta lo anterior, la fuga -y no la resistencia organizada- fue una alternativa corriente para escapar de las ideas de orden de las autoridades coloniales, respectivamente del ser esclavo. El intento de reintegrar la región en el Virreinato de Nueva Granada a través de cuatro campañas militares y de reorganización que se llevaron a cabo entre 1740 y 1780, tampoco pudo cambiar su carácter de espacio fronterizo. Paralelamente Aline Helg resalta el papel central de las milicias introducidas en el marco de las reformas borbónicas con el fin de defender la costa Atlántica a partir de 1773. Sin embargo, ya las relaciones demográficas impedían organizar las milicias siguiendo criterios de raza y, con la excepción de la ciudad de Cartagena, se crearon “milicias de todos los colores”, lo cual contrarrestó la polarización y la formación de una identidad basada en la categoría ‘raza’. El funcionamiento de los mecanismos de identificación con el orden social se hizo visible en 1799, con el único intento conocido de una revuelta de esclavos en Cartagena que fue delatada por un miliciano de color. Las mujeres negras libres, por el contrario, percibían la migración como una forma de mejorar su situación individual. Por esa razón, en las ciudades se constata un excedente de mujeres en contraposición a la región rural predominantemente masculina. La necesidad de subsistir las agrupaba en redes de patronaje y parentesco ritual que -de la misma manera que las milicias- reproducía el orden jerárquico, pero que paralelamente

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las incluía socialmente. Dada su mayor presencia en las zonas urbanas, las mujeres esclavas tenían más oportunidades de comprar su libertad o proceder jurídicamente contra sus dueños. Así demuestra Helg que el Código Negro, promulgado en 1789, seguía vigente en Nueva Granada como norma social y como fundamento para el proceder jurídico contra el abuso de esclavos y esclavas aún cincos años después de su anulación. La debilidad de la élite blanca se debe, según la opinión de Helg, entre otros factores tanto a su reducido número (alrededor de un 10% de la población total) con una distribución geográfica dispersa, así como también a la dependencia militar de la región de las ya nombradas milicias. Además, las élites contrajeron un pacto necesario con las clases más bajas de color a través del uso activo de las redes de clientelismo y de esa manera contribuyeron a que se difuminaran las líneas divisorias basadas en la raza. Helg presenta a su vez las desavenencias dentro de las élites, cuyas identidades estaban fuertemente ligadas a sus ciudades de origen y a sus intereses en conflicto. Los capítulos referentes a la Primera Independencia (de 1810 a 1816) y la joven República (de 1821 a 1831) se ordenan de manera más cronológica y según los criterios de la historia de los acontecimientos. Al presentar el período de la Primera Independencia Helg trata detalladamente los eventos en las más importantes ciudades como Cartagena, Mompox, Santa Marta, Riohacha y Valledupar, y pone de manifiesto las diferentes constelaciones que impidieron un proyecto regional conjunto. Pero mientras otros estudios3 hacen hincapié en la participación activa de mulatos y negros, así como también la consecución de derechos civiles sin distinción racial en la Constitución de 1812, Helg enfatiza “the inability of the lower classes of color to challenge the white elite” (p. 161). Aun cuando presenta el movimiento en Cartagena y Mompox como uno que trasciende clases y razas, Helg resalta de manera continua el desaprovechamiento de una oportunidad histórica para modificar las jerarquías coloniales de una manera duradera y basada en una solidaridad de ‘razas’. De esta manera, Helg le concede muy poco agency a los negros y mulatos libres que participaron en los movimientos independentistas. Ella presenta a estos grupos como esencialmente manipulados por las élites blancas y deplora la falta de cuestionamiento de la esclavitud por parte de la población de color libre. Queda por establecer si un enfoque tan parcial puede ser un planteamiento de estudios innovador. 3 LASSO, Marixa, Race and Republicanism in the Age of Revolution, Cartagena, 1795-1831, Ph.D. Dissertation, University of Florida 2002. Véase también LASSO, Marixa, “Haiti as an Image of Popular Republicanism in Caribbean Colombia. Cartagena Province (1811-1828)”, en GEGGUS, David (ed.), The Impact of the Haitian Revolution in the Atlantic World, Columbia, University of South Carolina Press, 2001 y MÚNERA, Alfonso, op. cit.

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En los últimos capítulos Helg investiga las condiciones posteriores a la adquisición de la igualdad formal de los negros y mulatos libres como ciudadanos con derecho al voto en la Constitución de 1821. Helg señala la importancia del “Furchtikone” (icono del miedo) en Haiti4 dentro de las élites blancas y con base en dos casos interpreta la operacionalización de esos miedos y temores como estrategia de las elites locales para mantener a los pardos alejados de las posiciones de poder político. Así, el pardo General Padilla también fracasó debido al temor casi maníaco que Bolívar sentía ante una pardocracia. En contraposición con los ejemplos recién mencionados, Helg constata que aún en 1824 en el discurso de Padilla se aprecia una conciencia colectiva basada en las razas, pero que ya en 1828 Padilla se movía fundamentalmente dentro de las líneas políticas de apoyo a Bolívar o a Santander. Para finalizar Helg señala como las diferentes posiciones de las ciudades, que al poco tiempo se polarizarían entre el centralismo y el federalismo, intensificaban la fragmentación interna e impedían consecuentemente la construcción de una identidad regional conjunta. En suma, en esta obra una gran cantidad de nuevos planteamientos y perspectivas de investigación que aquí no pueden ser considerados en su totalidad (élites, clases bajas, sociedades de frontera, sociedades esclavistas y resistencia, perspectivas de género, investigación de fiestas) son tomados en cuenta. Esto conduce a resultados muy interesantes; sin embargo, la apreciación profunda y extensa de los aspectos señalados disminuye el placer de la lectura, en la medida en que, al incorporar tantas perspectivas de investigación, el texto adquiere un carácter un tanto ecléctico. Dejando de lado estas anotaciones críticas, Helg ofrece una visión general bien fundada destinada a ser una obra de obligatoria consulta de la historia de la costa caribeña colombiana.

4 ZEUSKE, Michael, Sklavereien, Emanzipationen und atlantische Weltgeschichte. Essays über Mikrogeschichten, Sklaven, Globalisierungen und Rassismus, Leipzig, Leipziger Universitätsverlag, 2002.

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QUINTERO, Inés, La criolla principal, María Antonia Bolívar, hermana del Libertador, Caracas, Fundación Bigott, 2005, 160 pp. Margarita Garrido H El libro de la historiadora venezolana Inés Quintero sobre la hermana del Libertador ha llegado a su tercera reimpresión en dos años, lo que deja en claro el gran interés que sigue despertando todo lo relativo a la vida de los grandes hombres de la Independencia. En el caso de esta obra no se trata de la vida de un hombre sino de una mujer, y no de una patriota sino de una realista. Ella no estuvo en el centro de la escena política, y ha gozado sólo de una luz vicaria, lunar, no solamente por su condición femenina, sino por la incomodidad que conlleva la inclusión en el relato nacional, de una hermana de Bolívar y criolla principal sí, pero realista y partidaria acérrima de la desigualdad social. La obra de Inés Quintero la pone en escena, no propiamente como actriz de reparto, como sus otras hermanas y hermanos, sino en papel autónomo en el que sus acciones en la esfera de lo público nos dan indicios de muchas fisuras del orden patriarcal, tantas veces entendido como monolítico. María Antonia fue la mayor de las hijas de la familia Bolívar Palacios y Blanco. Nació en 1778 y quedó huérfana de padre a los ocho años y de madre a los catorce. En 1792, tres meses después del fallecimiento de esta última, estando aún bajo severo luto, obtuvo las necesarias licencias y dispensa para casarse con su primo en tercer grado, Pablo Clemente y Palacios. Aportó una dote por la notable suma de 80.000 pesos y tuvo cuatro hijos. María Antonia manifestó su rechazo a las iniciativas independentistas desde los intentos revolucionarios de Gual y España en 1797 y de Miranda en 1806. No entendió cómo muchos de su familia, incluidos tíos, hermanos y cuñados, que habían participado en el repudio de esos hechos, pasaron a apoyar el movimiento del 19 de abril de 1810, cuando se proclamó la Independencia. A las novedades políticas le siguió el terremoto de Caracas el 26 de marzo de 1812, que dejó buena parte de la ciudad en ruinas. Su hermano Simón, unido a la causa patriota, fue derrotado en Puerto Cabello H Profesora titular y directora de la Maestría en Historia del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes.

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y Miranda, Dictador Supremo y Generalísimo de las fuerzas republicanas, capituló en julio 1812. Pero el triunfo realista no fue duradero. Un año después, a mediados 1813, su propio hermano lanzó desde Trujillo el decreto de Guerra a Muerte. María Antonia, desoyendo las amenazas, auxilió y escondió en su propia casa a un grupo notable de realistas, y no cambió sus opiniones cuando su hermano entró victorioso en la ciudad en agosto de 1813. En el año catorce, cuando las tropas realistas se aproximaban a Caracas, la orden de Bolívar fue desocupar la ciudad para impedir su arrasamiento. María Antonia creía que podría hacer valer su lealtad al rey y se oponía a salir. Bolívar la obligó, convencido de que no recibiría clemencia. Vivió con su familia en Curazao hasta 1816, en donde sufrió las privaciones y la marginalidad propias del exilio; escribió en varias ocasiones a la Real Audiencia de Caracas sin ser escuchada. En 1817 se trasladó a La Habana, donde obtuvo de la Real Audiencia de Caracas el desembargo de sus bienes y en 1819, del Rey de España, una pensión de 1000 pesos la cual, por nuevos ruegos, le fue duplicada el año siguiente. Después del triunfo patriota, y siendo Bolívar el hombre más poderoso de Venezuela, regresó ya viuda a Caracas, motivada muy especialmente por recuperar el control de todos los bienes de la familia. Estos parecían no interesarle mucho al Libertador quien, para su manejo, había dado poder precisamente al hijo mayor de María Antonia, Anacleto, a quien ella misma consideraba inepto e irresponsable. Desde el año 1822 hasta 1827 la historia de María Antonia fue reconstruida por Inés Quintero sobre la base de su correspondencia con Bolívar, en la que se trata casi exclusivamente de asuntos económicos. María Antonia logró que el Libertador destituyera a su hijo Anacleto del poder que le había otorgado y se lo diera a ella, quien asumió funciones con un gran dinamismo y buenos resultados, ya que logró recuperar casas y haciendas. No obstante, en las cartas de María Antonia, es patente que sus intereses económicos estaban muy por encima de cualquier consideración sobre la suerte de su hermana viuda, de su cuñada viuda y sobrinos. Ella no tuvo ningún reparo en tratar de bribones aun a sus tíos y otros parientes si se oponían a sus intereses. La imagen que queda es la de una mujer centrada en sí misma, con una autonomía que pasa sin reparos a la desobediencia de los designios de su hermano sobre los bienes que le pertenecían a él, y ahora sí, muy interesada en el mantenimiento de su poder político, por cuanto eso le reportaba a ella grandes beneficios. De paso, discrepamos del uso del término hegemonía que hace la autora para referirse al control del poder por parte de Bolívar, ya que este concepto implica la aceptación de un sentido del orden y de un marco discursivo común, en el cual se expresa no sólo la autoridad, sino

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también la oposición. En esta medida, no sería adecuado para designar la autoridad de una persona, menos aun en una situación de inestabilidad, en plena guerra. En las cartas, no obstante, hay indicios de que el pensamiento de María Antonia sigue siendo el de una defensora de la sociedad desigual y jerárquica, pues frecuentemente se lamenta de la pérdida de vigencia de cada uno de los mecanismos que sostenían las diferencias. En su correspondencia están presentes sus continuas protestas por los matrimonios desiguales, por la libertad que su hermano había dado a algunos de sus esclavos (la cual intentó no reconocer), por el deterioro del trato deferente hacia los notables, por la corrupción que denuncia en los nuevos mandatarios, por la pérdida de la predominancia de la Iglesia y de la palabra de los sacerdotes. El diagnóstico permanente es el de caos y la solución, que no deja de proponer, es la del autoritarismo. No obstante, hay un gesto interesante que curiosamente es el único que ha sido recuperado por la historiografía anterior a este trabajo. María Antonia Bolívar fue enfática en aconsejar a su hermano que no aceptara ser coronado. Siendo este uno de los temas centrales que dividió las opiniones y causó las mayores amarguras a Bolívar en sus últimos años, llama la atención esta clara posición de su hermana, posiblemente motivada en su fidelidad al rey que le impedía admitir una monarquía de cuño revolucionario. La autora nos sorprende en el último capítulo con una faceta de María Antonia Bolívar que contrasta con sus beligerantes posiciones conservadoras: hay fuertes indicios de que esta mujer tuvo dos hijas naturales, concebidas aparentemente durante los años de su matrimonio con Pablo Clemente, a quienes de manera subrepticia, envió recursos para su sustento, pero jamás reconoció. Sabemos que es un común error de los biógrafos suponer coherencia en todos los actos de sus biografiados o consistencia a lo largo de sus vidas. Y la autora no cae en ello. Si el cambio de actitud de María Antonia Bolívar en relación con la política de su hermano no es difícil de explicar, pues una vez éste detentaba todo el poder no era pensable que ella siguiera oponiéndosele, esta faceta oculta de la vida privada de una persona que juzgaba a los demás sin restricciones y se erigía en guardiana de la honradez y del viejo orden social, sí llama mucho nuestra atención. Su flagrante y repetida trasgresión de la norma de fidelidad matrimonial revela a una mujer que es al mismo tiempo rebelde y tradicional. Su alarde de autonomía en lo económico se explica por su desmedido interés en los bienes materiales. El ocultamiento de sus adulterios responde a su deseo de conservar

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el honor. Esta paradoja se explica si tenemos en cuenta que el honor era ante todo un bien que circulaba en la esfera de lo “público y notorio”, de la reputación, se refería al status y a la virtud, pero a la virtud que aparecía a la vista de todos. Si las faltas no eran conocidas, es decir, no eran parte de lo considerado “público y notorio”, aunque pesaran en la conciencia, no deshonraban, no dañaban el capital simbólico de la familia y el linaje. En este caso, si bien los adulterios constituían trasgresiones a la moral, la religión y la ley, al mantenerlos ocultos, María Antonia salvaba lo que más le interesaba a una criolla principal: su honor. Aparece así una mujer que, mientras demostraba abiertamente (exhibía) su rechazo a todo lo que disolvía el orden desigual y legítimo (sin esconder por ejemplo su aversión a la señora Tinoco, madre soltera de los hijos de su hermano Juan Vicente y su poca consideración con estos ilegítimos), ocultaba sus propias afrentas al orden social patriarcal, religioso y moral. Si sus hijas nacieron en tiempos del gobierno español, María Antonia Bolívar hubiera podido legitimarlas, solicitando al gobierno colonial unas cédulas de “gracias al sacar”, las cuales permitían inclusive mantener en secreto el nombre de la madre. Pero no lo hizo. No obstante, a diferencia de otras mantuanas que como ella tuvieron hijos fuera del matrimonio, pero cuyos nombres nunca fueron descubiertos ni cuando los padres solicitaron legitimarlos, María Antonia Bolívar sólo pudo impedir la publicidad de sus faltas durante su vida, pues tras su muerte apareció la reclamación de herencia por parte de una de sus hijas ilegítimas. Casos como el estudiado en este libro contradicen la presunción de que las mujeres no tenían ningún espacio de acción en la sociedad colonial. Algunas, como ella, se resistieron a permanecer marginadas de los negocios y de la política. El trabajo de Inés Quintero aporta además interesantes luces sobre las vicisitudes de las familias y especialmente de las mujeres en un tiempo fuerte como el del proceso de Independencia. Las vidas de todas fueron tocadas por los eventos públicos. Merece mención especial el cuadro de desolación de las mantuanas en general, con vívidos ejemplos de miseria, abandono, impotencia por haber visto a sus maridos e hijos sacrificados por las armas de uno y otro bando y todos sus bienes perdidos u ostensiblemente desatendidos; o el destino de aquellas doncellas criollas obligadas a contraer nupcias con oficiales del ejército libertador de origen social muy bajo, convertidos recientemente en dirigentes de la nueva república, con quienes, en los designios del nuevo orden, debían procrear hijos que los sucederían en su prominente lugar. Se trata de una mirada de los sucesos de la Independencia desde las vidas privadas, no sólo desde los afectos y los valores estremecidos por la guerra, sino también desde los

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intereses económicos y sociales afectados en un período en el que los mecanismos de reproducción de la desigualdad y las jerarquías están perdiendo su vigencia secular que los hizo tan formidables para mantener las estructuras coloniales. La historiografía más reciente ha revisado la posición muy difundida de que la Independencia fue una cuestión política y no una cuestión social, un cambio de turno de las élites sin implicaciones en la estructura social. Este trabajo aporta elementos importantes para matizar esa postura dual al mostrarnos lo inadecuado de querer separar los campos político y social en la vida y los procesos de los pueblos. En mi lectura, eché de menos referencias más frecuentes a las fuentes primarias. La autora nos las presenta ampliamente en la introducción pero no las cita para cada caso, por lo que muchas veces nos quedamos con inquietudes respecto de datos o apreciaciones. El libro tiene las virtudes de una obra escrita sobre una persona, siguiendo sus huellas en las fuentes, poniéndolas en un orden principalmente cronológico, separando convencionalmente los temas y estableciendo las relaciones indispensables entre los hechos públicos más notorios y la vida individual. Se echan de menos elementos analíticos desde las perspectivas de la sociología, la antropología, y los estudios de género que hoy circulan en la historiografía y habrían contribuido a una mejor comprensión de la relación entre estructuras y determinismos, y estrategias y prácticas de los individuos, familias y grupos, en la sociedad caraqueña y venezolana durante esos años cruciales de la Independencia.

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Notilibros Sección a cargo de Andrés Jiménez Ángel J CARDALE DE SCHRIMPFF, Marianne (ed.), Calima and Malagana. Art and Archaeology in Southwestern Colombia, Lausanne, Pro Calima, 2005, 304 pp. Este libro recoge los resultados de veinticinco años de trabajo del grupo internacional de investigadores de la Fundación Pro Calima, en una nueva edición –la primera en lengua inglesa– revisada, actualizada y ampliada. Los ensayos contenidos en él se ocupan de la historia social, cultural y material de las sociedades de la región de Calima y del Valle del Cauca, desde los primeros asentamientos hacia el año 10.000 A.C., hasta la inclusión de la misma, en el siglo XVI, dentro de la Provincia de Popayán, pasando por los períodos Ilama, Yotoco y Sonso. Esta amplitud temática y cronológica es fruto de una combinación de estudios arqueológicos, antropológicos e históricos sobre la base de fuentes documentales, análisis cerámicos y de orfebrería. La geografía, las formas de subsistencia, la distribución del espacio, las pautas funerarias y sus sucesivas transformaciones son objeto de análisis en los siete capítulos de este libro, cada uno de ellos acompañado de excelentes fotografías, ilustraciones y mapas históricos. - TRIMBORN, Hermann, Señorío y Barbarie en el Valle del Cauca. Estudio sobre la antigua civilización Quimbaya y grupos afines del oeste de Colombia, Cali, Biblioteca del Gran Cauca, Editorial Universidad del Cauca - Universidad del Valle, Facultad de Humanidades, 2005, 442 pp. La primera edición en español de Señorío y Barbarie en el Valle del Cauca fue publicada en 1949. Desde entonces esta obra monumental, debido al trabajo sintético que significó, no había sido re-editada. El libro de Hermann Trimborn (1901-1986) es una lectura de las crónicas españolas sobre las sociedades indígenas del Valle del Cauca en el primer siglo de la Conquista. Trimborn leyó las crónicas coloniales como documentos fidedignos sobre el proceso de Conquista y dominación de las sociedades nativas; su lectura positiva consagró la objetividad, la existencia independiente del pasado y la consideración de los cronistas y de los textos que produjeron como medios naturales de transmisión del pasado. Ahora las crónicas se leen como artefactos culturales en los cuales no hay una percepción objetiva de la “realidad”, sino una construcción histórica hecha desde los valores, los prejuicios y las intencionalidades de sus narradores. La

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obra de Trimborn es un documento esencial para entender una forma de lectura que hizo larga carrera en las disciplinas sociales. c GÓMEZ LONDOÑO, Ana María (ed.), Muiscas. Representaciones, cartografías y etnopolíticas de la memoria, Bogotá, Pontifica Universidad Javeriana, Pensar, 2005, 369 pp. El presente trabajo agrupa estudios sobre la temprana Colonia encargados de desacralizar los archivos con los que se ha escrito la historia de la sociedad muisca. En principio, son textos que modifican algunas interpretaciones en el campo de la historia, la demografía y la ritualidad muisca, cuya preocupación ha girado en torno al uso de las representaciones de lo muisca pre y posconquista. Igualmente resalta la actualidad e importancia del tema al presentar algunas reflexiones sobre algunos resguardos y raizales muiscas. Los estudios incluidos en este volumen dejan entrever la perspectiva de los estudios culturales poscoloniales y el giro que estos introducen en los estudios literarios, antropológicos e históricos. Y BAQUERO M., Alvaro y VIDAL O., Antonino (comps.), La Gobernación del Darién a finales del siglo XVIII. El informe de un funcionario ilustrado, Barranquilla, Ediciones Uninorte, 2004, 101 pp. En este libro se transcribe uno de los informes que prepararon algunos funcionarios ilustrados sobre las colonias americanas, en el marco de las reformas políticoadministrativas de la Corona española en el siglo XVIII. Hace una descripción detallada de la región del Darién, de sus grupos étnicos y habitantes, así como de los intereses del Estado colonial por controlar esta zona. El informe fue escrito en 1774 por Andrés de Ariza, gobernador de la provincia del Darién. Esta obra, de particular interés, se divulga como parte de los esfuerzos que adelanta el proyecto de rescate documental del Grupo de Investigaciones en Historia y Arqueología del Caribe colombiano de la Universidad del Norte. " SILVA, Renán, Prensa y Revolución a finales del siglo XVIII. Contribución a un análisis de la formación de la ideología de la Independencia nacional, 2a edición, Medellín, La Carreta Histórica, 2004, 151 pp. Este libro es la segunda edición de la obra publicada por Silva en 1987. Sobre ella apuntaba Germán Colmenares lo siguiente: “Renán Silva nos ofrece un apretado análisis de los contenidos del primer periódico que apareció con alguna regularidad en la Nueva Granada. [...] nos entrega una reflexión que no se contenta con trazar

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un mapa y un perfil externo de complejos de ideas sino que busca explorar unas regiones de sombra, allí donde estas ideas alcanzan una adecuación y una elaboración en un mundo concreto de expositores y de auditores. [...] Las ideas aquí adquieren una corporeidad; el lenguaje y las metáforas y aun los lugares comunes revisten la materialidad de su prolongación hasta nuestros días...”. 0 CASTRO-GÓMEZ, Santiago (ed.), Pensar el siglo XIX: cultura, biopolítica y modernidad en Colombia, Pittsburgh, Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana, Universidad de Pittsburg - Instituto Pensar, Pontificia Universidad Javeriana, 2004, 324 pp. El proyecto de construcción de la nacionalidad colombiana en el siglo XIX implicaba la elaboración de un nuevo entramado cultural cuya red simbólica direccionaba el horizonte de la modernidad deseada por las élites. Había que crear la nación pero esto implicaba forjar los actores y los escenarios que sirvieran de base para su existencia. Los textos aquí presentados reflexionan sobre la construcción del entramado simbólico que quiso instaurarse como fundamento cultural de la nación colombiana en el siglo XIX; la literatura y el periodismo como artífices del imaginario letrado de la Atenas sudamericana; la ciencia como instrumento de control biopolítico sobre las poblaciones y el territorio; el derecho como dispositivo para la construcción de subjetividades obedientes; la familia católica como espacio privilegiado de la vida de las mujeres y el museo como escenario para la patrimonalización de la memoria histórica. H URIBE DE HINCAPIÉ, María Teresa y LÓPEZ LOPERA, Liliana María, Las palabras de la guerra. Un estudio sobre las memorias de las guerras civiles en Colombia, Medellín, La Carreta Histórica, Instituto de Estudios Políticos de la Universidad de Antioquia, Corporación Región, 2006, 514 pp. Las guerras civiles del siglo XIX fueron en lo fundamental guerras entre ciudadanos, guerras por la nación y por el estado, que no se agotaban en los enfrentamientos armados y directos, en el choque de ejércitos rivales, en la sangre derramada, en el humo de las batallas o en los cadáveres esparcidos por campos y ciudades. En este texto se analizan las tres primeras guerras civiles del siglo XIX colombiano, aquellas ocurridas entre 1839 y 1854, en un contrapunto creativo entre los contextos históricos o tramas cronológicas y lógicas de lo acontecido y las maneras de narrarlas, contarlas a otros, interpretarlas o resignificarlas. Las autoras rescatan el poder creativo del lenguaje y su capacidad para producir sentidos nuevos, imágenes evocadoras, formas de nombrar ocultar o desplazar realidades. A través del lenguaje no sólo se hace imaginable la nación y aprehensible el estado, sino que se induce a los públicos a

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actuar en consecuencia pues, como diría Mark Johnson, las metáforas y las palabras también pueden matar. v BUSHNELL, David, Ensayos de historia política de Colombia. Siglos XIX y XX, Medellín, La Carreta Histórica, 2006, 195 pp. Los ensayos aquí reunidos se encuentran ligados entre sí no sólo por su tema, sino por su forma singular de tratamiento. Antes que una colección de textos dispersos, el libro muestra una unidad profunda, tanto por sus temas, como por la manera de examinarlos. De manera particular, sorprende en estos ensayos el tratamiento lúcido y en contacto con la actualidad política de América Latina y Colombia de figuras como las de Bolívar y Santander, las relaciones entre Colombia y Venezuela, o los antecedentes en el siglo XIX de los recientes procesos de apertura económica de finales del siglo XX.  RESTREPO, Libia J., Médicos y comadronas o el arte de los partos. La ginecología y la obstetricia en Antioquia. 1870-1930, Medellín, La Carreta Editores, 2006, 182 pp. Este trabajo -ganador en el año 2003 del premio IDEA a la investigación histórica en Antioquia- muestra la complejidad del proceso de la instauración de la ginecología y la obstetricia en nuestro medio durante el periodo comprendido entre 1870 hasta 1930. La autora explica este proceso a partir de la implantación local de unos argumentos científicos racionales e ilustrados sobre la fisiología de las mujeres, su autonomía y enfermedades. Muestra también las condiciones de la paulatina medicalización de las mujeres gestantes y parturientas, las rupturas y novedades de la práctica médica durante el nacimiento, mientras hace aparecer un entramado de relaciones en el orden social, jurídico, religioso y moral, para presentar, de manera privilegiada, una figura rara vez estudiada en Colombia: las “comadronas” o “parteras”, y un nuevo objeto en historia: el “dolor de parto”. Aquí, se hace visible lo que no era del dominio público, pero sí estaba arraigado de forma estructural en la mentalidad colectiva de las sociedades de la época. Una práctica empírica velada pero reconocida y no exenta de peligros, que planteaba enfrentamientos y resistencias para ceder el “arte de los partos” –un dominio tradicional de mujeres en la penumbras de los cuartos matrimoniales” a una biopolítica interesada en la reproducción del cuerpo social, en las condiciones de la procreación, y en los resultados de los nacimientos de la población.

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n SILVA, Renán, Sociedades campesinas, transición social y cambio cultural en Colombia. La Encuesta Folclórica Nacional de 1942: aproximaciones analíticas y empíricas, Medellín, La Carreta Histórica, 2006, 258 pp. La historia contemporánea de Colombia sigue siendo un territorio inexplorado. Documentos básicos para su comprensión, como la Encuesta Folclórica Nacional de 1942, que es aquí por primera vez utilizada de manera sistemática, permiten considerar aspectos inusuales que otro tipo de fuentes históricas no revelan al investigador. Con base en este cuerpo documental, el historiador colombiano Renán Silva aborda, entre otros, el problema de la formación del Estado en años recientes, la transformación de las clases sociales en el campo bajo el impacto del capitalismo espasmódico discontinuo y fragmentario y el cambio cultural producido por los nuevos medios de comunicación. Estos son procesos examinados sobre la base de un material empírico preciso, lo que evita el extravío del análisis histórico en especulaciones que no tienen otro fundamento que un uso arbitrario de la teoría. S RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ, Saúl Mauricio, La influencia de los Estados Unidos en el ejército colombiano, 1951-1959, Medellín, Colección Ojo de Agua, La Carreta Editores, Universidad Nacional de Colombia, 2006, 145 pp. En este libro el autor estudia cómo Colombia, un país pequeño y con un ejército modesto en el escenario internacional, se involucró por iniciativa de su dirigencia política en las aventuras militares coordinadas por los Estados Unidos en Corea y la crisis del Canal de Suez. Analiza cómo esas circunstancias repercutieron en la modernización del ejército de Colombia, al seguir las prácticas y usos militares estadounidenses, debido al interés mostrado por los militares nacionales hacia ese sistema militar. De igual modo, se exploran las diferentes vías y los modos por los cuales el modelo militar de los Estados Unidos comenzó su afianzamiento en el ejército colombiano, con la creación unidades militares insignia como la Escuela de Lanceros y la Policía Militar, o asimilando la instrucción militar aplicada en los Estados Unidos. Todo esto no sólo sirvió para cambiar la orientación chileno-prusiana que habían tenido hasta la década de 1950 las fuerzas militares colombianas, sino también para consolidar la alianza militar entre Colombia y los Estados Unidos.  LEAL BUITRAGO, Francisco, La inseguridad de la seguridad. Colombia 19582005, Bogotá, Planeta, 2006, 288 pp. Este libro muestra el desarrollo de la Doctrina de Seguridad Nacional en América Latina, particularmente en Colombia, heredada de la lucha de Estados Unidos contra

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el comunismo durante la Guerra Fría. Aunque este paradigma sigue de alguna manera vigente, ahora las amenazas son difusas y muchas de ellas trascienden las fronteras nacionales, como el narcotráfico, la corrupción y el terrorismo, por lo cual el objeto central de la seguridad ya no es sólo el Estado, sino los países, la sociedad y las personas. En el caso de Colombia se hace un análisis de los distintos modelos de seguridad desde el comienzo del Frente Nacional, a mediados del siglo XX, pasando por el Plan Lazo, el Estado de Sitio, la Ley de Orden Público y el Plan Colombia hasta la política del actual gobierno. En este recorrido se muestran los pocos aciertos y los muchos desaciertos de las distintas administraciones que han tenido que incorporar a la agenda de seguridad temas como el narcotráfico, la administración de justicia, el paramilitarismo y la injerencia externa. , RAPPAPORT, Joanne, Cumbe renaciente. Una historia etnográfica andina, Bogotá, ICANH, Universidad del Cauca, 2005, 315 pp. En la época de la invasión española el cacique Cumbe gobernaba sobre la comunidad de Cumbal. Aun cuando no existen documentos que comprueben su existencia, en la actualidad, los habitantes de Cumbal lo consideran el vínculo ancestral con sus antepasados Pastos. Su imagen reaparece con frecuencia en la música y el teatro popular, en la organización comunitaria y en el combate político de los Cumbales cuando intentan darle nuevo vigor a su herencia indígena y recuperar las tierras que dicha herencia define como suyas. En este libro, Joanne Rappaport examina cómo los Cumbales se apropian de la historia e inventan de nuevo la tradición. Explora la forma en que las memorias personales se interpretan mediante las expresiones no verbales, tales como la cultura material y ritual, y a través de la comunicación oral y escrita. Esta aproximación novedosa a la conciencia histórica se basa en la combinación del análisis histórico y etnográfico. En este sentido, Cumbe renaciente es una contribución importante para comprender mejor la militancia étnica en América, al igual que discusiones metodológicas más amplias sobre el estudio de la conciencia histórica no occidental bajo la dominación colonial. ) JIMÉNEZ, Orián, HERNÁNDEZ, David y PÉREZ, Edgardo, Tumaco. Historia, memoria e imagen, Medellín, Universidad de Antioquia, 2005, 145 pp. Este libro de coautoría de los historiadores Orián Jiménez y Edgardo Pérez de la Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín, y del investigador David Hernández, presenta un breve recuento de la historia social, cultural, política y económica de Tumaco. Reúne fuentes de archivo, bibliografía y trabajo de campo, con una serie de fotografías de Estefanía González. En sus doce capítulos los autores

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abordan diversas temáticas que van desde el papel de la ciudad en el desarrollo de la costa Pacífica, hasta las narraciones autóctonas que han venido construyendo la imagen de Tumaco en la tradición oral y escrita de sus habitantes, todo esto en una edición de lujo, con sugestivas imágenes que acompañan los textos. J GONZÁLEZ, Lucila Stella (comp.), Colombia y el Caribe. XIII Congreso de Colombianistas, Barranquilla, Ediciones Uninorte, 2005, 468 pp. Este libro recoge algunas de las conferencias presentadas en el XIII Congreso de Colombianistas que se realizó en la Universidad del Norte, Barranquilla, entre el 12 y el 15 de agosto de 2003. Ante la dificultad de publicar todas las ponencias presentadas, se tomó la decisión de escoger aquellas que trataran directamente sobre el Caribe, tema central del Congreso. Dentro de éstas, se seleccionaron las que, por su relación, permitieran su presentación por temas. Los trabajos fueron organizados en amplias categorías que comprenden la historia y la política, la cultura e identidad, y la literatura. Todas muestran una mirada plural y multifacética de la realidad colombiana y de una región que se caracteriza por su variedad. Se encuentran reflexiones que ayudan a la comprensión de la organización social y política de las ciudades y territorios que conforman la región Caribe, sus luchas y contradicciones, sus manifestaciones culturales y la obra de sus pensadores y artistas.

Historia Crítica No. 31, Bogotá, enero-junio 2006, pp. 211-217


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convocatoria

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a revista Historia Crítica del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes dedicará el dossier de su número 33, correspondiente a enero-junio de 2007, a la Historia del siglo XIX en Colombia. El Comité editorial ha considerado importante promover los estudios sobre este período en vista de la escasez de producción historiográfica relativa a ese siglo. Su importancia, considerando además la proximidad de los cien años de iniciación del proceso independentista, amerita convocar el esfuerzo de los historiadores hacia los procesos que se vivieron en ese siglo.

Agradecemos a los interesados informarnos sobre su intención de colaborar con este dossier (hcritica@uniandes.edu.co), con el fin de concretar su participación, teniendo en cuenta que la fecha de recepción de artículos es el 15 de noviembre de 2006. Las normas y procedimientos figuran en esta revista, así como en nuestra página web.

Historia CrítiCa No. 31, Bogotá, eNero-juNio 2006, pp. 211-217


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Normas para los autores La revista Historia Crítica sólo publica artículos inéditos que contengan investigación empírica substancial, que presenten innovaciones teóricas sobre debates en interpretación histórica o que elaboren completos balances historiográficos. Cada número de la revista cuenta con un dossier temático y un espacio abierto a otros artículos. La sección Espacio Estudiantil se reserva para la publicación de artículos cuyos autores son estudiantes de pregrado en Historia. Las fechas de cierre para la recepción de artículos para un dossier temático son las siguientes: para la revista correspondiente al primer semestre del año, se reciben artículos hasta el 15 de noviembre del año anterior y, para la revista correspondiente al segundo semestre del año, se reciben artículos hasta el 15 de abril del año anterior. Los artículos que se envían para ser publicados en el espacio abierto y en el Espacio Estudiantil se reciben en cualquier momento del año. La revista Historia Crítica se reserva los derechos de autor, por lo cual, en caso de que un artículo quiera ser incluido posteriormente en otra publicación, deberán señalarse claramente los datos de la publicación original en Historia Crítica. La revista Historia Crítica considera importante poner a disposición de sus lectores, por medio de traducciones, ciertos artículos publicados en el extranjero en idiomas distintos al español. Por ello, los interesados en hacer llegar traducciones podrán presentar dichos artículos teniendo en cuenta lo siguiente: - El interesado deberá pedir la autorización a la revista donde fue publicado originalmente El artículo, así como el acuerdo del autor para la cesión de los derechos, - El interesado deberá entregar una versión traducida al español, ya que Historia Crítica no corre con los gastos de la traducción, - El comité Editorial evaluará la pertinencia del texto, - Historia Crítica someterá la traducción a revisión y corrección de estilo. A la recepción de un artículo, el Comité editorial evalúa si cumple con los requisitos señalados a continuación, así como su pertinencia para figurar en una publicación de carácter histórico. Toda contribución es sometida a concepto de dos evaluadores que permanecerán en el anonimato. Si las evaluaciones no coinciden, se remitirá el texto a un tercer evaluador. Los criterios de evaluación para los artículos del Espacio


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Estudiantil son más flexibles. El resultado de las evaluaciones será comunicado al autor en un periodo inferior a los seis meses desde la recepción del artículo. En caso de que haya observaciones por parte de los evaluadores, el autor deberá realizar los cambios sugeridos o hacer los ajustes que considere pertinentes para superar la dificultad señalada. Los autores contarán para ello con un plazo máximo de quince (15) días para hacer llegar la versión definitiva de sus textos. El Comité editorial se reserva la última palabra sobre la publicación de los artículos y el número en el cual se publicarán, dato que será comunicado al autor tan pronto se conozca. Esa fecha se cumplirá siempre y cuando el autor haga llegar toda la documentación que le es solicitada en el plazo indicado. La revista se reserva el derecho de hacer correcciones menores de estilo. Durante el proceso de edición, los autores podrán ser consultados por los editores para resolver algunas inquietudes puntuales. Tanto durante el proceso de evaluación como durante el proceso de edición, el correo electrónico constituye el medio de comunicación privilegiado con los autores. Los autores recibirán dos ejemplares del número en el que participaron. Los artículos deben ser enviados a la revista Historia Crítica en el Departamento de Historia de la Universidad de los Andes por correo electrónico (hcritica@uniandes. edu.co) o, en su defecto, en disquete (en formato Word compatible con PC). Los datos del autor (nombre, dirección, teléfono, dirección electrónica, institución a la que pertenece y cargo que desempeña) deben figurar en un documento adjunto. Se debe adjuntar un resumen del artículo (máximo 200 palabras) y un listado con las palabras claves. Las reglas de edición son las siguientes: - Los artículos no deben tener más de 50.000 caracteres sin espacios, con notas de pie de página y bibliografía incluidas. Deberán estar escritos en letra tipo Times New Roman de 12 puntos a 1.5 espacios entre líneas, paginado y en papel tamaño carta. - Las subdivisiones en el cuerpo del texto (capítulos, subcapítulos, etc.) deben ir numeradas en números arábigos, excepto la introducción y la conclusión que no se numeran. - Al final del artículo deberá ubicarse la bibliografía, que incluirá sólo aquellas obras que se han referenciado en el texto. - Los cuadros, gráficas, ilustraciones, fotografías y mapas deben aparecer referenciados y explicados en el texto. Adicionalmente deben estar titulados, ir numerados secuencialmente y con sus respectivos pies de imagen y fuente(s). Las imágenes se entregarán en formato digital de buena calidad. Es responsabilidad del autor conseguir el respectivo permiso para la publicación de figuras si ello fuera necesario.


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- Los términos en latín y las palabras extranjeras poco comunes deberán figurar en letra itálica. - Las citas textuales que sobrepasen cuatro renglones deben indentarse y presentarse en tamaño 11. - Debe haber un espacio entre cada párrafo que no deberá ir indentado. - Las notas irán a pie de página y deben elaborarse siguiendo los requisitos que se presentan más adelante. Las notas de pie de página deberán aparecer en números arábigos e ir numeradas secuencialmente, sin incluir asteriscos salvo la que se utilice para indicar la afiliación institucional del autor. El número del pie de página se digita inmediatamente (sin espacio) después de la última palabra de la frase y antes del signo de puntuación (o inmediatamente después de la palabra si el número va dentro de la oración. - La bibliografía, escrita en tamaño 11 y con sangría francesa, se organizará en fuentes primarias y fuentes secundarias, presentando en las fuentes primarias las siguientes partes: archivo, publicaciones periódicas, libros. Los artículos de libros o de revistas deberán referenciarse en la bibliografía con la indicación de la página inicial y de la página final del artículo. En la bibliografía se incluirán en orden alfabético las referencias completas de las obras utilizadas en el artículo, siguiendo los mismos parámetros que para las notas al pie de página. A continuación se indica cómo deben presentarse las referencias en las notas de pie de página: Libro: APELLIDO, Nombre, Título libro, Ciudad, Editorial, año, p. o pp. Artículo en libro: APELLIDO, Nombre, “Título artículo”, en APELLIDO, Nombre (eds/comp./coord.), Título libro, Ciudad, Editorial, año, p. o pp. (en la bibliografía, deben indicarse las páginas inicial y final). Artículo en revista: APELLIDO, Nombre, “Título artículo”, en Título revista, Vol., No., Ciudad, Institución/Editorial, año, p. o pp. (en la bibliografía, deben indicarse las páginas inicial y final). Artículo de prensa: APELLIDO, Nombre, “Título artículo”, en Título Periódico, Ciudad, fecha completa, p. o pp. Fuentes de archivo: Siglas del archivo, Sección, Fondo, vol./leg./t., f. o ff. (lugar, fecha y eventualmente otros datos pertinentes).


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Entrevistas: Entrevista a: APELLIDO, Nombre, Ciudad, fecha completa. Publicaciones en Internet: APELLIDO, Nombre, Título artículo, dirección página web, fecha de consulta. Los folletos y las monografías se citan como los libros. Las publicaciones en CD-ROM se citan como los libros con la aclaración [CD-Rom] al final de la referencia. Se usará Ibid. cuando la referencia es idéntica a la inmediatamente anterior. Se indicará el número de la página o las páginas citadas siempre que éstas sean distintas de las páginas citadas en la nota inmediatamente anterior. Se usará op. cit. cuando la obra ha sido citada anteriormente, pero no en la nota al pie directamente anterior. Se procederá así: APELLIDO, Nombre, op. cit., p. o pp. Cuando se usan varios textos de un mismo autor, a partir de la segunda cita, se colocará la primera palabra de la publicación citada seguida de puntos suspensivos y de op. cit.



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