Historia Crítica No. 32

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Dossier: Historia y GeografĂ­a

BOGOTA, COLOMBIA

Revista del Departamento de Historia de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de los Andes

Julio - Diciembre 2006

Revista del Departamento de Historia de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de los Andes

Julio - Diciembre 2006 Permiso Tarifa Postal Reducida Licencia No. 142 de Adpostal Vence Dic. 2006 Precio $ 10.000


No. 32

julio - diciembre 2006

Revista del Departamento de Historia de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de los Andes Bogotรก, Colombia


No. 32 Revista del Departamento de Historia de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de los Andes, Bogotá, Colombia Correo electrónico: hcritica@uniandes.edu.co, mlaurent@uniandes.edu.co Sitios web: http://historiacritica.uniandes.edu.co http://www.banrep.gov.co/blaavirtual/letra-r/rhcritica/indice.htm Fundador Daniel García-Peña

Directores anteriores Daniel García-Peña (1989-1990), Hugo Fazio (1991-1994), Mauricio Nieto (1995-1998), Juan Carlos Flórez (1998 2000), Ricardo Arias (2000-2004) Directora Muriel Laurent

Editora Marta Herrera Ángel

Asistente editorial Andrés Jiménez Ángel

Comité editorial Rafael Díaz (Pontificia Universidad Javeriana), Stefania Gallini (Universidad Nacional de Colombia), Marta Herrera Ángel (Universidad de los Andes), Muriel Laurent (Universidad de los Andes), Clément Thibaud (Université de Nantes, Francia) Comité científico Suscripciones

Elena Quintero, Departamento de Historia, Universidad de los Andes, Calle 18 A n° 0 - 33E, Bogotá, Colombia, tel-fax: (57) 1 / 332.45.06, correo electrónico: hcritica@uniandes.edu.co

Colaboradores

Mónica Patricia Hernández, María Teresa Arcila, Lina Del Castillo, Álvaro Andrés Villegas, Catalina Castrillón, Marta Herrera, Daniel Nordman, Bernd Marquardt, Shawn Van Ausdal, Juan Camilo González, Alfonso Martínez, Juan Pablo Mutis, Carlos Gómez, Víctor Alberto Quinche, Alejandro Garay, Carlos Dávila L. de Guevara, Gonzalo Sánchez, Katherine Bonil

David Bushnell (University of Florida, Estados Unidos), David Robinson (Syracuse University, Estados Unidos), Mary Roldán (Cornell University, Estados Unidos), Martín Kalulambi (University of Ottawa, Canadá), Guillermo Bustos (Universidad Andina Simón Bolívar, Ecuador), Gonzalo Sánchez (Universidad Nacional de Colombia), Renán Silva (Universidad del Valle, Colombia)

Corrección de estilo .Puntoaparte editores

Traducción al inglés Shawn Van Ausdal

Portada

Diseño y diagramación Nahidú Ronquillo Impresión Panamericana Formas e Impresos S.A.

“… un camino, una esperanza, una vida”, fotografía tomada por María Fernanda Quintero Alzate (1994, Departamento de Boyacá). Esta fotografía se expuso en la I Muestra de Fotografía “Esencias”, XXV Festival del Mono Núñez, Municipio de Ginebra, Departamento del Valle del Cauca, 1999 y en la II Muestra de Artista “Entre el Presente y el Olvido”, Asociación de Artistas Colombianos, París, 2002. La autora es licenciada en Ciencias Sociales - Geografía, investigadora en proyectos socioculturales, asesora en Cartografía temática y social y docente de la Universidad San Buenaventura.

Distribución Siglo del Hombre Editores

ISSN 0121-1617. Min. Gobierno 2107 de 1987 Historia Crítica es una publicación semestral del Departamento de Historia de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de los Andes (Bogotá, Colombia). Las ideas aquí expuestas son responsabilidad exclusiva de los autores. La revista Historia Crítica hace parte del “Indice Nacional de Publicaciones Seriadas Científicas y Tecnológicas Colombianas (Publindex, categoría B)” de Colciencias y de los índices y repertorios siguientes: CSA Sociological Abstracts, CSA Worldwide Political Science Abstracts, Latindex, Historical Abstracts, America: History and Life, Ulrich’s Periodicals Directory, Ocenet, EBSCO y Proquest Information and Learning. Se autoriza la reproducción sin ánimo de lucro de los materiales citando la fuente. Precio: $ 10 000 (Colombia)


Tabla de contenido Carta a los lectores

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Dossier: Historia y geografía Mónica Patricia Hernández Ospina Formas de territorialidad española en la Gobernación del Chocó durante el siglo XVIII

12

María Teresa Arcila Estrada El elogio de la dificultad como narrativa de la identidad regional en Antioquia

38

Lina Del Castillo “Prefiriendo siempre á los agrimensores científicos”. Discriminación en la medición y el reparto de resguardos indígenas en el altiplano cundiboyacense, 1821-1854

68

Álvaro Andrés Villegas Vélez y Catalina Castrillón Gallego Territorio, enfermedad y población en la producción de la geografía tropical colombiana, 1872-1934

94

Marta Herrera Ángel Transición entre el ordenamiento territorial prehispánico y el colonial en la Nueva Granada

118

Daniel Nordman La frontera: nociones y problemas en Francia, siglos XVI-XVIII

154

Bernd Marquardt Historia de la sostenibilidad. Un concepto medioambiental en la historia de Europa central (1000-2006)

172

Shawn Van Ausdal Medio siglo de geografía histórica en Norteamérica

198

Espacio estudiantil Juan Camilo González, Alfonso Martínez, Juan Pablo Mutis y Carlos Gómez Cementerios en el altiplano cundiboyacense

236

Víctor Alberto Quinche Ramírez La crítica de arte en Colombia: los primeros años

274

Alejandro Garay Celeita El campo artístico colombiano en el Salón de Arte de 1910

302

Reseñas

334

Notilibros

360

Índices cronológico / alfabético

368

Convocatoria

372

Normas para los autores

373


Table of Contents Letter to readers

5

Special issue: History and Geography Mónica Patricia Hernández Ospina Forms of Spanish territoriality in the Gobernación of Chocó during the 18th century

12

María Teresa Arcila Estrada The eulogy to difficulty as the narrative of regional identity in Antioquia

38

Lina Del Castillo “Always preferring scientific surveyors.” Discrimination in the privatization of indigenous reservations in the highlands of Cundinamarca and Boyacá, 1821-1854

68

Álvaro Andrés Villegas Vélez y Catalina Castrillón Gallego Territory, disease, and population in the production of Colombian tropical geography, 1872-1934

94

Marta Herrera Ángel The transition between pre-Hispanic and colonial territorial organization in New Granada

118

Daniel Nordman The frontier: notions and problems in France from the 16th to the 18th century

154

Bernd Marquardt A history of sustainability. An environmental concept in the history of Central Europe (1000-2006)

172

Shawn Van Ausdal Half a Century of Historical Geography in North America

198

Student space Juan Camilo González, Alfonso Martínez, Juan Pablo Mutis y Carlos Gómez Cemeteries in the highlands of Cundinamarca and Boyacá

236

Víctor Alberto Quinche Ramírez Art criticism in Colombia: the early years

274

Alejandro Garay Celeita The Colombian artistic field in the Art Salon of 1910

302

Book Reviews

334

Book notes

360

Chronological and alphabetical indexes

368

Call for papers

372

Submission guidelines

373


Carta a los lectores En las últimas décadas el interés por los problemas vinculados con la espacialidad ha ido en aumento. En el campo de las ciencias sociales esta reincorporación de la problemática espacial le ha dado un impulso cada vez mayor a la geografía y a las posibilidades que abren sus novedosos enfoques para una mejor comprensión de la problemática histórica y social. En este contexto, la renovación de los estrechos vínculos entre la historia y la geografía, que tanto añoran historiadores y geógrafos, se vuelve a ver como una prometedora posibilidad, que ensancharía la visión y las posibilidades analíticas de ambas disciplinas. En el campo nacional, las reflexiones sobre el quehacer geográfico nos remontan a una tradición secular que, sin reconocerlo, se construyó en parte sobre el conocimiento milenario de su población nativa. Las llamadas Relaciones Geográficas del siglo XVI, las descripciones geográficas de los cronistas y después de los ilustrados, como Caldas, Humboldt, Restrepo, Camacho, Salazar, Lozano, Tanco, Valenzuela o Ulloa, constituyen una expresión de esta compleja relación entre los saberes locales y la ciencia de los ilustrados; es ahí, en esa fusión, donde obtuvo buena parte de su dinamismo. Siguiendo una trayectoria similar, en otro contexto político, la Comisión Corográfica continuó la expansión y readecuación del conocimiento geográfico a los intereses de la reciente nación. De sus recorridos, autores tales como Codazzi y Ancízar nos dejaron una vasta recopilación de conocimientos y de elementos para entender la forma en que se pensó el país, pocas décadas después de la Independencia. Posteriormente, figuras como Vergara y Velasco continuaron esta tradición, que en el siglo XX se vio enriquecida con los aportes de geógrafos tales como Blanco, Guhl y Domínguez. La renovación teórica en el campo de estudio de la geografía, que tuvo lugar en el siglo XX, llevó a su radical transformación. Miradas como la de Lefebvre advierten sobre el proceso de producción social del espacio y anudan las reflexiones de la geografía con las preocupaciones sembradas por el marxismo. La incorporación en el campo de la geografía de las teorías del giro cultural renueva sus miradas y amplía los márgenes disciplinares hacia lo que podría denominarse la construcción cultural del espacio. Se produce igualmente un replanteamiento de la perspectiva desde la cual se ha visto la relación naturaleza-sociedad e, incluso, el sentido mismo de esos conceptos. La dimensión política y económica de la problemática espacial se explicita y se cuestiona junto con las miradas colonialistas.


En el ámbito nacional, numerosos científicos sociales reclaman una mayor presencia de la disciplina geográfica. En un artículo publicado en Historia Crítica en el 2003, Renán Silva señalaba la ausencia de “las reflexiones de los geógrafos”, tanto en nuestra revista como en la historiografía nacional, indicando, sin embargo, que “recientemente el ‘espacio’ [ha] sido de nuevo recordado como una dimensión básica de todo proceso social” . Si bien la afirmación de Silva resulta un tanto exagerada, sí se percibía un debilitamiento de la presencia disciplinar de la geografía. Esta tendencia, por fortuna, parece que se ha revertido en los últimos años, aunque requiere de un mayor esfuerzo para alcanzar sus frutos. Historia Crítica ha realizado avances en este sentido, no sólo mediante la publicación de artículos en algunos de sus números , sino también al dedicar el año pasado un dossier de cuatro artículos al tema de la historia ambiental latinoamericana, el cual fue coordinado por la geógrafa Claudia Leal . A lo anterior se suma este número, cuyo dossier se centra en las relaciones entre la historia y la geografía. Tales esfuerzos coinciden con el interés de la Facultad de Ciencias Sociales y del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes por fortalecer la disciplina geográfica y las relaciones entre esta y la historia. Se trata de una iniciativa institucional que se fundamenta en los intereses de sus profesores, varios de los cuales trabajan en esta disciplina o en temas muy cercanos a la misma. Una tendencia similar, desde diversas disciplinas, se presenta en otros departamentos de la Facultad y de la Universidad. Como consecuencia de lo anterior, desde el año 2005 el Departamento de Historia de la Universidad de los Andes ofrece una Opción en Geografía y tramita en la actualidad un programa de Maestría en Geografía.

SILVA, Renán, “Historia Crítica: una aventura intelectual en marcha”, en Historia Crítica, n° 25, Departamento de Historia de la Universidad de los Andes, Bogotá, enero-junio de 2003, p. 33. BONILLA, Alba Luz, “Espacio y poblamiento en el resguardo de Chita en la segunda mitad del siglo XVIII” y SOSA, Guillermo, “Redes comerciales en las provincias suroccidentales de Colombia, siglo XIX”, en Historia Crítica, n° 26, julio-diciembre de 2003, y HERRERA ÁNGEL, Marta, “Historia y Geografía, tiempo y espacio” y OSORIO, Laura, “Los pueblos de indios vinculados con las políticas de separación residencial en el Nuevo Reino de Granada”, en Historia Crítica, n° 27, enero-julio de 2004. JUÁREZ FLORES, José Juan, “Alumbrado público en Puebla y Tlaxcala y deterioro ambiental en los bosques de La Malintzi, 1820-1870”, LEAL LEÓN, Claudia, “Un puerto en la selva. Naturaleza y raza en la creación de la ciudad de Tumaco, 1860-1940”, SUTTER, Paul, “El control de los zancudos en Panamá: los entomólogos y el cambio ambiental durante la construcción del Canal”, y NIETO, Mauricio, CASTAÑO, Paola y OJEDA, Diana, “‘El influjo del clima sobre los seres organizados’ y la retórica ilustrada en el Semanario del Nuevo Reyno de Granada”, en Historia Crítica, n° 30, julio-diciembre de 2005.


Con el presente dossier sobre historia y geografía, que reúne nueve artículos, resultado de investigaciones, Historia Crítica avanza también en esta dirección. El dossier combina estudios sobre distintos espacios y momentos de la historia nacional, europea y norteamericana. En términos geográficos, seis de dichos artículos se enfocan hacia el estudio de una región en particular, como es el caso de los textos de Mónica Hernández sobre la Gobernación del Chocó, María Teresa Arcila sobre Antioquia, Álvaro Andrés Villegas y Catalina Castrillón sobre la Hoya del Magdalena, el litoral Pacífico y la Amazonía, y Lina del Castillo y Juan Camilo González, Alfonso Martínez, Juan Pablo Mutis y Carlos Gómez sobre el altiplano cundiboyacense. El texto de Marta Herrera aborda el territorio de la Nueva Granada, y los tres últimos artículos se dedican a Europa Central, Francia y Norteamérica. En términos temporales, los estudios que se publican cubren, para la actual Colombia, desde el tránsito entre la época prehispánica y el período colonial hasta la primera mitad del siglo XX, pasando por los siglos XVIII y XIX. En cuanto a Europa, un texto se refiere al Antiguo Régimen y otro cubre una vasta temporalidad: desde el año 1000 hasta nuestros días. Para Norteamérica, finalmente, el período cubierto es la segunda mitad del siglo XX. Varios artículos versan sobre la cuestión de la territorialidad, como se refleja en sus títulos: Formas de territorialidad española en la Gobernación del Chocó durante el siglo XVIII, de Mónica Hernández, Transición entre el ordenamiento territorial prehispánico y el colonial en la Nueva Granada, de Marta Herrera Ángel, y La frontera: nociones y problemas en Francia, siglos XVI-XVIII, de Daniel Nordman. Se refleja en estos textos el renovado interés por esta temática, la cual se estudia desde perspectivas que la vinculan con variados problemas entre los cuales sobresale el de la identidad. Otros artículos se ocupan de la valoración del entorno geográfico que se expresa en los discursos y que se articula con aspectos tales como la población, la identidad y la enfermedad. Estas temáticas las abordan El elogio de la dificultad como narrativa de la identidad regional en Antioquia, de María Teresa Arcila y Territorio, enfermedad y población en la producción de la geografía tropical colombiana, 1872-1934, de Álvaro Andrés Villegas y Catalina Castrillón. Los problemas de desigualdad estructural de género y etnia que se expresaron en el reparto de los resguardos del altiplano cundiboyacense en el siglo XIX son abordados en “Prefiriendo siempre á los agrimensores científicos”. Discriminación en la medición y el reparto de resguardos indígenas en el altiplano cundiboyacense, 1821-1854, de Lina Del Castillo.


Como su título lo indica, el texto de Shawn Van Ausdal Medio siglo de geografía histórica en Norteamérica se ocupa de los cambios operados en la geografía histórica en ese subcontinente; igualmente, resalta la paradoja entre la fragmentación y la riqueza temática de sus investigaciones que se aprecia en la producción de las últimas décadas. El artículo Historia de la sostenibilidad. Un concepto medioambiental en la historia de Europa central (1000-2006) de Bernd Marquardt se enmarca en la historia ambiental, campo de renovado interés dentro de los estudios geográficos. El texto de los estudiantes Juan Camilo González, Alfonso Martínez, Juan Pablo Mutis y Carlos Gómez sobre los Cementerios en el altiplano cundiboyacense tiene un carácter peculiar, no sólo por sus características, sino también por su temática. Se trata de una especie de diario de campo, que nos permite recorrer algunos cementerios de poblados del altiplano cundiboyacense. El tema del que se ocupa amerita mayores esfuerzos por parte de los investigadores sociales, en la medida en que las prácticas vinculadas con los muertos pueden hacer visibles insospechados aspectos sobre la organización social de los vivos. El orden en el que se presentan los artículos refleja la intención por resaltar la importancia de los estudios regionales, de los enfoques mayores y de las realidades de otros países y continentes. No de unos más que de otros, de todos. Las imágenes que ilustran este dossier remiten a un trabajo próximo a salir al mercado, elaborado por Mauricio Nieto Olarte, sobre la obra cartográfica de Francisco José de Caldas . La selección de las imágenes se hizo con el objetivo de proporcionar al lector una pequeña muestra de los cerca de sesenta mapas que se publican a color en dicho volumen. Las imágenes reproducidas son un ejemplo de las distintas facetas de la obra de Caldas: su proyecto de un Atlas del Nuevo Reino de Granada, las nivelaciones de plantas y los perfiles de los Andes, caminos y vías de comunicación y finalmente sus cartas militares. Además de los artículos del dossier, se incluyen dos textos que casualmente se refieren a la misma temática de la historia del arte en Colombia. El artículo de Víctor Quinche se titula La crítica de arte en Colombia: los primeros años y versa sobre la segunda mitad del siglo XIX, mientras que el texto de Alejandro Garay trata El campo artístico colombiano en el Salón de Arte de 1910. Finalmente, el lector encontrará las secciones de reseñas y notilibros. NIETO OLARTE, Mauricio, La obra cartográfica de Francisco José de Caldas, Bogotá, Universidad de los Andes - Academia Colombiana de Historia - Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, 2006, 182 pp. En la sección Notilibros se presenta una breve descripción de este libro.


El próximo dossier de Historia Crítica se dedicará a la “Historia del siglo XIX”, principalmente en Colombia. Para el siguiente, se abrió una convocatoria para artículos sobre los movimientos sociales, que se incluye en las páginas finales de este número.

“Carta esférica del Vireynato de Santafe de Bogotá por Mr. D’Anville, corregida en algunas partes segun las últimas observación[e]s, p[o]r D[on] Franc[is]co Joseph de Caldas”, ¿1797? Archivo Cartográfico y de Estudios Geográficos del Centro Geográfico del Ejército, Ministerio de Defensa (Madrid, España), Cartografía Iberoamericana, signatura X.SG-J-7-1-13 NIETO OLARTE, Mauricio, La obra cartográfica de Francis co José de Caldas, Bogotá, Universidad de los Andes - Academia Colombiana de Historia - Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, 2006, p. 96.


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Formas de territorialidad española en la Gobernación del Chocó durante el siglo XVIII Resumen El artículo explora los matices de la territorialidad española en el Chocó durante el siglo XVIII. Para tal efecto se examinarán las prácticas a través de las cuales se realizó la apropiación de los espacios, haciendo énfasis en las características que hicieron que las expresiones de territorialidad española fueran relativas. El texto presentará en primer lugar las formas en que se hace referencia al Chocó en la historiografía colonial. Para ello se tomarán en cuenta los principales estudios históricos que aluden a la zona o que se centran en ella. Posteriormente se expondrán las prácticas de territorialidad española como evidencias que nos permiten sostener que, si bien hay algunas características que permiten que el Chocó sea señalado como territorio de frontera, se encuentran también allí ciertas formas de territorialidad española, que le dan matices a esa condición. Palabras claves: Territorio, territorialidad, configuración espacial, Chocó, Nóvita, Citará.

Forms of Spanish territoriality in the Gobernación of Chocó during the 18th century Abstract The article explores the nuances of Spanish territoriality in Chocó during the eighteenth century. To do this, it examines the Spanish practices appropriating space, stressing those aspects that permitted there to be variations within that territoriality. The article first considers the different ways Chocó has been dealt with in the colonial historiography by referring to the most important historical studies that address the region. Then, based on Spanish practices of territoriality, it develops the argument that despite some traits that point to Chocó as a frontier territory, there were also other forms of Spanish territoriality in the region that qualify this character. Keywords: Territory, territoriality, spatial configuration, Chocó, Nóvita, Citará. Artículo recibido el 1 de julio de 2006 y aprobado el 7 de septiembre de 2006.

Z Historia Crítica No. 32, Bogotá, julio-diciembre 2006, pp. 12-37


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Formas de territorialidad española en la Gobernación del Chocó durante el siglo XVIII U Mónica Patricia Hernández Ospina s

Cuando se hace referencia al Chocó en la época colonial, parece haber una convención historiográfica que plantea que este espacio fue y ha sido una zona de frontera por su escasa articulación con los centros de poder. Al hacer esta referencia se afirma que el desinterés de los españoles por el Chocó hizo que allí hubiera una ausencia de control por parte de las autoridades coloniales, como lo señalan, entre otros, Sharp, Colmenares y Vargas . Sin embargo, al mirar con mayor detenimiento la forma como se configuró el espacio chocoano durante el siglo XVIII, podemos dar cuenta de una U El presente texto es resultado de la investigación que se adelantó para elaborar el trabajo de grado en Historia: Configuración territorial en las provincias de Nóvita y Citará en el siglo XVIII, en la Universidad Javeriana (2005). Agradezco a los miembros del Taller Interdisciplinario de Formación en Investigación Social, Umbra, por los valiosos comentarios y correcciones que enriquecieron este artículo. s Historiadora de la Pontificia Universidad Javeriana. Estudiante de la Maestría en Antropología de la Universidad de los Andes. SHARP, William, Slavery in the Spanish frontier, Oklahoma, Oklahoma University Press, 1976; COLMENARES, Germán, Historia Económica y Social de Colombia 1537-1719, 5ª ed., t. I, Bogotá, Tercer Mundo Editores, 1997, en especial pp. 285-288; COLMENARES, Germán, Historia Económica y Social de Colombia. Popayán: Una sociedad esclavista 1680-1800, 2ª ed., t. II, Bogotá, Tercer Mundo Editores, 1997, p. 110; COLMENARES, Germán, Cali: Terratenientes, Mineros y Comerciantes, siglo XVIII, Cali, Universidad del Valle, 1995, pp. 79-100; Vargas, de hecho, aclara que para hacer su análisis en términos espaciales utilizará el concepto de frontera entre otros, VARGAS, Patricia, Los Embera y los Cuna: Impacto y reacción ante la ocupación española. Siglos XVI y XVII, Bogotá, CEREC-Instituto Colombiano de Antropología, 1993, p. 39.

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Formas de territorialidad española …

apropiación que tuvo lugar en ciertos niveles y, así, de ciertas formas de territorialidad que se produjeron en función a los intereses de la población española en el Chocó. El presente texto tiene como propósito explorar los matices de la territorialidad española en el Chocó durante el siglo XVIII. Para ello se examinarán las prácticas a través de las cuales se realizó la apropiación de los espacios, haciendo énfasis en las características que hicieron que las expresiones de territorialidad española fueran relativas. El texto presentará en primer lugar las formas en que se alude al Chocó en la historiografía colonial. Para ello se tomarán en cuenta los principales estudios históricos que hacen referencia a la zona o que se centran en ella. Posteriormente se expondrán las prácticas de territorialidad española, base sobre la cual se argumentará que si bien hay algunas características que permiten que el Chocó sea señalado como territorio de frontera, se encuentran también allí ciertas formas de territorialidad española que dan cuenta de niveles de apropiación y control, que permiten matizar esa condición.

1. El Chocó en la historiografía colonial Durante el último siglo de la colonia la articulación de algunas zonas de la Nueva Granada con los centros de poder no se presentó en los mismos términos. El territorio que actualmente forma el departamento del Chocó fue una zona de frontera, como se ha afirmado en los estudios que serán presentados a continuación. Se entiende por frontera, con relación al Chocó en la época que aquí se trata, la condición de escasa articulación del territorio con los centros del poder colonial . Si bien los autores que se presentan a continuación no siempre hacen alusión explícita a la territorialidad española, se entiende aquí que esta forma de referirse a la zona prácticamente excluye las posibles territorialidades españolas, que allí pudieron haber tenido lugar. La condición de frontera le dio al proceso colonial chocoano características como son el escaso poblamiento español, la falta de control sobre la población no española y el abandono que siguió al entusiasmo inicial por el oro encontrado en sus ríos y quebradas.

Sobre el concepto de frontera en América Latina ver, entre otros: WEBER, David y RAUSCH, Jane, (eds.), Where Cultures Meet: frontiers in Latin American History, Wilmington, SR Books, 1994; WEBER, David, “Turner, los Boltianos y las tierras de frontera”, en Estudios nuevos y viejos sobre la frontera, Anexos de Revista de Indias, Madrid, 1991, pp. 61-84; GUY, Donna y SHERIDAN, Thomas E., (eds.), Contested Ground: Comparative Frontiers on the Northern and Southern Edges of the Spanish Empire, Tucson, University of Arizona Press, 1998; RADDING, Cynthia, Wandering Peoples: Colonialism, Ethnic Spaces, and Ecological Frontiers in Northwestern Mexico, 1700-1850, Durham y Londres, Duke University Press, 1997.

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Con el propósito de hacer una exposición sucinta de la forma en que se ha descrito al Chocó en la historiografía colonial, se agruparán los trabajos en tres grandes conjuntos: por una parte, aquellos en los que el Chocó aparece como una zona eminentemente minera; posteriormente los que ven la zona como un espacio de relaciones entre culturas y resistencia y, por último, quienes ven en el análisis de lo espacial una forma de estudiar ciertos temas en el contexto chocoano durante la época colonial. Los que se refieren al Chocó en su condición de zona eminentemente minera evalúan principalmente la articulación de dicha zona con la economía de la Nueva Granada, así como con el sistema minero de la época. En este grupo se ubican los trabajos de Robert West, William Sharp, Germán Colmenares y Guido Barona Becerra . En ellos los autores hacen referencia a la zona, destacando el escaso interés en poblarla por parte de los españoles, a cómo se produjo un mínimo mejoramiento en las condiciones de vida en tal espacio y su desarticulación del mundo colonial. Este fenómeno se debía a las dificultades que tuvieron los españoles para acceder al territorio y la percepción que sobre este se tuvo en la Colonia. Afirman que a pesar de ello se conocía su riqueza en recursos auríferos y fue este conocimiento lo que llevó finalmente a la apertura de la frontera que permitiría la ocupación del espacio chocoano. Dicha entrada les permitiría extraer el oro necesario para que la gobernación de Popayán se constituyera en una de las más importantes gobernaciones durante el siglo XVIII. Un segundo grupo de autores está conformado por aquellos que se refieren al Chocó como un espacio de resistencia. En este grupo podemos ubicar a Kathleen Romoli, Nina de Friedemann, Sven-Erik Isacsson, Caroline Williams y Sergio Mosquera , WEST, Robert, Las tierras bajas del Pacífico colombiano, Bogotá, Instituto Colombiano de Antropología e Historia, 2000; SHARP, William, op. cit.; COLMENARES, Germán, Historia Económica y Social de Colombia 1537-1719, op. cit.; COLMENARES, Germán, Historia Económica y Social de Colombia. Popayán…, op. cit.; COLMENARES, Germán, Cali: Terratenientes..., op. cit., 1995; BARONA BECERRA, Guido, La maldición de Midas en una región del mundo colonial. Popayán 1730-1830, Cali, Universidad del Valle, 1995. ROMOLI, Kathleen, “El alto Chocó en el siglo XVI”, en Revista Colombiana de Antropología, Vol. XIX, Bogotá, Instituto Colombiano de Antropología, 1975, pp. 9-38; ROMOLI, Kathleen, “El Alto Chocó en el siglo XVI. Parte II: Las gentes”, en Revista Colombiana de Antropología, Vol. XX, Bogotá, Instituto Colombiano de Antropología, 1976, pp. 25-78; FRIEDEMANN, Nina, Tierra, tradición y poder en Colombia, Bogotá, Instituto Colombiano de Cultura, 1976; ISACSSON, Sven-Erik, “The egalitarian Society in Colonial Retrospect: Embera leadership and Conflict Management under the Spanish, 1660-1810”, en SKAR, Harald O. y SALOMON, Frank (eds.), Natives and Neighbours in South America, Göteborg, Göteborgs Etnografiska Museum, 1976; WILLIAMS, Caroline, Conquest and Colonization in the Colombian Chocó, 1510-1740, West Yorkshire, University of Warwick, The British Library, 1991; WILLIAMS, Caroline, “Resistance and Rebelion on the Spanish Frontier: Native responses to colonization in the Colombian Chocó”, en Hispanic American Historical Review, Vol. 79, No. 3, Durham, Duke

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quienes se han ocupado de las relaciones interétnicas y los mecanismos de resistencia utilizados por los grupos culturales no hegemónicos en el sistema colonial. En sus estudios señalan las dificultades que tuvieron los españoles para establecerse en la región, destacando el hecho de que uno de los principales obstáculos para los colonizadores españoles fue la permanente resistencia de la población indígena a la invasión. Se reitera que a pesar de que hubo referencias acerca de los yacimientos auríferos, el poco interés de los conquistadores por establecerse en una zona de frontera permitió a las poblaciones indígenas resistir al dominio por más tiempo y caracterizó el proceso de colonización que allí tuvo lugar. De la misma forma, con referencia a las formas de manumisión de las poblaciones negras a finales del siglo XVIII, Mosquera señala que fue la condición de frontera del Chocó lo que permitió la participación activa de estas poblaciones en el proceso de desintegración del sistema esclavista en la región. El trabajo de Eric Werner Cantor podría ubicarse en este grupo, en tanto hace referencia también a las relaciones interétnicas en la cuenca del Atrato. Cantor hace una descripción de las formas de vida de las poblaciones negra e indígena en un espacio escasamente controlado por los españoles, teniendo en cuenta sus formas de resistencia o de adaptación al sistema colonial durante el siglo XVIII. En el tercer grupo encontramos un enfoque que analiza la apropiación del espacio con el fin de entender los mecanismos de resistencia y de construcción de identidades. Orián Jiménez y Patricia Vargas dirigen sus trabajos sobre todo hacia el análisis de la configuración de espacios, que estuvieron fuera del control español . Aunque en zonas como las provincias de Nóvita y Citará el control de las autoridades españolas University Press, 1999, pp. 397-424; WILLIAMS, Caroline, Between resistance and Adaptation: Indigenous Peoples in the Colonisation in the Choco, 1510-1753, Liverpool, University of Liverpool Press, 2005; MOSQUERA, Sergio, “Los procesos de manumisión en las provincias del Chocó”, en MOSQUERA, Claudia, PARDO, Mauricio y HOFFMANN, Odile (eds.), Afrodescendientes en las Américas. Trayectorias sociales e identitarias. 150 años de la abolición de la esclavitud en Colombia, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, Instituto Colombiano de Antropología e Historia-Institut de Recherche pour le Développement - Instituto Latinoamericano de Servicios Legales Alternativos, 2002, pp. 99-119. CANTOR, Erik, Ni aniquilados ni vencidos. Los emberá y la gente negra del Atrato bajo el dominio español. Siglo XVIII, Bogotá, Instituto Colombiano de Antropología e Historia, 2000. JIMÉNEZ, Orián, “El Chocó: Libertad y Poblamiento 1750-1850”, en MOSQUERA, Claudia, PARDO, Mauricio y HOFFMANN, Odile (eds.), op. cit., pp. 121-142; JIMÉNEZ, Orián, El Chocó: Un paraíso del demonio. Nóvita, Citará y el Baudó, siglo XVIII, Medellín, Editorial Universidad de Antioquia, Colección Clío, 2004; VARGAS, Patricia, op. cit.

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Mónica Patricia Hernández Ospina

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fuera mínimo, la apropiación de la zona del Baudó o del bajo Atrato, tratada por los dos investigadores, se presenta como la posibilidad de grupos negros e indígenas de evadir cualquier tipo de vigilancia. A partir de esta revisión es posible ver que, bien sea por la forma en que la economía minera del Chocó participó en la economía de la época, o por la forma en que los pobladores no españoles pudieron ejercer algún tipo de resistencia en esta zona, se presenta al Chocó, o a algunas de las provincias que componían esta gobernación, como un territorio sólo apropiado parcialmente y con un grado muy bajo de control por parte de las autoridades españolas. Sin embargo, ninguno de estos trabajos tiene como objetivo, recurso teórico o metodológico la reflexión acerca de la condición de frontera del Chocó, la cual se da por entendida, al parecer como una convención historiográfica en la que se entiende al Chocó como una de las fronteras del Nuevo Reino de Granada .

2. La delimitación territorial de la jurisdicción como forma de territorialidad Si bien no hay uniformidad en la denominación de las unidades administrativas en el contexto colonial, puesto que el Chocó se denomina en las fuentes gobernación o provincia, en este texto lo entenderemos como gobernación a partir de 1726 y a las unidades administrativas que lo componían como provincias. Tal era le caso de la gobernación del Chocó: contenía a las provincias que la componían. William Sharp señala que en 1687 existían cuatro provincias: Payá (de la que no se conoce su ubicación), Tatamá, Citará y Noanamá que fueron eliminadas ese año para conformar tres tenencias: Nóvita, Citará y Baudó. Sin embargo, el autor menciona que el Baudó perdió su calidad de provincia por la poca cantidad de oro que allí se obtuvo, aunque no aclara en qué momento ocurrió esto . En el Chocó el establecimiento de unidades administrativas con sus jurisdicciones respondía a los intereses de los españoles sobre la zona. En aquellas áreas que fueran prometedoras como fuentes para la explotación aurífera, se estableció jurisdicción, mientras que en las zonas en donde no encontraron yacimientos de oro, como el Baudó, no hubo interés de establecer Otros trabajos históricos acerca de la condición de frontera de ciertas zonas, en torno a la cual se analizan los procesos históricos particulares de estas son POLO ACUÑA, José, Etnicidad, conflicto social y cultura fronteriza en la Guajira (1700-1850), Bogotá, Universidad de los Andes, Ministerio de Cultura y Observatorio del Caribe, 2005; RAUSCH, Jane M., Colombia: el gobierno territorial y la región fronteriza de los Llanos, Medellín, Universidad de Antioquia, 2003; WEBER, David y RAUSCH, Jane (eds.), op. cit. SHARP, William, op. cit., p. 35.

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jurisdicción de ningún tipo, por lo que Orián Jiménez le da mucha importancia a esta zona como un espacio que se encontraba por fuera del control español . El interés por definir los límites y aclarar la jurisdicción en este aspecto hizo parte del plan de reordenamiento de los territorios neogranadinos de las reformas borbónicas. Este plan, en cuyo cumplimiento se creó el virreinato de la Nueva Granada, tenía como propósito último sacar mejor provecho de las provincias al organizar su sistema político y económico10. En 1719, con el proyecto de creación del virreinato de la Nueva Granada, el Chocó se mantuvo agregado a la gobernación de Popayán, pero con el carácter de superintendencia. Sin embargo, los problemas por la jurisdicción, unidos a los episodios de corrupción y contrabando, hicieron que Antonio de la Pedrosa y Guerrero, encargado de la organización de lo que en adelante sería el virreinato de la Nueva Granada, decidiera en 1726 segregar las provincias chocoanas de la gobernación de Popayán y darle al Chocó el estatuto de gobernación independiente11. En el siglo XVIII, la intención de reorganizar administrativamente a las provincias del Chocó reflejó el interés económico y político de la Corona. En el aspecto económico tuvo el propósito de frenar el contrabando y los fraudes a la Real Hacienda. Mientras, en el político, pretendía ejercer un mayor control sobre la población que allí habitaba, en especial sobre los funcionarios, y no únicamente sobre los indígenas y esclavos. Esto se aprecia, por ejemplo, en la Real Cédula del 28 de septiembre de 1726, en la que se afirma que además de controlar la extracción de oro y el contrabando, se buscaba frenar la corrupción y maltratos de los tenientes a los indígenas12; razones para que Antonio de la Pedrosa ratificara la separación de la provincia del gobierno de Popayán. Ya que en el momento de la segregación de la gobernación no fueron señalados sus límites, el tema ocasionó disputas entre las autoridades de Popayán y el Chocó. La provincia de Raposo contaba en su jurisdicción con Buenaventura, cuya importancia como puerto comercial la convirtió en una zona de gran interés para ambas gobernaciones. JIMÉNEZ, Orián, “El Chocó: Libertad…”, op. cit., p. 124. 10 Sobre esto ver MCFARLANE, Anthony, Colombia antes de la independencia. Economía, sociedad y política bajo el dominio Borbón, Bogotá, Banco de la República-El Áncora Editores, 1997, pp. 17-25. 11 HERRERA, Marta, “Ordenamiento espacial y procesos de identificación en la sociedad neogranadina. Provincia de Popayán, siglo XVIII”, Apartes de avance de investigación, mecanografiado, 2003, p. 3. 12 ORTEGA RICAURTE, Enrique (comp.), Historia Documental del Chocó, Bogotá, Archivo Nacional, Editorial Kelly, 1954, pp. 167-168.

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Según Germán Colmenares, mientras el Chocó necesitaba sacar sus productos y abastecerse de insumos en especial para el funcionamiento de la minería, Popayán necesitaba asegurar la entrada de mercancías y capitales que la mantuvieran como una de las gobernaciones más importantes del Nuevo Reino de Granada. Por esta razón, los comerciantes caleños sacaban gran provecho del puerto de Buenaventura, pues desde allí se trasladaban las mercancías “a lomo de indio” por los farallones, hasta Cali. Así, a partir del momento en que tuvo lugar la segregación del Chocó, fueron ellos quienes primero reclamaron que la provincia de Raposo estuviese bajo la jurisdicción de la ciudad de Cali. Entre tanto, las autoridades chocoanas denunciaban la necesidad de que Raposo estuviera en su jurisdicción, ya que así se evitarían problemas como, por ejemplo, el contrabando por el río San Juan, y el puerto de Buenaventura supliría las necesidades de abastecimiento para las provincias de Nóvita y Citará13 (Mapa n° 1). Mapa n° 1: Provincia de Raposo

Fuente: HERRERA ÁNGEL, Marta, “Ordenamiento espacial y procesos de identificación regional en la sociedad neogranadina. Provincia de Popayán, siglo XVIII”, Aparte de avance de investigación, mecanografiado, 2003.

13 COLMENARES, Germán, Cali: Terratenientes…, op. cit., pp. 86-87.

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El primer gobernador del Chocó en el siglo XVIII, Francisco de Ibero, en la consulta que hizo a la Real Audiencia de Santafé en 1729 con respecto al Raposo, denunciaba que el cabildo de la ciudad de Cali había nombrado como alcalde y corregidor de naturales de esta provincia a Bartolomé de Caicedo. Según Ibero, dicho nombramiento no tuvo en cuenta lo ordenado por al Real Audiencia sobre la jurisdicción de Raposo. El gobernador señaló, para reforzar su argumento, que las minas que allí se encontraban no estaban debidamente vigiladas, al igual que el puerto de Buenaventura, por el cual se sacaba el oro y entraban mercancías de contrabando14. Sin embargo, no hay evidencia documental de una Real Cédula que se pronunciara específicamente sobre el tema antes de que se presentara el conflicto sobre esa provincia. Con base en estos argumentos, Ibero reclamó la jurisdicción de la provincia de Raposo. Por su parte, el nombrado Alcalde y corregidor, Bartolomé de Caicedo, señalaba en otro aparte del documento que dicha provincia no hacía parte del Chocó porque los vecinos de Cali, en muestra de su lealtad a la Corona española, habían sometido a los indios que encontraron en Raposo, ofreciendo “su amor, vida y caudales”15 en tal misión. Agregó además, que su población indígena no pertenecía al Chocó pues los límites de las poblaciones nativas así lo señalaban16. De la misma forma, en una comunicación dirigida a la Real Audiencia de Quito (a la que pertenecía la provincia de Raposo) fechada también en 1729, el gobernador de Popayán afirmaba que la segregación de la provincia de Raposo era necesaria “Porque esta no es provincia del Chocó ni menos del distrito de la Real Audienzia de Santafe cuio termino ze divide el Rio de Calima a cuias cabeceras en el primitivo tiempo fue la primera fundacion de esta ciudad”17. Los argumentos de ambas partes hacen sospechar que lo que movía las dos peticiones era el deseo de controlar la entrada de mercancías de contrabando por el puerto de Buenaventura; no necesariamente con el ánimo de evitar dicha práctica, sino para obtener también beneficios de ella. Así, el criterio para establecer el límite más al norte o más al sur del río Calima reflejaba el interés económico de las élites de una 14 A.G.N., Colonia, Poblaciones Cauca, t. 2, f. 4v. 15 A.G.N., Colonia, Poblaciones Cauca, t. 2, f. 3r. 16 “Se comprueba con que la mayor afrenta contumelia y oprobio que a los naturales les pueden dezir es tratarlos de chocoes por la antigua antipatía que les tienen y sola[mente] las tierras que han [avistado] se denominan con propiedad provincia del Chocó por derivarse de ellos por estas razones y no haver presentado V[uestra] Señoria en el cavildo de dicha ciudad como caveza de este // cuerpo la cedula de Merced para que conprehendiendo directamente la jurisdizion se le de su obedezimiento […]”. A.G.N., Colonia, Poblaciones Cauca, t. 2, f. 3r, 3v. 17 A.G.N., Colonia, Poblaciones Cauca, t. 2, f. 9r.

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y otra gobernación. Al establecer la línea divisoria, dejando la provincia finalmente bajo jurisdicción de Popayán, se puede observar que la delimitación es un ejercicio que adquiere sentido en tanto implica una diversidad de elementos, que incluyen tanto los argumentos presentados por las autoridades de una y otra parte como el grado de control económico y político que se tiene sobre el territorio. Mientras el poder central colonial dictaminó el establecimiento de límites jurisdiccionales “desde arriba” en función de sus intereses, los agentes coloniales: autoridades locales, dueños de minas, o comerciantes (los pocos que poblaron la gobernación del Chocó18) no participaban en las decisiones sobre los límites de las provincias, pero ajustaron las normas en defensa de sus propios intereses en el contexto chocoano. A partir del establecimiento de la gobernación del Chocó en 1726 y de su delimitación las provincias de Citará y Nóvita estuvieron bajo su jurisdicción. Estas comprendían gran parte del actual departamento del Chocó. Nóvita se encontraba en la cuenca del Río San Juan. El límite sur de la provincia era el límite de la gobernación del Chocó. El límite oriental era parte de la gobernación de Popayán y la Cordillera Occidental. Al norte limitaba con la provincia de Citará, cerca a la parte alta del río San Juan19. Ambas provincias limitaban al occidente con el Baudó, en donde se encontraba la serranía del mismo nombre. La provincia de Citará estaba situada en la cuenca del río Atrato, incluía parte de la Cordillera Occidental, estableciendo en esta el límite con Antioquia. Al norte iba hasta la desembocadura del río Atrato20 (Mapa n° 2). Allí los indígenas Cuna presentaron una fuerte resistencia a los españoles, hasta el punto de que el bajo Atrato se constituyó como un territorio independiente del dominio español21. Los ejes de poblamiento español en la gobernación del Chocó fueron sus ríos principales: el Atrato y el San Juan.

18 TOVAR PINZÓN, Hermes, TOVAR M., Camilo y TOVAR M., Jorge (comps.), Convocatoria al poder del número: censos y estadísticas de la Nueva Granada 1750-1830, Bogotá, Archivo General de la Nación, 1994, pp. 354 y 364. 19 JIMÉNEZ, Orián, El Chocó: un paraíso..., op. cit., pp. 1-7. 20 “Descripción superficial de la provincia del Zitara, con sucinto relato de sus poblaciones, establecimientos de minas y ríos de mayor nombre”, en CESPEDECIA: Boletín Científico del departamento del Valle del Cauca, No. 4546, Suplemento No. 4, Cali, Imprenta Departamental, enero-junio 1983, p. 445. “Relación del Chocó, o de las provincias de Citará y Nóvita que tienen esta denominación, en que se manifiesta su actual estado y en el que parece se podrían poner conforme al reconocimiento del Capitán de Ingenieros Juan Jiménez Donozo”, en ORTEGA RICAURTE, Enrique (comp.), op. cit., p. 205 y A.G.N., Colonia, Impuestos Varios Cartas, t. 7, f. 551v. 21 VARGAS, Patricia, op. cit., p. 18.

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Mapa n° 2: Provincias de Novita, Citará y Raposo

Fuentes: JIMÉNEZ, Orián, El Chocó: Un paraíso del demonio. Nóvita, Citará y el Baudó, siglo XVIII, Medellín, Editorial Universidad de Antioquia, Colección Clío, 2004, pp. 9-10; “Descripción superficial de la provincia del Zitara, con sucinto relato de sus poblaciones, establecimientos de minas y ríos de mayor nombre”, en CESPEDECIA Boletín Científico del departamento del Valle del Cauca, No. 45-46, Suplemento No. 4, enero-junio 1983, p. 445.

En el siglo XVIII aumentaron los esfuerzos por establecer un control más eficaz sobre las provincias del Chocó, lo cual reflejaba el interés de la Corona por canalizar en forma más eficiente el oro extraído. Debido parcialmente a estos esfuerzos, hubo un aumento considerable en las ganancias obtenidas a través de la extracción de metales preciosos en este período, que originó lo que Colmenares denominó el “segundo ciclo de la minería”22. 22 COLMENARES, Germán, Historia económica y social..., op. cit., p. 267.

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De acuerdo con Colmenares, el paso de un ciclo de la minería al otro estuvo asociado con la apertura de una nueva frontera tras el agotamiento de zonas de explotación como la región minera de Antioquia y la del Pacífico sur23. El descubrimiento de yacimientos en el Chocó fue anterior al siglo XVIII, momento en que la posibilidad de quebrar la resistencia de los habitantes permitió que el poblamiento español se consolidara en la zona. Cuando la población disminuyó por la llegada de epidemias provenientes de Europa, fue finalmente sometida; permitió que el segundo ciclo del oro tuviera lugar allí, a partir de la posibilidad de explotación de los yacimientos de los cuales se tuvo conocimiento desde los tiempos de la Conquista24. Los habitantes de origen español no hicieron únicamente las veces de autoridades civiles y religiosas, sino que manejaron los sectores minero y comercial, obteniendo, así, control sobre la vinculación de las poblaciones no españolas a la economía minera. Este manejo les permitió asegurar el monopolio sobre el funcionamiento de los todos los frentes de la economía minera, puesto que mantuvieron simultáneamente prácticas como el contrabando, el comercio ilícito de mercancías y las actividades legales asociadas a ella. En síntesis, la delimitación de la jurisdicción de una unidad administrativa es entendida aquí como una de las prácticas a través de las cuales se configuró la territorialidad española en la gobernación del Chocó. De acuerdo con el Diccionario de Autoridades, una de las definiciones del territorio es: “[...] el circuito o término que define la jurisdicción ordinaria”25. Si bien no es la única forma de entender el territorio, esta era una de las definiciones que operaba en la época. Con esa forma de entenderlo el territorio y las prácticas que lo constituyen, podemos afirmar la existencia de estas últimas en la territorialidad en el Chocó asociadas al establecimiento de la gobernación y la delimitación de su jurisdicción por parte de las autoridades españolas en el Chocó.

23 Ibid., p. 259. Sobre el incremento de la producción en 1720 ver la página 327. Juan Santiago Correa señala sin embargo, que en esta época en la zona de Antioquia algunos centros de explotación aurífera eran aún productivos. CORREA, Juan Santiago, Territorio y Poder. Dinámicas de poblamiento en el Valle de Aburrá, siglo XVII, Bogotá, Universidad Externado de Colombia, 2004, p. 146. 24 ROMOLI, Kathleen, “El alto Chocó en el siglo XVI”, op. cit., p. 13; WEST, Robert, “La Minería de aluvión en Colombia durante el período colonial”, en Cuadernos de Geografía. Revista del Departamento de Geografía, edición especial 2000, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 2000, p. 35. 25 Real Academia Española, Diccionario de Autoridades, Madrid, Editorial Gredos, Reimpresión 1990, Tomo Sexto, p. 260.

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3. Ordenamiento del territorio en la gobernación del Chocó Otra de las manifestaciones de territorialidad española en la gobernación del Chocó fue el ordenamiento territorial, que se entiende como el conjunto de prácticas asociadas a formas de manejar y distribuir el espacio y los conflictos que ello suscitaba. Según Marta Herrera, el concepto de ordenamiento espacial “incorpora no sólo los elementos físicos del paisaje como montañas, valles, árboles, campos de cultivo, ciudades y villas, sino también el tipo de ordenamiento o arreglo de estos elementos”26. La dificultad para controlar la parte baja del Atrato llevó a establecer normas que impedían el poblamiento en ciertas zonas y la navegación por dicho río. En 1698 se cerró la navegación por esta vía fluvial, castigando incluso con pena de muerte a quienes desobedecieran la Real Cédula que reglamentaba dicha prohibición27. El cierre se debió a factores como la necesidad de evitar el contrabando con extranjeros y los ataques tanto de estos como de los temidos indígenas Cunas28. Sin embargo, durante el siglo XVIII se produjeron constantes denuncias sobre la imposibilidad de evitar los ataques extranjeros e indígenas, ya que el pueblo de Murrí, que se estableció junto a la vigía del Atrato, no presentaba las condiciones necesarias para defender el territorio de la gobernación. Moreno y Escandón señalaba que “El expresado seno o golfo, llamado comúnmente del Darién, según demuestra su situación geográfica en el plan, recibe diferentes ríos que desaguan a él, y entre ellos el nombrado del Darién, Chocó, y más regularmente de Atrato, cuyo curso trae su origen de las expresadas provincias, de modo que con facilidad, introducidas las embarcaciones 26 HERRERA, Marta, Ordenar para controlar. Ordenamiento espacial y control político en las Llanuras del Caribe y en los Andes Centrales neogranadinos. Siglo XVIII, Bogotá, Instituto Colombiano de Antropología e Historia - Academia Colombiana de Historia, 2002, p. 28. En el mismo sentido que Herrera usa en este texto el concepto de ordenamiento espacial aunque otros autores, como Duncan, definen el concepto landscape (generalmente traducido al español como paisaje) de forma similar que Herrera. DUNCAN, James, “The Power of Place in Kandy, Sri Lanka: 1780-1980”, en AGNEW, John A. y DUNCAN, James S., (eds.), The Power of Place. Bringing together Geographical and Sociological Imaginations, Boston, Unwin Hyman, 1989, p. 186. 27 Sobre la pena de muerte como forma de condenar esta falta: “Relación del Estado del virreinato de Santa Fe, que hace el Excmo. Sr. D. Pedro Messia de la Zerda a su sucesor el Excmo. Sr. D. Manuel Guirior. Año de 1772.”, también en la “Relación del estado del Nuevo Reino de Granada, que hace el arzobispo obispo de Córdoba a su sucesor, el excelentísimo señor don Francisco Gil y Lemos (1789)”, ambos en COLMENARES, Germán (comp.), Relaciones e informes de los gobernantes de la Nueva Granada, 3 Vols., Bogotá, Biblioteca del Banco Popular, 1989, t. I, pp. 138 y 458, respectivamente. 28 SHARP, William, op. cit., p. 10. “Relación del estado del Nuevo Reino de Granada…”, en COLMENARES, Germán (comp.), Relaciones e informes, t. 1, op. cit., p. 458.

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mayores en el golfo, se navega en otras inferiores hasta lo interior de dichas provincias, y particularmente hasta donde está colocada la vigía nombrada de Atrato y pueblo Murrí, por cuya vereda repetidas veces e inmoderadamente se han introducido los indios de la nación cunacunas, causando robos y muertes a los españoles e indios reducidos; sin que se encuentre dificultad para que lo mismo ejecuten los extranjeros, gobernados con mejor dirección, fuerza e industria de la que permite la rusticidad de los indios […]”29.

Las constantes sospechas de alianzas de los indios Cunas con extranjeros no fueron infundadas, pues se tiene evidencia documental y etnográfica de la entrada de extranjeros más o menos desde 1680. Incluso, se supo de la fundación de una colonia escocesa llamada Nueva Caledonia en 1699 ubicada en la costa panameña sobre el Caribe, justo después del actual límite con Colombia (Mapa n° 3). Aunque Nueva Caledonia tuvo una existencia aproximada de tan sólo dos años, representó uno de los mayores riesgos de entradas extranjeras a las provincias del Chocó y, por allí, a las de Antioquia30. De acuerdo con Torres de Arauz, la permanente y violenta resistencia obligó a las autoridades a ordenar a los españoles abandonar los fuertes del Darién31.

29 “Estado del Virreinato de Santafé…”, en COLMENARES, Germán (comp.), Relaciones e informes, t. 1, op. cit., pp. 176-177. En la “Descripción de la provincia del Citará” realizada en la década de los setenta del siglo XVIII, se puede encontrar una descripción de la pobreza de dicha vigía, que, junto con el temor a los indígenas Cuna, facilitaba las condiciones para las entradas enemigas por el Atrato. “Descripción superficial de la provincia del Zitara”, op. cit., pp. 443-444. 30 Sobre la colonia escocesa: TORRES DE ARAUZ, Reina, Etnohistoria Cuna, Panamá, Instituto Nacional de Cultura, 1974; PREBBLE, John, The Darien Disaster, Londres, Secker & Warburg, 1968. 31 TORRES DE ARAUZ, Reina, op. cit., pp. 38-39.

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Mapa n° 3: Colonia escocesa en el Darién 1699

Fuente: PREBBLE, John, The Darien Disaster, Londres, Secker & Warburg, 1968, p. 26332.

El cierre del Atrato en 1698 afectó muy fuertemente a la gobernación del Chocó y a los habitantes españoles de las provincias de Nóvita y Citará. Esta medida implicó serias dificultades en el abastecimiento de herramientas para el trabajo en las minas. Así mismo, la llegada de alimentos y bienes para los habitantes se vio afectada, tanto que, según Moreno y Escandón, estos tuvieron que “mantenerse con el cuero de las petacas”33. De acuerdo con Sergio Mosquera, el cierre hizo que dichos productos se fueran encareciendo, provocando con el paso del tiempo una fuerte crisis, que a 32 En el mapa aparece New Edimburg. Sin embargo, en la bibliografía consultada sobre los asentamientos extranjeros en el territorio de los indígenas Cuna no se encontró referencia al respecto. 33 “Estado del Virreinato de Santafé…”, op. cit., p. 183.

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finales del siglo XVIII llegó a su punto más álgido cuando muchos dueños de esclavos se fueron de la región34. Finalmente en 1784 se reabrió la navegación por el río Atrato35, aun cuando ya no había mucho que hacer frente a la crisis económica en la que se encontraban las provincias de Nóvita y Citará. Los problemas que tuvieron la administración central colonial, las autoridades locales y los pobladores de origen español para controlar la parte baja del río Atrato y las medidas que se tomaron frente a esos inconvenientes, demuestran la permanente necesidad de controlar este espacio estratégico. La capacidad de controlar el bajo Atrato significaba, por una parte, una forma de evitar las incursiones extranjeras y proteger los dominios de España en América. Por otra parte, el control de esta zona permitiría someter o al menos mantener a raya a los indios Cunas. Pero también el hecho de que los españoles pudieran manifestar su territorialidad en el bajo Atrato, hubiera significado la posibilidad tanto de abastecerse de alimentos y herramientas, como de tener el monopolio del comercio, que allí tuvo lugar y quedó parcialmente en manos extranjeras. Con el mismo propósito de organizar el territorio, se establecieron y trataron de ordenar los pueblos de indios y reales de minas en las dos provincias. A comienzos del siglo XVIII, después de la segregación de la gobernación de Popayán, las autoridades coloniales empezaron a fundar los pueblos de indios y reales de minas que servirían para congregar a las poblaciones no españolas, por lo cual este episodio puede ser visto como la consolidación del poblamiento español en la zona36. Parece ser que en el Chocó la institución de la encomienda no fue viable, pues no se encontró en los documentos históricos referencia a su existencia en ninguna de las provincias37. A manera de hipótesis se puede afirmar que esto ocurrió sobre todo por dos razones: la escasez de la población española y el riesgo permanente de que la población indígena huyera hacia el monte. Ambas hicieron que la encomienda no fuera rentable para los pocos españoles que ocuparon la zona, los que devengaban sus ganancias de la minería, la posesión de esclavos y el comercio. Lo anterior ocasionó que la Corona debiera asumir los gastos de los pueblos de indios que se fundaron en el Chocó. 34 MOSQUERA, Sergio, op. cit., p. 102. Así mismo, se afirma en la “Relación del Chocó, o de las provincias de Citará y Novita”, op. cit., p. 227. 35 SHARP, William, op. cit., p. 15. 36 CANTOR, Erik , op. cit., pp. 29-45. 37 Cantor hacer referencia a formas de explotación de la mano de obra diferentes a la encomienda, haciendo énfasis en los constantes problemas que tuvieron los españoles para explotarla sistemáticamente debido a la huida de los indios. Ibid., pp. 109-126.

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El mapa n° 4 muestra los pueblos de indios de las provincias de Nóvita y Citará. Sin embargo, estos pueblos en las dos provincias tuvieron características particulares. Como se vera a continuación, en ellos se presentaron formas distintas de ordenamiento en comparación con otros territorios de la Nueva Granada; formas que, sin embargo, permitieron ejercer un control efectivo en términos del interés de los españoles en la zona: la extracción de oro. Mapa n° 4: Pueblos de Indios en las provincias de Nóvita y Citará en el siglo XVIII

Fuente: Mapa elaborado con base en la información encontrada sobre pueblos de indios en: JIMÉNEZ, Orián, El Chocó: Un paraíso del demonio. Nóvita, Citará y el Baudó, siglo XVIII, Medellín, Editorial Universidad de Antioquia, Colección Clío, 2004, pp. 9-10; “Descripción superficial de la provincia del Zitara”, pp. 425-448; “Compendiosa noticia del actual estado de la provincia de Nóvita”, pp. 449-459; “Descripción del gobierno del Chocó, sus pueblos de indios, el numero de estos, reales de minas, número de negros y esclavos para su laboreo”, en CESPEDECIA, No. 45-46, Suplemento No. 4, enero-junio 1983, pp. 461-472.

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En estas poblaciones tuvo lugar una forma negociada de ocupación del espacio. Este aspecto se manifiesta a través de dos elementos: por una parte, en algunos casos la ubicación y traslado de poblaciones se negociaba con los indígenas y, por otro lado, estos tenían sus lugares de habitación o sembrados en zonas alejadas de los pueblos de indios, fuera del control de las autoridades coloniales. Según Erik Cantor, los indígenas tuvieron participación en la escogencia de los lugares donde se ubicarían los pueblos, como ocurrió con el de Beté, en la provincia de Citará y el pueblo de Pavarandó (Mapa n° 4). Este autor afirma que debido a la escasez de tierras fértiles en las riberas del Atrato, los indígenas negociaron con los españoles los sitios donde se ubicarían los pueblos, amenazando con huir a sus cimarronas al no contar con tierras fértiles en sus poblados para los sembrados38. A este respecto el documento “Descripción superficial de la provincia del Zitara” señala que “Dicho pueblo [el pueblo de Beté] estuvo situado hasta el año 66 en el riachuelo de su nombre (desagua a Atrato, cerca del paraje que hoy ocupa) distante medio día del Atrato, no obstante de que sus naturales, los curas de él, y sus corregidores se lamentaban de continuo del pernicioso asunto de su destino, pues en él se malograban todos o los más párvulos que nacían, ya fuese por la mala calidad de las aguas, o alguna intemperie en el aire, por la copia de charcos, ciénagas y balsares que ocupan aquella circunvalación, lo que estimuló a don Francisco Bueno de la Serna, a que valiéndose oportunamente de la disposición que notó en los indios que a la sazón estaba [sic] de su cargo, resolviese transferir el pueblo al paraje en que hoy se halla [...]”39.

El elemento del cual se valieron los indígenas para poder negociar la ubicación de sus pueblos era la amenaza constante de huir al monte si no se les ubicaba en tierras donde pudieran mantener sus sembrados40. Aquellos que eran forzados a vivir en los pueblos de indios tuvieron un margen de participación en la escogencia del lugar donde se asentaron los pueblos, teniendo en cuenta que los españoles los necesitaban como mano de obra tanto para la producción agrícola como para la elaboración de canoas y el transporte de alimentos. Así mismo, los indígenas se retiraban a trabajar en sus sementeras, ubicadas por lo general en el territorio que comprendía la jurisdicción de los pueblos de indios. Estos 38 CANTOR, Erik, op. cit., pp. 31 y 32. 39 “Descripción superficial de la provincia del Zitara”, op. cit., p. 433. 40 Ibid., pp. 433-434.

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espacios con frecuencia eran también escogidos por ellos y al parecer allí aprovechaban la lejanía de las autoridades coloniales para vivir según sus costumbres. Así se menciona sobre el pueblo de indios de Lloró, en la provincia de Citará: “Muchos mantienen sus platanares en estancia media a Lloró, y sus sementeras o estancias de reservas en las quebradas y riachuelos que vierten a dicho Atrato por la parte inferior del pueblo, como son Muguindó, Sanguí, y otras en que se embeben varias pequeñas quebradas, con otras muchas de sus cercanías”41.

Más adelante sobre el pueblo de Quibdó, en la misma provincia, se afirma que: “El número de indios tributarios desde luego llegará a trescientos aunque siempre muchos de estos prófugos en los montes, y aun los que no lo están se retiran todos a sus estancias dos veces al año por fines de abril, hasta último de junio, y por octubre hasta diciembre, con pretexto de cultivo de sus sementeras, siendo lo más cierto el ir a entregarse a la ociosidad [...]”42.

Esto, sin embargo, no ocurría en todos los pueblos, ya que según se puede observar en un documento sobre los indígenas del pueblo de Chamí, en la provincia de Citará, ellos declaraban que las sementeras se encontraban dentro del pueblo, a la vista de quienes llegaban43. Teniendo en cuenta los ejemplos antes citados, es posible afirmar que el hecho de que las sementeras estuvieran cerca o lejos del asentamiento era una situación que tenía lugar en los pueblos de las dos provincias, dependiendo del lugar en que se ubicara el poblado, y de en qué medida era posible mantener las sementeras dentro del mismo. La posibilidad de hacerlo en los pueblos, a su vez, dependía tanto de las características del terreno como de la capacidad de los indios sometidos de negociar su movilidad en los asentamientos, pues, de acuerdo con los ejemplos, algunos tuvieron un mayor margen de negociación que otros. Los reales de minas, por su parte, fueron “poblamientos, muchas veces provisorios, de una cuadrilla en las inmediaciones de la explotación minera”44. Dichos asentamientos contaban con una capilla, pero, a diferencia de los pueblos de indios, esta no 41 42 43 44

Ibid., p. 431. Ibid., p. 438.

A.G.N., Colonia, Miscelánea, t. 103, ff. 866r-879r.

COLMENARES, Germán, Historia económica y social de Colombia. Popayán: una sociedad esclavista, op. cit., p. 118.

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necesariamente debía estar ubicada en el centro del asentamiento45. Si bien fueron asentamientos de gran importancia en la estructura de la economía minera chocoana, el ordenamiento en el interior de estos no tuvo la misma importancia que en el caso de los pueblos de indios. Se debió en parte a que el mismo propósito de establecer una población cuya existencia dependiera de la explotación del oro, implicaba que cuando se agotara el mineral, el asentamiento debía ser retirado y movido a donde se encontrara otro yacimiento46. En este caso no se encuentra información sobre mecanismos de negociación para su ocupación. Sin embargo, de la misma forma que para los indígenas, Erik Cantor hace referencia a pautas de poblamiento disperso47, que tuvieron lugar a medida que los esclavos se fueron haciendo libres a través de diversos mecanismos de manumisión48. Habría que estudiar con mayor detalle si lo que se entiende por “disperso” se refiere a que viviendas se encontraban separadas entre sí y si esto obedecía a la forma en que se percibía y actuaba sobre el territorio. Robert West afirma que el patrón de asentamiento ribereño es predominante en las áreas de bosque húmedo tropical como el Chocó, en donde, según West, “La población se ha asentado en las riberas de los ríos desde tiempos precolombinos49. El autor también señala que “las casas construidas en las orillas de los ríos, sobre las riberas o sobre los diques naturales, suelen estar separadas por uno o dos km, conformando un patrón de asentamiento verdaderamente disperso”, lo que se encontraba también en la época colonial50. Se puede afirmar que el poblamiento ribereño de los libres del Chocó tiene que ver con la condición inestable de los reales de minas51 y, como señala West, con las formas de adaptarse a las características físicas del Chocó. Junto con la definición presentada en un apartado anterior, otra de las definiciones de territorio de la época afirma que es el “sitio o espacio que contiene una Ciudad, 45 CANTOR, Erik, op. cit., p. 45. 46 LANE, Kris Eugene, Mining the Margins: Precious Metals extraction and forced labor regimes in the Audiencia of Quito. 1531-1821, Tesis de doctorado, Minneapolis, University of Minnesota, 1996, pp. 346-381. 47 CANTOR, Erik, op. cit., p. 179. 48 Sobre las formas de manumisión de los esclavos chocoanos: MOSQUERA, Sergio, op. cit., pp. 99-119. 49 WEST, Robert, Las tierras bajas…, op. cit., p. 139. 50 Ibid., p. 171. 51 Orián Jiménez afirma: “Hay que recordar que mientras los reales de minas se movían a lo largo y ancho de ríos y montañas, los pueblos de indios eran más estables […]”. JIMÉNEZ, Orián, El Chocó: Un paraíso…, op. cit., p. 20.

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Villa o Lugar”52. Esta resulta interesante si se tiene en cuenta que algunas fuentes de la época llaman la atención acerca de que en ninguna de las dos provincias del Chocó hubo ni ciudades ni villas que congregaran a la población de origen español. Moreno y Escandón afirmaba que en el Chocó, aun con todas sus riquezas, no existían este tipo de asentamientos. Entre tanto, un documento de 1793, en el que se solicita establecer a Cartago como capital de las provincias del Chocó, señala que no hubo en el transcurso del siglo fundaciones de ciudades o villas, ya que “En todo el Chocó no hai una ciudad ni poblacion que meresca ser capital del gobierno el real de Novita [asentamiento del mismo nombre que la provincia de la cual es capital] que lo es en la actualidad no tiene proporcion alguna formal ni material: no hai orden de calles, Plaza, ni edificios, unas pocas chozas de paja, un cura y gente forastera infeliz tratante que llaman alli Mindalaes sin carzel de seguridad ni vecinos de circunstancias pues los mas estan distantes en sus reales de Minas [...]”53.

Dicho señalamiento sobre la ausencia de ciudades o villas tiene importancia por el papel que estos asentamientos cumplieron en la Colonia como lugares destinados a la población española y desde los cuales se debía ejercer la jurisdicción sobre el territorio54. El caso de la gobernación del Chocó pone en evidencia que no fue únicamente por el establecimiento de los núcleos urbanos que tuviera lugar dicha apropiación. Resulta interesante hacer énfasis sobre este punto, ya que, como se mencionó antes, en el Chocó no existieron este tipo de asentamientos, lo cual ratifica el carácter relativo de la territorialidad española; si bien hubo fundación de poblaciones, cuyos habitantes eran principalmente indígenas y esclavos, no hubo fundación de ciudades y, sin embargo, se puede hablar del establecimiento de otro tipo de asentamientos como forma de configurar territorio, ampliando la definición del Diccionario de Autoridades presentada antes.

52 Real Academia Española, Diccionario de Autoridades, op. cit., p. 260. 53 A.G.N., Colonia, Poblaciones Cauca, t. 2, f. 850v. 54 HERRERA, Marta, Ordenar para controlar…, op. cit., p. 93. Otros estudios que presentan información relevante en este punto son MARZAHL, Peter, Town in the Empire. Government, Politics and Society in Seventeenth-Century Popayan, Austin, University of Texas Press, 1978 y KAGAN, Richard L., Urban Images of the Hispanic World 1493-1793, New Haven - Londres, Yale University Press, 2000.

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Conclusión La delimitación del territorio de las provincias, su distinción de otras jurisdicciones, el ordenamiento espacial y el establecimiento de asentamientos, fueron los principales mecanismos a través de los cuales los españoles ejercieron la territorialidad sobre las provincias chocoanas. Al analizar las prácticas que integraban dicha territorialidad se puede notar que la apropiación del espacio no implicaba necesariamente su ocupación ni el control sobre sus demás poblaciones, aunque sí la explotación económica de las mismas. En el caso del Chocó, se ha propuesto que la apropiación española sobre estos territorios fue solamente “nominal”, debido a que quienes los habitaban en tiempos prehispánicos mantuvieron sus territorialidades55. Si bien es cierto que al menos una parte de la territorialidad indígena se mantuvo y que los descendientes de población africana pudieron ejercer también su territorialidad, también lo es que la apropiación española no fue solamente nominal. Lo que aquí se propone es que dicha apropiación se articulaba con una forma de entender el territorio colonizado. Por esta razón, la territorialidad de los españoles fue un ejercicio coherente en el contexto chocoano, si se tiene en cuenta la lógica con la cual se entendieron y se percibieron los diferentes espacios colonizados. Hacer referencia a una dominación flexible no va en contra de esta propuesta, sino que cobra sentido si se tiene en cuenta que la intención de los españoles en el Chocó fue reafirmar el control económico y político del territorio para obtener los mayores beneficios de este, más no reforzar a través del ordenamiento del espacio el control sobre sus pobladores. Lo que se observa en las prácticas de territorialidad expuestas antes es que con las dificultades que el territorio chocoano y sus pobladores presentaron a los colonizadores se alimentó una percepción de dicho territorio, que se articuló con la forma en que los españoles pretendieron delimitarlo y ordenarlo. La falta de interés en habitar las provincias es una evidencia de esta percepción, aun teniendo en cuenta que pudieron haber motivos subyacentes que justificaran la falta de poblamiento español en la zona. El conjunto de prácticas a través de las cuales se constituyó la territorialidad española en el Chocó nos permite pensar en una territorialidad matizada y no absoluta. Una territorialidad que se define a partir de los intereses con los cuales se apropia el espacio, en este caso, el control de la economía minera. Al tener en cuenta las prácticas descritas anteriormente, las provincias de Nóvita y Citará hicieron parte de esta jurisdicción y, por lo tanto, fueron parte del territorio de la Corona española. Así, los planteamientos 55 VARGAS, Patricia, op. cit., p. 43.

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sobre la ausencia de control o la cualidad fronteriza del Chocó parecen no tener en cuenta que, si bien no hubo una articulación estrecha del territorio chocoano con el centro del Nuevo Reino, este sí fue objeto de una territorialidad matizada por parte de los pobladores españoles.

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El elogio de la dificultad como narrativa de la identidad regional en Antioquia Resumen En este artículo se analiza la manera como la valoración del medio natural intervino en la producción de la narrativa de la identidad regional antioqueña. Se toman como base las ideas que consignó en sus publicaciones un grupo de escritores antioqueños del siglo XIX y de académicos de distinta procedencia de la primera mitad del siglo XX. Palabras claves: Representaciones sociales, análisis del discurso, narrativa de identidad, identidad cultural, Antioquia.

The eulogy to difficulty as the narrative of regional identity in Antioquia Abstract This article analyzes the way in which appreciation of the natural environment influenced the formation of a narrative of Antioqueño regional identity. The analysis is based on the published ideas found of a group of 19th century Antioqueño writers and a wide range of academics during the first half of the 20th century. Keywords: Social representation, discourse analysis, identity narrative, cultural identity, Antioquia. Artículo recibido el 20 de febrero de 2006 y aprobado el 9 de junio de 2006.

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En este artículo se perfilan las ideas consignadas en un grupo de textos producidos por escritores antioqueños del siglo XIX, con las cuales se configuró un discurso común denominado aquí el elogio de la dificultad 1. Por medio de esos textos, los autores dieron forma, elaboraron y pusieron en circulación aquello que consideraban particular de lo que ellos mismos denominaron, en su momento, el “modo de ser”, “el carácter” o “el temperamento de los antioqueños”. Aquí trabajamos uno de los temas que configuraron la narrativa de la dificultad: la valoración del entorno geográfico. Según dicha elaboración, los antioqueños surgieron como un pueblo de montaña enfrentado con tenacidad al medio agreste y hostil que les correspondió habitar e

Este artículo es un producto del proyecto de investigación “Región y representaciones del territorio. Antioquia, entre la geografía política y las identidades socio-territoriales”, realizado con la coordinación de Clara Inés García de la Torre y del cual fue coinvestigadora la autora. El proyecto contó con el respaldo del Comité para el Desarrollo de la Investigación (CODI) de la Universidad de Antioquia y fue financiado en el marco de la convocatoria temática “El desarrollo de Antioquia” en 2003. D Antropóloga y docente-investigadora del Instituto de Estudios Regionales (INER) de la Universidad de Antioquia. 1 Parafraseando la conferencia que ofreció el filósofo Estanislao Zuleta en Cali en 1980, con motivo de su grado honorífico en Psicología concedido por la Universidad del Valle. Se refiere allí Zuleta a nuestra constante búsqueda de seguridades, satisfacciones, pasividad y respuestas certeras antes que preferir el riesgo, las incógnitas, los cambios y las preguntas abiertas. ZULETA, Estanislao, El elogio de la dificultad, palabras pronunciadas en la Universidad del Valle, Cali, 1980.

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interpuso obstáculos para su progreso. De la lucha que ellos entablaron contra esas dificultades del medio lograron salir victoriosos, lo que cimentó sentimientos de orgullo y valoración y forjó el carácter dinámico y emprendedor que se les adjudica. Esto se refrendaba con las evidentes manifestaciones de progreso material y económico que vivió Antioquia a lo largo del siglo XIX. Esas nociones e imágenes del pueblo antioqueño surgieron en contraposición con las ideas vigentes en décadas anteriores, producidas por representantes del poder colonial, que hacían referencia a la miseria de la provincia y a sus habitantes como vagos y perezosos . El corpus de ideas que sustenta la narrativa del elogio de la dificultad y que permitió establecer diferencias entre este y otros grupos regionales del país, tomó fuerza durante el siglo XIX, generando un fuerte consenso entre la población. La herramienta metodológica del análisis del discurso nos permitió realizar la interpretación de las representaciones sociales e identificar en un conjunto limitado ROBLEDO, Emilio, Bosquejo biográfico del Sr. Oidor Juan Antonio Mon y Velarde visitador de Antioquia 1785-1788, Bogotá, Banco de la República, 1954. Las representaciones sociales son herramientas para abordar objetos de estudio como los discursos y narrativas identitarias, pues trabajan sobre un material socialmente compartido -en tanto saber de sentido común-. Son, a su vez, el resultado de contextos de interacción específicos que están referidos a la situación de los sujetos y a contextos de disputa entre representaciones diversas y contrapuestas de los cuales surgen y en medio de los cuales se debaten. Para desarrollar la noción de representaciones sociales nos basamos en MOSCOVICI, Serge y HEWSTONE, Miles, “De la ciencia al sentido común”, en MOSCOVICI, Serge (comp.), Psicología Social II, Barcelona, Paidós, 1963, pp. 290-304; JODELET, Denise, “La representación social. Fenómenos, concepto y teoría”, en MOSCOVICI, Serge (comp.), Psicología Social II, Barcelona, Paidós, 1986, pp. 469-494; VIVEROS, Mara, “La problemática de la representación social y su utilidad para los estudios de salud y enfermedad”, en Boletín Socioeconómico, No. 23, Cali, Universidad del Valle, diciembre de 1993, pp. 121-139; ABRIC, Jean Claude, “Specific process of social representations”, en Papers on social representations - Textes sur les représentations sociales, Vol. 5, Université de Provence, Aix-en-Provence, 1996, pp. 77-80; BANCHS, María Auxiliadora, “Aproximaciones procesales y estructurales al estudios de las representaciones sociales”, en Papers on social Representations - Textes sur les représentations sociales, Vol. 9, 2000, pp. 3.1-3.15, http://www.psr.jku. at/PSR2000/9_3Banch.pdf, fecha de consulta: octubre de 2003. Y en relación con el método de análisis del discurso nos basamos en GOLDMAN, Noemí, El discurso como objeto de la historia, Buenos Aires, Eds Hachette, 1989; VAN DIJK, Teun, Racismo y análisis crítico de los medios, Barcelona, Paidós, 1997; VAN DIJK, Teun, “El Análisis Critico del Discurso y el Pensamiento Social”, en Athenea Digital, No. 1, Barcelona, Universitat Pompeu Fabra, 2002, pp. 18-24, http://antalya.uab.es/athenea/num1/vandijk.pdf, fecha de consulta: febrero de 2005; JOCILES DE RUBIO, María Isabel, “El análisis del discurso: de cómo utilizar desde la antropología social la propuesta analítica de Jesús Ibáñez”, en Revista Ateneo de Antropología, No. 0, actualizado 13 de febrero de 2000,

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de textos, las nociones, imágenes, valoraciones e interpretaciones con las que los actores le dan sentido a su entorno y a sus acciones. Esta herramienta nos posibilitó, también, adelantar un trabajo de composición sistemática, desde el nivel particular de cada texto hasta un nivel más general y complejo de interrelación del conjunto de textos y de un conjunto de actores en interlocución. Los textos que integran la presente muestra fueron publicados entre principios del siglo XIX y mediados del siglo XX. Los textos del siglo XIX corresponden a un período de la historia regional, durante el cual se produjo la matriz de lo que -con el tiempoterminó por configurar el discurso hegemónico sobre Antioquia. A ello contribuyó un grupo de intelectuales que participaron activamente en la producción, orientación e interpretación de los procesos sociales de constitución de la región, la construcción de su hegemonía interna, de su centralidad en el escenario nacional y del discurso que las sustentó. Parte de ellos se constituyeron en los autores de la historiografía antioqueña decimonónica y por ello han sido objeto central de nuestra atención. Los autores del siglo XIX cuyos escritos retomamos son José Manuel Restrepo (1781-1863), Juan de Dios Restrepo (1823-1894), Vicente Restrepo (1837-1899), Manuel Uribe Ángel (1822-1904) y Álvaro Restrepo Eusse (1844-1910). Todos ellos nacieron en Antioquia e hicieron parte de familias acomodadas; algunos se formaron profesionalmente en Santa Fe de Bogotá y varios, además, viajaron por Europa, regresando a la tierra donde llegaron a destacarse como profesionales e intelectuales. Varios ocuparon cargos públicos en la capital o se dedicaron a recorrer la comarca o fundaron y dirigieron sus propios periódicos. Pero todos difundieron sus visiones y percepciones a través de la escritura y, para darlas a conocer, se sirvieron de los medios impresos (libros, folletos o artículos de prensa), en un contexto general iletrado de la sociedad regional decimonónica.

http://www.ucm.es/info/dptoants/ateneo/discurso_a.htm, fecha de consulta: noviembre 2004. Según Jodelet, las representaciones sociales corresponden a un saber de sentido común producido en la experiencia cotidiana; ellas son programas de percepción o construcciones con status de teoría ingenua, que sirven de guía para la acción y de lente para leer la realidad, son sistemas de interpretación que permiten analizar el curso de los acontecimientos. Las representaciones sociales expresan las relaciones que tienen los individuos y los grupos con el mundo y con los otros; están forjadas en la interacción y en el contacto de los discursos que circulan en el espacio público; están inscritas en el lenguaje, en razón de su función simbólica y de las guías que ella (la función simbólica) proporciona para codificar y categorizar lo que puebla el universo de vida. Finalmente afirma que las representaciones sociales son sistemas complejos de creencias, ideas, saberes, actitudes, valores, etc. que aseguran las transacciones con el mundo y los otros. JODELET, Denise, op. cit., pp. 472-475.

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Estos escritos se contextualizan en diferentes momentos del desarrollo de la minería del oro en Antioquia, actividad económica predominante en la región desde el periodo colonial. El texto más temprano, el de José Manuel Restrepo, se produce en momentos de extrema pobreza de la provincia, mientras los de fines del siglo se inscriben en una época donde las inversiones del capital extranjero -sobre todo inglés y francésen la minería de veta, los avances de la colonización de tierras a partir del centro provincial colonial de Santa Fe de Antioquia, de Rionegro y Marinilla en el Oriente Antioqueño, y de Medellín al sur producen un repunte general de la economía. Del siglo XIX se revisaron también autores extranjeros como Agustín Codazzi, Carlos Augusto Gosselman y otros viajeros que escribieron sobre Antioquia, con el objeto de confrontar el discurso formulado por los antioqueños y reforzar el análisis sobre las representaciones del territorio y la construcción de la identidad. Los autores de los textos del siglo XX son Luis López de Mesa (1884-1967), James Parsons y Virginia Gutiérrez de Pineda, de quienes sólo el primero es antioqueño, pero todos son profesionales de las ciencias sociales. De ellos, únicamente López de Mesa desempeñó funciones administrativas en el Estado central y sus publicaciones tuvieron como contexto histórico el auge manufacturero y de la industria textil en Antioquia. Su análisis permitió vislumbrar hasta dónde había calado el discurso hegemónico regional decimonónico de identidad.

1. El medio geográfico y la identidad regional La producción de referentes de identidad de un grupo social encuentra uno de sus soportes en las imágenes del territorio, del paisaje y de los recursos del medio que el mismo grupo elabora, de acuerdo con sus propias categorías mentales y valoraciones culturales. Los grupos humanos establecen una conexión de doble sentido con los espacios que habitan y apropian: a la vez que transforman el medio se ven transformados por él. Los grupos significan, semantizan y valorizan el espacio convirtiéndolo en Territorio, el cual adquiere de este modo la impronta del grupo y desarrolla procesos de diferenciación con respecto a otros grupos. Afirma Marisa Moyano que el territorio desempeña un papel central entre los símbolos que ayudan

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a estructurar las identidades colectivas . Según Claudia Barros, la producción de una idea de comunidad (“nosotros”) guarda estrecha relación con las construcciones del lugar, del paisaje, del territorio y nace del proceso de interpretación que el grupo produce de su medio ambiente y de su medio social como algo particular . En el proceso histórico de creación de los Estados nacionales, por lo menos a lo largo de los dos últimos siglos de la historia de Occidente se configuraron “pueblos históricos” que -en estrecha relación con sus territorios- exhibían determinadas características económicas, políticas y socio-culturales que eran utilizadas por ellos como diacríticos culturales. Esos grupos humanos produjeron nociones y sentimientos de unidad y de comunidad asociados con el territorio que ocupaban. Su existencia como grupos exigía no sólo la definición de límites y fronteras físico-espaciales, sino también la producción de fronteras simbólicas que actuaban como áreas de diferenciación y de contacto con “otros”. Los antioqueños construyeron su unidad MOYANO, Marisa, “Escritura, frontera y territorialización en la construcción de la nación”, http://www. lehman.cuny.edu/ciberletras/v09/moyano.html, fecha de consulta: septiembre de 2006. BARROS, Claudia, “Reflexiones sobre la relación entre lugar y comunidad”, en Documents d´análisi geográfica, No. 37, Barcelona, Universidad Autónoma de Barcelona, 2000, pp. 81-94, http://www.uab.es/pub/dag/ 02121573n37p81.pdf, fecha consulta: enero de 2006. La noción de pueblo posee una profusa literatura en la historia de la Sociología contemporánea, asociada con las de soberanía y nación, con especial énfasis en el siglo XIX. Ver GUERRA, Francois-Xavier, Modernidad e Independencias. Ensayo sobre las revoluciones hispánicas, México, FCE, 1993, pp. 351-355. Para un breve recorrido por la noción de “pueblo histórico” en relación con la formación de las regiones en Colombia, ver URIBE DE HINCAPIE, María Teresa y ÁLVAREZ, Jesús María, Poderes y regiones: problemas en la constitución de la nación colombiana. 1810-1850, Medellín, Editorial Universidad de Antioquia, 1987, pp. 44-74. Ver también URIBE de H., María Teresa, Nación, ciudadano y soberano, Medellín, Eds. Corporación Región, 2001, p. 80. Allí la autora reconoce que su noción de pueblo histórico deriva de las propuestas metodológicas de Otto Bauer, quien concibe los pueblos históricos como “productos sociales que anudan e imbrican en un mismo espacio las cualidades y cultura trasmitidas por los antepasados (las etnias) que en su conformación generan nuevas formas sociales, política y económicas que les permiten a los agentes reconocerse como partícipes de una entidad colectiva”, citado en Ibid., p. 80. A la producción de límites o fronteras simbólicos se refiere la literatura reciente sobre las fronteras. Ver, entre otros, GRIMSON, Alejandro, “Los procesos de fronterización: flujos, redes e historicidad”, en GARCÍA, Clara Inés (comp.), Fronteras. Territorios y metáforas, Medellín, Ed. Hombre Nuevo, 2003, pp. 28-29 (Grimson usa nociones como fronteras simbólica, fronteras de significados, fronteras identitarias). También se habla de fronteras culturales para referirse a construcciones sociales que se articulan a partir de dinámicas de agregación y desagregación. Ver RIZO, Marta y ROMEU, Vivian, “Una propuesta para pensar las fronteras simbólicas”, ponencia presentada en el XVIII Encuentro Nacional AMIC, México, 2006, 10 pp., http://www.amicmexico. org/doc/ponencias_xviii_encuentro/comunicacion_y_estudios_socioculturales_marta_rizo_y_vivian.pdf, fecha de consulta: septiembre de 2006.

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y comunidad regional, produjeron límites simbólicos y fueron definiéndose a sí mismos como una categoría social y como un grupo humano particular, asociándose y referenciándose con un medio geográfico característico: las montañas. Desde finales del siglo XVIII y a lo largo del siglo XIX se desarrolló en el mundo occidental la geografía como disciplina10 y esto sucedió asociado con los intereses de los Estados por conocer el territorio bajo su soberanía o el de sus colonias, para controlarlos mejor. La naciente república de Colombia no se quedó por fuera de esta tendencia. Numerosos viajeros extranjeros visitaron el país durante la primera mitad del siglo XIX y escribieron sus relatos de viaje apoyados en la descripción geográfica. También políticos-intelectuales elaboraron de manera dedicada y sistemática la geografía de sus regiones11, como lo hicieron José Manuel Restrepo y Manuel Uribe Ángel en el caso de Antioquia o Agustín Codazzi para Colombia a través de la Comisión Corográfica. La geografía fue un campo fértil que aprovechó la naciente élite regional antioqueña para producir referentes de identidad, interesada como estaba por adelantar un proyecto de construcción de región12. Para ello era necesario poseer un conocimiento 10 CLAVAL, Paul, “El enfoque cultural y las concepciones geográficas del espacio”, en Boletín de la Asociación de Geógrafos Españoles, No. 32, Madrid, 2002, pp. 21-39, http://www.ieg.csic.es/Age/boletin.htm, fecha de consulta: marzo de 2005. 11 La región es una espacialidad específica que se asume como una noción construida por contraposición a la concepción de entidad dada; se la concibe en términos relacionales y de interacción con diversas escalas socioespaciales que la cruzan. Se coloca el acento en su dimensión subjetiva, en los sujetos que viven, piensan, proyectan, imaginan e inscriben sus prácticas en el territorio. Las representaciones sociales del territorio corresponden a aquellas que los actores portan, producen, reproducen o transforman y donde inscriben sus poderes, arraigos y sentimientos de pertenencia. GARCÍA, Clara Inés, Región y violencias en Antioquia. Problemáticas, conceptos y tendencias de la investigación, ponencia presentada en el Seminario Estudios Regionales en Antioquia, Medellín, junio de 2002. 12 Sobre el proyecto de región que lideró la élite ilustrada en Antioquia desde fines del siglo XVIII y principios del XIX, ver URIBE DE HINCAPIÉ, María Teresa, “Las Territorialidades de la violencia y los conflictos en Antioquia”, en TIRADO, Álvaro (ed./coord.), Realidad Social II, Medellín, Gobernación de Antioquia, 1989, pp. 54-65. Durante el período colonial de nuestra historia la nación y las regiones no tenían existencia como unidades socio-territoriales o “comunidades imaginadas”. Estas sólo comenzaron a surgir a comienzos del siglo XIX, de las cenizas de los virreinatos creados por la Corona española durante el siglo XVIII. Estos constituyeron los núcleos para la conformación de los estados nacionales en América Latina, una vez se consolidó la independencia del dominio español. Las provincias coloniales fueron los antecedentes de la configuración de nuestras regiones actuales. ANDERSON, Benedict, Comunidades Imaginadas. Reflexión sobre el origen y difusión del nacionalismo, México, Fondo de Cultura Económica, 1991, pp. 77 y 84; ARCILA, María Teresa y GÓMEZ, Lucella, Libres, cimarrones y arrochelados en la frontera entre Antioquia y Cartagena. Siglo XVIII, Informe de investigación, Medellín, INER, Universidad de Antioquia, 2004, p. 4.

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del medio natural y del territorio que ocupaban. Dichas condiciones no fueron propicias durante el régimen colonial español, del cual los antioqueños habían heredado, más bien, un profundo desconocimiento de esa geografía. Por eso, una idea que transitó buena parte del siglo XIX en Antioquia fue la necesidad de conocimiento de las condiciones geográficas de la provincia. Hacia la mitad del siglo XIX ese vacío comenzaba a ser subsanado. José Manuel Restrepo en el Ensayo de geografía, producciones, industria y población de la provincia de Antioquia en el Nuevo Reino de Granada (1808) describía el suyo como un trabajo pionero de la geografía física y humana de Antioquia, en un contexto de inexistencia de estudios previos y en medio de un desconocimiento general de errores o falsedades de otros estudios anteriores (como los de Humboldt): “La provincia de Antioquia, una de las más fértiles y ricas del Nuevo Reino de Granada, ha sido hasta el presente desconocida de todos los geógrafos: su posición geográfica, sus principales ciudades, sus ríos navegables, sus bosques y montañas no existen en los mapas o están situadas con mil equivocaciones”13.

Al momento de escribir José Manuel Restrepo ese ensayo -vísperas del alzamiento del 20 de julio de 1810- tenía aproximadamente 33 años, se encontraba radicado en Santa Fe de Bogotá y se desempeñaba como abogado de la Real Audiencia. Hacía parte de la intelectualidad neogranadina y sus vínculos con Francisco José de Caldas (el Sabio), permiten considerarlo un criollo ilustrado y progresista. La idea del desconocimiento de la geografía de Antioquia era refrendada por Juan de Dios Restrepo a mediados de ese mismo siglo: “La provincia de Antioquia debe ofrecer a la investigación perseverante y filosófica de Alpha, una mina de curiosa explotación. Desde que suba a la primera de sus montañas, desde que salude al primero de sus habitantes habrá de encontrarse en un mundo desconocido: la naturaleza rica y salvaje y el hombre altivo y adusto como la naturaleza”14. 13 RESTREPO, José Manuel, “Ensayo de geografía, producciones, industria y población de la provincia de Antioquia en el Nuevo Reino de Granada”, en Revista Universidad de Antioquia, Vol. LII, No. 202, Medellín, Universidad de Antioquia, 1984, p. 51 (introducción por Víctor Álvarez). 14 RESTREPO, Juan de Dios, “Descripción del Estado Soberano de Antioquia, antes y poco después del año 1874 en su desarrollo económico social y cultural”, en ECHEVERRI M., Aquiles, El ferrocarril de Antioquia o el

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Por esta razón, desde los inicios del siglo XIX las nociones básicas, las imágenes y representaciones del territorio y de la geografía regional empezaron a configurarse a través de las descripciones de viajes y de los ensayos históricos y geográficos. En ellos se nombraba lo particular y lo propio de esta fracción del territorio colombiano que se estaba gestando como proyecto político regional. En la perspectiva que poseen en común José Manuel Restrepo, Juan de Dios Restrepo y Manuel Uribe Ángel sobresalen tres ideas. La primera, se refiere a las extremadamente dificultosas características de la topografía que les tocaron en suerte a los antioqueños. La segunda, que justamente esa dificultad planteada por la naturaleza hizo de estos hombres un pueblo “signado por la lucha y la confrontación permanente con esa naturaleza adversa”. Y la tercera, que precisamente como producto de esa lucha se forjaron los principales rasgos de lo que ellos mismos denominaron su carácter. Veamos, en primer lugar, los elementos que estos autores y otros más del siglo XIX resaltaban a propósito de la naturaleza y cómo la calificaban, para considerar luego, los rasgos del carácter que le adjudicaban al pueblo antioqueño. Los principales elementos del medio natural con los que estos autores describieron, nombraron, calificaron y valoraron a Antioquia, fueron sus “abruptas” montañas y cordilleras, sus ríos “torrentosos”, su “árido” y “quebrado suelo”15, la “esterilidad del país”, sus selvas y su clima. La comarca antioqueña cruzada por los dos ramales de la cordillera de los Andes, el central y el occidental, se representa como una “tierra arrugada” por causa de las cadenas de montañas “elevadas y escabrosas” que cruzan su territorio, creando una gran “confusión y laberintos” y dándole al paisaje un aspecto notablemente “quebrado” y “fragoso”16. Para Uribe Angel, Antioquia es “un país doblado” situado “en medio de arriscas montañas”17. Con un lenguaje desprovisto de calificativos, José Manuel Restrepo describe la topografía de Antioquia:

despertar de un pueblo. Estudio histórico, socio-económico y cultural que presentaba el Estado Soberano de Antioquia en 1874, Medellín, Colección Academia Antioqueña de Historia, 1974, p. 43. 15 RESTREPO, Vicente, Estudio sobre las minas de oro y plata en Colombia, Medellín, Fondo Rotatorio de Publicaciones FAES, 1979 [s.p.]. 16 RESTREPO, Juan de Dios, “Antioquia y sus costumbres”, en RESTREPO, Juan de Dios, Artículos Escogidos [1854], Bogotá, Banco Popular, 1972, pp. 44-45. 17 URIBE ÁNGEL, Manuel, Geografía General y Compendio Histórico del estado de Antioquia, París, Imprenta de Víctor Goupy y Jourdan, 1885, p. 746.

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“La extensión comprendida dentro de semejantes límites, de una figura oblonga muy irregular tiene 2.200 leguas cuadradas de superficie. De ésta, si exceptuamos la parte plana y despoblada del Magdalena, en lo interior de la provincia, contando el valle igual del Rio-Negro, el del Medellín, las pequeñas vegas del Cauca y el páramo Cuibá en los nacimientos del río Grande y Nechí, apenas habrá 40 leguas de superficie igual: lo demás del terreno está cortado en sentidos diversos por torrentes, valles, colinas, mil montes y hermosas cordilleras”18.

Mucho más emotivo en sus escritos periodísticos, Juan de Dios Restrepo describe los sentimiento que despiertan en él esas montañas; sin embargo, a esos sentimientos opone una razón práctica y, entonces, las montañas son “muros o barreras” impenetrables que “limitan, encierran, aíslan” y atormentan a los hombres19, bloquean las comunicaciones y les impiden moverse con libertad: son “obstáculos para el progreso y la civilización”20. “Yo amo las montañas con el corazón porque he pasado entre ellas los días más felices de mi primera juventud y fueron el primer horizonte que se presentó delante de mis ojos cuando se abrieron a la luz de la vida; pero mi razón las rechaza como obstáculos invencibles para el progreso y la civilización. Cuando oigo a alguno augurar progreso y prosperidad en lo porvenir para los países andinos, yo me río. Interróguese la historia y en ella no se encontrará una sola nación montañosa que haya tenido gran población, riqueza y prosperidad”21.

Esa topografía abrupta y montañosa está cruzada por ríos “precipitados y tumultuosos” continuaba diciendo Juan de Dios Restrepo22. El Cauca, el río más importante y caudaloso de la provincia era descrito como cruzado por “horribles cataratas, vórtices y angosturas, espantosos raudales”, así como por “remolinos, enormes piedras y un curso precipitado que produce naufragios y pocas ventajas para su navegación”23. Los demás ríos, con excepción del Nechí, el Porce y el último trayecto del Nare antes de 18 RESTREPO, José Manuel, op. cit, p. 54. 19 “[...] nada hay mas natural que pensar, por poco estudio que se haga de nuestra topografía, que es difícil, si no imposible, encontrar sobre el globo un pedazo de territorio que haya sido mas atormentado por los cataclismos y convulsiones de la naturaleza.”. RESTREPO, Juan de Dios, Artículos…, op. cit., p. 183. 20 Ibid., p. 90. 21 Ibid. Cursivas de la autora. 22 RESTREPO, Juan de Dios, Artículos…, op. cit., p. 44. 23 RESTREPO, José Manuel, op. cit., p. 56.

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desembocar en el Magdalena “son del todo innavegables” y están llenos de peligros (cataratas, raudales y angosturas)24. Desde las primeras décadas del siglo XIX las narrativas de los viajeros extranjeros por Antioquia subrayaban las características topográficas de este territorio: “lleno de altas montañas, bosques salvajes, profundos valles y fuertes y pequeñas corrientes”25 y las asociaban con los malos caminos y una situación de incomunicación y aislamiento. A mediados del siglo Agustín Codazzi reiteraba tales características: “[…] para llegar a él [al valle del Aburrá] de cualquier punto que sea, hay más dificultades y obstáculos que los que se presentan para atravesar el desierto […]” Sin embargo, Codazzi observaba: “el hijo de la antigua Antioquia, comparativamente a las otras secciones de la República, es aquel que precisamente más ha hecho y hace constantemente viajes a las Antillas, Estados Unidos y Europa, llevando allá su oro y trayendo toda clase de mercancías[…]”. Y se interrogaba: “Y ¿por qué, pues, no tiene una sola vía comercial para comunicarse con el resto de la República?”. Y se respondía: “No puedo creer que no conozcan lo que les conviene y me persuado que hasta hoy día han juzgado que las intrincadas serranías les impedían trazar por ellas caminos cómodos…”26. Y justamente a eso fue a lo que llegó Codazzi: a estudiar la geografía y a identificar por dónde trazar caminos. A partir de estas características topográficas, los antioqueños elaboraron las representaciones acerca del carácter de su población. El primer elemento que queremos subrayar es el uso del apelativo de “montañeses, hijos de la montaña, hombres de la montaña”27 como denominaciones con las que se los conocía desde la época colonial y que ellos mismos utilizaban con inocultable orgullo: “[…] Y las señoras, sin rebajar un punto en sus pretensiones de hidalguía, se ocupaban solícitas en los más humildes quehaceres domésticos: nadie se avergonzaba del trabajo. Las viejas y ruinosas preocupaciones españolas, que hacían del hidalgo pobre un mendigo ó un bandido, no habían podido subsistir en ellas. La constante laboriosidad de aquellos montañeses no era tanto efecto de codicia como del sentimiento profundo del deber”28. 24 Ibid. 25 GOSSELMAN, Carl August, Viaje por Colombia. 1826-1827, Bogotá, Banco de la República, 1981, pp. 238-239. 26 CODAZZI, Agustín (dir.), Geografía física y política de la Confederación granadina, Vol. IV, BARONA, Guido, GÓMEZ LÓPEZ, Augusto J., DOMÍNGUEZ OSSA, Camilo A. (edición, análisis y comentarios), Medellín, Universidad Nacional de Colombia - Universidad EAFIT - Universidad del Cauca, 2005. 27 RESTREPO, Juan de Dios, “Descripción…”, op. cit., pp. 46-47. 28 OSPINA RODRIGUEZ, Mariano, Biografía del doctor José Félix de Restrepo, Sabaneta, Centro de Historia José Félix de Restrepo, 1988, p. 26.

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La ocupación de este medio montañoso se asoció estrechamente con el aislamiento, la falta de roce social, su conservadurismo y el apego a costumbres que no cambian, los comportamientos rudos, así como también al emprendimiento, independencia y libertad: “Encerrados en estas crestas y hondonadas, sin roce alguno social, desconociendo el movimiento mas o menos progresivo de la civilización, sin estudios, sin maestros, sin ejemplos y sin luz intelectual vivieron y se multiplicaron como verdaderos montañeses, rígidos y altaneros, sin rendir culto alguno a las formas suaves de la sociedad”29.

Gosselman lo expresaba de esta manera:

“Los habitantes de la provincia de Antioquia […] encerrados por las alturas montañosas y han logrado conservar sus costumbres típicas, a diferencia de lo que ocurre con los de las provincias cercanas […] Por eso se encuentran las características centrales de los montañeses […]”30.

Posteriormente también lo retomó Álvaro Restrepo Eusse, quien lo expresaba del siguiente modo: “La situación geográfica del territorio que formó la provincia de Antioquia y su aislamiento relativo respecto de los demás secciones del País y el Exterior; las condiciones nativas de los habitantes formadas en el más rudo trabajo para adquirir independencia personal, ideal de todos sus esfuerzos; las costumbres sociales reducidas al limitado círculo de sus allegados, en el aislamiento y soledad de las montañas; y el hábito adquirido durante la Colonia, de no mirar en los poderes públicos ninguna acción benéfica y simpática, formaron al antioqueño un mundito aparte en el seno de la República...”31.

29 URIBE ÁNGEL, Manuel, Geografía General del Estado de Antioquia en Colombia, Medellín, Eds. Autores Antioqueños Gobernación de Antioquia, 1985, p. 763. 30 GOSSELMAN, Carl August, op. cit., p. 275-276. 31 RESTREPO EUSSE, Álvaro, Historia de Antioquia desde la conquista hasta 1900, Medellín, Imprenta Oficial, 1903, p. 142. Cursivas de la autora.

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De la vida de los “pueblos montañeses” se destacaba en los textos del XIX la “independencia”, como un valor cultural, especialmente -se decía- cuando “los montañeses se hallan rodeados de otros pueblos poderosos”. Las montañas se comparaban con “hogares sagrados de la libertad”, como afirmaba Juan de Dios Restrepo y se asociaban con la altivez y el orgullo de sus gentes: “De las dificultades y de la lucha es que han surgido los pueblos emprendedores y los hombres distinguidos [...]. Débese, pues, en gran parte la energía y entereza del carácter antioqueño a esa lucha ruda que ha tenido que sostener con la naturaleza”32.

De este modo iba tejiéndose la noción de que para el hombre antioqueño los obstáculos eran retos que estimulaban su creatividad, persistencia y emprendimiento, y que precisamente las dificultades eran las que le agregaban valor a esa lucha y a los hombres mismos que las acometían. Según Juan de Dios Restrepo, tal condición se hacía extensiva en el lenguaje popular a la lucha contra las adversidades de todo tipo: “Vivir es luchar es un aforismo que comparten todos en Antioquia”33. Enlazadas con el argumento central de lucha contra las dificultades y las adversidades que opone la naturaleza, como matriz del carácter regional, se encuentran otras características del pueblo antioqueño: “la actividad y la movilidad” como expresiones de su ausencia de pasividad frente a la miseria y “la poca difusión de aptitudes y sentimientos artísticos”; esto último, debido a que todas la energías las absorbe la resolución de las necesidades materiales y la lucha por la sobrevivencia contra una naturaleza ingrata34. Restrepo Eusse subrayaba el sentido pragmático y utilitario de los antioqueños de la siguiente manera: “Esta educación adquirida sin artificios, en el seno de la Naturaleza, a quien ha tenido que vencer para dominar, ha hecho desarrollar en él dos fuerzas poderosas, predominantes en su ser moral: la VOLUNTAD y el CÁLCULO. Estas dos cualidades han mantenido el Sentimiento y la Imaginación relegados a escalas muy secundarias, porque su acción impulsiva ha podido serle perjudicial en la lucha por la vida”35. 32 33 34 35

RESTREPO, Juan de Dios, “Descripción…”, op. cit., pp. 46-47. Ibid., p. 50. Ibid., p. 54. RESTREPO EUSSE, Álvaro, op. cit., p. 142. Mayúsculas en el original.

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En estos textos, los antioqueños son descritos no sólo como hombres que luchan por remover los obstáculos que se oponen al progreso y la civilización, sino como héroes que han salido triunfadores en esa lucha realizando “prodigios de adelanto y progreso”. Así los describe Juan de Dios Restrepo en 1850, refiriéndose a lo que encontraría Alpha en sus Peregrinaciones cuando entrara al territorio antioqueño: “Unas veces admirará la audacia de sus habitantes, que han hecho caminos a través de rocas y de precipicios, que no parecen accesibles sino a las aves y a las fieras; otras, esa lucha constante del hombre contra la naturaleza, en la cual el primero ostenta su triunfo con orgullo, estableciendo pastos y labranzas en todas parte donde hay tierra vegetal y construyendo habitaciones como nidos de águilas, en picachos escarpados cerca de las nubes.”36.

Alrededor de la victoria del hombre antioqueño sobre esa naturaleza recia, las situaciones se magnificaban y se utilizaba un lenguaje grandilocuente, produciendo los énfasis épicos característicos del discurso hegemónico de la identidad, que los autores aquí estudiados contribuyeron a articular y difundir en Antioquia sobre todo a fines del siglo XIX. “Lucha heroica, esfuerzo asombroso”, los “prodigios”37 alcanzados, la “genialidad de los habitantes”, esos “titanes”38 que transformaron la selva y extrajeron el oro de los ríos son algunas expresiones que ellos emplearon para contribuir a configurar una narrativa que buscaba producir un amplio acuerdo alrededor del triunfo del hombre antioqueño sobre la naturaleza. La colonización u ocupación de nuevas tierras ganadas a la selva y la fundación de pueblos en esos parajes fue un proceso socioeconómico sobresaliente en las narrativas de la historia regional. A fines del siglo XIX y comienzos del XX esta comenzaba ya a hacer parte de las representaciones de la identidad regional. En Uribe Ángel y Restrepo Eusse la colonización aparecía como un símbolo de la historia regional y el elemento que hacía únicos y particulares a los antioqueños. Así para unos, la colonización fuera una leyenda y para otros un modelo identitario, resulta innegable que a través de relatos y narraciones, de los discursos orales y escritos, la colonización de tierras fue adquiriendo entre los antioqueños un cariz legendario. Así lo reafirmaba López de Mesa en 1934 cuando anotaba que “la colonización de Antioquia suministró las bases para una nueva leyenda: la del antioqueño”39. 36 37 38 39

RESTREPO, Juan de Dios, Artículos…, op. cit., p. 42. RESTREPO, Juan de Dios, “Descripción…”, op. cit., p. 44. Ibid. LÓPEZ DE MESA, Luis, Introducción a la historia de la cultura en Colombia [1930], Bogotá, [s.e.], 1984, p. 19.

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El tono heroico del discurso hegemónico de identidad -en particular el que se produjo sobre la colonización- le cantaba a la victoria colectiva de los antioqueños sobre la naturaleza, la cual se interpretaba como una “campaña por la civilización” y en contra de la barbarie. De ahí que se experimentara tal júbilo cuando los bosques seculares caían estruendosamente ante el hacha y el machete40. La utilización de ese lenguaje y el tono épico-heroico de estos textos constituyen una estrategia innegable encaminada a producir emoción y orgullo regional.

2. Los legitimantes: civilización o barbarie El discurso decimonónico en el que se relacionan geografía y carácter de los antioqueños se sustenta en dos conceptos opuestos que por entonces se esgrimían en América Latina: civilización o barbarie. En relación con estos, resulta interesante comprobar cómo los intelectuales de finales del siglo XIX no les atribuyeron a los colonos que arrasaron montes y selvas razones prácticas y utilitarias para ello, sino una razón civilizadora que explicaba y justificaba de manera suficiente su confrontación con la naturaleza. La condición de tarea civilizadora que esta élite regional le otorgaba en sus discursos a la colonización y a los colonos puede leerse en Uribe Ángel: “Fredonia pudo considerarse como punto avanzado o como cuartel general, para facilitar las operaciones de los colonos del sudoeste y para iniciar las campañas que contra el bosque, las fieras y el clima emprendió desde entonces, con el fin de alcanzar la victoria civilizadora que ya se ha conseguido”41.

Con el auxilio de un lenguaje militar, en la cita anterior se produce una metáfora que compara la colonización con una guerra y a los colonos con ejércitos que luchan por la civilización. El uso de este lenguaje pareciera haber sido más común de lo pensado, probablemente como producto del ambiente guerrero que se vivió durante el siglo XIX en la naciente República de Colombia. Restrepo Eusse utilizaba metáforas semejantes en sus referencias al Sonsón de 1842: “…servía de cuartel a la poderosa falange de los titanes transformadores de las selvas [...] en su camino hacia Herveo y el Cauca”42. De este modo se explica en estos discursos identitarios el proceso colonizador que protagonizó el pueblo antioqueño durante el siglo XIX, adjudicándole a sus 40 RESTREPO, Juan de Dios, “Descripción…”, op. cit., p. 45. 41 URIBE ÁNGEL, Manuel, Geografía General del Estado… op. cit, p. 158. 42 RESTREPO EUSSE, Álvaro, op. cit., p. 166. Cursivas de la autora.

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protagonistas una razón suprema -que en la mentalidad de los intelectuales de la época poseía carácter sagrado: civilizar- y esta como la motivación unificadora y cohesionadora de sus actuaciones. También de este modo se le otorgaba sentido y coherencia a un proceso social, cuyas dimensiones y efectos no se habían comprendido a cabalidad en aquellos momentos. Es en ese sentido que esos discursos son ordenadores o productores de realidad. La civilización y lo civilizado pueden tener diversos significados y adquirir sentidos diversos de acuerdo con los contextos en los cuales a ellos se refieran los discursos. Inscritos en las relaciones hombre-naturaleza, la civilización y lo civilizado tenían la connotación de lo culto, lo cultivado o lo domesticado; es decir, aquello que el hombre ha transformado a través de su esfuerzo y trabajo, sacándolo por ello de su condición natural43. En los textos que aquí analizamos, lo civilizado está representado en el “nosotros” que ha producido dominio y control efectivos sobre la naturaleza, por la religión y moralidad, la familia, el esfuerzo, el trabajo, y por la prosperidad y el progreso que de allí se derivan. Lo civilizado se asocia con la institucionalización y control del territorio, de los recursos y de las gentes, y se simboliza con la luz y la claridad. El salvajismo y la barbarie los encarnan los otros (indios, negros y mulatos) y lo otro (zonas distantes, inhóspitas y salvajes, selvas y montes, tinieblas, oscuridad y peligro) y todo aquello desconocido e incontrolado por el hombre; en síntesis, todo aquello que hace parte de los dominios de la naturaleza. Acorde con lo anterior, las sociedades más avanzadas en términos de tecnología, es decir, aquellas que, desde su perspectiva, habían cumplido el sueño de dominar la naturaleza, se convirtieron en modelos dignos de imitar. Por eso, Juan de Dios Restrepo se refería con admiración y respeto a los Estados Unidos y al adelanto técnico que dicho país presentaba a fines del siglo XIX, empelando expresiones como “ese inmenso taller de la actividad humana, en el cual el hombre domina y tiraniza a la naturaleza, al paso que en nuestra América del sur, la naturaleza ahoga y tiraniza al hombre”44.

43 Ver MOYANO, Marisa, “Facundo: la negatividad de la barbarie y los procesos de territorialización”, 2003, http://www.sincronia.cucsh.udg.mx/facundo.htm, fecha de consulta: septiembre de 2006, para ilustrar el dilema de los intelectuales latinoamericanos del siglo XIX ligados con el mundo europeo, ante la dicotomía civilización/barbarie y los sesgos de la construcción de la identidad nacional. 44 RESTREPO, Juan de Dios, Artículos…, op. cit., p. 92.

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3. Prosperidad y éxito económico: efectos del carácter

En los escritos de pensadores, políticos y funcionarios de la segunda mitad del siglo XIX, el dominio del hombre antioqueño sobre la naturaleza encontró su mejor demostración en la creación de un entorno económico y productivo calificado como próspero y exitoso; y se difundía una visión optimista acerca de las condiciones de bienestar y progreso que experimentaba Antioquia en aquellos momentos. Vicente Restrepo, siendo ministro de relaciones exteriores durante el gobierno de Rafael Núñez y en busca de inversión extranjera para las minas de oro de Antioquia, consignaba en sus escritos de 1883 su idea de que este era un estado rico y próspero, el mayor productor de oro del país y que a la extracción de ese mineral este le debía su riqueza y prosperidad45. La misma confianza y seguridad reflejaba en sus escritos Uribe Ángel: “…Y todo en el Distrito [Medellín] parece tan favorable a su engrandecimiento, que no vacilamos en afirmar que un porvenir de civilización y prosperidad será alcanzado en tiempo no distante.”46. En 1903 el abogado-historiador Restrepo Eusse anotaba que en el XIX “la minería y el comercio producían grandes riquezas y aseguraban próspero porvenir”; pero muy especialmente anotaba cómo esas actividades “hacían de esta sección una de las mas prósperas de la República”47. Vicente Restrepo defendía con vehemencia su idea de Antioquia como un estado próspero, el mayor productor de oro del país (al que después le sigue Chocó); enseguida anotaba que esto no era así por la riqueza de las minas ni por los conocimientos o la técnica que se asociaban con su explotación, sino por el enorme despliegue de esfuerzo humano, es decir, de trabajo, que esa actividad había demandado48. La minería colonial fue considerada en el contexto del discurso de esta élite regional ilustrada como una importante escuela de trabajo y génesis de la dedicación al trabajo de los antioqueños. En los textos de la segunda mitad del siglo XIX a los que hemos venido haciendo referencia, y también en los de la primera mitad del siglo XX, las actividades económicas y productivas aparecen como una creación “prodigiosa” y la mayor expresión de “victoria” alcanzada por el hombre antioqueño en su lucha contra una naturaleza hostil. Y se consideraba que ello se había producido gracias a la “dedicación desmesurada al trabajo” de este pueblo. En tales discursos se producía y se elaboraba el 45 46 47 48

RESTREPO, Vicente, op. cit., p. 19. URIBE ÁNGEL, Manuel, Geografía General del Estado…, op. cit., p. 131. RESTREPO EUSSE, Álvaro, op. cit., p. 159. RESTREPO, Vicente, op. cit., [s.p.]

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significado del trabajo para la sociedad antioqueña, como “estímulo de las cualidades” particulares de “la raza”, factor posibilitador de autonomía, independencia y dignidad personales para los ciudadanos. La “valoración y apego al trabajo” constituyó un componente básico del carácter de los antioqueños y del comportamiento colectivo. La reproducción de tales formas de representación de Antioquia y de los antioqueños se intensificó a medida que avanzaba el siglo XIX, y con su reiteración iba difundiéndose una imagen altamente valorada de sí mismos adentro de sus fronteras y también por fuera de ellas. Estas imágenes se prolongarían -por lo menos- hasta mediados del siglo XX. La riqueza y prosperidad regionales se traducían en “altos patrones de vida”, lo cual constituyó factor de orgullo de los trabajadores antioqueños: “Objeto en otro tiempo de compasión e inquietud49, los frugales y endurecidos trabajadores antioqueños se enorgullecen hoy de tener el más elevado patrón de vida en Colombia. Entre ellos, comerciantes y pequeños propietarios han obtenido una solvencia y estabilidad económica no comunes en otras partes de Latino América”50.

Esta narrativa de la identidad en Antioquia, que en adelante denominaremos el elogio de la dificultad, se compone de las siguientes nociones básicas que configuran su núcleo representacional51: 1) en Antioquia la subsistencia se produce en medio de unas condiciones naturales difíciles y adversas, 2) a través del trabajo los hombres despliegan un esfuerzo denodado de lucha contra esas condiciones naturales, 3) que se concibe como una lucha entre civilización y barbarie, la que culmina con el triunfo del hombre, 4) materializado en la riqueza y prosperidad de la región y 5) en cuyo 49 Con esta observación Parsons hace eco de las afirmaciones de otro extranjero, E. Hagen, según el cual, en el siglo XVIII los antioqueños eran mal vistos por los habitantes de otras regiones, especialmente por los del centro del virreinato. HAGEN, Everett, El cambio social en Colombia. El factor humano en el desarrollo económico, Bogotá, Tercer Mundo, 1962, p. 91. 50 PARSONS, James J., La colonización Antioqueña en el Occidente de Antioquia, Medellín, Imprenta Departamental de Antioquia, 1950, p. 50. 51 El sistema nuclear es el componente de las representaciones sociales más fijo y estable, que se diferencia, a la vez que se complementa con otro, denominado sistema periférico, más cambiante y móvil, dependiente del primero: “El sistema central es estable, coherente, consensual e históricamente marcado […] el sistema periférico es más sensible y está determinado por las características del contexto inmediato […]”. ABRIC, Jean Claude, Central System, peripheferal system: their functions and roles in the dynamics of social representations, 2004, http://www.psr.jku.at/psrmindex.htm, fecha de consulta: octubre de 2004.

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proceso se fueron forjado el carácter y las principales cualidades colectivas del pueblo antioqueño: tenacidad y emprendimiento .

4. Un corte en las representaciones de la región De la tendencia que hemos venido configurando, que permite correlacionar condiciones naturales adversas, lucha contra la naturaleza y carácter enérgico de los antioqueños, es necesario excluir el texto de José Manuel Restrepo Ensayo sobre la Geografía de la provincia de Antioquia. Señalar tal excepción ofrece una condición fundamental para los objetivos del presente artículo: “Aunque sea tan pequeño este número [de habitantes], con todo, si los moradores fueran industriosos, si calcularan sus verdaderos intereses, esta provincia caminaría rápidamente hacia la prosperidad. Pero el antioqueño con un cuerpo sano y robusto, con un carácter bondadoso, con unas costumbres sencillas, con una moral ajustada, con aptitud para las ciencias, las artes y para la cultura, yace en la ignorancia y en la inacción. Sus modales, sus antiguos usos y su lenguaje poco limado manifiestan a primera vista que es de una provincia interna: sus artes son muy imperfectas, la industria está en la cuna. Es cierto que ama el trabajo, pues ya rompe las duras piedras, corta las colinas, ahonda los ríos y saca el más precioso de los metales [...] pero tenazmente asido a las costumbres de sus mayores poco ilustrados y lleno de envejecidas preocupaciones, no atiende a los brillantes ejemplos que le dan otros pueblos mas civilizados”52.

Por su crítica a la “inacción y el conservadurismo” de los antioqueños, así como por su idea de que la minería no era ni había sido factor de riqueza para la provincia, resulta notorio que la visión de José Manuel Restrepo no coincidía con la narrativa de la identidad producida por los intelectuales de fines del siglo XIX. Esto nos permite afirmar que su visión de los antioqueños se encontraba más cercana de aquella que, durante el siglo XVIII, consignaron gobernadores, funcionarios y miembros ilustrados de la Corona española. Joaquín de Finestrad, Antonio Manso, Francisco Silvestre y Juan Antonio Mon y Velarde plantearon sus visiones acerca de la escasa dedicación al trabajo, la vagancia y la pereza para encarar el trabajo en las minas, que se hacían notorios entre los habitantes 52 RESTREPO, José Manuel, op. cit., pp. 60-61. Las cursivas son de la autora.

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de la provincia de Antioquia. Antonio Manso, Presidente de la Audiencia del Nuevo Reino, en su relación de 1729, después de ponderar las riquezas del país decía: “[…] Es cierto Señor, que hay mucho mas oro que el que dejo insinuado; pero sábese solo que le hay por lo patente que está y algunos pocos tomines que se rescatan, no porque alguien le trabaja en las minas […]”53.

Para Don Francisco Silvestre, gobernador de la provincia durante la segunda mitad del siglo XVIII, Antioquia era “[…] la joya mas preciosa y rica que tiene nuestro soberano en todos sus dominios, no tanto por la abundancia con que la naturaleza hace admirar la abundante fertilidad de sus producciones en yerbas medicinales […] cuanto por los muchos riquísimos minerales de oro que desde su centro se derraman hasta su extremos […] de modo que lo palpan los ojos […] Pero toda esta riqueza que parece ponderadora y que examinada como yo le he dicho deja con la realidad acreditado el aserto, se halla como arruinada, y dada al desprecio…”54.

Joaquín de Finestrad, autor de la obra El vasallo instruido, escrita hacia 1783, anotaba en ella que lejos de considerar que las minas fueran el ramo más feliz de la Corona, su parecer era que “son la causa de los atrasos sensibles de las Provincias. La de Antioquia, que toda está lastrada de oro, es la más pobre y miserable de todas.”. Y agregaba que había tenido la ocasión de pasearse por los últimos rincones de la provincia de Antioquia y que “a tropas se me presentaban los pobres cargados de miseria, sin embargo de estar ocupados en solicitud de oro”. Y al tratar de la minería decía: “este es el origen de la pobreza y miseria que se experimenta en tan pingüe y rica Provincia”55. Para referirse a la provincia Mon y Velarde utilizó expresiones como “pobreza”, “miseria”, “ignorancia”, “vagancia”, “atraso”, “con sólo tres poblaciones de relativa importancia y unos cuantos poblados sin esperanza”. Sobre sus habitantes Mon y Velarde afirmó que carecían de “hábitos de trabajo”56. 53 54 55 56

ROBLEDO, Emilio, op. cit., p. 41. Ibid., p. 40. Ibid., p. 39. Ibid., p. 40.

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En contraste con el conjunto de afirmaciones emitidas por los funcionarios de la Corona a finales del siglo XVIII, los analistas que escribieron sobre la historia de la provincia optaron más bien por enfatizar su visión sobre las condiciones económicas favorables de ella durante el siglo XIX. Algunos llegaron incluso a sostener que la actitud afecta al trabajo de los antioqueños era una condición de diferenciación que había sido aprehendida y heredada de la Colonia, asociada al trabajo minero como una importante escuela de trabajo57. Esta perspectiva fue la que en definitiva integró el discurso identitario regional. Así, alrededor de la pobreza de la provincia y del significado de la minería y de la dedicación al trabajo se produjo la primera y más contundente diferencia interpretativa sobre Antioquia. Esta se presentó, como ha quedado dicho, entre los funcionarios de la Corona española de finales del siglo XVIII y los políticos e intelectuales de la región decimonónica posterior a la Independencia, que lideraron la construcción del régimen republicano en esta provincia. En poco más de un siglo, las condiciones económicas que soportaban las imágenes y percepciones de Antioquia y de los antioqueños producidas por la élite económica, política e intelectual se modificaron ostensiblemente. Sin dudas, se trata de dos posiciones diferentes que dan cuenta de núcleos diferentes de representación. Este corte se encuentra asociado con los cambios que se presentaron en las condiciones de la economía producidas en el tiempo transcurrido entre los diferentes escritos: el paso de la minería de aluvión a la de veta, la colonización del occidente y la agricultura.

5. Continuidad en el siglo XX La vigencia de las narrativas del elogio de la dificultad se registra desde mediados del siglo XIX y se prolonga -por lo menos- hasta la mitad del siglo XX. Esto resulta perceptible en el libro del médico cirujano e intelectual liberal Luis López de Mesa, De cómo se ha formado la nación colombiana [1934], en el cual construye su propia visión acerca de la nacionalidad colombiana en su diversidad racial y regional. López de Mesa nació en 1884 en el pueblo antioqueño de Don Matías, fue profesor universitario, Ministro de Educación en 1934, durante el primer gobierno de Alfonso López Pumarejo, Ministro de Relaciones Exteriores y Rector de la Universidad Nacional, entre otros cargos de importancia. En el segundo capítulo (“Breve interpretación del territorio de Colombia”) del mencionado libro, López de Mesa resalta las dificultades para dilucidar unas características comunes en medio de la gran diversidad geográfica y natural 57 OSPINA RODRÍGUEZ, Mariano, op. cit., p. 58.

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colombiana. Y como respuesta a su propia pregunta acerca de “la composición e índole” del pueblo colombiano considera necesario establecer “diferencias regionales” e iniciar un viaje imaginario por el país, a través de seis grandes regiones. Al referirse a Antioquia nombra las dificultades de unos “suelos pobres para la agricultura”, de las “arriscadas alturas de pobre vegetación y vertiginosos pendientes que, a través de extensos bosques”58 mantuvieron a los antioqueños aislados del río Magdalena y del mar durante más de cuatro siglos. Podemos decir, en síntesis, que para López de Mesa este pueblo es producto fundamentalmente de dos factores que lo han moldeado: El medio físico “Su grupo étnico [aunque] debiera clasificarse como el del litoral, iberoafro-americano, pero el medio físico ha modificado tan hondamente a este grupo que en nada se asemeja al precedente y se distingue de todos los restantes de la república”59,

y las condiciones económicas:

“Pueblo emprendedor, migrador y comerciante ha dado lugar a que se le considere judío [...] otros historiadores dicen que estas características provienen de su ascendencia catía, indígenas igualmente andariegos y comerciantes [...] Yo creo que mucho de lo que son los antioqueños depende de las condiciones económicas en que han vivido [...]”60.

En un contexto económico muy diferente al del auge minero de fines del XIX, López de Mesa reproduce la narrativa de la identidad, que tan alto consenso había alcanzado en el siglo anterior. Y para ello retoma sus elementos básicos: la estrecha relación entre el medio físico y las características humanas que hacen diferentes a los antioqueños de los demás “grupos étnicos” de la República61, así como el enorme esfuerzo que deben desplegar en tan pobres circunstancias para alimentar a su población62. La narrativa del elogio de la dificultad aparece de forma comprimida en el siguiente párrafo de López de Mesa:

58 59 60 61 62

LÓPEZ DE MESA, Luis, De cómo se ha formado la nación colombiana [1934], Medellín, Bedout, 1970, p. 90. Ibid., p. 94. Ibid., p. 95. Ibid. Ibid.

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“Lo que existe [en Antioquia] es loable en justicia si paramos mientes en el esfuerzo asombroso que ello ha costado a este pueblo arraigado entre riscos casi inaccesibles, durante 4 centurias aislado por extensos bosques de su única vía de comunicación que era el río Magdalena y alejados del mar a cosa de mil km. de difícil tránsito: este es el milagro de aquellas gentes, que así tan pobres y solitarias [...] Siempre he preciado mucho esta vocación admirable del pueblo antioqueño a ennoblecer su estirpe con dones de espiritualidad a través de un sino adverso...”63.

Su lenguaje, aunque elogioso, no tiene el tono grandilocuente ni heroico para referirse a los antioqueños. Su postura posee, en cambio, un énfasis determinista que, sin dejar de reconocer el esfuerzo desplegado por los antioqueños en su trayectoria histórica, resalta las profundas influencias del medio natural y de las condiciones económicas para moldear y modificar a este pueblo. Un texto clásico de la antropología colombiana Familia y Cultura en Colombia, donde se reproducen las narrativas del elogio de la dificultad desde una mirada externa, lo escribe Virginia Gutiérrez de Pineda (antropóloga santandereana de la primera generación profesional). En este libro publicado a finales de la década de 1960, la autora describe la tipología y estructura familiar en Colombia, a través de cuatro “complejos culturales” utilizando una nomenclatura que combina factores geográficos y étnicos64. Virginia Gutiérrez consideró los complejos como “dotados de un hábitat particular”, habitados por “un conjunto demográfico de características étnicas dadas”, el cual había creado mediante un “proceso histórico vivido separadamente”, la sociedad representada en instituciones; en esas instituciones operaban valores, imágenes y pautas de comportamiento en “complicada acción integrativa” y bajo una “marcada identidad”65. De acuerdo con Gutiérrez de Pineda, el habitante del complejo cultural antioqueño expresa una notoria preferencia por el hábitat de vertientes montañosas. La perspectiva de la autora en algunos momentos parece llegar a tomar la forma de un determinismo que, sin embargo, le deja juego a la creatividad e iniciativa del pueblo antioqueño. En concordancia con lo que se viene analizando, esta autora considera que las difíciles 63 Ibid., p. 104. Las cursivas son de la autora. 64 Denominados complejo cultural andino o americano, complejo negroide o litoral fluvio-minero, santandereano o neohispánico y antioqueño o de la montaña. GUTIERREZ de PINEDA, Virginia, Familia y Cultura en Colombia [1968], 3ª ed., Medellín, Universidad de Antioquia, 1994. 65 Ibid., p. xxxi.

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condiciones naturales y geográficas constituyeron para el hombre antioqueño “retos fecundos en su camino hacia el dominio y moldeamiento de su hábitat”, lo cual fue logrando a base de “inventiva, método y tenacidad”: “La arisca topografía de su hábitat, las condiciones de sus corrientes fluviales, constituyeron un reto de fecunda respuesta en el proceso de moldeamiento ambiental logrado a fuerza de inventiva, método y tenacidad. La actual comunicación moderna es un nuevo ejemplo de su empuje agresivo canalizado fecundamente en la conquista de su hábitat. Sin embargo, donde mejor se patentiza el ánimo dominador del medio físico es en la odisea del colono antioqueño. Recordemos su éxodo fértil a lo largo y ancho de las vertientes cordilleranas...”66.

Para la antropóloga Gutiérrez de Pineda, el “impulso agresivo masculino” encontraba en este complejo cultural un canal creativo y de expresión social que se reflejaba en el “control productivo de su hábitat” y en otros elementos, que ella sintetiza como “creación económica” y que aluden a lo que atrás hemos denominado el éxito económico y las condiciones de prosperidad y progreso de la región. Además, las nuevas situaciones producidas en Antioquia, durante la primera mitad del siglo XX, como la nueva expansión colonizadora del núcleo antioqueño sobre las tierras bajas y cálidas (el río Magdalena, Urabá y Bajo Cauca) fueron integradas en esa perspectiva interpretativa como una nueva traducción de la “agresión e impulso creador” del hombre antioqueño67. Si bien, en su texto la autora refrenda el discurso hegemónico del siglo XIX, interesa resaltar dos diferencias importantes: 1) no considera esta una lucha heroica entre civilización y barbarie, pues este modelo dual ya había sido superado; 2) para los rasgos de los habitantes del complejo busca explicación en ciertas condiciones básicas de todos los seres humanos, en sus pautas de comportamiento o en el “instinto de agresión” (clara influencia de la Psicología) y en unas maneras particulares de “proyección o extraversión”, “todo ello en complicada acción integrativa” (podría decirse funcional), y no en factores externos o estructurales, es decir, en interacción histórica con el hábitat y las instituciones, y como forma de expresión del interior hacia el exterior y del individuo hacia la sociedad.

66 Ibid., p. 404. Las cursivas son de la autora del artículo. 67 Ibid.

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Esta mirada de observadora externa a la región se complementa con la de James Parsons, investigador social norteamericano, quien publicó a mediados del siglo XX su investigación sobre la colonización antioqueña; también su texto está desprovisto del énfasis heroico con que las élites decimonónicas redactaron su discurso. Aun cuando Parsons reconoce las condiciones particulares de la geografía (las “tierras improductivas y rojizas” y la “naturaleza profundamente quebrada de la región”) no resalta la adversidad ni la heroicidad de la lucha contra las condiciones naturales. Parsons destaca, más bien, el aislamiento largo y efectivo en las montañas como generador del “definido tradicionalismo” y la “peculiaridad de los rasgos culturales” de este pueblo, lo cual se expresa precisamente en su estrecha ligazón con las montañas: “A despecho y pesar de esta expansión geográfica (se refiere al proceso de colonización de tierras), todos los vínculos culturales y anhelos de este pueblo están en el viejo corazón de las montañas de Antioquia y en el hermoso Valle de Medellín...”68.

A manera de conclusión Las interesantes diferencias que se registran entre los textos de José Manuel Restrepo y Juan de Dios Restrepo, y los que se retoman de ahí en adelante, nos permiten afirmar que el elogio de la dificultad como narrativa de la identidad regional en Antioquia tiene un momento de arranque que puede situarse a mediados del siglo XIX y se extiende sin fisuras hasta la mitad del siglo siguiente69. Esta narrativa recoge las representaciones de una intelectualidad regional posterior al proceso de Independencia de España, en el siglo XIX, con respecto a la valoración del entorno. Con su visión de esos elementos y con otros más que en este artículo no se mencionan, se intenta construir, elaborar y difundir su noción del pueblo antioqueño y de los antioqueños. Esta narrativa permite, a su vez, representarse y representar la diversidad dentro y fuera de sus fronteras, y calificar a los otros en términos positivos o negativos, en la medida en que sus formas y modos de vida se considerarán semejantes o diferentes de los propios.

68 PARSONS, James J., op. cit., p. 2. 69 La revisión de textos historiográficos que incluimos en la investigación en la cual se basa el presente artículo, abarca los que se refieren a la historia de Antioquia hasta la primera mitad del siglo XX. Si bien hemos identificado muchas líneas de continuidad entre las representaciones de la identidad antioqueña sustentadas por la historiografía decimonónica y la historiografía académica contemporánea, es necesario hacer un estudio sistemático de los textos contemporáneos a propósito de la historia reciente de Antioquia (segunda mitad del siglo XX), para poder precisar hasta dónde van las continuidades y a partir de qué y de quiénes se producen las rupturas.

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Entre los intelectuales que escribieron sobre la geografía y la historia de Antioquia que venimos de analizar, es decir, en casi un siglo y medio de trabajo intelectual -desde comienzos del siglo XIX hasta la mitad del siglo XX- no identificamos discursos alternos que negaran, estuvieran en contra o discreparan de aquellos que configuraron el elogio de la dificultad. Esto no significa que los discursos de la intelectualidad decimonónica fueran monolíticos. En efecto, se produjeron divergencias parciales en relación con asuntos, también parciales, producto de lo cual, sin embargo, no se configuran nuevos núcleos de representación, que nos permitan hablar de la configuración de otras narrativas diferentes de la identidad regional. Se evidencian, en cambio, diferencias de fondo (núcleos duros) que configuran representaciones diferentes de la identidad regional en los textos de comienzos del siglo XIX, anteriores a la Independencia, que presentan continuidad con las percepciones y representaciones sobre los antioqueños producidas y difundidas a finales del siglo XVIII. Los textos de López de Mesa y Gutiérrez de Pineda hacen parte de los primeros apuntes de geografía cultural y humana, tendencia de comienzos del siglo XX en las ciencias humanas, a la que se denominó culturalismo, particularismo cultural o ecologismo cultural, asociada con la identificación de áreas culturales. En esta, los grupos humanos poseen características colectivas que obedecen a adaptaciones al medio natural y al entorno geográfico, relación que configura territorios y grupos nítidamente diferenciables y casi aislados en sus particularidades; no se resaltan las complejidades que entrañan las interacciones entre grupos. Tal tendencia fue inspirada por Vidal de la Blache70, quien propuso la noción género de vida, según la cual el hombre entra en relación con la naturaleza por medio de técnicas mezcladas con cultura local; el espacio en ella es resultado de interacción entre una sociedad localizada y un medio natural dado. De acuerdo con Milton Santos, Vidal de la Blache procuró definir las relaciones particulares que se entretejen entre el hombre y el espacio que le rodea, de manera que la personalidad del hombre termina por estar marcada por la personalidad regional.

70 Citado por SANTOS, Milton, Por una nueva Geografía, Madrid, Espasa Calpe, 1990.

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“Prefiriendo siempre á los agrimensores científicos”. Discriminación en la medición y el reparto de resguardos indígenas en el altiplano cundiboyacense, 1821-1854 Resumen El artículo examina el proceso de medición y reparto de los resguardos indígenas en la Nueva Granada y sostiene que este proceso estuvo cargado de conflictos interminables. Demuestra cómo los prejuicios basados en percepciones de diferencias de etnicidad y de género jugaron un papel crítico en desatar conflicto cuando se intentó privatizar a los resguardos. El enfoque de las luchas se centró sobre el agrimensor: el que tenía el poder de nombrar al agrimensor podía controlar -en gran parte- la forma como las parcelas de los resguardos iban a ser distribuidas. Al nombrar agrimensores entrenados en el Colegio Militar, los gobernadores de Bogotá consolidaron su poder político sobre la medición y el reparto de resguardos, legitimaron un proceso cuyas reglas fomentaban la discriminación étnica y de género, y promovieron la reputación de ingenieros entrenados en el Colegio Militar como técnicos hábiles y neutrales, a pesar de los errores que estos también cometieron. Palabras claves: Resguardos de indígenas, Bogotá, siglo XIX, Nueva Granada, etnicidad, género, agrimensura, Colegio Militar, ingeniería, tenencia de la tierra, tributo.

“Always preferring scientific surveyors”. Discrimination in the privatization of indigenous reservations in the highlands of Cundinamarca and Boyacá, 1821-1854 Abstract This article examines the process of privatization of indigenous reservations in New Granada and argues that the process was mired in conflict. The article demonstrates how ethnic and gender discrimination sparked conflict as attempts were made to privatize indigenous reservations. The focus of the struggles for control over the privatization process was the surveyor: he who had the power to name the surveyor could -in large part- control how the privatized land parcels would be distributed. By naming surveyors trained in the national Military School, the governors in Bogotá consolidated their political power over privatization, legitimated a process that fomented ethnic and gender discrimination, and promoted the reputations of surveyors trained in the Military School as neutral, dependable experts, despite the mistakes these surveyors also committed. Keywords: Indigenous reservations, Bogotá, Nineteenth Century, New Granada, ethnicity, gender, surveying, Military School, engineering, landholding, tribute. Artículo recibido el 16 de junio de 2006 y aprobado el 6 de septiembre de 2006.

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“Prefiriendo siempre á los agrimensores científicos”. Discriminación en la medición y el reparto de resguardos indígenas en el altiplano cundiboyacense, 1821-1854 Y Lina Del Castillo 1

Introducción: la agrimensura de los resguardos indígenas y la construcción de un territorio nacional En 1834, Lorenzo María Lleras (1811-1869), educador e intelectual de Bogotá, publicó un folleto de 33 páginas, titulado Catecismo de agrimensura apropiado al uso de los granadinos , que utilizó para su discusión acerca de las herramientas y metodologías de mayor utilidad para los agrimensores. En el prefacio, Lleras escribió: “[…] es triste observar la forma como la división y medición de los resguardos ha sido hecha en algunas aldeas” . El Y Este artículo es resultado de una investigación sobre la historia de las ciencias geográficas en Colombia en el curso del siglo XIX, la cual fue financiada por la Nacional Science Foundation y por la Universidad de Miami. La autora agradece a Raymond Craib, Matthew Edney, Bruce Bagley, Steven Stein, Robin Bachin, Germán Mejía, Karl Offen, Camilo Quintero, Marten Briennen, José María Del Castillo, Gary Greenberg, y a los lectores anónimos de la revista Historia Crítica por sus críticas a los borradores de este artículo. Gracias también a Fabio Zambrano por su ayuda en hallar fuentes relevantes sobre resguardos. La responsabilidad por errores de hecho o interpretación, es, sin embargo, de la autora. Traducción de Clara Inés Restrepo. 1 Historiadora de Cornell University (Estados Unidos), Maestría en Historia en University of Miami (Estados Unidos) y Candidata a Ph.D. en Historia en University of Miami (Estados Unidos). 1 De acuerdo con el Nuevo Tesoro lexicográfico de la Lengua Española, para 1822 la agrimensura es “el arte de medir tierras” y el agrimensor “el que tiene por oficio medir las tierras”. http://www.rae.es. Citado en CURRY, Glenn, The Disappearence of the resguardos indígenas of Cundinamarca, Colombia. 1800-1863, Ph.D. diss., Vanderbilt University, 1981, pp. 117-118. El documento original no fue encontrado en las bibliotecas o en los archivos de Bogotá. Ibid., p. 118.

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Catecismo de Lleras formaba parte de una serie de intentos por suplir la creciente necesidad de agrimensores entrenados y calificados para facilitar el proceso de medición y reparto de los resguardos indígenas que el gobierno urgía. Es abundante la bibliografía reciente que se ocupa de la manera como la abolición de tributos y la privatización de las tierras comunales indígenas influyó en la formación del Estado y de la identidad étnica en algunos países de América Latina . Esta circunstancia ha contribuido a incrementar nuestra comprensión de los efectos de esta reforma agraria sobre el significado cultural y político de la identidad indígena; sin embargo, la gran mayoría de estos estudios no ha examinado el proceso mediante el cual los resguardos fueron medidos, parcelados y privatizados . Este artículo contribuye al examen del papel que jugaron la agrimensura y los agrimensores en la “construcción” de la propiedad privada a partir de los resguardos indígenas en la Nueva Granada. Los impuestos directos a la propiedad privada fueron uno de los mecanismos fundamentales a través de los cuales los Estados hispanoamericanos, después de Para ejemplos de trabajos importantes ver SAFFORD, Frank, “Race, Integration, and Progress: Elite Attitudes and the Indian in Colombia, 1750-1870”, en Hispanic American Historical Review, Vol. 71, No. 1, Durham, Duke UP, 1991, pp. 1-33; SANDERS, James, “Belonging to the Great Grenadian Family: Partisan Struggle and the Construction of indigenous Identity and Politics in Southwestern Colombia,1849-1890”, en APPELBAUM, Nancy y MACPHERSON, Anne (eds.), Race and Nation in Modern Latin America, Chapel Hill, North Carolina UP, 2003, pp. 56-86; IRUROZQUI, Marta, “Las paradojas de la tributación. Ciudadanía y política estatal indígena en Bolivia, 1825-1900”, en Revista de Indias, Vol. LIX, No. 217, Madrid, Consejo Superior de investigaciones científicas, 1999, pp. 705-740; BRIENEN, Marten, “The Clamor for Schools: Rural Education and the Development of State-Community Contact in Highland Bolivia, 1930-1952”, en Revista de Indias, Vol. LXII, No. 226, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2002, pp. 615-649; MALLON, Florencia E., Peasant and Nation: The making of Postcolonial Mexico and Peru, Berkeley, Berkley UP, 1995; THURNER, Mark, From Two Republics to One divided: Contradictions of Postcolonial Nation-Making in Andean Peru, Durham, Duke UP, 1977. Los trabajos que sí retoman esta perspectiva se han centrado más que todo en México y parte de América Central. Para Veracruz, ver CRAIB, Raymond, Cartographic Mexico: A History of State Fixations and Fugitive Landscapes, Durham, Duke UP, 2004, pp. 91-126. Para El Salvador, ver LAURIA SANTIAGO, Aldo, An Agrarian Republic: Commercial Agriculture and the Politics of Peasant Communities in El Salvador, 1824-1918, Pittsburgh, Pittsburgh UP, 1999. La historia de la agrimensura como tal sale del enfoque de este artículo. Para un resumen de esta historia a partir de los instrumentos: KIELY, Edmund R., Surveying Instruments: Their History, Columbus, Carben Surveying Reprints, 1979. El debate sobre constructivismo va más allá del alcance de este artículo. Algunos trabajos claves sobre el tema son los siguientes: BERGER, Meter L. y LUCKMAN, Thomas, The Social Construction of Reality: A Treatise in the Sociology of Knowledge, Garden City, Doubleday, 1966; LATOUR, Bruno y WOOLGAR, Steve, Laboratory Life: The Construction of Scientific Facts, Princeton, Princeton UP, 1986; SHAPIN, Steven, A Social History of Truth: Civility and Science in Seventeenth-Century England, Chicago, Chicago UP, 1994. MILLINGTON, Thomas, Debt Politics after Independence: the Funding Conflict in Bolivia, Gainesville, Florida UP, 1992.

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lograr la independencia de la Corona española, intentaron construir una ciudadanía participativa y un Estado moderno y representativo. Los dirigentes de la Nueva Granada intentaron territorializar los derechos modernos que la doctrina liberal proclamaba, in primis el derecho de la propiedad privada, a través de expertos tecnólogos, agrimensores entrenados científicamente que pudieran hacer mediciones legítimas, levantar mapas y dividir las posesiones indígenas corporativas en terrenos vendibles . Así mismo, el presente trabajo examina el proceso de la medición y el reparto de resguardos en algunos lugares del altiplano cundiboyacense y argumenta que el mismo estaba plagado de confusiones, desacuerdos y conflictos. La propiedad privada rural surgió y se desarrolló a lo largo del siglo XIX, en parte mediante acuerdos legales, políticos y tecnológicos, los que hicieron posible y legítimo el trabajo de los agrimensores. El artículo pretende demostrar cómo las discriminaciones étnicas y de género jugaron un papel crítico y contribuyeron a iniciar el conflicto respecto de la medición y el reparto de las tierras comunales de los indígenas. Estos conflictos detuvieron y frustraron inicialmente los mecanismos que legitimaban el proceso de privatización. Además, el presente artículo destaca cómo el poder provincial de Bogotá triunfó sobre todas las otras formas administrativas de control de estos procesos . En el centro de tales luchas por el poder se encontraba el agrimensor. Aquel que tenía el poder de nombrar a los agrimensores y de regular el trabajo que estos hacían, determinaba en gran parte la manera como se llevaban a cabo la agrimensura y la distribución de las parcelas del resguardo.

Cota constituye un caso especial ya que, aunque las tierras se privatizaron, los indígenas de esta zona compraron y titularon estas tierras de manera que aparecen como privadas ante el Estado nacional, pero el uso que se les da es comunal. De esta manera inesperada, los agrimensores ayudaron a conservar las tierras comunales en el área alrededor del altiplano cundiboyacense. WEISNER GARCÍA, Luis Eduardo, “Supervivencia de las instituciones Muiscas: el Resguardo de Cota”, en Maguaré, Vol. 5, Bogotá, Universidad Nacional, 1987, pp. 235-259. En el inicio de 1832, el territorio de la República de la Nueva Granada se dividió oficialmente en provincias, que eran dirigidas por un gobernador y una legislatura. Las provincias estaban subdivididas en cantones que eran dirigidos por un jefe político y un consejo comunal. Los cantones se subdividían en pequeñas divisiones políticas llamadas distrito parroquial, manejado por un cabildo. Los resguardos se encontraban dentro de la jerarquía política como parroquias de indios, los cuales eran dirigidos por un capitán indígena y un cabildo de indios. Esta jerarquía política oficial no era constante en todo el territorio de la Nueva Granada ni a lo largo del tiempo. “Constitución del Estado de la Nueva Granada, Título VIII: Del Régimen Interior de la República, Sección Primera”, en POMBO, Manuel Antonio y GUERRA, José Joaquín (eds.), Constituciones de Colombia, Vol. 3, Bogotá, Biblioteca Popular de Cultura Colombiana, 1951, p. 294.

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La selección de los agrimensores entrenados en el Colegio Militar Nacional afianzó el poder de los gobernadores provinciales sobre la medición y el reparto de resguardos, legitimó un proceso prejuiciado desde el punto de vista de género y de etnia, excluyó la participación de los dirigentes de los cabildos de indígenas y promovió la reputación honorable de los ingenieros agrimensores entrenados como neutrales y confiables conocedores de la técnica. Para resumir, el trabajo de los agrimensores facultativos hizo que las luchas de género, étnicas y políticas, inherentes al proceso de privatización, se decidieran a favor de los intereses de los gobernadores provinciales en Bogotá. El contexto de las contiendas nacionales entre liberales y sus adversarios, en cuanto a la medición y el reparto de tierras comunales, es útil para entender los debates ideológicos y políticos de la época10. Pero al limitarse solamente a los debates ideológicos, se pierde de vista un aspecto fundamental de la medición y el reparto de resguardos: cómo se implementaron concretamente estas medidas liberales en diferentes zonas del país. Es a través de la comprensión histórica de las dinámicas discriminatorias de la implementación de estas reformas agrarias que quizás se podrá mejor entender los alcances que tienen actualmente en Colombia las políticas de tierras, en particular frente a comunidades étnicas11.

1. Indios vs. indígenas: el ideal de la igualdad civil ciudadana por medio de la medición y el reparto del resguardo

Al final de la Colonia y al inicio del siglo XIX, el pago de tributos indígenas y la tenencia comunitaria de tierras indígenas eran dos de los más importantes factores económicoestructurales que diferenciaban a los individuos que conservaban su relación étnica y sus vínculos familiares con las comunidades indígenas frente a aquellos que rompían sus lazos o nunca habían pertenecido a estas12. En octubre 11 de 1821, el gobierno de la Gran Colombia dictó una ley nacional llamada Sobre la abolición del tributo, i repartimiento

10 Ver, por ejemplo, CURRY, Glenn, op. cit., p. 152; DELPAR, Helen, Red Against Blue: The Liberal Party in Colombian Politics, 1863-1899, Alabama, Alabama UP, 1981, pp. 1-13 y 37; NIETO ARTETA, Luis Eduardo, Economía y cultura en la historia de Colombia, 2ª ed., Bogotá, Ediciones Tercer Mundo, 1962, pp. 160-164; FALS BORDA, Orlando, El hombre y la tierra en Boyacá: Bases sociológicas e históricas para una reforma agraria, Bogotá, Ediciones Documentos Colombianos, 1957, pp. 84-85; BUSHNELL, David, The Santander Regime in Gran Colombia, Delaware, Delaware UP, 1954, pp. 174-182. 11 Gracias a uno de los lectores anónimos del artículo por señalar este aspecto importante del trabajo. 12 CURRY, Glenn, op. cit., pp. 10-13 y 40-59. Ver también GRANDIN, Greg, The Blood of Guatemala: A History of Race and Nation, Durham, Duke UP, 2000, pp. 54-81.

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de los resguardos de indígenas13. Desde esa fecha los indios debían ser llamados indígenas y eran “en todo iguales á los demás ciudadanos, i se rejirán por las mismas leyes”14. Hacer a los indígenas “iguales a los demás ciudadanos” conllevaba la abolición del tributo y la ruptura de los resguardos de indios. La historia de los resguardos en Hispanoamérica puede seguirse desde la Colonia hasta el día de hoy15. Fueron y son entidades autónomas territoriales, de propiedad comunal y autonomía política, que disfrutan de tenencia de las tierras entregadas a sus caciques o jefes hereditarios, por la Corona Española16. La medición y la división de las tierras de resguardo con el fin de donarlas o venderlas no era un fenómeno nuevo para la gente que vivía en la Nueva Granada a principios del siglo XIX. Entre mediados y fines del siglo XVIII numerosos resguardos habían sido eliminados y los indios que vivían en esos territorios fueron trasladados a otras comunidades17. El proceso de privatización antes de las Reformas Borbónicas no era sistemático ni tampoco era parte integral de la política gubernamental18. Los acontecimientos liberales intelectuales y las iniciativas legislativas que surgieron en Europa, especialmente en España, durante el período final de la Colonia, de alguna manera sirvieron de inspiración a la legislación nacional de la Gran Colombia para abolir el tributo y privatizar las tierras de resguardo después de la Independencia19. La intención de 13 Tratado I, Parte 6, Lei 1 - Octubre 11 de 1821- (paj. 174) “Sobre abolición del tributo, i repartimiento de los resguardos de indígenas”, en POMBO, Lino de (comp.), Recopilación de leyes de la Nueva Granada. Formada i Publicada en cumplimiento de la lei de 8 de mayo de 1843 y por comisión del Poder Ejecutivo. Contiene toda la legislación nacional vijente hasta el año de 1844 inclusive, Bogotá, Imprenta de Salazar por Valentín Martínez, 1845, p. 100. 14 Ibid. 15 Ver RAPPAPORT, Joanne, Cumbe Reborn: An Andean Ethnography of History, Chicago, Chicago UP, 1994; GRANDIN, Greg, op. cit.; GÓMEZ LONDOÑO, Ana María (ed.), Muiscas: Representaciones, cartografías y etnopolíticas de la memoria, Bogotá, Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2005. 16 GÓNZALEZ, Margarita, El resguardo en el Nuevo Reino de Granada, Bogotá, La Carreta, 1979. 17 CARR AQUILLA BOTERO, Juan, Quintas y Estancias de Santafé y Bogotá, Bogotá, Banco Popular, 1989, pp. 211-214. 18 BONNETT, Diana, Tierra y comunidad un problema irresuelto. El caso del altiplano cundiboyacense (Virreinato de Nueva Granada) 1750-1800, Bogotá, Instituto Colombiano de Antropología e Historia, 2002. 19 SILVA, Renán, Los Ilustrados de Nueva Granada 1760-1808: Genealogía de una comunidad de interpretación, Medellín, Fondo Editorial Universidad EAFIT, 2002; VIOTTI DA COSTA, Emilia, The Brazilian Empire: Mitos and Histories, Chapel Hill, North Carolina UP, 2000, pp. 53-77; MALLON, Florencia, op. cit. (Capítulo: “Alternative Nationalisms and Hegemonic Discourses”); GRANDIN, Greg, op. cit., pp. 71-72; DEMELÁS, MarieDanielle, L´invention Politique: Bolivie, Équateur, Pérou, au XIX Siècle, París, Édition Recherche Scientifique, 1992; BERRUEZO, María Teresa, La Participación Americana en las Cortes de Cadiz, 1810-1814, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1986.

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estas medidas era la generación de un bienestar económico general, la eliminación de las diferencias existentes entre los indios y el resto de la población, y la creación de una identidad nacional compartida y moderna20. Dichas leyes y decretos se implementaron con dificultad en la Nueva Granada a partir de la declaración criolla de la Independencia en 1810 hasta que la alcanzaron por medio de la guerra y gracias a decretos políticos en 1821. Una de las preguntas más complicadas que los dirigentes postindependentistas tuvieron que enfrentar era si los indios podían o no incorporarse como ciudadanos a las nuevas repúblicas y cómo debían hacerlo. La Ley de Abolición y Repartimiento, uno de los primeros actos legislativos aprobados por el gobierno de la Gran Colombia, ejemplifica esta dificultad. Los creadores de esta ley tenían claro que implementarla iba a ser una tarea difícil. El artículo tres estipulaba que “los resguardos de tierras asignadas a los indígenas por las leyes españolas […] se les repartirán en pleno dominio i propiedad luego que lo permitan las circunstancias”21. Los instrumentos y técnicas agrimensoras conjuntamente con los agrimensores que existían prestaron un servicio adecuado a las necesidades de una Nueva Granada colonial que ocasionalmente se ocupaban de agrimensuras de resguardos indígenas, pero no eran suficientes para una Nueva Granada independiente que tenía la necesidad de mediciones y reparticiones sistemáticas de todos los resguardos en el interior de la naciente República. El gobierno nacional se enfrentaba a tres importantes obstáculos al intentar la implementación de estas medidas: la misma Ley de Abolición y Repartimiento, el entendimiento local del uso y la titulación de la tierra y la carencia de agrimensores que pudieran legítima y exitosamente medir, hacer mapas y dividir las tenencias corporativas en terrenos vendibles. La tabla n° 1 incluye los resguardos de la provincia de Bogotá que fueron señalados para la medición y el reparto entre 1832 y 1860; la ubicación de los respectivos pueblos se indica en el mapa n° 1.

20 APPELBAUM, Nancy P., Muddied Waters: Race, Region, and Local History in Colombia, 1846-1948, Durham, Duke UP, 2003, p. 61. 21 Tratado I, Parte 6, Lei 1 - Octubre 11 de 1821- “Sobre abolición…”, Art. 3, en POMBO, Lino de (comp.), op. cit., p. 100.

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Tabla n° 1: Resguardos medidos y repartidos en la provincia de Bogotá, 1832-186022

Cantonesa

Resguardos Resguardos Resguardos Resguardos Resguardos señalados para medidos y señalados para medidos y medidos antes ser medidos por repartidos por medición repartidos de 1850 pero agrimensores del agrimensores del antes antes de 1850 no repartidos Colegio Militar bajo Colegio Militar, de 1850 contrato c. 1850b c.1860 Fontibón San Antonio

Bogotá

Cáqueza

Ubaque

Chocontá

Chipasaque Gachetá Guasca Guatavita Machetá Sequilé Tirivita Tocancipá

Funza Fusagasuga

Funza Serrezuela Tenjo Tibacuí Yanaconas

Guaduas La Mesa Tocaima

Pulí

Suba Engativá Usme Fontibón

Suba

Cáqueza Chipaque Choachí Fómeque Fosca Une

Chocontá

Bojacá Facatativá Zipacón

Zipacón

Pasca Nimaima

Tena

Suba Bosa Engativá Soacha

La Vega

Anapoima Anolaima Síquima

Anolaima Guataqui

Continúa en la siguiente página

22 Según Aydée García-Mejía, el gobernador Ortega en su Informe del Gobernador a la cámara de la provincia, 1838, indicó que existían sesenta resguardos en la provincia de Bogotá, de los cuales sólo seis habían sido medidos. GARCÍA-MEJÍA, Aydee, op.cit., p. 88.

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Cantonesa

Resguardos Resguardos Resguardos Resguardos Resguardos señalados para medidos y señalados para medidos y medidos antes ser medidos por repartidos por medición repartidos de 1850 pero agrimensores del agrimensores del antes antes de 1850 no repartidos Colegio Militar bajo Colegio Militar, de 1850 contrato c. 1850b c.1860 Cucunubá Fúquene Guachetá Simijaca Susa Suta Ubaté

Ubaté

Zipaquirá

Totales: 10

Chía

8

Cajicá Cogua Gachancipá Pacho Sopó Zipaquirá 33

Lenguazaque

Cota Suesca Tabio Tocancipá Zipaquirá 19

Cucunubá Ubaté

Cota Tocancipá

10

Cota

2

a Los resguardos de Pandí (cantón de Fusagasuga), Nemocón (cantón de Zipaquirá), Bogotá (cantón de Bogotá) y Subachoque (cantón de Funza) no tienen información disponible o la información es contradictoria. b Muchas veces estos agrimensores repitieron los trabajos incompletos de otros; ellos mismos con frecuencia no completaron el trabajo para el cual fueron contratados. Fuentes: GARCÍA-MEJÍA, Aydée, op.cit., pp. 89-90; CARRASQUILLA BOTERO, Juan, op. cit., pp. 173 y 181; CURRY, Glenn Thomas, op.cit., pp. 115-165; PONCE, Manuel, “Representación”, en El Constitucional de Cundinamarca, Bogotá, 22 de noviembre de 1851, p. 201; “Contrata”, en El Constitucional, Bogotá, 14 de febrero de 1852, pp. 27-28.

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Mapa n° 1: Pueblos cuyos resguardos fueron medidos y repartidos entre 1832 y 1860 �������� ���� �������

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Fuentes: IGAC, Atlas de Colombia, Bogotá, IGAC, 1977, p. 40; HERRERA ÁNGEL, Marta, Ordenar para controlar. Ordenamiento espacial y control político en las Llanuras del Caribe y en los Andes Centrales neogranadinos, siglo XVIII, Bogotá, Instituto Colombiano de Antropología e Historia - Academia Colombiana de Historia, 2002, p. 100, mapa 9; y tabla n° 1.

2. “Un embrollado desorden”: el caos engendrado por discriminación étnica y de género en la abolición y repartimiento El historiador Glenn Curry argumenta que en los años de 1830 se implementaba un sistema relativamente equitativo y ordenado en la división de los resguardos de la provincia de Bogotá23. El gobernador Mariano Ospina, en su reporte a la legislatura de Bogotá de 1847 aporta evidencia parcial al punto de vista de Curry: “En el corto tiempo que me ocupo de esto […] solo he podido discernir que hai algunos resguardos que fueron medidos i distribuidos por 23 CURRY, Glenn, op. cit., p. 137.

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personas inteligentes i próvidos, en que hai algunos resguardos que quedaron bien delineados los lotes de las familias i respecto de las cuales no hay reclamaciones i si alguna ocurre es fácilmente decidida trayendo a la vista el plano i el expediente respectivos.”24.

A pesar de esta observación optimista, el resto del informe de Ospina con respecto a la repartición del resguardo, así como los informes anteriores y posteriores de los gobernadores de Bogotá, contradicen la conclusión de Curry. Este proceso estuvo lleno de problemas, desacuerdos y conflictos25. Ospina continua explicando que “En la mayor parte los resguardos distribuidos en que los agrimensores no tuvieron aquellas buenas prendas, la repartición es un embrollado desorden”26. Una de las causas del desorden fue la legislación nacional de repartición. En los años de 1830, después de la secesión de Ecuador y Venezuela, el Gobierno Nacional de la Nueva Granada tuvo claridad de que no tenía suficiente capacidad administrativa para privatizar las tierras comunales sin la participación del gobierno provincial. Con ese fin, dictó la legislación que buscaba regular las formas en que las administraciones provinciales llevarían a cabo este proceso27. Una lectura cuidadosa de estos suplementos revela que contrario a la meta idealizada de “igualdad”, la legislación nacional realmente reforzó las desigualdades entre los indígenas y el resto de la ciudadanía28. En esencia, las leyes originales requerían de las provincias asegurar que cada territorio comunal indígena fuera medido y dividido por un agrimensor, en doce porciones de igual valor. La producción de por lo menos una o dos de estas porciones debería destinarse a apoyar una escuela parroquial local y otra porción iría a pagar al agrimensor. El agrimensor distribuiría los restantes nueve o diez lotes entre cada familia indígena. La ley de 1834 estipuló explícitamente que “Como el tributo es lo 24 OSPINA, Mariano, “Resguardos de Indijenas”, en El Constitucional de Cundinamarca, Bogotá, 21 de septiembre de 1847, p. 4. 25 En efecto Curry avanza en la consideración sobre los conflictos involucrados en las particiones de resguardo, como lo muestra el título del capítulo “Repartimiento: Problems and Delays”, en CURRY, Glenn, op. cit., pp. 139-164. 26 OSPINA, Mariano, op. cit. 27 Es difícil cuantificar la extensión y los límites de los resguardos que se midieron durante el siglo XIX, precisamente por que el proceso fue un “embrollado desorden”. Para trabajos que intentan hacer algunas aproximaciones, ver CURRY, Glenn, op. cit., GARCIA-MEJIA, Aydee, The transformation of the Indian communities of the Bogota sabana during the nineteenth century Colombian republic, Ph.D. diss., New School for Social Research, 1988 y CARRAQUILLA BOTERO, Juan, op. cit., p.181. 28 La discusión que sigue resume y analiza la legislación de abolición y repartimiento que se encuentra citada en Tratado 1, Parte 6, Leyes 1, 2, 3, y 4, en POMBO, Lino de (comp.), op. cit., pp. 100-102.

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único que da derecho al resguardo, ninguna otra persona que no sea de las que van expresadas tendrá derecho a los resguardos, cualesquiera que sea los servicios que haya hecho”29. El uso del tributo como criterio de selección causó muchos problemas. Como el tributo fue suspendido durante varios años, fue difícil crear una lista acertada de tributarios y sus herederos. Como resultado, los mismos indígenas tuvieron que comprobar su estatus de tributario30. Además de estos problemas logísticos, las estipulaciones de la legislación determinaron que sólo los indígenas hombres que pagaban tributo o quienes pagaban una contribución personal laboral (y sus familias), eran elegibles para reclamar resguardos. Las mujeres indígenas que se casaban con “vecinos” -hombres que no pagaban tributo- no tenían derecho al resguardo, ni para ellas mismas, ni para sus hijos legítimos. Una indígena sólo podía reclamar el resguardo para sus hijos si llenaba las siguientes condiciones: primero, tenía que ser hija de un indígena que pagaba tributo o hija ilegítima de una madre soltera cuyo padre hubiera pagado tributo; segundo, si estaba casada con un vecino, sólo los hijos ilegítimos nacidos previamente a este matrimonio tenían derecho al resguardo. A primera vista estas estipulaciones parecen ser muy progresistas. No sólo reconocían la posibilidad y realidad de nacimientos ilegítimos, sino que concedían derecho a la tierra a hijos ilegítimos. Sin embargo, debe recordarse que la Nueva Granada era un país profundamente católico en el siglo XIX. La Constitución de 1832 se proclamó “En el nombre de Dios, Autor y Supremo Legislador del Universo”31. De acuerdo con las enseñanzas de la Iglesia católica romana los hijos nacidos fuera del matrimonio son ilegítimos a los ojos de Dios. La ilegitimidad en Hispanoamérica durante el período colonial implicaba la muerte civil y tenía efectos sobre los derechos del individuo a heredar, recibir educación, recibir crédito económico u obtener empleo en el Estado32. Hacia finales del período colonial, estos mecanismos legales y económicos habían estructurado la sociedad de la Nueva Granada de manera que los hijos ilegítimos eran vergonzosos y sus madres sufrían un marcado estigma social por el resto de sus vidas33. 29 Estas estipulaciones eran un caso especial para aquellos indígenas que servían en un cabildo y que tenían derecho a tierras de resguardo. Tratado 1, Parte 6, Lei 3, en POMBO, Lino de (comp.), op. cit., p. 101. 30 GARCÍA-MEJÍA, Aydée, op. cit., p. 31. 31 “Constitución del Estado de Nueva Granada: dada por la convención Constituyente en el Año de 1832-22 de la Independencia”, en POMBO, Manuel Antonio y GUERRA, José Joaquin (eds.), op. cit., Vol. 3, p. 259. 32 TWINAM, Ann, Public Lives, Private Secrets: Gender, Honor, Sexuality and Illegitimacy in Colonial Spanish America, Stanford, Stanford UP, 1999. Ver también SCOTT, Joan, Gender and the Politics of History, Nueva York, Columbia UP, 1999 y DORE, Elizabeth y MOLYNEUX, Maxine (eds.), Hidden Histories of Gender and the State in Latin America, Durham, Duke UP, 2000. 33 La legitimidad siguió siendo importante en el siglo XIX. Manuel Ancízar, como parte de la Comisión Corográfica, midió la moralidad relativa de los lugares que visitó basándose sobre las estadísticas parroquiales que listaban

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En la práctica, la Ley de Abolición y Repartimiento forzaba a las mujeres indígenas a reclamar ilegitimidad o a tener hijos por fuera del matrimonio si deseaban asegurar una parcela del resguardo a sus descendientes. Mientras esta ley permitía a una mujer indígena y a su familia obtener un beneficio económico directo, contradecía de frente la doctrina eclesiástica y les daba a los beneficiarios el dudoso estado de ilegitimidad. En el interior de la sociedad granadina, el honor de las indígenas estaba comprometido por dicha ley en comparación con el honor de una “vecina”. Mientras las indígenas eran alentadas a tener hijos por fuera del matrimonio, una “vecina” que se casaba con un indígena que pagaba tributo, tenía derecho al resguardo para sus hijos. No sólo los intereses de las mujeres eran afectados. Si una indígena cuyo padre había pagado tributo tenía hijos con un “vecino” menor de 21 años, el padre de sus hijos no sería buena pareja en matrimonio, ya que los niños perderían elegibilidad para los lotes. Al joven, al no casarse con la madre de sus hijos, le serían negados sus derechos constitucionales a la ciudadanía34. Finalmente, la Ley de Abolición y Repartimiento desalentó los matrimonios entre “vecinos” y mujeres indígenas, profundizando aún más una división étnica entre los dos grupos. Este obstáculo legal para llevar a cabo matrimonios entre indígenas y vecinos tenía su raíz en preocupaciones tales como las expresadas por Miguel Pombo acerca de cómo la posesión de tierra por parte de individuos indígenas conduciría a que “muchos blancos y mestizos se casen con las indias”35. Posteriormente, quizás de acuerdo con este punto de vista, se establecieron obstáculos legislativos a estos matrimonios para proteger la tenencia de la tierra indígena de los intereses de los vecinos blancos. Tal intención paternalista de proteger las tierras indígenas quizás fue la misma que motivó a los legisladores a impedir la venta de las parcelas distribuidas a los indígenas antes de 20 años. Independientemente de las intenciones detrás de la legislación, al fin y al cabo, lo que aquella establecía legalmente era que las indígenas podrían ser accesibles sexualmente, pero no aptas para el matrimonio con alguien diferente a otro indígena. Los hijos nacidos de una relación entre un vecino y una indígena tenían que dejar de lado el estatus de honor que la legitimidad

cuántos nacimientos legítimos e ilegítimos existían en cada parroquia. Sus recomendaciones sobre la cantidad relativa de inversión estatal en las provincias fueron justificadas no solo según la presencia de recursos naturales, sino también por la moralidad de los habitantes. ANCÍZAR, Manuel, Peregrinación de Alpha, Bogotá, Banco Popular, 1984, t. 1, pp. 91-101. 34 “Párrafo 1, Artículo 8, Título 2”, en POMBO, Manuel Antonio y GUERRA, José Joaquín (eds.), op. cit., Vol. 3, p. 263. 35 SAFFORD, Frank, op. cit., p. 10.

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les otorgaba en una sociedad predominantemente católica36. Estos hijos tenían que asumir una identidad indígena ligada a la ilegitimidad, si deseaban el beneficio y la seguridad económica del resguardo. No es de sorprender que surgieran interminables conflictos acerca de quién era elegible para recibir lotes de resguardo37. Dichos conflictos fueron un factor importante que demoraron o impidieron el proceso nacional de medición y reparto de resguardos.

3. Conciencia indígena y protestas contra la agrimensura de tierras Los hombres de Estado y los escritores del siglo XIX repetían sin descanso una imagen que caracterizaba a los indígenas como unos pobres, inocentes e ignorantes “nobles salvajes”, que podrían ser fácilmente abusados por los hombres blancos, conquistadores y hambrientos de tierra38. Esa imagen ha servido para borrar el conocimiento que los indígenas tenían de la política y la legislación local y nacional y de los pasos que dieron para actuar en esos campos. Por otra parte, la legislación nacional sobre la agrimensura tuvo un efecto profundo sobre los intereses indígenas. Como sugiere Raymond Craib, los aldeanos estaban muy conscientes de las implicaciones de la agrimensura en las tierras en donde vivían y trabajaban39. En general, el agrimensor privatizaba los resguardos de manera que la tierra quedara en lotes discretos y manejables, y esta división no coincidía necesariamente, si es que coincidía en algo, con el uso que la gente del lugar les daba a diario. Los indígenas protestaban por la manera como se distribuía la tierra, a sus ojos injustamente, y eran muy sensibles a las reglamentaciones que los excluían o incluían a ellos y sus familias en la repartición de las parcelas de los resguardos. Por ejemplo, las ordenanzas de Bogotá, para facilitar el acatamiento de las leyes nacionales, regulaban la medición y el reparto de acuerdo con varios pasos que 36 Para apelaciones campesinas al matrimonio en la movilización de poblaciones indígenas, ver SANDERS, James, Contentious Republicans: Popular Politics, Race, and Class in Nineteenth-Century Colombia, Durham, Duke UP, 2004, p. 86. 37 SAFFORD, Frank, op. cit., p. 14. Ver también “Indígenas”, en El Constitucional, Bogotá, 14 de febrero de 1846 y “Resguardos de indígenas”, en El Constitucional, Bogotá, 4 de julio de 1846. 38 La cantidad de literatura que caracteriza a indígenas de esta manera en los periódicos, las novelas costumbristas, los manuscritos de archivo y en los informes de gobierno es abrumadora. A veces los mismos indígenas utilizaban esta imagen comúnmente aceptada por la sociedad a favor de sus intereses. Ver por ejemplo SANDERS, James, Contentious…, op. cit., pp. 32-43. 39 CRAIB, Raymond, op. cit., p. 115.

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buscaban determinar qué personas calificaban como los indígenas y cuáles merecían un pedazo de resguardo40. Primero, el jefe político de cada cantón tenía que pedir a los cabildos de indígenas de cada parroquia que hicieran un listado de los individuos calificados para recibir una porción de resguardo. El párroco y el gobernador eran los responsables de que sólo los indígenas que hubieran pagado tributo o cuyos padres hubieran pagado tributo, y sus familias, formaran parte del listado41. Por medio de los jefes políticos y de los cabildos se notificaba a la población indígena acerca de la fecha en que era necesario hacerse presentes en la capital si consideraban que debían ser incluidos en el listado de indígenas. Algunos indígenas también participaban activamente en la medición de resguardos. La ley requería que los jefes del cabildo acompañaran al agrimensor, sin ninguna compensación42 y le explicaran los diversos aspectos de la vida comunitaria que le fuera necesario conocer. El hecho de que indígenas participaron en esta labor no renumerada demuestra la importancia de este emprendimiento para el individuo y la comunidad. A pesar de la conciencia y participación indígena, los gobernadores de algunas provincias se encontraron con complicaciones, quejas, corrupción y conflictos al hacerse efectivos la abolición y el repartimiento en sus jurisdicciones. Un repaso de todos los informes de los gobernadores emitida en 1843, por ejemplo, revela los efectos de la legislación nacional sobre las distintas provincias de Nueva Granada43. No todos los gobernadores mencionan los resguardos de indígenas en sus informes, pero los que sí lo hacen, invariablemente mencionan las dificultades concomitantes. El gobernador de Casanare destacó que la ley nacional de abolición y reparto “es un semillero continuo de pleitos entre los vecinos i los indígenas. Los unos creen que no deben pagarse las mejoras ya hechas, i los otros creen que se les deben pagar, porque suponen que la lei ha querido hablar de las mejoras que se hagan en adelante”44. Los 40 Ordenanza 15: Sobre repartimientos de resguardos indígenas, 3 de octubre de 1836 (BN, Fondo Antiguo, VFDUI349FA). Los artículos 1, 4, y 5 explican el desarrollo de Tratado 1, Parte 6, Leyes 1, 2, 3, y 4, en POMBO, Lino de (comp.), op. cit., pp. 100-102. 41 En Bogotá, indígenas que servían en el ejército también debían ser incluidos en las listas, a pesar de su estatus de legitimidad. 42 CURRY, Glenn, op. cit., p. 121. 43 El año 1843 fue elegido, porque ocurrió después de los cambios legislativos nacionales de los años 1830, pero es aún antes del establecimiento del Colegio Militar. BN, Funcionarios públicos, informes, Colombia, República de la Nueva Granada, 1832-1858, Microfilm, VFDUI-252, ff. 484-502. 44 MELGAREJO, José C., “Memoria del Gobernador de Casanare a la cámara provincial en sus sesiones de 1843”, p. 7, en BN, Funcionarios públicos, informes, Colombia, República de la Nueva Granada, 1832-1858, Microfilm, VFDUI-252, f. 487.

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indígenas del Casanare no eran los únicos que creían tener derecho a los frutos de su trabajo. En 1849 toda la comunidad de Facatativa se quejaba de que la asignación de las parcelas no era adecuada. Los indígenas se quejaban igualmente ante el gobernador de que a las personas que no tenían derecho a los resguardos se les había otorgado las mejores tierras. Además, acusaban al agrimensor por no entregar las tierras a los indígenas que las merecían sino a otras personas. Los indígenas que habían sido lesionados por estas medidas deseaban obtener compensación por el tiempo y el trabajo que habían invertido en hacer estas tierras productivas45. La población indígena de Ortega, en la provincia de Mariquita, protestaba porque la cantidad de tierra que iba a ser asignada para el pago por la medición era exorbitante. Sus quejas llevaron a detener la repartición46. En Serrezuela, aunque la medición del resguardo se llevó a cabo exitosamente en 183747, los problemas surgieron años después cuando los administradores locales intentaron interpretar el trabajo del agrimensor para distribuir las parcelas. Familias enteras se quedaron sin las tierras reclamadas por ellos como legalmente suyas, y el proceso se prolongó hasta 186048. El gobernador provincial de Vélez anuló la medición y reparto de tierras en Chipatá, porque “más de sesenta cabezas de familia de entre los indígenas, asegurando haber sido escluidos de las listas, tuve a bien anular las diligencias practicadas i hacer se incluyesen a estos desgraciados en el repartimiento de sus terrenos”49. En parte la explicación de los problemas que encontraron las autoridades locales se generaba en las ambigüedades discriminatorias referentes al género y etnia que contenían las leyes que regulaban la medición y el reparto. Las rivalidades locales, las “vendette”, los errores humanos y la corrupción también ayudan a explicar por qué era tan complicado decidir quién podía ser un indígena que merecía ser incluido en las listas y cómo distribuir las tierras. Bien fundamentados o no, los alegatos indígenas de hurto y corrupción hacían hincapié en este aspecto. La legislación que regulaba la repartición fomentaba, efectivamente, prácticas cuestionables. Por ejemplo, en su informe, el gobernador Acevedo de Bogotá afirmó en 1843 que los agrimensores tenían tendencia a seleccionar las tierras más valiosas como pago por sus servicios

45 CURRY, Glenn, op. cit., p. 135. 46 Memoria del gobernador de Mariquita a la cámara provincial en sus sesiones de 1843, pp. 8-13, en BN, Funcionarios públicos, informes, Colombia, República de la Nueva Granada, 1832-1858, Microfilm, VFDUI-252, f. 490. 47 CURRY, Glenn, op. cit., p. 120. 48 Ibid., p. 136. 49 MORALES, Plácido, Memoria del Gobernador de Vélez a la Cámara provincial en sus sesiones de 1843, p. 9, en BN, Funcionarios públicos, informes, Colombia, República de la Nueva Granada, 1832-1858, Microfilm, VFDUI-252, f. 501.

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cuando decidían cómo dividir las doce partes iguales de los resguardos50. Varios informes de los gobernadores reiteraban como los agrimensores, jefes políticos y otros gobernadores se aprovechaban de los indígenas. Esta observación frecuente de las autoridades locales perpetuaba estereotipos profundamente arraigados culturalmente de nativos sumisos, inocentes, explotados por europeos ávidos de tierra y apuntaba hacia prácticas de avaricia y corrupción que influenciaban la forma como las agrimensuras y la repartición de tierras se llevaban a cabo. Las quejas reportadas a los gobernadores provinciales por parte de indígenas ilustran cómo ellos, individualmente y en grupos, encontraban la forma de demorar la repartición de los resguardos cuando evidenciaban que los procesos excluían injustamente a algún indígena. Estas quejas sugieren también que la comprensión local del uso y titulación de la tierra contradecía los esfuerzos provinciales y nacionales de transformar las tierras comunales en lotes de tierra que pudiesen ser ordenados y vendibles. Otro aspecto de la legislación nacional que generaba conflicto y demoras a nivel provincial, tenía que ver con la forma como un agrimensor era oficialmente designado para la agrimensura de un resguardo. Las leyes nacionales estipulaban que el gobernador de la provincia era quien designaba los agrimensores, pero la decisión final sobre quién servía como agrimensor estaba sujeta a la aquiescencia del cabildo de indígenas51 y de los jefes políticos52. En la práctica, los gobernadores de Bogotá urgían constantemente a las legislaturas provinciales a que les dieran a ellos mismos el control total del nombramiento de los agrimensores, de tal manera que se excluyera al gobierno cantonal y a las autoridades indígenas53. A pesar de que esta demanda contradecía directamente la legislación nacional, la legislatura provincial accedió a la solicitud del gobernador54. 50 ACEVEDO, Alfonso, “Memoria del Gobernador de Bogotá a la cámara provincial en sus sesiones de 1843”, pp. 22-23, en BN, Funcionarios públicos, informes, Colombia, República de la Nueva Granada, 1832-1858, Microfilm, VFDUI-252, f. 484. 51 Artículo 6, Lei 2, Parte 6, Tratado 1, 6 marzo 1832, “Sobre repartimiento de los resguardos de indígenas” en POMBO, Lino de (comp.), op. cit., p. 100. 52 Artículo 5, Lei 3, Parte 6, Tratado 1, en POMBO, Lino de (comp.), op. cit., p. 101. 53 Para quejas de gobernadores acerca del cabildo indígena y el jefe político, ver MANTILLA, José María, Exposición que el general José María Mantilla, Gobernador Interino de la provincial de Bogotá presenta a la Cámara de la Misma en sus Sesiones de 1835, Bogotá, Imprenta de Nicomedes Lora, 1835, pp. 17-18 (BN, Fondo Pineda, VFDUI – 1574 Pza. 1) y VILLORÍA, Dr. Ramón, “Estracto de la exposición del estado de la provincia de Bogotá, presentado por su gobernador interino, Dr. Ramón Villoría a la cámara provincial en sus sesiones de este año”, en Gaceta de la Nueva Granada, Bogotá, 22 de octubre de 1837. 54 “Artículo 16, Capitulo 3” y “De los Agrimensores”, en Ordenanza 15 sobre repartimiento de resguardos indígenas, 3 de octubre de 1836 (BN, Fondo antiguo, VFDUI-349FA).

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Las leyes provinciales que entraran en conflicto con las nacionales deberían ser inaplicables. Sin embargo, el gobierno nacional de la Nueva Granada no envió tropas a Bogotá ni tampoco invalidó las ordenanzas que entraban en contradicción con el sistema jurídico nacional. La razón: los gobernadores de Bogotá justificaban su posición citando la legislación nacional que afirmaba que ellos, como gobernadores, estaban obligados a hacer su escogencia “prefiriendo siempre á los agrimensores científicos”55.

4. ‘Prefiriendo siempre á los agrimensores científicos’ Lorenzo María Lleras emitió su Catecismo para educar a los jóvenes acerca de los puntos más específicos de la agrimensura en 1834. Sin embargo, quince años más tarde los gobernadores de Bogotá aún se quejaban de que no había suficientes agrimensores entrenados científicamente para llevar a cabo las reparticiones de los resguardos. Estas quejas no eran sólo de los gobernadores de Bogotá. En estudios recientes sobre México, se ha encontrado que las quejas acerca de la carencia de agrimensores entrenados eran omnipresentes56. Tanto en la Nueva Granada como en México, los agrimensores que llevaban a cabo la repartición se caracterizaban por estar sobrepagados, ser inescrupulosos e incompetentes. Estos paralelos sugieren que las repúblicas latinoamericanas que querían acabar con las tierras corporativas como parte de sus esfuerzos por modernizar los Estados nacionales, buscaban desesperadamente tecnologías científicas modernas que agilizaran y legitimaran este proceso. Inicialmente varios gobernadores de Bogotá intentaron compensar la escasez de agrimensores con cambios en las leyes y ordenanzas de repartición de resguardos que consideraban inadecuadas. En 1834 el gobernador Mantilla argumentó que los individuos entrenados en ese oficio no aceptarían el pago tan bajo que el gobernador podría ofrecerles. El gobernador Acevedo afirmó en 1842 que la ley de repartición “presume la existencia de agrimensores entrenados que son prácticamente inexistentes entre nosotros”57. En 1848 los problemas de agrimensura de los resguardos indígenas habían sobrepasado las oficinas del gobierno local. La Ordenanza 47 de ese año ordenaba la suspensión de las agrimensuras de los resguardos en la provincia de Bogotá”58. 55 Ibid. 56 CRAIB, Raymond, op. cit. y DUCEY, Michael T., “Liberal Theory and Peasant Practice: Land and Power in Northern Veracruz, Mexico, 1826-1900”, en JACKSON, Robert (ed.), Liberals, the Church and Indian Peasants: Corporate Lands and the Challenge of Reform in Nineteenth-Century Spanish America, Albuquerque, New Mexico UP, 1997, pp. 65-94. 57 CURRY, Glenn, op. cit., p. 151. 58 LOMBANA, Vicente, “Informe del Gobernador de Bogotá a la Cámara de Provincia en su reunión ordinaria de 1849”, en BN, Fondo Antiguo, VFDUI- 438 pza. 5, pp. 14-15.

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Un año después, el gobernador Vicente Lombana consideró que “todo lo ponderado en las ordenanzas existentes era suficiente para llevar a cabo la repartición”59. Lombana, en cambio de sugerir una nueva legislación, propuso acelerar y terminar el proceso de la repartición de resguardos, designando agrimensores científicamente entrenados. Lo que hacía la propuesta de Lombana diferente de las propuestas anteriores y similares, era que los agrimensores entrenados científicamente pronto estarían disponibles como resultado de la fundación del Colegio Militar en Bogotá. El Colegio Militar era una escuela militar nacional basada en el modelo de West Point de los Estados Unidos, cuyas clases se iniciaron el 2 de enero de 184860. Los graduados del Colegio Militar “recibirán del Poder Ejecutivo el título de tales, i se les empleará de preferencia por el Poder Ejecutivo i por las autoridades políticas i judiciales en los negocios de su profesión, en los establecimientos de enseñanza pública i como agrimensores facultativos”61. El presidente Tomás Cipriano de Mosquera nombró al ingeniero militar italiano Agustín Codazzi como inspector de la escuela62. El informe del gobernador Lombana a la legislatura de Bogotá se imprimió en el periódico oficial de la provincia El Constitucional de Cundinamarca, el 24 de septiembre de 1849. Coincidencialmente, la edición preservada en la Biblioteca Luis Ángel Arango está firmada por el mismo gobernador Lombana y está dedicada a “el Señor Comandante Agustín Codazzi, inspector del Colegio Militar”63. El gobernador Lombana comprendía que el Colegio Militar y su inspector jugarían un papel crítico en el levantamiento de mapas de la provincia, incluyendo la agrimensura de sus resguardos indígenas. De hecho, Codazzi explicó que las primeras tareas que los graduandos del Colegio llevarían a cabo serían “la mensura de todos los terrenos de los particulares, deslindarlos para evitarles pleito”64. Más de cien jóvenes fueron entrenados en el Colegio entre 1848-185465. Muchos de estos fueron responsables de dividir resguardos indígenas a lo ancho de la Nueva Granada. 59 Ibid. 60 SÁNCHEZ, Efraín, Gobierno y Geografía: Agustín Codazzi y la comisión Corográfica de la Nueva Granada, Bogotá, Banco de la República, 1999, p. 221. 61 Citado en SÁNCHEZ, Efraín, op. cit., p. 222. 62 SÁNCHEZ, Efraín, op. cit., p. 219. 63 El Constitucional de Cundinamarca, Bogotá, 24 de septiembre de 1849. (Dedicatoria escrita a mano en el margen superior del periódico. Biblioteca Luis Ángel Arango (BLAA), Fondo Hemeroteca, No. Topográfico: 32819). 64 CODAZZI, Agustín, “No oficial. Colejio Militar. Ideas Sobre la perspectiva futura del colejio militar que presenta su inspector el Excmo. Sr. General Tomas C. de Mosquera, presidente de la República”, en Gaceta Oficial, Bogotá, 25 de febrero de 1849, pp. 62-64. 65 SÁNCHEZ, Efraín, op. cit., pp. 225-226.

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Algunos han argumentado que el acceso del Partido Liberal al poder político en 1849 fue la razón por la cual los resguardos en Bogotá se repartieron exitosamente66. Si bien las plataformas nacionales políticas tuvieron alguna influencia, una explicación más efectiva debe considerar que la repartición de resguardos dependió de la implementación de las leyes nacionales a nivel local. El hecho es que sólo fue después de la fundación del Colegio Militar que el gobierno pudo contar con un número significativo de agrimensores entrenados que pudieran llevar a cabo la medición de los resguardos. Al estar la institución ubicada en Bogotá, se hacía más fácil la logística de contratar a estos individuos en el altiplano cundiboyacense. En 1849 la arena política bogotana se encontraba lista para aceptar el trabajo de los agrimensores graduados en el Colegio Militar, gracias a que la legislación le había otorgado el poder para designar agrimensores al Gobernador Provincial y de esa forma se podía vencer la resistencia de los cabildos de indígenas y de los jefes políticos. Además, el poder ejecutivo nacional requería que los agrimensores entrenados en el Colegio Militar fueran preferidos para todos los trabajos de agrimensura. Estas condiciones políticas, tecnológicas y legales a niveles provincial y nacional fueron las que facilitaron la repartición de resguardos entre 1852 y 1856. Hombres entrenados en el Colegio Militar fueron contratados para medir los resguardos restantes en los alrededores de Bogotá67. Manuel Ponce de León se presentó como “alumno del Colegio militar, y Catedrático de la escuela preparatoria en el mismo establecimiento”68 en su propuesta al Gobernador de la Provincia de Bogotá para medir resguardos. La concluyó afirmando con confianza que “no puedo dudar de la rectitud de U. que celebrará conmigo el contrato que propongo obteniendo previamente el nombramiento de agrimensor, a que tengo derecho como alumno del Colegio militar”69. Ponce ganó, junto con su compañero Joaquín Solano Ricaurte, los contratos para medir y repartir los resguardos de Engativa, Suba, Fontibón, Cota, Usme Tocancipa, Cucunubá y Ubaté70. La propuesta de Ponce se tornó en el patrón que fue utilizado para diseñar posteriores contratos de repartición de resguardos71. José Leiva, graduado también en el Colegio Militar, llevó a cabo la agrimensura y partición de los resguardos de Suba que Solano y Ponce no terminaron. 66 CURRY, Glenn, op. cit., p. 152 y GARCÍA-MEJÍA, Aydée, op. cit., p. 100. 67 La mayoría de los alumnos del Colegio Militar venían de clases acomodadas con niveles altos de educación, en comparación con el resto del país en esta época. Aunque formó parte del cuerpo militar, el Inspector Agustín Codazzi no apoyó el golpe militar de José María Melo. Al contrario, apoyó las fuerzas “constitucionalistas” bajo el mando de Tomás Cipriano de Mosquera. SÁNCHEZ, Efraín, op. cit., pp. 383-384. 68 PONCE, Manuel, “Representación”, en El Constitucional de Cundinamarca, Bogotá, 22 de noviembre de 1851, p. 201. 69 Ibid. 70 “Contrata”, en El Constitucional, Bogotá, 14 de febrero de 1852, pp. 27-28. 71 SALGAR, Anuario, “invitación”, en El Constitucional, Bogotá, 3 de enero de 1852, p. 4.

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Joaquín Barriga, otro compañero de Ponce obtuvo los contratos para medir los resguardos de Anolaima y Zipacón y concluyó esta tarea en abril de 185472. En 1852, el gobernador de Bogotá observó el trabajo de estos agrimensores y afirmó: “Creo mui fundadamente que los contratistas desempeñarán sus funciones con exactitud i acierto, por ser poseedores de los conocimientos científicos en la materia, […] no habrá un solo indígena en la provincia que no pueda hacer uso de disponer libremente de sus propiedades, en consonancia con los principios del sistema liberal”73.

El hecho fue que no hubo grandes cambios en la manera de medir los resguardos gracias a los agrimensores entrenados. Los nuevos agrimensores también cometieron errores, fueron negligentes y se encargaron de la medición de los resguardos de tal manera que ellos mismos pudieron sacar provecho de las tierras repartidas74. La diferencia estuvo en que los agrimensores entrenados empezaron a medir y dividir los resguardos a partir de 1850, el mismo año en que los indígenas adquirieron el derecho de negociar sus tierras sin restricción75. Legalmente ya no existían obstáculos para que indígenas individuales vendieran sus derechos a tierras de resguardo y difícilmente encontraban protección de aquellos que se asentaban en sus tierras ya que no habían demarcaciones claras ni límites precisos76. En 1852, el gobernador de Bogotá caracterizó sucintamente la situación de estos individuos: “El único pero grave inconveniente…es el de que los dueños de tierra adyacentes i colindantes con las de los Indios se han colocado en situación de apropiárselas con suma facilidad. [Los indígenas] se ven forzados a vender la pequeña porción de terreno que se les ha adjudicado, por la décima parte de su valor”77.

72 Para el trabajo de Manuel Ponce de León en el Colegio Militar, ver AGN, Sección Mapas y planos 1, ref. 6769. Para Joaquín Barriga y Joaquín Solano Ricaurte, ver “Decreto en ejecución de la ley de 4 de Julio de 1860 sobre deslinde i formación de catastro de tierras baldías de la nación”, en Diario Oficial, Bogotá, 1 de septiembre de 1866. Para José Juan Leiva Millán, ver El Neo-Granadino, Bogotá, 1 de diciembre de 1853, p. 441. 73 “Informe que el gobernador de Bogotá dirige a la cámara de provincia en sus sesiones ordinarias de 1852”, en El Constitucional de Cundinamarca, Bogotá, 20 de octubre de 1852, p. 165. 74 GARCÍA-MEJÍA, Aydée, op. cit., p. 100. 75 CUELLAR, Patrocinio, Informe que el gobernador de Bogotá dirije a la cámara de provincia en sus sesiones de 1851. BN, Fondo Antiguo, VFDUI 438 pza 8, pp. 10-11. 76 GARCÍA-MEJÍA, Aydée, op. cit., pp. 100-101. 77 “Informe que el gobernador de Bogotá dirige a la cámara de provincia en sus sesiones ordinarias de 1852”, en El Constitucional de Cundinamarca, Bogotá, 20 de octubre de 1852, p. 165.

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En los años de 1850, la legislación local trabajó conjuntamente con los estudiantes del Colegio Militar de forma tal que se redujeran los recursos legales que los indígenas tenían para demorar o bloquear la medición y repartición de resguardos. En 1860 casi todos los resguardos indígenas en la provincia de Bogotá habían sido exitosamente privatizados78. Este proceso, aunque legítimo y eficiente a los ojos de las instituciones gubernamentales provinciales y nacionales, desató el caos en la vida de numerosos indígenas que fueron desalojados de sus tierras sin consentimiento.

Conclusiones La medición y el reparto de los resguardos dependía de la legislación nacional, el poder provincial, la cooperación indígena y de los agrimensores facultativos científicamente entrenados. En palabras del gobernador Ospina, el proceso de Bogotá fue “un embrollado desorden”, en parte porque se originó en el hecho de que las leyes nacionales que regulaban la distribución de la tierra de resguardo eran problemáticas. Estas leyes habían ligado la posibilidad de que una persona pudiera recibir tierra de resguardos a la etnicidad indígena, de tal manera que necesariamente miles de indígenas tenían que adoptar un deshonroso estatus de ilegitimidad. Se contradecía, así, el ideal nacional de igualdad entre los ciudadanos, que había justificado la repartición del resguardo. Sin embargo, los gobernadores de Bogotá no presentaron a sus legisladores provinciales la legislación nacional de abolición y repartición como la causante del conflicto. El problema, según ellos, era que agrimensores inadecuadamente entrenados fueron intencionalmente contratados por jefes de cabildos indígenas y jefes políticos cantonales para bloquear, retardar o llevar adelante en forma inadecuada las reparticiones de resguardos. Los gobernadores argumentaron esta como la razón por la cual tuvieron que desperdiciar enormes cantidades de tiempo escuchando indígenas quejarse por haber sido excluidos de recibir lotes de resguardos.

78 Desafortunadamente no se ha encontrado documentación generada por el proceso de repartición, tal como fuera practicado en los años de 1850. Es probable que estos materiales hayan sido enviados al archivo de la provincia de Bogotá y, por lo tanto, fueron destruidos con el resto del archivo en el Bogotazo de 1948. A pesar de esta laguna, la documentación sobre mediciones de tierras corporativas en manos de la Iglesia demuestra que los agrimensores entrenados en el Colegio Militar también cometieron errores, faltaron al trabajo y, además, fueron sometidos a violentas intimidaciones de los grupos, cuyos intereses fueron afectados.

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“Prefiriendo siempre á los agrimensores científicos”…

Los procesos de formación territorial del Estado del siglo XIX en la Nueva Granada se caracterizaron por un marcado regionalismo, enfocado en las provincias, en lugar de consolidación alrededor de una sola ciudad capital79. Los gobernadores de Bogotá asumieron el control total de la medición y el reparto de resguardos indígenas. Usurparon el poder de sus cabildos de indígenas, de los jefes políticos y de la legislación nacional e influyeron sobre las ordenanzas que dictó la legislación provincial, especialmente sobre las que tenían que ver con el más importante aspecto de la repartición: la designación de agrimensores. Algunos gobernadores provinciales legitimaron su política sobre la agrimensura de resguardos y sus maniobras políticas, con la contratación de agrimensores entrenados en el Colegio Militar, cuyo éxito de los agrimensores entrenados también distrajo la atención sobre las desigualdades estructurales de género y de etnia que la legislación nacional generaba y, por ende, colaboró en reforzar este tipo de discriminación al no dejar que la autoridad de los agrimensores fuese cuestionada80.

Bibliografía Fuentes primarias Archivo: Archivo General de la Nación (AGN), Bogotá-Colombia, Sección Mapas y Planos 1, Sección República, Fondo Bienes Desamortizados, Tomos 5, 6, 20. Biblioteca Nacional (BN), Bogotá-Colombia, Fondo Antiguo, Fondo Caro, Fondo Pineda, Funcionarios públicos, Informes, Colombia, República de la Nueva Granada, 1832-1858. 79 Aunque los efectos a largo plazo de la medición y el reparto de resguardos sobre la tenencia de la tierra, urbanización, y las vidas de los indígenas se sale del enfoque de este artículo, cabe señalar que la extinción de resguardos, al mismo tiempo que facilitó la conformación de haciendas latifundistas en la Sabana de Bogotá, también generó masas de jornaleros desterrados, que suplieron las necesidades de trabajadores tanto en estas haciendas como en las minas de sal en Zipaquirá, y generó una migración interna masiva de personas desde los resguardos del altiplano a otras zonas del país. 80 Los agrimensores entrenados también cometieron graves errores en sus mediciones. Existen más fuentes sobre estos errores en los registros sobre la privatización de bienes de manos muertas que en los archivos sobre la medición y el reparto de resguardos indígenas. Ver AGN, Sección República (SR), Bienes Desamortizados (B/D), Tomos 5, 6 y 20.

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Territorio, enfermedad y población en la producción de la geografía tropical colombiana, 1872-1934 Resumen La geografía imaginaria de Colombia se ha condensado en una serie de representaciones que simultáneamente enfatizan el carácter tropical de la nación y que lo matizan a través de su contraposición con las zonas andinas que son despojadas de dicho carácter. En este artículo planteamos que la discusión sobre lo tropical se enmarca en tres ejes: la naturaleza, las enfermedades y la población. Estos ejes se analizan a través de tres casos significativos de su tipicidad y singularidad: las descripciones sobre la naturaleza amazónica, las geografías médicas sobre las fiebres en la cuenca del Magdalena y las narrativas que se ocupan de la población negra del Pacífico colombiano. En todos los casos, la lucha por apropiarse del territorio se articula con el afán por conocerlo y definirlo. Palabras claves: Amazonía, raza negra, fiebres, Colombia, nación, trópico.

Territory, disease, and population in the production of Colombian tropical geography, 1872-1934 Abstract The Colombian geographic imaginary has condensed into a series of representations that emphasize the tropical character of the nation and at the same time qualify it through a juxtaposition with the Andean region, which has been stripped of that character. In this article, we suggest that three axes frame the discussion of the tropics: nature, disease, and population. We analyze these axes in three different cases that are significant for being both tipical and singular: descriptions of Amazonian nature; medical geographies of disease in the Magdalena river valley; and the narratives regarding the Black population of the Colombian Pacific region. In all these cases, the struggle for territorial appropriation is tied to the desire to know and define it. Keywords: Amazonia, Black race, disease, Colombia, nation, tropics. Artículo recibido el 29 de junio de 2006 y aprobado el 26 de septiembre de 2006.

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Territorio, enfermedad y población en la producción de la geografía tropical colombiana, 1872-1934 P Álvaro Andrés Villegas Vélez Catalina Castrillón Gallego /

Introducción Entre las tres últimas décadas del siglo XIX y las tres primeras del siglo XX, diferentes proyectos nacionales, conflictivos y discontinuos, se disputaron la hegemonía sobre la nación. Sin embargo, todos tuvieron como eje consensual el ingreso de Colombia al denominado concierto de las naciones civilizadas. Al igual que en otros países latinoamericanos , en Colombia la población y el territorio se convirtieron en la verdadera carne y sangre de una sociedad nacional que se imaginaba como un organismo, cuya vitalidad debía ser defendida de toda influencia deletérea.

P El presente artículo es resultado de las investigaciones “Civilización, alteridad y nación: Colombia, 1848-1941” de Álvaro Villegas y “La fiebre amarilla en Colombia, 1868-1950” de Catalina Castrillón. - Antropólogo de la Universidad de Antioquia, Magíster en Historia y candidato (becario) a doctorado en Historia de la Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín. / Historiadora y candidata a doctorado en Historia en la Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín. Ver APPELBAUM, Nancy, MACPHERSON, Anne y ROSEMBLATT, Karin Alejandra, Race and nation in modern Latin America, Chapell Hill y Londres, The University of North Caroline Press, 2003; PEDRAZA GÓMEZ, Zandra, “El régimen biopolítico en América Latina. Cuerpo y pensamiento social”, en Iberoamericana. América Latina - España - Portugal, Vol. 4, No. 15, Berlín, Instituto Iberoamericano, 2004; y STEPAN, Nancy Leys, “The hour of eugenics”. Race, gender, and nation in Latin America, Ithaca - Londres, Cornell University Press, 1991.

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Territorio, enfermedad y población…

Imaginar una nación civilizada desde esta perspectiva era sumamente complejo, dado que saberes difundidos desde los países considerados civilizados, tales como la antropometría, la eugenesia, la geografía humana y la medicina, planteaban que los países latinoamericanos presentaban múltiples dificultades para ingresar a la civilización, atendiendo a su larga tradición de mestizaje y a su ubicación latitudinal. De forma tal, que los transformaba en repúblicas tropicales y, por ende, inestables, pobladas por seres degenerados y con una naturaleza, agreste, exuberante y prístina que dominaba a una sociedad apocada . El carácter tropical, es decir, ecuatorial del territorio patrio fue, entonces, un asunto imposible de eludir. Su tratamiento fue objeto, en la mayoría de las ocasiones, de un inteligente ardid que convirtió a las tierras bajas en sinónimo de tropicales, lo que permitió simultáneamente velar el carácter tropical de las tierras altas. Esta argucia lógica tenía un claro antecedente en la discusión de los ilustrados criollos de la primera década del siglo XIX, que inauguraron la movilización de argumentos científicos para plantear una diferencia ontológica entre ambas zonas . A pesar de sus continuidades, en un siglo, la discusión había mutado ampliamente sus bases; ya no estábamos ante esa particular polémica sobre la debilidad o fortaleza de la naturaleza y de la población americana, trenzada entre filósofos, naturalistas y clérigos europeos y americanos desde la segunda mitad del siglo XVIII, y denominada por Antonello Gerbi ‘la disputa del Nuevo Mundo’ . La labor de viajeros naturalistas, evolucionistas sociales y médicos, había construido lo tropical como una categoría geográfica precisa caracterizada por poseer unas enfermedades, una población y una naturaleza, que inmediata y casi automáticamente se identificaban con el trópico, y que se imaginaban como radicalmente diferentes de las presentes en las zonas con variaciones estacionales . Este artículo se preocupa, entonces, por las representaciones elaboradas en torno a tres casos significativos en su tipicidad y singularidad: las fiebres del Magdalena, la raza negra del Pacífico colombiano y la naturaleza amazónica. No se trata aquí de STEPAN, Nancy Leys, Picturing tropical nature, Ithaca, Cornell University, 2001. Ver CASTAÑO, Paola, NIETO, Mauricio y OJEDA, Diana, “Política, ciencia y geografía en el Semanario del Nuevo Reyno de Granada”, en Nómadas, No. 22, Bogotá, Universidad Central, 2004, pp. 114-125 y NIETO, Mauricio, CASTAÑO, Paola y OJEDA, Diana, “‘El influjo del clima sobre los seres organizados’ y la retórica ilustrada en el Semanario del Nuevo Reyno de Granada”, en Historia Crítica, No. 30, Bogotá, Universidad de los Andes, julio-diciembre de 2005, pp. 91-114. GERBI, Antonello, La disputa del Nuevo Mundo. Historia de una polémica 1750-1990, México, FCE, 1982. STEPAN, Nancy Leys, Picturing…, op. cit. Ver también ARNOLD, David, La naturaleza como problema histórico. El medio, la cultura y la expansión de Europa, México, FCE, 2001.

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determinar la veracidad o falsedad de estas representaciones, tampoco planteamos que las regiones tropicales colombianas sean homogéneas o que sus características se reduzcan a la negación de la pretendida civilización andina; nuestra atención se concentra en la articulación de la lucha por conquistar un territorio, por un lado y con el afán de conocerlo y definirlo, por el otro. Consideramos que estas representaciones han construido la singular relación que el Estado nacional y los intereses privados han establecido con las tierras bajas, en especial con las consideradas periféricas, y han modelado las prácticas productivas y de control social que se ha ejercido en ellas.

1. Las geografías médicas de la Hoya del Magdalena En 1867, pocos años antes del periodo en que se concentra este artículo, el dirigente y pensador liberal Miguel Samper había enunciado una verdad aparentemente incuestionable: “Nuestras cordilleras son verdaderas islas de salud rodeadas por un océano de miasmas” . Dicha afirmación se enmarcaba en la intensa preocupación de las elites por apropiarse efectivamente del territorio dentro de un proyecto agroexportador, que debía ofrecer principalmente al mercado europeo materias primas inexistentes en las zonas temperadas. La salud y la enfermedad estuvieron estrechamente relacionadas con este proceso, ya que a medida que se incursionaba en nuevas áreas de colonización agrícola o se construían nuevas vías de comunicación, las distintas fiebres que hacían presencia en estos lugares parecían aumentar su virulencia . La malaria y la disentería fueron considerados como los principales episodios epidémicos que afectaron a los colonos que llegaban a los valles del Magdalena, una de las zonas más importantes de colonización en la segunda mitad del siglo XIX y eje privilegiado por la nación para sus comunicaciones internas y externas ; por otro lado, la endemia que se albergaba en estas tierras, permitió que bajo la denominación de fiebres, se agruparan nosológicamente los demás tipos febriles: lenta, nerviosa, remitente, maligna, pútrida, biliosa, mucosa, atóxica, adinámica, gástrica… . SAMPER, Miguel, La miseria en Bogotá y otros escritos, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 1969, p. 16. ROMERO BELTRÁN, Arturo, Historia de la Medicina en Colombia. Siglo XIX, Bogotá, Colciencias - Universidad de Antioquia, 1996, p. 80 y PALACIO, Luis Carlos, “El papel de la salud y de la enfermedad en la conquista del territorio colombiano: 1850-2000”, en PALACIO, Germán (ed.), Naturaleza en disputa. Ensayos de Historia Ambiental de Colombia 1850-1995, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia - ICANH, 2001, pp. 219-281. SERNA DIMAS, Adrián, Ciudadanos de la geografía tropical. Ficciones históricas de lo ciudadano, Bogotá, Universidad Distrital Francisco José de Caldas, 2006, pp. 273 y ss. ROMERO BELTRÁN, Arturo, op. cit., p. 82.

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A fines del siglo XIX, la expansión colonial y la microbiología transformaron las viejas creencias sobre el calor y la enfermedad en una especialidad médica: la medicina tropical10. A pesar de que la medicina colombiana no se apropió en este siglo de la noción de medicina tropical, si operó como condición de posibilidad de la representación sobre los trópicos, puesto que durante el siglo XIX desarrolló la tradición de las geografías médicas. Tanto las geografías médicas, como sus precursoras las topografías médicas, fueron escritos elaborados por médicos, las cuales en su contenido constituían ejercicios clásicos de geografía regional, en que se evidenciaba una fuerte preocupación medioambiental. En estos, los hechos físicos y económicos resumían las características de un territorio11. Tradicionalmente en las geografías médicas se advierte un interés por caracterizar y describir las tierras calientes. En Colombia, estas geografías fueron los primeros trabajos de epidemiología comparada. En ellas, se estudiaban regiones vastas intentando encontrar los caracteres propios de las patologías locales. Los médicos planteaban, entonces, que existían entidades nosológicas o endemias propias de las zonas ecuatoriales, de la misma forma que los geógrafos naturalistas habían identificado seres organizados y paisajes propios de esta zona12. Las geografías médicas escritas en Colombia durante el siglo XIX se encargaron de hacer un estudio sistemático de las patologías de dos regiones: el valle de Cúcuta y, de manera especial, la cuenca del río Magdalena. En estos estudios se realizaba una lectura de las características de salubridad de cada región geográfica, estableciendo una relación directa entre sus condiciones climáticas y patológicas, según las cuales las enfermedades podían estar asociadas a un agente deletéreo (que era desconocido, invisible o imaginario) o a un agente tangible de carácter químico o físico13. Estos textos recogieron las discusiones en torno a asuntos como la influencia de la biogeografía –evidente en la delimitación de zonas geográficas, la transformación de la 10 Ver PEARD, Julyan G., Race, place, and medicine. The idea of the tropics in nineteenth-century Brazilian medicine, Durham - Londres, Duke University Press, 1999 y STEPAN, Nancy Leys, Picturing… op. cit. 11 OLIVERA, Ana, Geografía de la salud, Madrid, Síntesis, 1993. 12 CASAS ORREGO, Álvaro y MÁRQUEZ VALDERRAMA, Jorge, “Sociedad medica y medicina tropical en Cartagena del siglo XIX al XX”, en Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, No. 26, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá, 1999, pp. 115-133. 13 GUTIÉRREZ FLÓREZ, Felipe, Rutas y el sistema de hábitats de Colombia. La ruta como objeto: epistemología y nuevas cartografías para pensar el hábitat, Medellín, Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín, 2003 [Tesis de maestría en Hábitat].

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nosología –gracias a los trabajos de clasificación de las especies, los descubrimientos de Pasteur y el desarrollo de la microbiología, que fueron definitivos para la reformulación del conocimiento médico en el siglo XX. En las geografías médicas escritas sobre las tierras aledañas al río Magdalena se construyó y se reforzó la idea de esta región geográfica como una tierra envenenada, deletérea y palustre, a pesar del particular interés de las elites tolimenses y bogotanas por motivar las migraciones hacia esta zona, con el fin de impulsar los proyectos económicos del tabaco y del añil14. Es claro para el caso de la Hoya del Magdalena, que los médicos entusiasmados con el estudio de las fiebres, en su afán por conectar la nosología y la etiología de las enfermedades con el medio geográfico, actuaban como topógrafos y geógrafos de las epidemias, leyendo el recorrido espacial de las afecciones e interrogando el medio15. Memoria sobre las fiebres del Magdalena publicado en 1872, fue uno de los primeros trabajos médicos donde se comienza a explorar la relación entre medio y enfermedad en esta región geográfica. Su autor, el médico Domingo Esguerra, centró su estudio en el valle del Tolima, específicamente en la zona ubicada entre las poblaciones de Honda y Purificación. Esguerra escribió una introducción general sobre lo que en el momento era considerado como fiebre, y describió lo que se conocía como “endemia del Magdalena”. Según el autor, los términos fiebre y pirexia “designan un estado mórbido que domina casi toda la patolijia i que se presenta bajo formas mui variadas, pudiendo constituir por si sola una enfermedad en muchos casos i no teniendo en otros mas valor que el de un síntoma”16. Señalaba, además, que las fiebres podían ser de cuatro géneros: continuas, remitentes, intermitentes y eruptivas, que a su vez se subdividían en otras. Así, por ejemplo, dentro de las continuas, se encontraban la fiebre de los pantanos cálidos, la efímera, la inflamatoria, la amarilla y la biliosa. En lo relacionado con las endemias Esguerra las consideraba patologías “propias de ciertos paises i que son sostenidas por un foco de infección”17. 14 En la segunda mitad del siglo XIX aparece en Colombia la noción “fiebres del Magdalena” como consecuencia del auge agroexportador del tabaco y el añil. Ver GARCÍA LÓPEZ, Claudia Mónica, Las fiebres del Magdalena: la construcción de una noción médica colombiana, 1859-1886, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, Sede Bogotá, 2005 [Tesis de maestría en Historia]. 15 MÁRQUEZ VALDERRAMA Jorge, “Clima y fiebres en Colombia en el siglo XIX”, en MÁRQUEZ VALDERRAMA Jorge, CASAS ORREGO, Álvaro y ESTRADA, Victoria Eugenia (ed.), Higienizar, medicar, gobernar. Historia, medicina y sociedad en Colombia, Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín - DIME, Medellín, 2004, pp. 103-110. 16 ESGUERRA O., Domingo, Memoria sobre las fiebres del Magdalena, Santana, Imprenta de D. Diaz, 1872, p. 1. 17 Ibid., p. 19.

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El autor identifica también las causas de las fiebres, unas ordinarias y otras específicas. Las primeras eran tenidas en consideración, porque respondían a las influencias del medio ambiente en el hombre, tales como los fenómenos atmosféricos, el exceso o la mala calidad de los alimentos en general, además de considerar aspectos de su comportamiento como la actividad física y “el abuso de los placeres y las afecciones morales”; la importancia de las causas específicas estaba dada: “[…] porque desarrollan siempre fiebres idénticas en su naturaleza i en su forma, i porque las constituye un principio morbíjeno que solo se produce en ciertas localidades i en condiciones especiales [...] Se admite generalmente la existencia de un principio febríjeno constituido por una sustancia deletérea que se produce en localidades i circunstancias especiales, la cual mezclada con el aire penetra en la economía i obra como un elemento extraño al organismo i nocivo en alto grado”18.

Josué Gómez en Contribución al estudio de las fiebres del Magdalena, a la vez que emprende un recorrido por las principales localidades de la importante ruta fluvial decimonónica (Honda, Ambalema, Purificación, Espinal, El Guamo, Neiva, Girardot, Peñalisa, Villa Vieja, Aipe, Gigante, Garzón, Pital, Agrado, Río Gualí y Río Sucio), hace un balance de los conocimientos de la época sobre la endemia del Magdalena y recoge los trabajos de las autoridades médicas del momento en el tema: T. M. Contreras, A. Vargas Reyes, Domingo Esguerra, Rafael Rocha C., Nicolás Osorio, Proto Gómez, Moreno, A. Perea, A. Mendoza, todos ellos médicos especialistas en las fiebres del Magdalena. Estos se dedicaron a estudiar la presumible endemia albergada por estas tierras envenenadas; sus textos se ocupan de la naturaleza y etiología de las fiebres, o sobre estos asuntos en poblaciones específicas como Guaduas, Girardot, Peñalisa, Neiva y Espinal. Gómez señala en primer lugar las consideraciones del médico T. M. Contreras, quien centró sus observaciones en la localidad de Guaduas concluyendo que esta es una región palustre, impregnada de las emanaciones pútridas del río, debido a su clima cálido y húmedo, favorecedor de la descomposición de materias orgánicas. Al retomar las investigaciones del médico A. Vargas Reyes, Josué Gómez señala que desde la desembocadura del Magdalena hasta Ambalema reinan la fiebre amarilla y las fiebres remitentes e intermitentes, propagándose hacia Girardot y Peñalisa; sugiere que los residuos de los trabajos con el tabaco, el añil y los cueros, sumados a la mala vida de los habitantes de la zona y a la mala disposición de las basuras y desperdicios en general, 18 Ibid., p. 14.

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son la causa de estas19. Así, varios de los trabajos revisados por el autor coinciden en señalar a la población de Ambalema como foco de infección para la endemia del Magdalena, ya que esta localidad “[…] con Río Sucio de un lado y el Magdalena del otro, con sus pésimos trayectos de corrientes, sus desagües y sus inmediatas consecuencias; siendo, además, aquellos puntos lugares de deposito de todas clases de inmundicias, vegetales y animales, especialmente de desperdicios de tabaco y restos de cueros, favorecidos en su acción exterminadora por la dirección constante de los vientos, que arrojan de lleno sobre la ciudad los productos de aquella múltiple fermentación; esta, que reposa sobre un suelo adecuado, y a una altura y con una temperatura atmosférica aparentes, complementa un cuadro perfecto en el desarrollo del miasma palustre”20.

Se puede decir, entonces, que durante el siglo XIX existieron tres zonas palustres en la hoya del río Magdalena. En primer lugar, las poblaciones de Honda y Ambalema, afectadas por los efectos del comercio y los influjos de los ríos Magdalena, Gualí y Río Sucio, a lo cual se sumaban las costumbres de sus habitantes, la atmósfera y las condiciones del suelo. En segundo lugar, las numerosas lagunas pontinas localizadas en la zona sur de Purificación y, en tercer lugar las tierras de Neiva y Espinal descritas como una superficie llana y porosa cubierta por vegetación exuberante. Finalmente, el autor concluye que a pesar de que los distintos textos sobre el tema expresan las causas de la enfermedad de diferente manera, en el fondo la esencia de la etiología es una misma, que la zona del río Magdalena alberga todas las causas que engendran y sostienen la endemia de estas tierras21. La concepción miasmática de la enfermedad empieza a cuestionarse en el país a comienzos del siglo XX con la instauración de prácticas pasteurianas, listerianas y antiparasitarias de higiene y de profilaxis de las enfermedades22; los estudios de Luis Cuervo Márquez son muestra de ello. En Ligeras apuntaciones sobre climatología colombiana, el autor identifica zonas médicas pero aclara que las enfermedades no están perfectamente limitadas a una región determinada; entre estas zonas caracteriza 19 GÓMEZ, Josué, “Contribución al estudio de las fiebres del Magdalena”, en Anales de Instrucción Publica de los Estados Unidos de Colombia (8 entregas), No. 48, Bogotá, julio 1886, p. 241. 20 Ibid., p. 242. 21 Ibid., p. 246. 22 MÁRQUEZ VALDERRAMA, Jorge, op. cit., p. 109.

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los ardientes llanos del Tolima como terrenos bajos, periódicamente inundados y palustres, donde se presentan además de “la anemia y la fiebre que ha reinado en distintas épocas”, enfermedades tales como malaria, disentería, coto, enfermedades de la piel, ulceras y otras afecciones crónicas del hígado y del bazo23. En Geografía Médica y Patología de Colombia, señala que son pocas las enfermedades propias de los climas calidos del país y que la particularidad de cada una está dada por las cualidades de estas zonas, que hacen que las enfermedades tengan sello característico: “En el litoral marítimo y a lo largo de los principales ríos ha incursionado de tiempo en tiempo la Fiebre Amarilla, el Paludismo y la Uncinariasis puede decirse que dominan en lo absoluto la Patología de esta región; las Congestiones del Hígado, consecuencia de su hiperfuncionamineto; la Disenteria y los Abesos amibianos del higado: el Beriberi, exclusivo a estos climas; las Filiarosis, exclusivas, en algunas de sus manifestaciones asimismo, a las tierras calientes; la Fiebre Recurrente, el Dengue, la Iinsolacion; la Fiebre Hemoglobinurica, que suele presentarse en el litoral marítimo; las Bubas, la Neumonía infecciosa, las epidemias de Fiebres eruptivas; la Fiebre Tifoidea; la Tuberculosis pulmonal, diversas formas de Spirotricosis y de Leishmaniosis”24.

Cuervo Márquez identifica diferentes tipos de endemias transmitidas por los zancudos o mosquitos: la fiebre amarilla, el paludismo y la filiarosis. Para él, la fiebre amarilla es endémica en las poblaciones ribereñas del río Magdalena desde Cartagena hasta Neiva, pasando por Barranquilla, Santa Marta y poblaciones de valles vecinos y tributarios como El Carmen, Ocaña, Guaduas y Tocaima25. El autor señala como palustre la región del bajo Magdalena (desde Honda hasta la desembocadura del río en el mar), surcada por numerosos caños y sujeta a inundaciones en invierno y su desagüe en verano, en contraste con las poblaciones del alto Magdalena que a pesar de la fama de malsanas que han tenido durante mucho tiempo, no son palustres por ser la región seca del río, donde no hay inundaciones, caños o esteros que dejen aguas muertas, ya que el río corre por un lecho más o menos profundo: “Para que un río sea paludoso [palustre] no basta la alta temperatura: es necesario que a esta la alta temperatura se unan terrenos bajos en donde 23 CUERVO MÁRQUEZ, Luis, “Ligeras apuntaciones sobre climatología colombiana”, en Revista Médica, Serie X, No. 102, Bogotá, Sociedad de Medicina y Ciencias Naturales de Bogotá, 1886, p. 87. 24 CUERVO MÁRQUEZ, Luis, Geografía Médica y Patología de Colombia. Contribución al estudio de las Enfermedades Intertropicales, Bogotá - Nueva York, Librería Colombiana, 1915, p. 65. 25 Ibid., pp. 92-93.

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se detengan las aguas de desbordamiento, semillero de Anopheles. Así se explica la salubridad de algunas regiones del Magdalena, del Putumayo, del Meta ó del Orinoco, a pesar de ser climas ardientes”26.

Entre las endemias producidas por parásitos intestinales se encontraban: la uncinariasis muy común en las zonas donde se presentaban grandes aglomeraciones de trabajadores como las minas, cacaotales, cafetales, plantaciones de caña, situadas por lo general en tierras de climas calientes y húmedos de Cundinamarca, Antioquia, Tolima y Santander; la disentería -amibiana y bacilar-, fue durante el siglo XIX una enfermedad que en forma endemoepidemica ocupaba tierras de la zona del río27. Al referirse a las tierras de los climas cálidos de Colombia, afirma que sus costumbres son más francas, las relaciones sociales más cordiales, la vida más libre y que el respeto propio se refleja en el aseo y cuidado personal de sus gentes; sin embargo, señala que la atmósfera está saturada de enfermedad, ya que: “[…] tienden a producir un estado de enervamiento general, una astenia permanente, un quietismo que se revela en todo: hamaca, tabaco y aguardiente. […] La fama del quietismo, especialmente aplicable al Tolima ardiente, tiene por causa la anemia profunda del Paludismo o de la Uncinaria […]”28.

Los trabajos de Domingo Esguerra, Josué Gómez y Luis Cuervo Márquez son tres ejemplos de la abundante bibliografía escrita al respecto durante los últimos años del siglo XIX y los primeros del XX; ellos evidencian el temor que infundían en las gentes de la época las tierras aledañas al río Magdalena como un lugar enfermo y envenenado, pero al mismo tiempo de vital importancia para el progreso y prosperidad, dado su carácter de principal vaso comunicante de la República, con importantes zonas productivas aledañas, todo lo cual hacía de su saneamiento un asunto de interés nacional.

2. La población negra del litoral Pacífico Una de las transformaciones centrales que sufrió en la segunda mitad del siglo XIX la oposición entre las tierras bajas y las tierras altas, fue la formación y consolidación de una representación fragmentada del territorio nacional que lo dividió en regiones. 26 Ibid., p. 111. 27 Ibid., p. 154. 28 Ibid., pp. 63-64.

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Cada una de ellas se asoció a una variedad racial predominante y a una capacidad diferencial para el trabajo y el respeto de la moral cristiana29. En este proceso de regionalización de las razas y de diferenciación racial de las regiones, el litoral Pacífico fue imaginado y descrito como la región más negra de Colombia. Esta forma de narrar la nación, fragmentándola, estuvo fuertemente marcada por la influencia del neolamarquismo en Latinoamérica y Colombia, con su énfasis en la plasticidad de los caracteres hereditarios y la interacción entre poblaciones y su entorno30, al tiempo que ponía primer plano las variadas articulaciones entre raza y medio. En este marco, surgieron un conjunto de escritos en las tres primeras décadas del siglo XX, conformados por informes de misioneros, políticos e ingenieros, que describían, bajo una perspectiva que se consideraba neutral, el Pacífico, lo inscribían dentro del devenir nacional y prescribían las medidas que era necesario tomar para su civilización. En la costa pacífica, las relaciones entre los grupos humanos que allí habitaban y su entorno, fueron consideradas vitales, literalmente hablando. Para el ingeniero Jorge Álvarez Lleras31, el primer paso para disolver las brumas del atraso era acabar con las falsas ideas sobre esta zona, que la describían como un territorio tocado por el Rey Midas o como una guarida de alimañas, enfermedades y negros indolentes, lista para devorar cualquier rayo de progreso. Ambas ideas, en su opinión, eran producto del aislamiento regional y tenían como consecuencia que el litoral quedara librado a su suerte, ya fuera porque su progreso era imposible o porque este no requería ningún esfuerzo, sino paciencia hasta que llegara el momento adecuado. Por el contrario, si bien la región tenía recursos importantes, estos no generaban riquezas mientras no fueran sometidos a la explotación decidida de los colombianos. Explotación que era posible, pues el clima, planteaba Álvarez Lleras, no era más 29 Ver APPELBAUM, Nancy, Muddied waters. Race, region, and local history in Colombia, 1846-1948, Durham y Londres, Duke University Press, 2003; ARIAS VANEGAS, Julio, Nación y diferencia en el siglo XIX colombiano. Orden nacional, racialismo y taxonomías poblacionales, Bogotá, Universidad de lo Andes, 2005; MÚNERA, Alfonso, Fronteras imaginadas. La construcción de las razas y de la geografía en el siglo XIX colombiano, Bogotá, Planeta, 2005; ROJAS, Cristina, Civilización y violencia. La búsqueda de la identidad en la Colombia del siglo XIX, Bogotá, Pontificia Universidad Javeriana - Norma, 2001; WADE, Peter, “The language of race, place and nation in Colombia”, en América Negra, No. 2, Bogotá, Pontificia Universidad Javeriana, diciembre de 1991, pp. 41-66. 30 Ver APPELBAUM, Nancy, MACPHERSON, Anne y ROSEMBLATT, Karin Alejandra, op. cit.; STEPAN, Nancy Leys, “The hour…”, op. cit. 31 ÁLVAREZ LLERAS, Jorge, El Chocó. Apuntamientos de viaje referentes a esta interesante región del país, Bogotá, Editorial Minerva, 1923.

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malsano que en el resto de las regiones intertropicales y, como en ellas, era cuestión de higiene y método defenderse de la fauna, la flora y la meteorología. De similar forma, el general e ingeniero militar Paulo Emilio Escobar afirmaba: “Allí no reinan las enfermedades endémicas, ni las epidémicas; allí la mortalidad es relativamente más baja que en los climas templados y fríos del interior del país. Las fiebres terciarias, la disentería, el paludismo y otras enfermedades de la zona tórrida, sólo atacan a los individuos mal alimentados, mal vestidos y mal abrigados. Un hombre que lleve vida arreglada y observe las reglas de la higiene, soportará perfectamente la acción del clima marino”32.

Desde su perspectiva, no hay climas insalubres, sino poblaciones enfermizas, que requieren del auxilio de la ciencia y las buenas costumbres para salir de su situación. No obstante, la importancia concedida a la transformación del entorno natural y social como condición del mejoramiento de la población, se presentaba, sin causar ninguna molestia aparente, conjuntamente con posiciones que consideraban la influencia ambiental como algo mucho más rígido. Para Álvarez Lleras, que como se vio anteriormente criticó el determinismo ambiental de sus contemporáneos, la clave no estaba en la insalubridad del litoral, sino en la humedad provocada por la elevada pluviosidad, que hacía de esta zona una tierra: “Cubierta de bosques inmensos, surcada por numerosas corrientes de agua que se explaya formando ciénagas en algunas partes, y sometida a un calor tropical que fomenta el desarrollo del mosquito, la parte plana del Chocó es palúdica, y sólo se puede explotar agrícolamente por los pobladores de raza negra que la previsión española importó de climas similares del Africa ecuatorial”33.

De la articulación de los factores ambientales y poblacionales se obtuvo una división tripartita del Pacífico colombiano: la vertiente occidental de la cordillera occidental, las zonas planas ribereñas y la franja costera propiamente dicha34. En la primera y la última era factible y necesaria la presencia de población blanca, en la segunda la 32 ESCOBAR, Paulo Emilio, Bahías de Málaga y Buenaventura. La costa colombiana del Pacífico 1918-1920, Bogotá, Imprenta Nacional, 1921, p. 65. 33 ÁLVAREZ LLERAS, Jorge, op. cit., p. 12. 34 Ibid. y YACUP, Sofonías, Litoral recóndito, Bogotá, Editorial Renacimiento, 1934.

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gente negra reinaría indefinidamente. Dicho nos remite, como se verá en el caso de la Amazonía, a la equivalencia entre el salvajismo del territorio y el de sus habitantes. En estas circunstancias, el proceso biológico de adaptación al trópico era simultáneamente una disminución de las capacidades para la vida civilizada35. Para quienes nos legaron relatos de viajes, la mala fama de la gente negra era una exageración comparable a la que resaltaba la insalubridad de la región. Álvarez Lleras36, por ejemplo, elogiaba la hidalguía de los bogas de los torrentosos ríos chocoanos, en los que veía dioses de hercúleos músculos, dignos de ser depositarios de la vida y bienes de los viajeros. Miguel Triana, por su parte, al pasar por Tumaco reconoce la compostura de las señoritas negras, la seriedad de los empleados públicos de esta misma raza, y la moralidad de de los hombres tumaqueños: “Muchos son los hombres de hogar de pelo apretado y rostro que se confunde con el color de sus zapatos, que inspiran respeto por su moralidad, sus aptitudes y la dignificación de sus familias”37. A pesar de su reconocimiento exaltado a la fortaleza física de los bogas, Álvarez Lleras38 cree ver en su paso por el Chocó signos inequívocos de la reducción de la población negra de esta intendencia. Reducción tan grave que amenazaba con la extinción de esta raza. Para él, la responsabilidad de esta terrible situación correspondía a la dirigencia del interior del país, la cual había permitido a la población negra vegetar sin recursos, sin instrucción y sin higiene, al tiempo que se les envenenaba con el aguardiente de los estancos oficiales. La situación era tal, que, incluso, valoró positivamente la esclavitud, pues los propietarios cuidaron, en su opinión, de la subsistencia y educación moral de sus esclavos. La posible extinción de la raza negra y la incuria en que vivía causaban, además, perjuicios económicos para la nación y el mundo, puesto que: “Antiguamente los dueños de las minas obligaban a los esclavos a trabajar; pero en la actualidad los negros, perezosos e indolentes por naturaleza, se contentan con extraer al año algunas onzas de oro, lo estrictamente necesario para comprar en las fiestas anuales los menesteres indispensables para la vida”39. 35 JIMÉNEZ LÓPEZ, Miguel, “Novena conferencia”, en VVAA, Los problemas de la raza en Colombia, Bogotá, El Espectador, 1920, pp. 331-367. 36 ÁLVAREZ LLERAS, Jorge, op. cit. 37 TRIANA, Miguel, op. cit., pp. 16-17. 38 ÁLVAREZ LLERAS, Jorge, op. cit. 39 MERIZALDE DEL CARMEN, Bernardo, Estudio de la costa colombiana del Pacífico, Bogotá, Imprenta del Estado Mayor General, 1921, p. 143.

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De igual forma, el político liberal guapireño Sofonías Yacup planteaba la necesidad de una producción minera con tecnología de punta, pues con la explotación artesanal “No hay posibilidad de que este trabajo esporádico conquiste la selva y el territorio con propósito verdaderamente industrial y comercial”40. Los representantes de la civilización encontraban una aparente paradoja, la población negra era especialmente apta para el trabajo, como se demostró en la Colonia, pero a pesar de ello no se inclinaba espontáneamente por él y “[…] no tiene verdadera noción del tiempo; de ahí que lo malgasten tranquilamente en dormir las horas muertas, en charlas insulsas, en viajes sin rumbo fijo y a las veces en otras cosas de peor ralea”41. Además de no poseer una noción del tiempo adecuada, su relación con el espacio era también problemática. Sofonías Yacup42, señalaba al respecto, que el litoral era una tierra nueva, virgen y libre, en definitiva baldía y lista a atraer a los colonizadores si el Estado tomaba las medidas adecuadas para ello. Pareciera ser que la población negra no había podido dejar la impronta de la civilización en el medio en que habitaba, la cual requería de una actividad organizada en ritmos más o menos estables y en la apropiación privada de la tierra; por el contrario, el agustino recoleto Bernardo Merizalde del Carmen manifestaba que la vida de esta población estaba regida por el continuo afán de buscar excusas que les permitieran bailar y beber, rasgos atávicos africanos: “La marimba, la tambora y el conuno (tamborcillo en forma de cono), es imposible que falten en las casas de alguna importancia; y al són de ellos se forman las más salvajes zambras. Al principio los bailes se hacen con cierto orden, pero a medida que los negros van ingiriendo aguardiente, se convierten las danzas en saltos desaforados; los cantos en gritos estridentes; la música en sonidos broncos y destemplados. No pocas veces los bailes terminan en puñetazos, palos y cuchilladas. Los bailes costeños recuerdan los usados en el Africa; como en éstos se ven con frecuencia en aquéllos toda clase de piruetas y cabriolas”43.

La falta de predisposición para el trabajo había facilitado la acción de compañías mineras extranjeras que ponían en peligro la soberanía nacional y, en ocasiones, 40 41 42 43

YACUP, Sofonías, op. cit. MERIZALDE DEL CARMEN, Bernardo, op. cit., p. 152. YACUP, Sofonías, op. cit., p. 36. MERIZALDE DEL CARMEN, Bernardo, op. cit., p. 153.

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la libertad misma de los pobladores negros; tal como había acontecido con la explotación minera realizada por la Timbiqui Gold Mines, que despojó de sus medios de subsistencia, encarceló, desterró y asesinó a los habitantes del río Timbiqui, sin que el gobierno regional y local hicieran algo al respecto44. El Estado había demostrado la misma incuria cuando se trataba de preparar la defensa del litoral ante posibles invasiones extranjeras, en un momento “[…] en que la fuerza prima sobre el derecho y los tratados públicos internacionales son meros pedazos de papel”45. Al igual que sobre la región amazónica, como mostraremos luego, la sombra de Panamá se levantaba y hacía temer por la integridad nacional. Esta preocupación era especialmente intensa teniendo en cuenta la cercanía de Panamá, el interés de algunos empresarios o países en abrir o en impedir la apertura de nuevos canales en territorio colombiano, el descuido consuetudinario del gobierno central y la falta de conciencia nacional de una población que nunca fue verdaderamente abrigada por la bandera tricolor. El principal problema del litoral era, pues, el aislamiento, no solamente geográfico, sino que implicaba también la debilidad extrema de lazos de confraternidad con el resto de la República. Este aislamiento había provocado, de acuerdo con quienes viajaron por la región, la conservación del espíritu africano de la gente negra; espíritu que le otorgaba simultáneamente la capacidad de trabajar duramente en el trópico y la falta de disposición para hacerlo. Así, la ausencia de una ética laboral occidental estaba vinculada a una concepción primitiva del espacio y del tiempo y la ligaba atávicamente a la barbarie africana, que se intensificaba ya que en Colombia habitaba en regiones en las cuales se puede sobrevivir sin trabajar dada la fertilidad de los suelos y la abundancia de los ríos. Este tipo de representaciones no sólo excluían a la población negra de una nación que se imagina a sí misma como mestiza, también forzaban la integración asimétrica de esta población; si bien la mayoría de los habitantes del Pacífico colombiano presentan un serio déficit como productores y consumidores en una economía de mercado, ellos eran la única posibilidad real que tenía la región de producir. El distanciamiento temporal y espacial que ubicaba al Otro en el tiempo de lo primitivo y en el espacio del salvajismo, era necesario para su atracción al proyecto

44 YACUP, Sofonías, op. cit. 45 ESCOBAR, Paulo Emilio, op. cit. p. 131.

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de la civilización46. Esta atracción era casi siempre externa o cuando mucho ejecutada con la colaboración de las minorías blancas nativas del litoral. La intervención civilizadora debía estar encaminada a modernizar la explotación minera, sanear y construir puertos, dirigir los hábitos de los pobladores, construir vías de comunicación terrestre y repartir adecuadamente las tierras consideradas baldías al contingente de colonos antioqueños o extranjeros. La decidida intervención nacional sobre esta aislada región era considerada tanto más importante, pues comprometía, además de la salvación de un número considerable de colombianos y el incremento de la riqueza de la patria, la dignidad y soberanía de la República. El rechazo al colonialismo externo velaba, sin embargo, el colonialismo interno que enmarcó -enmarca- la relación del interior andino con la costa pacífica colombiana. Este colonialismo no declaraba desierta la zona, sino que por el contrario la poblaba con gente que necesitaba que sus vidas fueran ordenadas por quienes aparentemente sabían mejor lo que les convenía. Sin embargo, este orden civilizador y nacionalizador se ve frenado por las múltiples dificultades que encarnaban la geografía y la población en este orden; una distancia ontológica fundamental se creaba entre quienes pertenecían a espacios centrales de este ordenamiento del mundo y quienes se ubicaban en posiciones marcadas por las economías de enclave y la alteridad étnica y geográfica.

3. El paisaje amazónico, de las márgenes al centro de la nación La Amazonía ha sido la gran frontera presente en la construcción del Estado nacional. Ella despertó la imaginación de los colombianos de principios del siglo XX, al ser la región donde se ubicaban las fiebres perennes, la alteridad radical de los indígenas considerados salvajes, la crueldad extrema de la explotación cauchera, y el peligro inminente para la soberanía nacional que representaba el avance peruano en la zona comprendida entre los ríos Putumayo y Caquetá47.

46 Ver FIGUEROA, José Antonio, Del nacionalismo al exilio interior: el contraste de la experiencia modernista en Cataluña y los Andes americanos, Bogotá, CAB, 2001 y GNECCO, Cristóbal, “Territorio y alteridad étnica: fragmentos para una genealogía”, en HERRERA GÓMEZ, Diego y PIAZZINI, Carlo Emilio (eds.), (Des)territorialidades y (No)lugares. Procesos de configuración y transformación social del espacio, Medellín, La Carreta - Universidad de Antioquia, 2006, pp. 221-246. 47 SERJE, Margarita, El revés de la nación. territorios salvajes, fronteras y tierras de nadie, Bogotá, Universidad de los Andes, 2005; VILLEGAS VÉLEZ, Álvaro Andrés, “Los desiertos verdes de Colombia. Nación, salvajismo,

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La selva amazónica colombiana, como representación extrema del trópico, se convirtió en el mayor obstáculo para la civilización, pero también en su condición de posibilidad, pues por un lado era considerada malsana, pero por el otro se la percibía como extensísima y llena de riquezas sin explotar. El aprovechamiento de estas tierras dependía, entonces, de la culminación exitosa de su conquista, colonización, transformación y delimitación, las que se habían percibido desde tiempo atrás como incompletas. En Colombia, el reconocimiento del fracaso del proyecto civilizador colonial y republicano cobró su forma más definida en la conciencia de que existía más territorio que nación, y más nación que Estado. Completar este proyecto era indispensable para la misma consolidación nacional, pues tal como lo expresaba Luis Enrique Osorio48, la conformación de una verdadera república, era impensable, en tanto esta estuviera constituida exclusivamente por campamentos en las altas montañas, mientras abajo esperaban valles miasmáticos que guardaban las más grandes riquezas de la humanidad. La apropiación de estas riquezas era una labor urgente y extremadamente ardua, pues como lo planteaba Luis López de Mesa49, más de media República estaba compuesta de selva virgen, en donde la naturaleza era una enemiga declarada de la sociedad. El general Rafael Uribe Uribe50, por su parte, pronunció una conferencia ante la Sociedad Geográfica de Río de Janeiro, en la que exaltó nuestras pampas -Amazonía y Orinoquía-, y las describió como tierras más fértiles con más ríos navegables que las pampas argentinas, lo que las convertía en uno de los mejores lugares en el mundo para la industria pecuaria; además, a ello se le podría sumar el cultivo del tabaco, la caña de azúcar, el plátano, el algodón, el maíz, el fríjol, el cacao y numerosos productos de las florestas vírgenes. Esta posición a pesar de ser mayoritaria no era unánime. Laureano Gómez51, uno de los principales detractores de los múltiples potenciales que sus contemporáneos veían en la naturaleza tropical del territorio colombiano, planteaba que la mayoría de especies arbóreas del litoral Pacífico, la Orinoquía y la Amazonía, no era maderables, y las pocas que sí lo eran, estaban compuestas de especímenes tan alejados unos de otros que hacían inviable su explotación. Como si fuera poco, la tierra luego de su desmonte sólo daba una o dos cosechas antes de agotarse.

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civilización y territorios-Otros en las novelas, relatos e informes sobre la cauchería en la frontera colomboperuana”, en Boletín de Antropología, Vol. 20, No. 37, Medellín, Universidad de Antioquia, 2006 (en prensa). OSORIO, Luis Enrique, Los destinos del trópico, Bogotá, Cromos, 1932. LÓPEZ DE MESA, Luis, De cómo se ha formado la nación colombiana, Bogotá, Librería Colombiana, 1934. URIBE URIBE, Rafael, Colombia. Conferencia cuyo resumen fue leído ante la Sociedad de Geografía de Río de Janeiro, Río de Janeiro, Typ. do Jornal do Commercio, 1907. GÓMEZ, Laureano, Interrogantes sobre el progreso de Colombia, Bogotá, Editorial Minerva, 1928.

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Alejandro López52, profundo conocedor de la economía nacional, rechazaba también el ilimitado entusiasmo que en ocasiones generaba la conquista de la Amazonía. Para él era ilusorio planear la colonización de áreas que no contaban con vías de comunicación, y quienes lo hacían, no les ofrecían a sus compatriotas otra cosa que soledad, aislamiento e inseguridad, dada la ausencia de un mercado integrado que les permitiera sobrevivir, y lo que era más grave, los impulsaban a descender culturalmente hasta lo silvestre, en vez de utilizarlos en las unidades de terreno que ya se habían conquistado, desbravado y cruzado de vías. Uribe Uribe53, quien basaba sus esperanzas de civilización para la cuenca del Amazonas en la colonización de millones de personas, compartía, sin embargo, con Alejandro López, esa percepción evolutiva que establecía una relación de equivalencia entre el salvajismo de la selva y el de sus habitantes. Para el General, la llegada de los colonizadores, sobre todo si eran extranjeros, era la última fase de la conquista de la Amazonía, fase en la cual esta ya debía estar desbravada y cultivada, es decir, civilizada y, por tanto, lista a recibir población que se hallará en este estadio evolutivo. La primera fase correspondería, entonces, al aprovechamiento de los 300.000 indígenas que habitaban la región en actividades extractivas y ganaderas, únicas posibles en el estadio evolutivo de la población indígena y del paisaje amazónico. Este proceso ya había sido comenzado por el peruano Julio César Arana, de quien disentía en cuantos a sus métodos, más no en sus objetivos54. En efecto, luego de la decadencia de la recolección de la quina, algunos empresarios y colonos se volcaron a encontrar otros productos que permitieran continuar con la inserción de la economía local y regional en los mercados mundiales55. El producto finalmente privilegiado fue el caucho. La explotación cauchera causó fuertes conflictos internacionales y múltiples denuncias contra su crueldad e irracionalidad. La baja calidad del caucho recolectado, la dispersión de los árboles que dificultaba su recolección y el alto costo de la mano de obra libre, sumadas al deseo de civilizar a los Otros que aparecían como figuras ontológicamente separadas de la humanidad, crearon una economía extractiva particularmente violenta, un verdadero espacio del 52 LÓPEZ, Alejandro, Problemas colombianos, París, Editorial París-América, 1927 y LÓPEZ, Alejandro, Idearium Liberal, París, Ediciones La Antorcha, 1931. 53 URIBE URIBE, Rafael, Reducción de salvajes, Cúcuta, Imprenta de El Trabajo, 1907. 54 Ibid. 55 DOMÍNGUEZ, Camilo y GÓMEZ, Augusto, Nación y etnias. Los conflictos territoriales en la Amazonia, 1750-1930, Bogotá, Disloque Editores, 1994.

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terror que replicaba el salvajismo que se percibía en la selva, y que acaba con los árboles de caucho y con la mano de obra semiesclavizada, especialmente con la indígena56. Ante este panorama, el ingeniero Miguel Triana, destinado a trazar una vía que uniera Nariño con Caquetá, comenta acerca de su viaje: “Varias veces encontramos derribados y picados á puñaladas estos vigorosos señores de la selva, muertos á manos de codiciosos de encrucijada, semejantes á los salteadores que matan para robar el puñado de monedas del bolsillo del viajero, quien en el resto de sus días hubiera producido centenares de miles!”57.

Sin embargo, Triana no comenta, no sabemos si por desconocimiento, pues su expedición se realizó antes de que estallara el escándalo o por alguna otra razón inconfensable, las torturas, asesinatos y explotación contra los indígenas; estas acciones fueron el principal argumento movilizado por los colombianos en su disputa con el Perú por el territorio comprendido entre los ríos Putumayo y Caquetá. En este conflicto los autodenominados patriotas colombianos argumentaron que no estaban en juego sólo el honor y los derechos territoriales irrefutables de Colombia, sino también las leyes universales de la civilización, que Colombia siempre había defendido, haciendo del nombre de la patria una palabra grata para los indígenas58. Desafortunadamente, tal como lo había manifestado Santiago Pérez Triana: “El colono en las tierras desiertas, que él mismo somete al dominio del hombre, se cree con derecho propio á la posesión y señorío de ellas; y el dueño titular de una fuente natural de riqueza, que él deja abandonada, apenas puede quejarse de que la reclame para sí otro más activo y más emprendedor, que acomete la explotación de esa riqueza y convierte en elemento activo de bien para la humanidad, lo que el propietario, indiferente y ocioso, ha dejado olvidado como inútil é improductivo”59. 56 PINEDA CAMACHO, Roberto, Holocausto en el Amazonas. Una historia social de la Casa Arana, Bogotá, Espasa, 2000; TAUSSIG, Michael, Chamanismo, colonialismo y el hombre salvaje. Un estudio sobre el terror y la curación, Bogotá, Norma, 2000. 57 TRIANA, Miguel, Por el sur de Colombia. Excursión pintoresca y científica al Putumayo, París, Garnier Hermanos - Libreros-Editores, 1907, p. 194. 58 Ver OLARTE CAMACHO, Vicente, Las crueldades de los peruanos en el Putumayo y en el Caquetá, Bogotá, Imprenta Nacional, 1932. 59 PÉREZ TRIANA, Santiago, “Prólogo”, en TRIANA, Miguel, Por el sur de Colombia. Excursión pintoresca y científica al Putumayo, París, Garnier Hermanos - Libreros-Editores, 1907, p. XIV (Cursivas en el original).

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Para Pérez Triana, el mejor ejemplo de ello había sido el traspaso de la zona de Acre de Bolivia a Brasil. La desmembración del territorio nacional se avistaba nuevamente en una preocupación que será constante y que también involucró al Pacífico colombiano. En definitiva, la naturaleza amazónica condensó una serie de preocupaciones que pusieron en jaque al orden nacional. Las representaciones de radical alteridad geográfica y poblacional de la Amazonía, dificultaron y dificultan, al tiempo que configuran, su particular inserción en la sociedad nacional, la que está marcada por la violencia que se imagina como inherente a su naturaleza. Lo amazónico se representó, entonces, como el revés de los espacios nacionalizados, dada la ausencia del Estado, el alejamiento de los núcleos urbanos de las cordilleras y la presencia de etnias aparentemente aisladas, puras, belicosas y prístinas. Este imaginario intensificó el deseo civilizador de la elite colombiana en un proceso que justificó el ingreso al mercado capitalista de este territorio bajo una economía extractiva, en la cual la mimesis colonial se invertía y el colonizador se apropiaba del salvajismo del colonizado60.

Reflexiones finales A través de los tres casos aquí examinados, es posible observar la producción de una geografía imaginada sobre Colombia. Esta geografía es inseparable, a su vez, de la construcción de un discurso sobre el devenir histórico, discurso que se proyecta en el territorio. A través de estas narraciones sobre la nación, las elites andinas vinculadas al gobierno de la población -médicos, ingenieros, políticos, misioneros- buscaban comprender y apropiarse de las tierras bajas/tropicales de la República y completar, así, sus proyectos nacionales. El resultado es paradójico. Si bien no se rechaza el ideal de una nación homogénea, integrada y unificada, sí se muestran los límites de este ideal y su postergación, debido a la constante amenaza del carácter deletéreo de la cuenca del Magdalena, la presencia de negros con rasgos atávicos africanos en el Pacífico y el salvajismo inquebrantable y vital de la naturaleza amazónica. En estas narraciones simultáneamente geográficas e historiográficas, la fragmentación territorial se convertía en el sustento de la fragmentación sociohistórica. Ambas tenían como núcleo la oposición entre las tierras altas y las tierras bajas, en la cual las primeras se hacían parcialmente equivalentes al mundo temperado/civilizado y perdían, así, en ocasiones, su carácter tropical. De esta manera se reproducía al 60 Ver VILLEGAS VÉLEZ, Álvaro Andrés, op. cit.

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tiempo que se transformaba esa peculiar mitología científica que es la teoría del clima, en la cual coexistían la retórica ilustrada y una explicación totalizante que establecía conexiones paradigmáticas entre series dicotómicas61. En nuestro medio las oposiciones fundamentales fueron: civilización/barbarie o salvajismo, presente y futuro/pasado, sujeto/objeto, blanco/no blanco, tierra privada/baldíos, tierras altas/tierras bajas, centro/márgenes y productividad/ociosidad. Este marco de interpretación de la realidad hizo posible el que se estableciera una relación colonial entre el interior andino y los territorios de la cuenca del Magdalena, el litoral Pacífico y la selva amazónica, en la que estos espacios y sus pobladores fueron insertados en la civilización eurocéntrica en una posición subordinada, caracterizada ante todo por la violencia, las formas de trabajo no-asalariadas y las economías extractivas o cuando menos agroexportadoras.

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Transición entre el ordenamiento territorial prehispánico y el colonial en la Nueva Granada Resumen Este artículo analiza las continuidades y las rupturas entre el ordenamiento territorial prehispánico y el colonial, que se aprecian en las divisiones político-administrativas del territorio de la Colombia actual. Se fundamente en las investigaciones adelantadas sobre este tema en el área central -las provincias coloniales de Santafé, Pamplona y la jurisdicción de la antigua ciudad de Tunja-; las llanuras del Caribe -provincias coloniales de Cartagena y Santa Marta-, y el actual Suroccidente colombiano, que conformaba la provincia de Popayán en el período colonial. El estudio resalta la importancia de considerar la territorialidad desde la perspectiva del tiempo largo, que en cierta forma caracteriza su manejo, y de centrar el análisis en el territorio y no sólo en las prácticas territoriales de alguno o algunos de los grupos que lo han habitado. Sobre esta base, se destacan las ventajas analíticas de no limitar el estudio del fenómeno al período republicano o al colonial, sino considerarlo en términos de la temporalidad en la ocupación del territorio, lo que implica proyectarlo al período comúnmente conocido como “prehispánico”. Palabras claves: Ordenamiento territorial, Nueva Granada, historia prehispánica, historia colonial, provincia de Santafé, provincia de Tunja, provincia de Popayán, provincia de Cartagena, provincia de Santa Marta, Suroccidente colombiano.

The transition between pre-Hispanic and colonial territorial organization in New Granada Abstract This article analyzes the continuities and ruptures between the pre-Hispanic and colonial forms of territorial organization, the legacy of which can still be seen in the physical political-administrative divisions of contemporary Colombia. The article is based on studies on this subject already conducted in central Colombia (the colonial provinces of Santafé and Pamplona, and the area over which the old city of Tunja had jurisdiction), the Caribbean plains (colonial provinces of Cartagena and Santa Marta), and the contemporary Colombian Southwest (comprised of the province of Popayan in the colonial period). The study highlights the importance of considering territoriality from a long-term perspective, which in some ways how it has been managed, and of centering the analysis on the physical territory and not only on the territorial practices of one or another of the groups that have inhabited it. Based on this, the article emphasizes the analytical advantages of not limiting the study of this phenomenon to the Republican or Colonial period, but of considering it in terms of when a particular territory was occupied, which in turn extends its study back to the period commonly known as “pre-Hispanic”. Keywords: Territorial organization, New Granada, pre-Hispanic history, colonial history, Province of Santafé, Province of Tunja, Province of Popayan, Province of Cartagena, Province of Santa Marta, the Colombian Southwest. Artículo recibido el 1º de julio de 2006 y aprobado el 16 de agosto de 2006.

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Transición entre el ordenamiento territorial prehispánico y el colonial en la Nueva Granada j Marta Herrera Ángel c

Introducción Al considerar el problema de la transición entre el ordenamiento territorial prehispánico y el colonial, un primer elemento de reflexión que surge es el de la perspectiva que se va a adoptar. En buena medida el título del artículo ya lo está anunciando. El punto de partida no se está situando en el momento de la invasión europea del siglo XVI ni en las gentes que atravesaron el Atlántico y sus parámetros de ordenamiento territorial. Se está situando en el continente americano, ocupado por una abundante población, que contaba con mecanismos altamente complejos para delimitar los territorios de los diversos grupos que lo habitaban. Esta aproximación no es ingenua, ni carente de una intencionalidad teórica y política. Se busca llamar la atención sobre la importancia de acercarnos a nuestra historia desde la perspectiva del espacio que ocupamos, de nuestro territorio. Esta opción implica que el estudio y la reflexión sobre el pasado no puede empezar en 1492, tal como tradicionalmente se ha venido haciendo y se expresa incluso en los más recientes balances historiográficos relativos a la historia de Colombia . j Deseo expresar mis agradecimientos por los valiosos comentarios y sugerencias de los evaluadores, de Marianne Cardale y de Leonor Herrera. Igualmente deseo agradecer el apoyo financiero recibido de los fondos de Becas de Colcultura y del Ministerio de Cultura, de la Joan de Sardon-Glass Award y de la Beca de investigación del Graduate School de la Universidad de Syracuse, que hizo posible el desarrollo de las investigaciones que permitieron realizar este artículo. c Profesora Asociada del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes. Maestría en Historia de la Universidad Nacional de Colombia y PhD en Geografía de la Universidad de Syracuse (Estados Unidos). 1 Véase, por ejemplo, MELO, Jorge Orlando, Historiografía colombiana: realidades y perspectivas, Medellín, Colección de Autores Antioqueños, 1990 y “De la nueva historia a la historia fragmentada: la producción histórica colombiana

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Y es que colocar el punto de partida de la historia del país en 1492, implica adoptar la perspectiva de los grupos étnicos que protagonizaron la invasión y, en esa medida, identificarnos con ellos. Otro panorama muy distinto se tiene si se mira el pasado a partir del espacio que ocupamos. Para el territorio de la actual Colombia la evidencia arqueológica presenta pruebas de ocupación, que se remontan por lo menos 12.500 años antes del presente . Esa historia, que es la que manejan los arqueólogos, mediante el estudio de los vestigios de esos habitantes, y los geógrafos, en términos de los cambios que se han operado en el medio, debe articularse con la práctica historiográfica a fin de proporcionarnos una visión del pasado que no haga una arbitraria negación del proceso de ocupación del espacio que habitamos. En últimas se trata de un llamado de atención para que no se haga caso omiso de la mayor parte de nuestra historia (véase gráfico No. 1). Conviene anotar, en todo caso, que tal perspectiva no implica dejar de lado los cambios que se introdujeron desde hace 500 años como resultado de la inmigración -forzada o no- de africanos y europeos, ni de la historia de unos y otros, que se articuló con la de los pobladores de nuestro continente. De lo que se trata es de articular esas múltiples historias alrededor del territorio que ocupamos y mirar el impacto que han tenido y tienen en la estructuración de nuestro presente.

en la última década del siglo”, en Boletín Cultural y Bibliográfico, Vol. XXXVI, No. 50-51, Bogotá, Biblioteca Luis Ángel Arango, 1999, pp. 165-184 y TOVAR, Bernardo (ed.), La historia al final del milenio. Ensayos de historiografía colombiana y latinoamericana, 2 Vols., Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 1994. En el abrigo rocoso de El Abra, en la altiplanicie de Bogotá, se ha encontrado evidencia de ocupación humana que se remonta a 12.500 a. p. (CORREAL, Gonzalo, y VAN DER HAMMEN, Thomas, Investigaciones arqueológicas en los abrigos rocosos del Tequendama. 12.000 años de historia del hombre y su medio ambiente en la altiplanicie de Bogotá, Bogotá, Banco Popular, 1977, p. 167). Esta fecha constituye un estimativo mínimo, que podría extenderse al menos a unos 16.000 a 16.500 años a. p. en el valle del río Magdalena, según las investigaciones de Gonzalo Correal en el Valle de Pubenza, cerca a Girardot (CORREAL URREGO, Gonzalo, “Nuevas evidencias culturales pleistocénicas y megafauna en Colombia”, en Boletín de Arqueología, año 8, No. 1, Bogotá, Fundación de Investigaciones Arqueológicas Nacionales -FIAN-, 1993, p. 3 y VAN DER HAMMEN, Thomas y CORREAL URREGO, Gonzalo, “Mastodontes en un humedal pleistocénico en el valle del Magdalena (Colombia) con evidencias de la presencia del hombre en el peniglacial”, en Boletín de Arqueología, Vol. 16, No. 1, Bogotá, FIAN, 1993, p. 15). La fecha de 16.000 a 16.500 años a. p. no está calibrada; calibrada podría situarse en 19.000 años a. p. (Marianne Cardale, comunicación personal, marzo de 2003).

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La fecha 12.500 a. p. corresponde a la encontrada en el abrigo rocoso El Abra, en la altiplanicie de Bogotá (COOREAL, Gonzalo, y VAN DER HAMMEN, Thomas, Investigaciones arqueológicas, p. 167).

En este artículo nos ocuparemos de ese tiempo largo en la medida en que el caso considerado lo requiera; su eje de interés, sin embargo, se centra en las continuidades y rupturas entre el antes y el después de la invasión. Nuestro objetivo es el de estudiar en qué forma a partir de la territorialidad previa a la invasión se estructuró el ordenamiento territorial colonial y las implicaciones de este proceso. Como se verá, a pesar de la relativa lejanía de estas observaciones, reflexionar sobre ellas no es algo ajeno al presente. No se trata sólo del problema de la territorialidad que se maneja en el presente, sino también de cómo ese pasado, remoto o no, incide hoy. Esto último se aprecia en la medida en que no se considera al pasado como algo “objetivo”, “fosilizado” en los libros de historia, sino como una experiencia que configura la memoria a partir de la cual estructuramos nuestra cotidianidad en el presente y que, a su vez, reestructuramos permanentemente en nuestro diario accionar . Sobre la base de lo anteriormente expuesto, para el desarrollo del tema propuesto se reúnen aquí los resultados de las investigaciones adelantadas sobre la transición entre el ordenamiento territorial prehispánico y el colonial en Santander del Norte, específicamente en la antigua provincia de Pamplona; los Andes centrales Sobre la articulación entre historia y memoria véanse, entre otros, OLLILA, Anne (ed.), Historical Perspectives on Memory, Helsinki, Finnish Historical Society, Studia Historica 61, 1999; LE GOFF, Jacques, El orden de la memoria. El tiempo como imaginario (1977), 1a ed. en español, Barcelona, Paidós, 1991; HALBWACHS, Maurice, On Collective Memory (1941-1952), Londres, The University of Chicago Press, 1992; HILL, Jonathan D., (ed.), Rethinking History and Myth. Indigenous South American Perspectives on the Past, Urbana - Chicago, University of Illinois Press, 1998; RAPPAPORT, Joanne, The Politics of Memory. Native Historical Interpretation in the Colombian Andes, Cambridge, Cambridge University Press, 1990 y BOND, George Clement y GILLIAM, Angela, (eds.), Social Construction of the Past. Representation as Power, Londres - Nueva York, Routledge, 1994.

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neogranadinos -antigua provincia de Santafé y jurisdicción de la ciudad de Tunja-; las llanuras del Caribe -antiguas provincias de Cartagena y Santa Marta- y el Suroccidente colombiano -antigua jurisdicción de la provincia de Popayán- , que hasta 1719 incorporó al actual departamento del Chocó y que también ejerció una jurisdicción, al menos nominal, sobre la región amazónica (Mapa No. 1). El estudio de la transición entre el ordenamiento territorial prehispánico y el colonial en los Andes centrales y en la provincia de Pamplona remite fundamentalmente a fenómenos de relativa continuidad entre uno y otro ordenamiento, mientras que el caso de las llanuras del Caribe permite apreciar el impacto de las rupturas. La consideración de este problema en la provincia de Popayán, por su parte, sugiere que la articulación territorial de espacios que presentan una gran variedad geográfica y cultural podría encontrar una explicación en los hallazgos arqueológicos, que dirigen la atención a la existencia de elementos comunes en el campo de la cosmovisión, cuya persistencia remite a procesos de muy larga duración .

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Mapa no 1: Nueva Granada siglo XVIII áreas de estudio

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Fuentes: PÉREZ, Félipe, Atlas geográfico e histórico de la república de Colombia (antigua Nueva Granada) el cual compendia las repúblicas de Venezuela y Ecuador con arreglo a los trabajos del general de ingenieros Agustín Codazzi, París, Imprenta Lahure, 1889, láminas IV y V; TOVAR PINZÓN, Hermes, “El Estado colonial frente al poder local y regional”, en Nova Americana, No. 5, Torino, Guilio Einaudi Editore, 1982, mapa “Regiones económicas de la Nueva Granada (fines del siglo XVIII) y “Plan Geográfico del Virreinato Santafé de Bogotá Nuevo Reino de Granada, que manifiesta su demarcación territorial... por el D.D. Francisco Moreno y Escandón, 1772”, en IGAC, Atlas de Colombia, Bogotá, IGAC, 1977, contraportada. Notas: Límites provinciales aproximados. Durante algunos períodos la ciudad de Ríohacha o Río de la Hacha fue cabeza de provincia y gobierno separado, mientras que en otros formó parte de la provincia de Santa Marta (ROSA, José Nicolás de la, Floresta de la santa iglesia catedral de la ciudad de Santa Marta (1742), Barranquilla, Biblioteca Departamental del Atlántico, 1945, pp. 224-228).

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De otra parte, conviene precisar el sentido que se le dará al concepto de territorio en este artículo. Como se ha precisado en otros trabajos , los estudios geográficos de las últimas décadas tienden a considerar el territorio no tanto en términos de su delimitación y apropiación por parte de personas, grupos o estados, sino fundamentalmente refiriéndolo al manejo social y político que se hace del espacio. Sobre esta base se lo identifica con los conceptos de lugar y región , aproximación adoptada por varios estudios, que desde diferentes disciplinas consideran aspectos del manejo espacial . Con esta aproximación se supera el enfoque “territorialista”, que se preocupaba casi que exclusivamente de los límites territoriales -usualmente los del Estado- y se llama la atención sobre los complejos y variados fenómenos sociales asociados con el manejo del espacio. Esta perspectiva, en todo caso, resulta problemática, ya que incorpora en un mismo término fenómenos estrechamente relacionados, pero de distinto orden. De una parte, la territorialidad considerada en términos de la delimitación y apropiación que se hace del espacio y de los parámetros culturales que sustentan estas acciones. De otra, el manejo, los conflictos y el ordenamiento de un espacio considerado como propio. Sobre esta base, por razones metodológicas y para no confundir niveles de análisis distintos, aunque estrechamente relacionados, se usará el término de territorio HERRERA ÁNGEL, Marta, “Spatial Ordering and Political Control in the Caribbean Lowlands and Central Andes of Eighteenth-Century New Granada”, Syracuse, University of Syracuse, Geography Department, Ph.D. Dissertation, 1999, pp. 17-20 y Ordenar para controlar…, op. cit., pp. 27-28 y HERRERA ÁNGEL, Marta y BONNETT VÉLEZ, Diana, “Ordenamiento espacial y territorial colonial en la ‘Región Central’ neogranadina. Siglo XVIII. Las Visitas de la Tierra como Fuente para la Historia Agraria del siglo XVIII”, en América Latina en la historia económica. Boletín de Fuentes, No. 16, México, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 2001, pp. 17-18. AGNEW, John, “Territory”, en JOHNSTON, R. J., GREGORY, Derek y SMITH, David M. (eds.), The Dictionary of Human Geography, 3a ed. revisada y actualizada, Cambridge, Basil Blackwell, 1994, p. 620. Sobre el particular conviene anotar que resulta sintomático que esta definición se registre en un diccionario elaborado por un grupo de especialistas en el campo. Para el caso colombiano véanse, por ejemplo, los artículos de VARGAS, Patricia, “Propuesta metodológica para la investigación participativa de la percepción territorial en el Pacífico” y de HOFFMANN, Odile, “Territorialidades y alianzas: construcción y activación de espacios locales en el Pacífico”, ambos en CAMACHO, Juana y RESTREPO, Eduardo (eds.), De montes, ríos y ciudades. Territorios e identidades de la gente negra en Colombia, Bogotá, Fundación Natura - Ecofondo - Instituto Colombiano de Antropología, 1999, pp. 143-176 (en particular pp. 146-151) y pp. 75-93 (en particular pp. 76-78 y 91-93), respectivamente; la referencia de Camilo Domínguez al “Territorio como espacio social construido” (DOMÍNGUEZ, Camilo, “Territorio y región en la Amazonía occidental colombiana. Conceptos básicos”, en Memorias del primer encuentro de investigadores del piedemonte amazónico, Florencia, Proyecto Promesup - OEA - Colombia - Universidad de la Amazonía, 1997, p. 9; SACK, Robert David, “El significado de la territorialidad”, en PÉREZ HERRERO, Pedro (comp.), Región e historia en México 1700-1850, México, Universidad Autónoma Metropolitana, 1991, pp. 194-204 y DELER, Jean Paul, Ecuador. Del espacio al Estado nacional, Quito, Ediciones Banco Central del Ecuador, 1987, p. 7.

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para hacer referencia a las prácticas de apropiación y delimitación del espacio. El concepto ordenamiento espacial se utilizará a fin de considerar el manejo que se hace de ese territorio .

1. Las continuidades10 A mediados del siglo XVIII, la provincia de Santafé, jurisdiccionalmente dependiente de la ciudad de Santafé de Bogotá, se dividía desde el punto de vista políticoadministrativo en siete corregimientos o partidos, cada uno de los cuales se dividía, a su vez, en pueblos de indios, 52 en total11 (Mapa No. 2). En los informes de los administradores de la época no se encuentra información sobre la lógica y el origen de este ordenamiento, que se configuró en el siglo XVI12. Tampoco se ha encontrado una explicación sobre dicho ordenamiento en la documentación del siglo XVI que se ha consultado. Sin embargo, al estudiar algunos aspectos globales de la configuración del Zipazgo al momento de la invasión, se encuentran sugestivas coincidencias tanto entre el territorio del Zipazgo y la provincia de Santafé como entre los territorios de los grandes cacicazgos del Zipazgo y los de los corregimientos coloniales.

HERRERA ÁNGEL, Marta, “Spatial Ordering...”, op. cit., pp. 17-20 y Ordenar para controlar..., op. cit., pp. 27-28 y HERRERA ÁNGEL, Marta y BONNETT VÉLEZ, Diana, “Ordenamiento espacial...”, op. cit., pp. 17-18. 10 La temática de este aparte se ha desarrollado en forma más extensa en HERRERA ÁNGEL, Marta, Poder local..., op. cit., capítulo I; Ordenar para controlar..., op. cit., capítulo III; “Las divisiones político-administrativas...”, op. cit. y “El espacio étnico ...”, op. cit. 11 ARÓSTEGUI Y ESCOTO, Joaquín de, “Informe de la visita que practicó a la provincia de Santafé en 1758”, en TOVAR PINZÓN, Hermes et al. (comps.), Convocatoria al poder del número. Censos y estadísticas de la Nueva Granada 1750-1830, Bogotá, Archivo General de la Nación, 1994, pp. 229-285. 12 Véase, por ejemplo, el informe de Aróstegui, ya citado; los informes de MORENO Y ESCANDÓN, Francisco Antonio, “Estado del Virreinato de Santafé, Nuevo Reino de Granada” (1772) y de SILVESTRE, Francisco, “Apuntes reservados” (1789), ambos en COLMENARES, Germán (comp.), Relaciones e informes de los gobernan­ tes de Nueva Gra­nada, 3 Vol­s., Bogo­tá, Bi­blio­teca del Banco Popu­lar, 1989, t. I, pp. 153-270 y t. II, pp. 35-152, respectivamente, y la descripción de los curatos que elaboró OVIEDO, Basilio Vicente de, Cualidades y riquezas del Nuevo Reino de Granada (1761), Luis Augusto Cuervo, comp., Bogotá, Imprenta Nacional, 1930.

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Mapa no 2: Provincia de Santafé Cacicazgos y división político-administrativa durante la Colonia

UBATE

ZIPAQUIRA

GUATAVITA

BOGOTA

UBAQUE BOSA

PASCA

Fuente: tomado de HERRERA ÁNGEL, Marta, Poder Local... op.cit., mapa No. 3, p. 29.

Como se puede apreciar al comparar los mapas Nos. 2 y 3, a grandes rasgos el corregimien­to de Pasca, al suroccidente de la provincia, corres­pondía a los territorios del Fusagasugá. Hacia el oriente los territorios del señorío de Ebaque coincidían con los del corregimiento de Ubaque y en el nororiente los del Guatavi­ta con el corregi­ miento de Guatavita o de Chocon­tá. En el noroccidente, el corregi­miento de Ubaté quedó integrado por los territorios de Ebaté, Susa y Simijaca. En otros casos la relativa coincidencia entre los grandes cacicazgos prehispánicos sujetos al Zipa y los corregimientos se torna un tanto confusa. Por ejemplo, Chía, que tenía una estrecha conexión con el Zipazgo, ya que su cacique heredaba el Zipazgo a la muerte del Zipa,

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quedó comprendida en el corregimiento de Zipaquirá y lo que era el territorio del Zipa, antes del proceso de expansión adelantado por Saguanmachica, quedó dividido en dos corregimientos: Bogotá y Bosa13. Mapa no 3: Los Cacicazgos Chibchas alrededor de 1470

Fuente: tomado de HERRERA ÁNGEL, Marta, Poder Local... op.cit., mapa No. 4, p. 31.

Mayor indefinición presentó el caso de los Panches, última conquista del Zipazgo realizada ya con el apoyo de las tropas europeas. Los Panches inva­dieron el territorio Muisca por Zipacón, luego de que Sacsaxipa llegara a un acuerdo de paz con Quesada14. 13 HERRERA ÁNGEL, Marta, Poder local..., op. cit., p. 28. 14 FERNÁNDEZ DE PIEDRAHITA, Lucas, Historia general de las con­quis­tas del Nuevo Reino de Gra­nada (168­8), 4 Vols., Bogo­tá, Bi­blio­teca Popu­lar de Cul­tura Co­lom­bia­na, 1942., t. II, p. 81.

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En esa oportuni­dad el Zipa recurrió a los españoles para responder al ataque Panche y entre 12.000 y 20.000 de sus guerreros se unieron a las huestes comandadas por Quesada15. Los Panches fueron derro­ta­dos y decidieron acordar los térmi­nos de paz con el general, quien los obligó a rendir sus armas ante el Zipa16, lo que hicieron a pesar de considerar que no se trataba de una victoria alcanzada por los Muiscas17. Es posible que esta forzosa aceptación de sumisión haya dificul­tado la integración real del territorio Panche al de sus, al parecer, tradi­cionales enemigos e incidiera en los frecuentes cambios de adscripción territorial que presentó el corregimiento de los Panches18, cuya pertenencia a la provincia de Santafé se discutía con frecuencia19. En lo que tuvo que ver con la jurisdicción de la ciudad de Tunja, la superposición territorial fue menor a la que se presentó en la provincia de Santafé. En la colonia al territorio Muisca del Zaque se le anexaron parte de los territorios Muiscas independientes, al igual que territorios Tunebo o U’wa. A pesar de esos cambios, las coincidencias entre las divisiones territoriales prehispánicas y las jurisdicciones coloniales son significativas20, como se aprecia en el Mapa No. 4. Una coincidencia similar se ha discutido con relación al territorio de los Chitarero y la provincia de Pamplona, y el de los Tayatomo y la jurisdicción de la villa de San Cristóbal, en territorio venezolano21 (Mapa No. 5).

15 Ibid., p. 82, habla de 20.000 guerreros y CASTELLANOS, Juan de, Historia del Nuevo Reino de Granada, 2 Vols., Madrid, Imprenta de A. Pérez Dubrull, 1886, t. I, p. 214, de 12.000. Véase también AGUADO, Pedro, Recopilación historial (1581) (introducción, notas y comentarios de Juan Friede), 4 Vols., Bogotá, Biblio­teca de la Presidencia de Colombia, 1956, t. I, p. 312 y FERNÁNDEZ DE OVIEDO Y VALDÉS, Gonzalo, Historia general y natural de las In­dias Islas y Tie­rra-Firme del Mar Océa­no (1535-1549), 5 Vols., Madrid, Biblioteca de Autores Españoles, Editorial Atlas, 1959, t. III, pp. 86–89. 16 FERNÁNDEZ DE PIEDRAHITA, Lucas, Historia..., op. cit., t. II, p. 87. 17 Ibid., t. II, pp. 87-88. 18 Un listado de las poblaciones que integraban el partido de los Panches en 1780-1793 puede verse A.G.N., Tributos. Catálo­go e Indices, Bogotá, A.G.N., 1992, p. 15. 19 HERRERA ÁNGEL, Marta, Poder local..., op. cit., pp. 28-30. Véase también A.G.N., Poblacio­nes Varias, t. 10, f. 290 v.; SILVESTRE, Francisco, “Apuntes...”, op. cit., p. 56 y OVIEDO, Basilio Vicente de, Cualida­des..., op. cit., pp. 111 y 287. 20 HERRERA ÁNGEL, Marta, Ordenar para controlar..., op. cit., p. 125. 21 HERRERA ÁNGEL, Marta, “El espacio étnico...”, op. cit., pp. 25-34.

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Mapa no 4: Andes Centrales Cacicazgos Prehispánicos y Jurisdicciones Coloniales ������������������������ �

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Fuente: Tomado de HERRERA ÁNGEL, Marta, Ordenar para controlar... op. cit., mapa No. 14 “Andes Centrales. Cacicazgos prehispánicos y jurisdicciones coloniales”, p. 126.

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Mapa no 5: Grupos étnicos Norte de Santander Siglo XVI �

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Fuente: Tomado de Hermes Tovar et al., Territorio, p. 12, Mapa 0, “Grupos Étnicos. Norte de Santander. Siglo XVI”.

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Esta continuidad entre la territorialidad prehispánica en el momento previo a la invasión y la que se instauró en el período colonial, se ha documentado para otros espacios hispanoamercanos, como lo hizo Gibson para el caso mexicano, que fue ampliado por Licate para la región de Tacamachalco-Quecholac, en México Central22. Este problema se discute igualmente por parte de geógrafos, arqueólogos e historiadores en el caso de la frontera entre Colombia y Ecuador23. En parte, tal continuidad se explica en la medida en que los invasores europeos sometieron a poblaciones que manejaban su propia territorialidad24. Someter a un grupo en cierta forma implicaba controlar el territorio de ese grupo. Con frecuencia, en los niveles intermedios, como el del gran cacicazgo, la continuidad no se estableció en forma inmediata. Inicialmente se resquebrajó el poder de las grandes unidades, mediante su fraccionamiento en cacicazgos de menor jerarquía al distribuirlos en encomiendas y organizar a la población en pueblos de indios. Fue después, cuando el reagrupamiento de los cacicazgos ya no representaba un peligro para el control colonial, que se procedió a agruparlos en corregimientos. Lo anterior, unido a la relativamente duración de los corregimientos configurados a finales del siglo XVI -se mantuvieron por más de siglo y medio- sugiere que su estructuración no sólo respondió a motivaciones de índole política, sino también a la dinámica económica y social de las comunidades, que actuaba como elemento cohesionador de estas unidades25. El impacto político de estas continuidades, sin embargo, se logra apreciar con mayor claridad cuando no se presentó, como se verá a continuación.

2. Las rupturas26 El estudio de este fenómeno en las llanuras del Caribe muestra un proceso diferente articulado con el de la ambigüedad jurisdiccional, que se presentó a lo largo del período colonial entre las provincias de Cartagena y Santa Marta. En general, la documentación disponible sobre las primeras décadas del siglo XVI no menciona los 22 GIBSON, Charles, Los Aztecas bajo el dominio español (1974), 2a ed., México, Siglo XXI Editores, 1975, p. 92 y LICATE, Jack A., Creation of a Mexican Landscape. Territorial Organization and Settlement in the Eastern Puebla Basin, 1520-1605, Chicago, The University of Chicago, 1981. 23 Véanse varios de los artículos publicados en CAILLAVET, Chantal y PACHÓN, Ximena (eds.), Frontera y poblamiento..., op. cit. 24 HERRERA ÁNGEL, Marta, “El espacio étnico...”, op. cit., p. 14. 25 HERRERA ÁNGEL, Marta, Poder local..., op. cit., pp. 35-50. 26 La temática de este aparte se ha desarrollado en forma más extensa en HERRERA ÁNGEL, Marta, Ordenar para controlar ..., op. cit., cap. III.

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criterios que se utilizaron para delimitar sus territorios. En su relación de 1533, Pedro de Heredia simplemente precisó que cuando fue teniente gobernador de Santa Marta le pidió al rey la merced de conquistar Cartagena y que este le dio por límites de la gobernación desde el río Magdalena hasta el río Darién27. El establecimiento del río Magdalena como límite entre las provincias de Santa Marta y Cartagena implicaba, desde ya, una ruptura en el ordenamiento territorial prehispánico. De acuerdo con los criterios culturales de los españoles, accidentes naturales, como los ríos, eran puestos por natura para dividir jurisdicciones28. Para la población que ocupaba el Bajo río Magdalena los parámetros culturales de división territorial operaban siguiendo otra lógica. En el siglo XVI la provincia de Santa Marta era ocupada por varias naciones indígenas, como se observa en el Mapa No. 629.

27 HEREDIA, Pedro de, “Relación de Pedro de Heredia (1533)”, en TOVAR PINZÓN, Hermes, (comp.), Relaciones y visitas a los Andes. S. XVI, 4 Vols., Bogotá, Colcultura, Instituto de Cultura Hispánica, 1993-1996, t. II, p. 367. Tampoco se precisan los criterios que se utilizaron para establecer las demarcaciones territoriales en los documentos que se relacionan con la división entre las provincias de Santa Marta y Venezuela (véase, por ejemplo, la “Información sobre el Valle de los Pacabueyes (Coro Diciembre de 1533)”, en TOVAR PINZÓN, Hermes (comp.), Relaciones y visitas..., op. cit., t. II, p. 106 y la capitulación para la conquista de Santa Marta hecha con Alonso Luis de Lugo en FRIEDE, Juan, (comp.), Documentos inéditos para la historia de Colombia, 10 Vols., Bogotá, Academia Colombiana de Historia, 1955-1960, t. III, p. 166). 28 A.G.N. (Bogotá), Miscelánea Colonia, t.10, f. 264v. 29 Lamentablemente no se encontró información con fechas similares para la provincia de Cartagena y la jurisdicción de la ciudad de Santa Marta que permitiera incluir en el Mapa No. 6 a los grupos indígenas que allí habitaban.

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Mapa no 6: Provincia de Santa Marta Grupos indígenas. Jurisdicciones de la villa de Tenerife y de las ciudades de Tamalameque, Valledupar y Ocaña. 1578-1580

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Fuente: HERRERA ÁNGEL, Marta, Ordenar para controlar..., op. cit., mapa No. 15, p. 129.

A pesar de las dificultades para conocer cómo se distribuía el territorio entre los distintos grupos étnicos, la documentación y la evidencia arqueológica coinciden en señalar que el río Magdalena, al menos entre Tenerife y Tamalameque, no tenía el carácter de línea divisoria que se le dio luego de la conquista30. Antes de la invasión 30 Así lo sugiere la Relación de Tamalameque de 1579 y lo confirma la Relación de Tenerife de 1580 (ver TOVAR PINZÓN, Hermes (comp.), Relaciones y visitas..., op. cit., t. II, pp. 292, 297-304 y 312, respectivamente) y un

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europea los Malebúes ubicados entre Tenerife y Tamalameque ocupaban una y otra banda del río y existía una estrecha relación entre ellos. Según lo expresó Pedro de Heredia en 1541: “En la ribera del Río Grande de la Magdalena, que pasa entre esta gobernación de Cartagena y la de Santa Marta, viven muchos indios así por la una parte como por la otra, y los unos traen sus labranzas y granjerías en una banda del río y los otros en la otra y se contratan y tienen deudos y parientes y amigos y vasallos los de esta gobernación en la otra y los de la otra en la otra, y lo mismo tienen en todas las islas que el río hace.”31.

El manejo de las riberas por parte de los indios, unido a la división establecida entre las gobernaciones, muy pronto dio lugar a conflictos jurisdiccionales entre las provincias de Santa Marta y Cartagena32. Los naturales, y en alguna medida los nuevos pobladores, continuaron manejando el espacio conforme a las pautas tradicionales, como si el río Magdalena no dividiera las dos jurisdicciones, sino más bien las integrara. Modificar las pautas de uso del espacio mediante una norma no había sido posible. El uso que se hizo de las riberas del bajo río Magdalena a partir del siglo XVI articuló las tradiciones prehispánicas, la geografía del área y los intereses propios del informe de Pedro de Heredia sobre Mompox fechado en 1541 (FRIEDE, Juan, (comp.), Documentos..., op. cit., t. VI, pp. 176 y 179-180); en la Visita de 1560 se indicó que los naturales de Mompox, Tenerife y Tamalameque eran “de la misma calidad y condición” (TOVAR PINZÓN, Hermes (comp.), No hay caciques ni señores, Barcelona, Sendai Ediciones, 1988, p. 107). En el campo de la etnohistoria y la arqueología véase, REICHELDOLMATOFF, Gerardo, Datos histórico-culturales sobre las tribus de la antigua gobernación de Santa Marta, Bogotá, Banco de la República, 1951, pp. 56 y 105-108; PLAZAS, Clemencia, et al., La sociedad hidráulica Zenú. Estudio arqueológico de 2.000 años de historia en las llanuras del Caribe Colombiano, Bogotá, Banco de la República, 1993, pp. 117-125; GROOT DE MAHECHA, Ana María, “La Costa Atlántica”, en VV. AA., Colombia prehispánica. Regiones arqueológicas, Bogotá, Instituto Colombiano de Antropología, 1989, pp. 29-30. Las referencias de los cronistas sobre este punto no son tan claras. El único que mencionó a los Malebúes fue Simón, indicando que eran los de la villa de Mompox. En cuanto a las confrontaciones entre los indígenas de las riberas del Magdalena y los europeos puso de manifiesto que los ataques contra los españoles provenían de ambas riberas del río. También documentó la unión entre los señores de ambas riberas para atacar a un grupo de soldados, integrantes de la hueste que, al mando de Quesada, invadió el altiplano cundiboyacense (SIMÓN, Pedro, Noticias historiales de las conquistas de Tierra Firme en las Indias Occidentales (1626), 7 Vols., Bogotá, Biblioteca del Banco Popular, 19811982, t. III, pp. 130 y 134; véase la referencia a Mompox en el t. IV, p. 581). 31 FRIEDE, Juan, (comp.), Documentos..., op. cit., t. VI, p. 179. 32 Ibid, pp. 176, 179 y 277-278; RESTREPO TIRADO, Ernesto, Historia de la Provincia de Santa Marta (1929), Bogotá, Colcultura, 1975, p. 133 y GUTIÉRREZ DE PIÑERES, Eduardo (comp.), Documentos para la historia del departamento de Bolívar, Cartagena, Tipografía de Antonio Araujo, 1889, p. 85.

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poblamiento europeo. Poco después de la invasión el río Magdalena se consolidó como vía de comunicación estratégica entre la región Caribe, los Andes centrales y, en general, el interior del continente33, papel que, conviene resaltar, había ocupado durante varios milenios34. El sistema fluvial del área, que forma parte de la Depresión Momposina, mantuvo su importancia, aunque la atención de los nuevos pobladores se dirigió en particular al cauce del río Magdalena35. Es decir, que no sólo se trató de un problema de simple continuidad o ruptura entre un orden y otro, sino de prácticas que se mantuvieron vigentes dentro de otro contexto, pero sin ajustarse del todo al nuevo orden. Una tradición cultural, fuertemente articulada con las características geográficas del medio y acicateada por las ventajas que significaba su continuidad en el contexto 33 En términos de los invasores, su descubrimiento del Nuevo Reino tuvo un papel central en la consolidación del río Magdalena como eje de las comunicaciones en el territorio neogranadino (véase YBOT LEÓN, Antonio, La arteria histórica del Nuevo Reino de Granada (Cartagena-Santa Fe 1538-1798), Bogotá, Editorial ABC, 1952, pp. 35 y 43-44). En 1541 ya se hablaba del tráfico de la gente que venía de la provincia de Bogotá como algo regular (FRIEDE, Juan, (comp.), Documentos..., op. cit., t. VI, pp. 178-180) y en 1580 del que se hacía por vía del río Magdalena, entre el Caribe, Quito y el Perú; esta última ruta, si bien era más larga, resultaba más segura que la marítima (Relación de Tenerife, en TOVAR PINZÓN, Hermes (comp.), Relaciones y visitas..., op. cit., t. II, pp. 316-317). 34 Este tema, que debería ser objeto de un estudio sistemático basado en los nuevos hallazgos arqueológicos, desborda los objetivos de este artículo. Para nuestros efectos basta recordar, a manera de ejemplos, dos observaciones generales hechas desde la arqueología: en primer lugar, la que señala que los valles ríos Magdalena y Cauca constituyen “rutas migratorias naturales que siempre han desempeñado un papel importante.” (REICHEL-DOLMATOFF, Gerardo, Arqueología de Colombia (1986), 2a ed., Bogotá, Biblioteca Familiar de la Presidencia de la República, 1997, p. 34). En segundo lugar, la presencia de cerámica de Tradición Zambrano (bajo río Magdalena), en Honda, Guamo, San Agustín, y hacia la cordillera Oriental, en Guaduas, Tocaima, en la Sabana de Bogotá (con la denominación Mosquera Incisa) y en colecciones cerámicas procedentes de la cordillera Central, alrededor de dos milenios a. C., durante la Etapa Formativa (Ibid., pp. 110-114). Lo anterior constituye un indicativo sobre las interrelaciones de esas poblaciones. Para la época de la invasión del siglo XVI son ilustrativas las observaciones hechas sobre el comercio de sal por el río, tanto desde la región costera hasta por lo menos 70 leguas (alrededor de 385 km.) río Magdalena arriba y desde las salinas situadas en el altiplano cundiboyacence hacia el río Magdalena (“Epítome de la conquista del Nuevo Reino de Granada”, en TOVAR PINZÓN, Hermes (comp.), No hay caciques..., op. cit., pp. 169-170). 35 Varios de los documentos que transcribió Antonio Ybot León permiten apreciar la articulación entre el río Magdalena, las ciénagas aledañas y otros ríos como el Cesar y el Cauca (ver YBOT LEÓN, Antonio, La Arteria..., op. cit., pp. 244, 247, 298, 304, 307-9 y 326). Véase también la información sobre la boga y navegación en los ríos Grande de la Magdalena, Cauca y San Jorge, hecha en 1611 por Juan de Villabona y Zubiaurre, transcrita por BLANCO BARROS, José Agustín, El norte de Tierradentro y los orígenes de Barranquilla. Estudios y documentos para una geografía histórica del departamento del Atlántico, Bogotá, Banco de la República, 1987, pp. 344-348; la Relación del Valle de Upar de 1578, en TOVAR PINZÓN, Hermes, Relaciones..., op. cit., t. II, pp. 265-266 y 274 y SIMÓN, Pedro, Noticias historiales..., op. cit., t. IV, pp. 541-542.

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colonial, difícilmente desaparecería. A los vecinos de la villa cartagenera de Mompox, deseosos de un rato de esparcimiento y de diversión durante los tiempos de carnaval, les resultaba fácil y deseable desplazarse a la isla, que se formaba frente a ellos en el río Magdalena. Allí podían con bastante libertad practicar juegos de embite, suerte, azar y rifas, todos prohibidos por la corona, sin que las autoridades pudieran impedirlo. La isla pertenecía a Santa Marta, pero en la adyacente ribera de esa provincia no había poblados ni autoridades. Las de Mompox, ubicadas al frente de la isla, no podían actuar por carecer de facultades jurisdiccionales sobre esa área36. La diversión prohibida fue aquí un acicate; en otros casos lo fue la rentabilidad de una empresa. ¿Qué ganadero de Cartagena preferiría tener sus ganados allí, donde las cargas impositivas eran más altas, en lugar de tenerlas al otro lado del río, donde eran menores?37. Podría plantearse, entonces, al menos a manera de hipótesis, que las estructuras de ordenamiento territorial prehispánicas continuaron jugando un papel importante durante el período colonial, tanto allí donde se acogieron y sirvieron de base para establecer las delimitaciones jurisdiccionales, como donde se desconocieron y se suplantaron. La continuidad entre uno y otro orden favorecía, en principio, su consolidación; por el contrario, la ruptura del orden preestablecido dificultó la labor de los administradores coloniales y disminuyó su capacidad para imponer uno nuevo, haciendo que la novedad resultara en muchos casos más bien hipotética o, si se quiere, más jurídica que real. Los fenómenos de cambio y continuidad considerados sugieren que una rápida y súbita ruptura de las estructuras de ordenamiento territorial previamente establecidas dificultó la cimentación del nuevo orden que las desconocía. Esta situación de indefinición jurisdiccional tuvo importantes consecuencias en términos administrativos, en la medida en que dificultó el control sobre la población. Adicionalmente, puso en evidencia las contradicciones entre la normatividad colonial, que establecía una separación estricta entre las jurisdicciones38, y las prácticas sociales de la población, 36 A.G.N. (Bogotá), Milicias y Marina, t. 127, ff. 886r. a 876v. 37 José Ignacio de Pombo atribuía la decadencia de la ganadería cartagenera a que allí se cobraba la sisa sobre las carnes de vaca y cerdo, que no se cobraba en Santa Marta y en otras provincias aledañas (POMBO, José Ignacio de, “Informe del Real Consulado de Cartagena de Indias a la Suprema Junta Provincial de la misma” (1810), en MÚNERA, Alfonso (comp.), Ensayos costeños. De la Colonia a la República: 1770-1890, Bogotá, Colcultura, 1994, pp. 85-86). Antonio Julián anotaba que por ser el río Magdalena lo único que las separaba, “fácilmente pasan nadando las reses de la provincia de Santa Marta a las otras, y el tránsito es casi continuo.” (JULIÁN, Antonio, La perla de América. Provincia de Santa Marta (1787), Bogotá, Biblioteca Popular de Cultura Colombiana, 1951, pp. 101-102). 38 Según el fiscal del Consejo de Indias no podía “ningun juez eclesiastico, ni secular exercer jurisdiccion en territorio ageno, aunque las personas que residan en el, sean originarias, y oriundas del suyo,” (A.G.I. (Sevilla),

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que manejó esa división con fines distintos e, incluso, opuestos a los previstos por la ley. Como ya se señaló, con frecuencia los pobladores simplemente pasaban al otro lado del río, a la otra provincia -donde no había justicias- para desarrollar actividades prohibidas por la ley o alegaban que su caso correspondía a las justicias de la provincia vecina, con lo que iniciaban largos pleitos jurisdiccionales, que entorpecían el trámite judicial39. Las mismas autoridades hacían uso de esta artimaña para confrontar a un juez enemigo40. Estos ejemplos llaman la atención sobre las dificultades administrativas que acarrea un ordenamiento jurídico cuando, al ir en contravía de las prácticas sociales, no se incorpora dentro de lo “natural”, dentro de lo que “debe ser”41. Las consecuencias, sin embargo, no se limitan a reducir la eficacia de la norma y la posibilidad de que sea obedecida o a facilitar que sea utilizada para confrontar y, aun, para oponerse al sistema político. La consecuencia más dramática de un orden jurídico contrario a las prácticas sociales es la de reducir en forma significativa el capital más preciado de un ordenamiento político: la legitimidad42. Ahora bien, el problema de la legitimidad que se estructura a partir de diversos parámetros, como pueden ser la creencia en la legalidad, la aceptación de la tradición43, o la “naturalización” de un orden44, remite a la posible articulación entre territorialidad y la existencia de elementos comunes en el campo de la cosmovisión, de las estructuras mentales socialmente construidas, a través de las cuales se percibe el entorno. Esta 39 40

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Santa Fe, 1034). A.G.N. (Bogotá), Negros y Esclavos Magdalena, t. 3, ff. 930r. a 931v. y 925r. Esto se aprecia, por ejemplo, en un largo proceso adelantado contra varios indígenas acusados de participar en ataques de “indios bravos” en la provincia de Santa Marta, que terminó siendo tramitado por las justicias de Mompox, en la provincia de Cartagena, ya que estas últimas impidieron la participación de los jueces pobladores samarios, con quienes estaban enfrentadas (véase A.G.N. (Bogotá), Juicios Criminales, t. 201, ff. 1r. a 461v.). La importancia del ordenamiento espacial para transformar el orden social en algo natural ha sido subrayado por DUNCAN, James S. y DUNCAN, Nancy, “(Re)reading the Landscape”, en Environment and Planning D: Society and Space, Vol. 6, Londres, Pion Ltd., 1988, pp. 123-124. Aquí esa idea se hace extensiva al problema de las divisiones político-administrativas, ya que forman parte del sistema de clasificaciones que proporciona las bases para la división de los territorios jurisdiccionales. Sobre el problema de las clasificaciones véase LÉVI-STRAUSS, Claude, El Pensamiento salvaje (1962), 1a reimpresión en español, México, Fondo de Cultura Económica, 1997 y BOURDIEU, Pierre, Outline of A Theory of Practice (1972), Cambridge, Cambridge University Press, 1993, p. 164. Sobre la vinculación entre la legitimidad y el ejercicio del poder, aunque expresado en otros términos, véanse MAQUIAVELO, Nicolás, El príncipe, en MAQUIAVELO, Nicolás, Obras, Barcelona, Editorial Vergara, 1974, pp. 93-240 y WEBER, Max, Economía y sociedad (1922), 3a reimpresión, 2 Vols., México, Fondo de Cultura Económica, 1977, t. I, pp. 25-33 y 170-217. WEBER, Max, op. cit., t. I, p. 172. Sobre las prácticas políticas que se derivan de la “naturalización” de un determinado ordenamiento, véanse, entre otros, BOURDIEU, Pierre, op. cit. y DUNCAN, James S. y DUNCAN, Nancy, op. cit.

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posibilidad la sugiere el estudio sobre la configuración y permanencia de la antigua provincia de Popayán en el período colonial, que actualmente, sin una demarcación político-administrativa clara, se conoce como la región del “Suroccidente”45.

3. Cosmología y territorio46 Entre las características más sobresalientes de la organización político-administrativa de la provincia de Popayán durante el período colonial se encuentran la vastedad de su territorio, su dependencia simultánea de dos centros de poder: las audiencias de Quito y Santafé, la relativa inestabilidad de sus límites jurisdiccionales y la falta de correspondencia entre estos últimos y los definidos para efectos de su administración religiosa -al menos a nivel de obispados-. Otra característica, estrechamente asociada con las anteriores, la constituye su variedad. Tanto desde el punto de vista geográfico, como en términos de la composición socio-racial definida por el sistema de castas vigente durante el período colonial, y del tipo de organización económica y social que se evidenció en el interior de la provincia, se aprecia una gran diversidad47. El ámbito geográfico de la provincia de Popayán se desplaza, por decirlo así, desde el eje longitudinal que establece la cordillera de los Andes hacia las ardientes llanuras del Pacífico, al occidente y, en dirección al oriente, a las tierras bajas del Amazonas; en la parte sur, y en el norte, al valle del río Magdalena (véase Mapa No. 7).

45 Ver, por ejemplo, VALENCIA LLANO, Alonso (dir.), Historia del Gran Cauca. Historia regional del Suroccidente colombiano, Cali, Universidad del Valle, 1996. 46 La temática de este aparte se ha desarrollado en forma más extensa en HERRERA ÁNGEL, Marta, “Calima as part of the Province”, op. cit., y Ordenamiento espacial y procesos de identificación regional en la sociedad Neogranadina. Provincia de Popayán, siglo XVIII, Bogotá, mecanografiado, Informe de Avance, Ministerio de Cultura, 2001. 47 Esta diversidad ha sido resaltada y estudiada por varios autores, desde diferentes perspectivas, en BARONA BECERRA, Guido y GNECCO VALENCIA, Cristóbal, (eds.), Historia, geografía y cultura del Cauca. Territorios posibles, 2 Vols., Popayán, Corporación Autónoma Regional del Cauca (CRC) - Lotería del Cauca - Universidad del Cauca, 2001.

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Fuente: SILVESTRE, Francisco, “Apuntes...”, op. cit., p. 43 y Relación de Diego Antonio Nieto, en TOVAR, Hermes et al. (comps.), Convocatoria..., op. cit., pp. 325-335. Base cartográfica: IGAC, Atlas..., op. cit., pp. 40-41. Notas: Límites provinciales aproximados. Según Silvestre (1789) la provincia de Popayán lindaba con Atacames; Diego Antonio Nieto, gobernador de esa provincia, incluye a Esmeraldas y Atacames dentro de la jurisdicción de Tumaco y como parte de la jurisdicción bajo su cargo, en un informe fechado en 1797.

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El eje longitudinal que estructura en su territorio la cordillera de los Andes, se articula con la dirección norte-sur de las hoyas de los ríos Cauca, Guáitara y parte de la del río Patía. Todas las alturas posibles, desde las nieves perpetuas hasta el nivel del mar, hacen sentir su presencia en el territorio provincial, que se configura así como un gran mosaico climático, al que se articulan innumerables asociaciones en el mundo de la fauna y de la flora48. No resulta extraño que sobre esta diversidad geográfica se hayan estructurado múltiples formas de organización económica, social y política. Tampoco que en el plano cultural y simbólico se exprese esta variedad. Lo que sí resulta extraño es que esta multiplicidad de paisajes, de formaciones sociales y culturales se concatene en términos de la unidad provincial. Se trata de un problema que no encuentra explicación en la dinámica histórica que siguió a la invasión europea del siglo XVI. Efectivamente, al hacer el seguimiento del proceso de conquista de la provincia de Popayán se podría pensar que su territorio se configuró a partir de las ambiciones y el poderío de los capitanes de conquista. Salen a relucir las rencillas y emulaciones de figuras como Pizarro, Belalcázar y Robledo, así como las aspiraciones territoriales de los gobernadores de Cartagena. Estos temas acapararon la atención de los invasores y ocupan buena parte de los escritos que se conservan de la época49. Sin embargo, al observar el proceso en forma más detenida se aprecia que esos eventos que tanto interés suscitaban entre la población invasora, tenían un carácter más coyuntural que estructural y resultan insuficientes al momento de entender la configuración del territorio durante el período colonial.

48 Véanse descripciones geográficas de la provincia de Popayán en: VELASCO, Juan de, Historia del Reino de Quito en la América Meridional (1789), 3 Vols., Caracas, Biblioteca Ayacucho, s.f., t. II, pp. 164-165; CODAZZI, Agustín, Viaje de la Comisión Corográfica por el Estado del Cauca. Provincias del Chocó, Buenaventura, Cauca y Popayán, Guido Barona, Camilo Domínguez, Augusto Gómez y Apolinar Figueroa (comps.), Cali, Impresora Feriva, 2002; VERGARA Y VELASCO, Francisco Javier, Nueva geografía de Colombia (1901), 3 Vols., Bogotá, Publicaciones del Banco de la República, Archivo de Economía Nacional, 1974; WEST, Robert, La minería de aluvión en Colombia durante el período colonial (1952), Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 1972; una nueva edición, que incluye los mapas que no fueron publicados en la edición de 1972, en Cuadernos de Geografía. Revista del Departamento de Geografía, edición especial 2000, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 2000, pp. 10-164 y Las tierras bajas del Pacífico colombiano (1957), Bogotá, Instituto Colombiano de Antropología e Historia, 2000; los capítulos V y VI de esta obra fueron publicados también en Cuadernos de Geografía. Revista del Departamento de Geografía, edición especial 2000, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 2000, pp. 165-254 y BARONA BECERRA, Guido y GNECCO VALENCIA, Cristóbal, (eds.), op. cit., entre otros. 49 Véase, por ejemplo, CIEZA, Pedro de, La crónica del Perú (1553), 3a edición, Madrid, Editorial Espasa-Calpe, 1962; GARCÉS, Jorge A. (comp.), Colección de documentos inéditos relativos al adelantado capitán don Sebastián de Benalcázar 1535-1565, Quito, Publicaciones del Archivo Municipal, 1936; FERNÁNDEZ DE OVIEDO Y VALDÉS, Gonzalo, Historia general..., op. cit., en particular tt. III y IV y la documentación transcrita por TOVAR PINZÓN, Hermes (comp.), Relaciones y Visitas..., op. cit., t. I.

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El hecho de que se fundaran ciudades para controlar provincias indígenas, como sucedió en el caso de la ciudad de Cartago y la provincia de Quimbaya50 o de la ciudad de Anserma con la provincia a la que dieron ese nombre51, permite apreciar la incidencia del ordenamiento territorial prehispánico en la configuración administrativa, que se iba estableciendo a medida que avanzaba la conquista. El peso de ese ordenamiento preexistente no era necesariamente incompatible con el interés de fundar ciudades y villas que legitimaran el control de un capitán sobre un territorio, pero con frecuencia se observa que el establecimiento de nuevos asentamientos se vio presionado por la imposibilidad de controlar algunas provincias indígenas desde los asentamientos recientemente fundados por los invasores, como fue el caso de Toro y Cáceres52. En algunas oportunidades los conflictos existentes entre grupos indígenas impidieron que se pudieran reunir en un mismo territorio jurisdiccional para efectos de su administración, por lo que se consideró necesario fundar una nueva ciudad, de tal suerte que los grupos en conflicto fueran administrados por distintas ciudades, como sucedió con Arma53. 50 ROBLEDO, Jorge, “Relación de Anzerma” (ca. 1545), en TOVAR PINZÓN, Hermes (comp.), Relaciones y visitas..., op. cit., t. I, pp. 345-347 y SARMIENTO, Pedro, “Relación de lo que subcedio en el descobrimyento de las provincias de Antiochia, Anzerma y Cartago y cibdades que en ellas estan pobladas por el s(eño)r capita(n) Jorge Robledo (1540)”, en TOVAR PINZÓN, Hermes (comp.), Relaciones y visitas..., op. cit., t. I, pp. 257-259. SARDELA, Juan Baptista, “Relación de lo que subcedio al magnifico señor capitan Jorge Robledo” (ca. 1542), en TOVAR PINZÓN, Hermes (comp.), Relaciones y visitas..., op. cit., t. I, p. 264, anotó que la ciudad se había fundado “en las provincias de Quimbaya y otras muchas a ellas comarcanas”. 51 Estaba integrada por los caciques llamados Ocusca, Humbruça, Fanfarrones, Guarma, Chatapa y Unbria, “principales señores de aquellas provincias de Ancerma con otros muchos” (SARMIENTO, Pedro, “Relación de lo que subcedio en el descobrimyento de las provincias de Antiochia, Anzerma y Cartago y cibdades que en ellas estan pobladas por el s(eño)r capita(n) Jorge Robledo (1540)”, en TOVAR PINZÓN, Hermes (comp.), Relaciones y visitas..., op. cit., t. I, p. 272). Véase otra referencia a las poblaciones de esta provincia en ROBLEDO, Jorge, “Relación de Anzerma” (ca. 1545), en TOVAR PINZÓN, Hermes (comp.), Relaciones y Visitas..., op. cit., t. I, pp. 335-336. En algunos documentos del siglo XVI Anserma aparece escrito Nancerma (véase, por ejemplo, GARCÉS, Jorge A. (comp.), op. cit., pp. 33 y 48). 52 Con respecto al establecimiento de Toro, en 1572 el gobernador de Popayán comisionó a Melchor Velásquez para que fundara un pueblo a fin de “pacificar” a los indígenas Chancos, que atacaban a los viajeros en el camino real entre Cali, Anserma y Cartago. Sobre esta base, Velásquez, titulándose capitán general de las provincias de Chocó, Dabaiba y Chancos, realizó la primera fundación de la ciudad de Nuestra Señora de la Consolación de Toro, a la entrada de los indios “que llaman Ingaraes” de esas provincias, “junto al río que dicen de los Chancos,” (PIEDRAHITA, Diógenes, Historia de Toro (ca. 1937), 2a ed. ampliada, Cali, Imprenta Departamental, 1954, pp. 27-33; la cita textual en la p. 33). Actualmente en las cercanías del río Chanco está ubicada Ansermanuevo (Mapa IGAC, Valle del Cauca, 1982, 1:300.000). Sobre la fundación de Cáceres, véase ROMOLI, Kathleen, “El Alto Chocó en el siglo XVI (Parte I)”, en Revista Colombiana de Antropología, Vol. XIX, Bogotá, Instituto Colombiano de Antropología, 1975, pp. 25-26. 53 CIEZA, Pedro de, op. cit., cap. XVII, p. 74. Sobre las diferencias entre los grupos indígenas de Quimbaya y los de Arma véase también FERNÁNDEZ DE OVIEDO Y VALDÉS, Gonzalo, Historia general..., op. cit. t. V, p. 29 y ROBLEDO, Jorge, “Relación de Anzerma” (ca. 1545), en TOVAR PINZÓN, Hermes (comp.), Relaciones

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Incluso, a finales del período colonial las delimitaciones entre grupos indígenas se utilizaron como argumento para dirimir conflictos jurisdiccionales. En 1729, luego de que se le segregara a Popayán la provincia del Chocó, se argumentaba en contra de las pretensiones de la nueva gobernación por apropiarse del Raposo y del puerto de la Buenaventura, la enemistad de los indígenas de esta área con los Chocoes. Afirmaban, que a la gobernación del Chocó no correspondían esos territorios, lo que se “[...] comprueba con que la mayor afrenta, contumelia y oprobrio que a los Naturales les puede dezir, es tratarlos de chocoes, por la antigua antipatia que les tienen; y solas las tierras que han avitado se denominan con propriedad prov[inci]a del Choco, por deribarse dellos.”54.

La confluencia de fenómenos como los mencionados en el párrafo anterior está en la base del proceso fundacional que subdividió el territorio provincial y que colocó a uno o varios grupos nativos sobrevivientes bajo el control de una determinada villa o ciudad. No se encuentran, sin embargo, señalamientos igualmente puntuales con respecto a la demarcación provincial. Surgen, empero, inquietudes con relación a ciertos problemas. ¿Cómo explicar, por ejemplo, que el impulso colonizador de los territorios del Suroccidente de la actual Colombia proviniera fundamentalmente del sur? A pesar de que desde Santa María la Antigua del Darién y luego desde Cartagena se organizaron expediciones hacia el sur, algunas de las cuales terminaron por llegar hasta Cali (cuando ya estaba fundada), el control del territorio se estableció desde el sur55. La participación de Cartagena en la exploración -¿o devastación?del territorio antioqueño y hacia el sur del mismo, se vio incluso favorecida por la corona, al dar, en forma prácticamente simultánea, poderes a los gobernadores de Popayán y Antioquia para ocupar esos territorios, a pesar de que ya Popayán lo estaba haciendo. Ni aun así Cartagena logró controlarlos. La medida de la corona agudizó los antagonismos entre los capitanes de conquista, haciendo más difícil que se lograra y visitas..., op. cit., t. I, pp. 347-350. Según Robledo (Ibid, p. 346) la provincia de Carrapa era de la misma lengua y costumbres que los Quinbaya; sin embargo, un documento de 1585 menciona el pueblo de Carrapa, ubicado en el camino entre Cartago y Arma, e indica que era de distinta nación, lengua y costumbres que los Quinbaya y enemigos de estos últimos (A.G.N. (Bogotá), Caciques e Indios, t. 6, ff. 184r. y 185r.). 54 A.G.N. (Bogotá), Empleados Públicos Cauca, t. 21, f. 519r. Sobre la configuración territorial en el Chocó en el siglo XVIII véase, HERNÁNDEZ, Mónica, “Configuración territorial en las provincias de Nóvita y Citará en el siglo XVIII”, mecanografiado, trabajo de grado, Bogotá, Universidad Javeriana, carrera de historia, 2005 y el artículo que se publica en esta misma revista. 55 MELO, Jorge Orlando, Historia de Colombia. El establecimiento de la dominación española, Bogotá, Presidencia de la República, 1996, p. 159.

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obtener el control efectivo de ese territorio, meta que aparentemente buscaba56. ¿Se habría logrado desde Popayán controlar el territorio antioqueño, de no haber sido por la conflictiva intervención de la corona? En otras palabras, ¿la “autonomía” del territorio antioqueño se derivó de los conflictos y de la relación de fuerzas de los capitanes de conquista o se conjugaron también factores que tenían que ver con la estructuración territorial, cultural y política prehispánica57? Y, desde una perspectiva inversa, ¿la relativa unidad territorial que presentó la provincia de Popayán en el período colonial, se explica por el empuje fundador de ambiciosos capitanes como Belalcázar o había configuraciones territoriales, políticas y culturales previas, que armonizaban con una expansión territorial sureña y con la posterior articulación -no unificación, ni homologación- del territorio alrededor de un núcleo -posiblemente bastante descentralizado- de poder? Sobre este punto las crónicas tempranas hablan de multiplicidad de pueblos, de culturas, idiomas, costumbres. En principio diferentes estudios arqueológicos ofrecen una perspectiva relativamente similar, pero al ir acumulando y reuniendo resultados dejan entrever otro tipo de respuestas. “En términos generales, el primer milenio de la era cristiana fue una época en el cual todo el suroccidente de Colombia participaba en una sola tradición cultural y tecnológica que vinculaba la costa pacífica (Tumaco y el Chocó), el alto río Magdalena (San Agustín y Tierradentro), partes del valle medio del Magdalena (Tolima), y la cuenca media del Cauca (zona del Viejo Caldas). Los productos comerciables se intercambiaban entre una región y otra, las ideas se prestaban; las diferentes culturas mantenían identidades propias, pero participaban de una misma visión del mundo.”58.

A este período, conocido por los arqueólogos que han trabajado la región del río Calima y adyacentes como período Yotoco, le sigue otra tradición cultural a la que se le ha dado el nombre de Sonso, cuyo pleno florecimiento en la región Calima se sitúa hacia el año 1200. Esta tradición perduraba al momento de la invasión del siglo 56 HERRERA ÁNGEL, Marta, “Ordenamiento Espacial...”, op. cit. 57 Según Cieza, la ciudad de Antiocha era la primera y última población del Perú (CIEZA, Pedro de, op. cit., p. 54). Precisa, sin embargo, que desde Quito era lo que verdaderamente llamaban Perú y desde Pasto comenzaba la provincia de Popayán y se acababa en la de Antiocha (Ibid., p. 63). 58 BRAY, Warwick, “El Período Yotoco”, en CARDALE DE SCHRIMPFF, Marianne, BRAY, Warwick, GÄHWILER-WALDER, Theres y HERRERA, Leonor, Calima..., op. cit., pp. 115-117.

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XVI y presenta, al igual que la Yotoco, rasgos característicos que se reconocen en numerosos conjuntos arqueológicos del Suroccidente colombiano59. ¿Una tradición milenaria de culturas que mantenían identidades propias, pero a un tiempo participaban de una misma visión del mundo, ofrece el substrato que da base a una diversidad que coexiste dentro de la unidad de la provincia colonial de Popayán, el Gran Cauca del siglo XIX y el Suroccidente contemporáneo?

Conclusiones Los casos hasta aquí analizados dejan entrever las complejidades espaciales, temporales, culturales y políticas del ordenamiento territorial del espacio. Su seguimiento sugiere que hunde sus raíces en factores de índole estructural, cuya dinámica se incrusta en la larga duración60. Este carácter no impide que permanentemente se introduzcan modificaciones, cambios y ajustes. Menos aún, que en ciertas coyunturas se haga un cuestionamiento de las delimitaciones territoriales y se expresen los intereses en conflicto y la dominación que se articula con un determinado ordenamiento políticoadministrativo. En lo que tiene que ver con las aparentes continuidades en el ordenamiento territorial, es importante llamar la atención sobre la necesidad de considerarlas en términos de sus relaciones con el conjunto de la dinámica social. Este es el caso, por ejemplo, de lo que se ha señalado sobre los elementos de continuidad entre la territorialidad prehispánica y la colonial en los Andes centrales. El hecho de que, a grandes rasgos, las delimitaciones territoriales prehispánicas se hayan incorporado 59 GÄHWILER-WALDER, Theres, op. cit., pp. 127-130. Este problema, desde la perspectiva de la tradición metalúrgica, fue planteado por PLAZAS, Clemencia y FALCHETTI, Ana María, “Tradición metalúrgica del Suroccidente Colombiano”, en Boletín Museo del Oro, No. 14, Bogotá, Banco de la República, 1988. Algunos autores atribuyen estos elementos en común a un comercio de elite, más que a que se compartiera una visión de mundo en un nivel (véase, por ejemplo, LANGEBAEK, Carl, “Arte precolombino - Culturas”, en Gran Enciclopedia de Colombia, Bogotá, Círculo de Lectores, 1993, t. 6 y GNECCO-VALENCIA, Cristóbal, “Relaciones de intercambio y bienes de élite entre los cacicazgos del Suroccidente de Colombia”, en LANGEBAEK, Carl y CÁRDENAS-ARROYO, Felipe (eds.), Caciques, intercambio y poder: interacción regional en el área intermedia, Bogotá, Universidad de los Andes, 1996). Pensamos que las dos posibilidades planteadas, la de una visión en común y la de intercambio de bienes de elite entre cacicazgos, no son incompatibles, a pesar de lo que los autores argumentan en sentido contrario. 60 Se parte de la conceptualización que ofrece BRAUDEL, Fernand, La historia y las ciencias sociales (1958), 2a ed. en español, Madrid, Alianza Editorial, 1970, en especial en el capítulo 3º, “La larga duración” y El Mediterráneo y el mundo Mediterráneo en la época de Felipe II (1949-1966), 2 Vols., 2a reimpresión, México, Fondo de Cultura Económica, 1987, en particular el capítulo V, “La unidad humana: rutas y ciudades, ciudades y rutas”.

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en el ordenamiento colonial, no implica que se hayan mantenido inalteradas. De por sí, el sentido que se les dio en uno y otro ordenamiento se modificó radicalmente. Antes de la invasión, esas delimitaciones se articularon con la dinámica económica, y los cambios y conflictos en las relaciones de poder entre los grandes cacicazgos sometidos al Zipazgo, al Zacazgo y a los señoríos independientes, tanto internamente como frente a los grupos vecinos.61 En el período colonial su continuidad derivó de las posibilidades que ofrecían para colocar a la “república de indios” al servicio de la “república de españoles”. En ambos casos, los grupos que estaban en capacidad de establecer un ordenamiento territorial que privilegiara sus intereses, así como los intereses que los motivaban, variaban sustancialmente; sin embargo, en términos generales el ordenamiento de base resultó funcional en una y otra situación. Sugiere este fenómeno que si bien la territorialidad tiene un contenido altamente político, su estructuración depende de dinámicas, que se escapan de esa esfera. Factores de índole económico, social y cultural resultan, entonces, fundamentales para entender los conflictos y acuerdos que en torno a su demarcación, se generan. De otra parte, las rupturas miradas con detenimiento terminan por ser, en ciertos aspectos, más aparentes que reales. El caso de las llanuras del Caribe y el papel delimitador de jurisdicciones que se le dio al río Magdalena luego de la invasión, resulta en este sentido significativo. Lo que la ley dispuso iba en contravía de prácticas sociales firmemente arraigadas en estrategias adaptativas a un medio en el que el agua y los efectos de la estacionalidad hídrica ocupan un papel central. La ruptura que se estableció en el plano legal no impidió que la población privilegiara sus prácticas. Las disposiciones estatales más que regular las actividades de la población, funcionaron en cierta forma como “letra muerta”, y, además dieron pie para que la población las utilizara estratégicamente en función de sus propios intereses. Con ello, no sólo se cuestionaba la capacidad del Estado para hacer valer sus leyes, sino también la validez de las mismas, restringiendo significativamente la legitimidad misma del sistema. Estas contradicciones entre la territorialidad instaurada por la ley y la que se maneja en términos de las prácticas sociales, contrastan con una territorialidad que se expresa difusamente mediante conceptos como el Gran Cauca o el Suroccidente colombiano, y que se plasmó en términos político-administrativos en el territorio de la provincia 61 Un tema que amerita estudios sistemáticos, basados en el registro arqueológico y en la documentación, es el relativo a las diferencias, en ocasiones muy sutiles, que parecerían presentarse en las prácticas culturales registradas en el Zipazgo, en el Zacazgo y en los territorios Muisca independientes. Otro tanto puede decirse respecto a las complejidades que refleja la expresión Nuevo Reino de Granada en el siglo XVI, problema que posiblemente no está desvinculado del anterior.

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de Popayán durante el período colonial. Se sugiere aquí una continuidad que se expresa más allá de lo jurídico e, incluso, más allá de la territorialidad. Se aprecia una articulación de espacios que trasciende los límites político-administrativos, sin por ello perder su vigencia. Se trata de un fenómeno que amerita detallados estudios, no sólo por ese trascender más allá del espacio de lo político, sino también por hacerlo en términos del tiempo, configurando, así, una unidad estructural que al parecer se remonta al primer milenio de la era cristiana.

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Transición entre el ordenamiento territorial prehispánico…

también en Cuadernos de Geografía. Revista del Departamento de Geografía, edición especial 2000, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 2000, pp. 165-254. _____, La Minería de aluvión en Colombia durante el período colonial (1952), Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 1972; una nueva edición, que incluye los mapas que no fueron publicados en la edición de 1972, en Cuadernos de Geografía. Revista del Departamento de Geografía, edición especial 2000, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 2000, pp. 10-164. YBOT LEÓN, Antonio, La arteria histórica del Nuevo Reino de Granada (Cartagena-Santa Fé 1538-1798), Bogotá, Editorial ABC, 1952.

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La frontera: nociones y problemas en Francia, siglos XVI-XVIII Resumen Este artículo aborda el concepto de frontera en Francia entre los siglos XVI y XVIII, siguiendo cinco líneas de reflexión a partir de las cuales se resalta la historicidad de las fronteras y el papel activo que juegan los actores sociales en su construcción. La primera gira en torno a los signos, las palabras y los mapas a través de los cuales se representa la frontera. La segunda se centra en las relaciones que este concepto configura en el espacio. En tercer lugar, el texto aborda la relación frontera-tamaño a fin de resaltar el carácter mutable de la misma y su incidencia en la configuración de identidades territoriales y en las dinámicas de reclamos, derechos y reivindicaciones sobre la tierra. La cuarta línea de reflexión aborda la dependencia como proceso de frontera en términos de interreferencialidad espacial y jerarquización de derechos. La contigüidad, la proximidad y la organización del espacio constituyen el último eje de reflexión. Palabras claves: Frontera, Francia, siglos XVI-XVIII, territorio.

The frontier: notions and problems in France from the 16th to 18th century Abstract This article addresses the concept of the frontier in France between the 16th and 18th centuries. It is divided into five lines of thought from which the historicity of frontiers and the active role that social actors play in their construction are highlighted. The first revolves around the signs, words, and maps through which the frontier was represented. The second centers on the relations that this concept configures in space. Third, the article addresses the frontier-size relation in order to highlight its mutable character, how it helps shape territorial identities, and its effect on the dynamics of demands, rights, and reclamations regarding land. The fourth line of thought addresses dependency as a frontier process in terms of spatial inter-referentiality and the hierarchization of rights. Contiguity, proximity, and spatial organization constitute the last axis of thought. Keywords: Frontier, France, territory, 16th century, 17th century, 18th century. Artículo recibido el 10 de septiembre de 2006 y aprobado el 20 de septiembre de 2006.

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¿Sería posible algún día imaginar un estudio de síntesis sobre la frontera, que atravesara varios siglos, combinando toda suerte de enfoques, geográficos, históricos, antropológicos, lingüísticos? La aproximación comparativa constituiría una excelente vía que permitiría observar una frontera bajo dos facetas -con relación al interior y al exterior-, examinarla nuevamente pero invirtiendo estas posiciones -lo que constituía lo extranjero se convertiría en el punto de vista nacional-, ampliar el campo de ejemplos tomándolos en la Europa llamada Occidental, Central u Oriental, basar los análisis conceptuales y geopolíticos sobre fuentes en lenguas diferentes. Esta ambición resultó demasiado vasta. Renuncié igualmente a un primer título, que me había sido sugerido y que versaba sobre la historiografía de los asuntos de frontera, para evitar tener que dar a las reflexiones que siguen un giro general y exhaustivo y una apariencia de síntesis engañosa. Mi propósito será más limitado. Me enfocaré, aprovechando la distancia que ofrece el paso de los años, a retomar las consideraciones desarrolladas en un libro anterior , pero liberado ya de las exigencias de la sistematización. En estas notas D Este texto fue presentado en el Coloquio Frontiere, scambi intellettuali e circolazione dei testi. Il problema della frontiera e lo spazio sabaudo. Frontiere intellettuali e religiose: da Napoli al Piemonte, dal Piemonte all’Europa del dissenso, Università degli Studi di Torino, Turín, 17-19 de octubre de 2005 (en prensa). Agradezco a los organizadores haberme autorizado a publicar la traducción de mi ponencia. Traducción de Helena Uribe Garros, revisada y corregida por Marta Herrera Ángel y Muriel Laurent. Las editoras agradecen a Abel Ignacio López Forero por sus aportes a las traducciones y definiciones de algunos términos medievales. J Director de investigación en el Centro Nacional de la Investigación Científica (Centre National de la Recherche Scientifique - CNRS), Centro de Investigaciones Históricas, de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (École de Hautes Études en Sciences Sociales - EHESS) y Director del Centro de Historia Social del Islam en EHESS. 1 NORDMAN, Daniel, Frontières de France. De l’espace au territoire XVIe-XIXe siècle, París, Gallimard, Colección Bibliothèques des histoires, 1998.

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discontinuas, que constituyen todo menos un conjunto ordenado, se podrá al menos sugerir que en la construcción de fronteras, la parte que corresponde a lo particular, a lo incierto, a la contradicción, puede ser considerable.

1. La frontera no es nada sin las palabras, las figuras, los conceptos por los que se le ha designado, incluso bajo formas, a veces antiguas, a veces insólitas, atestiguadas por los textos (por ejemplo, el verbo “frontier” del francés medieval, actualmente en completo desuso, o la expresión “la extrema frontera”). El vocabulario -de la frontera y del límite- expresa oposiciones entre los contextos, o entre campos semánticos, o entre la guerra y la paz, o aun entre la zona y la línea.

En la lengua francesa, que es la única que examinaré aquí, el vocabulario del Antiguo Régimen utiliza alternativamente dos palabras . La “frontera” pertenece ante todo al registro del Estado, de los principados (se trata también de un asunto de escala) y al de la guerra, puesto que remite a relaciones de fuerzas, a agresiones, a desplazamientos territoriales. Cuántas veces se encuentra en los textos -políticos, jurídicos y evidentemente militares, e incluso en los diccionarios- esta expresión consagrada por el uso: ¡el rey “extendió” las fronteras del reino! Remite a una concepción egocéntrica del Estado. En estos casos, la idea de espacio y de frontera es inseparable de la de movimiento, de progresión, de crecimiento, de conquista. La frontera implica una idea de posibilidad (a diferencia de la extensión en la cual las dimensiones son inertes). En el espacio -estado distinto al de la simple extensión-, las dimensiones se representan como si fueran virtuales, expandibles. No existe una política de la extensión propiamente dicha, mientras que existe ya una política del espacio, puesto que esta última es un proceso. Otra idea, implícita al menos, es aquella de lo largo, más que de lo ancho. El movimiento hacia adelante puede ser nuevamente dirigido al punto de partida, los ejércitos pueden avanzar y luego replegarse, la frontera, que oscila, puede también progresar y luego acercarse al centro (como la frontera septentrional de Francia con relación a París). La longitud remite al cuerpo, a la marcha, al itinerario de un ejército. Es posible anotar precisamente aquí que la orientación de un mapa puede efectuarse con relación a la progresión de los ejércitos (de aquí que el sur de Francia esté en la parte superior del mapa, puesto que en un conflicto con España, los Pirineos debían ser franqueados por los ejércitos del rey de Francia).

Los párrafos que siguen retoman los desarrollos aportados en NORDMAN, Daniel, “Frontiere e confini in Francia: evoluzione dei termini e dei concetti”, en OSSOLA, Carlo, RAFFESTIN, Claude y RICCIARDI, Mario (eds.), La frontera da Statu a nazione. Il caso Piemonte, Roma, Bulzoni, 1987, pp. 39-55.

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La frontera es, a un tiempo, lo que está en juego en la representación, la forma de la representación (por el lenguaje, por los signos, por las letras mayúsculas) y el soporte de la representación (el mapa). Salvo en el caso de la ciudadela y del entorno que la rodea , una frontera es larga, amplia, espesa. Con frecuencia coincide con el alcance geográfico del mapa. No se desplaza, pues abarca todo el mapa; no tolera verse amputada por otros mapas, verse complementada por otras figuras, o aun ser sólo una parte de la hoja sobre la cual se extiende, lo que, sin embargo, se produce. De esta manera, la frontera devora, invade el mapa. Su presencia masiva e inquietante se expresa en una especie de violencia gráfica e iconográfica. El “límite”, más preciso, más fino, sea este jurídico, administrativo, eclesiástico, internacional, supone por el contrario una fijación, un consenso, un tratado. Puede tratarse de circunscripciones internas o de estados. El límite se fija, en principio, definitivamente aun si el mismo es cuestionado inmediatamente. Pertenece al discurso de la paz. Es contractual, policéntrico: son por lo menos dos centros que establecen vínculos, relaciones apacibles, no conflictivas. Es una de las características fundamentales del territorio, que se distingue del espacio, aún indefinido, ilimitado, porque está delimitado. Lo anterior no quiere decir que hay una progresión universal del espacio hacia el territorio: el proceso inverso también es posible. El límite es de escala variable, puesto que pasa entre parroquias, bailías , departamentos, pero también entre Estados.

2. La frontera se establece en un continuo espacial y ella misma es un continuo espacial La frontera debe relacionarse con la masa territorial. El medievalista Bernard Guenée ha mostrado acertadamente que el espacio era compartido por numerosos límites internos (feudales, jurídicos, fiscales) y que uno de ellos terminó por distinguirse entre Nota de las editoras: ciudadela en el sentido de ciudad fortificada. Nota de las editoras: en francés plat pays: país plano, área plana. Nota de las editores: Bailía o bailiazgo (en francés bailliage): circunscripción, jurisdicción, tribunal de un baile (oficial que impartía justicia en nombre del rey o de un señor feudal). Petit Robert 1. Dictionnaire alphabétique et analogique de la langue francaise, redacción dirigida por A. Rey y J. Rey-Debove, nueva edición revisada, corregida y actualizada, París, 1986, p. 152. Además de las responsabilidades de justicia, los bailes también cumplían tareas financieras que consistían en recolectar ingresos propios de la monarquía (derechos sobre uso de bosques por ejemplo). Además se les encargaba de la protección de las iglesias y del pago de las limosnas destinadas al Rey. El baile era un funcionario que dependía de la corona. BALDWIN, John, Philippe Auguste, París, Fayard, 1991, pp. 172 y ss. (Cap. Les baillis).

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todos los demás, adquiriendo el valor suplementario de un límite externo de soberanía . Durante siglos esta soberanía se tradujo en toda suerte de figuras territoriales, desde aquellas que fueron establecidas por divisiones jurídicas abstractas invisibles (como en Alsacia, según los términos del tratado de Münster de 1648) hasta las ubicaciones de las ciudades, de los pueblos y de las tierras. De aquí se deriva el estatuto de enclave, que es probablemente menos una excepción que una entidad territorial coincidente durante largo tiempo con la estructura espacial y administrativa de cualquier país de Europa Occidental. Conformado por algunos pueblos y algunos campanarios, o una fortaleza y algunos pueblos de sus alrededores, en la medida en que el pueblo y la comunidad pueblerina constituyen en general el fundamento de la estructura territorial. Lo que marca la diferencia es tan solo la presencia de una línea más nítida, que se libera de las otras, que prevalece frente a las demás. El enclave, que se ha convertido en un residuo, se explica de hecho por una lógica territorial fuerte, cuyos efectos cesan poco a poco. De aquí se deriva también, desde un punto de vista macroscópico, el asunto de las relaciones entre la capital y la frontera. La relación entre la situación de la capital y la frontera es compleja, variable. ¿Es necesario hablar de modelos? Habría un tipo español, en el cual la capital, doble centro geográfico y político, controla de lejos todas sus costas y antaño, el mundo. El modelo italiano en el que, al lograrse la unidad política, la capital es transferida de Florencia a Roma, ciudad cargada de una prestigiosa historia, cerca del Mediterráneo, pero lejos del Piamonte, de los Alpes y de la Europa Continental. De otra parte, el tipo coreano, tan similar al precedente, que los geógrafos no han cesado de comparar a Corea con Italia, en virtud de su forma, de su relieve, del lugar que ocupan, respectivamente, Seúl y Roma. He aquí aún otro modelo. La historia de China es rica en capitales. Tratándose de la última, Beijing, geógrafos de los siglos XIX y XX han mostrado hasta qué punto la capital se encuentra separada del centro de China -en términos de Élisée Reclus -, y en una posición “excéntrica”, según Jules Sion . La frontera está muy cerca. A diferencia del modelo español o italiano, el caso de China remite más bien al de GUENÉE, Bernard, “Des limites féodales aux frontières politiques”, en NORA, Pierre (dir.), Les lieux de mémoire, t. II, Vol. 2: La Nation: Le Territoire - L’État - Le Patrimoine, Gallimard, 1986 (Colección Quarto, 1997), pp. 11-33. RECLUS, Élisée, Nouvelle géographie universelle. La Terre et les hommes, t. VII: L’Asie Oriental, París, Hachette, 1882, p. 166. SION, Jules, Géographie Universelle, t. IX: Asie des Moussons, publicada bajo la dirección de Paul Vidal de La Blache y Lucien Gallois, 2 Vols., París, A. Colin, 1928-1929, p. 99. Sobre las fronteras chinas, ver NORDMAN,

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Francia. Constituye, si se quiere, un tercer o cuarto tipo. La proximidad de la frontera a la capital la expone al extranjero, pero le da también la posibilidad de vigilar. La frontera septentrional de Francia puede así acercarse peligrosamente a París: la capital no está ni demasiado próxima ni demasiado distante en caso de amenaza de invasión. Montesquieu, más que cualquier otro autor apasionado por la geografía política, supo valorar la importancia estratégica de esta distancia, en la cual vio un margen suficiente que permitía a París escapar del peligro. Antes que todo, es necesario elegir cuidadosamente el lugar de una capital dentro del Estado: “[…] es importante que el príncipe elija adecuadamente la sede de su imperio. Quien la ubique en el sur, corre el riesgo de perder el norte; pero quien la sitúe al norte, conservará fácilmente el sur. No me refiero a casos particulares: si en mecánica se presentan roces que a menudo cambian o detienen los efectos de la teoría, la política también tiene los suyos” .

Montesquieu escribe además: “En Francia, por afortunadas circunstancias, la distancia entre la capital y sus fronteras está en proporción a su debilidad, de tal manera que las zonas más expuestas del país se encuentran más cercanas al príncipe”10.

3. La frontera no cesa de combinar tiempo y espacio La frontera -o el límite- es mucho más que un trazado. Importa menos por los lugares que atraviesa que por lo que es como tal: jurídica, administrativa, estatal o aun permeable o impermeable, vinculada o no a antiguas estructuras de feudovasallaje o a una idea moderna del Estado, etc.

Daniel, “Éclats de frontière” (dossier “Desseins de frontières” preparado por Paola Calanca), en Extrême Orient - Extrême Occident. Cahiers de recherches comparatives, No. 28, 2006, pp. 199-211. “[…] il est important à un très grand prince de bien choisir le siège de son empire. Celui qui le placera au midi courra risque de perdre le nord ; et celui qui le placera au nord conservera aisément le midi. Je ne parle pas des cas particuliers: la mécanique a bien ses frottements qui souvent changent ou arrêtent les effets de la théorie: la politique a aussi les siens.”. MONTESQUIEU, Del espíritu de las leyes, libro XVII, capítulo 8 “De la capital del Imperio”. 10 “En France, par un bonheur admirable, la capitale se trouve plus près des différentes frontières justement à proportion de leur foiblesse ; et le prince y voit mieux chaque partie de son pays, à mesure qu’elle est plus exposée.”. Ibid., libro IX, capítulo 6 “De la fuerza defensiva de los Estados en general”.

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Esto explicaría que su línea misma sea, paradójicamente, menos cuestionada desde la Revolución Francesa hasta 1815, de lo que lo fue anteriormente o más tarde en el siglo XIX11. En la época revolucionaria e imperial, tuvieron lugar desplazamientos de territorios a veces enormes, que se llevaron a cabo sin modificaciones y se señalaron tan solo por un cambio de importancia, el del soberano. En definitiva, desde la Revolución hasta 1815 estos territorios habrían contado más que las demarcaciones propiamente dichas. En otros términos, lo que es decisivo es la prolongación, la extensión, la escala. De aquí el lugar que la dimensión de los Estados, en sí misma, ocupa como factor decisivo de las relaciones internacionales. La disposición de las escalas pone en evidencia principados medianos imposibles de pasar por alto, como aquellos de Lieja o de Tréveris aún a finales del siglo XVIII. La monarquía francesa establece en esa época con dichos principados acuerdos de límites o de conjuntos territoriales complejos, tales como Suiza y Lorena, cuyo papel es, bien se sabe, central dentro de la historia política de Europa. El problema del tamaño óptimo del Estado amortiguador12 (modesto, o mediano, objeto o no de apetitos territoriales), ha sido uno de los asuntos claves de la política llamada de fronteras naturales, en el siglo XVIII, en el espíritu de Napoleón, en 1815 y después de 181513. La dimensión territorial y el lugar geográfico de un territorio en el conjunto europeo se inscriben siempre en el eje del tiempo. Así se construye y se perpetúa una continuidad que sigue siendo tanto temporal como espacial y que es a veces más temporal que territorial. Las herencias se definen, se reivindican en pesados tratados jurídicos. Puede tratarse de herencias ideológicas legadas por la tradición erudita, la geografía clásica de los textos antiguos (César, pero también Estrabón, Pomponio Mela, Plinio, Ptolomeo, invocados después del Tratado de los Pirineos de 1659 para definir el límite franco-español en esa cadena montañosa). Es necesario subrayar en particular la presencia continua a través de los siglos de César y de la Guerra de las Galias editada, comentada, cartografiada. Fue traducida por los humanistas y los historiadores en los siglos XV y XVI, y luego por los escritores del siglo XVII y por el joven Luis XIV, entre muchos otros. Debe considerarse como el texto fundador de la identidad territorial de Francia. Rivalizando con la frontera del Rin, establecida por César, fueron trazados otros límites cuando el Imperio Carolingio se dividió. En ese momento se 11 NORDMAN, Daniel, “Le sacre du territoire sous la Révolution”, en MONNIER, Raymonde (comp.), Citoyens et citoyenneté sous la Révolution française, París, Société des études robespierristes, 2006, pp. 103-114. 12 Nota de las editoras: Estado amortiguador o Estado tapón (en francés Etat tampon) o zona de protección (en francés zone tampon): cuya situación intermediaria entre dos otros Estados impide conflictos directos. Petit Robert 1, op. cit., p. 1919. 13 Me refiero aquí a lo que se discutió en el coloquio Frontières et espaces frontaliers du Léman à la Meuse. Recompositions et échanges de 1789 à 1814 (ponencias y debates), Nancy, 25-27 de noviembre de 2004 (en prensa).

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trataba tan solo de una división entre otras14, pero, a diferencia de tantas vicisitudes territoriales que sólo duraron un tiempo limitado, el tratado de Verdún15 marcó por largo tiempo la política real y las representaciones del espacio francés. Este límite, llamado de los Cuatro Ríos -el Escalda, el Mosa, el Saona y el Ródano-, subsistió en los espíritus durante largo tiempo, puesto que las huellas figuran todavía en La Guía de los Caminos de Francia, de Charles Estienne, en el siglo XVI. El legado de Verdún desapareció cuando la monarquía francesa se empeñó en ampliar sus fronteras hacia el Rin o sobre el Rin. Para la comprensión general del reino de Francia y de sus incansables reivindicaciones sobre los principados vecinos, en el siglo XVII se redactaron copiosos tratados que versaron sobre los derechos del rey. Estos fueron escritos por los eruditos y los historiadores de la monarquía, como Dupuy, Godefroy, o incluso Pierre de Marca, el arzobispo de Toulouse, autor de una célebre Historia de Béarn. En varias de estas disertaciones, la antigüedad de los orígenes y la amplitud de la reivindicación geográfica estaban estrechamente unidas. Carlomagno o las divisiones carolingias, por una parte, y Artois, Lorena, Mosa y sobre todo el Rin, por otra: sobre este punto, los argumentos se intercambian sobre el terreno de las pretensiones y de los derechos. Así se posicionó cierta idea del espacio antiguo de Francia, surgida a partir de la más remota antigüedad, a partir de César. Esta idea se reprodujo en el siglo XVII por medio de las enseñanzas histórica y geográfica, en particular en los colegios de Jesuitas, en tiempos de Richelieu y Luis XIV. Fue elaborada a partir del centro y desde arriba por los juristas, los ministros, los diplomáticos, en París o en Versalles. Se desarrolló menos en su masa indiferenciada que en los confines, hacia el este, incluso hacia el noreste a lo largo del Rin, en lugares en donde reina una extrema tensión geopolítica. Se trata de una demostración, la justificación con base en los orígenes, los que siempre han sido presentados como los más antiguos, es decir, como los más prestigiosos; es también la afirmación de una larga continuidad, real o supuesta, o restablecida a partir de los orígenes. Distinta de este primer tipo de derechos históricos, que se han perpetuado por la tradición erudita y escrita, otra argumentación ha surgido, basada sobre una continuidad entre el pasado reciente y el presente: la unión con el presente constituye un segundo tipo de derechos históricos, que se expresan más bien a través de la memoria oral. Es aquella, surgida con posterioridad al tratado de 1659, de los sencillos pastores, a los cuales se les plantea una muy curiosa pregunta sobre lo que 14 GUENÉE, Bernard, op. cit. 15 Tratado por el cual los tres hijos de Luis el Piadoso dividieron, en 843, la herencia: Francia Occidental quedó en manos de Carlos el Calvo, Francia Media en manos de Lotario y Germania en manos de Luis el Germánico.

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son los Pirineos. Esas montañas, responden, separan Cerdaña y Francia; mientras que las otras cadenas se conocen bajo nombres específicos, Serra del Cadi o Puigmal, etc. En otros términos, son las designaciones menos generales, o algunas locales, las que son más familiares a estos campesinos iletrados16. Tal tipo de opinión común, de origen campesino y etnográfico, fue también el de las poblaciones que se vieron duramente afectadas por los estragos de la Guerra de los Treinta Años y que, en el norte de Francia, deseaban retornar a la situación que precedió inmediatamente a las hostilidades, es decir, volver al statu quo. Tales declaraciones, atestiguadas por los documentos, son sin duda más escasas que las disertaciones eruditas y solemnes. Ellas prueban, sin embargo, que el Estado jamás estuvo totalmente ausente en los estratos más humildes de la sociedad y que los habitantes de los poblados o de los valles contribuyeron a veces a edificar a su manera los límites, en un cruce constante entre las preocupaciones de los poderosos y las aspiraciones campesinas o urbanas.

4. Procesos de frontera: lo que se juega con la dependencia17 Las formas y los procesos de la frontera se fundan en la reivindicación de títulos (los derechos históricos, según los términos de hoy en día) o de tierras. Pero los títulos y las tierras están con frecuencia inextricablemente imbricados y las proporciones de unos y otros varían según los lugares, los momentos, las políticas, los conceptos. Uno de estos procesos puede ser considerado de facto, como un modelo: la dependencia. En el Tratado de los Pirineos de 1659, Artois y Rosellón fueron reconocidos por España como posesiones de Francia. Pero las reuniones -es el término del siglo XVII- fueron evocadas sin detalles, como entidades geográficas e históricas unidas, compactas, homogéneas. Nadie duda, además, que la enseñanza en las escuelas, en los manuales de la República, haya conseguido construir la imagen de grandes provincias coherentes, monolíticas. Sin embargo, las realidades territoriales pueden ser mucho más complejas, mucho más fluidas o contrastadas. ¿Cómo definir Artois? ¿el Rosellón? ¿el Hainaut? y ¿la parte de Lorena obtenida por Francia, gracias al tratado de Vincennes de 1661? Los acuerdos 16 SAHLINS, Peter, Boundaries. The Making of France and Spain in the Pyrenees, Berkeley, Los Angeles - Oxford, University of California Press, 1989, p. 45. 17 Nota de las editoras: la dépendance es el feudo que sirve a otro, que depende de un feudo dominante. Petit Robert 1, op. cit., p. 498. La dépendance no alude solamente o principalmente a un feudo, se refiere también a una relación social. Aclaración del autor: el término de dépendances (muchas veces en plural) es común en los debates del siglo XVII.

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mismos son largos, enumerativos, escritos en una lengua laboriosa, pero finalmente poco precisos. Los textos que acompañan los convenios internacionales tienen por objeto hacer explícita, no ya en algunas líneas oscuras, sino en actas interminables, la “consistencia” de las sesiones. Estos documentos permiten saber, al término de las conferencias de delimitación, cuáles son los elementos, las piezas de los conjuntos. El modelo territorial está basado sobre una sobre-imposición, una superposición piramidal de derechos que pesan sobre un mismo lugar. Son derechos que eventualmente pertenecen a instituciones, a señores distintos. Así, un mismo lugar puede depender de una institución, tal como una circunscripción real judicial de otra institución por el hecho religioso, incluso de otra circunscripción por la fiscalidad real, de un señor por los derechos señoriales y feudales, etc. En otros términos, el territorio está basado sobre un lugar que constituye, bien sea la sede de derechos y de títulos sobre otros lugares o, inversamente, el lugar sobre el que una corona situada en otro lugar ejerce sus derechos. Se comprende, así, que la descripción pasa obligatoriamente por la enumeración sin omisión de todos los lugares y por la relación detallada de los lazos que unen este centro -llamémoslo así- y los detentores de diversos títulos. La palabra clave es dependencias; los textos dicen también apéndices, anexos, circunstancias (en el sentido espacial, geográfico). Una memoria precisa para el norte de Francia: “Es muy importante determinar qué extensión podrá darse a la cláusula de pertenencias, dependencias y anexos con cualquier nombre que puedan ser llamadas, insertada en los artículos de las cesiones del tratado de Nimegue”18.

Los comisarios encargados de la delimitación invocaban también, al mismo tiempo, la “dependencia de la cabecera del distrito”, de la cual esperaban poder sacar provecho: “Pero como este tipo de dependencia no puede derogar la de justicia, de finanzas, o de gobierno, a las cuales ordinariamente se presta más atención, puede que en ocasiones se invoque esa dependencia [la de las cabeceras] cuando no se puede recurrir a las demás. Por ejemplo, podrá servirse para fortalecer los derechos del Rey sobre las tierras francas, entre las cuales algunas son de la cabecera de Valenciennes”19. 18 “Il est tres important de determiner quelle estendue on poura donner a la clause d’appartenances, dependances et annexes de quelque nom qu’elles puissent estre apellées inserée dans les articles des cessions du traite de Nimegue”. Service Historique de la Défense (Château de Vincennes), A 1 634, pièce 25, “Extrait du mémoire au sujet du règlement des limites en exécution du traité de Nimegue envoyé a Monseigneur de Louvois le 3 décembre 1679” (los términos están subrayados en el texto). 19 “Mais comme cette espece de dependance ne peut pas deroger a celle de justice, de finance, ou de gouvernement qui sont celles ausquelles on a ordinairement plus d’esgard, il se trouvera peut estre des occasions ou l’on ne

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Conviene, como se puede observar, definir los vínculos de la dependencia que engloba intereses concretos. Primero que todo, ¿feudo o justicia? En las negociaciones de 1660-1662 para el norte del reino, un representante del rey de Francia se muestra inflexible: “Feudo y justicia no tienen nada en común”. La máxima sirve para reducir las pretensiones españolas que tienden a ampliar al máximo las pertenencias, dependencias y anexos, alrededor de la región de Aire, dejada al rey católico. Los feudos y los feudos concedidos20 de Calonne, situados en diversos pueblos próximos a Béthune, atribuida a Francia por tratado, aunque dependan del castillo de Aire, pertenecen también a la bailía de Béthune, “puesto que feudo y justicia no tienen nada en común, y que todo lo que es [de estos] pueblos se presume como perteneciente a la justicia de los mismos pueblos, si no se aporta una prueba que indique lo contrario”21.

La dependencia no debe determinarse por la mouvance22 (dependencia de un feudo), sino por la jurisdicción, por el derecho23. Los comisarios no desarrollan la imagen de una potencia real fundada sobre la jerarquía feudal. Si es cierto que el rey de Francia, en la cima de la pirámide, detenta la directe universelle24 (el derecho universal) sobre todas las tierras del reino, no es la dependencia feudal la que se ha erigido en justificación fundamental. La justicia real impera sobre cualquier otro título.

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laissera pas de s’en prevaloir lorsqu’on sera denué du secours des autres; par exemple on poura s’en servir pour fortifier les droits du Roy sur les terres franches dont quelques unes sont du chef lieu de Valenciennes”. Ibid. Nota de las editoras: el feudo concedido es el que dependía de otro feudo llamado dominante. Nueva Enciclopedia Larousse en 10 volúmenes, t. 4, Editorial Planeta, Barcelona - Madrid - Bogotá - Buenos Aires - Caracas - México - Santiago, 2ª ed., 1984, p. 3932. “puisque fief et justice n’ont rien de commun, et que tout ce qui est [de ces] villages est présumé de la justice des mesmes villages, si l’on ne raporte preuve au contraire”. Bibliothèque Nationale de France, Manuscrits, Fonds Français 18 745, ff. 270 vª, 272 rª. Nota de las editoras: la mouvance es la dependencia de un feudo frente a otro, feudo del cual dependen otros o que depende de otro. Petit Robert 1, op. cit., p. 1239. La mouvance es “la dependencia de un dominio feudal respecto a otro”. GNASHOFF, F., Feudalismo, Barcelona, Ariel, 1963, p. 192. Bibliothèque Nationale de France, Manuscrits, Fonds Français, 18 746, f. 368 rª. Pero los asuntos cuentan a veces más que los principios: los franceses están prestos, tratándose de Avesnes, a combatir a sus adversarios con sus propias armas. Para ello recurren también a la dependencia de un feudo que, según declaran, arrasa con la fe y el homenaje y que establece “una dependencia tan grande del vasallo hacia su señor”, para ejecutar un tratado por medio del cual todos los lugares han sido cedidos junto con sus dependencias. Ibid., ff. 167 vª – 168 rª. Nota de las editoras: la directe (sustantivo, derecho feudal) es, de alguna forma, un derecho reservado sobre tierras, superior, preeminente, que se distingue de los derechos útiles e inmediatos de los cuales goza la persona a la cual se ha atribuido esta tierra. Aclaración del autor.

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¿Qué pasa enseguida con el impuesto? El criterio del impuesto no despierta unanimidad. Un procurador de España afirma que “no es […] ni la comodidad, ni la vecindad las que regulan el pago de las tallas25 de provincia a provincia; por el contrario, se trata de un medio particularmente perentorio para distinguir sus límites […]”26.

El punto de vista francés es también de regalías, pero opuesto. Unos y otros se disputan la pertenencia de cuatro pueblos de la región de Lille. No se puede admitir, pretenden los franceses, el argumento de que esos pueblos siempre hayan estado incluidos en las listas de contribuyentes para las cargas fiscales que se habían cobrado en la provincia de Lille, “puesto que no se distinguen las provincias por el cobro de las cargas fiscales, sino por la pertenencia y la jurisdicción”27. En otra ocasión se niegan a aceptar como pruebas las documentos que demuestran que el pueblo de Austricourt (Ostricourt) paga la talla a Lille, puesto que la soberanía de los lugares cedidos al rey de Francia “no se regula en modo alguno por la talla, sino solamente por la jurisdicción de la justicia de tal manera que el pueblo de Austricourt, de la bailía de Lens para asuntos de justicia, y no de la castellanía de Lille, es indudable que los pueblos de Austricourt están comprendidos en la cesión […]”28.

El debate no concluyó ahí. El procurador del rey católico retomó por su cuenta el argumento, afirmando de un pueblo disputado: “Su dependencia no debe estimarse por sus ingresos, sino por la jurisdicción, o mandato”29. Independientemente de quiénes hablen y cualquiera que sea el lugar que ocupen las afirmaciones de principio y los cálculos políticos y territoriales en la argumentación, un hecho parece cierto: el impuesto en general, que tan a menudo ha sido considerado por los historiadores como un argumento decisivo para justificar la soberanía y el 25 Nota de las editoras: la talla era el impuesto pagado al señor feudal por los siervos y los plebeyos. Petit Robert 1, op. cit., p. 1916. Ayuda que el vasallo le debe al señor, “expresión sacada del verbo tallar, literalmente tomarle a uno un trozo de su sustancia, y, como consecuencia tasarla”. BLOCH, Marc, La sociedad feudal, Vol 1: La formación de los vínculos de dependencia, México, Uteha, 1948, pp. 258-259. 26 “ce n’est [...] pas la commodité ny le voisinage qui reigle le payement des tailles de province a province ; c’est au contraire un moyen fort peremptoire pour en distinguer leurs limittes [...]”.Bibliothèque Nationale de France, Manuscrits, Fonds Français 18 745, ff. 482 rª. 27 “d’autant que l’on ne distingue point les provinces par la levée des aydes mais par le ressort et la jurisdiction”. Ibid., 478 rª. 28 Ibid., 268 rª. 29 Ibid., 18 746, fª 394 rª.

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poder, no es universalmente reconocido. La razón radica probablemente en que se reparte desigualmente, es variable, tiene más o menos peso según los lugares y las circunstancias e, incluso, a veces es considerado provisional. No abarca esta regla de la uniformidad y de la universalidad, que bajo aplicaciones y modalidades diversas atestigua la fuerza y la esencia de la jurisdicción real. Otros criterios son evocados con menos frecuencia. La dependencia religiosa tampoco podría justificar la escogencia de la soberanía. No se evidencia que el criterio eclesiástico haya sido verdaderamente tenido en cuenta. Hay que admitir que la monarquía francesa no se preocupó, de manera general, en hacer coincidir en el espacio el poder político sobre los sujetos y el gobierno de las almas. Otros argumentos aparecen de manera inesperada, pero no han sido propuestos como reglas: es el caso de la costumbre, los pesos y las medidas, la moneda. Los habitantes se refieren a las costumbres de algún lugar vecino, no porque dependan de ellas sino, dicen, por simple comodidad30. Los debates propuestos invitan, así, a marcar mejor lo que prevalece: casi siempre la justicia, más escasamente el impuesto, jamás el resto.

5. La contigüidad La dependencia permite que subsistan estratificaciones que se entremezclan. Es una figura espacial que sobrevivió durante largo tiempo, hasta el siglo XVIII. Otras, sin embargo, se dibujan basadas sobre ensamblajes de elementos territoriales, que terminan por yuxtaponerse. Más o menos regular, una cuadrícula organiza unidades distintas, comparables y, sobretodo, contiguas, situadas sobre un plano único. Esta contigüidad puede tomar formas diversas. Una de ellas es lineal, en la percepción más antigua, más durable, más útil del espacio, que fue aquella del viajero, jefe de ejército, rey de Francia en desplazamiento, peregrino, comerciante. Es decir, un espacio longilíneo, marcado por etapas sucesivas, fijado en las guías de viajes (desde la Guía de los Caminos de Francia hasta las Guías Joanne y las actuales Guías Azules). Otra es larga y plena, como la que se ha expuesto en las descripciones de países o de provincias, cuando el geógrafo o el administrador los recorre en forma progresiva, en un sentido irreversible (por ejemplo, Isla de Francia, Champaña, Lorena, Alsacia). Es más difícil imaginar una descripción que conduciría de Bretaña a Provenza y luego a Normandia.

30 Para estas argumentaciones y los extractos citados, ver NORDMAN, Daniel, Frontières de France …, op. cit., pp. 273-278.

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Es el principio que aparece en el siglo XVII y que se desarrolla sobre todo en el XVIII en la fabricación del territorio francés. Después de un tratado franco-lorenés de 1661, una comisión mixta procedió a anexar una parte del territorio de la Lorena a Francia31. Treinta pueblos alrededor de Sierck fueron cuidadosamente enumerados y visitados. Los comisarios localizaron, alrededor de un sitio determinado, los pueblos y lugares y pasaron de un pueblo a otro según la regla empírica de la proximidad inmediata. La marcha hacia adelante, el itinerario que se enrolla sobre sí mismo para que quede mejor asegurada la progresión, crean finalmente un territorio pleno. Lo que era en el siglo XVII aún excepcional (pues la dependencia, visible o invisible, le ganaba a la proximidad) se convierte en la norma a partir de los años 1740-1760: es la de la proximidad, de la contigüidad. Los tratados de límites de la segunda mitad del siglo, del Mar del Norte al Mediterráneo, introducen intercambios de tierras, de pueblos, y solamente de pueblos. Las encuestas versan sobre las capacidades económicas de cada uno de ellos, con el fin de que sean intercambiados valores rigurosamente iguales32. Las interminables discusiones sobre los orígenes desaparecen, así como toda referencia al pasado, a los títulos y a las pruebas, es decir, a los derechos históricos. Se puede destacar un indicio suplementario: los testigos convocados ya no informan acerca de su edad. Más que la antigüedad de la prueba, cuenta la proximidad geográfica. Es al mismo tiempo el triunfo de la cartografía fronteriza, en el siglo de los Cassini33.

6. A manera de conclusión Si hubiese que concluir, dos últimos puntos, a decir verdad esenciales, tendrían que evocarse. En primer lugar, la parte de la historia y del tiempo en la constitución del espacio. Las estructuras pensadas como permanentes e inmóviles han sido puestas en duda; ellas mismas han sido atravesadas y edificadas por el tiempo. En materia de fronteras y de límites, dos observaciones por lo menos pueden demostrarlo. Por una parte, no existen ni frontera, ni límites naturales. La frontera es todo lo contrario de una cosa inerte que bastaría reconocer. En una cadena de montañas -“frontera natural”, si existe alguna- el límite puede pasar a lo largo de una línea de crestas (pero ¿cuál?), a lo largo 31 Ibid., pp. 193 y ss. (“Le modèle lorrain”). 32 Ibid., pp. 387 y ss. (“L’échange”). 33 Familia de astrónomos. César François, llamado Cassini III [Cassini de Thury, 1714-1784], es el autor de un mapa de Francia a escala 1/86.400, terminado por su hijo. Fue utilizado hasta el siglo XIX. Ver PELLETIER, Monique, La carte de Cassini. L’extraordinaire aventure de la carte de France, prefacio de Jean-François Carrez, París, Presses de l’École Nationale des Ponts et Chaussées, 1990.

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de la línea de repartición de las aguas; puede dejar aquí o allá tal o cual valle, tal o cual pastisal, tal o cual pueblo. La delimitación franco-española fue objeto de muy largos debates desde el siglo XVII hasta el siglo XIX, por lo menos. Los usos reivindicados por los habitantes hacen que las negociaciones sean cada vez más complicadas. Pero si la frontera natural no existe en sí misma, la historia ha registrado una sucesión continua de teorías de fronteras naturales, lo que es muy diferente. Estas doctrinas han sido proclamadas como tales por los tratados, dictadas como normas, puestas en marcha por actores, como aquellos que, en el siglo XVII, quisieron reconstituir la Francia-Galia limitada por el Rin. Una obra conocida es la del jesuita francés Philippe Labbe (1607- 1667). El autor la dedicó al joven Luis XIV. El libro, publicado en 1646, tuvo por lo menos diez ediciones hasta 1681. “Señor, este grande y muy floreciente Reino que usted ha recibido de sus Ancestros y que sucedió desde hace mil trescientos años a la Antigua Galia limitada por el Rin, los Alpes, los Pirineos, y dos Mares, el Océano y el Mediterráneo, no puede ser fácilmente conocida, sino por un Método muy sencillo y es que sea dividida en Cuatro Grandes Provincias, o comarcas principales, Bélgica, Celtica, Aquitania, y Narbonense, según la División introducida por el Emperador Augusto, y seguida por los más hábiles Geógrafos de la Antigüedad.”34.

Más adelante, en el capítulo VIII del libro segundo, hace una larga descripción de la Galia: “La Galia, Gallia, es vecina de España, sólo está separada de esta por una cadena de muy altas montañas. Sus antiguos límites han estado del lado del Sol levante en el río Rin, una parte de los Alpes y el pequeño río del Var, que desemboca en el Mediterráneo entre Niza y Antibe: por la parte del medio día, el Mar Mediterráneo y las montañas de los Pirineos: por el lado del poniente, el Gran Mar Océano que se llamaba el Golfo de Aquitania y del lado Septentrional la Mancha o brazo de mar, que corre entre Francia e Inglaterra, hasta la desembocadura del Rin.”35. 34 LABBE, Philippe, La geographie royalle, presentée au tres- chrestien roy de France et de Navarre Louys XIV...Avec le Tableau de la France, & une Table tres- exacte de tous les mots de Royaumes, Pays, Peuples, Provinces, Villes, Chasteaux, Montagnes, Forests, Mers, Caps, Destroits, Isthmes, Isles, Pres-qu’Isles, Ports, Rivieres, Lacs, Fontaines, &c. qui se rencontrent en cette Geographie Royalle, París, Mathurin Henault, 1646, pp. VII-VIII. 35 Ibid., libro segundo, cap. VIII, pp. 83-84. Sobre el papel de los jesuitas en el campo de la geografía política ver DAINVILLE, François de, La géographie des humanistes, París, Beauchesne, 1940 [Slatkine Reprints, 1969]; LECUIR, Jean, “À la découverte de la France dans les abrégés d’histoire et de géographie des collèges jésuites du XVIIe

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Por otra parte, las fronteras no son verdaderamente comprensibles sino en su historicidad. Es el caso de la frontera lingüística, una de las tantas fronteras llamadas culturales. Los límites entre las lenguas son más o menos estables según los lugares: la geografía retrospectiva permite trazar su evolución espacial, a partir de criterios tales como la toponimia, utilizada con circunspección, los relatos de viajes, los documentos de archivos. La idea que pudo existir un límite lingüístico continuo, visible, útil para delimitar áreas de soberanía, tuvo su propia lógica. Fue un indicativo que se abrió camino muy lentamente, sin continuidad en el tiempo. Conoció una evolución aleatoria que, de manera alguna, fue irreversible o ininterrumpida. El concepto de límite lingüístico, perceptible en los textos del Renacimiento36 no carecía de sentido, a decir verdad, en el siglo XVIII. Lo único es que ya casi nunca o sólo muy esporádicamente se hace explícito y no reaparece claramente sino más tarde, durante la Revolución quizás, entre las élites locales -en la Lorena alemana, en el País Vasco, en Bretaña37 o en otros sitios-, entre los corresponsales de Gregorio38 y algunos otros, y con certeza a comienzos del siglo XIX. Es en efecto durante el siglo XIX cuando se constituyen o se afirman las identidades nacionales, que la argumentación lingüística toma su verdadera fuerza, según líneas políticas específicas. En segundo lugar, la frontera es la sede de instituciones aduaneras, administrativas, militares. En las relaciones que se establecen entre ocupación y soberanía, fuerzas sociales, actores, de la cima a la base de la pirámide sociopolítica, son los que construyen la frontera: intendentes, hombres de estado, militares, diplomáticos la proponen, la definen, la trazan, la inventan. No es posible decir que una frontera ha sido trazada: son los actores quienes la trazan. Hacen de la frontera un conjunto de lugares y de conductas políticas, que no son exclusivamente deseadas desde arriba pues siècle”, en La découverte de la France au XVIIe siècle, Noveno Coloquio de Marsella organizado por el Centro Meridional de encuentros sobre el siglo XVII, 25-28 de enero de 1979, París, Éd. Du C.N.R.S., 1980, pp. 299-317. 36 “Otrora, declara el geógrafo alemán Sebastian Münster en la Cosmografía Universal, las regiones estaban limitadas por montañas y ríos: y por esta razón la Galia se extendió hasta el Rin, el cual separaba a los Galos de los Germanos o Alemanes; pero hoy en día las lenguas y señorías dividen una región de la otra y se practica en cada una de estas regiones una lengua que es la del pueblo. Por este medio Alsacia, Vuesterich, Brabante, Gueldres, Holanda y otras naciones teutónicas no han sido insertadas dentro del rango de las naciones francesas, sino alemanas”. MÜNSTER, Sebastian, La cosmographie universelle, contenant la situation de toutes les parties du monde, avec leurs proprietez & appartenances [...], [Basilea], H. Pierre, 1565, p. 80. Para este tema ver NORDMAN, Daniel, Frontières de France …, op. cit., pp. 473-479. 37 OZOUF-MARIGNIER, Marie-Vic, La formation des départements. La représentation du territoire français à la fin du 18e siècle, prefacio de Marcel Roncayolo, 2a ed., París, Ed. de l’EHESS, 1992, pp. 141-142. 38 CERTEAU, Michel de, JULIA, Dominique y REVEL, Jacques, Une politique de la langue. La Révolution française et les patois: l`enquête de Grégoire, París, Gallimard, 1975.

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resultan del juego complejo de las relaciones verticales entre poderes y administrados. Estos no son nunca totalmente pasivos: aceptan, discuten, modelan, dan forma. Los comisarios enviados al lugar los consultan o por lo menos dan la impresión de hacerlo. Recordemos el caso ya evocado de los pastores de los Pirineos, a los cuales un comisario les pidió que se pronunciaran sobre los nombres que utilizaban para designar las montañas usualmente conocidas como Pirineos. Sencillos campesinos -los principales habitantes de las comunidades pueblerinas- interrogados, describen las tierras que conocen, denuncian los impuestos excesivos que tienen que soportar, designan los lugares de justicia de los cuales dependen o los mercados que frecuentan39. Prestan juramento cuando se convierten en sujetos de un nuevo soberano. Es una opinión pública embrionaria la que se expresa en este momento. No es una forma espontánea, puesto que es solicitada y los testimonios son impuestos, ya sea bajo sus formas institucionalizadas e incluso en las respuestas uniformes, que remiten a la estructura implícita de las preguntas de un cuestionario. A fortiori, en situaciones excepcionales -la guerra, la revolución- las poblaciones indican la frontera en direcciones, peticiones, panfletos, poemas, discursos patrióticos, mensajes llevados de una ciudad a otra. Cuando la frontera, en el sentido antiguo y siempre latente de la palabra, se transforma o vuelve a ser un lugar cargado de una fuerte sensación de peligro, es el momento en que se elabora la idea, más vigorosa que nunca, de la identidad territorial.

Bibliografía Fuentes primarias Archivo: Service Historique de la Défense (Château de Vincennes), A 1 634. Bibliothèque Nationale de France, Manuscrits, Fonds Français 18 745 y 18 746. Libros: LABBE, Philippe, La geographie royalle, presentée au tres- chrestien roy de France et de Navarre Louys XIV...Avec le Tableau de la France, & une Table tres- exacte de tous les mots de Royaumes, Pays, 39 Remito nuevamente a NORDMAN, Daniel, Frontières de France..., op. cit., en particular a la tercera parte “L’ère de la délimitation [XVIIIe siècle]”, pp. 283 y ss.

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Peuples, Provinces, Villes, Chasteaux, Montagnes, Forests, Mers, Caps, Destroits, Isthmes, Isles, Pres-qu’Isles, Ports, Rivieres, Lacs, Fontaines, &c. qui se rencontrent en cette Geographie Royalle, París, Mathurin Henault, 1646. MONTESQUIEU, Del espíritu de las leyes,1758. MÜNSTER, Sebastian, La cosmographie universelle, contenant la situation de toutes les parties du monde, avec leurs proprietez & appartenances [...], [Basilea], H. Pierre, 1565. RECLUS, Élisée, Nouvelle géographie universelle. La Terre et les hommes, t. VII: L’Asie Oriental, París, Hachette, 1882. SION, Jules, Géographie Universelle, t. IX : Asie des Moussons, publicada bajo la dirección de Paul Vidal de La Blache y Lucien Gallois, 2 Vols., París, A. Colin, 1928-1929. Fuentes secundarias CERTEAU, Michel de, JULIA, Dominique y REVEL, Jacques, Une politique de la langue. La Révolution française et les patois: l`enquête de Grégoire, París, Gallimard, 1975. DAINVILLE, François de, La géographie des humanistes, París, Beauchesne, 1940 [Slatkine Reprints, 1969]. GUENÉE, Bernard, “Des limites féodales aux frontières politiques”, en NORA, Pierre (dir.), Les lieux de mémoire, t. II, Vol. 2: La Nation: Le Territoire - L’État - Le Patrimoine, Gallimard, 1986 (Colección Quarto, 1997), pp. 11-33. LECUIR, Jean, “À la découverte de la France dans les abrégés d’histoire et de géographie des collèges jésuites du XVIIe siècle”, en La découverte de la France au XVIIe siècle, Noveno Coloquio de Marsella organizado por el Centro Meridional de encuentros sobre el siglo XVII, 25-28 de enero de 1979, París, Éd. du C.N.R.S., 1980, pp. 299-317. NORDMAN, Daniel, “Frontiere e confini in Francia: evoluzione dei termini e dei concetti”, en OSSOLA, Carlo, RAFFESTIN, Claude y RICCIARDI, Mario (eds.), La frontera da Statu a nazione. Il caso Piemonte, Roma, Bulzoni, 1987, pp. 39-55. __________, Frontières de France. De l’espace au territoire XVIe-XIXe siècle, París, Gallimard, Colección Bibliothèques des histoires, 1998. __________, “Éclats de frontière” (dossier “Desseins de frontières” preparado por Paola Calanca), en Extrême Orient - Extrême Occident. Cahiers de recherches comparatives, No. 28, 2006, pp. 199-211. __________, “Le sacré du territoire sous la Révolution”, en MONNIER, Raymonde (comp.), Citoyens et citoyenneté sous la Révolution française, París, Société des études robespierristes, 2006, pp. 103-114. OZOUF-MARIGNIER, Marie-Vic, La formation des départements. La représentation du territoire français à la fin du 18e siècle, prefacio de Marcel Roncayolo, 2a ed., París, Ed. de l’EHESS, 1992. PELLETIER, Monique, La carte de Cassini. L’extraordinaire aventure de la carte de France, prefacio de Jean-François Carrez, París, Presses de l’École Nationale des Ponts et Chaussées, 1990. SAHLINS, Peter, Boundaries. The Making of France and Spain in the Pyrenees, Berkeley - Los Angeles - Oxford, University of California Press, 1989.

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Historia de la sostenibilidad. Un concepto medioambiental en la historia de Europa central (1000-2006) Resumen El artículo analiza la historia del principio medioambiental de la sostenibilidad en culturas agrarias e industriales. Su ejemplo es Europa Central entre la época medieval y el siglo XXI. Después de la gran deforestación del siglo XII y de que se llegará al límite de la capacidad de carga en el siglo XIV, la cultura señorial-comunal europea instauró un modelo de sostenibilidad adecuado a un sistema socialmetabólico basado en la energía solar con los elementos de la descentralización en entidades locales, la anticipación del límite superior del sistema natural local, el control sistemático del consumo medioambiental y la optimización de la utilización de tierras escasas. Este sistema operó hasta la doble revolución ilustrada-industrial alrededor del año 1800. El sistema socialmetabólico del siglo XIX trató de existir sin sostenibilidad, pero este principio fue redescubierto en los años noventa. Palabras claves: Historia medioambiental, sostenibilidad, sistemas de energía, tierras comunales, Europa Central.

A history of sustainability. An environmental concept in the history of Central Europe (1000-2006) Abstract This article analyzes the history of the environmental principal of sustainability in agrarian and industrial cultures. Its example is Central Europe between the Middle Ages and the 21st century. After the great deforestation of the 12th century, and reaching the limits of the region’s carrying capacity in the 15th century, the European seignorial-communal culture developed a model of sustainability appropriate for a socio-metabolic system based on solar energy, elements of decentralization in local entities, recognition of the upper-limits of the local ecosystem, systemic control of environmental consumption, and the optimization of the use of scarce resources. This system operated until the double Enlightenment-Industrial Revolution at the turn of the 19th century. The socio-metabolic system of the 19th century tried to exist without sustainability, but this concept was rediscovered in the 1990s. Keywords: Environmental history, sustainability, energy systems, communal land, Central Europe. Artículo recibido el 17 de marzo de 2006 y aprobado el 9 de agosto de 2006.

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Historia de la sostenibilidad. Un concepto medioambiental en la historia de Europa central (1000-2006) b Bernd Marquardt -

Desde que se realizó la conferencia de las Naciones Unidas para el Desarrollo y la Sostenibilidad en Río de Janeiro en 1992, el principio fundamental de la sostenibilidad es bien conocido en el discurso científico y político internacional . Actualmente forma parte del derecho constitucional de la mayoría de los Estados occidentales , incluido Colombia (Art. 80) , y está en proceso de convertirse en un principio del derecho internacional consuetudinario . Tiene componentes ecológicos, económicos y sociales. b En este artículo se presentan los resultados de la investigación adelantada sobre medio ambiente y derecho en Europa Central desde la baja Edad Media hasta el presente. Sobre este tema véase también Marquardt, Bernd, Umwelt und Recht in Mitteleuropa: Von den großen Rodungen des Hochmittelalters bis ins 21. Jh., Zurich, Schulthess, 2003 y Marquardt, Bernd, “Zeitenwende für die Nachhaltigkeit: Zur umwelthistorischen Fundamentalzäsur um 1800”, en GAIA, Vol. 14, No. 3, Munich, Oekom, 2005, pp. 243-252. Agradezco al profesor Luis Eduardo Bosemberg por la revisión y corrección de la traducción de este texto. - Profesor asociado del Departamento de Ciencias Políticas de la Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá. Doctorado y postdoctorado de la Universidad St. Gallen en Suiza. Experto en historia medioambiental. 1 Menzel, Hans, “Das Konzept der Nachhaltigen Entwicklung: Herausforderung an Rechtssetzung und Rechtsanwendung”, en Zeitschrift für Rechtspolitik, No.5, Munich, Beck, 2001, pp. 221-229. 2 Respecto a Europa ver Marquardt, Bernd, “Die Verankerung des Nachhaltigkeitsprinzips im Recht Deutschlands und der Schweiz”, en Umweltrecht in der Praxis, Vol. 17, No. 3, Zurich, VUR, 2003, pp. 201-235. ROJAS Sarmiento, Jorge, Aportes de la Ecología al Medio Ambiente, Bogotá, Reyes Impresores, 1994, pp. 52-73. Beyerlin, Ulrich, Umweltvölkerrecht, Munich, Beck, 2000, pp. 18 y 64.

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La idea básica es que una sociedad no debe usar más recursos de los que renueva, para que la siguiente generación pueda tener las mismas oportunidades de acceso a dichos recursos. El límite de uso de estos últimos para el desarrollo de las actividades de las sociedades y de sus economías depende de la capacidad y reproductividad intergeneracional de los ecosistemas. Al estudiar la historia medioambiental sorprende la antigüedad del concepto de sostenibilidad. Su origen se encuentra en el concepto “Nachhaltigkeit” del jurista alemán Hans Carlowitz (1645-1714), quien desarrolló en 1713 una teoría sobre la utilización óptima de los bosques, que fueron las fuentes de energía para la protoindustria de hierro y plata . Planteó que el volumen de la producción de esta industria no podía ser superior a la velocidad de reproducción de los bosques. Carlowitz, sin embargo, fue el creador del término, pero no del concepto, que fue muy común durante la época medieval. En este artículo se analiza el desarrollo histórico del principio de la sostenibilidad, con el fin de establecer las similitudes y diferencias que se encuentran en diversas épocas en las relaciones entre la sociedad y la naturaleza. Sobre esta base, se evalúan los resultados en el largo plazo de las diferentes políticas medioambientales y lo que esta experiencia nos puede aportar en términos de la discusión medioambiental moderna.

1. Aspectos metodológicos y teóricos ¿Cuáles son las fuentes en las que se puede encontrar el derecho preindustrial de la sostenibilidad? No se encuentran ni en el Jus Commune romano-canónico de la Europa medieval, ni en las leyes del Sacro Imperio Romano y de los reinos de la cristiandad. Más bien, se necesita entrar en el pequeño mundo de los señoríos “feudales” y de las comunidades locales, donde se pueden encontrar miles de leyes particulares muy variadas; por ejemplo, en las recopilaciones del derecho consuetudinario, Carlowitz, Hans, Sylvicultura Oeconomica, Leipzig, Braun, 1713, p. 106. Al respecto: Höltermann, Anke y Oesten, Gerhard, “Forstliche Nachhaltigkeit”, en Landeszentrale für politische Bildung (ed.), Der deutsche Wald, Stuttgart, Selbstverlag, 2001, pp. 39-45. Ediciones de fuentes: Bischoff, Ferdinand y Schönbach, Anton (eds.), Steirische und kärnthische Taidinge, Viena, Braumüller, 1881; Burmeister, Karl (ed.), Vorarlberger Weistümer, Viena, ÖAdW, 1973; Eberstaller, Herta, Eheim, Fritz y Feigl, Helmuth (eds.), Oberösterreichische Weistümer, Vols. 2-5, Graz, Böhlau, 1956-60; Grimm, Jacob (ed.), Weisthümer, Vols. 1-7, 2a Edición, Darmstadt, Wissenschaftliche Buchgesellschaft, 1957; Mell, Anton y, Müller, Eugen (eds.), Steirische Taidinge, Viena, Braumüller, 1913; Schumm, Kurt y Schumm, Marianne (eds.), Hohenlohische Dorfordnungen, Stuttgart, Kohlhammer, 1985;

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que se fundamentan en la idea de la sostenibilidad o en la prevención a la sobre explotación de bosques y pastizales. La organización constitucional y social de la Europa preilustrada se interpreta desde la perspectiva de la “Teoría Constitucional Segmentaria” de Marquardt (1999) . Según este nuevo concepto, el cual varía las teorías clásicas del feudalismo y del territorialismo estatal, las entidades básicas de la organización política de los siglos XII al XVIII eran señoríos rurales, con tres elementos característicos: un señor dinástico, estructuras comunales y un consejo judicial autónomo. Los señoríos rurales eran integrados como “segmentos” en una organización política vertical con algunos niveles de gobierno, por ejemplo, en los ducados y en los reinos. Los segmentos semiestatales que constaban de un castillo y de tres hasta 20 pueblos eran pequeños, pero muy importantes, porque en su totalidad allí vivía el 90 % de la población europea. Los problemas medioambientales básicos de las sociedades preindustriales no radicaban en la contaminación del aire ni del agua, sino en la sobreutilización de los bosques y de los pastizales. Para estudiarlos, el armazón teórico no puede apoyarse en los conceptos derivados de la problemática de la polución. El principio básico lo constituye la teoría de los sistemas de energía de Rolf Sieferle . Su origen se encuentra en las controversias metodológicas de la historia medioambiental que se adelantaron en las décadas de los ochenta y los noventa y, actualmente, en los conceptos que buscan Zingerle, Ignaz v. e Inama-Sternegg, Theodor (ed.), Die Tirolschen Weisthümer, Vol. 2, Viena, Braumüller, 1877. Desarrollado en Marquardt, Bernd, Das Römisch-Deutsche Reich als Segmentäres Verfassungssystem (13481806/48), Versuch zu einer neuen Verfassungstheorie, Zurich, Schulthess, 1999. Sieferle, Rolf, Rückblick auf die Natur: Eine Geschichte des Menschen und seiner Umwelt, Munich, Luchterhand, 1997; Sieferle, Rolf, The subterranean forest: energy systems and the industrial revolution, Cambridge, Whitehorse, 2001; Sieferle, Rolf, “Was ist Umweltgeschichte?”, en Marquardt, Bernd y Niederstätter, Alois (eds.), Das Recht im kulturgeschichtlichen Wandel, Konstanz, UVK, 2002, pp. 355-382. Por ejemplo Abelshauser, Werner (ed.), Umweltgeschichte, Göttingen, Vandenhoeck & Ruprecht, 1994; Bruckmüller, Ernst y Winiwarter, Verena (eds.), Umweltgeschichte, Zum historischen Verhältnis von Gesellschaft und Natur, Viena, Öbvhpt, 2000; Calliess, Jörg, Rüsen, Jörn y Striegnitz, Meinfried (eds.), Mensch und Umwelt in der Geschichte, Pfaffenweiler, Centaurus, 1989; Delort, Robert y Walter, François, Histoire de l’environnement européen, París, Presses Universitaires, 2001; Diamond, Jared, Guns, Germs and Steel: The Fates of Human Societies, Nueva York, Norton & Company, 1997; Fagan, Brian, The Little Ice Age: how climate made history 1300-1850, Nueva York, Basic Books, 2000; Groh, Ruth, Groh, Dieter, Weltbild und Naturaneignung: Zur Kulturgeschichte der Natur, 2a Edición, Frankfurt, Suhrkamp, 1996; Hahn, Sylvia y Reith, Reinhold (eds.), Umwelt-Geschichte: Arbeitsfelder, Forschungsansätze, Perspektiven, Viena, Verlag für Geschichte und Politik, 2001; Hauptmeyer, Carl (ed.), Mensch-.Natur-Technik: Umweltgeschichte in Niedersachsen, Bielefeld, Verlag für Regionalgeschichte, 2000; Herrmann, Bernd (ed.), Umwelt in der Geschichte, Göttingen, Vandenhoeck & Ruprecht, 1989; Hughes, Donald, An Environmental History of the World, Londres, Nueva York, Routledge, 2001; Jäger,

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explicar la naturaleza de las civilizaciones agrarias y de la Revolución Industrial10. Es un modelo derivado de la teoría de sistemas, que analiza las condiciones básicas físico-energéticas y el régimen social-metabólico de las sociedades. La teoría de los sistemas de energía subdivide la historia de la humanidad en tres épocas, cuyos puntos culminantes fueron la Revolución Neolítica y la Revolución Industrial. Durante la segunda época, que tuvo lugar entre estas dos revoluciones y que es la relevante para nuestra investigación, el recurso fundamental fue la energía de la radiación solar, que las plantas transforman en energía bioquímica por medio de la fotosíntesis. Debido a que la circulación de recursos fue controlada, se habla de un “sistema modelado de energía solar”. Este sistema trabajó con recursos renovables -lo que establece la gran diferencia con el sistema energético basado en fósiles que se instauró con la Revolución Industrial del siglo XIX; se caracterizó por cuatro elementos principales: primero, la dependencia de una superficie de tierra; segundo, la organización descentralizada; tercero, la escasez inherente de energía y de materiales importantes, por ejemplo, de madera para la construcción de casas y, cuarto, la tendencia del sistema a reproducirse sin crecimiento económico. Cuando la tierra se utilizó hasta llegar a los límites de su capacidad de carga ecológica, se presentó una presión sistemática para crear una sostenibilidad duradera y estandarizar un sistema de normas para la utilización del medio ambiente.

2. Los orígenes: la gran deforestación de la baja Edad Media Las raíces del derecho de la sostenibilidad de la época medieval se hallan en la confrontación con los resultados de su antítesis. En el año 1000, Europa central era un bosque grande, muy similar al área del Amazonas actual; tres siglos después este bosque fue reemplazado completamente por un paisaje agrícola (véase Figura n° 1).

Helmut, Einführung in die Umweltgeschichte, Darmstadt, Wissenschaftliche Buchgesellschaft, 1994; Kjærgaard, Thorkild, The Danish Revolution, 1500-1800: An Ecohistorical Interpretation, Cambridge, University Press, 1994; Küster, Hansjörg, Geschichte der Landschaft in Mitteleuropa, Munich, Beck, 1995; Küster, Hansjörg, Geschichte des Waldes, Munich, Beck, 1998; Pfister, Christian, Bevölkerung, Klima und Agrarmodernisierung 1525-1860, Vol. 2, Berna, Haupt, 1984; Pfister, Christian, Bevölkerungsgeschichte und historische Demographie: 1500-1800, Munich, Oldenbourg, 1994; Radkau, Joachim, Natur und Macht: Eine Weltgeschichte der Umwelt, Munich, Beck, 2002; Winiwarter, Verena, Umweltgeschichte, Colonia, Böhlau, 2004; Winiwarter, Verena y Sonnlechner, Christoph, Der soziale Metabolismus der vorindustriellen Landwirtschaft in Europa, Stuttgart, Breuninger, 2001; Zirnstein, Gottfried, Ökologie und Umwelt in der Geschichte, 2a. ed., Marburg, Metropolis, 1996. 10 Sieferle, Rolf, Der Europäische Sonderweg: Ursachen und Faktoren, 2a. ed., Stuttgart, Breuninger, 2003.

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Figura n° 1: La gran deforestación de Centroeuropa Centroeuropa en el año 1000

Ecosistemas:

Centroeuropa en el año 1300

Bosques mixtos Humedales y ciénagas Estepas Agricultura

Fuente: Este mapa utiliza los resultados de MARQUARDT, Bernd, Umwelt und Recht..., op cit.

En la perspectiva de la historia global esta colonización fue una extensión tardía del llamado Cinturón de las Civilizaciones Eurásicas, el cual fue creciendo desde hace cuatro milenios entre la China y el Mediterráneo hasta las ecozonas frías situadas al norte de la barrera de los Alpes. Europa central parecía hasta ese tiempo menos adecuada para el desarrollo de una cultura agraria compleja, pero después del año 1000 una marcada época calurosa cambió la perspectiva. El estilo de la colonización de los bosques europeos fue dinámico y descentralizado: para un numeroso grupo de nobles, monasterios y obispos, la ocupación de bosques y su poblamiento con campesinos fue un método atractivo para obtener poder sobre futuros distritos señoriales11. Especialmente, los 130 años transcurridos entre la vida del emperador romano-germánico Lothar III y el fin de la dinastía Hohenstaufen (1125-1254) fueron importantes para la creación de la civilización agraria de la Europa medieval. Durante la gran deforestación en la baja Edad Media, el derecho no se encontraba proyectado en términos de la sostenibilidad. La naturaleza parecía no tener límites. 11 Bader, Karl y Dilcher, Gerhard, Deutsche Rechtsgeschichte, Berlín, Springer, 1999, pp. 127 y ss; Delort, Robert y Walter, François, op. cit., p. 138; Fagan, Brian, The Little Ice Age, op. cit., pp. 3 y ss, 20 y ss; Marquardt, Bernd, Umwelt und Recht..., op cit., pp. 29 y ss; Radkau, Joachim, op. cit., p. 165.

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Pero a principios del siglo XIV, las tierras desforestadas se unieron. Cada kilómetro desde el Mar del Norte hasta los Alpes era utilizado para fines agrícolas. Europa se encontró llena de pequeños señoríos que no tenían la posibilidad de expandirse, porque en todas sus fronteras había otras sociedades agrícolas. Por lo tanto, los señoríos con sus comunidades necesitaron sobrevivir con sus propios recursos, concretamente con el volumen de la energía solar que por la fotosíntesis se podía transformar en nutrición, leña y madera para la construcción. El clímax de la deforestación de Europa central tuvo lugar entre 1300 y 1350, donde aparece la cultura agraria en colisión directa con los límites de la capacidad de carga de los ecosistemas. Este proceso fue desastroso, porque en estas décadas la capacidad de carga también fue disminuida, debido al descenso de la temperatura durante la llamada “Pequeña Edad de Hielo”12. A esta crisis se sumaron numerosas consecuencias existenciales y peligrosas:13 si cada año había menos bosques para más personas, en consecuencia, el aprovisionamiento de madera era insuficiente. Hubo restricciones para cocinar, tener calefacción y otras actividades diarias, así como también para construir casas. Además, la deforestación puso en peligro el consumo de carne, que se basaba en la caza de los animales salvajes, en la porcicultura y en el pastoreo en los bosques. Con la disminución de los animales disminuyó igualmente el abono basado en sus excrementos. La erosión de la tierra agudizó la crisis. Las consecuencias producidas por el desequilibrio de la población y del medioambiente fueron interpretadas como “Castigo de Dios”. Después de la época de las grandes hambrunas de los años 1309 a 1321 y de la “Peste negra” de los años 1348 a 1351, la eco-catástrofe más grande de Europa14, desapareció más de una tercera parte de la población de Europa Central. Cuarenta mil pueblos fundados durante el apogeo de la deforestación fueron totalmente despoblados15. No se trató de un colapso completo del sistema ecológico, como la bibliografía lo hizo plausible para otras culturas agrícolas, por ejemplo, para la cultura maya en Yucatán (alrededor del año 800)16. Europa sufrió una fuerte caída parcial de su civilización agraria.

12 Fagan, Brian, op. cit., pp. 47 y ss. 13 Véase Bowlus, Charles, “Die Umweltkrise im Europa des 14. Jhs.”, en Sieferle, Rolf (ed.), Fortschritte der Naturzerstörung, Frankfurt, Suhrkamp, 1988, pp. 13 y ss.; Hughes, Donald, op. cit., pp. 91 y ss.; Marquardt, Bernd, Umwelt und Recht..., op. cit., pp. 39 y ss. 14 Herlihy, David, Der Schwarze Tod und die Verwandlung Europas, Berlín, Wagenbach, 1998, p. 7. 15 Abel, Wilhelm, Die Wüstungen des ausgehenden Mittelalters, 3a Edición, Stuttgart, Fischer, 1976, pp. 10-41. 16 Diamond, Jared, Collapse: How societies choose to fail or succeed, Nueva York, Viking, 2005.

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Figura n° 2: El sobredesarrollo en la expansión agrícola medieval: las ruinas de la iglesia de un pueblo desaparecido, Moseborn en la Baja Sajonia.

Fuente: Fotografía de Bernd Marquardt.

Después de esta experiencia fundamental, a mediados del siglo XIV, los consejos de los señoríos locales reconocieron que era su obligación garantizar la seguridad ecológica de sus habitantes. El principio de la sostenibilidad, que impulsaba la conservación de la naturaleza local y que fue necesario no sólo para ellos mismos, sino también para las generaciones venideras, era uno de los núcleos de muchos derechos particulares. La Europa central se componía todavía de una cultura agraria desarrollada, que parecía como una red densa de señoríos locales. No obstante, en los siguientes siglos los “segmentos” del Sacro Imperio Romano obtuvieron éxito en la tarea de vivir bajo sus fronteras ecológicas.

3. La estructura del derecho orientado a la sostenibilidad Una notable formulación del principio de sostenibilidad duradera se encuentra en el derecho particular del condado de Kyburg (Suiza) de 1536. Se estipuló allí que los

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agricultores no podían usar más leña y madera del bosque local que la “necesaria para vivir, … para que nuestros niños y las siguientes generaciones pudiesen también disfrutar (del bosque)”17. Con una tendencia análoga, el señorío de Bludenz (Austria) decretó en 1456 sobre los pastizales “[...] para que disfrutemos nosotros, nuestros herederos y los que vienen después de ellos”18. El derecho orientado a la sostenibilidad duradera tenía una estructura básica compuesta de cinco principios: 1. La descentralización política en entidades locales 2. Anticiparse a la máxima capacidad del sistema natural local 3. El control sistemático cuantitativo del consumo medioambiental 4. La prioridad del interés de la comunidad por encima de la libertad del individuo 5. La optimización de la utilización de la tierra escasa El primer principio se refiere a la descentralización del territorio en señoríos locales. Este representó una estrategia de adaptación a las condiciones del “sistema modelado de energía solar” anteriormente descrito, en el cual se podía perfeccionar lo mejor posible el flujo de energía y de recursos. Las normas para la protección de la existencia fueron desarrolladas en procedimientos bipolares entre el señor feudal y el consejo de los doce jueces de la comunidad. La legislación autónoma en pequeñas unidades sociales fue importante, porque en este marco se percibían fácilmente a través de la experiencia cotidiana las desastrosas consecuencias producidas por las violaciones al sistema natural. El segundo principio señala que era necesario establecer límites al consumo medioambiental, dentro de la capacidad del sistema ecológico. El pensamiento económico moderno basado en un crecimiento constante de la economía no figuraba en ninguna fuente de los siglos XIV al XVII, porque la prevención de un crecimiento excesivo del consumo medioambiental era prioritaria. Este segundo principio del derecho sostenible no puede ser analizado aisladamente, sino únicamente en interacción con el tercer principio del control cuantitativo del consumo medioambiental. Un ejemplo es el mencionado estatuto del señorío de Bludenz (Austria) de 145619. Allí el consejo local redujo la utilización máxima de un pastizal alpino de 169 a 156 vacas. Cada casa sólo podía tener en el pastizal común doce vacas, en vez de trece como se hacía antes. 17 Citado en Grimm, Jacob (ed.), op. cit., Vol. 1, pp. 128. 18 Citado en Burmeister, Karl (ed.), op. cit., p. 175. 19 Ibid., pp. 175-180.

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En cuanto a las relaciones de la propiedad de la tierra, la cultura agrícola de Europa central conoció un sistema multirrelacional, muy diferente al modelo de parcelas individuales de la Ilustración. Era característica una propiedad señorial y colectiva20, que concedía a las casas individuales derechos sobre la utilización de la tierra. La recepción del derecho romano entre los siglos XII a XVI no cambió la estructura. Los pastizales y los bosques eran organizados como tierras colectivas (“Allmende”), las cuales eran superficies no divididas del conjunto local. Sólo el campo de cereales para elaborar pan y los prados para producir comida de invierno para las vacas fueron parcelados para las casas individuales, pero estaban integrados en círculos de rotación comunales. La propiedad comunal no significaba que cada uno pudiera tomar lo que quisiera. Con relación a esto, la polémica política de la época de la Ilustración, que trató de justificar la introducción de la propiedad privada, elaboró una hipótesis falsa: que la excesiva concurrencia de los campesinos a las tierras comunales las destruyó. Un malentendido análogo existe en la famosa teoría económica moderna de G. Hardin sobre la “Tragedy of the Commons” (1968)21. Concretamente se describe allí una “Tragedia del acceso libre” a la naturaleza, aunque en los siglos XIV al XVIII tal cosa no tuvo lugar, porque las normas públicas y decisiones colectivas garantizaban una protección suficiente de las existencias comunales. Cada señorío local dividió su territorio y dedicó de forma permanente una parte al bosque. La madera era el portador de energía más importante y el material principal para construcciones. Su importancia actualmente se puede comparar con la del petróleo. Por consiguiente, el derecho medioambiental del bosque del Antiguo Régimen puede ser interpretado como derecho de energía22. En comparación con todos los subsistemas medioambientales del sistema señorial, el bosque era el más regulado de todos. Leyes locales a este respecto se pueden encontrar desde la baja Edad Media, pero fueron más frecuentes desde el siglo XVI hasta el XVIII. El derecho local tenía que balancear el interés de utilización de la madera de los individuos con el interés de la comunidad, garantizando la reproducción duradera del bosque, lo cual podría ser un acto difícil de equilibrar. El estatuto de madera del señorío del monasterio Fall (Eslovenia) de 1573 señalaba que era prohibido dilapidar y destruir el bosque del cual todos subsistían23. Fueron concedidos derechos a todos los campesinos de recibir 20 Gierke, Otto, Das deutsche Genossenschaftsrecht, Vol. 2, Berlín, Weidmann, 1873, p. 219. 21 Hardin, Garett, “The Tragedy of the Commons”, en Science, Vol. 162, No. 3859, Washington, American Association for the Advancement of Science, 1968, pp. 1243-1248. Para algunas opiniones opuestas ver Ostrom, Elinor, Governing the Commons, Cambridge, University Press, 1990, pp. 2 y ss; Sieferle, Rolf, “Wie tragisch war die Allmende?”, en GAIA, Vol. 7, No. 4, Munich, Oekom, 1998, pp. 304-307. 22 Marquardt, Bernd, Umwelt und Recht..., op. cit., pp. 77-95. 23 Mell, Anton y Müller, Eugen (eds.), op. cit., p. 23.

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madera para sus necesidades, pero existió una prohibición para la libre remoción. En el señorío de Blumenegg (Austria), según la ley local de 1470, la necesidad tenía que ser demostrada al consejo de los 12 jueces: “Si los jueces encuentran que existe una necesidad real, ellos deben permitir la utilización de la madera y evalúan cuánta es necesaria”24. Este modelo de decisiones medioambientales en consejos locales fue utilizado en muchos lugares25. Con algunas variaciones, el señorío de los caballeros imperiales de Stetten (Alemania) impuso en su ley local de 1610 un límite fijo de troncos de árbol para la construcción de casas y establos26. La asignación concreta de la madera tuvo lugar a través de jueces individuales o a través de una persona encargada (guardabosque). Así, el señorío de Hohenwang (Austria) decidía en 1606 que la madera debería recolectarse “en lugares, en donde no se dañen los bosques”27. Si la protección funcionaba o no, dependía de la experiencia de las personas que los cuidaban. Figura n° 3: Modelo del uso de la tierra señorial-comunal en Centroeuropa entre los años 1200 y 1800

5 Subsistemas Bosque de energía y material

- Uso: Madera de fuego y construcciones

Pasto

- Uso: Producción de carne y leche

Prados

- Uso: Comidas en invierno para animales

Campo

- Uso: Cereales para elaborar pan

Castillo y pueblo Modelo de propiedad: Propiedad mixta: señorial y comunal Modelo de desiciones: Corte bipolar (señor y 12 jueces de la comunidad)

Fuente: Elaborado con base en el análisis que se desarrolló en extenso en MARQUARDT, Bernd, Umwelt und Recht …, op. cit., pp. 63-170.

24 25 26 27

Citado en Burmeister, Karl (ed.), op. cit., pp. 362 y ss. Schröder, Richard, Lehrbuch der Deutschen Rechtsgeschichte, Leipzig, Veit, 1889, p. 411. Schumm, Kart y Schumm, Marianne (eds.), op. cit., p. 684. Citado en Bischoff, Ferdinand y Schönbach, Anton (eds.), op. cit., p. 73.

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La demanda de leña fue satisfecha muchas veces a partir de los “bosques bajos”, llamados así, porque constaban de árboles que eran cortados regularmente. Estas tierras se dividieron en 10 ó 20 distritos, de tal manera que de cada uno de ellos, uno tras otro y anualmente, por los siguientes 10 ó 20 años se extraía la madera correspondiente. Se formalizaba así un ciclo que volvía a comenzar cuando se utilizaba otra vez la madera del primer distrito. Los ciclos quedaban dentro de una generación y de esta manera el límite superior de la biomasa utilizable cada año era visible obviamente para cada individuo28. El consumo de leña fue vinculado al principio de la llamada “necesidad de la casa para vivir” (“Hausnotdurft”). Deforestar para vender madera fue estrictamente prohibido. El derecho local del señorío de Seisenburg (Austria) de 1604 basó la prohibición en una idea de equidad, por medio de la cual los individuos no deberían ganar dinero a costa de la comunidad29. Adicionalmente, se implementaron normas contra el desperdicio de madera: por lo general fueron prohibidas algunas costumbres como la de hacer hogueras públicas durante el carnaval y cortar árboles para las fiestas del inicio de la primavera. Figura n° 4: En el círculo de sus fuentes de energía: la ciudad imperial de Nuremberg (Alemania) y sus bosques en el año 1516

Fuente: Marquardt, Bernd, Umwelt und Recht..., op. cit., p. 202.

28 Bernhardt, August, Geschichte des Waldeigentums, der Waldwirtschaft und Forstwissenschaft in Deutschland, Vol. 1, Aalen, Sciencia, 1966, pp. 239 y ss. 29 Eberstaller, Herta et al. (eds.), op. cit., Vol. 3, p. 190.

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De la misma forma, las ciudades amuralladas aprovecharon su autonomía para redactar fueros en los cuales copiaron el modelo descrito y, así, usaron y conservaron sus bosques comunales. La única diferencia consistía en que las ciudades tenían que cubrir una demanda más alta de energía y de material para una población grande que oscilaba entre 4.000 y 20.000 habitantes y para una producción artesanal muy diferenciada30. En los distritos forestales protoindustriales, que se dedicaban al suministro energético para industrias siderúrgicas, minas y salinas, existía una fuerte presión para poner en práctica la sostenibilidad. Una ley de 1583 del duque Julius de Braunschweig, llamada “preparación del bosque” para la región montañosa del Harz (Alemania), intentaba prevenir que “por falta de leña las minas grandes dejasen de ser utilizadas. Porque los bosques son el corazón de las minas y el tesoro del príncipe. Si no hay madera, las minas son como una campana sin badajo y un laúd sin cuerdas”31. No obstante, los déficit más grandes en la realización del principio de la sostenibilidad son atestiguados por las minas y las salinas, donde existió una lógica de la ganancia rápida. Pero el resultado de rechazar la sostenibilidad fue lógicamente cerrar la industria por muchos años hasta que se regenerara la fuente de energía. No es una mera coincidencia que el origen histórico de la terminología de la sostenibilidad fuesen los distritos forestales protoindustriales de la Alemania central, donde su creador, el jurista Hans Carlowitz (1645-1714)32, vio los peligros de negar la sostenibilidad. Volviendo al tema de los señoríos locales, como otra parte de su tierra comunal existían los pastizales33, una estepa artificial para obtener leche y carne de animales domesticados. El problema central fue la capacidad de carga, es decir, el máximo de vacas u ovejas que el pastizal podía soportar sin que fuese deteriorado. Los consejos de los señoríos definían cuántos animales podía poner el campesino a pastar, lo que se conoce como “Derechos de Vacas”. Para otras especies existió una clave de conversión, de acuerdo con lo que cada especie consumía o deterioraba, por ejemplo, una vaca equivalía a tres cabras. Para garantizar el “número fijado” de animales34 fue prohibido usar los pastizales individualmente. Los animales tenían que ser entregados al rebaño público de la comunidad35. Otros estatutos particulares definieron el número de los 30 Ibid., pp. 197-204. 31 Citado en Baumgarten, Wilhelm, Beziehungen zwischen Forstwirtschaft und Berg- und Hüttenwesen im Kommunionharz, Braunschweig, Waisenhaus, 1933, p. 30. 32 Carlowitz, Hans, op. cit., p. 106. Al respecto ver Höltermann, Anke y Oesten, Gerhard, op. cit., pp. 39-45. 33 Marquardt, Bernd, Umwelt und Recht..., op. cit., pp. 95-105. 34 Eberstaller, Herta et al. (eds.), op. cit., Vol. 2, p. 362. 35 Carlen, Louis, Das Recht der Hirten, Aalen, Sciencia, 1970, pp. 157 y ss.

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animales permitidos de acuerdo a la capacidad de sobrevivir el invierno: los campesinos recolectaban forraje para el invierno durante el verano, y para calcular cuantos animales podían invernar se dependió del volumen de crecimiento de hierba y de la experiencia de la dureza y duración del invierno. Este modelo puede ser visto como un concepto de autorresponsabilidad semirregulado, cuya funcionalidad resultó del hecho de tener claro cuáles eran los procesos en los pequeños sistemas sociales36. El último de los cinco principios del sistema medioambiental comunal consistía en la multifuncionalidad de tierras, que eran escasas, porque Europa central estaba completamente colonizada. Para optimizar un espacio no expandible, se utilizó la misma tierra como pastizal y bosque, y en las tierras aradas para producir granos se utilizó un ciclo de rotación de dos o tres años con un año reservado para pastar (sistema de tres campos). De forma distinta, en muchas regiones de Europa central las comunidades usaron modelos especiales ajustados a sus condiciones medioambientales. En las tierras pobres del noroeste de Alemania y en los Países Bajos se prefirieron sistemas con un campo situado en la mitad, de cuyos alrededores se traía la tierra y los abonos para fertilizar este campo central. Tales campos externos eran divididos, por ejemplo, en 20 partes, y anualmente de cada una de estas partes se transportaba la tierra al campo central. En los otros 19 años los campos externos eran usados como pastizal comunal37. La sostenibilidad estaba garantizada si había poca población y si los campos externos eran lo suficientemente grandes como para aguantar ciclos de rotación de larga duración. Todo esto funcionó únicamente en el contexto de la tierra comunal y no en el de la propiedad privada. Teniendo en cuenta que el derecho de la sostenibilidad se anticipaba a la máxima capacidad del sistema natural local, a todo aquel que transgrediese esos límites estipulados le esperaba un castigo, como, por ejemplo, ser excluido del uso de la tierra comunal38. En el estatuto del señorío de Strasburg (Austria) de 1538 se estipuló que para proteger la fuente de energía, a los llamados “pecadores de leña”39 se les castigaba con la prohibición de volver a entrar en los bosques. La ley del señorío de Blumenegg (Austria) de 1470 indicaba que aquellas personas que empleasen más madera de la permitida “en los siguientes cinco años no podrían recoger(la)”40. De esta manera, 36 Pfister, Christian, Bevölkerung, Klima..., op. cit., pp. 51 y ss. 37 Radkau, Joachim, op. cit., p. 95. 38 Marquardt, Bernd, “Das Strafrecht in den ländlichen Herrschaften des Heiligen Römischen Reiches”, en Marquardt, Bernd et al. (eds.), op. cit., pp. 113-172. 39 Bischoff, Ferdinand y Schönbach, Anton (ed.), op. cit., p. 506. 40 Citado en Burmeister, Karl (ed.), op. cit., p. 363.

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la pena para el hurtador de leña consistió en perder la opción de recibir energía. Los documentos de los consejos locales muestran que las reglas medioambientales no fueron violadas menos que otras normas; usualmente se trató de pequeños grados de transgresión: algunas características de los sistemas sociales pequeños, como la legislación autónoma, la autarquía, el alto grado de control social y la transparencia de las causalidades, tenían como efecto que el derecho de protección y la realidad no fueran cosas completamente diferentes.

4. El punto débil: el control del tamaño de la población La estabilidad de la cultura señorial-comunal de Europa central dependía de la prevención de un sobrecrecimiento de la población humana41. Crear un balance entre la naturaleza local y su población era básico para prevenir la “amenaza maltusiana”42. En cuanto al conocido debate sobre si esta amenaza existe o no, consideramos que bajo las condiciones de un régimen de energía fósil, como los europeos industrializados lo conocen desde el siglo XIX, este riesgo probablemente no es verificable, aunque en todos los otros sistemas socialmetabólicos de la historia, la “amenaza maltusiana” representaba una experiencia normal. Una sobrepoblación de una especie biológica en un espacio medioambiental, donde no hay opciones de expansión ni de escape, trae como consecuencia muchos riesgos de enfermedades y muertes. El punto de partida del control local de nacimientos estaba basado en el derecho matrimonial y hereditario. La procreación era legal únicamente para los casados43. Las leyes locales prohibían de forma estricta las relaciones sexuales antes y paralelas al matrimonio, que eran castigadas severamente. Estas normas se establecieron en conformidad con ideas religiosas. Igualmente, las autoridades locales podían vetar la celebración del matrimonio. El permiso para casarse estaba reservado a los herederos de aquellas granjas que tuviesen la capacidad mínima de alimentar a una familia y de esta manera estaba vinculado directamente a la cantidad de sustento disponible (“Modelo matrimonial europeo”44). Adicionalmente, los señoríos estabilizaron la cantidad de sus granjas a través del derecho hereditario. En este sentido, numerosos derechos particulares evitaban la división de la tierra de tal manera que sólo un hijo 41 Marquardt, Bernd, Umwelt und Recht..., op. cit., pp. 122-133. 42 Sobre Th. Malthus (1766-1834) y su teoría poblacional de 1798 ver Bauer, Leonhard y Matis, Herbert, Geburt der Neuzeit: Vom Feudalsystem zur Marktgesellschaft, 2a. ed., Munich, DTV, 1989, pp. 312 y ss. 43 Livi Bacci, Massimo, Europa und seine Menschen, Munich, Beck, 1999, p. 132. 44 Hajnal, John, “The European Marriage Pattern” en Glass, D.V., et al. (eds.), Population in History, Londres, Arnold, 1965, pp. 101-143. Discusión: Pfister, Christian, Bevölkerungsgeschichte..., op. cit., pp. 81 y ss.

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debía heredar la granja y la membresía en la comunidad. Consecuentemente, los padres fueron forzados a planificar concientemente, si no querían que algunos de sus hijos fueran obligados para toda su vida a permanecer célibes y a trabajar como peones para su hermano. Todo esto redundó en que del 20 al 30 % de la población nunca se casó y, así, no participó en el proceso demográfico. Una segunda estrategia del control de la población local se fundamentó en obstaculizar la entrada a la comunidad. Los forasteros tenían que pagar altos impuestos para inmigrar. El cierre de la frontera señorial fue dirigido especialmente contra los llamados “vagantes”, un proletariado rural informal producto de la suma de las políticas poblacionales locales con sus penas de exclusión y destierro. Aproximadamente el 10 % de la población total fue empujada a una vida sin derechos de pertenencia a ningún señorío ni ciudad. Ellos no tenían la posibilidad de adquirir los medios de subsistencias legales y, en consecuencia, sólo podían sobrevivir a través de una vida criminal. La reacción de los señoríos locales fue una aplicación excesiva y brutal de la “Constitutio Criminalis” del emperador romano-germánico Carlos V, fechada en 1532, y a partir de la cual se sentenciaba a muerte por crímenes menores45. Al fin, la sobrepoblación del sistema agrario “desapareció” en los patíbulos de los verdugos. El derecho señorial-comunal sobre el tamaño de la población iba en contravía casi por completo con los derecho humanos, que los occidentales han aprendido a estimar como el corazón de un sagrado derecho natural desde la revolución ilustrada de 1789. Se puede reconocer un lado oscuro del derecho medioambiental, que es el más problemático, porque las sociedades tradicionales en su dependencia de la naturaleza no tenían ninguna otra alternativa.

5. La crisis fundamental de la sostenibilidad a finales del siglo XVIII La regulación del tamaño de la población local representó el elemento más débil del derecho de la sostenibilidad tradicional. El desequilibrio no fue grande siempre y cuando la regulación “natural” por medio de la epidemia endémica de la peste reforzaba el sistema de la sostenibilidad. Pero la crisis comenzó con la desaparición de la peste en Europa central en las primeras décadas del siglo XVIII46. Además, hubo otros factores relevantes para que comenzara una crisis demográfica. En regiones con 45 Marquardt, Bernd, “Strafrecht ...”, op. cit., pp.150 y ss. 46 Livi Bacci, Massimo, op. cit., p. 10; Pfister, Christian, Bevölkerung..., op. cit., p. 42.

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una concentración de la producción protoindustrial casera de textiles, por ejemplo, en el este de Suiza, se puede ver desde 1730 una tendencia al incremento excesivo de la población. Además, algunos reinos, como es el caso de Prusia, iniciaron con la política del llamado “poblacionismo”, con la lógica de que más seres humanos significaban más soldados y más pagadores de impuestos47. Esta política real iba en contravía con el objetivo local de optimizar su población en relación a su capacidad ecosistémica. De otro lado, se abrieron fuentes adicionales de alimentación para más personas a causa de la introducción de nuevas plantas útiles, las cuales fueron más efectivas en la transformación de energía solar en biomasa: la papa y el maíz de Hispanoamérica y el trébol de Andalucía48. Con la combinación de todos estos factores, en Europa central empezó entre los años 1730 y 1760 un aumento de la población de manera exponencial. Alrededor de 1800 la cultura agraria entró en la crisis medioambiental más fuerte desde la caída parcial del ecosistema en 134849. Sin embargo, Europa escapó a las consecuencias dramáticas y mortales por medio de una vía nunca antes conocida: con un salto sobre los límites del sistema agrario.

6. La transformación en la Doble Revolución Industrial-Ilustrada Dos revoluciones se entrelazaron en Europa entre 1789 y 1848. La primera fue la mental-política de la Ilustración y la otra la material de la industrialización. Se inició así una transformación cultural en todos sus aspectos para alejarse del sistema agrario, que sólo es comparable en su significado global-histórico con la Revolución Neolítica50. Analicemos primero la revolución política de la Ilustración, que quiso cambiar radicalmente el sistema agrario. El gran cambio medioambiental se produjo por las leyes de las seis décadas entre 1789 y 1848, que quisieron poner en práctica las 47 Sandgruber, Roman, Ökonomie und Politik, Österreichische Wirtschaftsgeschichte vom Mittelalter bis zur Gegenwart, Viena, Überreuter, 1995, p. 206; Wysocki, Josef, “Über die historische Umwelt”, en Rieter, Heinz, et al. (eds.), Von Justis Grundsätze der Policey-Wissenschaft, Dusseldorf, Wirtschaft & Finanzen, 1993, pp. 81-105. 48 Kjærgaard, Thorkild, op. cit., pp. 70 y ss.; Peter, Roger, Wie die Kartoffel im Kanton Zürich zum „Heiland der Armen“ wurde, Zurich, Rohr, 1996. 49 Mencionado por primera vez en Sombart, Werner, Der moderne Kapitalismus, Vol. 2, 3a Edición, MunichLeipzig, Duncker & Humblot, 1919, p. 1153. 50 Sieferle, Rolf, Rückblick, op. cit., p. 125; Wehler, Hans, Deutsche Gesellschaftsgeschichte, Vol. 2, Munich, Beck, 1987, pp. 589 y ss.

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teorías estatales y económicas del espíritu fisiocrático y liberal. Los ilustrados no sólo dedujeron de la física newtoniana una nueva perspectiva mecanística y atomística de la naturaleza, sino también en la medida en que transfirieron dicha física a las sociedades humanas, construyeron un derecho natural con un carácter social-newtoniano. Esta perspectiva de la naturaleza ha sido criticada muchas veces desde la perspectiva de las ciencias naturales de hoy como un reduccionismo y una sobresimplificación51, pero alrededor de 1800 parecía irrefutable y plausible. El pensamiento ilustrado fue el origen de una intervención estatal y legislativa muy profunda, que cambió completamente la organización y la apariencia del medioambiente. El Estado ilustrado destruyó totalmente el mundo medieval de los señoríos locales y, de esta manera, desapareció aquel nivel estatal que era el responsable exclusivo que protegía el medioambiente. Así mismo, el Estado territorial destrozó el modelo de propiedad de la tierra comunal. Con el objetivo de individualizar la sociedad, la “Allmende” fue dividida en propiedad privada. El resultado fue la desaparición del tradicional derecho de la sostenibilidad. Se puede interpretar esta como un “punto cero” de la historia medioambiental52. La propiedad privada absoluta se constituyó en el principio dominante, el cual reguló la relación entre la sociedad y la naturaleza. Por ejemplo, el reino de Prusia empezó a introducirlo en el llamado “Decreto de la cultura de la tierra” de 1811, que establecía el derecho individual a disponer libremente de la naturaleza, incluido, así mismo, el derecho a destruirla53. La gran esperanza era solucionar la crisis de la sostenibilidad tradicional. La idea básica fue escapar de la “amenaza maltusiana”, creando un derecho de exclusión contra los pobres de los pueblos, que perdieron todos sus derechos de usar tierras comunales. Reducir el grupo de personas que tenían derecho a beneficiarse de las fuentes de subsistencia, parecía ser una solución sencilla para retornar a una relación más balanceada entre la populación humana y los recursos del entorno, a costa del precio de brindar a la mayoría de los individuos un futuro incierto54. Además, se esperaba que los propietarios individuales protegieran mejor sus pequeños territorios medioambientales.

51 Hager, Günter, “Naturverständnis und Umweltrecht”, en Juristen-Zeitung, Vol. 53, No. 5, Tübingen, Mohr & Siebeck, 1998, pp. 223-230; Heiland, Stefan, “Naturverständnis und Umgang mit Natur”, en Bayerische Akademie für Naturschutz (ed.), Naturverständnis im Strom der Zeit, Laufen, Selbstverlag, 2001, pp. 5-17, 8; Zirnstein, Gottfried, op. cit., pp. 96 y ss. 52 Marquardt, Bernd, Umwelt und Recht..., op. cit., pp. 303 y ss.; Marquardt, Bernd, “Zeitenwende...”, op. cit., pp. 243-252. 53 Preußische Gesetzessammlung 1811, p. 281. 54 Sieferle, Rolf, Bevölkerungswachstum und Naturhaushalt, Frankfurt, Suhrkamp, 1990, pp. 188-220.

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¿Eran estas esperanzas realistas? ¿O empezó una “lógica del desarrollo no-sostenible”55, la cual es la causa profunda de la crisis medioambiental moderna? Estructuralmente el nuevo modelo de propiedad propició que el individuo utilizara libremente la naturaleza y redujo el control público a una excepción de la regla56. La propiedad privada absoluta significó un poder absoluto del individuo sobre la naturaleza, sin protección pública de la misma. La frontera de la libertad no fue más la naturaleza, sino la libertad del vecino. La legislación prusiana hablaba en 1811 del “aislamiento”57 de la tierra. Para la historia de la sostenibilidad fue igualmente significativa la Revolución Industrial, que tuvo su origen en Inglaterra (1770-1870)58 y se extendió hasta 1900 en el noroeste de Europa y en el norte de América. Se trató, en el fondo, de una revolución energética y socialmetabólica59, que reemplazó el sistema de la energía solar basado en la madera por un sistema post-agrario, basado en la energía fósil del carbón de piedra y, posteriormente, del petróleo. Esta transición de un sistema de energía regenerativa a un sistema de energía no regenerativa ha tenido la ventaja de producir un crecimiento exponencial en la cantidad de energía disponible. El fenómeno físico del incremento del flujo de energía en las sociedades humanas fue entendido por los economistas bajo la figura de un crecimiento económico. La revolución fosilenergética ayudó a Europa a solucionar su crisis nutricional, que había tenido su origen en la mencionada explosión demográfica. En la primera fase, el sistema de tráfico, basado en energía fósil y con sus dos elementos buques y ferrocarriles de vapor, abrió desde 1840 el mundo para transportar grandes cantidades de alimentos (carne, trigo) y fertilizantes (guano de Perú, nitratos de Chile) a Europa. De esta manera, la cultura industrial no fue más dependiente de las capacidades de la naturaleza local, sino de la naturaleza global60. En una segunda fase, desde 1918 hasta hoy, se abrió el camino para la subvención de la producción agraria en los países industrializados directamente con energía fósil en la medida en que se emplean tractores, fertilizantes químicos y plantas agroindustriales, resultando, así, una relación entre energía fósil y energía natural de 10 a 1, lo que significa una conversión del 55 Behrens, Hermann, “Zur Formationslogik einer nicht-nachhaltigen Entwicklung”, en Behrens, Hermann, et al. (ed.), Wirtschaftsgeschichte und Umweltgeschichte, Marburg, Forum Wissenschaft, 1996, pp. 277-320, 290 y 295. 56 Binswanger, Hans, Eigentum und Eigentumspolitik, Zurich, Schulthess, 1978, pp. 95 y 113. 57 Preußische Gesetzessammlung 1811, p. 281. 58 Landes, David, Wohlstand und Armut der Nationen, Berlín, Berliner Taschenbuch Verlag, 2002, p. 211. 59 Sieferle, Rolf, Rückblick..., op. cit., p. 142; Sieferle, Rolf, Subterranean forest..., op .cit. 60 Mc Neill, J.R., Something new under the sun: An environmental history of the twentieth-century world, Nueva YorkLondres, Norton, 2000, p. 24.

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petróleo en comida con la ayuda de la fotosíntesis61. Las grandes cantidades del régimen fosilenergético han cambiado la alimentación humana, de una falta a una abundancia de comida, que ha hecho posible el crecimiento más grande y más rápido de la población mundial desde el origen de la humanidad. Figura n° 5: La revolución fosilenergética: crecimiento del uso de energía desde el año 1860 y decrecimiento de recursos fosilenergéticos globales

Decrecimiento de cantidades fosilenergéticos globales

Industria fosilenergética en Alemania en el año 1900 Crecimiento del uso de energía desde el año 1860. Criterio: Emisiones de dióxido de carbono (CO ) en miles de millones 2 de toneladas

Fuente: Marquardt, Bernd, Umwelt und Recht…, op. cit., pp. 387 y 433.

La revolución industrial-fosilenergética no produjo solamente ventajas, sino también desventajas sustanciales. Desde que se reemplazó la energía regenerativa del sol y de la leña por un sistema de energía no regenerativo, las sociedades han entrado en un callejón sin salida al consumir recursos que son finitos. No conocemos exactamente la duración de los recursos fosilenergéticos ni tampoco la de su “hermano menor”, la energía nuclear, basada en uranio, que es igualmente un recurso finito. Reportes oficiales de Estados europeos pronostican una duración de 42 a 50 años62. De todas maneras, tarde o temprano los recursos llegarán a cero. Por todo esto, existe una presión ineludible para sustituir el sistema fosilenergético otra vez por un sistema de energía solar, por ejemplo, por paneles solares. 61 Klingholz, Reiner, Wahnsinn Wachstum: Wieviel Mensch trägt die Erde? Hamburgo, Gruner & Jahr, 1994, p. 110; Sieferle, Rolf, “Was ist Umweltgeschichte?”, op. cit., p. 378. 62 DEUTSCHE BUNDESREGIERUNG (ed.), Perspektiven für Deutschland, Strategie für eine Nachhaltige Entwicklung, Berlín, 2002, p. 132.

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Aunque se han desarrollado una serie de sugerencias interesantes sobre la sustitución energética63, lo que no se sabe es si el nuevo tipo de energía alcanzará el nivel suficiente para continuar con el consumo actual. Si la condición energética de la existencia de los cinco mil millones de humanos que han poblado adicionalmente la tierra desde 1800 desaparece sin una substitución equivalente, la consecuencia sería funesta. Todavía queda preguntarse si Europa resolvió su crisis demográfica de la sostenibilidad, la que tuvo lugar alrededor de 1800, o si esta misma sólo fue pospuesta para un mundo que contará con una población mucho mayor. Contra este peligro se argumenta que no hay por qué preocuparse ya que la inventiva humana garantiza la seguridad, argumento que fue criticado como “superstición con una vestimenta ilustrada”64. Una segunda desventaja fundamental del régimen de energía fósil se conoce desde los años ochenta: la transformación de la energía de la tierra a través de la combustión en gases de dióxido de carbono, que ha desestabilizado desde hace 200 años la atmósfera de la tierra, cambiando el clima global. En conclusión, el régimen de energía fósil debe considerarse como la antítesis del principio de la sostenibilidad65.

Perspectivas: ¿regresando a la sostenibilidad? El principio de la sostenibilidad se ha redescubierto, como se explicó al inicio, desde la década de los noventa como parte del derecho internacional y constitucional, y se le considera como el programa del futuro desarrollo global. Contiene cuatro subprincipios como finalidades del Estado y mandatos a la legislación66: 1. 2. 3. 4.

El principio de la regeneración entendido como el adaptarse a los ciclos naturales de los recursos renovables. El principio de la substitución de recursos no renovables, como petróleo y uranio. La perspectiva integrada de la economía, la sociedad y la ecología. El principio mundial entendido como el equilibrio planetario que no debe exceder la capacidad de carga global.

63 Scheer, Hermann, “Solarzeitalter: Die neue Energie-Ökonomie”, en Altner, Günter, et al. (eds.), Jahrbuch Ökologie 2001, Munich, Beck, 2000, pp. 196-205; Weizsäcker, Ernst, Erdpolitik: Ökologische Realpolitik als Antwort auf die Globalisierung, 5a Edición., Darmstadt, Wissenschaftliche Buchgesellschaft, 1997. 64 Verbeek, Bernhard, Anthropologie der Umweltzerstörung, 3a. ed., Darmstadt, Primus, 1998, p. 89. 65 Radkau, Joachim, op. cit., p. 284; Sieferle, Rolf, “Was ist Umweltgeschichte?“, op. cit., p. 379. 66 Marquardt, Bernd, “Die Verankerung des Nachhaltigkeitsprinzips...”, op. cit., pp. 201-235; Marquardt, Bernd, Umwelt und Recht..., op. cit., p. 527.

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No se ha puesto en práctica el principio de la substitución, así como tampoco el principio mundial, el cual exige que los Estados industrializados reduzcan su grado de sobredesarrollo en el caso de que no sea posible generalizarlo a un nivel mundial (Art. 8 de la Declaración de Río de 1992), porque se correría el peligro de que la tierra colapsara. Reconocidas investigaciones que habían manifestado que para globalizar el estilo de vida de los europeos se necesitaban los recursos de entre tres a seis planetas, han cambiado la perspectiva tradicional sobre el subdesarrollo de algunos países para hablar del desarrollo excesivo de otros países67. Algunos elementos de la sostenibilidad preilustrada se pueden usar en el presente. Por ejemplo, la estructura del derecho internacional del protocolo de Kyoto del 11 de diciembre de 199768 para la protección de la atmósfera contra las emisiones fosilenergéticas es muy similar al derecho medieval de proteger pastizales comunales: la atmósfera del planeta es como un pastizal comunal, los Estados son como campesinos individuales. El límite superior de las emisiones de dióxido de carbono es 5 % menor que en 1990, y los “Derechos de vacas” se distribuyen a los “campesinos” en el sentido de que Alemania debe disminuir sus emisiones a 21 % por debajo del nivel de 1990 y Suiza, al 8 %, de acuerdo a la carga diferente de sus emisiones para la “comunidad” global. La estructura es la misma como en los señoríos medievales, pero la definición del límite superior es más política: si consideramos los datos de ciertos Estados europeos69, las reglas del protocolo de Kyoto sólo reorganizan la utilización de un “pastizal” con una capacidad objetiva de 100 “vacas”, de manera que reduce la práctica excesiva de poner 500 “vacas” a un número de 475, que sigue siendo excesiva. Encontrar soluciones sostenibles es un camino largo y difícil. Nuestra situación histórica no se encuentra al final de este proceso, estamos en el comienzo. 67 BUNDESAMT FÜR UMWELT, WALD UND LANDSCHAFT (ed.), Umwelt in der Schweiz, Berna, Buwal, 2002, p. 14; Dieren, Wouter, Mit der Natur rechnen, Vom Bruttosozialprodukt zum Ökosozialprodukt, Basilea et al., Birkhäuser, 1995, p. 135; Groh, Dieter, “Sustainable Development, Eine Hochzeit von Ökonomie und Ökologie?”, en Spoun, Sascha, et al. (eds.), Universität und Praxis, Zurich, NZZ, 1998, pp. 379-399; SchmidtBleek, Friedrich, Wieviel Umwelt braucht der Mensch? Basilea et al., Birkhäuser, 1994; Wackernagel, Mathis y Rees, William, Unser ökologischer Fussabdruck, Wie der Mensch Einfluss auf die Umwelt nimmt, Basilea et al., Birkhäuser, 1997, pp. 123 y 140. 68 International Legal Materials, Vol. 37, Washington, American Society for International Law, 1998, p. 22. 69 Enquete-Kommission “Nachhaltige Energieversorgung” des Deutschen Bundestages (ed.), Nachhaltige Energieversorgung unter den Bedingungen der Globalisierung und der Liberalisierung, Schlussbericht, Berlín, 2002, pp. 45, 131 y 137; BUNDESAMT FÜR UMWELT, WALD UND LANDSCHAFT (ed.), op. cit., p. 327; Marquardt, Bernd, “Die Verankerung des Nachhaltigkeitsprinzips...”, op. cit., pp. 201-235.

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Medio siglo de geografía histórica en Norteamérica Resumen Este artículo trata sobre el desarrollo de la geografía histórica en Norteamérica durante el último medio siglo. Está dividido en tres periodos que dan cuenta de la vitalidad de este campo de estudio, así como de su persistente marginalidad. En las décadas de 1950 y 1960 los geógrafos humanos estudiaban regiones, tema que le daba a la disciplina gran cohesión. La geografía histórica se distinguía por centrarse en el pasado. En la década de 1970 la disciplina pasó a buscar patrones y leyes espaciales. Algunos geógrafos históricos siguieron la corriente, mientras que otros se convirtieron en un bastión de la tradición. En las últimas dos décadas, los geógrafos humanos han vuelto su atención hacia procesos sociales; los geógrafos históricos han seguido esta tendencia, aunque con cierto rezago. Por otra parte, la geografía en general ha mostrado mucho más interés en la historia. Pero irónicamente, los trabajos geográficos con énfasis en la historia se han fragmentado más que nunca. Por esta razón, a pesar de la vitalidad actual de este campo, muchos geógrafos históricos siguen sintiéndose marginales dentro de la disciplina. Palabras claves: Geografía histórica, historia de la geografía, Escuela de Berkeley.

Half a Century of Historical Geography in North America Abstract This article recounts the development of historical geography in the North America over the last halfcentury by dividing it into three periods that account for both the richness of the field and its persistent marginality. In the 1950s and 60s, human and historical geographers studied places, giving discipline a strong cohesion. The distinctiveness of historical geography lay with its attention to the past. In the 1970s, the discipline turned towards spatial patterns and laws. While some historical geographers changed with the current, other remained a bastion of tradition. In the last couple decades, human geographers have turned to social processes, and historical geographers have followed them, albeit more slowly. At the same time, geography has generally become much more attuned to history. Ironically, geographic works with a historical focus have become more fragmented than ever. For this reason, despite its current vitality, many historical geographers continue to feel marginal to the discipline. Keywords: Historical geography, history of geography, Berkeley School. Artículo recibido el 16 de diciembre de 2005 y aprobado el 19 de abril de 2006.

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Medio siglo de geografía histórica en Norteamérica e v Shawn Van Ausdal N

“Cada día somos menos [y] el interés de otros por la geografía histórica se está desvaneciendo”, se lamentó hace poco Artimus Keiffer, coeditor de Past and Place, el boletín del Grupo de Geografía Histórica de la Asociación de Geógrafos de los Estados Unidos (AAG) . De manera similar, Robert Wilson advirtió que “la geografía histórica está desapareciendo” . Esta sensación no es nueva; desde hace mucho tiempo los geógrafos históricos han reconocido su posición marginal dentro de la geografía. Sin embargo, desde que Carl Sauer presentó su influyente defensa de la geografía histórica en 1941, este campo ha crecido de manera significativa . En los últimos 50 años los geógrafos que trabajan con un enfoque histórico han producido una rica e Traducción de Claudia Leal León. v Quiero agradecer a varias personas por su ayuda con este artículo: a Mona Domosh por una discusión que sostuvimos sobre desarrollos recientes en geografía histórica, a los evaluadores anónimos, en especial a uno de ellos, por su lectura cuidadosa y sugerencias valiosas y, sobre todo, a Claudia Leal con quien escribí una versión anterior de este artículo. N Magister y candidato al doctorado en Geografía de la Universidad de California en Berkeley (Estados Unidos). 1 KEIFFER, Artimus, “Notes From the Editors”, en Past Place, Vol. 12, No. 1, Stillwater, Historical Geography Specialty Group (Association of American Geographers, AAG), 2003, p. 3. 2 WILSON, Robert, “The Landscape of Historical Geography in the 21st Century”, en Past Place, Vol. 14, No. 1, Stillwater, Historical Geography Specialty Group (AAG), 2006, p. 6. 3 SAUER, Carl, “Foreword to Historical Geography”, en LEIGHLY, John (ed.), Land and Life: A Selection From the Writings of Carl Ortwin Sauer, Berkeley, University of California Press, 1967, pp. 351-379.

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y variada gama de trabajos. ¿Cómo reconciliar, entonces, la vitalidad que veo en la geografía histórica con las preocupaciones de Keiffer y Wilson? La respuesta está en la forma en que este campo del conocimiento se ha desarrollado desde la década de 1950 y su cambiante relación con la geografía humana. Hasta comienzos de la década de 1980 la geografía histórica tuvo una unidad clara, pero se hallaba en los márgenes de la disciplina, porque la geografía estaba en buena medida definida en oposición a la historia. En las últimas dos décadas esta oposición ha perdido vigencia, puesto que los geógrafos ahora trabajan en mayor consonancia con la historia. Además, aquellos dedicados a la geografía histórica suelen incorporar los debates y teorías que caracterizan a la geografía humana. Una consecuencia irónica de esta convergencia ha sido la fragmentación de los trabajos geográficos con perspectiva histórica. Esta pérdida de unidad explica la ansiedad de Keiffer y Wilson, pero también refleja el dinamismo de este campo, que a veces pasa desapercibido. Este artículo da cuenta del desarrollo de la geografía histórica en Norteamérica en el último medio siglo y explica tanto su riqueza como su persistente marginalidad. El desarrollo de la geografía histórica desde 1950 puede dividirse en tres periodos, cuyos límites son resultado más de la conveniencia que de una cronología precisa. El primer periodo, que he denominado la escuela clásica, cubre las décadas de 1950 y 1960. Durante este tiempo los geógrafos humanos estaban, en general, de acuerdo en que su trabajo consistía en estudiar la especificidad de las regiones. Para ello describían los aspectos materiales que caracterizan a los asentamientos humanos particulares y que indicaban cómo los seres humanos han transformado los ambientes que han habitado. Los geógrafos históricos conformaban un subgrupo que se preocupaba por el pasado, mientras que la mayoría de sus colegas pensaba que la geografía debía concentrarse en el estudio de lugares y no del tiempo. Por este motivo, los geógrafos históricos se hallaban en los márgenes de la disciplina, pero dentro de los límites de lo que era considerado el terreno de la geografía. El carácter restringido de este terreno aseguraba la unidad temática y metodológica tanto de la disciplina como del campo de la geografía histórica. A principios de los años sesenta la llamada ‘revolución cuantitativa’ comenzó a transformar a la geografía humana, cambio que se consolidó hacia el final de la década. Frustrados con el tradicional énfasis en la descripción y la reticencia a hacer generalizaciones, muchos geógrafos humanos buscaron modernizar la disciplina promoviendo un giro hacia la cuantificación y la búsqueda de leyes espaciales de carácter universal. Este cambio radical resultaba incompatible con el interés por realizar cuidadosas reconstrucciones de paisajes pasados de los geógrafos históricos, quienes respondieron ante este nuevo escenario de diferentes maneras. Muchos siguieron por

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los caminos que les eran familiares, otros atacaron las nuevas tendencias, pero la mayoría comenzó a reconocer las limitaciones de la escuela clásica. Algunos incluso buscaron establecer patrones espaciales y generalizaciones. Así, las décadas comprendidas entre 1960 y 1980 fueron un periodo tanto de continuidad como de cambio. Desde los años ochenta hasta hoy, el último periodo, la geografía histórica ha seguido la evolución de la disciplina, centrándose en procesos sociales desde una gran variedad de perspectivas. En la década de 1980, los geógrafos humanos se desilusionaron de la búsqueda de leyes espaciales abstractas, y cambiaron su enfoque hacia el análisis de dinámicas sociales centradas en lugares concretos. Con la ayuda de los geógrafos históricos, han dado mayor importancia a la historia. Pero este redescubrimiento de la pertinencia de estudiar lugares y de incorporar la historia no ha llevado a un retorno a antiguas tradiciones. Muy por el contrario, los geógrafos humanos han incorporado teorías y temas de otras ciencias sociales, a las que han enriquecido con aportes asociados con los ejes conceptuales de la disciplina, como son las nociones de lugar, espacio y naturaleza. Como resultado de este proceso, la geografía y, con ella, la geografía histórica han estallado en innumerables direcciones, perdiendo su antigua unidad pero ganando variedad y vitalidad. De manera irónica, entre más geógrafos han asumido un interés serio por el pasado, la geografía histórica ha perdido parte de su razón de ser. Dado el desarrollo de nuevos temas y teorías, la creciente importancia de compromisos políticos, y la mayor integración con otras subdisciplinas, el campo ha comenzado a desmembrarse dejando atrás la cohesión que por años le brindaron intereses y metodologías comunes. De todas formas, muchos de quienes se identifican como geógrafos históricos, y otros que no, pero que realizan trabajos históricos, siguen produciendo algunos de los resultados más interesantes de la disciplina.

1. La escuela clásica (década de 1950 hasta mediados de la década de 1960) En 1954 Andrew Clark escribió la primera revisión general de la geografía histórica en los Estados Unidos . Ese mismo año, Carl Sauer ayudó a organizar la conferencia “Man’s Role in Changing the Face of the Earth”, que puede considerarse como el clímax de una larga carrera dedicada a la promoción de una geografía con un fuerte énfasis histórico

CLARK, Andrew H., “Historical Geography”, en JAMES, Preston E. y JONES, Clarence F. (eds.), American Geography: Inventory and Prospect, Syracuse, Association of American Geographers - Syracuse University Press, 1954, pp. 70-105.

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y ambiental . Estos dos personajes formaban el corazón de la geografía histórica en los Estados Unidos y Canadá en las décadas de 1950 y 1960. Aunque sus visiones variaban en algunos aspectos, Sauer y Clark aceptaban el acuerdo general que había entre los geógrafos acerca de lo que constituía su principal tarea: la caracterización de regiones. Este acuerdo, más su inclusión de una perspectiva histórica ausente en la mayoría de los demás trabajos geográficos, dan cuenta de la relativa unidad de la geografía histórica en ese periodo, así como de su aislamiento relativo. Carl Sauer fue una figura prominente mucho antes de 1950. Su extenso trabajo y sus escasos, pero difundidos, planteamientos metodológicos ayudaron a posicionarlo como uno de los geógrafos más importantes e innovadores de su tiempo . Mucha de su influencia se derivó de su destacado papel en el Departamento de Geografía de la Universidad de California en Berkeley, donde trabajó desde 1923 hasta su jubilación en 1957. A través de sus publicaciones, estudiantes (dirigió 37 tesis doctorales) y la dirección del Departamento, Sauer formó la llamada Escuela de Berkeley, que dejó una profunda huella en el desarrollo de la geografía en los Estados Unidos . En 1941 Sauer aprovechó su presentación en la plenaria de la reunión anual de geógrafos estadounidenses para defender su perspectiva histórica de la geografía. En las décadas de 1920 y 1930 la geografía en los Estados Unidos continuaba marcada por el peso del determinismo geográfico y tenía una posición marginal dentro de la academia. The Nature of Geography, el esfuerzo de Richard Hartshorne por definir claramente a la disciplina, ejemplifica el deseo de exorcisar este pasado y asegurarle a esta disciplina un lugar destacado . Este libro, que se convirtió en guía para la geografía en los Estados Unidos, generó una fuerte reacción por parte de Sauer debido a que Ver THOMAS, William L. (ed.), Man’s Role in Changing the Face of the Earth, Chicago, University of Chicago Press, 1956. SAUER, Carl, “The Morphology of Landscape”, en LEIGHLY, John (ed.), Land and Life: A Selection From the Writings of Carl Ortwin Sauer, Berkeley, University of California Press, 1967, pp. 315-350 y SAUER, Carl, “Foreword to Historical...”, op. cit. Para mayor información sobre Sauer y la Escuela de Berkeley, ver KENZER, Martin S. (ed.), Carl O. Sauer, A Tribute, Corvallis, OR, Oregon State University Press, 1987; Williams, Michael, “‘The Apple of My Eye’: Carl Sauer and Historical Geography”, en Journal of Historical Geography, Vol. 9, No. 1, Londres, Elsevier, 1983, pp. 1-28; Rucinque, Héctor F., “Carl O. Sauer: Geógrafo y Maestro Par Excellence”, en Trimestre Geográfico, Vol. 14, Bogotá, Asociación Colombiana de Geógrafos, 1990, pp. 3-19; y LEAL, Claudia, “Prólogo: Robert West, un geógrafo de la Escuela de Berkeley,” en WEST, Robert C., Las Tierras Bajas del Pacífico Colombiano, Bogotá, ICANH, 2000, pp. 7-17. HARTSHORNE, Richard, The Nature of Geography: a Critical Survey of Current Thought in the Light of the Past, Lancaster, The Association, 1939.

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definía a esta disciplina en oposición a la historia. Para Hartshorne, ambas eran tradiciones de síntesis, pero mientras la historia examinaba cambios en el tiempo, la geografía se centraba en cambios en el espacio. Los geógrafos humanos que seguían este precepto estudiaban regiones, pero tendían a dejar de lado su desarrollo histórico, es decir, no explicaban los procesos de formación de paisajes. Sauer consideraba que tales empresas eran esfuerzos por clasificar más que por comprender. Es más, para Sauer, Hartshorne evadió el problema del determinismo ambiental al promover que los geógrafos abandonaran su antigua preocupación por las relaciones entre los seres humanos y el medio ambiente. Sin embargo, Sauer y Hartshorne concordaban en que la geografía era una tradición de síntesis que incorporaba los intereses y aportes de otras disciplinas para describir lugares, es decir, que su principal tarea era el estudio de la diferenciación entre áreas o de las personalidades regionales. Pero el deseo de Hartshorne de restringir el ámbito de la geografía para asegurar su identidad, socavaba precisamente los aspectos en los cuales, según Sauer, la disciplina podía hacer sus mayores contribuciones: el estudio de las relaciones entre los seres humanos y la naturaleza, y el desarrollo histórico de los paisajes. Sauer consideraba que la geografía humana debía estudiar de manera comparativa distintas áreas culturales, lo que implicaba centrarse en culturas, no en individuos o en instituciones. Sauer entendía la cultura como las prácticas aprendidas y convertidas en convención de un grupo que ocupaba un área determinada. Su noción de cultura era orgánica, puesto que se refería a las actividades de un grupo como un todo y no a sus divisiones internas; material, dado su énfasis en los aspectos que dejaban huellas visibles; y espacial, en razón de su asociación con una región particular. Sauer veía al mundo dividido en regiones ocupadas por diferentes culturas, cada una de las cuales modificaba su ambiente natural de una manera propia. Esta visión estaba influenciada por la cercanía entre Sauer y antropólogos de Berkeley, como Alfred Kroeber, quienes reaccionaron en contra de las ideas de la evolución cultural de finales del siglo XIX, mediante el estudio de grupos culturales distribuidos en el espacio. Lo que más le interesaba a Sauer era la manera en que las culturas transformaban paisajes naturales en paisajes culturales. Para interpretar paisajes, Sauer pensaba que primero era necesario entender los procesos geomorfológicos, climáticos y ecológicos que les habían dado forma. Sólo después se podía explicar cómo las culturas los alteraban. Así, Sauer ponía más énfasis en las relaciones humanas con la naturaleza que la mayoría de los geógrafos de su tiempo. Su propuesta permitía eliminar el persistente problema del determinismo ambiental al hacer de las culturas el agente activo en la transformación de los paisajes, en lugar de insistir en cómo el ambiente influenciaba a la cultura.

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Sauer también planteó que el estudio de cómo las culturas moldean los paisajes sólo podía hacerse de la mano de la historia. El examen de cualquier paisaje cultural tenía que preguntarse por el origen de sus habitantes, de su uso de ciertas plantas y animales, y de otras prácticas materiales. Sauer se refirió a este enfoque, que buscaba entender los orígenes y difusión de los aspectos materiales que moldeaban el paisaje, como la aproximación genética. Debido a que consideraba que esa visión histórica era indispensable, para él, la geografía humana, la regional y la histórica eran una y la misma. Casi nunca hablaba de geografía histórica por considerarlo una redundancia. Una mirada al trabajo de James Parsons, uno de los estudiantes de Sauer, que además mantuvo el legado de su maestro durante su propia larga carrera en el Departamento de Geografía en Berkeley, constituye una buena manera de ilustrar la propuesta de paisajes culturales de la Escuela de Berkeley. Su tesis doctoral sobre la región cafetera colombiana, publicada como Antioqueño Colonization in Western Colombia en 1949, es un clásico de la historiografía colombiana . Parsons buscó mostrar cómo los antioqueños, un “grupo cultural sobrio, vigoroso y vital”, colonizaron y transformaron parte del occidente colombiano10. El libro comienza con una descripción del medio natural y después se refiere a las poblaciones indígenas prehispánicas, pero el grueso del trabajo se centra en el proceso de colonización. Aunque incluye varias etapas de desarrollo regional, más que seguir un orden cronológico, el libro está organizado alrededor de temas: tiene capítulos dedicados a la minería, la agricultura, las políticas de tierras, el transporte y algunos otros aspectos. Su principal objetivo es entender el proceso mediante el cual la cultura antioqueña conformó su particular paisaje. Parsons consideraba que una de las características que hacía único a este grupo cultural y explicaba su éxito económico era su “tradición democrática del trabajo”11. Esta sociedad de (supuestos) pequeños propietarios constituía un caso poco común en América Latina. Sin embargo, el libro más que dedicarse a desarrollar esta tesis, se centra en el paisaje que creado por esta particular cultura. Parsons concluye diciendo que a pesar de la industrialización y urbanización, “la particularidad cultural que le ha otorgado a esta tierra su personalidad distintiva sigue siendo esencialmente la misma”12. La escritura clara y concisa, y los atractivos mapas, le dan al libro una Parsons, James J., Antioqueño Colonization in Western Colombia, Berkeley, University of California Press, 1968 [1949]. 10 PARSONS, James, La Colonización Antioqueña en el Occidente de Colombia, Bogotá, Carlos Valencia Editores, 1979, p. 229. 11 Ibid., p. 18. 12 Ibid., p. 229.

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cierta elegancia. Como su mentor, Parsons era buen archivista, disfrutaba el trabajo de campo, y tenía la aptitud para tratar una gran variedad de temas. En este sentido, su trabajo ejemplifica no sólo a la escuela de Berkeley, sino también a buena parte de la escuela clásica en general. Andrew Clark fue la otra gran figura de la geografía histórica del periodo. En la década de 1940 estudió con Sauer, pero luego desarrolló su propia propuesta. Con motivo de los 50 años de la asociación de geógrafos de los Estados Unidos, se pensó producir un libro que diera cuenta del estado de la disciplina, y Sauer era el candidato obvio para escribir el capítulo sobre geografía histórica. Pero él no estaba interesado y sugirió que le preguntaran a Clark, quien terminó haciendo la tarea y se convirtió en el vocero de la geografía histórica13. Clark mantuvo esta posición en las décadas de 1950 y 1960 a través de sus investigaciones y de otros escritos metodológicos, y como la fuerza detrás de la creación del Journal of Historical Geography. Además, como profesor de la Universidad de Wisconsin en Madison, donde dirigió 19 tesis doctorales, Clark formó una parte importante de una nueva generación de geógrafos históricos. Aunque Clark reemplazó a Sauer como autor en 1954, la persona a quien realmente sustituyó fue Ralph Brown. A través de sus libros Mirror for Americans y Historical Geography of the United States, este geógrafo de la Universidad de Minnesota ofreció una propuesta de la geografía histórica alternativa a la de Sauer14. Para Brown, la tarea del geógrafo histórico era la reconstrucción de geografías pasadas, es decir, la descripción de una región en un momento particular del pasado. Brown escribió en Mirror for Americans como si fuera un viajero imaginario que recorría la costa este en 1810. Su intención era recrear el paisaje y capturar la forma en que la gente de la época interpretaba sus alrededores. Esta visión de la geografía histórica era más convencional que la de Sauer: entendía la geografía como el estudio de la variedad regional a través del espacio, sólo que, a diferencia de la mayoría de los geógrafos humanos, examinaba esa variedad en el pasado y no en el presente. Su enfoque de corte transversal (viajar a través del espacio en un momento particular, en vez de explorar el cambio de un paisaje en el tiempo) era similar al desarrollado en Inglaterra bajo el liderazgo de H.

13 Clark, Andrew H., “Historical Geography”, en James, Preston E. y Jones, Clarence F. (eds.), American Geography: Inventory and Prospect, Syracuse, Association of American Geographers - Syracuse University Press, 1954, pp. 70-105. 14 Brown, Ralph H., Mirror for Americans; Likeness of the Eastern Seaboard, 1810, Nueva York, American Geographical Society, 1943; Brown, Ralph H., Historical Geography of the United States, Nueva York, Harcourt, Brace, 1948.

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C. Darby15. La muerte de Brown en un accidente automovilístico en 1948, a la edad de 50 años, limitó su influencia y creó un vacío que Clark llenó. La visión de la geografía de Clark estaba a medio camino entre la de Brown y la de Sauer. Su primer libro, The Invasion of New Zealand by People, Plants and Animals, tiene la huella de sus años en Berkeley16. Esta obra se centra en la colonización europea en esta isla y en la significativa transformación del paisaje generada por la introducción de ganado, enfermedades y cultivos, entre otros. En sus siguientes dos libros Clark desarrolló su propio enfoque, al que llamó el estudio del cambio geográfico. A este autor le llamaba la atención la reconstrucción de geografías pasadas propuesta por Brown, pero le parecía muy estática, incluso ahistórica. Por eso propuso el estudio de cortes transversales de un determinado lugar en diferentes momentos para observar sus cambios en el tiempo. En su segundo libro, Three Centuries and the Island, estudió los patrones de asentamiento en la isla Príncipe Eduardo de Canadá, desde mediados del siglo XVII hasta mediados del siglo XIX17. Clark cubre estos 300 años por medio de descripciones detalladas de la isla en cinco periodos sucesivos. Realizó 155 mapas que le permitieron organizar su información, hacer comparaciones intertemporales y entre diferentes partes de la isla, y ubicar patrones de cambio geográfico. En Acadia: The Geography of Early Nova Scotia to 1760, su tercer libro, Clark abandonó su anterior énfasis en los mapas e hizo un recuento más narrativo de las diferencias entre sus tres cortes transversales18. La concepción que Clark tenía de la geografía histórica difería de la de Sauer. Clark estaba interesado en reconstruir geografías pasadas y en explorar cómo cambian en el tiempo, mientras que Sauer pretendía que los geógrafos examinaran el origen y desarrollo de paisajes particulares. El trabajo de Clark se parecía más a las narrativas históricas, con su énfasis en la cronología, que a los trabajos organizados por temas de la Escuela de Berkeley. Sauer y sus estudiantes se preocupaban más por la transformación humana del mundo natural que Clark, quien estaba más interesado 15 Sobre Darby, ver Williams, Michael, Clout, Hugh, Coppock, Terry y Prince, Hugh, “Clifford Darby and the Methodology of Historical Geography”, en DARBY, H. Clifford., Williams, Michael, Clout, Hugh, Coppock, Terry y Prince, Hugh (eds.), The Relations of History and Geography: Studies in England, France and the United States, Exeter, University of Exeter Press, 2002, pp. 1-25. 16 Clark, Andrew H., The Invasion of New Zealand By People, Plants, and Animals: The South Island, New Brunswick, Rutgers University Press, 1949. 17 Clark, Andrew H., Three Centuries and the Island: a Historical Geography of Settlement and Agriculture in Prince Edward Island, Canada, Toronto, University of Toronto Press, 1959. 18 Clark, Andrew H., Acadia: the Geography of Early Nova Scotia to 1760, Madison, University of Wisconsin Press, 1968.

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en la organización social y económica. Desde una perspectiva actual, sin embargo, Sauer y Clark se parecen más de lo que se diferencian. Su énfasis en los patrones de asentamiento, el uso de recursos y las manifestaciones visibles de las actividades económicas en el paisaje, evidencian la fuerte unidad temática de la geografía histórica en las décadas de 1950 y 1960. Además, ambos trazaron la difusión de gentes y prácticas culturales, e inculcaron en sus estudiantes una pasión por el trabajo de campo, la investigación de archivo y los mapas.

2. Continuidad y cambio (finales de la década de 1960 y década de 1970) En 1972 Clark escribió un nuevo texto sobre el desarrollo de la geografía histórica en el cual dio cuenta del progreso logrado en las dos décadas precedentes19. Debido en gran medida a sus propios esfuerzos y a los de sus estudiantes, había una producción sólida que daba identidad al campo de la geografía histórica. Pero Clark también notó cómo este campo estaba madurando en el contexto de un esfuerzo por transformar la geografía humana en una ciencia del espacio, lo que empujó a los geógrafos históricos aún más hacia los márgenes de la disciplina. Esta nueva tendencia generó reacciones opuestas entre los geógrafos históricos. Muchos resistieron la redefinición de la disciplina y continuaron realizando el tipo de trabajo que sabían hacer. Sin embargo, un número cada vez mayor de ellos comenzó a aceptar las limitaciones de la escuela clásica y a llevar a este campo de su preocupación por las particularidades de los lugares hacia la elaboración de modelos ideales, la búsqueda de generalizaciones y la identificación de patrones espaciales. Los años sesenta fueron una época agitada para la geografía humana. Los promotores de la llamada revolución cuantitativa buscaron transformar una disciplina que describía regiones en una que formulaba leyes espaciales. Estos científicos consideraban que el papel de los geógrafos era descubrir los elementos comunes de la organización de las sociedades en el espacio. Influenciados por el optimismo en la ciencia de la posguerra, argumentaban que la tradición regionalista estaba agotada: le hacía falta tanto rigor metodológico como la obtención de conclusiones significativas. Expresaron su frustración con la tendencia de la geografía regional de “repasar en forma tediosa una secuencia de datos… sobre aspectos físicos, clima, vegetación, agricultura, industrias, población, entre otros, poniendo poca atención a las relaciones entre 19 CLARK, Andrew H., “Historical Geography in North America”, en BAKER, Alan R. H. (ed.), Progress in Historical Geography, Londres, Newton Abbot, 1972, pp. 129-143.

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ellos”20. Proponían que los geógrafos adoptaran técnicas estadísticas para analizar su información en formas más novedosas y sistemáticas. Estas técnicas sirvieron para responder preguntas nuevas, pero el cambio más radical consistió en llevar a la geografía a convertirse en una ciencia social deductiva. Ansiosos por asegurarle a la geografía un lugar respetable dentro de la academia, afirmaban que la verdadera tarea de esta disciplina debía ser la formulación de leyes generales capaces de predecir patrones y comportamientos espaciales. La gran conmoción que caracterizó al periodo generó un debate interno sobre la práctica y propósito de la geografía histórica. Muchos geógrafos de esta corriente prefirieron ignorar los nuevos retos. Atados a sus preocupaciones sobre las particularidades de los lugares y periodos, no intentaron adoptar el nuevo marco científico. En muchos casos el tipo de información que manejaban no servía para realizar análisis cuantitativos. Y los tipos de preguntas que los científicos espaciales hacían sobre la ubicación y jerarquía de los lugares en el espacio no les llamaba la atención, ni les proveía de herramientas útiles para descifrar geografías pasadas. Aunque los geógrafos históricos siempre habían sido poco convencionales dentro de la disciplina, con la transformación de la geografía humana se volvieron verdaderamente marginales. En la década de 1970 la geografía histórica tenía la reputación de ser el refugio de aquellos profesionales incapaces de mantenerse al tanto de los desarrollos teóricos que guiaban al resto de sus colegas. Cole Harris, estudiante de Clark, personifica el antagonismo que muchos geógrafos históricos sentían hacia la nueva dirección que tomó la disciplina. La geografía, decía Harris, “no puede ser definida como el estudio de relaciones espaciales”21. Para él, hacer una teoría espacial pura era imposible, pues los nuevos geógrafos se limitaban a darle un giro espacial a las teorías de otras disciplinas. Harris temía que esta reformulación llevara a desmembrar la disciplina. Por ejemplo, consideraba que en el proceso de desarrollar las competencias necesarias para analizar las actividades económicas desde el punto de vista espacial, los geógrafos económicos terminaban por convertirse en economistas, una tendencia que se repetía en otros campos de la geografía. Harris defendía la tradicional visión integral de la geografía: “La dificultad de concebir una teoría geográfica se reduce a lo siguiente. El desarrollo de la teoría es necesariamente un ejercicio de abstracción y 20 Freeman, Thomas W., A Hundred Years of Geography, Londres, Duckworth, 1961, p. 142. 21 Harris, R. Cole, “Theory and Synthesis in Historical Geography”, en Canadian Geographer, Vol. 15, No. 3, Toronto, Canadian Association of Geographers, 1971, p. 159.

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simplificación en el cual las complejidades de las situaciones particulares se eliminan al punto en que las características comunes se vuelven aparentes. Pero si se considera que la geografía tiene un ámbito propio, este ciertamente no está constituido por fenómenos individuales o por categorías de fenómenos, que pueden ser estudiados de manera individual por otros campos del conocimiento, que no reparan en sus complejas interrelaciones. Si los geógrafos tienen un punto de vista propio, este punto de vista está dado por el hábito de ver de manera conjunta el complejo de factores que le dan carácter a los lugares, las regiones o los paisajes: en una palabra, por el poder de la síntesis”22.

La defensa de una visión más tradicional sirvió para darle unidad a la geografía histórica, en el contexto de los retos planteados por la transformación de la geografía humana. Muchos de los geógrafos históricos que ayudaron a apuntalar la identidad y propósito común de este campo durante estos años fueron estudiantes de Clark. Su manejo de fuentes primarias, elaboración de mapas y participación en debates historiográficos dieron continuidad metodológica a la geografía histórica. Ellos se hacían preguntas tales como: ¿De dónde migraron los colonos y qué tipo de prácticas culturales y materiales trajeron consigo? ¿Cómo percibían y se adaptaban a los nuevos ambientes? ¿Cómo hacían diferentes comunidades para mantener sus identidades étnicas ante presiones para asimilarse? Estas preguntas sobre patrones de asentamiento, el origen de las diferencias regionales y la difusión de características y grupos culturales, también ayudaron a darle cohesión a este campo. Además, este grupo tendió a estudiar el periodo colonial y el siglo XIX en los Estados Unidos y Canadá, en especial la parte este. Y se centró en temas rurales, aunque, a diferencia de la Escuela de Berkeley, no mostró mucho interés por la transformación humana del medio ambiente. A pesar de las continuidades dentro de la geografía histórica, los años setenta también fueron un periodo de cambio. James Vance, por ejemplo, condenó la vieja tradición como irremediablemente empírica: “En la historia temprana de este campo nuestra mirada se centró casi exclusivamente en el patrón físico que la naturaleza proveía para el uso humano y la transformación que el hombre le había hecho a ese paisaje […] Sin embargo, sin una noción de orden fue tan difícil entender el paisaje observado como lo es explicar el contorno del brazo de un hombre 22 Ibid., p. 162.

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sobre la base de principios estéticos. Toda la observación de campo de una generación seria y sufrida sólo produjo un catálogo de la textura de la superficie y sus defectos”23.

Clark, la figura más prominente de la geografía histórica en el momento, fue el blanco de mucha de este tipo de críticas. William Koelsch, por ejemplo, dijo que el método de Clark era un “callejón sin salida”24. Su libro Acadia ejemplificaba el empirismo ingenuo al que se refería Vance: un ordenamiento de datos sin referencia a ninguna teoría que ayudara a ordenarlos. Koelsh también acusó a Clark de negarse a hacer generalizaciones: sin un propósito claro, más allá de un interés profundo en Nueva Escocia, el libro era un embrollo de detalles sobre temas variados. “Es muy molesto,” escribió Koelsh, “que un estudio sobre ‘patrones de asentamiento y actividad económica’ escrito por un geógrafo en 1968 sea tan inocente con relación a las principales corrientes de la teoría geográfica…”25. Aún peor, al menos desde la perspectiva de Clark, era la crítica de que él (y la geografía histórica en general) había sido incapaz de explicar procesos de cambio histórico. Paul Wheatley caracterizó el método de Clark como una serie de fotos que daban la impresión de cambio sin analizar sus dinámicas26. Hasta el solidario Donald Meinig aceptó que, en el fondo, Clark estaba más interesado en los lugares que en los procesos27. Las críticas a la geografía histórica movieron este campo en nuevas direcciones, entre las que se destacan dos tendencias: por un lado, un grupo que se identificaba con la escuela clásica, pero que incorporó nuevos temas y trató de ser más interpretativo, y por otro, aquellos que quisieron romper con la tradición. El primer grupo provino en gran medida de la escuela de Clark. Aunque defendió la tradición sintética, Harris también aceptó que muchos trabajos en geografía histórica eran más compendios que síntesis28. En la década de 1970, los estudiantes de Clark comenzaron a explorar nuevos temas: ciudades industrias, minorías y, hasta cierto punto, clases sociales. Hacia el final de la década, Warkentin observó que un buen número de ellos mostraba un “interés 23 Vance, James E., The Merchant’s World: the Geography of Wholesaling, Englewood Cliffs, Prentice-Hall, 1970, p. 7. 24 Koelsch, William A., “Acadia: The Geography of Early Nova Scotia to 1760 (Review)”, en Economic Geography, Vol. 46, No. 2, Worster, Clark University, 1970, p. 202. 25 Ibid., p. 202. 26 BAKER, Alan R. H., “Rethinking Historical Geography”, en BAKER, Alan R. H., Progress in Historical Geography, Londres, Newton Abbot, 1972, p. 15. 27 MEINIG, Donald W., “Prologue: Andrew Hill Clark, Historical Geographer”, en GIBSON, James R. (ed.), European Settlement and Development in North America: Essays on geographical change in honour and memory of Andrew Hill Clark, Toronto, University of Toronto Press, 1978, pp. 3-26. 28 Harris, R. Cole, “Theory and Synthesis…”, op. cit.

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por aspectos sociales que no solían hacer parte de las grandes síntesis geográficas”29. Los miembros de este grupo expandieron el rango de temas que trataban, otorgaron mayor importancia a cuestiones sociales y trataron de ser más interpretativos. Sin embargo, su visión siguió estando fuertemente influenciada por la tradición. El segundo grupo estaba conformado por aquellos que querían lograr una transformación más sustancial de la geografía histórica. Mientras el primer grupo continuó centrado en la idea de lugar, el segundo estaba más interesado en patrones espaciales. Aunque estos geógrafos también eran críticos del afán de la geografía científica por establecer leyes universales, llevaron a la geografía histórica a explicar más que a describir, a pensar de manera más abstracta y a trabajar con diferentes escalas de análisis. James Vance, por ejemplo, realizó una crítica histórica de la teoría del lugar central, fundamental para la nueva geografía científica30. Pensaba que esta teoría ofrecía una buena explicación sobre la distribución y patrón de actividad económica en el sur de Alemania, donde Christaller la formuló en la década de 1930, pero consideraba que los geógrafos humanos se equivocaban al tratar de emplearla de manera más general. Vance argumentaba que la teoría del lugar central, lejos de ser universal, era un caso particular que se derivaba del pasado feudal del sur de Alemania. A pesar de su crítica del modo de pensar deductivo y ahistórico de los científicos del espacio, Vance fue claro en diferenciar su proyecto del de la escuela clásica: “Este no es un llamado para hacer geografía histórica, que parece evitar cualquier crítica distinta a la de ser parroquial y que no tiene una organización diferente a la cronológica, es más bien un llamado al uso de la historia en la elucidación y comprensión de una formulación teórica [...] Esto es geografía económica histórica más que geografía histórica económica, con su énfasis en el pasado por el pasado”31.

Vance también se alejó de los geógrafos históricos tradicionales en la escala que manejó: en The North American Railroad su visión es continental, mientras que This Scene 29 WARKENTIN, John, “Epilogue”, en GIBSON, James R. (ed.), European Settlement and Development in North America: Essays on geographical change in honour and memory of Andrew Hill Clark, Toronto, University of Toronto Press, 1978, p. 214. 30 La contribución de Christaller a la génesis de la teoría de los lugares centrales surgió de su esfuerzo por explicar la distribución regular de ciudades de tamaño similar que notó al examinar mapas del sur de Alemania. Concibió a los lugares centrales como centros administrativos y comerciales, y explicó su jerarquía o tamaño, así como su distribución en el espacio, en función de los bienes y servicios que ellos proveían y de las distancias que la gente estaba dispuesta a viajar para obtenerlos. 31 Vance, James E., The Merchant’s World…, op. cit., p. 10.

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of Man cubre la historia entera de Occidente32. Aunque Vance quería que la geografía histórica fuera interpretativa y explicativa, su interés se mantuvo en la morfología y en los patrones espaciales, no en los procesos sociales: “El interés del geógrafo no es el funcionamiento de la economía sino su expresión física”33. Donald Meinig también ejemplifica esta transición del estudio de lugares a la identificación de patrones propia de los años setenta. Desde la muerte de Clark, Meinig asumió el papel de figura central de la geografía histórica. Aunque mantuvo el énfasis de la vieja tradición en la personalidad de diferentes regiones, le dio su propio giro. En términos metodológicos Meinig es más interpretativo que la escuela clásica: provee muchos detalles empíricos, pero los escoge cuidadosamente para establecer patrones generales más que para reconstruir geografías pasadas. Muchos de sus estudios regionales son síntesis compactas logradas con el apoyo de fuentes secundarias, más que detalladas investigaciones de archivo. Meinig también se diferencia de la escuela tradicional en los temas que trata. Su interés por la huella cultural de las diversas gentes que poblaron los Estados Unidos presenta cierta continuidad, pero su énfasis en asuntos geopolíticos -desarrollo territorial, conflictos sobre límites y construcción de nación- es innovador. La principal manera en que Meinig diverge de la antigua tradición, sin embargo, es en su deseo de crear modelos ideales de estructuras y desarrollo geográficos y en su gran interés por los patrones espaciales. Sus modelos no tratan de establecer leyes universales; por el contrario, son una forma de ordenar un mundo complejo, representan un nivel de síntesis mayor dentro de una tradición clasificatoria. Este geógrafo fue crítico tanto de la geografía científica como de la visión insular de muchas de las geografías regionales. En su impresionante obra magna The Shaping of America, Meinig revisa el gran desarrollo geopolítico de los Estados Unidos y genera un amplio marco de interpretación (del tipo que Clark quería, pero que nunca se atrevió a proponer)34. Muchos aceptan que The Shaping of America es uno de los grandes logros de la geografía histórica en los Estados Unidos, pero otros manifiestan cierta frustración con este 32 Vance, James E., The North American Railroad: Its Origin, Evolution, and Geography, Baltimore, Johns Hopkins University Press, 1995; Vance, James E., This Scene of Man: The Role and Structure of the City in the Geography of Western Civilization, Nueva York, Harper’s College Press, 1977. 33 Citado por Getis, Arthur, “The Merchant’s World (Review)”, en Economic Geography, Vol. 47, No. 3, Worster, Clark University, 1971, p. 461. 34 Meinig, Donald W., The Shaping of America: A Geographical Perspective on 500 Years of History, New Haven, Yale University Press, Vols. 1-4, 1986, 1993, 1998 y 2004. Aunque esta obra fue publicada después de los años setenta, Wynn explica que Meinig ya tenía su proyecto formulado en 1972, cuando escribió “American Wests: Preface to a Geographical Interpretation,” en Annals of the Association of American Geographers, Vol. 62, No. 2, Malden, Blackwell Publishers, 1972, pp. 159-184: Wynn, Graeme, “D. W. Meinig and the Shaping of America”, en Journal of Historical Geography, Vol. 31, No. 4, Londres, Elsevier, 2005, pp. 616, 621.

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trabajo35. Aunque innovador y gratificante, el recuento que hace Meinig carece de gente. A pesar de su énfasis geopolítico, llama la atención que haya tan poca reflexión sobre las relaciones de poder. Meinig, además, olvida el medio ambiente aún más que la escuela de Clark. Aunque importante, su proyecto no se relaciona con los intereses de los geógrafos más jóvenes. Su temprana atención a cuestiones de poder y minorías anticiparon desarrollos futuros; pero bajo los estándares de hoy, la forma en que trata estos temas es demasiado simplista. Aunque representa un avance con respecto a Clark, terminó en una posición muy similar a la de su antecesor. Se enfocó en los patrones más que en los lugares, pero a costa de dejar de lado los procesos; estaba dispuesto a generalizar, pero no a comprometerse con el tipo de preguntas sociales que han cautivado a las últimas generaciones de geógrafos. Así, repitió la trayectoria de Clark de lograr una temprana innovación para luego quedarse atrás de los desarrollos de la disciplina36.

3. Nuevas direcciones (década de 1980 hasta hoy) En los últimos 25 años la geografía humana cambió su eje: de buscar patrones y leyes espaciales pasó a explorar procesos sociales. También se ha vuelto más histórica. Los geógrafos históricos han hecho parte de esta transformación al empezar a preocuparse por los debates teóricos y temas que ahora guían al resto de la disciplina. Esta transición ha marcado la convergencia entre la geografía histórica y la humana. Harris pensó que este cambio presentaba una oportunidad para que la geografía histórica dejara su posición académica marginal, sin embargo, el resultado ha sido el opuesto 37. Al estudiar 35 Baker, Alan R. H., “The Shaping of America: A Geographical Perspective on 500 Years of History. Volume 2, Continental America 1800-1867 (Review)”, en Annals of the Association of American Geographers, Vol. 85, No. 2, Malden, Blackwell Publishers, 1995, pp. 368-371; Baker, Alan R. H., “Writing Geography, Making History: D. W. Meinig’s Geographical Perspective on the History of America”, en Journal of Historical Geography, Vol. 31, No. 4, Londres, Elsevier, 2005, pp. 634-646 y Wynn, Graeme, “D. W. Meinig...”, op. cit. 36 La falta de espacio no permite hacer una reseña más completa de los geógrafos históricos significativos de este periodo, sin embargo, debo por lo menos mencionar a: Kniffen, Fred B., “Folk Housing: Key to Diffusion”, en Annals of the Association of American Geographers, Vol. 55, No. 4 Malden, Blackwell Publishers, 1965, pp. 547-577; Zelinsky, Wilbur, The Cultural Geography of the United States, Englewood Cliffs, Prentice Hall, 1973; Lewis, Peirce F., New Orleans: The Making of an Urban Landscape, Cambridge, Ballinger Pub. Co., 1976; Denevan, William M., The Native Population of the Americas in 1492, Madison, University of Wisconsin Press, 1976. Para América Latina, ver ROBINSON, David J. (ed.), Migration in Colonial Spanish America, Cambridge, Cambridge University Press, 1990, y ROBINSON, David J. (ed.), Studies in Spanish American Population History, Boulder, Westview Press, 1981. 37 Harris, Cole, “Power, Modernity, and Historical Geography”, en Annals of the Association of American Geographers, Vol. 81, No. 4, Malden, Blackwell Publishers, 1991, pp. 671-683.

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una vasta serie de dinámicas sociales, los geógrafos históricos se han movido en una multiplicidad de nuevas direcciones y han perdido mucha de su previa unidad. El campo de la geografía histórica se ha fracturado en nuevas líneas temáticas, conceptuales y políticas, perdiendo así su sentido de identidad y propósito común. Como resultado, varios geógrafos históricos temen que su subdisciplina desaparezca como campo diferenciado de la geografía38. Pero esta fragmentación no ha disminuido el número ni la calidad de los trabajos geográficos con perspectiva histórica. Al examinar los artículos publicados en el Journal of Historical Geography en los últimos 10 o 15 años, por ejemplo, la vitalidad de este campo resulta evidente, así como los puentes que ha construido con otras áreas de la geografía y con otras disciplinas. Los desarrollos recientes de la geografía histórica, por tanto, presentan una paradoja: al tiempo que el interés por este campo ha aumentado, su base institucional, y tal vez también disciplinar, se ha erosionado. Hacia comienzos de la década de 1980 buena parte de los geógrafos humanos habían abandonado la teoría cuantitativa. Algunos geógrafos históricos tales como Cole Harris, Leonard Guelke y Derek Gregory jugaron un papel destacado en la formulación de críticas a las abstracciones con pretensiones de universalidad de los científicos espaciales y en el redescubrimiento de la historia y la centralidad del concepto de lugar. Insistieron en que la organización y el comportamiento espaciales no siguen su propia lógica geométrica, sino que dependen del contexto social e histórico en el que se hallan. De esta manera ayudaron a desacreditar la búsqueda de una teoría geográfica pura. Es más, argumentaron que los teóricos espaciales se equivocaban en su interpretación de la naturaleza del método científico. Los acusaban de cometer el error de eludir el análisis de la diferencia en su deseo de transformar la geografía del estudio de lo particular a lo general. Estas críticas no implicaban una defensa de la geografía histórica tradicional, que fue tan atacada por estos geógrafos como la revolución cuantitativa. Las críticas a la geografía histórica eran, en parte, una continuación de aquellas desarrolladas por geógrafos históricos como Vance en la década de 1970; se diferenciaban en que el interés ya no estaba puesto en buscar patrones espaciales, sino en examinar procesos sociales. Los geógrafos humanistas, tales como Guelke, acusaron tanto a la escuela clásica como a sus críticos de olvidar la agencia humana39. 38 Keiffer, Artimus, “Notes...”, op. cit. y WILSON, Robert, “The Landscape of...”, op. cit. 39 Guelke, Leonard, “On Rethinking Historical Geography”, en Area, Vol. 7, No. 2, Londres, Institute of British Geographers, 1975, pp. 135-138. Los geógrafos humanistas se interesan en el sentido que los individuos dan a lugares particulares y en su relación con los mundos en que viven. Ver TUAN, Yi-fu, “Humanist Geography,” en Annals of the Association of American Geographers, Vol. 66, No. 2, Malden, Blackwell Publishers, 1976, pp.

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La visión orgánica de la cultura de los geógrafos históricos tradicionales y la búsqueda de leyes geométricas puras de los geógrafos espaciales, llevaron a ambos grupos a pasar por alto el papel crítico de las ideas y de la acción individual en forjar la historia (una tendencia continuada por los geógrafos históricos interesados en patrones, tales como Meinig). Guelke afirmó que las acciones humanas y, por tanto, el desarrollo histórico, “no pueden ser explicados adecuadamente a no ser que se entiendan las ideas que hay detrás”40. La tarea del geógrafo histórico, en consecuencia, era ponerse en el lugar de los actores históricos y entender sus pensamientos. Otro grupo de geógrafos también buscó revivir la agencia humana, pero rechazaba el énfasis que los humanistas ponían en las ideas como fuerza motriz de la historia. Entre este grupo se destacaban aquellos estudiantes del inglés Darby, como David Harvey y Gregory (que trabajan en universidades norteamericanas), quienes en la década de 1970 recurrieron al marxismo, la teoría de la estructuración de Giddens y la teoría social crítica. Para ellos, el idealismo no lograba penetrar en las estructuras más profundas que afectan la manera en que la gente vive y que la hace tomar decisiones de las que no es plenamente consciente. Estos geógrafos insistían en la necesidad de una geografía (histórica) que investigara las estructuras sociales, es decir, querían una geografía socialmente más aguda y también más política. Sentían que ni la escuela tradicional ni la geografía científica trataban de manera adecuada el mundo social y sus complicados mecanismos. Atados a su visión holística de la cultura, los geógrafos históricos tradicionales no podían percibir sus conflictos internos41. Y los geógrafos científicos, que creyeron que habían superado el insostenible empirismo de la escuela tradicional, basaban sus propias teorías más en correlaciones medibles (entre años de escolaridad, ocupación, etnicidad, ubicación de la residencia, entre otros aspectos) que en una comprensión real del funcionamiento de las dinámicas sociales. Estimulada por tales críticas, en la década de 1980 la geografía humana pasó de estudiar fenómenos espaciales a analizar procesos sociales. Los geógrafos históricos también siguieron este camino, pero a un ritmo más lento. Dos compendios sobre la geografía histórica en Estados Unidos y Canadá publicados a finales de los años ochenta muestran los grandes logros alcanzados en este campo desde mediados del siglo, pero también

266-276 y BUTTIMER, Anne y SEAMON, David. (eds.), The Human Experience of Space and Place, Londres, Croom Helm, 1980. 40 Guelke, Leonard, op. cit., p. 136. 41 Ver Duncan, James S., “The Superorganic in American Cultural Geography”, en Annals of the Association of American Geographers, Vol. 70, No. 2, Malden, Blackwell Publishers, 1980, pp. 181-198.

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dan cuenta de sus persistentes limitaciones42. Los estudiantes de Clark figuran de manera prominente entre los autores de estos textos, así como en la vanguardia de los cambios en este campo desde principios de la década de 1970. Ellos ayudaron a ampliar el espectro temático de la geografía histórica al poner más atención a asuntos urbanos e industriales y a las minorías, interesarse por el valor simbólico de los paisajes y no solamente por sus aspectos visibles, y prestar mucha más atención a las complejidades del mundo social. Sin embargo, los trabajos de estos autores también dejaron claro el peso persistente de la tradición, como lo demuestra la ausencia de una dimensión política. William Wykoff, por ejemplo, se refiere a cuestiones de poder en términos de los paisajes de los ricos43. Terry Jordan también ejemplifica la dificultad que muchos geógrafos históricos tenían para pasar a estudiar procesos. En su presentación en la plenaria de la Asociación de Geógrafos de los Estados Unidos, Jordan criticó a la geografía histórica por seguir siendo “inherentemente descriptiva y no explicativa” y utilizó a la ecología cultural, y “su visión de la cultura como un sistema adaptativo”, como ejemplo de un modelo capaz de generar explicaciones44. Jordan parecía ignorar las críticas hechas a la visión orgánica y funcional de la cultura de ecología cultural, que lleva a ignorar su contenido simbólico, la diferenciación y el conflicto, y por tanto, a serias limitaciones de interpretación. Aunque Jordan reconocía las limitaciones de la escuela tradicional, su destacado trabajo sobre el origen y la difusión de las prácticas ganaderas norteamericanas sigue un enfoque bastante tradicional45. Por lo tanto, aunque la geografía histórica avanzaba en nuevas direcciones, muchos todavía la consideraban un bastión de estudios bastante empíricos sobre lugares y morfología. Sin embargo, varios autores han observado recientemente como “algo

42 Mitchell, Robert D. y Groves, Paul A. (eds.), North America: The Historical Geography of a Changing Continent, Totowa, Rowman & Littlefield, 1987 y Conzen, Michael P. (ed.), The Making of the American Landscape, Boston, Unwin Hyman, 1990. Como ejemplos de trabajos recientes de este estilo, ver: Hornsby, Stephen, NineteenthCentury Cape Breton: A Historical Geography, Montreal, McGill-Queen’s University Press, 1992; Ennals, Peter y Holdsworth, Deryck, Homeplace: The Making of the Canadian Dwelling Over Three Centuries, Toronto, University of Toronto Press, 1998; Wyckoff, William, Creating Colorado: The Making of a Western American Landscape, 18601940, New Haven, Yale University Press, 1999; Bell, Stephen, Campanha Gaúcha: A Brazilian Ranching System, 1850-1920, Stanford, Stanford University Press, 1998; y Colten, Craig E., An Unnatural Metropolis: Wresting New Orleans From Nature, Baton Rouge, Louisiana State University Press, 2005. 43 Wyckoff, William, “Landscapes of Private Power and Wealth”, en CONZEN, Michael (ed.), The Making of the American Landscape, Boston, Unwin Hyman, 1990. 44 Jordan, Terry G., “Presidential Address: Preadaptation and European Colonization in Rural North America”, en Annals of the Association of American Geographers, Vol. 79, No. 4, Malden, Blackwell Publishers, 1989, p. 492. 45 Jordan, Terry G., North American Cattle-Ranching Frontiers: Origins, Diffusion, and Differentiation, Albuquerque, University of New Mexico Press, 1993.

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se está fraguando en la geografía histórica”46. Deryck Holdsworth anota que, retada a mantenerse al tanto de los desarrollos teóricos y temáticos del resto de la disciplina, el campo ha empezado a transformarse profundamente47. En los últimos 15 o 20 años, los geógrafos históricos han comenzado a dejar su reputación de estar en la retaguardia y a abordar preguntas sobre clase, poder, género e identidad, entre otros temas, usando las herramientas teóricas e ideas desarrolladas por la geografía humana y por otras disciplinas. Con base en trabajos recientes Jeanne Kay Guelke afirma que “la geografía histórica es una parte excitante y vibrante de la disciplina”48. Una de las primeras áreas en las que los geógrafos históricos comenzaron a tratar dinámicas sociales fue en las discusiones sobre cambios económicos del capitalismo. Tal vez la transición era más fácil de hacer en esta área debido a que estos profesionales tenían experiencia en trabajar con temas económicos, aunque fuera en la búsqueda de patrones y huellas de actividades económicas en el paisaje. En la década de 1970 geógrafos económicos con una inclinación fuerte por la historia, tales como Vance y Allan Pred, trataron de hacer una geografía histórica más rigurosa y conceptual, y también buscaron incorporar una dimensión histórica a la geografía económica. Carville Earle recorrió ese camino dentro de un marco conceptual neoclásico. En uno de sus trabajos argumentó en contra de algunos geógrafos económicos que sostenían que la esclavitud era menos costosa que el trabajo asalariado; según Earle, esto sólo fue cierto en cultivos intensivos en mano de obra, es decir, no era una regla general49. Los cultivadores de trigo, cuyas demandas de trabajo eran limitadas, pero intensas en tiempos de cosecha, preferían contratar trabajadores temporales. Por el contrario, la producción de maíz en el valle del río Ohio en la mitad del siglo XIX, favoreció la expansión del trabajo esclavo, lo que para Earle fue una causa importante de la Guerra de Secesión. Este autor, además, subrayó la importancia de prestar atención a los requisitos ecológicos y de mano de obra de cada tipo de cultivo. Este geógrafo se consideraba un historiador geográfico más que un geógrafo histórico50. En otras 46 Mitchell, Don, “On Cole Harris”, en Historical Geography, Vol. 30, Baton Rouge, Louisiana State University, 2002, p. 95. 47 Holdsworth, Deryck, “Historical Geography: The Ancients and the Moderns - Generational Vitality”, en Progress in Human Geography, Vol. 26, No. 5, Londres, E. Arnold, 2002, pp. 671-678. 48 Guelke, Jeanne Kay, “Notes From the President”, en Past Place, Vol. 12, No. 2, Stillwater, Historical Geography Specialty Group (AAG), 2004, p. 1. 49 EARLE, Carville, “A Staple Interpretation of Slavery and Free Labor”, en Geographical Review, Vol. 68, No. 1, The American Geographical Society, Nueva York, 1978, pp. 51-65. 50 Earle, Carville, Geographical Inquiry and American Historical Problems, Stanford, Stanford University Press, 1992. Ver también Earle, Carville, The American Way: A Geographical History of Crisis and Recovery, Lanham, Rowman & Littlefield Publishers, 2003.

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palabras, pensaba que la relevancia de la geografía histórica radicaba en participar en debates historiográficos importantes por medio de aportes propios de la geografía, como aquellos aspectos relacionados con la ubicación espacial y la base ecológica de la producción de mercancías. En la década de 1980 algunos geógrafos dieron un giro significativo hacia la economía política, conocido como ‘geografía radical’51. Mientras que muchos de quienes se consideraban a sí mismos geógrafos históricos se demoraron en acoger la influencia del marxismo, un grupo de geógrafos económicos con inclinaciones históricas presionaron con su ejemplo a los geógrafos históricos a pensar en los conflictos de clase, el papel del Estado y el desarrollo desigual en sus trabajos sobre el ambiente construido y las geografías del capitalismo52. Harvey, por ejemplo, examinó el desarrollo histórico de París en el siglo XIX como estudio de caso para ilustrar lo planteado en su libro anterior, The Limits to Capital, en el que integra el espacio a la teoría marxista de la acumulación de capital y las crisis del capitalismo53. Richard Walker se basó en la teoría dinámica de la ubicación industrial que creó junto con Michael Storper para explorar temas como el desarrollo agroindustrial de finales del siglo XIX y principios del XX en el medio oeste de los Estados Unidos, la forma en que la industria dio origen a los suburbios y el dinamismo histórico de la agricultura californiana54. Estos trabajos muestran cómo los límites entre la geografía humana y la geografía histórica se estaban volviendo cada día más difusos. Además, al incitar a que la geografía histórica se volviera teóricamente más sofisticada, ayudaron a allanar el camino para que siguiera los pasos de la geografía humana hacia el ‘giro cultural’, planteando así nuevas preguntas sobre el poder, la representación y la identidad. 51 Ver Peet, Richard, Modern Geographic Thought, Oxford, Blackwell Publishers, 1998. 52 Harvey, David, The Urbanization of Capital: Studies in the History and Theory of Capitalist Urbanization, Baltimore, Johns Hopkins University Press, 1985; PRED, Allan R., Place, Practice, and Structure: Social and Spatial Transformation in Southern Sweden, 1750-1850, Totowa, Barnes & Noble, 1986; Mitchell, Don, The Lie of the Land: Migrant Workers and the California Landscape, Minneapolis, University of Minnesota Press, 1996; Henderson, George L., California & the Fictions of Capital, Nueva York, Oxford University Press, 1999. 53 Harvey, David, The Urbanization…, op. cit; Harvey, David, The Limits to Capital, Oxford, Basil Blackwell, 1982. Para una ampliación y revisión de este trabajo sobre París, ver Harvey, David, Paris, Capital of Modernity, Nueva York, Routledge, 2003. 54 Storper, Michael y WALKER, Richard, The Capitalist Imperative, Oxford, Basil Blackwell, 1989; Page, Brian y Walker, Richard, “From Settlement to Fordism: The Agro-Industrial Revolution in the American Midwest”, en Economic Geography, Vol. 67, No. 4, Worster, Clark University, 1991, pp. 281-315; Walker, Richard y Lewis, Robert D., “Beyond the Crabgrass Frontier: Industry and the Spread of North American Cities, 1850-1950”, en Journal of Historical Geography, Vol. 27, No. 1, Londres, Elsevier, 2001, pp. 3-19; Walker, Richard, The Conquest of Bread: 150 Years of Agribusiness in California, Nueva York, New Press, 2004.

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Uno de los primeros pasos dados dentro de la geografía histórica hacia el desarrollo de nuevas aproximaciones culturales fue el replanteamiento de la noción clásica de paisaje. Geógrafos humanistas e históricos más tradicionales habían comenzado a explorar el significado de los paisajes para diferentes grupos de personas. Los nuevos trabajos cambiaron el énfasis hacia las dimensiones ideológicas de los paisajes. Denis Cosgrove fue pionero en este enfoque con su libro Social Formation and Symbolic Landscape55. Influenciado por el nuevo marxismo cultural, Cosgrove reconstruyó la evolución de la idea de paisaje en la pintura para mostrar cómo esta ayudó a aceptar las nuevas relaciones de propiedad sobre la tierra que caracterizaron el desarrollo del capitalismo. James Duncan continuó tales esfuerzos por desenmascarar la función ideológica de los paisajes y las formas en que la organización del espacio oculta relaciones de poder y de subordinación56. Utilizó la teoría cultural y literaria para leer el paisaje como un texto y deconstruir paisajes coloniales en Sri Lanka. Estos trabajos van mucho más allá del ámbito de la geografía histórica tradicional y señalan la creciente importancia de las tendencias posestructurales y posmodernistas; un cambio que consistió en pasar de privilegiar la economía a hacer énfasis en el análisis cultural, los discursos y la representación57. En los últimos años algunos geógrafos históricos han empezado a explorar este nuevo terreno del poder, el conocimiento y el control social y espacial. Ello ha llevado a redefinir preguntas sobre viejos temas. Mientras que las geografías históricas anteriores solían examinar los variados patrones de asentamiento de grupos inmigrantes en el Nuevo Mundo, ahora hay un mayor interés sobre cómo estas sociedades desposeyeron y controlaron a las comunidades nativas, y cómo los poderes dominantes controlan a grupos subordinados. Y así como las técnicas de dominación social son un nuevo tema para la geografía histórica, también lo es su opuesto: los esfuerzos subalternos por resistir58. Este cambio ha generado nuevas metodologías, tal como lo ilustra la afirmación de Daniel Clayton de que él trata el archivo “no como un depósito de información histórica en bruto, sino como un campo de batalla discursivo”59. No 55 Cosgrove, Denis, Social Formation and Symbolic Landscape, Londres, Croom Helm, 1984. 56 Duncan, James S., The City as Text: The Politics of Landscape Interpretation in the Kandyan Kingdom, Cambridge, Cambridge University Press, 1990. 57 Ver Gregory, Derek, Geographical Imaginations, Cambridge, Blackwell, 1994. 58 Duncan, James S., “Embodying Colonialism? Domination and Resistance in Nineteenth-Century Ceylonese Coffee Plantations”, en Journal of Historical Geography, Vol. 28, No. 3, Londres, Elsevier, 2002, pp. 317-338; Scott, Heidi V., “Contested Territories: Arenas of Geographical Knowledge in Early Colonial Peru”, en Journal of Historical Geography, Vol. 29, No. 2, Londres, Elsevier, 2003, pp. 166-188; Harris, R. Cole, Making Native Space: Colonialism, Resistance, and Reserves in British Columbia, Vancouver, University of British Columbia Press, 2002. 59 Clayton, Daniel W., “Questions of Postcolonial Geography”, en Antipode, Vol. 33, No. 4, Oxford, Basil Blackwell, 2001, p. 751.

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sorprende que muchos de quienes han abordado esta nueva perspectiva lo hayan hecho de la mano de Foucault. Clayton ejemplifica el interés de la teoría poscolonial en mostrar cómo la producción de conocimiento está en la base del ejercicio del poder. Argumenta que las pocas referencias a los grupos nativos en los mapas y recuentos de los exploradores de la costa oeste del Canadá, ayudaron a crear un ‘espacio imperial abstracto’ que permitió a la metrópoli ignorar las demandas territoriales de los nativos. En palabras de Clayton, las tierras nativas “fueron apropiadas desde lejos, y... geografías de interacción [blanca-nativa] fueron reducidas y abstraídas al punto en el que el territorio se volvió no nativo…”60. Mathew Hannah también muestra este nuevo interés en la lógica disciplinar al analizar cómo la recolección de información para los censos y las estadísticas a finales del siglo XIX en los Estados Unidos construyó objetos, más que simplemente reflejarlos, convirtiéndose así en una técnica de control social y espacial61. Sin embargo, no todos aquellos que exploran estas nuevas preguntas lo hacen desde una perspectiva foucaultiana. Aaron Bobrow-Strain se pregunta por nociones gramscianas de hegemonía en el Chiapas posrevolucionario62. Anne Mosher examina los esfuerzos de una compañía productora de acero por promocionar la adquisición de vivienda propia entre sus trabajadores con el fin de evitar la sindicalización63. Anne Knowles utiliza la teoría neo-marxista del trabajo para investigar el concepto de disciplina espacial y los esfuerzos por limitar la movilidad geográfica de los trabajadores calificados del hierro en los Estados Unidos antes de la Guerra de Secesión64. Otra área de trabajo nueva en la geografía histórica se centra en temas tales como la identidad y la construcción social de la raza y el género. Contrario a la geografía histórica más temprana, ahora hay una fuerte tendencia hacia la exploración de los procesos internos de formación de identidades. Knowles investiga cómo una comunidad galesa en Ohio (Estados Unidos) conserva su identidad étnica al embarcarse como grupo en una empresa capitalista, que le permite mantener

60 Clayton, Daniel W., Islands of Truth: The Imperial Fashioning of Vancouver Island, Vancouver, University of British Columbia Press, 2000, p. 345. 61 Hannah, Matthew G., Governmentality and the Mastery of Territory in Nineteenth-Century America, Cambridge, Cambridge University Press, 2000. Enfasis en el original. 62 Bobrow-Strain, Aaron, “Articulations of Rule: Landowners, Revolution, and Territory in Chiapas, Mexico, 1920-1962”, en Journal of Historical Geography, Vol. 31, No. 4, Londres, Elsevier, 2005, pp. 744-762. 63 MOSHER, Anne E., Captial’s Utopia: Vandergift, Pennsylvania, 1855-1916, Baltimore, The Johns Hopkins University Press, 2004. 64 Knowles, Anne K., “‘The White Hands ‘Damn Them. Won’t Stick’: Labor Scarcity and Spatial Discipline in the Antebellum Iron Industry”, en Journal of Historical Geography, Vol. 32, Londres, Elsevier, 2006, pp. 57-73.

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su agricultura tradicional y su forma de vida religiosa65. Se apoya en la noción de economía moral de E. P. Thompson para entender la posición contradictoria de una comunidad que, al realizar esfuerzos por contener a la sociedad capitalista en expansión, debe unirse a ella. En su estudio sobre una comunidad suiza en Wisconsin (Estados Unidos), Steven Hoelscher argumenta que la etnicidad “no es una memoria distante del pasado ni una serie de prácticas culturales inmutables y persistentes, sino más bien una invención cultural”66. Su interés primordial no es la expresión material de una comunidad en el paisaje, sino la dinámica interna de esa comunidad, que le permite persistir al reinventarse continuamente. El trabajo de Susan Craddock sobre la geografía histórica de la enfermedad ejemplifica la atención que se le está prestando a los asuntos raciales67. Esta autora estudió cómo los discursos médicos de principios del siglo XX sirvieron para estigmatizar a los chinos de San Francisco. Craddock explica que la construcción social de Chinatown como un lugar lleno de patógenos y la cuarentena que tal diagnóstico generó, se vieron fortalecidos por una xenofobia creciente relacionada con cuestiones de identidad nacional68. En 1991 Jeanne Kay y Mona Domosh lamentaron que los geógrafos históricos prestaran poca atención a las mujeres y a los asuntos de género69. Desde entonces varios geógrafos históricos han ayudado a llenar este vacío. Domosh, por ejemplo, examina las adscripciones de género de los espacios sociales urbanos; Katie Pickles analiza el papel de una importante institución canadiense de mujeres en la asimilación de inmigrantes con relación a la construcción de una identidad nacional; Kate Boyer discute la política sexual que rigió las oficinas en Canadá y la producción de nuevos significados sobre trabajo y género; Karen Morin y Lawrence Berg exploran las diferencias de género en los movimientos que se opusieron a la confiscación colonial de tierras a los Maorí en Nueva Zelanda; y Michael Lansing sugiere que una geografía feminista puede ayudar

65 Knowles, Anne K., Calvinists Incorporated: Welsh Immigrants on Ohio’s Industrial Frontier, Chicago, University of Chicago Press, 1997. 66 Hoelscher, Steven D., Heritage on Stage: The Invention of Ethnic Place in America’s Little Switzerland, Madison, University of Wisconsin Press, 1998, p. 20. 67 Craddock, Susan, City of Plagues: Disease, Poverty, and Deviance in San Francisco, Minneapolis, University of Minnesota Press, 2000. 68 Hoelscher, Steven D., “Making Place, Making Race: Performances of Whiteness in the Jim Crow South”, en Annals of the Association of American Geographers, Vol. 93, No. 3, Malden, Blackwell Publishers, 2003, pp. 657-686.

69 Kay, Jeanne, “Landscapes of Women and Men: Rethinking the Regional Historical Geography of the United States and Canada”, en Journal of Historical Geography, Vol. 17, Londres, Elsevier, 1991, pp. 435-452; Domosh, Mona, “Toward a Feminist Historiography of Geography”, en Transactions of the Institute of British Geographers, Vol. 16, No. 1, Londres, G. Philip, 1991, pp. 95-104.

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a producir nuevas historias sobre el oeste americano70. Tal como lo afirman Karen Morin y Lawrence Berg, un número creciente de geógrafos históricos han producido “una serie de trabajos considerable que problematiza la construcción histórica de... las diferencias de género, raza, etnicidad, cultura y clase” 71. Los geógrafos históricos también están retomando un tema descuidado por mucho tiempo: las relaciones entre las sociedades y el medio ambiente. Quienes continuaron dentro de la tradición de Berkeley (como William Denevan) y aquellos ecólogos culturales con una fuerte curiosidad histórica (como Karl Butzer, William Doolittle y B. L. Turner II) mantuvieron el interés en el tema. Sin embargo, en la década de 1970 y 1980 fueron los historiadores quienes llenaron este vacío, al crear el campo de la historia ambiental72. En parte motivados por este ejemplo, muchos geógrafos han regresado al tema en los últimos años. El vasto estudio de Michael Williams sobre los bosques de los Estados Unidos desde la conquista constituye un gran ejemplo73. Otros geógrafos humanos también han demostrado un renovado interés 70 Domosh, Mona, Invented Cities: The Creation of Landscape in Nineteenth-Century New York & Boston, New Haven, Yale University Press, 1996; Pickles, Katie, Female Imperialism and National Identity: The Imperial Order Daughters of the Empire, Manchester, Manchester University Press, 2002; Boyer, Kate, “‘Neither Forget Nor Remember Your Sex’: Sexual Politics in the Early Twentieth-Century Canadian Office”, en Journal of Historical Geography, Vol. 29, No. 2, Londres, Elsevier, 2003, pp. 212-229; Morin, Karen M. y Berg, Lawrence D., “Gendering Resistance: British Colonial Narratives of Wartime New Zealand”, en Journal of Historical Geography, Vol. 27, No. 2, Londres, Elsevier, 2001, pp. 196-222; Lansing, Michael, “Different Methods, Different Places: Feminist Geography and New Directions in US Western History”, en Journal of Historical Geography, Vol. 29, No. 2, Londres, Elsevier, 2003, pp. 230-247. 71 Morin, Karen M. y Berg, Lawrence D., “Emplacing Current Trends in Feminist Historical Geography”, en Gender, Place and Culture, Vol. 6, No. 4, Abingdon, Carfax Pub. Co., 1999, p. 316. 72 WILLIAMS, Michael, “The Relations of Environmental History and Historical Geography”, en Journal of Historical Geography, Vol. 20, No. 1, Londres, Elsevier, 1994, pp. 3-21. 73 WILLIAMS, Michael, Americans and Their Forests: A Historical Geography, Cambridge, Cambridge University Press, 1989. Otros ejemplos incluyen la condena del voraz apetito ambiental de la élite de San Francisco (Brechin, Gray A., Imperial San Francisco: Urban Power, Earthly Ruin, Berkeley, University of California Press, 1999); la investigación sobre cómo, entre otros factores, el temprano movimiento en favor del salmón evitó la construcción de represas en el río Fraser de Canadá (Evenden, Matthew D., Fish Versus Power: An Environmental History of the Fraser River, Cambridge, Cambridge University Press, 2004); la historia de las raíces del ambientalismo moderno en el sector forestal colonial británico (Barton, Gregory A., Empire Forestry and the Origins of Environmentalism, Cambridge, Cambridge University Press, 2002); y el análisis histórico de la política de la ganadería y la conservación ambiental en el oeste americano (Sayre, Nathan F., Ranching, Endangered Species, and Urbanization in the Southwest: Species of Capital, Tucson, University of Arizona Press, 2002). Para América Latina, ver las historias de los impactos de la ganadería en México colonial (Sluyter, Andrew, Colonialism and Landscape: Postcolonial Theory and Applications, Lanham, Rowman & Littlefield Publishers, 2002

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en el ambiente a través de la ecología política y muchos de ellos con una sensibilidad histórica bien desarrollada 74. Vale la pena destacar el estudio de Rod Neumann sobre cómo los orígenes coloniales de las reservas naturales en Tanzania continúan limitando el acceso de los residentes locales a diferentes recursos naturales75. A pesar de que quienes hacen ecología política toman a la historia en serio, estos profesionales suelen estar más interesados en las raíces de luchas ambientales actuales que en los procesos históricos mismos. Sin embargo, algunos han comenzado a usar las ideas e intereses de la ecología política para estudiar problemas del pasado76. Esta revisión sobre nuevas aproximaciones de la geografía histórica en las pasadas dos décadas intenta dar cierta coherencia a los cambios y a la fragmentación que se observa en este campo. Al ver estos desarrollos en el contexto del último medio siglo, lo que más sobresale es el compromiso con la teoría social o lo que llamé arriba el estudio de procesos sociales. La fragmentación y el giro hacia la teoría han generado ansiedad entre algunos geógrafos históricos. Parte de su frustración surge de su desacuerdo con algunos de los enfoques conceptuales más recientes y de su desinterés en algunos de los temas explorados. Así, mientras Mitchell dice que la geografía histórica contribuye a “nuestro conocimiento sobre la escala, la identidad social, la producción de paisajes, la memoria, la construcción social de la naturaleza (para mencionar sólo unos pocos casos)”, Keiffer se queja de que “los patrones de asentamiento, la cultura material y el paisaje visible” -los viejos temas de la geografía y Aguilar-Robledo, Miguel, “Ganadería, Tenencia de la Tierra e Impacto Ambiental en la Huasteca Potosina: Los Años de la Colonia”, en HERNÁNDEZ, Lucina (ed.), Historia Ambiental de la Ganadería en México, Xalapa, México, Instituto de Ecología, 2001, pp. 9-24); la revisión de la destrucción del bosque atlántico de Brasil (Brannstrom, Christian, “Rethinking the ‘Atlantic Forest’ of Brazil: New Evidence for Land Cover and Land Value in Western Sao Paulo, 1900-1930”, en Journal of Historical Geography, Vol. 28, No. 3 Londres, Elsevier, 2002, pp. 420-439; también ver su compendio de historia ambiental latinoamericana, Brannstrom, Christian (ed.), Territories, Commodities and Knowledges: Latin American Environmental Histories in the Nineteenth and Twentieth Centuries, Londres, Institute for the Study of the Americas, 2004); y la historia ambiental del Amazonas (Hecht, Susana y Cockburn, Alexander, The Fate of the Forest: Developers, Destroyers and Defenders of the Amazon, Londres, Verso, 1989). Para una crítica de la historia ambiental, ver Demeritt, David, “Ecology, Objectivity and Critique in Writings on Nature and Human Societies”, en Journal of Historical Geography, Vol. 20, No. 1, Londres, Elsevier, 1994, pp. 22-37. 74 Ver Peet, Richard y Watts, Michael, Liberation Ecologies: Environment, Development, Social Movements, Londres, Routledge, 1996. 75 Neumann, Roderick P., Imposing Wilderness: Struggles Over Livelihood and Nature Preservation in Africa, Berkeley, University of California Press, 1998. 76 Ver Offen, Karl, “Historical Political Ecology: An Introduction”, en Historical Geography, Vol. 32, Baton Rouge, Louisiana State University, 2004, pp. 19-42.

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histórica- “han sido descuidados”77. De manera similar, Wilson dice que “la teoría es un elemento importante para muchos geógrafos históricos. Sin embargo, la dependencia en la teoría a costa del análisis empírico basado en fuentes históricas puede producir trabajos muy superficiales […]”78. Pero esta ansiedad también surge de la pérdida de unidad de la geografía histórica y de su declive institucional. Los geógrafos históricos suelen tener nexos (teóricos, temáticos e institucionales) más estrechos con profesionales de otras áreas de la geografía y de otras disciplinas que con otros geógrafos históricos. Por lo tanto, la convergencia entre la geografía histórica y la geografía humana ha estado acompañada de la erosión de la razón de ser de la geografía histórica. Wilson lamenta que los departamentos de geografía ya no estén interesados en contratar geógrafos históricos79. Pero esta situación no es completamente nueva. Guelke señala que incluso en la década de 1970 el mercado de trabajo para los geógrafos históricos era difícil y la mayoría necesitaba tener una segunda especialidad para encontrar puesto80. Y en 1973 Wilbur Zelinsky, otra figura destacada de la geografía histórica y cultural, afirmó que “no hay una base lógica que sustente la existencia de un campo de estudio que pueda designarse honestamente como ‘geografía histórica’”81. En general, apoyo a Richard Powell cuando dice que: “En vez de destinar mucho tiempo a lamentarse, los geógrafos históricos deberían continuar celebrando la vitalidad producida por investigaciones con bases teóricas sobre temas históricogeográficos”82. Sin embargo, como sucede con todo cambio, han habido pérdidas y también han aparecido nuevos problemas. Por una parte, el mayor compromiso con la teoría social no es, por sí mismo, una panacea. Mientras que la geografía histórica se ha beneficiado de este compromiso, una dependencia excesiva en la teoría puede traer sus propios problemas. Para explicar este punto voy a recurrir a Harris, quien defendió una geografía histórica más tradicional en la década de 1970 y ahora está en la vanguardia de quienes quieren renovarla. En Making Native Space, Harris utiliza a Foucault, Fanon y E. P. Thompson para explicar cómo el régimen 77 Mitchell, Don, “On Cole Harris”, en Historical Geography, Vol. 30, Baton Rouge, Louisiana State University, 2002, p. 4; Keiffer, Artimus, “Notes…”, op. cit., p. 3. 78 WILSON, Robert, “The Landscape of...”, op. cit., p. 6. 79 Ibid. 80 Guelke, Jeanne Kay, “The Landscape of Historical Geography in the 21st Century”, en Past Place, Vol. 14, No. 1, Stillwater, Historical Geography Specialty Group (AAG), 2006, p. 5. 81 Citado por Keiffer, Artimus, “Wanted: Historical Geography, Dead Or Alive?”, en Past Place, Vol. 11, No. 1, Stillwater, Historical Geography Specialty Group (AAG), 2002, p.2. 82 POWELL, Richard, “The Landscape of Historical Geography in the 21st Century”, en Past Place, Vol. 14, No. 1, Stillwater, Historical Geography Specialty Group (AAG), 2006, p. 6.

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colonial de Canadá despojó de sus tierras a los nativos de la Columbia Británica, y cómo mantuvo el subsecuente control sobre esta población a través de una serie de estructuras disciplinares asociadas al sistema de reservas indígenas83. Harris aprovecha para criticar a los teóricos poscoloniales que tratan de explicar el proyecto colonial por medio de análisis de textos elaborados en el centro imperial, pues, para él, estos no explican cómo se dio el proceso de apropiación de tierras ni cuáles fueron sus motivaciones. Según Harris, los discursos y las representaciones sirven para justificar las acciones del poder colonial, pero no permiten entender el proceso mismo, que se logró por medio de la fuerza física y no a través de discursos. Del mismo modo, este autor afirma que las acciones de los colonos estuvieron motivadas por las ganancias potenciales concretas y por sus deseos de independencia, lo que no se desprende del estudio de los discursos metropolitanos. Harris prosigue diciendo que aunque las técnicas disciplinares, como la vigilancia y la normalización, fueron importantes, sólo comenzaron a operar después de que se le habían usurpado las tierras a los nativos. Harris también contradice a quienes consideran que los mapas coloniales indican que los colonos consideraban los espacios representados como vacíos, pues ellos “llegaron atraídos por recursos que no aparecían en estos mapas y los empleados coloniales sabían que la población nativa habitaba muchos de [esos] espacios”84. El poder de los mapas radicaba en su papel para demarcar las áreas que serían apropiadas, mediante el uso de la fuerza, generando nuevos derechos territoriales. Harris levanta una voz de alerta contra la tendencia de tratar la cultura como el principal campo de acción del poder colonial y enfatiza la necesidad de poner más atención a la forma en que el poder operaba en terreno. A mi parecer, en su rechazo al materialismo excesivo de generaciones anteriores, algunas de las nuevas geografías históricas terminan demasiado absorbidas en sus propios mundos discursivos85. 83 Harris, R. Cole, Making Native Space: Colonialism, Resistance, and Reserves in British Columbia, Vancouver, University of British Columbia Press, 2002. Ver también Harris, Cole, “How Did Colonialism Dispossess? Comments From an Edge of Empire”, en Annals of the Association of American Geographers, Vol. 94, No. 1, Malden, Blackwell Publishers, 2004, pp. 165-182. 84 HARRIS, R. Cole, “How Did Colonialism…”, op. cit., p. 175. 85 Ver por ejemplo Duncan, James S., The City as Text…, op. cit. Para un debate centrado en este libro alrededor de la lectura del paisaje como texto, ver: PEET, Richard, “The City as Text: The Politics of Landscape Interpretation in the Kandyan Kingdom (Review)”, en Annals of the Association of American Geographers, Vol. 83, No. 1, Malden, Blackwell Publishers, 1993, pp. 184-187; MITCHELL, Don, “Writing Worlds: Discourse, Text and Metaphor in the Representation of Landscape (Review)”, en Professional Geographer, Vol. 45, No. 4, Malden, Blackwell Publishers, 1993, pp. 474-475; WALTON, Judy R., “How Real(ist) Can You Get?”, en Professional Geographer, Vol. 47, No. 1, Malden, Blackwell Publishers, 1995, pp. 61-65; MITCHELL, Don, “Sticks and Stones: The Work of Landscape (A Reply to Judy Walton’s “How Real(ist) Can You Get?”)”, en Professional Geographer, Vol. 48, No. 1, Malden, Blackwell Publishers, 1996, pp. 94-96; PEET, Richard, “Discursive Idealism in the “Landscape-

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Otro problema generado por los cambios recientes se relaciona con las críticas a trabajos anteriores, que en ocasiones terminan descartando lo positivo junto con lo negativo. Al estrechar su mirada para lograr una comprensión más profunda de las dinámicas sociales y espaciales, muchos de los nuevos geógrafos han perdido la perspectiva amplia que caracterizaba a sus predecesores. En consecuencia, es difícil hallar trabajos recientes que reconstruyan el sentido de lugar que tan bien trabajaban los geógrafos de la escuela tradicional, aunque hay algunas excepciones86. El libro Lie of the Land de Don Mitchell es un buen ejemplo de esta pérdida87. Mitchell argumenta que es necesario dotar a los estudios del paisaje de una dosis de política mediante el examen de sus supuestos ocultos. Pero aunque el libro es una buena geografía histórica sobre el trabajo agrícola en California, olvida dar una idea de cómo era el paisaje agrícola. Es decir, este estudio es una crítica a los trabajos clásicos sobre paisajes que abandona el objeto mismo de dichos estudios. Como lo indica este ejemplo, si bien este tránsito ha permitido superar muchas de las limitaciones de la geografía clásica, parte de lo que constituye una imaginación geográfica se ha perdido.

Conclusiones En el último medio siglo la geografía histórica ha pasado de estudiar lugares, a buscar patrones, para finalmente examinar procesos. En las décadas de 1950 y 1960, aunque este campo contrastaba con una disciplina que ignoraba la historia, la geografía histórica tenía una unidad porque se mantenía fiel a la idea aceptada de lo que constituía el objeto de estudio de la geografía. Sin embargo, desde la década de 1960 la geografía histórica comenzó a alejarse de una geografía humana que estaba cambiando radicalmente. En los últimos 25 años ha habido una reconvergencia entre una geografía histórica más teórica y una geografía humana más histórica. Pero la marginalidad de la geografía histórica no se ha eliminado. Su antigua unidad y propósito común se han erosionado como consecuencia de la abundancia de nuevos temas y aproximaciones teóricas. Tal como lo señaló Earle, “la geografía histórica carece de unidad”88. Y, como los geógrafos as-Text” School”, en Professional Geographer, Vol. 48, No. 1, Malden, Blackwell Publishers, 1996, pp. 96-98; y WALTON, Judy R., “Bridging the Divide – A Reply to Mitchell and Peet”, en Professional Geographer, Vol. 48, No. 1, Malden, Blackwell Publishers, 1996, pp. 98-100. 86 Ver JOHNS, Michael, The City of Mexico in the Age of Díaz, Austin, University of Texas Press, 1997 y JOHNS, Michael, Moment of Grace: The American City in the 1950s, Berkeley, University of California Press, 2003. 87 Mitchell, Don, The Lie of the Land: Migrant Workers and the California Landscape, Minneapolis, University of Minnesota Press, 1996. 88 Earle, Carville, “Historical Geography in Extremis? Splitting Personalities on the Postmodern Turn”, en Journal of Historical Geography, Vol. 21, No. 4, Londres, Elsevier, 1995, p. 455.

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históricos han desarrollado vínculos más estrechos con otras subdisciplinas de la geografía humana, la ‘base lógica’ para la existencia de la geografía histórica parece menos obvia. En últimas, lo que principalmente une a mucha de la geografía histórica en estos días es el hecho de que una gran mayoría de los geógrafos humanos estudien problemas actuales. Aunque algunos lamentan esta pérdida de identidad y oportunidad para salir de la trastienda, la actual situación no debería generar preocupación. En gran medida, la antigua unidad de la geografía histórica respondía a una idea muy restringida de su ámbito y propósito. Gracias a la incorporación de nuevas perspectivas, se ha perdido cohesión, pero se ha ganado diversidad y vitalidad.

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Cementerios en el altiplano cundiboyacense Resumen Este texto recoge y reordena las anotaciones de los diarios de campo de las visitas realizadas a varios cementerios de poblaciones de Cundinamarca y Boyacá en marzo y abril de 2006. Con este ejercicio se buscó apreciar la forma como se manifiestan en el espacio físico del cementerio las prácticas sociales relacionadas con la muerte y avanzar así en el estudio de la relación entre memoria y espacio. En el texto se describen las observaciones hechas en cada cementerio, se incluyen fotografías que ilustran las descripciones, así como gráficos y mapas que se elaboraron para apreciar su ordenamiento espacial. Al final se presenta un breve análisis de la información recopilada con el fin de establecer la relación entre el espacio del cementerio y su contexto social, comparando entre sí las observaciones realizadas en cada población. Palabras claves: Cementerios, memoria, espacio.

Cemeteries in the highlands of Cundinamarca and Boyacá Abstract This article is a reflection on fieldwork notes made during trips to various cemeteries in towns of Cundinamarca and Boyacá during March and April, 2006. This exercise was an effort to observe how the physical space of the cemetery reflects social practices related to death, thus furthering the study of the relationship between memory and space. The article recounts the observations made in each cemetery, and includes photographs to accompany the descriptions as well as drawings and maps to illustrate the spatial organization of the cemeteries. In the end, comparing the observations made in each town, it offers a brief analysis of the information gathered in order establish the relationship between the space of the cemetery and its social context. Keywords: Cemeteries, memory, space. Artículo recibido el 21 de junio de 2006 y aprobado el 12 de septiembre de 2006.

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Cementerios en el altiplano cundiboyacense  Juan Camilo González 1 Alfonso Martínez 4 Juan Pablo Mutis s Carlos Gómez i

Espacio Estudiantil

Introducción El tratamiento de los muertos en varias sociedades se comprende más claramente cuando se estudia en el contexto de los ritos de paso. En el momento en que la vida de una persona termina, se inicia un proceso en el que debe ser separada del mundo en el que vivía para incorporarse al mundo de los muertos. Así, es posible identificar en los rituales relacionados con la muerte tres etapas de transición: primero, la separación del mundo de los vivos, en la que por lo general el cerramiento de la tumba es el evento principal; segundo, un período liminal en el que el difunto se encuentra entre el mundo de los vivos y el mundo de los muertos; y tercero, la integración definitiva de quien ha muerto al mundo del más allá . El análisis de estas etapas indica la importancia  Este documento presenta las observaciones que se hicieron durante las salidas de campo realizadas por los autores, primero en marzo y abril de 2006 y luego en octubre del mismo año, en la clase de Geografía General dictada en la Universidad de los Andes. El grupo de investigación visitó los cementerios de los municipios de Bojacá, Zipaquirá, Tausa, Villa de Leiva y Ráquira. Los autores desean agradecer a todos los compañeros del curso de Geografía General por sus comentarios y su colaboración durante las salidas de campo. También agradecemos a Marta Herrera y a Daniel Ramírez por revisar las últimas versiones del documento y a Lukas Jaramillo (estudiante de Pregrado en Comunicación Social de la Universidad Javeriana) y Andrea Acebedo (estudiante de Pregrado en Historia de la Universidad de los Andes) por su trabajo de fotografía. 1 Estudiante de Antropología de la Universidad de los Andes. 4 Estudiante de Ingeniería Civil de la Universidad de los Andes. s Estudiante de Ingeniería Civil de la Universidad de los Andes. i Estudiante de Ingeniería Civil de la Universidad de los Andes. 1 VAN GENNEP, Arnold, The rites of passage, Chicago, The University of Chicago Press, 1992, pp. 146-165.

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Cementerios en el altiplano cundiboyacense

de estudiar la muerte más allá de sus características biológicas y, en este sentido, es posible entender los rituales que acompañan la muerte de un ser humano como una serie de acciones que tienen por objeto “marcar la solidaridad del individuo con su estirpe y su comunidad” . Durante la última década ha crecido el interés por el tema de la muerte en interior de la disciplina geográfica en todo el mundo. Investigadores interesados en el estudio de los “Paisajes de la muerte” se han preguntado por temas de género, clase y raza, así como también por la forma en que los conflictos entre lo secular y lo sagrado se manifiestan en el espacio de los cementerios . De esta manera, la organización espacial del cementerio ha sido analizada como un escenario de debate político, como es el caso de la división entre cementerios de negros y blancos en la ciudad de Port Elizabeth en Sur África o la destrucción de cementerios ortodoxos y la instauración de “funerales rojos” después de la Revolución Bolchevique en Moscú y San Petersburgo . Asimismo, el cementerio también ha sido estudiado como un espacio en el que se hace posible la afirmación de la identidad nacional o étnica, como se puede ver en la creación del “Casco multicultural” en el cementerio de Kviberg en Göteborg ; o la importancia que tienen los ritos funerarios islámicos dentro de la memoria colectiva de los musulmanes que viven en el este de Londres . En el caso colombiano se ha estudiado principalmente el Cementerio Central de Bogotá. Autores como Oscar Iván Calvo han pensado en la manera en que la organización espacial del cementerio se relaciona con la memoria y el discurso oficial, y cómo este espacio ha sido reinterpretado por sectores populares a través de manifestaciones

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religiosas por fuera de los cánones oficiales . Por su parte, Losonczy10 y Peláez11 han investigado el fenómeno de la santificación de los muertos en el Cementerio Central, analizándolo como un espacio liminal, entendido como una “categoría intermedia de espacio entre el mundo socializado, el margen no habitado y el más allá”12. En la actualidad nos encontramos frente a una transformación de las prácticas relacionadas con la muerte en la que esta tiende a ser escondida e invisibilizada. El surgimiento del consumismo, aliado con los medios masivos de comunicación, ha llevado a una carrera por disimular la enfermedad, la vejez y la muerte, para privilegiar lo joven, lo bello y lo reemplazable13. En este contexto, el estudio de la muerte y, específicamente, de los lugares destinados a los muertos, resulta de gran valor debido a que los cementerios reflejan la manera en que la sociedad que los construye se piensa a sí misma y reproduce sus tensiones y divisiones sociales a lo largo del tiempo, algo que se puede ver claramente en su ordenamiento espacial. Nuestra observación se concentró en las prácticas relacionadas con los muertos, que se desarrollan en los cementerios de distintos municipios a partir de un estudio de la “puesta en escena” del cementerio. Nos interesaba saber cómo se produce socialmente el espacio de este y cómo este proceso se hace aparente en la estructura física del lugar. Asimismo, la investigación se desarrolló a partir de una perspectiva comparativa que nos permitió plantear algunas ideas generales sobre las prácticas relacionadas con los muertos, que se desarrollan en las zonas que fueron visitadas. El texto comienza con una descripción detallada de cada uno de los cementerios, para luego dedicar la última sección a establecer una comparación entre ellos.

1. Visita al cementerio de Bojacá El cementerio de Bojacá se encuentra ubicado al nororiente de la población, aproximadamente a unos quinientos metros de distancia de la plaza central del pueblo. En la actualidad lo rodean diversas construcciones. Al norte se observaron varias viviendas, al occidente una carretera y frente a ella un cultivo de arveja. En el costado CALVO, Óscar Iván, El cementerio central. Bogotá, la vida urbana y la muerte, Bogotá, TM editores, 1998. 10 LOSONCZY, Anne-Marie, “Santificación popular de los muertos en cementerios urbanos colombianos”, en Revista Colombiana de Antropología, Vol. 37, Bogotá, ICANH, enero-diciembre de 2001, pp. 6-23. 11 PELÁEZ, Gloria Inés, “Un encuentro con las ánimas, santos y héroes impugnadores de normas”, en Revista Colombiana de Antropología, Vol. 37, Bogotá, ICANH, enero-diciembre de 2001, pp. 24-41. 12 LOSONCZY, Anne-Marie, op. cit., p. 9. 13 VILLA, Eugenia, Muerte, cultos y cementerios, Bogotá, Disloque, 1993, p. 21.

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sur se encuentra una escuela municipal con una cancha multideportiva, y al oriente se ven algunas casas campesinas y fincas con otros cultivos. La distribución de estas construcciones, sin embargo, es muy diferente a la distribución que se encuentra en el núcleo de la población. Mientras en este se puede observar la distribución en manzanas con calles perpendiculares proveniente del período colonial, en los alrededores del cementerio los caminos son curvos y no existe la distribución en cuadrícula. Esto indica que inicialmente el cementerio se construyó en un lugar alejado del asentamiento y que probablemente terminó siendo absorbido por este en épocas más recientes. El grupo de investigación visitó el cementerio el sábado 4 de marzo en horas de la mañana. Al llegar al lugar, buscamos conversar con el sepulturero para que nos diera permiso de observarlo y nos proporcionara alguna información sobre su labor. Sin embargo, nuestra presencia le incomodó y simplemente nos respondió que no teníamos por qué “ir a pendejiar” allí. Decidimos, entonces, conversar con un hombre y una mujer de edad avanzada, los que nos indicaron cuáles eran las tumbas y mausoleos14 más notables del lugar e intentaron interceder por nosotros ante el sepulturero para que nos permitiera ver el interior de la capilla. Este se rehusó nuevamente. Observando el ordenamiento espacial en el interior del cementerio, se apreció que tiene una estructura similar al ordenamiento del pueblo. De manera análoga a la plaza central, en el cementerio se observa una capilla en el centro (ver Foto n° 1) y varios caminos que se extienden por todo el lugar formando cuadrículas (ver Plano n° 1). Asimismo, al atravesar la entrada hay un camino que llega en línea recta hasta la puerta de la capilla, ubicada en el centro del cuadro formado por los muros exteriores.

14 Los mausoleos son un tipo de estructura funeraria caracterizada por agrupar, en un edificio separado de las demás construcciones del cementerio, los entierros de miembros de un mismo grupo social definido por sus lazos de parentesco o afinidad. CURL, James Stevens, Death and Architecture, Revised Edition, Londres, J.H. Haynes and Co. Ltd., 2002, pp. 168-169.

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Foto n° 1: Capilla del cementerio de Bojacá

Fuente: Foto por Andrea Acevedo, 25 de agosto de 2006.

Plano n° 1: Cementerio de Bojacá

Insertar Plano 1

Fuente: Observaciones de campo realizadas el 4 de marzo de 2006.

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Según el testimonio de algunas de las personas que se encontraban en el lugar, la capilla del cementerio no es la original, ya que le hicieron arreglos durante el siglo XIX. Esto podría estar relacionado con la inscripción tallada en la fachada de la iglesia, en la que se lee: “Este cementerio fue ensanchado siendo cura párroco el M[uy] R[everendo]

P[adre] F[ray] Casimiro Abondano La primera en 1875 y la segunda en 1887 los vecinos de Bojacá tributan este homenaje de gratitud al P[adre] F[ray]”.

Fue posible observar una coincidencia entre la fecha de la segunda ampliación del cementerio con la fecha de 1887 que se encuentra tallada en piedra, sobre la entrada y en el muro exterior (ver Foto n° 2). Salta a la vista que el muro en el que se ubica su entrada está construido en ladrillo, mientras que las demás paredes que lo rodean, están construidas en tapia pisada. Esto implicaría que los muros no fueron construidos en su totalidad al mismo tiempo y posiblemente permitiría establecer el año de 1887 como fecha en la que se llevaron a cabo importantes transformaciones. Foto n° 2: Entrada al cementerio de Bojacá

Fuente: Foto por Andrea Acevedo, 25 de agosto de 2006.

Las tumbas, por su parte, están hechas predominantemente de tres materiales: piedra, madera y mármol. Las tumbas de piedra son en general anteriores a la década de los cincuenta y las de madera y mármol son las más recientes. Sin embargo, la fecha más antigua que se encontró estaba en una tumba grupal con losas de mármol, ubicada junto a la puerta principal de la capilla. Esta tumba data de finales del siglo XIX y en ella están enterrados los cuerpos de tres personas: Francisco Garnica (1886), el R[everendo]

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P[adre] F[ray] Gervasio García (1872) y Matilde Garnica (1899). Es factible que las lozas de mármol sean de una fecha mucho más reciente a la de los entierros debido a su buen estado de conservación y su aspecto similar al de tumbas recientes del mismo material. Asimismo, es posible que hayan sido colocadas allí debido a que las personas enterradas en ese lugar son un hombre del clero y sus familiares. De igual forma, se encuentra otro sepulcro dedicado exclusivamente al clero al sur de la capilla. Este es un montículo de forma circular en el que se ha colocado un jardín sobre una base de piedra, en la que se encuentran lápidas que indican los nombres de las personas enterradas allí. En la parte más alta han sido colocadas tres estatuas que representan la crucifixión de Jesús. Es el único entierro de este tipo y uno de los más imponentes (ver Foto n° 3). Algo que muy probablemente está relacionado con el gran prestigio social que ostenta el clero en esta población; principalmente, debido a la importancia del santuario de la Virgen de la Salud como centro de peregrinación regional. Foto n° 3: Sepulcro del clero en Bojacá

Fuente: Foto por Andrea Acevedo, 25 de agosto de 2006.

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Por esta misma razón, al observar las demás lápidas del cementerio, se pudo apreciar que una gran cantidad de ellas llevan la imagen de la Virgen de la Salud, casi siempre acompañada de dos ángeles que vuelan a lado y lado de su cabeza, mientras ella sostiene a un hombre enfermo en su regazo. También resulta interesante destacar el hecho de que en la gran mayoría de las lápidas se encuentra tallado, no sólo el nombre del difunto, sino lo que suponemos son los nombres de sus familiares más cercanos. También se observan varios sepulcros de familias, como por ejemplo el de la familia Cubillos, quienes construyeron un mausoleo, con paredes en mármol y un elaborado vitral de la Virgen en su interior, en el que se mantienen juntos los muertos de su linaje (ver Foto n° 4). Debe destacarse que, de todas las casas que se encuentran en la plaza del pueblo, la de esta familia es la única que no ha sido convertida en un local comercial u oficina estatal. Salta a la vista el hecho de que las familias más ricas invierten en la construcción de mausoleos con decoraciones elaboradas y materiales finos, que las distinguen de los demás entierros del lugar. Sin embargo, a diferencia del clero, lo que es más importante en estos mausoleos es exaltar la memoria del nombre de la familia como grupo, por encima del recuerdo de los individuos particulares que se encuentran sepultados allí. Foto n° 4: Mausoleo de la familia Cubillos en Bojacá

Fuente: Foto por Andrea Acevedo, 25 de agosto de 2006.

Por otra parte, hay tumbas de otros habitantes del pueblo que llaman más la atención, en ciertos aspectos, que las tumbas de las familias adineradas de la zona. Entre estas,

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se observan las tumbas de piedra con forma de “papayuela” (llamadas así por la mujer con quién hablamos en el lugar), caracterizadas por una piedra grande a lo largo de la cual se han tallado acanaladuras que la circundan. Esta se encuentra a su vez ubicada sobre una columna de piedra en la que se han tallado los nombres y fechas de defunción de las personas enterradas en ese sitio. En visitas anteriores al cementerio, algunas de las personas presentes en el lugar afirmaron que estas piedras se encontraban allí para evitar que los muertos salieran de sus tumbas15. Sin embargo, los habitantes del pueblo que se hallaban en el cementerio durante nuestra visita proporcionaron otra versión: decían que estas tumbas pertenecían a trabajadores de una cantera cercana al sitio y que habían muerto en su labor, por lo que se habían construido sepulcros especiales en su homenaje (ver Foto n° 5). Foto n° 5: Tumbas con forma de “papayuela” en el cementerio de Bojacá

Fuente: Foto por Andrea Acevedo, 25 de agosto de 2006.

Por último, se identificó una agrupación de tumbas de niños en la pared occidental del cementerio. La mayoría son tumbas pequeñas en las que se puede observar una lápida con el nombre y las fechas de nacimiento y defunción de quien está enterrado allí. Frente a la lápida se puede ver un espacio en el que se colocan objetos personales como juguetes y flores, todo esto protegido tras dos puertas de vidrio que se abren hacia lado y lado de la tumba. 15 Marta Herrera, comunicación personal, 4 de marzo de 2006.

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2. Visita al cementerio de Zipaquirá El grupo de investigación llegó a la plaza central de Zipaquirá el 1º de abril en las horas de la mañana. Comenzamos por interrogar a algunas de las personas que se encontraban trabajando en la plaza para ubicar el cementerio. Nos dirigimos en primer lugar a una mujer mayor que trabaja vendiendo obleas en el costado de la plaza en que se encuentra la catedral del pueblo. Ella nos informó de la existencia de dos cementerios: el “cementerio cementerio” ubicado en la parte alta y más antigua del pueblo y el “parque”. La señora se refirió al primero como un cementerio más “pobrecito” y antiguo, mientras que el otro era más “organizado”. Siguiendo sus indicaciones nos dirigimos al cementerio antiguo, que se encuentra ubicado al norte de la plaza central, a una distancia cercana a un kilómetro. Al llegar al sitio nos dirigimos a la entrada principal, junto a la que se observan varios puestos de vendedoras de flores: la tienda “Don Lucho”, en la que se encontraban consumiendo cerveza algunos habitantes del lugar y la parroquia de “Nuestra Señora del Carmen” en el lado opuesto de la calle. Asimismo, hay una taberna llamada “Rumbiadero” que se encuentra subiendo unos metros por una de las calles vecinas; el sonido del reggaeton que sale de este sitio llega hasta las partes más altas del cementerio. Al atravesar el umbral de la entrada, se entra en un cuarto de unos tres metros de alto. Su costado izquierdo se encuentra cubierto por lápidas que llegan hasta el techo, mientras que en la pared opuesta se puede observar un gran letrero con algunas indicaciones sobre el uso del cementerio. En la pared del fondo se encuentran algunas imágenes religiosas entre las que identificamos a la Virgen del Carmen y al Divino Niño. No es claro si existe alguna distinción entre los cadáveres que son depositados en este sitio con los del resto del cementerio; sin embargo, debido a que se encuentran en una ubicación tan prominente, se podría pensar que pertenecen a personas con un gran prestigio social o poderío económico (ver Foto n° 6 y Figura n° 1).

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Foto n° 6: Entrada principal del cementerio de Zipaquirá

Fuente: Foto por Lukas Jaramillo, 14 de octubre de 2006.

Figura n° 1: Esquema entrada cementerio de Zipaquirá

Fuente: Observaciones de campo realizadas el 1 de abril de 2006.

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El letrero que se encuentra en la pared opuesta a las lápidas informa sobre algunas de las disposiciones oficiales, en torno al uso del cementerio, tales como el hecho de que se encuentra bajo la administración de la parroquia local y que las tumbas se alquilan a la población por un período de siete años, tiempo después del cual el contrato con la parroquia debe ser renovado o el cuerpo, exhumado. Este cementerio está ubicado en una zona montañosa, lo que hace que su topografía dificulte la construcción en general. Es posible que por tal motivo la mayoría de los edificios como columbarios, mausoleos y la capilla se encuentren en los terrenos semiplanos de la loma; ya sea en las partes más altas del cementerio o en planicies que han sido adecuadas cuando las pendientes lo permiten, siguiendo un proceso similar a la construcción de algunas carreteras. La mayoría de estas construcciones se encuentran distribuidas a lo largo de un camino semiplano, que serpentea entre las partes de la loma con menor pendiente. Creemos que esta distribución está en parte estructurada por la mayor facilidad de construcción que ofrecen los lugares planos. En la figura n° 2 se puede ver una representación de una loma similar a la que se observa en el cementerio. El camino principal se encuentra en las zonas de semiplanicie y está rodeado en ambos lados por mausoleos y columbarios16. La mayoría de estos pertenecen a los habitantes de estratos más altos del municipio, lo que se puede inferir por la primacía de su ubicación y el refinamiento de su construcción. Por su parte, los habitantes de escasos recursos realizan entierros en el suelo agrupados en las pendientes de la loma. De esta forma, la figura n° 2 indica la agrupación general de tipos de construcción con relación a la inclinación el terreno. Figura n° 2: Tipos de construcción con relación al relieve en el cementerio de Zipaquirá

Fuente: Observaciones de campo realizadas el 1 de abril de 2006.

16 Los columbarios son estructuras funerarias conformadas por galerías de tumbas, en las que se dispone de los restos quemados del cadáver. Algunas veces estos pueden estar contenidos en un recipiente diseñado para esta función. CURL, James Stevens, op. cit., p. 148.

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Así, al entrar al cementerio el visitante se encuentra con este gran camino de cemento, que avanza hacia su parte más alta (ver Foto n° 7). Durante el recorrido se encuentra rodeado de grandes columbarios que se elevan a ambos lados y, entre estos, se encuentran varios mausoleos muy elaborados y lujosos, algunos de ellos llegan a tener su propio altar con iluminación eléctrica (ver Plano n° 2). El camino se eleva y los mausoleos y columbarios dan paso a tumbas más pequeñas y a algunos entierros grupales de dos o tres personas. Desde su parte más alta se pueden ver al fondo largas hileras de tumbas rodeadas de pasto verde, pero también comienza a hacerse visible la basura en todo el lugar. Durante la visita observamos pedazos de poliestireno y coronas de flores viejas, algunas botellas vacías y otras que sólo contenían flores en descomposición. La basura encuentra la manera de llegar a todas partes y quién se aventura a observar la parte posterior de los majestuosos mausoleos de la entrada encontrará que estos almacenan grandes cantidades de desechos de todo tipo. Casi pareciera que las personas están renuentes a sacar del cementerio las cosas que están en él y los fragmentos de lápidas y flores mustias se acumulan en cada esquina. Foto n° 7. El camino principal en el cementerio de Zipaquirá

Fuente: Foto por Lukas Jaramillo, 14 de octubre de 2006.

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Plano n° 2: Cementerio de Zipaquirá, camino central y principales construcciones

Insertar Plano 2 Fuente: Observaciones de campo realizadas el 1 de abril de 2006.

Al llegar a la parte más alta de la colina sobre la que se asienta el cementerio, el camino se acaba y se encuentra una pequeña capilla. En esta se puede observar una imagen pequeña de la crucifixión y algunas sillas de madera. Asimismo, se almacenan allí lo que parecen ser algunos materiales de construcción, por lo que se podría suponer que no se usa muy frecuentemente. Justo frente a esta capilla hay una estatua de Jesús crucificado. Esta tiene unos dos metros de alto y se asienta sobre un montículo de piedras. En su base se encuentra un nicho en el que se puede observar la cera de velas consumidas que se han dejado encendidas allí. Al inspeccionar la imagen más de cerca es posible observar que el montículo de piedras se encuentra cubierto de placas de mármol, en las que se le agradece al “Santo Cristo” por los milagros que ha realizado y se indica la fecha y el apellido de la familia que realiza el ofrecimiento (ver Foto n° 8). Algunas placas son más elaboradas que otras, y en algunos casos se utilizó un marcador para escribir sobre la imagen y pedirle al Cristo ayuda para conseguir trabajo u otros favores.

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Foto n° 8: El Santo Cristo en el cementerio de Zipaquirá

Fuente: Foto por Lukas Jaramillo, 14 de octubre de 2006

En cuanto a los entierros que se encuentran alejados del camino, se aprecia una zona dedicada exclusivamente a los niños. Esta se encuentra unos 10 metros más al fondo del lugar en donde se levanta el Santo Cristo y está formada por cerca de ocho tumbas agrupadas en dos hileras. Algunas de estas se encuentran decoradas con cintas de color azul y en sus lápidas ha sido tallada la imagen de la Virgen del Carmen, una de las más comunes en este lugar. Por su parte, las demás tumbas tienen lápidas o cruces que se encuentran en su mayoría hechas de loza y se extienden a lo largo del costado oriental (ver Foto Nº 9). Una gran cantidad de estas tienen pequeños nichos construidos sobre la parte superior de las lápidas, en donde se ubican figuras de la Virgen del Carmen o en algunos casos, una foto del difunto.

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Foto n° 9: Entierros en el suelo cementerio Zipaquirá

Fuente: Foto por Lukas Jaramillo, 14 de octubre de 2006.

Cabe destacar la abundancia de flores en este cementerio; tanto en los mausoleos, como en la gran mayoría de tumbas, se encuentran flores frescas y colocadas en recipientes de piedra (que por lo general estaban construidos con la lápida), botellas de vidrio o plástico, o simplemente sobre las lápidas. Asimismo, hay una gran cantidad de tumbas cuya superficie se encuentra totalmente cubierta por flores. En algunas de estas se han sembrado plantas de distintos colores con los que se forman diseños como cruces o figuras geométricas. Este cuidado sugiere la existencia de una relación muy cercana con los muertos en el cementerio de Zipaquirá pues, según lo observado durante la visita, el mantenimiento de estas tumbas y la renovación de flores son realizados por los familiares o allegados del difunto. A la salida del cementerio conversamos con María Rodríguez, una de las vendedoras de flores que trabaja en su entrada. Ella nos comentó sobre un conflicto existente entre los habitantes del pueblo y la parroquia, motivado por la subida del precio de la renovación del contrato de usufructo de los lotes del cementerio de 60 mil a 200 mil pesos. Según la señora Rodríguez, esto causaba que la gente se fuera del cementerio, algo que seguramente perjudicaría su negocio y único medio de subsistencia. Además, se preguntaba por la situación de las personas de bajos recursos, que se encontraban sin un lugar en donde enterrar sus muertos, ahora excluidos del campo santo.

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3. Visita al cementerio de Tausa La visita al cementerio de Tausa fue realizada por Juan Camilo González y Verónica Plata17 el 1º de abril en horas de la tarde. Este cementerio se encuentra ubicado en una colina al occidente de Tausa Nuevo, y se llega a él por una carretera destapada que pasa por su costado oriental. Al pasar junto al cementerio se desprende de la carretera un camino empinado que llega hasta su entrada; esta se encuentra custodiada por una gran reja de metal negro que tiene unos dos metros de alto, a cuyos costados se extiende lo que desde afuera parece ser un alto muro de cemento. Gruesos troncos de árboles muertos se elevan a lado y lado de este camino y entre ellos crecen diversas plantas, dándole algo de imponente y misterioso al recorrido hacia la entrada. A la izquierda, un cultivo de papa, cuyas hojas de color verde estaban agrupadas en hileras que se alargaban hasta el borde de la colina, mientras que al lado derecho, pedazos de madera y pequeñas plantas que crecían entre ellos. Al atravesar la puerta se aprecia una colina en la que se pueden ver varios entierros hechos en el suelo. La zona que circunda la entrada tiene piso de cemento, que se encuentra cubierto por trozos de piedra, basuras y fragmentos de lápidas. Al caminar un poco por esta área, se observa que lo que desde afuera parecía ser un muro de cemento, es en realidad la parte posterior de una serie de columbarios ubicados a lo largo del costado oriental del cementerio. También fue posible observar que el cementerio no tiene ningún muro o reja que lo delimite (ver Plano n° 3).

17 Verónica Plata es estudiante de Pregrado en Biología de la Universidad de los Andes.

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Plano n° 3: Cementerio de Tausa

Fuente: Observaciones de campo realizadas el 1 de abril de 2006.

Caminando entre las tumbas nos encontramos rodeados de cruces de madera muy viejas; algunas cubiertas de moho y en estado de descomposición avanzada y otras pintadas de blanco y con restos de lo que alguna vez fue el nombre de la persona que se encuentra allí enterrada. Entre ellas también había lápidas de piedra y algunos sarcófagos cubiertos con baldosas blancas o de color azul claro, en donde se podían leer las fechas de nacimiento y muerte, junto a las que está escrito el nombre del difunto. En esta zona también había tumbas de niños. Estas formaban una hilera y estaban hechas de piedra y pintadas de blanco, eran más pequeñas que las de los adultos, pero no tenían un espacio designado específicamente; por esta razón, sólo se pudo determinar que pertenecían a niños observando las fechas de defunción. Mientras ascendíamos a la parte más alta encontramos varias lápidas rotas y muchas otras que se habían deslizado desde lo que parecía ser su posición original. En este cementerio no hay caminos que determinen el recorrido del visitante y cada cual puede ir saltando entre las tumbas como le plazca, para pasar de un lugar a otro. Durante la visita, las tumbas que se encontraban en la parte más alta llamaron nuestra atención. En un nicho, construido para albergar cuatro tumbas, las lápidas de dos de ellas habían

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sido cubiertas con espejos (ver Foto n° 10). En una de estas se encontraban rastros de pintura de lo que seguramente fue el nombre y la fecha de defunción de quien está enterrado allí, mientras que en la otra había una imagen de Jesús pintada en colores opacos que estaban desapareciendo. Estas tumbas dominan la parte superior del cementerio y desde ellas se puede ver toda la extensión de Tausa Nuevo. Quien las observe de forma desprevenida, esperando encontrar una inscripción con el nombre de un desconocido, se encontrará de repente con una imagen de sí mismo; casi como si los muertos estuvieran observando a los vivos desde su refugio en la montaña. Foto n° 10. Detalle de tumbas con espejos en el cementerio de Tausa

Fuente: Foto por Lukas Jaramillo, 14 de octubre de 2006

Al bajar por el costado sur se observa una pequeña capilla de color blanco. En su interior se pueden ver materiales de construcción apilados por todas partes, una carreta, herramientas como palas y picos y algunas prendas de ropa esparcidas entre ellas. A algunos metros frente a la capilla se encuentra un montículo en el que al parecer se apilan desechos de distintas clases. Sin embargo, al observarlo de cerca, distinguimos pedazos de coronas de flores en descomposición, así como también ropa y algunos trozos de un ataúd de madera que se encontraban en buen estado de conservación. Al otro lado de este montículo tropezamos con un cráneo humano, un húmero parcialmente calcinado y algunos fragmentos de hueso más pequeños. Estos se encontraban sobre una acumulación de telas, madera y otros residuos quemados, entre los que había sobrevivido un zapato pequeño y un cinturón (ver Fotos n° 11 y n° 12).

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Foto n° 11: Montículo fosa común cementerio de Tausa

Fuente: Foto por Lukas Jaramillo, 14 de octubre de 2006.

Foto n° 12: Restos óseos encontrados cementerio de Tausa

Fuente: Foto por Lukas Jaramillo, 14 de octubre de 2006.

Es posible que estos despojos fueran quemados y depositados aquí, en vez de en un entierro habitual, ya que los restos de madera y ropa que se encontraron asociados a los huesos se encontraban en buen estado de conservación, lo que permite suponer que los despojos eran recientes y no fueron sacados de una tumba más antigua y

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colocados allí. En una visita posterior al cementerio18, un habitante de la población informó que es habitual disponer de los cuerpos de esta manera cuando no existe ningún familiar que reclame los restos depositados en las tumbas, pasado el período de siete años durante el que estás son alquiladas a los usuarios del cementerio.

4. Visita al cementerio de Villa de Leiva La visita al cementerio de Villa de Leiva se realizó el dos de abril en las horas de la mañana. Este está ubicado al occidente de la población, en las afueras del pueblo, unas cuadras después de donde acaban las calles empedradas (ver Plano n° 4). Rodeado de un alto muro pintado de blanco, tiene forma cuadrada. La entrada está marcada por un arco sobre el que han sido talladas las palabras “Aquí comienza la eternidad, Amén” (ver Foto nº 13); al atravesarla el visitante se encuentra con tres caminos: a la izquierda y a la derecha se pueden observar senderos que han sido cubiertos con piedras sueltas; estos siguen el contorno de los muros exteriores, los cuales a su vez están cubiertos por columbarios que rodean el costado de la entrada y los dos adyacentes. Hacia el frente se puede observar un camino de cemento que llega hasta la entrada de la capilla; desde esta hasta el muro que se encuentra detrás de ella se puede observar una franja cubierta de pasto que no se ha cortado desde hace bastante tiempo. Foto nº 13: Entrada al cementerio de Villa de Leiva

Fuente: Foto por Lukas Jaramillo, 15 de octubre de 2006.

18 Observación de campo realizada el 14 de octubre de 2006 por Juan Camilo González y Lukas Jaramillo.

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Plano n° 4: Ubicación del cementerio de Villa de Leiva

Fuente: http://www.villadeleyva.net/pueblo.htm, recuperado el 5 de Abril de 2006 y complementado con observaciones de campo realizadas el 2 de abril de 2006.

Estos caminos dividen al cementerio en cuatro zonas principales: el corredor central, en donde se ubican mausoleos y columbarios con diseños elaborados y en donde se dispone de los cuerpos de personas que han fallecido en años relativamente recientes; dos zonas cubiertas de pasto en donde se realizan entierros en el suelo, que se ubican a lado y lado de este corredor; y una zona en la que no se realiza ningún entierro, que comienza desde el lugar en que se encuentra la capilla y llega hasta el muro del costado norte (ver Plano n° 5).

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Plano n° 5: Cementerio de Villa de Leiva

Fuente: Observaciones de campo realizadas el 2 de abril de 2006

Al parecer la zona del corredor central es de construcción más reciente que el resto de las edificaciones. Esto se puede inferir al observar que a lo largo del camino de cemento se ven varias lápidas que quedaron integradas al camino, sin que los cadáveres fueran exhumados para su construcción. Asimismo, como se pudo observar en los cementerios visitados, casi todos los entierros en el suelo tienen fechas más antiguas que las que se encuentran en las lápidas de los columbarios, y las lápidas que se encuentran en este camino no son la excepción. Por otra parte, la construcción de los caminos está estrechamente relacionada con la disposición de los mausoleos y columbarios de todo el cementerio. Las zonas verdes en las que se encuentran los entierros en el suelo están por fuera del recorrido de los caminos y, en general, las lápidas de los columbarios se encuentran dispuestas a manera de exhibición, de forma que parecieran ocupar un lugar más prominente que las demás tumbas. Por último, los espacios de estas estructuras están numerados y han sido adjudicados a familias que los han comprado para depositar allí a sus muertos. Así, a lo largo del recorrido por los caminos se observan varios avisos que indican que esa zona es propiedad privada de una u otra familia.

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En cuanto a los diseños de las lápidas, había dos imágenes que eran reproducidas en la mayoría de ellas: la del Divino Niño y la de la Virgen del Carmen. Estas por lo general eran de color blanco y estaban talladas en la lápida, casi siempre acompañadas del nombre del difunto y las fechas de su nacimiento y muerte. Algunas otras tenían diseños personalizados, como por ejemplo el rostro del difunto tallado en mármol y pintado utilizando dos tintas (negra y blanca) o fósiles con forma de caracol colocados en la parte superior. La tumba de “Benjamín Enrique A. Ojeda”, por ejemplo, mostraba un escudo familiar pintado en color, en el que se distinguía el diseño de una torre y siete estrellas junto a la inscripción: “Aquí reposan los restos del maestro heraldista” (ver Foto n° 14). Foto n° 14: Lápida de Benjamín Enrique A. Ojeda en el cementerio de Villa de Leiva

Fuente: Foto por Lukas Jaramillo, 15 de octubre de 2006

Los entierros realizados en el suelo, por su parte, están casi todos marcados por una cruz de madera o de metal en las que se inscribe el nombre del difunto y su fecha de defunción. Otros, sin embargo, han sido señalados con un árbol, en el que se coloca una placa con el nombre y la fecha de defunción de la persona que se encuentra enterrada allí. De forma similar, una figura de piedra que representa el tronco de un árbol sin ramas también ha sido colocada encima de varias tumbas y mausoleos del cementerio. En esta misma zona se observan otros diseños particulares; se destacan principalmente dos columnas de piedra de cerca de dos metros de alto, que señalan el lugar en donde fueron enterrados la “Señora Rosa de Jiménez (1899)”, “Rosita de Rodríguez (1910)” y “Joaquín Jiménez (1987)”; son de color ocre, tienen decoraciones talladas en su base y la que marca el lugar de entierro de Joaquín Jiménez tiene una cruz de piedra colocada en la parte superior.

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Cabe resaltar que el uso de flores no es muy popular en este cementerio, pues mientras se pueden observar plantadas sobre las tumbas que se han construido en el suelo, pocas de las lápidas de los columbarios las tienen. Sin embargo, algunas tumbas, como la de “Juvenal Espitia”, ubicada al lado derecho del camino central, tienen arreglos elaborados con flores sintéticas, hechas de tela y plástico. Asimismo, algunos de los mausoleos más lujosos tienen en su interior grandes jarrones que albergan flores de todo tipo acompañadas de portarretratos con imágenes del difunto. Por último, la capilla del cementerio es una construcción de ladrillo de unos 4 metros de alto (ver Foto n° 15), en cuyo interior se pueden observar dos hileras de sillas de color verde, que miran hacia un altar pequeño de piedra. Detrás de este, sobre una repisa en la pared, se encuentra una imagen del Divino Niño en el lugar en donde usualmente se encuentra una reproducción de la crucifixión. La zona en donde se encuentra esta capilla parece estar en desuso. Hay algunos desechos de construcción acumulados en la parte posterior de esta, además de uno que otro montículo de basura entre el pasto que crece sin control. Hacia el costado izquierdo se puede observar un depósito de desechos, en el que se encuentran rastros de coronas de flores que han sido quemadas. Foto n° 15: Capilla del cementerio de Villa de Leiva

Fuente: Foto por Lukas Jaramillo, 15 de octubre de 2006

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5. Visita al cementerio de Ráquira La visita al cementerio de Ráquira se realizó el 2 de mayo en las horas de la tarde. El cementerio se encuentra sobre una colina que está junto a la carretera por la que se entra a la población. A su alrededor se pueden observar casas particulares y algunas tiendas, una fábrica de ladrillos y otra de ollas de cerámica. Estas edificaciones están separadas del cementerio por un muro de ladrillo en el que se aprecian dos entradas: la principal, con un arco y una reja de metal de color blanco, y la puerta “trasera” a la que se accede subiendo por un sendero que avanza entre las casas hasta llegar a una pequeña puerta de metal. La parte más alta no tiene muro, pero está demarcada por el río Ráquira, que lo circunda y baja entre las casas hasta el pueblo (ver Plano n° 6). Plano n° 6: Cementerio de Ráquira

Fuente: Observaciones de campo realizadas el dos de abril de 2006

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Entramos por la puerta trasera (ver Foto n° 16) y lo primero que notamos fue un olor penetrante que no se puede describir más que como “olor a muerto”. Era una especie de hedor a humedad, mezclado con la pestilencia que produce la basura en descomposición, que invadía todo el sitio. Varias gallinas caminaban entre las tumbas y se revolcaban entre ellas, contribuyendo con el aroma de sus excretas a este “paisaje nasal” que se movía entre los recodos del cementerio. Sin embargo, pasados unos minutos la nariz se acostumbra y la fetidez se hace invisible, lo que permite concentrarse de nuevo en las tumbas y mausoleos. Foto n° 16: La entrada trasera del cementerio de Ráquira

Fuente: Foto por Lukas Jaramillo, 15 de octubre de 2006.

Este cementerio tiene aspecto desértico, cubierto de tierra rojiza y amarillenta, con pequeños oasis de pasto seco creciendo entre algunas tumbas, así como también uno que otro cactus. Sin embargo, hay unos cuantos árboles viejos que proyectan su sombra sobre las tumbas que se agrupan junto a sus raíces, y a la orilla del río crecen abundantes matorrales que dificultan ver el curso del agua, que sólo es perceptible por su sonido. En general, no se usan demasiadas flores, aunque sus tallos secos se encuentran entre algunas tumbas. En cambio, son bastante comunes las flores sintéticas, algunas de las cuales forman arreglos elaborados, en cuyos pétalos se han colocado gotas de goma transparente que pretenden simular gotas de rocío. En el costado en que se ubica la puerta trasera se encuentra una fila de columbarios de unos dos metros de alto. Casi todos están pintados de colores azul o verde claros, y en muchos de ellos no se ha colocado una lápida, sino que simplemente se ha

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cerrado el nicho en donde se deposita el cuerpo con una pared de cemento sobre la que algún familiar escribió una frase a mano. Es bastante común la inscripción “Testimonio de amor y entrega” acompañada del nombre del difunto. Junto a estos columbarios se encuentra un depósito de basuras, formado casi en su totalidad por pedazos de plástico, botes de pintura, botellas vacías y una gran cantidad de trozos de cerámica. Al otro extremo de dicho depósito, justo en frente de la puerta trasera, se hallan ubicadas las tumbas de los niños; son cerca de siete colocadas una muy cerca de la otra. Todas son entierros en el suelo, en cuyas lápidas está tallada la figura de un ángel con aspecto infantil. Predomina el color rosado en las letras de las inscripciones y son abundantes las cintas y los arreglos de flores sintéticas. Desde aquí se puede observar un sendero que sube hacia la parte más alta; sin embargo, no existe nada parecido a un camino, excepto por una pequeña sección de cemento que se extiende alrededor de la entrada principal. Al subir por este sendero salta a la vista que la gran mayoría de entierros que se encuentran en la parte baja de la colina están marcados por cruces de madera y piedra; algunas se encuentran en avanzado estado de descomposición y se puede observar una que está hecha solamente con dos tubos de plástico. En la parte más alta, por el contrario, predominan los mausoleos y una que otra galería de tumbas (ver Foto nº 17). También existen varios monumentos de piedra con formas más elaboradas, entre los que se puede identificar el diseño de un árbol sin ramas idéntico al observado en Villa de Leiva. Resulta muy interesante la tumba de “Nicacia C. de Reyes”, fallecida en 1906; está construida con ladrillos rojos, que dan forma a una chimenea de cerca de un metro y medio de alto. En lo que sería el fogón de la chimenea se había depositado un mantel tejido de color blanco, este estaba enrollado formando una pelota y parecía llevar allí bastante tiempo, al haber acumulado una gran cantidad polvo y tierra.

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Foto n° 17: Mausoleo del sector medio del cementerio de Ráquira

Fuente: Foto por Lukas Jaramillo, 15 de octubre de 2006

Al subir a las partes más altas del cementerio se comienza a observar una gran cantidad de recipientes de cerámica colocados sobre la mayoría de tumbas. Casi todos los recipientes están vacíos, pero en algunos se pueden encontrar flores secas o acumulaciones de tierra. La figura n° 3 muestra los diseños que se pudieron identificar durante la visita: Figura n° 3: Diseños de los recipientes de cerámica en el Cementerio de Ráquira

Fuente: Observaciones de campo realizadas el 2 de abril de 2006

Los diseños como el del modelo número 1 y el número 4 son pintados con color negro sobre el color rojizo de la cerámica. Los de los modelos 2 y 5, por su parte, se hicieron realizando incisiones sobre la arcilla antes de la cocción. El modelo número 2 es el de uso más común.

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En este mismo sitio comienzan a aparecer algunas vasijas más elaboradas que, sin embargo, están basadas en estos mismos diseños básicos. Un ejemplo es la tumba de Bárbara Nova, fallecida en 1997, en donde se observan dos recipientes con la forma del modelo 2, pero que fueron pintados con colores azul y verde para crear diseños de flores intrincados. En ambos recipientes se lee “Recuerdos Bárbara Nova Oct. 5/97”. En esta zona también aparecen varios mausoleos. Se destaca uno que imita una casa de campo, pintado de blanco y cubierto con tejas de ladrillo, tiene atrio de baldosa roja y columnas de madera que sostienen un techo de tejas, del que cuelgan dos lámparas de barro de color rojizo. Por último, resulta interesante el efecto de la cercanía de las casas del pueblo con el cementerio. Durante el recorrido se podían escuchar las voces de los vecinos discutiendo en su hogar, así como también algunas tonadas de reggaeton que volaban a todo volumen a través del lugar. La fuente de estos sonidos es, sin embargo, invisible; desde el interior, el muro y los matorrales impiden observar las construcciones vecinas.

6. Análisis comparativo Ante todo es necesario aclarar que un cementerio no es un universo autocontenido que funcione de manera separada del contexto social en que se encuentra. Las actividades económicas y complejidades sociales propias de cada pueblo se encuentran manifestadas en parte en este espacio. Así, más que ser un lugar exclusivamente dedicado a los muertos, el cementerio es también un reflejo del mundo de los vivos. De esta manera, se puede observar que el uso de la cerámica es fundamental en el cementerio de Ráquira, un pueblo en donde la producción relacionada con este material es parte muy importante de la economía. De la misma forma, es muy clara la marcada importancia del clero en el cementerio de Bojacá, manifestada no sólo en la majestuosidad de sus tumbas con respecto a las demás, sino también en el control que mantiene el párroco sobre el cementerio. Esto, a su vez, se relaciona con el rol del pueblo como centro de peregrinación, en donde la figura de la Virgen de la Salud y los lazos sociales formados en torno a su significado hacen parte fundamental de la vida de los habitantes de la población. Por su parte, el uso de fósiles para decorar algunas tumbas en el cementerio de Villa de Leiva insinúa una construcción de la identidad individual con relación al contexto geográfico local; en este caso, se toma un objeto que existe como resultado de procesos que no están relacionados con el ser humano y se reinterpreta en términos de pertenencia a un territorio particular.

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En cuanto a las relaciones espaciales existentes en los cementerios, resulta importante resaltar la disposición de los caminos que guían el recorrido de los visitantes. Se puede percibir una intención de resaltar los mausoleos y tumbas más elaborados en cementerios como el de Zipaquirá o Villa de Leiva, ubicándolos junto al camino principal. De manera similar, también resulta interesante que tanto en Bojacá como en Zipaquirá y en Villa de Leiva, este camino marque un recorrido que comienza en la entrada principal del cementerio y termina en la capilla. Es posible que esta disposición tenga la función utilitaria de guiar al cortejo fúnebre hasta los lugares específicos donde se llevan a cabo sus ritos. Sin embargo, el camino principal viene a funcionar como una manifestación del discurso oficial en el cementerio. Así, el trazado del camino define los puntos que, por asociación con su función práctica, son considerados más importantes y dignos de recordar; por lo que en su forma física se puede leer la intención de darle mayor importancia a los grupos sociales más privilegiados de cada pueblo. La ausencia de estos caminos en los cementerios de Tausa y Ráquira indica la existencia de un ordenamiento que se estructura de manera diferente al de las demás poblaciones visitadas. En el cementerio de Ráquira se puede identificar una clasificación de las tumbas definida por el nivel en que se encuentran: las tumbas de la parte más baja del cementerio las que están hechas con materiales menos costosos y las tumbas más elaboradas, las de las partes más altas. El cementerio de Tausa, por su parte, se divide en dos grandes secciones: la de la entrada, demarcada por el piso de cemento y los entierros en columbarios con fechas recientes, y la de la colina, definida por los entierros en el suelo con cruces descompuestas y fechas más antiguas. Aquí encontramos una división que presumiblemente se encuentra estructurada con relación al nivel socio-económico, para el caso de Ráquira, y una división definida por los cambios a lo largo del tiempo en las prácticas de entierro, en el caso de Tausa. Por otro lado, resulta claro que todos los cementerios visitados se hallan divididos en zonas que cumplen funciones distintas o que se diferencian por los tipos de entierros realizados en ellas. De esta manera, durante las diferentes visitas fue posible identificar zonas destinadas al entierro de niños, zonas destinadas a la construcción de columbarios y zonas dedicadas a sectores específicos de la población, como en el caso de las tumbas del clero en el cementerio de Bojacá. Asimismo, también fue posible observar zonas de los cementerios que eran utilizadas con fines distintos a los que se pretendía que cumplieran cuando fueron diseñadas, como por ejemplo la zona de depósito de desechos que también funciona como fosa común en Tausa y las capillas usadas como almacenes en Tausa y en Zipaquirá. Aquí es importante resaltar que estas disposiciones no obedecen estrictamente a intenciones y categorías culturales, sino que estas también

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se encuentran relacionadas con las condiciones físicas del terreno. La construcción del cementerio de Zipaquirá es un claro ejemplo de esto, con estructuras que son distintas en las zonas de baja pendiente, semi-planicie o alta pendiente. Dentro de esta organización espacial general, es posible identificar evidencias de divisiones sociales, y de distintas concepciones y actitudes hacia la muerte relacionadas con estas. Los diferentes tipos de tumbas identificados en los cementerios proporcionan algunas pistas sobre estas relaciones. En primer lugar, en todos los cementerios observados encontramos entierros en el suelo, marcados por una cruz de madera u otros materiales. Eugenia Villa, en su trabajo sobre los cementerios del altiplano cundiboyacense, que incluyó visitas al cementerio de Zipaquirá y Villa de Leiva, identifica estos entierros como parte de la religiosidad campesina tradicional: “La muerte para estas poblaciones del agro es algo más que un fin corporal: Significa el regreso a la tierra, o la reintegración al mundo del cosmos de donde vinieron y del cual se sienten parte esencial. Aún hoy en día en estas poblaciones se conserva la práctica de enterrar los cuerpos de sus muertos en el suelo, cubiertos por un montículo de tierra del que sobresale una cruz de madera como símbolo de la religión cristiana”19.

Estos entierros estaban ubicados en una zona separada en los cementerios visitados; casi siempre en un área de menor preeminencia en comparación con aquella en la que se ubicaban los mausoleos y columbarios. Su estado general de descuido, en los cementerios observados, se puede relacionar con el fenómeno del abandono de los entierros en el suelo para privilegiar otros métodos de disposición de los cadáveres, que se han desarrollado en el país durante las últimas décadas del siglo XX20. Los mausoleos, por su parte, también se encontraron presentes en todos los cementerios visitados. En las inscripciones observadas en ellos se le da mayor notoriedad al apellido de la familia que lo construye, que a los nombres de los individuos que han sido enterrados en su interior. Así, casi siempre los mausoleos llevaban una inscripción del apellido de la familia en su parte superior, en donde los visitantes del cementerio lo pueden observar fácilmente. Para identificar los nombres de las personas que se encuentran enterradas allí, por el contrario, es necesario asomarse a través de los ventanales y leer las inscripciones de cada difunto. 19 VILLA, Eugenia, op. cit., pp. 75-76. 20 VILLA, Eugenia, “Creencias y prácticas del morir, cambios en los ritos fúnebres de la vida contemporánea”, en Credencial Historia, No. 155, Bogotá, Credencial y Publicaciones Periódicas Ltda., noviembre de 2002, pp. 10-12.

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Los columbarios, en cambio, tienden a ser más anónimos, con modelos de lápidas similares que se extienden a lo largo de todas las galerías en las que se ubican. El cementerio de Villa de Leiva es la excepción, pues en él abundan las lápidas personalizadas con la imagen del difunto u otros diseños particulares. En los cementerios de Tausa, Ráquira y Zipaquirá se identifica esta tendencia con la homogeneidad, pero con algunas variaciones locales, como los colores pastel en Ráquira y los arreglos florales en Zipaquirá. Por otra parte, se encontraron distintos monumentos en todos los cementerios visitados. Existen variaciones muy particulares en cada uno y la única figura que se repitió fue la del árbol sin ramas en el cementerio de Villa de Leiva y en el de Ráquira. Algunos cumplen funciones mágico-religiosas, como el Santo Cristo de Zipaquirá, al que se le ofrecen oraciones, velas y placas conmemorativas para que interceda en la realidad cotidiana de las personas y les facilite encontrar trabajo y solucionar problemas. Otros monumentos tendrían una intención más relacionada con el individuo que ha sido enterrado junto a ellos y reflejarían una actitud de negación de la muerte. Así, la figura de un árbol se podría interpretar como una representación de la continuidad de la vida del finado, al convertir a la muerte de este en una “semilla” a partir de la cual la vida puede proseguir en la forma de un árbol simbólico. En cuanto a las prácticas que se desarrollan habitualmente en el cementerio resulta importante destacar el uso de flores en las tumbas. A pesar de sus variaciones locales, esta práctica es común a todos los cementerios visitados, particularmente difundida en el de Zipaquirá. En el caso de este cementerio las flores son colocadas directamente sobre al tumba y renovadas de manera periódica. Lo supone un contacto constante con los artefactos creados para mantener la memoria de la persona que ha muerto (a saber, la tumba) y la continuidad de los lazos familiares o de amistad que se tienen con esta más allá de la muerte. Aunque difícilmente podríamos dar una explicación comprensiva de este fenómeno a partir de nuestras visitas, el trabajo de Jack Goody y Cesare Poppi realizado en cementerios italianos y anglosajones podría proporcionar algunas pistas para interpretarlo. Durante su investigación, estos autores encontraron que en los cementerios católicos italianos realizar una visita a la semana para dejar flores frescas en las tumbas de los seres queridos es una obligación moral. En esta relación con los muertos se reafirman los lazos familiares y el sentimiento de pertenencia a una línea de descendencia, de manera que hay una constante comunicación con los difuntos: “La comunicación con los muertos es a veces pensada en términos de un convivium

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en el que las flores frescas actúan como la comida metafórica”21. En los demás cementerios visitados el uso de flores también es común, pero estas no son renovadas de manera tan constante como en Zipaquirá. En cambio, es más frecuente encontrar flores sintéticas en el cementerio de Ráquira y el de Villa de Leiva, lo que podría ser entendido como una convención decorativa. Por otra parte, la existencia de prácticas mágico-religiosas en Zipaquirá, como las ofrendas al Santo Cristo, hacen pensar en el cementerio como un espacio de comunicación con el mundo sobrenatural. Nos encontramos aquí frente a un régimen de intercambio en el que las velas, flores y placas de agradecimiento son canjeadas por la intervención de la deidad o del santo en la vida cotidiana de los visitantes del cementerio. Sobre esta base el cementerio se puede pensar como un espacio liminal; un punto en el que la frontera entre el mundo de los muertos y el de los vivos es borrosa, permitiendo la conexión entre los dos gracias a la manifestación de lo sagrado en un lugar específico22. Es de resaltar que los cementerios de Tausa, Ráquira y Villa de Leiva permanecieron vacíos al momento de nuestra observación. La frecuencia de las visitas al cementerio de los habitantes de cada pueblo requiere de un seguimiento más detallado que el realizado; sin embargo, otros estudios han podido establecer que en fechas específicas, como el día de la madre o algunas festividades religiosas, aumenta el número de visitantes a los cementerios23. De cualquier forma, en principio parecería que en el cementerio de Zipaquirá las visitas son más constantes, así como la actitud de la gente hacia quienes visitábamos el sitio fue muy abierta y cordial, hasta el punto de que una de las vendedoras de flores nos preguntó entre bromas si estábamos allí para filmar una novela. En Bojacá, en cambio, nos encontramos con el rechazo del sepulturero y una actitud un poco más solemne por parte de las demás personas que se encontraban allí, lo que nos hizo hablar en voz baja mientras estábamos dentro de los muros del cementerio. Asimismo, cabe mencionar que alrededor de los cementerios visitados se realiza una gran cantidad de actividades que hacen parte su “paisaje”24. Tanto en Ráquira como en 21 Traducción del inglés: “Communication with the dead is sometimes thought of in terms of a convivium in which fresh

flowers act as the metaphorical food”. GOODY, Jack y POPPI, Cesare, “Flowers and bones: Approaches to the dead in Anglo-american and Italian cemeteries”, en Comparative studies in society and history, Vol. 36, No. 1, Cambridge, Cambridge University Press, enero de 1994, p. 151. 22 ELIADE, Mircea, The sacred and the profane, the nature of religion, Nueva York, Harcourt Inc., 1959, p. 36.

23 VILLA, Eugenia, “Creencias...”, op. cit. 24 Entendiendo el paisaje como una forma particular de ver que tiene su propia historia y sus propias técnicas de expresión. Ver COSGROVE, Denis, Social formation and symbolic landscape, Madison, University of Wisconsin Press, 1984, p. 1.

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Zipaquirá encontramos viviendas adyacentes al sitio del camposanto, desde el cual era posible oír la música que se escuchaba en estas. En Zipaquirá también había tiendas en los alrededores del cementerio, en las que los habitantes del pueblo consumían cerveza y realizaban labores cotidianas, así como el “Rumbiadero” en el que la fiesta había comenzado desde temprano. En el caso de Bojacá, Tausa y Villa de Leiva, el cementerio se encuentra relativamente aislado de cada población, pero aún así se podían observar viviendas, colegios y cultivos en sus alrededores. Con todo, una de las impresiones más importantes que se derivan de nuestras observaciones es que el espacio de los muertos no se encuentra separado del mundo de los vivos. Su organización espacial está sujeta al contexto cultural en que se encuentra el cementerio, y este se convierte, así, en un escenario en el que se reflejan las diferencias sociales particulares a cada pueblo. Las personas viven con los muertos en una relación que varía entre la simple cercanía de sus sitios de residencia o trabajo con el cementerio y las visitas constantes a sus tumbas. Lo anterior permite pensar en el cementerio como un espacio liminal, que se puede entender en dos sentidos. En primer lugar, como un punto de encuentro entre el mundo de los vivos y de los muertos, en el que se manifiesta una continuidad entre los dos. Esta puede llegar a manifestarse en la existencia de una circulación de favores en la que la deidad es influenciada por las ofrendas de los vivos, para que interceda en los problemas cotidianos de estos últimos. En segundo lugar, como un espacio de negación de la muerte, en el que la pérdida permanente de un ser querido es afrontada con la construcción de un objeto (la tumba), que representa lo que esa persona significaba en vida para sus allegados y funciona como un nuevo referente físico de su existencia. Por último, hay que recordar que el cementerio también tiene la capacidad de producir memoria colectiva y, por lo tanto su organización espacial se encuentra atravesada por distintas relaciones de poder. Así, es posible observar como se privilegia el recuerdo de los grupos sociales que ostentan mayor prestigio social o poder económico, por lo general ubicando sus tumbas en zonas privilegiadas del cementerio como el camino central. Este proceso se puede entender como una puesta en escena del espacio del cementerio, que sirve de trasfondo a las prácticas que se desarrollan en él. Debemos recordar, sin embargo, que estas prácticas se caracterizan por el conflicto, como muestra el hecho de que los habitantes menos privilegiados de cada población hayan encontrado la manera de apropiarse del espacio del cementerio sin necesidad de imitar a los sectores más ricos.

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“Topografía de la confluencia del Nare y Magdale, de la de Samaná y Rio-negro, y la angostura de Carare con el plano de los fuertes q[u]e deben formarse, para cubrir el alto Magdalena; p[or] F[rancisco] J[osé] de Caldas, Coron[el] de Yng[eniero]s S[an]afe y Noviemb[r]e 1° de 815” Archivo Cartográfico y de Estudios Geográficos del Centro Geográfico del Ejército, Ministerio de Defensa (Madrid, España), Cartografía Iberoamericana. Signatura: X.SG-J-7-3-148. NIETO OLARTE, Mauricio, La obra cartográfica de Francis co José de Caldas, Bogotá, Universidad de los Andes - Academia Colombiana de Historia - Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, 2006, p. 182.


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La crítica de arte en Colombia: los primeros años Resumen El artículo explora algunos de los ejemplos iniciales de la crítica de arte en Colombia. Rastrea los rasgos más relevantes en términos de lenguaje, y muestra que en el nacimiento de la crítica en Colombia a partir de la segunda mitad del siglo XIX se estableció un procedimiento corriente en los críticos. A partir de la reconstrucción de las polémicas de 1886 y 1899, indica que los críticos de arte trabajaban desde un horizonte de expectativas compartido, que enmudeció frente a las primeras obras modernas presentadas en el país por Andrés de Santa María y sostiene la tesis de que los críticos se vieron forzados a ampliar su horizonte de expectativas para poder leer este tipo de obras. Si bien este proceso fue gradual, indica la necesidad de revaluar el ejercicio de la crítica en esa época, que ha sido juzgado como superficial y anecdótico y por lo tanto, como carente de intereses. En este artículo se toma el partido contrario y se defiende la necesidad de releer adecuadamente los antecesores en la tradición de la crítica, con el fin de evitar lecturas precipitadas y errores en la percepción de nuestra historia. Palabras claves: Crítica de arte, arte colombiano, estética de la recepción.

Art criticism in Colombia: the early years Abstract This article explores some of the first examples of art criticism in Colombia. It traces the most relevant linguistic characteristics of art criticism, and shows that, in the second half of the 19th century, Colombia’s first critics established a standard procedure by which to critique art. By reconstructing the polemics of 1886 and 1899, the article suggests that art critics shared a set of expectations about art that were silenced when Andrés de Santa María organized, for the first time in the country, an exhibition of modern work. The article’s thesis is that critics were forced to broaden their understanding of art in order to read this new type of work. Even if this process was gradual, it points to the need to reevaluate how criticism was practiced at the time, since it has been judged as superficial and anecdotal, and therefore, of little interest. This article takes the opposing position, arguing for the need to reexamine the roots of the tradition of art criticism in Colombia in order to avoid hasty readings and erroneous perceptions of our history. Keywords: Art criticism, Colombian art, aesthetic reception. Artículo recibido el 5 de septiembre de 2005 y aprobado el 2 de febrero de 2006.

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Una imagen ingenua pero extendida acerca de la crítica de arte en Colombia ubica su origen recién en la segunda mitad del siglo XX. En este, como en otros casos, se trata del desconocimiento de nuestro pasado cultural. La crítica de las artes plásticas en Colombia nace y se prolonga en la segunda mitad del siglo XIX, principalmente en Bogotá, aunque también presenta a finales de siglo algunos desarrollos en Medellín . Sin embargo, en los primeros intentos de historiar la crítica de arte en nuestro país se tildó como “anecdóticos” o “curiosos” a algunos de los escritos del siglo XIX, reservando, así, una mejor calificación para posteriores desarrollos . Quizás sea tiempo de revisar este criterio. El presente escrito se ocupa de la reconstrucción de algunos momentos relevantes del M Este artículo es resultado del proyecto de investigación “Cien años de crítica de arte en Colombia: el caso Andrés de Santa María”, cofinanciada por COLCIENCIAS y la Universidad del Rosario. Una versión anterior fue publicada como Los orígenes de la crítica de arte en Colombia, Reportes de Investigación Escuela de Ciencias Humanas, No. 66, Bogotá, Universidad del Rosario, 2005. Q Profesor Asistente, Escuela de Ciencias Humanas, Universidad del Rosario, Miembro del Grupo de Investigación “Estudios sobre Identidad”. 1 Aparte de los artículos en los periódicos regionales, Francisco Antonio Cano (1865-1935) y Marco Tobón Mejía (1876-1933) fundan en Medellín la revista “Literatura y Arte” (1903-1906), en la que publicarán algunos artículos de crítica de arte (entre otros el artículo en que Cano se refiere a la pintura de Andrés de Santa María (1860-1945), en el número 1 de la publicación). 2 Es el caso de GIRALDO JARAMILLO, Gabriel, Notas y documentos sobre el arte en Colombia, Bogotá, A.B.C., 1954, especialmente en el artículo “La crítica arte en el siglo XIX”, pp. 262-267.

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nacimiento de la crítica de arte en las publicaciones bogotanas de la segunda mitad del siglo XIX. Se trata de indicar la forma como nace la crítica de las artes visuales en nuestro país, rastreando algunos de los elementos que la conformaron. Este tipo de ejercicios no es meramente arqueológico; tiene relevancia a la hora de juzgar la tarea y el valor de la crítica de arte en el tiempo presente. En efecto, en el estado actual de la crítica de arte, cuando parece ser reemplazada por otras instituciones de mediación (la curaduría o el discurso del mismo artista sobre su obra), se hace necesario reconstruir las condiciones de origen de una actividad largo tiempo desatendida. La tarea y función del crítico de arte en Colombia se forjó a la par de las demás actividades culturales en nuestro país: lentamente, primero por sujetos ilustrados no especialistas y bien entrado el siglo XX, por especialistas. Un vistazo a las condiciones iniciales nos permite por una parte aclarar las condiciones de origen de la práctica crítica y, por otra parte, mostrar que la crítica de arte en Colombia tiene una historia en la que ha habido saltos entre tradiciones, malos entendidos e interesantes discusiones que acompañaron el nacimiento y consolidación del arte nacional en sus diferentes etapas. El orden de presentación es el siguiente: introduciré la noción de “crítica de arte” que se empleará a lo largo del escrito, indicando las diversas tradiciones y los escritos más frecuentes en los que podemos clasificar la actividad; luego, indicaré que el estilo de las reconstrucciones de la historia de la crítica en Colombia previamente realizadas puede ser complementado con algunos aspectos de teorías recientes, presentaré la forma en que, en la segunda mitad del siglo XIX, el ejercicio de la crítica de arte adquirió un procedimiento estándar que se ajustaba al arte académico que se producía en Colombia. Por último, mostraré que ese procedimiento se quebró cuando se vio enfrentado a las obras de Andrés de Santa María y; así mismo, que la crítica enmudeció frente a la novedad, mientras ampliaba su horizonte de expectativas para que las obras pudieran ser leídas por los críticos.

1. Acerca de la crítica de arte Por una parte, se entiende por crítica de arte la producción de todo tipo de escritos reflexivos acerca del arte, desde la historia del arte hasta la estética . Su origen se ubica acorde con el de la filosofía en Grecia, y las dos disciplinas presentan aproximadamente los mismos desarrollos. Es la definición en sentido amplio. En este sentido emplean el término VENTURI, Lionello, Historia de la crítica de arte, Barcelona, Gustavo Gili, 1979 y BENJAMIN, Walter, El concepto de crítica de arte en el romanticismo alemán, Barcelona, Península, 1988.

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La crítica de arte, en una tradición más “moderna”; hace referencia tan sólo a escritos publicados en medios de comunicación especializados o generales, en los que se evalúa una obra, un conjunto de obras, un artista, un grupo de artistas, un salón, etc.; en general, cualquier tipo de evento relacionado con el “mundo del arte”. Esta tradición ubica el origen de la disciplina en la modernidad, es la definición en sentido restringido . Por razones metodológicas, en lo sucesivo entiendo por crítica de arte una actividad que alguien, en cuanto conocedor, ejercita en medios de comunicación por medio de escritos, que tienen como función central evaluar, interpretar y ubicar en tradiciones obras de arte o artistas. Esa actividad, como tal, es “abstracta” o mental. Lo que de ella recogemos son los frutos: los escritos críticos. Llamo escrito crítico a un trabajo publicado en un medio especializado, escrito en un estilo reconocible como perteneciente al autor , que tiene por objeto analizar acontecimientos relacionados con el mundo del arte . En esta definición, “analizar” es una función amplia que recoge los distintos objetivos de la actividad . Los escritos críticos se presentan al menos en tres niveles. El primer nivel es el del escrito crítico informativo; se trata de una reseña o noticia acerca de un acontecimiento del En CALABRESE, Omar, Cómo se lee una obra de arte, Madrid, Cátedra, 1993, se indica este doble sentido de las definiciones de “crítica de arte”. La diferencia entre crítica como actividad y escrito crítico como producto es relevante. A cada una le corresponde una teoría particular. Por una parte, una teoría acerca de la crítica de arte que es uno de los momentos de la teoría estética. Por otra parte, hay una teoría del texto crítico que difiere de la anterior en que se analizan enunciados o discursos, no formas de pensar o de juzgar. En este escrito combinaré ambas estrategias teóricas: emplearé momentos reconocibles en una tradición teórica que permite leer al crítico como lector (la estética de la recepción) y emplearé fragmentos de críticas producidas en los primeros años como indicadores de la forma como se producen enunciados en un período histórico determinado. Me refiero al “estilo” como reconocible, debido a que una de las posibilidades fuertes de interpretación de la crítica es la de pensar el mismo texto crítico como un género de escritura. Esta definición no obsta los múltiples problemas y posibilidades de tratamiento de la crítica de arte, los siguientes autores se ocupan de los problemas más relevantes que tiene el enfrentarse con este objeto de estudio: ACHA, Juan, Crítica del arte: teoría y práctica, México, Trillas, 1992; GUÉDEZ, Víctor, “Fundamentos teóricos y metodológicos de la crítica de arte”, en Revista del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, Vol. 80, No. 538, Bogotá, abril-junio de 1987, pp. 38-47; GONZÁLEZ, Alberto, “En torno a la crítica de arte”, en Revista de extensión cultural, No. 32 y 33, Medellín, diciembre de 1994, pp. 15-25 y CALVO SERRALLER, Francisco, “La crítica de arte”, en Los espectáculos del arte, Barcelona, Tusquets, 1993, pp. 13-74. Al hacer un análisis de los objetivos del texto crítico, ACHA, Juan, op. cit., p. 94, caracteriza cuatro operaciones: informar, describir, cualificar, argumentar. GUÉDEZ, Víctor, op. cit., p. 43, ubica, en lo que denomina “punto de vista nominativo”: apreciar, analizar, comparar, diferenciar, estudiar, evaluar y juzgar. Reúno todas estas operaciones en “analizar” por razones de espacio.

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arte, cuyo objetivo es poner en conocimiento del público lector la realización de una actividad. En este tipo de escritos eventualmente se realizan evaluaciones débiles acerca de las obras que se reseñan. Está presente en diarios y revistas no especializadas. Al ser básicamente informativo, el número de metáforas en este tipo de textos es reducido. El segundo nivel es el del artículo evaluativo; el contenido informativo es secundario, se trata en este caso de escritos que “ilustran” o “forman” la experiencia estética. En ellos el crítico busca orientar la percepción de las obras. Las evaluaciones que se realizan comportan el empleo de términos evaluadores fuertes. Este es ya un ejemplo de la crítica de arte; el lenguaje empleado contiene generalmente una gran cantidad de metáforas. La razón de esto es sencilla: las obras de arte manifiestan su contenido a través de la forma, la crítica transpone en lenguaje las imágenes. El vehículo de esta transposición suele ser la metáfora. Tal tipo de escritos circula en revistas especializadas. El tercer nivel es el del ensayo crítico. Se trata de la monografía razonada acerca de un autor, obra o grupo de obras. Generalmente se publica en forma de libro, de ensayo para los catálogos razonados, o de artículo largo en revista especializada. El lenguaje del crítico en este nivel emplea los evaluadores fuertes; su consecuencia es que el evaluador requiere de un principio clasificatorio último que, al ser aplicado a una obra, permite decir de esta que es “buena” o “mala”. En este escrito, el tercer nivel se considera como el caso típico del texto crítico en sentido fuerte; los dos niveles anteriores los caracterizaré como críticas en sentido débil. En los orígenes de la crítica de arte en Colombia encontramos los tres tipos de textos. Estos son independientes de los autores, pueden responder a necesidades editoriales distintas; es el caso de un autor que en un texto informa acerca de la realización de una exposición (sentido “débil”) y en otro escrito comenta y evalúa la calidad de la misma (sentido “fuerte”). Privilegiaré los denominados “fuertes” en mi análisis debido a que, al estar referidos a marcos teóricos, permiten establecer su consistencia, coherencia y pertinencia tanto frente a la(s) obra(s) analizada(s) como a las tradiciones teóricas en las que se inscriben10. Los términos “evaluadores fuertes” y “evaluadores débiles” son intuitivamente comprensibles. Siguiendo a Dickie, se puede afirmar que hay sólo dos evaluadores fuertes: “bueno” y “malo”, y todos los términos con carga semántica similar. Los otros calificativos, que no implican un juicio valorativo último, son débiles. En este texto se emplean en el sentido en que los usa Dickie: estamos en presencia de un evaluador fuerte cuando en la base del juicio se encuentra un principio general. La tesis de Dickie es que los críticos emplean tan solo evaluadores débiles, los fuertes son formas complejas de evaluadores débiles. DICKIE, George, Evaluating Art, Filadelfia, Temple University Press, 1988, pp. 53-80. 10 Los primeros años de la crítica de arte en Colombia están atravesados por escritos “débiles”, tanto en periódicos como en revistas, donde se reseñaban juntos arte, literatura y moda; por ejemplo, en la Revista Ilustrada (1898-1899)

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2. Acerca de las posibilidades teóricas de reconstruir los orígenes de la crítica de arte en Colombia Las clasificaciones acerca de la crítica de arte en nuestro país provienen de dos fuentes: a) los críticos e historiadores del arte (Germán Rubiano, Gabriel Giraldo Jaramillo y otros) y b) los “sociólogos” del arte (Carmen María Jaramillo, William López, Alvaro Medina). Exceptuando el caso de Medina y López11, la constante en la reconstrucción es acentuar la falta de profesionalismo de los primeros críticos colombianos, la “literaturización” de los escritos y su faz anecdótica, mas no profesional. Los marcos teóricos para el objeto de estudio provienen de las diversas tradiciones de la sociología del arte (con un énfasis en el concepto de “campo” en las investigaciones recientes). Sin embargo, si pensamos en que el paradigma dominante para la comprensión de la crítica ha sido la sociología, debe tenerse en cuenta la opinión de Calabrese: “El análisis de los discursos críticos sobre el arte nos ofrece la oportunidad de ir más allá de lo que sería una sociología de los críticos y reflexionar sobre la forma en que se producen los discursos valoradores”12. Mi opción es complementar la lectura desde la sociología con algunos elementos de la estética de la recepción y de la hermenéutica13. y la Revista Colombiana (1895-1897). La crítica literaria encontraba espacio en Revista Literaria (1890-1894), Revista Gris (1892-1895) y la revista La Gruta (1903). Las primeras críticas en sentido fuerte se publican en la Revista Contemporánea (1905), dirigida por Baldomero Sanín Cano (entre los socios estaban Maximiliano Grillo y Ricardo Hinestrosa Daza, críticos literarios que también escribieron acerca de arte, como veremos posteriormente), aunque el antepasado debe datarse en el Papel Periódico Ilustrado (1881-1888), fundado por Alberto Urdaneta. Un momento central de críticas en sentido fuerte viene constituido por el primer estudio acerca de las críticas en torno a un evento, que publicó Jacinto Albarracín (Albar) con el nombre Los artistas y sus críticos en 1899. 11 El caso de William López es destacable en la elaboración teórica del tema, pese a no ser un autor editorialmente prolífico, la seriedad de su documentación, especialmente de su tesis de maestría en la Universidad Nacional (LÓPEZ, William, La crítica de arte en el salón de 1899. Una aproximación a los procesos de configuración del campo artístico en Colombia, Tesis de maestría, Bogotá, Universidad Nacional 2005) y algunos desarrollos posteriores de su postura (de una elaboración acerca de los públicos en la conferencia Los públicos de la crítica de arte: apuntes sobre la historia de una práctica cultural localizada, presentada en la Universidad de Antioquia, 2004, a defensa de la consolidación del campo del arte, en torno a la figura de Alberto Urdaneta presentada en la conferencia La crítica de arte en el salón de 1899, Universidad del Rosario, 2005) hacen de su caso el centro de referencia obligado de todos los interesados en el tema. 12 CALABRESE, Omar, Cómo se lee una obra de arte, Madrid, Cátedra, 1993, p. 11. 13 Una presentación del conjunto de la estética de la recepción se encuentra en SÁNCHEZ ORTIZ DE URBINA, Ricardo, “La recepción de la obra de arte”, en BOZAL, Valeriano (ed.), Historia de las ideas estéticas y de las teorías artísticas contemporáneas, Madrid, Visor, 1999, pp. 213-228.

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Un elemento común a las teorías mencionadas es su énfasis en que el significado de las obras de arte no se encuentra en las obras como objetos aislados, que nos indican sus propias lecturas, sino en la interacción entre obras y receptores. Esto es así, porque el significado de las obras de arte no es el resultado de su organización formal, sino de su puesta en ejecución en el contacto con el receptor. Una reconstrucción de las diferentes lecturas de una obra de arte nos da razones para construir un significado a partir de los múltiples juicios que acerca de ella se han formulado. Siendo los críticos de arte sujetos que formulan juicios en los medios de comunicación y que de alguna manera “guían” la experiencia de los demás lectores, una reconstrucción de sus puntos de vista ofrece un panorama adecuado de la relación entre las obras de arte y sus lectores en periodos de tiempo determinados. Si los receptores no son ejemplos aislados de experiencias individuales, sino entramados de relaciones (sociales, cognitivas, sensibles), entonces un receptor es un conjunto de creencias, opiniones, saberes, puntos de vista; es un “horizonte” que, sobre la base de compartir o no aquellas creencias, opiniones, etc, con el resto de receptores, es un colaborador activo en la experiencia de la obra, otorgándole significado. La obra de arte misma es un resultado de su recepción14. La estética de la recepción parte del anterior supuesto: una obra de arte solamente es tal cuando es recibida por un lector e integrada al flujo de sus experiencias. En sentido hermenéutico es un “diálogo”, en el que los elementos relevantes no son los que dialogan, sino aquello sobre lo cual se dialoga. Esto vale para la constitución de sentido de la obra de arte plástica: un cuadro es un objeto, adquiere sentido a través de los discursos que provoca. Siendo los críticos quienes determinan el valor de la obra en términos de calidad, son lectores privilegiados. El registro escrito de sus textos es el índice de construcción posterior de la historia del arte. La estética de la recepción ofrece múltiples clasificaciones de los lectores de las obras; la utilidad de esta taxonomía es evidente en términos interpretativos: nos permite distinguir las posibilidades de acceso al objeto pictórico transformado en texto. En dicho texto son de utilidad el lector histórico y el lector informado.

14 ISER, Wolfgang, “El proceso de lectura”, en MAYORAL, José Antonio (comp.), Estética de la Recepción, Madrid, Visor, 1989, pp. 149 y ss.

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El lector histórico es un lector real: es el receptor de la obra en el tiempo histórico en el que es producida, se trata del “primer público”, es el crítico de arte contemporáneo de la obra que se juzga15. El lector informado es un constructo teórico, pero es fácilmente asimilable (al menos en algunos casos) al crítico de arte. Señala a un grupo de lectores que maneja acertadamente el aparataje conceptual, que es índice del estado del saber en el tiempo de su producción16. De la hermenéutica emplearé el concepto de horizonte en Gadamer17. Hace referencia a la descripción del “condicionamiento situacional de la comprensión, el lugar desde el que necesariamente llevamos a cabo la interpretación”18. La comprensión de un acontecimiento, hecho, valoración, supone la existencia en el intérprete de un conjunto de saberes, representaciones, ideas claras o confusas que, conjuntados, son los “prejuicios” a partir de los cuales se lee e interpreta aquello que busca ser comprendido. El caso del discurso crítico acerca de las artes plásticas es sintomático: un crítico es un lector que interpreta una obra, su lectura se fundamenta en un conjunto de saberes y en la situación que conforman su horizonte de expectativas19. El horizonte del historiador posterior comparte y diverge con respecto al horizonte histórico de los críticos primeros. Para evitar las malas interpretaciones, el historiador de la crítica debe “activar” y tematizar sus propios prejuicios, para diferenciarlos de los que tenía el crítico. En este proceso de diferenciar y ser consciente de la diferencia, surge la 15 O “Lector contemporáneo” en ISER, Wolfgang, The Act of Reading, Baltimore, Johns Hopkins University Press, 1980, pp. 27-33. 16 Stanley Fish inventa el término y lo describe de esta manera: “El lector informado es alguien que: 1. es un hablante del lenguaje en el que está construido el texto. 2. está en posesión completa de ‘los conocimientos semánticos que un lector adulto aporta a su tarea de comprensión’. Ello incluye el conocimiento (es decir, la experiencia, como emisor y receptor) de las unidades léxicas, las posibilidades combinatorias, expresiones idiomáticas, profesionales, dialectales, etc. 3. posee competencia literaria”. FISH, Stanley, “La literatura en el lector: estilística ‘afectiva’”, en MAYORAL, José Antonio (comp.), op. cit., p. 124. 17 GADAMER, Hans-Georg, Verdad y método, Salamanca, Sígueme, 1993, especialmente pp. 372 y ss. y 452 y ss. 18 IGLESIAS SANTOS, Montserrat, “La estética de la recepción y el horizonte de expectativas”, en VILLANUEVA, Darío (comp.), Avances en teoría de la literatura, Santiago de Compostela, Universidad de Santiago de Compostela, 1994, p. 68. 19 Otra lectura del concepto que complementa los rasgos presentados es esta: “El horizonte de preguntas de Gadamer es llamado por H. R. Jauss ‘horizonte de expectativas’ que es la suma de comportamientos, conocimientos e ideas preconcebidas que encuentra una obra en el momento de su aparición y a merced del cual es valorada”. ROTHE, Arnold, “El papel del lector en la crítica alemana contemporánea”, en MAYORAL, José Antonio (ed.), Estética de la recepción, Madrid, Arco Libros, 1987, p. 17.

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posibilidad de establecer un verdadero diálogo con el escrito crítico envejecido: se ven en él las características de su horizonte propio y no se juzga desde los prejuicios del horizonte del historiador. Solo así puede haber una comprensión, que es un “encuentro” en la cosa misma (la obra de arte) que nos interpela desde la tradición.

3. Algunos ejemplos de los primeros años de la crítica de arte en Colombia20 Las primeras manifestaciones de la actividad de la crítica de arte podemos remitirlas a las notas en periódicos acerca de las exposiciones nacionales que surgen con el interés de presentar los logros alcanzados por la nación luego del período de Independencia. Hay dos “períodos” en las exposiciones nacionales; el primero se presenta durante el cuatrieno 1841-1845 en el gobierno de Pedro Alcántara Herrán (1800-1872), cuando se llevan a cabo las exposiciones de 1841, 1842 y 1845; en 1848 se presentará una exposición nacional en el gobierno de Tomás Cipriano de Mosquera (1798-1878). Aquí se suspende este “primer período”. Se trataba, en palabras de Frédéric Martínez de “esbozar una definición visual de la nación”21. Aprovechar las festividades patrias para mostrar el estado de las “artes” y la “industria”, así como de los productos de la ganadería y la agricultura. Luego de un largo interregno, en el período de los radicales, se reactivaron estas exposiciones y se celebraron en los años 1871, 1872, 1880, 1881, 1899, 1907 y 1910. Los productos industriales, los agrícolas, las obras de arte y las artesanías así como algunos objetos de los indígenas, son presentados en pabellones específicamente dispuestos para tal fin: “El tema de la revelación de una riqueza y de una identidad nacionales, existentes pero escondidas -un tema nacionalista por excelencia- recorre la retórica de la exposición desde el comienzo”22. Debido a presentar en conjunto obras de arte que de otra manera no estaría enfrentadas al público, a su carácter público y a la relevancia en términos de autorrepresentación 20 He escogido la mayor parte de los ejemplos de la obra de MEDINA, Álvaro, Procesos del arte en Colombia, Bogotá, Procultura, 1979. En todos los casos se ha consultado el texto en su edición original. El criterio de Medina es el de las exposiciones nacionales; este es un punto fuerte de partida, porque generalmente en ocasión de estos acontecimientos los críticos suelen publicar notas. 21 MARTÍNEZ, Frédéric, “¿Cómo representar a Colombia? De las exposiciones universales a la Exposición del Centenario 1851-1910”, en SÁNCHEZ GÓMEZ, Gonzalo, et. al. (comp.), Museo, memoria y nación. Misión de los museos nacionales para los ciudadanos del futuro, Bogotá, Mincultura, 2000, p. 324. 22 CALABRESE, Omar, Cómo se lee una obra de arte, Madrid, Cátedra, 1993, p. 11.

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del país, las exposiciones nacionales son ocasión de la escritura acerca del arte y dan pié a la aparición de los primeros escritos sobre el tema. Si bien en Colombia la crítica de arte no nace junto con la institución “Salón de arte”, de alguna manera las exposiciones nacionales cumplieron con este papel. Esto sucede en 1848. En la exposición de este año, a diferencia de las anteriores, se “reunió exclusivamente a los artistas”23. Fue reseñada por los pintores José Miguel Figueroa (¿?-1874) y José Celestino Figueroa (¿?-1870), quienes fueron nombrados jueces del certamen. Se trata de los hijos del pintor Pedro José Figueroa24 (ca. 1770-1838), quienes publicaron su artículo en el periódico El día el 2 de agosto de ese año25. La nota se presentaba como una mera “descripción”26, aunque introducía una breve evaluación de las obras. En su escrito, los autores afirmaban la falta de los siguientes rasgos (que consideraban necesarios para escribir una presentación adecuada del evento): “[...] el conocimiento individual de cada una de las personas que han presentado obras, la edad de cada una de ellas, el tiempo que hace que están aprendiendo, los recursos, o la falta de ellos que han tenido para su adelantamiento, y otras nociones conducentes a este fin como premisas”27.

Luego de esta introducción, presentaban un listado exhaustivo de los participantes, indicando las obras que expusieron. Resaltaban las virtudes de los trabajos por medio de los siguientes términos descriptores y evaluadores: “esmerada aplicación al dibujo”, “bellamente ejecutados”, “colores mui bien imitados” y “mui bien trabajada”. Hay un empleo de evaluadores fuertes que llama la atención, porque los rasgos que son considerados centrales se conservarán en la crítica de arte del siglo XIX como los elementos que determinan la calidad de una obra: 23 MEDINA, Álvaro, op. cit., p. 213. 24 Uno de los pintores de caballete más importantes de la primera mitad del siglo XIX, al respecto véase LONDOÑO, Santiago, Breve historia de la pintura en Colombia, Bogotá, FCE, 2005, p. 65. 25 No es el caso inicial ni el primer artículo producido, esto es irrelevante en términos genealógicos: recuérdese el tópico el origen no es el lugar de la verdad. Además, el crítico es un partícipe en los procesos del arte, no alguien que esporádicamente reseña una actividad. Sin embargo, como simple ejemplo el texto escogido cumple con su propósito. 26 “Descripción de las obras de dibujo y pintura que se presentaron en la exhibición de los días 20, 21 y 22 de Julio de 1848”, en El Día, No. 533, Bogotá, 2 de agosto de 1848, p. 3. 27 Ibid., p. 3.

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“El señor Ignacio Beltrán presentó dos obras maestras... él encierra en si todos los caracteres de buena obra: el correcto dibujo, el claro oscuro, la elegancia del colorido, y la esacta semejanza con su orijinal, todo contribuye a darle un mérito sobresaliente”28.

Al leer esta nota, algunas características de los orígenes de la crítica en Colombia saltan a la vista. Se trata de constantes que encontraremos hasta finales de siglo: los hermanos Figueroa, como lectores históricos, no se ven a sí mismos como críticos, conocen acerca del arte lo que su oficio como pintores les permite y aplican una serie razonada de criterios. Si una obra cumple con esos criterios, entonces, es válido el empleo de evaluadores fuertes. Se trata de los criterios académicos. Bajo su sombra se concebirá el arte colombiano por parte de los críticos durante el resto del siglo XIX. Si consideramos esta afirmación desde la hermenéutica, se trata del surgimiento y posterior consolidación de una estrategia interpretativa que viene acompañada por la estructuración de un horizonte de expectativas. Los criterios académicos permanecerán inamovibles, serán los principios con base en los cuales se formularán los juicios. Actúan, por lo tanto, como los elementos compartidos de la comunidad de escritores que se enfrenta con el arte. Al ser criterios académicos, imposibilitan el surgimiento de una autonomía del arte con respecto a los demás campos -principalmente el religioso y el político-, como ha señalado Jaramillo29, son el horizonte hermenéutico compartido por los críticos. Una lectura débil de estos inicios de la crítica de arte indica que los orígenes de la actividad vienen marcados por una tendencia a la descripción; los desarrollos posteriores derivarán hacia la evaluación. En el último cuarto del siglo XIX, la situación se modifica; el lenguaje empleado por los críticos colombianos irá derivando hacia una “literaturización” del acontecimiento crítico. Esta deriva, que resulta de la no profesionalización del crítico de arte colombiano de aquel entonces (que también escribe acerca de poesía, política y actualidad) es compartida con los demás países de América Latina. Fevre señala: “La falta de tradiciones formales propias hizo que la crítica, temerosa y mal informada, se quedará en los apoyos literarios que daban los temas pictóricos o en el inventario prolijo de todo aquel que algún día había pintado un cuadro”30. 28 Ibid., p. 4. La negrilla es mía. 29 JARAMILLO, Carmen María, “Una mirada a los orígenes del campo de la crítica de arte en Colombia”, en Artes La Revista, Vol. 4, No. 7, Medellín, enero-junio de 2004, pp. 5-8. 30 FEVRE, Fermín, “Las formas de la crítica y la respuesta del público”, en BAYÓN, Damián (relator), América Latina en sus artes, México, Siglo XXI, 1989, p. 50.

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Este proceso de “literaturización” es el resultado de escritores que derivaban hacia la crítica de arte, sujetos que cumplen simultáneamente con diversas actividades sin descollar necesariamente en todas. Es el caso corriente en el origen de la crítica de arte en Colombia. A lo largo de las décadas del cincuenta y del sesenta del siglo XIX, si bien hay acontecimientos relevantes para la historia del arte nacional, no hay “progresos” registrables en la crítica de arte, incluso puede hablarse de un interregno que durará hasta la década de 1870 cuando, bajo gobiernos liberales, se dé un impulso a lo que actualmente conocemos como políticas culturales (v. gr., resurrección de las exposiciones nacionales). Uno de los acontecimientos es la Comisión Corográfica, en la que varios pintores hicieron la tarea de representar las características distintivas de las diferentes regiones del país. Pese a la relevancia que en términos de imagen poseen estas obras para el descubrimiento de una imagen global de nación, no son en sentido estricto fundadoras de escuela. Otro acontecimiento es el surgimiento de los álbumes de viajes en la época y otro son los escasos intentos de fundar academias privadas31. Para el periodo anterior a 1870 no hay propiamente academias de larga duración, sino clases privadas, anunciadas en los periódicos de la época, así como anuncios de pintores -originalmente de miniaturas, luego de formatos mayores- que ofrecen sus servicios32. Beatriz González propone tres características definitorias de las actividades del arte colombiano anterior a 1870, que explicarían la insularidad del ejemplo que hemos puesto anteriormente y explicarían la ausencia casi total de notas críticas sobre arte en los periódicos, si exceptuamos críticas en sentido débil distintamente repartidas en aquella época.

31 BARNEY CABRERA, Eugenio, “Reseña del arte en Colombia durante el siglo XIX”, en Anuario colombiano de historia social y de la cultura, Vol. 2, No. 3, Bogotá, Departamento de Historia de la Universidad Nacional de Colombia, 1965, pp. 71 y ss. 32 Algunos ejemplos: “El que suscribe deseoso de contribuir con su parte al adelanto i propagación de los conocimientos en un arte tan útil cual es el dibujo ofrece a la juventud aficionada de esta capital consagrarse a dar las lecciones de que se cree capaz en los distintos ramos que abraza.....siguiendo en todo un método sencillo, i de suma facilidad para el principiante”. El Tiempo, Bogotá, 16 de enero de 1855. Los anuncios de ofrecimiento de servicios suelen ser como este: “Rafael Roca, profesor de pintura, miembro de varias Academias de mérito en Europa, restaurador de cuadros antiguos i compositor de cuadros de historia, tiene el honor de anunciar al público que retrata al óleo i en miniatura, i ejecuta cuadros de familia en todos tamaños”. El Neogranadino, Bogotá, 16 de diciembre de 1848.

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Las características resaltadas por la autora son: “En primer lugar, durante tres cuartas partes del siglo XIX, el arte colombiano se desarrolló sin un contacto directo con el arte occidental y universal [...] en segundo lugar, ningún artista extranjero, venido al país antes de 1870, permaneció aquí con el ánimo de enseñar y conformar una escuela [...] en tercer lugar, a excepción de la escuela gratuita de dibujo de la Expedición Botánica, producto del siglo XVIII y aunque el Estado creó leyes para la enseñanza de las artes, nunca se preocupó por implementarlas para fundar una institución de tipo académico en que se tratasen problemas formales y estéticos y se capacitaran profesionalmente arquitectos, escultores y pintores.”33.

Estas características explican que los pocos escritos acerca del arte -diferentes a las referencias a crítica literaria- del periodo anterior a 1870 si bien muestran las características de las críticas en sentido débil (que hemos indicado supra), aún no alcanzan desarrollos relevantes. Estos se darán luego de 1870. Un primer ejemplo de desarrollo es la exposición nacional de 1871; sus comentaristas, los escritores Leonidas Scarpetta (1828-1893) y Saturnino Vergara (¿?-1893) actúan como lectores históricos y, a la vez, como “lectores informados”. Ambos han visto en Europa los originales de las obras copiadas por los artistas nacionales y esto hace que su apreciación sea cualitativamente superior a la presentada por los hermanos Figueroa unos años antes. En este sentido, parece válida la afirmación de Alvaro Medina: “[...] en una ‘sociedad en formación’ su arte sufrió las contingencias avances y retrocesos- de una cualificación que fue lenta. Ese arte creó su crítica y no al revés, crítica que fue ascendiendo y ganando rigor en la medida del avance general de ese arte y esa sociedad”34.

En 1874, ya establecida la Academia Gutiérrez35, se presenta una exposición con 400 obras. Los criterios académicos son nuevamente puestos en acción en la crítica 33 GONZÁLEZ, Beatriz, El arte colombiano en el siglo XIX. Colección Bancafé, Bogotá, Fondo de Cultura Cafetero, 2004, p. 81. 34 MEDINA, Álvaro, op. cit., p. 206. La negrilla es mía. 35 Fundada por el pintor mexicano Felipe Santiago Gutiérrez (1824-1904), la Academia se convirtió en “centro de reunión de artistas y poetas y obligado lugar de cita de la elite capitalina”, como lo refiere GIRALDO JARAMILLO, Gabriel, La pintura en Colombia, México, FCE, 1948, p. 143. En el año 1886 la Academia pasa a manos del Estado y se convierte en la Escuela de Bellas Artes.

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que Rafael Pombo (1833-1912) hace a la exposición. Un buen ejemplo del lenguaje en uso se encuentra en lo que escribe el conocido poeta (y menos reconocido como crítico de arte, a pesar de haber publicado varios artículos en el Papel Periódico Ilustrado) con respecto a la Batalla de Boyacá presentada por el pintor José María Espinosa36 (1796-1883): “[...] respecto de la batalla de Boyacá por el pintor y prócer señor Espinosa, no sabemos si el terreno está fielmente representado, porque no le conocemos; pero desde luego nos parece feliz la distribución de grupos de las diversas fuerzas, que indica bien que unos huyen y otros persiguen. Pictóricamente nótanse algunos defectos en la composición, y acaso no es muy correcta la perspectiva; pero en cambio hay espíritu en la ejecución y buen efecto en el conjunto, a lo cual se añade el gran interés histórico que siempre acompañará a cualquier recuerdo de esa jornada redentora, y la fidelidad de actitudes, trajes y facciones que promete al espectador la prodigiosa retentiva del señor Espinosa, a quien debe su país la idea que hoy tiene del aspecto de tantos célebres colombianos”37.

El caso es paradigmático con respecto al uso del lenguaje: “ejecución”, “perspectiva”, “conjunto”, “parecido” y los elementos formales (insuficientemente explicados) se traban con consideraciones superficiales acerca del valor de las obras, que no es medido en términos pictóricos, sino a partir de la relación obra de arte-mundo38. El empleo del lenguaje usado por los críticos y el horizonte de expectativas tradicional entraron en tensión cuando se enfrentaron a criterios disímiles con respecto a la valoración de la obra de un pintor39. Esto sucedió en el marco de la primera exposición 36 Conocido miniaturista, participó en las batallas de independencia; si bien no participó en la Batalla de Boyacá, este cuadro hace parte de las diez batallas pintadas por él a mediados del siglo XIX. Al respecto, LONDOÑO, Santiago, Breve historia de la pintura en Colombia, Bogotá, FCE, 2005, pp. 68-70. 37 POMBO, Rafael, “La exposición de bellas artes”, en MEDINA, Álvaro, op. cit., p. 247. 38 Gil Tovar señala la pobreza de este tipo de comentarios: “Muchos críticos se dedican a hablar de la ‘excelente composición’ de un cuadro, de su ‘armonioso colorido’, de su ‘buen dibujo’... Si no se puede decir más que eso de un cuadro, es que apenas se puede decir nada. Porque si un cuadro no posee al menos esas condiciones elementales, no es tal cuadro. Esas son condiciones mínimas que se habrían de dar por supuestas, y de las que no habría ni que hablar en una crítica seria. Es como si un crítico literario elogiara el que tal o cual escritor publicase sus novelas sin faltas de ortografía”. GIL TOVAR, Francisco, “Para un breviario de crítica artística”, en Revista Bolívar, No. 25, Bogotá, noviembre-diciembre de 1953, p. 889. 39 Medina, Barney Cabrera y Jaramillo ponen de presente la importancia que tiene este enfrentamiento en términos del desenvolvimiento de la crítica de arte en Colombia. MEDINA, Álvaro, op. cit., JARAMILLO, Carmen

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anual de bellas artes40, en lo que se conoce como la polémica de 1886, alrededor de la obra del pintor mexicano Felipe Santiago Gutiérrez (1822-1904). Rafael Pombo41 evaluó con entusiasmo las obras de su amigo pintor y lo juzgó a la altura de los más grandes artistas de la historia. A esta calificación respondió el crítico Rafael Espinosa Guzmán42 para quien el pintor mexicano “aun cuando rápido y feliz para concebir y pintar, es grosero si no vulgar en la elección de sus tonos y media luces”43. Esta fue la primera polémica entre críticos de arte en Colombia en torno a la valoración de la obra de un reconocido pintor. La polémica tuvo consecuencias en términos de las modificaciones en el empleo del lenguaje (de un lenguaje literario a un lenguaje más analítico). En el artículo “La exposición de pintura”, Pedro Carlos Manrique (1860-1927)44 tercia en la discusión en contra de Pombo y del pintor Gutiérrez. Refiriéndose a la “mala iluminación” que, según Pombo, impedía observar adecuadamente las obras, escribe Manrique:

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María, op. cit. y BARNEY CABRERA, Eugenio, El arte en Colombia temas de ayer y de hoy, Bogotá, Fondo Cultural Cafetero, 1980, pp. 47-54. Organizada por Alberto Urdaneta (1845-1887) como director de la Escuela de Bellas Artes, fue un certamen muy relevante, en el que se expusieron alrededor de 1600 obras de artistas de la época y una muestra de artistas previos. Urdaneta solicitó del gobierno decreto para dividir la exposición en las siguientes secciones: “1° Obras producidas por esta Escuela en los meses que tiene de establecida, 2° Obras de los artistas colombianos o residentes en Colombia contemporáneos, 3° Obras del arte antiguo en Colombia y 4° Obras notables extranjeras que existan en el país”. URDANETA, Alberto, “Primera exposición anual de la escuela de Bellas Artes”, en Papel Periódico Ilustrado, Bogotá, 1 de febrero de 1887. La relación entre el poeta Pombo y el pintor mexicano es relevante; el pintor Gutiérrez había venido por primera vez al país (1873) gracias a los oficios del poeta Pombo, quien lo recomendará nuevamente en su segundo viaje (1881). Al respecto ver GONZÁLEZ, Beatriz, op. cit., pp. 106-107. Conocido por su seudónimo REG, se trata del poeta modernista en cuya casa iniciará el movimiento de la Gruta Simbólica, hombre de negocios simultáneamente, será socio de las primeras empresas de alumbrado eléctrico de Bogotá (1890 y 1905). PÉREZ SILVA, Vicente, “La bohemia de antaño en Bogotá y Medellín”, en Revista Credencial Historia, Bogotá, No. 142, octubre de 2001, en http://www.lablaa.org/blaavirtual/revistas/credencial/ octubre2001/labohem.htm y VV. AA., Historia de la Empresa de Energía de Bogotá, Vol. I (1896-1970), Bogotá, Universidad Externado de Colombia - EEEB, 1999, pp. 77-78. ESPINOSA GUZMÁN, Rafael (REG), “Crónica Bogotana”, en El Semanario, No. 20, Bogotá, 8 de diciembre de 1888. Abogado, periodista, crítico de arte y político liberal. Fundador y director de la Revista Ilustrada (1898-1899), primera publicación en que se empleó el fotograbado en Bogotá. CADAVID, Jorge Hernando, “Revista Ilustrada (1898-1899): De la ilustración al modernismo”, en Boletín Cultural y Bibliográfico, Vol. 31, No. 36, Bogotá, Biblioteca Luis Ángel Arango, 1994, pp. 29-43.

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“Y no se nos diga que la luz del claustro de San Bartolomé es desfavorable á la obra del mexicano. En cualquiera parte, y con la luz más propicia, las carnaciones del señor Gutiérrez no dejarán de ser exageradamente rojas, las medias tintas aparecerán siempre sucias, las sombras carecerán de transparencia, y sus modelos permanecerán mudos. En resumen, alumbrados con la mejor luz perpendicular, y aun cuando el espectador haga uso de la escalera de tijera que aconseja el señor Pombo, aquellos retratos allí reunidos no dejarán de parecernos los miembros de una misma familia alemana de bebedores de cerveza”45.

El lenguaje del crítico se remite tan sólo de manera mediata al aparataje usual de términos literarios (con la comparación final con los bebedores), que ahora es incidental, ya que en el texto se presentan tesis relevantes, como la de la capacidad creadora del arte, enfrentada a su función mimética pasiva, que era la norma del academicismo: “El pintor no debe ser un simple copista; él inventa aun cuando se limite á traducir, porque lo que la naturaleza ejecuta por un sistema de medios y valores, él está obligado á ejecutarlo por otro sistema diferente de valores y medios. El artista es, pues, un intérprete; el arte es la naturaleza vista al través de un temperamento: cuando ese temperamento no existe, la obra de arte no puede existir tampoco. Aforismos son estos conocidos de todos los que se ocupen de esta clase de estudios, y que el señor Gutiérrez hacía olvidar cuando empuñaba sus pinceles”46.

Se trata de un lenguaje novedoso con respecto al simple inventario y al sobreempleo de metáforas que, sin embargo, continuarán apareciendo en la prensa de fines de siglo en las críticas en sentido débil. Este empleo del lenguaje indica una modificación en el horizonte de expectativas de los críticos, que se va ampliando, al mismo tiempo que se amplia el sistema de fuentes de los lectores. Tendríamos el paso de un horizonte cerrado y estático de expectativas (el propio del academicismo) a un horizonte dinámico de expectativas en los primeros críticos “modernos”, que se alejan del empleo tradicional del lenguaje asociado a los criterios académicos.

45 MANRIQUE, Pedro Carlos, “La exposición de pintura”, en Papel Periódico Ilustrado, No. 106, año V, Bogotá, 15 de diciembre de 1886, p. 150. 46 Ibid.

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4. Los críticos colombianos y el silencio sobre la obra de Andrés de Santa María 1894-1899 Los pocos ejemplos que hemos escogido nos señalan que el proceso germinal de la crítica de arte en Colombia cumple con las características mínimas, que nos permiten hablar de crítica en sentido débil. Los años siguientes no viven un desarrollo lineal progresivo. El desenvolvimiento de la crítica de arte en Colombia está sujeto a una de las constantes en la historia del arte: la modificación e innovación en las condiciones de producción de obras de arte y la introducción de novedades radicales en las formas de hacer arte que caracterizan al arte moderno47. Este es el caso de la obra de Andrés de Santa María (1860-1945). Ninguna de sus obras (excepción hecha de los retratos más “académicos”) era remisible al arsenal tradicional de interpretación. El lenguaje poético no se adaptaba para hablar de los cuadros de Santa María, porque un lenguaje cargado de clasicismo, pese a que hay componentes “poéticos” o poetizables en sus obras, no podía dar razón de temas baladíes por modernos (un lavadero, un grupo de caballos, unas campesinas, una tarde de té). Estos temas deberían estar remitidos a lenguajes poéticos más complejos y en cierto sentido, más “modernos”. Por otra parte, los retratos de Santa María no se adaptan sino sólo en sus superficialidades formales más evidentes a los retratos de la tradición. Pese a estar en Colombia desde 1893 y participar en exposiciones, no hay críticas sobre la obra de Andrés de Santa María en los primeros años en que permanece en el país. Sin embargo, el artista participó activamente en los eventos públicos relacionados con el arte48 y regenta en este periodo una cátedra en la Escuela de Bellas Artes49. Los críticos como lectores históricos no se hicieron cargo de su obra. 47 No he empleado alusiones históricas al estado de la nación en la época que me ocupa, remito al lector a las excelentes reconstrucciones en MEDINA, Álvaro, op. cit., JARAMILLO, Carmen María, “Una mirada a los orígenes del campo de la crítica de arte en Colombia”, en Artes La Revista, Vol. 4, No. 7, Medellín, enero-junio 2004, pp. 3-38 y LÓPEZ ROSAS, William Alfonso, La crítica de arte en el salón de 1899. Una aproximación a los procesos de configuración del campo artístico en Colombia, Tesis de maestría, Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá, 2005. Me ocupo solamente de algunos escritos para indicar momentos específicos en el desarrollo del lenguaje de la crítica de arte. 48 Actúa como jurado en la exposición de 1894 y muestra sus obras en pequeño formato. Al respecto SERRANO, Eduardo, Andrés de Santa María pintor colombiano de resonancia universal, Bogotá, Museo de Arte Moderno, 1988, p. 13. 49 Se trata de la cátedra Paisaje, que dicta los primeros meses en compañía del pintor Luis de Llanos (ca. 1845-1894). Esta cátedra fue fundamental para la reorientación del arte nacional hacia el paisaje y los temas propios, como

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La crítica de arte en Colombia operaba en los dos tipos de escritos que hemos referido anteriormente: una reseña constante de las actividades de los artistas y de las exposiciones que se realizan y las primeras evaluaciones de la calidad del arte nacional. Debe notarse que el lenguaje de los críticos estaba determinado por el mismo material producido académicamente y que esto permitía tanto una normalización del trabajo, como una homogeneización de los procedimientos. Pero el arte no es una actividad estática, incluso si es arte académico. El caso Santa María es una prueba de ello: su presencia en Colombia ha sido un campo de batalla entre los lectores históricos, así como también entre los críticos posteriores. La llegada de Santa María a Colombia en 1893 y su inserción en el medio del arte criollo ha tenido al menos dos interpretaciones por parte de lectores informados: por una parte Germán Rubiano Caballero50, Mario Rivero51, Eugenio Barney Cabrera52 han insistido en su carácter de miembro de la elite y de extranjero en su propia tierra natal; los cargos que desempeñaría serían interpretados tan solo en virtud de los vínculos intraelitales y las redes sociales, y su trabajo no se adaptaría orgánicamente al medio colombiano. Estos autores mantienen que el periodo de Santa María en Colombia sería sólo una breve estancia sin consecuencias para la producción del artista y para el arte nacional53. La atmósfera política del periodo estaba caldeada debido a las medidas restrictivas a la libertad de prensa que había puesto en ejecución Miguel Antonio Caro en ejercicio de la “Ley de los caballos”; en medio de la represión, el ambiente se preparaba para la guerra que estallaría en 1895, cuando sucedería un levantamiento liberal en gran parte del territorio54. Se podría suponer que el ambiente no era propicio para un pintor

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lo pone de relieve GONZÁLEZ, Beatriz, El arte colombiano en el siglo XIX, Bogotá, Fondo Cultural Cafetero, 2004, pp. 147-149. RUBIANO CABALLERO, Germán, “Aproximación a la crítica de arte en Colombia”, en BARNEY CABRERA, Eugenio (director científico), Historia del Arte Colombiano, Vol. 5, Bogotá, Salvat, 1978, pp. 1341-1382. RIVERO, Mario, Artistas plásticos en Colombia: los de ayer y los de hoy, Bogotá, Stamato, 1982. BARNEY CABRERA, Eugenio, Andrés Santamaría y su época, Bogotá, Universidad Nacional, 1968. En este sentido hay que recordar que Santa María había residido en Europa desde los dos años de edad y volvía a su tierra natal ya en los 33 años cumplidos. Bogotá era una ciudad de menos de 100.000 habitantes, en la que recién empezaba una primera industrialización incipiente, con una banca en nacimiento también, pero que continuaba una vida semirural. Al respecto ver, BORDA TANCO, Alberto, Bogotá, Bogotá, Escuela Tip. Salesiana, 1911. Al respecto véase JARAMILLO, Carlos Eduardo, “Antecedentes generales de la guerra de los Mil Días y golpe de estado del 31 de julio de 1900”, en TIRADO MEJÍA, Alvaro (director científico), Nueva Historia de Colombia, Vol. I, Bogotá, Planeta, 1989, pp. 65-67.

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formado en París, sin embargo, Eduardo Serrano ofrece una segunda alternativa con respecto a este hecho, alejada del panorama bélico y referida a la situación de la escuela de artes en Bogotá: “Cuando el artista visita por primera vez la Escuela de Bellas Artes era su director el escultor de origen italiano César Sighinolfi (18451902), quien fue sucedido brevemente por Epifanio Garay (1849-1915) hasta el nombramiento en 1894 de Mariano Santa María, profesor de Arquitectura, hombre de gran cultura y quien había cursado su carrera en Alemania. Andrés de Santa María fue nombrado profesor de paisaje, cargo que desempeñó conjuntamente con el pintor y diplomático español Luis de Llanos (1839-1894). Si tenemos en cuenta que en ese entonces eran maestros igualmente los artistas españoles Enrique Recio y Gil (1856-¿?), Antonio Rodríguez (¿?-1898) y el francés Gastón Lelarge (¿?1934), es posible concluir que la escuela contaba en ese momento con una nómina de profesores de extracción o formación europea, cuya actitud y conocimientos habrían de influir directamente en el trabajo de la primera generación de artista colombianos del presente siglo”55.

Esta es la segunda posibilidad de interpretar la estancia de Santa María en Colombia: adaptación a un medio conformado por artistas con formación europea, relevancia del periodo en la producción posterior, influencia en los pintores colombianos (así fuera transitoria) y un acontecimiento hermenéuticamente central: la incorporación de un lenguaje moderno que modificó el trabajo de los críticos y que preparaba la posterior asimilación de los lenguajes modernos. Estas son dos opciones de los historiadores del arte y de los críticos del siglo XX. Sin embargo, los lectores históricos que nos ocupan no reaccionaron de acuerdo con tales dos interpretaciones. En efecto, la presencia de Santa María en el país pasaría totalmente desapercibida para los críticos. Entre 1894 y 1899 su nombre no aparece mencionado en las críticas, que ensalzan a los artistas con más éxito entre el público bogotano con capacidad de adquisición: Felipe Santiago Gutiérrez, Pantaleón Mendoza (¿?-1909), Epifanio Garay (1849-1903) y Ricardo Acebedo Bernal (1867-1930). Una posible explicación de este hecho consiste en que el lenguaje tradicional, que los críticos habían ejercitado en las páginas de los diarios y revistas que hemos descrito 55 SERRANO, Eduardo, Andrés de Santa Maria: pintor colombiano de resonancia universal, Bogotá, Museo de Arte Moderno de Bogotá, Novus Ediciones, 1988, p. 13.

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anteriormente (academicismo, idealismo estético, relieve del parecido, descripción somera de las técnicas, lenguajes pseudopoéticos), no estaba preparado para la producción local de cuadros que no eran fácilmente adaptables al léxico común. Este es el caso de los primeros paisajes que pintara Santa María en pequeño formato con características técnicas novedosas, como lo señala Eduardo Serrano: “[...] en parte, el interés de estas figuras radica precisamente en su intención pionera de fijar el paisaje colombiano con técnica y estilo vanguardistas (crédito que le ha sido adjudicado con frecuencia a pintores posteriores). En estas obras puede verse fácilmente al artista ajustando sus conocimientos a su vista, conciliando su saber con la experiencia cotidiana, armonizando su designio innovador con la interpretación pictórica de regiones y parajes que, al menos desde un punto de vista primordialmente creativo, permanecían prácticamente vírgenes”56.

Dichas obras quebraron el lenguaje tradicional, o al menos, introdujeron una ruptura en el léxico usual. Las etapas descriptibles en el lenguaje de los críticos intentando superar esta ruptura nos permiten ahora leer de otra manera las disputas en torno a Santa María, ya no como campo de desarrollo y profesionalización, sino como adaptación y ampliación del horizonte de expectativas al nuevo material. En este sentido, la traducción de artículos de críticos europeos sienta las bases lingüísticas que permitirán entender el material novedoso y paulatinamente irlo incorporando al desarrollo del arte nacional. Sin embargo, afirma Serrano, en el año 1899, con motivo de la exposición nacional: “La crítica no vio el trabajo de Santa María pero se lanzó en una agria polémica a través de los periódicos dirigida a encumbrar o demeritar la exposición. Al régimen de Sanclemente se le identificó con la obra de Garay, quien había incluido un retrato del anciano mandatario entre los cuadros que mandó a la exposición, y a la oposición con la obra de Acebedo Bernal, quien era claramente el protegido de la prensa liberal. Se repartieron entre ambos los primeros premios y se galardonaron los trabajos de los alumnos de Santa María, pero la obra del artista no se discutió en ninguno de los recuentos de la muestra […] La crítica, sin embargo, era más que locuaz, vociferante, en los casos de Garay y de Acebedo Bernal”57. 56 Ibid., p. 14. 57 Ibid., p. 15.

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En medio de las burlas de bando y bando los críticos reproducían el arsenal lingüístico, al que ya nos hemos referido como léxico común, y mantenían las constantes: reseña de la exposición mediante un listado de participantes y obras58, propuestas de premios, como en el caso de la escultura de Policarpa Salavarrieta por Dioniso Cortés para la que se pedía el bronce59. Las posturas políticas de los diarios se reflejaban en su lectura del acontecimiento estético; El Conservador, por ejemplo, reseñaba el salón y se hacía partidario de un aparente realismo con fines aleccionadores como tarea para los artistas, que en el fondo era una crítica al alejamiento de los temas icónicos de la historia patria y una ceguera frente a la modernidad estética: “Nos llamó la atención una cosa: no vimos ningún héroe retratado, nada de batallas de duelos, de sangre, de heridas; tampoco nada de robusto, de grandioso, de fuerte, de poderoso, de hondo y de pesado; ninguna de esas escenas solemnes y bellas de la vida, que revelan el alma en sus situaciones más sublimes, cuando ella muestra no lo que es ordinariamente, pero lo que puede ser; por ejemplo la lucha por la existencia en el fondo de las fábricas llenas de vapor; el sacrificio del pobre arrancado de su hogar para ser llevado al cuartel; la Hermana de la Caridad, el proscrito, etc. La ausencia de todo esto, la invitación a argumentos dados por la vida pequeña del día á los objetos comunes, prueba lo que nos dice a cada paso la historia: que en todo somos superficiales”60.

La discusión se centrará en el caso de Epifanio Garay y de Ricardo Acebedo Bernal. Los artículos en la prensa se ocupan preferentemente de las obras de estos artistas, separados por las posturas políticas de los críticos, pero igualmente academicistas. Las obras eran captables con facilidad en el lenguaje normalmente empleado. Usando el lenguaje establecido e inclinándose por un retrato de Acevedo, Max Grillo (18681949)61 escribe: 58 El Heraldo, 17 y 22 de agosto de 1899. 59 Este es un buen ejemplo de los lenguajes en uso: “Admírase en esta obra la armonía en el conjunto, el movimiento apropiado,

la expresión adecuada, la plegadura blanda y artísticamente dispuesta, desarrollado todo con una ejecución franca y moderna [...] Temas nacionales como el de Policarpa Salabarrieta, son los que deben desarrollar nuestros artistas, si quieren mostrarse verdaderamente originales y evitar cualquier asomo de plagio. La Biblia y la Mitología están demasiado tratadas por las primeras eminencias del arte”. “Merece los honores del bronce”, en El Heraldo, Bogotá, 29 de agosto de 1899.

60 “Exposición de Bellas Artes”, en El Conservador, No. 18, Bogotá, 23 de agosto de 1899. 61 Maximiliano Grillo es un representante del modernismo en la poesía colombiana y de los intelectuales colombianos de finales del siglo XIX; abogado, periodista, “atildado escritor” como lo caracterizara Baldomero

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“[...] ha logrado trasfundir una alma en un retrato y estampar en él toda una vida cuyos resortes se escapan a los que no poseen la magia del arte, harto bien se alcanza cómo un retrato puede, no sólo ser obra de arte, sino la obra maestra, el número primero de toda una exposición”62.

En el diario El Heraldo, tomando partido por Garay, leemos: “Epifanio Garay exhibe sus mejores retratos. Allí están el del Dr. Núñez y el de D. Ricardo Carrasquilla, á nuestro juicio los mejores de todos. Cuán llenas de verdad y de expresión son esas dos efigies del gran político y del ameno literato. La frase sibilina se está elaborando en la frente del pensador, y la copla festiva parece salir á los labios del poeta epigramático. En algunos de sus recientes retratos, como el del Dr. Sanclemente, ha exagerado quizás Garay el colorido, y ha dado brochazos demasiado bruscos. Su cuadro de la mujer del Levita que está en el salón del desnudo, es su obra maestra, y la mejor de la Exposición. Se siente uno al ver aquel cadáver como si estuviese en un anfiteatro. Tanta verdad tiene aquel cuerpo inanimado que se estremece el espectador al verlo. Garay no solo le dio el color, la palidez de la muerte, sino que al tocarlo sentiríamos lo yerto de las carnes; y le puso el olor, esa fetidez de los cuerpos en descomposición”63.

En todo caso, las reseñas y críticas mencionan siempre los casos de los paisajistas Zamora (1875-1948) y Pablo Rocha (1863-1937), así como Ricardo Moros Urbina (1865-1942), discípulos de Santa María (aunque este no es nunca mencionado). En tales casos, no hay tampoco necesidad de un lenguaje nuevo. Sin embargo, algo había comenzado a cambiar como reacción de los críticos ante la novedad que, en el fondo, era una expresión externa del “cambio de paradigma” representación/impresión: la Sanín Cano, fundador de las revistas Gris y Contemporánea, y de los periódicos El Autonomista y El Vigía; fue también miembro de la Cámara y del Senado de la República y diplomático. SANÍN CANO, Baldomero, “Max Grillo”, en GRILLO, Max, Granada entreabierta, Bogotá, Biblioteca Popular de Cultura Colombiana, 1946, pp. VII-VIII. 62 GRILLO, Max, “En la exposición”, en El Diario, Bogotá, 24 de agosto de 1899. Esta descripción será refutada severamente por el crítico de arte Jacinto Albarracín (1876-¿?), de quien afirma Medina: “Jacinto Albarracín -Albar-, un católico de evidentes simpatías con el conservatismo en 1899, tras la guerra criticó a la Regeneración y posteriormente fue un activo divulgador del socialismo utópico, el cual asoció a los preceptos del cristianismo. En 1919 Albarracín se convirtió en uno de los fundadores del Partido Socialista Revolucionario, organizado al calor del entusiasmo que despertó el triunfo de la revolución rusa”. MEDINA, Álvaro, op. cit., p. 64. 63 “Bellas Artes”, en El Heraldo, No. 842, Bogotá, 24 de agosto de 1899.

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discusión estuvo acompañada por la traducción de varios artículos que apuntaban a las discusiones estéticas, que escapaban a la clausura académica, y que representaban posturas más modernas, como mencionaremos a continuación. El 27 de noviembre de 1898, en El Autonomista, diario liberal, Ricardo Hinestrosa Daza traduce la introducción del texto que Ugo Ogetti produjera con ocasión de la exposición de pintura en Venecia en 1897. En el texto se afirma la tesis que las obras de arte producen pensamientos en el espectador en virtud del hecho que ellas mismas son expresión de la relación entre inteligencia y sentimiento. Es la tesis del “arte de ideas”, corriente a finales del siglo XIX. Es por esta razón que Ogetti iniciaba el escrito con una cita de Ruskin: “El objeto del arte excelso, es despertar la inteligencia por conducto de los sentimientos. Por eso jamás será arte una cantidad de labor técnica encerrada en una escena dada”64. Así en el texto se desarrolla una crítica a la consideración mimética del arte, que considera secundaria, así como a los criterios formales de evaluación de las obras. La idea defendida con respecto al arte es que las ideas filosóficas han ido “invadiendo” el terreno del arte; al ser esto así, la función del arte moderno no es embellecer la idea, sino hacerla más profunda. Una consecuencia de ello es que los estilos se aceptan en sus múltiples variedades y que surge una función nueva para la crítica: “En la inundación del simple miope verismo, desterrada toda idea, y desterrado todo sentimiento de la obra de arte, no se podía discutir sino sobre la diversidad de las técnicas; y aun hoy mucha crítica continúa por la misma vía, usando sólo los ojos para juzgar á artistas que sólo usaban los suyos para crear. Pero hoy es necesario mirar á otros puntos, y mirar más profundamente: es necesario buscar el alma de los artistas. La crítica puramente técnica va en retirada. Sólo después de haber examinado lo que el artista ha querido decir, se examina cómo lo ha dicho. Este método de crítica me parece el más sencillo y el más moderno, porque la psicología es de hoy más la maestra de la crítica, y los cuadros no son ídolos que tengan el milagroso poder magnético de conmover, sino puros índices psíquicos”65.

64 “Para comenzar”, en El Autonomista, No. 58, Bogotá, 27 de noviembre de 1898. 65 Ibid.

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En 1899, El Autonomista presentó otras traducciones de artículos directamente vinculados con el arte, en los que se adoptaban las ideas modernas de estética. En mayo de 1899 traducía un artículo de Pedro Emilio Coll (1872-1947)66, publicado en Inglaterra en 1898, cuya validez era justificada “en un momento en que su reproducción sirve para moderar un poco el estrépito ingrato que han hecho últimamente algunos escritores alrededor de las palabras decadencia y simbolismo”67, con las que la crítica menospreciaba los gestos modernistas en literatura. Comparando el caso con la pintura, el autor afirmaba que las influencias provenientes de París (en las que, obviamente, clasificaba la obra de Santa María) se aclimataban adecuadamente en América Latina debido a las “íntimas afinidades de los pueblos que las adoptan”, y proponía para la crítica en el momento histórico lo siguiente: “No niego la virtud de una crítica severa, pero prefiero una crítica tolerante que tenga el santo amor de equivocarse; como en el viejo Campoamor: “doy todos los justos por un bueno,” sin que quiera decir que tengo razón. Entre nosotros la crítica implacable y dogmática es menos justificada que en los países en donde la literatura es una manera de luchar por la existencia”68.

A este sentido de flexibilidad de la crítica moderna, apuntando ahora directamente al arte, en septiembre el mismo diario traduce un artículo que el escritor y crítico de arte italiano Angelo Conti (1860-1930) había publicado en Il Marzocco, en el que la idea del dibujo, esto es, la corrección académica como criterio para enjuiciar una obra de arte es criticado, aunque se destacan sus posibilidades como vehículo de la expresión artística, “Pero el dibujo, como la pintura, como la poesía, como el arte en general, no se enseña y nadie lo ha enseñado jamás. Lo que se puede enseñar en las escuelas es una habilidad que puede conducir con un poco de paciencia a ver y reproducir mecánicamente y con suficiente exactitud los objetos en las proporciones y relaciones con que se presentan en la 66 Ensayista y escritor venezolano, reconocido como uno de los iniciadores del modernismo a través de la revista Cosmopolis (1894-1895), con una trayectoria común a varios de los intelectuales latinoamericanos, miembro del parlamento venezolano y representante diplomático en Europa (el artículo al que hacemos mención fue publicado mientras Coll fungía como cónsul de Venezuela en Southampton). ÁNGEL INSAUSTI, Rafael, “Un nuevo libro de Pedro Emilio Coll”, en COLL, Pedro Emilio, La colina de los sueños, Caracas, Artes Gráficas, 1959, pp. 11-13. 67 El Autonomista, No. 173, Bogotá, 7 de mayo de 1899. 68 Ibid.

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realidad exterior. Pero el dibujo no es la copia exacta de lo que los ojos ven: es dibujo solamente lo que expresa una visión y un sentimiento; lo que el artista puede hacer, pero jamás enseñar a nadie”69.

Con esto, en defensa de un criterio moderno, enfrentado al criterio académico que era pan corriente en las publicaciones conservadoras, se operaba una nueva ampliación del horizonte de expectativas, una “modernización” del mismo. Estas traducciones son ejemplos de los intentos de superación del vacío de lenguaje frente a la obra de Santa María y, en general, cara a la modernidad. Sin embargo, sólo abonaban el terreno de las sensibilidades y del lenguaje, y son el trasfondo para la discusión que se llevaría a cabo en 1904, esta vez en torno a la noción de “impresionismo”, que requerirá de una nueva ampliación de horizonte de expectativas, directamente dirigido a evaluar la obra de Andrés de Santa María. Al finalizar la discusión acerca de si el triunfador de la exposición nacional de 1899 debería ser Garay o Acebedo, se produjo el primer intento de crítica de arte en sentido fuerte: Jacinto Albarracín publicó Los artistas y sus críticos70. En este texto, reconstruyó las posturas de los críticos, hizo un balance de sus falencias, destacó los aspectos centrales que deberían tenerse en cuenta a la hora de juzgar una obra de arte y señaló los errores comunes cometidos por los colegas del oficio. Este texto indica que pese al estado germinal de la crítica, al poco numeroso grupo de críticos, al ser una actividad básicamente bogotana y a todas las demás posibles limitaciones, la situación hermenéutica estaba suficientemente desarrollada para efectuar evaluaciones históricas; tales evaluaciones revelan las posibilidades de una lectura autoconsciente por parte de los lectores históricos que revisan sus propios prejuicios. En 1904 una nueva situación sucederá en torno al impresionismo de la obra de Santa María, su trabajo dejará de pasar desapercibido y se convertirá en el centro de interés de los críticos. Mi tesis es que el carácter de fundación de modernidad en el lenguaje plástico que tiene correspondencia con la obra de Santa María en Colombia, sirvió para que la crítica de arte se consolidara en el sentido de un mejoramiento en algunos de los críticos, que debieron ampliar el horizonte de expectativas a partir del cual leían los cuadros de las exposiciones y que esta ampliación del horizonte abría paso a la recepción de lenguajes artísticos no tradicionales al mismo tiempo que aclimataba la producción de obras de arte, que podrían circular en el contexto nacional de los compradores.

69 “Ideas Fundamentales”, en El Autonomista, No. 272, Bogotá, 3 de septiembre de 1899. 70 ALBARRACÍN, Jacinto (Albar), Los artistas y sus críticos, Bogotá, Imprenta y librería de Medardo Rivas, 1899.

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Los primeros escritos de crítica de arte producidos en Colombia en el siglo XIX pronto encontraron el procedimiento común academicista y heredero de los cánones neoclásicos, lo que hoy suena deficitario. Sin embargo la búsqueda de fuentes, la ampliación del horizonte de expectativas y la consolidación de un lenguaje literariamente cargado, son elementos que, al ser los intentos iniciales de la práctica, es conveniente no perder de vista a la hora de juzgar el pasado de una actividad que hoy continúa siendo solicitada. Los ejemplos que hemos mostrado no son simplemente una muestra de la historicidad de los enunciados, deben ubicarse en el origen de una tradición que desde entonces ha acompañado a las manifestaciones artísticas. Los aciertos y desaciertos de esa época deben integrarse como elementos de juicio a la hora de efectuar evaluaciones del estado actual de la disciplina. Pese a lo historicista que pueda resultar una reconstrucción de este tipo, la posibilidad de observar el pasado desde marcos teóricos recientes permite apreciar en su justa medida el valor que pueda tener para el presente efectuar constantes revisiones de los hechos que conforman nuestra identidad.

Bibliografía Fuentes primarias Publicaciones periódicas: El Autonomista, Bogotá, 1898-1899. El Conservador, Bogotá, 1899. El Día, Bogotá, 1848. El Diario, Bogotá, 1899. El Heraldo, Bogotá, 1899. El Neogranadino, Bogotá, 1848. El Semanario, Bogotá, 1888. El Tiempo, Bogotá, 1855. Papel Periódico Ilustrado, Bogotá, 1886-1887. Libros: ALBARRACÍN, Jacinto (Albar), Los artistas y sus críticos, Bogotá, Imprenta y librería de Medardo Rivas, 1899. BORDA TANCO, Alberto, Bogotá, Bogotá, Escuela Tip. Salesiana, 1911.

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El campo artístico colombiano en el Salón de Arte de 1910 Resumen Este artículo analiza el Salón de 1910, muestra de arte realizada durante la Exposición del Centenario. Examina los agentes involucrados en esta exposición, como la Academia, los artistas, los críticos y el fallo de los jurados. Aborda la teoría del campo de Bourdieu para explicar el proceso que se estaba desarrollando en el campo de las artes en Colombia y explora los vínculos entre la propuesta de nación del Centenario con el trabajo plástico que mostraron los artistas expositores. Propone, finalmente, una mirada novedosa y sugestiva de los procesos históricos y sociales de las artes en Colombia a comienzos del siglo XX. Palabras claves: Campo artístico colombiano, artistas, críticos, Academia, Centenario, nación, Bourdieu.

The Colombian artistic field in the Art Salon of 1910 Abstract This article analyzes the Salon of 1910, an art exhibition organized during the Centennial Exposition. It examines the agents involved in this exposition such as the Academy, the artists, the critics, and the jurors’ awards. The article employs Bourdieu’s field theory to explain developments in the arts in Colombia and to explore the links between the idea of the nation promoted by the Centennial and the artistic works exhibited in the Salon. The article offers, in the end, a novel and suggestive approach to historic and social processes in the arts in Colombia at the beginning of the 20th century. Keywords: Colombian artistic field, artists, critics, Academy, Centennial, nation, Bourdieu. Artículo recibido el 7 de marzo de 2006 y aprobado el 9 de junio de 2006.

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¿Qué diríais de un Concierto en que se tocará á Beethoven, Chopin, Hayden, Grieg, y en cuyo programa también hubiese número de pasillos y bambucos interpretados en tiples y dulzainas? No os lo explicarías. ¿Verdad?

El presente artículo ofrece un análisis del Salón de Arte de 1910, año de la Exposición del Centenario. La muestra artística del Centenario constituyó un momento singular en los procesos de configuración del campo artístico en Colombia y sus relaciones con los proyectos de nación. En el Parque de la Independencia, lugar escogido para la celebración central, se construyó un pabellón al estilo europeo con el fin de albergar las piezas de arte que serían expuestas. Por primera vez, el Estado colombiano dispuso parte de su presupuesto para mostrar lo más representativo de las artes. La Exposición estuvo financiada por el gobierno, pero ideada y curada por destacados artistas y conocedores del arte. Su director fue el reconocido pintor bogotano Andrés Santamaría (1860-1945). La Exposición del Centenario, feria realizada en 1910 con el fin de celebrar cien años de la Independencia, será analizada como el lugar por excelencia de representación de la nación colombiana en la primera década del siglo XX, en tanto configuró ( Este artículo es resultado de la investigación La Exposición del Centenario: una aproximación a los procesos de configuración de nación desde el campo artístico colombiano, realizada por el autor para optar al título de Historiador en la Pontifica Universidad Javeriana (2005). Agradezco a William López por sus valiosos aportes a este trabajo. ▲ Historiador de la Pontificia Universidad Javeriana. Estudiante de la Maestría en Historia y Teoría del Arte, la Arquitectura y la Ciudad en la Universidad Nacional de Colombia.

HERRERA COPETE, Jorge, “La exposición de Bellas Artes en el Centenario”, en El Nuevo Tiempo, Bogotá, [1910].

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un espacio de escenificación de un discurso narrativo dramático de la misma. Se trató de conformar, desde diferentes medios, aquello que era representativo para definirla. No sólo espacialmente, a ser el Parque de la Independencia el símbolo de la Exposición, sino también desde sus distintas exposiciones y festejos, se logró precisar un proyecto de nación, ligado al Estado y a las clases dirigentes. De esta forma, la Exposición de 1910 constituyó uno de esos momentos históricos imprescindibles para la conformación y definición de lo que, por algunas décadas del siglo XX, sería denominado como “lo colombiano”. Este proyecto estuvo ligado a una ideología específica, que por sus rasgos concretos se vincula con la hegemonía conservadora de finales del siglo XIX e inicios del siglo XX. Esos rasgos estuvieron definidos a partir de la inclusión de ciertas instituciones y estratos sociales y, desde luego, de la exclusión de aquello que no se ajustaba a esas instituciones y a esas élites. Por ejemplo, la Iglesia, el referente hispánico, las élites capitalinas y los dirigentes estuvieron incluidos dentro del programa de representación, mientras que el resto de la población no cumplió un papel activo y fue relegado en el proyecto de Estado-nación. El campo del arte, y específicamente el Salón de Arte de 1910, cumplió un papel fundamental para consolidar el tipo de nación que se representó en la Exposición del Centenario. Mientras la Exposición industrial y agrícola hablaba de los referentes de civilización y progreso, que con tanto encomio ideaban los encargados de los festejos, la Exposición de arte fue el medio de representación más natural que acusaba una vinculación entre la forma plástica permitida y la temática de las obras, en otras palabras, entre la forma de hacer arte y aquellos temas que eran legítimos y reconocidos. El Salón de 1910 mostró que el campo artístico colombiano aún tenía relaciones estrechas con otros campos como el político o el religioso, pero esto no logró ocultar los evidentes indicios de constitución del campo de las artes. Si bien los postulados academicistas guiaban el discurso plástico, las nuevas tendencias artísticas tejían redes entre los artistas y los críticos, que aunque no fueron suficientes, sí lograron afincar conceptos, ideas y teorías propias de la disciplina artística.

1. Salones, artistas y polémicas Los salones de arte en Colombia surgieron mediados por las exposiciones nacionales. Fueron estos eventos los que permitieron la apertura de un lugar legítimo donde los artistas exhibían sus obras no sólo con fines comerciales, sino también como ejercicio de valoración y aceptación. La obra expuesta era confrontada por un reducido grupo

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de críticos que mediaban de alguna manera entre el artista, la obra y el público: una nueva figura decisiva en la historia de las manifestaciones artísticas nacionales. Los llamados salones de arte -nombre que se le daba a las exposiciones de arte en Europa -, surgen dependientes de la realización de proyectos de exhibición nacional y son generadores de un espacio que, por muchos años, constituiría el único lugar de confrontación de las nuevas propuestas en el arte, de sus relaciones con la política y de su importancia con los proyectos de nación. En las primeras exposiciones nacionales, específicamente las de 1841, 1842, 1845, 1848 y 1871, el arte no desempeñó un papel importante y figuraba como una muestra secundaria con relación a la exhibición industrial y agrícola. Es diciente que en la Exposición de 1871, las obras de Alberto Urdaneta (1845-1887), Epifanio Garay (1849-1903) y Ramón Torres Méndez (1809-1885), artistas claves del siglo XIX, estuvieran ubicadas en la sección 12, titulada “Objetos Varios”; junto a estas, además, se encontraban productos artesanales de varias regiones del país. Esta falta de lugar propio para las artes no puede considerarse como una ligereza por parte de las personas encargadas de las exposiciones. Para la época no sólo se contaba con un número irrisorio de artistas, sino que, además, no había instituciones que apoyaran el oficio como tal. Faltarían varios años para la fundación de la Escuela de Bellas Artes y, con ello, la llegada de un nuevo grupo de pintores y escultores que establecerían, entre otras cosas, los procesos de autonomización del campo del arte. En 1886, año de creación de la Escuela de Bellas Artes, se organizó una exposición sin precedentes. Alberto Urdaneta, fundador de la Escuela y presidente del Salón, hizo Los salones de arte tienen su origen en la exposición celebrada en 1667 para conmemorar la fundación de la Académie Royale de Peinture et de Sculpture, institución creada por la monarquía francesa destinada a engrandecer la figura del monarca y su gobierno por medio de las artes. Los salones cobraron impulso en el año de 1751, a partir del cual se celebraron los famosos salones franceses. Su inauguración se realizaba el 25 de agosto, día de san Luis, y duraban aproximadamente un mes. El salón de arte en su comienzo fue fundamentalmente francés. Sin embargo, poco tiempo después se fundaron muestras de arte en otros países, como el caso del Salón de 1769, organizado por la Royal Academy of Arts de Londres. Los salones fueron una institución real, aunque los efectos que produjo desbordaron esos contextos gubernamentales. Uno de los efectos no buscados fue la configuración de un público que contemplaba y valoraba las obras de arte, es decir, las obras estaban expuestas al público y ya no eran privilegio cortesano. En este sentido, los salones constituyeron la primera forma de democratización de las obras de arte. En buena medida, esta democratización supuso una definición de la crítica del arte, un nuevo género que estuvo en directa relación con la producción artística, con la industria periodística alrededor de los salones y, finalmente, con un grupo de lectores. BOZAL, Valeriano, “Orígenes de la estética moderna”, en BOZAL, Valeriano (ed.), Historia de las ideas estéticas y de las teorías artísticas contemporáneas, Vol. I, Madrid, Gráficas Rógar, 2000, pp. 22-23.

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de la muestra una de las más significativas en la historia de la plástica nacional. Así mismo, inauguró una nueva etapa en las exposiciones de arte en el país, caracterizadas por su número, su vinculación con la Academia y su influyente papel en la cultura nacional. El Salón de 1886 estaba dividido en cuatro grandes grupos de obras: las realizadas por los estudiantes de la Escuela; las de artistas colombianos o extranjeros residentes en nuestro país; las de algunos pintores de la Colonia y las de extranjeros notables. El número completo fue de 1.200 piezas . Uno de los rasgos más acusados de la exposición fue la muestra de un número considerable de obras del pintor santafereño Gregorio Vázquez de Arce y Ceballos. De la misma manera, en el Salón se exhibieron obras de algunos artistas que por varias décadas serían los protagonistas de la escena artística en Colombia; entre otros figuraron los pintores Epifanio Garay, Ricardo Acebedo Bernal (1867-1930), Santiago Páramo (1841-1915) y Ramón Torres Méndez (1809-1885). Años más tarde, en la Exposición de 1899, los pintores bogotanos Epifanio Garay y Ricardo Acebedo Bernal fueron los protagonistas del salón de 1899; sus obras suscitaron una sugestiva controversia que lejos de tener un carácter estético se redujo a un claro enfrentamiento político. Los partidarios de la Regeneración apoyaban a Garay, quien entre sus numerosos cuadros había enviado dos retratos: uno de Rafael Núñez (1825-1894), máximo ideólogo de la Regeneración, y el otro de Miguel Antonio Sanclemente (1813-1902), Presidente de la República e impulsor de las políticas de aquel. Estos dos trabajos fueron criticados por un sector político de liberales que, además, defendía la obra de Acebedo Bernal. Esta confrontación hizo del Salón de 1899 una de las muestras más interesantes para el tema de la crítica de arte y de las relaciones entre arte y política en Colombia . En este caso, los dos artistas confrontados “La Academia” es un término que será utilizado en este texto para referirse a una serie de características plásticas del arte colombiano de finales de siglo XIX y comienzos del XX. Las particularidades más evidentes fueron la idealización de la obra artística, su solemnidad, su vinculación directa con el retrato, su armonía en la gama cromática y su consideración hacia principios estéticos como la belleza, la bondad y la verdad. Si bien es cierto que históricamente las escuelas de Bellas Artes estuvieron emparentadas con los principios de la Academia, para 1910 hubo una serie de cruces propiciados por Andrés Santamaría que hace pensar que en la Escuela se estaba fomentando formas plásticas de la vanguardia europea. Esto no tendría consecuencias considerables en el campo artístico colombiano de la primera década del siglo XX, pues su discusión se propicio cuando Santamaría permaneció en Bogotá. Después de 1911, año de su viaje definitivo a Europa, poco se volvió a hablar de las controvertidas maneras del maestro. MEDINA, Álvaro, Procesos del arte en Colombia, Bogotá, Instituto Colombiano de Cultura, 1983, p. 257. LÓPEZ, William Alfonso, La crítica de arte en el Salón de 1899: una aproximación a los procesos de configuración de la autonomía del campo artístico en Colombia, Bogotá, Programa de Maestría en Historia y teoría del arte y la arquitectura, Facultad de Artes y Arquitectura, Universidad Nacional de Colombia, 2005, tesis sin publicar.

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pertenecían al canon estético de la Academia; tanto Garay como Acebedo Bernal tenían presentes en sus cuadros la línea, el manejo cuidadoso del color y el realismo en las figuras, es decir, que las críticas de las obras suscitadas en aquel evento se basaron en sus implicaciones políticas y no en su trabajo plástico. En este sentido se deduce que en el interior de los partidos políticos no había una divergencia por los planteamientos estéticos de la Academia. Tanto los liberales como los conservadores encontraban un lugar único donde, como clase dirigente, se unían excluyendo cualquier otra tendencia plástica . En 1904, año de la primera exposición del siglo XX, el Salón de Arte se convirtió nuevamente en el centro de una polémica que, en este caso, tuvo como protagonista a Andrés Santamaría , quien para los críticos era un representante del Impresionismo. Baldomero Sanín Cano (1861-1957), Maximiliano Grillo (1868-1949) y Ricardo Hinestroza Daza sostuvieron en la Revista Contemporánea una fuerte disputa que, según el historiador Álvaro Medina, autor de uno de los textos más notables sobre el tema, marcó el ciclo de la apertura antiacademicista. El primero de ellos defendió la obra de Santamaría y trató de exponer los principales postulados de la escuela impresionista. Por el contrario, Grillo y Daza arremetieron contra el Impresionismo y afincaron los presupuestos academicistas y su actualidad e importancia en la historia de la plástica nacional . Para ver el proceso de la polémica, los comentaristas, sus referencias, sus críticas estéticas y sus consecuencias políticas, véase MEDINA, Álvaro, op. cit., pp. 32-57. Andrés Santamaría es considerado por la crítica como el primer pintor modernista de nuestro país. Santamaría nace en Bogotá en 1860, pero la mayoría de su vida vivió en Europa, específicamente en París, Gran Bretaña y Bélgica. Luego de culminar sus estudios en la Academia Nacional de Bellas Artes de París, regresó al país en 1893 y se quedó hasta 1901, año en el que decidió volver a Bélgica. En 1903 regresó a Bogotá. Un año después fue nombrado director de la Escuela Nacional de Bellas Artes hasta 1911, fecha en la cual partió hacia Europa de donde no regresó. ORTEGA RICAURTE, Carmen, Diccionario de artistas en Colombia, Bogotá, Plaza & Janés, 1979, pp. 448-449. Para seguir de cerca el proceso de la crítica, véase SANÍN CANO, Baldomero, “El Impresionismo en Bogotá”, en Revista Contemporánea, Vol. I, No. II, Bogotá, 1904, pp. 145-156; Vol. I, No. IV, Bogotá, 1905, pp. 354-361; GRILLO, Maximiliano, “Psicología del Impresionismo”, en Revista Contemporánea, Vol. II, No. I, Bogotá, 1905, pp. 32-37 e HINESTROSA DAZA, Ricardo, “El Impresionismo en Bogotá”, en Revista Contemporánea, Vol. II, No. III, Bogotá, 1905, pp. 193-224. De la polémica de 1904, conocida como la del “impresionismo”, se pueden encontrar ya varias referencias serias de estudio. El historiador Álvaro Medina es quizás el primero que establece una tesis acerca de las consecuencias que trajo consigo la discusión sobre la obra de Andrés Santamaría. MEDINA, op. cit., pp. 67-76. Por otro lado, la investigadora Carmen María Jaramillo, al hablar de los orígenes de la crítica de arte en Colombia, se detiene en la postura de Sanín Cano, la cual es próxima a la defensa de la autonomía del arte. JARAMILLO, Carmen María, “Una mirada a los orígenes del campo de la crítica de arte en Colombia”, en Artes La Revista, Vol. 4, No. 7, Medellín, enero-junio 2004, pp. 3-38. El último

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Los antecedentes de la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1910 mostraban un escenario ambiguo para las artes, mientras era evidente que los postulados academicistas guiaban el discurso plástico; nuevas propuestas estaban siendo discutidas y conocidas por algunos críticos y artistas.

2. La teoría de los campos de Bourdieu y el campo artístico colombiano En Colombia, la producción del arte nació influenciada por tendencias artísticas importadas de Europa. Así mismo, los artistas, sus obras y la crítica, se definieron y justificaron por la importancia que tuvieron para el pueblo europeo. Europa constituyó por décadas el referente por excelencia de nuestras élites, las que veían en sus instituciones (religiosas, estatales, industriales y artísticas) el mejor modelo a imitar . En Colombia, ejemplo de ello fueron el establecimiento del Museo Nacional y la creación de exposiciones regulares, llamadas al modo europeo “salones de arte”. De la misma forma, la fundación de la Academia Nacional de Bellas Artes fue una abierta imitación de las prestigiosas Academia Julián de París y la Academia San Fernando de Madrid. Con la creación de las instituciones artísticas estatales, el campo artístico en Colombia hace su aparición y comienza una lucha por su autonomía. Para el sociólogo francés Pierre Bourdieu un campo -cualquiera que sea- es “un espacio estructurado de posiciones cuyas propiedades dependen de su posición en estos espacios, y que pueden analizarse en forma independiente de las características de sus ocupantes”10. Es decir, un campo es un espacio independiente, pero convive con otros, y sus reglas también son independientes, pero coexisten con otras. Por otro lado, sus ocupantes o las personas que hacen posible su existencia cumplen un papel esencial, sin embargo, no son la razón de ser del campo. En otras palabras y parafraseando a Bourdieu, un campo se define por aquello que está en juego y por los intereses específicos del juego. En este sentido un campo es una lucha constante de agentes e instituciones que desde distintas perspectivas, hacen de este un escenario de constantes confrontaciones acercamiento lo realiza el filósofo Víctor Quinche, quien abre nuevas posibilidades de discusión del tema, a partir de conceptos de la filosofía, específicamente desde elementos de la estética de la recepción y la filosofía analítica del lenguaje. QUINCHE, Víctor, Una lectura de la “polémica del impresionismo” desde la filosofía del arte, Reporte de investigación No. 67, Escuela de Ciencias Humanas, Universidad del Rosario, 2005, pp. 6-19. MARTÍNEZ, Frédéric, El nacionalismo cosmopolita, la referencia europea en la construcción nacional en Colombia 18451900, Bogotá, Banco de la República-Instituto Francés de Estudios Andinos, 2001, p. 281. 10 BOURDIEU, Pierre, “Algunas propiedades de los campos”, en BOURDIEU, Pierre, Sociología y cultura, México, Grijalbo, 1990, p. 135.

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por diferentes intereses, logrando que cualquier campo sea un espacio generador y transformador de su propia historia. Para Bourdieu existen ciertos indicios que evidencian la constitución de un campo. Uno de ellos y quizás el más importante es la “aparición de un cuerpo de conservadores de vida”11; se trata de unas personas -biógrafos, historiadores, filólogos, etcétera- cuyo interés primordial es la conservación de lo que se produce en el campo, “su interés es conservar y conservarse conservando”12. Un segundo indicio del funcionamiento de cualquier campo es la presencia de la historia del mismo en las obras que se realizan en su interior. La historia es el primer recurso que se debe conocer para poder ingresar al campo y hacer parte de él. De esta forma un campo es el resultado de un proceso histórico en el cual este adquiere “sus propias tradiciones, sus propias leyes de funcionamiento y de reclutamiento, y por ende su propia historia”13. En el caso específico del campo artístico, el pensador francés anota que la autonomía del arte y del artista “no es más que la autonomía (relativa) de ese espacio de juego que yo llamo campo, una autonomía que se va instituyendo poco a poco y bajo ciertas condiciones, en el transcurso de la historia”14. Un proceso de autonomía del campo de la producción del arte toma como objeto no sólo las relaciones entre el artista y su arte, sino también entre el artista y los demás artistas y sus relaciones con el “conjunto de agentes envueltos en la producción de la obra, o al menos, en el valor social de la obra (los críticos, directores de galería, mecenas, etcétera)”15. Ese conjunto de agentes se generó en mayor medida a partir de la creación de la Academia. Con la inauguración de la Escuela de Bellas Artes (1886) se legitimó por parte del gobierno el oficio del artista -pintor o escultor- y la importancia de su producción artística para la nación. Con la creación de un lugar oficial para los artistas bogotanos, el estatus social del mismo no cambia drásticamente. El oficio de pintor o escultor a comienzos del siglo XX aún no es visto como una profesión estimable como sí ocurre con otras disciplinas. Entre otras razones se encuentra el hecho de que el artista basa su trabajo en las manos y su intelecto parece no involucrarse. Esto, desde luego, es muy importante para las élites intelectuales, para las que el intelecto está por encima de los oficios manuales16. 11 12 13 14 15 16

Ibid., p. 138. Ibid., p. 139. BOURDIEU, Pierre, Cuestiones de sociología, Madrid, Ediciones Istmo, 2000, p. 207. BOURDIEU, Pierre, “¿Y quién creó a los creadores?”, en BOURDIEU, Pierre, Sociología y cultura, op. cit., p. 227. Ibid., p. 227. MEDINA, Álvaro, Procesos en el arte en Colombia, Bogotá, Instituto Colombiano de Cultura, 1983, p. 83.

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La nueva institución era el símbolo nacional de las artes y el espacio oficial de un nuevo grupo de personas conocedoras que de alguna manera actuaban como depositarios y defensores de una estética particular impuesta, desde luego, por una clase social. Un espacio donde profesores especializados y distinguidos alumnos con distintas habilidades tejían sus propias redes sociales y estéticas, diferenciándolas de otras formas artísticas como la literatura. En este sentido, el Salón de 1910 fue uno de los acontecimientos históricos en la conformación de un campo artístico en Colombia. Allí no sólo se tiene un lugar propio, donde se muestra lo que el campo produce, sino también unas personas que hacen posible que el campo exista: pintores, escultores, comentadores, críticos, coleccionistas, diseñadores que poco a poco van armando unas propiedades específicas y un discurso propio del campo artístico. En palabras de Bourdieu, aparecen “un conjunto de agentes que tienen intereses por el arte a quienes les interesa su existencia independiente de las razones o de sus intereses particulares”17. Un campo que surge en un contexto político e ideológico determinado que, en el caso colombiano, estuvo ligado con los proyectos políticos de nación y que, para 1910, supuso una marcada intervención en el contexto externo del campo; es decir, el campo artístico se vio afectado por los procesos políticos del país, pero esos mismos procesos ayudaron a delimitar y a entender las significaciones de las obras de arte y sus influencias en la sociedad. La Academia, apoyada por la mayoría de los profesores de la Escuela, empezó a ser un espacio doblemente excluyente: por un lado, ahondó la diferenciación de las prácticas artísticas en su especificidad disciplinaria y, por otro, constituyó un cuerpo de expertos que perpetuaron la diferenciación social de las élites a través del discurso del arte. Las relaciones entre la Academia y la Escuela constituyen un tema amplio. En nuestro caso, como se ha indicado, la Escuela apoyó la mayoría de los postulados de lo que se denomina “la Academia”, es decir, los temas de estudio, el tratamiento del color, la idealización del arte. Sin embargo, se debe tener en cuenta que cuando Andrés Santamaría fue director y profesor de la Escuela se colaron algunas ideas que bien podrían llamarse de vanguardia, pero que en definitiva no prosperaron, porque la Escuela continuó apoyando los postulados academicistas. El Salón de Bellas Artes de 1910 fue un producto indiscutible de la Escuela, lugar primario para el campo artístico colombiano; allí fue, finalmente, donde el campo artístico se gestó. La Escuela no sólo fue el espacio donde se formó a los jugadores del campo, sino también desde donde se impuso la forma de jugar. En definitiva, la 17 BOURDIEU, Pierre, Cuestiones..., op. cit., p. 219.

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definición legítima de obra de arte. Los expositores y sus obras tuvieron su origen en la Academia y estaban insertos en un campo que estaba tratando de manejar sus propias dinámicas y reglas, vistas desde un canon estético y que aparece una y otra vez en cada una de las obras: la línea, el dibujo, el manejo del color, el volumen, las sombras, la perspectiva lineal y el aérea, el gesto y la luz; todo esto convierte al salón en un lugar conservador y excluyente. Eran las personas con cierto bagaje cultural las únicas capaces de apreciar las obras desde sus características formales o pictóricas, bien fueran escenas bíblicas, retratos de santos, de dirigentes o de próceres. Pocos eran los que podían “hablar” de la obra con autoridad: sancionarla y construir públicamente su sentido “estético”. En otras palabras, el arte, sus productos, el campo donde se movía, las personas que hacían parte de él, las relaciones que surgieron entre artistas, compradores y críticos, hicieron del Salón y del campo artístico un lugar excluyente y exclusivo de la sociedad colombiana de comienzos del siglo XX y de la Exposición del Centenario. De la Academia se pasa a los salones y en los salones se llega a otro grupo de personas que fue decisivo para el campo artístico colombiano: los críticos. Un grupo de “agentes” no profesionales, en su mayoría literatos, abogados o escritores aficionados, que comentaban, discutían, refutaban, argumentaban y, en otras palabras, daban vida a las obras de arte. Con esta tetralogía, entre Academia, salones, artistas y la crítica, el campo artístico en Colombia empezó a jugar un papel político fundamental en relación con otros campos y, específicamente, en temas como el de la construcción nacional. En este sentido, la creación de instituciones artísticas nacionales sujetó la promoción de las artes con la producción de los artistas; la obra del artista fue el mejor medio para representar el modelo de nación que construyó el Estado. Sus temas, escenarios, protagonistas y colores, además de ser reconocidos por la Academia, constituyeron la representación legítima de la nación colombiana. El arte se volcó a las calles y parques de la ciudad. En cada uno de los sitios representativos de la capital se hallaba un busto o una estatua evocadora de algún protagonista de la nueva historia que había comenzado desde 1810. Dentro del Salón el arte representaba aquello que se acercaba en su forma a la cultura europea, pero en su temática a lo propiamente colombiano; en cada rincón habían numerosos bustos y cuadros de todas las facturas y temáticas, unas evocadoras de nuestro dirigentes, otras del poder de algunas instituciones como la Iglesia, y muchas otras resaltaban al territorio como una forma única desde donde sentirse orgullosos. Finalmente, el arte era la forma más visible para la sociedad y de alguna manera fue el lugar legítimo para representar aquello que se suponía era lo propiamente colombiano

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3. El Salón de 1910 El 28 de julio de 1910 se inauguró el Pabellón de Bellas Artes en el Parque de la Independencia. El edificio, construido en un “estilo clásico profusamente enriquecido con rejas, relieves y decoraciones que recordaban motivos del Art Nouveau”18, fue el orgullo de todos los bogotanos y mereció el aplauso de sus visitantes, quienes lo definieron como una “obra llena de arte y patriotismo”19. Imagen n° 1: Pabellón de Bellas Artes (vista exterior)

Fuente: ISAZA, Emiliano y MARROQUÍN, Lorenzo, Primer Centenario de la independencia de Colombia 1810-1910, Bogotá, Escuela Tipográfica Salesiana, 1911, pp. 342-343.

18 NIÑO MURCIA, Carlos, Arquitectura y Estado, Bogotá, Facultad de Arte, Universidad Nacional de Colombia, p. 59. El Art Nouveau es el primer movimiento artístico que se desprende casi por completo de estilos anteriores como el Barroco, el Neoclasicismo, el Romanticismo, entre otros. Se desarrolló principalmente en la arquitectura y en el diseño; las obras pretendían mostrar una identidad con lo urbano y lo moderno. Por ello, sus técnicas estuvieron ligadas a la reproducción mecánica: xilografía, cartelismo, impresión, etc. Este movimiento estuvo emparentado con el auge de la industrialización y de las exposiciones universales. VV. AA., Historia del arte, Madrid, Espasa Calpe, 1999, pp. 1127-1130. 19 El Republicano, Bogotá, 28 de julio de 1910, p. 4.

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En la Exposición de 1910, los espectadores tendrían una visita “obligatoria” al Pabellón de Bellas Artes, no sólo para observar la edificación, que a ojos de muchos colombianos no tenía comparación alguna, sino, además, con el fin de contemplar las innumerables piezas de arte ejecutadas por nuestros artistas. El Salón fue todo un éxito. En ninguna de las anteriores exposiciones se había trabajado tanto en la promoción y divulgación de la producción artística en cuanto a su autonomía con otros campos ni se había tenido entre sus encargados a hombres de la talla de Andrés Santamaría. Esto no quiere decir que los anteriores organizadores como Urdaneta o Garay, artistas de sobrada importancia y reconocimiento social y artístico, no hayan cumplido un papel clave como gestores de la cultura en su momento. El punto de diferencia radica en que Santamaría estaba ligado a un habitus distinto al de sus antecesores20. Santamaría, además de ser un conocido pintor perteneciente a una de las familias más adineradas y prestantes de la capital, de haber cursado estudios en la Escuela de Bellas Artes de París, de ser reconocidas sus obras e incluso ser algunas de ellas aceptadas en el célebre Salón de artistas franceses de 1887, fue a diferencia de muchos de sus contemporáneos uno de los pocos artistas que actuó independiente de las clases políticas. Su producción artística no acusó una vinculación con algún partido político en especial: una autonomía artística nunca antes vista en el país. Santamaría fue, sin duda, el artista dotado con el habitus suficiente que implicaba el conocimiento y reconocimiento de aquello que era propio del campo artístico. El Salón de 1910 se convirtió finalmente en un escenario único para demostrar aquella autonomía que tanto profesaba el pintor bogotano.

20 Bourdieu señala que el funcionamiento de un campo se debe, entre otras cosas, al habitus de las personas que hacen parte de este. El habitus, según él, es un sistema de disposiciones adquiridas por medio del aprendizaje explícito o implícito que funciona como un sistema de esquemas generadores: “es a la vez un oficio un cúmulo de técnicas, de referencias, un conjunto de creencias”. El habitus es distinto del hábito. Mientras este se considera como algo que sugiere continuidad, repetitividad y mecanicidad, el habitus es “poderosamente generador”, lo cual hace del campo un lugar dinámico y en constante lucha. En pocas palabras, es el capital adquisitivo inconsciente de una persona o grupo que tiene como consecuencia la participación en un determinado campo. BOURDIEU, Pierre, “¿Algunas propiedades de los campos?”, op. cit., pp. 136-137.

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Imagen n° 2: Pabellón de Bellas Artes (vista interior)

Fuente: ISAZA, Emiliano y MARROQUÍN, Lorenzo, op. cit., p. 345.

A pesar de la actitud independiente de Santamaría, la autonomía del campo artístico para 1910 seguía siendo relativa. De la labor cultural realizada por Urdaneta a finales del siglo XIX, con la creación de varias instituciones estatales de arte, se fundó la diferenciación del campo, pero eso no significó una independencia radical de otros campos como el político o el religioso. Esta característica se conservó incluso hasta la Exposición del Centenario y fue explícita durante la inauguración del Salón en el Parque de la Independencia. El encargado de pronunciar el discurso oficial de apertura de la Exposición de Bellas Artes fue el presbítero José Manuel Marroquín21. Este hecho, tan simple en apariencia, evidenció la subordinación del campo artístico frente al campo religioso. Si bien es cierto existía legitimidad disciplinaria o artística, el 21 José Manuel Marroquín nació en 1874 y murió en 1943 en Bogotá. Monseñor Marroquín pertenecía a un selecto clero que tenía una sólida formación académica, como lo atestigua sus estudios teológicos en el Seminario de San Sulpicio de París y su doctorado en derecho canónico en el Apolinar de Roma. Además de haber ocupado importantes cargos eclesiásticos, también se destacó como un escritor prolífico: varios de sus artículos fueron publicados en el Boletín de Historia y Antigüedades. RESTREPO POSADA, José, Arquidiócesis de Bogotá, cabildo eclesiástico, t. IV, Bogotá, Editorial Kelly, 1971, pp. 323-324.

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campo todavía no gozaba de total autonomía. El orden del día en la inauguración y las personas que intervinieron revelaron una subordinación estructural significativa para el campo de las artes. La Iglesia se presentó aún como una instancia legitimadora del habitus artístico y, en el mismo sentido, como un recurso fundamental del proyecto de nación, legado de la Regeneración, cuyo espíritu todavía estaba vigente para 1910. El padre Marroquín, en la celebración oficial, empezó su discurso con unas palabras acerca de la importancia del arte para una civilización: “Colombia ha querido al celebrar la primera centuria de vida independiente dar una muestra de cultura y progreso; y no podía faltar en esta exhibición lo que se refiere al cultivo de las Bellas Artes. No podía faltar porque si es noble y digno de encomio el esfuerzo del ingenio humano cuando se aplica á las industrias que proporcionan al hombre el bienestar corporal, es más noble aún cuando busca en las artes el bienestar del alma y la satisfacción de sus más elevadas aspiraciones”22.

El arte hace parte de los pueblos “civilizados” y Colombia tuvo presente, desde la preparación de la Exposición General, que una muestra de Bellas Artes constituía el mejor símbolo de una nación, que no sólo dedicaba sus esfuerzos al bienestar físico, sino también consideraba que la cultura era parte primordial de- un proceso de civilización. La capital colombiana, además de erigirse como un centro industrial avanzado, también debía albergar a un pueblo culto, refinado y conocedor de las distintas manifestaciones artísticas del hombre. En estas se verían los sentimientos más íntimos del ser humano y se representarían, además, los ideales de la nación. El discurso del padre Marroquín evidencia cómo el arte en Colombia, aún para inicios del siglo XX, mantiene vínculos profundos con la religión y tiene connotaciones que podrían denominarse de evangelización. El arte se convierte en el mejor vehículo para catequizar a la sociedad en general. En el Salón se podrían contemplar a los héroes nacionales revestidos de magnificencia; a dirigentes políticos desde su trono aterciopelado; a Jesucristo sumergido en el río Jordán contagiado de una fuerza casi sagrada; a María, la madre de Jesús, enajenada junto al cuerpo de su hijo muerto en una cruz y a los paisajes sabaneros que recuerdan la inigualable belleza de nuestras tierras. Finalmente se quiere instruir a le grand public, a propósito de la diferencia entre el buen arte y el que no lo es; aunque no sólo desde su temática plástica, sino también desde sus representaciones sociales, políticas y nacionales23. 22 ISAZA, Emiliano y MARROQUÍN, Lorenzo, Primer Centenario de la independencia de Colombia 1810-1910, Bogotá, Escuela Tipográfica Salesiana, 1911, p. 344. 23 Esta argumentación entre el buen arte diferenciado del que no lo es estuvo presente en la pluma de los críticos. Es claro, por ejemplo, que una de las funciones del crítico era enjuiciar la obra de arte en términos de aceptación

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3.1. Los alcances de la Academia En el año de 1886, la Escuela de Bellas Artes de Bogotá inició su labor con siete secciones de estudio: arquitectura, escultura, ornamentación, dibujo, pintura al óleo, grabado en madera y música. En 1910, las secciones de estudio de la Escuela eran casi las mismas a las de su año de fundación. Solamente se había creado la sección “señoritas” y la clase de anatomía artística, y el cambio de la sección de arquitectura a otra escuela. En relación con la creación de la sección para señoritas a comienzos del siglo XX, algunas estudiantes solicitaron al entonces rector Andrés Santamaría se les permitiera ingresar a la clase de anatomía artística y, además, se instituyera una clase de paisaje para ellas. Dicho rector envió una carta adjuntando la petición de las señoritas al ministro de Instrucción Pública solicitando su aceptación. El Ministerio aceptó, no sin antes recordar que la clase de anatomía artística tenía como único fin perfeccionar la clase de dibujo y correspondía a estudiantes que tenían suficientes conocimientos y dignidad para hacer copias de un modelo al vivo24. En cuanto al traslado de la sección de arquitectura, el mismo rector en 1904, año de su llegada a la Escuela, manifestó al Ministerio la imposibilidad de dictar los estudios correspondientes a la arquitectura, Santamaría afirmó: “[...] la clase de arquitectura tal cual existe en esta Escuela, no corresponde absolutamente á la idea que esta palabra encierra. Ella se limitó a un estudio del Vignolo el cual es insuficiente porque apenas deja sospechar remotamente á los alumnos los estudios serios que se necesitan para formar un verdadero arquitecto”25. Sostuvo, además, que para formar arquitectos como en los países europeos se necesitaría abrir nuevas clases, como geometría descriptiva, física y química, levantamiento de planos, dibujo ornamental, entre otras. Terminaba diciendo que las anteriores materias hacían parte del “plan de estudios de la Escuela de Bellas Artes de París, que es una escuela modelo”26. Ese año los estudios de arquitectura se trasladaron a la Escuela de Ingeniería. o desaprobación. Sin embargo, algunos comentarios se extendieron no sólo a las obras específicas, sino también al conjunto de la Exposición. Una muestra de arte debía tener una función educadora; un paso pequeño hacia la apertura del arte como un bien democrático, aunque matizado categóricamente por aquello que es admisible en contra de lo que no lo es. Estas son las palabras de un crítico refiriéndose a la función de la exposición de arte del centenario: “Diráse que los inteligentes no confundirán jamás una verdadera manifestación de arte con una composición idiota: sí, es verdad; pero las Exposiciones de Bellas Artes deben ser un medio para instruir á los profanos, para desarrollar en ellos el gusto por el arte selecto, para conseguir que el gros public se inicie poco á poco en lo bueno y llegué al fin a diferenciarlo de lo malo”. HERRERA COPETE, Jorge, “La exposición de Bellas Artes en el Centenario”, en El Nuevo Tiempo, Bogotá, [1910]. 24 AGN, Sección Archivo Anexo II, Instrucción Pública, actividades culturales, carpeta 3, caja 1, f. 84. 25 AGN, Sección Archivo Anexo II, Instrucción Pública, actividades culturales, carpeta 3, caja 1, f. 116. 26 AGN, Sección Archivo Anexo II, Instrucción Pública, actividades culturales, carpeta 3, caja 1, f. 118.

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El plan de estudios, aunque había tenido ciertas modificaciones, seguía siendo a grandes rasgos el mismo27. Los estudios tenían una duración de seis años divididos en cuatro cursos. El primer curso, con una duración de dos años, tenía como única clase el dibujo; el segundo año y el tercero se tomaban clases de pintura, escultura, ornamentación, paisaje y acuarela. El último curso, con una intensidad de dos años, tenía las mismas asignaturas, pero los estudiantes debían entregar un trabajo de mayor elaboración sujeto a concurso con los demás alumnos. A comienzos del siglo XX, la Escuela de Bellas Artes constituía el único lugar de estudio de las artes en Bogotá. Allí se preparaban los futuros artistas con algunos de los más consumados maestros de la pintura colombiana. Durante seis años aprendían el oficio, la forma, los temas y, por consiguiente, adquirían la suficiente habilidad y conocimiento para recibir encargos de aquellos que podían pagar un cuadro o una escultura. Desde sus salones de clase, la Escuela educaba a los nuevos artistas con una estética particular. A partir del plan de estudios y de los trabajos finales de sus estudiantes se concluyen algunos de sus postulados. El primero de ellos fue un rigor pleno y casi dogmático del manejo del dibujo en la obra de arte. Los estudiantes tenían que dominar primero la línea para luego pintar o esculpir; un buen artista era ante todo un cuidadoso dibujante. Un segundo postulado fue la imitación de la naturaleza, principio esencial del arte clásico. Solamente el arte podía acercarse a la naturaleza tal cual era y esa era una de las habilidades más importantes que podía adquirir un pintor a lo largo de su carrera. Un tercer postulado fue el sentido idealista y artesanal de las artes plásticas; los artistas no estaban preocupados por registrar los problemas que padecía la sociedad colombiana a finales del XIX y comienzos del XX. Sus temáticas predilectas -retrato y paisaje- estaban lejos de involucrar los delicados problemas políticos, económicos y sociales que Colombia enfrentaba. Además, el término “arte” tenía connotaciones ambiguas, aún se utilizaba para referirse a productos de la artesanía manual. Expresiones como el “arte de realizar zapatos”, aquel “arte de tejer”, entre otras, eran típicas de los discursos de la época28. 27 Para ver detenidamente los cambios entre los programas de estudio de 1886, año de fundación de la Escuela, con el año de 1913, véase para la primera fecha AGN, Sección Archivo Anexo II, Instrucción Pública, actividades culturales, carpeta 2, caja 1, ff. 1-24. Para 1913, AGN Sección Archivo Anexo II, Instrucción Pública, actividades culturales, carpeta 3, caja 1, ff. 164-168, 172-174 y 178. Es importante también mencionar la Escuela de Artes y Oficios. Esta institución era independiente de la de Bellas Artes. Allí se dictaban clases de litografía, ornamentación, grabado, fundición, platería y química industrial. ESCOVAR, Alberto, MARIÑO, Margarita y PEÑA, César, Atlas histórico de Bogotá, 1538-1910, Bogotá, Editorial Planeta - Fundación La Candelaria, 2004, pp. 176-177. 28 En la Exposición del Centenario se presentaron varios casos donde se utilizaba la palabra arte como una expresión que implica una labor manual cualquiera que fuera. Veamos un ejemplo. En el Nuevo Tiempo se

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La estética de la Academia se había fortalecido durante varias décadas y en 1910 tenía una fuerza sin precedentes; no había posibilidad alguna de que otra propuesta artística fuera al menos discutida. Los fuertes enfrentamientos que se generaron en el Salón de 1904 ya no tenían cabida y sólo se convirtieron en un referente más para fortalecer la propuesta de la Escuela. Los críticos estuvieron empeñados en sustentar los planteamientos de la Academia con el único fin de legitimarla y defenderla de las nuevas tendencias estéticas en las que incursionaban algunos artistas como en el caso de Andrés Santamaría. A propósito del apoyo a la Academia, el Nuevo Tiempo publicó, algunos días después de abierta la Exposición, una traducción de un comentarista francés sobre los salones parisinos de 1910. En la introducción se advierte al lector de la importancia del texto “por su buena doctrina” y continúa con los siguientes juicios: “El principal defecto de los artistas modernos, según hemos dicho y es preciso repetirlo periódicamente, es contentarse con diseños hechos rápidamente […] Muchos afectan creer que todo el arte de la pintura consiste en sorprender un aspecto de la naturaleza y representarlo sin cuidarse de otra cosa que de la impresión inmediata […] la obra de arte es aquella en que el artista dejó la huella de un esfuerzo, de una composición, de un hermoso arreglo, de un dibujo cuidadoso. Los pintores que desdeñan estas preocupaciones, desdeñan de hecho aquello que caracteriza al artista”29.

Al parecer aquello que caracterizaba a un verdadero artista era el manejo cuidadoso de la composición y de sus elementos primordiales: la estructura, el dibujo y el color. La verdadera destreza de un artista y la crítica que debía hacerse de su obra estarían enmarcadas en esos elementos. Para los defensores del academicismo, esta crítica deja publicó una crítica del Salón que, entre otras cosas, afirmaba: “[...] allí también contemplamos con orgullo patrio la selecta exposición caligráfica que el profesor Manuel Campillo ha presentado de sus discípulas, damas de lo más culto de nuestra capital”. Posterior a esto, el supuesto “crítico” decide defender dicha muestra con la siguiente argumentación: “[...] y ya que de buen gusto nos ocupamos, hacemos esta observación: es ley de progreso en el sentido grafológico de la expresión, y signo de gran cultura saber escribir bien, lo cual determina el carácter moral de los individuos y las sociedades”. Termina su presentación, no sin antes anotar lo siguiente: “[...] insertamos los nombres de las señoras y señoritas autoras de las obras de arte que hemos apuntado y nos congratulamos de presentar en esta exposición al siguiente grupo de distinguidas damas […]”, LADRÓN DE GUEVARA, Teodoro, “Exposición nacional de Bellas Artes”, en Diario de Colombia, Bogotá, 1 de agosto de 1910, p. 5. 29 DOUMIC, Max, “Una exposición de Bellas Artes”, en El Nuevo Tiempo, Bogotá, 9 de agosto de 1910, p. 4.

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más que concluida la disputa que se originó en el Salón de 1904 con el Impresionismo y sus revolucionarias ideas acerca del manejo de la línea y del color. En las temáticas de representación estaba el gusto de las clases dirigentes. Un grupo social empecinado en verse retratado con el máximo naturalismo y con gran severidad que, además de ser el protagonista del cuadro, era quien lo pagaba. Se estaba en el cuadro y se pagaba por él. Hay una protección al verismo que finalmente se traducía en una defensa por la comprensión “temática” de la obra. El contenido y la forma del arte fueron temáticamente políticos y no sólo había una preocupación por protegerse de las nuevas tendencias artísticas, sino también de lo que la obra representaba que, para muchos, era su razón de ser. Allí radicaba la importancia del arte como medio de representación del proyecto de nación de la Regeneración y luego, de la hegemonía conservadora. Aunque sólo unos pocos podían “leer” la obra, es claro que su sentido era comprensible tanto para las élites representadas como para las clases populares. El arte actuaba como un mediador, los retratos no eran simples retratos, ni los paisajes simples paisajes, ni las batallas históricas carecían de intención. La exposición fue una especie de vehículo para reafirmar el poder, representado en el hombre conservador, pensador, católico -que se representaba en un retrato-, y en paisajes sabaneros que reafirmaban la centralidad de los ideales emprendidos por la Regeneración.

3.2. Artistas expositores y ganadores De aquellos conservadores del campo artístico, el grupo de artistas -hombres y mujeres, maestros de la Escuela y estudiantes- constituyó un cuerpo sólido fundamental para el campo. Obras de maestros consagrados y jóvenes artistas podían verse en cada uno de las secciones que tenía el Salón. Ya no se trataba solamente de Garay, Acebedo Bernal y quizás una que otra obra de Andrés Santamaría; el grupo de pintores y escultores había crecido y al lado de estos maestros aparecían nuevos nombres, cuyos trabajos serían igualmente de celebrados por su evidente calidad y su compromiso con los planteamientos academicistas. En buena medida está eclosión de nuevos artistas se debe al funcionamiento de la Academia, al establecimiento de un estudio riguroso de las artes, a la evidente preocupación y promoción nacional por el arte, al encuentro de un lugar dinámico y propio para dedicarse tanto al estudio como a la enseñanza, al pago de un salario, concursos anuales, entre muchas otras razones30. 30 El Ministerio de Instrucción Pública en su decreto Nº 1469 crea los premios anuales en dinero para las artes. En 1906, primer año de la entrega, fueron favorecidos algunos artistas de lo que hoy día tenemos noticia. Es el caso de Miguel Díaz, sección pintura, por figura de mujer, quien se hizo acreedor de 100 pesos; el otro ganador

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Poco se sabe de la mayoría de los artistas que enviaron obras al Salón, pues los críticos hablaron solamente de unos cuantos, algunos de los cuales obtuvieron algún premio o mención de honor en el Salón y sus obras aún se conservan en ciertos museos. De esta forma, cuando se habla de los artistas que hicieron parte del Salón se debe entender que se trata sólo de aquellos que, hasta donde la investigación lo ha revelado, tienen alguna referencia en una de las críticas que se hizo de la Exposición. Un conjunto de artistas presentes en el salón y marginados por los críticos fueron los alumnos de la Escuela de Bellas Artes, de los cuales ni siquiera se mencionaron aquellos que fueron ganadores de alguna sección en el concurso de 1910 de la Escuela31. Andrés Santamaría (1860-1945), Ricardo Acebedo Bernal (1867-1930), Eugenio Zerda (1878-1945), Jesús María Zamora (1875-1949), Ricardo Borrero Álvarez (18741931), Fídolo Alfonso González Camargo (1883-1941), Ricardo Gómez Campuzano (1893-1981), Eugenio Peña (1860-1944), Juan José Rosas, Pablo Rocha (1863-1937), Domingo Moreno Otero (1882-1948), Miguel Díaz Vargas (1886-1956), Darío Rozo, Roberto Páramo (1858-1939), Dionisio Cortés (1863-1934) y Margarita Holguín y Caro (1875-1959) constituyeron el primer grupo de artistas colombianos con una sólida formación académica, dedicados exclusivamente a la producción y promoción de las artes en nuestro territorio. De estos, algunos fueron ganadores de ciertos premios o de alguna mención de honor en el Salón. Sus nombres estaban incluidos en las listas de profesores de la Escuela de Bellas Artes; algunos habían viajado a Europa -Madrid o París- becados por el gobierno nacional o por sus propios medios. Vivían de su oficio de pintores o escultores, y para la sociedad bogotana eran maestros respetados y admirados, pues su papel de “agentes” de las artes y la civilización era indispensable para la “refinada y culta capital”32. Andrés Santamaría, Pablo Rocha y Margarita Holguín y Caro eran los únicos artistas de ese entonces que pertenecían a ilustres familias capitalinas con una capacidad social y económica que les permitía, entre otras cosas, dedicarse a su oficio sin estar supeditados al gusto de los compradores. Los tres habían tenido largas estadías en Europa por cuenta de sus familias, habían estudiado en París, Santamaría en la Escuela de Bellas Artes, como discípulo de los respetados pintores Henri Gervex (1852-1929)

fue Domingo Otero, sección dibujo, figura de hombre, favorecido con 50 pesos. AGN, Sección Archivo Anexo II, Instrucción Pública, actividades culturales, carpeta 3, caja 1, f. 64. 31 Ello podría explicarse no tanto por las tendencias estéticas de sus obras, sino más bien por la falta de un reconocimiento del que sí gozaban los mayores, entre los cuales figuraban sus maestros. 32 M.G., “Bellas Artes”, en Diario de Colombia, Bogotá, 11 de agosto de 1910, p. 3.

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y Jacques Ferninad (1842-1934)33, y Rocha y Holguín y Caro en la Academia Julien de París, quienes fueron alumnos del pintor francés Puvis de Chavannes (1824-1898)34. De estos tres artistas el señor Rocha y la señorita Holguín y Caro obtuvieron el primer premio en el Salón de 1910. Rocha con el cuadro titulado “Paisaje” y la señorita Holguín y Caro “por el conjunto de sus trabajos”35. Los demás artistas fueron alumnos en la Escuela de Bellas Artes de Bogotá; la gran mayoría tuvo como profesores a Santamaría y a Luis de Llanos. Únicamente González Camargo y Páramo no visitaron Europa, el resto de ellos tendrían largas estadías en el Viejo Continente, incluso algunos -Gómez Campuzano, Díaz Vargas, Moreno Otero y Borrero Álvarez- estudiaron becados por el gobierno en alguna de estas dos instituciones: la Academia San Fernando de Madrid o en la Academia Julien de París. Los dos centros constituyeron por décadas el lugar predilecto de llegada de los artistas colombianos36. En general, los artistas que gozaban de aceptación y estima en el campo artístico para las primeras décadas del siglo XX provenían de familias modestas de clases media y media alta, cuyo tránsito hacia el lenguaje plástico implicaba un cambio en sus relaciones sociales; en la Escuela no solamente se adquirían conocimientos básicos sobre la pintura, la escultura, el dibujo, etc., sino también era el lugar preciso para conocer y acceder al mundo propio de una élite bogotana conocedora, compradora y elitista. El artista de comienzos de siglo, por razones económicas, no podía oponerse al gusto “refinado” de sus compradores, todo lo contrario. Sus obras tenían que ajustarse a sus exigencias y ello implicaba seguir los parámetros estéticos de la Academia. Esto para algunos artistas no fue trabajo imposible, pues sus rigurosos estudios tenían 33 Para mayor información sobre la vida del artista véase SERRANO, Eduardo, Andrés de Santamaría, Bogotá, Museo de Arte Moderno, 1978. 34 ORTEGA RICAURTE, Carmen, Diccionario de artistas en Colombia, Bogotá, Plaza & Janés, 1979, pp. 407-408. 35 SANTAMARÍA, Ricardo, “Jurado de Calificación de la Exposición nacional de Bellas Arte de 1910”, en El Nuevo Tiempo, Bogotá, 9 de septiembre de 1910, p. 3. 36 La investigadora del arte latinoamericano Ivonne Pini, al respecto de la influencias externas, afirma: “Desde finales del siglo XIX dos escuelas fueron especialmente miradas por los artistas colombianos: la francesa y la española. Pero no era una mirada a las nuevas propuestas que se estaban impulsando. En lugar de interesarse por variantes del impresionismo, o por otros de los ismos de la vanguardia, siguieron siendo fieles a los modelos académicos. Dicha academia -fuera la de Julien en París o la de San Fernando de Madrid- constituía la garantía de no romper con la configuración clásica, con la perfección del oficio, pero además no chocar con la conservadora sociedad de la época y su concepción de estética”. PINI, Ivonne, En busca de lo propio. Inicios de la modernidad en el arte de Cuba, México, Uruguay y Colombia, 1920-1930, Bogotá, Facultad de Artes de la Universidad Nacional de Colombia, 2000, p. 208.

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como fin dominar los elementos propios de la pintura o la escultura. Para otros fue quizás una de las formas evidentes de estancamiento en sus creaciones, temiendo incursionar en otras tendencias plásticas37.

3.3. El fallo del jurado El jurado del Salón fue elegido por votación entre todos los expositores. El resultado arrojó seis nombres, los cuales tuvieron la función de emitir un veredicto oficial acerca de las mejores obras de la exposición: Pedro Carlos Manrique, Antonio Gómez Restrepo, Guillermo Uribe, Simón Chaux, Ricardo Santamaría y Rafael Duque Uribe38. Se trataba de seis hombres cercanos a las artes, respetados por los artistas y con el suficiente conocimiento como para elegir las mejores telas. Aunque ninguno era artista propiamente, algunos eran pintores aficionados, críticos o comentadores. Esto les permitía actuar como un grupo de “agentes” imparciales que lograrían su misión satisfactoriamente. Y eso fue lo que ocurrió. Luego de sucesivas reuniones el 20, 22, 23, 25 y 29 de agosto los jurados enviaron al diario el Nuevo Tiempo el resultado. No hubo ninguna sorpresa. La única medalla de honor fue concedida al pintor Ricardo Acebedo Bernal “por el conjunto de su obra, en la cual sobresale el fresco que representa al Evangelista San Marcos, que se encuentra en la cúpula de la catedral de esta ciudad”39. También se habló de su cuadro Mater Dolorosa, que muestra un delicado manejo del dibujo y de la gama cromática. La decisión del jurado consolidó a Acebedo Bernal como el pintor más representativo de las primeras décadas del siglo XX. Esto le valió, entre otras cosas, múltiples encargos de obras y cargos prestigiosos no sólo en el campo del arte. En 1911 ocupó el puesto dejado por Santamaría en la dirección de la Escuela de Bellas Artes hasta 1918 y un año antes de su muerte, en 1929, fue nombrado cónsul en Roma40. 37 De los discípulos de Santamaría (Díaz Vargas, Moreno Otero, Zamora, Gómez Campuzano, González Camargo) ninguno apoyó abiertamente al maestro. De estos, el más cercano a la vanguardia fue González Camargo. Serrano, a propósito de la pintura de González Camargo, afirma que “no sólo manifiesta una gran libertad cromática, sino también una pincelada generosa, suelta y definida que emparenta sus obras con las de Santa María”. SERRANO, Eduardo, Andrés de Santa María, pintor colombiano de resonancia universal, Bogotá, Museo de Arte Moderno de Bogotá, 1989, p. 119. 38 “Jurados de la Exposición de Pintura, quienes lo componen”, en La Unidad, Serie IV, No. 36, Bogotá, 17 de agosto de 1910, p. 2. 39 Toda la información acerca de las obras ganadoras se encuentra en SANTAMARÍA, Ricardo, “Jurado de Calificación de la Exposición nacional de Bellas Arte de 1910”, en El Nuevo Tiempo, Bogotá, 9 de septiembre de 1910, p. 4. 40 ORTEGA, Carmen, Diccionario de artistas en Colombia, Madrid, Plaza y Janés, 1979, pp. 14-16. De los comentarios que se hicieron de los artistas expositores del Salón de 1910, al que mejor valoraron fue a Acebedo Bernal. Todas sus obras, a los ojos de los críticos, estaban delicadamente ejecutadas, con precisión en el dibujo y su utilización

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Los primeros premios le fueron otorgados a Eugenio Zerda por dos cuadros El Baño (ver imágenes n° 3 y n° 4) y Costureras; a Jesús María Zamora por un lienzo titulado 1819; a Margarita Holguín y Caro por el conjunto de sus trabajos; a Domingo Moreno Otero y a Pablo Rocha cada uno con un cuadro que llevaban por nombre Paisaje. Sin duda fueron las obras protagonistas del salón de 1910, aunque no las más comentadas. Dos paisajes, dos temas históricos y dos escenas intimistas. Imagen n° 3: Pabellón de Bellas Artes (vista interior con el cuadro “El baño” de Zerda)

Fuente: ISAZA, Emiliano y MARROQUÍN, Lorenzo, op. cit., p. 343.

de la gama cromática era la adecuada. “Exhibe -dice un comentarista de la época-un retrato de señorita, hecho al pastel, en el cual la exquisita postura y la fácil ejecución hacen contraste con lo poco escogido del fondo. [...] En muchas de sus obras, más que defecto, aquella carencia de vivacidad parece hecha de propósito para guardar más congruencia con la idea”. R. M., “Salón de Bellas Artes. Pintura”, en La Unidad, Serie IV, No. 85, Bogotá, 13 de agosto de 1910, p. 1. Otro comentario publicado en este mismo impreso se refiere a las mejores obras de la Exposición, una de las cuales es de Acebedo Bernal, de la que se dirá lo siguiente: “Un retrato de señorita, del Sr. Acebedo Bernal, deliciosamente dibujado, al par de una caricia por sus contornos, como sabe siempre trazarlos nuestro suave autor, con un colorido cálido y luminoso, más una expresión de vida que hace entrever á través de aquellos ojos un espíritu inteligente, inquieto y aristocrático”. DE P. BARRERA, Francisco, “Cuáles son los tres mejores cuadros de la exposición”, en La Unidad, Serie IV, No. 86, Bogotá, 17 de agosto de 1910, p. 1. Acebedo Bernal fue, después de Garay, uno de los artistas más conocidos, respetados y su obra fue acogida con beneplácito por el público en general. Él fue, entre otras cosas, uno de los pintores que ayudó a consolidar el campo del artista a finales del siglo XIX y comienzos del XX. Además de ser un dedicado pintor tenía relaciones estrechas con personas cercanas al gobierno, lo cual le permitió acceder a cargos públicos importantes.

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Imagen n° 4: “El baño” de Eugenio Zerda

Fuente: http://www.colarte.com/colarte/conspintores.asp?idartista=496

Los temas de las obras fueron el paisaje, el retrato, los temas históricos y algunas escenas interiores. El paisaje gana terreno y se convierte en el tema predilecto de los mejores artistas nacionales, relegando a las escenas bíblicas y a los retratos. Quizás sea esta una reacción lógica a la valiosa tarea que realizó Santamaría al implementar la clase de Paisaje en la Escuela. No se puede olvidar además que estos artistas conocieron de primera mano la influencia que estaba teniendo el paisaje en la escena plástica europea. En la Exposición de 1910, el paisaje se consolida como el tema de referencia nacionalista por excelencia. El paisaje supuso una apertura, aunque débil, en el campo formal, pero importante en cuanto significó un diálogo entre la forma pictórica y el tema. Los paisajes mostraban el territorio colombiano. Había una identificación y un gusto por sus paisajes, sus árboles, sus ríos, sus amaneceres, sus tardes, sus llanuras, etc. En pocas palabras, en el paisaje el arte logró una moderada autonomía en sus formas plásticas y fue, además, el mejor medio para hacer realidad aquel discurso que estuvo presente en los ideólogos del Centenario que sostenían las particularidades

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y riquezas de nuestro territorio. Desde luego, la estética paisajística empezó a ser importante y para las familias bogotanas era imprescindible tener un cuadro de las sabanas bogotanas, de algunos de nuestros ríos o quizás de los llanos colombianos.

3.4. La crítica en el Salón Numerosos críticos, en su mayoría con seudónimos, escribieron acerca del Salón de 1910 y emitieron opiniones acerca de los artistas, sus obras e incluso sobre los postulados que debían regir las prácticas artísticas. Los periódicos capitalinos abrieron sus puertas a estos conocedores del arte y varias de sus reflexiones aparecieron en primera página. Hubo todo tipo de críticas y opiniones. Algunas solamente de carácter informativo en las cuales se anotaba, por ejemplo, el nombre de uno que otro expositor y de algunas de sus obras; otras, por el contrario, tuvieron un contenido propio de la crítica artística. Además de juicios de valor sobre los artistas más representativos del Salón, algunos artículos incluían importantes referentes desde donde los críticos enjuiciarían la calidad o inferioridad de una obra de arte. Los postulados de los críticos acerca del arte muestran varias caras acerca del proceso de consolidación del campo artístico en Colombia. Por un lado, el concepto de la obra de arte está relacionado aún con la utilidad que este tiene para otros campos, es decir, que, aunque el arte tenga conceptos propios y distintos de otras esferas, para muchos sigue siendo un objeto que tiene sentido por otros campos de la cultura. A propósito de esto, La Unidad, periódico dirigido por el ultraconservador Laureano Gómez, publicó un análisis de Alberto Borda Tanco, quien hizo la siguiente apreciación: “Creo yo que en la Exposición, hecha para celebrar un acontecimiento notable, debería haber varios cuadros alegóricos á la fecha memorable, episodios patrióticos ó históricos, todo lo cual hubiera servido para formar un museo, que si no llamaría la atención de los extranjeros por la maravilla de la composición ó del colorido, si infundiría el respeto á que es acreedor todo el pueblo que tributa homenaje, por medio de las artes, á sus hombres grandes. Los temas baladíes, los cuadros llamados “de género”, salvo que representen escenas originales, locales, raras y atractivas por sus vestidos ó costumbres, no sientan muy bien en Exposiciones como esta de que me ocupo. De aquí mi predilección por los cuadros que representan estudio, meditación y, en general, instrucción”41. 41 BORDA TANCO, Alberto, “De la exposición. Opinión del Doctor Borda Tanco sobre la exposición de Pintura”, en la Unidad, Serie IV, No. 88, Bogotá, 20 de agosto de 1910, p. 1.

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En otras palabras, para Borda Tanco la exposición podría haber sido mejor si las obras expuestas hubieran tenido como protagonistas a nuestros valientes héroes y a sus loables batallas, esto sin importar la calidad de la obra. En tal caso, lo esencial era el tema y no los medios de su representación. Borda Tanco fue mucho más allá y pretendió definir el arte a punta de comparaciones academicistas, criticando abiertamente las “novedades” artísticas: “Arte es ver en los árboles el viento que mueve las hojas y hace mecer los nidos; arte es hacer comprender que hay una armonía que habla y vibra en el espacio, que el himno colosal y tierno de los horizontes es más fuerte y poético que el lenguaje de los seres y las cosas […]. Es Verdad que no hay que momificarse en el clasicismo, pero el camino de Atenas y de Roma será siempre el seguro para llegar á la novedad y la personalidad. Es necesario poner el arte en su trono; es mejor que reine la tiranía antigua que el libertinaje. Es preferible el dibujo neto y frío al ampuloso é incorrecto. Solo siguiendo las huellas del pasado se obtiene una cima. La educación oficial debe preparar al arte, pero haciendo entender la poesía del sentimiento, afirmada sobre las seducciones del pensamiento…”42.

Este argumento recuerda que una obra de arte debía ser el resultado formal, académico y meditado de la apropiación de la naturaleza. En ello radicaba, además, la habilidad del artista, para quien el dibujo y el buen manejo del color y la perspectiva eran las mejores maneras de ser novedoso. La novedad residiría en perfeccionar las propiedades establecidas por la Academia y cualquier otro cambio fuera de los ya instituidos implicaría un error para el buen gusto en la obra de arte. Con este razonamiento quedó cerrado el combate hacia cualquier novedad, principalmente en contra de los vientos impresionistas traídos por Santamaría, reforzando la que se consideraba la única vía por donde podría transitar el arte colombiano en la época43. No sería este el único texto que abiertamente estaba en contra de las nuevas propuestas artísticas. En los mismos días, el Nuevo Tiempo publicó una traducción de una crítica que entre sus “doctrinas” mencionaba la decadencia a la que habría llegado el 42 Ibid. 43 Aunque los críticos defienden un academicismo clásico, algunas obras del Salón reflejan un espíritu abierto; desde unas pinceladas sueltas hasta el manejo de colores poco realistas, lo que sin duda está lejos de constituir el querer de la Academia. Es decir, mientras los críticos defienden algo que sólo algunos artistas ponen en práctica, otros -los más conocidos- dan rienda suelta a uno que otro trazo.

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Impresionismo: “Ciertos pintores, empleando una técnica especial, como los impresionistas, sea dando un aspecto particular, de acuerdo con su temperamento a la interpretación que nos dan de la naturaleza […] sucede que extraviados por un primer triunfo, pierden más y más de vista la naturaleza que les sirvió de punto de partida, exageran la técnica artificial que han adoptado y acaban por caer en una fórmula que no tiene base ninguna”44.

La crítica iba dirigida al pintor Andrés Santamaría, quien representaba esa “técnica artificial”, alejada cada vez más del “buen” arte. En el Salón de 1910, los críticos se olvidaron de la obra de Santamaría y los pocos que la mencionaron, la desaprobaron. De los dos comentarios que se hizo a su obra -ambos son desafortunados e incluso ofensivos-, el primero hablaba de su realismo y lo comparaba con el pintor académico Acebedo Bernal: “[...] más realista es Santamaría que Acebedo, […] a veces los precisos rasgos del dibujante se pierden bajo el derroche de desdén que acostumbra el colorista […]. Los cuadros de este artista se reducen á una idea, exclusiva, por lo general sencilla, en torno de la cual todo es accidental más bien que accesorio”45.

Un segundo comentarista refiriéndose al conjunto de los artistas y, en especial, a los “seguidores” de Santamaría afirmaba: “en medio de aquel diluvio de ripios sólo se detienen mis ojos en un grupo de retratos trabajados por Acebedo Bernal”46. Y aquí no terminaba su descomunal descarga de agravios. De los Llaneros, obra presentada por Santamaría, decía: “Malicio que el estilo de esta pintura sea el estilo impresionista de la brillante escuela de Manet, que tanto ha llamado la atención en los museos europeos […], pero sin el carácter y la factura suave de los buenos artistas que han sabido con talento seguir la huella del maestro francés […]. La composición del Sr. Santamaría, a más de alejarse de lo verosímil, es pobre, escasa de inspiración artística y de ejecución delicada”47. 44 45 46 47

DOUMIC, Max, “Una exposición de Bellas Artes”, en El Nuevo Tiempo, Bogotá, 9 de agosto de 1910, p. 5. R.M., “Salón de Bellas Artes. Pintura”, en La Unidad, Serie IV, No. 85, Bogotá, 13 de agosto de 1910, p. 1. TIBERO GALVIS, Joaquín, “Pabellón de Bellas Artes”, en El Artista, No. 172, Bogotá, 27 de agosto de 1910, p. 2. Ibid.

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Para el maestro, esta crítica debió constituir otra entre las muchas que había recibido. Pero, esta vez, él era el encargado de la sección artística de la Exposición, director de la Escuela, protagonista de la nueva tendencia y profesor de la mayoría de los expositores, lo que lo hacía una de las personas más respetadas y conocedoras del arte. Sin embargo, para los ojos de los críticos, sus obras no tenían el suficiente trabajo y delicadeza, y parecían no ser dignas del maestro europeo. Esto constituyó una grave desilusión para Santamaría, quien un año después volvería a fijar su residencia en Europa, lejos del altiplano. La siguiente fue una recia crítica que le hicieron a una de sus obras expuesta en el Salón de 1910: “Perdió de vista el artista la verdad de la naturaleza y pintó unas figuras demasiado alargadas, quizá caricaturizando al Greco, trepadas sobre unos caballos que bien pudieran servir de modelo para las figuras de una baraja. Las bestias, que ya dije, parecen del Apocalipsis; chapalean entre una especie de río teñido de sulfato de cobre, y al fin y al cabo aquella variedad de matices y colores que han exagerado lo artificial del arte, no le dicen al observador si representan cielo o tierra, agua o vegetación, rocas o troncos; y todos aquellos desdibujos y aquella constante lucha entre armonía y el carácter, la vaguedad y la forma definitiva, hacen del cuadro un simple lienzo de tamaño colosal, pintado amaneradamente, pródigo de falsedades y ridículos toques”48.

Al lado de los “amanerados” cuadros de Santamaría se encontraban los de sus seguidores: Zerda, Borrero Álvarez, Díaz, entre otros, para quienes la crítica encontró algunos pocos rasgos positivos, no obstante sus evidentes cambios. Para los críticos, los cambios se registraban de una forma menos directa que los hechos por Santamaría. Términos como “color afectado”, “línea desdibujada”, “tonos violentos”, “rudeza de contrastes”, “afectación en claroscuro”, eran las formas como se definía un trabajo que tenía algunas cercanías con la pintura de Santamaría. A propósito de esto, El Baño, obra premiada en el Salón y realizada por Eugenio Zerda, no tuvo una abundante crítica y la única que se registró tampoco elogiaba su composición: “El color, en general, es bueno, aunque afectado todavía de amaneramiento, menos exagerado que en épocas anteriores; la perspectiva es satisfactoria, aunque hay una vaguedad exagerada en los objetos de segundo término”49. Lo mismo le ocurrió a Paisaje de Pablo Rocha, espléndida composición, ganadora también del primer premio, pero para los críticos estaba lejos de merecerlo: “[...] la frialdad del conjunto y los árboles mal tratados quitan al cuadro 48 Ibid. La negrilla es mía. 49 R.M., “Salón de Bellas Artes. Pintura”, en La Unidad, Serie IV, No. 85, Bogotá, 13 de agosto de 1910, p. 1.

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mucho de la belleza que pudiera haber tenido sin tales defectos”50. Paisaje fue una obra olvidada por la crítica pues sin duda su manejo del dibujo y del color eran atrevidos, aunque en algunas partes se nota su cercanía con la Academia, en otras partes no lo era del todo, la línea de los árboles se perdía con el color, las hojas eran simples manchas de verde oliva y el piso parece retocado por una espátula. Imagen n° 5: “Paisaje” de Pablo Rocha

Fuente: ISAZA, Emiliano y MARROQUÍN, Lorenzo, op. cit., p. 249.

Los cuadros que se llevaron los honores de los críticos fueron 1819 de Zamora, un cuadro de Señorita de Acebedo Bernal y un retrato de Velásquez, hoy pintor desconocido. En una crítica que publicó La Unidad, titulada “Cuáles son los tres mejores cuadros de la Exposición”51, se mencionaba estas tres obras como las más importantes expuestas en el Salón. Ninguna de las tres fueron grandes composiciones. Sin embargo, todas cumplían las exigencias que los críticos creían que debía tener una obra de arte. 50 R.M.O., “Bellas Artes. Pintura”, en La Unidad, Serie IV, Nº 86, Bogotá, 17 de agosto de 1910, p. 1 51 DE P. BARRERA, Francisco, “Cuáles son los tres mejores cuadros de la exposición”, en La Unidad, Serie IV, No. 86, Bogotá, 17 de agosto de 1910, p. 1.

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Imagen n° 6: “1819” de Jesús María Zamora

Fuente: ISAZA, Emiliano y MARROQUÍN, Lorenzo, op. cit., pp. 350-351.

En palabras de los mismos críticos, las obras tenían que ser un reflejo del trabajo minucioso y concienzudo del artista y no un experimento rápido y sin meditación. Un crítico se refiere a que las obras deberían tener un jurado de admisión y con ello no tener porqué admirar trabajos baladíes al lado de consumadas obras de arte: “Constantemente hemos visto en nuestras Exposiciones de Pintura al lado de un retrato de Garay una copia oleográfica; un estudio serio, hondo, sentido, de un artista que puso mucho de su ser íntimo en la investigación de la línea y del color para llegar después de muchos años á interpretar un estado del alma, ese esfuerzo pasa desapercibido, porque junto á esa nota de gran sentido psicológico, hay una tela chillona donde andan mezcladas flores, arracachas y cintas de colores crudos y abominables que tanto encanto tiene para los ojos vulgares, pero que destruyen el efecto de ese estudio de análisis y de conciencia”52. 52 HERRERA COPETE, Jorge, “La exposición de Bellas Artes en el Centenario”, en El Nuevo Tiempo, Bogotá, [1910].

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La “capital refinada y culta” condenó las nuevas tendencias artísticas y consolidó los postulados academicistas como la única forma permitida de hacer arte y de representar la nación. Si algunos artistas estaban experimentando nuevas formas en sus pinturas, la crítica los acalló y no les permitió continuar con sus avances. Llegaría Acebedo Bernal a la dirección de la Escuela y con ello el fortalecimiento de la propuesta ultraconservadora de la Academia se prolongaría por varias décadas más.

Conclusiones El campo del arte para la primera década del siglo XX estaba adquiriendo ciertos indicios que, como indica Bourdieu, evidencian la constitución y relativa autonomía del campo artístico en Colombia. Además de ser este el medio más legítimo de representación nacional, fijaba sus propias reglas, conceptos, agentes, artistas, relaciones, etc. En pocas palabras, el campo del arte, aunque actuaba como un mediador de representación, no dejaba de hacer su propia historia. Una historia que ya podía contar con numerosos artistas, educados críticos, gestores del arte e, incluso, vientos de apertura hacia nuevas propuestas plásticas; un florecimiento de las artes y de la producción artística que tuvo como referencia los estudios profesionales en las artes y el cambio de estatus social que, a su vez, estaba teniendo la disciplina artística. Esta aproximación al Salón de 1910 es un acercamiento interdisciplinario que abre nuevas discusiones no sólo en el interior de la disciplina artística, sino a otras áreas del saber, como la historia y la sociología. El manejo de los distintos recursos que ofrecen disciplinas humanísticas hizo posible aportar luces al conocimiento de las artes de una época un poco esquiva para los investigadores. Por último, es importante mencionar algunas problemáticas que deja abiertas el texto. La primera de ellas es el concepto de Academia en el arte colombiano. Se trata, sin duda, de una de las nociones artísticas que, para el caso nacional, ha sido poco problematizada; muchas veces el concepto se ajusta a unas circunstancias específicas que son distintas a las de su origen. Las relaciones de la Academia con la Escuela, con los artistas y el campo artístico en general es un tema que abre posibilidades de análisis, y debate la idea presente en muchos y conocidos estudiosos de que las dos primeras décadas del siglo XX, las artes en Colombia estuvieron en una especie de aletargamiento. El segundo de ellos es la ausencia de investigaciones acerca de los salones artísticos de comienzos de siglo XX; este trabajo realizó una importante búsqueda documental. No obstante, nuevas hipótesis pueden generar intercambios fructíferos en el conocimiento y reconocimiento de uno de los campos frecuentemente olvidados en la historiografía tradicional.

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Bibliografía Fuentes primarias Archivos: Archivo General de la Nación, sección Archivo Anexo II, Instrucción Pública. Actividades culturales, carpeta 2, caja 1; carpeta 3, caja 1 y carpeta 4, caja 2. Publicaciones periódicas: Diario de Colombia, Bogotá, 1910. El Artista, Bogotá, 1910. El Nuevo Tiempo, Bogotá, 1910. El Republicano, Bogotá, 1910. La Unidad, Bogotá, 1910. Libros: ISAZA, Emiliano y MARROQUÍN, Lorenzo, Primer Centenario de la Independencia de Colombia, 1810-1910, Bogotá, Escuela Tipográfica Salesiana, 1911. ALBARRACÍN, Jacinto (Albar), Exposición nacional de bellas artes de 1899. Los artistas y sus críticos, Bogotá, Imprenta y Librería de Medardo Rivas, 1899. Fuentes secundarias BOURDIEU, Pierre, Sociología y cultura, México, Grijalbo, 1990. __________, Cuestiones de sociología, Madrid, Ediciones Istmo, 2000. BOZAL, Valeriano (ed.), Historia de las ideas estéticas y de las teorías artísticas contemporáneas, Vol. I, Madrid, Gráficas Rógar, 2000. JARAMILLO, Carmen María, “Una mirada a los orígenes del campo de la crítica de arte en Colombia”, en Artes La Revista, Vol. 4, No. 7, Medellín, enero-junio 2004, pp. 3-38. LÓPEZ, William Alfonso. La crítica de arte en el Salón de 1899: una aproximación a los procesos de configuración de la autonomía del campo artístico en Colombia, Bogotá, Programa de Maestría en Historia y teoría del arte y la arquitectura, Facultad de Artes y Arquitectura, Universidad Nacional de Colombia, 2005 (tesis sin publicar). MARTÍNEZ, Frédéric, El nacionalismo cosmopolita. La referencia europea en la construcción nacional en Colombia. 1845-1900, Bogotá, Banco de la República - Instituto Francés de Estudios Andinos, 2001. MEDINA, Álvaro, Procesos del arte en Colombia, Bogotá, Instituto Colombiano de Cultura, 1978.

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NIÑO MURCIA, Carlos, Arquitectura y Estado, Bogotá, Facultad de Artes, Universidad Nacional de Colombia, 1991. ORTEGA RICAURTE, Carmen, Diccionario de artistas en Colombia, Bogotá, Plaza & Janés, 1979. PINI, Ivonne, En busca de lo propio. Inicios de la modernidad en el arte de Cuba, México, Uruguay y Colombia, 1920-1930, Bogotá, Facultad de Artes de la Universidad Nacional de Colombia, 2000. QUINCHE, Víctor, Una lectura de la “polémica del impresionismo” desde la filosofía del arte, Reporte de investigación Nº 67, Bogotá, Escuela de Ciencias Humanas de la Universidad del Rosario, 2005, pp. 6-19. RESTREPO POSADA, José, Arquidiócesis de Bogotá, cabildo eclesiástico, t. IV, Bogotá, Editorial Kelly, 1971. SERRANO, Eduardo, La Escuela de la Sabana, Bogotá, Museo de Arte Moderno de Bogotá, 1992. __________, Andrés de Santa María, pintor colombiano de resonancia universal, Bogotá, Museo de Arte Moderno de Bogotá, 1989.

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Reseñas SÁNCHEZ G., Gonzalo, Guerras, memoria e historia, 2a ed., Medellín, Editorial La Carreta - IEPRI Universidad Nacional de Colombia, 2006, 141 pp. Guerras, Memoria e Historia: Una lectura polifónica Gonzalo Sánchez G. 9 Presentación hecha por el autor en la Feria Nacional del Libro, Bogotá, mayo de 2006, con motivo del lanzamiento de la segunda edición ampliada de este libro.

Me voy a permitir hacer algo inusual en un acto de esta naturaleza: no les voy a hablar de lo que yo, como autor, pienso del texto, o de cómo fue procesado, sino de lo que otros, como lectores, han escrito sobre el mismo. Lo que voy a presentar a continuación tiene como base la lectura que hicieron algunos estudiantes durante el Seminario de Maestría sobre “Memoria, Conflicto y Postconflicto”, en la Universidad Nacional de Colombia (segundo semestre de 2005) y en cuya sesión final todos debieron leer mi libro Guerras, Memoria e Historia. Ellos fueron en cierto modo, al final del curso, mis jueces y mis intérpretes. Ni a ellos ni a mí se nos ocurrió en ese momento que su lectura pudiera volverse pública, como lo es ahora, por cierto, sin su consentimiento. Los textos de los que se alimenta esta presentación fueron escritos para una circulación privada, no para un público, por lo cual responden a un contexto claramente delimitado. Son simple y llanamente testimonios de lectura para un conversatorio, más o menos informal, o más o menos formal, que tiene como trasfondo circunstancial el ritual académico de una clase. Quiero compartir con ustedes fragmentos de dichos 9 Profesor del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales (IEPRI) de la Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá.

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textos que, aunque no fueron escritos como reseñas de mi libro en cuestión (literalmente), permiten, por una parte, acercarse a este o adivinarlo; por otra, pueden estimular, o mejor, espero estimulen la lectura de ustedes, y finalmente, me han animado a una relectura de mi texto. Vayamos pues al grano. Numerosos estudiantes se sintieron personalmente interpelados por el libro y reaccionaron haciendo evocaciones o reflexiones sobre sus propias experiencias del fenómeno de violencia en nuestro país, o mejor, sobre el impacto suscitado por el texto-contexto en sus vidas de hoy. Al respecto, al término de las lecturas, pude constatar algunos sellos distintivos de género en el abordaje del texto: quienes más fácilmente escribían sobre las emociones de identificación, de distancia, o eventualmente de rechazo, eran las estudiantes mujeres. Ellas hablaban con más frecuencia que los varones en un tono personal y singular de este tenor: “el texto me….impresionó, motivó, me sugirió, me evocó” etc.; por oposición al tono uniformemente impersonal, objetivante, de exterioridad, que tenían las lecturas de los estudiantes varones, construidas en la clave aséptica de “El texto dice…; el texto sostiene…; el texto demuestra…”. En efecto, las estudiantes analizan el texto con pasión, exteriorizan sus sensaciones y se las retransmiten al autor del libro. Una de ellas (Andrea Ávila Serrano) destaca que “es interesante y muy emotivo el esfuerzo que realiza el autor por establecer una relación estrecha con el lector, de invitarlo a entender las razones que lo llevan a escribir un relato que no solamente es académico, sino que además es personal. La historia vivida por Sánchez como víctima de la Violencia me es muy cercana -como a la gran mayoría de los habitantes del Tolima y otras regiones de Colombia inmersos en este conflicto armado- en tanto mis familiares comparten esos hechos, lo que me hace reflexionar más de cerca el reto que se plantea al enfrentar el pasado y no optar por el olvido…”.

Y me explica en una nota al pie de página, para subrayar “su cercanía con mi experiencia”, que su familia materna vivía en esa época en zona rural de Ibagué, capital de mi natal departamento del Tolima. Pero la cercanía que señala es sólo de un campo de la experiencia. A renglón seguido la estudiante destaca los vacíos y las arideces de mi texto, y de paso me acusa muy discretamente y con cierta razón de anacrónico, de demodé. Dice así:

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“Lo que pienso que deja de lado por completo el autor es una reflexión sobre aquellos procesos de memoria no institucionalizada, de memoria inconsciente, -por llamarla de algún modo- que se gesta en las bases populares a través del arte y la cultura, como expresión de la cotidianidad, que si bien no pretende tener un impacto académico o formal sobre la historia y la memoria colectiva lo hacen de forma tácita al evocar los acontecimientos de la violencia y la guerra como un grito de denuncia que nos recuerda la realidad que vivimos y que han vivido otros. No la deja morir, como los cantos de rap, de punk, de música colombiana, las obras de teatro callejero, las fotos y las pinturas políticas de la guerra, la poesía militante, entre otros que tienen su mayor impacto en la juventud, una juventud que se siente ajena a la guerra, que la desconoce y le da continuidad al olvido…”.

La verdad, sí estoy muy lejos del rap, del punk y derivados. Yo por mi parte sólo quisiera recordarle la ranchera “La distancia entre los dos…”. Me complace enormemente desde luego constatar que el texto haya despertado muchas sensibilidades, que encuentren en él alguna fuerza comunicativa identificable, y que hasta los ponga a hablar de algo sobre lo cual habitualmente callan o poco hablan. Texto, acontecimientos y emociones resultan así no sólo el tejido que hace inteligible la elaboración de mi obra, sino también, la lectura que de ella hacen los estudiantes. Destaco esto, porque lo que suele predominar es una separación muy marcada entre los textos, los entornos sociales y los momentos históricos desde los cuales se escribe o se interpreta un texto. Es al menos lo que nos ha recordado uno de los intelectuales más notables de nuestra contemporaneidad, Edward Said. Otra estudiante (Paola García Reyes) también deja ver sus vínculos directos con el tema, transmitidos por la vía materna, en ese peculiar proceso ambulatorio de las ideas y las experiencias: “Nací en Bogotá en 1976. Mi mamá dejó su ciudad natal, el Líbano, hacia finales de los años treinta para radicarse, después de unos años de residencia en Ibagué, en la capital del país. Cuando El Bogotazo, vivía en la carrera quinta con Jiménez, pleno centro de la ciudad, y pleno centro de la revuelta. Sin embargo, y por fortuna, los recuerdos de la violencia de los años anteriores al 9 de abril y de la violencia de la Violencia son anecdóticos. De su memoria de esas épocas se nutre la mía. De la violencia

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más reciente, sólo soy testigo externa. Como colombiana, mi historia personal y familiar no cuenta con víctimas atribuibles a ninguno de los períodos de confrontación vividos por el país durante el siglo pasado. Ni siquiera puedo afirmar que alguno de mis familiares haya caído en manos de la violencia asesina de delincuentes comunes”.

Lo notorio y sorprendente es que esta carencia de un contacto directo con la violencia lo ve ella como un déficit, un déficit de una experiencia en el contexto de la continuidad histórica de hechos de violencia en el país. En este sentido, nuestra identificación nacional con la violencia, ha llegado a tal punto que parecería que debiéramos excusarnos por haber escapado indemnes a ella. Por eso agrega, no sé si con el pudor o con la culpa de quien ha sobrevivido a la tragedia. “Mi vivencia puede ser entonces calificada como la de un outsider. Incluso, he llegado a sentir algo parecido a la vergüenza cuando constato que habito una parte importante de la realidad de mi país sólo desde afuera. Mi memoria de la guerra no está escrita en términos de un nosotros construido en función de quien vivió algún acontecimiento o sufrimiento personal relacionado con la guerra. Esta sensación se hace aguda en momentos como los actuales en los que se habla de reparaciones, víctimas, paz, amnistía, perdón o justicia, donde pareciera que la posición de insider se convierte en elemento básico de la legitimidad. Aquí los llamados a realizar un ejercicio de memoria son aquellos… que pueden relatar algo acerca de los acontecimientos.”

Para salir un tanto de su perplejidad establece una diferencia, a mi modo de ver muy sugestiva entre la experiencia (colectiva) y la vivencia (personal). “El hecho cierto en este país -dice- es que la guerra omnipresente nos atraviesa a todos, pero no su vivencia”. El texto parece animar así una tensión entre vivencias, proximidades con el objeto del relato, y momentos generacionales, que sirve también de pretexto a reflexiones sobre responsabilidades y tareas por realizar para los que cargan con los lastres de un pasado que no eligieron: “El eje fundamental del libro -dice una tercera estudiante (Adriana Mejía Ramírez)- es la guerra vista desde la vida misma. A mi modo de ver -continúa- este es un texto introspectivo en el que se hace una reconstrucción de la vida de una persona en época de guerra partidista,

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en un espacio de guerra y con relaciones cercanas con actores de la guerra y víctimas de la misma… Para el autor el conflicto es un aspecto vital, en la medida que fue víctima del mismo y fue el eje articulador de su catarsis...”.

Y enseguida marca la diferencia, enuncia su reclamo e incluso su pesimismo frente al futuro: “Desde mi punto de vista, una generación distinta, urbana, que no ha tenido que lidiar con la Violencia (histórica), ni con el conflicto actual, la generación que representa el autor se centró en un cálculo de suma cero, de todo o nada, y el resultado, tal como lo expresa el autor es una violencia (no histórica) crónica que no parece tener una solución viable en el corto plazo y sí muchas preguntas para generaciones desgastadas, que sin la militancia activa del pasado ven pasar el tiempo y la oportunidad de construir nación…”.

Pero la herencia incómoda y perturbadora de ese pasado indomable, nos advierte, no sirve de atenuante de las responsabilidades que deben asumir las nuevas generaciones. Simplemente hay que cambiar los términos del debate: “La discusión, entonces, no se centra en qué nos aportó la generación precedente, que creo que mucho, sino qué tiene que decir la actual sobre un problema que han heredado ya varias generaciones y que parece circunscribirse más al ámbito económico, en la medida que se privilegia el interés privado y la posibilidad de encontrar en la guerra una forma de vida y un conjunto de oportunidades también en el ámbito social”.

Me parece adivinar en estas líneas una clara invitación de los jóvenes de hoy a un necesario y justo balance en términos de memoria con la generación nuestra, entre el debe y el haber, la cual están dispuestos a entender pero no necesariamente a aplaudir, a justificar, o a llevar por siempre a sus espaldas. Es el mismo afán de romper con, o de olvidar, el pasado doloroso y distante de la Guerra Civil que en los años setenta y ochenta exteriorizaron las nuevas generaciones españolas tras la muerte del dictador Francisco Franco. La memoria de nuestra guerra reciente o si se quiere contemporánea (y más comprensible, puesto que la partidista de los años cincuenta les suena a decimonónica), les parece a nuestros jóvenes de hoy suficiente fardo, como para tener que cargar también con las memorias de las guerras de sus abuelos.

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Volvamos a nuestro salón de clase. Una cuarta estudiante (Magally Hernández Ospina) enuncia las preguntas que se hace recurrentemente, pero ubica las dificultades del colombiano común con la memoria, más allá de la experiencia personal, en las carencias institucionales y en particular las derivadas del sistema pedagógico. Comienza ella su relato así: “Encontrar una explicación a las causas del conflicto interno colombiano del presente ha sido una tarea difícil. Personalmente, durante mucho tiempo me he preguntado ¿Por qué ocurre lo que ocurre en este país? Y sobre todo ¿Por qué hemos sido tan impotentes para superarlo? ¿Qué le falta a Colombia para que despierte?”

Y anota luego que “leer Guerras, Memoria e Historia conduce a un encuentro con el pasado y con pistas que permiten entender el presente de Colombia. Presente íntimamente ligado con el pasado; con un pasado que está más allá de cinco décadas”. A renglón seguido postula una tesis fuerte: “Colombia, sin duda alguna, es una nación carente de memoria. Cada generación crece con un presente, pero sin pasado.” Esa afirmación tan contundente la obliga a dar una explicación: “La historia de los libros de primaria y secundaria, en ciencias sociales, que enseñan sobre la Violencia y el Frente Nacional, entre otros hechos, es una historia que carece de contenidos”. Y luego nos hace saber cómo se llega tardíamente a enfrentar ese problema de la memoria no resuelta: “Una historia frágil. Sólo hasta que se llega a la educación superior se logra encontrar una explicación, mejor narrada, de los hechos de sesenta años atrás.” Pero este proceso, podemos agregar nosotros, además de tardío, es también selectivo. No todos tienen acceso a ese requerido nivel de conocimiento. Avanza ella en su argumentación: “Cabe anotar, sin embargo, que este privilegio sólo queda para aquellos que se deciden por una carrera profesional de las ciencias sociales o para aquellos que gozan del beneficio de ser estudiantes de universidades públicas, pues para los demás en su formación como profesionales no se involucra el contexto de nuestra historia colombiana...”.

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Hay pues razones suficientes para quejarse: “Crecemos y nos formamos sin una cultura política sólida que nos ayude a entender el país y a hacer parte de su transformación”. De ahí que al postulado anteriormente enunciado de que carecemos de memoria, se puede sumar este, que establece una atribución precisa al tema de la ausencia o la presencia de memoria y que pudiéramos enunciar así: “Es la falta de ejercicio de memoria la que nos impide transformar la sociedad en el sentido que quisiéramos”. Desde luego, de vez en cuando, al lado de las sesudas reflexiones, también hay florecitas para el autor. Por qué habrían de faltar y por qué ocultarlas… Dice otra estudiante (Martha Lucía Quiroz Rubiano) relacionando el libro con el conjunto del Seminario dentro del cual este fue una lectura más, la última por cierto. “La construcción de nuestro identitario como colombianos… es sin duda uno de los temas que más reflexión despertaron en mí, a lo largo de ese seminario. La lectura del texto del profesor dejó impresiones que dudo mucho se borrarán con facilidad… En otras palabras, pocas veces se pueden encontrar lecturas que concluyan con tanta precisión las hipótesis y argumentos que sesión tras sesión se fueron generando. Además, encontrar temas que ineludiblemente tenemos deber de conocer y trascender a la luz de nuestra realidad nacional….”.

Con todo, al final las flores toman una tonalidad de flores negras y de añoranza de una sólida conciencia crítica: “Porque para mí, dice ella, a pesar de que el camino es cada vez más estrecho y cuesta arriba, sólo me queda agradecer el haber asistido al seminario y haber tenido el chance de leer tantos textos que denuncian todo lo triste, inhumano, indigno e injusto que sucede en nuestras sociedades. Todos tenemos nuestro temor propio frente al ejercicio de la memoria: el mío es el del desconocimiento de los hechos”.

Tal vez sea este un homenaje desmesurado a la función pedagógico-política de la historia, “maestra de la vida”, según la canónica definición de Cicerón, en la cual las sociedades contemporáneas tan volcadas sobre el presente y el futuro poco creen. Pero aún así, contra todos los postmodernismos, un estudiante tiene todo el derecho a postular que el pasado debe seguir teniendo un mínimo sentido orientador de la vida.

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Una sexta lectora (Diana Patricia Saldarriaga Bilbao) destaca el carácter militante y movilizador del libro, agregándole al título de sus reflexiones La Memoria en el contexto colombiano, este subtítulo Entre los apáticos y los transformadores, es decir entre los que desarrollan sus propias estrategias, incluidas las de la memoria, para sobrevivir, y los que convierten el largo y doloroso pasado en una oportunidad de aprendizaje para construir el futuro deseado. No falta quien considere el texto (Martha Stella Serrano R.) como un intento afortunado de dar expresión -a partir de la experiencia y las vivencias de autor- a los que no han tenido voz. La última lectura femenina, a la cual quisiera darle voz aquí (Juanita Cuéllar B.) destaca cómo el libro constituye un reto y una invitación a que cada colombiano escriba la memoria de sus propias vivencias, no en busca de un relato único, sino de una gran polifonía nacional: “El libro de Gonzalo Sánchez Guerras, memoria e historia señala desde el principio uno de los puntos más importantes, que se refiere al encuentro con la violencia que hace parte de la vida de todos los colombianos. El prefacio de este libro hace referencia a una vivencia personal; en este sentido, de una u otra forma, todos los colombianos tendríamos la posibilidad de escribir ese particular encuentro con la violencia, que en últimas genera tensiones al compartir las vivencias con el otro”.

Dejemos de lado por un momento estas aproximaciones, en las cuales lo personal se ha imbricado de mil maneras con la política y con la historia contemporánea del país y pasemos al segundo bloque de lecturas del texto, en donde se pasa nítidamente del “yo” al “se”. Son las lecturas que ponen en evidencia los hábitos mentales, las convenciones y las estrategias masculinas de narración. Señalo de antemano que no pretendo establecer jerarquías, sino simplemente diferencias de aproximación a nivel del lenguaje. Veamos la primera de ellas (Juan Felipe Espinosa): “Existe (no dice “yo que he estado en la guerra”) por lo tanto una gran cantidad de personas a las que la guerra y sus brotes de violencia les han dejado una huella en su memoria. Si se trata de procesos de independencia o revolución, la guerra se presenta como una fuerza que impulsa la creación de la nación. Se interpreta como un acto por un

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fin determinado y esto alivia en alguna medida las lesiones que deja la guerra. En Colombia, tras una larga serie de conflagraciones en el siglo XIX, el período de la Violencia a mediados del siglo XX y el conflicto armado entre el ejército y los grupos armados irregulares, todo (no “Yo”) ciudadano tiene un mínimo de “memoria de guerra”.

En otro texto (Eduardo Ignacio Gómez) se toma incluso más distancia frente a las experiencias personales y se nos revela cómo: “Casi todos los colombianos tienen algún tipo de historia personal que haga referencia a hechos violentos ocurridos a familiares o amigos cercanos. Secuestros, asesinatos, masacres, bombardeos, combates, amenazas, miedo y terror, son algunas de las motivaciones de esas remembranzas. En Bogotá, por citar solo un ejemplo, muchos de los barrios populares son la consecuencia de esa violencia, tal y como dice Gonzalo en su libro en otro tiempo se les llamó exiliados, hoy gracias a la internacionalización y a la globalización de las comunicaciones y de los procesos, se ha impuesto un nombre creado para otras latitudes y para otras realidades: desplazados”.

Cabe la pregunta: ¿se trata de una experiencia excepcional, singular, única, irrepetible, o por el contrario, de una memoria representativa, ejemplar, en el sentido que Todorov le da al término, es decir, de una memoria que ilustra la trayectoria de una buena parte de la sociedad colombiana? A darle solución a esa otra trilogía latente en el texto Guerra, identidad y memoria responden varias reseñas. Escuchen esta (la de Andrés A. Salazar): “Es indudable que la memoria es un elemento importante de lo que constituye nuestra identidad, así lo hemos visto de forma sugerente a lo largo del seminario en textos como el de Primo Levi y Todorov. Sin embargo, el texto del profesor Gonzalo Sánchez resulta determinante a la hora de articular la memoria con la identidad y cómo esta se construye a través de la impresión y percepción del largo y conflictivo proceso histórico que hemos vivido como colombianos”.

El mismo estudiante, tomando la cautelosa distancia del juez, trata de develar las estrategias narrativas del libro, y prosigue:

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“Ya Gonzalo Sánchez desde el principio del libro nos muestra cómo su identidad ha estado mediada por el contexto violento que padeció al lado de su familia, y cómo esos hechos traumáticos lo marcaron no sólo como individuo, sino también como académico, militante político y colombiano. Podría decirse que tan sólo con ese relato resume lo que va a desarrollar en su libro: cómo la memoria ha sido, es y será objeto central del proceso de reconstrucción de una identidad nacional que hasta ahora ha estado marcada por las guerras que no han podido ser superadas, precisamente porque a la memoria no se le ha dado el lugar correspondiente en la resolución de nuestros propios conflictos”.

Pese a que en el libro se insiste en la co-presencia de tradiciones de confrontación y tradiciones pactistas, en todos los comentarios ha quedado más marcada la huella de la primera tradición, la guerrera, que la segunda, la civilista (en ello comparten la crítica de Renán Silva1): “Colombia existe gracias a la violencia ejercida sobre sus propios ciudadanos” dice uno de ellos (Eduardo Ignacio Gómez); “Pese a que el autor es claro en señalar la existencia de períodos de calma en la historia colombiana, para él la guerra ha sido un factor determinante y dominante en la construcción de la identidad nacional”, dice otro. Habría pues una inclinación estructural del texto hacia la tradición guerrera, según lo subrayó también el profesor Renán Silva en el comentario referido al comienzo de esta presentación . La vigencia y la utilidad política del texto constituye la forma de abordar Guerras, Memoria e Historia de otro estudiante (Vladimir Sanabria) que diferencia tres planos: el de las definiciones, el de los modos de valorar el pasado, y el de las tensiones abiertas hacia el futuro inmediato. En cuanto a lo primero, las definiciones, observa: “En el libro Guerras, Memoria e Historia, el profesor Gonzalo Sánchez realiza unas importantes distinciones que se vuelven cada día más necesarias para que tanto la sociedad civil como los combatientes se puedan mover dentro de los laberintos intrincados de la guerra en Colombia. La primera de estas definiciones esenciales es la que tiene que ver con memoria e historia. Constituye un instrumento de facilitamiento pedagógico el asocio que el autor hace de la memoria a la huella y de la historia al 1 SILVA, Renán, “Reseña de Guerras, Memoria e Historia”, en Análisis Político, No. 51, Bogotá, IEPRI, mayo-agosto de 2004, pp. 93-97. 2 En el mismo acto se hacía lanzamiento del libro SILVA, Renán, República Liberal, Intelectuales y Cultura Popular, Medellín, La Carreta Histórica, 2005.

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acontecimiento. Aunque de manera modesta el autor declara que el libro no pretende ser coyuntural, quienes diariamente vemos la coyuntura violenta en se desarrollan las negociaciones de cese de hostilidades en el país, sí podemos considerar coyuntural su aporte definitorio. Así pues, ahora cuando el Estado ha facilitado la conformación de una comisión que defina lo justo y lo reparable, es muy importante para todos los actores involucrados en la toma de tales decisiones poseer precedentes académicos como los que Gonzalo Sánchez aporta en este libro. Muy útil será que el fruto de años de experiencia investigativa que aparece plasmado en las páginas de este libro se pudiera volver de dominio público para ya no confundir más la investigación de los acontecimientos con la valoración de los mismos.”

En cuanto al segundo aspecto, el de las valoraciones del pasado, el comentarista señala con mucha seguridad que “La lectura de este libro y, en general, todo el seminario de Guerra y Memoria, me ha dejado una claridad acerca de la manera de entender el pasado. Yo creía que la historia se encargaba de estudiarlo, y punto; que todas las negociaciones relacionadas con la clarificación de violencias del pasado pasan por la investigación de los acontecimientos y que mientras más exacta fuera esta última mayor equidad se obtendría de los veredictos. Ahora opino que la equidad no es posible sin el equilibrado aporte de la memoria, y que es ésta la que colorea los grises mapas que traza la historia.”

Y en cuanto al carácter anticipatorio del texto, puntualiza: “Merece especial mención el hecho de que aunque el libro se dedique a analizar las distintas relaciones entre memoria e historia alrededor de las guerras que ya pasaron y de la que está en curso, tenga un capítulo dedicado al futuro. El capítulo décimo, sobre la transnacionalización de la guerra interna, los nuevos retos de la memoria, no sólo ilustra sobre las implicaciones internacionales de nuestro conflicto y sobre la necesaria contextualización internacional de todo lo que hacemos dentro de nuestro territorio, sino que deja planteada una alarma sobre la manera en que le demos solución a las negociaciones actuales. Si antes bastaba respetar o al menos tener en cuenta las leyes y las costumbres nacionales, ahora también hay que respetar el derecho internacional humanitario.

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El bien común, tantas veces invocado para otorgar amnistías e indultos, para poner punto final, para enterrar las atrocidades en el olvido, ya no puede ser meramente el bien común nacional, sino el bien común de la humanidad.”.

Quisiera devolverle la palabra a una estudiante, mujer (la periodista Marta Ruiz), que en un solo párrafo plantea buena parte de los nudos centrales del libro: “Lo primero que hace el texto de Gonzalo Sánchez Guerras, Memoria e Historia es conectar la experiencia (colectiva) con la propia, en el prefacio. Él, como casi todos nosotros, tenemos una historia vinculada, más que a la guerra, a la violencia. Y es muy difícil hablar de la historia del país sin hacer una referencia casi personal a los episodios de sangre. Nos pone de frente a una realidad: la violencia está en el fondo de nuestra identidad. De la construcción de la identidad. Pero el texto se mueve en el doble filo de la memoria traumática: el duelo y la expiación. La memoria de la víctima, que busca ser reivindicada. Los recuerdos del victimario, que quieren olvido. Posiblemente el borroso límite entre ambos hace que vayamos como una veleta de la venganza a la amnesia, o de la amnistía al desquite, prácticamente sin mediaciones. O un continuo donde en un momento somos víctimas regodeándonos en el duelo, y en el otro victimarios, que encontramos en los medios de violencia bien sea la satisfacción de un deseo, o la realización de una razón.”.

Los estudiantes han visto, pues, muchas cosas en este libro: estímulos sensoriales, invitación a la escritura, puesta en escena de un arsenal pedagógico, instrumentos para la movilización y la transformación política, destellos de una lámpara de Diógenes apuntando al futuro. Una multiplicidad de significados en acción. Cada uno ha ido destacando, a su juicio, lo más cercano, lo más acertado o lo que lo deja inconforme. Sería abusivo someter todos esos fragmentos, ese mosaico, a una operación de sumatoria. Porque lo que queda en evidencia después de este ejercicio de lectura plural es algo ya sabido, pero que no está de más recordar: que un texto, una vez publicado, deja de pertenecerle al autor y pasa a ser reinventado y reescrito por sus lectores.

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BUCHELI, Marcelo, Bananas and Business. The United Fruit Company in Colombia, 1899-2000, Nueva York - Londres, New York University Press, 2005, xi pp. y 241 pp. (con cuadros y tablas). Carlos Dávila L. de Guevara ♣ La historiografía empresarial en América Latina que comenzó a despuntar a principios de la década de los años ochenta, ha hecho avances importantes en los últimos quince años, como lo han registrado los balances historiográficos empresariales sobre esta parte del mundo incluidos en los recientes volúmenes de Amatori y Jones y Erro , quienes presentan un panorama de la historia empresarial a nivel mundial. El libro del investigador colombiano Marcelo Bucheli pertenece a la modalidad de historia de empresa y está basado en su tesis doctoral en la Universidad de Stanford. Constituye un buen ejemplo de investigación en la que el rigor historiográfico va a la par con una fundamentación teórica para abordar el estudio en profundidad de una empresa, en este caso la United Fruit Company, UFC, en Colombia durante el siglo XX. A lo largo de sus páginas se ilustra cómo elaborar la historia de una empresa siguiendo los estándares académicos de la business history, que se apartan de las historias conmemorativas oficiales, anecdóticas y laudatorias, que muchas empresas contratan para celebrar aniversarios importantes. En este sentido, contribuye a abrir camino a la investigación en historia de empresas en América Latina, donde la naciente historiografía empresarial ha estado más centrada en otros géneros de la disciplina, como las biografías de empresarios y los estudios sobre los orígenes y formación de las elites empresariales y, recientemente, la historia de grupos empresariales. El libro, publicado hace un año por New York University Press, es relevante no solamente para los especialistas en América Latina, sino para los investigadores que estudian las multinacionales y la inversión extranjera en una perspectiva histórica. También despertará interés y controversia entre el público más amplio de quienes conocieron el historial de esta empresa a través de Cien años de Soledad, la novela ♣ Ph.D. en Teoría Organizacional y M.A. en Sociología, Universidad de Northwestern. Profesor titular, Facultad de Admimistración, Universidad de los Andes. BARBERO, María Inés, “Business History in Latin America”, en AMATORI, Franco y JONES, Geoffrey (eds.), Business History Around the World, Cambridge, Cambridge University Press, 2003, pp. 317-335. DÁVILA, Carlos, “La historia empresarial en América Latina”, en ERRO, Carmen (ed.), Historia empresarial: Pasado, presente y retos de futuro, Barcelona, Ariel, 2003, pp. 349-381.

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aclamada universalmente del nóbel Gabriel García Márquez. La razón es clara: en este volumen, el autor reúne nuevas evidencias, recopiladas rigurosamente, llegando, así, a conclusiones que van en contravía de la teoría de la dependencia. Según esta, las multinacionales -instrumento de explotación del capital monopólico y sus intereses imperialistas- han sido un factor decisivo en el subdesarrollo latinoamericano. Como lo recuerda Bucheli, en la literatura sobre la inversión extranjera a la UFC se le considera como la quintaesencia del imperialismo en América Latina (p. 3), al punto que el término peyorativo de “repúblicas bananeras” se volvió sinónimo de los países de Centro y Sur América en los que esta empresa operó. La todopoderosa UFC siempre tuvo a su servicio gobiernos enteros y las burguesías de las “banana republics” fueron sus aliadas incondicionales. A diferencia de la mayoría de bibliografía sobre esta multinacional en Colombia , la masacre de las bananeras en 1928 no constituye la temática central de este trabajo. En efecto, el autor no se circunscribe a la execrable masacre, sino que luego de tratar los antecedentes de la United Fruit en Colombia (las décadas previas a la masacre), dedica la mayor parte del libro a la economía política de las operaciones de la multinacional en las siguientes siete décadas (1930-2000). Su investigación “estudia las operaciones de la multinacional en relación con sus trabajadores, los empresarios locales, y el gobierno local, tomando en cuenta el contexto internacional en el que operó y sus características como empresa” (p. 7). Bucheli formula cinco interrogantes, a saber: ¿Cuál fue la estrategia general de negocios de la UFC durante el siglo XX? ¿Qué generó los conflictos laborales de los trabajadores bananeros con la UFC durante la década de 1920? ¿Qué le ocurrió al sindicalismo bananero después de la huelga de 1928 y de qué manera esto afectó las operaciones de la empresa? ¿Cómo fueron las relaciones contractuales entre la UFC y los empresarios locales proveedores de la fruta? ¿Cómo evolucionó la relación entre la UFC y el gobierno local y nacional a lo largo del siglo XX? Para responderlos, el autor organiza el libro en ocho capítulos, que están precedidos por una extensa introducción que tiene el acierto de estimular al lector a sumergirse en las páginas del libro. Termina con un capítulo de conclusiones bien redondeadas en las que ata los hilos de sus argumentos revisionistas, a la vez que esboza sus implicaciones en Los principales trabajos al respecto son: BOTERO, Fernando y GUZMÁN, Álvaro, “El enclave agrícola en la zona bananera de Santa Marta”, en Cuadernos Colombianos, No. 8, Medellín, Lealón, 1977, pp. 311-389; WHITE, Judith, La United Fruit en Colombia: historia de una ignominia, Bogotá, Editorial Presencia, 1978; LEGRAND, Catherine, “Campesinos y asalariados en la zona bananera de Santa Marta (1900-1935)”, en Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, No. 11, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 1983, pp. 235-250.

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términos de la historiografía económica y empresarial. Mediante esta investigación, desarrollada a lo largo de varios años (Bucheli empezó a trabajar en esta temática desde sus estudios de maestría en la Universidad de los Andes a comienzos de los años noventa), el autor se propone remediar una serie de deficiencias que encuentra en los estudios sobre la UFC en Colombia (pp. 5-6). Al terminar el libro, luego de 190 páginas tejidas cuidadosamente, no queda duda que Bucheli logra su cometido. Una novedad de este trabajo lo constituye la consulta de los archivos internos de la UFC en Colombia, fuente que ningún trabajo previo había considerado, a la que se sumaron los archivos del Consorcio Bananero, así como archivos notariales de Santa Marta y Aracataca. El autor también realizó entrevistas con numerosos actores (exfuncionarios de la UFC, empresarios bananeros, dirigentes sindicales, trabajadores de campo y exguerrilleros) en Ciénaga, Santa Marta, Apartadó, Bogotá y Medellín. La consulta sobre el negocio bananero en Colombia y América Latina que llevó a cabo en fuentes secundarias, fue muy amplia y exhaustiva; solamente hay que anotar la omisión del libro de Steiner sobre Urabá entre 1900 y 1960. Se pierde una mirada novedosa sobre esta región que combina una perspectiva histórica y antropológica. Steiner considera la colonización antioqueña como “experiencia de exclusión” en esta tierra de frontera a donde se trasladó la UFC a partir de los años sesenta. En cuanto al conflicto laboral el autor se circunscribe a los trabajos de Urrutia y Londoño y, por lo tanto, hacen falta importantes trabajos de historia del sindicalismo colombiano como, por ejemplo, los conocidos libros de Pécaut , Caicedo y Moncayo y Rojas . Estas omisiones son problemáticas en la medida en que el trabajo de Urrutia, siendo pionero, ha sido controvertido y que las obras omitidas representaron interpretaciones hechas desde perspectivas teóricas y metodológicas diferentes de las que orientaron a Urrutia. Otro asunto para resaltar es el uso de enfoques analíticos relacionados con la teoría económica de la empresa. En efecto, aplica las teorías de la agencia, las relaciones contractuales (con los empresarios locales), la estrategia de negocios y el desempeño económico de la empresa. Bucheli utiliza estos enfoques en el contexto del cambiante STEINER, Claudia, Imaginación y poder. El encuentro de interior con la Costa de Urabá, 1900-1960. Medellín, Universidad de Antioquia/Clio, 2000. URRUTIA, Miguel, Historia de sindicalismo en Colombia, Bogotá, Universidad de los Andes, 1969. LONDOÑO, Rocío, “Crisis y recomposición del sindicalismo colombiano (1946-1980)”, en TIRADO, Álvaro (ed.), Nueva historia de Colombia, Vol. 3, Bogotá, Planeta, 1989, pp. 271-306. PECAUT, Daniel, Política y sindicalismo en Colombia, Bogotá, La Carreta, 1973. CAICEDO, Édgar, Historia de las luchas sindicales en Colombia, Bogotá, Ediciones Ceis, 4ª ed., 1982. MONCAYO, Víctor Manuel y ROJAS, Fernando, Luchas obreras y política laboral en Colombia, Bogotá, La Carreta, 1978.

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mercado internacional del banano y los ajustes estratégicos de la multinacional, de la cual la asentada en Colombia era una de sus filiales. A la luz de tales conceptos el libro de Bucheli arroja resultados que contribuyen al debate sobre el papel de la inversión extranjera directa, adentrándose en este caso en las entrañas de la UFC y en la dinámica de sus relaciones con una variedad de actores económicos, políticos y sociales a lo largo del siglo XX. De paso, es necesario anotar que el análisis podría enriquecerse con la literatura especializada de administración sobre el manejo estratégico de los stakeholders10. Es ilustrativo señalar algunos hallazgos de este libro. Bucheli demuestra que los empresarios locales no fueron unos aliados sumisos e incondicionales de la UFC, sino un sector que sufrió contratos impuestos por la multinacional y cuando pudo ejerció “agencia” y desarrolló su propio sector exportador. Por otra parte, el autor documenta el cambio trascendental de la estrategia de la empresa al finalizar la década de los años cincuenta. Pasó de las operaciones en la región bananera del Magdalena, integradas verticalmente (desde el cultivo hasta el transporte y el mercadeo), hacia el proceso de desinversión -para reducir los riesgos que implicaban las políticas gubernamentales y el movimiento sindical fortalecido de la posguerra-, que la llevó a trasladar sus operaciones a la región de Urabá, en donde se concentró en el mercadeo, dejando la producción en manos de los empresarios locales. Este viraje respondió tanto a los cambios ocurridos a nivel internacional (en el mercado bananero, la tecnología y las relaciones de la empresa con las autoridades norteamericanas), como a los que tuvieron lugar en Colombia, en donde en las décadas siguientes a la masacre las condiciones sociales, económicas y políticas habían experimentado transformaciones importantes. Así, por ejemplo, Urabá estaba ligado a poderosos intereses industriales y cafeteros de Medellín, conectados con el poder político en Bogotá, circunstancia de la que no gozaban los empresarios del Magdalena. Estos enfrentaban una “desventaja competitiva” (p. 184) frente a los bananeros de Urabá, América Central y Ecuador. Por todo ello, arguye Bucheli, la visión sobre la UFC en Colombia debe ser reconsiderada; frente a la multinacional bananera tanto los trabajadores como los terratenientes y el gobierno “tenían agencia, desplegaban iniciativa y tomaban 10 “Los stakeholders son personas o grupos que tienen o reclaman derechos o intereses en una empresa y en sus actividades, pasadas, presentes o futuras. Tales derechos o intereses son el resultado de transacciones hechas con la empresa, o de acciones realizadas por la empresa, que pueden ser legales o morales, individuales o colectivas”. CLARKSON, Michael, “A Stakeholder Framework for Analyzing and Evaluating Corporate Social Performance”, en Academy of Management Review, Vol. 20, No. 1, Birmingham, Academy of Management, 1995, pp. 92-118.

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decisiones racionales” (p. 185). Por otra parte, la conclusión del autor sobre las relaciones laborales, seguramente levantará polémica. Según Bucheli, a pesar de los triunfos de los obreros hasta 1960, “cuando éstos lograron su mayor poder de negociación la empresa se mostró aún más poderosa, reestructurándose de tal forma que no tuviera que tratar más con trabajadores” (p. 148). Al retirarse de la labor de cultivo y producción, sólo mantuvo un reducido número de trabajadores. La UFC “fue más flexible y móvil que los trabajadores. A pesar de sus triunfos, estos eran todavía un agente débil para negociar con el capital extranjero” (p. 148). El libro también presenta diversos análisis relacionados con la dinámica interna de la multinacional a lo largo de los años, que pasarían desapercibidos si esta se concibiera como la “caja negra” idealizada por la economía neoclásica. Así, por ejemplo, Bucheli calcula un “índice de riesgo” basado en el precio de las acciones y en los dividendos, mes por mes, para el período 1936-1970 (capítulo 3), y examina la mayor diversificación de la empresa a nivel internacional después de 1970 (llamada entonces United Brands) al incursionar en el negocio de los alimentos procesados. Tal diversificación corrió paralela con la consolidación de sus actividades de mercadeo, la disminución en el apoyo del gobierno norteamericano y la creación de la Unión de Países Exportadores de Banano en Centroamérica, en 1974, para controlar la exportación de banano. Luego del cuidadoso cálculo y análisis que hace el autor de la rentabilidad de la UFC año tras año a lo largo del siglo XX, encuentra que esta tendió a disminuir a lo largo del tiempo y empeoró desde que decidió desinvertir. “Los accionistas estaban dispuestos a intercambiar rentabilidad por seguridad” (p. 182). El autor también insiste en la necesidad de no simplificar la compleja dinámica interna de una empresa multinacional, que no es una entidad homogénea cuyos miembros comparten una misma agenda, sino una organización con conflictos y tensiones internas. Así, por ejemplo, en varias partes del libro muestra que los inversionistas y accionistas, y la gerencia constituyen actores diferentes, con sus propias agendas, que no son necesariamente coincidentes y a veces no están claramente definidas. “No podemos hablar del capitalismo norteamericano que llega a América Latina como una fuerza única en la cual los inversionistas de Wall Street, los accionistas de la empresa, sus más altos directivos y el Departamento de Estado comparten la misma agenda” (p. 187). En fin, al adelantar este tipo de análisis que no había sido común dentro de la historiografía empresarial colombiana, el trabajo comentado marca también una diferencia con la literatura existente sobre la UFC en Colombia. Ojala el libro de Bucheli se traduzca al español para que una amplia audiencia colombiana y latinoamericana pueda leerlo y debatirlo, como ya lo comenzó a hacer la comunidad académica internacional. De hecho, ya ha sido reseñado en conocidos

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journals internacionales (entre ellos, Business History Review, Economic History Review, Hispanic American Historical Review y American Historial Review). Hay que añadir que en 2004 un artículo suyo sobre las relaciones contractuales entre la UFC y los empresarios bananeros publicado en la Business History Review11, recibió el premio al mejor artículo aparecido en ese año en la más antigua y reputada revista de la historia empresarial. Así mismo, el investigador colombiano fue escogido como el HarvardNewcomen Postdoctoral Fellow en la Harvard Business School en el año académico 2004-2005.

11 BUCHELI, Marcelo, “Enforcing Business Contracts in South America: The United Fruit Company and Colombian Banana Planters in the Twentieth Century”, en Business History Review, No. 78, Cambridge, Harvard Business School, verano de 2004, pp. 181-212.

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CASTRO-GÓMEZ, Santiago, La Hybris del Punto Cero. Ciencia, raza e ilustración en la Nueva Granada (1750-1816), Bogotá, Pontificia Universidad Javeriana, 2005, 345 pp. Katherine Bonil Gómez a El filósofo colombiano Santiago Castro-Gómez presenta en su último libro los resultados de su tesis doctoral del programa de Letras de la Universidad de Frankfurt, Alemania. Se trata de un estudio sobre las ideas científicas propugnadas por los criollos ilustrados en la Nueva Granada durante la segunda mitad del siglo XVIII y principios del siglo XIX, y sus vínculos con la configuración geopolítica de este periodo. Como él mismo lo expresa, este trabajo se enmarca en la perspectiva abierta por los estudios culturales en general y por la teoría postcolonial, en particular (p. 13). Estos “campos” han subrayado enfáticamente que la expansión colonialista europea y el desarrollo de la ciencia moderna no son hechos meramente paralelos o coexistentes. Por el contrario, sus vínculos son muy estrechos, al punto que cada uno ha hecho posible la existencia del otro. Así, Castro-Gómez está de acuerdo en ver a la Ilustración como un discurso legitimador de la expansión colonialista europea del siglo XVIII, y plantea que de esta misma forma fue leída, traducida y utilizada por los criollos americanos, con el fin de consolidar su distancia social de los otros habitantes del territorio y por esa vía legitimar su dominio sobre ellos. ¿Qué posibilita esta relación entre ciencia y poder? Castro-Gómez lo explica por medio de una metáfora, usando la noción griega de Hybris: desmesura de pretender tener más de lo que el destino le depara a cada hombre; la Hybris supone la ilusión de poder sobrepasar los límites de la vida mortal e igualarse con los dioses. De forma análoga, el discurso científico ilustrado se constituyó sobre la creencia de poseer un lenguaje universal, el de la razón, por medio del cual el científico adquiría la posibilidad de elevarse por encima del lenguaje común, y situarse en un punto cero de observación, neutro y objetivo, desde el cual podía generar conocimiento sobre el en-sí de las cosas. Tanto europeos como americanos cometen el mismo pecado cuando se creen portadores de lo que estiman una forma superior de conocimiento, por medio de la cual deslegitiman toda otra forma de conocimiento e intentan implantar violentamente la suya propia. a Antropóloga e Historiadora de la Universidad de los Andes. Estudiante de la Maestría en Historia y Coordinadora académica del Departamento de Historia en la misma Universidad.

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Esta relación entre ciencia y política, presente en las prácticas y discursos científicos de los criollos ilustrados, la mayoría de las veces ha sido juzgada como una anomalía, un híbrido, una tergiversación del espíritu ilustrado o como producto de una mala lectura. La perspectiva del autor lo lleva a explicar esta relación de otra manera, punto que considero uno de los más sugerentes del libro. Castro-Gómez deja claro que su interés no es determinar si las ideas ilustradas fueron leídas bien o mal, ya que comprende la Ilustración como un fenómeno que no fue exclusivamente europeo y simplemente se difundió, teniendo una buena o mala recepción. Retomando las ideas de Enrique Dusel, afirma que el pensamiento de la Ilustración desarrolló el mito eurocéntrico de la modernidad, según el cual Europa posee unas características particulares que hicieron posible que allí y sólo allí se desarrollara la “racionalidad técnico científica” y se llegara a la modernidad. Dusel propone otro paradigma, el “planetario”, según el cual la modernidad es un fenómeno del sistema-mundo que surge como resultado de la administración que diferentes imperios europeos realizan de la centralidad que ocupan en este sistema. Así, el Renacimiento, la Revolución Científica y la Revolución Francesa no son fenómenos europeos sino mundiales, y no pueden ser pensados sin tener en cuenta la relación asimétrica de Europa y su periferia colonial. Esta tesis le permite plantear a Castro-Gómez la coexistencia de lugares desde los que la Ilustración es enunciada: “Si la Ilustración no es algo que se predica de Europa sino del sistemamundo como fruto de la interacción entre Europa y sus colonias, entonces puede decirse que la Ilustración es enunciada simultáneamente en varios lugares del sistema mundo moderno/colonial. Los discursos de la Ilustración no viajan desde el centro hasta la periferia, sino que circulan por todo el sistema mundo, se anclan en diferentes nodos de poder y allí adquieren rasgos particulares” (p. 52. Cursivas en el original).

Así pues, la pregunta concreta que Castro-Gómez quiere resolver en este libro es: ¿desde qué lugar particular se relocalizó la Ilustración neogranadina? ¿Qué nuevos sentidos adquirió y qué dinámicas estructuraron su locus enuntiationis? La forma en que llega a una respuesta es otro de los planteamientos y aportes importantes de este libro, ya que articula diversos aspectos, que no siempre son puestos en una misma explicación. En su respuesta Castro-Gómez relaciona las formas de percepción del mundo que los criollos tenían de acuerdo a su posición en el espacio social colonial, la geopolítica mundial y los cambios de la forma del Estado, con las políticas de la reforma borbónica y con las formas de conocimiento de los grupos subordinados del territorio. Para lograr comprender la manera en que estos aspectos interactúan,

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el autor acude a tres conceptos: el “habitus”, “la biopolítica y gubernamentalización del estado” y la “colonialidad del poder”. El primer concepto utilizado por el autor es la noción de “habitus” y “capital cultural” desarrollada por Pierre Bourdieu. Castro-Gómez dedica parte del primero y del segundo capítulos a identificar las características del “habitus” que portaban los criollos y que determinaron la forma en la cual tradujeron la ciencia ilustrada. Por medio del análisis de muy diversas fuentes primarias (expedientes judiciales de casos de disenso, expedientes de demostraciones de limpieza de sangre, textos de funcionarios y sacerdotes españoles, artículos de los periódicos publicados durante el periodo de estudio) plantea la que va a ser la tesis más importante del libro y que fundamenta el resto de capítulos: en España y América, el “habitus” que sirvió de lugar de enunciación de la Ilustración estuvo configurado por el “discurso hegemónico de la limpieza de sangre”. Castro-Gómez explica cómo este discurso tomó elementos de pensadores de la antigüedad (Eratóstenes, Polibio, Ptolomeo, entre otros) y fue posteriormente apropiado por los intelectuales cristianos de la Edad Media, conformando la idea de la “superioridad étnica” de Europa sobre las demás poblaciones del mundo (pp. 55-58). Así, en América, a partir de la conquista, las diferencias entre conquistadores y conquistados fueron codificadas en términos de esta “superioridad étnica”, apelando a una supuesta diferencia fenotípica que ubicaba a los unos en una situación de inferioridad con respecto de los otros. El autor hace énfasis en que no fue la acumulación de capital económico el principal criterio de distinción social. Este papel lo desempeñaron las diferencias provenientes de la sangre, la herencia y la adscripción a un linaje. El grupo dominante de criollos, como heredero de este discurso inscrito en su “habitus”, lo reprodujo empleando mecanismos de distinción social y controlando un acceso diferenciado a los “bienes culturales y políticos” (p. 69). Un primer aspecto de estos mecanismos, trabajado por el autor, es el desarrollo por parte de las elites de unas complejas taxonomías que clasificaban a la población según la cantidad y el tipo de “sangre mezclada”, y asignaban a cada una de las mezclas un comportamiento, oficio, y modo de vida distinto. A mayor mezcla se presenta un comportamiento más reprobable (ebriedad, violencia), un “oficio vil” (cocinera, carpintero, etc.) y un más “desarreglado” modo de vivir (concubinato, familias en conflicto, etc.) (pp. 7381). Otros mecanismos que el autor analiza son la institución de la familia católica, la proscripción del uso de algunos elementos a las castas, tales como ciertas telas y colores en el vestido, ciertos espacios dentro de la ciudad y ciertos elementos para la

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construcción y adorno interior de la vivienda, así como el uso del apelativo de “don”. A este continuo intento de diferenciarse y de fortalecer las barreras a fin de no permitir el asenso social de individuos de “sangre mezclada”, a esta necesidad de manifestar en forma latente o abierta la diferencia inconmensurable de los “señores” frente a sus inferiores, Castro-Gómez lo llama el “pathos de la distancia” (pp. 81-88). Una vez identificado este lugar de enunciación, el autor procede a explorar cómo el “habitus” criollo interactuó con los cambios en la concepción del Estado y la geopolítica mundial. Los criollos ilustrados creían firmemente que un buen gobierno era aquel cuyas políticas se fundamentaban en la ciencia y se presentaban a sí mismos como los llamados para cumplir una labor de guía en este asunto. Sin embargo, sus pretensiones chocaron frontalmente con las reformas que los Borbones quisieron poner en práctica en las colonias, ya que estas amenazaban la estructura de fueros y privilegios, que aseguraba su posición como elite de la sociedad colonial. Así, el auge de las ideas ilustradas dentro de un grupo de criollos coincidió con un cambio de la actitud del Estado hacia ellos, lo que le terminaría de dar una forma muy particular a la traducción de tales ideas. Para explicar esta relación Castro-Gómez emplea un segundo concepto: “Biopolítica y gubernamentalización del Estado”. Este término fue desarrollado por Foucault para designar un cambio gradual que desde el siglo XVI se comenzó a gestar en el ejercicio del poder estatal, el cual, en palabras de Castro-Gómez, empieza a regirse por un modelo económico, y se enfoca en “ejercer un control económico, una administración racionalmente fundada sobre los habitantes, las riquezas, las costumbres, el territorio y la producción de conocimientos” (p. 97) En lo que respecta a España, explica CastroGómez, el comienzo de siglo XVIII coincide con el asenso de la dinastía Borbón al trono y con una progresiva pérdida de hegemonía en la geopolítica mundial. Por ello, esta Corona fue particularmente sensible a la incorporación de dichas nuevas ideas del buen gobierno con el fin de optimizar la extracción de recursos, fomentar el comercio y por esa vía recuperar el poder perdido. Esto se materializó en las “reformas borbónicas” que movilizaron una “serie de sistemas, técnicas, códigos, dispositivos y sistemas cognitivos” para racionalizar la estructura del Estado y de la sociedad. En este marco, el Estado, apoyado en la racionalidad científica, debía convertirse en la instancia que controla y establece los fines últimos de la sociedad, expropiando a la Iglesia y a la aristocracia su poder de crear sentido y dirigiendo sus esfuerzos a crear riquezas y sujetos económicos capaces de trabajar en pro de los intereses públicos y de crear riquezas (pp. 96-107).

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Pero, explica el autor, esta creación de “sujetos económicos” tuvo como “efecto colateral” el aumento de las posibilidades de ascenso social de algunos mestizos, mulatos, zambos y pardos. De esta forma, la racionalización del Estado borbón significó también una “guerra interna contra el “habitus” criollo, sus intereses económicos y su imaginario de blancura” (p. 101). La tesis que defiende CastroGómez es que, si bien esto terminó generando una reacción de endurecimiento en las barreras sociales que los criollos construyeron, la biopolítica del Estado borbón no fue rechazada del todo, por el contrario, fue vista como un complemento del discurso colonial de la pureza de sangre (p. 141). La gubernamentalidad y su apelación constante al conocimiento científico como fundamento de sus biopolíticas finalmente les ofrecía la oportunidad de ubicarse en el punto cero, tener el poder de “construir una visión sobre el mundo social reconocida como legítima y avalada por el Estado”. Así, más que una contraposición al “habitus” criollo, las políticas estatales y las ideas ilustradas que las inspiraron terminaron reforzando los mecanismos de distinción social y de dominación de las elites. El autor explica esta dinámica por medio del tercer concepto: “La colonialidad del poder”, categoría desarrollada por Anibal Quijano, Walter Mignolo y Enrique Dussel, para demostrar cómo las relaciones de poder tienen también una dimensión cognitiva. En este caso, tal dimensión, afirma el autor, opera de dos formas. La Ilustración fue utilizada por europeos y por criollos como estrategia de dominio para eliminar todas las otras formas de conocimiento y sustituirlas por una sola forma única y verdadera, la suministrada por la racionalidad científico-técnica de la modernidad. De esta forma, operó como un instrumento para la consolidación del proyecto imperial y civilizatorio, compartido también por europeos y criollos, para imponer a otros pueblos sus propios valores culturales por considerarlos superiores. Así, los intereses estatales y los locales se entrelazaron de forma tal que los criollos ilustrados adoptaron las ideas científicas en la medida que legitimaban su diferenciación social y dándole a las ideas científicas un contenido particular de acuerdo a su “habitus” descrito atrás. Esta colonialidad del poder es ampliamente tratada en los capítulos tercero, cuarto y quinto, en los que el autor aborda tres aspectos distintos del discurso ilustrado criollo: las prácticas médicas, los conocimientos indígenas y africanos, y la geografía. En el tercer capítulo estudia la práctica médica concluyendo que esta sirvió como instrumento de consolidación de las “fronteras étnicas” que aseguraban preeminencia social a los criollos. Esto lo demuestra a través de varios aspectos: 1) el cambio de una noción teológica de la enfermedad a una noción económica, que veía en las castas seres improductivos que por sus costumbres y características morales cosechaban las enfermedades. 2) El cambio en la noción de la pobreza, considerada ahora como

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enfermedad propia de las castas. 3) Las estrictas leyes que no permitían a un individuo mezclado practicar la medicina. En el cuarto capítulo estudia las formas en que los criollos ilustrados (inspirados en las obras de sus maestros jesuitas) concibieron las lenguas y los sistemas de conocimiento indígenas y africanos. Según los criollos, tales sistemas eran incapaces de la abstracción y, por lo tanto, incapaces de comprender la enfermedad y de lograr experimentar sobre sus posibles curas. Si estos pueblos habían logrado algún éxito era atribuido a la obra de Dios, al diablo o a la casualidad. Así, si bien la botánica se concibió como una de las ciencias más importantes para el “progreso de un país”, los conocimientos indígenas fueron clasificados como meros accidentes guiados por la pasión y su tendencia natural a buscar plantas que produjeran ebriedad. Caso perfectamente ilustrado en la búsqueda de Mutis de la especie de quina perfecta y el lugar que le atribuye en el relato que hace de tal búsqueda a los conocimientos indígenas (pp. 216-227). Finalmente, el quinto y último capítulo lo dedica al discurso de la geografía y a algunas prácticas cartográficas, exponiendo las formas en que respondieron a los imperativos geopolíticos del Estado borbón, y al intento de las elites criollas por imponer su hegemonía sobre las diversas poblaciones. Trata tres aspectos en este punto. El primero de ellos atiende a la importancia que adquirió la geografía como la ciencia que junto con la economía debía guiar las políticas del Estado. En esa medida, la geografía estaba llamada a brindar todos los conocimientos (población, distribución, recursos, suelos, etc.) necesarios para la generación de riquezas. El segundo aspecto se refiere a cómo este interés por conocer el territorio habitado y sus habitantes condujo al desarrollo de una taxonomización de las poblaciones, que asociaba sus rasgos físicos, sus características morales y sus formas de vida al espacio que habitaban. De esta forma se creó una geografía de las poblaciones, según la cual sólo en las tierras altas, donde habitaban los criollos blancos, podía desarrollarse la civilización y en las tierras bajas, donde habitaban las castas, las personas carecían de moral. Entonces, a fin de lograr producir riquezas en estas tierras, se propuso mezclar las personas o desplazarlas a otras tierras, para que allí se ubicaran personas física y moralmente más aptas para el trabajo. Así, a partir de un análisis que toma elementos de la sociología de la cultura, de la filosofía, de la sociología de la ciencia y de la historia, Castro-Gómez logra articular un marco conceptual, cuya virtud radica en poner en diálogo elementos que pocas veces se estudian juntos: los individuos (en tanto agentes que han incorporado el orden social y que estructuran sus acciones en relación a otros agentes), las prácticas

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científicas en la producción de conocimiento y las características del sistema mundo moderno/colonial. Un marco transdisciplinario de mucha utilidad para interpretar una gran multiplicidad de problemas de investigación, tales como las nociones de raza y mestizaje en la sociedad colonial, la historia del conocimiento y de las prácticas científicas en la Nueva Granada (medicina, geografía), los cambios operados en las nociones de enfermedad y pobreza, las transformaciones del Estado, entre otros. Valdría la pena, de todas formas, plantear algunas preguntas acerca de este esquema, que no fueron resueltas del todo en el libro, y que con toda seguridad le darían más fuerza y fundamento a algunas hipótesis. Uno de los aspectos más valiosos del marco teórico construido es la inclusión de la noción de “habitus”, y por medio de ella la importancia que le atribuye al orden social y a la forma como a este se incorporan los individuos, generando prácticas y estrategias muy particulares. Sin embargo, cuando Bourdieu utiliza este término, hace énfasis en su carácter “abierto”, según el cual los agentes sociales son el producto de su historia colectiva y de su historia individual; el “habitus” se ve afectado sin cesar por nuevas experiencias. De esta forma, Bourdieu explica que para entender las acciones de una persona, se debe tener en cuenta su posición en el espacio social pero también la forma cómo llegó allí . Lo que lleva a preguntarnos si los actores analizados en este libro tienen distintas posiciones en el espacio social y si ello implicaría diferencias en su relación con el “imaginario de blancura”. Por ejemplo, ¿podríamos pensar en Caldas y en Tadeo Lozano como dos personas que comparten una misma posición en el espacio social? ¿Habría diferencia entre un persona perteneciente a una familia emergente de la provincia de Popayán y otra perteneciente a la más prestigiosa elite santafereña? ¿Cómo podrían variar su “habitus” con respecto a un fraile misionero capuchino peninsular como Finestrad? ¿O con respecto a uno de los artistas del virreinato de la Nueva España que pintara alguna serie de cuadros de castas? En este sentido, ¿las taxonomías poblacionales presentadas en los cuadros funcionaron por fuera de la Nueva España? ¿Si lo hicieron, fueron usadas por toda la población o usadas exclusivamente por las elites santafereñas? ¿Toda la elite las usaría de la misma forma? Por otra parte, un análisis de documentación local, producida en las provincias más pequeñas y en las ciudades y pueblos, muestra usos más fluidos con respecto a las categorías utilizadas para referirse a los “individuos de sangre mezclada”. De hecho, puede observarse que no fueron las mismas y que variaron tanto en el tiempo como en el espacio, dependiendo más del contexto en que se usaron que de un significado BOURDIEU, Pierre y WACQANT, Loïc, Respuestas por una antropología reflexiva, México, Grijalbo, 1995.

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predeterminado . ¿Cómo podría relacionarse esto con el “imaginario de blancura” descrito por el autor? ¿Lo estaría modificando o actuaría como refuerzo? Valdría la pena considerar también con respecto a este tema si la noción de etnia es la más apropiada para referirse al pensamiento sobre la diferencia humana en los siglos XVI, XVII y XVIII. Para terminar, debe mencionarse uno de aportes centrales de este libro. En las ciencias sociales colombianas, especialmente entre historiadores y economistas, se escucha hablar con mucha frecuencia de la “pesada herencia colonial”. Con esta expresión se intentan describir algunas características económicas, políticas, sociales y culturales, que los académicos encuentran en la actualidad y que han considerado como pervivencias del pasado colonial y como los obstáculos que no permitieron llegar a la tan anhelada modernidad. Con este libro, Castro-Gómez ha mostrado que fenómenos como el racismo, el elitismo, los códigos de honor, de privilegios y fueros especiales, el clientelismo, entre otros, no son una anomalía, arcaismo o híbrido. Estos son producto de la particular configuración del sistema mundo moderno/colonial, que se basa en el establecimiento de una división mundial del trabajo fundamentada en unas supuestas “diferencias raciales” entre grupos humanos superiores e inferiores. Si esto se entiende así, se podrá comprender que lo colonial no es un “periodo”, sino una condición y por ello se podrá observar que sus consecuencias se siguen presentando en la actualidad. De allí que las reflexiones planteadas en este libro tengan una gran vigencia.

Ver por ejemplo GARRIDO, Margarita, Libres de todos los colores en Nueva Granada: Identidad y obediencia antes de la Independencia, ponencia presentada en la Universidad de Illinois, Urbana, Champaign, marzo de 2000.

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Notilibros Sección a cargo de Andrés Jiménez Ángel, Marta Herrera Ángel y Muriel Laurent. d ARCHIVO GENERAL DE LA NACIÓN, Catálogo Mapoteca. Sección de Mapas y Planos, Bogotá, Archivo General de la Nación, 2005, 274 pp. La sección Mapas y Planos del Archivo General de la Nación reúne una valiosa documentación para la historia de la cartografía, la arquitectura, la heráldica y la genealogía en el país. Se encuentran mapas y planos elaborados entre los siglos XVI y XIX provenientes de distintos estamentos administrativos del Nuevo Reino de Granada, así como de algunos particulares y un conjunto de impresos donados por algunas entidades oficiales (Ministerio de Relaciones Exteriores, Instituto Geográfico Agustín Codazzi), por empresas comerciales especializadas en la navegación aérea y el turismo y por personas particulares. El catálogo resulta de gran utilidad en la medida en que informa de manera sistemática sobre el material gráfico con que cuenta este archivo. O JIMÉNEZ, Orián, PÉREZ, Edgardo y GUTIÉRREZ, Felipe (eds.), Caminos, rutas y técnicas: huellas espaciales y estructuras sociales en Antioquia, Medellín, Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín, 2005, 281 pp. En esta obra, los autores centran su atención en explorar las relaciones entre técnicas y rutas, entre hábitos y caminos, para de esta manera encontrar nuevas formas de comprensión de algunas de las dinámicas de la vida social y cultural de los grupos humanos. Analizan las relaciones existentes entre el desarrollo tecnológico y las formas de organización social y política, las dinámicas de los flujos y la construcción social del territorio, la estructuración de la red viaria y la movilidad demográfica. S GONZÁLEZ P., Marcos, Carnestolendas y carnavales en Santa Fe y Bogotá, Bogotá, Intercultura, 2005, 224 pp. Este texto es un estudio que parte de las interpretaciones generales sobre el carnaval y hace un recorrido por carnavales de Bolivia, Brasil y México hasta llegar a las diversas celebraciones que se han realizado en la ciudad capital de Colombia. Teniendo en cuenta como rasgos esenciales de la fiesta, la existencia de un Sujeto Celebrante y un Objeto Celegrado, el texto cierra con una aproximación a la tipología festiva

Z Historia Crítica No. 32, Bogotá, julio-diciembre 2006, pp. 360-367


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actual de Bogotá, inmenso campus urbano que cuenta con múltiples celebraciones. El escrito es presentado siguiendo los momentos en los cuales se han encontrado fundamentos de la existencia de carnavales en Santa Fe o en Bogotá, bien sea a través de sus fuentes o bien por el entrecruzamiento de indicios que permiten construir mundos evidentes, de tal manera que se vislumbran mapas o cortes de la ciudad que sólo la fiesta hace visibles. $ JIMÉNEZ, Luis Carlos (comp. y ed.), Región, espacio y territorio en Colombia, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, Sede Bogotá, 2006, 346 pp. El tema regional y territorial en Colombia se aborda desde diversas perspectivas, enfoques y escalas por los autores de los bien logrados aportes compilados en esta obra. Se presentan desde análisis espaciales y territoriales reivindicatorios del protagonismo de las regiones colombianas, hasta perspectivas que recogen interpretaciones de las formas socioespaciales que están resultando de la incursión de Colombia dentro de la lógica de un mundo que se muestra abierto y globalizado. Algunos de los trabajos exponen alternativas metodológicas aplicadas que abordan la conflictividad territorial a la que se enfrentan muchos de los espacios de la geografía de nuestro país colombiano. Esta obra inaugura la colección Conferencias en Geografía que presentará anualmente los aportes más destacados expuestos en el ciclo anual de conferencias de geografía que organiza el Departamento de Geografía de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de Colombia. B LOSONCZY, Anne-Marie, La trama interétnica. Ritual, sociedad y figuras de intercambio entre los grupos negros y Emberá del Chocó, Bogotá, Instituto Colombiano de Antropología e Historia (ICANH) - Instituto Francés de Estudios Andinos (IFEA), 2006, 391 pp. El libro de Losonczy explora el espacio social y la construcción cultural y ritual de los grupos negros e indígenas Emberá del Chocó rural. Dibujando las filigranas históricas sociales y culturales de su desarrollo y convivencia en la sutil dialéctica entre distancia y proximidad, la autora analiza la circulación interétnica de bienes, servicios, enfermedades, curaciones, rituales, palabras y silencios. Los lineamientos del compadrazgo intra e interétnico creados de redes regionales entro lo rural y lo urbano, los de la presencia de la huella del África del lejano origen y los vecinos Emberá, y las astucias rituales de ambos grupos para desarmar conflictos internos con los recursos del otro, reproducen espacios sociales de intersección que se convierten en una interdependencia mutua y, simultáneamente, en una fuente de singularidad cultural para ambos.

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H CHAUMEIL, Jean-Pierre, PINEDA, Roberto y BOUCHARD, Jean-François (eds.), Chamanismo y sacrificio. Perspectivas arqueológicas y etnológicas en sociedades indígenas de América del Sur, Bogotá, Fundación de Investigaciones Arqueológicas Nacionales, Banco de la República - Instituto Francés de Estudios Andinos (IFEA), 2005, 368 pp. Este volumen reúne las ponencias presentadas en el marco del coloquio “Chamanismo y Sacrificio” que se realizó en París en abril del año 2000 y contó con la presencia de arqueólogos y etnólogos europeos y latinoamericanos. El coloquio retomó dos de los grandes temas derivados del estudio e interpretación de los objetos de oro y cerámica presentados en la exposición “Los Espírituos, el Oro y el Chamán”. Se interrogó sobre la relación, por un lado, entre chamanismo y sacrificio y, por otro lado, entre chamanismo y sacerdocio. Estos campos son habitualmente percibidos como radicalmente diferentes, por no decir opuestos, en la literatura existente. Los aportes combinados de la arqueología, de la etnohistoria y de la etnología relaciona interrogantes e interpretaciones del pasado y del presente. D TOVAR R., Patricia, Las viudas del conflicto armado en Colombia. Memorias y relatos, Bogotá, Instituto Colombiano de Antropología e Historia (ICANH) Colciencias, 2006, 425 pp. Este libro, que combina la etnografía con lágrimas, el trabajo interdisciplinario y los relatos de viudas de víctimas de los diferentes ejércitos enfrentados, presenta las principales situaciones que deben enfrentar las mujeres que pierden a sus esposos y compañeros. Las historias de vida ofrecen muchas aristas sobre las que se refleja la realidad del país. La reflexión de las viudas sobre el pasado muestra un presente difícil y deja gran incertidumbre sobre el futuro. El libro sigue paso a paso las diversas etapas que deben atravesar luego de perder a sus esposos o compañeros, explora los prejuicios que deben superar, además de las trabas burocráticas y las presiones familiares a las que se ven expuestas. Pone de presente la problemática que enfrenta el país, representada no sólo en la pérdida de la vida de jóvenes, sino en las secuelas que estas muertes está dejando en los hijos de las víctimas. 4 KALMANOVITZ, Salomón y LÓPEZ E., Enrique, La agricultura colombiana en el siglo XX, Bogotá, FCE - Banco de la República, 2006, 433 pp. Este libro aborda la historia agrícola colombiana a lo largo del siglo XX. Para ello presenta los antecedentes históricos institucionales que afectan el desarrollo agropecuario, la evolución y estructura del sector entre 1905 y 1950, el modelo de

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desarrollo iniciado en 1950 y la evolución y estructura de la producción agropecuaria. También se dedica a asuntos de economía política; la distribución y tenencia de la tierra, la reforma agraria, los impuestos, la pobreza y la relación de tierras con el conflicto, el narcotráfico y la debilidad estatal. Con este trabajo los autores recibieron en 2005 una mención de honor en el Premio de Ciencias Sociales y Humanas de la Fundación Alejandro Ángel Escobar. v GONZÁLEZ, Fernán, Partidos, guerras e Iglesia en la construcción del Estadonación en Colombia (1830-1900), Medellín, La Carreta Editores, 2006, 191 pp. Este libro busca recuperar la dimensión política de las guerras civiles del siglo XIX, al relacionarlas con el proceso de construcción del Estado-nación de Colombia, la configuración de los partidos tradicionales como confederaciones de poderes locales y regionales que escindían a los colombianos en dos comunidades contrapuestas pero complementarias, de copartidarios, a los que correspondían identidades e historias igualmente contrapuestas. El recorrido histórico por ocho conflictos de orden nacional muestra el trasfondo de luchas sociales, regionales y locales que se combinaban con conflictos nacionales para contribuir al proceso conflictivo de la construcción del Estado y la nación en Colombia. m AMAYA, José Antonio, Mutis, apóstol de Linneo. Historia de la botánica en el virreinato de la Nueva Granada (1760-1783), Bogotá, Instituto Colombiano de Antropología e Historia (ICANH), 2005, 2 tomos, 1065 pp. Iniciada y dirigida por José Celestino Mutis en el Nuevo Reino de Granada, la “Flora de Bogotá” se reveló como un proyecto botánico ambicioso e innovador de la España Ilustrada. El descubrimiento de los borradores de dicha obra le ha permitido al autor del libro trazar la prehistoria de la Expedición Botánica. Se constituye en un texto de referencia indispensable sobre la historia de la botánica española, sobre la formación científica de Mutis y sus primeros años en Nueva Granada, en pocas palabras, un capítulo central de la penetración de las Luces en tiempos de Fernando VI y de Carlos III. La compilación, la trascripción, la traducción y la explotación de una cantidad de documentos inéditos han permitido levantar el inventario de la “Flora de Bogotá”, el Catálogo de las Colecciones de Mutis para Suecia y un epistolario nacional e internacional.

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. HENDERSON, James D., La modernización en Colombia. Los años de Laureano Gómez, 1889-1965, Medellín, Editorial Universidad de Antioquia Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín, Facultad de Ciencia Humanas y Económicas, 2006, 685 pp. Este libro sigue las huellas de la transición económica, política y social de Colombia entre los siglos XIX y XX, época de cambios sociales generados en el campo y la ciudad por la bonanza cafetera y el surgimiento de la industria y durante la cual se pasó del aislamiento y la pobreza a la integración al mercado internacional. En lo político, la exacerbación de las luchas arrastró a la nación al período conocido como la Violencia, con sus consecuentes resultados en el Frente Nacional. El hilo conductor de este panorama es el líder político Laureano Gómez. Esta obra deja ver sus luchas e inquietudes, así como sus momentos de gloria y sus derrotas. b LE BONNIEC, Yves y RODRÍGUEZ SALAZAR, Óscar (eds.), Crecimiento, equidad y ciudadanía. Hacia un nuevo sistema de protección social, Bogotá, Centro de Investigaciones para el Desarrollo (CID), Facultad de Ciencias Económicas, Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá, 2006, 786 pp. Este libro recoge las ponencias presentadas en el seminario internacional Crecimiento, equidad y ciudadanía. Hacia un nuevo sistema de protección social, que tuvo lugar en Bogotá en septiembre de 2005 y fue organizado por el Centro de Investigaciones para el Desarrollo de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de Colombia, con el apoyo del Departamento Administrativo de Bienestar Social de la Alcaldía Mayor de Bogotá. Las contribuciones de autores latinoamericanos, españoles y franceses están organizadas en cuatro partes. La primera parte se delinean enfoques teóricos y metodológicos en relación con el entorno social y macroeconómico de las políticas sociales, en particular para la protección social. La segunda y la tercera parte agrupan estudios de caso, experiencias nacionales y trayectorias históricas para los casos de Colombia, México, Costa Rica y Túnez. En la última parte se esboza la problemática de la universalización. g SOSA ABELLA, Guillermo, Representación e independencia 1810-1816, Bogotá, Instituto Colombiano de Antropología e Historia (ICANH) - Fundación Carolina, 2006, 312 pp. Entre 1810 y 1816, el Nuevo Reino de Granada, al igual que toda Hispanoamérica, fue escenario simultáneo de intensos conflictos entre “facciones” y de arduos esfuerzos de negociación. Se trató de un período en el que surgieron debates inéditos, crecieron

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los frutos de una frenética carrera parlamentaria, y la prensa y las armas inauguraron una nueva etapa en un marco en el que absolutismo y soberanía popular tuvieron su primer encuentro, traducido en formas de participación y representación, en muchos aspectos deudoras de una tradición secular, pero también portadoras de expresiones novedosas. Durante estos años se expresaron y fijaron características que marcarían el sistema político por largo tiempo. Esto es, una serie de rasgos representativos de la versión particular de democracia que se impuso en esos territorios. s BONNETT, Diana y CASTAÑEDA, Felipe (eds.), Juan de Solórzano y Pereira. Pensar la Colonia desde la Colonia, Bogotá, Universidad de los Andes, 2006, 270 pp. Este volumen está dedicado al estudio de la obra de Juan Solórzano y Pereira (15751655), oidor de la Audiencia de Lima, gobernador de las minas de Huancavelica, juez de contrabando del Callao y consejero de Indias. Se trata de alguien que vivió suficiente tiempo en el Nuevo Mundo como para tomar distancia del Viejo y hasta para entrar en conflictos con él, pero que, a su vez, pudo generar un pensamiento sobre esta América desde el punto de vista del hombre de Estado maduro que se ocupa de las Indias desde la misma España. Así, su obra logra sintetizar, obviamente a su manera, lo que significa ser el que coloniza desde el Nuevo Mundo colonizado y desde la España colonizadora. Los trabajos que se presentan en este libro giran alrededor de tópicos que contribuyen al conocimiento de la época, las instituciones, los hombres y los espacios estudiados por Solórzano. j CALDERÓN, María Teresa y THIBAUD, Clément (coords.), Las revoluciones en el mundo atlántico, Bogotá, Centro de Estudios Históricos (CEHIS) de la Universidad Externado de Colombia - Taurus, 2006, 437 pp. Este libro recoge las memorias del seminario organizado por el Centro de Estudios Históricos de la Universidad Externado de Colombia en el año 2004. Es una recopilación de investigaciones que buscan crear nuevos parámetros y reflexiones sobre los estudios de los procesos históricos y la construcción de nación en las sociedades americanas. Compuesto por seis grandes partes y dieciséis artículos, este libro aborda temáticas fundamentales en las revoluciones americanas: la crisis de los pactos coloniales, los orígenes culturales de las revoluciones, las diferencias y similitudes de las revoluciones en las dos riberas del Atlántico, el papel de los ejércitos y los pueblos en las revoluciones de independencia, los liberales y conservadores en las nuevas naciones, las elecciones y la representación en las repúblicas americanas y la construcción de los Estados nacionales en América.

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n ABELLO VIVES, Alberto, El Caribe en la nación colombiana. Memorias, Bogotá, Museo Nacional de Colombia - Observatorio del Caribe Colombiano, 2006, 556 pp. Este libro recoge las ponencias presentadas en el marco de la X Cátedra de Historia Ernesto Restrepo Tirado que se llevó a cabo en el Museo Nacional. Abarca temáticas relacionadas con arqueología y lenguas, región y poblamiento, historia, población, los pueblos indígenas, migraciones y cultura. El objetivo de la Cátedra fue dar una visión contemporánea del Caribe colombiano, con énfasis en su condición de confluencia, de cruce de caminos, y de su vigorosa identidad cultural. Sus objetivos fueron: 1. estudiar la relación de la Región Caribe con la nación, así como la pertenencia de Colombia al Gran Caribe; 2. Indagar sobre el Caribe colombiano a través del nuevo conocimiento sobre esta Región producido por la academia; 3. Propiciar un espacio de reflexión sobre la irrupción de manifestaciones culturales renovadoras del Caribe en el ámbito nacional y sobre los aportes de esta región a la cultura nacional. - HERRERA ÁNGEL, Marta, ASHNER RESTREPO, Camila y LIZARAZO MORENO, Tania (eds. académicas), Repensando a Policéfalo. Diálogos con la memoria histórica a través de documentos de archivo. Siglos XVI al XIX, Bogotá, Editorial Pontificia Universidad Javeriana - Pensar, 2006, 328 pp. Las crónicas, informes coloniales y, en general, la documentación que reposa en los archivos remite a las preocupaciones de una época y de los distintos sectores sociales que incentivaron su producción. Su consulta y lectura, sin embargo, se enmarca en otras preocupaciones, en otros problemas; se hace desde el presente. Los documentos que se transcriben en este libro y las introducciones que los acompañan constituyen un reflejo del presente en su contacto con el pasado. Los documentos han sido seleccionados, transcritos y analizados por estudiantes de la Carrera de Historia de la Universidad Javeriana, durante el año 2002, en el marco del proyecto financiado por el Instituto Colombiano de Antropología e Historia. Se presentan documentos cuyo acceso no siempre resulta fácil y, a través de los análisis, se proporcionan luces sobre su significado y su valor. 2 ROBINSON, David J. (ed.), Collaguas III. Yanque Collaguas. Sociedad, economía y población, 1604-1617, Lima, Colección Clásicos Peruanos, Pontificia Universidad Católica del Perú, Fondo Editorial - Syracuse University, 2006, 650 pp. Desde los primeros años de la Colonia, funcionarios españoles realizaron regularmente inspecciones a lo largo del territorio andino con el fin de determinar la carga tributaria que debía asignarse a las poblaciones nativas. Las actas de estas inspecciones

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(“visitas”), en las cuales se registraban meticulosamente a personas, bienes y recursos, representan documentos histórico-antropológicos de extraordinaria relevancia para el conocimiento del mundo andino antiguo y la sociedad indígena colonial. Este libro publica dos de las visitas a la provincia de los Collaguas (valle del Colca) halladas por el etnohistoriador Franklin Pease: una de 1604 y otra efectuada entre 1615 y 1617. El estudio introductorio de David Robinson rescata y evidencia cuantiosa información sobre la estructura social, la organización territorial, el hábitat, la producción agrícola, la ganadería, la composición demográfica, los modelos de residencia, el régimen de tenencia de la tierra, el sistema de tributo y los patrones patronímicos de nueve comunidades indígenas del alto valle del Colca a inicios del siglo XVII. Con la publicación de estas visitas, que se suma a la edición de la de Yanque Collaguas de 1591 (Collaguas I) y la de Lari Collaguas de 1604 (Collaguas II), los investigadores de la historia y la cultura andina tienen a su disposición un corpus documental que posiblemente no tiene igual en el ámbito de la historiografía colonial latinoamericana. + NIETO OLARTE, Mauricio, La obra cartográfica de Francisco José de Caldas, Bogotá, Universidad de los Andes - Academia Colombiana de Historia - Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, 2006, 182 pp. Con este volumen se publican por primera vez cerca de sesenta mapas manuscritos y se da a conocer la magnitud de la obra cartográfica de Francisco José de Caldas: su proyecto de un gran atlas de la Nueva Granada, sus perfiles de la cordillera de los Andes, las nivelaciones de plantas, mapas de caminos, viajes, minas y sus cartas militares. Los documentos manuscritos que se publican con este libro constituyen un material histórico de enorme interés no sólo para entender mejor la obra del geógrafo payanés, sino también para estudiar las prácticas científicas de los criollos ilustrados a comienzos del siglo XIX. Además de los mapas, se incluyen en este libro textos de Mauricio Nieto Olarte, Jorge Arias de Greiff y Santiago Díaz-Piedrahíta. Los autores ofrecen, desde perspectivas distintas, una primera aproximación a la cartografía de Caldas, mostrando su valor científico y político. Con estos textos se brindan herramientas para el análisis de los mapas, vinculándolos tanto con los textos y la vida de Caldas como con el contexto y las aspiraciones criollas en las últimas décadas del período colonial y el comienzo del republicano.

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Índices cronológico / alfabético Índice cronológico No. 30: julio-diciembre de 2005 Dossier: Historia ambiental latinoamericana ● LEAL LEÓN, Claudia, Presentación del dossier sobre historia ambiental latinoamericana, pp. 5-11. ● JUÁREZ FLORES, José Juan, Alumbrado público en Puebla y Tlaxcala y deterioro ambiental en los bosques de La Malintzi, 1820-1870, pp. 13-38. ● LEAL LEÓN, Claudia, Un puerto en la selva. Naturaleza y raza en la creación de la ciudad de Tumaco, 1860-1940, pp. 39-65. ● SUTTER, Paul, El control de los zancudos en Panamá: los entomólogos y el cambio ambiental durante la construcción del Canal, pp. 67-90. ● NIETO, Mauricio, CASTAÑO, Paola y OJEDA, Diana, ‘El influjo del clima sobre los seres organizados’ y la retórica ilustrada en el Semanario del Nuevo Reyno de Granada, pp. 91-114. CASTAÑO PAREJA, Yoer Javier, “Rinden culto a Baco, Venus y Cupido”: juegos y actividades lúdicas en la Provincia de Antioquia y otras zonas neogranadinas, siglos XVII - XVIII, pp. 115-138. VILLAMIL CARVAJAL, Ronald, La filosofía romántica de la historia en Herder y sus aportes a La Joven Argentina del siglo XIX, pp.139-161. No. 31: enero-junio de 2006 La historia de la historia en la Universidad de los Andes. Apuntes sobre sus vicisitudes y consolidación, pp. 11-49. Dossier: Las nuevas generaciones y la historia colonial ● LUX MARTELO, Martha, El Licenciado Juan Méndez Nieto, un mediador cultural: apropiación y transmisión de saberes en el Nuevo Mundo, pp. 53-76. ● SÁNCHEZ LÓPEZ, Sandra Beatriz, Miedo, rumor y r ebelión: la conspiración esclava de 1693 en Cartagena de Indias, pp. 77-99. ● VILLEGAS DEL CASTILLO, Catalina, Del hogar a los juzgados: reclamos familiares ante la Real Audiencia de Santafé a finales período colonial (1800-1809), pp. 101-120.

Z Historia Crítica No. 32, Bogotá, julio-diciembre 2006, pp. 368-371


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● MUÑOZ, Santiago, El ‘Arte Plumario’ y sus múltiples dimensiones de significación. La Misa de San Gregorio, Virreinato de la Nueva España, 1539, pp. 121-149. QUINTERO TORO, Camilo, ¿En qué anda la historia de la ciencia y el imperialismo? Saberes locales, dinámicas coloniales y el papel de los Estados Unidos en la ciencia en el siglo XX, pp. 151-172. ALJURI PIMIENTO, Juan Camilo, Una analogía sobre el tiempo: entre historiografía e historiofotía, Octubre y Koyaanisqatsi, pp. 173-185.

Índice alfabético A ALJURI PIMIENTO, Juan Camilo, Una analogía sobre el tiempo: entre historiografía e historiofotía, Octubre y Koyaanisqatsi, No. 31: enero-junio de 2006, pp. 173-185. C CASTAÑO, Paola, NIETO, Mauricio y OJEDA, Diana, ‘El influjo del clima sobre los seres organizados’ y la retórica ilustrada en el Semanario del Nuevo Reyno de Granada, No. 30: julio-diciembre de 2005, pp. 91-114. CASTAÑO PAREJA, Yoer Javier, “Rinden culto a Baco, Venus y Cupido”: juegos y actividades lúdicas en la Provincia de Antioquia y otras zonas neogranadinas, siglos XVII - XVIII, No. 30: julio-diciembre de 2005, pp. 67-90. H HISTORIA CRÍTICA, La historia de la historia en la Universidad de los Andes. Apuntes sobre sus vicisitudes y consolidación, No. 31: enero-junio de 2006, pp. 11-49. J JUÁREZ FLORES, José Juan, Alumbrado público en Puebla y Tlaxcala y deterioro ambiental en los bosques de La Malintzi, 1820-1870, No. 30: julio-diciembre de 2005, pp. 13-38.

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L LEAL LEÓN, Claudia, Presentación del dossier sobre historia ambiental latinoamericana, No. 30: julio-diciembre de 2005, pp. 5-11. LEAL LEÓN, Claudia, Un puerto en la selva. Naturaleza y raza en la creación de la ciudad de Tumaco, 1860-1940, No. 30: julio-diciembre de 2005, pp. 39-65. LUX MARTELO, Martha, El Licenciado Juan Méndez Nieto, un mediador cultural: apropiación y transmisión de saberes en el Nuevo Mundo, No. 31: enero-junio de 2006, pp. 53-76. M MUÑOZ, Santiago, El ‘Arte Plumario’ y sus múltiples dimensiones de significación. La Misa de San Gregorio, Virreinato de la Nueva España, 1539, No. 31: enero-junio de 2006, pp. 121-149. N NIETO, Mauricio, CASTAÑO, Paola y OJEDA, Diana, ‘El influjo del clima sobre los seres organizados’ y la retórica ilustrada en el Semanario del Nuevo Reyno de Granada, No. 30: julio-diciembre de 2005, pp. 91-114. O OJEDA, Diana, NIETO, Mauricio y CASTAÑO, Paola,‘El influjo del clima sobre los seres organizados’ y la retórica ilustrada en el Semanario del Nuevo Reyno de Granada, No. 30: julio-diciembre de 2005, pp. 91-114. Q QUINTERO TORO, Camilo, ¿En qué anda la historia de la ciencia y el imperialismo? Saberes locales, dinámicas coloniales y el papel de los Estados Unidos en la ciencia en el siglo XX, No. 31: enero-junio de 2006, pp. 151-172. S SÁNCHEZ LÓPEZ, Sandra Beatriz, Miedo, rumor y rebelión: la conspiración esclava de 1693 en Cartagena de Indias, No. 31: enero-junio de 2006, pp. 77-99. SUTTER, Paul, El control de los zancudos en Panamá: los entomólogos y el cambio ambiental durante la construcción del Canal, No. 30: julio-diciembre de 2005, pp. 67-90.

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V VILLAMIL CARVAJAL, Ronald, La filosofía romántica de la historia en Herder y sus aportes a La Joven Argentina del siglo XIX, No. 30: julio-diciembre de 2005, pp.139-161. VILLEGAS DEL CASTILLO, Catalina, Del hogar a los juzgados: reclamos familiares ante la Real Audiencia de Santafé a finales período colonial (1800-1809), No. 31: enero-junio de 2006, pp. 101-120.

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La revista Historia Crítica del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes dedicará el dossier de su número 34, correspondiente a juliodiciembre de 2007, a los movimientos sociales. El Comité Editorial ha considerado importante promover los estudios sobre estos movimientos y conocer lo que se está investigado sobre este tema. Se recibirán artículos relativos a cualquier región geográfica, privilegiando los trabajos sobre Colombia y América Latina, independientemente de su temporalidad. Agradecemos a los interesados informarnos sobre su intención de colaborar con este dossier (hcritica@uniandes.edu.co), con el fin de concretar su participación, teniendo en cuenta que la fecha de recepción de artículos es el 15 de abril de 2007. Las normas y procedimientos figuran en esta revista, así como en nuestra página Web.


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Normas para los autores Secciones de la revista La revista Historia Crítica cuenta con tres secciones para la publicación de artículos, a saber: el Dossier temático, destinado a los artículos recibidos en el marco de la convocatoria temática semestral que hace el Comité Editorial, el Espacio abierto, destinado a los artículos que llegan espontáneamente a la revista y el Espacio estudiantil, destinado a aquellos artículos (espontáneos o correspondientes a un dossier temático) escritos por estudiantes de pregrado Adicionalmente, la revista publica reseñas y ensayos bibliográficos, traducciones de artículos publicados en el extranjero en idiomas distintos del español y transcripciones de fuentes de archivo con introducción explicativa. Tipo de artículos La revista Historia Crítica publica artículos inéditos que presenten resultados de investigación histórica, innovaciones teóricas sobre debates en interpretación histórica o balances historiográficos completos. Una vez enviado el artículo a Historia Crítica para su evaluación, se entiende que no lo está considerando ninguna otra publicación. A la recepción de un artículo, el Comité Editorial evalúa si cumple con los requisitos exigidos por la revista, así como su pertinencia para figurar en una publicación de carácter histórico. Fechas de recepción de artículos y textos - -

Dossier temático: las fechas de cierre para la recepción de artículos son el 15 de noviembre del año anterior para el número del primer semestre y el 15 de abril para el número del segundo semestre. Otras secciones (Espacio abierto, Espacio estudiantil, reseñas, ensayos bibliográficos, etc.): los artículos y textos se reciben en cualquier momento del año.


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Normas para los autores

Recepción de artículos y textos Los artículos y demás textos deben ser enviados a la revista Historia Crítica por correo electrónico a la cuenta hcritica@uniandes.edu.co o, en su defecto, al Departamento de Historia de la Universidad de los Andes, Calle 18 A n° 0 – 33E, Bogotá, Colombia, en disquete y en formato Word compatible con PC. Presentación general de los artículos y reseñas Los artículos no deben tener más de 18 páginas con notas de pie de página. Deberán estar escritos en letra Times New Roman tamaño 12, a espacio sencillo, paginado y en papel tamaño carta. Las notas de pie de página deberán estar en letra Times New Roman tamaño 10 y a espacio sencillo. La bibliografía, los cuadros, gráficas, ilustraciones, fotografías y mapas se cuentan aparte. Los datos del autor deben figurar en un documento adjunto e incluir nombre, dirección, teléfono, dirección electrónica, títulos académicos, afiliación institucional, cargos actuales, estudios en curso y publicaciones en libros y revistas. También es útil indicar, si resulta pertinente, de qué investigación es resultado el artículo y cómo se financió. Se debe adjuntar un resumen en español de máximo 200 palabras y un listado de tres a seis palabras claves. El resumen debe ser analítico, es decir, presentar los objetivos del artículo, su contenido y sus resultados. Las reseñas deben constar de máximo tres páginas a espacio sencillo, en letra Times New Roman tamaño 12 y en papel tamaño carta. Reglas de edición Cuerpo del artículo o texto: - - -

Las subdivisiones en el cuerpo del texto (capítulos, subcapítulos, etc.) deben ir numeradas en números arábigos, excepto la introducción y la conclusión que no se numeran. Los términos en latín y las palabras extranjeras deberán figurar en letra itálica. La primera vez que se use una abreviatura, esta deberá ir entre paréntesis después de la fórmula completa; las siguientes veces se usará únicamente la abreviatura.


Normas para los autores

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Las citas textuales que sobrepasen cuatro renglones deben colocarse en formato de cita larga, entre comillas, a espacio sencillo, tamaño de letra 11 y márgenes reducidos. Debe haber un espacio entre cada uno de los párrafos; estos irán sin sangrado. Los cuadros, gráficas, ilustraciones, fotografías y mapas deben aparecer referenciados y explicados en el texto. Deben estar, así mismo, titulados, numerados secuencialmente y acompañados por sus respectivos pies de imagen y fuente(s). Se ubican enseguida del párrafo donde se anuncian. Las imágenes se entregarán en formato digital de buena calidad. Es responsabilidad del autor conseguir el permiso para la publicación de figuras que lo requieran.

Notas de pie de página: Las notas irán a pie de página, en letra Times New Roman tamaño 10 y a espacio sencillo y deberán elaborarse siguiendo los requisitos que se presentan más adelante. Deberán aparecer en números arábigos e ir numeradas secuencialmente, sin incluir asteriscos. El número del pie de página se digita inmediatamente (sin espacio) después de la última palabra de la frase y antes del signo de puntuación (o inmediatamente después de la palabra si el número va dentro de la oración). Bibliografía: Al final del artículo deberá ubicarse la bibliografía, escrita en letra Times New Roman tamaño 11, a espacio sencillo y con sangría francesa. Se organizará en fuentes primarias y secundarias, presentando en las primeras las siguientes partes: archivo, publicaciones periódicas, libros. Los títulos deben presentarse en orden alfabético y siguiendo los mismos parámetros que para las notas al pie de página. En la bibliografía deben figurar las referencias completas de todas las obras utilizadas en el artículo, sin incluir títulos que no estén referenciados en los pies de página. Evaluación de los artículos y proceso editorial Toda contribución es sometida a concepto del Comité Editorial y de dos evaluadores anónimos. El resultado de las evaluaciones será comunicado al autor en un período inferior a los seis meses a partir de la recepción del artículo. Las observaciones de


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Normas para los autores

los evaluadores, así como las del Comité Editorial de la revista, deberán ser tomadas en cuenta por el autor, quien hará los ajustes para superar las dificultades señaladas. Los autores contarán con un plazo máximo de quince (15) días para enviar la versión definitiva de sus textos. El Comité Editorial se reserva la última palabra sobre la publicación de los artículos y el número en el cual se publicarán, decisión que será comunicada al autor tan pronto se conozca. Esa fecha se cumplirá siempre y cuando el autor haga llegar toda la documentación que le es solicitada en el plazo indicado. La revista se reserva el derecho de hacer correcciones menores de estilo. Durante el proceso de edición, los autores podrán ser consultados por los editores para resolver las inquietudes existentes. Tanto durante el proceso de evaluación como durante el proceso de edición, el correo electrónico constituye el medio de comunicación privilegiado con los autores. Indicaciones relativas a las traducciones de artículos publicados Los interesados en hacer llegar traducciones a la revista Historia Crítica podrán presentar dichos artículos teniendo en cuenta lo siguiente: - - - - -

El Comité Editorial evaluará la pertinencia del texto. El interesado deberá pedir la autorización a la revista donde fue publicado originalmente el artículo, así como el acuerdo del autor para la cesión de los derechos. El interesado deberá entregar una versión traducida al español. Las traducciones deberán respetar las normas editoriales de la revista. Historia Crítica someterá la traducción a revisión y corrección de estilo.

Indicaciones para los autores de artículos aceptados para publicación - -

Los autores recibirán dos ejemplares del número en el que participaron. Los autores y/o titulares de los artículos aceptados autorizan, mediante la firma del ‘Documento de autorización de uso de derechos de propiedad intelectual’, la utilización de los derechos patrimoniales de autor (reproducción, comunicación pública, transformación y distribución) a la Universidad de los Andes - Departamento de Historia, para incluir el artículo en la Revista Historia Crítica (versión impresa y versión electrónica).


Normas para los autores

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Referencias Las referencias deben presentarse de la siguiente forma: Libro: APELLIDO, Nombre, Título libro, Ciudad, Editorial, año, p. o pp. (En la bibliografía, no se indica(n) la(s) página(s)). Artículo en libro: APELLIDO, Nombre, “Título artículo”, en APELLIDO, Nombre (ed. o eds./comp./coord.), Título libro, Ciudad, Editorial, año, p. o pp. (En la bibliografía, deben indicarse las páginas inicial y final). Artículo en revista: APELLIDO, Nombre, “Título artículo”, en Título revista, Vol., No., Ciudad, Institución/Editorial, año, p. o pp. (En la bibliografía, deben indicarse las páginas inicial y final). Artículo de prensa: APELLIDO, Nombre, “Título artículo”, en Título Periódico, Ciudad, fecha completa, p. o pp. (En la bibliografía, las publicaciones periódicas que son fuentes primarias deben presentarse con Título Periódico, Ciudad, años consultados). Fuentes de archivo: La citación cumple el propósito de proporcionarle al lector información suficiente para que acceda al documento en el archivo en el que se encuentre. Una opción útil es: Siglas del archivo, Sección, Fondo, vol./leg./t., f. o ff. (lugar, fecha y eventualmente otros datos pertinentes). (En la bibliografía, se indicarán sólo estos cuatro primeros datos). Entrevistas: Entrevista a APELLIDO, Nombre, Ciudad, fecha completa. Publicaciones en Internet: APELLIDO, Nombre, Título artículo, dirección página Web, fecha de consulta. Los folletos y las monografías se citan como los libros. Las publicaciones en CD-ROM se citan como los libros con la aclaración [CD-Rom] al final de la referencia.


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Normas para los autores

En los pies de página: - - -

Se usará Ibid. cuando la referencia es idéntica a la inmediatamente anterior. Se indicará el número de la página o las páginas citadas siempre que estas sean distintas a las páginas citadas en la nota inmediatamente anterior. Se usará op. cit. cuando la obra ha sido citada anteriormente, pero no en la nota al pie directamente anterior. Se procederá así: APELLIDO, Nombre, op. cit., p. o pp. Cuando se usan varios textos de un mismo autor, se colocará(n) la(s) primera(s) palabra(s) de la publicación en cuestión a partir de la segunda cita, seguida(s) de puntos suspensivos y de op. cit.: APELLIDO, Nombre, Primeras palabra(s) del título…, op. cit., p. o pp.


“… un camino, una esperanza, una vida”, fotografía tomada por María Fernanda Quintero Alzate (1994, Departamento de Boyacá). Esta fotografía se expuso en la I Muestra de Fotografía “Esencias”, XXV Festival del Mono Núñez, Municipio de Ginebra, Departamento del Valle del Cauca, 1999 y en la II Muestra de Artista “Entre el Presente y el Olvido”, Asociación de Artistas Colombianos, París, 2002. La autora es licenciada en Ciencias Sociales - Geografía, investigadora en proyectos socioculturales, asesora en Cartografía temática y social y docente de la Universidad San Buenaventura.


Dossier: Historia y GeografĂ­a

BOGOTA, COLOMBIA

Revista del Departamento de Historia de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de los Andes

Julio - Diciembre 2006

Revista del Departamento de Historia de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de los Andes

Julio - Diciembre 2006 Permiso Tarifa Postal Reducida Licencia No. 142 de Adpostal Vence Dic. 2006 Precio $ 10.000


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