Historia Crítica No. 49

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N° 49

Enero - Abril 2013

Revista del Departamento de Historia de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de los Andes BogotĂĄ, Colombia


Tabla de contenido Carta a los lectores

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Artículos Tema Abierto Gregorio Saldarriaga Escobar, Universidad de Antioquia, Colombia La loma de los empalados y la tierra de nadie: frontera y guerra en la Provincia de Antioquia, 1540-1550 Jorge Conde Calderón, Universidad del Atlántico, Colombia La administración de justicia en las sociedades rurales del Nuevo Reino de Granada, 1739-1803 Pablo Whipple, Pontificia Universidad Católica de Chile, Chile Carencias materiales, respetabilidad y prácticas judiciales en Perú durante los inicios de la República María Laura Rodríguez, Universidad Nacional de Córdoba, Argentina; Adrián Carbonetti, Universidad Nacional de Córdoba, Argentina, y Maria Marta Andreatta, Universidad Nacional de Córdoba, Argentina Prácticas empíricas y medicina académica en Argentina. Aproximaciones para un análisis cuanticualitativo del Primer Censo Nacional (1869) Rodrigo Vega y Ortega, Universidad Nacional Autónoma de México, México Recreación e instrucción botánicas en las revistas de la ciudad de México, 1835-1855 Alexander Betancourt Mendieta, Universidad Autónoma de San Luis Potosí, México La perspectiva continental: entre la unidad nacional y la unidad de América Latina Julio Montero Díaz, Universidad de Navarra, España, y María Antonia Paz Rebollo, Universidad Complutense de Madrid, España Historia audiovisual para una sociedad audiovisual Espacio estudiantil Jorge Armando Sará Marrugo, Instituto de Patrimonio y Cultura de Cartagena, Colombia Del 11 de Noviembre al 1º de Mayo: historia, identidad y memoria en la construcción de un espacio social popular. Cartagena (Colombia), 1917-1930 Traducción Rebecca J. Scott, University of Michigan, Estados Unidos Derechos públicos y comercio privado: un itinerario criollo en el Atlántico del siglo xix Reseñas Edwin Cruz Rodríguez, Universidad Nacional de Colombia, Colombia Vanegas Useche, Isidro. Todas son iguales. Estudios sobre la democracia en Colombia. Bogotá: Universidad Externado de Colombia, 2011. Renzo Ramírez Bacca, Universidad Nacional de Colombia, Colombia Rueda Enciso, José Eduardo y Elías Gómez Contreras. La república liberal decimonónica en Cundinamarca, 1849-1886. Aspectos políticos y administrativos. Bogotá: Escuela Superior de Administración Pública, 2010. Lucía Duque Muñoz, Universidad Nacional de Colombia, Colombia Pérez Benavides, Amada Carolina y Max S. Hering Torres, editores. Historia cultural desde Colombia. Categorías y debates. Bogotá: Universidad Nacional/Pontificia Universidad Javeriana/Universidad de los Andes, 2012. Notilibros Acerca de la revista Normas para los autores

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Table of Contents Letter to readers

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Articles Open Forum Gregorio Saldarriaga Escobar, Universidad de Antioquia, Colombia The slope of the impaled and no man’s land: border and war in the Antioquia Province, 1540-1550 Jorge Conde Calderón, Universidad del Atlántico, Colombia The administration of justice in rural societies of the New Kingdom of Granada, 1739-1803 Pablo Whipple, Pontificia Universidad Católica de Chile, Chile Material shortages, respectability and judicial practices in Peru in the early Republic María Laura Rodríguez, Universidad Nacional de Córdoba, Argentina; Adrián Carbonetti, Universidad Nacional de Córdoba, Argentina, and Maria Marta Andreatta, Universidad Nacional de Córdoba, Argentina Empirical practices and academic medicine in Argentina. Approaches for a quanti-qualitative analysis of the First National Census (1869) Rodrigo Vega y Ortega, Universidad Nacional Autónoma de México, Mexico Botanical recreation and instruction in magazines in Mexico City, 1835-1855 Alexander Betancourt Mendieta, Universidad Autónoma de San Luis Potosí, Mexico The continental perspective: between national unity and the unity of Latin America Julio Montero Díaz, Universidad de Navarra, Spain, and María Antonia Paz Rebollo, Universidad Complutense de Madrid, Spain Audiovisual History for an audiovisual society Student Space Jorge Armando Sará Marrugo, Instituto de Patrimonio y Cultura de Cartagena, Colombia From November 11th to May 1st: History, identity and memory in the construction of a popular social space. Cartagena (Colombia), 1917-1930 Traduction Rebecca J. Scott, University of Michigan, United States Public Rights and Private Commerce: A Nineteenth-Century Atlantic Creole Itinerary

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Book Reviews Edwin Cruz Rodríguez, Universidad Nacional de Colombia, Colombia 237-240 Vanegas Useche, Isidro. Todas son iguales. Estudios sobre la democracia en Colombia. Bogotá: Universidad Externado de Colombia, 2011. Renzo Ramírez Bacca, Universidad Nacional de Colombia, Colombia 241-244 Rueda Enciso, José Eduardo y Elías Gómez Contreras. La república liberal decimonónica en Cundinamarca, 1849-1886. Aspectos políticos y administrativos. Bogotá: Escuela Superior de Administración Pública, 2010. Lucía Duque Muñoz, Universidad Nacional de Colombia, Colombia 244-247 Pérez Benavides, Amada Carolina y Max S. Hering Torres, editores. Historia cultural desde Colombia. Categorías y debates. Bogotá: Universidad Nacional/Pontificia Universidad Javeriana/Universidad de los Andes, 2012. Book Notes About the journal Submission Guidelines

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Lista de Conteúdos Carta aos leitores

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Artigos Tema Aberto Gregorio Saldarriaga Escobar, Universidad de Antioquia, Colômbia 11-33 “La loma de los empalados” e a terra de ninguém: fronteira e guerra na Província de Antioquia, 1540-1550 Jorge Conde Calderón, Universidad del Atlántico, Colômbia 35-54 A administração de justiça nas sociedades rurais do Novo Reino de Granada, 1739-1803 Pablo Whipple, Pontificia Universidad Católica de Chile, Chile 55-79 Carências materiais, respeitabilidade e práticas judiciais no Peru durante o início da República María Laura Rodríguez, Universidad Nacional de Córdoba, Argentina; Adrián Carbonetti, Universidad Nacional de Córdoba, Argentina, e Maria Marta Andreatta, Universidad Nacional de Córdoba, Argentina 81-108 Práticas empíricas e medicina acadêmica na Argentina. Aproximações para uma análise quanti-qualitativa do Primeiro Censo Nacional (1869) Rodrigo Vega y Ortega, Universidad Nacional Autónoma de México, México 109-133 Recriação e instrução botânicas nas revistas da cidade do México, 1835-1855 Alexander Betancourt Mendieta, Universidad Autónoma de San Luis Potosí, México 135-157 A perspectiva continental: entre a unidade nacional e a unidade da América Latina Julio Montero Díaz, Universidad de Navarra, Espanha, e María Antonia Paz Rebollo, Universidad Complutense de Madrid, Espanha 159-183 História audiovisual para uma sociedade audiovisual Espaço Estudantil Jorge Armando Sará Marrugo, Instituto de Patrimonio y Cultura de Cartagena, Colômbia De 11 de novembro a 1º de maio: história, identidade e memória na construção de um espaço social popular. Cartagena (Colômbia), 1917-1930 Tradução Rebecca J. Scott, University of Michigan, Estados Unidos Direitos públicos e comércio privado: um itinerário crioulo no Atlântico do século xix

185-203

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Resenhas Edwin Cruz Rodríguez, Universidad Nacional de Colombia, Colômbia 237-240 Vanegas Useche, Isidro. Todas son iguales. Estudios sobre la democracia en Colombia. Bogotá: Universidad Externado de Colombia, 2011. Renzo Ramírez Bacca, Universidad Nacional de Colombia, Colômbia 241-244 Rueda Enciso, José Eduardo y Elías Gómez Contreras. La república liberal decimonónica en Cundinamarca, 1849-1886. Aspectos políticos y administrativos. Bogotá: Escuela Superior de Administración Pública, 2010. Lucía Duque Muñoz, Universidad Nacional de Colombia, Colômbia 244-247 Pérez Benavides, Amada Carolina y Max S. Hering Torres, editores. Historia cultural desde Colombia. Categorías y debates. Bogotá: Universidad Nacional/Pontificia Universidad Javeriana/Universidad de los Andes, 2012. Notilivros Sobre esta revista Normas para os autores

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Carta a los lectores

Carta a los lectores En nuestra última carta anunciamos el dossier “Re-flexionar el pasado: teoría e historiografía”, pero éste debió ser cancelado porque no se logró un mínimo de artículos aprobados para conformar el número monográfico. Por ello, pese a lo informado previamente, presentamos a los lectores trabajos de tema abierto de gran interés, y en el futuro esperamos tener la oportunidad de dedicar un espacio a la reflexión historiográfica, pues se trata de una temática pertinente y necesaria para el desarrollo de la disciplina. Esta edición de Historia Crítica abre con un trabajo de Gregorio Saldarriaga que revisa la noción de frontera durante la conquista española, a propósito del proceso de sometimiento de la Provincia de Antioquia (Nuevo Reino de Granada). A continuación se incluyen dos artículos que analizan las tensiones producto de la brecha existente entre la teoría y la realidad de la administración de justicia: Jorge Conde Calderón trabaja el caso de la Nueva Granada a finales del período colonial, y Pablo Whipple estudia el Perú en los inicios de la República. Una línea de trabajo que cada vez tiene más presencia en la revista es la historia de la ciencia. En esta ocasión ello se evidencia en dos textos que, desde perspectivas diferentes, analizan la difusión de las ciencias en América Latina. En el primer caso, María Laura Rodríguez, Adrián Carbonetti y Maria Marta Andreatta hacen un exhaustivo análisis del censo nacional de 1869, para mirar el avance de la medicina académica en Argentina. Y en el segundo, Rodrigo Vega y Ortega examina las estrategias utilizadas por las revistas mexicanas para difundir la botánica a mediados del siglo XIX. En un artículo que tiene tanto de síntesis como de cuestionamiento a los presupuestos tradicionales de la historia intelectual sobre la “unidad latinoamericana”, Alexander Betancourt pone en duda la pertinencia del paradigma de la “unidad nacional”, que ha sostenido dicha historiografía. Por su parte, Julio Montero Díaz y María Antonia Paz analizan las posibilidades y dificultades de hacer historias audiovisuales en la sociedad contemporánea, donde los medios audiovisuales son cada vez más importantes. La sección de espacio estudiantil presenta un trabajo de Jorge Armando Sará Marrugo, sobre la invención de la tradición del 1° de Mayo por los obreros y artesanos cartageneros a comienzos del siglo XX.

Historia Critica No. 49, Bogotá, enero - abril 2013, 268 pp. issn 0121-1617 pp 8-9


Carta a los lectores

Además de los artículos de investigación y las reseñas que tradicionalmente conforman la revista, en este número incluimos la traducción de un artículo de la connotada historiadora estadounidense Rebecca J. Scott, titulado “Derechos públicos y comercio privado: un itinerario criollo en el Atlántico del siglo XIX”.

Este trabajo es una muestra de la línea de investigación que la profesora Scott ha venido desarrollando sobre esclavitud, emancipación y lucha por la igualdad de derechos, tanto en Latinoamérica como en Estados Unidos. El texto no sólo puede llegar a ser pertinente para quienes investigan sobre estos temas, sino también para aquellos interesados en la microhistoria y en la historia atlántica, perspectivas que se combinan de manera notable en el artículo. Finalmente, recordamos a nuestros lectores que en la página web de la revista (<http://historiacritica.uniandes.edu.co>) pueden consultar de manera permanente las fechas de recepción de artículos para tema abierto y para los dossiers que ya están programados. Allí también podrán descargar las normas para los autores y toda la información necesaria para preparar sus manuscritos.

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Tema Abierto


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La loma de los empalados y la tierra de nadie: frontera y guerra en la Provincia de Antioquia, 1540-1550Ï

Gregorio Saldarriaga Escobar

Profesor Asociado del Departamento de Historia de la Universidad de Antioquia (Medellín, Colombia). Historiador de la Universidad Nacional de Colombia (Medellín, Colombia) y Doctor en Historia por El Colegio de México (México, d.f., México). Coordinador del Grupo de Investigación en Historia Social (Categoría B en Colciencias). Autor de Alimentación e identidades en el Nuevo Reino de Granada, siglos xvi y xvii (Bogotá: Universidad del Rosario, 2011), “Mestizaje en el universo alimentario en el Nuevo Reino de Granada, siglos xvi y xvii”, Cátedra abierta. Universidad, cultura y sociedad 11 (2012): 15-36, y “Recorridos de un solicitante amoroso: el caso de fray Joseph Félix Morán, 1628-1634”, Colonial Latin American Historical Review 15: 2 (2009): 177-203. gregario@yahoo.com

artículo recibido:

16 de julio de 2012 29 de octubre de 2012 modificado: 8 de noviembre de 2012 aprobado:

doi:

10.7440/histcrit49.2013.02

Ï Este artículo forma parte de la investigación “Vida cotidiana en los asentamientos españoles de la Provincia de Antioquia, 1550-1630”, financiada por el codi de la Universidad de Antioquia (Medellín, Colombia). Este proyecto también contó con el apoyo de la beca de estancias posdoctorales de corta duración financiada por la Fundación Carolina y llevada a cabo en la Escuela de Estudios Hispanoamericanos (Sevilla, España) con el amable acompañamiento de la doctora Berta Ares Queija.

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La loma de los empalados y la tierra de nadie: frontera y guerra en la Provincia de Antioquia, 1540-1550

La loma de los empalados y la tierra de nadie: frontera y guerra en la Provincia de Antioquia, 1540-1550

Resumen: En este artículo se estudian ciertas formas de violencia ocurridas en la conquista de Antioquia entre 1540 y 1550. Como esta provincia era zona de frontera, tanto por resistencia aborigen como por la confrontación que existía entre las gobernaciones de Popayán y Cartagena, la guerra y los castigos contra los indígenas tuvieron características grotescas, incluso para el contexto de la Conquista. No se trata de estudiar la singularidad de Antioquia, sino todo lo contrario: mostrar que la guerra de frontera era un problema imperial, y cómo en ella se relajaba la moral, permitiendo un sistema punitivo extraño a las confrontaciones civilizadas, pero válido en zonas periféricas.

Palabras clave: Conquista, guerra, violencia, tortura, historia cultural.

The slope of the impaled and no man’s land: border and war in the Antioquia Province, 1540-1550

Abstract: This paper studies certain forms of violence which occurred during the conquest of Antioquia between 1540 and 1550. As this province was a border area, both because of the aboriginal resistance and because of the confrontation between the governorates of Cartagena and Popayan, war and punishment against indigenous peoples was gruesome, even for the context of the Conquest. The aim of the paper is not to study the uniqueness of Antioquia, but to show that the border war was an imperial problem and that it relaxed morals allowing a punitive system foreign to civilized confrontation but valid in peripheral areas.

Keywords: Conquest, war, violence, torture, cultural history.

“La loma de los empalados” e a terra de ninguém: fronteira e guerra na Província de Antioquia, 1540-1550

Resumo: Neste artigo, estudam-se certas formas de violência ocorridas na conquista de Antioquia entre 1540 e 1550. Como esta província era zona de fronteira, tanto por resistência aborígene quanto pelo confronto que existia entre as governações de Popayán e Cartagena, a guerra e os castigos contra os indígenas tiveram características grotescas, inclusive para o contexto da Conquista. Não se trata de estudar a singularidade de Antioquia, mas sim todo o contrário: mostrar que a guerra de fronteira era um problema imperial e como nela se relaxava a moral, o que permitia um sistema punitivo estranho aos confrontos civilizados, mas válido em zonas periféricas.

Palavras-chave: Conquista, guerra, violência, tortura, história cultural.

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Gregorio Saldarriaga Escobar

La loma de los empalados y la tierra de nadie: frontera y guerra en la Provincia de Antioquia, 1540-1550 “Acuérdome el tiempo que la fundamos, que me dijo Robledo que le quería poner por nombre Antiocha, y yo le respondí: ‘No le faltarán guerras como a la de Siria’”1.

La conquista hispánica de América estuvo marcada por la incertidumbre y el azar. Descubrir, nombrar, conquistar y poblar tierras para integrarlas al orden del mundo occidental son tareas que se nombran rápidamente2, pero tras las que hubo un esfuerzo que se sustentó en una sucesión de empresas que fracasaron repetidamente. Sobre los escombros de una expedición fallida se montaron las expectativas de las siguientes. Parte de la incertidumbre pasaba por determinar los límites y términos que correspondían a una gobernación, cuando las compañías de hombres apenas si podían informar sobre unos cuantos caminos, algunos accidentes naturales y unos pueblos indígenas. A medida que avanzó la Conquista, se asentaron poblaciones y se fijaron derechos, y sólo entonces fue posible determinar posesiones y dominios con mayor claridad. No sólo los gobernadores auspiciaron este proceso, sino también la Corona, que buscó sistematizar y concentrar el conocimiento geográfico sobre sus posesiones imperiales3. La temática de este artículo se inscribe en ese tiempo de certezas escasas en el que primaba la voluntad de crear desde el hecho —la posesión que legitimara ante la Corona—, y a partir de éste, la posibilidad que tenía el capitán de una compañía de ser investido con una autoridad o sólo recompensado con unas riquezas. Como ya diversos autores han trabajado y mencionado el marco de los eventos acá relatados, no nos detendremos en detalles que pueden verse en otras

1 Pedro de Cieza de León, “La guerra de Quito”, en Obras completas ii. Las guerras civiles peruanas, ed. Carmelo Sáenz de Santa María (Madrid: csic, 1985), cap. xcix, 397.

2 Diversos autores han mostrado la forma en que intelectualmente el Nuevo Mundo fue integrado en el plano de comprensión occidental. Acá sólo se mencionarán Paolo Vignolo, “Nuevo mundo: ¿un mundo al revés? Las antípodas en el imaginario del Renacimiento”, en El nuevo mundo. Problemas y debates, eds. Diana Bonnett y Felipe Castañeda (Bogotá: Universidad de los Andes, 2004), 23-60; y Walter Mignolo, The Darker Side of the Renaissance. Literacy, Territoriality and Colonization (Ann Arbor: University of Michigan Press, 1995).

3 Juan López de Velasco, Geografía y descripción universal de las Indias (Madrid: Atlas, 1971 [1572]); Jean-Pierre Berthe, “Juan López de Velasco (ca. 1530-1598). Cronista y cosmógrafo mayor del Consejo de Indias: su personalidad y su obra geográfica”, Relaciones xix: 75 (1998): 141-172; Francisco de Solano, ed., Cuestionarios para la formación de las Relaciones geográficas de Indias, siglos xvi-xix (Madrid: csic, 1988).

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La loma de los empalados y la tierra de nadie: frontera y guerra en la Provincia de Antioquia, 1540-1550

obras. Ahora simplemente se busca establecer unos referentes que expliquen las actitudes y comportamientos más violentos de las guerras de frontera que se desarrollaron en la Provincia de Antioquia, pues se asume, con base en un postulado de Davis, que se deben mirar los objetivos y funciones de los actos violentos, así como las pautas de comportamiento que los autorizaban, según la cultura de los actores4.

1. La entrada de Vadillo

Buena parte de la explotación que Pedro de Heredia había adelantado en Cartagena, prácticamente desde su fundación, consistió en la obtención del oro que los indígenas tuvieran a mano y del enterrado en sepulturas. Según los diversos testimonios que se levantaron contra él y su hermano, ellos dedicaban sus esfuerzos a esto, sin pagar el quinto a la Corona y excluyendo a los demás españoles de dicha actividad, para acaparar estas riquezas5. Esta situación, entre otras razones, provocó que la Corona enviara al licenciado Juan de Vadillo para adelantar el juicio de residencia. Heredia fue suspendido del cargo y Vadillo lo asumió en tanto durara el proceso. Antes de que Heredia fuese apartado de la cabeza de la gobernación, había enviado al capitán Francisco César hacia la zona Cenú, al suroccidente de Cartagena, para que encontrara la procedencia del oro que llegaba hasta la ciudad. Tras unos meses, Francisco César regresó con unas muestras de oro interesantes y, sobre todo, con noticias inquietantes sobre la riqueza de la región, extraída fundamentalmente de un cerro6. El retorno de Francisco César se dio en un momento de interinidad, pues Pedro de Heredia no era gobernador en ese período, y era Vadillo quien detentaba la gobernación de manera temporal, como juez de residencia. Tal vez con la certeza de que terminado el juicio seguiría su vida como oficial de la Corona, Vadillo apostó a la posibilidad de que esa tierra aurífera fuera su propia gobernación. Por lo tanto, rearmó y reforzó la expedición de Francisco César y se puso a su cabeza. Del recorrido de Vadillo y sus hombres desde San Sebastián de Buena Vista hasta Cali, entre 1537 y 1538, Cieza de León dejó unas páginas maravillosas, que se han consultado por extenso desde su publicación en el siglo xvi. Asimismo, el propio Vadillo dejó un relato bastante detallado, que, a pesar de ser conocido, no se ha trabajado con la misma intensidad que la del Príncipe

4 Natalie Zemon Davis, Sociedad y cultura en la Francia moderna (Barcelona: Crítica, 1993), 184.

5 “Comisión a Juan de Vadillo para que averigüe los delitos de Pedro de Heredia”, en Documentos inéditos para la historia de Colombia, vol. 4, ed. Juan Friede (Bogotá: Academia Colombiana de Historia, 1955-1960), 108-109.

6 “Carta del licenciado Xoan de Vadillo a su magestad, dándole quenta de su visita a la Gobernación de Cartagena”, en Colección de documentos inéditos, relativos al descubrimiento, conquista y colonización de las posesiones españolas en América y Oceanía sacados en su mayor parte del real Archivo de Indias, t. xli, dir. Joaquín Francisco Pacheco, Francisco de Cárdena y Luis Torres de Mendoza (Madrid: Imprenta Española, 1884), 397-420. Agradecimientos a Juan David Montoya por facilitarnos esta referencia.

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Gregorio Saldarriaga Escobar

de los cronistas7. Como los relatos son conocidos, no se hará un recuento; sólo se resaltarán cuatro elementos presentes en ellos, que son importantes por la forma como se desarrollan los procesos posteriores: 1) No se pudo establecer un dominio sobre los grupos aborígenes, pues hubo resistencia ante la violencia de los españoles; a lo sumo, hubo unos breves encuentros, pero lejos estuvo de lograrse el sometimiento de algún pueblo. 2) Ante la ausencia de dominio sobre grupos aborígenes, la incapacidad para obtener alimentos de los pueblos y la disminución lógica de los bastimentos sacados del punto de partida, los españoles pasaron momentos de angustia alimentaria, bien fuera por carencias específicas (carnes adecuadas para comer) o por ausencia de todo alimento8.

3) A lo largo de todo el trayecto, no se realizó ninguna fundación de ciudad o villa. 4) Las riquezas auríferas eran superiores a las expectativas, especialmente en Buriticá; por eso valía la pena regresar tras los pasos andados. El mismo Juan de Vadillo lo tuvo claro una vez se encontró con los hombres de Popayán: regresar a fundar y tomar posesión era su alternativa para seguir soñando con su gobernación; sin embargo, una campaña tan extenuante y fatigosa, de casi un año, dejó secuelas en el grupo. Además, como llegaron a lo que en ese momento era parte de los territorios de Francisco Pizarro, en nombre de éste, el capitán Lorenzo de Aldana impidió que Vadillo se rearmara, porque afectaba sus intereses en estas posesiones9. En términos generales, se puede afirmar que los tres primeros puntos están unidos por la inestabilidad para establecer un control hispánico, es decir, se amplió la frontera, pero no se dominó. El último punto, en cambio, era la razón para volver. En cuanto Vadillo se encontró con la gente que estaba nominalmente bajo Pizarro, se agregó un nuevo elemento: surgió propiamente una frontera entre gobernaciones. Al comienzo de la expedición no era algo que se contemplara, pues eran puntos de la Corona extremadamente lejanos; pero a partir de ese momento, se volvió uno de los elementos de conflicto entre las gobernaciones de Cartagena y Popayán.

2. Jorge Robledo y sus tácticas de guerra

Desde Cali se organizó, en 1539, una expedición que, en cabeza de Jorge Robledo, recorrería los pasos de Vadillo. En buena parte se reforzó con los sobrevivientes de este grupo y se

7 Gregorio Saldarriaga, “Transcripción de la relación del viaje del licenciado Joan de Vadillo entre San Sebastián de Urabá y Cali, 1539”, Boletín de Antropología 26: 13 (2012): 42-65.

8 “Declaración del capitán Juan Ruíz de Norveña estante en la gobenación de Popayán”, en Archivo General de Indias (agi), Sevilla-España, Fondo Santa Fe, t.81, doc. n17, f.1r.

9 Pedro de Cieza de León, “La guerra de las Salinas”, en Obras completas ii, cap. lxxxi, 137; “Relación que da el adelantado de Andaboya de las tierras y provincias de que abaxo se ara mencion”, en Relaciones y visitas a los Andes. s. xvi, t. i, comp. Hermes Tovar Pinzón (Bogotá: Colcultura, 1993), 162.

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La loma de los empalados y la tierra de nadie: frontera y guerra en la Provincia de Antioquia, 1540-1550

aprendió de su experiencia, tanto para andar los caminos como para someter a los indígenas. Jorge Robledo se mostró lo suficientemente sinuoso para jurar lealtad a quien detentara el poder, y, de esta manera, mantenerse como jefe de la expedición. Así, en lo sucesivo, a lo largo de su trayectoria en la empresa, estuvo bajo las órdenes de tres gobernadores diferentes: Pizarro, Andagoya y Belalcázar. Cuando Robledo sintió que había suficiente distancia con el último de ellos, buscó su propia gobernación. Con un conocimiento somero del territorio, de sus riquezas y de las respuestas indígenas a los intentos de sometimiento, Robledo y sus hombres se internaron en la tierra. En parte con base en el modelo de la conquista del Perú (que era el de Belalcázar) y en parte para evitar cometer los errores de Vadillo, Robledo comenzó a fundar villas y ciudades a medida que avanzaba y dominaba el territorio. Por supuesto, la experiencia adquirida con los indígenas les mostró a los españoles formas de lucha para romper su resistencia. Sobre estas formas de guerra han quedado diferentes tipos de registros con diversos matices, en parte, como es obvio, por los intereses que tuvo cada testigo o agente en consignar los eventos de una u otra manera. Por ejemplo, Robledo, Sardela y Sarmiento dejaron relatos en los que el trato a los indígenas parecía no haber sido especialmente cruel, y las acciones más sangrientas se cubrían con un manto de necesidad y pudor10. Por otro lado, Cieza de León, a pesar del apre-

cio que sentía por Robledo, dejó consignadas sus prácticas de violencia gratuita y extrema; estas prácticas también aparecieron en los procesos que se siguieron contra este capitán. En los relatos favorables a Robledo se ve que, tras los primeros requerimientos a los aborígenes, se tomaban indios que luego se liberaban para que fueran a llamar a los caciques y los convencieran de que iban de paz11. En la visión negativa, los indios reacios a asistir ante Robledo, una vez capturados, se reenviaban, la mayoría de las veces, portando un mensaje escrito en su cuerpo: les cortaban las manos, narices, mejillas y orejas; en el caso de las mujeres, se sumaba el cercenamiento de los senos12. Era un código del terror que podía entenderse, a pesar de las diferencias culturales. Sin embargo, el mensaje no era unívoco; como podía interpretarse de diversas maneras, debía reforzarse con el relato de espanto que llevaban los mensajeros y las promesas de males iguales y peores para todo el grupo si no respondía al llamado de la obediencia hispánica. Además de estas prácticas, Cieza relata de

10 Pedro Sarmiento, “Relación de lo que subcedio al magnífico señor capitán Jorge Robledo”, en Relaciones y visitas a los Andes, 300-301.

11 Pedro Sarmiento, “Relación de lo que subcedio”, 300-301.

12 Pedro de Cieza de León, “La guerra de Chupas”, en Obras completas ii, cap. v, 164; “Residencia que el licenciado Briceño, oidor de la Audiencia del Nuevo Reino de Granada tomó a Alonso Díez Madroñero, teniente que fue de Belalcazar en la ciudad de Cali y Antioquia”, en agi, Fondo Justicia, t.584, f.72v.

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Gregorio Saldarriaga Escobar

indios a los que se les arrancaba la lengua, o que eran quemados por hacerse pasar por señores o caciques, o bien porque negaban serlo13. Al igual que con los otros cercenamientos, se enviaba a las autoridades indígenas un mensaje claro y brutal de sometimiento: no se podía engañar a los nuevos amos. Un caso que permite ver cómo se informaba de un mismo aspecto desde dos puntos diferentes es el que tiene que ver con el uso de los perros en Antioquia. Juan Bautista Sardela, al servicio de Robledo, escribió: “[…] y los naturales cobraron tanto myedo a un perro que se llama Turco que los nuestros lo

llevaban que por su respeto se retiraro[n] porque viero[n] que en un momento despedazó seys o syete indios, el qual perro y otros han hecho tanto provecho en estas provincias por ser tierra tan ásp[er]a e fragosa e no poder andar por ella caballos que han sido causa

después de dios nuestro señor quererlo encaminar venir algunas (provincias) de paz […]”14.

Sardela además afirmó que la paz se seguía manteniendo merced al temor que los canes infundían en los indios15 y señaló, tal vez basado en una imagen más antigua, la capacidad que tenían estos perros de reconocer a los indios de guerra y de paz. Pareciera que, en Antioquia, el papel de estos animales había sido casi providencial. De esta manera, basado en una retórica imperial, la imagen brutal de indios despedazados por los colmillos de estos animales adquiría una pátina de necesidad para imponer el orden de la Corona; los canes se volvían agentes institucionales e incluso se pintaban como violentos en la justa medida, ya que sólo atacaban a los indígenas alevosos que pretendían engañar la paz hispánica16. Cieza de León, como participante de la expedición, proporciona algunas referencias acerca del uso de los perros, con énfasis en la crueldad que significaba y en cómo era una práctica habitual en la conquista de la Provincia de Popayán, de la que Antioquia era un apéndice en ese momento. Dejó consignado que un soldado portugués, Roque Martín, criaba perros que alimentaba con pedazos de indígenas, para que, una vez crecidos, se dedicaran a cazarlos17. Cieza

13 Pedro de Cieza de León, “La guerra de Chupas”, caps. v y xi, 164 y 171. 14 Pedro Sarmiento “Relación de lo que subcedió”, 319.

15 Sobre el uso de los perros en la Conquista, consultar: Alberto Mario Salas, Las armas de la conquista de América (Buenos Aires: Plus Ultra, 1986), 113-125; John G. Varner y Jeannette Johnson Varner, Dogs of the Conquest (Norman: University of Oklahoma Press, 1983); John Lynch, América Latina, entre colonia y nación (Barcelona: Crítica, 2001), 43.

16 Para estudios sobre el uso de la retórica en cronistas, remitirse a Luis Fernando Restrepo, Un Nuevo Reino imaginado. Las elegías de varones ilustres de Indias de Juan de Castellanos (Bogotá: icch, 1999), y Jaime Humberto Borja, Los indios medievales de fray Pedro Aguado: construcción del idólatra y escritura de la historia en una crónica del siglo xvi (Bogotá: ceja, 2002).

17 Pedro de Cieza de León, “La guerra de Chupas”, cap. iii, 162.

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de León no lo ubica como una práctica institucional, sino como una personal y pecaminosa — castigada por Dios—; así descargaba la conciencia de Robledo, por lo menos a este respecto. Sin embargo, en otras fuentes comenzaron a repetirse, como prácticas frecuentes, los ecos de los caninos cebados con carne humana y adiestrados para sembrar el terror. Andagoya escribió a Carlos v que los hombres de Belalcázar lo hacían y que éste lo toleraba18. En el juicio contra Álvaro de Mendoza apareció nuevamente Turco, y cómo De Mendoza, como teniente de Robledo, lo llevó al pueblo de la Lagunilla —obviamente con soldados y demás aparejos de guerra— para matar a gran cantidad de los habitantes de ese poblado19. Lo interesante es que en la acusación

aparece el perro como una prueba de la crueldad, mientras que los intentos de defensa buscaban demostrar que De Mendoza nunca había criado perros, ni había tenido inclinación por esa práctica, ni el perro en cuestión le había pertenecido20. Estas divergencias con respecto al uso de los perros muestran el lugar de enunciación de las personas que escribían. Andagoya y Heredia, en su búsqueda por ejercer dominio sobre Popayán y Antioquia, respectivamente, hicieron públicas un conjunto de prácticas de los conquistadores. Sin duda, Pedro de Heredia no era un adalid de los derechos indígenas, pero estas prácticas eran armas políticas que pretendía usar para reclamar sus derechos. Sardela, como escribano en el grupo de Robledo, buscaba dotar de legitimidad las acciones de su capitán, que integraban a unos grupos rebeldes a la órbita de la cristiandad. Más allá de las intenciones de quienes informaban y de los elementos retóricos con que revestían sus declaraciones, había una verdad sabida de tiempo atrás: en el sistema privado que imperó en la conquista de América, la línea divisoria entre lo institucional y lo individual era tan delgada que se transitaba en ambas direcciones con extrema facilidad. Los particulares que habían firmado un contrato con la Corona (las capitulaciones) representaban la autoridad imperial. En este contrato no sólo se estaban jugando su patrimonio y más —pues la mayoría se había endeudado para adelantar la empresa—, sino fundamentalmente sus aspiraciones por obtener una calidad de vida y un prestigio al que sólo tenían acceso por esa vía21. Por lo tanto, la disimulación era la norma frente al crimen, en cuanto fuera un arma de dominación22. Las cabezas de la expedición toleraban y aceptaban las prácticas de perros cebados con carne humana, de indios

18 “Carta del adelantado Pascual Andagoya dirigida al emperador Carlos v sobre su partida de Panamá y prosecución de su viaje y reconocimiento hasta Cali”, en Relaciones y visitas a los Andes, 203.

19 “Residencia que el licenciado Briceño”, f.9v.

20 “Residencia que el licenciado Briceño”, f.17v.

21 Germán Colmenares, “La aparición de una economía política en las Indias”, Revista Universidad de Antioquia 59: 220 (1990): 31-44. 22 Torquato Acceto, La disimulación honesta (Buenos Aires: El Cuenco de Plata, 2005 [1641]), cap. xx, 145-146.

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aliados que desataban la cacería de otros indios enemigos y las más violentas represiones por acciones en apariencia nimias, porque servían a un fin último. Esto no implica que una expedición fuera el reino de la impunidad; se seguían castigando el asesinato, la sodomía y las acciones que normalmente competían a la justicia ordinaria (aunque con cierto grado de laxitud), así como las faltas al orden y la disciplina militar, porque éstas no se hacían en pro de un dominio, sino que lo alteraban o interferían. No se puede perder de vista que Robledo no había firmado ninguna capitulación con la Corona. Su éxito, como se mencionó antes, fue haber navegado en la incertidumbre de quién era el gobernador y haberse puesto sucesivamente bajo las banderas de tres gobernadores: Pizarro, Andagoya y Belalcázar. Por lo tanto, su problema no radicaba en la pérdida de un patrimonio, sino de una oportunidad para conseguir esa tierra que tantos reclamaban. Mientras hubiera tanta gente disputando el territorio, era necesario obtener resultados de manera veloz y, sobre todo, sin pedir apoyo o ayuda a ninguno de los posibles interesados, pues eso significaba perder autonomía y ceder derechos sobre lo conquistado. Tal vez esto dé una pista del porqué de la prisa que manifestaban los hombres de Robledo para que los grupos aborígenes prestaran obediencia: cuanto más pronto tuviera sometida la región, más pronto alcanzaría la autonomía suficiente que le brindaría la legitimidad para solicitar una gobernación a la Corona. Demorarse en obtener el resultado implicaba quedar expuesto a ser relevado de sus funciones, y así, se desvanecían todas las esperanzas de ubicarse a la cabeza de una gobernación autónoma. De ahí también la forma en que Álvaro de Mendoza, como lugarteniente de Robledo, en ausencia de éste, adelantó la guerra “con todo rigor” contra los indígenas que todavía no se habían sometido23, no sólo para preservar la vida, sino para garantizar la existencia de una conquista que auguraba recompensas para un grupo.

3. La justicia de Alonso Díez Madroñero

Robledo abandonó en 1542 la recién fundada ciudad de Antioquia con un puñado de españoles y de aborígenes que le sirvieron de cargadores, y se dirigió hacia Cartagena, de donde esperaba salir para España a informar a la Corona sobre sus acciones. Una vez llegó a San Sebastián de Buena Vista, los hombres de Heredia lo apresaron y lo remitieron a España, por haber hecho sin autorización fundaciones en territorio cartagenero. Comenzó así, en ese mismo año, una lucha por el territorio de Antioquia que implicó a los bandos de Heredia y Belalcázar. En el marco de esta contienda, se dieron el cambio de asiento de la ciudad y una inestabilidad política, que se manifestó directamente en las encomiendas; hubo tres reparticiones —las de

23 Pedro de Cieza de León, “La guerra de Quito”, cap. xcix, 396.

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Robledo, Heredia y Belalcázar—, con la consiguiente explotación de los indios y los vaivenes para los partidarios de uno y otro bando, ya que cada nueva repartición implicaba quitarle los indios tributarios a quien previamente los había recibido. Como parte de la voluntad del gobernador de Popayán, Sebastián de Belalcázar, por retomar el poder sobre Antioquia, nombró como teniente de gobernación a Alonso Díez Madroñero. Casi desde el comienzo de su ruta, en 1543, Díez pareció signado por la violencia, tal vez porque, como señalaba Cieza de León, era “hombre inclinado a la crueldad y vengativo y que no tenía capacidad para gobernar provincias que estaban revueltas”24.

Salió desde Cali con cuarenta españoles e indios tamemes que servían para cargar el equipaje. Al llegar a Caramanta, los indios de Ancerma se regresaron y, como era imposible adelantar el camino sin quien trasportara los fardos y demás elementos, los hombres de la expedición le requirieron que los reemplazara con los de la zona aledaña 25. Según el testimonio del propio Díez Madroñero y de alguno de los testigos que presentó, él se negó al principio, pero ante la amenaza de que los hombres se devolvieran con los indios cargadores, tomó cien indígenas de la encomienda de Diego de Sandoval26. Díez Madroñero alegó que buena parte se escapó entre el pueblo de Carrapa y el río San Juan. Sin embargo, algunos testigos señalaron que muchos murieron en el transcurso, pues iban por grupos, amarrados por el cuello con sogas y cadenas para dificultar su escape, y que la violencia que se ejercía contra los rebeldes o fatigados era tal que no se esperaba a quitarles la collera: para no perder tiempo, les cortaban la cabeza 27. Díez Madroñero negó las acusaciones de violencia y puso el énfasis en que los indios se habían escapado. No obstante, el que la mayoría de los indios escapase no implica que las acusaciones no pudieran ser ciertas; tal vez esto explique por qué el grueso de su defensa se basó en dos elementos de procedimiento. No podían juzgarlo porque: 1) El gobernador Belalcázar ya lo había condenado por esto, poniéndole como multa 100 pesos de oro y el servicio, durante seis meses, en la guerra en Picara, Arma y Carrapa, lo que ya había cumplido. 2) No podía seguirse contra él un juicio de residencia por estas acciones, porque no estaba investido de teniente de gobernador para Caramanta, sino para Antioquia, así que, cuando tomó los indios bajo su servicio, lo hizo de modo particular, y no como oficial de la Corona28.

24 Pedro de Cieza de León, “La guerra de Quito”, cap. xcix, 396.

25 El juicio de residencia a Díez Madroñero surgió del juicio de residencia que el oidor Briceño adelantó en 1550 contra el gobernador Belalcázar. 26 “Residencia que el licenciado Briceño”, ff.3v., 23r. y 30v.; Pedro de Cieza de León, “La guerra de Quito”, cap. xcix, 396.

27 “Residencia que el licenciado Briceño”, f.90v. 28 “Residencia que el licenciado Briceño”, f.3v.

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Ya en Antioquia, posesionado como teniente a finales de 1543, Díez Madroñero empezó a ejercer como justicia y buscó establecer un orden que sirviera a su bando. De esta manera, los partidarios de Heredia o de Robledo sintieron el rigor y la exclusión, aunque no propiamente la violencia. Como parte del proceso de asentar las relaciones y el dominio, comenzó a “pacificar” a aquellos pueblos alzados o que simplemente no quisieran dar el tributo, y a juzgar las causas pendientes, sobre todo las relacionadas con la muerte de cristianos a manos de los indios. Empleó siempre la misma estrategia en una etapa inicial: llamaba a los indios de paz, atrayéndolos con palabras suaves, o bien los atrapaba por sorpresa en las noches. Luego, adelantaba juicios sumarios, como hizo en varios pueblos contra algunos indios, por ejemplo, en Guaca, donde se hizo una averiguación expedita sobre la muerte de algunos españoles y se condenó a muerte a tres indios; o en Penco, donde se condenó a muerte al cacique Quiabanico. Como se tiene la fortuna de contar con una copia del proceso de este último, se puede observar la forma como se desenvolvían ciertas relaciones en la frontera, entendida en la pluralidad; es decir, como zona limítrofe entre gobernaciones y pueblos, así como región carente de control y dominio, pero también como lugar de contacto e interacción de diferentes grupos29.

El proceso para conocer a los culpables de la muerte del soldado Bartolomé Gómez comenzó el tres de agosto de 1543 en la loma cercana a la de La Cruz, próxima al valle de Penco. Las averiguaciones son breves, pero los testimonios muy interesantes. Según los indígenas que declararon —y, fundamentalmente, el propio Quiabanico—, Bartolomé Gómez se había separado del grupo de españoles y se había puesto a recoger naranjas o naranjuelas30. Como el pueblo de Penco había aceptado la dominación hispánica, él se sintió seguro para dedicarse a tareas recreativas, ya que sus compañeros y su jefe no estaban muy lejos. Cuando ya tenía una manta llena, llamó a un indígena de nombre Zazari (çaçari) para que las cargara, pero éste huyó. Gómez pensó que el dominio sobre los indígenas era firme y sólido, por lo que comenzó a perseguirlo para castigarlo y obligarlo a cargar su manta. Sin embargo, la paz estaba mal asentada, las heridas aún abiertas y el sometimiento mal interiorizado por los indios, así que, entre varios, hicieron valer su superioridad. Sin perros, caballos, arcabuces, ballestas ni compañeros, Gómez sintió la impotencia de la inferioridad numérica, pues apenas pudo desenvainar su espada, sin sacar provecho de ella, más allá de un corte que se

29 Alistair Hennessy, The Frontier in Latin American History (Londres: Edward Arnold, 1978); Fernando Operé, Historias de la frontera: el cautiverio en la América Hispánica hispánica (Buenos Aires: fce, 2001), 16.

30 Como estos eventos debieron ocurrir entre 1542 y 1543, es improbable que efectivamente fueran naranjas, es decir, del género, sino alguna fruta que fuera nombrada así por analogía. Sin embargo, no es posible determinar con exactitud qué fruta pudiera ser, y no se puede descartar por completo que fueran naranjos, pues habrían pasado cerca de cuatro años del recorrido de Vadillo y un poco más del primero de Francisco César.

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hizo en la mano Quiabanico de manera involuntaria. La información con respecto al tipo de muerte varía un poco según los testigos, pero es probable que lo ahogaran en un arroyo y escondieran su cuerpo mientras pasaban los españoles31. En algunas partes del proceso, Díez Madroñero insiste en mostrar que Quiabanico y sus hombres se habían comido al soldado Gómez, recurriendo a un tropo de salvajismo. Sin embargo, en los testimonios no sale nada concluyente. Por ejemplo, un indio principal de Penco, llamado Guaba, señaló que, si bien le quitaron la camisa (en términos prácticos, lo desnudaron) y lo cocinaron, no se lo comieron porque “amargaba”32. Mientras que una india llamada Chagua, que

no estuvo presente en los hechos, afirmó que Quiabanico lo había repartido entre sus hombres y se lo habían comido33. Sin embargo, a la hora de confrontar a Quiabanico, ni siquiera se le preguntó por esto, lo que es extraño si se tiene en cuenta que aparece confesando, por lengua de la intérprete Francisca, la forma en que se cometió el asesinato de Gómez y su participación activa. Tan orgullosa es su confesión, que Damián de Villadiego, el defensor que se le había nombrado, renunció a presentar testigos a favor. Tras estas pruebas, se condenó a Quiabanico a morir aperreado. Tal vez el castigo se conmutase por la horca, porque un testigo en la residencia así lo refiere, aunque es factible que él se equivocara con el método de ejecución34. Respecto a los indígenas, en el juicio contra Díez Madroñero aparecieron dos elementos relacionados directamente con el problema de la justicia de frontera. Por un lado, algunos testigos señalaron que Díez Madroñero estaba buscando que Quiabanico le diera un pequeño tesoro; otro testigo afirmó que pretendía que le develara el “secreto de la tierra”, es decir, dónde se guardaban sus riquezas ya explotadas. Según los mismos testimonios, le aseguró a Quiabanico que si le llenaba un sombrero o bonete, no lo ejecutaría, pero que éste sólo pudo juntar cinco caracuríes35. Era como una versión reducida de Cajamarca —que, como buen perulero, Díez Madroñero pretendía replicar en Antioquia— o una reiteración de la costumbre de obtener rescate por un cabecilla, tal como se usaba en Europa, en eso que Lafaye ha caracterizado como típico de la guerra medieval36. Sin embargo, lo interesante con respecto a una zona en conflicto era cómo la justicia puesta en manos de los conquistadores podía ser una herramienta política y, sobre todo, un arma de explotación y de enriquecimiento personal. Al no haber más justicia que Díez

31 “Residencia que el licenciado Briceño”, ff.49r. y 52v.

32 No se puede determinar cuál es el sentido de esta apreciación, en parte porque carecemos de las herramientas que permitan comparar en el período con otras categorías o calificaciones del sabor para la población indígena. 33 “Residencia que el licenciado Briceño”, ff.48v.-49r.

34 “Residencia que el licenciado Briceño”, ff.29r-v. y 53r-v.

35 “Residencia que el licenciado Briceño”, ff.29r., 74r. y 80v.

36 Jacques Lafaye, Sangrientas fiestas del Renacimiento. La era de Carlos v, Francisco i y Solimán (1500-1557) (México: fce, 1999), 32.

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Madroñero —con un gobernador tan lejano, con una paz mal establecida con los aborígenes y el riesgo permanente de un levantamiento—, los juicios bien podían ser venales. Con esto no se pretende dar total validez a los testimonios que en este sentido lo acusaban, sino simplemente mostrar cómo esta posibilidad tenía un asidero posible y válido. El otro aspecto interesante con respecto a la frontera tiene que ver con el trato dado a los indígenas en los juicios. Tanto en el caso de Quiabanico como en el del ahorcamiento de los indios de Guaca, el haber seguido un proceso contra los indígenas por la muerte de los españoles y permitido que se confesaran escandalizó a algunos de los soldados, que no entendían que se guardaran tantas formalidades con ellos, en vez de aplicarse un castigo inmediato37. Para estos hombres, la Conquista era de las armas y la imposición de la república, entendida como el imperio de la ley, sólo aplicable a los españoles, no al grupo que se pretendía dominar38.

4. Luis Bernal, “el empalador”

No es claro con quién llegó Luis Bernal a Antioquia. Cieza de León menciona un personaje con ese nombre, que venía desde Cartagena como capitán de la compañía enviada por el licenciado Santa Cruz, con la misión de encontrar a Vadillo. Según el mismo autor, Bernal venía haciendo la guerra a los indígenas y se había enfrentado con Juan Greciano (teniente de la expedición), con lo que se habían creado bandos en lucha por el poder. Cuando este grupo se encontró con Robledo, se integró a sus hombres. Para acabar con los disensos, Robledo desterró a Bernal y a algún otro capitán que estaba del lado de este último39. Desafortunadamente, Cieza no dice hacia dónde se dirigió Luis Bernal. Tal vez tomó rumbo hacia Popayán y retornó a la Provincia de Antioquia con Díez Madroñero o algún otro. Lo cierto es que alrededor de 1543 había un alcalde ordinario con ese nombre en la ciudad de Antioquia. Al igual que sus antecesores y que sus superiores, la forma de establecer las relaciones con los indígenas fue por la violencia extrema, caracterizada por la ejecución de las repetidas mutilaciones sobre los cuerpos indígenas. Narices, mejillas, orejas, dedos y senos se cercenaban como parte de un mensaje de dominación y terror que se pretendía infundir en los pueblos. Además de hacerles reconocer la autoridad que el Rey tenía sobre ellos, se buscaba aplacarlos y ponerlos a trabajar para la sociedad hispánica. Como los españoles llevaban poco tiempo, el proceso de tributación no estaba afincado y los pueblos indígenas no habían aceptado plenamente esas

37 “Residencia que el licenciado Briceño”, f.31v.

38 Anthony Pagden, Señores de todo el mundo. Ideologías del imperio en España, Inglaterra y Francia (en los siglos xvi, xvii y xviii) (Barcelona: Península, 1997), 33.

39 Pedro de Cieza de León, “La guerra de Chupas”, cap. iv, 163.

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exigencias permanentes de los dominadores. Así, cada demanda de trabajo era un campo de batalla donde se jugaban las posibilidades de sostenimiento de los españoles y de autonomía de los indígenas. Conseguir que los indios hicieran las rozas de maíz con las que se sustentara Antioquia era una empresa militar. Un día, como alcalde ordinario de la ciudad, Bernal fue a buscar indios para que cultivaran las rozas de la ciudad40. Se dirigió al pueblo de Conzume, cuyos indios fueron encomendados a Bartolomé Fernández, para forzarlos a trabajar. Mientras estuvo asentado en ese pueblo, maltrató a los indios porque no llevaban maíz en la cantidad pretendida. O bien la medida de Bernal era muy exigente o los indios no tenían mucho o entregaban poco para no satisfacer por completo las demandas del dominante, y, de esta manera, establecer una forma de negociación o resistencia. Tal vez como parte de esta última, ciertas personas del pueblo atacaron a algunos de los indios de servicio que iban con los españoles. Cuando Luis Bernal se percató de la ausencia de dos de ellos, comenzó una represión brutal. Sin duda, sus acciones se inscribían en una línea de acción que se venía desarrollando en la conquista de América, y más específicamente, en el norte de la gobernación de Popayán, en donde cualquier gesto de rebeldía se castigaba con rigor extremo. Por ejemplo, cerca de Arma, los indios del pueblo de Pozo le robaron unos cerdos a un español de apellido Miranda. Según Cieza de León, Jorge Robledo mandó a Melchor Suer de Nava para que con un grupo de españoles y un contingente de indígenas de Paucura los escarmentaran: robaron y quemaron el pueblo y sus cultivos, y mataron cerca de doscientas personas41. Luis Bernal no alcan-

zó tales proporciones en número de vidas en su acción, si bien optó por un dramatismo nuevo en la Provincia, aunque no necesariamente en el Nuevo Reino de Granada o en las Indias Occidentales. Luis Bernal aprovechó la noche para tomar a los indios desprevenidos mientras dormían. A la mañana siguiente, siguiendo una justicia sumaria que no parece haber conocido de averiguaciones, sino más bien de oportunidades de castigo, mandó poner cinco palos largos y puntudos en el suelo de una loma cercana al pueblo, y en cada uno ensartaron a un hombre, “metiéndoles unos palos gruesos por sus cuerpos e hincados hasta llegarles al estómago y a otros más arriba y dejándoles hincados”42. Una vez se había hecho esto, apareció en el campo uno de los indios de servicio desaparecido. Como en otras muertes ejemplarizantes, en el cuerpo de los condenados se escribe el mensaje que debe llegar de manera clara y comprensible a todos los posibles infractores futuros. A diferencia de otras posibilidades (desmembramiento, quema, ahorcamiento), esta práctica

40 Para la dependencia de la sociedad hispánica del maíz, remitirse a Gregorio Saldarriaga, Alimentación e identidades en el Nuevo Reino de Granada, siglos xvi y xvii (Bogotá: Universidad del Rosario, 2011), 181-227. 41 Pedro de Cieza de León, “La guerra de Chupas”, cap. x, 169.

42 “Residencia que el licenciado Briceño”, f.71r.

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impone en el sujeto castigado una pena larga y una agonía prolongadísima, si no se acelera la muerte por otros medios (por ejemplo, flechar o apuñalar), pues la persona puede estar en esa situación por horas, o incluso por un par de días, dependiendo de la forma en que se practique. Sin duda, el desmembramiento otorgaba la posibilidad de poner partes del cuerpo en diferentes puntos, con lo que el impacto visual se multiplicaba; era un hecho perceptible para más personas y, por lo tanto, el ejemplo se esparcía por un territorio más amplio. En el empalamiento, el punto de observación se focaliza y profundiza, por las características propias de un cuerpo atravesado, quejumbroso y sangrante, en el que la muerte se demora jornadas completas en llegar. Consideramos que en las decisiones de Bernal el aspecto visual desempeñaba un papel importante. Por un lado, el hecho de clavar a los hombres en una loma cercana —y no en el pueblo— permite pensar que se hizo con base en un criterio de exhibición. Por el otro, hay un segundo elemento que refuerza esta idea: la esposa de uno de los empalados se acercó al finalizar la tarde para cubrirlo con una manta. Bernal consideró este acto gravísimo y ordenó que la destrozara un perro. Sin menospreciar el frío que pudiera sentir el hombre empalado, pensamos que ése era el menor de sus problemas y que su esposa no buscaba tanto calentarlo como darle dignidad en la muerte o, por lo menos, aminorar la exposición sanguinaria a la que estaba sometido. Luis Bernal no deseaba que se redujera en nada el impacto visual; por eso aprovechó la ocasión para aumentar el efecto ejemplarizante: cualquiera ayuda o intento de aminorarlo se penaría sin dilación e implacablemente. Años después, en 1591, Bernardo de Vargas Machuca, en su apoyo a las ciudades de Medina de Torres y Santiago de la Atalaya —en el Nuevo Reino de Granada—, aplicó la misma tortura a nueve o diez indios, por haberse levantado contra el dominio español y haber asesinado a unos soldados. Según las dos relaciones de méritos en que quedó consignada esta acción, buena parte de la pacificación de la región estuvo basada en este ejemplo, “con lo qual se pacificó aquella tierra y los naturales volvieron a conocer sus encomenderos y dieron la paz con temor del dicho castigo”43. Con este ejemplo posterior, se pueden ver el énfasis ejemplarizante del escarmiento y el poder que los españoles le conferían. No se sabe el impacto de esta acción entre los indígenas; sólo se conoce con respecto a los españoles, porque pareció quedar grabada en la memoria. Entre las innumerables lomas de la Provincia, ésa se conoció como “la de los empalados” por un tiempo, y las noticias llegaron a la ciudad de Antioquia al día siguiente del castigo, cuando los cuerpos todavía estaban hincados

43 “Relación de méritos de Bernardo de Vargas Machuca”, en agi, Fondo Patronato, t.164, doc.r1, f.101r. De manera muy similar aparece en “Probanza de Vargas Machuca”, en Archivo General de la Nación (agn), Bogotá-Colombia, Sección Colonia, Fondo Historia Civil, t.12, doc.9, f.733v. Se debe señalar que se trata de dos testigos diferentes.

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en los palos44. ¿Causó espanto, molestia, desagrado, sorpresa? Es difícil decirlo. Sin duda era excesivo, incluso para los márgenes de brutalidad que se manejaban en la frontera, pues en Antioquia sólo se sabe de este empalamiento por parte de los españoles, pero no parece haber generado una reprobación comunitaria. Alonso Díez Madroñero, a pesar de ser teniente de gobernación, no emprendió ninguna acción legal contra Bernal. Por el contrario, señaló en sus descargos que suponía que Bernal había hecho justicia como alcalde ordinario de Antioquia. El proceso se abrió cuando llegaron autoridades externas, como el visitador Briceño, o las de Cartagena, que estaban tratando de demostrar que los males de la tierra eran culpa de la gente de Popayán45. Incluso en los testimonios no aparece una censura contra estas acciones o, por

lo menos, no es claramente enunciada. Aparte de los significados que se han señalado con respecto a este tipo de suplicio y ejecución, queda abierta la pregunta de por qué se escogió y qué posibles sentidos subyacían. En términos generales, para la tradición española, el empalamiento siempre aparece asociado con el mundo árabe. En las Siete Partidas no hay ninguna referencia directa o indirecta a este uso. Como ha señalado McNair, es probable que en la Edad Media no apareciera en español bajo ese nombre, sino de manera genérica como “poner en un palo” o incluso “crucificar”. El mismo autor identifica una referencia a esta práctica en el Cantar del Mío Cid, en la amenaza de don Rodrigo Díaz de Vivar a los soldados que abandonaran Valencia sin recibir su licencia. Por supuesto, esta referencia se inscribía en el proceso de reconquista y —si bien parecía aplicarse a cristianos— estaba en el influjo del mundo musulmán46. En la Edad Moderna temprana, este uso aparece específicamente en el conflicto de Occidente con el Imperio otomano. Por ejemplo, en el libro Viaje de Turquía, de 1557, aparece por primera vez, según McNair, la palabra “empalar” en un texto impreso en lengua española, una de sus primeras definiciones conocidas47. Allí, en el diálogo sobre su cautiverio en medio de los turcos, Pedro de Urumela, el protagonista, señala las muertes y los castigos que daban a sus captores, entre los que estaba el empalamiento: “La más rabiosa y abominable de todas las muertes. Toman un palo grande, hecho a manera de asador, agudo por la punta, y pónenle derecho, y en aquél le espetan por el fundamento, que llegue cuasi a la boca, y déjansele ansí vivo, que suele

44 “Residencia que el licenciado Briceño”, f.29v.

45 En el caso de Bernardo de Vargas Machuca, que se citó anteriormente, no parece haberse seguido un proceso judicial. Lo conocemos porque apareció en una relación de méritos, aunque los empalamientos no formaban parte del interrogatorio. 46 Alexander McNair, “El Cid, the Impaler?: Line 1254 of the Poem of the Cid”, Essays in Medieval Studies 26 (2010): 46-48.

47 Alexander McNair, “El Cid, the Impaler?”, 46.

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durar dos y tres días”48. A estas palabras, uno de sus interlocutores contesta: “Cuales ellos son, tales muertes dan. En toda mi vida vi tal crueldad”49. De esta manera, el autor ubica la práctica por fuera de la cristiandad. En otro texto contemporáneo, el empalamiento aparece como una práctica turca, que no es necesario describirla porque se inscribe en un contexto militar50. Como ha mostrado el mismo McNair, también aparece en textos importantes, como El Quijote, pero siempre en relación con el mundo turco y casi como una práctica de éste, extraña al mundo cristiano. Una definición del siglo xviii señalaba que era “A cruel punishment used by the turks and the christians bordering

on them from palo, a stake”51. Que sea una práctica de cristianos que limitan con musulmanes explica que quien quedó con la fama de haber utilizado de manera más extensiva este sistema de castigo y muerte no era musulmán, sino Vlad iii, “el Empalador”, un cristiano ortodoxo (convertido después al catolicismo), que hacía de su principado de Valaquia una frontera contra el avance del Imperio otomano52. Si bien este caso extremo es lejano del mundo ibérico, permite pensar de manera comparada lo que significaba el empalamiento en Europa: una práctica de frontera contra los musulmanes, que no se restringía a ellos; además de eso, que su uso se aplicaba fundamentalmente a los que estaban por fuera de la religión del ejecutor, aunque no de manera exclusiva. No se ha hecho un recuento sistemático en los archivos que informen sobre las muertes por empalamiento en el Nuevo Reino de Granada. Sin embargo, de la información contenida en la Recopilación historial de fray Pedro Aguado se pueden tener en cuenta tres aspectos: 1) todos los casos que relata Aguado se presentaron en tierra periférica, como Gualí (cerca del asiento de Mariquita), Mérida, Itoco, San Vicente de Páez y Coro (en tiempos de Espira); es decir, lugares donde en ese momento no se había consolidado el poder español y que se encontraban alejados de los centros de poder establecidos, como Santa Fe, Tunja o Cartagena;

48 Cristóbal de Villalón (atribuido), Viaje de Turquía, ed. Antonio G. Solalinde (Madrid: Calpe, 1919), 38. 49 Cristóbal de Villalón, Viaje de Turquía, 38.

50 Fernando Escribano Martín, ed., La expedición del maestre de campo Bernardo de Aldana a Hungría en 1548 (Madrid: Miraguano, 2010), 122-123.

51 Hipólito San Joseph Giral del Pino, Diccionario Inglés y Español y Español e Inglés (s/c: s/e., 1768). Agradecimientos a Juan Sebastián Gómez González por este dato que amablemente nos brindó. En el Diccionario de Autoridades de 1732 se define como “un genero de castigo cruel y bárbaro mui antiguo, con que suelen los turcos y moros quitar la vida a los cautivos christianos, y también lo usan otras naciones”. Real Academia Española, Diccionario de la lengua castellana en que se explica el verdadero sentido de las voces, t, iii (Madrid: Imprenta de la Real Academia Española, por la viuda de Francisco del Hierro, 1732).

52 Scott D. Juall, “Draculean Dimensions of Early Modern French Politics and Religion: Vlad iii Tepes ‘the Impaler’ and Jean de Léry’s Political Project in ‘Histoire d’un voyage faict en la terre du Brésil’ (1599/1600)”, Exemplaria 21: 2 (2009): 206.

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2) que era “muerte cierto cruelísima y que entre cristianos no se debía de usar por no imitar en ella la crueldad de los turcos, que primero la inventaron”53; 3) que con la llegada de los jueces al Nuevo Reino se había acabado esa práctica, porque ellos habían controlado el comportamiento de capitanes y soldados crueles54. De esta manera, Aguado construye una imagen retórica del desorden de la Conquista al orden del Imperio, que no se alejaba demasiado de la práctica, por lo menos en una de sus características: era un problema fronterizo, tanto en lo cultural como en lo geográfico y lo político, y sólo parecía aplicarse cuando las funciones de la Corona no recaían en oficiales y jueces reales, sino en manos de justicias que eran al tiempo conquistadores que no habían logrado imponerse por completo en la zona que pretendían someter. Con esto se puede ver un elemento ideológico de defensa de la centralización que implicó la creación de la Audiencia, pero también un posicionamiento con respecto a lo que significaba el deber ser de la cristiandad y a cómo esta práctica se ubicaba por fuera de él. Es preciso insistir en que funciona como discurso y que, por lo tanto, es necesario mirarlo con cuidado; pero conduce a entender que la práctica en sí era de frontera. Sin embargo, más allá de la retórica, se ve que, con dificultades, la frontera también formaba parte del Imperio y que los empalamientos eran un uso que se daba para integrar esos territorios al sistema hispánico. ¿Es posible encontrar una semántica de los castigos extremos que utilizaban los españoles? En las Leyes de Indias, o en formas del derecho castellano, no se encuentran las pistas, porque sus códigos parecen haberse establecido por fuera de la ley. Hay unos significados o intencionalidades que ya se han explorado, pero es necesario limitar la pregunta al caso

53 Fray Pedro Aguado, Recopilación historial, t. 2 (Bogotá: Imprenta Nacional, 1956), primera parte, libro xv, cap. viii, 453.

54 “Esto está ya extirpado y quitado por mano de algunos cristianísimos jueces que el rey ha enviado a Indias, y especialmente en las tierras sujetas al Nuevo Reino de Granada, donde, como en su lugar más largamente diré, se usaba este género de castigo en los indios por algunos inconsiderados y crueles hombres; mas los gobernadores y jueces supremos que en la Audiencia de aquel Reino han residido, han castigado y enmendado estos negocios y otros muchos tocantes al buen tratamiento y conservación de los naturales, de tal suerte que parece ya haber llegado a aquella tierra una edad muy florida y alegre para los naturales, lo cual no ha sido en esta gobernación de Venezuela, de quien al presente tratamos, que en algunos pueblos de ella no usan de crueldades por no tener ya indios en quién usarlos, y dónde los hay, andan los soldados tan encarnizados y cebados en maltratarlos que casi aposta les mueven ocasiones con que los indios se alcen para después, con ese color, irles a hacer guerra, y por castigo jurídico empalarlos y aperrearlos o comerlos con perros como a fieras, a imitación de lo que Solimano, gran turco, hizo casi en este mismo tiempo, que sería por el año de treinta y seis, que enviando los Asapos y los Acarzis, contra ciertas gentes llamados los çimiriotos, gentes que habitan en el monte de la Çimera, en tierra de Butintro, hacía que a manera de monteros y corredores anduviesen tras estas desarmadas y desventuradas gentes y los matasen y diesen fin y cabo de todos ellos, por cierto enojo que de ellos hubo. Y mientras Su Majestad aquella gobernación no la pusiere debajo de la Audiencia del Nuevo Reino, para que por mano de los jueces que en aquella Audiencia residen, sean visitados estos pueblos y quitados estos daños, no dejarán aquellos míseros naturales de padecer e irse apocando”. Fray Pedro Aguado, Recopilación historial, t. iii, segunda parte, libro ii, cap. xviii, 168-169.

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de los empalamientos para tratar de entenderlos. Hay una huella que puede parecer débil, pero que arroja una luz interesante. Según uno de los diálogos del Viaje de Turquía, en la justicia del Imperio turco “matan al homicida, ahorcan al ladrón, empalan al traidor”55. Por los ejemplos que el autor da a lo largo de la obra, se puede ver que se aplicaba a los jefes de navíos cristianos y a los griegos que ayudaban a escapar a los cristianos, mas no a éstos cuando huían. Además de ejemplarizante y de sembrar el terror entre los subordinados, se refuerza la idea de la traición como merecedora de este tipo de muerte. Por supuesto, pretender acceder a la aplicación de la ley del Imperio otomano desde un relato español es un atrevimiento eurocéntrico que no se intenta hacer. Desafortunadamente, no se dispone de las herramientas ni el conocimiento para acercarse al derecho aplicado en los territorios otomanos. Sin embargo, esto no es un obstáculo insalvable, porque lo que permite el Viaje de Turquía no es tanto el conocimiento directo, como sí una posible interpretación que hacían los españoles de lo que significaba el empalamiento para sus mayores enemigos fuera de la cristiandad. Esta interpretación está en consonancia con la amenaza de empalamiento que McNair identifica en el Cantar del Mío Cid. También estaría acorde con lo que pasó en Antioquia o, por lo menos, con lo que Luis Bernal pudo considerar que pasaba: que un pueblo que había dado la paz atacara y matara a los indios de servicio de los españoles constituía una traición que debía castigarse con la peor de las muertes56.

El caso de Quiabanico era más grave, pues el muerto era un español, también bajo una supuesta relación pacífica. Sin embargo, como en esa ocasión se siguieron las “formalidades” del juicio —aunque sólo en apariencia—, la condena no podía ser el empalamiento, pues, como señalé, era un castigo por fuera de la ley. Traer este caso a colación permite de nuevo pensar en otro elemento: muchos de los soldados de conquista no consideraban que los indios fueran sujeto de derecho cobijados por las leyes. Por eso, las decisiones de sus castigos se tomaban al margen de procesos legales; de ahí que el introducir un palo por el trasero y sacarlo por el estómago o la clavícula era posible en la frontera. Incluso, si nos atenemos a los registros que quedaron, para esos soldados españoles resultaba más impactante que se nombrara a un defensor de un indio acusado de matar a un español, que ajusticiarlo someramente por medio del empalamiento. Con respecto al nombramiento del defensor, la expresión de asombro “cuerpo de Dios” se repitió, mientras que el empalamiento no pareció producir ninguna frase que quedara en la memoria de los testigos, con la que manifestaran su impacto o molestia.

55 Cristóbal de Villalón, Viaje de Turquía, 244.

56 Esto estaría en consonancia con la forma de actuar de Bernardo de Vargas Machuca, quien en 1591 hizo empalar a los indios que consideraba más culpables de la muerte de españoles, que desde su óptica se realizó a traición.

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Conclusiones

La voluntad de imponer el terror entre los indígenas como medio de coacción no fue exitosa. Los conflictos constantes entre españoles —bien por las disputas sobre qué territorios pertenecían a qué gobernación, o bien por el poder local, además de las distancias con otras poblaciones españolas— dejaron a su propia suerte a la ciudad de Antioquia y a la villa de Santa Fe. Los sucesivos hostigamientos a las comunidades indujeron tanto al temor como al rechazo. Demostrar la fuerza en exceso con los pocos aliados indígenas que tenían no produjo el efecto disciplinante, sino que promovió el descontento indígena. Según Juan Rodríguez —uno de los soldados que entró en compañía de Jorge Robledo—, el ajusticiamiento en la hoguera de los caciques Periquina, Mizeancho, Ivi y Nometico por mandato de Gonzalo de Peña, sucesor de Díez Madroñero, sin conmutárseles por la horca, produjo un malestar general entre los pueblos que habían servido a los vecinos de Antioquia. Según el mismo conquistador, la arenga de Periquina a algunos indios fue: “Yo que soy hermano de los cristianos y les he hecho casas y rozas y me queman, vosotros no les sirváis”57. Hartos de la situación, y con la debilidad española de su lado, los pueblos indíge-

nas atacaron la ciudad de Antioquia en 1554 y lograron su despoblamiento a comienzos del año siguiente. La villa de Santa Fe fue el único reducto español que quedó en la Provincia. Durante los siguientes años hubo intentos de volver a poblar la ciudad de Antioquia, pero fueron fracasos sucesivos, hasta que finalmente se decidió unificar la villa y la ciudad, en 1574. Durante casi veinticinco años, la villa de Santa Fe fue el bastión español en una tierra que parecía perdida. Para utilizar la expresión, fue el último poblado de españoles en donde quedó la voz del Rey58. Las tácticas de los diferentes conquistadores en Antioquia (con excepción de Vadillo) siguieron un patrón clásico que recuerda las acciones del Perú y de la Nueva España, en donde se llevaban a cabo “La explotación de las divisiones políticas, el uso del terror rápido y masivo y la captura del cabecilla […]”59. Como ha señalado Montoya, las características propias de los grupos aborígenes de Antioquia mostraron los límites de este modelo, pues no estaban organizados políticamente en señoríos compuestos o grandes cacicazgos, sino en cacicazgos pequeños o comunidades tribales; así, el poder no estaba centralizado en una estructura piramidal, sino fragmentado por grupos60. Ante este panorama, buena parte de la respuesta fue ampliar el margen de maniobra y de violencia en las

57 “Residencia que el licenciado Briceño”, f.89v.

58 “Probanza de Lope Ortíz Pobes, vecino de Caceres”, en agi, Santa Fe, t.86, doc.37, ff.571r-v.

59 John Lynch, América Latina, 55.

60 Juan David Montoya Guzmán, “Frontera, despoblamiento y cambios de asentamiento en Antioquia, siglos xvi y xvii”, en Poblamiento y movilidad social en la historia de Colombia, siglos xvi-xx, eds. Ana Catalina Reyes Cárdenas y Juan David Montoya Guzmán (Medellín: Universidad Nacional de Colombia, 2007), 87-88. Para las organizaciones políticas indígenas, consultar: Hermes Tovar Pinzón, Formaciones sociales prehispánicas (Bogotá: El Búho, 1990).

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diferentes comunidades, para lograr, por medio del “espacio del terror”, la instauración de un orden y control hispánicos. Por pequeñas que fueran las cabezas de los grupos, éstas seguían siendo los objetivos principales y las perseguidas con más ahínco; de ahí los castigos que se ejecutaban contra quienes negaban tener caciques (muy probablemente no mentían) o se hacían pasar por uno. En esta tierra en disputa que era Antioquia, también se puede ver la forma en que la frontera se manifestaba de manera múltiple, pues no sólo era un conflicto con grupos aborígenes, sino también entre gobernaciones y bandos españoles opuestos que pugnaban por el poder. Por último, a pesar de las especificidades locales, la frontera era un problema general del Imperio español, y muchas de sus tácticas se repetían por todo su territorio. Eran parte de un saber militar que bien se podía transmitir de manera formal e informal; los que circulaban informalmente podían contravenir las disposiciones legales, pero este saber militar estaba tan arraigado en ese conocimiento fronterizo, que podía repetirse y ejecutarse sin mayores problemas. Por ejemplo, cuando De Vargas Machuca escribió, casi en el siglo xvii, su manual de guerra americana, Milicia

indiana, buscó asentar las bases de la guerra americana en términos formales y en cuanto a lo permitido; de ahí que omitiera por completo los empalamientos como una estrategia, a pesar de que él mismo la hubiera utilizado como método de sometimiento. De esta manera, se puede ver cómo se construía también un método que se aplicaba, pero del que no se buscaba dejar huella, tal vez por su falta de cristiandad. Así, en Antioquia y en América se reproducían prácticas de la guerra contra el Imperio otomano. Eran las guerras de la cristiandad (o de la monarquía católica) contra los infieles, por imponer una república cristiana, cimentada en sangre, castigos y horrores. En resumen, era conducir el orden por medio de la violencia.

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Profesor titular de la Universidad del Atlántico (Barranquilla, Colombia). Magister en Historia de la Universidad Nacional de Colombia (Bogotá, Colombia) y Doctor en Historia de América Latina de la Universidad Pablo de Olavide (Sevilla, España). Codirector del grupo de investigación Educación e Identidad Nacional (Categoría B en Colciencias). Ha publicado, en coautoría con Edwin Monsalvo, “La conspiración como arma política. El plan sedicioso del 14 de agosto de 1833 en Cartagena”, Revista Complutense de Historia de América 37 (2011): 73-92; y junto con Luis Alarcón Meneses, “La libertad de elegir: política, gobernabilidad y pobreza en el Caribe colombiano, 1859-1885”, Diálogos 13: 2 (2012): 112-140. jorgecondecalderon@gmail.com

Artículo recibido: 31 de julio de 2012 aprobado: 1o de noviembre de 2012 modificado: 7 de diciembre de 2012

doi:

10.7440/histcrit49.2013.03

Ï Este artículo presenta resultados de la investigación en curso “La administración de justicia en la Nueva Granada: jueces, poder y sociedad desde el período tardocolonial de la organización nacional (siglos xviii-xix)”, que tiene el apoyo institucional de la Universidad del Atlántico (Barranquilla, Colombia).

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La administración de justicia en las sociedades rurales del Nuevo Reino de Granada, 1739-1803

Resumen: Este artículo analiza la administración y el funcionamiento de la justicia a través de tres casos ocurridos en el mundo rural de las provincias de Santa Marta, Cartagena y Antioquia, que involucraron diversas instituciones y autoridades que también administraban justicia. Se concluye que la administración de justicia en las sociedades rurales neogranadinas recreaba un mundo politizado por el mismo carácter de la justicia impartida: jurisdiccional, variada, con diversos elementos tomados de la costumbre. También proporciona otros matices como el de la existencia de unas instituciones y autoridades en comunicación permanente con los centros de poder virreinal.

Palabras clave: Administración de justicia, justicias, curas, alcaldes pedáneos, capitanes a guerra.

The administration of justice in rural societies of the New Kingdom of Granada, 1739-1803

Abstract: This ar ticle analyzes the administration and operation of the justice system through three cases occurred in the rural regions of the provinces of Santa Marta, Cartagena and Antioquia. These cases involved various institutions and authorities that also administered justice. We conclude that the administration of justice in rural neo-Grenadian societies recreated a world politicized by the same characteristics of the justice being dispensed: jurisdiction-based, diverse, and with various elements taken from custom. The article also shows other nuances such as the existence of institutions and authorities in constant communication with the centers of viceroyal power.

Keywords: Administration of justice, justices, priests, submunicipal headman, war captains.

A administração de justiça nas sociedades rurais do Novo Reino de Granada, 1739-1803

Resumo: Este artigo analisa a administração e o funcionamento da justiça por meio de três casos ocorridos no mundo rural das províncias de Santa Marta, Cartagena e Antioquia, que envolveram diversas instituições e autoridades que também administravam justiça. Conclui-se que a administração de justiça nas sociedades rurais neogranadinas recriava um mundo politizado pelo mesmo caráter da justiça concedida: jurisdicional, variada, com diversos elementos tomados do costume. Também proporciona outros matizes como o da existência de umas instituições e autoridades em comunicação permanente com os centros de poder do vice-reino.

Palavras-chave: Administração de justiça, justiças, padres, prefeitos pedâneos, capitães de guerra.

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Jorge Conde Calderón

La administración de justicia en las sociedades rurales del Nuevo Reino de Granada, 1739-1803 Introducción: justicia y justicias

En la sociedad monárquica hispanoamericana la forma de impartir justicia entre los vasallos constituyó un nudo gordiano. Éste era casi imposible de desatar, si se tiene en cuenta el principio universal imperante de que sólo la monarquía era el árbitro supremo en el momento de impartir justicia, y que la autoridad tenía un fundamento religioso que imponía deberes morales. En ese esquema, la equidad cumplía un papel central, cuya esencia estaba constituida por la imagen de lo justo, la cual predominaba en una sociedad desigual, jerarquizada y corporativa, pero justa según los principios de la justicia distributiva. Esa característica del sistema judicial era el reflejo de la herencia teológica medieval cristalizada en la doctrina del bien común y el derecho canónico1. Por ello, el sistema sólo reconocía como individuos

a las personas, por el lugar que ocupaban socialmente, según el linaje, el estatus y la raza. De esta manera, el sistema proporcionaba a cada quien lo que le pertenecía, según el lugar que ocupaba en la sociedad, lo cual determinaba, desde un punto de vista práctico, que el buen nombre de una persona fuera reconocido por todos. Esas calidades eran ganadas por las “buenas acciones” de las personas, ya que justicia y caridad eran inseparables. Con la realización de “actos buenos” se aplicaba el ideal de justicia, ya que era una justicia entre desiguales, entre quienes tenían y quienes no tenían; entre quienes estaban abajo y quienes pertenecían a la “esfera superior”2. Ahora bien, el modelo de justicia distributiva basado en la doctrina del bien común podía funcionar a la perfección como objeto teleológico provisional asignado para su realización en la ciudad del hombre, en espera de la más lejana ciudad de Dios. Sin embargo, más allá del ámbito de las ciudades y villas de la república española, la administración y aplicación de la justicia eran muy problemáticas. Aunque es probable que dentro del perímetro urbano las jerarquías sociales alcanzaran cierto reconocimiento social y político, fuera de estos espacios, ante todo en las áreas rurales, ocurría todo lo contrario.

1 Giovanni Levi, “Reciprocidad mediterránea”, Tiempos Modernos 3: 7 (2002): 1-29; Germán Colmenares, “La ley y el orden social: fundamento profano y fundamento divino”, en Varia. Selección de textos, ed. Hernán Lozano Hormaza (Bogotá: Tercer Mundo, 1998), 209-229. 2 Magali Carrillo, “El pueblo neogranadino antes de la crisis monárquica de 1808-1809”, en La sociedad monárquica en la América hispánica, eds. Magali Carrillo e Isidro Vanegas (Bogotá: Plural, 2009), 210.

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La administración de justicia en las sociedades rurales del Nuevo Reino de Granada, 1739-1803

El desconocimiento en el mundo rural de las jerarquías no significaba la inexistencia de las autoridades e instituciones de administración de justicia, las cuales se encargaban de resolver o mediar en los conflictos entre los vecinos o, en algunos casos, entre éstos y las autoridades. Reconocer estas circunstancias permite cuestionar la creencia de que el mundo rural era una sociedad anómica y carente de instancias judiciales. Otra cuestión fue el discurso que forjaron los mismos funcionarios y letrados del Antiguo Régimen, con el cual contribuyeron a construir una imagen sobre el mundo rural que enfatizaba sólo en su desorden y en la proliferación de la criminalidad3. Por el contrario, desde la llegada del virrey Sebastián de Eslava, en 1740, fue colocado en el centro de la administración virreinal el problema de la justicia en ese mundo rural. Siguiendo muchas de las instrucciones de la reforma de 1739 en tal materia, el Virrey multiplicó jueces y “comisionarios”; para que unos celasen la costa, caños y caletas de mar; otros, los caminos de tierra, y otros, el río de la Magdalena y del Cauca. Además, para administrar justicia nombró alcaldes pedáneos y corregidores, a quienes “regularmente se les añadía la facultad de jueces de comisos”4. Teniendo en cuenta estos elementos, el presente artículo constituye una aproximación a la administración y el funcionamiento de la justicia a través de tres casos ocurridos en el mundo rural de las provincias de Santa Marta, Cartagena y Antioquia. Cabe señalar que los casos involucraron diversas instituciones y autoridades que también administraban justicia. En esa sociedad rural la participación de varios actores y cuerpos judiciales se manifestó a través de canales distintos e inestables, que en el lenguaje de la época se expresaría con un plural: las justicias. Característica descrita por el propio padre Joseph Palacios de la Vega en su informe sobre la congregación de poblaciones del sur de la provincia de Cartagena: “[…] aquellas tierras eran buenas para labrarse como de haber siempre un teniente Capitán Aguerra, un recaudador de Alcabalas y estanco Real, de haber estado siempre prontos al pago de las Alcabalas, como obedientes a los mandatos de todas aquellas Justicias”5.

3 El ejemplo más citado, y que parece resumir dicha concepción sobre las sociedades rurales, es el de Joseph Palacios de la Vega, Diario de viaje, entre los indios y negros en la Provincia de Cartagena en el Nuevo Reino de Granada. 1787-1788 (Barranquilla: Gobernación del Atlántico, 1994). Un trabajo pionero sobre el tema es el de Beatriz Patiño Millán, Criminalidad, ley penal y estructura social en la provincia de Antioquia 1750-1820 (Medellín: idea, 1994). La historiografía argentina ha logrado importantes avances sobre el tema de la administración de justicia en las sociedades rurales, que han sido útiles para nuestro trabajo: Darío G. Barriera, Justicias y fronteras. Estudios sobre historia de la justicia en el Río de la Plata. Siglos xvi-xix (Murcia: Universidad de Murcia, 2009); Raúl Fradkin, El poder y la vara. Estudios sobre la justicia y la construcción del Estado en el Buenos Aires rural (Buenos Aires: Prometeo Libros, 2007); Darío G. Barriera, “Justicias, jueces y culturas jurídicas en el siglo xix rioplatense”, Nuevo Mundo Mundos Nuevos 10 (2010) [En línea], consultado el 4 de febrero de 2012, <http://nuevomundo.revues.org/59252>.

4 “Defensa del Gobierno del virrey Eslava, hecha por el oidor Eslava”, en Relaciones e informes de los gobernantes de la Nueva Granada, ed. Germán Colmenares (Bogotá: Banco Popular, 1989), 69.

5 Joseph Palacios de la Vega, Diario de viaje, 88.

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Empero, Palacios de la Vega no logró comprender que en ese tipo de sociedades los vínculos de individuo a individuo tenían un papel determinante en las prácticas políticas. Por esta razón, el clérigo insistió en señalar al territorio como si sólo estuviera controlado por delincuentes, fugitivos, amancebados y arrochelados, cuando en realidad se trataba de sociedades del cara a cara, del interconocimiento, en donde la vida social dependía del compromiso tácito contraído por sus miembros, y en la cual todo entendimiento era resultado de negociaciones en las que ninguna parte imponía su voluntad6. Además, en ellas, las formas de arbitraje, de resolución de conflictos y de obtención de compensaciones escapaban al control de los centros administrativos del virreinato y se apoyaban en normas y valores consuetudinarios que adoptaban formas extrajudiciales (totalmente desligados de los juzgados) o parajudiciales (cuando algunas decisiones y acciones se combinaban con la actividad de los juzgados)7.

Otro elemento importante que se debe tener en cuenta es que, por ser sociedades establecidas en un territorio periférico rebosante de oportunidades en forma de tierras, empleos y riquezas —sobre todo a través de la actividad minera y el contrabando—, escapaban al control del poder virreinal y a una acción efectiva del poder estatal, convirtiéndose en “bolsillos de independencia relativa”8. Aún más, en territorios con esas características, la administración de justicia terminaba adoptando formas imprecisas y vagas de proporciones mayores a las de los principales centros urbanos. Aunque estos últimos no estuvieron exentos de padecer problemas similares, el poder virreinal mostraba un interés superior sobre ellos tratando de establecer los obstáculos que impedían impartir justicia siguiendo los mandatos reales. Al respecto, el mismo virrey Eslava señalaba que la carencia de personal instruido en leyes o letrados en los pleitos judiciales originaba que algunas veces se cometieran gravísimos excesos, “que por la distancia de sus cortos recursos no eran fáciles de remedio”9. Una aclaración final: la justicia del orden hispánico era jurisdiccional, variada y superpuesta. Por lo tanto, lo realmente existente eran las justicias, representadas en los alcaldes pedáneos, los capitanes a guerra, los tenientes de éstos, los alcaldes de la Hermandad o los cabos de justicia. Pero además estaban los alcaldes ordinarios, regidores, comandantes de milicias, los miembros del Tribunal del Consulado y, por cierto, los virreyes, los gobernadores con sus tenientes y subdelegados, los curas y

6 Marie-Danielle Demélas, La invención política. Bolivia, Ecuador, Perú en el siglo xix (Lima: ifea/iep, 2003), 61-67.

7 Raúl Fradkin, El poder y la vara, 19.

8 Las nociones de “centro-periferia” y “bolsillos de independencia relativa”, en Edward Shils, Center and Periphery: Essays in Macrosociology (Chicago: University of Chicago Press, 1975), citado por Elizabeth Montañez-Sanabria, “Contrabandistas, piratas e indios en el Darién, 1660-1745” (ponencia presentada en el Seminario Economía del Virreinato de la Nueva Granada. Bogotá, Colombia, junio 6-8, 2012). El concepto de periferia también es trabajado por Charles R. Cutter, “La magistratura local en el norte de la Nueva España: el caso de Nuevo México”, Anuario Mexicano de Historia del Derecho 4 (1992): 31. 9 “Defensa del Gobierno”, 87.

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los obispos. Y un tema también importante era que la administración de justicia entrañaba formas específicas de ejercicio del poder y de relaciones políticas tejidas en la vecindad.

1. Un juez eclesiástico imparte justicia distributiva

El caso que se presenta a continuación ilustra sobre el papel de los párrocos en la vida pública de un sitio ante la ausencia del juez laico. Los sitios fueron lugares o parajes ocupados por “gente libre”, asociados a la agricultura, tierra y agua favorable. En teoría, un alcalde pedáneo ejercía la administración de justicia, pero todo parecía que comenzaba y terminaba bajo la mirada vigilante del párroco10.

Según el relato de los testigos convocados por el cura del sitio de Chiriguaná (en la provincia de Santa Marta), don Bartolomé Sánchez de Molleda, promediando las ocho de la noche del 17 de enero de 1748, el sacristán de la iglesia, don Joseph Ruiz, luego de visitar a su compadre don Francisco Carrera, caminaba por la calle Real en dirección a la casa del citado cura. Era una noche de luna clara, cuando de un lugar de la plaza inmediato a la iglesia aparecieron ocho enmascarados que le propinaron una fuerte golpiza, en la cual emplearon, además, el palo de una lanza y machetes. Como consecuencia de ella, el sacristán quedó con un brazo roto y contusiones en varias partes del cuerpo. En medio de la avalancha de golpes alcanzó a gritar, pero nadie lo socorrió. Intentó alcanzar la casa del cura, pero pareció percatarse de que estaba más próxima la de su compadre, donde al final encontró abrigo y fueron atendidas sus heridas y contusiones. Mientras tanto, el cura, al escuchar “diferentes porrazos y golpes, como en una puerta, y como fuese el tumulto tan grande, y amotinado el sitio, o, vecindario por las voces y clamores”, tocó a rebato las campanas de la iglesia a la espera de que alguna gente concurriese en socorro de la víctima. Sin embargo, la gente que el cura esperaba permaneció encerrada en sus residencias. Luego de dos horas de sucedido el incidente, el cura salió de la iglesia y se dirigió a las casas “de las principales cabezas”, o sea, los vecinos notables y honorables del sitio, para requerirles sobre su omisión en el auxilio que debían haber prestado, elevarles su voz de protesta por los resultados que se evidenciaron y recibir información sobre los hechos acaecidos. El silencio fue absoluto. Entonces, el cura, con tres testigos, a falta de notario o escribano, decidió convertirse en cabeza de proceso sin “intención [de] mezclarme por los resultados que de este hecho se originasen en causa criminal, sino en la que de mi fuero sea, y competa, en la omisión de juez laico”11.

10 Real Academia Española, Diccionario de Autoridades (s-z) (Madrid: Real Academia Española, 1739), 122, 2, consultado el 11 de abril de 2012, <http://ntlle.rae.es/ntlle/SrvltGUILoginNtlle>; “Decreto nombrando Alcalde Pedáneo para el próximo año de setecientos cuarenta y nueve. Dado en Cartagena de las Indias en doce de diciembre de mil setecientos, cuarenta y ocho años. Don Sebastian de Eslava. Por mando de su excelencia”, en Archivo General de la Nación (agn), Bogotá-Colombia, Fondo Empleados Públicos de Bolívar, t.30, ff.553-555. 11 agn, Fondo Milicias y Marina, t.64, f.329v.

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A partir de lo anterior surgen varios interrogantes: ¿A quién se refería el cura con lo de “omisión de juez laico”? ¿Quién representaba esa autoridad en el sitio de Chiriguaná? ¿Por qué el cura Sánchez de Molleda decidió convertirse en cabeza de proceso? ¿Al fuero del que gozaba el eclesiástico le eran inherentes competencias judiciales y atribuciones de juez? ¿Por qué el atentado fue contra el más fiel ayudante del cura en los oficios religiosos? ¿El atentado contra el sacristán fue fortuito o un hecho premeditado por algunos vecinos que le querían advertir sobre algo personal? Por último, ¿cuál era la causa o el motivo por el cual los vecinos principales del sitio se negaron a informarle o declararle sobre lo “visto u oído” en cuanto a los hechos? En primer lugar, la misma noche del atentado también hubo un “segundo alboroto”. Luego del ataque al sacristán, los enmascarados llegaron a la casa de Pablo Montilla, “rompieron, y desquiciaron la puerta en tropel” con el fin de sacar a Clemente de Escalona, quien estaba escondido en su interior. Escalona había declarado como testigo a favor del cura días antes en una causa seguida contra el Alférez de milicias, Juan Salvador de Espinosa, el teniente Marcos Márquez y don Bernardo de la Rosa, por “todos los atrasos en sus bienes, así de ganado, como casa”. Este último se limitó a señalar que eso era calumnia y sólo era cierto lo que se decía en público: “los vecinos no querían por tal cura al presente”12.

Para intervenir en la causa mencionada el cura asumió la condición de juez eclesiástico, ante la carencia en el sitio de un juez laico. Los jueces eran personas públicas, constituidas por legítima autoridad con jurisdicción para ejercer justicia, que daban a cada uno de los litigantes lo que le correspondía conforme al derecho y al resultado del proceso. Aunque el juez podía ser eclesiástico o secular, el primero ejercía la jurisdicción eclesiástica o para causas puramente espirituales o conexas, o en personas del fuero eclesiástico. Por el contrario, el juez secular era quien ejercía la jurisdicción real y, en causas profanas, de lo que se trataba. La jurisdicción era propiamente la que constituía al juez, la cual no era otra cosa que una potestad de conocer y sentenciar en causas civiles y criminales, concedida por pública autoridad, porque toda jurisdicción emanaba del monarca por título legítimo, sin que pudiese tener origen en particulares. La jurisdicción en general se dividía en suprema, a la cual llamaban sumo imperio, y en jurisdicción propiamente dicha. El sumo imperio o suprema jurisdicción residía sólo en el Emperador, Rey o Príncipe Soberano, quien no reconocía superior en lo temporal. En este caso, el rey de España en todos los dominios de la Península y en la América, como dueño de la suprema, concedía jurisdicción ordinaria a jueces y magistrados para el conocimiento y la decisión de cualesquiera especies de causas civiles y criminales13.

12 agn, Milicias y Marina, t.64, f.330r.

13 José María Álvarez, Instituciones de derecho real de España, t, i (Madrid: Imprenta de Repullés, 1829), 224-225. También, Beatriz Patiño Millán, Criminalidad, ley penal, 147.

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Por consiguiente, el nuevo proceso que el cura inició por el atentado al sacristán y el rechazo hacia su persona, que era de pública voz, le proporcionaba suficientes razones terrenales para impartir justicia más allá de la eclesiástica, ya que el principal aliado de las “principales cabezas” era el capitán a guerra del sitio, don Eugenio de Roxas, quien junto a Juan de Amoscotegui eran “cabeza y motor de todo lo que acontece”. Sin embargo, el cura, una vez tuvo los testimonios de los vecinos, tanto de quienes declararon a su favor como de los supuestos autores de “los continuos alborotos, y motines que continuamente, aquí se levantan”, remitió copia del expediente al virrey del Nuevo Reino de Granada y a Juan Nieto Polo del Águila, obispo de la diócesis y provincia de Santa Marta, para que sentenciaran en la causa, según “la justicia distributiva premiando buenos y castigando malos”14.

El motivo principal por el cual Chiriguaná carecía de juez laico o secular era que los mismos personajes que ahora se enfrentaban al cura habían colocado “pasquines contra el Alcalde y Justicias” obligándolos a salir del sitio15. En los sitios, la justicia era impartida por un Alcalde pedáneo, que siempre estaba acompañado de dos cabos de justicia. Su jurisdicción estaba limitada al sitio y poseían facultades para resolver en primera instancia los delitos menores y dictar sentencia sobre ellos. Cuando las causas civiles y criminales revestían mayor gravedad, debían remitirlas al alcalde ordinario de la ciudad o villa en cuyo distrito estaba ubicado el sitio o lugar. Los jueces pedáneos recaudaban rentas cuando, por algunas circunstancias, los oficiales de la Real Hacienda se ausentaban. Por lo tanto, la presencia de este tipo de justicia en el sitio de Chiriguaná era imprescindible, y a su carencia atribuía el cura Sánchez de Molleda la ocurrencia de las mencionadas sublevaciones. Por esa razón, en la misma representación remitida desde la villa de Mompox proponía a las autoridades superiores los nombres de “tres sujetos, para de ellos mismos nominar Vuestra Excelencia el alcalde pedáneo”16. La estadía del cura en esa villa era más bien un refugio disimulado, ya que también manifestaba su preocupación porque no estaba convencido de que el Maestre de Campo, José Fernando de Mier y Guerra, “tuviese la comisión bastante para aquietar el sitio”17. Al final triunfó la justicia eclesiástica: a “los motinistas por el sacrílego y malvado fin de no querer cura, sino el que se les antojaba”, les fueron impuestos el más severo castigo y extrañamiento “de la tierra para que no la contaminen con su mal ejemplo como mala semilla de su libertad”. Algunos fueron señalados de “pardos montaraces” que no obedecían a su pastor y que para vivir a sus anchas habían convertido el sitio en una “rochela de malvados”. Otros fueron 14 agn, Milicias y Marina, t.64, f.335r.

15 agn, Milicias y Marina, t.64, f.335v.

16 agn, Milicias y Marina, t.64, f.346r. La elección de este tipo de alcaldes o jueces tenía lugar mediante la presentación de una terna enviada al gobernador de la provincia. 17 agn, Milicias y Marina, t.64, f.345r.

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sentenciados a pagar multas de cincuenta pesos cada uno: Bernardo de la Rosa, el Alférez Juan Salvador y el capitán a guerra Eugenio de Roxas, quien, además, fue “por público excomulgado incurso en el capítulo siquis suadante Diabolo, apartado del gremio de la Santa Iglesia”18.

2. La justicia de un alcalde pedáneo: igualar las clases de blancos y pardos

El siguiente caso, aunque no involucró a un párroco —ya que fue entre jueces laicos o seculares—, estuvo recreado por festividades religiosas, sin ser lo determinante. A mediados del año 1800 y transcurridos unos días desde la celebración de la fiesta del santo patrono del sitio de San Antonio de Padua de la Soledad, en la provincia de Cartagena, su alcalde pedáneo, Antonio Coll, le escribió al gobernador provincial sobre los hechos acaecidos el domingo 20 de junio, en los cuales fue hollada la administración de justicia que él le subdelegó. La noche de ese domingo el alcalde ordenó a su ministro o cabo de justicia, Juan Zabalsa, que reuniera seis u ocho hombres e hicieran ronda por la plaza y recintos del lugar donde se realizaban rifas y otros juegos de azar, con el fin de evitar los escándalos públicos frecuentes durante esas festividades. En el centro de la plaza se presentaba una comedia organizada por los priostes, la cual era presenciada por Pedro Muñoz, corregidor del partido de Barranquilla, acompañado de José María Bonafe. Una vez finalizada la comedia, los dos personajes comenzaron a dar vueltas por los otros puntos de diversión, cuando apareció el cabo de justicia. Entonces, el Corregidor, sin mediar palabra, comenzó a golpearlo con su látigo y lo mandó a poner preso “diciéndole ser un perro que hacía días le tenía ganas”. El cabo sólo atinó a preguntar: “que cuantos mandaban aquí”. Al emprender su regreso al sitio de Barranquilla, el capitán se encontró con el alcalde pedáneo y le dijo que si él “era hechura” del gobernador, él “lo era del Excelentísimo señor Virrey”19.

A medianoche el corregidor volvió de nuevo a Soledad con ocho hombres armados, sacó de la cárcel al cabo de justicia y fuertemente atado lo condujo detenido a Barranquilla. Mediante decreto, el gobernador conminó al capitán a guerra de Barranquilla para que suspendiera su procedimiento y liberara al ministro. Por el contrario, Pedro Muñoz invocó su condición de capitán a guerra, corregidor, justicia mayor, juez ordinario y de comisos del

18 agn, Milicias y Marina, t.64, ff.341-344. Énfasis en el original.

19 “D. Pedro Muñoz capitán aguerra del sitio de San Nicolás de Tolentino con documento se queja de los procedimientos de aquel alcalde pedáneo que intenta usurparle la jurisdicción ordinaria. Año de 1800”, en agn, Empleados Públicos de Bolívar, t.22, f.830r. Partido era un distrito o territorio que estaba comprendido en la jurisdicción o administración de una ciudad principal que le llamaban “su cabeza”. Comprendía varios sitios o pueblos, en donde la administración de justicia la ejercía un juez de primera instancia. Real Academia Española, Diccionario de Autoridades (o-r) (Madrid: Real Academia Española, 1737), 141, 1, consultado el 11 de abril de 2012, <http://ntlle.rae.es/ntlle/SrvltGUILoginNtlle>.

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partido de Barranquilla, e inició auto sobre los procedimientos del alcalde haciendo comparecer ante él “los testigos más visibles e idóneo de este vecindario”20. Hasta aquí se observan varios hechos significativos siendo el más importante, el poder acumulado por los capitanes a guerra en el lapso de medio siglo, si tenemos en cuenta el caso anterior ocurrido en el sitio de Chiriguaná. Durante ese tiempo se adelantaron varias reformas, y las competencias de los corregidores se limitaron progresivamente al ámbito local. Algunas funciones militares de los capitanes a guerra fueron suprimidas y trasladadas a los cuerpos milicianos divididos en regimientos, batallones y compañías, que reclutaban vecinos de todos los colores. A partir de 1770, la aplicación del Reglamento cubano en la creación del sistema miliciano en el Nuevo Reino de Granada fortaleció los derechos y privilegios del vecino con el estatus militar, por la creación borbónica de las milicias disciplinadas. Esto contribuyó a delimitar la administración de justicia entre los alcaldes pedáneos, los capitanes a guerra y el estamento militar21.

En 1769 fueron creados en las ciudades los cargos de alcaldes de cuartel y alcaldes de barrio, con la misión de apoyar la política local de abastos y la administración de los pósitos. Los alcaldes de barrio eran una especie de juez pedáneo con competencia administrativa limitada a un barrio o parroquia, encargados de levantar padrones de todos los vecinos del barrio, vigilar las tabernas y pulperías, los juegos de azar ilegales, y que se cumplieran los bandos referidos al alumbrado y a la limpieza22. Una tendencia parecida se observa para los corregimientos constituidos por sitios, parroquias, lugares o ciudades y villas, algunas de estas últimas en pleno proceso de despoblamiento, que hacía imposible el sostenimiento de justicia y regimiento por carencia de recursos. Tal fue el caso de las villas de Tenerife y Ayapel, las ciudades de Cáceres, Zaragoza y Simití, a las cuales, aunque siguieron conservando sus títulos, les fueron asignados capitanes a guerra23. Asimismo, según las características del lugar, los corregidores de capa y espada, de ascendencia aristocrática, fueron paulatinamente sustituidos por corregidores de letras. Las reformas de 1783

20 “D. Pedro Muñoz capitán aguerra”, f.831r.

21 “Demanda del miliciano Sebastián Josef Fuerte, contra el capitán aguerra de Barranquilla D. Francisco Alvarado”, 1785, en agn, Fondo Miscelánea, t.42, ff.409-443.

22 Javier Usoz, “La política ilustrada y el libre comercio de granos: las ‘Reflexiones económico-políticas’ (1768) de Tomás Anzano”, Historia Agraria 44 (2008): 21-51; Beatriz Patiño Millán, Criminalidad, ley penal, 149-154.

23 Las referencias sobre los capitanes a guerra son escasas en la historiografía colombiana. Ver: María Teresa Ardila y Lucella Gómez, “Una sociedad de frontera: El bajo Cauca-Nechí a finales del período colonial”, en Fronteras. Territorios y metáforas, ed. Clara Inés García (Medellín: iner, Universidad de Antioquia, 2003), 273-287; Marta Herrera Ángel, Ordenar para controlar. Ordenamiento espacial y control político en las llanuras del Caribe y en los Andes Centrales neogranadinos. Siglo xviii (Bogotá: icanh/Academia Colombiana de Historia, 2002), 148-156.

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pretendieron facilitar, también en el caso de los corregidores y alcaldes, el tránsito a una situación de predominio de burócratas con formación jurídica24. Una tendencia contraria a esto último empezaba a imponer la costumbre de algunos alcaldes pedáneos de no residir en los sitios de su jurisdicción. Estos lugares terminaban entonces “gobernados por los cabos de justicia que por lo general son zambos o negros”25. Ahora bien, la presentación que hace Pedro Muñoz ante el gobernador de la provincia de Cartagena era parte fundamental de la acumulación de funciones estatales introducidas por las diversas reformas. Funciones que eran asignadas según las características del sitio o lugar donde se ejercía la jurisdicción y donde, por consiguiente, no existía un conjunto de funciones predeterminadas vinculadas a una cadena dominada por el principio de delegación jerárquica que uniese el centro a la periferia26. El título de capitán a guerra del partido

de Barranquilla concedido a Muñoz también tenía anexos otros, como el de corregidor, justicia mayor, juez ordinario y de comisos, los cuales en la práctica terminaban mutándose en poder político. En su momento, Pedro Muñoz emplearía ese poder contra el alcalde pedáneo de Soledad, quien en época pasada lo había hecho salir del sitio por hallarse “escandalosamente abarraganado con una moza”27. Cabe anotar que Muñoz obtuvo el cargo de corregidor mediante solicitud presentada al Virrey, lo cual le concedía superior jurisdicción sobre el alcalde Coll. Asimismo, el capitán a guerra, como vecino y alcalde pedáneo que había sido de Soledad, logró tejer una red de relaciones con las personas respetables del sitio. Ello explicaría las cualidades personales de los testigos que desfilaron ante él en su función de juez ordinario: Pedro Juan Visbal, hacendado y negociante de algodón; Juan Salvador González, negociante de algodón que sacaba por el sitio de Guáimaro, en la provincia de Santa Marta; Luis Calvo, quien también había sido alcalde del sitio; Francisco Dolores de Llanos, diputado del Real Consulado de Soledad; José Antonio Bonafé, quien tenía demandado al alcalde Coll en ese tribunal por una deuda de más de trescientos pesos, y Gregorio Donado, “los pocos de su parsería”28.

24 Christian Windler, Elites locales, señores, reformistas. Redes clientelares y monarquía hacia finales del Antiguo Régimen (Sevilla: Universidad de Sevilla, 1997), 29-31. 25 “Representación que hizo a Va. Exa.. Don Pedro Escalante vecino de esta ciudad solicitando la capitanía aguerra de los sitios de Baranoa, Sabanalarga, Palmar de la Candelaria, Santa Catalina y Santa Rosa. Cartagena 20 de octubre de 1787”, en agn, Empleados Públicos de Bolívar, t.10, f.393. 26 Antonio Hespanha, Vísperas del Leviatán (Madrid: Taurus, 1989), 26-27. 27 “D. Pedro Muñoz capitán aguerra”, f.831.

28 “Representación al Exmo. Sr. Virrey Manuel Antonio Flórez de los vecinos de este sitio del de Soledad con el estilo de que abusan de costumbre valiéndose del común vecindario. Barranquilla Diciembre 27 de 1772”, en agn, Empleados Públicos de Bolívar, t.25, f.445.

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Las declaraciones de los testigos mezclarían asuntos de negocios con señalamientos tendenciosos sobre el alcalde pedáneo. Por ejemplo, Pedro Juan Visbal declaró que conocía a Antonio Coll desde hacía dieciséis años, cuando aquél se hizo vecino de Soledad. Le constaba que era un hombre inútil para el fomento de ese vecindario y para cualquier “empleo de la república”, y que inicialmente trabajó de carpintero de ribera. Luego Coll pasó a ser “tratante”, en cuya actividad tuvo negocio con su padre Jaime, quien también había sido alcalde pedáneo del sitio, y con el propio Pedro Juan, en un flete de pacas de algodón, las que pretendió pagar a seis reales cada una, cuando el precio acordado fue de ocho. Por esa razón, su difunto padre lo había demandado ante el alcalde de esa época, don Luis Calvo, quien intercedió en el negocio, y los Visbal se transaron en siete reales. De igual manera, había oído de voz pública que cobraba un mayor precio al establecido por el pesaje de ganado destinado al abasto común del vecindario, sobre todo cuando la compra era de un número crecido de reses de su hacienda 29.

En su declaración, Juan Salvador González señaló al alcalde como “hombre escaso de inteligencia que falta al cumplimiento de su obligación, en el ministerio que ejerce”. Manifestaba que a él fue incapaz de administrarle justicia en el negocio de unos deudores de una lista que le entregó, y luego se la “dio por traspapelada”. También conocía que administraba justicia sólo en personas honradas, para causarles perjuicio, como en el caso de Juan Crisóstomo Marín, a quien mantenía preso en la casa donde funcionaba la prensa de algodones del capitán de pardos Alejo Caro, no “existiendo medio válido, como su edad avanzada, que influyera en soltarlo para su curación, como parece de caridad, y justicia”30. Otras declaraciones estaban cargadas de palabras despectivas contra la fama, el mérito y la opinión del alcalde. Lo señalaban como una persona “falto de letras, y capacidad”, de resistirse al pago de deudas contraídas; que en público trataba “al señor corregidor de hambriento, culo limpio, prometiendo le quitaría la ‘gineta’”; es decir, la forma de montar a caballo. Muchos concluían señalando lo grave para “este pobre vecindario padeciendo con un juez, que no sabe distribuir la justicia”, ya que, según ellos, estaba determinada “por pasiones, utilidad propia, y caprichos”, como sucedía con las matanzas de ganados, vacas y cerdos, y el reparto de maíz, “luego este alcalde no es padre de la República, y si diremos es padrastro de ella”31. En un sitio como el de Soledad, con una alta cantidad de vecinos libres de todos los colores, era ineludible para el alcalde pedáneo tratar con pardos, zambos, negros y otras

29 “D. Pedro Muñoz capitán aguerra”, f.832r.

30 “D. Pedro Muñoz capitán aguerra”, f.833v.

31 “D. Pedro Muñoz capitán aguerra”, ff.832-846.

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mixturas raciales32. A ellos también debía distribuirles justicia sin menoscabo de “los principios de su vara”, sobre lo cual un testigo declaró que en una ocasión el alcalde le halló un cerdo robado a un zambo apodado “Bella Luz”. Cuando apareció una negra reclamando la propiedad del animal, él simplemente dijo que “lo había repartido a los pobres”33. Sus contradictores consideraban esa práctica como una carencia de justicia, ya que era notorio que cualquier demanda, “por trivial que fuera, mandaba se presentasen por escrito, de modo que en lugar de tranzar, acordar y aquietar los ánimos, los indispone por tomar parte de costas, y que los adláteres tengan que coger”34.

Esos mismos contradictores denunciaban como un hecho grave que en una de las dos veces que lo nombraron mayordomo en la Semana Santa, mandó a la esclava de un vecino a que arrojara la cera sobrante en la puerta de la casa de uno de los notables del sitio. Aún de mayor gravedad consideraron lo que realizó para unas fiestas de San Juan, de las que lo excluyeron por negarse a pagar cinco pesos. En respuesta a su exclusión, el alcalde pedáneo dijo que si su “San Juan quería salir, saldría por sus pies”. Cuando recibió de los mayordomos del Señor Sacramentado las papeletas para que los vecinos hicieran los altares, para la estación del día y octava del corpus, les colocó Don a “todas las clases de personas blancos, y pardos, a todos los hizo iguales” generando el mayor “rebullicio” entre los primeros35. Reunidos los testimonios y demás partes procesales, el capitán a guerra remitió al gobernador de la provincia todos esos documentos. Este funcionario desvió la atención que ameritaba el caso y sólo solicitó a Pedro Muñoz un informe detallado del decomiso practicado sobre los efectos de una fragata inglesa capturada en la playa de Sabanilla, “inmediato a una isla que nombran Portovelillo [Puerto Velillo] correspondiente a mi jurisdicción”. En su respuesta el capitán Muñoz se disculpó atribuyendo la tardanza en la entrega del informe al hecho de encontrarse ocupado en las desavenencias que le causaba el alcalde de Soledad por querer igualar su “limitada jurisdicción pedánea, con la extensiva de la ordinaria que tiene anexa el aguerra”36. Para el gobernador el tema del cargamento decomisado parece haber alcanzado mayores dimensiones que el conflicto con el alcalde pedáneo, además de sembrar demasiadas dudas,

32 Según el censo de 1780, el sitio de Soledad tenía un total de 2232 almas, de las cuales 2077 eran “libres”, 91 blancos, 63 esclavos y 1 eclesiástico. “Padrón de la Provincia de Cartagena”, en agn, Sección Colecciones, Fondo Enrique Ortega Ricaurte, Serie Censos de Población, caja 37, doc.1. 33 “D. Pedro Muñoz capitán aguerra”, f.844.

34 “D. Pedro Muñoz capitán aguerra”, f.844r. 35 “D. Pedro Muñoz capitán aguerra”, f.845r.

36 “D. Pedro Muñoz capitán aguerra”, f.849r-v.

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como se colige de las quejas del capitán a guerra ante la actitud del comisionado enviado por el Ministerio de Marina, quien lo primero que hizo a su llegada fue entregarle un oficio del gobernador. En el documento el gobernador le pedía que dejara todo en manos del comisionado; aunque el capitán a guerra dio cumplimiento a lo ordenado, decía experimentar todo “[…] lo contrario con detrimento de mi honor, infamándome con la mala nota de ladrón

por acumularme había extraído algo de dicho cargamento sin podérmelo justificar por ser todo fuera de verdad acreditándose por el apunte del cargamento que tenían que

hallaron completo, además que yo no volví más a dicha fragata después de aquel rato que estuve en ella para su reconocimiento, y aunque de esta injuria me quejé de agravio al

señor gobernador para que hiciera darme la condigna satisfacción que me correspondía no solo no se ha verificado, pero ni tampoco habérseme satisfecho ciento once pesos y seis reales en que me pensioné, distribuidos en costos, y gastos que en mi disposición

se ocasionaron como consta de la cuenta, que acompaño con la misma solemnidad, debiéndoseme abonar las dietas que me corresponden sin embargo de otra igual que tengo pasada al Ministerio de Marina, que no he tenido aun ni contestación”37.

El extravío de efectos decomisados fue recurrente durante el período tardocolonial neogranadino, así como también era frecuente la pérdida de la vara, símbolo de autoridad, gobierno y justicia de los alcaldes pedáneos, cabos de justicia y los capitanes aguerra. Por cierto, algunas veces la pérdida de la vara alcanzaba niveles violentos en ese mundo rural en extremo politizado.

3. Un capitán a guerra pierde su vara

A principios de 1803, Víctor Salcedo de Somodevilla —coronel de infantería, gobernador militar y político de la provincia de Antioquia y su capital, juez subdelegado de reales rentas estancadas y superintendente de minas y caminos—, de común acuerdo con Antonio Viana —teniente de gobernador y asesor del gobierno provincial—, comisionaron al ministro Juan Varela para que se trasladara al pueblo de indios de Sabanalarga y, con orden de su justicia, aprehendiera a Juan de los Santos, vecino de la ciudad de Cáceres, sospechoso de cometer, junto con otros vecinos, excesos contra el capitán a guerra de aquella ciudad38. La documentación resultante de ese proceso judicial permite aproximarnos no sólo al tema de la justicia en el mundo rural sino también al de la cultura política del Antiguo

37 “D. Pedro Muñoz capitán aguerra”, f.850r.

38 “Autos N° 1 seguidos sobre averiguar los excesos cometidos por los vecinos de Cáceres contra su Capitán Aguerra D. Juan Bautista Valiente; sus motores y las causas que los estimuló a exceso semejante atentado y tratar de la causa. Juez comisionado Don José Pantaleón González”, en agn, Fondo Historia Civil, t.11, ff.241-424.

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Régimen, tan difícil de adjetivar, ya sea como tradicional o moderna. De igual manera, permite —a diferencia del caso anterior de Soledad, en el cual la mayoría de testigos fueron personajes honorables del sitio— escuchar a los de la “esfera inferior”, a los de “abajo”, quienes por su condición de vecinos, y a través de la acción colectiva, expatriaron un capitán a guerra “cuyos procederes son desviados de la recta razón”39. A fin de cuentas, se trataba de una cultura del reclamo y la protesta que se identificaba en todas las esferas de la sociedad con la defensa del bien común, la distribución de la justicia y el ejercicio del buen gobierno. El acceso a la justicia era la aspiración que los vasallos, aun los más “distantes”, tenían de sus gobernantes, y la razón por la cual las prácticas alrededor de su administración estaban fundamentalmente basadas en el cumplimiento de los principios centrales de la justicia distributiva: reciprocidad y equidad. Este elemento articulaba la relación señor-vasallo e impulsaba al reclamo y las representaciones cuando se alteraba el equilibrio entre la autoridad de los gobernantes y la obediencia de los vasallos —sustento del pacto—40. Administrar justicia desconociendo esos elementos fue lo que hizo el capitán a guerra de Cáceres. El episodio inició durante la misa de un domingo normal, cuando el cura vicario de Cáceres, Miguel Salgado Durán, comenzó a sermonear a los feligreses “sobre los bailes y diversiones por las calles”. De repente se levantó el capitán a guerra Juan Bautista Valiente colocándose en la mitad de la iglesia y le dijo al cura: “[…] si aquellas puyas que estaba echando eran con él; que advirtiera que con él no

había de jugar, que mandara en su casa que él mandaba en sus calles. A lo que res-

pondió el señor cura vicario: que él no se metía con él [con Juan Bautista Valiente], que estaba exhortando su gente; y volteándole la espalda dicho señor cura continuó la misa, con lo que se concluyo el pasaje primero”41.

39 “Autos N° 1 seguidos sobre averiguar”, f.351v.

40 Natalia Silva Prada, “Cultura política tradicional y opinión crítica: los rumores y pasquines iberoamericanos de los siglos xvi al xviii”, en Tradición y modernidad en la historia de la cultura política. España e Hispanoamérica, siglos xvi-xx, eds. Ricardo Forte y Natalia Silva Prada (México: Juan Pablos Editor/Universidad Autónoma Metropolitana, 2009), 89-143; Natalia Silva Prada, “El disenso en el siglo xvii hispanoamericano: formas y fuentes de crítica política”, en Cultura política en América. Variaciones regionales y temporales, eds. Ricardo Forte y Natalia Silva Prada (México: Juan Pablos Editor/Universidad Autónoma Metropolitana, 2006), 19-42; Gabriela Tío Vallejo, “Los ‘vasallos más distantes’. Justicia y gobierno, la afirmación de la autonomía capitular en la época de la intendencia. San Miguel de Tucumán”, en Dinámicas de Antiguo Régimen y orden constitucional, ed. Marco Bellingeri (Turín: Otto Editore, 2000), 217-260. Para la Nueva Granada, ver los trabajos de Margarita Garrido, Reclamos y representaciones. Variaciones sobre la política local en el Nuevo Reino de Granada, 1770-1815 (Bogotá: Banco de la República, 1993) y “Libres de todos los colores en Nueva Granada: Identidad y obediencia antes de la Independencia”, en Cultura política en los Andes (1750-1950), eds. Cristóbal Aljovín de Losada y Nils Jacobsen (Lima: ifea/Fondo Editorial unmsm, 2007), 245-266. 41 “Autos N° 1 seguidos sobre averiguar”, f.243v.

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El segundo pasaje con un final tumultuoso sucedió en los dos días siguientes, a raíz de la afirmación del capitán a guerra, refiriéndose al cura, “de tener el gusto de quebrarle los dientes, y mantenerlo a mazamorra”. Este nuevo incidente tuvo su origen en el decomiso de dos cerdos que el cura había recibido como pago de una deuda cuyo responsable era el patrón de bogas, quien tenía un denuncio por una obligación similar contraída con un vecino honorable de la ciudad. Ante la negativa del cura de entregar los cerdos, el capitán fue hasta la casa de éste acompañado de cuatro hombres armados de un trabuco (escopeta) y cabuyas. Esta vez el cura no se opuso al decomiso de los animales y le dijo al capitán: “esas son usuras, que eso no era robar, sino rapiñar”42.

De regreso a la casa del juzgado con el decomiso, el capitán a guerra procedió a iniciar causa criminal contra el cura tomando las respectivas declaraciones. Su principal propósito era encarcelar al cura, lo cual generó la reacción del vecindario de Cáceres. Durante la noche, un rumor sordo comenzó a esparcirse por los sitios y pueblos aledaños. A la mañana siguiente el rumor se había convertido en un verdadero grito. La reunión de los vecinos frente al juzgado era un tumulto. Los líderes del tumulto entraron al juzgado, en donde el capitán tomaba las últimas declaraciones, y le pidieron que desocupara la ciudad en una barqueta con sus bogas que le tenían lista. Lo primero que hizo un vecino fue quitarle la vara o bastón, y otros lo tomaron por los brazos, lo sacaron a la calle y lo llevaron hasta un árbol, donde lo “remacharon con una herradura de un pie”. Los vecinos regresaron pero a la casa de Norberto Monroy, a quien llevaron a la plaza, le entregaron la vara y le encomendaron que cuidara “la caja del Rey, y administrara justicia”. Monroy se dirigió con su séquito al juzgado, abrió el baúl del capitán y sacó el oro y la plata pesándolos delante de testigos. Luego tomó veinte patacones y, dirigiéndose todos adonde estaba remachado el capitán, se los entregó para su transporte. Por último, procedieron a colocarle un par de grillos y lo embarcaron río abajo, en la barqueta propiedad de una mujer nombrada Juana Lucrecia Blanquiser43. Al poco tiempo Norberto Monroy entregó la vara a Domingo Solar, quien la aceptó con la condición de que sólo fuera reconocido como teniente de capitán a guerra. En años anteriores Solar había obtenido empleo de cabo de justicia, y Monroy había sido capataz o mayordomo de la hacienda del cura. Al lado del eclesiástico aprendió a contar y leer en latín, ya que ofició de sacristán desde temprana edad, hasta que se separó del cura para convertirse en tratante o negociante. Esta última actividad fue señalada por algunos

42 “Autos N° 1 seguidos sobre averiguar”, f.244v.

43 En lo esencial, se reproduce el relato de los testigos, sin excepción alguna. “Autos N° 1 seguidos sobre averiguar”, ff.245-287 y 295-340.

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testigos y sublevados como su oficio principal, entre los cuales cabe destacar a un vecino de Chiriguaná, Agustín Torres, identificado con el alias de “Florecita”, y a dos vecinos de Tolú. Sin embargo, la mayoría de los testigos declararon ejercer el oficio de labrador, pescador, boga, aserrador de maderas y labrador de minas. También hubo sublevados que declararon su condición racial y su convicción de lo que hicieron y por qué participaron en el motín contra el capitán a guerra, aun con alguna elocuencia magistral que superaba los alegatos ambiguos de sus abogados defensores44. Francisco Cortez, quien bajo juramento declaró ser casado, de calidad mulato, vecino de Cáceres, de 35 años, con oficio aserrador de maderas y labrador de minas, reconoció la causa de su prisión y que lo había puesto preso el comisionado José Pantaleón González. Señaló que su participación en el tumulto no fue para defender al cura, ya que éste tenía los esclavos de su hacienda que lo podían hacer; sino por lo “estragado del capitán”. Manifestó que él “sabía del respeto que debía tener a los jueces reales, y que no ignoraba el delito que cometía, pero si la pena de que sería acreedor. Nombraron juez porque había intereses del Rey, y el Rey era primero que todo, como vasallo del Rey sabía que necesitaba de un juez, que los gobernara”45. El zambo Juan Francisco Duarte, quien fue el que le hizo perder la vara al capitán, luego de declarar ser de oficio “montaraz con alguna inteligencia en minas”, señaló su veneración y respeto por la “autoridad real, pero las opresiones que hacia Valiente al vecindario” eran insufribles. Por su parte, Domingo Solar dirigió una representación al Virrey con la noticia de que el mismo día que “cometieron el motín pasó a la casa del dicho capitán aguerra e hizo inventario de los intereses que había en ella”. Reservó los de real hacienda en poder de Juan Tomás Fernández; los demás eran del capitán expatriado46. Con esas declaraciones, el Síndico Procurador General Fiscal nombrado para los autos que se les seguían a los vecinos de Cáceres no dudó en interpretar que los hechos y sus “excesos tan inauditos” merecían sin contemplación un castigo serio, ya que “lo cierto es que la procacidad de los reos” demostraba que en Cáceres se intentó establecer “una especie de gobierno democrático diputando sujeto como Domingo Solar que les administrase justicia a su antojo, gusto, o contemplación con desprecio de las leyes de la Monarquía”47.

44 Por ejemplo, uno de los defensores renunció sin explicación alguna; otro “declino a la defensa del infeliz Cortez por incompatibilidad”, y un tercero que se mantuvo hasta el final era administrador de aguardientes y naipes. “Autos N° 1 seguidos sobre averiguar”, ff.349-354. 45 “Autos N° 1 seguidos sobre averiguar”, ff.340-342. 46 “Autos N° 1 seguidos sobre averiguar”, f.281.

47 “Autos N° 1 seguidos sobre averiguar”, f.348r. Énfasis del autor.

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Lo más probable es que los vecinos de Cáceres no pensaban establecer un gobierno democrático; ni siquiera entendían su significado o jamás llegaron a escucharlo de las justicias o los representantes de la autoridad real en el ámbito local. Muy diferente a la información que manejaba el Procurador General, quien sí debía conocer lo que pasaba al norte de la península Ibérica, en la vecina Francia, aunque fuera de manera imprecisa. Lo que reclamaban y clamaban los vecinos era que su juez laico nombrado por el Virrey impartiera justicia distributiva, de la que sí tenían noticia por las “pláticas dominicales” del cura.

Reflexiones finales

La administración de justicia en las sociedades rurales neogranadinas recrea un mundo politizado por el mismo carácter de la justicia impartida: jurisdiccional, variada, con diversos elementos tomados de la costumbre. También proporciona otros matices como el de la existencia de unas instituciones y autoridades en una comunicación permanente con los centros de poder virreinal. En últimas, a ellos acudían para las sentencias finales, aunque luego no se cumplieran. También estaban los vecinos y su percepción de la justicia, la cual no dejaban de clamar se les administrara según los principios universales de la sociedad monárquica. La condición de vecino era importante porque con ella las personas o los individuos se incluían en esa sociedad reconocida como desigual, jerárquica y corporativa, pero en la cual no se discutía ni colocaba en el centro de la discusión la legitimidad del rey. Por lo tanto, toda disputa estaba signada por la consigna “Viva el rey, muera el mal gobierno”, con la cual se separaba la figura del rey —vista como paternal, sagrada, legítima— de la forma de gobierno despótica ejercida por los malos funcionarios. La mayoría de súbditos combinaban su malestar frente a la mano dura de los gobernantes con una visión del monarca como fuente de justicia, y apelaban a este sentido de justicia para defenderse a sí mismos ante la desafortunada eventualidad de un arresto. En últimas, los jueces o justicias, sin distinción, acudían a las juntas de vecinos, quienes siempre pedían ser oídos en justicia, y aunque las reformas e instrucciones que se intentaron aplicar produjeron el efecto contrario al esperado por las autoridades reales, esto era corregido de inmediato, ya que la legitimidad real no podía quedar en el centro de la discusión. En último término, capitanes aguerra, alcaldes pedáneos, curas, y hasta cabos de justicia, eran los puentes o vínculos obligatorios entre los vecinos y el sistema de administración de justicia. Si ellos fallaban o cometían excesos, intervenían instancias superiores como los gobernadores, virreyes, o los tribunales reales. Lo esencial era la permanencia de un orden jurídico y de una manera de entender la justicia, cuya administración determinaba las actividades, los comportamientos y las prácticas de los actores.

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Carencias materiales, respetabilidad y prácticas judiciales en Perú durante los inicios de la RepúblicaÏ

Pablo Whipple

Profesor Asistente del Instituto de Historia de la Pontificia Universidad Católica de Chile (Santiago, Chile). Licenciado en Historia de la Universidad de Valparaíso (Valparaíso, Chile) y Doctor en Historia de la Universidad de California (Davis, Estados Unidos). Actualmente sus investigaciones se centran en el estudio del sistema judicial peruano a inicios del período republicano, y los procesos de construcción identitaria en Chile durante la primera mitad del siglo xx. Es autor de “¿Apostando por la república?: decencia, apuestas e institucionalidad republicana durante la primera mitad del siglo xix en Lima”, Contracorriente 6: 3 (2009): 1-35, y de La gente decente de Lima y su resistencia al orden republicano. Jerarquías sociales, prensa y sistema judicial durante el siglo xix (Lima: iep, 2013, en prensa). pwhipple@uc.cl

artículo recibido:

26 de julio de 2012 27 de septiembre de 2012 modificado: 18 de noviembre de 2012 aprobado:

doi:

10.7440/histcrit49.2013.04

Ï Esta investigación recibió financiamiento del Fondo de Ciencia y Tecnología de Chile (Fondecyt), Proyecto Iniciación 11090353. Agradezco a Paulo Drinot, José Ragas y William San Martín, que hicieron comentarios a un primer borrador del artículo, y a Camila Gatica, Diego Vilches y Beatriz Leal, quienes han sido ayudantes de investigación en distintos momentos del desarrollo del proyecto.

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Carencias materiales, respetabilidad y prácticas judiciales en Perú durante los inicios de la República

Carencias materiales, respetabilidad y prácticas judiciales en Perú durante los inicios de la República

Resumen: Este artículo estudia las carencias materiales que tuvo que enfrentar el poder judicial peruano en los primeros años de vida republicana y busca entender cómo estas carencias incidieron sobre la administración de justicia. Se argumenta que la voluntad de las autoridades por crear un poder judicial independiente, profesional y de presencia nacional inmediatamente después de lograda la independencia resultó impracticable, lo que afectó de un modo directo la reputación de los jueces y formalizó una serie de prácticas irregulares en torno a los tribunales de justicia, que no desaparecieron, a medida que el país ganó mayor estabilidad política y económica.

Palabras clave: Perú, Estado, administración de justicia, profesión jurídica, burocracia.

Material shortages, respectability and judicial practices in Peru in the early Republic

Abstract: This paper studies the material shortages faced by the Peruvian judicial power in the early years of the Republic and seeks to understand how these deficiencies affected the administration of justice. We argue that the goal of the authorities to create an independent, professional, and nationwide judicial power immediately after independence was unattainable, directly affecting the reputation of judges and formalizing a series of irregular practices surrounding the courts. Said practices did not disappear as the country gained greater political and economic stability.

Keywords: Peru, State, administration of justice, legal profession, bureaucracy.

Carências materiais, respeitabilidade e práticas judiciais no Peru durante o início da República

Resumo: Este artigo estuda as carências materiais que o poder judicial peruano teve que enfrentar nos primeiros anos de vida republicana e procura entender como estas carências incidiram sobre a administração de justiça. Argumenta-se que a vontade das autoridades de criar um poder judicial independente, profissional e de presença nacional imediatamente após a conquista da independência acabou sendo impraticável, o que afetou diretamente a reputação dos juízes e formalizou uma série de práticas irregulares em torno dos tribunais de justiça, que não desapareceram, à medida que o país ganhou maior estabilidade política e econômica.

Palavras-chave: Peru, Estado, administração de justiça, profissão jurídica, burocracia.

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Carencias materiales, respetabilidad y prácticas judiciales en Perú durante los inicios de la República

Luego de promulgada la Constitución de 1834, el gobierno del general Luis José Orbegoso planificó una serie de ceremonias públicas para que con la debida solemnidad se jurara la nueva carta magna por “las autoridades civiles, militares y eclesiásticas, y por todos los pueblos de la nación”1. Las ceremonias comenzarían el día 19 con el juramento del Ejecutivo, ocasión en la que

debían concurrir a la casa de gobierno, “a caballo y en traje de ceremonia”, las más altas autoridades del país2. Al salir de la ceremonia habría salvas de artillería y un repique de campanas en toda la ciudad. Por último, los cuerpos militares se formarían en todas las plazas de Lima, donde la Constitución sería leída a todos los habitantes de la capital. Al día siguiente, y luego de una misa de acción de gracias en la catedral, la Constitución sería jurada por el Presidente de la Corte Suprema, el Prefecto del Departamento y el Alcalde de la ciudad. Éstos, a su vez, tomarían juramento a sus subalternos, mientras que se pedía a los vecinos de la capital iluminar la ciudad y adornar sus casas. Finalmente, el día 22 la nueva Constitución sería llevada por oficiales del Ejército a todos los departamentos del país, donde sería publicada o leída en voz alta para que ningún ciudadano quedara sin jurar frente a ella 3. La promulgación y jura de la Constitución debía ser un momento solemne guiado por un ceremonial planeado con cuidado para que comunicara efectivamente la importancia que el evento tenía para la nación. Debía ser también un momento de unidad nacional para un país que enfrentaba por esos años un feroz faccionalismo político. Sin embargo, en una nota enviada al Ministro de Gobierno el 18 de junio, Tomás Forcada, presidente de la Corte Superior de Lima, explicó que sería imposible para los jueces de ese tribunal asistir a la ceremonia que presidiría el primer mandatario. La razón para excusarse no era política sino material, ya que, según la nota de los vocales de la Corte, se encontraban en una situación económica tan deplorable que no

1 “Decreto sobre el juramento y promulgación de la Constitución”, 10 de junio de 1834, en Juan Oviedo, Colección de Leyes, Decretos y Órdenes publicadas en el Perú desde el año de 1821 hasta el 31 de diciembre de 1859, vol. i (Lima: Felipe Bailly Editor, 1861), 99.

2 “Ceremonial para el juramento y promulgación de la Constitución”, 11 de junio de 1834, en Juan Oviedo, Colección de Leyes, vol. i, 118. 3 “Ceremonial para el juramento”, 119.

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tenían el dinero necesario para costear “caballos, monturas, ni otros artículos que se necesitan para asistir con la decencia y decoro” que correspondía a sus cargos4. Los jueces explicaban en su nota que su situación era desesperada. No se les pagaba el sueldo hacía meses, y bajo esas condiciones les era difícil sostener a sus familias, y lo que era peor aún, la situación afectaba su reputación como magistrados, y, por ende, de un modo directo a la administración de justicia. Forcada recordaba que en el pasado los vocales de la Real Audiencia “vivían llenos de opulencia, de respetabilidad y de recursos”, mientras que los jueces de la Corte Superior “carecen de todo recurso, no tienen respetabilidad, y son mirados con el desprecio más vergonzoso”5.

Al explicar por qué se encontraban en tan miserable situación, los jueces no culpaban a la escasez de recursos del país sino a cómo éstos se administraban, privilegiándose a la “milicia armada” por sobre la “milicia togada”. Los jueces argumentaban que así como el Ejecutivo buscaba recursos para financiar al Ejército, también tenía la obligación de conseguir los recursos para financiar la judicatura, siendo inaceptable que “el soldado más miserable” se halle “en mejor pie que un vocal, porque en medio de sus miserias [el soldado] cuenta con su rancho, vestuario, casa y vela”, mientras que “el vocal carece de todo, y hasta del agua si no la busca, o pide de misericordia”. La nota de los vocales al Gobierno concluía que no existía ninguna “razón política, moral, ni material” que los obligara “a hacer el sacrificio de asistir a caballo a la indicada función”, por lo que asistirían a pie, dado que de todas formas deseaban “complacer de algún modo al digno Jefe que nos gobierna”6. La queja de los jueces de la Corte Superior dejaba en evidencia la precariedad que afectaba al poder judicial, y si bien el tema de los sueldos impagos resultaba entendiblemente dramático para ellos, éste era sólo uno de los innumerables problemas que afectaban al sistema judicial, debido a las carencias presupuestarias de la época. Al mismo tiempo, los jueces mostraban su frustración y resentimiento al ver cómo uno de los poderes del naciente Estado republicano era abandonado a su propia suerte por autoridades que privilegiaban al Ejército sobre la Magistratura. Por último, la queja de los jueces desnudaba la contradicción que implicaba celebrar la nueva Constitución mientras los jueces que debían resguardar su cumplimiento se encontraban por meses impagos. Así, el ceremonial que debía acompañar el juramento de la Constitución no era más que la expresión pública de una voluntad que no tenía correlación con la realidad que vivía el poder judicial.

4 “Al Ministro de Gobierno”, 18 de junio de 1834, en Archivo General de la Nación (agn), Lima-Perú, Fondo Ministerio de Justicia (rj), Serie Corte Superior de Lima, (5.9), vol. 133, doc. 62/N21, f.1.

5 “Al Ministro de Gobierno”, f.1v. 6 “Al Ministro de Gobierno”, f.1v.

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Desde esta perspectiva, este artículo busca analizar el impacto que tuvieron las carencias materiales y humanas del naciente sistema judicial republicano sobre las prácticas judiciales de la época, y cómo éstas, a su vez, incidieron en la formación de la institucionalidad judicial de la temprana República. En este sentido, planteamos que existe un intersticio entre voluntad e imposibilidad material que fue formalizando prácticas que en definitiva fueron capaces de moldear las instituciones judiciales, y de las que luego fue muy difícil desprenderse, en la medida que Perú fue ganando estabilidad política y económica7. Con esto queremos contribuir al estudio de la formación estatal durante los inicios de la República analizando el impacto que tuvieron sobre este proceso la institucionalización de la burocracia judicial y las prácticas asociadas a ella. El estudio de la ley y lo legal se ha revitalizado en las últimas décadas apartándose del enfoque institucional que caracterizó en el pasado a la historia del derecho, dando paso a un análisis cada vez más centrado en los aspectos sociales y culturales de la administración de justicia8. Así,

de hablarse de la justicia en singular, pasó a hablarse de “las justicias”, privilegiándose el estudio de la experiencia y la cultura legal de los sectores subalternos9. De esta manera, se ha enfatizado el valor de la costumbre en la resolución de conflictos, en especial en zonas apartadas de los centros urbanos10, destacando el papel desempeñado tanto por la justicia de paz como por las instancias informales de resolución de conflictos11. Los estudios centrados en la justicia formal también se han renovado incorporando al análisis variables como la interacción entre el poder judicial y los procesos económicos, sociales y culturales en el tránsito de la Colonia a la República; el impacto que tuvieron los valores liberales

7 Seguimos lo planteado por Pierre Bourdieu, para quien toda actividad profesional forma un espacio social estructurado a partir de “prácticas” que lo definen como un “campo social” y que opera según lo que él conceptualizó como un habitus. Existe, por lo tanto, una serie de códigos y prácticas no necesariamente explícitos que dan forma al “campo jurídico” y que nos ayudan a entender el funcionamiento de lo legal en la sociedad. Pierre Bourdieu, “The Force of Law: Toward a Sociology of the Juridical Field”, The Hastings Law Journal 38: 5 (1986): 805-853. 8 Carlos Aguirre y Ricardo Salvatore, “Writing the History of Law, Crime, and Punishment in Latin America”, en Crime and Punishment in Latin America, eds. Ricardo Salvatore, Carlos Aguirre y Gilbert Joseph (Durham: Duke University Press, 2001), 1-32.

9 Ricardo Salvatore, Subalternos, derechos y justicia penal. Ensayos de historia social y cultural argentina 1829-1940 (Buenos Aires: Gedisa, 2010), 15; Raúl Fradkin, “El poder, la vara y las justicias”, en El poder y la vara. Estudios sobre la justicia y la construcción del Estado en el Buenos Aires rural (Buenos Aires: Prometeo, 2007), 11.

10 Sobre la cultura legal en zonas periféricas, ver Charles Cutter, The Legal Culture of Northern New Spain 1700-1800 (Albuquerque: University of New Mexico Press, 1995).

11 Sobre la justicia rural en Argentina, ver, por ejemplo, los trabajos editados por Raúl Fradkin, El poder y la vara; y La ley es tela de araña. Ley, justicia y sociedad rural en Buenos Aires, 1780-1830 (Buenos Aires: Prometeo, 2009). Sobre instancias informales, ver Benoît Garnot, “Justice, infrajustice, parajustice et extra justice dans la France d’Ancien Régime”, Crime, Histoire et Sociétés 4: 1 (2000): 103-120.

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en la organización de la administración de justicia republicana, y la incidencia que tuvieron sobre lo judicial el origen social de los abogados y sus redes familiares12. Como sostienen Aguirre y Salvatore, lo legal no puede ser entendido como un proceso autónomo de lo social y lo cultural, y de ahí la importancia de estudiar a los grupos que se resisten a la ley, como también la cultura de quienes la definen desde arriba, focalizándonos en los espacios en que interactúan ambos saberes13. De esta forma, se aborda el potencial pedagógico de la ley, y es posible definir el impacto que una infinidad de instituciones y actores —tanto especialistas como legos— tuvieron sobre la cultura legal de la población14.

Creemos sin embargo que es necesario volver a las instituciones desde la perspectiva de la posibilidad material y el valor pedagógico, ya no de la ley, sino de la práctica que nace de los tribunales en un escenario donde los procedimientos tienen también un valor pedagógico preponderante sobre la cultura legal de los individuos. Nos alejamos así de las leyes civiles y criminales para centrarnos en un aspecto clave de la administración de justicia al que no se le ha prestado suficiente atención: las prácticas cotidianas de los tribunales y sus reglamentos. Esto resulta relevante para un período en el que el naciente Estado republicano no estuvo en condiciones de dar forma concreta a la burocracia judicial, haciendo que las constituciones y los reglamentos de tribunales se limitaran a enunciar una voluntad, y que los límites entre la justicia formal e informal se tornaran difusos. Contribuimos así al estudio de los “aspectos cotidianos de la formación del Estado” al focalizar el análisis en ese punto donde se intersecan las experiencias de los individuos con los rituales y rutinas estatales15. En esta misma línea de análisis, la investigación que aquí desarrollamos estudia la relación entre Estado y burocracia según lo planteado por Juan Carlos Garavaglia, para quien el Estado es un poder separado de la burocracia que lo institucionaliza, al mismo tiempo que esa burocracia es “una forma de estructuración social que tiende a ritualizar conductas y comportamientos de acuerdo a ciertos códigos compartidos y que, a la vez, exige de la sociedad una adecuación creciente a esos códigos”16. Al mismo tiempo, al abordar la imposibilidad material

12 Ver, por ejemplo, los artículos en Eduardo Zimerman, ed., Judicial Institutions in Nineteenth-Century Latin America (Londres: Institute of Latin American Studies, 1999); Víctor Uribe-Urán, Vidas honorables. Abogados, familia y política en Colombia 1780-1850 (Medellín: Universidad eafit/Banco de la República, 2008); María Rosaria Stabili, “Jueces y justicia en el Chile liberal”, en Constitucionalismo y orden liberal en América Latina, 1850-1920, ed. Marcelo Carmagnani (Turín: Otto Editores, 2000), 227-258.

13 Carlos Aguirre y Ricardo Salvatore, “Writing the History”, 21.

14 Sobre los saberes legales de los no especialistas, ver Lila Caimari, ed., La ley de los profanos. Delito, justicia y cultura en Buenos Aires (Buenos Aires: fce, 2007).

15 Gilbert Joseph y Daniel Nugent, “Cultura popular y formación del Estado en el México revolucionario”, en Aspectos cotidianos de la formación del Estado, eds. Gilbert Joseph y Daniel Nugent (México: Ediciones era, 2002), 41-42.

16 Juan Carlos Garavaglia, “La apoteosis del Leviatán. El Estado en Buenos Aires durante la primera mitad del siglo xix”, Latin American Research Review 38: 1 (2003): 137-138.

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de la burocracia judicial buscamos contribuir al estudio de la corrupción en Perú siguiendo la propuesta de Alfonso Quiroz, quien sostiene que este fenómeno debe ser abordado tanto desde las variables independientes que causan el deterioro de las instituciones como desde la variable dependiente, es decir, la corrupción como producto de instituciones débiles, en un período donde “cambios judiciales e institucionales permiten la existencia de fisuras que pueden proveer nuevas oportunidades para una corrupción descontrolada o revitalizada”17.

1. El problema de los sueldos

Diez días después de asegurada la independencia del Perú en Ayacucho, Simón Bolívar comenzó a organizar el poder judicial de la nueva República, según lo estipulado en la Constitución de 1823. El 19 de diciembre de 1824 firmó el decreto que establecía la Suprema Corte de Justicia, que sería presidida por el destacado jurista Manuel Vidaurre18. Pocos días después, nuevos decretos establecieron las cortes superiores de Lima, Arequipa y Cusco, tribunales que se sumaban a la ya creada Corte Superior de Trujillo19 y que sustituían a las dos audiencias que existían en el momento de colapsar el régimen colonial. Acto seguido, correspondía nombrar jueces de primera instancia en todas las provincias, “arreglándose su número en cada una de ellas, según lo exija la pronta administración de justicia”20. Así, en pocos meses, el naciente Estado peruano se autoimpuso una tarea que le era material y humanamente imposible de asumir. Las arcas fiscales no contaban con los recursos necesarios para financiar la puesta en práctica del nuevo sistema judicial, como tampoco existían en el país suficientes abogados para cubrir todas las plazas que el sistema exigía para su funcionamiento en el ámbito nacional. De esta forma, la voluntad de dar al país un poder judicial profesional, independiente, y que estuviera presente en todo el territorio de la República, se encontró con dificultades iniciales que con el tiempo se fueron haciendo críticas. El primer problema que enfrentó la autoridad fue cómo pagar el sueldo de los jueces. Consciente de las limitaciones presupuestarias, el gobierno de Bolívar optó en 1824 por permitir temporalmente a los magistrados de primera instancia el cobro de derechos de actuación judicial, para que fuesen los mismos litigantes quienes pagaran los servicios de los

17 Alonso Quiroz, Corrupt Circles. A History of Unbound Graft in Peru (Washington dc: Woodrow Wilson Center Press, 2008), 9.

18 “Decreto estableciendo la Corte Suprema de Justicia”, 19 de diciembre de 1824, en Archivo Digital de la Legislación Peruana (adlp), consultado el 24 de julio de 2012, <http://www.congreso.gob.pe/ntley/Imagenes/LeyesXIX/1824025.pdf>.

19 La Corte Superior de Lima fue creada el 22 de diciembre de 1824, las de Cuzco y Arequipa el 1º de febrero de 1825. La Corte Superior de Justicia de Trujillo había sido creada el 26 de marzo de 1824. 20 “Constitución Política de la República Peruana”, 12 de noviembre de 1823, Art. 104, en adlp, consultado el 24 de julio de 2012, <http://www.congreso.gob.pe/ntley/Imagenes/Constitu/Cons1823.pdf>.

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jueces21. Esta situación, aunque no era nueva para los litigantes, no era la ideal. Durante la época colonial el pago de derechos judiciales por las actuaciones de primera instancia era la norma, pero el discurso republicano veía en estas prácticas una de las fuentes de corrupción del sistema judicial monárquico. La existencia de jueces pagados por el Estado en cada una de las provincias, en cambio, era vista como una medida que otorgaría independencia a la judicatura, reduciría el costo del acceso a la justicia y pondría fin a una serie de prácticas corruptas habituales en el “luctuoso gobierno español”22. El que los jueces recibieran dinero directamente de los litigantes era volver al pasado y se prestaba para suspicacias. Así lo entendieron los jueces de la Corte Superior de Lima, quienes escribieron al Gobierno haciéndole ver que esta medida, aunque temporal, no tenía justificación legal y degradaba a la judicatura. Era, además, “un mal intolerable al público”, pues se encarecía el acceso a la justicia y muchas veces se cometían arbitrariedades cobrando más de lo debido, de lo que resultaba “el abandono de los pleitos, a falta de numerario para sostenerlos”23. Por eso,

los jueces de la Corte recomendaban al Gobierno que al menos en Lima, donde sí había dinero, se pagara a los jueces de primera instancia los 1.500 pesos anuales prometidos, y que esto se hiciera con cargo al presupuesto municipal24. Las recomendaciones de la Corte fueron acogidas por el Gobierno. A inicios de 1826 el Prefecto de Lima comunicó al Ministro de Gobierno que la municipalidad de la capital contaba con recursos para pagar a los jueces, y, así, terminar con “los perniciosos efectos” que generaba el pago de derechos judiciales25. A fines de ese mismo año los jueces de primera instancia no fueron incluidos entre los funcionarios que podían cobrar derechos, en un nuevo reglamento de aranceles aprobado por el Gobierno26. El cambio, sin embargo, no significó el fin de los problemas. Los presupuestos públicos eran inestables y dependían de los constantes gastos militares, por lo que distintas autoridades se vieron obligadas en reiteradas ocasiones a recurrir a medidas paliativas como rebajar temporalmente los sueldos de los funcionarios públicos o reponer el cobro de derechos judiciales. En efecto, medidas pensadas como temporales se fueron transformando en la generalidad,

21 “Decreto sobre derechos judiciales”, 28 de mayo de 1824, en adlp, consultado el 24 de julio de 2012, <http://www. congreso.gob.pe/ntley/Imagenes/LeyesXIX/1824017.pdf>.

22 “Vecinos de Huamanga piden juez”, 17 de enero de 1830, en agn, Prefectura de Cusco, rj 1.2.7, 41/N15, f.1.

23 “Corte Superior de Lima sobre pago a jueces”, 21 de abril de 1825, en agn, Corte Superior de Lima, rj 5.9.131. N15, f.1. 24 “Corte Superior de Lima”, f.1v.

25 “Prefecto de Lima sobre dotación a jueces”, 4 de febrero de 1826, en agn, Prefectura de Lima, rj 9.14.221, 5/N74, f.1.

26 “Decreto disponiendo que rija el proyecto de derechos judiciales”, 10 de noviembre de 1826, en adlp, consultado el 24 de julio de 2012, <http://www.congreso.gob.pe/ntley/Imagenes/LeyesXIX/1826060.pdf>.

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poniéndose en práctica según determinaban las necesidades del momento. Ocurría también que las medidas decretadas por el Gobierno no podían ser aplicadas en todo el país, y coexistían jueces que eran pagados por el Estado con otros que cobraban derechos judiciales, lo que generaba gran confusión entre los litigantes y que fueran comunes los cobros abusivos27. Ante esta situación se pensó en crear impuestos especiales que permitieran financiar de manera permanente el nuevo sistema judicial. En enero de 1827 el Consejo de Estado decretó que se impondría un impuesto de medio real sobre la fanega de harina de trigo consumida en cada capital provincial, para pagar los sueldos de los jueces de primera instancia en cada departamento. La medida no sólo indicaba la desesperación del Gobierno central por financiar el sistema, sino también el desconocimiento que se tenía en Lima de la realidad en el interior del país. Al saber de la medida, el Prefecto del Cusco, Agustín Gamarra, hizo ver a las autoridades que un impuesto sobre el trigo no traería ningún beneficio a su departamento, donde la mayoría de la tierra estaba sembrada de maíz. Es más, agregaba, había provincias “que carecen de este grano y pueblos en que sus gentes nunca se alimentan con pan”28. Los reclamos por la falta de presupuesto para financiar el sistema eran permanentes y los jueces insistían en que la Magistratura estaba perdiendo el honor que la había caracterizado durante la Colonia 29. En las quejas de los magistrados confluía la preocupación tanto por la pérdida del honor como por la imposibilidad de cubrir sus necesidades materiales básicas. Citando antiguas leyes coloniales, los vocales argumentaban que un juez debía “tener lo suficiente para ser reverenciado y respetado por los vecinos y moradores de las Provincias en que administran Justicia”, y que los 3.000 pesos anuales que recibían no alcanzaba para ello. Como jueces, su actuar debía ser un ejemplo para la sociedad, no involucrándose en otros negocios, pero cada vez les era más difícil cumplir con aquellas exigencias. Sólo el arriendo de una casa ascendía a 800 pesos anuales, a lo que había que agregar el pago a sus sirvientes30. Ni siquiera los vocales de la Corte Suprema escapaban a esta situación. En 1832 Mariano Álvarez, presidente de la Corte, escribió al Gobierno para hacerle saber que hacía tres meses que no recibía su sueldo. Álvarez se quejaba de haber tenido que recurrir a préstamos para cubrir sus

27 Juan Bautista Ayllón, por ejemplo, juez de Huaraz, fue acusado de cobrar derechos judiciales ilegalmente, llegando a reunir más de dos mil pesos en sólo cuatro meses. “Al Ministro de Gobierno”, 11 de abril de 1840, en agn, Corte Superior de Lima, rj 5.9.133, 106/N19, ff.1-8.

28 “Prefecto de Cusco sobre dotación de jueces”, 12 de enero de 1827, en agn, Prefectura de Cusco, rj 1.2.7, 11/N111, ff.1-2. 29 “Corte Superior de Lima sueldo de vocales”, 1º de marzo de 1825, en agn, Corte Superior de Lima, rj 5.9.131, N11, ff.1-1v.

30 “Corte Superior de Lima”, f.1v. Según Víctor Uribe, a fines de la época colonial los oidores de la Audiencia de Bogotá recibían $3.300, pero en otras regiones podía llegar incluso a $7.000 al año. Víctor Uribe-Urán, Vidas honorables, 77.

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necesidades básicas, por lo que ahora tenía cien acreedores tocando a su puerta diariamente. Por ese motivo, pedía al Presidente de la República que se le pagara al menos un mes de lo adeudado, y, así, contentar de algún modo a los prestamistas31. El juez se vio obligado a escribir de nuevo al Gobierno dos meses después, ya que su sueldo seguía impago. Álvarez alegaba que la falta de sueldo le era ya insoportable y que su condición ya llegaba a “la indigencia, degradando el decoro del alto empleo con que la nación” había recompensado sus servicios. En esta oportunidad el juez proponía que se le pagaran los meses adeudados a través de un bono canjeable en efectivo sobre derechos de aduana, y que luego él podía negociar con algún comerciante de la capital, estando dispuesto a perder el porcentaje que fuese necesario en la negociación32.

La situación descrita por Álvarez dejaba en evidencia lo vulnerable que podía ser la independencia del poder judicial. Por una parte, los jueces debían a menudo rogar al Gobierno para poder subsistir. Esto lo podían hacer como corporación, pero en otras ocasiones, a título personal, lo que podía generar posibles espacios de coerción y negociación entre el Ejecutivo y algunos jueces. Lo mismo si éstos debían recurrir a comerciantes para negociar sus ingresos. Los magistrados eran conscientes de esta vulnerabilidad y sabían que su imagen pública se deterioraba día a día, y les era difícil mantener su independencia y alejarse de la corrupción 33. Algo similar argumentó Manuel Vidaurre en una extensa nota enviada al Gobierno en 1831. Junto con la denuncia de la miserable condición en la que se encontraban los jueces, advertía al Gobierno de los peligros que rondaban las cortes como producto de esta situación. El juez aseguraba que a pesar de encontrarse impagos por meses, la mayoría de los jueces “morirían en la indigencia antes de prostituirse vilmente”. Pero al mismo tiempo reconocía que algunos “no se dejarán perecer”, tal como había ocurrido con el vocal de la Corte de Trujillo, Juan Castro, quien en su testamento reconoció haber aceptado un cohecho luego de estar por meses impago34. Para Vidaurre era clave proteger la posición social de los magistrados a la hora de legitimar el poder de la judicatura y garantizar su independencia. La teoría política moderna, subrayaba, exigía la independencia de los jueces. Pero si bien sus decisiones ya no obedecían a la voluntad del Rey ni del Pontífice, se veían sometidos a una dependencia material que él consideraba aun “más 31 “Oficio al Ministro de Gobierno”, 15 de marzo de 1832, en agn, Expedientes de Jueces, caja 2, Carpeta Mariano Álvarez, f.1.

32 “Oficio al Ministro de Gobierno”, 16 de mayo de 1832, en agn, Expedientes de Jueces, caja 2, Carpeta Mariano Álvarez, f.1.

33 “Carta de los Magistrados de la Corte de La Libertad”, Mercurio Peruano, Lima, 23 de noviembre, 1832, 2.

34 Manuel Vidaurre, Notas de la Corte Suprema de Justicia reclamando la postergación de los sueldos y manifestando los males públicos que de ello resultan (Lima: Imprenta Masías, 1833), 4.

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humillante”. Un juez presionado por las exigencias de su familia y de sus acreedores no tendría la serenidad “indispensable para decidir en cuestiones complicadas de derecho”, haciendo que el juez más sabio se equipare “con el más ignorante”35. El conflicto con la Confederación Peruano-Boliviana agudizó aún más la situación. En 1838 la Corte Superior de Lima escribió de nuevo al Gobierno haciéndole ver las muchas privaciones que habían pasado en los últimos años y que se habían acentuado con la última revolución. Ya no les era posible subsistir porque, además de habérseles reducido el sueldo a la mitad, éste se pagaba cada tres meses. La suma escasez a la que estaban sometidos los tenía reducidos “a presentarse en público de un modo menos decente, lo que causa la poca consideración y acaso el desprecio de las personas y la consiguiente destrucción de la respetabilidad que es tan necesaria en los funcionarios que administran justicia”36.

Los jueces entendían que “los grandes gastos de la guerra exigen sacrificios de todos los ciudadanos” pero se sentían relegados frente a otros empleados de la lista civil, quienes se encontraban en mejor situación que ellos37. Al mismo tiempo, eran conscientes de que la compleja situación que sufrían tenía consecuencias sobre su labor. Explicaban al Gobierno que en “los innumerables negocios contenciosos que penden ante el tribunal” los litigantes ponían a consideración de los jueces “toda esperanza de mejorar fortuna”, lo que los llevaba a descargar su furor contra ellos, en caso de una sentencia adversa, sustentando sus ataques en la pobre situación económica por la que pasaban los magistrados. Según los jueces, que ellos siguieran administrando justicia sin recibir sus sueldos, “debía ser considerado como una virtud y [signo de] patriotismo”, pero la población lo interpretaba como “un crimen” al suponer la existencia de “intereses ocultos” a la hora de decidir los pleitos38. Efectivamente, las críticas a los jueces llenaban las páginas de los periódicos desde hacía años39. Ya en 1829 un artículo comentaba que se había hecho una moda criticar a los jueces por la prensa publicándose artículos que buscaban presionarlos, “a fin de que por temor o debilidad, fallen a medida de los deseos del articulista”40. Otro artículo, publicado en 1830, hablaba de lo común que era el cohecho entre los jueces, quienes “se dejan corromper por sórdidos intereses, violando las leyes y el honor, en vez de ser ejemplos de justicia y probidad”41.

35 Manuel Vidaurre, Notas de la Corte, 5.

36 “Corte Superior de Lima reclama”, 31 de enero de 1838, en agn, Corte Superior de Lima, rj 5.9.133, 81/N25, f.1. 37 “Corte Superior de Lima reclama”, f.1v.

38 “Corte Superior de Lima reclama sueldos”, 13 de julio de 1838, en agn, Corte Superior de Lima, rj 5.9.133, 100/N40, f.1v.

39 Sobre el uso de la prensa para interferir en la dictación de justicia, ver Pablo Whipple, La gente decente de Lima y su resistencia al orden republicano. Jerarquías sociales, prensa y sistema judicial durante el siglo xix (Lima: iep, 2013, en prensa), cap. 5.

40 Mercurio Peruano, Lima, 10 de enero, 1829, 2.

41 “Administración de Justicia”, Mercurio Peruano, Lima, 28 de agosto, 1830, 3.

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Los litigantes tenían razones para sospechar de los jueces, dada su vulnerabilidad. Ante la imposibilidad de pagar a los magistrados Agustín Gamarra decretó nuevamente a fines de 1838, la vigencia temporal de los derechos judiciales, incluso para los vocales de las cortes superiores y la Corte Suprema de Justicia, única manera de que los jueces recuperaran “la debida respetabilidad”42. Hacia 1840, una vez derrotada la Confederación e instaurada una nueva Constitución, las carencias de los jueces seguían siendo las mismas. Una nueva queja de la Corte Superior de Lima denunciaba que los jueces del tribunal llevaban cinco meses impagos, “contraviniéndose la orden suprema que dispuso su pago íntegro”, lo que en efecto había ocurrido con el resto de los empleados públicos. Los jueces explicaban que para poder subsistir “fue necesario someterse a la vergonzosa humillación de negociar un mes [de sueldo] con un extranjero con la pérdida de un 25%”, a lo que había que sumar el pago de un 2% de interés mensual en caso que el Gobierno no cumpliera con el pago del sueldo negociado con el prestamista43.

En mayo de ese mismo año los jueces volvieron a escribir al Ministro de Gobierno, pues ya completaban seis meses sin sueldo. De esta forma, el prestamista, que resultó ser el comerciante norteamericano Rollin Thorne, seguía gravando a los jueces con el 2% mensual, gracias a los compromisos que el Estado era incapaz de cumplir44. Bajo estas condiciones, las desconfianzas y críticas de la opinión pública tenían asidero, más aún si el mismo Thorne mantenía por ese entonces seis causas ante la Corte de Lima que debían ser sentenciadas por los mismos jueces a los que él les adelantaba su sueldo45. Estar sometidos con frecuencia a estas carencias fue generando en los jueces un resentimiento natural al sentirse continuamente desplazados por otras necesidades del Estado. La voluntad de darle efectivamente al país una burocracia judicial acorde con la retórica independentista sometía a los jueces a una constante presión. Debían estar a la altura del momento histórico que vivía el Perú, pero las demandas eran desmedidas para la realidad material que experimentaban. El propio Vidaurre hizo ver esta situación al Gobierno al recordarle que todo en la sociedad se compone de “derechos y obligaciones”. El Gobierno tenía consecuentemente el derecho de exigir de los jueces “la pureza, el estudio, la contracción [y] la imparcialidad”, pero el Ejecutivo

42 “Decretos de gobierno”, 20 de octubre de 1838, en agn, Expedientes Particulares, rj 1.6.19, f.1.

43 “Al Ministro de Gobierno por sueldos”, 6 de marzo de 1840, agn, Corte Superior de Lima, rj 5.9.133, 106/N15, f.1.

44 “Al Ministro de Gobierno”, 6 de mayo de 1840, en agn, Corte Superior de Lima, rj 5.9.133, 107/N31, ff.1-1v.

45 “Razones de causas vistas en la Corte Superior de Lima”, publicadas en El Peruano, Lima, varias ediciones, 1840-1843. Las razones de causas vistas ante las cortes superiores eran publicadas mensualmente en el diario oficial y otros periódicos desde 1826, como una forma de asegurar la agilidad de los procesos, ante las continuas quejas que acusaban la lentitud de los tribunales de justicia.

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tenía la obligación de “sustentar a los magistrados con el decoro correspondiente al rango que ocupan en la república”. Las autoridades de gobierno, alegaba Vidaurre, citaban con frecuencia a Arístides y a Catón como ejemplos que los jueces debían seguir, pero se olvidaban de que ambos habían sido hombres de fortuna, y si bien incluso en la pobreza era posible encontrar “muchos ministros justos; en el hambre y la miseria era muy difícil que se hallasen”46. Aunque hacia fines de la década de 1840 los conflictos militares fueron dando paso a mayor estabilidad política y el país contaba ahora con un presupuesto nacional sancionado por el Congreso, los conflictos salariales no desaparecieron del todo. En diciembre de 1848 los jueces de la Corte Superior de Arequipa reclamaron al Prefecto porque se encontraban impagos por tres meses, pese a que el país vivía ya “el largo espacio de casi cinco años de una profunda paz” bajo el gobierno de Ramón Castilla47. La nota molestó al Prefecto, quien escribió al Gobierno acusando a la Corte de escribir un “incivil e inmerecido reclamo”. Según el Prefecto, el reclamo era inmerecido, ya que la ley de presupuesto claramente establecía que se debía dar preferencia al pago de la fuerza armada48. En efecto, la Ley de Presupuesto de 1848 establecía el pago prioritario a los militares por sobre los jueces y el resto de la lista civil, a quienes se les pagarían sus sueldos por partes, en caso que por “causa extraordinaria no haya fondos para el pago total”49. Esto venía a institucionalizar una situación que los jueces ya habían sufrido por más de dos décadas y que generaba resentimientos entre los miembros del poder judicial. Como veremos en las páginas siguientes, el pago de los sueldos no era la única instancia que hacía a los jueces sentirse como miembros de segunda clase del naciente Estado republicano.

2. Jueces ausentes

En la administración colonial las labores de la judicatura estaban muchas veces integradas a las ejecutivas, y en zonas periféricas del imperio la justicia era asumida de manera usual por militares o autoridades civiles que no tenían estudios formales en derecho50. La idea republicana de crear un poder judicial profesional e independiente no sólo enfrentaría problemas presupuesta-

46 Manuel Vidaurre, Notas de la Corte, 3.

47 “Al Prefecto del Departamento”, 7 de diciembre de 1848, en agn, Prefectura de Arequipa, rj 1.1.2, N50, f.8. 48 “Al Ministro de justicia”, 20 de diciembre de 1848, en agn, Prefectura de Arequipa, rj 1.1.2, N50, f.1.

49 “Ley de presupuesto general para 1848 y 1849”, 27 de marzo de 1848, en adlp, consultado el 24 de julio de 2012, <http://www.congreso.gob.pe/ntley/Imagenes/LeyesXIX/1848028.pdf>.

50 Ver Charles Cutter, The Legal Culture, 3-11 y 47-102; y “El imperio ‘no letrado’: en torno al derecho vulgar de la época colonial”, en Justicia, política y derechos en América Latina, eds. Juan Manuel Palacio y Magdalena Candioti (Buenos Aires: Prometeo, 2007), 169-180.

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rios, sino que además chocaría con la falta de capital humano para ponerlo en práctica, dejando rápidamente en evidencia que no existía en el país el número suficiente de abogados que pusiera en práctica el nuevo sistema51. La Constitución de 1823 establecía la separación de los poderes del Estado, por lo que la administración de justicia de primera instancia ya no podía recaer en funcionarios que también ejercieran labores ejecutivas. Tampoco podía ser ejercida por individuos que no tuvieran título de abogado. Para ser juez de primera instancia, la Constitución establecía que además del título se debía ser mayor de 30 años y “haber ejercido la profesión cuando menos por seis años con reputación notoria”52.

Pocos días después de dictados estos decretos, sin embargo, el propio presidente de la Corte Suprema, Manuel Vidaurre, escribió al Gobierno haciéndole saber que en Trujillo no había jueces que se hicieran cargo de la Corte de dicha ciudad, y que tampoco había “un solo abogado que defienda los pleitos”, ante lo cual proponía se entregara el título de abogado con sólo un año de práctica y que se premiara con 200 pesos a los jóvenes abogados que quisieran viajar al norte53. La idea de dar un premio en dinero a los abogados que fueran a zonas remotas era imposible para el escuálido presupuesto nacional, pero la idea de dar el título de abogado a quienes aún no habían terminado su práctica fue bien recibida por el Gobierno. Es más, ante la falta de jueces en el sur del país, se optó dos años después por entregar el título de abogado a jóvenes de Puno que no tenían estudios formales en derecho, pero que actuaban de manera informal como tales. Sólo se les exigiría haber practicado por dos años y dar los exámenes correspondientes ante la Corte Superior más cercana54. El problema de los sueldos sin duda agudizaba también la escasez de abogados dispuestos a asumir como jueces. En octubre de 1826 José Fernández Dávila, fiscal de la Corte de Arequipa,

51 Hacia fines de la Colonia existía preocupación entre las autoridades por el alto número de abogados. Una vez consolidada la Independencia, la percepción cambió y el número de abogados fue considerado insuficiente. En Perú existían 177 abogados hacia 1811, con un promedio de 1,6 abogados por cada 10 mil habitantes, cifra muy por debajo de los promedios de Francia, Inglaterra y Estados Unidos. Víctor Uribe-Urán, “La América Latina colonial y postcolonial: ¿tierra de abogados y leguleyos?”, en Naciones, gentes y territorio. Ensayos de historia e historiografía de América Latina y el Caribe, eds. Víctor Uribe-Urán y Luis Javier Ortiz (Medellín: Universidad de Antioquia, 2000), 237-244. Es probable que ese número bajara luego de la Independencia, con la partida de abogados realistas a España. Según una lista de los abogados en la jurisdicción de la Corte Superior de Lima de 1826, el número llegaba a sólo 87, de los cuales 74 residían en Lima, 2 en el Callao, 1 en Lurín, 1 en Chilca, 2 en Ica, 1 en Huaura, 1 en Jauja, 1 en Huarochiri, 1 en Huaraz, 1 en Cerro de Pasco y 2 en Huánuco: “Lista de abogados de Lima”, 15 de julio de 1826, en agn, Corte Superior de Lima, rj 5.9.131, L8/N143, ff.1-5. Ver también Rogelio Pérez, Los abogados de América Latina. Una introducción histórica (Bogotá: Universidad Externado de Colombia, 2004), 61-72. 52 “Constitución Política”, 12 de noviembre de 1823, art. 105.

53 “Sobre falta de abogados”, 23 de marzo de 1825, en agn, Corte Suprema de Justicia, rj 6.1.162, N9, f.1.

54 “Dar título de abogado a jóvenes puneños”, 13 de junio de 1828, en agn, Expedientes Particulares, rj 1.6.19, N88, f.1.

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comunicó al prefecto del departamento su renuncia al cargo “que honrosamente le encomendó el libertador” en 1825. Si bien el fiscal entendía que esta situación se debía a la escasez que sufría el erario nacional, argumentaba que ya llevaba un año sin sueldo y que se mantenía “a su propia costa”. Además, dada la escasez de abogados, muchas veces debía cumplir labores de juez suplente en la Corte, funciones que no eran remuneradas55. La renuncia de un juez generaba una cadena de problemas asociados. De partida, no era fácil reemplazarlo, y las causas quedaban detenidas por meses a la espera del nuevo juez. Si se trataba de una Corte Superior, la plaza podía ser ocupada de manera momentánea por un conjuez residente en la ciudad hasta que se nombrara un reemplazante, y en caso de no existir un abogado disponible, se promovía transitoriamente a uno de primera instancia. Se producía así una alta rotación de magistrados, y las voluminosas causas que ya llevaban años de tramitación debían ser asumidas por jueces que desconocían los detalles de los procesos56.

En el caso de los tribunales de primera instancia, ante la ausencia del juez, sus labores podían ser asumidas con interinidad por la máxima autoridad ejecutiva del departamento o provincia, que muchas veces no contaba con los conocimientos para ello. En noviembre de 1827 el intendente de Ica escribió al Prefecto de Lima para notificarle que el juez de la provincia había renunciado “porque en tres años de servicio no se le ha pagado sueldo alguno”. Al intendente le preocupaba “la mezcla de ambos poderes en una mano”, pero más le preocupaba tener que asumir un cargo que, según él, no podía ni debía administrar, por su desconocimiento del derecho57. El mismo general Orbegoso, que llamaría años después a celebrar de manera solemne la promulgación de la Constitución de 1836, pasó por una situación similar cuando era prefecto de La Libertad, diez años antes. Orbegoso escribió en mayo de 1826 al presidente de la Corte Suprema, Manuel Vidaurre, para pedirle desesperadamente que se proveyeran los cargos vacantes para juez de primera instancia y vocales de la Corte Superior de Trujillo. Debiendo él mismo asumir la judicatura como prefecto del departamento, Orbegoso confesaba a Vidaurre “no poder más con este nuevo cargo”, ya que “yo no soy abogado”. Apelando a la amistad que tenía con la máxima autoridad judicial del país, Orbegoso terminaba su

55 “El prefecto de Arequipa dirige solicitud”, 4 de octubre de 1826, en agn, Prefectura de Arequipa, rj 1.1.1, L10/N148, f.1.

56 Un artículo publicado en 1844 hablaba de lo importante que eran los relatores y actuarios en la administración de justicia frente a jueces que nada sabían de los procesos. “Ladrones en el Carrizal”, El Comercio, Lima, 29 de noviembre, 1844, 4. Una opinión semejante tenían los abogados de la Gaceta Judicial, quienes en 1861 argumentaban que los relatores podían engañar a los jueces. “Abusos y reformas al Poder Judicial”, Gaceta Judicial, Lima, 22 de junio, 1861, 3. 57 “Al prefecto del departamento”, 27 de noviembre de 1827, en agn, Prefectura de Lima, rj 9.14.221, 18/N84, f.1.

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nota pidiéndole que lo sacara “de estos conflictos, interponiendo su poderoso influjo en el supremo gobierno”58. A los jueces impagos y plazas vacantes se sumaban otros problemas. Al no poder cumplir con la promesa de tener un juez en cada provincia, los magistrados se transformaban en funcionarios itinerantes, o por el contrario, la población debía recorrer grandes distancias para acudir a ellos. En caso de ser el juez el que se trasladaba dentro de su jurisdicción, se transformaba en un juez ausente la mayor parte del tiempo. Pedro José Flores, juez de primera instancia de Ayacucho, por ejemplo, se quejaba en 1830 porque se le había reducido su sueldo en una cuarta parte, situación que consideraba aun más injusta, dado que a pesar de haber sido nombrado para ejercer la judicatura de Huamanga, en realidad la ejercía también en las provincias de Huanta, Cangallo y Anco59.

Otros jueces solían pedir licencias para asumir funciones legislativas o eran llamados a ocupar algún cargo de gobierno, ya que la Constitución no establecía la incompatibilidad de cargos. Cuando esto ocurría, reemplazar a los ausentes podía tomar meses, sobre todo en provincias, dada la dificultad para conseguir magistrados60. La crítica situación económica que vivían hacía también que los jueces se ausentaran de sus labores, para encargarse de otros negocios y así obtener los ingresos que el Estado no les entregaba. En 1842, por ejemplo, una de las salas de la Corte de Arequipa funcionaba con sólo uno de los tres vocales que la componían, por la ausencia de los jueces Sánchez y Gómez, quienes no podían ser reemplazados porque el juez sustituto también había pedido licencia para “hacerse cargo de las tareas de su hacienda”61. Se abusaba también de las licencias médicas, que eran usadas por algunos jueces, no para recuperarse de alguna enfermedad, sino para ocuparse en otras actividades. Tal fue el caso, por ejemplo, del juez de Cañete Agustín Alcántara. El 9 de marzo de 1846 el Prefecto de Lima envió una nota preguntando a la Corte Superior de la capital si Alcántara tenía licencia para estar en Lima. La Corte respondió que, en efecto, el juez había pedido permiso para ausentarse por problemas familiares, pero que el permiso no se le había entregado aún62. El

58 “Sobre suspender Corte de Trujillo”, 28 de mayo de 1826, en agn, Corte Suprema de Justicia, rj 6.1.162. L164, f.1.

59 “Informe pidiendo no se descuente dinero de sueldos”, 6 de septiembre de 1830, en agn, Juzgados de Primera Instancia, rj 10.1.234, 41/N98, f.1v.

60 Los casos son numerosos. A modo de ejemplo, ver “Intendente de Ica pide sustituir a juez nombrado al congreso”, 20 de enero de 1828, en agn, Prefectura de Lima, rj 9.14.221, L19/N145; y “Pide remplazantes para jueces de la Corte Superior de Lima que asumirán como diputados”, 2 de agosto de 1847, en agn, Corte Superior de Lima, rj 5.9.135. 61 “Al Ministro de Gobierno”, 18 de febrero de 1842, en agn, Prefectura de Arequipa, rj 1.1.1, f.1.

62 “Prefecto de Lima a la Corte Superior”, 9 de marzo de 1846, en agn, Expedientes de Jueces, caja 1, carpeta Agustín Alcántara, f.1.

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conflicto escaló todavía más cuando el Prefecto se enteró de que al mismo tiempo que el juez pidió licencia ante la Corte por problemas personales, había hecho lo mismo ante el Gobierno pidiendo cuatro meses de permiso, “alegando enfermedades que no padece, porque si así fuese no se le vería públicamente paseándose en esta capital”63. La voluntad de las autoridades republicanas de reformar por completo la burocracia judicial tan pronto se logró la Independencia –creando nuevas cortes, asegurando la independencia del poder judicial y reservando la judicatura sólo para aquellos con títulos de abogado– era un proyecto en realidad impracticable que generaba una permanente inestabilidad sobre el sistema. Un proceso muy distinto fue el que vivió la reforma de la legislación civil y penal. Tuvieron que pasar casi treinta años para que se aboliera la legislación colonial, período en el cual convivieron legalmente dos sistemas de codificación, en una lenta transición que Jorge Basadre describió como un período en el que los peruanos vivieron bajo “un sistema legal intermedio”64. Esa lenta transición dista mucho de la urgente voluntad de reformar la burocracia judicial. Ésta buscó materializarse de manera radical tan pronto fue lograda la Independencia, lo cual generó un vacío que dio pie para la formalización de una serie de conductas nacidas al amparo de la imposibilidad práctica de llevar adelante una reforma de tal magnitud. La rotación y la ausencia de jueces fueron tan altas que se podría asegurar que en algunos departamentos la burocracia judicial era formalmente inexistente. A modo de ejemplo, cuando el Gobierno pidió al Prefecto de Cusco en 1833 que informara de aquellas provincias en las que no se había nombrado juez de primera instancia, éste respondió que sólo en las de Abancay y Aymaraes. Añadía, sin embargo, que siendo rigurosos, tampoco había jueces de primera instancia en las de Urubamba, Calca, Cotabambas, Chumbivilcas y Tinta, donde, si bien se habían nombrado jueces, éstas estaban “en abandono”, ya fuese porque sus jueces propietarios habían “marchado al congreso, ya por licencias [o] por enfermedades”65.

3. La miseria de las Cortes

Ante las situaciones descritas, no sorprende que las condiciones materiales de los juzgados y cortes fuesen también paupérrimas. Pocos meses después de que Simón Bolívar decretara la

63 “Prefecto de Lima al Ministerio de Justicia”, 15 de marzo de 1846, en agn, Expedientes de Jueces, caja 1, carpeta Agustín Alcántara, f.1.

64 Jorge Basadre, Historia del Derecho Peruano (Lima: Universidad de San Marcos, 1997), 347. Ver también Fernando de Trazegnies, La idea del Derecho en el Perú republicano del siglo xix (Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú, 1980). Sobre la evolución del derecho civil peruano, ver Carlos Ramos Núñez, Historia del derecho civil peruano: siglos xix y xx, 6 tomos (Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú, 2003-2006).

65 “El Prefecto de Cusco informa necesidad de jueces”, 12 de junio de 1833, en agn, Prefectura de Cusco, rj 1.2.8, 57/N98, f.1.

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creación de la Corte Superior de Arequipa, el tribunal escribió al Gobierno haciéndole ver que los jueces carecían “de los útiles necesarios para su decencia”. Las sillas, alfombras, e incluso los tinteros, del más alto tribunal de la provincia eran prestados, y sus dueños exigían su devolución66. Además de los muebles, la Corte necesitaba copias de la “las leyes de partida, de la novísima recopilación, las de indias, recopilación de decretos” y tratados de juristas españoles67. A la carencia de útiles se sumaba que la Corte había sido instalada de manera provisional en una casa cuyo espacio era insuficiente para albergar a los jueces y funcionarios que componían las dos salas de la Corte y al público que a diario asistía a ver sus causas. Para solucionar este inconveniente, la Corte pidió al Gobierno que la trasladara a la Casa de los Gremios, que era propiedad del Estado y cumplía con las características necesarias para su funcionamiento68. La respuesta del

Gobierno, sin embargo, fue negativa, e informó a la Corte que por orden del Libertador Simón Bolívar, la Casa de los Gremios era ocupada por el general de División Jacinto Lara, comandante general de este Departamento, a quien era “justo prestarle las mayores consideraciones”69. La situación en la Corte Superior de Lima era semejante. La falta de códigos afectaba la pronta administración de justicia, según los jueces, puesto que no siempre tenían a mano los textos que debían consultar. Por eso, pedían a la autoridad conseguir los textos necesarios, pero a pesar de la urgencia de la solicitud, el Gobierno respondió que los fondos públicos no permitían costear los códigos requeridos y que los jueces siguieran usando los que tenían70. Ante la negativa del Gobierno, los jueces de la Corte Superior recurrieron a la Corte Suprema a principios de 1827, pidiendo el dinero necesario para los libros y también para que se asearan y repararan las salas del despacho, por encontrarse “faltas de todo decoro y compostura”. Los jueces adjuntaban a su petición un presupuesto que alcanzaba a los 3.850 pesos, y que les permitiría pintar las salas, componer mesas, comprar sillas y doseles, y reemplazar antiguos terciopelos, vidrios y alfombras. Aunque los jueces explicaban que en caso de ser excesivo el monto podían ajustarlo a “la mayor economía y decencia posible”, la respuesta de la Corte Suprema no fue positiva. En 1830 los arreglos aún no se realizaban y la Corte seguía deteriorándose. Por tal razón, el presidente del tribunal invitó al Vicepresidente de la República a visitar la Corte y ver con sus

66 “Corte Superior de Arequipa pide muebles para el tribunal”, 15 de octubre de 1825, en agn, Corte Superior de Arequipa, 5.2.90, 4/N83, f.2.

67 “Corte Superior de Arequipa pide muebles”, f.1.

68 “Corte Superior de Arequipa pide casa de gremios”, 15 de octubre de 1825, en agn, Corte Superior de Arequipa, 5.2.90, 4/N84, ff.1-1v. 69 “Corte Superior de Arequipa pide casa”, f.3.

70 “Corte Superior de Lima pide cuerpos de derecho”, 27 de julio de 1826, en agn, Corte Superior de Lima, rj 5.9.131, L8/ N120, ff.1-2.

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propios ojos “su desmantelada situación”, que comprometía “el decoro del tribunal que pasa por el rubor de tener que funcionar en un teatro ridículo, que en verdad no es más que un escombro ruinoso e indecente del fausto” con que debía presentarse71. Para los jueces, la condición en la que debían trabajar afectaba su respetabilidad y los había hecho perder el “prestigio moral” en el que debía sustentarse la autoridad de la justicia. En una sociedad donde el honor cumplía un papel fundamental en la regulación de las relaciones de poder72, los jueces estaban en lo correcto al plantear que nada lograban con cuidar la integridad de los magistrados si “a primera vista” eran “testimonio del desprecio con que se les trata”73.

Habiendo transcurrido tres años de la primera petición, la Corte estimaba ahora que se necesitaban 6000 pesos para reparar sus dependencias. El Gobierno después accedió a entregarles 3000, de los cuales 2000 provendrían de los fondos municipales, y el resto sería entregado por el Estado en mesadas de trescientos pesos. Con ese presupuesto la Corte no encontró artesanos que quisieran encargarse de la obra, a lo que se unió la necesidad de abrir una tercera sala, dado el creciente volumen de causas en la capital. Por último, se optó por reducir notoriamente los cambios que se necesitaban hacer, elegir materiales menos nobles y amoblar la nueva sala con el mobiliario desechado de las dos antiguas. Incluso, los mismo jueces prestaron elementos decorativos y recibieron algunas donaciones de particulares, lográndose terminar las reparaciones a principios de 183274. Los arreglos realizados a la Corte Superior de Lima, si bien fueron cosméticos, al menos aseguraron que el tribunal funcionara por algún tiempo en un espacio que en cierta medida podía devolver parte de la respetabilidad perdida. No corrían la misma suerte los jueces de primera instancia, quienes ante la ausencia de juzgados se veían obligados a despachar desde sus propias casas. Ya en 1826 el Prefecto de Lima había hecho ver al Gobierno que los jueces de letras “hacen llevar a los presos a sus casas para tomarles declaraciones”, lo que generaba dos inconvenientes. Por una parte, se debía tener numerosa tropa para llevar presos desde la cárcel a distintas partes de la ciudad, en vez de ir los jueces donde estaban los prisioneros, como solía hacerse, y por otra, quedaban sin atender otras necesidades, como la seguridad pública75.

71 “Sobre el indecente estado de la Corte”, 2 de octubre de 1830, en agn, Corte Superior de Lima, rj 5.9.132, L34/N55, f.1.

72 Según Sarah Chambers, los códigos coloniales de honor estaban vigentes en la sociedad de la primera mitad del siglo xix y eran “uno de los andamios ideológicos que legitimaban el poder”. De súbditos a ciudadanos: honor, género y política en Arequipa, 1780-1854 (Lima: Red para el Desarrollo de las Ciencias Sociales, 2003), 183. Sobre la vigencia de las ideas coloniales de decencia en la Lima decimonónica, ver Pablo Whipple, La gente decente, caps. 1 y 2. 73 “Sobre el indecente estado”, 2 de octubre de 1830, f.1.

74 “Arreglos a la Corte Superior de Lima”, 12 de enero de 1832, en agn, Corte Superior de Lima, rj 5.9.132, L48/N29, ff.1-3.

75 “Que jueces no lleven presos a sus casas”, 30 de diciembre de 1826, en agn, Prefectura de Lima, 9.14.221, L10/N264, f.1.

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En efecto, el Estado no había dispuesto la infraestructura necesaria a la hora de designar a las decenas de jueces de primera instancia que asumirían sus funciones en las distintas provincias del país. En 1833 un decreto del Gobierno intentó resolver la situación porque esta costumbre producía retraso en las causas y confusión entre los litigantes, ya que los jueces sufrían distracciones domésticas, y el público muchas veces no sabía dónde vivían los jueces, por sus continuos cambios de casa76. Para solucionar el problema en Lima, el Gobierno destinó un local que se encontraba frente a la Corte Superior, para que en él funcionaran con “comodidad y decoro” los cuatro juzgados de primera instancia de la capital77. En el resto del país serían los prefectos los que se encargarían de

destinar lugares adecuados para los jueces de primera instancia78. Siguiendo estas instrucciones, el Prefecto de Arequipa decretó que los jueces, además de todos los escribanos de la ciudad, ocuparan el salón de la biblioteca municipal79. La medida fue rechazada por los jueces arequipeños, que hicieron ver al Prefecto que esto traería graves problemas para la administración de justicia y que era mejor seguir despachando desde sus casas. Los jueces argumentaban que era impensable que los tres magistrados de la ciudad y los escribanos trabajaran en una misma habitación que no contaba con las separaciones necesarias para mantener el decoro de la actividad y proteger la privacidad de los delicados asuntos tratados. Bajo esas condiciones, se fomentaría un mal extendido en torno a los tribunales, como era el espionaje judicial, con el que algunos litigantes buscaban enterarse de las estrategias de sus adversarios, generando “maliciosas acusaciones” y “otros pleitos que alteran la naturaleza del tribunal”80. Los jueces estaban en lo correcto al reparar en aquellos problemas. Ciertamente, existían individuos que sacaban provecho de las deficientes condiciones materiales en las que desarrollaban sus labores los funcionarios del sistema judicial. Conocidos con el nombre de “ganchos” o “duendes”, estos personajes se paseaban por los juzgados y oficinas de abogados, “bajo la cubierta de fingidos clientes que logran en muchas ocasiones, conocer los efectos de una petición o defensa”, antes de ser presentada al juez81. Si bien el problema de la privacidad se solucionaba al despachar desde sus casas, al hacer esto los jueces agravaban otros problemas asociados con la corrupción. Según el Ministerio

76 “Que jueces tengan sala para despachar”, 13 de septiembre de 1833, en agn, Expedientes Particulares, rj 1.6.19, f.1.

77 “Sobre comportamiento de jueces”, 22 de octubre de 1833, en agn, Expedientes Particulares, rj 1.6.19, f.1. 78 “Que jueces tengan sala”, f.1.

79 “Que jueces despachen desde biblioteca”, 15 de octubre de 1833, en agn, Prefectura de Arequipa, rj 1.1.1, L59/N180, f.1. 80 “Que jueces no despachen en la municipalidad”, 17 de octubre de 1833, agn, Prefectura de Arequipa, rj 1.1.1, L59/N180, f.2.

81 “Abusos y reformas al poder judicial”, La Gaceta Judicial, Lima, 18 de junio, 1861, 3. Acusaciones sobre espionaje judicial, El Comercio, Lima, 8 de mayo, 1840, 3 y 19 de mayo, 1842, 4.

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de Justicia, uno de los más graves era la “perversa práctica de visitar y empeñarse con los jueces que van a sentenciar las causas”82. Nadie debía visitar a los jueces, según el Ministerio, pero al trabajar desde sus casas los jueces borraban la posibilidad de saber quién en realidad los visitaba para empeñarse y quién lo hacía porque evidentemente debía realizar algún trámite ante el tribunal. Quienes acusaban de corruptos a los jueces por la prensa podían ver en esta situación una actitud que confirmaba sus sospechas, más aún si los jueces se encontraban impagos por largos períodos. Tanto la falta de privacidad que reclamaban los jueces como el que éstos trabajaran desde sus casas resultaban ser finalmente una manifestación de la incapacidad del Estado para dotar al sistema judicial de las condiciones idóneas para ejercer sus funciones. Mientras esto ocurriera, la principal víctima seguiría siendo el sistema judicial en sí mismo, puesto que por una u otra razón, las críticas en su contra seguirían llenando las páginas de los periódicos y siempre existirían aquellos dispuestos a sacar ventajas de las falencias materiales que debía enfrentar la burocracia judicial. La incapacidad del Estado se mantuvo en el tiempo, y la permanente promesa de dotar a los jueces de primera instancia con salas adecuadas para su labor no se cumplió en el corto plazo. En 1854 los jueces de Arequipa seguían despachando desde sus casas83, y en 1855 los de Lima aún

no podían ocupar el local que se les había prometido en 1833 porque el edificio estaba en manos del Estado Mayor del Ejército84. La situación de las Cortes Superiores tampoco había mejorado. Los arreglos hechos a la Corte Superior de Lima en 1832 debieron rehacerse en 1849, en especial en la tercera sala, aquella que había recibido mobiliario de tercera mano. Como no había presupuesto para los arreglos, los vocales propusieron al Gobierno la idea de no llenar aún una de las plazas de vocal que en ese momento estaba vacante en el tribunal. Sin duda era necesario tener la dotación completa de magistrados, pero los jueces restantes se comprometían a “redoblar sus esfuerzos […] con tal que el sueldo de la plaza vacante se invierta en el ornato general y en el reparo de la tercera sala”85. La insólita propuesta de la Corte más parecía una irónica crítica a la indolencia que por años el Estado había mostrado hacia las necesidades del poder judicial. Más aún cuando los jueces argumentaban que la oferta era un “medio cómodo y fácil” para que el Gobierno se hiciera cargo de una de sus “atenciones inexcusables”. Explicaban al final de su nota al Ministerio de Justicia que el edificio de la Corte pertenecía al Estado, y como lo “indecente y ridículo no son cualidades

82 “Administración de Justicia”, El Peruano, Lima, 10 de mayo, 1843, 4.

83 “Prefecto informa al Ministro de Justicia”, 31 de mayo de 1855, en agn, Prefectura de Arequipa, rj 1.1.2, f.1. 84 “Informe del Prefecto a la Corte”, 8 de agosto de 1854, en agn, Corte Superior de Lima, rj 5.9.135, f.1.

85 “Al Ministro de Justicia”, 30 de junio de 1849, agn, Corte Superior de Lima, rj 5.9.135, f.1.

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propias […] del gobierno republicano”, esperaban que el Gobierno protegiera su propio honor preocupándose del “ornato y decencia del lugar en que se administra justicia”86.

Conclusión

El discurso republicano demandaba a los jueces del recientemente creado sistema judicial peruano un comportamiento virtuoso que dejara atrás la corrupción que había caracterizado a la administración colonial. La voluntad de las autoridades de crear una burocracia judicial moderna inmediatamente lograda la Independencia, sin embargo, fracasó al no contarse con los recursos materiales y humanos para ponerla en práctica. Se generó entonces un intersticio entre voluntad y práctica que sometió a la burocracia judicial a una serie de carencias que afectaron en definitiva su respetabilidad y funcionamiento durante los primeros cuarenta años de vida republicana. Para gran parte de la opinión pública de la época, el poder judicial republicano nació corrupto en Perú. Fueron precisamente las carencias materiales que afectaron la instalación de la burocracia judicial las que alentaron las constantes acusaciones que se hacían contra los jueces y funcionarios judiciales. El constatar esas carencias en este artículo, sin embargo, nos muestra que las consecuencias del abandono que sufrió el poder judicial en su momento fundacional fueron profundas y ameritan seguir siendo indagadas para poder determinar su verdadero alcance, ya que las carencias materiales no sólo afectarían el honor de los magistrados y su probidad, sino que también forzaron a los litigantes a adaptarse, en su uso del sistema, a las condiciones en que éste funcionaba. Dadas las carencias materiales que sufrían los jueces, el valor pedagógico de la ley y la voluntad expresada a través del ritual cívico sucumbieron ante el valor pedagógico de una práctica regida por funcionarios impagos, dependientes, ausentes, y tribunales que en el mejor de los casos mostraban una cara miserable. De esta forma, no se cumpliría en Perú lo planteado por Pierre Bourdieu, quien argumenta que el sistema legal debiera consagrar un orden encabezado por el Estado y que garantiza a los miembros del poder judicial un “estatus, y por sobre todo un poder (o competencias) socialmente reconocido”, situación que se lograría gracias al “poder performativo” de agentes (en este caso, los jueces) que actúan en representación de la colectividad87. A través de lo descrito en estas páginas, podemos ver, por el contrario, que en el Perú de inicios de la República existe un proceso que erosiona las bases de ese poder social conferido al poder judicial. En las últimas décadas la historiografía peruana ha demostrado que el caudillismo no impidió la formulación de un nuevo orden político y que es necesario repensar “la inestabilidad política sin

86 “Al Ministro de Justicia”, 30 de junio de 1849, f.1v.

87 Pierre Bourdieu, “The Force of Law”, 838. Para Bourdieu, son las prácticas en torno a los tribunales las que permitirán la formalización social del poder judicial, al mismo tiempo que esas prácticas fortalecerán o cuestionarán su legitimidad frente a otras esferas de poder, 841-842.

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explicarla exclusivamente a través de las acciones militares de los caudillos”88. De la misma forma, creemos que es necesario estudiar cómo el sistema judicial republicano logró construir una base de legitimidad en un momento de crisis que terminó formalizando anomalías que atentaban contra la independencia del poder judicial y cuestionaban el proceso de construcción de su poder social. Cuando Manuel Lorenzo Vidaurre ponía en duda en 1833 la independencia del poder judicial peruano subrayaba lo que fue, tal vez, el principal reto que debió enfrentar la instauración de la burocracia judicial republicana. Ante un Estado incapaz de dotar a la judicatura de las condiciones mínimas que garantizaran su independencia, la cotidianidad que los jueces enfrentaron nos muestra que el intersticio entre voluntad y práctica pudo formalizar conductas que permitieran que esa burocracia judicial terminara institucionalizando intereses privados, en vez de institucionalizar el poder del Estado. A fin de cuentas, las carencias materiales minimizaron el poder ritual de la ley, presentando una imagen debilitada de una judicatura que la sociedad entendió, ya no como intérpretes de la ley en beneficio de la colectividad, sino como agentes vulnerables que dejaron entrever su propia voluntad a través de sus dictámenes.

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88 Carlos Aguirre, “La historia social del Perú republicano (1821-1930)”, Histórica xxvi: 1-2 (2002): 464. Otro análisis de la historiografía peruana de las últimas décadas en Paulo Drinot, “After the Nueva Historia: Recent Trends in Peruvian Historiography”, Revista Europea de Estudios Latinoamericanos y del Caribe 68 (2000): 65-76.

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Carencias materiales, respetabilidad y prácticas judiciales en Perú durante los inicios de la República

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Prácticas empíricas y medicina académica en Argentina. Aproximaciones para un análisis cuanticualitativo del Primer Censo Nacional (1869)Ï María Laura Rodríguez

Investigadora del programa Salud, Enfermedad y Prácticas del Curar del ciecs-conicetUniversidad Nacional de Córdoba (Córdoba, Argentina). Licenciada en Historia por la Universidad Nacional de Córdoba; Magister en Políticas de Bienestar en Perspectiva, integrado a la maestría del programa internacional “PhoenixEM Dynamics of Health and Welfare”, dirigido por École des Hautes Études en Sciences Sociales de París (París, Francia); y Doctora en Ciencia Política de la Universidad Nacional de Córdoba. Autora de La medicalización de la ciudad de Córdoba en tiempos epidémicos: conceptos, saberes e intervenciones 1878-1927 (Córdoba: Editorial de la Municipalidad de Córdoba, 2011); y en coautoría con Adrián Carbonetti, “Salud e ideología en la etapa preperonista: proyecto de industrialización químico-farmacéutica en Córdoba”, Saber y Tiempo 23 (2012): 137-152. correodelaura80@hotmail.com

Adrián Carbonetti

Director del programa Salud, Enfermedad y Prácticas del Curar del ciecs-conicetUniversidad Nacional de Córdoba (Córdoba, Argentina). Licenciado en Historia, Magister y Doctor en Demografía por la Universidad Nacional de Córdoba. Autor de La ciudad de la peste blanca: historia epidemiológica, política y cultural de la tuberculosis en la ciudad de Córdoba, Argentina 1895-1947 (Puebla: Universidad Autónoma de Puebla, 2011); y de “Historia de una epidemia olvidada. La pandemia de gripe española en Argentina. 1918-1919”, Desacatos 32 (2010): 159-174. acarbonetti2001@yahoo.com.ar

Maria Marta Andreatta

Investigadora del programa Salud, Enfermedad y Prácticas del Curar del ciecs-conicetUniversidad Nacional de Córdoba (Córdoba, Argentina). Licenciada en Nutrición y Doctora en Ciencias de la Salud por la Universidad Nacional de Córdoba. Coautora de “Food Preferences and Their ‘Decision Contexts’ as Predictors of Dietary Pattern”, Revista de la Facultad de Ciencias Médicas 68: 1 (2011): 14-19; y de “Dietary Patterns and Food Groups Are Linked to the Risk of Urinary Tract Tumors in Argentina”, European Journal of Cancer Prevention 19 (2010): 478-484. maryandreat@gmail.com artículo recibido:

4 de julio de 2012 5 de octubre de 2012 modificado: 11 de diciembre de 2012 aprobado:

doi:

10.7440/histcrit49.2013.05

Ï Este artículo está enmarcado en el proyecto de investigación “Dolencias transmitidas por mosquitos desde la fiebre amarilla hasta el dengue. 1871-2009”, dirigido por Adrián Carbonetti y financiado por el Proyecto de Investigación Plurianual (pip) conicet (Córdoba, Argentina) 2010-2012.

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Prácticas empíricas y medicina académica en Argentina. Aproximaciones para un análisis cuanticualitativo del Primer Censo Nacional (1869)

Resumen: Este trabajo analiza la distribución de los sujetos especializados dedicados al cuidado de la salud en el territorio argentino, según el Primer Censo Nacional (1869). Se presentan aproximaciones estadísticas y recursos gráficos que contribuyen a mostrar las lógicas de la presencia absoluta y relativa de los diplomados y los practicantes empíricos considerados. A partir de la articulación entre datos del dispositivo censal y aportes bibliográficos especializados, se evidencian ciertas variables vinculadas a la presencia estatal, al desarrollo socioeconómico diferencial de las regiones y los clivajes rural-urbano en la larga primera mitad del siglo xix.

Palabras clave: Argentina, siglo xix, médicos, medicina tradicional, demografía, censo de población.

Empirical practices and academic medicine in Argentina. Approaches for a Quanti-Qualitative analysis of the First National Census (1869)

Abstract: This paper analyzes the distribution of specialized subjects devoted to health care in the Argentine territory according to the First National Census (1869). We present statistical estimations and visual resources that contribute to illustrate the logic of the absolute and relative presence of graduates and empirical practitioners. By articulating census data with input from specialized bibliography, the paper provide evidence for certain variables associated with the presence of the State, the differential socio-economic development of the regions, and the rural-urban splits in the long first half of the nineteenth century.

Keywords: Argentina, nineteenth century, physicians, traditional medicine, demography, population census.

Práticas empíricas e medicina acadêmica na Argentina. Aproximações para uma análise quanti-qualitativa do Primeiro Censo Nacional (1869)

Resumo: Este trabalho analisa a distribuição dos sujeitos especializados dedicados ao cuidado da saúde no território argentino, segundo o Primeiro Censo Nacional (1869). Apresentam-se aproximações estatísticas e recursos gráficos que contribuem para mostrar as lógicas da presença absoluta e relativa dos profissionais e dos estagiários empíricos considerados. A partir da articulação entre dados do dispositivo censitário e contribuições bibliográficas especializadas, evidenciam-se certas variáveis vinculadas à presença estatal, ao desenvolvimento socioeconômico diferencial das regiões e às divisões rural-urbana na longa primeira metade do século xix.

Palavras-chave: Argentina, século xix, médicos, medicina tradicional, demografia, censo de população.

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Prácticas empíricas y medicina académica en Argentina. Aproximaciones para un análisis cuanticualitativo del Primer Censo Nacional (1869)

Introducción

En este trabajo abordamos los valores y las variables históricas que contribuyen a explicar la presencia y distribución relativa en el territorio argentino de los distintos sujetos especializados en el cuidado de la salud a partir del primer Censo de Población argentino, en 18691. Problematizamos, entre otras cuestiones: el alcance y la recepción del dispositivo censal sobre el universo de los practicantes diplomados y empíricos de la salud en las distintas provincias y regiones del país; los valores absolutos y distribución relativa de los diferentes sujetos especializados en función de la realidad urbana y rural, y, de una manera más general, el impacto de los procesos de modernización y penetración estatal, así como la compleja y diversa realidad socioeconómica de la época de estudio respecto a la problemática analizada. En esta dirección, no pretendemos agotar todas las cuestiones plausibles de ser abordadas, en una época en que aún no existía en el país un mercado unificado para los cuidados de la salud y donde el escaso desarrollo técnico de la medicina impedía a los médicos diplomados obtener la confianza de un público masivo2. La exigüidad en cuanto a las fuentes históricas que permitirían abordar estas cuestiones viene reproduciendo ciertos vacíos en las investigaciones de las problemáticas que involucraron a los practicantes empíricos de la salud y a los profesionales médicos. De acuerdo con los focos de interés que han predominado en las últimas décadas en la agenda de investigaciones de la historia social de la salud y la enfermedad en Argentina, se han definido dos tipos de análisis. Por un lado, encontramos aquellos trabajos que han atendido desde una perspectiva eminentemente cualitativa al curanderismo y/o al parterismo. Estos estudios han mostrado, entre otras cuestiones, el profundo arraigo social de las prácticas desarrolladas por los “curadores populares” en el siglo xix,

1 Primer Censo de la República Argentina (Buenos Aires: Imprenta Porvenir, 1872).

2 Ricardo González Leandri, “La profesión médica en Buenos Aires 1852-1870”, en Política, médicos y enfermedad: lecturas de historia de la salud en la Argentina, ed. Mirta Zaida Lobato (Mar del Plata: Biblos, 1996), 21-53.

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e incluso en el xx3. Aunque rara vez este tipo de trabajos han superado la impronta metodológica de los estudios de caso, han generado importantes insumos analíticos para pensar problemáticas históricas más vastas. Nos referimos a cuestiones que involucran a los distintos sujetos de la salud, al Estado y a la sociedad en su conjunto, o bien a sectores particulares de la misma4. Por otro lado, ubicamos aquellos análisis concentrados en el estudio de distintas aristas del proceso de profesionalización de los médicos5. Resulta interesante observar que, si bien algunos de estos trabajos han reconocido de manera empírica procesos de consolidación profesional previos al siglo xx6, los mismos no se han propuesto traspasar los límites de la experiencia devenida

en Buenos Aires y, en especial, en la Capital Federal. En principio, si bien el análisis que realizó González Leandri del caso de la provincia de Buenos Aires resultó sumamente orientativo para nuestro trabajo, al mostrar un predominio numérico de médicos en la Capital Federal y de curanderos en la Campaña7, los vacíos aún son numerosos. Poco o nada conocemos sobre los valores y la diversidad de situaciones y posibles variables que habrían definido la presencia y distribución de estos sujetos especializados en las distintas provincias y regiones argentinas del siglo xix. Fue justamente a partir de reconocer esta tendencia en las indagaciones existentes que nos propusimos abordar cuantitativamente los datos arrojados por el Primer Censo de Población argentino, en 1869, como fuente de datos básicos para nuestra propuesta de análisis. Si bien nos ha

3 María Silvia Di Liscia, Saberes, terapias y prácticas médicas en Argentina (1750-1910) (Madrid: csic, 2002); Judith Faberman, Las salamancas de Lorenza. Magia, hechicería y curanderismo en el Tucumán colonial (Buenos Aires: Siglo xix, 2005); Federico Pérgola y Agustín García Puga, Fraudes y mistificaciones en publicaciones argentinas del siglo xx: información riesgosa para la salud. Violación de las leyes e ineficiencia en los controles (Buenos Aires: Akadia, s/a); Adrián Carbonetti, María Laura Rodríguez y Raquel Drovetta, “Curanderismo versus medicina académica a mediados del siglo xix. Conflictos en torno a la ‘práctica ilegal de la medicina’ en la provincia de Santa Fe, Argentina 1887” (ponencia presentada en el 53° Congreso Internacional de Americanistas, México d.f., México, 19-24 de julio, 2009).

4 Véase la interesante aproximación que realiza Mirta Fleitas al movimiento popular que precipitó la caída de un funcionario de salud pública que había expulsado a un curandero local en San Salvador de Jujuy, en 1929. Mirta Fleitas, “Curanderos en Jujuy (1900-1955)” (ponencia presentada en el xiii Congreso Interescuelas de Historia, Catamarca, Argentina, 10-13 de agosto, 2011).

5 Los trabajos de Ricardo González Leandri, “La profesión médica” 21-53; “Notas acerca de la profesionalización médica en Buenos Aires durante la segunda mitad del siglo xix”, en La cuestión social en Argentina 1870-1943, ed. Juan Suriano (Buenos Aires: La Colmena, 2000), 217-243; “Académicos, doctores y aspirantes. La profesión médica y la reforma universitaria: Buenos Aires 1871-1876”, Entrepasados iv: 12 (1997): 31-54; y Curar, persuadir, gobernar. La construcción histórica de la profesión médica en Buenos Aires. 1852-1886 (Madrid: Biblioteca de América/csic, 1999); Pablo Souza y Diego Hurtado, “Los ‘diputados médicos’: clínica y política en la disputa por los recursos públicos en Buenos Aires (19061917)”, Asclepio lx: 2 (2008): 233-260; Susana Belmartino et al., Fundamentos históricos de la construcción de las relaciones de poder en el sector salud. Argentina 1940-1960 (Buenos Aires: ops/oms, 1991); Susana Belmartino, “Identidades profesionales médicas en el siglo xx”, en Historias de salud y enfermedad en América Latina. Siglos xix y xx, eds. Adrián Carbonetti y Ricardo González Leandri (Córdoba: cea, Universidad Nacional de Córdoba, 2008), 117-146.

6 Nos referimos de manera particular a la puesta en perspectiva de las pugnas de los galenos diplomados por controlar y definir su mercado de trabajo, así como al papel del Estado en estas dinámicas. 7 Ricardo González Leandri, “La profesión médica”, 41.

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interesado informar sobre los valores que aquel año pretendieron medir la existencia de los curanderos, parteras, médicos y farmacéuticos, y para ello hemos elaborado gráficos y mapas, en última instancia nuestro trabajo no pretendió limitarse a un acercamiento estadístico y sólo descriptivo. Más bien, buscamos articular dicha exploración con distintos aportes historiográficos que consideramos en especial importantes para abrir algunos interrogantes y ensayar algunas conjeturas. Esperamos que los mismos puedan recuperarse y profundizarse en futuras investigaciones históricas que incorporen la complejidad nacional en relación con las problemáticas ligadas a la presencia y distribución de los sujetos especializados en el cuidado de la salud en el siglo xix.

1. Alcances del Censo de Población de 1869: perspectivas alrededor de la distribución de los sujetos especializados en el cuidado de la salud en Argentina

En 1862, cuando las guerras civiles que habían enfrentado a provincias y caudillos durante la primera la mitad del siglo xix comenzaron a acallarse, asumieron la presidencia de la nación los llamados presidentes liberales. Mitre, Sarmiento y Avellaneda dirigieron los destinos del país desde 1862 hasta 1880. En esa etapa, de fuerte construcción de instituciones y de articulación de políticas de población del territorio, se llevó a cabo el primer diagnóstico estadístico sobre la población de Argentina, sus características, su dimensión y su distribución. El censo de población de 1869 se llevó a cabo los días 15 a 17 de septiembre, bajo la dirección de Diego Gregorio de la Fuente, y fue el primero en cubrir todo el territorio de lo que en ese momento era Argentina. Por tratarse del primer recuento de población con un alcance nacional —“el gran debut”, como lo denominó Hernán Otero8—, realizado cuando las oficinas de estadísticas no estaban aún lo suficientemente establecidas y el sistema censal se encontraba apenas desarrollado, tuvo serios inconvenientes9. El mismo De la Fuente habría observado en su carta al ministro Vélez Sarsfield el doble carácter de dicha actividad censal al sostener que, “Bien que pueda resentirse de algunas deficiencias, es la verdad señor ministro, queda hoy facilitado el camino y fijada conveniente la organización en nuestro país para este tipo de trabajo”10. En este sentido, como refirió Otero, el debut censal fue la primera actividad moderna de Argentina en el sentido apuntado, a la vez que

8 Hernán Otero, Estadística y Nación. Una historia conceptual del pensamiento censal de la Argentina moderna 1869-1914 (Buenos Aires: Prometeo, 2006), 184. 9 Para profundizar sobre las bases científicas e ideológicas del Censo de 1869, ver Hernán Otero, “Crítica de la razón estadística. Ensayo de formalización teórico-metodológica del paradigma censal de la Argentina moderna”, en El mosaico argentino. Modelos de representaciones del espacio y de la población, siglos xix y xx, ed. Hernán Otero (Buenos Aires: Siglo xxi, 2004), 299-326.

10 Primer Censo de la República, 2.

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una operación estadística elemental11. Si asociado a la primera de estas características podemos vincular el ímpetu modernizador de las élites dirigentes del Estado argentino, el segundo rasgo se ligó más a las carencias del dispositivo estadístico de 1869 y sus verosímiles falencias para ilustrar sobre el mismo universo que pretendía medir. A las deficiencias en relación con la cobertura y la planificación, no sólo se sumaron algunas carencias en cuanto a enumeración, sino también ciertas resistencias por parte de los sujetos por censar. En principio, no podemos más que estar de acuerdo con la lectura de Otero respecto a que las resistencias al empadronamiento se vincularon a la desconfianza popular y al temor a la leva militar12. Si consideramos los casos concretos de las declaraciones ocupacionales de los curande-

ros y parteras, debemos ponderar además la evidente posibilidad de que los datos que arrojó el Censo posean una naturaleza subvaluada, en un contexto de temor de los sujetos considerados a ser perseguidos por el Estado. Ahora bien, aun cuando el anterior razonamiento pueda resultar convincente en una primera instancia, no resultaría conveniente suponer que existía para la época de estudio un panorama homogéneo en lo que se refiere a la presencia y penetración del Estado en las distintas latitudes de Argentina. Aunque se ha sostenido que para este período los médicos de Buenos Aires conformaban una profesión que dependía de la legitimación estatal13, dichas dinámicas en las distintas provincias de Argentina constituyen cuestiones que no deberían ser asimiladas sin más al caso provincial referido. Incluso, los mismos análisis de González Leandri plantean que para 1869 el Estado poco habría hecho en la práctica para reprimir al curanderismo frente a un panorama definido por la inexistencia de médicos diplomados en la campaña de Buenos Aires14. De manera casi evidente, la ausencia en el país de galenos egresados de instituciones universitarias, salvo en el caso de la Facultad de Medicina de la ciudad de Buenos Aires, constituye una variable esencial en el momento de considerar la acción o inacción estatal frente a las practicantes empíricos del cuidado de la salud. En cuanto a los procesos particulares del interior nacional, si bien no existen trabajos sistemáticos que se interroguen en profundidad sobre este tipo de fenómenos, hemos hallado un conjunto de estudios que constituyen interesantes aproximaciones al proceso de medicalización devenido en las provincias del Litoral15. Aunque éste no es lugar para desarrollar

11 Hernán Otero, Estadística y Nación, 185.

12 Hernán Otero, Estadística y Nación, 189.

13 Ricardo González Leandri, “La profesión médica”, 26. 14 Ricardo González Leandri, “La profesión médica”, 41.

15 María Elizabeth Massena, “Los orígenes del proceso de medicalización en la provincia de Entre Ríos. Tensiones entre saberes médicos y empíricos 1848-1922” (ponencia presentada en el xiii Congreso Interescuelas de Historia, Catamarca, Argentina, 10-13 de agosto, 2011).

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dichas contribuciones, resulta importante marcar que estos estudios plantean convenientemente que, para comprender la complejidad ligada a los procesos de medicalización y de consolidación profesional médica en sus vinculaciones con los practicantes empíricos y el propio Estado, es necesario profundizar en las heterogeneidades regionales y de las provincias. De acuerdo con nuestra interpretación, ello no podría soslayar un contexto en que “el gobierno nacional intentaba delimitar un ámbito operativo en un medio hostil y con recursos harto limitados”16. Como se ha indagado para el caso de la provincia de Córdoba, por lo menos hasta las últimas décadas del siglo xix, la escasez de marcos institucionales y sus deficiencias opera-

tivas, en especial en cuanto a la regulación de las profesiones del arte de curar, plantean la necesidad de atender a los fenómenos históricos ligados a los más tardíos procesos de organización y consolidación de unos estados provinciales con significativos problemas en sus erarios17. En parte, esta tendencia se puede contextualizar en el marco de un sistema federal que, aunque sancionado en la Constitución de 1853, no habría alcanzado una estabilidad digna de destacar, por lo menos hasta 1880. Mientras el Estado Nacional procuraba condensar su presencia en las provincias a través de su aparato burocrático y normativo, estas últimas no lograban cristalizarse en un proceso de consolidación política e institucional sustentable, “siendo —por lo menos hasta 1880— el otro término de la contradicción que planteaba la existencia de un Estado Nacional”18. Más allá de las vicisitudes en las relaciones históricas entre provincias y Nación, el caso de Buenos Aires y, parcialmente, el de la ciudad-puerto de Rosario habrían constituido importantes excepciones político-institucionales y socioeconómicas, con profundas repercusiones en lo que se refiere a la problemática de la presencia de los sujetos especializados en el cuidado de la salud. En cuanto al caso rosarino, Agustina Prieto ha mostrado cómo la epidemia de cólera de 1867 movilizó a los gobiernos municipal y provincial, incentivando la valoración social de los profesionales médicos, “en momentos en que el Tribunal de Medicina libraba una dura batalla contra el curanderismo”19. En cuanto a Buenos Aires, tanto la provincia como la ciudad auxiliaron con sus propias instituciones al poder nacional, gracias a que experimentaban una extraordinaria expansión

16 Oscar Ozslak, La formación del Estado argentino (Buenos Aires: Planeta, 1997), 168.

17 María Laura Rodríguez, “Perspectivas en torno a la consolidación de la elite médica de Córdoba. Epidemias y Estado, 1878-1923” (Tesis de pregrado en Licenciatura en Historia, Universidad Nacional de Córdoba, 2006). 18 Oscar Ozslak, La formación del Estado, 169.

19 Agustina Prieto, “Rosario: epidemias, Higiene e higienistas en la segunda mitad del siglo xix”, en Política, médicos y enfermedades: lecturas de historia de la salud en la Argentina, ed. Mirta Zaida Lobato (Mar del Plata: Biblos, 1996), 59.

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socioeconómica20. Factores éstos que, sin duda, deberían colocarse en perspectiva al interpretar los comportamientos de presencia y distribución de los sujetos especializados en el cuidado de la salud en la Argentina de 1869. Además, resulta pertinente mencionar que el proceso de consolidación del Estado se benefició del “aporte de los grupos intelectuales y profesionales que orientaron su actividad en cuestiones específicas”, grupos entre los cuales se destacó la élite médica21. Esta situación sólo podría pensarse para el interior argentino a comienzos del siglo xx. Aunque González Leandri califica a esta élite médica como intelectualidad médica de la “argentina”22, caben pocas dudas de que la situación de Buenos Aires y, en ella, la de la élite

médica fue realmente particular23. Asimismo, como lo ha sugerido el mencionado autor, cabría colocar en perspectiva la temprana institucionalización de la profesión, mediante la creación de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires en las primeras décadas del siglo xix —cuando en el resto del país no existió una organización equivalente hasta mucho después de 1869—, y el surgimiento de instancias de asociación profesional, como fue el caso de la Asociación Médica Bonaerense, aparecida en 186024. No puede ser tomado como un detalle menor que, desde muy temprano, fuera el mismo gobierno provincial de Buenos Aires el que buscara potenciar la influencia de los médicos en el Consejo Nacional de Higiene procurando una ampliación de sus atribuciones25; institución que, por otra parte, hasta las últimas décadas del siglo xix no lograría concretar su proclamado carácter nacional26. En la dirección que venimos apuntando, los valores registrados en el Censo de 1869 parecen dar sustento a nuestra sospecha de que la cantidad de profesionales diplomados de la salud, así como la declaración efectiva de los practicantes empíricos, se habrían visto

20 Jorge Gelman, introducción a El mapa de la desigualdad en la Argentina del siglo xix, ed. Jorge Gelman (Rosario: Prohistoria, 2011), 21. 21 Ricardo Gonzalez Leandri, “La consolidación de una inteligencia médico profesional en Argentina: 1880-1900”, Diálogos 7: 1 (1999): 38. 22 Ricardo Gonzalez Leandri, “La consolidación”, 36.

23 En materia de desarrollo científico académico, la élite porteña se vio inmersa en un desarrollo que difícilmente puede ser asimilado de un modo mecánico a los experiencias atravesadas por los grupos profesionales del interior del país. Un interesante estudio sobre las cosmovisiones propias de la escuela médica de Buenos Aires y la cristalización de un orden experimental y su relación con Europa apenas superada la mitad del siglo xix, en Pablo Souza y Diego Hurtado, “La lectura de los ‘libros palpitantes’. Hacia la cristalización de un orden experimental en la profesión médica de Buenos Aires (1871-1895)”, en Cuerpo, biopolítica y control social. América Latina y Europa en los siglos xix y xx, eds. Marisa Miranda y Álvaro Girón (Buenos Aires: Siglo xxi, 2009), 207-229.

24 Ricardo González Leandri, “La profesión médica”, 42-43.

25 Ricardo González Leandri, “Breve historia del Consejo Provincial de Higiene. Estado, gobernabilidad y autonomía médica en la segunda mitad del siglo xix”, en Un Estado con rostro humano. Funcionarios e instituciones en Argentina (desde 1880 hasta la actualidad), eds. Ernesto Bohoslavky y Germán Soprano (Buenos Aires: Prometeo, 2010), 59-85. 26 Ricardo González Leandri, “Breve historia del Consejo”, 69.

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condicionadas por una presencia estatal diferencial, según las provincias consideradas. Al menos ello parece inferirse de la observación del gráfico 1, donde se comparan los distintos individuos que declararon una ocupación o práctica relacionada con el cuidado de la salud: médicos, curanderos, parteras y boticarios o farmacéuticos. Gráfico 1: Proporción de médicos, curanderos, parteras y farmacéuticos, por provincias argentinas, en relación con el total de los mismos, según censo de 1869

100% 90% 80% 70% 60% 50% 40% 30% 20%

Curanderos

Parteras

Médicos

Jujuy

Salta

Tucumán

Catamarca

La Rioja

San juan

Mendoza

Santiago del Estero

San Luis

Córdoba

Corrientes

Entre Ríos

Santa fe

0%

Buenos Aires

10%

Farmacéuticos

Fuente: elaboración propia sobre la base del Primer Censo de la República Argentina, Buenos Aires: Imprenta Porvenir, 1872.

En efecto, el Censo de Población de 1869 identificó para todo el territorio de Argentina 1047 curanderos, más del doble de los médicos contados, que llegaron a 458; 487 parteras y 316 farmacéuticos o boticarios. Aunque los curanderos predominaban en términos numéricos a mediados del siglo xix, las diferencias internas en las distintas partes de Argentina son por demás notorias, como puede observarse también en los mapas 1 y 2. De dicha aproximación estadística se puede inferir una clara tendencia que coloca a las provincias de Buenos Aires y Santa Fe —y, dentro de esta última, a la ciudad de Rosario— como abanderadas, con cierto grado de hegemonía de la medicina diplomada sobre el curanderismo.

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Mapa 1: Médicos por cada mil habitantes en Argentina, según el censo de población de 1869*

Jujuy

Salta

Tucumán Catamarca Santiago del Estero

Corrientes

La Rioja San Juan

Mendoza

Córdoba San Luis

Santa Fe

Entre Ríos

Provincia

Buenos Aires

Médicos por 1000 hab

Buenos Aires

0,49

Santa Fe

0,40

Entre Ríos

0,31

Corrientes

0,28

Argentina

0,26

San Luis

0,23

Córdoba

0,19

La Rioja

0,11

San juan

0,10

Catamarca

0,10

Mendoza

0,09

Santiago del Estero

0,08

Tucumán

0,07

Jujuy

0,05

Salta

0,04

Fuente: elaboración propia sobre la base del Primer Censo de la República Argentina, Buenos Aires: Imprenta Porvenir, 1872.

*

La parte marcada en el mapa representa el territorio que ocupaba Argentina en 1869.

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Mapa 2: Curanderos por cada mil habitantes en Argentina, según el censo de población de 1869*

Jujuy

Salta

Tucumán Catamarca Santiago del Estero

Corrientes

La Rioja San Juan

Mendoza

Córdoba San Luis

Santa Fe

Entre Ríos

Provincia

Buenos Aires

Curanderos por 1000 hab

San Luis

1,52

Corrientes

1,21

Santiago del Estero

1,11

La Rioja

1,03

Mendoza

0,87

San juan

0,66

Entre Ríos

0,63

Córdoba

0,61

Argentina

0,60

Catamarca

0,58

Tucumán

0,50

Salta

0,44

Jujuy

0,37

Buenos Aires

0,26

Santa Fe

0,26

Fuente: elaboración propia sobre la base del Primer Censo de la República Argentina, Buenos Aires: Imprenta Porvenir, 1872.

*

La parte marcada en el mapa representa el territorio que ocupaba Argentina en 1869.

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Al considerar estos comportamientos en la distribución en las distintas provincias de Argentina, resulta potente la idea de asociar la situación de la provincia de Buenos Aires con su particular desarrollo institucional de estos años, y la imbricación de este proceso con las dinámicas de consolidación de la profesión médica. A esta altura, no podemos soslayar que el número de los sujetos especializados en el cuidado de la salud considerados depende también de la cantidad de población. Por ejemplo, en el caso de la provincia y ciudad de Buenos Aires encontramos una gran cantidad de población y, por lo tanto, también es posible que haya habido más curanderos como consecuencia de aquello. Más claridad en el sentido apuntado arroja la consideración del gráfico 2, en el que se muestra la distribución de médicos, curanderos, parteras y farmacéuticos por cada mil habitantes en las provincias argentinas, según el censo de 1869. Gráfico 2: Médicos, curanderos parteras y farmacéuticos por cada mil habitantes en las provincias argentinas, según censo de 1869

1,60 1,40 1,20 1,00 0,80 0,60 0,40 0,20

Médicos por cada mil habitantes

Parteras por cada mil habitantes

Curanderos por cada mil habitantes

Farmáceuticos por cada mil habitantes

Argentina

Jujuy

Salta

Tucumán

Catamarca

La Rioja

San juan

Mendoza

Santiago del Estero

San Luis

Córdoba

Corrientes

Entre Ríos

Santa fe

0,00 Buenos Aires

92

Fuente: elaboración propia sobre la base del Primer Censo de la República Argentina, Buenos Aires: Imprenta Porvenir, 1872.

Desde una mirada más general, contabilizamos, según la cantidad de población, que existían 0,60 curanderos por cada mil habitantes; 0,26 médicos; 0,28 parteras y 0,18 farmacéuticos. De nuevo, la trama más sugerente se liga a los valores que informan sobre la distribución de estos

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sujetos en las distintas provincias y regiones del país. Convergentemente con lo que venimos apuntando hasta el momento, y según hemos considerado a partir de los datos del Censo de 1869, el grado de estructuración-modernización institucional de cada una de las provincias también se hallaría vinculado a un proceso socioeconómico distintivo de la época de estudio, caracterizado por divergencias regionales en el desarrollo económico durante la primera larga mitad del siglo xix27. Según planteamos, dichas dinámicas socioeconómicas diferenciales en el desarrollo no podrían ser soslayadas en el momento de considerar la distribución objeto de estudio, así como de interpretar las tendencias que definieron los procesos de consolidación de las profesiones diplomadas. Fundamentalmente, sería muy importante considerar el interés de los médicos por la definición y el control del mercado de trabajo en las ciudades, en contraposición a una población rural más dispersa y con menores recursos, donde la presencia estatal era más débil. Poniendo nuestra atención en los valores reflejados en el gráfico 1, podríamos conjeturar que la distribución de los médicos diplomados respondería, en parte, a los procesos de desarrollo. Según Gelman, los mismos situaron a Buenos Aires como inmersa en un crecimiento inusitadamente acelerado al calor de libre comercio y la matriz de las necesidades que marcaba la Revolución Industrial inglesa28. Aunque no pueden soslayarse la complejidad

y multiplicidad de variables, este tipo de razonamientos con profundidad atentos a las especificidades históricas de los años en estudio colaboran en que entendamos por qué el 53% de los médicos diplomados se encontraba en la provincia de Buenos Aires. En esta última provincia y en Santa Fe existía una paridad en el número de los diferentes sujetos dedicados a la salud en relación con la población, incluso con una leve superioridad de los médicos por sobre los curanderos, parteras y farmacéuticos. Es que, como recordó el autor mencionado, aunque en las provincias de Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes —como parte de la región litoral de aquellos años— no se llegó a los niveles de desarrollo de Buenos Aires, dichas provincias lograron posicionarse en un segundo lugar. En ese sentido, se destacó de manera particular, “el despegue de algunos distritos de Santa Fe que parece producirse entre finales de los años 1850 y 1860”29, como ya hemos señalado antes refiriéndonos a Rosario. La distribución de los curanderos fue más homogénea en las distintas provincias consideradas. Por ejemplo, encontramos un 12% en Buenos Aires y valores muy similares en Corrientes (14,9%), Córdoba (12,2%) y Santiago del Estero (14%), pero, subrayamos que, como mostramos en el gráfico 1, resulta superlativo el porcentaje de aquéllos, fuera de los casos de Buenos Aires y

27 Jorge Gelman, introducción a El mapa de la desigualdad, 12.

28 Jorge Gelman, introducción a El mapa de la desigualdad, 15. 29 Jorge Gelman, introducción a El mapa de la desigualdad, 20.

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Santa Fe. Más allá de estos últimos casos, en el resto de las provincias del interior argentino, en principio podríamos conformar tres categorías considerando la presencia y distribución de los curanderos. En primer lugar, las provincias donde éstos alcanzaron a uno por cada mil personas; en segundo término, las que no alcanzaron a uno por cada mil pero se encontraban al nivel del promedio nacional, y por último, las que estaban por debajo del promedio, pero donde encontramos una fuerte superioridad de los curanderos sobre las otras profesiones. En el primer grupo se encontrarían Corrientes, San Luis, Santiago del Estero y La Rioja. También en este grupo podría incluirse a Mendoza, que poseía 0,80 curanderos por cada mil habitantes. Un segundo grupo de provincias, en paridad con el promedio argentino, estaría integrado por Entre Ríos, Córdoba, San Juan y Catamarca, y el tercer grupo, por Tucumán, Salta y Jujuy. En uno de los sentidos posibles de análisis, interpretamos de manera provisional que dichas improntas, ligadas a los bajos niveles de presencia relativa de los profesionales diplomados en la mayoría de las provincias, se asociarían a las estructurales dificultades de las mismas para insertarse en el modelo económico. De manera específica, nos referimos a las condiciones definidas por el libre comercio exterior con mercados interiores en franca desarticulación. Estos rasgos serían evidentes en la región del “interior” del país, que agrupaba para nuestra época de estudio a las provincias de Córdoba, Santiago del Estero, Catamarca, La Rioja, Tucumán, Salta y Jujuy30.

No obstante, resulta importante ser prudentes al postular sólo este tipo de variables ligadas al desarrollo diferencial, sobre todo en algunos casos provinciales concretos. Por ejemplo, durante la época de análisis, la provincia de Córdoba habría atravesado una disrupción económica considerable que puso fin, durante la larga primera mitad del siglo xix, a su trayectoria económica ascendente previa31. Sin embargo, hallamos en ella niveles de presencia de los profesionales diplomados semejantes a los de las provincias del Litoral. Quizá, el tipo de distribución relativa de los sujetos especializados en el cuidado de la salud en el caso de la provincia de Córdoba —de acuerdo con el Censo de 1869— podría asociarse a su trayectoria económica ascendente previa, así como a su cercanía al centro de desarrollo político-económico del país, la ciudad de Buenos Aires. Al tener en cuenta la presencia y distribución de las parteras —cuestión también presente en el caso de los curanderos— resulta más clara la necesidad de articular variables de análisis eminentemente cuantitativas. De acuerdo con los estudios consultados, el fenómeno de las comadronas no sólo podría interpretarse teniendo en cuenta procesos de consolidación y especialización de la medicina académica y de pugnas de mercado. Para ello también habría que

30 Jorge Gelman, introducción a El mapa de la desigualdad, 15.

31 Jorge Gelman y Daniel Santilli, “Crecimiento económico, divergencia regional y distribución de la riqueza. Córdoba y Buenos Aires después de la independencia”, en El mapa de la desigualdad, 71-94.

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considerar problemáticas de género ligadas a las propias lógicas del cuerpo femenino y la masculinización del poder médico32. Desde otra perspectiva de análisis, en todas las provincias y regiones observadas no podemos ignorar otro conjunto de cuestiones que ayudarían a explicar las matrices de presencia y de registro censal de los distintos sujetos especializados. Nos referimos a las profundas divergencias identificadas dentro de cada uno de los casos provinciales observados. Según mostraremos a continuación, dichos comportamientos pueden ser leídos satisfactoriamente a partir de considerar los clivajes rurales-urbanos propios de la Argentina de los años en estudio.

2. Curanderos, médicos, parteras y farmacéuticos: clivajes rurales y urbanos

La posibilidad misma de colocar en perspectiva de análisis las dinámicas diferenciales ligadas a la presencia de los sujetos del cuidado de la salud en las distintas regiones y provincias de Argentina, nos lleva a atender a los clivajes rurales y urbanos. Es que, si bien la mayor proporción de médicos y farmacéuticos en las provincias de Buenos Aires y Santa Fe podrían ligarse a los procesos de construcción de hegemonía de la medicina, la heterogeneidad de la Argentina de la época de estudio impone una mirada más atenta al interior de esa misma complejidad histórica a la que hacemos referencia. Un razonamiento similar podemos articular en el momento de buscar explicaciones respecto al 50% de curanderos identificados en San Luis, Santiago del Estero, Mendoza y La Rioja. A partir de los gráficos 3, 4 y 5 planteamos que, entre las causas de la distribución de los sujetos objeto de nuestro estudio, debería otorgarse un lugar central a los procesos de mayor o menor urbanización de las distintas provincias. Los gráficos mencionados exponen los porcentajes de población urbana en las diferentes provincias, según el censo de población de 1869, y éstos se combinan, a su vez, con el número de curanderos, médicos y parteras por provincia. Dos niveles de lectura sólo discernibles en el plano analítico se vinculan a la consideración de estos clivajes. Toda interpretación que se procure realizar en torno a las problemáticas de la urbanización o ruralización debe atender a las propias características de Argentina en este período histórico preciso. Ello, según oportunamente plantearemos, se asocia a un momento distintivo en la evolución de la urbanización del país, matriz histórica que confiere significados distintivos al otro nivel referido, es decir, al de las lecturas que se deducen de los registros censales de 1869 sobre la presencia y distribución de los sujetos especializados en el cuidado de la salud.

32 Silvina Valeria Pita, “De las certezas científicas a la negociación en la clínica. Encuentros y desencuentros entre médicos y mujeres trabajadoras. Buenos Aires (1880-1900)”, en Historias de salud, 51-71; María Silvia Di Liscia, “Dentro y fuera del hogar. Mujeres, familias y medicalización en la Argentina 1940-1970”, Signos Históricos 13 (2005): 95-119; Alicia Beatriz Cillo, “Incumbencias y ejercicio profesional en la Obstetricia. Una mirada hacia nuestra historia”, en Entre colegas, ed. Alicia Beatriz Cillo (La Plata: Colegio de Obstetras de la Provincia de Buenos Aires, 2004), 27-71.

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Podemos derivar varias interpretaciones de los gráficos considerados. Por un lado, parece clara la relación existente entre una mayor urbanización y una menor declaración de curanderos. Mientras que, al existir una mayor proporción de población rural, los curanderos y parteras empíricas podrían actuar y declarar con libertad su profesión, lo cual parece ligado al menor control que se ejercería desde el Estado y desde las incipientes instituciones de control de la medicina. De acuerdo con esta tendencia, puede apreciarse una correlación negativa entre el grado de urbanización de las distintas provincias y el número de curanderos, y una correlación positiva entre el grado de urbanización y el número de médicos.

Gráfico 3: Correlación entre población urbana y cantidad de médicos por cada 1000 habitantes, según censo de 1869

0,6

0,5 Médicos por cada mil habitantes

96

0,4

0,3

0,2

0,1 0 5 10 15 20 25 30 35 40 Porcentaje de población urbana

Fuente: elaboración propia sobre la base del Primer Censo de la República Argentina, Buenos Aires: Imprenta Porvenir, 1872.

De manera particular, en el gráfico 3 se aprecia que cuanto mayor es el grado de urbanización de la población de la provincia, mayor es el número de médicos. Aquí observamos un conjunto de provincias como Buenos Aires, Santa Fe y Entre Ríos que tienen un grado importante de urbanización, superior al de la población argentina en su conjunto, y que poseen una mayor cantidad de médicos registrados en su territorio.

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En el gráfico 4 se puede apreciar que en las provincias más urbanizadas, es decir, aquellas en las cuales la población urbana se encuentra por encima del 30%, el número de curanderos por habitante tiende a disminuir en relación con las provincias con mayor población rural, donde observamos que estos sujetos tienden a crecer. No obstante, esta tendencia no implica soslayar la posibilidad de que muchos de los curanderos que se encontraban actuando en las ciudades, y en especial en la ciudad de Buenos Aires, no hubieran declarado su ocupación. Gráfico 4: Correlación entre población urbana y cantidad de curanderos por cada 1000 habitantes, según censo de 1869

0,6

Curanderos por cada mil habitantes

0,5

0,4

0,3

0,2

0,1 0 5 10 15 20 25 30 35 40 Porcentaje de población urbana

Fuente: elaboración propia sobre la base del Primer Censo de la República Argentina, Buenos Aires: Imprenta Porvenir, 1872.

No pasa lo mismo con las parteras. Según observamos en el gráfico 5, éstas se encontrarían en un punto intermedio entre los médicos, más urbanizados, y los curanderos, más ruralizados. Por una posible aceptación por parte de los médicos y los incipientes organismos de control, se aprecia que las parteras se encontrarían distribuidas de forma más uniforme en las distintas provincias, no dependiendo del grado de urbanización o ruralización de las poblaciones.

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Gráfico 5: Correlación entre población urbana y cantidad de parteras por cada 1000 habitantes, según censo de 1869

0,6

0,5 Parteras por cada mil habitantes

98

0,4

0,3

0,2

0,1 0 5 10 15 20 25 30 35 40 Porcentaje de población urbana

Fuente: elaboración propia sobre la base del Primer Censo de la República Argentina, Buenos Aires: Imprenta Porvenir, 1872.

Para ajustar aún más nuestro foco de análisis, tomamos la población y los distintos sujetos especializados en el cuidado de la salud en las ciudades capitales de las diferentes provincias consideradas en el Censo de Población de 1869. Además, agregamos a dicha selección los casos de Rosario, para la provincia de Santa Fe, y de Gualeguaychú y Gualeguay, para el caso de Entre Ríos. A partir de este recorte, en la tabla 1 exponemos el número de cada uno de los cuatro sujetos del cuidado de la salud, por cada mil habitantes, tomando como promedio esa misma relación para el caso de todas las ciudades argentinas observadas. Aquellas provincias que estaban por encima del total del país aparecen remarcadas. Según evaluamos, en las ciudades consideradas el número de curanderos por cada mil habitantes era bajo: tan sólo de 0,16 por cada mil, y por debajo de éste “promedio” tan sólo se encuentran Buenos Aires, Santa Fe, Catamarca y Corrientes. Por otra parte, si observamos el número de médicos por cada mil habitantes, se nota que, en la suma de ciudades del país, el promedio aumenta hasta el 0,55 por mil, y por encima de éste tan sólo se encuentran Buenos Aires, Santa Fe, San Luis y San Juan. En el caso de las parteras, el promedio tiende a ubicarse por debajo de los médicos y por encima de los curanderos, y se puede apreciar que las zonas donde más se encontrarían estas practicantes empíricas serían el Litoral y el centro de Argentina. Los farmacéuticos o boticarios tienden a ubicarse por debajo

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de los médicos pero por encima de los que practicaban los conocimientos empíricos. De nuevo, las provincias que se encuentran por encima del “promedio” serían Buenos Aires y Santa Fe. De manera verosímil, la presencia y distribución de los farmacéuticos responden a un comportamiento que podríamos ligar al definido por los médicos.

Tabla 1: Cantidad de curanderos, médicos, parteras y farmacéuticos por cada 1000 habitantes, según censo de 1869 Provincia

Curanderos capital

Médicos capital

Parteras Capital

Farmacéuticos Capital

Buenos Aires

0,05

0,87

0,30

0,72

Santa Fe

0,09

0,68

0,27

0,71

Entre Ríos

0,17

0,10

0,23

0,13

Corrientes

0,00

0,53

0,27

0,18

Córdoba

0,23

0,35

0,29

0,00

San Luis

0,28

0,57

0,14

0,00

Santiago del Estero

0,59

0,35

0,12

0,24

Mendoza

0,62

0,49

0,25

0,62

San juan

0,48

0,60

0,00

0,60

La Rioja

0,18

0,18

0,00

0,00

Catamarca

0,00

0,52

0,00

0,35

Tucumán

0,16

0,16

0,08

0,40

Salta

0,53

0,00

0,06

0,18

Jujuy

0,52

0,13

0,13

0,39

Argentina

0,16

0,55

0,23

0,48

Fuente: elaboración propia sobre la base del Primer Censo de la República Argentina, Buenos Aires: Imprenta Porvenir, 1872.

Ahora bien, en un acercamiento interpretativo de las matrices de la distribución de los sujetos objeto de nuestro estudio, no podemos soslayar la realidad argentina de mediados del siglo xix en cuanto a la cantidad de población y a las modalidades de asentamiento en el territorio. La realidad demográfica que plasma el Censo de 1869 transforma el significado de las tendencias de presencia y distribución de los sujetos especializados del cuidado de la salud

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leídas de acuerdo con el clivaje urbano-rural. Para 1869, apenas el 28,6% de una población total de 1.737.000 argentinos vivía en las ciudades, en el marco de un proceso de urbanización que, para el Censo de 1914, mostrará una realidad en plena transformación, con el 52,7% de una población de 7.885.200 habitantes asentada en las ciudades33. Incluso, la misma dimensión de las ciudades y los poblados está en plena transformación cualitativa y cuantitativa durante el momento en que hemos centrado nuestro estudio. En esa época estaba iniciándose un incremento en cuanto a la cantidad de poblados y la transformación demográfica de las ciudades, tendencia claramente cristalizada para 191434.

Dos tipos de interrogantes o problemáticas podrían derivarse de las especificidades históricas mencionadas. Por una parte, podríamos preguntarnos sobre el tipo de dinámicas que ligaron los procesos de profesionalización y los de urbanización. Distintas vertientes podrían derivarse de dicho nivel de interrogantes. El primer punto por tensionar históricamente se ligaría a la misma naturaleza de la consolidación de las profesiones diplomadas y sus necesarias vinculaciones con las universidades, como instituciones eminentemente urbanas. Asimismo, resultaría de gran interés plantear estudios sobre los procesos de conformación del mercado laboral y de legitimación de la profesión médica en momentos en que la mayoría de la población argentina vivía en zonas rurales. Por otra parte, sería sugestivo analizar comparativamente las experiencias históricas diferenciales que habrían definido las luchas antiepidémicas como estímulos para la modernización de las ciudades en la Argentina del siglo xix. El tipo de relación que puede apreciarse en las ciudades de las provincias más pobladas tiende a invertirse cuando se analiza el número de curanderos en las zonas rurales. De acuerdo con nuestra sospecha, aquí de nuevo se da una inversión de las declaraciones. El gráfico 6 permite observar el número de médicos, curanderos, parteras y farmacéuticos, de acuerdo con la cantidad de habitantes en las zonas rurales, y examinar tres grupos de provincias. Al igual que en el apartado anterior, nuevamente fueron las provincias de Buenos Aires y Santa Fe las que tuvieron un número equilibrado entre los cuatro tipos de sujetos analizados, aunque con una preponderancia de las prácticas empíricas sobre las académicas. Esta paridad entre los distintos actores tiende a desvanecerse cuando se analiza el interior de las otras provincias menos pobladas y más alejadas del poder político nacional. Si se toma el promedio nacional, observamos que provincias como La Rioja, Mendoza, Santiago del Estero, San Luis, Corrientes y Entre Ríos tienen una relación más alta. Asimismo, dentro de este grupo, se

33 Jorge Francisco Liernur, “La construcción del país urbano”, en El progreso, la modernización y sus límites (1880-1916), t. 5, ed. Mirta Zaida Lobato (Buenos Aires: Sudamericana, 2000), 411. 34 Jorge Francisco Liernur, “La construcción del país”, 412.

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pueden apreciar dos subgrupos de provincias: aquellas que tienen más de un curandero por cada mil habitantes, como Corrientes, San Luis, Santiago del Estero y La Rioja, y aquellas que estarían por debajo de ese rango, es decir, Mendoza y Entre Ríos. Por último, habría otro grupo de provincias que estarían por debajo del promedio nacional, pero donde los curanderos aventajarían a las otras prácticas, en especial a las académicas. Observamos también que el número de parteras tiende a incrementarse en el interior de provincias como Corrientes, Entre Ríos, Córdoba, La Rioja y Tucumán, y a disminuir en provincias como San Luis, Santiago del Estero, Mendoza, San Juan, Catamarca, Salta y Jujuy. Es posible que, por las características que asumieron el curanderismo y el parterismo, muchas de las parteras hayan sido registradas como curanderas. Gráfico 6: Médicos, curanderos, parteras y farmacéuticos por cada mil habitantes en las zonas rurales de las diferentes provincias, según censo de 1869

1,80 1,60 1,40 1,20 1,00 0,80 0,60 0,40 0,20

Curanderos interior

Médicos interior

Parteras interior

Argentina

Jujuy

Salta

Tucumán

Catamarca

La Rioja

San juan

Mendoza

Santiago del Estero

San Luis

Córdoba

Corrientes

Entre Ríos

Santa fe

Buenos Aires

0,00

Farmáceuticos interior

Fuente: elaboración propia sobre la base del Primer Censo de la República Argentina, Buenos Aires: Imprenta Porvenir, 1872.

El análisis precedente puede completarse con el gráfico 7, donde se aprecian los porcentajes de los distintos sujetos especializados en las diferentes provincias. Aquí se puede entrever el crecimiento de curanderos, en especial, y parteras en las provincias del interior argentino. La paridad que puede apreciarse en el interior de las provincias de Buenos Aires y Santa Fe tiende

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a desaparecer en los demás distritos, donde, salvo en Entre Ríos, los curanderos representaban más del 50% del total de los sujetos analizados. Para entender dicha tendencia en el caso de esta última provincia, es interesante considerar que, más allá de su localización en la región litoral, y no obstante su cercanía con Buenos Aires, en Entre Ríos —por lo menos hasta fines del siglo xix— no se produjeron intervenciones organizadas de relevancia por parte del estado provincial en materia del cuidado de la salud y la atención médica35. Gráfico 7: Desagregación porcentual de médicos, curanderos, parteras y farmacéuticos en el interior de las provincias argentinas, según censo de 1869

100% 90% 80% 70% 60% 50% 40% 30% 20%

Farmáceuticos interior

Parteras interior

Médicos interior

Argentina

Jujuy

Salta

Tucumán

Catamarca

La Rioja

San juan

Mendoza

Santiago del Estero

San Luis

Córdoba

Corrientes

Entre Ríos

0%

Santa fe

10%

Buenos Aires

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Curanderos interior

Fuente: elaboración propia sobre la base del Primer Censo de la República Argentina, Buenos Aires: Imprenta Porvenir, 1872.

Un caso particular lo representa la provincia de Buenos Aires. El censo de población dividió a la provincia en tres regiones: Sur, Centro y Norte. La parte Norte correspondería, partiendo de la ciudad de Buenos Aires, a todo el territorio que se extendía sobre el río Paraná y hacia el noroeste. Según el censo de población, esta zona contaba con 74.154 habitantes. El distrito Centro

35 María Elizabeth Massena, “Los orígenes del proceso”, 16.

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contaba con 105.860 habitantes. Por último, la parte Sur partía desde la ciudad de Buenos Aires, extendiéndose por todo el litoral atlántico y por el Oeste, hasta dar con los lindes de la región Centro. En esta franja de territorio, el censo contó 137.306 personas. El gráfico 8 representa la proporción de población según las diferentes zonas de la provincia de Buenos Aires, y se relaciona con las proporciones de médicos, parteras, farmacéuticos y curanderos en las tres zonas mencionadas. Puede observarse que en la zona Norte se encontraba la mayor proporción de curanderos, parteras y médicos. En una primera aproximación, podríamos pensar que, si bien el distrito Norte era el menos poblado, habitado por el 24% del total (mientras que el Centro contaba con el 33% de total provincial, y el Sur, con el 43% restante), por tratarse de una región de poblamiento más antiguo, encontró a los sujetos del cuidado de la salud asentados allí con anterioridad. Gráfico 8: Proporción de habitantes y de médicos, curanderos, farmacéuticos y parteras en las diferentes regiones de la provincia de Buenos Aires, según el censo de 1869 70%

60%

50%

40%

30%

20%

10%

0% Sur Proporción de habitantes

Centro Curanderos

Médicos

Norte Parteras

Farmacéuticos

Fuente: elaboración propia sobre la base del Primer Censo de la República Argentina, Buenos Aires: Imprenta Porvenir, 1872.

No obstante, el patrón de la provincia de Buenos Aires seguiría, para el caso de los curanderos y las parteras, la misma matriz que tendría Argentina, es decir, un mayor número de estas dos ocupaciones en zonas rurales y menos pobladas. No sería el caso de los médicos, que, tal

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vez, estarían ubicados en los pueblos de la ribera del Paraná y del río de La Plata. Claro que se requeriría realizar un análisis más pormenorizado con fuentes de mayor nivel de desagregación, así como la articulación de estos estudios con otras indagaciones que profundicen diferentes aspectos de la vida socioeconómica de Buenos Aires. En este sentido, sólo estamos en condiciones de resaltar que la sociedad bonaerense de la primera larga mitad del siglo xix se viene revelando como mucho más heterogénea y compleja de lo que se pensaba tradicionalmente. La investigación de Valeria Ciliberto36 constituye un excelente ejemplo de este tipo de estudios al poner en perspectiva problemáticas que entraman la expansión productiva de Buenos Aires durante la primera larga mitad del siglo xix con aspectos sociodemográficos y un estudio pormenorizado de la dinámica social, en el caso de su trabajo, centrado en el pueblo de San José de Flores. Estudiar éstas y otras cuestiones sin duda enriquecería las lecturas sobre la presencia y distribución de los sujetos especializados en el cuidado de la salud en esta primera larga mitad del siglo.

Conclusiones

En principio, se podría plantear que en la mayoría de los espacios de Argentina, el análisis de la distribución de los sujetos especializados en el cuidado de la salud permite apreciar que el número de practicantes empíricos —curanderos, e incluso parteras— era superior a los médicos diplomados. Una de las cuestiones más importantes que dejó ver nuestra investigación fue que la distribución de los sujetos especializados era por completo desigual, según los espacios que se consideraran. De acuerdo con las tendencias identificadas, los médicos diplomados se asentaban de manera predominante en las zonas de mayor desarrollo urbano, como eran los casos de Santa Fe y la ciudad y provincia de Buenos Aires. En este último sentido, es posible que las matrices dominantes en las ciudades hayan influido en el mayor número de médicos identificados en el ámbito provincial. Por su parte, los curanderos se asentaban en las provincias con menor población urbana. De manera verosímil, ello se asoció a que en estos espacios el Estado no podría zanjar a favor de la medicina académica el conflicto que se generaba entre médicos y curanderos por el mercado del cuidado de la salud y la paralela construcción de legitimidad de los galenos. Por otra parte, según hemos señalado, las parteras, medianamente aceptadas y, en muchos casos, disciplinadas como sujetos del cuidado de la salud por la medicina académica, se insertarían en partes iguales tanto en las provincias más rurales como en aquellas más urbanizadas. A su vez, los farmacéuticos seguirían la distribución de los médicos académicos, es decir, mostrando un mayor nivel de asentamiento en las ciudades, en especial en el Litoral.

36 Valeria Ciliberto, Aspectos sociodemográficos del crecimiento periurbano. San José de Flores (1815-1869) (Buenos Aires: unmdp/gihrr, 2004).

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Según hemos intentado definir, la distribución de los distintos sujetos especializados se podría explicar, por lo menos, en relación con tres conjuntos de factores íntimamente imbricados. El primero se asociaría a una mayor acción del Estado en las provincias más urbanizadas, donde su fuerza sería más potente en un momento en el que aquél se estaría formando históricamente. De esta forma, los curanderos habrían estado más expuestos en las ciudades, donde los médicos podrían denunciarlos y donde los agentes estatales podrían actuar con mucha más facilidad sobre ellos. El segundo aspecto estaría relacionado con las dinámicas socioeconómicas propias del período, definidas sobre todo a partir de un proceso de diferenciación en el desarrollo económico de las regiones. Específicamente, en nuestra investigación enfatizamos aquellas problemáticas asociadas con la definición de un mercado más o menos atractivo para las profesiones diplomadas y con la posibilidad de intervención por parte de los estados. La disponibilidad de recursos por parte del Estado central y de los estados provinciales se asoció a sus relativos procesos de conformación. En tercer lugar, y combinados con las anteriores cuestiones, insistimos en los clivajes urbanos y rurales y su relación con la larvada conformación de un mercado de la salud donde los distintos sujetos competirían según las ventajas comparativas que tuvieran. Los médicos y farmacéuticos lo harían en lugares más poblados, donde estaba generándose un embrionario proceso de modernización, y aquéllos poseían más poder y, por lo tanto, un mercado al que pretendían cautivar y monopolizar con la ayuda del Estado. Las parteras se distribuirían de manera equitativa tanto en las zonas urbanas como en las rurales, pues la práctica que generaban, en muchos casos, complementaba a la de los médicos y les permitía insertarse en esos dos ámbitos. Los curanderos, que competían con los médicos diplomados en las ciudades, debían ocultar su ocupación, en cuanto podían declarar con más facilidad su práctica y ejercerla sin la persecución del Estado en las zonas rurales, donde los médicos académicos no tenían una inserción fuerte. Aunque estas aproximaciones tienen un fuerte sesgo conjetural, creemos que hemos logrado significativos aportes para el desarrollo de una agenda de investigación interesada en el estudio de la presencia y distribución de los sujetos especializados en el cuidado de la salud en el territorio argentino. Fundamentalmente, recuperamos y mostramos la importancia del Censo de 1869 como una fuente histórica imprescindible, más allá de los sesgos que posee. Asociado con ello, retomamos varios nudos de cuestiones teóricas y empíricas, dejando ver que la descripción y el análisis de los valores del dispositivo censal permitirían abrir un conjunto de problemáticas sumamente valiosas de indagar, potenciando así el desarrollo de la historia social de la salud y la enfermedad en Argentina. Por último, incorporamos por primera vez a la agenda de investigaciones ciertos renglones de la historia de los sujetos especializados en el cuidado de la salud en la primera mitad larga del siglo xix, por fuera de aquellos límites tradicionalmente recorridos por la historiografía y con ambigüedad identificados como “nacionales”. Ello constituye un primer paso, orientado a identificar procesos, interrogantes y conjeturas pensando en posteriores profundizaciones, tarea que futuras investigaciones deberían desarrollar con mayor detalle.

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Prácticas empíricas y medicina académica en Argentina.

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Recreación e instrucción botánicas en las revistas de la ciudad de México, 1835-1855Ï

Rodrigo Vega y Ortega

Profesor del Colegio de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (México d.f., México). Maestro en Historia por la misma institución. Autor de “‘Desde la margen del Bravo, hasta el valle donde se alza el Soconusco elevado’: la geografía en las revistas para niños (la década de 1870)”, Antíteses iv: 7 (2011): 247-266; “Viajeros extranjeros en el Museo Nacional de México. Del proyecto imperial a la redefinición republicana (1864-1877)”, en Geografía e Historia Natural: Hacia una historia comparada. Estudio a través de Argentina, México, Costa Rica y Paraguay, vol. iv, coord. Celina Lértora (Buenos Aires, Ediciones fepai, 2011),185-224; y editor, junto con Luz Fernanda Azuela, del libro Naturaleza y territorio en la ciencia mexicana del siglo xix (México: Universidad Nacional Autónoma de México, 2012). rodrigo.vegayortega@hotmail.com

artículo recibido:

25 de julio de 2012 7 de noviembre de 2012 modificado: 14 de enero de 2013

aprobado:

doi:

10.7440/histcrit49.2013.06

Ï Este artículo forma parte de la investigación “Historia de la divulgación científica mexicana durante el siglo xix”. También es parte del proyecto colectivo papiit (in 301113): “La Geografía y las ciencias naturales en algunas ciudades y regiones mexicanas, 1787-1940”, financiado por el Instituto de Geografía-unam (México), a cargo de la Dra. Luz Fernanda Azuela.

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Recreación e instrucción botánicas en las revistas de la ciudad de México, 1835-1855

Recreación e instrucción botánicas en las revistas de la ciudad de México, 1835-1855

Resumen: La Botánica fue tema de varios artículos publicados en las revistas de la ciudad de México entre 1835 y 1855, como parte de las lecturas de las clases media y alta. Entre sus autores se destacaron científicos y amateurs que se propusieron instruir y recrear al público mediante temas valorados como útiles, por ejemplo, la anatomía y fisiología vegetal, las plantas medicinales, la jardinería, los paseos a través de bosques y la historia de la investigación botánica. Dichos artículos revelan la cultura botánica que difundieron distintos grupos sociales de acuerdo con sus aficiones y necesidades para la vida diaria.

Palabras clave: México, botánica, prensa, planta medicinal, entretenimiento, lectura.

Botanical recreation and instruction in magazines in Mexico City, 1835-1855

Abstract: Botany was the subject of several articles published in magazines in Mexico City between 1835 and 1855, as part of the texts read by the middle and upper classes. Authors of these articles were scientists and amateurs who aimed to instruct and entertain the public through topics valued for their helpfulness, such as plant anatomy and physiology, medicinal plants, gardening, hiking in the forests, and the history of botanical research. These articles revealed how diverse social groups disseminated botanical culture according to their interests and daily needs.

Keywords: Mexico, botany, press, medicinal plants, entertainment, reading.

Recriação e instrução botânicas nas revistas da cidade do México, 1835-1855

Resumo: A Botânica foi tema de vários artigos publicados nas revistas da cidade do México entre 1835 e 1855, como parte das leituras das classes médias e alta. Entre seus autores, destacaram-se cientistas e amadores que se propuseram instruir e recriar ao público mediante temas considerados úteis, por exemplo, a anatomia e fisiologia vegetal, as plantas medicinais, a jardinagem, os passeios pelos bosques e a história da pesquisa botânica. Esses artigos revelam a cultura botânica que diferentes grupos sociais difundiram de acordo com suas paixões e necessidades para a vida diária.

Palavras-chave: México, botânica, imprensa, planta medicinal, entretenimento, leitur.

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Rodrigo Vega y Ortega

Recreación e instrucción botánicas en las revistas de la ciudad de México, 1835-1855

Introducción

En los estudios históricos sobre la ciencia mexicana son ampliamente conocidos los escritos botánicos publicados en la prensa ilustrada de la ciudad de México, principalmente el Mercurio Volante (1772), el Diario Literario de México (1768) y la Gazeta de Literatura (1778)1. En estas publicaciones participaron connotados hombres de ciencia, por ejemplo: José de Alzate, Antonio de la Cal, José Longinos Martínez, José Mariano Mociño, Martín de Sessé, Vicente Cervantes (catedrático del Real Jardín Botánico novohispano), y decenas de autores anónimos. A pesar de la violencia desatada por la revolución de Independencia, la práctica botánica se mantuvo con altibajos, para tomar nuevos bríos después de 1821, no sólo en las instituciones científicas de la ciudad de México, sino también entre las clases media y alta, como se aprecia en las numerosas revistas que se editaron. No obstante, aún se conoce poco acerca de este tipo de escritos de la primera mitad del siglo xix. Por ello, esta investigación se propone contribuir a los estudios sobre la Historia de la Botánica mexicana en dicho período, ya que la mayor parte de estas investigaciones se encuentra concentrada en dos períodos: el final del siglo xviii, con la creación del Real Jardín Botánico y las polémicas naturalistas que se suscitaron2, y los estudios de la flora que tuvieron lugar a partir de la fundación de la Sociedad Mexicana de Historia Natural en 1868 y su periódico La Naturaleza (1869-1914)3. El período que abarca 1821 a 1867 es de gran interés para la historia de la ciencia mexicana, ya que por muchas décadas la historiografía ha estimado que estos años fueron desfavorables para la actividad científica, por la inestabilidad política, las continuas luchas civiles y la perenne

1 Alberto Saladino, Ciencia y prensa durante la Ilustración latinoamericana (Toluca: Universidad Autónoma del Estado de México, 1996), 242-245.

2 Roberto Moreno, La primera cátedra de botánica en México, 1788 (México: unam/Sociedad Botánica de México, 1988), y Graciela Zamudio, “La práctica naturalista de los expedicionarios Martín de Sessé y José Mariano Mociño (17871803)”, en La geografía y las ciencias naturales en el siglo xix mexicano, eds. Luz Fernanda Azuela y Rodrigo Vega y Ortega (México: unam, 2011), 39-50.

3 Consuelo Cuevas, “Raíces profundas de la botánica en México”, en Faustino Miranda. Una vida dedicada a la botánica, ed. Javier Dosil (Morelia: Universidad Michoacana de San Nicolás Hidalgo, 2007), 191-214.

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crisis económica4. También se ha asegurado que la práctica divulgativa de la ciencia fue la respuesta a la falta de apoyo estatal y que se trató de un terreno científico de menor valor, por la ausencia de originalidad. En palabras de Elías Trabulse, México nació a la vida independiente en condiciones poco favorables para el desarrollo de las ciencias, y la gesta insurgente provocó una casi completa detención de éstas, en una época en la que las ciencias recibían un vigoroso impulso en Europa y Estados Unidos. Dicha situación habría provocado un supuesto desfase en la investigación científica respecto de otras regiones del mundo, acentuado a partir de la segunda década del siglo

xix5. Pero Trabulse no tiene en cuenta que instituciones capitalinas como el Colegio de Minería, el

Hospital de San Andrés y el Jardín Botánico continuaron sus actividades docentes y de investigación adecuándose a las nuevas circunstancias, así como que éstas fueron reforzadas por la amplia actividad asociacionista que se vivió en la capital del país, en la que participó gran número de hombres de ciencia, quienes promovieron la circulación de todo tipo de conocimiento en la prensa. No obstante, este tipo de afirmaciones han sido modificadas gracias a que en los últimos años algunos historiadores han emprendido investigaciones que enfatizan el papel de las revistas mexicanas en la práctica de la ciencia decimonónica, principalmente en el terreno de la Historia natural6. La inclusión de artículos botánicos en los impresos periódicos de la ciudad de México se remonta a las primeras décadas del siglo xviii, cuando los ilustrados novohispanos se interesaron en el estudio de la flora local, con miras a descubrir su utilidad a favor de la Corona y la sociedad. Una vez alcanzada la emancipación política, las revistas capitalinas recobraron los contenidos científicos, esta vez a favor de la nación mexicana. A partir de 1821, los escritos naturalistas tuvieron por objetivo instruir y recrear a los lectores, como es palpable en El Sol (1823-1832) y El Amigo del Pueblo (1827-1828), aunque los años que corren entre 1835 y 1855 fueron los de mayor dinamismo en este ámbito. Dado el amplio volumen de los contenidos incluidos en la prensa capitalina, en la presente investigación sólo se abordarán ocho artículos, publicados en la Revista Mexicana. Periódico Científico y Literario (1835-1836), El Museo Mexicano. O Miscelánea Pintoresca de Amenidades Curiosas e Instructivas (1843-1845), la Revista Científica y Literaria de Méjico publicada por los antiguos redactores del Museo Mejicano (1845-1846), La Ilustración Mexicana (1851-1855) y La

4 Rafael Guevara, “Notas sobre la genealogía de la historiografía reciente de la ciencia latinoamericana, o de cómo se inventaron historias para ser esgrimidas contra los embates del atraso”, en América Latina: enfoques historiográficos, ed. Ignacio Sosa (México: unam, 2009), 27-49.

5 Elías Trabulse, Historia de la ciencia en México. Siglo xvi (México: fce, 2003), 170.

6 Ver Sofía González, “‘Científicos pero también religiosos’. El Abogado Cristiano Ilustrado, periódico de la Iglesia Metodista Episcopal de México (1880-1910)” (Tesis de Licenciatura en Historia, unam, 2010); Luz Fernanda Azuela y Lucero Morelos, “Las representaciones mineras en la prensa científica y técnica (1860-1904)”, en La geografía y las ciencias naturales, 103-120; y Alejandro García Luna, “Mineros, ciencia y lectores. El Minero Mexicano 1873-1880” (Tesis de Licenciatura en Historia, unam, 2012).

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Rodrigo Vega y Ortega

Verdad. Revista Universal publicada bajo la dirección de una Sociedad Literaria (1854)7. La interrupción de la publicación de las revistas capitalinas entre 1846 y 1849 se debió a la guerra entre México y Estados Unidos, que trastornó casi todas las actividades económicas y culturales del país, pero a partir de 1850 éstas se recuperaron con gran vitalidad8. En síntesis, el objetivo del artículo es analizar los escritos que vieron la luz en dichas revistas en rubros de recreación e instrucción, como el estudio anatómico y fisiológico de corte vegetal; la jardinería y los paseos a través de bosques; datos curiosos sobre plantas; tópicos referentes a la utilidad farmacéutica de las plantas americanas; la riqueza de la flora nacional, hasta entonces poco conocida; y el devenir de dicha ciencia a lo largo de los siglos. Dichos temas se consideraron de interés para los lectores de las revistas mencionadas, quienes en varias ocasiones escribieron a los redactores para resolver preguntas científicas. Aunque esta relación epistolar es perceptible en cuestiones geográficas, médicas, arqueológicas y geológicas, hasta ahora no se han encontrado evidencias para el rubro botánico.

1. La Botánica en la ciudad de México En la primera mitad del siglo xix los estratos medio y alto de la ciudad de México tuvieron a

su disposición varios espacios en los cuales la Botánica fue altamente valorada. En primer lugar estaban las instituciones de instrucción superior que cobijaban algunas cátedras científicas a las que asistían jóvenes estudiantes. En ellas se estudiaba la flora mexicana en términos botánicos, agrícolas y farmacéuticos. Particularmente, en el Jardín Botánico ubicado dentro de Palacio Nacional había varios cuadrantes que exhibían plantas vivas, más un salón de clases y una sala donde se resguardaba el herbario nacional. Éste también fue el lugar predilecto para los paseos que hombres y mujeres organizaban en sus inmediaciones a manera de entretenimiento culto. Entre aquellos individuos que laboraron en el Jardín se encontraban el director y catedrático de Botánica, el jardinero mayor y los jardineros auxiliares.

7 Las revistas señaladas fueron consultadas en el Fondo Reservado de la Hemeroteca Nacional de México. Algunas de las revistas extranjeras que fueron referencia para los redactores de la ciudad de México son publicaciones inglesas, como The Penny Magazine, The Spectator y Register of Art; títulos franceses como Le Cultivateur, Magasin Pittoresque, Le Mosaïque, Musée des Familles y Le Père de Famille; revistas españolas como La Colmena, El Museo de las Familias y El Semanario Pintoresco Español; y estadounidenses como The Family Magazine.

8 En esta investigación se excluyeron los contenidos botánicos del Registro Trimestre (1832-1833), El Mosaico Mexicano (1836-1842), El Liceo Mexicano (1844) y El Ateneo Mexicano (1844-1845), debido a que recientemente han recibido amplia atención por parte de los historiadores de la ciencia mexicana, si se les compara con las revistas aquí analizadas. Sobre el análisis de dichas publicaciones, véase Luz Fernanda Azuela, Ana Lilia Sabas y Ana Eugenia Smith, “La Geografía y la Historia natural en las revistas literarias de la primera mitad del siglo xix”, en Geografía e Historia Natural: hacia una historia comparada. Estudio a través de Argentina, México, Costa Rica y Paraguay, t. i, ed. Celina Lértora (Buenos Aires: fepai, 2008), 5-31; y Rodrigo Vega y Ortega y Ana Lilia Sabás, “Geografía e Historia natural en las revistas de México, 1820-1860”, en La geografía y las ciencias naturales, 51-80.

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También fue importante la Escuela de Medicina, creada en 1833, y que, a pesar de las vicisitudes de sus primeros años, mantuvo abierta la Cátedra de Historia natural de las drogas, donde se analizaban especies vinculadas con la Farmacia. Es factible considerar que algunos lectores de escritos botánicos eran farmacéuticos y médicos, quienes deseaban estar al tanto de nuevas plantas medicinales, para aliviar las enfermedades que asolaban a la población9. Además, algunos de los lectores pudieron ser parte del grupo editorial que en 1846 dio a conocer la Farmacopea Mexicana, primera en su tipo en América Latina. Otra institución fue el Colegio de Minería, que se vinculó con el Jardín Botánico a partir de 1843 para reforzar los estudios científicos de los futuros ingenieros, mediante la reorientación de las cátedras naturalistas. Hacia el final del período de estudio surgió un terreno académico nuevo con la apertura de la Escuela de Agricultura y Veterinaria en 1856, que se interesó en las investigaciones botánicas sobre plantas de carácter agrícola. Este establecimiento tuvo un azaroso inicio pero con el paso del tiempo se desarrolló con normalidad. En los establecimientos señalados se desarrolló una élite científica que entre 1835 y 1855 impulsó las investigaciones botánicas en la ciudad de México. Además, en el Gabinete de Historia natural del Museo Nacional se acopiaron semillas, plantas secas y dibujos sobre la flora nacional, para deleite e instrucción de los visitantes. Asimismo, los hombres de ciencia fueron miembros de múltiples asociaciones culturales que fomentaron los estudios botánicos, como el Ateneo Mexicano, la Academia de Letrán, el Liceo Mexicano, entre otras. En ellas se destacaron socios que poseían una sólida trayectoria naturalista, como Miguel Bustamante (1790-1844) —catedrático del Jardín Botánico—, Joaquín Velázquez de León (1803-1882) —catedrático de Zoología y Geología en el Colegio de Minería— y el Dr. Pablo de la Llave (1773-1833) —presidente de la Junta Directiva del Museo Nacional y Jardín Botánico—. En estos espacios asociativos también participaron naturalistas amateurs como Luis de la Rosa (18041856) y el Br. Isidro Rafael Gondra (1788-1861), quienes se dedicaron a escribir acerca de la flora mexicana, con el objetivo de dar a conocer al público las nuevas especies que podrían explotarse económicamente. Los hombres mencionados formaron parte del equipo de redactores y del cuerpo de articulistas de las revistas que aquí se presentan. Otro lugar en que la élite de la capital se daba cita para emprender paseos en los cuales entraban en contacto con la naturaleza eran la Alameda y el Bosque de Chapultepec, valorados como sitios urbanos de la flora domesticada para deleite de la población10. En los alrededores de la ciudad de México también se efectuaban paseos en los fines de semana o días festivos, por

9 Cabe señalar que las diversas publicaciones médicas de la primera mitad del siglo xix también incluyeron escritos botánicos. Martha Eugenia Rodríguez, “Semanarios, gacetas, revistas y periódicos médicos del siglo xix mexicano”, Boletín del Instituto de Investigaciones Bibliográficas ii: 2 (1997): 61-96. 10 María Estela Eguiarte, “Los jardines en México y la idea de ciudad decimonónica”, Historias 27 (1992): 129.

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ejemplo, el Molino de las Flores, el Desierto de los Leones, el canal de La Viga y Tacubaya. Muchos amateurs y estudiantes colectaban plantas para adentrarse a la práctica de la Botánica científica, y así enriquecer las colecciones particulares que poseían, muchas veces para mostrarlas a familiares, amigos y viajeros extranjeros a quienes les gustaba conversar sobre temas científicos11. De manera semejante, la Botánica estaba presente en las casas de los grupos sociales acomodados, en las que existía un jardín donde se plantaban especies terapéuticas, ornamentales, culinarias, y hasta exóticas, ya fueran nacionales o extranjeras. La flora doméstica hacía más agradable el interior de las casas (salas, habitaciones y recibidores) y el exterior (escalinatas, patios y azoteas), pero sólo algunas de ellas representaban un verdadero lujo entre la clase alta, al ostentar especies raras de alto costo. A tono con este gusto botánico, también hay que mencionar que las revistas en cuestión publicaron decenas de poemas que empleaban el lenguaje botánico para elogiar a familiares, amigos y seres amados, así como textos que hacían referencia a los “amantes de las plantas”, quienes poseían una sensibilidad hacia la naturaleza. En todos estos escritos se revelan la diversa popularización de la Botánica y el amplio interés del público en ésta. En general, la Botánica fue popular entre el público culto de la ciudad de México, como sucedió en las capitales europeas y americanas, por lo que no fue casual que los redactores capitalinos se afanaran en incluir escritos de este tópico en las revistas que publicaban. En efecto, los artículos botánicos abarcaron una gama que incluyó el conocimiento de las maravillas de la flora mundial y, particularmente, de las regiones tropicales donde aún se desconocían miles de plantas; las peculiaridades de las especies, teniendo en cuenta los vistosos colores, llamativos olores y caprichosas formas; la horticultura y la jardinería como actividades vinculadas a las ciencias naturales que efectuaban hombres y mujeres en ratos de ocio12; la presencia de noticias sobre el uso que los pueblos “incultos” del mundo daban a la flora indígena, ya fuera como veneno, remedios para la salud y usos culinarios; las explicaciones referentes al desarrollo histórico de la Botánica en México y en el mundo; y el aprovechamiento farmacéutico de las diversidad florística, dentro y fuera del hogar13. Estos temas se abordarán en las siguientes páginas.

11 Luz Fernanda Azuela y Rodrigo Vega y Ortega, “Ciencia y público en la primera mitad del siglo xix mexicano”, en Balance del campo esocite en América Latina y desafíos (México: Sociedad Latinoamericana de Estudios Sociales de la Ciencia y la Tecnología, 2012), 14.

12 Véase Rodrigo Vega y Ortega, “‘Preparaciones para la salud y el tocador’. La divulgación del conocimiento farmacéutico en cinco revistas mexicanas para el ‘bello sexo’, 1840-1855”, Eä. Revista de Humanidades Médicas y Estudios Sociales de la Ciencia y la Tecnología i: 3 (2010): 1-26.

13 Ann Shteir, “Sensitive, Bashful, and Chaste? Articulating the Mimosa in Science”, en Science in the Market Place. Nineteenth-century Sites and Experiences, eds. Aileen Fyfe y Bernard Lightman (Chicago: The University of Chicago Press, 2007), 183.

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2. Las revistas de la ciudad de México, 1835-1855

A partir de 1821, en la capital mexicana proliferaron imprentas de todo tipo que se dieron a la tarea de satisfacer a los lectores mediante cartillas, folletos, periódicos, revistas, hojas volantes, calendarios, sermones, manuales y libros, gracias al establecimiento de la libertad de imprenta. A pesar de que la población alfabetizada era pequeña, gozaba de cierto poder adquisitivo que le permitía pagar suscripciones de la prensa. Asimismo, el público conseguía materiales impresos de otras partes del país y el extranjero, sobre todo en lenguas inglesa y francesa. Las revistas, además de la suscripción, se vendían por número o por tomo en librerías, cajones, almacenes e imprentas de ciudades y pueblos. Las revistas mexicanas de la primera mitad del siglo xix guardan semejanzas con las del

resto de América y Europa en su afán por convertirse en pautas culturales en el ámbito secular, por lo que los redactores de éstas echaron mano de contenidos científicos, humanísticos, artísticos y tecnológicos para agradar al público. Por ejemplo, resaltan tópicos sobre cuestiones religiosas y de moral, novedades tecnológicas, descubrimientos científicos, reflexiones filosóficas e históricas, novelas por entregas, pautas de urbanidad, decenas de poemas, partituras, crítica literaria, descripciones de viajes y consejos útiles para la vida diaria, así como recomendaciones médicas, medidas de higiene y estudios sobre la flora terapéutica. Mediante estos tópicos, algunos lectores capitalinos se instruyeron y entretuvieron con cada fascículo, ya fuera semanal, quincenal, mensual o semestral. Gracias a las cartas de los lectores, se aprecia que estos temas fueron de su interés14. El papel de los redactores fue fundamental, ya que dedicaban mucho tiempo a la preparación de cada número, especialmente para recopilar los escritos de los autores seleccionados, dar a conocer la postura editorial, traducir algunas notas de publicaciones extranjeras, responder preguntas de los lectores y vigilar la impresión del fascículo. El cuerpo editorial estaba consciente de que la revista podía tener una existencia problemática y, por ello, apelaba en el prospecto a la gama de contenidos interesantes y novedosos que se darían a conocer en cada número, entre los que resaltaban los de carácter científico15. Cada cuadernillo osciló entre los 32 por 21 centímetros y los 20 por 14 centímetros, un tamaño que favoreció su cómoda lectura16.

14 Laura Suárez, “Editores para el cambio: expresión de una nueva cultura política, 1808-1855”, en Transición y cultura política. De la Colonia al México independiente, eds. Cristina Gómez y Miguel Soto (México: unam, 2004), 47.

15 Lilia Vieyra, “La frecuencia de las publicaciones periódicas, 1822-1855”, en Empresa y cultura en tinta y papel (18001860), eds. Laura Suárez y Miguel Ángel Castro (México: Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora/ unam, 2001), 451-452. 16 Laurence Coudart, “Difusión y lectura de la prensa: el ejemplo poblano (1820-1850)”, en Empresa y cultura, 345.

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Rodrigo Vega y Ortega

En las revistas capitalinas impresas entre 1835 y 1855 participaron, en calidad de redactores y articulistas, varios hombres de ciencia y amateurs17 que se interesaron en acercar las disciplinas científicas a un espectro amplio de lectores, que al menos estuviera alfabetizado y contara con instrucción de primeras letras. Ambos grupos eran vistos por el público como individuos comprometidos y circunspectos para llevar de la mano al lector. Además, el renombre que los acompañaba era garantía de la calidad de los escritos publicados. Normalmente el lenguaje empleado en la mayor parte de los contenidos científicos fue de fácil entendimiento y de gran amenidad, para no cansar al lector, sin que por ello dejara de instruirse de manera informal y recrearse racionalmente. Asimismo, estos individuos se interesaron en brindar conocimientos científicos para la vida diaria. En el caso de la Botánica, esto se aprecia en consejos agrícolas, farmacéuticos y de jardinería. Es de resaltar que los artículos pretendieron instruir informalmente al lector como medio alterno a las escuelas, a la vez que entretenerlo en las horas de ocio en el hogar, los cafés y las tertulias. Ambos propósitos estuvieron encaminados a formar una opinión pública que favoreciera el desarrollo de los proyectos científicos, y que profundizara en el conocimiento de la flora y fauna, para emplearse como materia prima en las actividades artesanales e industriales18, y se

fomentaran las instituciones públicas donde se practicaban las ciencias19. Los posibles lectores mexicanos de estas revistas pueden agruparse de dos maneras. Por un lado, se encontraban profesionistas, catedráticos de escuelas de instrucción superior, personal de instituciones científicas y hombres de ciencia, que leían las publicaciones para no rezagarse en la práctica laboral que se llevaba a cabo en otras partes del mundo. También se enteraban de los resultados y descubrimientos de colegas, los cuales en varias ocasiones no se podían dar a conocer en medios especializados, sobre todo en la primera mitad del siglo xix20. Lo anterior tuvo un par de excepciones, como las revistas médicas de las décadas de 1830 y 1840,

17 En la primera mitad del siglo xix, entre los amateurs mexicanos se destacaron políticos, novelistas, militares y miembros del clero, que, sin ser especialistas en la ciencia, se dedicaron a popularizarla. Algunos de ellos se dedicaron a la Botánica, como se verá en las siguientes páginas. 18 Ver: Anne Secord, “Science in the Pub: Artisans Botanists in Early Nineteenth-century Lancashire”, History of Science xxxii (1994): 269-315; y Rodrigo Vega y Ortega y Ana Eugenia Smith, “Nuevos lectores de historia natural. Las revistas literarias de México en la década de 1840”, en Geografía e historia natural: hacia una historia comparada. Estudios a través de Argentina, México, Costa Rica y Paraguay, t. iii, ed. Celina Lértora (Buenos Aires: fepai, 2010), 63-102.

19 Catherine Sablonniere, “El Correo de Ultramar (1842-1886) y la ciencia: entre labor educativa y propaganda política”, en Voces en papel. La prensa en Iberoamérica de 1792 a 1970, eds. Celia del Palacio y Sarrelly Martínez (Tuxtla Gutiérrez: Universidad Autónoma de Chiapas, 2008), 465. 20 Jonathan Topham, “Publishing ‘Popular Science’ in Early Nineteenth-century Britain”, en Science in the Market Place, 138-139.

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y el órgano impreso de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística21. Por otro lado, hubo numerosos amateurs e individuos que por primera vez se adentraban al mundo científico y requerían estudios introductorios, fáciles de comprender, para que gradualmente profundizaran en lecturas cada vez más complejas. Ambos tipos de lectores también pueden apreciarse como autores de escritos botánicos, quienes invariablemente recurrieron a presentar al público la diversidad natural de México, la importancia de aprovechar la flora en la economía nacional en los ámbitos terapéutico y agrícola, y la necesidad de contar con un bagaje botánico para la vida diaria. Lo anterior se encuentra en la tendencia cultural de las naciones europeas y americanas, ya que la Botánica “se convirtió en algo de moda y respetable gracias a la popularización que rebasó los círculos académicos”22. Cabe señalar que los artículos botánicos se complementaron con las actividades llevadas a cabo por algunas agrupaciones cultas capitalinas, la exhibición naturalista de colecciones públicas y privadas, la circulación de libros especializados, la instrucción de las ciencias naturales en cátedras de establecimientos superiores, la conversación de temas científicos en veladas y tertulias, y el gusto por emprender paseos por los alrededores de la ciudad de México para entrar en contacto con la naturaleza. En este sentido, los estratos medio y alto fueron asiduos a todas estas acciones, gracias al goce de ocio y dinero.

3. La historicidad de la Botánica

Uno de los temas recurrentes en las revistas capitalinas fue el devenir de las ciencias desde la Antigüedad hasta el presente, ya fuera en un contexto europeo o mexicano. Ejemplo de ello fue el escrito publicado de forma anónima en La Verdad que lleva por título “Historia de la Botánica antigua y moderna”. En éste, el autor se propuso instruir a los lectores sobre dicha ciencia, en especial a aquellos que aspiraban a convertirse en naturalistas y farmacéuticos. Este recuento histórico inició con una referencia a los antiguos egipcios, valorados como el primer pueblo que puso los cimientos para la sistematización de la flora mundial y que, con el paso del tiempo, elaboró tratados científicos que acopiaron datos sobre las virtudes terapéuticas de las plantas mediterráneas. Después se menciona al Antiguo Testamento, a manera de un testimonio de los progresos botánicos en Medio Oriente. Por ejemplo, se explicó que la lectura de los pasajes bíblicos referentes a Moisés revelaba la profunda práctica farmacéutica, “lo cual [probaba] que los

21 Luz Fernanda Azuela, “El régimen de cientificidad en las publicaciones del último tercio del siglo xix”, en Geografía e historia natural, t. iii,105-106.

22 Bernard Lightman, Victorian Popularizers of Science. Design Nature for New Audiences (Chicago: The University of Chicago Press, 2007), 2.

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judíos se habían ocupado de las propiedades de [las drogas] simples”, gracias al reconocimiento del medio ambiente en que se asentaron23. El autor enfatizó que el segundo período de florecimiento de la Botánica era la vertiente griega, como se apreciaba en los mitos referentes a casi todos los héroes, dioses y semidioses, por ejemplo, Jasón, Teucro, Peleo, Aquiles y Patroclo, junto con las célebres hechiceras Medea y Circe. Este escrito enlazó las obras grecolatinas, que muchos lectores habían conocido en los colegios capitalinos en las cátedras de Retórica, Oratoria y Gramática, con el cultivo de la Botánica en la Antigüedad, sobre todo entre médicos, farmacéuticos, naturalistas y geógrafos, quienes se consideraban herederos de las bases científicas construidas siglos atrás. Lo anterior salta a la vista cuando el autor resaltó los nombres de Hipócrates, Galeno, Estrabón y Teofrasto, padres de las mencionadas ciencias, a manera de ejemplo del legado clásico sobre “la descripción de las plantas que se conocían y usaban en su tiempo”24.

Precisamente, Teofrastro era reconocido en el medio científico mundial como el primer botánico que había elaborado un compendio florístico en dieciséis libros. Otros botánicos mencionados en “Historia de la Botánica antigua y moderna” fueron Dioscórides, célebre por la descripción de más de seiscientas plantas; el sabio Columela, “padre de la agricultura”, que escribió trece libros sobre plantas que cultivaban los agricultores romanos; y Plinio, famoso por las numerosas descripciones de especies vegetales25. Por último, se señalaron las obras de los naturalistas romanos Paladio, Catón y Varrón, quienes fueron la base de la tradición botánica medieval y renacentista que se trasplantó en América. Esta interpretación de la Historia de la Botánica estuvo acorde con las visiones de mediados del siglo xix que enfatizaban el legado cultural que algunos individuos habían dejado a la humanidad, así como el origen de la ciencia en la Antigüedad grecorromana, lo que servía de argumento para resaltar que el conocimiento científico era creación de las sociedades del Viejo Continente. También es necesario señalar que la forma de periodizar el devenir científico fue retomada por los letrados mexicanos, al buscar el inicio de la práctica botánica nacional en la herbolaria prehispánica, a manera de una analogía con el conocimiento griego, como se verá a continuación. El estudio titulado “Investigaciones sobre el origen de las plantas de cultivo en México”, que vio la luz en la Revista Científica y Literaria de Méjico, expuso a los lectores la centenaria tradición botánica del país. El autor inició la disertación señalando que Alejandro de Humboldt, en el Ensayo político sobre la Nueva España (1811), había aportado gran cantidad de datos sobre

23 “Historia de la Botánica antigua y moderna”, La Verdad 1 (1854): 79. 24 “Historia de la Botánica”, 79.

25 “Historia de la Botánica”, 89-90.

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“la historia de las plantas más útiles que se cultivan en México y muchas de las que se culti-

vaban ya en este país algunos siglos antes del descubrimiento del Nuevo Mundo. Y aunque

los datos y observaciones y otras noticias que a ellos hemos agregado no deciden las impor-

tantes cuestiones de los botánicos y de los historiadores sobre el origen o precedencia de aquellas plantas, esclarecen mucho esta materia y excitan una viva curiosidad de descubrir

cuáles son los países de donde han venido a México tantas plantas que evidentemente no son indígenas de nuestro suelo y que en la más remota antigüedad han sido conocidas y cultivadas por otros pueblos”26.

El autor empleó la historia de las plantas mexicanas como un argumento para destacar la valiosa diversidad botánica nacional, principalmente en cuanto a flora útil para el mundo entero, y que quizá aún habría cientos de especies diseminadas por todo el territorio sin que nadie las hubiera analizado científicamente. Por ello, éstas aún no proporcionaban utilidad alguna al país. Bajo esta mirada, se requerían más y mejores botánicos encargados de elaborar el inventario de la flora nacional bajo una directriz económica de carácter nacional, a través de instituciones académicas, cátedras, y la prensa. Sobre este último punto, el énfasis del autor en el escaso estudio académico de la diversidad florística mexicana intentaba concientizar a los lectores acerca de la necesidad de instruirse en este rubro de la Historia natural, para que, en el caso de hallar una planta desconocida, se pudiera efectuar un riguroso escrito que la hiciera pública. Si cada lector llevaba a cabo una acción como ésta, en pocos años se multiplicaría la bibliografía botánica de México, para bien de la nación. Ejemplo de lo anterior había sido la época de exploración y colonización de América, cuando los españoles se interesaron en investigar la mayor cantidad de plantas utilizadas en la agricultura y herbolaria prehispánica, pero escudriñadas bajo los cánones de los médicos europeos. Asimismo, a partir del siglo xvi se explotaron especies artesanales, culinarias, terapéuticas, agrícolas y de ornato, junto con el intenso proceso de aclimatación de plantas de otros contenientes en toda Nueva España. No obstante, el autor estaba consciente de que hubo procesos negativos, ya que, al mismo tiempo que los conquistadores propagaban en el Nuevo Mundo las plantas europeas, asiáticas y africanas, se modificó la práctica agrícola indígena al dejar de lado ciertas yerbas y verduras que antes eran populares, pues el gusto español las había abandonado27.

26 “Investigaciones sobre el origen de las plantas de cultivo en México”, Revista Científica y Literaria de Méjico publicada por los antiguos redactores del Museo Mejicano 2 (1846): 117.

27 “Investigaciones sobre el origen”, 118.

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A lo largo del escrito se mencionan los estudios botánicos que la élite novohispana había llevado a cabo a lo largo de tres siglos, con énfasis en el siglo xviii, cuando la Botánica ilustrada había sido practicada por varios hombres de ciencia. Con ello el autor se proponía exponer al público los orígenes de los estudios botánicos mexicanos, que en nada desmerecían de los europeos, pues las civilizaciones precortesianas habían efectuado un amplio y riguroso reconocimiento de la gama de especies vegetales del territorio en que se asentaron. Además, la sociedad mexicana podía sentirse orgullosa de ser heredera de dos importantes tradiciones naturalistas: la europea y la indígena, que a partir de 1521 dieron los primeros pasos para consolidar un solo saber botánico. Como todos los lectores sabían, la especie más representativa de México era el Zea maíz, que desde el pasado prehispánico había alimentado al grueso de la población. El autor señaló que aún no se habían hallado variedades silvestres, por lo que había una interrogante por resolver en el futuro: “¿de dónde [había] venido esta planta al Nuevo Continente y a sus islas?”28. Para encontrar la

respuesta se requerían varios hombres de ciencia que vincularan la Botánica con la Geografía, en pos de averiguar el origen geográfico de las plantas mexicanas. El escrito concluyó expresando que en los siguientes fascículos de la Revista Científica y Literaria de Méjico se profundizaría en los mismos términos sobre vainilla, agave, achiote, hule, flor de las manitas, y las cactáceas, aunque, por motivos que se desconocen, esto no se llevó a cabo. No obstante, este escrito informa sobre el interés de los redactores por incluir temas referentes al devenir de la Botánica, no en cuanto a la tradición europea, como el artículo “Historia de la Botánica antigua y moderna”, pues el México independiente era heredero de una práctica naturalista que se remontaba a las culturas prehispánicas, semejante al legado científico español. De ahí que fuera importante apoyar las investigaciones sobre Historia natural para favorecer la cultura nacional.

4. Anatomía y fisiología vegetal

Entre los tópicos botánicos de interés práctico para los lectores resaltaron aquellos que tuvieron por objeto introducir al público en la vida de las plantas bajo un lenguaje agradable y una exposición sencilla. Ejemplo de ello fue el autor que firmaba con las iniciales p. s. en varios artículos de El Museo Mexicano. Uno de éstos se intitula “De las hojas de los vegetales”, en donde explicó algunas cuestiones anatómicas y fisiológicas de éstos, a manera de instrucción informal. El escrito inició presentando al ciclo de vida vegetal a partir de un fenómeno natural de dominio público: la pérdida de follaje de los árboles en otoño e invierno, como si estuvieran “heridos de muerte”. Luego, en la primavera, la vitalidad de la flora renacía, gracias al calor del sol y la cálida temperatura, pues ambos reactivaban la circulación de

28 “Investigaciones sobre el origen”, 120.

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la savia, que propiciaba el retoño de nuevas hojas y ramas. Como muchos de los lectores sabían, no había nada más placentero para los “amantes de las plantas” que pasear por los prados y bosques bajo una hermosa “bóveda de verdura” que reflejaba la renovación de la naturaleza mexicana y exhibía “el más brillante de los espectáculos”, para goce de aquellos educados científicamente29. Con estas palabras, es evidente el valor dado a la naturaleza del país, pues se enfatizaba el placer estético de contemplar un paisaje desde la lejanía o internarse en éste mediante excursiones y paseos, sobre todo en las zonas arboladas dentro y fuera de la ciudad de México, por ejemplo, Chapultepec, Tacubaya y la Alameda. Asimismo, p. s. empleó el conocimiento empírico del lector sobre los cambios en la vegetación local a lo largo del año, para adentrarlo en el terreno de la Botánica ortodoxa. Es palpable que este autor consideraba que los interesados en la Botánica (individuos vinculados con las actividades agrícolas, farmacéuticos, médicos, geógrafos, estudiantes de Historia natural y público general) debían andar por la senda científica desde la apreciación empírica que proporcionaba la observación de la flora hasta el estudio científico de ésta. El recorrido se podría efectuar gracias a dos tópicos generales que poco a poco se aprenderían en las lecciones publicadas en El Museo Mexicano. El primero era la anatomía de cada grupo taxonómico y el segundo se refería a la fisiología vegetal. Con estas bases cualquier hombre o mujer estaría facultado para descubrir nuevas especies y estudiar el aprovechamiento de la diversidad de plantas en términos agrícolas, terapéuticos, artesanales y culinarios. El caso concreto de ambas vertientes fue retratado por p. s. en el estudio de las hojas, ya que presentaban características muy variadas en cuanto a forma y tamaño, aunque la función era la misma 30.

Sobre el rubro anatómico, los lectores se adentraron en la descripción de los segmentos de la hoja. Primero se explicó la lámina o parte plana de color verde, luego el pezón o prolongación que unía a ésta con la rama. La primera constaba de dos superficies: la superior, que era lisa, de color verde oscuro y cubierta de poros “que absorben los fluidos que emanan de la tierra y se encuentran repartidos en la atmósfera”; y la inferior, de color verde claro, cubierta de una fina vellosidad y fibras salientes a manera de “nervios”, que daba lugar a otras fibras más delgadas llamadas “venas”31. Esta sencilla descripción tuvo como propósito ser asequible a gran número de personas, y que las pautas aprendidas se observaran en cualquier planta del hogar, el campo

29 P. S., “De las hojas de los vegetales”, El Museo Mexicano. O Miscelánea Pintoresca de Amenidades Curiosas e Instructivas 2 (1844): 479.

30 P. S., “De las hojas”, 479. 31 P. S., “De las hojas”, 480.

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o el parque. Además, si se deseaba escudriñar las partes vegetales con más detalle, se podía recurrir a una simple lupa. Para p. s. era importante conocer los tipos de hoja, para luego reconocer las especies en jardines o bosques. Con esto se pretendía introducir al público en la práctica naturalista, a la vez que ponerlo al tanto del lenguaje académico, en caso de continuar con otras lecturas que profundizaran en el tema. Cabe señalar que al final del artículo se incluyeron trece láminas relativas a la morfología de las hojas, para familiarizar al lector con los nombres oficiales designados por los botánicos y que estaban presentes en todas las monografías naturalistas que se publicaban en revistas especializadas y libros. Así, cualquier individuo deseoso de aprender sobre Botánica tenía a la mano una serie de lecciones amenas, pero no por ello menos instructivas que las aprendidas en las cátedras de instrucción superior. De igual forma, el lector estudiaba a su ritmo, en el entorno conocido y de acuerdo con sus intereses. En cuanto al aspecto fisiológico, p. s. se basó en las afirmaciones de los botánicos más reconocidos del mundo, quienes habían determinado que las hojas eran los “pulmones” de todos los vegetales, porque gracias a ellas se absorbían las sustancias gaseosas que proporcionaban la vida, y también expelían gases inútiles, “función análoga a la respiración animal”. Éstas también absorbían el ácido carbónico, y durante las horas de sol lo descomponían internamente en carbono, que la planta usaba para alimentarse, y se expulsaba oxígeno a la atmósfera, que era el gas que los animales inhalaban para vivir. Por esta razón, los lectores en los paseos dominicales habrían notado “la sensación agradable que [experimentaban] al respirar en los campos un aire más puro”32. Con estas palabras se esperaba

que el público advirtiera las bondades que el reino vegetal brindaba a la salud humana, mediante las explicaciones científicas, y de nuevo cobijado por un entorno conocido, como lo expresó la referencia a las caminatas en medio del bosque, jardines y prados. Este tipo de ejemplos facilitaba la comprensión de los textos divulgativos y valoraba de forma positiva el contacto con la naturaleza. En otro sentido, el artículo anónimo “Condiciones del desarrollo de las emanaciones olorosas de las flores” fue ejemplo de los contenidos que tuvieron por tema noticias curiosas e interesantes de tinte botánico. Éste fue una traducción de la conferencia que el catedrático Charles Morren (1807-1858)33 presentó a la Academia de Ciencias de Bruselas, bajo el título de La influencia bajo la cual se desarrollan las emanaciones olorosas en las flores de los vegetales. En esta exposición

32 P. S., “De las hojas”, 479.

33 Charles Morren fue un botánico belga que se desempeñó como catedrático de Botánica y director del Real Jardín Botánico de la Universidad de Lieja. Entre sus aportaciones al estudio de las plantas resalta el hallazgo de la abeja polinizadora de la flor de la vainilla mexicana, pues hasta mediados del siglo xix se desconocía la relación simbiótica.

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pública el botánico belga trató la cuestión del aroma que algunas especies presentaban durante la noche. También presentó los resultados acerca de la relación existente entre las condiciones atmosféricas nocturnas y el vigor del aroma floral34. Las observaciones científicas de Morren iniciaron en la primavera de 1842 tomando como objeto de estudio a la especie Orchis bifolia35, que estaba aclimatada en el Real Jardín Botánico de Lieja. Quienes paseaban asiduamente por la institución científica se percataron de que las flores de esta planta no presentaban olor en el día, mientras que en el crepúsculo exhalaban “un aroma penetrante y delicioso” que en la madrugada se manifestaba con mayor intensidad, para desvanecerse en la aurora. A partir de estos datos, el catedrático decidió emprender algunos experimentos con dos botones florales que sumergió en cubetas de agua. Uno de éstos se colocó en un espacio abierto bien iluminado, mientras que el otro se situó en la sombra. Tras varios días de observación, Morren comprobó que había una relación fisiológica entre aroma y luz solar, aunque se desconocía aún el mecanismo químico. Así, se constató que algunas especies eran susceptibles a los cambios lumínicos, que inhibían la producción de olor y atraían a los insectos polinizadores de hábitos nocturnos36.

La descripción del experimento, los resultados y la impresión que éstos causaron entre los “amantes de las plantas” del reino belga aumentaron la reputación del catedrático. Con esta traducción, los redactores presentaron, para el placer e instrucción de los lectores interesados en la Botánica, una de las tantas investigaciones naturalistas que se efectuaban alrededor del mundo. Gracias a este escrito, el público se adentró en la práctica de esta ciencia y pudo comparar, mediante la inclusión de otros escritos de autoría nacional, que la investigación realizada en otras latitudes no distaba de lo efectuado en el Jardín Botánico de México. Esto era de dominio público entre las clases media y alta, gracias a la publicación de algunos discursos que se pronunciaban al final de cada año escolar de la Cátedra de Botánica. Éstos versaban sobre el estudio de la flora nacional, a semejanza de la amplia y detallada traducción del trabajo de Morren. Cabe señalar que varios discursos se publicaron en el Anuario del Colegio de Minería (1845 y 1849).

5. La jardinería y los paseos

Entre los diversos escritos que reflejan el gusto de la élite capitalina por los jardines y huertos se encuentra uno publicado en La Ilustración Mexicana, que se intituló “Medios fáciles para curar las llagas de los árboles”. Éste manifestó al lector la necesidad de que, en los ratos de ocio,

34 “Condiciones del desarrollo de las emanaciones olorosas de las flores”, Revista Científica y Literaria de Méjico publicada por los antiguos redactores del Museo Mejicano 1 (1845): 208.

35 Esta especie en la actualidad se conoce como Platanthera bifolia y habita en España, Portugal y Marruecos. Fue descrita por primera vez por Carl Von Linné. 36 “Condiciones del desarrollo”, 208.

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aquellas personas dedicadas a la jardinería tuvieran en cuenta los adelantos de la Botánica científica. En efecto, el objetivo del autor fue exponer diversos consejos útiles para cuidar el desarrollo de las plantas de ornato. Entre las dificultades más comunes que enfrentaban los “amantes de las plantas” estaban las heridas del tronco de las plantas, entendidas como “lesiones muy perjudiciales, que deben llamar la atención del jardinero, si no quiere expo-

nerse a sufrir pérdidas muy considerables. Ya provengan estas lesiones del choque de un carro, de la mordida de un animal, de la caída de un cuerpo, de la torpeza, de la inexperien-

cia o de esa inclinación a destruir que tienen las gentes vulgares. Siempre son peligrosas

y pueden ser mortales si se dejan expuestas a la influencia atmosférica y a la intemperie de la estación, porque entonces el curso irregular de la savia, la sequedad del tronco, la introducción de agua llovediza en la planta, son cosas demasiado frecuentes y comunes de enfermedades, de debilidad, de defecto en la forma y causan la ruina completa del árbol”37.

Las recomendaciones se encaminaron a mantener la salud de los árboles de ornato, por ejemplo, naranjos, laureles, sauces, jacarandas y tabachines, que adornaban los jardines de las casas de campo de la élite capitalina. Un consejo estuvo encauzado a explicar al lector la importancia de limpiar las heridas en el tronco y privarlas lo antes posible del contacto con el aire y la luz, para impedir la evaporación de la savia. El medio más sencillo y menos costoso consistía en aplicar a la zona dañada una mezcla de aceite, resina y cera o lodo con excremento animal, para sellar la herida. Esta acción se repetiría hasta que el emplasto ya seco se desmoronara. De este modo, el tallo sanaría al proteger de insectos y roedores la parte expuesta. El autor expresó que la popularización de remedios sencillos evitaría que los jardines públicos y privados se llenaran de “troncos secos, de árboles enfermos y raquíticos”, además de mejorar las calzadas y paseos que mostraban “triste aspecto”38. Con estas pautas sencillas, el público que se deleitaba con la jardinería cuidaría de mejor manera las plantas de su preferencia y hasta podría contribuir al embellecimiento público al mantener en buen estado las áreas arboladas de la ciudad. Consejos como el aquí expuesto fueron numerosos en las revistas capitalinas de la primera mitad del siglo xix, lo que revela el amplio gusto de la élite mexicana por la horticultura y la jardinería. Ambas actividades botánicas estaban al alcance de los amateurs y los profesionales de la Historia natural, por lo que fueron una puerta de entrada para instruir y entretener a hombres y mujeres. En efecto, las recomendaciones encaminadas a mejorar los resultados de éstas se apoyaron en la ciencia para desplazar al conocimiento empírico, que, aunque muchas veces era efectivo, carecía de la explicación anatómica y fisiológica de los resultados.

37 “Medios fáciles para curar las llagas de los árboles”, La Ilustración Mexicana 5 (1855): 120. 38 “Medios fáciles para curar”, 120.

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En cuanto al gusto por pasear en zonas arboladas de la ciudad de México y los alrededores, resalta el artículo del político y literato Luis de la Rosa que hizo referencia al conocido Bosque de Chapultepec, valorado por los estratos medio y alto como un espacio urbano recreativo y de contacto con la naturaleza. De acuerdo con el autor, éste “embellece con la frondosidad, con el verdor y con las sombras ese sitio de tantos recuerdos, tan silencioso y lleno de misterios. Todavía en el recinto se elevan excelsos, robustos y lozanos

aquellos ahuehuetes, bajo cuya sombra reposó [Hernán] Cortés y la hechicería de Malintzin, Moctezuma y sus concubinas y sus guerreros valerosos […] Todavía, recorriendo el recinto, podemos seguir aquellas sendas por donde vagaban los guardias de la corte, cazando pájaros y

alimañas; y cuando vuelan las aves entre las selvosas ramas de los árboles, parece que silban en el viento las flechas que disparaban aquellos cazadores. Bajo las bóvedas de verdura, en la

espesura de los excelsos ahuehuetes y en las veredas tortuosas y sombrías, por todas partes hay

recuerdos. Qué bello es cuando en la alborada del día interrumpen las aves con sus silbidos el

silencio con que se adormecía aquella naturaleza salvaje y misteriosa. La cumbre de los árboles

más colosales se ilumina con el albor de la mañana, y entonces resaltan más esas sombras, entre las que se mecen suavemente las ramas de la selva. Por estas ramas flotantes y sombrías pasan

algunos rayos de luz y uno que otro pájaro atraviesa esas ráfagas volando perezoso”39.

Con estas palabras, De la Rosa expresó el deleite que sentían los paseantes al transitar por los senderos de Chapultepec, en donde se convivía con la fauna y flora que circundaban la capital. Ahí se daban cita jóvenes, familias y parejas de amantes en ciertos días de la semana para pasar sus horas de ocio. El autor, asimismo, enfatizó que los ahuehuetes, árboles característicos del valle de México, proporcionaban al bosque un aspecto de gran veneración que se remontaba a la sociedad mexica. Este tópico fue semejante a lo expresado en las “Investigaciones sobre el origen de las plantas de cultivo en México” al revalorar la cultura naturalista anterior a 1521. El escrito finalizó señalando que confiaba en que la República Mexicana, nación que presumía de “civilizada, conserva y embellece cada día más ese bosque que los antiguos veneraron como sagrado y que lo dejaron a su posteridad, como un monumento de civilización, como resto magnífico de vegetación salvaje, exuberante y prodigiosa”40. Es factible pensar que Luis de la Rosa consideró

39 L. R., “El Bosque de Chapultepec”, Revista Científica y Literaria de Méjico publicada por los antiguos redactores del Museo Mejicano 2 (1846): 18. Esta zona boscosa se ubicaba al oeste de la ciudad de México y fue zona de recreo naturalista desde finales del siglo xviii. El parque consta de pozas naturales y de un cerro, en el que a mediados del siglo xix se estableció el Colegio Militar, que posteriormente se transformó en residencia presidencial. En la actualidad es uno de los lugares de recreo más populares de los capitalinos.

40 L. R., “El Bosque de Chapultepec”, 19.

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que una de las vías contundentes para mantener en tal estado a Chapultepec se asentaba en la instrucción y recreación botánicas. Cuando los “amantes de las plantas” fueran la mayoría de la población de la ciudad de México, se valorarían y cuidarían la flora circundante y los jardines públicos, para disfrute de las nuevas generaciones de mexicanos.

6. La flora terapéutica

En las revistas del período 1835-1855 fueron recurrentes los artículos que versaron sobre las propiedades terapéuticas de ciertas plantas mexicanas y extranjeras. Como ejemplo de lo anterior se publicó el escrito titulado “Sobre el guaco”, bajo la autoría del catedrático Miguel Bustamante. A diferencia de los artículos expuestos páginas atrás, el botánico mexicano empleó un lenguaje ortodoxo, propio de un hombre de ciencia, pero sin que fuera demasiado erudito para los amateurs que compraban la Revista Científica y Literaria de Méjico. Entre los primeros datos señalados por el autor estuvo que la planta conocida popularmente como guaco era llamada entre los científicos Mikania guaco, pues la taxonomía linneada era la empleada por los especialistas. Bustamante se interesó en publicar un artículo acerca de dicha especie, ya que hasta el Jardín Botánico habían llegado informes sobre la existencia de esta planta de uso medicinal en los estados de Tabasco y Veracruz. Por este motivo, el catedrático creyó necesario instruir a los lectores para que, en caso de encontrarla en algún paseo o viaje, la pudieran reconocer. Entre las características de la M. guaco estaba el sabor picante, que “a los pocos momentos de tenerla en la boca excita una comezón bastante fuerte”41. El sabor, una carac-

terística sencilla y al alcance de cualquier individuo, sumado al olor y color de la especie, tuvieron un papel determinante en el escrito del catedrático Bustamante para facilitar el reconocimiento taxonómico, acercar la planta a los amateurs y demostrar a los lectores que la Botánica no sólo se basaba en investigaciones eruditas y fastidiosas. Entre los usos comunes del guaco destacaba la infusión de la M. guaco mezclada con aguardiente para curar mordeduras de serpientes, dolores de muelas y algunos otros padecimientos graves. De acuerdo con el escrito de Bustamante, el catedrático se interesó en investigar científicamente el valor terapéutico de la planta para determinar si el saber popular era correcto. Para ello, remitió unos ejemplares de guaco que tenía en su poder al gremio médico de la ciudad de México, para que éste sometiera las muestras al más riguroso escrutinio. Así se demostrarían las bondades terapéuticas que la práctica popular reconocía desde siglos atrás, pero sin la sanción académica. El resultado fue positivo y el guaco se valoró como una planta útil para la salud de la sociedad mexicana. Por esta razón, al final del escrito, el autor exhortó

41 Miguel Bustamante, “Sobre el guaco”, Revista Mexicana. Periódico Científico y Literario 1: 2 (1835): 182.

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a los médicos del sureste del país para que buscaran la planta “e hiciesen experimentos que a más de producir muchas ventajas, usada como remedio al alivio de la humanidad, pudiera tal vez proporcionar un artículo de exportación” que contribuyera a la economía nacional42. Éste es un ejemplo de la interacción científica de varios hombres interesados en el estudio terapéutico de las plantas nacionales (botánicos, médicos, farmacéuticos, estudiantes de Botánica, redactores y lectores), tanto los residentes en la ciudad de México como aquellos que residían en los estados. Aunque la red de colaboración era endeble, no por ello fue menos efectiva al emprender algunos proyectos naturalistas, ni desmereció rigor académico frente a las investigaciones europeas, como sucedió con el caso de Morren. Bustamante no profundizó en la anatomía del guaco, pues con anterioridad se había publicado una amplia descripción en la Revista Mexicana bajo el nombre de “Sobre el guaco, como preservativo de las consecuencias de la mordedura de las serpientes venenosas”, del neogranadino Pedro Orive y Vargas. Este escrito fue dado a conocer en 1791 en las páginas del Papel Periódico de la ciudad de Santafé de Bogotá. El interés del sudamericano radicó en mostrar a médicos, farmacéuticos y botánicos las bondades de esta planta. A lo largo del artículo es evidente el tinte amateur de la investigación que Orive y Vargas llevó a cabo en su hogar, pues no se dedicaba de un modo profesional a la práctica científica, aunque de manera empírica estaba instruido en la Botánica43. Es factible suponer que los

editores consideraron de interés este tema, pues aunque el artículo había sido publicado en el siglo anterior, aún era de utilidad para los lectores nacionales, pues en la década de 1830 se estaban llevando a cabo reconocimientos naturalistas en varias partes del país, como lo atestigua el gran acopio de especímenes botánicos llevado a cabo en el Gabinete de Historia natural44. De igual forma, el escrito de Orive y Vargas dejar ver la continuidad de la Botánica entre los siglos xviii y xix, junto con la utilidad de ésta más allá del devenir político de los mexicanos. La breve descripción de Orive y Vargas se insertó para que los lectores contaran con una representación general de la anatomía del guaco y les fuera posible reconocerlo en el campo. La descripción presentó un panorama sobre la raíz, el tallo, las hojas, las flores y los frutos, enfatizando colores, olores, texturas y dimensiones particulares. Aunque el neogranadino no era un naturalista profesional, la imagen anatómica del guaco demuestra

42 Miguel Bustamante, “Sobre el guaco”, 182.

43 Pedro Orive y Vargas, “Sobre el guaco, como preservativo de las consecuencias de la mordedura de las serpientes venenosas”, Revista Mexicana. Periódico Científico y Literario 1: 1 (1835): 82. 44 Rodrigo Vega y Ortega, “La colección de Historia natural del Museo Nacional de México, 1825-1852” (Tesis de Maestría en Historia, unam, 2011), 180.

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una aguda observación de la planta, así como el uso de lenguaje científico que respaldó el estudio botánico de tipo amateur. La inclusión de ambos escritos acerca del guaco (separados por casi 45 años) revela la continuidad de las investigaciones botánicas ilustradas que se iniciaron con las instituciones coloniales fundadas por las expediciones botánicas a Nueva Granada (1783-1818) y Nueva España (1787-1803), con respecto a las actividades científicas que se extendieron bajo los gobiernos independientes. En este sentido, Bustamante estaba consciente de que las especies vegetales de amplias propiedades curativas eran demandadas en Europa como “armas científicas” en los proyectos de colonización y comercio que estaban siendo impulsados en África y Asia, por lo que podrían exportarse y representar una entrada de dinero para el erario mexicano. No obstante, para que esto fuera posible era imprescindible disponer de la mayor cantidad de estudios acerca de los ciclos de vida y condiciones de crecimiento de la M. guaco, tanto en el medio natural como en medios controlados por hacendados o rancheros. El escrito del catedrático alentó a los lectores a enviar relatos sobre su experiencia amateur o especializada, en aras del desarrollo nacional. Los estudios farmacéuticos fueron útiles a la sociedad en varios sentidos, pues abarcaron desde el combate a los padecimientos de la población de los medios rural, urbano y semiurbano hasta el carácter estatal, a manera de fuente de riqueza pública. Para esto último, las recomendaciones de Bustamante estuvieron a tono con las primeras expediciones científicas que el Estado mexicano impulsó a partir de finales de la década de 1820, con dos objetivos: emprender el reconocimiento geográfico en zonas como el istmo de Tehuantepec, la frontera con Estados Unidos y la región del valle de México; y fomentar la elaboración del inventario de los recursos naturales del país, con miras a explotarlos comercialmente en términos agrícolas, artesanales, comerciales y terapéuticos. Junto con estas empresas científicas, los hombres de ciencia creyeron conveniente alentar al público amateur para que destinara parte de su tiempo libre a la recolección de muestras de la flora local que luego podrían estudiarse en instituciones capitalinas, como el Jardín Botánico y el Museo Nacional.

Consideraciones finales

La Historia de la Botánica mexicana aún es un tema que carece de investigaciones más allá del período ilustrado y el porfiriato, en especial en el ámbito de la popularización naturalista. Por esta razón, estas páginas pretenden contribuir a la profundización en este campo histórico mediante la fuente hemerográfica. A partir de los artículos aquí expuestos, es factible pensar que éstos formaron parte de la instrucción informal del público mexicano, primordialmente de los hombres de ciencia (farmacéuticos, naturalistas, ingenieros y médicos), durante las primeras décadas del siglo xix. En efecto, fue común en la época que

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éstos ampliaran su formación académica mediante la prensa, además de participar de forma continua en los grupos de redacción y como articulistas de las revistas. Este medio impreso también fue imprescindible para la profundización científica de los amateurs, quienes carecían de entrenamiento formal, pero desarrollaban amplios conocimientos científicos en la práctica continua, como el caso de Luis de la Rosa. Es patente el interés de los redactores de las revistas capitalinas por fomentar la práctica científica entre el público, ya fuera desde la vía instructiva o desde el entretenimiento racional, conforme a una cultura botánica de gran arraigo entre las élites urbanas de México, semejante a la existente en Europa y el resto de América. Para ello fue necesario sensibilizar a los lectores sobre las bellezas naturales del país, las curiosidades de la flora mundial y la utilidad de las ciencias en la vida diaria, sobre todo en términos terapéuticos, de jardinería y ocio naturalista. Para llevar a cabo estas actividades era mejor que el lector poseyera una instrucción botánica, y no sólo la experiencia rutinaria. De ahí la importancia de divulgar la anatomía y la fisiología vegetales. También fue significativo revelar al lector que la Botánica era una disciplina muy antigua, cultivada tanto en Europa como en América, pues demostraba que los “amantes de las plantas” eran herederos de saberes forjados por generaciones anteriores y que, a su vez, las investigaciones que se llevaban a cabo a mediados del siglo xix inspirarían a los jóvenes del futuro.

Asimismo, es patente que los mexicanos debían sentirse orgullosos de pertenecer a las tradiciones botánicas prehispánica y española. La recreación botánica buscó acercar todo tipo de temas a los lectores, por ejemplo, la valoración de las especies como recurso natural. Bajo esta perspectiva, los escritos dejaron ver al público la inexplorada diversidad de especies mexicanas, dada la escasez de naturalistas profesionales y amateurs. A pesar de ello, desde los primeros años de vida independiente, México era reconocido por las plantas de utilidad agrícola, artesanal, culinaria, terapéutica, y de ornato. Por último, los escritos botánicos hicieron referencia a dos establecimientos científicos capitalinos a los que varios articulistas pertenecían o apoyaban, por ejemplo, el catedrático Bustamante. Éstos fueron el Jardín Botánico y el Gabinete de Historia natural, donde se llevaron a cabo el acopio, inventario, estudio y exhibición pública de decenas de especies vegetales que poblaban las regiones mexicanas, además de las distintas asociaciones culturales en donde se debatían temas científicos, como la Academia de Letrán, el Ateneo Mexicano, el Liceo Hidalgo y la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística. En todos estos ámbitos cultos hubo asiduos participantes y cuantiosos visitantes que pertenecieron a los estratos medio y alto de la ciudad, quienes valoraban de forma positiva los distintos espacios de la cultura botánica.

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La perspectiva continental: entre la unidad nacional y la unidad de América LatinaÏ

Alexander Betancourt Mendieta

Profesor e investigador adscrito a la Coordinación de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí (San Luis Potosí, México). Licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Caldas (Manizales, Colombia) y Maestro y Doctor en Estudios Latinoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de México (México d. f., México). Responsable del Cuerpo Académico Consolidado: Estudios Regionales y de Frontera Interior en América Latina (uaslp-ca-189), y miembro del Grupo de Investigación Historia, Trabajo, Sociedad y Cultura (Categoría A1 en Colciencias). Algunas de sus últimas publicaciones son: “Pasado nacional y revisionismo histórico: lecturas sobre la Independencia en los años sesenta en Colombia y México”, en Estudios comparados de historia moderna y contemporánea. El caso de México y Colombia, comp. Renzo Ramírez Bacca (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2011), 101-126; y “Región y Nación: dos escalas sobre un tema de estudio”, Relaciones. Estudios de Historia y Sociedad 130 (2012): 25-68. alekosbe@uaslp.mx

artículo recibido:

1° de junio de 2012 29 de noviembre de 2012 modificado: 18 de enero de 2013

aprobado:

doi:

10.7440/histcrit49.2013.07

Ï Este artículo es producto del proyecto de investigación “Latinoamericanismo, Panamericanismo y Conmemoraciones: Estudios Comparados en América Latina, 1940-1970”, financiado por conacyt, México (sep-conacyt cb 2011-01-169248).

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La perspectiva continental: entre la unidad nacional y la unidad de América Latina

La perspectiva continental: entre la unidad nacional y la unidad de América Latina

Resumen: El artículo presenta el desenvolvimiento de una idea: la unidad continental americana como un objeto de estudio en la historia intelectual latinoamericana del siglo xx. Para ello, presenta tres etapas: la idealista, que arranca con José Enrique Rodó; el enfrentamiento entre el panamericanismo y el americanismo, que brota de la oposición al imperialismo y la reivindicación del mestizaje; y la confrontación entre las políticas para implantar el desarrollo y la reivindicación de la unidad continental impulsada al calor de la Revolución Cubana. El trabajo hace énfasis en esa zona gris que se abre hoy, marcada por el cuestionamiento abierto a la unidad nacional como paradigma; es decir, propone una pregunta acerca de la pertinencia política e intelectual de un tema.

Palabras clave: América Latina, historiografía, historia cultural.

The continental perspective: between national unity and the unity of Latin America

Abstract: The article presents the development of an idea: American continental unity as an object of study in Latin American intellectual history of the twentieth century. To achieve this, the article is organized in three stages: the idealist, which starts with José Enrique Rodó; the confrontation between Pan-Americanism and Americanism, which rises from the opposition against imperialism and the revindication of mixed heritages (mestizaje); and the confrontation between policies to implement development and revindicate continental unity driven by the Cuban Revolution. The paper emphasizes that gray area that emerges today, marked by an open questioning of national unity as a paradigm; in other words, the paper sets forth a question regarding the political and intellectual relevance of a topic.

Keywords: Latin America, historiography, cultural history.

A perspectiva continental: entre a unidade nacional e a unidade da América Latina

Resumo: O artigo apresenta o desenvolvimento de uma ideia: a unidade continental americana como um objeto de estudo na história intelectual latino-americana do século

xx.

Para isso, apresenta três etapas: a idealista, que inicia com José Enrique Rodó; o enfrentamento entre o

panamericanismo e o americanismo, que se origina da oposição ao imperialismo e da reivindicação da mestiçagem; e o confronto entre as políticas para implantar o desenvolvimento e a reivindicação da unidade continental impulsionada no calor da Revolução Cubana. O trabalho enfatiza essa zona cinza que se abre hoje, marcada pelo questionamento aberto à unidade nacional como paradigma, isto é, propõe uma pergunta sobre a pertinência política e intelectual de um tema.

Palavras-chave: América Latina, historiografia, história cultural.

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Introducción

Hace unos años, Luis Tejada Ripalda planteó la pregunta acerca de las razones que impedían el desarrollo de estudios analíticos sobre los textos y autores que habían hecho énfasis en el tema de la unidad continental de América Latina1. La comprobación más o menos inmediata que se puede encontrar es que hay una abundante cantidad de trabajos que podrían clasificarse como americanistas porque asumen la perspectiva de que “América es una nación” o que debería tratarse “como una nación”. Esta bibliografía se fundamenta en la comprobación, reiterada en el tiempo, que existen rasgos comunes a lo largo y ancho del territorio continental bajo dominio español: lengua, religión, una historia compartida que se manifiesta a través de problemas políticos parecidos; es decir, hay una serie de acontecimientos que justifican la existencia de una fuerte corriente de ideas que asume la presencia incuestionable de una unidad continental; lo que, a su vez, permite formular y tratar de impulsar una política a favor del nacionalismo continental, desde el período de la Independencia hasta el presente. Por eso, el artículo presenta el desenvolvimiento de una idea: la unidad continental americana como un objeto de estudio en la historia intelectual latinoamericana del siglo xx. Para ello, propone tres etapas: la idealista, que arranca con José Enrique Rodó; el enfrentamiento entre el panamericanismo y el americanismo, que brota de la oposición al imperialismo y la reivindicación del mestizaje; y la confrontación entre las políticas para implantar el desarrollo y la reivindicación de la unidad continental impulsada al calor de la Revolución Cubana. El trabajo hace énfasis en esa zona gris que se abre hoy, marcada por el cuestionamiento abierto a la unidad nacional como paradigma; es decir, propone una pregunta acerca de la pertinencia política e intelectual de un tema.

1. La cuestión continental en el siglo xix

La existencia de proyectos políticos que consideran la unidad continental, como lo señala Tejada Ripalda, no significa que haya sido exitosa ni que se haya entendido siempre de la

1 Luis Tejada Ripalda, “El americanismo: consideraciones sobre el nacionalismo continental”, Cuadernos Americanos 4: 82 (2000): 180-216.

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misma forma. La situación del siglo xix plantea condiciones distintas a las que se vivieron en el xx. Durante los primeros años de la actividad independentista, en los ámbitos militar y político-administrativo, los cargos de responsabilidad y de representación en algunas coyunturas relacionadas con las garantías militares y económicas en los inicios del proceso de construcción de las nacientes republicas fueron otorgados a individuos que no eran originarios del lugar en donde ejercieron su responsabilidad administrativa; los primeros presidentes del Perú, por ejemplo, no fueron originarios de aquel territorio: José de San Martín (1821-1822); José de La Mar (1822-1823; 1827-1829); Simón Bolívar (1824-1827) y Andrés de Santa Cruz (1826-1827). Estas decisiones demostraban que la noción de extranjería dentro del ámbito americano no representó un problema en aquel momento porque importaba más salvar la circunstancia y expresaba la poca fuerza que en ese momento había alcanzado la idea de la unidad nacional. Esta situación tan extraordinaria trató de mantenerse en algunos proyectos legislativos que plantearon la creación de una ciudadanía continental, como aquella que promovió la Constitución Argentina de 1822 y la que se proyectaba aprobar en el Congreso Anfictiónico de Panamá, en 18262.

En la segunda mitad del siglo xix, las agitadas condiciones promovidas por el avance de Estados Unidos hacia el oeste y los intentos de reposicionamiento de las monarquías europeas crearon las condiciones para tratar de consagrar el nacionalismo continental. Uno de los principales impulsos para que esta posibilidad se abriera paso tenía que ver con las tensiones ocasionadas por la expansión territorial de Estados Unidos de América en el norte del continente, que se hizo manifiesta desde los años treinta del siglo xix cuando dicho avance fue más allá del río Mississippi, avance impulsado por la presión demográfica, la disponibilidad de tierras vírgenes que planteaban la probabilidad de ampliar la agricultura y de encontrar riquezas minerales, lo que aumentaba las posibilidades para el comercio y la especulación. Estos factores encontraron soporte en la difusión de las ideas en torno al Manifest Destiny, en donde se planteaba que Estados Unidos tenía la misión de dominar toda la extensión territorial de América del Norte para fomentar los valores de la libertad y la democracia; la mejor muestra de dicho cometido era la expansión transcontinental que tomó forma entre 1836 y 18533.

2 Ver: “Bases de la delegación colombiana para redactar los tratados del Istmo. Panamá, junio de 1826”, en Documentos sobre el Congreso Anfictiónico de Panamá, comp. Germán A. de la Reza (Caracas: Fundación Biblioteca Ayacucho/Banco Central de Venezuela, 2010), 171.

3 Frederick Jackson Turner, “The Significance of the Frontier in American History (1893)” y “The Problem of the West (1896)”, en Rereading Frederick Jackson Turner. The Significance of the Frontier in American History and Other Essays, ed. John Mack Faragher (Nueva York: Henry Holt and Company, 1994), 31-60 y 61-76; Robert D. Sampson, John L. Sullivan and His Times (Kent: The Kent State University Press, 2003); Cristina González Ortiz, “La última frontera”, y Guillermo Zermeño Padilla, “La política de la Edad del Oropel”, en Estados Unidos, síntesis de su historia ii, vol. 9 (México: Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora/Alianza Editorial, 1988), 49-69 y 71-86.

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El avance hacia el oeste llevó al enfrentamiento con México entre 1846-1848, conflicto que concluiría con el tratado Guadalupe Hidalgo (1848), sin que ello implicara que los gobernantes estadunidenses modificaran la mirada expansionista, ya que en la década posterior a la guerra entre ambos países se firmaron dos tratados más, donde se buscaba justificar otros proyectos expansionistas: el tratado de La Mesilla (1853) y el tratado McLane-Ocampo (1859), que pusieron énfasis en las pretensiones territoriales que tenía Estados Unidos sobre diferentes territorios mexicanos4. Esta expansión enfrentó una pausa gracias a la guerra de Secesión (1861-1865), pero una vez concluidos los conflictos internos y saldadas las dificultades económicas, retomó sus proyectos expansionistas, ya que Estados Unidos se estableció en Hawái y en una parte del archipiélago de Samoa, de los que tomarían posesión a fines del siglo xix.

La dinámica expansionista de Estados Unidos era parte de las transformaciones que vivieron los proyectos coloniales patrocinados por Estados europeos como Inglaterra y Francia, que durante una buena parte del siglo xix habían fomentado la posesión de tierras a través de empresas colonizadoras que esgrimían primordialmente la bandera del interés comercial. Las sospechas de una probable invasión europea en América, que se concretó en la irrupción francesa a México entre 1862 y 1867, y los intentos españoles de incursión en las costas de Perú y Chile en 1868 generaron un importante impulso a las relaciones interamericanas para la defensa de la integridad nacional con base en la preservación de la unidad continental, como puede colegirse de la convocatoria a los diferentes congresos americanos de Lima y Santiago5, que sirvieron de fundamento para la creación de corporaciones como la Sociedad Unión Americana, fundada en Santiago de Chile en 1862, a través de las cuales se establecieron contactos y apoyos a los líderes de los grupos liberales del continente. En este sentido, es particularmente llamativo el respaldo que recibió el gobierno de Benito Juárez durante la invasión francesa. Además de los intentos por reconocer la legitimidad del gobierno juarista a través del envío de diplomáticos que trataban de contactarse con el gobierno itinerante desde Washington y Nueva York, una vez concluida la lucha militar contra el invasor francés, Benito Juárez recibió toda clase de reconocimientos, como el que

4 Ramón Alcaraz et al., Apuntes para la historia de la guerra entre México y los Estados Unidos (edición facsimilar de la de 1848) (México: Siglo xxi, 1970); Enrique Rajchenberg y Catherine Héau-Lambert, “El septentrión mexicano entre el destino manifiesto y el imaginario territorial”, Journal of Iberian and Latin American Studies 11: 1 (2005): 1-40; Luis Berlandier y Rafael Chovell, Diario de viaje de la Comisión de Límites (San Luis Potosí: El Colegio de San Luis, 2010 [1850]).

5 Remitirse a Robert W. Frazer, “The Role of the Lima Congress, 1864-1865, in the Development of Pan-Americanism”, The Hispanic American Historical Review 29: 3 (1949): 319-348; Aimer Granados, “Congresos e intelectuales en los inicios de un proyecto y de una conciencia continental latinoamericana, 1826-1860”, en Construcción de las identidades latinoamericanas. Ensayos de historia intelectual, siglos xix y xx, coords. Aimer Granados y Carlos Marichal (México: El Colegio de México, 2004), 39-69.

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le hizo el Congreso de Colombia en 1865: “por su constancia en defender la libertad e independencia de México”, y declaraba que este ciudadano “ha merecido el bien de la América”6. De esta manera, grupos e individuos reconocidos defensores de las ideas liberales en el subcontinente latinoamericano dieron a conocer, por todos los medios accesibles, sus reflexiones sobre el presente y el futuro de las nacientes repúblicas, y establecieron con ello las justificaciones necesarias para el accionar político al interior y hacia el exterior de estos Estados. En este horizonte se inscribe la actividad diplomática y propagandística de la etapa liberal del neogranadino José María Samper, que propugnaba precisamente la unidad continental a partir del diagnóstico que hizo de las dificultades que tenían los nuevos estados nacionales para la aplicación de los principios republicanos, en un libro como Ensayos sobre las revoluciones políticas y la condición social de las repúblicas colombianas (hispano-americanas) (1861). Las ideas de Samper coincidían con las reflexiones del chileno Francisco Bilbao, que con toda lucidez indicó las razones por las que se dio la invasión francesa a México y, por eso, hizo un llamado a la solidaridad, en obras como La América en peligro (1862) y El evangelio americano (1864)7.

Las reacciones latinoamericanas eran respuestas a la estrategia estatal del modelo colonizador europeo de la segunda mitad del siglo xix, que consistía en reducir al mínimo la intervención militar y política de los estados que patrocinaban estas políticas; sin embargo, después de 1885 se desató una verdadera carrera para tomar posesión de los terrenos “libres” de ultramar, fomentada por los gabinetes de Inglaterra, Francia, el Reich alemán, Austria-Hungría y Rusia, a cuyas políticas se unirían poco a poco Japón y Estados Unidos. El giro consistía en la persecución sistemática de nuevos territorios para colonizar, con el patrocinio a través de recursos de los estados nacionales —ejércitos y fondos estatales— justificados por un nacionalismo creciente en radicalismo, que se convertiría rápidamente en imperialismo8. En este contexto, Estados Unidos, para justificar su posición ante las relaciones con los países de América Latina, hizo énfasis en la Doctrina Monroe, para alejar a los posibles competidores. La estrategia estadunidense tomó forma en dos proyectos: las Conferencias Panamericanas —la primera de diez conferencias se realizó en Washington en 1889, hasta la décima, que se realizó en Caracas en 1954— y la declaratoria de guerra contra

6 “Documentos Importantes: Decreto del 2 de mayo de 1865”, La Sombra de Zaragoza. Periódico Oficial del Estado, San Luis Potosí, 20 de abril de 1867, 4.

7 Véase: Ricardo López Muñoz, La salvación de la América. Francisco Bilbao y la intervención francesa en México (México: Centro de Investigación Científica Ing. Jorge L. Tamayo a. c., 1995); Alexander Betancourt Mendieta, “Una mirada al hispanoamericanismo en el siglo xix: las observaciones de José María Samper”, Canadian Journal of Latin American and Caribbean Studies/ Revue Canadienne des Études Latino-Américaines et Caraïbes, 32: 63 (2007): 111-145.

8 Wolfgang J. Mommsen, La época del imperialismo. Europa 1885-1918 (México: Siglo xxi, 2004).

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España (1898), con la cual se instituyó la independencia de Cuba, y el país del norte tomó posesión de Puerto Rico, Filipinas y Guam9. La cuestión continental a principios del siglo xx: la etapa idealista En las primeras dos décadas del siglo xx resalta en el ámbito latinoamericano la pertinencia del discurso americanista sobre la base de una visión del subcontinente con relación a la situación mundial y el equilibrio que debía alcanzarse en esas circunstancias. El discurso americanista se inscribe en dos frentes: el primero, las reacciones que suscita el avance de Estados Unidos sobre el subcontinente a través de la política del Panamericanismo, que exaltaba a Estados Unidos como el único foco de “civilización y de energía”. El segundo frente señala la necesidad del equilibrio mundial, ya que en una época de fuerte empuje del nacionalismo imperial, América Latina se ubicaba como un botín dentro de las disputas por la hegemonía mundial entre las potencias europeas y Estados Unidos; por eso, América Latina debía aparecer “libre y unida”, lo cual significaba que debía poner en discusión la existencia nacional en un momento apremiante sobre las definiciones políticas y culturales ante el embate de una política imperial internacional y las crisis que iban a impulsar las consecuencias de la Primera Guerra Mundial. Tales circunstancias plantean como una de las primeras tareas del mundo letrado latinoamericano dirigir sus esfuerzos a la realización de un diagnóstico nacional, que tendría consecuencias sobre el sentido mismo de la mirada continental. La coyuntura de la conmemoración del Centenario de la Independencia permitió que las repúblicas se preocuparan por realizar un balance general de su pasado y de su presente; por eso, organizaron eventos internacionales y participaron en ellos para exhibir los avances del progreso a través de la variedad de productos que habían llegado a ser capaces de elaborar con la implementación de la tecnología más avanzada de la época; también aprovecharon estos espacios para dar a conocer información relativa al estado en que se hallaban los recursos naturales y económicos, las poblaciones y los materiales artísticos10. Desde la segunda mitad del siglo xix, en toda América Latina la construcción nacional se hizo con base en la noción de la integración y la solidaridad dentro de un espacio soberano

9 Josefina Zoraida Vázquez, “Relaciones interamericanas e intervencionismo”, en Historia General de América Latina vi: la construcción de las naciones latinoamericanas, 1820-1870, eds. Josefina Zoraida Vázquez y Manuel Miño Grijalva (Madrid: Ediciones unesco/Editorial Trotta, 2003), 501-522; Luis Claudio Villafañe Santos, “Las relaciones interamericanas”, y Waldo Ansaldi, “El imperialismo en América Latina”, en Historia General de América Latina vii: los proyectos nacionales latinoamericanos: sus instrumentos y articulación, eds. Enrique Ayala Mora y Eduardo Posada Carbó (Madrid: Ediciones unesco/Editorial Trotta, 2008), 311-330 y 331-369.

10 Ver: Tomás Pérez Vejo, “Los centenarios en Hispanoamérica, la historia como representación”, Historia Mexicana lx: 1 (2010): 7-29. Esta dinámica tenía una tradición desde mediados del siglo xix, como lo muestra Mauricio Tenorio Trillo, Artilugio de la nación moderna. México en las exposiciones universales, 1880-1930 (México: fce, 1998).

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fundado en una cultura común, coherente y bien organizada. El desenvolvimiento exitoso de la consolidación del Estado tuvo muchos factores de apoyo; uno de ellos fue el papel de los hombres de letras, especialmente cuando el Estado llegó a consolidar una imagen inclusiva de la nación a partir de la utilización de trabajos como los relatos sobre el pasado, novelas, poesías, que fueron consideradas como uno de los modos más eficaces de la representación nacional. De esta manera, las reflexiones en torno al “ser nacional” encontraron problemas como la unidad (la existencia de rasgos comunes que pueden reconocerse por igual en los connacionales de todas las regiones y todos los tiempos) y la exclusividad (que tales rasgos distinguen a sus miembros de otras comunidades nacionales); sin embargo, ninguno de estos dos aspectos centrales en las argumentaciones sobre el problema nacional puede verificarse en las historias nacionales de los países latinoamericanos. Basta asumir la dificultad que representa insistir en el rasgo diferenciador de la lengua o la religión como un carácter exclusivo de determinada nación latinoamericana, para ver el conflicto de la diferenciación. Más bien, este tipo de características generales favorecieron el importante impulso a la idea de una comunidad de alcance continental, que, como se ha indicado antes, explica las formas que adoptó el desenvolvimiento del discurso continental que fue promovido a la sombra del avance de Estados Unidos11.

Las contradicciones y el carácter metafísico de la reflexión sobre la nación —vista desde nuestra temporalidad— plantean la necesidad de preguntarse por las razones que posibilitaron la existencia de este tipo de obras en toda América Latina a principios del siglo xx. Una vez surgidos los proyectos políticos consolidados de las diferentes guerras civiles vividas por la mayoría de las republicas latinoamericanas, se implantó el apremio para construir un Estado nacional secular; es decir, un Estado formado por individuos libres, iguales ante la ley, ya que debían regirse por un estatuto civil regulado por el Estado, libres para buscar sus intereses y cuya principal lealtad debía dirigirse a la nación12. La constitución de la nación se convirtió en una de las principales tareas del Estado naciente. Por eso, la preocupación sobre “el ser nacional” tuvo justificación en el impulso que tenía la integración del Estado. Ahora bien, la cuestión no era nueva en los procesos históricos latinoamericanos. El problema de construir la nación se planteó desde el momento mismo de las luchas de Independencia y tomó un segundo aire en la segunda mitad del siglo xix y principios del xx, que permitió el planteamiento de la uniformidad étnica y cultural como caracterización nacional; buenos ejemplos de ello

11 Elías Palti, La nación como problema. Los historiadores y la “cuestión nacional” (Buenos Aires: fce, 2003).

12 Charles A. Hale, “Ideas políticas y sociales en América Latina, 1870-1930”, en Historia de América Latina. 8: América Latina: cultura y sociedad 1830-1930, ed. Leslie Bethell (Barcelona: Crítica, 1991), 1-64; Mónica Quijada, “¿Qué nación? Dinámicas y dicotomías de la nación en el imaginario hispanoamericano”, en Inventando la nación. Iberoamérica. Siglo xix, coords. Antonio Annino y François-Xavier Guerra (México: fce, 2003), 287-315.

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se encuentran en Perú, México y Argentina. Por un lado, se territorializó la historia de acuerdo con las recién establecidas fronteras de los nuevos estados nacionales; por otro, se hizo énfasis en los legados de lo que se consideraba lo autóctono como base constitutiva de la nación, tal como ocurrió con el tema del gaucho y la evocación reiterada sobre la grandeza del pasado indígena, como sucedió con los imperios incaico y mexica. Menos evidente fue el hecho de que también se planteara la idea de un alma nacional que coexistía con una comunidad supranacional que funcionaba como un referente operativo y que tuvo usos diversos en ciertas circunstancias13. Las obras de Alcides Arguedas y Francisco García Calderón son ejemplos de las circunstancias señaladas, porque corresponden a una serie de tareas que las condiciones nacionales e internacionales impulsaron. Puede destacarse en ambos la necesidad de formular la integración nacional, de constituir un núcleo dirigente que promoviera reformas dentro del Estado, pero, sobre todo, tienen la preocupación de construir un discurso que facilitara la evaluación de la historia, de los males presentes y de la definición de los sujetos y los objetivos que permitieran formular un nuevo proyecto nacional. La pluma de Alcides Arguedas (1879-1946) fue siempre combativa y conflictiva. Desde su primera etapa como novelista se caracterizó por una actitud de francotirador con respecto a la sociedad paceña, y vislumbró la noción de que el hombre de letras debía realizar “el diagnóstico” de la sociedad en la que vive y tratar de “curar” lo que no se encuentre bien, a partir de la fuerza que tiene el trabajo intelectual, porque “escribir no es un asunto privado sino una responsabilidad pública y, escribir con talento y hondura, es una verdadera necesidad [porque el escritor] debe saber interpretar las ansias colectivas del pueblo”14. Esta caracterización del trabajo letrado toma forma en la publicación de la obra Pueblo enfermo (1909), donde Arguedas indicó cómo los estudios literarios y artísticos, además de ser expresión de la madurez de una “civilización original”, también sirven para que “[…] puedan deducirse conclusiones preciosas respecto de los impulsos e inclinaciones que agitan el alma de un grupo. La mejor obra literaria será, por lo tanto, aquella que mejor ahonde el análisis del alma nacional y la presente en observación intensa, con todas sus múltiples variaciones”15; es decir, es una herramienta fundamental de comprensión de la realidad nacional.

13 Tomás Pérez Vejo, “La construcción de las naciones como problema historiográfico. El caso del mundo hispánico”, Historia Mexicana lii: 210 (2003): 275-311.

14 Juan Albarracín, Alcides Arguedas: la conciencia crítica de una época (La Paz: Universo, 1970), 306-307; Alexander Betancourt Mendieta, “La construcción del pasado nacional en Alcides Arguedas. Convicciones sobre el papel de la escritura”, Bolivian Studies Journal 11 (2004): 24-47.

15 Alcides Arguedas, Pueblo enfermo: contribución a la psicología de los pueblos hispano-americanos (Santiago de Chile: Ercilla, 1937), 246.

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Por su parte, la obra del escritor peruano Francisco García Calderón (1883-1953) es muy importante para aproximarse a las condiciones del pensamiento latinoamericano de principios del siglo xx. Francisco García Calderón pasó la mayor parte de su vida en París. Si bien está condición le permitió vivir de primera mano acontecimientos como los de la Primera y Segunda guerras mundiales y una amplia gama de coyunturas que afectaron a Europa, también es evidente que esta situación inquietó toda su obra. Tales particulares circunstancias llevaron a reorientar paulatinamente el horizonte de preocupaciones del hombre de letras peruano. Si bien en su juventud se interesó por impulsar una comprensión del devenir nacional y del subcontinente latinoamericano, en su madurez y vejez, su pluma se inclinó más por la coyuntura europea y algunas notas cargadas de nostalgia afectadas por la enfermedad. La obra de Francisco García Calderón permaneció en un ostracismo en el ámbito latinoamericano, no sólo por las vicisitudes de la vida del escritor peruano. Tal marginalidad también le debe mucho a las interpretaciones que planteaba la interesante obra de juventud de García Calderón. Algunas de sus elucidaciones fueron acogidas como parte de un conjunto en apariencia homogéneo de actitudes políticas que fueron calificadas en Perú como reaccionarias y marginales. Desde los años treinta, en Perú se forjó una sombra de sospecha sobre la llamada “generación del 900” y se relegó el quehacer intelectual de hombres como José de la Riva Agüero, Víctor Andrés Belaúnde, Julio C. Tello y los hermanos Ventura, y Francisco García Calderón, entre otros más, que publicaron la mayor parte de su producción intelectual a principios del siglo xx16. El ciclo inicial de la obra de Francisco García Calderón se enmarca en un interés particular enunciado en la Introducción de La creación de un continente: “Este libro condena la enemistad artificial y renuncia á la utopía. Respeta los intereses creados,

los límites centenarios y sugiere la formación de un continente armonioso. Traduce en el orden

moral, el imperativo geográfico. Aspira modestamente á continuar la obra de los que unifica-

ron, con vigor formidable, la raza y la lengua, el derecho y la moral, la familia y la fe, el sistema político y el ideal necesario; de los Conquistadores y de los Libertadores, de los graves juristas

y de los doctores minuciosos, de cuantos lucharon, con ardor quijotesco, á través de la hirsuta montaña, de los ríos violentos y de la planicie infinita, por la América, dueña y querida ideal”17.

El claro sentido de utopía que establecen estas palabras enuncia un programa de trabajo, pero sobre todo manifiesta uno de los problemas más sentidos de la época: la tensión entre el americanismo y el nacionalismo. La tarea propuesta en estas líneas de García Calderón se inscribe en

16 Pedro Planas, El 900. Balance y recuperación (Lima: cidtec, 1994): 13-28.

17 Francisco García Calderón, La creación de un continente (París: Librería Paul Ollendorff, 1913), xiii.

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una tradición y un modo de entender el mundo. Tales planteamientos sobre la unidad americana propuestos por García Calderón deben mucho a la herencia de la obra de José Enrique Rodó, Ariel (1900), que pretendían proporcionar dignidad histórica a las herencias latinoamericanas. Se forjaron de nuevo el interés por el establecimiento de “La Patria Grande” y la reflexión sobre el desenvolvimiento del nacionalismo y las implicaciones que se derivaban de las concepciones de la nacionalidad, como lo demuestra el ciclo inicial de la obra de Francisco García Calderón. La motivación con la que empieza El Perú contemporáneo (1909) establece que: “El nombre de América ya no tiene el mismo significado que antes. Hoy se aplica espe-

cialmente a los Estados Unidos, crisol de la civilización occidental y potencia mundial por su riqueza e imperialismo. Llamamos ‘americanismo’ a un sentido especial de la cultura

y la vida; es el materialismo, el culto de interés, un ideal de fuerza y lucha. […] Hay otra América, más joven que la del norte, y que ofrece otras características de tradición y raza

[…] Estas naciones son repúblicas, y repúblicas latinas. El nuevo continente presenta, así pues, al margen de los Estados Unidos, características originales”18.

García Calderón comienza el análisis de la realidad peruana en el marco de una interpretación del presente de la unidad continental. Sin embargo, su tarea va más allá del simple diagnóstico, ya que, al menos como había ocurrido con otros hombres de letras del siglo xix, su obra registra la necesidad de recuperar la particularidad americana, de realizar una diplomacia de la inteligencia a través de la publicación de obras que explicaran las peculiaridades de estas centenarias naciones al público lector de Francia, Inglaterra y España. Francisco García Calderón coincidía en ello con otros contemporáneos como Manuel Ugarte y Rufino Blanco Fombona, quienes creían en la tradición del americanismo como un dato incuestionable. Por eso, propusieron el fomento de una política de “grandes alianzas entre Europa y América y la aparición de la América, olvidada y enclaustrada, en el equilibrio político y moral del mundo”19. No obstante, al abordar estas propuestas se nota que el discurso sobre la realidad continental se hizo con base en un esfuerzo para reconocer la grandeza americana que toma el perfil concreto del espacio nacional. Pese a las constataciones de García Calderón, pervivió un discurso americanista que surgió en los años veinte —después de los acontecimientos de la Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa—, que trató de combinar la perspectiva internacionalista con el

18 Francisco García Calderón, Obras escogidas i. El Perú contemporáneo (Lima: Congreso de la República, 2001), 63.

19 Manuel Ugarte, “La defensa latina” (1901), en La nación latinoamericana, comp. Norberto Galasso (Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1978); Rufino Blanco Fombona, “La americanización del mundo” (1902), en Ensayos históricos (Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1981), 435-448; Francisco García Calderón, Las democracias latinas de América, trad. Ana María Delaitre Julliand (Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1979 [1912]).

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americanismo, el indigenismo y el socialismo, que, en general, minimizaron los alcances que podría tener esta apuesta con el proyecto nacional, y llevó a formular proyectos como el aprismo y la unión centroamericana, hasta la idea de una revolución nacional-continental que tomaría más fuerza unas décadas después20.

2. Panamericanismo y resistencia

La caracterización del discurso americanista en las dos primeras décadas del siglo xx es, en general, la exaltación que se hace de una historia compartida entre los núcleos que se desvincularon de la Corona de España en el siglo xix. Al mismo tiempo, apela a la exaltación de una

vocación universalista, en la medida que América debía abarcar múltiples herencias: la indígena, la española y la negra; pero sobre todo, resalta la insistencia en la unidad continental con base en una reconstrucción del sentido de la unidad social cultural y política de las naciones latinoamericanas bajo la apremiante premisa de salvar a la nación21. Esta necesidad imperiosa de “salvar a la nación” radicaba en el tipo de diagnósticos sobre la realidad nacional que realizaron algunos hombres de letras latinoamericanos en el marco del centenario de la Independencia. Tales análisis resaltaban, sobre todo, la presencia de tres procesos: el pesimismo sobre el mestizaje; la inmigración triunfante o fallida, y el reto económico, político y cultural que representaba el panamericanismo impulsado por Estados Unidos. Desde 1898 en toda América Latina hubo una presencia generalizada de un sentimiento antinorteamericano relacionado con las preocupaciones sobre la existencia de la soberanía estatal, especialmente desde los resultados de la guerra del 98 en Cuba y Puerto Rico, que se acentuó con la creación del Estado de Panamá y el control de la zona del Canal, que tuvo una pausa en el período de la Primera Guerra Mundial, pero que en la década de los veinte tomó nuevos impulsos gracias a la multiplicación de las intervenciones militares de Estados Unidos en la región. El antiimperialismo evolucionó paulatinamente de la sanción idealista propuesta por Rodó hacia el antinorteamericanismo o “antiyanquismo” de los años veinte. En el primer momento, el antiimperialismo fue abanderado por los hombres de letras de la época de los centenarios de la Independencia, que encontraron en Rodó una fórmula para expresar las diferencias entre el Norte

20 Alexandra Pita González, La Unión Latino Americana y el boletín Renovación. Redes intelectuales y revistas culturales en la década de 1920 (México: El Colegio de México/Universidad de Colima, 2009); Alexandra Pita González y Carlos Marichal Salinas, coords., Pensar el antiimperialismo. Ensayos de historia intelectual latinoamericana, 1900-1930 (México: El Colegio de México/Universidad de Colima, 2012).

21 Irlemar Chiampi, “El discurso americanista de los años veinte”, Eco. Revista de la Cultura de Occidente xxxiii: 203 (1978): 1165-1180; Luis Tejada Ripalda, “El americanismo”, 180-216; José Carlos Mainer, “Un capítulo regeneracionista: el hispanoamericanismo 1892-1923”, en La doma de la quimera. Ensayos sobre nacionalismo y cultura en España (Barcelona: Universitat Autònoma de Barcelona, 1988), 83-134.

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y el Sur del continente americano, y los derroteros que tomó la modernización de las sociedades latinoamericanas, como el ingreso de las multitudes en los procesos políticos aprovechando “los excesos de la democracia”22. En el segundo momento, una vez conocidos los triunfadores de la Primera Guerra Mundial y los resultados de la paz de Versalles, el movimiento de reforma estudiantil que cruzó América Latina de sur a norte desde 1918 tuvo como una de sus banderas un antiimperialismo que estructuró la idea de la unidad latinoamericana libre de acciones intervencionistas y de gobiernos dictatoriales apoyados en esas acciones; propuestas que no sólo se plantearon en el ámbito discursivo sino que también acompañaron el accionar político de movimientos nacionalistas, como la Revolución Mexicana, y apuestas internacionalistas, como el apra,

que abogaban simultáneamente por la defensa de la unidad nacional apegada a la reclamación de justicia social, con un espíritu de reivindicación de las tareas revolucionarias que no perdían de vista el espíritu internacionalista. Es decir, estos movimientos políticos buscaban la remoción de los nacionalismos oligárquicos, para impulsar la reforma social y la autodeterminación23. La obra de Haya de la Torre es el tipo de esfuerzos que condensa las tensiones que plantea la reivindicación de la unidad nacional y la unidad continental. Los planteamientos de Haya están relacionados estrechamente con el desenvolvimiento de la Tercera Internacional y la forma como sus preceptos se recibían en América Latina. También debían mucho a los debates con José Carlos Mariátegui, así como al desenvolvimiento de planteamientos como los de José Vasconcelos. En El antiimperialismo y el apra, Haya plantea que el imperialismo subyuga a las naciones como el capitalismo lo hace con las clases trabajadoras; no obstante, el capital extranjero tiene el papel de ser el motor del progreso de las “economías feudalizadas” pero cuyo contrapeso debe ser la nacionalización de tierras e industrias; de tal manera que desde el ámbito nacional se hace la lucha contra el imperialismo, en donde se reivindica el nacionalismo indoamericano24. En los años veinte, Estados Unidos mantuvo incólume su derecho a intervenir en la política de los países de América Latina como parte de sus estrategias para preservar la seguridad interna y sus extensos intereses económicos, que, debido a los recelos que despertaba, fueron enfrentados mediante el impulso a políticas que fomentaran la “buena vecindad”. Esta dinámica buscaba que los gobiernos latinoamericanos se sintieran parte de un conjunto mayor a través

22 José Luis Romero, “Las ciudades masificadas”, en Latinoamérica: las ciudades y las ideas (México: Siglo xxi, 1976), 319389; Rafael Gutiérrez Girardot, Modernismo. Supuestos históricos y culturales (Bogotá: fce/Universidad Externado de Colombia, 1987).

23 Gabriel del Mazo, comp., La Reforma Universitaria. Documentos relativos a la propagación del movimiento en América Latina (1918-1927) (La Plata: s/e, 1941).

24 Víctor Raúl Haya de la Torre, El antiimperialismo y el apra (Santiago de Chile: Ercilla, 1937); Patricia Funes, Salvar la nación. Intelectuales, cultura y política en los años veinte latinoamericanos (Buenos Aires: Prometeo, 2006), 205-258.

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de la identificación común de amenazas para la seguridad hemisférica y el apoyo para acrecentar el desarrollo económico de los Estados latinoamericanos. Es por eso que en la Séptima Conferencia Panamericana, que se realizó en Montevideo en 1933, Estados Unidos afirmó la voluntad de renunciar a las intervenciones directas y quiso dar muestras de esa nueva política a través de diferentes actos como el retiro de los marines de Haití y la renuncia a las prerrogativas en República Dominicana. Estas medidas no bastaron para superar las reticencias latinoamericanas sobre la cooperación hemisférica, porque la preeminencia estadunidense se mantenía aún en el frente económico y político. La participación de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial llevó a un momento favorable para los países latinoamericanos que entraron en ella como “socios de la guerra” a favor de Estados Unidos, y con ello lograron apoyos para fomentar la industria nacional y deshacerse de los privilegios de algunas concesiones petroleras a través de las expropiaciones de las industrias petroleras.

3. La cuestión continental a mediados del siglo xx

Una vez concluida la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos mantuvo las políticas generales de “buena vecindad”, a las que agregó un especial acento en mantener fuera del hemisferio cualquier posible influencia de potencias extracontinentales, a través del reforzamiento del sistema interamericano. Por eso, fomentó la creación de la Organización de los Estados Americanos (1948) y el establecimiento de alianzas militares como el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (1947); ambas estrategias no contemplaron ni la participación de América Latina en los planes de ayuda económica de la posguerra ni los efectos que sobre las industrias nacionales traería la interrupción de los controles de precios, lo cual generó muchas reacciones de descontento que aumentarían con las intervenciones “encubiertas”, como la que se hizo en Guatemala en 1954 en contra de Jacobo Arbenz, después de las expropiaciones a la United Fruit Co. De esta manera, las décadas comprendidas entre 1940 y 1970 fueron determinantes para los países latinoamericanos, ya que debían reposicionarse en el panorama de la Guerra Fría a partir del ajuste de ciertas políticas internas. Después del fortalecimiento de los estados nacionales en los años treinta, gracias al auge de las materias primas, el subcontinente participó activamente en la ejecución de los procesos de modernización de las esferas dependientes del Estado nacional, a través de la planeación económica, en busca del desarrollo y la ejecución de medidas para establecer un modelo político democrático con base en la incorporación de las directrices que planteaban las políticas del Good Neighbor que impulsó Estados Unidos en este mismo período. Las políticas del Good Neighbor se habían presentado como herramientas que podían ayudar a enfrentar las transformaciones de las sociedades latinoamericanas, ya que a partir de los años cuarenta se modificaron los indicadores de población y educación, se generalizaron los procesos

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de masificación de las ciudades y se consolidó la dinámica del paulatino abandono del campo25. Estas políticas se inscribieron en las directrices del ideal panamericanista, forjado en Estados Unidos desde el siglo xix, que, después de proponer diferentes proyectos, pudo institucionalizarse a través de la Organización de los Estados Americanos (1948); de tal forma que entre las décadas de 1940 y 1970, los países de América Latina consolidaron su vinculación a los planes económicos, políticos y culturales promovidos desde Estados Unidos26. En este contexto, las preocupaciones por acentuar las ideas y los modelos diferentes a los que promovía Estados Unidos impulsaron el interés por definir la identidad nacional y poner el énfasis en la necesidad de apreciar la unidad continental. Este interés invocó la forma del ensayo a partir del ejemplo dado por la publicación de Ariel (1900), que puede rastrearse a través de autores como Ezequiel Martínez Estrada y Octavio Paz, y el surgimiento de obras que harían énfasis en las particularidades de las sociedades latinoamericanas, como la historia de las ideas, las reflexiones sobre la filosofía latinoamericana y el llamado boom literario, que encarnó a partir de los años cincuenta en las obras de Miguel Ángel Asturias, Alejo Carpentier, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, y otros escritores más, a lo largo del subcontinente. Estas corrientes de ideas hicieron un particular énfasis sobre la necesidad de acotar el rostro de la identidad nacional y, en algunas ocasiones, dejaron claras las implicaciones del imperialismo estadunidense para el futuro de los proyectos nacionales27. Este tipo de ejercicios reflexivos suponían la movilización de referentes heterogéneos que se habían dado en el pasado, desde el ideario de José Martí y el arielismo rodoniano hasta las vetas que podían encontrarse en la recepción de las ideas socialistas; sin embargo, la condensación de estas corrientes de ideas en torno a las preocupaciones sobre el presente y el devenir continental se daría con la eclosión que significó la Revolución Cubana de 1959. Los impactos de este suceso y la dinámica que adquirió a través del contexto internacional de la Guerra Fría pusieron un importante énfasis en la necesidad de difundir una práctica política continental28. El triunfo de la Revolución Cubana en 1959 acentúo las políticas contrainsurgentes en América Latina —incremento en las ayudas militares—, pero ahora complementadas con el fomento a políticas

25 Claudio Véliz, comp., Obstáculos para la transformación de América Latina (México: fce, 1969): 7-13.

26 Ann Van Wynen Thomas, La Organización de los Estados Americanos (México: uteha, 1968); Daniela Spenser, coord., Espejos de la Guerra Fría: México, América Central y el Caribe (México: ciesas/ser/Miguel Ángel Porrúa Editor, 2004).

27 José Gaos, Pensamiento de lengua española (México: Editorial Stylo, 1945); Martin S. Stabb, América Latina en busca de una identidad. Modelos del ensayo ideológico hispanoamericano, 1890-1960 (Caracas: Monte Ávila Editores, 1969); Antonio Cornejo Polar, Sobre literatura y crítica latinoamericanas (Caracas: Universidad Central de Venezuela, 1982).

28 Martín López Ávalos, La clase política cubana o la historia de una frustración: las élites nacionalistas y revolucionarias (México: Siglo xxi/Gobierno del Estado de Quintana Roo, 2003); Leticia Bobadilla González, “La Organización de los Estados Americanos y la Revolución Cubana: debates, sanciones e intervencionismo, 1959-1964”, en Instituciones y procesos políticos en América Latina. Siglos xix y xx, coord. María del Rosario Rodríguez Díaz (México: Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo/uaemex, 2008), 239-257.

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de desarrollo económico expuestas en el programa de la Alianza para el Progreso (1961), que suponían la integración económica de todo el continente y la implementación de reformas sociales para lograr el bienestar social mediante programas como las reformas agrarias; pero, al igual que otros proyectos, estas estrategias fueron debilitadas por el apoyo estadunidense a los golpes militares — Brasil, 1964; Perú, 1968; Bolivia, 1970—; la invasión a República Dominicana (1965) y la oposición a los proyectos de nacionalización de los recursos naturales —Perú, 1963—; que, finalmente, durante los años setenta tomaron la forma de la doctrina de seguridad nacional que implicaría el apoyo a los regímenes militares mediante el endurecimiento de la represión al “enemigo interno”, como puede observarse en el reconocimiento estadunidense a los regímenes surgidos de los golpes militares que se dieron en Bolivia (1971), Chile (1973), Uruguay (1973), Argentina (1976), entre otros. La coyuntura de los años cincuenta y sesenta llevó a replantear las interpretaciones del pasado y del presente de cada una de las naciones de América Latina, pero también expuso la disyuntiva que pesaba sobre el subcontinente ante la presencia creciente del influjo estadunidense; lo cual planteaba la necesidad de fortalecer la unidad continental que abarcaba las distintas realidades nacionales latinoamericanas. En este aspecto, la escritura de la historia fue puesta a prueba, como parte de un proceso mayor que compelía a todo el ejercicio de la escritura en el subcontinente. El impacto de la Revolución Cubana llevó a plantear el problema de que los intelectuales latinoamericanos definieran un posicionamiento con relación a la Revolución, a favor o en contra. De este modo, y de manera abrupta, el ejercicio de la escritura en general dio un giro fundamental sobre la dinámica fundada en los principios de la profesionalización que se había trazado desde los años veinte. En esta nueva coyuntura, se trataba de conciliar las exigencias de la modernización, los ideales estéticos, la acción política y la propagación de las inquietudes sobre la justicia social promovida por el cambio revolucionario, a partir de lo cual se definió el campo de la escritura en todas sus formas29.

Al mismo tiempo, las interrogaciones por el presente y el futuro de las naciones y el subcontinente latinoamericano ocasionaron toda clase de fricciones entre los distintos diagnósticos propuestos. Los argumentos nacionalistas enfrentaron de nuevo a las propuestas continentalistas. Uno de estos casos se encuentra en las discusiones que se dieron en torno a la proposición para elaborar una historia general de América, promovida por la Comisión de Historia del Instituto Panamericano de Geografía e Historia (1928), a partir del proyecto que había propuesto Herbert Eugene Bolton en “The Epic of Greater America” (1933) y que se planteó expresamente en la lvi Reunión de la American Historical Association (1941). Estas propuestas generaron respuestas como

29 Claudia Gilman, Entre la pluma y el fusil. Debates y dilemas del escritor revolucionario en América Latina (Buenos Aires: Siglo xxi, 2003), y Carlos Altamirano, “Entre el naturalismo y la psicología: el comienzo de la ‘ciencia social’ en la Argentina”, en Intelectuales y expertos. La constitución del conocimiento social en la Argentina, comps. Federico Neiburg y Mariano Plotkin (Buenos Aires: Paidós, 2004), 31-65.

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las de Edmundo O’Gorman, “Do The Americas Have a Common History?” (1942), y otras reacciones más que se encuentran recopiladas en la obra de Lewis Hanke, Do the Americas Have a Common History? A Critique of the Bolton Theory (1964). En contraste con los alcances editoriales y políticos de este proyecto, hay que considerar los principios científicos que se encuentran detrás de la novedad que hay en la obra auspiciada por Jaume Vicens Vives, Historia social y económica de España y América (1957-1959), al igual que en la aparición de obras como Historia contemporánea de América Latina (1967) de Tulio Halperin Donghi, y Gran historia de Latinoamérica (1972), coordinada por José Luis Romero y Luis Alberto Romero30. La publicación de las obras citadas permite señalar que se

debe tener en cuenta que, al mismo tiempo que existía un impulso a proyectos de publicación de historias de América —y en el contexto de la coyuntura internacional dominado por la Guerra Fría y la Revolución Cubana—, en el período entre 1940 y 1970, a lo largo de América Latina se daban los primeros pasos para la profesionalización de los saberes relacionados con las humanidades y las ciencias sociales. Éste es un momento de renovación y reorientación de la institucionalización, que, en el caso de la escritura de la historia, lleva a una renovación del quehacer historiográfico. En el caso mexicano, por ejemplo, este proceso se encuentra asociado a la apertura del Instituto Nacional de Antropología e Historia (1939), El Colegio de México (1940) y el Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional Autónoma de México (1945). El trabajo que impulsaron estas instituciones permitió que para los años sesenta ya existiera un cúmulo de conocimientos nuevos que fundamentaban relecturas del pasado nacional, tanto de la Independencia como acerca de la vigencia del proyecto político de la Revolución Mexicana, que serían determinantes para el futuro de la escritura de la historia nacional31. En el caso colombiano, durante este período se publicaron las obras de los primeros historiadores profesionales, a través de la creación de la Facultad de Sociología (1959) y de la licenciatura de Historia (1964) en la Universidad Nacional de Colombia; esta novedosa producción introdujo otros marcos de interpretación del pasado nacional en el contexto de una importante difusión de los estudios históricos en el recién ampliado ámbito universitario32.

30 Lewis Hanke, Do the Americas Have a Common History? A Critique of the Bolton Theory (Nueva York: Alfred A. Knopf, 1964); Jaume Vicens Vives, Historia social y económica de España y América, 5 vols. (Barcelona: Editorial Teide, 1957-1959); Tulio Halperin Donghi, Historia contemporánea de América Latina (Madrid: Alianza, 1969); José Luis Romero y Luis Alberto Romero, dirs., Gran historia de Latinoamérica, 6 vols. (s/c.: Editorial Abril Educativa y Cultural, 1972).

31 Stanley Ross, comp., ¿Ha muerto la Revolución Mexicana? (México: Secretaría de Educación Pública, 1972); Ernesto de la Torre Villar, La independencia de México (México: Fundación mapfre/fce, 1992); Álvaro Matute Aguirre, “Orígenes del revisionismo historiográfico de la Revolución Mexicana”, Memorias de la Academia Mexicana de la Historia correspondiente de la Real de Madrid xli (1998): 153-168.

32 Alexander Betancourt Mendieta, Historia y nación. Tentativas de la escritura de la historia en Colombia (Medellín: La Carreta/Universidad Autónoma de San Luis Potosí, 2007), 157-206.

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Problemas abiertos

La tensión planteada por los discursos americanistas de los discípulos de Rodó se dirimió a favor del discurso nacional. En la práctica, será hasta mediados del siglo que la unidad continental como tema resurgirá con fuerza, gracias a un hecho excepcional como la Revolución Cubana (1959), cuyo impacto marcaría una época. Como lo ha manifestado Eric Hobsbawm, ninguna revolución podía estar mejor preparada para atraer a la izquierda del hemisferio occidental y de los países desarrollados al final de una década de conservadurismo general, y para dar una amplia publicidad a la estrategia guerrillera. En especial, porque la Revolución Cubana tenía toda clase de factores a favor: espíritu romántico; heroísmo en las montañas; encabezada por antiguos líderes estudiantiles; y cobijada por un pueblo jubiloso en un paraíso tropical. La Revolución Cubana fue celebrada ampliamente en América Latina y fue acogida por los militantes de izquierda como un ejemplo a seguir que encontró en Cuba un alentador centro de la insurrección continental33.

La repercusión de los acontecimientos en la isla caribeña agitó los cimientos de todo el subcontinente latinoamericano. En el ámbito de la escritura de la historia, una de las consecuencias de esta oleada revolucionaria fue una nueva propuesta de relectura del pasado nacional. En este aspecto, la escritura de la historia participaba de un proceso mayor que compelía a todo el ejercicio de la escritura en el subcontinente a involucrarse, a favor y en contra, en el análisis de los alcances de la Revolución Cubana. De esta forma, y de manera abrupta, el ejercicio de la escritura en general dio un giro fundamental sobre la dinámica que había trazado desde los años treinta. En esta coyuntura, se trataba de conciliar las exigencias de la modernización, la acción política y la extensión del ideal de la justicia social promovida por el cambio revolucionario, con lo cual se definió el campo de la escritura en todas sus formas. Fue un clima que favoreció el retorno de un viejo problema en las tradiciones latinoamericanas: la exigencia de determinar el valor de la escritura como ejercicio intelectual. Con el posicionamiento de la escritura en el marco de la sociedad a partir de la creciente importancia concedida al intelectual y a sus producciones específicas, aunado a la creciente voluntad programática de crear un arte y todo tipo de producciones intelectuales políticas y revolucionarias, los intelectuales debían constituirse en portavoces de la urgencia de transformación social. El carácter específico del papel de la escritura en la sociedad es lo que permite plantear la diferencia de la producción de conocimiento histórico en ese momento en el ámbito latinoamericano, del carácter específico de la revisión como parte de las estrategias de renovación permanente del conocimiento científico34.

33 Eric Hobsbawm, Historia del siglo xx: 1914-1991 (Barcelona: Crítica, 1995), 439.

34 Gabrielle M. Spiegel, “Revising The Past/Revisiting The Present: How Change Happens in Historiography”, History and Theory 46 (2007): 1-19.

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El desgaste del proyecto político encabezado por la Revolución Cubana y la crisis del socialismo soviético dejaron sin sustento las pretensiones libertarias del discurso latinoamericanista impulsado por las promesas identitarias y revolucionarias cobijadas bajo el manto de un mundo dividido entre dos proyectos opuestos. No obstante, si bien persiste la idea de una unidad continental desde principios del siglo xx, los gobiernos latinoamericanos mostraron más interés en acentuar los lazos económicos y estratégicos que fortalecieran el proyecto nacional, en lugar de levantar banderas integracionistas; con una visión pragmatista, el énfasis se puso en los esfuerzos por consolidar los proyectos nacionales en un contexto internacional marcado por la Guerra Fría. La situación del discurso americanista y los caracteres que lo componen parecen muy evidentes. Sin embargo, tiene fases distintas que corresponden a momentos diversos, pero el discurso americanista tiene que ver con una categoría que se formalizó como un lugar común de opinión a través de un proceso que tiene aspectos recurrentes como las citas a Simón Bolívar y José Martí, con lo cual se ha establecido una canonización que de tanto repetirse no necesita ser pensada. En este contexto se puede comprender el sentido de la recurrencia de la tensión a escala nacional, pero también continental, de explicar y comprender la unidad en el marco de la diversidad; lo cual supone la importancia que esta tensión tiene para comprender el desarrollo y el futuro de una disciplina como la historia, y para las ciencias sociales y las humanidades, en general.

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Alexander Betancourt Mendieta

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Historia audiovisual para una sociedad audiovisualÏ

Julio Montero Díaz

Catedrático de Historia de la Comunicación Social de la Universidad Complutense de Madrid (Madrid, España). Doctor en Historia por la Universidad de Navarra (Pamplona, España). Miembro del grupo de investigación Historia y Estructura de la Comunicación y el Entretenimiento, de la Universidad Complutense de Madrid. Ha producido varios documentales sobre la Guerra Civil Española de carácter dramático: Sombras del 36 (2003), Los años robados (2004) y Buscando el Paraíso (2012). Autor de más de una docena de libros, los últimos, con María Antonia Paz, son La larga sombra de Hitler. El cine nazi en España (1933-1945) (Cátedra: Madrid, 2009) y Lo que el viento no se llevó. El cine en la memoria de los españoles (Rialp: Madrid, 2011). jumondi2000@yahoo.es

María Antonia Paz Rebollo

Catedrática de Historia de la Comunicación Social de la Universidad Complutense de Madrid (Madrid, España). Doctora en Comunicación por la Universidad Complutense de Madrid y miembro del grupo de investigación Historia y Estructura de la Comunicación y el Entretenimiento, de la misma universidad. Entre sus últimos artículos se destacan: “Las películas censuradas durante la Segunda República. Valores y temores de la sociedad republicana española (1931-1936)”, Estudios del Mensaje Periodístico 16 (2010): 369-393; y en coautoría con Julio Montero Díaz, “The Spanish Civil War on Televisión Española during the Franco era (1956-1975)”, Comunicación y Sociedad xxiv: 2 (2011): 132-149. manpazreb@yahoo.es

articulo recibido:

30 de mayo de 2012 23 de octubre de 2012 modificado: 1 de diciembre de 2012 aceptado:

doi:

10.7440/histcrit49.2013.08

Ï Este artículo fue realizado dentro de las actividades del proyecto de investigación “Televisión y cultura popular durante el franquismo: programación, programas y consumo televisivo (1956-1975)”, ref. har2011-27937, y dentro del Grupo Complutense de Investigación consolidado Historia y Estructura de la Comunicación y el Entretenimiento (940439), de la Universidad Complutense de Madrid (Madrid, España).

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Historia audiovisual para una sociedad audiovisual

Historia audiovisual para una sociedad audiovisual

Resumen: Este artículo analiza las posibilidades de presentar una historia audiovisual en una sociedad en la que los medios audiovisuales tienen cada vez mayor protagonismo. Se analizan casos concretos de películas y documentales históricos y se valoran las dificultades de los historiadores para entender las claves del lenguaje audiovisual, y las de los cineastas para entender e incorporar la historia en sus producciones. Se concluye que no habrá divulgación histórica posible en el mundo occidental sin recursos audiovisuales, difundidos a través de las diversas pantallas (cine, televisión, ordenador, teléfono móvil, videojuegos).

Palabras clave: Historia, cine, televisión, películas históricas.

Audiovisual History for an audiovisual society

Abstract: This article analyzes the possibilities of presenting an audiovisual history in a society in which audiovisual media has progressively gained greater protagonism. We analyze specific cases of films and historical documentaries and we assess the difficulties faced by historians to understand the keys of audiovisual language and by filmmakers to understand and incorporate history into their productions. We conclude that it would not be possible to disseminate history in the western world without audiovisual resources circulated through various types of screens (cinema, television, computer, mobile phone, video games).

Keywords: History, film, television, historical films.

História audiovisual para uma sociedade audiovisual

Resumo: Este artigo analisa as possibilidades de apresentar uma história audiovisual em uma sociedade na qual os meios audiovisuais têm cada vez maior protagonismo. Analisam-se casos concretos de filmes e documentários históricos e se valoram as dificuldades dos historiadores para entender as chaves da linguagem audiovisual e as dos cineastas para entender e incorporar a história em suas produções. Conclui-se que não haverá divulgação histórica possível no mundo ocidental sem recursos audiovisuais, difundidos através das diversas telas (cinema, televisão, computador, celular, videogames).

Palavras-chave: História, cinema, televisão, filmes históricos.

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Historia audiovisual para una sociedad audiovisual Algunas consideraciones preliminares

Este artículo pretende mostrar cómo una sociedad, en la que lo audiovisual tiene un protagonismo cultural indudable, no puede prescindir de este soporte para presentar la historia1. También aborda las dificultades prácticas que encuentran los historiadores para trabajar en un mundo que les resulta ajeno: el audiovisual. Se plantean igualmente posibles soluciones; la más importante y previa es su alfabetización audiovisual. Aunque sean muchos los historiadores académicos que desconfíen del soporte audiovisual como adecuado para esta tarea, se ofrecerán posibles convergencias. Éstas se apoyan en el análisis de aportaciones audiovisuales históricas ya realizadas, no en hipótesis. Esta presentación de la historia en soporte audiovisual tiene implicaciones en el oficio, en el trabajo, de los historiadores y exige igualmente distinguir modos de presentar los relatos históricos audiovisuales en función del público al que van dirigidos. La producción de materiales históricos audiovisuales implica al historiador un trabajo en equipo en el que confluyen variables fundamentales que son ajenas —en teoría— a los conocimientos históricos y a su exposición. El presupuesto y las fechas de entrega suelen ser más apremiantes en el mundo audiovisual que en el del libro. Sin embargo, lo que cambia de manera radical es el concepto de autoría: la línea que separa a un asesor histórico de un guionista es nítida y fuertemente diferenciadora, y así se indica en los títulos de créditos. Esta pérdida de protagonismo en la autoría constituye una de las primeras fuentes de inquietud de los historiadores frente a los productos audiovisuales históricos, porque supone relegar algo que consideran específica y profesionalmente propio y, en buena parte, exclusivo2. Este aspecto podría superarse, en la medida en que el historiador fuera el promotor de una iniciativa audiovisual para presentar la historia. La práctica de la producción audiovisual muestra sin embargo que, en los proyectos orientados al gran público, son los profesionales del cine y de la televisión quienes adquieren el protagonismo definitivo en el resultado final.

1 Robert Rosenstone, History on Film/Film on History (Nueva York: Pearson Longman, 2006), 4-5. Una explicación de esta importancia en Julio Montero, “Introducción. Los motivos de este libro”, en El cine cambia la historia, eds. Julio Montero y Araceli Rodríguez (Madrid: Rialp, 2005), 11-27.

2 A esa mentalidad respondía la reclamación de Louis Gottschalk, profesor de la Universidad de Chicago, al presidente de la Metro-Goldwyn-Mayer: “No picture of a historical nature ought to be offered to the public until a reputable historian has had a chance to criticize and revise it”. Citado por Robert Rosenstone, History on Film, 20.

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Otro aspecto fundamental de las industrias audiovisuales es la definición previa del público al que se dirige. No se realiza algo y luego se estudia cuál sería su target; se trabaja al revés: se define el target y, desde ese punto de vista, se enfoca la producción. Eso implica una asignación de recursos a cada apartado de la producción y la elección de un tono narrativo adecuado a ese público: juvenil, o adolescente, o de adultos, o de un nivel cultural alto, medio o bajo; de una u otra raza, o sexo, etc. También los libros optan en muchos casos por targets concretos: libros de texto para estudiantes de diversos niveles de enseñanza, o para el gran público, o tratados para estudiosos y personas cultas, o biografías, o artículos de investigación para revistas académicas. Quizá la gran diferencia se sitúe en que los productos audiovisuales son de carácter más divulgativo y sencillo cuanto más amplio sea el público al que se dirigen. Su mayor problema es que los ven personas de muy distintos conocimientos históricos: desde los que apenas saben algo hasta los que son especialistas. Con todo, el problema fundamental de las incomprensiones que manifiestan los historiadores académicos frente a los productos audiovisuales históricos está en su escasa —o casi nula— alfabetización audiovisual. Personas cultas, educadas en la lectura de lo impreso, valoran lo escrito como fuente habitual de sus trabajos y como medio casi exclusivo de presentación de los resultados. Perciben lo audiovisual —especialmente en su presentación televisiva— como un simple entretenimiento carente de interés cultural y degradante en la mayor parte de los casos. No es extraño que perduren tanto las disonancias entre los historiadores y las producciones audiovisuales que se presentan como históricas: tanto en cine como en televisión, así como —y más aún, si cabe— en los videojuegos. Queda fuera de nuestro objetivo la necesidad de utilizar los productos audiovisuales como fuente de la historia3. Además, los análisis sobre qué imagen de la historia, de algunos de sus procesos, han presentado determinadas películas4, o las que han obtenido una mayor

3 Algunas obras fundamentales sobre este tema: Pierre Sorlin, The Film in History: Restaging the Past (Totowa: Barnes & Noble Books, 1980); John E. O’Connor, “History in Images/Images in History: Reflections on the Importance of Film and tv Study for an Understanding of the Past”, The American Historical Review 93: 5 (1988): 1200-1209; John E. O’Connor, Image as Artifact: The Historical Analysis of Film and Television (Malabar: R. E. Krieger Publishing Company, 1990); Marc Ferro, Historia contemporánea y cine (Barcelona: Ariel, 1995).

4 La relación sería interminable. Para España bastará referirse a la tarea de José María Caparrós y el grupo Film-Historia en Barcelona José María Caparrós, “La Guerra Civil estadounidense vista por el cine”, Palabra Clave xii: 2 (2009): 195206; Magí Crusells, Cine y Guerra Civil española: imágenes para la memoria (Madrid: jc, 2006), o a la de los autores de este artículo alrededor de las Jornadas Internacionales de Historia y Cine y del grupo de investigación Historia y estructura de la comunicación en Madrid: Julio Montero y María Antonia Paz, La historia que el cine nos cuenta: el mundo de la posguerra 1945-1995 (Madrid: Tempo, 1997). Por citar un ejemplo reciente: José-Vidal Pelaz López, “Filming History: Billy Wilder and the Cold War”, Comunicación y Sociedad xxv: 1 (2012): 113-136.

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difusión5. Son esas cuestiones diferentes, como también la de su empleo como recurso pedagógico para estimular o facilitar el aprendizaje de la historia en las enseñanzas regladas en cualquier nivel o sistema6. Esta opción no pretende quitar valor a estas cuestiones, sencillamente quiere centrar un objeto: si se puede, y cómo, presentar un relato de la historia en formato audiovisual. Se entenderá por audiovisual una acepción acorde con la de las academias de la lengua: un discurso que implica necesaria y conjuntamente al oído y a la vista. Se ha de añadir una concreción de importancia para nuestro caso: una narración grabada y transmitida (no una representación o performance) por medios mecánicos, electrónicos o digitales. Por lo tanto, en nuestro punto de partida, hay dos elementos claves en el concepto de audiovisual: la unidad discursiva de sonidos e imágenes y su grabación y posibilidad de reproducción y/o transmisión. Otro elemento tiene también importancia: el término audiovisual, en su significado habitual, suele utilizarse como adjetivo —por ejemplo, el discurso audiovisual— o como sustantivo: “lo audiovisual”, un genérico que reúne todos aquellos productos materiales que se utilizan para producir, almacenar, transmitir, reproducir, etc., esos discursos compuestos a la vez de imágenes y sonidos. La historia se nos presenta habitualmente como un discurso racional que pretende un despliegue explicativo del pasado: en realidad, de algunos aspectos del pasado. Ese discurso no es ajeno al soporte material en que se ofrece. Las referencias que se hacen aquí a estas variaciones no son lo fundamental. Sólo se pretende señalar las más importantes y diferentes para el propósito de este artículo, las claves. La historia se ha presentado mediante discursos orales, discursos escritos y discursos audiovisuales. Los nuevos soportes no liquidan a los anteriores, ambos conviven, y si el emergente ha de aprovechar inicialmente los recursos narrativos del previo para

5 Para el área iberoamericana: Eduardo Jacubowicz y Laura Radetich, La historia argentina a través del cine (Tucumán: La Crujía Ediciones, 2006); Irene Marrone y Mercedes Moyano Walker, comps., Persiguiendo imágenes. El noticiario argentino, la memoria y la historia, 1930-1960 (Buenos Aires: Editores del Puerto, 2006); Juan Carlos García Araya, “Historia y cine chileno”, Revista Chilena de Historia y Geografía 164 (1998): 175-182. En España la serie de libros promovida por Santiago de Pablo en la Universidad del País Vasco (ehu): La historia a través del cine, que desde 1998 edita un volumen anual dedicado a un proceso histórico específico y a su tratamiento cinematográfico. Desde Israel, Shlomo Sand, Le xxe siecle à l´écran (París: Seuil, 2000).

6 Javier Fernández Sebastián, Cine e Historia en el aula (Madrid: Akal, 1994); Michèle Layny, Cine e Historia; problemas y métodos en la investigación cinematográfica (Barcelona: Bosch, 1997); Luis Miralles, “Cómo disfrutar del cine en el aula”, Comunicar 11 (1998): 63-69; Víctor Manuel Amar Rodríguez, “Cine e Historia: cien años de convivencia en América Latina”, Gades 23 (1999): 317-330; Santiago de Pablo, “Cine e Historia: ¿la gran ilusión o la amenaza fantasma?”, Historia Contemporánea 2 (2001): 9-28; Alberto Elena, Ciencia, cine e historia: De Méliès a 2001 (Madrid: Alianza, 2002); Saturnino de la Torre, María Antonia Pujol, y Núria Rajadell, eds., El cine, en un entorno educativo (Madrid: Ediciones Narcea, 2005); Víctor Reia-Baptista, “El valor pedagógico del cine: los casos de Edison y Lenin”, Ámbitos 13-14 (2005): 213229; Alba Ambrós y Ramón Breu, Cine y educación. El cine en el aula de primaria y secundaria (Barcelona: Graó, 2007); Paul Armstrong y Janet Coles, “Repackaging the Past: Commodification, Consumerism and The Study of History”, Convergence xli: 1 (2008): 63-76.

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difundirse, no pasa mucho tiempo —dentro de la escala cronológica de cada época— hasta que el antiguo procura adaptarse a las novedades que aporta el nuevo. En general los nuevos soportes no aniquilan los anteriores7, sino que en parte los rescatan; aunque sí limitan sus efectos y su empleo, e incluso su sentido.

1. Producción audiovisual histórica y libros de historia

La cuestión de fondo es por tanto si es posible un discurso histórico audiovisual; si se puede escribir la historia con imágenes en movimiento y sonido. Antes de seguir es preciso concretar el significado de lo audiovisual histórico. Aunque aquí nos centraremos en las producciones de ficción y en las de carácter documental, hay que señalar que la televisión ha añadido algunas otras más específicas como los debates —con o sin película previa—, comentarios de material de archivo o de películas de ficción y otras producciones en continua innovación que mezclan, en grado y formas muy distintos, los clásicos enfoques realistas y de ficción, que nunca se dan —ni se han dado— de manera pura. A ello hay que añadir algunos videojuegos que se presentan como históricos. La amplitud potencial del concepto audiovisual histórico es tan enorme que resulta inabarcable para un artículo. Aquí se atenderá en consecuencia a los productos audiovisuales clásicos: la ficción y el documental, en sus versiones cinematográficas y televisivas. El nivel de análisis se situará en el que valora si las producciones audiovisuales que se tratan tienen una intención eficaz de presentar un relato histórico, de ofrecer una explicación sobre hechos y procesos del pasado. Si sólo hubiera un episodio de ficción situado en el pasado, no tendría sentido plantearse su valor histórico. Podría situarse en paralelo con las sagas históricas editadas en papel. En esta cuestión fundamental, Pierer Sorlin manifiesta claramente que la historia, tal como la conocemos, no puede presentarse en formato audiovisual8. Su posición es que las producciones cinematográficas, que han abordado procesos históricos realmente ocurridos, carecen de rigor; mezclan ficción con realidad; la solución de los problemas que se presentan se realiza a través tramas amorosas, que además descansan sobre personajes que no existieron. En definitiva, las llamadas películas históricas estarían tan preocupadas del éxito que se olvidarían del rigor histórico.

7 La escritura no acabó con los relatos de viva voz; pero introdujo cambios notables. El primero probablemente fue la función de la memoria individual; el segundo, la construcción de la colectiva. En tercer lugar, la escritura impulsó una selección de eventos: sólo los que fueron escritos perduraron. Por otra parte, los primeros escritos normalmente se leían en voz alta, porque el valor de ley, de veracidad en el testimonio, de transmisión de una voluntad, etc., se asociaba a la palabra hablada, de la que la escrita era un simple soporte para el transporte del que se rescataba al cumplir ese fin de hacer llegar el mensaje a otros lugares. 8 Aunque reconoce algunas excepciones, por ejemplo, en el capítulo dedicado a Octubre (Eisenstein), en Pierre Sorlin, The Film in History, 159-198.

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Estas críticas son razonables y se ajustan a la realidad. El primer hecho patente es que los propios productores cinematográficos de películas históricas parecen despreciar lo histórico como elemento de atracción. Desde luego, los distribuidores al hacer la campaña de publicidad básica de estos productos eluden conscientemente cualquier referencia a la historia. Vale la pena retener un dato: quienes explotan comercialmente las películas no piensan que la historia sea un buen reclamo publicitario. Dicho de otro modo: consideran que en el terreno de lo audiovisual lo histórico no vende9. En una posición más flexible se sitúa Natalie Davis. Merece la pena destacar que esta historiadora colaboró con los realizadores de Le Retour de Martin Guerre (Daniel Vigne, 1982)10. Para

ella el cine histórico de ficción puede ofrecer grandes aportaciones al relato histórico en la representación más viva y eficaz de las realidades cotidianas en que transcurre la acción. Por otra parte, y frente a la historia escrita que es más abstracta, las películas históricas podrían ofrecer excelentes posibilidades para abordar la microhistoria. Otra cosa distinta es que habitualmente no se trabaja así, y la autora no deja de señalar las deficiencias históricas que presentan algunas películas que analiza sobre la esclavitud, aunque muestre también sus aciertos11. En definitiva, Davis apenas tiene en cuenta las necesidades dramáticas del cine de ficción —de hecho, no menciona estos aspectos—, y sus juicios sobre la veracidad se apoyan en contraste con la historia escrita. No hay aún una consideración específica de los recursos narrativos cinematográficos y de sus consecuencias en el modo audiovisual de presentar la historia. Tampoco la narración audiovisual parece facilitar el relato histórico. El historiador escribe en pasado sus libros. Aunque ofrezca una visión desde el presente de ese pasado. El tiempo verbal que usa es siempre el pasado en sus diversas formas. El cine se escribe en presente: lo muestran los guiones y se escucha y ve en la pantalla. Los guiones de cine se escriben en presente: porque lo que aparece en la pantalla es “lo que está pasando” ante los ojos del espectador. Un historiador puede presentar en sus escritos lo seguro como seguro, lo probable como probable e intentar fijar incluso sus posibilidades estadísticas. Además, la explicación queda sometida a contingencias que, a veces, son fundamentales. De hecho las hipótesis solían antes matizarse con frases por el estilo de “en el actual estado de la cuestión” o “en el actual nivel de conocimientos que ofrecen las fuentes” o cualquier otra similar.

9 Julio Montero, “Travestir el pasado de presente: el cine histórico de ficción”, en Image et manipulation. Les cahiers du Grimh (Actes du 6e Congrès International du Grimh, Lyon) (Lyon: grimh-lce, 2009), 389-390, con ejemplos de cómo los taglines de las películas históricas eluden las referencias al contenido histórico del film que promocionan.

10 Una adaptación de su estudio con el mismo título. Natalie Davis, The Return of Martin Guerre (Cambridge: Harvard University Press, 1983). 11 Natalie Davis, Slaves on Screen: Film and Historical Vision (Cambridge: Harvard University Press, 2000).

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La historia escrita, a veces, presenta y abre dudas, más que ofrecer soluciones. Todas estas prácticas hablan del rigor histórico. Ningún historiador las toma como limitaciones, sino como avances. Este aspecto es fundamental, porque el relato cinematográfico —si está bien hecho— sitúa normalmente a los espectadores ante una versión única, definitiva, coherente, y que no deja lugar a dudas. El relato audiovisual comercial no deja —salvo muy raras excepciones12— lugar a la alternativa. En fin, hay que proclamar que no hay finales abiertos en las películas, aunque los escriban ingenuamente así, a veces, los críticos de cine. La elección de un punto final forma parte de la tesis que se defiende, del enfoque argumental que se ha escogido. Pretende reforzar una idea, no suscitar dudas sino reforzar seguridades, aunque esas certezas supongan derrumbar ideas hasta entonces dominantes13.

Otro problema derivado del discurso histórico escrito es que explica racionalmente un proceso histórico. Tiene mucha importancia considerar que cuando algo se explica, se racionaliza, se justifica o deduce, automáticamente, pierde misterio, y, por lo tanto, fuerza dramática. En fin: la ciencia y la explicación racional desdramatizan. Los relatos audiovisuales, incluidos los históricos, se apoyan en el drama, y éste avanza desde “la lógica de los sentimientos”14. Su desarrollo se ajusta al esquema de planteamiento, nudo y desenlace. Una narración audiovisual necesita el conflicto para avanzar. Su narración sigue, como se ha dicho, el esquema de planteamiento-nudo-desenlace. Un historiador sabe que la vida sigue, que no tiene desenlaces. Como mucho, hay conclusiones, que son una reflexión sobre los motivos que explican un suceso o un proceso. Un relato histórico convencional en forma de libro normalmente se inicia con los antecedentes, los propiamente históricos y el estado de la cuestión en la bibliografía hasta ese momento, las fuentes que se han empleado y la metodología que ha constituido el utillaje intelectual del autor al trabajar esas fuentes, y unas conclusiones. En cualquier caso, un desarrollo racional que responde a antecedentes, desarrollo y conclusión de la cuestión. La historia escrita explica, no muestra. La historia impresa presenta factores distintos, intenta hacer una valoración de cada uno de esos factores, de cuál es su importancia, de cómo actúa cada uno, y siempre al final dice de forma modesta, según el estado actual de nuestros conocimientos, que una conclusión posible sería ésta, que ésta es una hipótesis no probada, pero parece probable. El historiador argumenta sus afirmaciones. El cine nunca deja un final abierto. En las películas no queda duda de por qué uno hizo lo que hizo: sea de ficción o histórico ese personaje. El cine pone las cosas delante del

12 Por ejemplo, Rashomon (Akira Kurosava, 1950).

13 Eisenstein cierra El acorazado Potemkin (1925) con el paso del acorazado a través de la armada zarista que respeta su salida sin atacarlo, y no con el final del barco: encalló unas semanas después por la impericia de los marineros y de sus tripulantes; unos huyeron, otros fueron detenidos.

14 Julio Montero, “La realidad histórica en el cine. El peso del presente”, en Una ventana indiscreta. La historia desde el cine, eds. Gloria Camarero, Beatriz de las Heras y Vanessa de Cruz (Madrid: jc, 2008), 165-166.

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espectador. No hay lugar a la explicación. El cine muestra, no explica. Además, el cine escribe con el lenguaje y desde la lógica y valores predominantes en el momento en que se realiza la película, que —normalmente— tienen poco o nada que ver con los vigentes en la época histórica que se retrata. Todas estas razones tienen peso. La cuestión fundamental que proponen es sin embargo obvia, y no hubiera requerido tan largas explicaciones en un debate. Porque efectivamente cualquiera puede entender que un libro no es un documento audiovisual, una película o una producción de ficción televisiva. Pero el problema no es ése. La cuestión que merece la pena atender es si caben explicaciones históricas en lenguaje audiovisual y si esas producciones son realmente históricas, y si lo son, en qué sentido y con qué características. Lo primero es señalar con claridad que en la expresión “audiovisual histórico”, lo sustantivo es “lo audiovisual” y lo adjetivo es “lo histórico”. Y lo histórico —adjetivo y calificador— no puede romper lo definitorio y sustantivo: lo audiovisual. Esta diferencia no se da en la historia, porque en la práctica, no hay más historia que la escrita en los libros, y, por lo tanto, la expresión correcta de “historia en libros” resulta redundante. Por el contrario, si el empeño en dar consistencia a lo histórico elimina algún rasgo esencial de lo audiovisual, entonces no hay nada. Esta afirmación referida a la pintura no suele ofrecer inconvenientes. Por ejemplo, durante más de un siglo, las representaciones de La carga de los mamelucos en la Puerta del Sol y Los fusilamientos del 3 de mayo en la montaña de la Moncloa de Goya se han considerado excelentes manifestaciones no sólo de un pathos sino de auténtica representación: poco menos que la realidad en una instantánea. Sabemos que no es así15, y sin embargo la

carga narrativa y representativa de ambos cuadros no ha perdido vigencia y continúa ilustrando ese momento en todo tipo de manuales. Indudablemente lo audiovisual, primero el cine, luego la televisión, y ahora las ofertas en internet y los videojuegos, no ha gozado del mismo prestigio que la pintura entre los intelectuales y entre los historiadores. Este desprestigio de lo audiovisual tiene manifestaciones variadas. Bastará un ejemplo: en principio casi todos los historiadores aceptan la importancia de utilizar como fuentes los materiales audiovisuales, singularmente el cine, y en menor medida la televisión. Sin embargo, son muy pocas las monografías o los artículos de éstos que señalan el protagonismo del cine y la televisión en la historia contemporánea, ni siquiera en la llamada historia del presente. Incluso en los manuales universitarios más difundidos, apenas se presta atención al papel de los medios de comunicación y,

15 Se pintaron en 1814, seis años después de que tuvieran lugar los acontecimientos, y en Francia. Algunas de las figuras son sospechosamente similares a las de varios grabados de la época. Valeriano Bozal, Goya y el gusto moderno (Madrid: Alianza, 2002), 215-232.

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consiguientemente, a los audiovisuales. La aceptación teórica de su importancia no parece tener problemas16. Tampoco el señalar que constituyen fuentes fuera de toda duda; pero otra cuestión bien distinta es trabajar sobre ellos. Esta baja valoración que lo audiovisual merece para los historiadores está en relación con dos cuestiones muy arraigadas. La primera se refiere a la vinculación de lo audiovisual con el entretenimiento. Esto lleva a desechar la posibilidad de emplearlo para la docencia o la presentación de resultados de investigación. La segunda está en relación con la notable ignorancia, ya señalada, que la mayoría de los historiadores tiene sobre lo audiovisual. Su analfabetismo audiovisual en Europa e Iberoamérica incluye lo más elemental acerca de la producción, distribución y exhibición del cine, la televisión y los videojuegos. Con todo, la mayor dificultad está en comprender la narrativa audiovisual: los modos que cine, televisión y videojuegos utilizan habitualmente para presentar sus historias. El resultado de todo ello es que las posibilidades de que un historiador se plantee la realización de un producto audiovisual para divulgar un aspecto del pasado son muy reducidas. Desde luego, no ocurre eso con el lenguaje escrito, y no son pocos los historiadores que, además de excelentes investigadores, son magníficos narradores, y algunos, además, promotores de excelentes iniciativas en el mundo editorial. En este aspecto la ventaja de ser nativos de la narración escrita dificulta enormemente la emigración a otras narrativas en las que falta experiencia y se percibe que el protagonismo forzosamente será limitado. La experiencia y autoridad del historiador quedan subordinadas a las de unos profesionales que parecen poco interesados por el rigor, que acaba convertido en trinchera defensiva, primero, y en fuente de críticas, después. En el fondo, la incomprensión e ignorancia de lo audiovisual, de sus procesos de producción, distribución y exhibición, generan una enorme inseguridad respecto a quienes son expertos en la materia, pero no en cuanto al vehículo de transmisión. El primer acercamiento al mundo audiovisual, con el empeño de emplearlo como medio para transmitir la historia, exigiría el distinguir entre los diversos tipos de producción audiovisual. Rosenstone ha señalado tres fundamentales, referidos primordialmente al mundo del cine17, aunque pueden ampliarse y adaptarse a los universos de la televisión y de los videojuegos. El primero es el drama histórico comercial, convencional, encuadrado en las formas de producción de Hollywood (proceda o no de allí). La tradición la inauguró Griffith con El nacimiento de una nación (1915) y continúa con producciones

16 Además, las relaciones entre los historiadores y las imágenes consideradas como fuente de la historia han cambiado mucho a lo largo de los últimos veinte años, en un debate muy vivo. A este respecto es muy interesante la aportación de Pierre Sorlin, “Cine e Historia. Una relación que hay que repensar”, en Una ventana indiscreta, 19-31. 17 Robert Rosenstone, History on Film, 12-19.

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como Glory! (Edward Zwick, 1989) o Le Retour de Martin Guerre (Daniel Vigne, 1982) o, por acercarnos al mundo español, Ágora (Alejandro Amenábar, 2009). En esa línea se situarían las producciones de carácter histórico de Bertrand Tavernier. Constituye el tipo más difundido y conocido de cine de intencionalidad histórica, y su narrativa se ajusta al esquema dramático clásico. El segundo tipo de cine histórico es el experimental. Plantea formas narrativas nada o poco convencionales, mediante las que se quiere hacer partícipe al espectador de una experiencia estética y emocional que rompe los límites cronológicos y deductivos del caso histórico que se aborda18. Puede considerarse iniciado por Eisenstein en Octubre (1928) o El acorazado Potemkin

(1925). Hoy continuaría con producciones como Walker (Alex Cox, 1987), en Estados Unidos, y con una amplia gama de experiencias a lo largo de la historia del cine, con una abundante representación no estadounidense: Carlos Dieges, Ousmane Sembène, Luis Valdez, Claude Lanzmann, Hans-Jürgen Syberberg o Roberto Rossellini, entre otros19. El tercer grupo de producciones es el documental histórico. Los historiadores de la tradición escrita suelen identificarlos con un texto leído que explica una situación histórica que luego se ilustra con imágenes adecuadas al caso. Los historiadores, o los presentadores, que se dirigen como maestros al espectador no serían más que una variante de este modelo. Para los cineastas un documental, incluidos los históricos, es una producción audiovisual con la misma estructura narrativa que el cine de ficción. Sólo se diferencian por los recursos que emplean para sustituir a actores y decorados, y guión previo pormenorizado. El realizador de documentales sólo cuenta con material de archivo —audiovisual, visual, sonoro, impreso o manuscrito—, testimonios de protagonistas, de testigos, o especialistas de origen profesional, y con motivos variados, y cortes de la actualidad. Todo ello unido por un argumento, organizado de forma dramática e intensificado emocionalmente por la banda sonora. Desde el punto de vista de la finalidad narrativa, es algo muy semejante a una película de ficción. Desde luego, es preciso partir de un principio básico: sólo si hay interés por hacer un relato audiovisual histórico tiene sentido aplicar esta diferenciación. Ocurre igual con las diversas formas de presentar la historia escrita: sólo si hay un empeño decidido en ofrecer una explicación razonada y razonable del pasado, de alguno de sus aspectos, puede haber

18 Por ejemplo, los anacronismos cuidadosamente buscados de Walker (Alex Cox, 1987) gritan al espectador que lo que han visto en la pantalla no es algo que se limite al siglo xix: constituye una constante en las relaciones de Estados Unidos y los países centroamericanos. 19 Citaremos sólo una de cada director para no alargar innecesariamente esta relación: Carlos Dieges, Quilombo (1984); Ousmane Sembène, Ceddo (1976); Luis Valdez, La bamba (1987); Claude Lanzmann, Shoah (1985); Hans-Jürgen Syberberg, Hitler, ein film aus Deutschland (1978), y Roberto Rossellini, The Taking of Power by Louis xiv (1966).

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historia. Dicho de otro modo: no hay narrativas cinematográficas históricas específicas20, sino que la historia se puede presentar y explicar de varios modos en las pantallas (de cine, de televisión o de cualquier otro soporte). En resumen: al igual que no toda la historia escrita es historia en el mismo sentido, no todo el cine histórico lo es de la misma manera. Llegados a este punto es preciso considerar que algunas novelas históricas han ofrecido buenas descripciones del pasado dentro de una trama de ficción; aunque no sea el caso de todas, ni siquiera de la mayoría. El cine histórico de ficción se sitúa en una línea paralela. Además, ha de tenerse en cuenta que los costes de producción de una película y de un libro son muy diferentes. Por eso, los elementos que aseguran el éxito de una producción cinematográfica no deben ignorarse en una película que pretenda ser histórica. Las primeras diferencias se refieren al público al que se dirigen: la divulgación histórica es historia, y también lo son la monografía especializada y el ensayo histórico. Del mismo modo, no es igual una producción comercial dirigida al gran público que un documental de carácter académico.

2. La cultura audiovisual de los historiadores y la cultura histórica de los cineastas

Si antes se ha destacado la frecuente ignorancia de los historiadores en aspectos básicos de lo audiovisual, es de justicia destacar también un aspecto de interés: los historiadores que afirman que es posible realizar una historia audiovisual, con frecuencia han colaborado en un proyecto cinematográfico o televisivo. Los llamaron por ser especialistas en el tema que se abordaba en la película, o en la serie de televisión correspondiente. Su integración en el equipo, muy diversa en cada caso, les permitió una comprensión de lo audiovisual poco frecuente en la mayoría de sus colegas. Probablemente el caso más conocido sea el de Robert Rosenstone, un historiador académico que ha trabajado como asesor al menos en tres producciones. Dos fueron de muy alto presupuesto: Reds (Warren Beatty, 1981), sobre el dirigente comunista norteamericano John Reed, y Glory! (Edward Zwick, 1989), sobre la formación del primer regimiento de soldados negros en Estados Unidos durante la Guerra de Secesión. Ambas se plantearon como grandes producciones, que optaron con éxito a los máximos galardones de la Academia de Hollywood. La tercera fue un documental de usd$200.000 de presupuesto en los años ochenta: The Good Fight (Noel Buckner y Mary Dore, 1984), sobre la Brigada Lincoln en la Guerra Civil Española. Su integración

20 Ni siquiera cuando se presenta un producto en un formato típicamente histórico —el documental— y se aborda un aspecto del pasado. Los casos de Forgotten Silver (Peter Jackson y Costa Bote, 1995) y The Lost Tumb of Jesus (Simcha, 2007) pueden ser dos ejemplos suficientes. Los canales temáticos documentales de televisión ofrecen una amplia gama de estos productos de apariencia histórica sin contenido ni intención histórica alguna.

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en los equipos de producción como asesor histórico le permitió descubrir y valorar los recursos y posibilidades de la narrativa audiovisual. Sobre todo, lo abrió a la consideración de que esas formas audiovisuales de narrar no eran tan diferentes, en un cierto nivel, de las que utilizaban los propios historiadores. En este punto es preciso señalar que la creación de la revista Rethinking History, otra de sus iniciativas, lo mantuvo en contacto durante años con las reflexiones sobre las nuevas formas de hacer historia que emergieron en los años setenta del siglo pasado. Así, Rosenstone, que contaba con una trayectoria probada de historiador, concretada, entre otras, en una biografía de notable éxito editorial sobre John Reed21, inició una línea de trabajo que lo ha

llevado a la convicción no sólo de que la historia en formato cinematográfico puede realizarse —y se ha realizado en producciones concretas—, sino de que esa historia en las pantallas se realizará con o sin los historiadores. Por lo que se refiere a su reflexión teórica acerca de la posición que ocuparía esta manera de dar cuenta del pasado, piensa que sería un modo cercano a las manifestaciones posmodernas de entender y presentar las reflexiones sobre el pasado. En otro nivel hay que situar a la historiadora Natalie Davis, ya citada, y su colaboración en la película francesa Le Retour de Martin Guerre (Daniel Vigne, 1982), que dibuja la vida en una zona rural del sur de Francia en el siglo xvii. En este caso, el juicio positivo acerca de la traslación cinematográfica de la historia no ha cambiado su trabajo habitual como historiadora22. Ha mantenido su especialidad, y podría decirse que su participación en este film como asesora sólo ha supuesto una experiencia más en su actividad como historiadora de la Edad Moderna europea. Podrían aumentarse los casos en unos cuantos más. Por ejemplo, la historiadora española Elisa Garrido también colaboró en una gran producción en dimensiones europeas, Ágora, en 2009. Sus convicciones acerca de que es posible presentar la historia en soporte cinematográfico se han publicado también. La parte final del título de una de sus aportaciones es ya interesante: “[…] asesoría y licencia histórica”23. Hemos mencionado tres ejemplos de cine con intencionalidad histórica. Sensu contrario puede mostrarse casi lo mismo. Algunos historiadores que han colaborado en la composición del escenario cronológico de una producción que no intenta contar la historia se han manifestado decepcionados de su experiencia. Lo paradójico es que cuando el asesoramiento se centra en

21 Robert Rosenstone, Romantic Revolutionary: A Biography of John Reed (Cambridge: Harvard University Press, 1990).

22 Natalie Davis, “Movie or Monograph? A Historian/Filmmaker’s Perspective”, The Public Historian 25: 3 (2003): 45-48. En ese mismo número de la revista, Daniel Blake Smith explica su participación en la película February One: The Story of the Greensboro Four, “The (Un)Making of a Historical Drama: A Historian/Screenwriter Confronts Hollywood”, The Public Historian 25: 3 (2003): 27-44. 23 Elisa Garrido, “Una película de romanos: Ágora, de Alejandro Amenábar. Asesoría y licencia histórica”, en El cine de romanos en el siglo xxi, ed. Antonio Duplá Ansuátegui (Vitoria: Universidad del País Vasco, 2012), 81-89.

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esos puntos materiales, en la adecuación de los hechos o dichos al período que corresponde (que son habitualmente los motivos de crítica en que se ceban los historiadores al ver una película histórica), son los mismos historiadores que asesoran los que se sienten decepcionados de su trabajo. En realidad, quizá hayan descubierto las posibilidades de las pantallas para presentar una explicación del pasado y perciben claramente que se les ha hurtado esa posibilidad de hacer, de mostrar, la historia de verdad en formato audiovisual. Las experiencias de los historiadores en sus colaboraciones en documentales históricos tienen también interés. En este caso, es frecuente que quienes participan en ellos acepten esa modalidad cinematográfica o televisiva y mantengan sus prevenciones sobre las posibilidades prácticas ante el cine histórico de ficción. Esto es tanto más frecuente cuanto sus colaboraciones se mueven en la órbita de documentales explicativos, casi didácticos. Conviene no olvidar que esta modalidad no es propiamente cinematográfica, por no ser dramática. Una clase de historia grabada, por más que se ilustre con materiales de archivo audiovisual, no es una película. Un film requiere una estructura narrativa dramática en la que los elementos se organizan en torno a un argumento. En este sentido, hay que afirmar que mientras que resulta difícil titular a un director de cine de ficción como especialista en cine histórico, es más frecuente que esa especialización se dé entre los realizadores de documentales. En España José Luis López Linares24, Elías Andrés25 o Maria Dolors Genovés26

podrían presentarse como especialistas en este tipo de documentales basados en una sólida documentación histórica y en una fuerte carga dramática. En cualquier caso, lo importante es destacar que la connaturalidad y el conocimiento del mundo audiovisual son una condición necesaria para valorar positivamente sus posibilidades de soporte de la historia. La experiencia muestra que cuando ese aprendizaje se ha hecho de modo práctico y continuado a lo largo de una producción, especialmente de las dramáticas, los historiadores descubren las posibilidades de lo audiovisual para presentar la historia. Y en este campo convendrá recordar también que en la academia de cada país no han faltado nunca algunos buenos historiadores que no escribían, los ágrafos. Sus clases y conferencias, indistinguibles en muchos casos, eran brillantes, sugestivas y bien fundadas; pero eran incapaces de escribir con orden, o con rigor, o con cierto estilo… su historia se situaba en la oralidad.

24 Goya en tiempos de guerra (2008); Un instante en la vida ajena (2003); A propósito de Buñuel (2000) y Asaltar los cielos (1996), entre otros muchos. 25 La serie La transición (1995); España, España, 1922-1939 (2003) y la serie Lo que el siglo nos dejó (1999), entre otros.

26 L´or de Moscou (1994); Operació Nicolai (1992), Sumaríssim 477 (1994); Cambó (1996) y Roig i negre (2006), entre otros.

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Las exigencias narrativas específicas de lo audiovisual conforman la mayor dificultad para los historiadores. Rosenstone ha sido quien más se ha ocupado de este aspecto. Lo fundamental de ellos es su adecuación a la historia que se quiere contar. Si se trata de hacer ver al espectador qué dificultades hubieron de superar los protagonistas de Glory! para poner en marcha la división de afroamericanos en el ejército yanqui, importa menos cada una de ellas, que informar sobre su variedad e intensidad. Unas tuvieron su origen en los propios afroamericanos, otras, en los oficiales blancos que los mandaban, otras más, en el resto de mandos del ejército nordista, y no faltaron tampoco las del enemigo. El informar históricamente de manera dramática sobre estos aspectos exige licencias: para presentar la variedad de posturas de los soldados, las de los propios oficiales, y más aún, la de su oficial en jefe, que tardó meses en decidirse… Condensaciones, metáforas, invenciones, elipsis, conforman los elementos básicos del lenguaje cinematográfico para transmitir la historia central: en este caso, las dificultades y sus tipos y, de paso, la sociedad que las alimentaba. Bastará un ejemplo: el presentar a una persona con una duda fuerte de conciencia, que no sabe cómo resolver, y que le llevó dos meses tomar una decisión, no es cinematográfico. Los guionistas de Glory! resolvieron el conflicto en un diálogo que expresaba las dudas del protagonista con exactitud (obtenidas de su correspondencia que se había consultado). El personaje con el que hablaba era una creación de ficción. Podría entenderse como su otro yo. Los argumentos eran certísimos, su presentación era metafórica. Estas licencias han de ponerse en paralelo con los géneros históricos escritos. Aproximación a la historia de España puede ser un libro de un centenar escaso de páginas, y no es menos histórico que un manual de un millar. El mayor detalle no siempre añade mayor exactitud a la historia. En un cierto nivel, habría que afirmar que el relato histórico escrito y el audiovisual no deberían tener problemas de adecuación. Ambos llevan a cabo una selección de hechos forzosamente fragmentaria. La historia escrita, porque —de acuerdo con las normas de crítica histórica clásicas o modernas— establece qué hechos o procesos son significativos, y en qué grado, y cuáles no. De manera casi tautológica, esos criterios de selección conforman la argumentación histórica que los ordena. También el cineasta selecciona y transforma en secuencias fragmentos de reconstrucción de realidades, igualmente, desde una selección de “lo real” y da sentido al conjunto desde el argumento. La diferencia fundamental es el criterio de selección de los fragmentos en cada caso, que se manifiesta en lo que desde la producción audiovisual se llama “montaje” o “edición”27.

27 Esta fragmentación de los discursos es una característica de la modernidad. Al respecto, ver: Gonzalo Abril, Cortar y pegar. La fragmentación visual en los orígenes del texto informativo (Madrid: Cátedra, 2003).

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Si la ignorancia sobre lo audiovisual por parte de los historiadores es uno de los problemas que presenta la realización de productos históricos en las pantallas, otro no menos importante es la escasa formación histórica de los cineastas. Como siempre, el distinguir es clave. Salvo casos aislados, puede decirse que no hay directores de cine especialistas en películas históricas. Es indudable que unos han hecho más que otros, pero casi ningún director importante ha dejado de producir alguna. El conocimiento al nivel de historiador especialista entre guionistas, directores y productores es infrecuente en el cine. Podría decirse que sus necesidades en este campo son muy distintas. Lo normal es que el interés de un tema histórico para una película de ficción lo despierte un libro. En el caso de los documentales, es más frecuente que sea una persona o una situación. En ambos casos la mayor dificultad es conseguir el asesoramiento especializado que se requiere, y que normalmente abarca aspectos muy distintos, lo que implica especialistas muy variados. Por ejemplo, en Ágora se recurrió a profesores de Historia de la ciencia, Filología griega e Historia del bajo imperio y de las mujeres28. Y no hubiera estado de más uno de Historia de la Iglesia. Las carencias en consultar especialistas en historia son las más frecuentes. Hay que decir a favor de los cineastas que no siempre existen o no siempre están disponibles. Este asesoramiento resulta clave porque las historias que presentan el cine o la televisión son sumamente específicas. Lo audiovisual necesariamente presenta imágenes concretas que gritan su falsedad cuando no son las adecuadas, y eso puede romper la verosimilitud de la narración y hacer fracasar la película. Este aspecto es clave, y hay que señalar que encarece notablemente el presupuesto de las películas y, sobre todo, exige que el tiempo de preproducción (elaboración del guión en este caso concreto) se alargue más de lo que los productores son capaces de soportar. Salvo en Estados Unidos, o en las grandes producciones europeas, ése es el gran peligro que acecha al cine histórico: el insuficiente asesoramiento, o el realizado por alguien que no es auténtico especialista en el tema o período que se trata. Hay que señalar que también en este caso hay niveles distintos, y los cineastas tienden a pensar más en el público amplio al que pretenden llegar con sus películas, que en los historiadores especialistas en la materia. Estos últimos interesan en la preproducción y hay que desdeñarlos cuando se atiende a la exhibición. Por ejemplo, un especialista en Guerra Civil se sintió ofendido porque en la secuencia cumbre de Tierra y Libertad (Ken Loach, 1995) los anarquistas cantaban La Internacional mientras trasladaban el cuerpo muerto de su compañera ante las tropas del ejército mandado por comunistas. Para el espectador normal, la muerte y el canto simbolizaban la unión de unos y otros en algo común, la canción. El historiador que señalamos se dio cuenta de que los anarquistas de la película entonaban La Internacional, pero en la versión comunista. Para él, la unidad de los partidos

28 Elisa Garrido, “Una película de romanos”, 81-89.

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revolucionarios ante el enemigo común, se transformaba en sometimiento: el significado cambiaba y, además, falseaba un aspecto no pequeño de la postura anarquista en el conflicto. Es verdad que ningún crítico de cine señaló este error y que el director, Ken Loach, no pretendía defender el sometimiento ni afirmar que eso fue lo que ocurrió en la Cataluña en guerra. Es verdad también que pocas personas del público en general serían capaces de percibir la diferencia entre las dos Internacionales. Pero también es cierto que podría haberse puesto la versión anarquista y se hubieran evitado los errores y las malas interpretaciones: los anarquistas hubieran entendido que sus enemigos de verdad no eran los comunistas sino los franquistas, y aunque mantenían sus ideas —y el canto de La Internacional anarquista lo mostraría—, lucharían contra el enemigo común junto con los comunistas29. Es un ejemplo de producción descuidada en lo

que a asesoramiento histórico se refiere. Quizá el director pensó que sabía lo suficiente sobre el conflicto, y que no era preciso asesorarse30. Lo difícil era encontrar a otra persona capaz de esta distinción. El historiador que asesoró este film era difícil que lo ignorara: pudo advertirlo o no. Si lo hizo el director, consideró que no era relevante para su mensaje. Y si pensó eso, falló como historiador. El mensaje que comunica una película sólo depende de su autor — ­ el guionista, el director, el productor—, y éste es libre de ponerlo en una pantalla; pero si afirma que quiere hacer un filme histórico, no todas las ideas son adecuadas, porque la historia es algo más que voluntarismo o militancia: sea escrita o filmada. Es imposible saber si este fallo se debió al bajo presupuesto, a la prisa del productor o a la improvisación de un director que consideró que no necesitaba saber más sobre el tema. Este ejemplo ilustra un aspecto fundamental que a veces se ignora cuando se critica un relato histórico audiovisual, y es que la historia se puede hacer mal también en libros y en artículos. No son los productores audiovisuales los únicos que cometen errores, ni tampoco sólo en ellos se encuentran afirmaciones de militancia que contrarían la lógica, la racionalidad y los criterios de selección de los acontecimientos del caso. Lo importante es que aquí se manifiesta un principio común al relato histórico hablado, escrito o audiovisual: es clave querer hacer historia, ofrecer una explicación del pasado que no sea contradictoria, que atienda a los hechos significativos —y explique qué criterios lo llevan a seleccionar unos, y no otros— y que sea capaz de presentar la relación de un proceso de manera coherente.

29 Eso fue lo que entendió la mayor parte de la gente que asistió a la película, que desde luego no era capaz de diferenciar entre las dos Internacionales, <http://www.imdb.com/title/tt0114671/externalreviews>.

30 En los créditos se incluye a Andy Durgan, quien “fue asesor histórico de la película Tierra y Libertad. Es autor de varios trabajos sobre la Revolución Española y sobre el poum y el boc. Milita en el grupo En Lucha”. Andy Durgan, “Guerra civil y revolución”, Scribd, biblioteca en línea, consultado el 15 de mayo de 2012. <http://es.scribd.com/doc/13269294/ Andy-Durgan-Guerra-Civil-y-Revolucion>.

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La ignorancia histórica de los productores audiovisuales puede subsanarse con el asesoramiento de los historiadores. Ya se hace de manera habitual en la cinematografía norteamericana desde hace tiempo. Hay que afirmar que se da cada vez más esta precaución en el mundo iberoamericano a ambas orillas del Atlántico. Las dificultades de nuestras películas —o series de televisión— históricas no están propiamente en la falta de asesoramiento sino en la escasez de los presupuestos. Esta escasez no se refiere a la imposibilidad de pagar a los historiadores, que sería una partida presupuestaria ridícula en el conjunto de los gastos. La pobreza de recursos se refiere casi siempre al tiempo para realizar la producción y a su consiguiente precipitación. Podría decirse que el curso habitual de una producción audiovisual sobre temas históricos pasa por dos períodos: uno lento, en el que apenas se puede avanzar por falta de recursos, y otro en el que se trabaja a gran velocidad para terminar dentro del plazo. En resumen: falta tiempo para un preproducción cuidada, que es donde se incluye el asesoramiento histórico.

3. La autoría conjunta de las producciones audiovisuales

La autoría de lo audiovisual es colectiva, pero dirigida. Por eso es muy importante la coincidencia en el mensaje. Aunque se suele afirmar que la dirección efectiva y última del mensaje de una película corresponde al director, la tradición anglosajona del productor no hace tan clara esa cuestión. Sea lo que fuere, y en términos generales, guionistas, directores y productores tienen una cierta capacidad —especialmente los dos últimos— para decidir sobre el resultado final. En ese sentido, se puede hablar de autoría principal. La presencia de los historiadores en la producción audiovisual ha sido hasta ahora mayoritariamente en calidad de asesores. Eso tiene un significado muy preciso. Su papel es de carácter negativo, en el sentido de que señalan errores que perciben en el guión o durante el rodaje. No es extraño que en el mundo de la televisión —en concreto, en las series de ficción de ambientación históricas— este requerimiento de asesoramiento se dé cuando las críticas indican fallos captables por el gran público en las primeras emisiones. Una forma de asesoramiento más integrada se produce cuando trabajan con los guionistas a lo largo del proceso de elaboración del guión durante la preproducción. Probablemente sea el modo más efectivo de conseguir un relato audiovisual propiamente histórico. Exige, por parte de los productores, un empeño decidido en ofrecer un auténtico relato histórico, en ficción o en documental. Hay que subrayar que esta manera de trabajar es poco frecuente porque son muy escasas estas producciones en el cine en castellano, y, menos aún, en televisión. En este caso los historiadores pueden ayudar proporcionando los datos que les piden los guionistas y revisando lo que se va escribiendo, o —menos frecuente— intentando comprender los recursos narrativos que ofrece el medio para expresar ideas de fondo sobre el período, la cultura o la sociedad que presenta la película o la serie. Y es precisamente aquí cuando los historiadores han de saber que no son ellos los especialistas en las formas de

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decir audiovisuales31. También, que una producción audiovisual histórica es normalmente un producto de alto presupuesto y necesariamente dirigido a un público global, internacional, que carecerá de las nociones básicas del entorno histórico que se presenta. Las simplificaciones serán necesarias, la explicación de matices no podrá entorpecer el desarrollo argumental, ni romper, ni ralentizar el dramatismo y la acción. Si la aportación de los historiadores del equipo es buena, la película podrán verla con igual satisfacción especialistas —que entenderán que es una obra de divulgación— y el gran público. Algo semejante al disfrute de un buen cuadro ante el que gozan especialistas, gentes cultas y otras escasamente letradas. Ese efecto no se consigue con todos los cuadros, y es comprensible que no se logre tampoco con todas las películas, incluidas las que pretendieron ser históricas. Ha sido relativamente frecuente en el mundo de la televisión, y en concreto, en el ámbito de las series documentales históricas, que la presencia de los historiadores haya tenido un protagonismo mayor. Por ejemplo, gozó de amplia audiencia la serie Memoria de España32, coordinada por Fernando

García de Cortázar, un historiador cuya obra alterna libros de divulgación y gran éxito, con otros de investigación más especializada. Estas series parten de un decidido interés didáctico que pretende combinar la sencillez en la exposición con la agilidad en el relato. Se trata de narraciones no muy alejadas de los libros de divulgación. Sobre la narración inicial, muchas veces con anotaciones sobre los materiales audiovisuales que podrían enriquecerlo, trabajan los guionistas y realizadores profesionales. Algunas de ellas tienen gran éxito —como la ya mencionada—, aunque la mayoría no pasan de los canales temáticos históricos, cuya audiencia es limitada y variada, y sus productos casi nunca satisfacen, con razón, a los historiadores. A veces ni siquiera a la gente culta. Sin embargo, los productos documentales históricos pueden tener también un carácter dramático. Ejemplos muy logrados de esta modalidad son dos películas ganadoras del premio de la Academia de Hollywood en la especialidad de largometraje documental: When We Were Kings (David Sonenberg, 1997) y The Last Days (James Moll, 1998). No han faltado tampoco en el mundo hispánico. Quizá el más interesante, por abrir un cauce poco transitado en el cine español, sea Asaltar los cielos (José Luis Linares y Javier Rioyo, 1996). Los ejemplos desde 1995 podrían ampliarse hasta más de un par de centenares de muy buena calidad, tanto en Estados Unidos como en el área iberoamericana. Esta modalidad puede ajustarse más a los intentos de ofrecer en la pantalla el fruto de investigaciones especializadas, en las que historiadores y cineastas pueden colaborar más estrechamente. Desde luego,

31 También deben tener presente que casi siempre hay una tensión entre lo que es históricamente apropiado y lo que resulta mejor visualmente. David Ludvigsson, “The Historian-Filmmaker’s”, en History in Words and Images, proceedings of the Conference on Historical Representation (Turku: University of Turku, 2002), 231. 32 tve, 27 episodios, entre 2004 y 2005. Fernando García de Cortázar coordinó a los guionistas, que fueron profesores universitarios con experiencia anterior en series documentales, además de él mismo. El director fue Luis Martín del Olmo. Las audiencias fueron amplias: tres millones de espectadores y un share medio del 15,2% en horario de prime time. Cortázar también había colaborado en otras series documentales históricas: España en guerra (tve, dirigida por Pascual Cervera, 1987, 31 episodios).

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los primeros han de tener en cuenta que el interés dramático de la historia es fundamental y que, por lo tanto, la narración audiovisual estará más cerca de las películas de ficción que de los documentales didácticos a los que nos referíamos antes. También es de justicia señalar que por el momento son los cineastas los que llevan la iniciativa en este campo. Los documentales dramáticos, como las películas de ficción, buscan normalmente protagonistas alrededor de los que construir la narración de su historia en un momento o proceso determinado. La documentación sobre los procesos históricos que implican constituye normalmente un riguroso trabajo, y los cineastas pueden ayudar a los historiadores a expresar este rigor, incluso a acentuarlo33, porque puede llegar a formar parte de la tensión de la historia. Incluso la propia tarea del investigador es a veces el argumento del documental. En este sentido, y por ahora, puede que el documental dramático sea la mejor vía de colaboración entre historiadores y cineastas, y un buen punto de partida para que los primeros adquieran los conocimientos básicos de la producción audiovisual, tanto en cine como en televisión34. Desde luego, el documental histórico dramático y el simple documental narrativo didáctico (individual o en serie) pueden tener —y tienen— su origen en motivaciones poco históricas, en el sentido académico del término. Es una dificultad inevitable mientras los historiadores no se decidan a tomar la iniciativa, o al menos a intentarlo. Los medios de comunicación social —especialmente la televisión— tienen puntos de vista propios sobre la sociedad y, obviamente, sobre su origen y finalidad. El pasado, su interpretación, suele ser una justificación de los programas de futuro. El problema es tan ajeno a la historia como a lo audiovisual. Una y otro se han utilizado y se emplearán para fines ajenos al interés académico y al comunicativo. La cuestión vuelve al punto de partida inicial: los productos audiovisuales históricos no son aquellos que abordan el pasado sin más, sino los que tienen el empeño decidido de ofrecer una explicación de él. Significa también que no todos los procesos y acontecimientos históricos podrán tratarse de manera dramática, pero que sólo desde esa perspectiva podrán llegar al gran público que busca entretenimiento cuando acude al cine o se sienta ante la televisión, aunque no le importe aprender algo de historia, siempre que no le hagan aburrido el film o el programa por el que pagaron.

33 No son infrecuentes las tomas del equipo de historiadores, que junto con los cineastas entran en un archivo, solicitan y miran la documentación. La presencia visual de las fuentes muchas veces acentúa el dramatismo para asegurar al espectador la veracidad de la narración. El problema de los cineastas es cómo no hacer pesadas esas tomas en la narración. Por ejemplo, en The Last Days (James Moll, 1998), una de las protagonistas consulta los archivos que indican quiénes murieron en el campo de concentración nazi, y encuentra a algunos de sus familiares en esas listas. En When We Were Kings (David Sonenberg, 1997), dos periodistas —que cubrieron la información— explican algunas de las tomas del combate de boxeo alrededor del que se narra la historia de Mohamed Alí y su compromiso en la lucha por los derechos de los afroamericanos para vivir su cultura. 34 Ésa ha sido nuestra experiencia durante los años que dirigimos y participamos en los títulos de Experto en guiones audiovisuales históricos y Realización de documentales históricos en la Universidad Complutense de Madrid, entre 1996 y 2006.

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Conclusión. Era audiovisual e historia audiovisual: un final que puede ser inicio

Cuando hablamos de historia como explicación del pasado, normalmente se da por supuesto que nos referimos a una parte de la producción cultural que se presenta en soporte de papel impreso: bien sea revistas o libros, de muy diferente enfoque, aspecto material y contenidos. En esta apreciación casi intuitiva no entran ni los relatos orales ni las producciones audiovisuales. La historia como conjunto de resultados de un saber está ligada en nuestra cultura a lo impreso en papel, o, en el peor de los casos, a lo escrito. Con todo, no habría inconveniente entre los historiadores para aceptar el término historia hablada: sus conferencias para presentar resultados de investigación, o nuevas síntesis, o nuevos enfoques, aunque son cada vez menos frecuentes, constituyen parte de nuestra experiencia en la transmisión del saber histórico. Quizá esta aceptación del discurso histórico oral se fundamente en la superioridad del discurso histórico escrito, que tolera manifestaciones un tanto arcaicas, en cuanto no ofrecen una alternativa real o, simplemente, preparan o adelantan lo verdaderamente valioso: su expresión impresa posterior, si realmente tiene interés. Sin embargo, no ocurre lo mismo con las producciones audiovisuales. Los historiadores que escriben difícilmente toleran que se aplique a una película, incluso a un documental, y menos aún a una serie de televisión, el calificativo de histórico. Lo que más llama la atención es que no hay un enfrentamiento entre historiadores de libros e historiadores audiovisuales. No existe, por dos motivos. Primero, porque apenas hay historiadores audiovisuales. Luego, porque quienes producen en el ámbito de lo audiovisual algún ejemplo de contenido histórico, apenas lo han concluido suelen comenzar otro que absorbe todos sus esfuerzos, y no atienden a ese potencial debate. Sólo un pequeño grupo de historiadores académicos se ha adentrado en la producción audiovisual. Más frecuentemente en el ámbito del documental, aunque también en películas individuales o en series para televisión. Su papel en estas producciones ha sido muy distinto. La cultura popular norteamericana no puede entenderse sin la presencia del cine, de la televisión y, en general, de las imágenes sonorizadas. Esta afirmación tiene más años de validez en Estados Unidos, Australia y Nueva Zelanda que en Europa, Iberoamérica, y en otras zonas del mundo considerado occidental; pero en la actualidad tiene ya una generación de vida en estos últimos lugares. Sería difícil por tanto pensar en una divulgación histórica que no pasara por lo audiovisual. Dicho de otro modo, no hay divulgación posible en el mundo occidental sin producciones audiovisuales difundidas a través de las pantallas: de cine, de televisión, de ordenador, de teléfonos móviles o de plataformas de videojuegos. El problema es cómo realizar esa tarea de divulgación en el campo de la historia en soporte audiovisual. No hacerlo no es una alternativa. Primero, porque si la historia es tan fundamental como pensamos y defendemos los historiadores, será necesario ofrecerla, y si hay una demanda suficiente, otros —no historiadores— crearán y difundirán esos productos. En buena parte, es lo que ya está sucediendo. Segundo, porque si la historia no fuera importante y la dejáramos

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limitada al mundo de los libros —incluidos los electrónicos en sus diversas versiones— acabará como escenario periférico en el panorama cultural occidental. En la medida en que la cultura occidental es radicalmente histórica, se produciría un relevo de intelectuales que elaborarían explicaciones de nuestra actualidad en términos sincrónicos y haciendo realidad el viejo principio de que “la historia no tiene leyes, pero el que no sabe historia no sabe nada”. Ante el problema de cómo hacer presente de manera perpetua una parte del pasado que se percibe como memorable, digna de ser recordada, la mitología griega propuso una imagen que viene bien recordar. En la memoria antigua, una titánide —una diosa del viejo orden— fecundada por Zeus, el poder absoluto en el nuevo orden de los dioses olímpicos, dio a luz a las nueve musas. Las nueve hermanas informaban sobre el conocimiento absoluto que poseía su madre de todo lo que había pasado. Ellas lo tenían de manera más limitada: desde Clío —la racionalización seleccionadora de aquellos recuerdos maternos sin fin— hasta Terpsícore, la danza —su mejor performance—; o Urania, la astrología, que permitía transformar en profecía aquel conocimiento del pasado. Si el viejo orden hablado de lo divino, representado por los titanes, sucumbió a la cultura escrita de los olímpicos, quizá la época posliteraria y audiovisual que se está imponiendo exija nuevas transformaciones en los modos de seleccionar esos acontecimientos dignos de recuerdo, y justificar esa elección y sus modos de presentarlos. Quizá los que por su edad parecen los nietos de Mnemosine, sólo sean sus nuevos hijos, y la permanente belleza y necesidad de la memoria haya sido fecundada por un nuevo dios.

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Del 11 de Noviembre al 1º de Mayo: historia, identidad y memoria en la construcción de un espacio social popular. Cartagena (Colombia), 1917-1930Ï

Jorge Armando Sará Marrugo

Bibliotecario del Instituto de Patrimonio y Cultura de Cartagena (Cartagena, Colombia). Historiador de la Universidad de Cartagena (Cartagena, Colombia), admitido en la Maestría de Historia de la Universidad Autónoma de Zacatecas (Zacatecas, México) para el período 2013-2014. Autor de “La protesta social en Cartagena: entre la legitimidad colectiva y la actitud de las autoridades, 1909-1930” (ponencia presentada en el Foro Interno de Historia, Universidad de Cartagena, Colombia, 2007), y “La lucha por la ciudadanía; el obrero honrado como ciudadano, Cartagena 1909-1930” (ponencia presentada en las xviii Jornadas Culturales Héctor Rojas Herazo, Universidad de Cartagena, Colombia, 2008). saramarrugo2006@hotmail.com

artículo recibido:

3 de julio de 2012 2 de noviembre de 2012 modificado: 14 de enero de 2013

aprobado:

doi:

10.7440/histcrit49.2013.09

Ï Este artículo es resultado de una investigación realizada durante la elaboración de la tesis de pregrado del autor, titulada “Identidad, actores sociales y acción colectiva. Cartagena. 1909-1930”, la cual fue financiada por fondos personales. Agradecimientos especiales a la colega Libis Castellanos Morales por sus sugerencias y comentarios; de igual manera, al grupo editor de la revista Historia Crítica.

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Del 11 de Noviembre al 1º de Mayo: historia, identidad y memoria en la construcción de un espacio social popular.

Del 11 de Noviembre al 1º de Mayo: historia, identidad y memoria en la construcción de un espacio social popular. Cartagena (Colombia), 1917-1930

Resumen: Este artículo busca entender el 1° de Mayo en la ciudad de Cartagena como un espacio social desde el cual los sectores obreros, organizados en la Sociedad de Artesanos de Cartagena y el Directorio Obrero Departamental de Bolívar, resignificaron y construyeron una identidad colectiva y una memoria histórica. Durante sus primeras conmemoraciones, el Primero de Mayo se convirtió en el escenario y la ocasión para enmendar la exclusión que sufrieron los trabajadores durante las celebraciones del primer centenario de la emancipación de Cartagena. Los artesanos y las organizaciones obreras convirtieron el Día de la Independencia y el Primero de Mayo en un esbozo de memoria histórica y en una herramienta para visibilizar un nuevo proyecto político para la Cartagena de principios del siglo xx.

Palabras clave: Cartagena, fiestas cívicas, clase social, exclusión social, trabajador.

From November 11th to May 1st: History, identity and memory in the construction of a popular social space. Cartagena (Colombia), 1917-1930

Abstract: This article seeks to understand May 1st in the city of Cartagena as a social space from which the working classes, organized in the Sociedad de Artesanos de Cartagena (Society of Artisans of Cartagena) and the Directorio Obrero Departamental de Bolivar (Workers’ Directorate of the Department of Bolivar), gave new meaning to the date and built a collective identity and a historical memory. During the first commemorations of May 1st, this date became the stage and the opportunity to amend the exclusion suffered by workers during the celebrations of the first centennial of the emancipation of Cartagena. Artisans and worker organizations turned the Day of Independence and May 1st into a sketch of historical memory and a tool to visualize a new political project for the Cartagena of the early twentieth century.

Keywords: Cartagena, civic festivals, social class, social exclusion, worker.

De 11 de novembro a 1º de maio: história, identidade e memória na construção de um espaço social popular. Cartagena (Colômbia), 1917-1930

Resumo: Este artigo procura entender o dia 1º de maio na cidade de Cartagena como um espaço social desde o qual os setores operários, organizados na Sociedade de Artesãos de Cartagena e no Diretório Operário Estadual de Bolívar, ressiginificaram e construíram uma identidade coletiva e uma memória histórica. Durante suas primeiras comemorações, o Primeiro de Maio se converteu no palco e na ocasião para retificar a exclusão que sofreram os trabalhadores durante as celebrações do primeiro centenário da emancipação de Cartagena. Os artesãos e as organizações obreiras converteram o Dia da Independência e o Primeiro de Maio em um esboço de memória histórica e em uma ferramenta para visibilizar um novo projeto político para a Cartagena de início do século xx.

Palavras-chave: Cartagena, festas cívicas, classe social, exclusão social, trabalhador.

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Jorge Armando Sará Marrugo

Del 11 de Noviembre al 1º de Mayo: historia, identidad y memoria en la construcción de un espacio social popular. Cartagena (Colombia), 1917-1930 Asistimos a una fiesta genuinamente democrática […] nos hayamos aquí en conjunto alegre el potentado y el proletariado, el hombre de bufete y el artesano sencillo; la mano suave del uno estrecha la rugosa del otro […] es la fiesta del trabajo que reúne a todos los hombres de bien1.

Introducción

La celebración del Primero de Mayo se oficializó en un momento crucial dentro de la historia de los trabajadores de la ciudad de Cartagena. En primer lugar, esto se dio en un contexto en que el artesano —como figura simbólica y actor fundamental de las primeras asociaciones de trabajadores— estaba dando paso al obrero como nuevo referente identitario en el naciente movimiento obrero. Situación que en buena medida era producto de la proliferación de fábricas e industrias en la ciudad, lo que llevó inevitablemente a la proletarización de amplios sectores de la población local, que produjo una redefinición en la cultura laboral2. En segundo lugar, la coyuntura de la Revolución Rusa se convirtió en un gran incentivo para los administradores del poder público local, quienes para evitar el desorden y el caos optaron por permitir la apertura de ciertos espacios y escenarios a los trabajadores organizados, para evitar sufrir las consecuencias del conflicto clasista que ya se vivía en otras ciudades del mundo. El “fantasma” del comunismo comenzaba a rondar las principales ciudades colombianas, y las clases dirigentes hacía mucho que habían emprendido la campaña mediática contra toda teoría política de Marx, Lenin, Bakunin, entre otros3. Por último, durante las celebraciones del primer centenario de la Independencia de Cartagena, los artesanos y obreros fueron excluidos, no sólo del cronograma de actividades sino, además, del monumento público a la memoria de los mártires del movimiento insurreccional

1 Miguel Gómez Fernández, El Porvenir, Cartagena, 4 de mayo, 1917, 2.

2 Sergio Paolo Solano D., “Trabajo y ocio en el Caribe colombiano, 1850-1930”, Historia y Cultura 4 (1996): 61-76; María Clara Lemaitre y Tatiana Palmeth, Getsemaní. El último cono donde desembocan los vientos (Cartagena: Instituto Distrital de Cultura, 2001), 38-43. 3 Renán Vega Cantor, Gente muy rebelde. 4. Socialismo, cultura y protesta popular (Bogotá: Pensamiento Crítico, 2002), 183-187.

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del 11 de noviembre de 18114. Todos estos elementos confluyeron en la construcción social del Primero de Mayo, proveyéndolo de una naturaleza genuina, aunque compartiendo el mismo marco internacional que poco a poco fue permeando las actividades con el devenir de los años. Pero, ¿cómo fue el proceso de apropiación de esta fecha internacional en el contexto local? ¿Quiénes participaban? ¿Cuál fue el papel de la autoridad gubernamental? ¿Qué sentido le asignaron los artesanos y obreros al Primero de Mayo? Para resolver estas preguntas se analizará cómo fue la construcción social del día del trabajador en la ciudad de Cartagena. En 1917 se dio inicio en la ciudad de Cartagena a la conmemoración de lo que en adelante se conocería como El Día del Trabajador. Ya habían pasado veintisiete años desde que se celebró por primera vez en el ámbito mundial, sin la expectativa de que se convirtiera en un ritual tan importante5. Y en Colombia ya hacía tres años que los obreros se habían propuesto consolidar

esta fecha en el calendario festivo nacional6. La celebración fue posible después de que la Asamblea Departamental de Bolívar ordenara declarar el Primero de Mayo como un día de fiesta. El interés fundamental de la autoridad era que los trabajadores cantaran un hosanna al trabajo. Más que un homenaje al trabajador, lo que buscaba el Gobierno era subrayar la importancia de lo que creían era el gran factor del progreso de una sociedad: el trabajo. De esta manera, los obreros dejarían de ver la vida laboriosa como un “castigo”, tal como lo planteaba la biblia, para asumirla como la gran responsabilidad social de los tiempos modernos7. La ordenanza Nº 21 de 1917 consideraba la posibilidad de que los artesanos y obreros llevaran a cabo un “acto cívico” en donde pusieran de “realce su cultura”8; la Gobernación realmente estaba interesada en que el Primero de Mayo fuera un día donde se presentaran, en pequeñas exposiciones, las obras y los trabajos que estos sectores sociales realizaban,

4 Raúl Román Romero, Celebraciones centenarias. La construcción de una memoria nacional (Cartagena: ipcc/iiec/ Unicartagena/Alcaldía Mayor de Cartagena, 2011), 210-214.

5 Eric Hobsbawm, “El nacimiento de una fiesta: el Primero de Mayo”, en Gente poco corriente. Resistencia, rebelión y jazz (Barcelona: Crítica, 1999), 132-147; José Antonio Gutiérrez D., “Los mártires de Chicago: historia de un crimen de clase en la tierra de la ‘democracia y la libertad’”, en Los orígenes libertarios del Primero de Mayo: de Chicago a América Latina (1886-1930), comp. José Antonio Gutiérrez D. (Chile: Hombre y Sociedad/Quimantú/Libre Iniciativa, 2010), 13-58.

6 Renán Vega Cantor, Gente muy rebelde, 31-47. Ver, también, Centro de Investigación Libertaria y Educación Popular (cilep), “Los orígenes del Primero de Mayo en Colombia y la influencia del anarcosindicalismo”, en Los orígenes libertarios, 247-262.

7 Para una referencia de cómo a través de la oficialización del Primero de Mayo la autoridad gubernamental buscaba apropiarse de la fecha internacional, remitirse al caso de Buenos Aires (Argentina), en Aníbal Viguera, “El Primero de Mayo en Buenos Aires, 1890-1950: evolución y usos de una tradición”, Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani” 3: 3 (1991): 53-79. 8 Asamblea Departamental de Bolívar, “Ordenanza número 21”, Gaceta Departamental 2033, Cartagena, 16 de abril, 1917, 7411.

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para así poner de manifiesto los adelantos de las artes y las industrias9. En últimas, la propuesta oficial buscaba asignarle a la fecha una naturaleza artesanal, privada y estrictamente festiva. Esta aparente ambivalencia de la autoridad representaba un temor de que la celebración “degenerara en manifestaciones” o “fiestas perniciosas” para la salud del trabajador y para la “tranquilidad pública”10. Sin embargo, esto nunca se dio. Los artesanos y obreros no estaban en realidad interesados en tomar esta fecha para enfrentar a las autoridades locales. Los trabajadores vieron en el Primero de Mayo una oportunidad para organizarse, visibilizarse y reinventarse como colectivo social.

1. La conmemoración institucional del Primero de Mayo

La primera celebración contó con la participación del gobernador del departamento de Bolívar y todo el equipo gubernamental. Las calles de la ciudad se llenaron de un entusiasmo patriótico, del cual una multitud heterogénea se contagió con facilidad. Militares, sacerdotes, políticos, trabajadores y sociedad civil unidos en un momento de júbilo colectivo; las diferencias se disiparon por un instante. Desde que los primeros rayos del sol cruzaron las murallas, la ciudad supo que ese día no volvería a ser el mismo. La aurora de aquella mañana fue saludada con salvas de artillería para despertar el entusiasmo de los hijos del trabajo; la banda de música “Cartagena”, dirigida por el maestro Carlos Gómez P., recorrió las calles de la ciudad para ambientar el día. El padre Antonio Angles, superior de los misioneros del Inmaculado Corazón de María, fue el encargado de inaugurar formalmente el día con una misa campal frente al Monumento al Trabajo en el Parque Centenario; allí, gobernador, concejales, diputados, alcalde, secretarios, militares y trabajadores compartieron un mismo cielo y un mismo Dios. Después del acto litúrgico, siguió una serie de actividades en diferentes puntos de la ciudad. Desde siembra de árboles y la inauguración de una biblioteca hasta conferencias y un juego de béisbol. Miguel Gómez Fernández, escritor, periodista, y uno de los abogados más reconocidos de la ciudad, fue el encargado de llevar al evento el mensaje gubernamental11. Su discurso destacó la importancia de la celebración, además de considerar justo que el obrero tuviera un día de descanso. Subrayó el papel de los hijos del trabajo en el progreso de las sociedades e hizo especial énfasis en la idea de que el que trabaja es “honrado”, es decir, el verdadero hombre de bien. Por supuesto, no dudó a la hora de hablar de la cuestión social,

9 Asamblea Departamental de Bolívar, “Ordenanza número 21”, 7411. 10 Asamblea Departamental de Bolívar, “Ordenanza número 21”, 7411.

11 Sobre Miguel Gómez Fernández, ver Manuel Pretelt Burgos, Monografía de Cartagena (Cartagena: Universidad de Cartagena/ipcc/Alcaldía de Cartagena/iiec, 2011), 31.

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sobre la cual anotó: “No hay en Colombia lo que en otras sociedades se apellida problema obrero. Nuestro trabajo es eficiente y la tierra pródiga; nadie padece de hambre. Nuestra escasa población y la ausencia de inmigrantes, elimina ese peligro”12. La primera celebración del Primero de Mayo en Cartagena terminó sin ninguna clase de altercado o imprevisto. No hubo reclamos, protestas o mítines. Todo, aparentemente, fue armonía. Esta primera conmemoración marcó el inicio de la ritualización laica de una fecha sin precedentes en la historia13. A partir de ese momento los obreros cartageneros quedaron con la responsabilidad cívica de organizar su propio reconocimiento.

2. Identidad, historia y memoria en la construcción del Primero de Mayo en Cartagena: 1917-1930

La celebración del Primero de Mayo implicó que los obreros se organizaran. Para las celebraciones subsiguientes, cada año se creaba una “junta” que era la encargada de hacer el programa y presentarlo a la ciudad. Sus miembros eran los integrantes del Directorio Obrero Departamental de Bolívar (dodb), una organización creada en el marco de la segunda Asamblea Departamental del Litoral Atlántico, realizada en Cartagena en 1919. Entre los miembros se encontraban destacados dirigentes políticos locales como Luis A. Múnera, Manuel Vargas, Bartolomé Luque, Francia C. de Simanca, Juana Escandón, Demetrio Herrera, Nicolás Licero Fuentes, Roque J. Ramírez, Emilio Morales, José Villarreal, José J. Ramírez y José de la O. Pernett14. La realización de las actividades requería unos rubros, los cuales eran recolectados entre los mismos trabajadores, pero también la junta organizadora solicitaba la colaboración de empresarios y comerciantes de la ciudad. Desde los primeros días del mes de abril, una “comisión de señoritas” era la encargada de visitar a cada una de las personalidades y firmas empresariales locales, nacionales e internacionales, a las que se les pedía ayuda. Algunas de ellas eran Andian, Posada Tobón y Co., Eduardo L. Gerlein, Rumie Hnos., Diego Martínez y Co., Farmacia Román, Eduardo L. Gerlein y Co., Panadería Modelo, Cía., Urbanización del Bosque, Singer Sewing Machine Co., Farmacia Internacional, Empresa Crismatt, Sociedad Comercial Holanda Col., Bustamante Hnos., entre muchas otras. Frente al manejo de los dineros recibidos, los responsables de la celebración del Primero de Mayo se cuidaban de no caer en acciones que denigraran su

12 Miguel Gómez Fernández, “La celebración de la fiesta del trabajo”, El Porvenir, Cartagena, 4 de mayo, 1917, 2.

13 Eric Hobsbawm, refiriéndose a la adopción que hicieron los gobiernos europeos de la fecha obrera, indica que “curiosamente, durante este período de normalización fue cuando adquirió su vertiente ritualista”: “El nacimiento de una fiesta”, 145.

14 Para profundizar sobre el Directorio Obrero Departamental de Bolívar (dodb), consultar: Jorge Armando Sará Marrugo, “Identidad, actores sociales y acción colectiva en Cartagena. 1909-1930” (Tesis de pregrado en Historia, Universidad de Cartagena, 2009).

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buen nombre. Por ello, hacían pública la lista de contribuyentes para que de esta manera “nadie se llame a engaños respecto de las recaudaciones que se hagan y que todo el mundo sepa a ciencia cierta cómo se invierten los pocos o muchos centavos que entran a la tesorería de la junta”15, como indicaba Luis A. Múnera, presidente de la organización en 1926. En una carta pública dirigida a los empresarios de la ciudad, los organizadores del Día del Trabajo reclamaban por los beneficios individuales y sociales que traería el apoyo económico a este programa. En uno de sus apartes, Luis A. Múnera argumentaba: “la junta quiere significar a los señores industriales y capitalistas, que se propone verificar actos verdaderamente cívicos y culturales que dejen alguna enseñanza moral perdurable en el ánimo de los

obreros y artesanos de Cartagena. Entre otras cosas se propone echar las bases sólidas de la funda-

ción de una cooperativa de consumo, que venga a aliviar al consumidor pobre de la carestía de la vida que se contempla hoy y que sirva de amparo en el futuro de las familias”16.

El Primero de Mayo fue pensado por los obreros de principios del siglo xx, más que como un acto específico, como toda una jornada cultural, académica, formativa y festiva, en la cual se mostraban la creatividad y riqueza simbólica del pueblo trabajador. Pero de igual manera, era la ocasión propicia para manifestar públicamente las virtudes y los valores que caracterizaban a este sector. Como queda en evidencia, el discurso decimonónico del “reconocimiento social” aún determinaba la acción social de los obreros al final de la década del veinte17. Pero también es evidente cómo para ese entonces dicho discurso mostraba elementos distintos. El cronograma de actividades del Primero de Mayo no se caracterizó por ser homogéneo; los actos no tenían una línea común relacionada propiamente con elementos alusivos al trabajo. Dicho cronograma estaba constituido por una serie de actos que tomaban todo el día. Se iniciaba con una misa, luego seguía una ofrenda floral al monumento del libertador Simón Bolívar, y luego se daba paso a una marcha a la casa que habitó Pedro Romero, el líder popular más conocido de la Independencia de Cartagena. El resto del día se dictaban conferencias sobre diversos temas como el trabajo, el progreso, el Primero de Mayo y la organización obrera. Para el año 1926, dentro del cronograma de actividades del Primero de Mayo, los trabajadores intentaron dar inicio a una tradición que sin mayores traumatismos se evaporó sin dejar huella alguna (ver anexo 1). A partir de este año la Junta Organizadora del Día del Trabajo en

15 Diario de la Costa, Cartagena, 5 de abril, 1926.

16 José de la O. Pernett, “Vida obrera”, Diario de la Costa, Cartagena, 7 de abril, 1926, 2. Énfasis del autor.

17 Sobre el reconocimiento social en los artesanos, Sergio Solano D. y Roicer Flórez, Infancia de la Nación. Colombia en el primer siglo de la República (Cartagena: Pluma de Mompox, 2011), 86-94.

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Cartagena anexó a la programación la elección de la “flor del trabajo”. Este evento, que ya tenía sus antecedentes y referentes exitosos mundiales y nacionales, consistía en un reconocimiento público a la belleza y laboriosidad de la mujer obrera, una figura emblemática dentro de la tradicional fecha internacional del trabajo. Entre las elegidas se encontraban las hijas o familiares de los dirigentes obreros más destacados de la ciudad18. En las pocas ediciones de este evento, la proclamación se realizó en el Teatro Municipal, un espacio que sólo estaba “reservado para grandes compañías de óperas, dramas, zarzuelas, comedias y veladas literarias o patrióticas”19, es decir, para la élite. Esto da la idea de que el Primero de Mayo había

logrado romper las murallas que excluían a los sectores humildes de los escenarios públicos; claro está, sólo por un día. Sin embargo, el Día del Trabajo se convertía en una conmemoración un tanto restringida, ya que únicamente asistían aquellos que podían pagar la tarifa, fuesen o no trabajadores. La labor de la junta organizadora fue tan efectiva que ya para la década del veinte el Primero de Mayo se encontraba entre los dieciocho días festivos del año en el ámbito local, reconocidos por la Cámara de Comercio y las oficinas públicas: once de carácter religioso, cinco fechas patrióticas nacionales y locales, Año Nuevo, y el Primero de Mayo, de carácter civil20. El Primero de Mayo de 1919 fue particularmente importante para los obreros en el terreno organizativo. Ese año se llevó a cabo una reunión regional donde quedó constituido el Directorio Obrero Departamental de Bolívar; este espacio era el encargado de promocionar, fortalecer y construir asociaciones entre los trabajadores locales y de la provincia, por lo que también se responsabilizó de formarlos y organizarlos políticamente. Hasta ese momento, el dodb fue la institución más amplia que pudieron conformar los obreros cartageneros. En ella confluyeron todas las organizaciones de la ciudad y del departamento, como una manera de fortalecer los diferentes gremios, unir criterios y, por supuesto, organizar otros sectores21. En 1919 Cartagena vivió un despegue importante en lo que se refiere a espacios gremiales22. Desde zapateros, carreros hasta tejedores, carpinteros y mujeres, se organizaron durante ese año para poder reclamar sus derechos y hacer frente a las injusticias. Aunque lo normal era que

18 “Programa”, Diario de la Costa, Cartagena, 30 de abril, 1926, 1.

19 Manuel Pretelt Burgos, Monografía de Cartagena, 167. 20 Manuel Pretelt Burgos, Monografía de Cartagena, 168.

21 “Asamblea obrera”, El Porvenir, Cartagena, 28 y 30 de abril, 1919, 4; “La asamblea obrera, detalles de su instalación”, El Porvenir, Cartagena, 2 de mayo, 1919, 1 y 4; “Información general asamblea obrera” y “asamblea obrera”, El Porvenir, Cartagena, 7 y 8 de mayo, 1919. 22 “Avanza a pasos gigantes la organización gremial en esta ciudad. Los zapateros, albañiles, choferes, obreros, carpinteros…etc., ya están constituidos en gremios, abrasando esta fiebre de agrupaciones a los carreros. Hoy hemos visto unos carteles en los que se invita para la reunión definitiva de este último gremio”: “Gremios”, El Porvenir, Cartagena, 6 de septiembre, 1919.

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estas organizaciones tuvieran una vida en realidad efímera, como en efecto ocurrió con algunas de ellas, en general las organizaciones obreras de 1919 se caracterizaron por sobrevivir durante gran parte de la década del veinte, quizá porque contaron con el respaldo del dodb. La consecuencia inmediata de todo este deseo organizativo fue una presencia mucho más visible de los obreros. Los trabajadores —a través del Primero de Mayo y de las organizaciones gremiales— fueron ganando un espacio en el escenario social público. Esta visibilidad se representó en el interés progresivo que fueron adquiriendo los temas obreros, tales como la “cuestión social” y la vivienda, en los círculos gubernamentales mismos. La preocupación de la autoridad local por la “lucha de clases” que se manifestaba en las grandes ciudades del mundo, la obligó a interesarse (aunque no de manera absoluta y comprometida) por dirimir las calamidades que sentía este grupo social. Aun cuando nunca aceptó la existencia de un problema social ni mucho menos de un conflicto estructural, siempre le temió y lo estigmatizó. De hecho, es probable que la intención del Gobierno al permitir la celebración del Primero de Mayo en la ciudad haya sido, precisamente, la de enmendar alguna inconformidad por parte de los trabajadores. Pero, ¿cuál pudo haber sido este inconformismo? La hipótesis que se plantea es que el Primero de Mayo fue la oportunidad que encontraron los trabajadores de la ciudad de Cartagena —organizados en la Sociedad de Artesanos y en el Directorio Obrero Departamental de Bolívar— para subsanar la exclusión sufrida durante la conmemoración de los primeros cien años de vida independiente de la ciudad. La visión racista, elitista y colonialista de la historia escenificada en los monumentos, calles y plazas que se construyeron en Cartagena, no le cedió ni un centímetro en el espacio público a la memoria histórica impulsada por los artesanos y obreros organizados, quienes habían mostrado públicamente su interés en participar, proponiendo la construcción de un símbolo político que representara las acciones de su gremio en la independencia23: el monumento a Pedro Romero24. El reclamo por un lugar o un nombre en el pasado fue tan importante para los trabajadores organizados de la ciudad como lo fueron la vivienda, el salario, el trabajo, o cualquier otra reivindicación. Por supuesto que el 1º de Mayo y el 11 de Noviembre son dos fechas con un valor histórico distinto; sin embargo, los trabajadores en su momento utilizaron las festividades obreras para visibilizar su historia y sus propios mártires. Fue un acto de conciencia his-

23 Raúl Román Romero, “Memorias enfrentadas: Centenario, Nación y Estado 1910-1921”, Memorias 2 (2005) [En línea], consultado el 28 de octubre de 2011. <http://rcientificas.uninorte.edu.co/index.php/memorias/article/ view/232/90>; y “Memoria y contra memoria: el uso público de la historia”, en Desorden en la plaza. Modernización y memoria urbana en Cartagena (Medellín: Lealon, 2001), 7-31. Para otro ejemplo de exclusión de los trabajadores de la conmemoración del Centenario, remitirse al caso argentino: Juan Suriano, “Los festejos del primer Centenario de la Revolución de Mayo y la exclusión del movimiento obrero”, Revista de Trabajo-Nueva Época 8 (2010): 19-28. 24 Sobre este personaje, ver: Alfonso Múnera, “Pedro Romero: el rostro impreciso de los mulatos libres”, en Fronteras imaginadas. La construcción de las razas y de la geografía en el siglo xix (Bogotá: Planeta, 2005), 153-174.

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tórica y una forma de reclamar un escenario dentro de la memoria simbólica y visual de la ciudad. De esta manera, en el proceso de apropiación de la fecha internacional, se le adjuntaron elementos de la memoria local, sobre todo de la Independencia. En ese sentido, la historia y la memoria se convirtieron en fuentes de identidad colectiva para los trabajadores. El poder de la oralidad, como una ráfaga de viento perpetua, traía cada 11 de Noviembre los gritos inmortales de los héroes populares de la gesta independentista. El sentimiento de inconformidad frente a una deuda histórica aún evidente indignaba a un sector importante del incipiente movimiento obrero local. El centenario de la Independencia no pasó desapercibido entre las organizaciones obreras: “anualmente para la fecha del 11 de noviembre, la sociedad de artesanos de Cartagena, participaba en las festividades y, en ellas, casi siempre un orador en representación de este gremio pronunciaba un discurso en el que destacaba la participación de los artesanos y sectores populares en la inauguración de la república”25.

El historiador Raúl Román Romero muestra cómo las voces de indignación se hacían públicas a través de los medios periodísticos y unas pocas publicaciones bibliográficas. Tal es el caso del médico getsemanicense Eduardo Miranda Fuentes, quien en una columna de opinión publicada en el periódico obrero Voz del Pueblo resaltaba el papel desempeñado por artesanos en los acontecimientos del 11 de noviembre de 1811. José Morillo, destacado dirigente liberal de los años veinte, revolvió las aguas de la memoria en un libro titulado Mas allá de la historia, donde se refería a Pedro Romero como el “símbolo en la revolución política”. La Sociedad Tipográfica, otro gremio importante de la ciudad, al igual que el informativo El Penitente, un periódico cercano a los intereses artesanales, respaldaron a la Sociedad de Artesanos en su proyecto de “erigirle una estatua al valiente Pedro Romero”26. La figura emblemática de este personaje es muy interesante, ya que, como lo plantea Alfonso Múnera, “no hay un solo libro, ni siquiera un artículo, escrito sobre él”27, pero aun así, su hazaña sobrevivió en la memoria colectiva de los cartageneros y, de manera especial, entre los trabajadores. Ya lo había planteado el dirigente obrero José Morillo, que veía como una paradoja el hecho de que “siendo el más mencionado popularmente, es y sigue siendo el más desconocido en los detalles de su individualidad”28. En ese sentido, la estatua que pensaron construir los miembros de la Sociedad de Artesanos de Cartagena era la materialización de todas aquellas “referencias y anécdotas” que se paseaban por la ciudad.

25 Raúl Román Romero, Celebraciones centenarias, 247.

26 Raúl Román Romero, “Memoria y contra memoria”, 10. 27 Alfonso Múnera, Fronteras imaginadas, 156.

28 Alfonso Múnera, Fronteras imaginadas, 156-157.

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Sin embargo, los artesanos no pudieron llevar a cabo el proyecto del monumento, por la resistencia que opusieron los organizadores del Centenario. El Camellón de los Mártires, construido con ocasión de la fiesta patriótica, resaltó los personajes que firmaron la Constitución de 1812, y excluyó a los sectores sociales populares, quienes habían participado en los hechos del 11 de noviembre de 1811. La sociedad de artesanos sólo logró colocar una placa en la casa que habitó el héroe matancero, que reza: “Casa que habitó don Pedro Romero Artesano héroe de la independencia. Homenaje de la Sociedad de Artesanos y Obreros de Cartagena. 1 de mayo de 1918”29. La memoria se presenta como un nuevo escenario de conflicto social, cultural, simbólico y político. Siguiendo a Raúl Román Romero, en una publicación reciente asegura que el papel de las élites locales en esta pugna simbólica tiene sus orígenes en el siglo xix. Los sobrevivientes y des-

cendientes del proceso independentista —a través del uso público de la historia— reclamaron un espacio en la memoria social de la ciudad, para de esta manera justificar el monopolio del poder30. En ese sentido, el conflicto no se redujo al binomio Artesanos-Élite, 11 de Noviembre-20 de Julio. Las élites locales se enfrentaron también reclamando cada una, no tanto un busto o monumento, como una parte en la burocracia administrativa. La invención de las fechas fundacionales acorde al desarrollo de los acontecimientos históricos llevaba implícito un discurso político. Esta ambigüedad en la instauración de una fecha símbolo llevó a que la ciudad no pudiera reclamar un espacio en la construcción de la memoria nacional, y se impuso la versión centralista de la historia. Sin embargo, los artesanos, y luego los obreros, opusieron resistencia a este proyecto hegemónico: “el intento independiente […] por construir una memoria histórica que pusiera a lo popular en escena en la que ellos fueran protagonistas y se proyectaran socialmente, fue novedosa porque desafió públicamente y propuso cambiar la visión de la historia que construían las elites de la ciudad”31. En ese sentido, el recuerdo de Pedro Romero y de Simón Bolívar durante las primeras celebraciones del Primero de Mayo hizo parte de una ritualización que buscaba consolidar y reafirmar las bases políticas e identitarias que hacían parte de la invención de una tradición entre artesanos y obreros. No fue un simple acto protocolario, sino una manifestación clara de conciencia histórica y una forma de reclamar un escenario dentro de la memoria simbólica y visual de la ciudad. Los trabajadores tenían claro que para poder identificarse como grupo social en el presente era necesario encontrar un referente en el pasado. Es así como, seis años después de la celebración del Grito de Independencia, los trabajadores encontraron la ocasión y oportunidad para construir un escenario social popular propio, en el cual le rindieron homenaje a una figura que los representaba como sector social.

29 Raúl Román Romero, Celebraciones centenarias, 247.

30 Raúl Román Romero, Celebraciones centenarias, 194-201.

31 Raúl Román Romero, Celebraciones centenarias, 246.

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Visibilizar el nombre de Pedro Romero como héroe de la Independencia era de por sí un acto contestatario, pues en ese entonces era sencillamente pasada por alto la participación de los trabajadores y pobladores urbanos humildes en el proceso independentista. Esto evidencia la ausencia total de una figura representativa para los artesanos en el Camellón de los Mártires y, por supuesto, el silencio de los textos o fuentes históricas. En ese sentido, Pedro Romero se convirtió en un indicio importante que fue inmortalizado por los trabajadores el Primero de Mayo. Pero, ¿por qué Pedro Romero? Es claro que para los trabajadores la imagen del mulato recogía más elementos identitarios; quizá, su condición racial no fue determinante en la invención de esta tradición obrera local32. Sin embargo, su calidad de herrero permitió construir una imagen de obrero que lo acercaba inmediatamente a sus camaradas del Centenario. De igual manera, el hecho de haber vivido en uno de los barrios más populares de la ciudad, cuna de la insurgencia que provocó la proclamación de independencia, lo convirtió en el complemento ideal para construir el “orgullo colectivo” del proletariado cartagenero. En ese sentido, pudieron argumentar que habían sido los artesanos los actores protagónicos de los sucesos de aquel 11 de noviembre de 1811, y, así, luchar por su lugar en los espacios de la memoria de la ciudad. El mulato matancero era un referente histórico y político y se convirtió en una gran metáfora a través de la cual se visibilizó a todos aquellos anónimos que perecieron entre los intersticios del silencio y el olvido, tales como Pedro Medrano, Juan José Solano, Antonio Angulo y Cecilio Rojas. Además, fue un acto de justicia, pues antes que Marx, Lenin o Sacco y Vanzetti, fue Pedro Romero la personalidad a la cual los artesanos le rindieron homenaje y admiración.

3. Censura a la organización del Primero de Mayo: la crisis del régimen conservador

El artesano y el obrero cartagenero reclamaron de manera pública, a través de los medios periodísticos oficiales y obreros, el sentido gremial de la fecha internacional. Aunque en Cartagena nunca se debatió si era una “fiesta” o “conmemoración”, si era “día del trabajo” o “del trabajador” —tal como se dio en Argentina33 y en otros países latinoamericanos, por la influencia marcada de los anarquistas extranjeros34—, sí fue recurrente ver cómo los organizadores, aun cuando lo catalogaban como “fiesta”, se referían al Primero de Mayo como

32 Utilizamos esta expresión basándonos en el planteamiento de Eric Hobsbawm sobre las tradiciones inventadas, entre las cuales enumera al 1º de Mayo. Eric Hobsbawm y Terence Ranger, eds., La invención de la tradición (Barcelona: Crítica, 2002), 7-21, y Eric Hobsbawm, “El nacimiento de una fiesta”, 132-147.

33 En Buenos Aires, a partir de 1925, se dan dos celebraciones del Primero de Mayo, una anarquista y otra socialista. Aníbal Viguera, “El Primero de Mayo en Buenos Aires”, 68. 34 Osvaldo Arias, “¿Fiesta o protesta popular? El 1° de mayo en América Latina”, Nueva Sociedad 83 (1986): 66-74, consultado el 1º de febrero de 2012, <http://www.nuso.org/upload/articulos/1393_1.pdf>.

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día de la redención del obrerismo35. Durante las tres primeras décadas del siglo xx, es posible evidenciar cómo el lenguaje clasista se generalizó en la opinión pública de la ciudad de Cartagena; a partir de 1919 lo artesanal fue dando paso a la figura obrera como símbolo de identidad de los trabajadores locales: “desde la institución de esta simbólica fiesta hoy universal, que todos los hombres debemos ce-

lebrar con igual entusiasmo cualquiera que sea nuestro campo de trabajo, ha sido dedicada espe-

cialmente a la conmemoración de las actividades, luchas y triunfos del obrerismo en todas las naciones y, como todo cuanto implica un alto idealismo, dicha fiesta ha encontrado en cada aniversario

una etapa de adelanto que deja siempre atrás las conquistas de cada año que va pasando”36.

Esto, por supuesto, no era bien visto por el régimen conservador, que sospechaba de todo aquello que referenciara las teorías “bolcheviques”. Por ello, el apoyo que recibieron los trabajadores por parte de la autoridad local para que celebraran su día adoleció de condiciones y señalamientos, para evitar su efectiva consolidación. La primera de ellas tuvo lugar en 1918, un año después de oficializada la fecha; por medio de una ordenanza, la Gobernación quiso evitar que el Primero de Mayo se siguiera celebrando de manera pública, es decir, en las calles y la plaza. Aferrándose a la idea de una exposición de las labores, la nueva ordenanza (N° 38) pretendía convertir la fecha obrera en una práctica sólo para artesanos; los obreros quedaban automáticamente excluidos, por cuanto su trabajo no podía ser mostrado ni movilizado. El herrero, carpintero, orfebre, zapatero, sastre, tejedor, etc., como artesanos, eran dueños de su tiempo, espacio laboral, herramientas de producción, y, en últimas, del producto, lo que les daba la posibilidad de participar en el formato oficial del Primero de Mayo. Mientras que al obrero —entendiendo por éste al trabajador que vende su fuerza de trabajo a cambio de una remuneración, que no es dueño ni del espacio laboral, ni del tiempo ni de los medios de producción, ni mucho menos de su trabajo— le quedaba imposible transportar su producto a un salón de exposiciones. Lo que había nacido como público y amplio se había reducido a un simple concurso. La nueva norma señalaba claramente que “La gobernación del Departamento queda plenamente facultada para suspender la fiesta del trabajo de que trata la ordenanza número 21 de 1917, si la exposición

35 El Centro de Investigación Libertaria y Educación Popular (cilep), en un artículo dedicado a los orígenes del Primero de Mayo en Colombia y la influencia del anarcosindicalismo en su proceso de transformación, pierde de vista que los procesos históricos tienen sus particularidades en cada ciudad y país. Ningún suceso o hecho es idéntico; por ello, las peripecias del autor —en su afán de demostrar el protagonismo del “movimiento anarcosindicalista” en la configuración “revolucionaria y clasista” del 1° de Mayo— lo llevan a no adentrase en las particularidades de este hecho histórico en nuestro país. cilep, “Los orígenes del Primero de Mayo”, 247262. Para el caso argentino, Aníbal Viguera plantea que “El tono luctuoso de homenaje a las víctimas de Chicago, al que se aferraban solo los militantes anarquistas, nunca arraigó realmente en el sentido común popular”, en: Aníbal Viguera, “El Primero de Mayo en Buenos Aires”, 54.

36 Pedro Portela Román, “El primero de mayo”, Diario de la Costa, Cartagena, 29 de abril, 1926, 1. Énfasis del autor.

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de que en la presente se trata, no llegare a verificarse”37. Esta arremetida institucional buscaba quitarle el carácter público y clasista a la fecha, para endilgarle un sentido estrictamente festivo. Lo que antes era una opción, ahora era una imposición. Esta actitud de la Gobernación, seguramente, estaba relacionada con los resultados de “la huelga regional” que realizaron los braceros (estibadores) de los puertos de Cartagena, Barranquilla y Santa Marta en el mes de enero de 191838. Tal vez, la autoridad ahora veía como un peligro que los trabajadores se apropiaran de las calles para conmemorar su día. Lo cierto es que, por más que la Gobernación quiso privatizar la celebración, no pudo; los obreros y artesanos estaban interesados en que el Primero de Mayo no perdiera su esencia pública. Si bien en 1918 no se celebró en la plaza y las calles, al año siguiente la ciudad entera fue el escenario de su celebración regional, ya que para ese momento la ciudad fue sede de un encuentro de organizaciones obreras de la Costa Caribe colombiana, en el cual había delegados de Barranquilla, Montería y Bolívar. Los obreros, por supuesto, acataron el llamado gubernamental, e incluyeron la exposición de los trabajos artesanales en su programa, pero sin sacrificar todo el rito de su fiesta. Al final, la exposición terminó siendo un acto tan marginal que no apareció más en la programación. El segundo obstáculo que la autoridad puso ocurrió en 1928. Para ese entonces, la situación de orden público en el país era delicada, por cuenta de rumores de una revuelta socialista, lo que limitaba el accionar de los trabajadores. Los colectivos obreros a lo largo y ancho del país fueron objeto de acusaciones, persecuciones e investigaciones, para encontrar así algún indicio que los relacionara con aquellos grupos que planeaban la insurrección armada. Cualquier manifestación era vista como una conspiración revolucionaria. El gobierno conservador, a través de su Ministro de Guerra, manejaba la tesis de que en 1928 estallaría la revolución de los socialistas en Colombia. Estas informaciones estaban sustentadas en el trabajo de inteligencia de los órganos de control, que lograron infiltrar al Partido Socialista Revolucionario (psr), para vigilar los movimientos y planes de María Cano, Ignacio Torres Giraldo y Raúl Eduardo Mahecha39. La ciudad de Cartagena no fue ajena a esta situación. Fue tanta la presión mediática, que la Federación Obrera de Bolívar, organización adscrita al psr, se vio en la necesidad de advertir a todos sus militantes que por ningún motivo salieran el Primero de Mayo. En esa ocasión, las organizaciones obreras no pudieron celebrar el Día del Trabajo. Los trabajadores organizados optaron por esta posición, precisamente, para demostrar su independencia de las organizaciones que por métodos violentos querían derrocar el gobierno conservador.

37 Asamblea Departamental de Bolívar, “Ordenanza N° 38”, Gaceta Departamental 2362, Cartagena, 8 de mayo, 1918; El Porvenir, Cartagena, 13 de febrero, 1919, 14. 38 Sobre la huelga de enero de 1918, remitirse a María Bernarda Lorduy, “Las protestas populares en Cartagena en el tránsito del siglo xix al xx” (Tesis de pregrado en Historia, Universidad de Cartagena, 2003), 120.

39 Mauricio Archila, Cultura e identidad obrera. Colombia 1910-1945 (Bogotá: cinep, 1991), 260.

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Pero al parecer la idea no fue entendida, ya que al año siguiente (1929) las casas de los principales líderes obreros de la ciudad fueron requisadas por las autoridades, con la intención de encontrar materiales que los inculparan de algún delito40. Ni los “baúles de los calzones” o los “trastos de la cocina” se salvaron de la “rigurosa” inspección que jueces, policías y agentes secretos llevaron a cabo en la casa de Antonio Caballero Cabarcas, secretario general de la Federación Obrera de Bolívar41. Todas estas situaciones fueron llevando a que el Primero de Mayo se conmemorara cada vez con más dificultades. La fecha que había nacido, según el gobierno local, para unir en un mismo júbilo al potentado y al proletariado recibía golpes mortales que precisamente buscaban debilitar el sentido que los trabajadores le habían dado. Si los obreros sólo se hubieran propuesto “inventar” el Primero de Mayo estrictamente en el sentido “festivo” que permitió la Gobernación, quizá se hubieran ahorrado muchos inconvenientes. Sin embargo, los trabajadores entendieron la necesidad de visibilizarse y, sobre todo, de ser voceros de su propia causa. La riqueza simbólica, cultural e histórica que se escenificaba en el Primero de Mayo fue un esfuerzo colectivo de los trabajadores. De esta manera, los obreros le dieron un sentido a una fecha que día tras día se expandía por todas las naciones, creándose una solidaridad internacional sin precedentes en el comportamiento social del hombre. Es indudable el papel importante que tuvo el día del trabajador como elemento cohesionador. Su celebración representó una oportunidad para los excluidos y un medio que posibilitaría la tan añorada unión del pueblo.

Conclusión

Para finalizar, se pueden plantear algunas ideas generales sobre el tema. La primera, que la invención de esta tradición obrera en la ciudad de Cartagena no se diferenció tanto de los procesos que se vivieron en otras partes de Colombia, donde sus protagonistas también tomaron el Primero de Mayo para homenajear a los personajes populares de la historia. El perfil festivo o toda la teatralización que construyeron los trabajadores para mostrar los rasgos de una identidad obrera en formación, tampoco fue una característica genuina de la Ciudad Heroica. Todos estos recursos simbólicos fueron una constante del ritual del Primero de Mayo. Incluso, en América

40 “Requisa en las casas de los socialistas de esta ciudad”, Diario de la Costa, Cartagena, 13 de marzo, 1929, 10.

41 Esta organización obrera fue fundada en 1928 por Antonio Caballero Cabarcas, Agapito de Arco (Jorge Artel), José Morillo, Pedro Periñan, Lino Caraballo, Manuel Esteban Pomares, Bernabé Picot, Víctor Cogollo, Adán H. Simancas, Luis de Janon, Manuel Edmundo Mendoza, José Jesús García, Eduvigis Villareal, E. Martínez Fajardo y Alejandro Castilla. María Cano e Ignacio Torres Giraldo también hicieron parte de la formación de la Federación Obrera de Bolívar, que para esos días se encontraban en la ciudad como parte de una gira nacional. Representaba el ala socialista entre las organizaciones obreras de la ciudad, con un órgano informativo denominado Vindicación. Además, dependía ideológicamente del Centro Intelectual Marxista Revolucionario, integrado por los mismos líderes de la Federación. Para más referencias sobre estas organizaciones, consultar: Jorge Armando Sará Marrugo, “Identidad, actores sociales”, 94-98.

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Latina estos elementos se evidenciaron en sus primeras conmemoraciones, a pesar de la marcada influencia de los inmigrantes en los procesos organizativos y políticos de los obreros. En segundo lugar, el Primero de Mayo ofreció la posibilidad a los trabajadores del mundo de legitimar su lucha y visibilizarse como protagonistas de la historia. En el caso particular de Cartagena, a partir de 1917 fue evidente la proliferación de organizaciones obreras. Se pasó de una Sociedad de Artesanos —con una influencia mínima en el contexto urbano— a un Directorio Obrero Departamental de Bolívar, con cierta incidencia entre los trabajadores rurales de los municipios y poblaciones cercanos. Y en tercer lugar, se acentúa un aspecto del Primero de Mayo que no se ha tratado tan a fondo en la literatura histórica de Colombia, y es el de ver el día del trabajador “como una forma más de la participación política popular”42. El estudio de la evolución del Día del Trabajo no de-

be perder de vista, primero, que su carácter desborda al obrero, para convertir en protagonista al ciudadano corriente, al trabajador informal, al parado o al empleado de oficina. El segundo aspecto que no se puede soslayar es que, no obstante su origen consensuado en el contexto nacional, no debe descuidarse su esencia conflictiva, incluso en sus primeras versiones. Detrás de toda esa programación festiva que caracterizó a las primeras conmemoraciones del día del trabajador, se hallan algunos símbolos, rasgos y sucesos que esconden las tensiones y fricciones entre los trabajadores, y algún aspecto del orden social, y viceversa. Por ejemplo, en el caso de Cartagena, parecería un dato sin importancia el hecho de que la Asamblea Departamental, un año después de haber oficializado la fecha, expidiera una nueva ordenanza donde se detallaba el carácter que debía tener el Primero de Mayo, convirtiéndolo en un concurso donde se premiarían los mejores oficios y trabajos, eliminando de esta manera la posibilidad de hacer un “acto cívico”, tal como aparecía en la anterior ordenanza. A primera vista, podría parecer un dato sin mucho que ofrecer como fuente histórica, por la sencilla razón que esto en realidad no se dio. Pero si tenemos en cuenta que en 1917 el mundo fue sacudido por una revolución proletaria y que, por otro lado, en enero de 1918, en las tres ciudades portuarias de la Región Caribe colombiana, se vivió una huelga general regional, de inmediato el panorama cambia. El conflicto y la tensión brotan inmediatamente de la delgada corteza del consenso. Y a pesar de que las organizaciones obreras no hicieron ningún mitin contra esta norma, el simple hecho de que no la acataran debe indicar el carácter transgresor de las primeras conmemoraciones del Día del Trabajo en Cartagena y Colombia43.

42 Aníbal Viguera, “El Primero de Mayo en Buenos Aires”, 55.

43 “Se puede dar buen uso incluso a una documentación escasa, dispersa y oscura”: Jim Sharpe, “Historia desde abajo”, en Formas de hacer historia, comp. Peter Burke (Madrid: Alianza, 1996), 47.

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Jorge Armando Sará Marrugo

Anexo1: Programa. 1° de mayo de 1926 De la velada cultural que se llevará a cabo el día 30 del presente mes con el motivo de la proclamación de la primera “flor del trabajo” de Bolívar. 8 pm- Se abrirán las puertas del coliseo municipal para la velada cultural en que será solemnemente proclamada la primera flor del trabajo de Bolívar. Este bello acto desarrollará conforme al siguiente programa: 1- A las 9 pm, hará su entrada triunfal la señorita doña María Elena Lorduy, elegida primera flor del trabajo de Bolívar, acompañada de sus jardineras las señoritas Blanca Rosa Julio, Narcisa y América Lorduy y la niñita Concepción Múnera L, y de varios miembros de la junta. El escenario estará severamente decorado con un juego bellísimo de telones trabajados especialmente para este festival por los inteligentes artistas señores Miguel Caballero Leclerc y Gilberto Hernández Posada. La llegada de la flor del trabajo será saludada con el himno del Trabajo que ejecutará el “jazz Band Bolívar” que dirige el maestro Puello, canto musical que deberá ser escuchado de pie por toda la concurrencia con la mayor veneración.

2- Conferencia que dictará el vigoroso escritor e inspirado poeta señor don Sebastián Meza Merlano, quien hará la proclamación de la primera flor del trabajo y pondrá en sus manos el pergamino que la acredita como tal. 3- Fantasía ejecutada por el Jazz Band Bolívar. 4- Mensaje de la flor del trabajo a todos los trabajadores de Cartagena y del departamento. 5- Himno a la flor del trabajo ejecutado por la orquesta que dirige don Francisco Lorduy. Esta marcha triunfal es obra del joven compositor don Guillermo Espinosa Grau y la letra es original del numen poético del delicado vate señor don Teófilo Quintero de Fex. El himno será cantado por un grupo de niñas y señoritas del plantel educacionista que dirige la inteligente institutora señorita doña Octaviana Vives.

6- Recitación de la composición “El Andamio” de Joaquín Dicenta, por la muy distinguida señorita doña Mercedes Miranda. 7- Valse original del inspirado Maestro don Ramón Puello, dedicado a la flor del trabajo y ejecutado por el Jazz Band Bolívar, bajo su inmediata dirección.

8- Cuadros simbólicos imitando el vulcano de Velásquez; la equidad y las artes, temas originales estos dos últimos del señor Caballero Leclerc, a cuya inmediata dirección queda este bello número. Actuarán en ellos las siguientes señoritas: Cristina Echenique, Lucia Muentes, Rosa Elías, Olga Gómez. La presentación de estos cuadros será amenizada con una pieza musical ejecutada por la orquesta de los Lorduy. 9- Recitación de la poesía “El Andamio” de Miguel Rey, por la muy apreciada señorita doña Narcisa Lorduy, quien acaba de terminar con éxito el grado de maestra de Escuela Superior en el colegio Nuestra Señora del Carmen. 10- Homenaje de banderas a la flor del trabajo y a sus bellas jardineras. Al pasar el Pabellón Nacional, será saludado de pie por toda la concurrencia y con el himno de la república que ejecutará la orquesta de los señores Lorduy; y al pasar los pabellones de las agremiaciones y sindicatos constituidos , serán saludados en igual forma a los acordes del Himno Del Trabajo, que ejecutará el “Jazz Band Bolívar” del maestro Puello. 11- Presentes a la flor del trabajo. Primero artístico estuche conteniendo una tarjeta de oro con una dalia grabada en el centro que ofrece el Gremio Obrero Femenino; segundo un bello álbum de autógrafos que ofrece el centro cultural “Club Estrella Roja”; y tercero un precioso plumero de oro que ofrece el grupo de damas y caballeros que constituyen el “Centro libertad”. En breves palabras harán entrega de estos obsequios respectivamente, la señorita Dominga Segovia, don José Morillo y don Lino M de Meza. 12- Cerrará la velada el himno a la flor del trabajo, ejecutado por la orquesta de los señores Lorduy. Precios:

Palcos: 3,60 Luneta: 0,60 Balcón: 0,20 Galería: 0,10

Fuente: “Programa”, Diario de la Costa, Cartagena, 30 de abril, 1926, 1.

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Rebecca J. Scott

Profesora Distinguida del Departamento de Historia y de la Escuela de Leyes en la University of Michigan (Ann Arbor, Estados Unidos). Tiene una amplia trayectoria de investigación y publicación de libros y artículos sobre esclavitud, emancipación y lucha por la igualdad de derechos en Latinoamérica y en Estados Unidos. Ganadora de los premios “Frederick Douglas” y “John Hope Franklin” por su obra Degrees of Freedom: Louisiana and Cuba after Slavery (Cambridge: Harvard University Press, 2005). Entre sus últimas publicaciones se encuentran: “Paper Thin: Freedom and Re-enslavement in the Diaspora of the Haitian Revolution”, Law and History Review 29: 4 (2011), 1061-1087, y en coautoría con Jean M. Hébrard, Freedom Papers: An Atlantic Oddyssey in the Age of Emancipation (Cambridge: Harvard University Press, 2012), obra ganadora de los premios “Albert J. Beveridge” en Historia de los Estados Unidos y “James A. Rawley” en Historia Atlántica. rjscott@umich.edu

Traducción de Edgardo Pérez Morales, Candidato doctoral en Historia, University of Michigan. edgardo@umich.edu

doi:

10.7440/histcrit49.2013.10

Ï Una versión anterior de este artículo fue publicada como “Public Rights and Private Commerce. A NineteenthCentury Atlantic Creole Itinerary”, Current Anthropology 48: 2 (2007): 237-249, acompañada de comentarios muy útiles de Mamadou Diouf, Virginia Domínguez, Bettina Ng’weno, Verena Stolcke y Cécile Vidal. Jean M. Hébrard y yo agradecemos a éstos y otros colegas, quienes nos ayudaron en el proyecto más amplio, ahora publicado bajo el título Freedom Papers: An Atlantic Odyssey in the Age of Emancipation (Cambridge: Harvard University Press, 2012), cuyos nombres aparecen en el libro, pp. 243-252. Hist. Crit. No. 49, Bogotá, enero-abril 2013, 268 pp. issn 0121-1617 pp 205-235


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Derechos públicos y comercio privado: un itinerario criollo en el Atlántico del siglo xix

Derechos públicos y comercio privado: un itinerario criollo en el Atlántico del siglo xix

Resumen Rastrear la historia de tres generaciones de una misma familia, desde la esclavización en el África Occidental durante el siglo xviii, pasando por la emancipación durante la Revolución de Haití y el subsecuente reasentamiento en Nueva Orleans, luego en Francia y después en Bélgica, puede arrojar luz sobre fenómenos de dimensión atlántica. En su conjunto, las experiencias de la familia Vincent/Tinchant iluminan una conciencia de derechos atlántica y caribeña que atravesaba las fronteras usuales de la lengua y la ciudadanía. Develar estas experiencias sugiere el potencial de combinar el enfoque cercano desplegado por Sidney Mintz en su obra Taso. Trabajador de la caña con la perspectiva atlántica de su obra más tardía, Dulzura y poder.

Palabras clave: Mundo atlántico, Edouard Tinchant, esclavitud, libertad, derechos públicos. Public rights and private commerce: A nineteenth-century atlantic creole itinerary

Abstract Tracing the history of a family across three generations, from enslavement in eighteenth-century West Africa through emancipation during the Haitian Revolution and subsequent resettlement in New Orleans, then France, then Belgium, can shed light on phenomena that are Atlantic in scope. Together, the experiences of the Vincent/ Tinchant family illuminate an Atlantic and Caribbean rights-consciousness that crossed the usual boundaries of language and citizenship. Uncovering these experiences suggests the value of combining the close focus displayed in Sidney Mintz’s Worker in the Cane with the Atlantic approach of his later Sweetness and Power.

Key words: Atlantic world, Edouard Tinchant, slavery, freedom, public rights. Direitos públicos e comércio privado: um itinerário crioulo no Atlântico do século xix

Resumo Rastrear a história de três gerações de uma mesma família, desde a escravidão na África Ocidental durante o século

xviii,

passando pela

emancipação durante a Revolução do Haiti e o subsequente reassentamento em Nova Orleans, logo na França e depois na Bélgica, pode traz clareza sobre fenômenos de dimensão Atlântica. Em seu conjunto, as experiências da família Vincent/Tinchant iluminam uma consciência de direitos Atlântica e Caribenha que atravessava as fronteiras usuais da língua e da cidadania. Revelar estas experiências sugere o potencial de combinar o enfoque próximo empregado por Sidney Mintz em sua obra Worker in the cane com a perspectiva Atlântica de sua obra mais tardia Sweetness and Power.

Palavras-chave: Mundo atlântico, Edouard Tinchant, escravidão, liberdade, direitos públicos.

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Derechos públicos y comercio privado: un itinerario criollo en el Atlántico del siglo xix La ejemplar obra de Sidney Mintz Taso. Trabajador de la caña (1960) es una historia de vida que descubre las dinámicas más sutiles de una sociedad de plantación mediante el seguimiento de las experiencias de un individuo y su familia. En contraste, su obra Dulzura y poder. El lugar del azúcar en la historia moderna (1985) adquiere su potencial al abarcar el mundo atlántico en su totalidad para examinar el comercio, los significados y el consumo del azúcar a medida que éstos cambiaban a través del tiempo. El presente artículo retoma cada una de esas dos estrategias y se acerca a la historia de una familia viajera a través de tres largas generaciones, desde su esclavización en África Occidental en el siglo xviii, pasando por la emancipación durante la Revolución de Haití en la década de 1790, hasta la emigración a Cuba, Luisiana, Francia y Bélgica en el siglo xix. Rastrear las redes sociales que sostuvieron a estas personas a medida que se trasladaban de un lugar a otro e identificar las experiencias que dieron forma a sus sensibilidades políticas pueden ayudar a comprender las dinámicas de la conquista de la libertad y del desarrollo de conceptos vernáculos sobre la igualdad. El punto central de este relato será Nueva Orleans, donde un miembro de la familia hizo posible que estos conceptos tomaran forma política y jurídica específica en la Constitución estatal de Luisiana de 1868. Pero este relato es también parte de una historia atlántica de derechos mucho más amplia que fue posible gracias al movimiento de personas y documentos a través del Caribe, del golfo de México y del Atlántico mismo1.

Esta pesquisa comienza en el lugar donde se dio inicio a esta investigación, con un documento del Archivo Nacional de Cuba, en La Habana. Se trata de una carta fechada en septiembre de 1899 que se encuentra entre los documentos del general Máximo Gómez, el reverenciado líder de la lucha por la independencia cubana. La misiva comienza como una simple solicitud comercial, en la cual un comerciante llamado Edouard Tinchant, quien escribe en inglés y remite desde Amberes a La Habana, se dirige al general:

1 Se enmarca esta pesquisa de tal forma por la influencia de Sidney W. Mintz, Worker in the Cane (Nueva Haven: Yale University Press, 1960), y Sweetness and Power: The Place of Sugar in Modern History (Nueva York: Viking, 1985), así como la de Laurent Dubois, A Colony of Citizens: Revolution and Slave Emancipation in the French Caribbean, 1787-1804 (Chapel Hill: University of North Carolina Press, 2004), Jean M. Hébrard, “The Writings of Moïse (1898-1985). Birth, Life and Death of a Narrative of the Great War”, Comparative Studies in Society and History 44: 2 (2002): 263-292, y la de R. Darrell Meadows, “Engineering Exile: Social Networks and the French Atlantic Community, 1789-1809”, French Historical Studies 23 (2000): 67-102. Existe traducción al castellano de las obras de Mintz: Taso. Trabajador de la caña (Río Piedras: Huracán, 1988) y Dulzura y poder. El lugar del azúcar en la historia moderna (México: Siglo xxi, 1996).

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“Con una pronta y vigorosa simpatía con la causa cubana, he sido siempre, y estoy orgulloso de ser todavía, uno de sus más sinceros admiradores.

Estaría muy honrado, si usted tuviera la amabilidad de autorizarme para usar su ilustre nombre para una marca de mis mejores artículos, en la cual su retrato adorna las etiquetas de lo cual adjunto prueba”2.

De manera pues que un fabricante de cigarros desea poner a un cubano famoso en las etiquetas de sus cigarros. Hasta ahí, ninguna sorpresa. Pero obsérvese cómo Tinchant trata de darle credibilidad a su inoportuna solicitud: “Permítame agregar a manera de excusa por tomarme la libertad de hacer esta solicitud, que yo puedo ser no del todo desconocido para algunos de los sobrevivientes de la últi-

ma lucha. Es posible que aún me recuerden como miembro de la Compañía C Sexta de

Voluntarios de Luisiana, División Banks, en 1863; como representante del distrito sexto de la ciudad de Nueva Orleans, en la Convención Constitucional del Estado de Luisiana en 1867-68 y como fabricante de cigarros en Mobile, Alabama, desde 1869 hasta 1877.

Durante todos esos años, he sido un humilde pero constante contribuyente del fondo cubano, y a muchos de sus compatriotas, los cubanos y sus seguidores, he prestado una mano amiga”.

Tinchant invoca su contacto previo con revolucionarios cubanos en el exilio que habían estado en los estados del Golfo durante las décadas de 1860 y 1870, y ofrece una importante pista acerca de su propia identidad y sus filiaciones políticas. La Compañía Sexta de Voluntarios de Luisiana fue una unidad del Ejército de la Unión durante la Guerra Civil reclutada entre la población de color que era libre o había sido recientemente emancipada en Nueva Orleans, y la Convención Constitucional del Estado de Luisiana redactó una de las constituciones estatales más radicales jamás vista, con la estridente garantía de que los ciudadanos del estado tendrían los mismos “derechos civiles, políticos y públicos”. ¿Cómo fue que un hombre de Bélgica llegó a ser delegado electo para tal congregación? Tinchant quizá sospechaba que Máximo Gómez preguntaría lo mismo, de manera que insinuó una respuesta: “Nacido en Francia en 1841, yo soy de ascendencia haitiana pues tanto mi padre como mi madre nacieron en Gonaïves a comienzos del presente siglo. Asentado en Nueva

Orleans después de la Revolución, mi padre, aunque en modestas circunstancias,

2 “Edouard Tinchant a Máximo Gómez”, 21 de septiembre de 1899, en Archivo Nacional de Cuba (anc), La HabanaCuba, Fondo Máximo Gómez, leg. 30, sig. 3868/4161. La autora agradece a Marial Iglesias Utset por llamarme la atención sobre este documento.

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partió de Luisiana para Francia con el único objetivo en mente de criar a sus seis hijos

en un país donde ninguna ley infame y ningún prejuicio estúpido pudieran impedirles convertirse en Hombres”.

Aquí está entonces el punto fundamental del asunto: una evocación de la declaración de la Independencia de Haití de 1804 en Gonaïves y una apelación al antirracismo, que Tinchant sabía que Gómez respaldaba, con un cierto énfasis en la adultez dignificada y la masculinidad. Con las palabras de su carta, el comerciante Edouard Tinchant buscaba establecer un universo de experiencias y principios comunes con Gómez, quien había nacido en República Dominicana y llevado la campaña por la independencia de Cuba a través del Caribe y Centroamérica. De hecho, la carta aporta un vistazo de un mundo atlántico en el que varias luchas raciales y por derechos se entremezclaban, y en el que ideas y conceptos se intercambiaban junto con imágenes, memorias y cigarros. En efecto, los protocolos notariales confirman que la madre de Edouard Tinchant había nacido en Saint-Domingue en 1799, en medio de la Revolución de Haití. Sin embargo, su bautismo no fue en Gonaïves sino en el pequeño pueblo de Cap-Dame-Marie, cerca de la ciudad de Jérémie, en el extremo occidental de la península sur, por entonces bajo el dominio disputado de André Rigaud, rival de Toussaint-Louverture. La esclavitud había llegado formalmente a su fin en la colonia en 1793-1794, abolida en medio del tumulto de la rebelión esclava y por decreto de la Convención Nacional Francesa. Muchas de las jerarquías que la esclavitud había hecho surgir, sin embargo, seguían siendo registradas en los documentos oficiales. La partida de bautismo de la niña llamada Elisabeth Dieudonné indica que ella había sido “hija natural” —es decir, una cuyos progenitores no estaban casados—, a pesar de que su padre, Michel Vincent, un colono de Francia, reconoció su paternidad. Su madre figura como “Marie Françoise dite Rosalie négresse libre” (Marie Françoise llamada Rosalie, negra libre), expresión en la que la palabra négresse invoca tanto el color de la piel como el ancestro esclavo. El padrino de la pequeña Elisabeth fue registrado como el señor Lavolaille, un carpintero de barcos, y el título de cortesía señor sugiere que este hombre pasaba por blanco. El nombre de la madrina, “Marie Blanche veuve Aubert” (Marie Blanche viuda Aubert), no está acompañado de título alguno ni de un calificativo que indique su color3.

3 Ver “Contrato de matrimonio de Jacques Tinchant y Marie Dieudonné”, 26 de septiembre de 1822, en New Orleans Notarial Archives Research Center (nonarc), Nueva Orleans-Estados Unidos, Notario Marc Lafitte, f.31, y “Rectification de noms d’épouse Tinchant dans son contrat de marriage”, 16 de noviembre de 1835, en nonarc, Notario Theodore Seghers, Protocolo 672, que incluye una copia fechada el 25 de mayo de 1823 de la partida de bautismo, la cual está fechada el 12 de junio de 1799. Sobre el uso del término sieur en Saint-Domingue, ver John D. Garrigus, “Colour, Class, and Identity on the Eve of the Haitian Revolution: Saint-Domingue’s Free Coloured Elite as Colons américains”, Slavery and Abolition 17 (1996): 25-29. Para una discusión detallada sobre la experiencia de Rosalie durante la esclavitud en Saint-Domingue, ver Rebecca J. Scott y Jean M. Hébrard, Freedom Papers, 20-48.

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La red social que podemos percibir en la pila bautismal enmarcaría más tarde la partida de la pequeña hacia el exilio, mientras la guerra y la incertidumbre asolaban a los residentes de las cercanías de Jérémie. En mayo de 1803 el padre de Elisabeth contempló la posibilidad de partir hacia Francia, pero sin Rosalie ni sus cuatro hijos. Aparentemente preocupado por asegurar la libertad de éstos en su ausencia, Michel Vincent (hijo de un notario público) redactó un documento legal pero no oficial en el cual declaró que “Marie Françoise llamada Rosalie, negra de nación Poulard” y sus cuatro hijos eran sus esclavos, y que él, por medio de tal documento, les confería formalmente la libertad. En la frase de nación Poulard el texto comunicaba el linaje de Rosalie: ella provenía de los Peul (Fulani), un pueblo de manera predominante musulmán que habitaba la región de Senegambia, en el África Occidental4.

En la práctica, entonces, la libertad de Elisabeth, la madre de Edouard Tinchant, descansaba no sólo en los decretos franceses de abolición y en el certificado de 1799 donde constaba que había nacido libre, sino también en este frágil texto de 1803 en el cual se confería la libertad a ella y a su madre. Es posible dilucidar por qué convenía declarar a Rosalie y a los infantes como esclavos. Dado el caso de que las autoridades de alguna nación vecina se negaran a reconocer la validez del decreto de abolición de la Convención Francesa o que las tropas enviadas por Napoleón reimpusieran la esclavitud en Saint-Domingue, Rosalie podía recurrir al privilegio que un propietario de esclavos tenía de renunciar a cualquier derecho sobre su “propiedad”. Finalmente, sin embargo, Michel Vincent no partió hacia Francia. Junto con muchos otros refugiados, Michel y Rosalie escaparon de los enfrentamientos en Saint-Domigue y viajaron a Santiago de Cuba. Allí, Rosalie le entregó su documento de manumisión a un representante del Gobierno francés y solicitó que fuese copiado y certificado, de manera que obtuviera mayor fuerza. El oficial francés comenzó su nueva versión identificándola como Citoyenne, confiriéndole de tal forma el título de ciudadana francesa. Con este texto híbrido, una suerte de pasaporte autocreado, Rosalie retuvo su libertad en Santiago, aun después de la muerte de Michel Vincent, en 1804. Pero en 1809 la mayoría de los refugiados de Saint-Domingue fueron expulsados de Cuba, en respuesta a la invasión napoleónica a la península Ibérica5.

4 Ver “Enregistrement de liberté de Marie Françoise”, 26 ventose an douze, en Centre des Archives d’Outre-Mer (caom), Aix-en-Provence-Francia, Dépôt de Papiers Publics des Colonies (en adelante, dppc), 6 supsdom 3, f.25v. del primer registro. Sobre el término Poulard, ver Gwendolyn Midlo Hall, Slavery and African Ethnicities in the Americas: Restoring the Links (Chapel Hill: University of North Carolina Press, 2005), 30 y 43. Sobre la historia de Senegambia a finales del siglo xviii, ver Boubacar Barry, Senegambia and the Atlantic Slave Trade (Cambridge: Cambridge University Press, 1998), 100-102, y James F. Searing, West African Slavery and Atlantic Commerce: The Senegal River Valley, 1700-1860 (Cambridge: Cambridge University Press, 1993).

5 Ver “Enregistrement de liberté de Marie Françoise”, 26 ventose an douze, en caom, dppc, 6 supsdom 3. Sobre los refugiados de Saint-Domingue, ver Paul Lachance, “Repercussions of the Haitian Revolution in Louisiana”, en The Impact of the Haitian Revolution in the Atlantic World, ed. David P. Geggus (Columbia: University of South Carolina Press, 2001), 209-230; Carl A. Brasseux y Glen P. Conrad, The Road to Louisiana: The Saint-Dominigue Refugees 1792-1809 (Lafayette: University of Southwestern Louisiana, 1992); Olga Portuondo Zúñiga, Entre esclavos y libres de Cuba colonial (Santiago de Cuba: Editorial Oriente, 2003), y R. Darrell Meadows, “Engineering Exile”, 67-102.

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La mujer que había servido como madrina de Elisabeth, la hija de Rosalie, Marie Blanche viuda Aubert, tomó la custodia de su ahijada y abordó un barco hacia Nueva Orleans. Ahora designada como una mujer de color, la viuda se estableció en Faubourg Marigny, cerca del río, en la calle Moreau. Durante la siguiente década, Elisabeth sería criada en aquella casa. Hasta donde se puede saber, Rosalie —una mujer nacida en África que corría el riesgo de ser reesclavizada si viajaba a Luisiana— esquivó la orden de deportación, permaneció en Cuba por algún tiempo y luego pasó a Haití, ahora independiente6. El padre de Edouard Tinchant, Jacques Tinchant, aparece en los protocolos notariales de Nueva Orleans como hombre de color libre, hijo natural de una mujer de color libre llamada Suzette Bayot y de un padre no nombrado. Muchos de los primeros refugiados de la Revolución de Haití habían arribado a los puertos de la costa este de Estados Unidos, y el directorio de 1796 de la ciudad de Baltimore (Maryland) contiene en sus listas a un hombre de Saint-Domingue apellidado Tinchant, quien era probablemente el padre de Jacques. Tinchant padre parece haber retornado a Saint-Domingue alrededor de 1802, sin que nunca más se volviera a saber algo de él. Suzette Bayot se estableció en Nueva Orleans con el niño, y Jacques fue criado en la casa del maestro de escuela Louis Duhart, otro refugiado más de Saint-Domingue, con quien Suzette Bayot subsecuentemente tuvo otros hijos7. El matrimonio, que tuvo lugar en 1822 en Nueva Orleans entre Jacques Tinchant y Elisabeth Dieudonné, unió representantes de dos grupos principales de refugiados de Saint-Domingue: aquellos que escaparon a inicios de la década de 1790 hacia ciudades como Nueva York, Filadelfia y Baltimore, y aquellos que viajaron de Saint-Domingue a Cuba y de allí a Nueva Orleans en

6 El compañero de la viuda Aubert, el carpintero belga Jean Lambert Détry, había comprado dos lotes de tierra en la calle Moreau. “Vente de terrain par Bd Marigny à Lambert Détry”, 20 de julio de 1809, en nonarc, Notario M. de Armas, Protocolo No. 2, ff.348r.-349r. Para evidencia sobre el hecho de que algunas mujeres de Saint-Domingue nacidas en África permanecieron en Santiago después de la orden de expulsión, ver la petición de María Micaela Casta Jolofa en anc, Asuntos Políticos, leg. 210, exp. 73.

7 En el “Contrato de matrimonio de Jacques Tinchant y Marie Dieudonné”, f.31, se indica el lugar de nacimiento de Jacques como “halifax, amérique septentrionale”, y es posible que se refiera a Halifax, Nueva Escocia. Años después, sin embargo, Jacques Tinchant indicó que su lugar de nacimiento era Baltimore, y su fecha de nacimiento, alrededor de 1797. Ver su “archive” en el registro policial de inmigrantes extranjeros, fechado el 17 de agosto de 1857, Felix Archief (fa), Amberes-Bélgica, Modern Archief (en adelante, ma), Vreemdelingendossiers. Sobre un Tinchant en Baltimore, que parece haber sido el padre de Jacques, ver William Thompson, The Baltimore Town and Fell’s Point Directory (Baltimore: Printed for the Proprietors by Pehin & Co., 1796), 76. Un Tinchant en Le Cap, en Saint-Domingue, aparece en “Enregistrement des ordonnances […] pour reconstruction de maisons au CapFrançais. An x”, en la copia microfilmada de Archives Nationales (an), París-Francia, Fondo Colonies, cc9c19. Sobre la temprana oleada de refugiados de Saint-Domingue en Estados Unidos, ver Ashli White, “‘A Flood of Impure Lava’: Saint-Dominguan Refugees in the United States, 1791-1820” (tesis de Ph.D. en Historia, Columbia University, 2003). Louis Duhart, identificado como de ancestro vasco, era un masón en Saint-Domingue, y más tarde se reubicó en Nueva Orleans: Jacques Cauna, L’Eldorado des Aquitains: Gascons, Basques et Béarnais aux Îles d’Amériques (xviie–xviiie siècles) (Biarritz: Atlântica, 1998), 333.

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1809. En aquel mundo consciente de las diferencias de clase de la Nueva Orleans de la preguerra, ambas partes del matrimonio llevaban consigo el estigma del color, junto con la designación de la libertad. La novia firmó el contrato matrimonial con el nombre Marie Dieudonné, tomando prestado el primer nombre de su madre y usando su segundo nombre, no el apellido —Vincent—, que la mención de su padre en aquella partida bautismal de 1799 pudo haberla habilitado para reclamar. Sin embargo, a medida que ascendía socialmente, esta pareja dejó de lado la informalidad del simple nombre “Marie Dieudonné” y se presentó ante el notario para “rectificarlo”. La esposa aseguró (de manera cuestionable, dada su firma en el contrato original) que ella nunca se había llamado Marie, presentó una copia de su partida de bautismo y certificó que su nombre correcto era Elisabeth Dieudonné Vincent. El notario aceptó la partida bautismal como evidencia suficiente de que Elisabeth había sido “reconocida” por su padre. La adopción de un apellido paterno, a su vez, la alejó un paso más de la presunción de ilegitimidad que acompañaba a muchas personas libres de color8.

La novia aportó algunos bienes dotales, provistos por su madrina y por el compañero de ésta, el difunto Jean Lambert Détry, nacido en Bruselas. En un “testamento místico” —un documento secreto preparado en privado, sellado y otorgado ante un notario—, Lambert Détry había identificado a la joven Marie [Elisabeth] Dieudonné como su ahijada. Al parecer esto no era técnicamente correcto, pero tal vez los largos años de convivencia con su madrina, la viuda Aubert, le habían concedido dicho estatus de facto. Además de la promesa de fondos del legado testamentario de Lambert Détry, el contrato de matrimonio concedió a los recién casados la propiedad de una esclava llamada Gertrude, de unos 22 años, y de la hija de Gertrude9. Para las personas libres de color en Nueva Orleans era común estar involucradas de múltiples formas con la esclavitud. En ocasiones se beneficiaban de un modo directo de la propiedad de esclavos y a veces facilitaban la libertad de aquellos con quienes estaban atados mediante lazos de parentesco o experiencias compartidas. Poco más de una década después de su matrimonio, la pareja llevó a cabo los procedimientos necesarios para manumitir a la esclava

8 “Rectification de noms d’épouse Tinchant dans son contrat de marriage”, 16 de noviembre de 1835, en nonarc, Notario Theodore Seghers, Protocolo 672.

9 “Contrato de matrimonio de Jacques Tinchant y Marie Dieudonné”, f.31. La partida de matrimonio es algo confusa. Para una transcripción de la misma ver Charles E. Nolan, Sacramental Records of the Roman Catholic Church of New Orleans, vol. 15 (Nueva Orleans: Archdiocese of New Orleans, 2000), 368. Lambert Détry, también migrante de SaintDomingue vía Cuba, había establecido un taller de carpintero, combinando su labor como artesano con la de africanos y criollos esclavizados que trabajaban como aserradores. Ver “Inventory of the Estate of the Late Lambert Détry”, abril 17 de 1821, y el testamento correspondiente, en New Orleans Public Library (nopl), Nueva Orleans-Estados Unidos, Louisiana Division, Orleans Parísh, Court of Probates, Inventories of Estates, File d-1821. La viuda Aubert nunca entregó el dinero prometido, y en 1824 Jacques Tinchant la demandó. nopl, Louisiana Division, Orleans Parísh, Parísh Court, Jacques Tinchant vs. Marie Blanche Widow Aubert, docket 3920.

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Gertrude, firmando sus nombres en el documento final de libertad, en 183310. Pero la manumisión de un esclavo podía coincidir con la adquisición de otros. A mediados de la década de 1830 la ciudad de Nueva Orleans estaba en rápida expansión, y Jacques Tinchant y su medio hermano Pierre Duhart, ambos identificados de manera usual en los protocolos notariales como f.m.c. (“free man of color”) o h.c.l. (“homme de couleur libre”) —es decir, hombres libres de color—, estaban comprando tierras río abajo en los suburbios de Faubourg Marigny, New Marigny y Franklin. En 1835 acordaron combinar sus propiedades y constituirse en una “société” para construir en esas tierras. Durante los siguientes tres años vendieron lotes largos y angostos a una variedad de compradores, muchos de ellos hombres y mujeres de color. Blaise dit Blaise Léger, nègre libre, por ejemplo, pagó $400 por un lote en Faubourg Franklin que medía 34 pies (10,3 m) sobre la calle Washington y 117 pies (35,6 m) sobre la calle Morales11. Al año

siguiente, Tinchant y Duhart invirtieron $1.000 en la compra de un hombre negro esclavizado llamado Giles, alias “Clark”, de unos 21 años de edad. Así, mientras que en 1833 Jacques Tinchant había liberado uno de los dos esclavos de la propiedad matrimonial de su esposa, él poseía ahora la mitad del valor de otra “persona con precio”12. Las transacciones comerciales de Jacques Tinchant están abiertas a varias interpretaciones. Desde un punto de vista, Tinchant era un carpintero que se había convertido en constructor y urbanizador y que transformaba tierras rurales poseídas por blancos en los márgenes de la ciudad en lotes y en casas para una clientela multirracial13. Por ejemplo, la parcela que él y Duhart vendieron al hombre negro libre Blaise Léger en octubre de 1835 era originalmente tierra de una plantación que ellos habían comprado a Nicolas Noël Destrehan en enero de ese mismo año. Pero si se exploran los protocolos notariales también puede encontrarse que Léger había sido recientemente manumitido, de acuerdo con el testamento de Jean Lambert Détry, el mismo carpintero belga que había hecho aquella donación a la esposa de Jacques Tinchant una década antes. Así,

10 Ver “Documento de manumisión fechado el 23 de enero de 1833”, en nonarc, Notario Theodore Seghers, Protocolo 40. Sobre las cambiantes reglas que gobernaban la manumisión en Luisiana, incluida la prohibición de 1807 de manumitir esclavos menores de 30 años de edad, ver Judith Kelleher Schafer, Becoming Free, Remaining Free: Manumission and Enslavement in New Orleans, 1846-1862 (Baton Rouge: Louisiana State University Press, 2003).

11 Ver “Vente de terrain par J. Tinchant & Duhart à Blaise Léger n.l”, 7 de octubre de 1835, así como otras compras y ventas de tierra por Tinchant y Duhart en nonarc, Notario Theodore Seghers, Protocolo 590.

12 “Vente d’esclave par Marianne Nabon f.c.l. à J. Tinchant & Pr Duhart”, 25 de agosto de 1836, en nonarc, Notario Theodore Seghers, Protocolo 695. Tanto los vendedores como los compradores fueron descritos como gente libre de color. La expresión “persona con precio” es empleada por Walter Johnson, Soul by Soul: Life Inside the Antebellum Slave Market (Cambridge: Harvard University Press, 1999). 13 En un directorio de la ciudad de Nueva Orleans de 1838, “Jac’s Tincharg, f m c” aparece como constructor residenciado en la calle Craps, entre las calles Music y Poets, en Faubourg Marigny, Gibson’s Guide and Directory of the State of Louisiana (Nueva Orleans: J. Gibson, 1838), 200.

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la venta de un pequeño lote para una casa a Léger parece haber incluido el cumplimiento de obligaciones familiares, al igual que la pura lógica comercial14. La red de parentesco y de clientela en la cual Jacques Tinchant y su esposa estaban envueltos traspasaba una y otra vez aquello que en la Nueva Orleans de la preguerra era imaginado como las fronteras del color. En sus transacciones comerciales, Jacques Tinchant vinculaba con frecuencia a un vendedor considerado como blanco con un futuro comprador considerado como negro. En el proceso, su propia designación de color aparecía y desaparecía. El notario Thedore Seghers, bastante escrupuloso por lo demás, de manera usual adicionaba, pero en ciertas ocasiones omitía, las categorías “f.m.c.” o “h.c.l.” al nombre de Jacques Tinchant. No es que Tinchant “pasara” por blanco, pues en un documento posterior la categoría de color reaparecía. Se trataba más bien del hecho de que la imposición escrita de un estigma podía pasarse por alto cuando el notario de la familia formalizaba una transacción más. La estructura social de la Nueva Orleans de la preguerra se caracterizaba ciertamente por elementos de aquello que sus críticos, años después, durante el siglo xix, llamaron casta. Ahora bien, en la década de 1820 y a comienzos de la década de 1830 existía un considerable margen de maniobra tanto en el esquema de casta mismo como en las interacciones sociales que éste debía regular15. Durante la década de 1830, sin embargo, la legislatura estatal redobló esfuerzos para fortalecer el sistema y monitorear y perseguir a la población libre de color. Hacia 1840, a la mayoría de la gente libre de color, excepto aquellos nacidos libres en Luisiana, se le exigía formalmente que se registrara en la oficina del alcalde y que presentara pruebas de su estatus. Familias como los Tinchant aparentemente lograron esquivar esta ordenanza, pero Jacques Tinchant y Elisabeth Vincent ya habían dado inicio a sus planes de abandonar la ciudad. Preparándose para dar ese

14 “Affranchissement du nègre Blaise par la succession Lambert Détry”, 7 de octubre de 1834, en nonarc, Notario Theodore Seghers, Protocolo 497. Lambert Détry había fallecido en 1821, cuando Blaise tenía tan sólo 10 años. El testamento ordenaba la manumisión de Blaise cuando esto fuera posible bajo la legislación de Luisiana. Mientras tanto, Blaise vivió en la casa de Marie Blanche, la viuda Aubert, incluso durante los años en que Jacques Tinchant y Elisabeth Dieudonné Vincent vivieron también allí. Ver el testamento e inventario de Lambert Détry, “Inventory of the Estate of the late Lambert Détry”, 17 de abril de 1821, en nopl, Louisiana Division, Orleans Parísh, Court of Probates, Inventories of Estates, File d-1821.

15 Ver las múltiples transacciones que involucran a Jacques Tinchant en los protocolos de la década de 1830 del notario Theodore Seghers, en nonarc. Ver, además, Virginia R. Domínguez, White by Definition: Social Classification in Creole Louisiana (Nueva Brunswick: Rutgers University Press, 1986). En los comentarios sobre la versión más temprana de este artículo (“Comments”, Current Anthropology 48: 2 (2007): 249-256), Verena Stolcke anotó que la palabra “casta” puede ser un rótulo engañoso para las estructuras del estigma y la exclusión en las sociedades esclavistas del Caribe. Claramente, si “casta” está asociada con una rigidez absoluta, la palabra está entonces erróneamente adaptada a las experiencias de cruzamiento de fronteras de una familia como los Tinchant. Stolcke sugiere, aún más, que dicha palabra debe pasar a buen retiro por ser una categoría de análisis anticuada. Ahora bien, para los pensadores del siglo xix, “casta” era un término oprobioso útil para describir imposiciones legales específicas que ellos rechazaban. Cuando el juez Harlan intentó refutar las opiniones de sus colegas en el caso de Plessy vs. Ferguson (1896), recurrió a la palabra “casta” para rechazar la segregación forzada como algo opuesto a los fundamentos de Estados Unidos: “desde el punto de vista de la Constitución, ante los ojos de la ley, ninguna clase de ciudadanos superior, dominante y reinante existe en este país. Aquí no existe la casta”. Rebecca J. Scott, “Public Rights, Social Equality, and the Conceptual Roots of the Plessy Challenge”, Michigan Law Review 106: 5 (2008): 778-800 y 803.

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paso, Jacques Tinchant dejó de comprar tierra, vendió muchos de los lotes que le quedaban y cambió un lote suburbano por un pedazo de tierra en el centro de la ciudad16. Años después, en su carta al general Gómez, Edouard Tinchant escribió que su padre había abandonado Luisiana para poder levantar a sus hijos “en un país donde ninguna ley infame y ningún prejuicio estúpido pudieran impedirles convertirse en hombres”. Con todo, justo antes de partir, la pareja aún poseía a Marie Louise, de 22 años e hija de la ya liberta Gertrude. Algunas semanas antes de abandonar Nueva Orleans, Jacques y Elisabeth acompañaron a Gertrude a la oficina del notario de la familia y vendieron oficialmente a Marie Louise a su propia madre. Bajo los términos del contrato, Gertrude debía pagar a la pareja 800 piastras (dólares) en varias cuotas. Una vez se realizara el último pago, Marie Louise quedaría libre. Este acuerdo, al parecer, fue diseñado para evadir las restricciones a la manumisión y al mismo tiempo obtener una ganancia en el proceso17.

Cuando Jacques Tinchant y Elisabeth Vincent se embarcaron hacia Francia en algún momento de la primavera de 1840, junto con sus hijos Joseph, Pierre, Jules y Ernest, reconfiguraron las redes de sociabilidad que les habían permitido adaptarse a Nueva Orleans, sosteniendo con fuerza algunos lazos y abandonando otros. En varias formas, no se trataba con exactitud de expatriados. Su demanda de la ciudadanía en Luisiana, para no mencionar su aspiración a la ciudadanía nacional en Estados Unidos, hubiera sido ciertamente muy frágil en medio de la jurisprudencia del período de la preguerra. De hecho, es posible que hayan tenido una aspiración mucho más sólida a la ciudadanía francesa. Y aun mientras escapaban del ambiente cada vez más hostil del Sur de la preguerra, dejaron tras de sí en Nueva Orleans a su hijo mayor, Louis (de 15 años), quien pronto abriría su propio negocio de comestibles y sostendría un extremo de la red atlántica de la familia18.

16 La lista titulada “Mayor’s Office. Register of Free Colored Persons. 1840-1863” está disponible en microfilm en la nopl, Louisiana Division. No se han hallado entradas en dicha lista para los Tinchant. Las diversas transacciones finales de la familia Tinchant/Vincent se encuentran en los protocolos notariales de Theodore Seghers de 1839 y 1840, en nonarc.

17 Ver “Jacques Tinchant et son épouse, Vente d’Esclave à Gertrude”, 9 de mayo de 1840, y “Procuration par Tinchant à Duhart”,12 de mayo de 1840, en nonarc, Notario Theodore Seghers, Protocolos 288 y 294. Sobre la manumisión en general, ver Judith Kelleher Schafer, Becoming Free.

18 Sobre la complejidad histórica de la cuestión de la ciudadanía en Francia, ver Peter Sahlins, Unnaturally French: Foreign Citizens in the Old Regime and after (Ithaca: Cornell University Press, 2004), y Patrick Weil, Qu’est-ce qu’un Français?: Histoire de la nationalité française depuis la Révolution (París: Grasset, 2002). El índice de naturalizaciones compilado en los Archives Nationales (an) en París muestra entradas para algunos individuos nacidos en Saint-Domingue a quienes se concedió la “réintégration dans la qualité de français”, lo que sugiere que Elisabeth Vincent tal vez pudo haber estado habilitada para presentar una solicitud de nacionalidad francesa. No se ha encontrado evidencia alguna de este hecho, y su estatus de mujer casada pudo haber bloqueado tal esfuerzo. Louis Tinchant aparece como tendero en el Censo de Estados Unidos de 1850, en United States National Archives (usna), Washington, dc-Estados Unidos, Microcopia m432, rollo 238, Louisiana, New Orleans, Dwelling 3810, municipality 3, Ward 4. Para 1850 su hermano Joseph había regresado a Nueva Orleans desde Francia, trabajaba como oficinista y vivía con Louis y su esposa.

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Tras llegar a Francia, la familia se abrió paso hasta la región llamada el Béarn, en los Pirineos Bajos, desde hacía mucho tiempo un área de emigración hacia el Caribe francés. La madre de Jacques, Suzette Bayot, y su compañero Louis Duhart ya se habían establecido en esta región productora de vino a los pies de los Pirineos, donde lograron legitimar su unión interracial, algo imposible en Luisiana19. Con el capital acumulado en Nueva Orleans en el negocio de tierras y construcción, complementado con los dineros obtenidos con la venta de la esclava Marie Louise, Jacques Tinchant y Elisabeth Vincent pagaron 27.000 francos por un pedazo de tierra en el pueblo de Gan, justo al sur de Pau, a unos cuantos kilómetros de la granja de Suzette Bayot y Louis Duhart. Todos los términos relativos al color se esfumaron en este documento notarial de septiembre de 1840, pues Jacques se convirtió en un propriétaire sustancial, a quien ahora se le nombraba con el título de cortesía de sieur. La tierra que compraron tenía vides, pastos, campos de helechos y huertos de castaños, al igual que ganados y varios edificios. El censo muy pronto registró la casa Tinchant en Gan con tres sirvientes mujeres y una familia de agregados, asistidos por dos peones de granja20.

Edouard Tinchant, el hijo menor y escritor de la carta con que inicia esta pesquisa, nació en Gan a fines de 184121. Si el objetivo de los padres era criar a sus hijos en un país donde no enfrentaran desventajas específicas a causa de su color, tal objetivo pudo haber parecido alcanzable al principio. Algunos de los ideales de la Revolución de 1789 habían sido conservados bajo la monarquía constitucional que rigió a Francia después de 1830, aunque otros habían sido revertidos. La esclavitud se había reimplantado en las colonias francesas, llevando consigo la reimposición de un estigma en las personas libres de color. Sin embargo, en Francia los hijos Tinchant tenían acceso a la educación, y no hay evidencias de que alguna referencia a su color les haya sido impuesta en los registros oficiales. Éste era un mundo muy distinto al habitado por hombres y mujeres designados como “personas libres de color” en la Nueva Orleans de la preguerra. Ahora bien, la cuestión más amplia acerca de los derechos y deberes de la ciudadanía en Francia, y de a quién debían pertenecer esos derechos y deberes, estaba francamente en debate. El jurista nombrado para la primera cátedra de derecho constitucional en el Collège de France, Pellegrino Rossi, sostenía que mientras que los “de-

19 Su matrimonio está documentado de modo indirecto en la partida de matrimonio de su hijo Pierre, nacido en Luisiana, quien fue retroactivamente legitimado por el matrimonio de sus padres en Francia. “Partida de matrimonio de Pierre Duhart y Thérèze Bonnafon”, 14 de enero de 1840, en Archives Départementales des Pyrénées-Atlantiques (adpa), Bayona-Francia, Gan, Mariages, copia 5Mi230R4. 20 El documento de compra, del 25 de septiembre de 1840, en adpa, Notario Pierre Sempé, Protocolo 904. Jules, Ernest y Pierre Tinchant aparecen junto con sus padres en Gan: adpa, Section de Bastarrous, ac Gan 1F4, Recensement de la population (1841). Si se sigue el mapa de la inspección catastral, es posible localizar la granja, situada al margen de un arroyo que cruza la carretera de Pau, justo en las afueras del pueblo de Gan.

21 Ver el registro del nacimiento de Antoine Edouard Tinchant, el 8 de diciembre de 1841, en adpa, Gan, Registre de Naissances.

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rechos públicos” debían estar abiertos a todos, los “derechos políticos” deberían limitarse sobre la base de presuntas habilidades. El derecho al voto permaneció en todo rigor limitado a quienes pagaban impuestos por encima de cierto umbral22. Hacia mediados de la década de 1840, época de dificultades económicas, cosechas fallidas y rigidez gubernamental, las ideas abiertamente republicanas y la agitación política acumulaban fuerzas en París y en algunas regiones de la Francia rural. La Revolución de 1848 y la erupción del activismo obrero que la acompañó sorprendieron aparentemente a los menores de los niños Tinchant en la escuela pública (Collège Royale) de Pau, con edades de 15, 12, 9 y 7 años, respectivamente. Los maestros de escuela eran notables entre los agitadores de la causa republicana. Se trata de la época que el historiador Maurice Agulhon ha caracterizado con la frase “la República en la villa”, en la cual el debate acerca de las ideas republicanas floreció, pero también fue reprimido en pueblos y aldeas alrededor del país23.

En el pueblo de Pau el entusiasmo por un derecho al sufragio más incluyente fue acompañado de celebraciones cívicas exuberantes, incluidos desfiles, reuniones, y la siembra de un Árbol de la Libertad. El nuevo Estado republicano acogió el sufragio universal masculino, y por medio de un anuncio público se comunicó que todo francés adulto era ahora un “ciudadano político”: “Todo ciudadano es un elector. Todo elector es soberano. La ley es igual y absoluta para todos”. Las elecciones de abril de 1848 fueron anunciadas en Pau temprano en la mañana con una ronda de tambores, con el sonido de trompetas y con la llegada de infantería y caballería de la Guardia Nacional para proteger los puestos de votación. Había allí elementos en abundancia para llenar la imaginación republicana de jóvenes observadores y adultos votantes por igual. Los maestros de escuela radicales, sin embargo, fueron puestos pronto bajo las órdenes directas del prefecto local, y en febrero de 1849 fue despedido el director de la école comunale. En 1850 el Gobierno restringió ampliamente el derecho al sufragio, y en 1851 Luis Napoleón Bonaparte llevó a cabo su golpe de Estado, dando así comienzo a la transformación de la República en una dictadura plebiscitaria24.

22 Maurice Agulhon, 1848 ou l’apprentissage de la République, 1848-1852 (París: Éditions du Seuil, 1973), cap. 1; Sue Peabody y Tyler Stovall, eds., The Color of Liberty: Histories of Race in France (Durham: Duke University Press, 2003); P. Rossi, Cours de droit constitutionnel professé à la Faculté de Droit de París (1835-1837), vol. 1 (París: Librairie de Guillaumin et Cie., 1866 [1835]), 1-12.

23 Maurice Agulhon, La République au village (París: Éditions du Seuil, 1979); William H. Sewell, Work and Revolution in France: The Language of Labor from the Old Regime to 1848 (Cambridge: Cambridge University Press, 1980).

24 En las elecciones de mayo de 1849 en Pau, el Partido del Orden obtuvo la mayoría relativa, con el 27,4% de los votos, si bien los Republicanos Moderados y los Demócratas-Socialistas, tal como se les conocía, obtuvieron un 14% y un 18,9%, respectivamente. Sobre este período, ver Jeanne Dauzié, ed., La vie politique dans les Basses-Pyrénées sous la Seconde République, 3 vols. (Pau: cddp, 1976-77), vol. 1: docs. 6, 9, 18 y 22; vol. 2: doc. 27. Para una cronología detallada, ver Maurice Agulhon, Les quarante-huitards (París: Gallimard, 1975).

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Años después, Edouard Tinchant denunció a Luis Napoleón Bonaparte como el “asesino del 4 de diciembre”, una referencia a la Masacre de los Boulevards en París, el 4 de diciembre de 1851, día en que las tropas abrieron fuego contra un levantamiento popular que se opuso al golpe. Además, también escribió que su padre siempre le había enseñado a huir de la “aristocracia tiránica”25. Con todo, Edouard Tinchant siguió destacándose en la escuela después del golpe. Su nombre aparece en los palmarès, la lista de galardonados en el Imperial Lycée de Pau, en 1852, 1853 y 1854, junto con los de compañeros de clase de Nueva Orleans, La Habana, y el mismo Pau. Después de dominar el francés escrito siguió estudios de latín y fue un estudiante distinguido26.

Sin embargo, los precios agrícolas en el Béarn permanecieron bajos y el experimento familiar en la vida rural parece no haber dado las ganancias que quizás habían esperado. Frustrada en su proyecto de alcanzar prosperidad como granjeros, y tal vez amenazada por el ascenso de un régimen reaccionario, la familia comenzó a vislumbrar un nuevo traslado. En febrero de 1854, los protocolos notariales muestran que M. Jacques Tinchant y Mme. Elisabeth Vincent acordaron vender su granja, Pédemarie, por 26.000 francos (menos de lo que habían pagado por ella). Conservaron su mobiliario, la leña que ya estaba cortada, algunas gallinas y un caballo, y se mudaron al pueblo cercano de Jurançon para esperar los últimos pagos por su propiedad. Jacques usó las ganancias para hacer un préstamo sustancial a sus hijos y trasladó hacia el comercio la mayor parte del capital familiar de propiedad sobre la tierra27. Es posible que las circunstancias políticas hayan acelerado este movimiento de los Tinchant, pero su objetivo específico ahora era construir un negocio familiar en el sector comercial. Una de las fortalezas tradicionales de la población libre de color de Nueva Orleans había sido el enrollado de hojas de tabaco para hacer cigarros. La idea de moverse hacia el comercio de tabaco aparentemente fue aportada por los dos hijos Tinchant que se habían reagrupado en Nueva Orleans: Louis y Joseph Tinchant aparecían en el directorio de la ciudad de 1853 como “cigarreros”. Para 1855 aparecían como “manufactureros de cigarros”,

25 Ver su Carta al editor, Tribune, New Orleans, julio 21 de 1864. Agradezco a Diana Williams por haberme llamado la atención sobre esta carta. 26 Le Mémorial, Pau, agosto 31 de 1852, agosto 25 de 1853, agosto 26 de 1854. Éstos fueron los años de Edouard en las clases “huitième”, “septième” y “sixième”. Agradezco a Jean M. Hébrard por estas referencias y por su exploración del currículo del lycée durante éste.

27 Sobre la agricultura y la economía, ver Philip Nord, The Republican Moment: Struggles for Democracy in Nineteenthcentury France (Cambridge: Harvard University Press, 1995); Jean-François Soulet, Les Pyrénées au xixe siècle: L’éveil d’une société civile (Burdeos: Éditions Sud Ouest, 2004 [1987-88]), 321-385. Para la venta, ver adpa, Notario Pierre Sempé, Protocolo 116, Vente. Sobre el préstamo que Jacques hizo a sus hijos mayores hay evidencia en la documentación producida para una demanda posterior: fa, documentos Cuylits, archivo 2173, Tinchant vs. Tinchant (1881).

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con un negocio de venta al por mayor y al menudeo ubicado en el distrito de las bodegas, en el número 15 de la calle New Levee28. Las regiones en las cuales se cultivaba el tabaco, incluidos Cuba y México, habían comenzado a perder hacia mediados del siglo xix algunas de sus ventajas para la fabricación de cigarros. La hoja de tabaco podía exportarse con buenas ganancias, lo que permitía que los fabricantes en otras latitudes manufacturaran ellos mismos los cigarros. Una familia con anclajes en cada uno de los extremos del proceso —el Golfo y el Caribe para la las hojas de tabaco, Europa para los consumidores, y tal vez para la manufactura un poco más tarde­­­— podía beneficiarse a medida que se aceleraban dichos cambios. El puerto de Nueva Orleans, que se abría en ambas direcciones, era una excelente atalaya para observar las posibilidades de esta estrategia. Y una familia que estaba acostumbrada a trasladarse de un lugar a otro, multiplicando conexiones más que abandonándolas, podía intentarlo con perfección. Ahora bien, para poder hacerlo, los Tinchant necesitaban reagruparse de nuevo. Requerían una ciudad portuaria con potencial industrial, pero no deseaban limitarse a Nueva Orleans. Para hacerle frente al mercado europeo en expansión, una base en Europa sería la mejor apuesta. Así, a inicios de 1857, el hijo Joseph efectuó un viaje preliminar a la ciudad de Amberes, un puerto parcialmente francófono de Bélgica, una nación que, a diferencia de Francia, no mantenía un monopolio estatal sobre los productos del tabaco29.

Más tarde, durante el mismo año de 1857, el contingente de Francia —primero el hermano Ernest, luego el hermano Jules, y después Jacques, Elisabeth y Edouard— se unió a Joseph, apiñándose en habitaciones rentadas en la Ruelle du Livre, no muy lejos del puerto en Amberes. El mayor y más experimentado de los hermanos, Louis, llegó desde Nueva Orleans y estableció un nuevo negocio bajo el nombre Maison Américaine. Por su parte, Joseph regresó a Nueva Orleans para encargarse de ese lado de los negocios. En 1860, Joseph Tinchant aparece en el censo de Nueva Orleans como miembro de la casa del padre de su esposa, un carpintero llamado Vincent Gonzales, y su ocupación figura como la de “tabaquista”. Por otro lado, sus hermanos Jules y Pierre Tinchant aparecen viviendo en la casa de otro carpintero, que fue empadronado como “mulato”, Félix Azéma, y de ellos se dice que tienen una “fábrica y tienda de cigarros”. Rápidamente, Pierre comenzó a trabajar en el

28 Cohen’s New Orleans Directory for 1853 (Nueva Orleans: Printed at the Office of the Daily Delta, 1852), 224; Cohen’s New Orleans Directory for 1855 (Nueva Orleans: Printed at the Office of the Picayune, 1854-55), 228. 29 Jean Stubbs, Tobacco on the Periphery: A Case Study in Cuban Labour History (Cambridge: Cambridge University Press, 1985); Sophie de Schaepdrijver, Elites for the Capital? Foreign Migration to Mid-Nineteenth-century Brussels (Ámsterdam: Thesis Publishers, 1990), 16-17; F. Suykens et al., eds., Antwerp: A Port for All Seasons (Amberes: Ortelius Series, 1986), 354-418. Sobre el arribo de Joseph Tinchant a Amberes en 1856, ver su Vreemdelingendossier (documento de registro policial), número 14046, en la colección microfilmada de fa, ma.

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negocio del transporte a cabotaje y Jules se reubicó en Veracruz (México), dejando a Joseph en Nueva Orleans para que administrara el negocio. De esta forma, la familia había forjado una nueva red de conexiones atlánticas, anclada en un extremo en la población libre de color de Nueva Orleans y en la región tabacalera de los alrededores de Veracruz, y en el otro, en la comunidad mercantil de Amberes30. Fue mediante esta red de hermanos que en 1861 nuestro remitente Edouard Tinchant, el miembro más joven de la familia, pues contaba con 21 años, se abrió camino desde Amberes hacia las Américas, donde inicialmente planeaba reunirse con su hermano Jules en Veracruz, ciudad que, sin embargo, estaba bajo la ocupación del Ejército español, de manera que el comercio no marchaba bien, y Jules hizo que su hermano siguiera su marcha hasta donde Joseph, en Nueva Orleans31. Y allí, en 1862, Edouard Tinchant arribó justo en medio de la Guerra Civil

estadounidense. En abril, la ciudad sucumbió a la Armada de la Unión, lo cual dio comienzo a una ocupación militar que duraría hasta el final de la guerra. Después de trasladarse a un sitio de habitación en el número 256 de la calle Prieur, Edouard se apresuró a ir al consulado de Francia para registrarse como ciudadano francés32. Hombres libres de color en Nueva Orleans, incluido Joseph, el hermano de Edouard, no habían dudado en lanzarse al ámbito público para reclamar sus propios derechos. Las fuerzas confederadas amenazaban con atacar la ciudad, y Joseph Tinchant, quien al parecer “hablaba con la fogosidad de un tribuno”, colaboró en el reclutamiento de un regimiento de soldados que ayudara a defenderla. Joseph recibió entonces una comisión como subteniente en el Sexto de Voluntarios de Luisiana (hombres de color), en cuyos rangos había tanto hombres de color que habían alcanzado su libertad desde hacía mucho tiempo como otros que hasta hacía poco habían sido poseídos como esclavos. Esta unidad montó guardia en los contornos de la ciudad y personificó la dignidad marcial, pues dos compañías de sus hombres

30 Para la casa en Amberes, ver los Vreemdelingendossiers, y la entrada para Ruelle du Livre, en la Burgerlijke Stand (lista de residentes de la ciudad), ambos en microfilm, en fa. Sobre las residencias y ocupaciones de los tres hermanos Tinchant en Luisiana, ver el “Censo Federal de Estados Unidos de 1860”, en usna, Microcopia m653, rollo 419, Louisiana, New Orleans, Dwelling 1152 y Dwelling 1201, Ward 6. Sobre Pierre y Jules en Veracruz, ver fa, documentos Cuylits, archivo 2173, Tinchant vs. Tinchant (1881). Sobre el tabaco en Veracruz, ver José González Sierra, Monopolio del humo (Xalapa: Universidad Veracruzana, 1987).

31 La ocupación española de Veracruz era parte de una expedición militar conjunta, británica, francesa y española, para intentar forzar al régimen liberal de Benito Juárez a pagar de manera inmediata la deuda externa de México. Pronto se convertiría en una invasión francesa a gran escala que puso al emperador Maximiliano en el poder. Ver Jean Avenel, La campagne du Mexique (1862-1867): La fin de l’hégémonie européenne en Amérique du Nord (París: Econômica, 1996), cap. 3. 32 Este documento está copiado en el expediente posterior de Edouard Tinchant, en Centre des Archives Diplomatiques de Nantes (cadn), Nantes-Francia, Ministère des Affaires Étrangères, Nouvelle-Orléans, Consulat, Carton 127, Série D, Année 1897.

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marcharon en el inmenso desfile funerario del capitán André Cailloux, un oficial negro de la Unión y manufacturero de cigarros en Nueva Orleans que había caído en el ataque al fuerte confederado en Port Hudson33. Incluso en estos momentos de reconocimiento público, Joseph Tinchant confrontó los mismos “prejuicios estúpidos” que habían incomodado a su padre dos décadas antes. Un hombre blanco que hubiera levantado una compañía de soldados de la Unión podía haber esperado recibir una comisión con el rango de capitán, pero para julio de 1863 el general Nathaniel Banks estaba forzando a renunciar a los capitanes negros uno tras otro y reemplazándolos por oficiales blancos. Banks era reconocido con notoriedad por su necesidad de recurrir a las fuerzas ofrecidas por los hombres libres de color, pero al mismo tiempo, por su insistencia en rechazar sus exigencias de respeto y reconocimiento como líderes y ciudadanos34.

El recién llegado Edouard Tinchant fue de manera inicial algo así como un marginado del debate. Es más, su prisa por registrarse como ciudadano francés pudo haber levantado la sospecha de que trataría de evadir el reclutamiento en el Ejército de la Unión. Ahora bien, aparentemente se ofreció como voluntario para servir como soldado en el Sexto de Luisiana, la misma unidad de su hermano, y para el verano de 1864 tenía la suficiente confianza como para publicar un extenso manifiesto en la primera plana del primer número del radical Tribune de Nueva Orleans. En dicho documento rememoró la salida de su padre de aquella ciudad hacía ya un cuarto de siglo y expresó su propia visión de la ciudadanía, una visión basada en principios y distintivamente itinerante. Se refirió a sí mismo como a un francés “por nacimiento y por lengua” pero también defendió vigorosamente su aspiración a la ciudadanía de Estados Unidos y denunció a un escritor francófono de la ciudad que había aconsejado la emigración hacia el México ocupado por Francia. Tinchant argumentó además que las aventuras imperialistas de Napoleón iii, “el asesino del 4 de diciembre”, habían desacreditado al Gobierno francés, anulando así cualquier aspiración a su lealtad. En cuanto a sí mismo, escribió que su alistamiento voluntario como soldado en el Ejército de la Unión había legalmente invalidado su “qualité de français” (nacionalidad francesa). Es más, él creía haberse ganado “cartas americanas de naturalización en las murallas de Nueva Orleans, sin titubear, con nuestra arma en nuestras manos, y al pie de la bandera de Estados Unidos por la cual estábamos dispuestos a derramar hasta la última gota de nuestra

33 La hoja de servicios del teniente Joseph Tinchant está indexada en usna, Civil War [Union] Compiled Service Records, Entry 519A, rg 94, reproducida en Microcopia m1820. Sobre la situación de Nueva Orleans durante la Guerra y las actividades de Joseph, ver Jean-Charles Houzeau, My Passage at the New Orleans Tribune (Baton Rouge: Louisiana State University Press, 1984), 73 y 127-133; Tribune, Nueva Orleans, 25 de agosto, 1864; Stephen J. Ochs, A Black Patriot and a White Priest: André Cailloux and Claude Paschal Maistre in Civil War New Orleans (Baton Rouge: Louisiana State University Press, 2000), 1-5 y 155-156. 34 Tribune, Nueva Orleans, 25 de agosto, 1864; Stephen J. Ochs, A Black Patriot, 122-126.

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sangre”. Preguntó retóricamente: “¿Qué poder humano puede entonces negarnos el título de ciudadano americano?”. Y en caso de que a alguien se le ocurriese citar como contraargumento la decisión de la Corte Suprema en el caso Dred Scott vs. Sandford, él se apresuró a ofrecer la opinión del fiscal general federal Bates en apoyo a la ciudadanía para los hombres de color35. La carta pública de Edouard Tinchant fue tanto un punto de inflexión retórico como un esfuerzo por reafirmar el honor y la posición en un ambiente político cada vez más cambiante. Ya se sabía que su hermano Joseph estaba planeando partir para Veracruz, donde esperaba obtener el respeto que el general unionista Banks y la mayoría de los habitantes blancos de Nueva Orleans le negaban. Edouard, sin embargo, quería levantarse y pelear, al mismo tiempo que defendía las decisiones de su padre y de su hermano de abandonar Luisiana ante el asedio de la discriminación. Por otro lado, en un episodio también delicado, en 1863 Edouard había sido expulsado de un coche callejero mientras lucía su uniforme, aparentemente por el color de su piel, y ahora, un año después, un rival de él trataba de humillarlo en público recordando el incidente. Edouard insistió en que había sido vindicado por una subsecuente censura oficial del hombre que lo había arrestado. Con todo, él se sentía dividido entre aquella vindicación oficial y el impulso más directo de haber usado su bayoneta como lo “hubiera deseado” en el momento de la afrenta. Su conclusión, sin embargo, era clara: era tanto su deber como el deber de otros hombres de color en Nueva Orleans continuar la lucha, de manera que “por un último y supremo esfuerzo de todos juntos” pudieran “derrotar, reversar y erradicar esta aristocracia tiránica que forzó a nuestro padre a expatriarse y de la cual, desde nuestros más jóvenes años, él nos ha enseñado a huir”36. Durante los meses siguientes emergió en Nueva Orleans una coalición radical republicana interracial en favor del sufragio universal masculino. Después de una masacre perpetrada en julio de 1866 contra los republicanos de Luisiana por sus enemigos supremacistas blancos, la Ley del Congreso para la Reconstrucción, de 1867, confirió por primera vez el derecho al sufragio a los hombres negros, reconfigurando dramáticamente el paisaje político en el cual los estados sureños elegirían delegados para las nuevas convenciones constituyentes estatales. Edouard Tinchant, entonces con 26 años de edad, con su distintivo apellido, su estatus de veterano, sus habilidades retóricas y su radicalismo público, fue elegido para la Convención por el Sexto

35 Este texto hacía parte de un intercambio con Armand Lanusse, quien había escrito una primera carta al periódico predecesor L’Union haciendo un llamado a los hombres francófonos de color para que se trasladaran a México. La respuesta de Tinchant está en Tribune, Nueva Orleans, 21 de julio, 1864.

36 Tinchant también escribió que Lanusse debía saber que el mariscal-preboste de Carrollton y su propio capitán habían reprendido al sargento que lo había arrestado y habían escrito al coronel para asegurarle que tal episodio no volvería a ocurrir. Tribune, Nueva Orleans, 21 de julio, 1864.

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Distrito de Nueva Orleans. Así, durante los últimos meses de 1867 y los primeros meses de 1868, este hombre nacido en Francia y de ancestro haitiano ayudó a forjar la Constitución estatal más radical que jamás hubiese visto el Sur37. Edouard Tinchant no perdió tiempo para hacerse escuchar. En una de las primeras sesiones, presentó con éxito una moción para izar la bandera de Estados Unidos sobre aquel cónclave todos los días desde el amanecer hasta el ocaso, mostrando así el emblema de la ciudadanía nacional y de la victoria de la Unión en la antigua ciudad confederada. Durante la Convención debatió en contra de toda discriminación basada en el color de la piel pero también en contra de la privación de derechos a antiguos confederados, pues se le había enseñado, expresó, “a mirar a los hombres de mi raza como totalmente iguales a los hombres blancos, y en capacidad de luchar y abrirse camino sin la ayuda de ningún tipo de medidas prohibitivas parciales dirigidas en contra de sus oponentes”. El uso que Tinchant hizo del verbo “luchar” no era metafórico. También hizo un llamado para la conformación de una milicia estatal, “para proteger, en la mejor de sus habilidades, la libertad, la vida, la propiedad y los intereses de sus ciudadanos”. Ésta no era una tarea sencilla en Luisiana, que aún se recuperaba de la masacre de 1866 y estaba sujeta a una continua violencia por parte de grupos de gente blanca armada38.

En el debate sobre la Declaración de Derechos de la nueva Constitución se hicieron más claros los intereses de largo plazo de los modelos conceptuales de igualdad que estaban enfrentados. Un comité presidido por William H. Cooley, un juez republicano, blanco y conservador que era abogado y antiguo dueño de esclavos de la parroquia de Point Coupée, propuso un texto que garantizaba los “mismos derechos y privilegios civiles y políticos” a todos los ciudadanos. Una minoría disidente dentro del comité que incluía al hombre de color P. F. Valfroit, maestro de escuela de la Parroquia de la Ascensión, al zapatero y hombre de color Charles Leroy y a un antiguo esclavo llamado James H. Ingraham propuso de inmediato un texto más amplio que estamparía dentro de la Constitución estatal la convicción de que “todos los hombres nacen libres e iguales”. Este borrador garantizaba “los mismos derechos y privilegios públicos, civiles y políticos” a todos los ciudadanos. El alcance de dicha noción adicional de “derechos públicos” fue luego

37 Peyton McCrary, Abraham Lincoln and Reconstruction: The Louisiana Experiment (Princeton: Princeton University Press, 1978); Ted Tunnell, Crucible of Reconstruction: Radicalism and Race in Louisiana, 1862-1877 (Baton Rouge: Louisiana State University Press, 1984); Eric Foner, Reconstruction: America’s Unfinished Revolution, 1863-1877 (Nueva York: Harper & Row, 1988); y Official Journal of the Proceedings of the Convention for Framing a Constitution for the State of Louisiana (Nueva Orleans: J. B. Roudanez & Co., 1867-1868).

38 Anticipando los peligros de grupos armados de reaccionarios blancos, Tinchant también sugirió (sin éxito) que sólo “soldados que hayan recibido honorablemente la baja y hayan servido con lealtad al Ejército de Estados Unidos durante la última rebelión tendrán el derecho y privilegio de organizarse en regimientos de milicias voluntarias en este estado”. Official Journal, 12, 22, 35 y 259.

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clarificado al estipularse que “ningún recurso monetario público ha de concederse a ninguna institución pública o caritativa en este Estado que haga cualquier distinción entre los ciudadanos de este Estado”, y al garantizarse el acceso igualitario al transporte público y a los sitios de acomodación y entretenimiento39. La selección del enunciado “derechos públicos” recordaba las categorías desarrolladas en París hacía ya treinta años por el cosmopolita federalista y liberal Pellegrino Rossi, quien había argumentado que el Estado no debería reconocer privilegios para el ejercicio de las libertades públicas entre sus ciudadanos. La puntillosa teoría de Rossi dividía los derechos de las personas que vivían en un Estado de derecho en tres categorías: privados, públicos y políticos. De acuerdo con el sufragio limitado de la monarquía constitucional francesa, Rossi había sostenido que los derechos políticos debían otorgarse fundamentándose en las presuntas capacidades diferentes de los miembros de distintos grupos. Ahora bien, los derechos públicos eran otro asunto. Todas las personas privadas tenían ciertos derechos fundamentales como miembros de la sociedad, y, al garantizar esos derechos, el Estado no debería hacer ninguna distinción entre personas40.

El lenguaje de los “derechos públicos” captaba algo que la mayoría de los miembros de la Convención de Luisiana sabían por experiencia propia: que la dignidad individual se nutría del respeto formal en el espacio público y en la cultura pública. Para varios miembros de la coalición, en la frase misma podían resonar diferentes conceptos previos, incluidos el pensamiento antiaristocrático y anticasta de la Revolución de Haití, las demandas de ciudadanía hechas por hombres libres de color en la Luisiana territorial, y fundamentadas en el servicio militar y el lenguaje del republicanismo francés y de la Revolución de 184841. La frase “derechos públicos” también ofrecía elementos de importancia para los activistas de lengua inglesa que se encontraban bajo ataque por apoyar aquello que los supremacistas blancos insistían en ver como un reclamo inaceptable de “igualdad social”. En Francia, durante la década de 1830, Rossi había empleado de forma intercambiable las nociones “derechos públicos” y “derechos sociales”, pero en Estados Unidos, durante la década de 1860, la palabra “social” evocaba la noción de “igualdad social”, que los supremacistas blancos habían logrado asociar de manera exitosa con la sexualidad, la promiscuidad y la proximidad física de los hombres negros con las

39 Official Journal, 84-109.

40 P. Rossi, Cours de droit, vol. 1, 1-12; Philippe Baud, La notion de liberté publique en droit français (París: R. Pinchon y R. Duran-Auzias, 1968), ii: 9-10, 45. La autora agradece a Pasquale Pasquino por discusiones sostenidas sobre la historia de Rossi.

41 Sobre el lenguaje de derechos empleado por la gente libre de color en Saint-Domingue, ver, por ejemplo, la referencia a los riesgos que habían tomado “para procurar el ejercicio de los derechos que poseen por naturaleza”, en Concordat passé entre les citoyens du Port-au-Prince et les citoyens de couleur de la mème partie de Saint-Domingue (París: Imprimerie Nationale, 1791).

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mujeres blancas. Al enmarcar dentro de la categoría de derechos públicos sus demandas de acceso igualitario al transporte y a las acomodaciones públicas, los activistas de Luisiana podían intentar repeler las asociaciones negativas de la frase “igualdad social”, mientras que continuaban buscando el valor fundamental del respeto público42. Llegado el momento de tomar una decisión sobre la Declaración de Derechos, “Mr. Tinchant solicitó adoptar el artículo propuesto por Mr. Belden como artículo primero de la Declaración de Derechos”, respaldando la redacción propuesta por Simeon Belden, un hombre blanco nacido en Massachusetts que ejercía como abogado en Nueva Orleans, que comenzaba con las palabras “todos los hombres han sido creados libres e iguales”. Esta moción fue aprobada por una votación de 57 a 11. Thomas H. Isabelle, un hombre de color y veterano de la Unión, propuso que se añadiera el término “públicos” después de la palabra “políticos” en la lista de derechos garantizados en el Artículo segundo. Esta enmienda triunfó por una votación de 59 a 1643.

Por su parte, el credo político de Edouard Tinchant se extendía más allá de la igualdad de derechos civiles, políticos y públicos. Consciente de la urgente necesidad de tierra propia que tenían los libertos, o por lo menos de tierra que pudieran arrendar, Tinchant presentó una resolución que incrementaría los impuestos sobre la tierra no cultivada, para estimular a los terratenientes a arrendar sus tierras cultivables, y que eximiría de impuestos a las pequeñas propiedades44. Además de esto, prestó también atención al asunto de los derechos de las mujeres solicitando la protección legal “en sus derechos civiles de todas las mujeres sin distinción de raza o color, o sin referencias a su condición previa”. Tinchant compartía con otros activistas criollos una sensibilidad particular frente a la situación de las mujeres de color que se hallaban en uniones libres con hombres blancos y propuso que la Convención “promulgara leyes que faciliten a todas las mujeres, sin distinción de raza o color, demandar en caso de rompimiento de la promesa matrimonial”. En efecto, él deseaba que la Asamblea General confiriera la potestad de “obligar al matrimonio tras la solicitud de una de las partes a quienes hayan vivido juntos durante no menos de un año consecutivo”. Estas propuestas radicales, sin embargo, no lograron obtener los votos de la mayoría45.

42 Bajo la distinción tripartita de Rossi (Cours de droit, vol. 1, 1-12), los derechos designados como “públicos” eran “sociales”, puesto que reflejaban derechos fundamentales de los individuos en la esfera pública. Sobre el término “derechos sociales” en el discurso político en Estados Unidos, ver Rebecca J. Scott, “Public Rights, Social Equality”, 777-804. 43 Official Journal, 114-118; Eric Foner, Freedom’s Lawmakers: A Directory of Black Officeholders during Reconstruction (Baton Rouge: Louisiana State University Press, 1996); Ted Tunnell, Crucible of Reconstruction, 98 y 115-120.

44 El representante Frederick Marie, un empleado de hotel nacido en Francia que representaba una parroquia rural, propuso asimismo que se doblaran los impuestos sobre las tierras no cultivadas para estimular a los propietarios a vender o alquilar tierras a los trabajadores (Official Journal, 110, 112 y 116).

45 Official Journal, 35 y 192.

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El éxito de la garantía formal de los mismos “derechos públicos” para todos los ciudadanos demostró la flexibilidad conceptual de los radicales de Luisiana en su momento constitucional. Confrontados con el apoyo general de la Convención a los derechos civiles y políticos pero con un amplísimo recelo sobre la “igualdad social”, los radicales habían buscado una alternativa conceptualmente sutil y la encontraron en una fórmula de la jurisprudencia europea, por lo demás oscura. Los conservadores, no es de extrañarse, manifestaron que dicho concepto era totalmente incoherente. El juez Cooley se opuso con furia a esa expresión, y argumentó: “Porque jamás escuché el término ‘derechos públicos’ mencionado como privado, y porque no puedo comprender la idea de un individuo privado que ejerce derechos públicos”46. Pero alrededor de ese concepto una mayoría de delegados podía

formar coalición, y una vez que la Constitución de 1868 fue ratificada, los ciudadanos podían usar y, en efecto, usaron su Declaración de Derechos y provisiones relacionadas para retar la segregación forzada en los barcos de vapor y en las tabernas. Durante una década, la Corte Suprema de Luisiana tuvo la voluntad de defender la igualdad de derechos públicos para la gente de color, si bien sus esfuerzos fueron aplastados en algunas ocasiones en el momento de apelar ante la Corte Suprema federal47. Edouard Tinchant, sin embargo, no estuvo presente para presenciar el florecimiento de este concepto en la jurisprudencia de Luisiana. Poco después de finalizar la Convención Constitucional de 1867-1868, el grupo de radicales criollos perdió poder frente a una coalición republicana más complaciente, liderada por Henry Clay Warmoth. Edouard, quien había estado trabajando como maestro de escuela, estaba ahora en malos términos por ambos lados: demasiado radical para un comité escolar dominado por gente blanca y demasiado independiente para las redes de patronazgo dominadas por Warmoth. Entonces se casó con Louise Debergue, nacida en Luisiana e hija de un albañil, y ambos se trasladaron a Mobile,

46 Official Journal, 117. En cierto sentido, el juez Cooley tenía razón. Los “Derechos públicos” como derechos individuales no figuraban probablemente en el currículo cuando él había estudiado derecho, ni siquiera en la jurisdicción de Luisiana, con su famosa mezcla de derecho civil/derecho común. En lugar de esto, cuando las palabras “públicos” y “derechos” se usaban conjuntamente en gran parte de la tradición angloamericana, las mismas remitían a Blackstone, para quien los derechos públicos eran algo del todo diferente. Ver William J. Novak, “The Legal Transformation of Citizenship in Nineteenth-century America”, en The Democratic Experiment, eds. Meg Jacobs, William J. Novak y Julian Zelizer (Princeton: Princeton University Press, 2003), 85-119; Rebecca J. Scott, “Public Rights, Social Equality”, 777-804. 47 De particular interés es el caso de 1837 Decuir vs. Benson, llevado en la Corte del Quinto Distrito de Nueva Orleans. En la Corte Suprema Estatal, Decuir ganó su caso contra el capitán de barcos de vapor que había intentado confinarla en una sección segregada de la embarcación llamada el “Bureau” (así nombrada por el Freedmen’s Bureau, la Oficina de Libertos). University of New Orleans (uno), Nueva Orleans-Estados Unidos, Earl K. Long Library, Special Collections, Supreme Court Collection, docket 4829. Esta decisión fue luego reversada en la apelación ante la Corte Suprema de Estados Unidos como caso Hall vs. Decuir 95 U.S. 485 (1877).

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en Alabama. Al abandonar la ruda política de la Luisiana de la Reconstrucción para tratar de establecerse como fabricante y comerciante de cigarros en Alabama, Edouard Tinchant también parece haber dejado atrás por un tiempo un elemento de su identidad pública. De acuerdo con documentos de un censo, parece que cuando el comerciante de cigarros Edouard Tinchant y su esposa fueron empadronados en Mobile, en 1870, el empadronador los contó como blancos48. Durante los siguientes seis años Edouard Tinchant desarrolló una modesta pero exitosa manufacturera de cigarros en Mobile. Para 1877 la Reconstrucción formal había finalizado, y casi todas las tropas de la Unión habían sido retiradas del Sur. El experimento nacional en democracia interracial llegaba a su fin y el clamor por la igualdad de “derechos públicos” desapareció del lugar que había tenido por poco tiempo en la plataforma del Partido Republicano nacional. A pesar de su éxito económico, Edouard Tinchant cerró sus negocios en Mobile y atravesó el Atlántico de regreso a Bélgica, donde sus hermanos Joseph y Ernest estaban dedicados a construir fábricas en Amberes y sus alrededores49. De ahí en adelante, Edouard Tinchant siguió desde la distancia los eventos del Sur de Estados Unidos, quizás por medio de los periódicos europeos y por correspondencia con sus familiares y amigos que todavía estaban en Nueva Orleans. Por otro lado, durante 1891-1896, la idea de la igualdad de derechos públicos fue activamente renovada en una serie de luchas que se iniciaron en Luisiana. En respuesta a la intención de la legislatura estatal de imponer la segregación forzada en todos los vagones ferroviarios, un Comité de Ciudadanos liderado por el notario Louis Martinet y el vendedor de cigarros Rodolphe Desdunes empleó argumentos anticasta para tratar de insistir, una vez más, en el tratamiento igualitario en la esfera pública. Sin embargo, la campaña fue obligada a dar marcha atrás, por la famosa decisión de la Corte Suprema federal de 1896 en el caso Plessy vs. Ferguson, decisión que permitió que la legislatura de Luisiana obligara a los pasajeros de las ferrovías a ser distribuidos, dependiendo de su color, en vagones que fuesen “iguales pero separados”. Dos años después, la legislatura de Luisiana, dominada por supremacistas

48 Ver las entradas para Edward y Louisa Tinchant en usna, Microcopia m593, rollo 31, 1870 U.S. Federal Census, Alabama, Mobile, Dwelling 1310, Ward 7. Parece posible, sin embargo, que su identidad social haya sido la de criollo, un término que en Mobile, por lo general, implicaba antepasados mezclados, aunque sin las asociaciones políticas radicales que usualmente conllevaba en Nueva Orleans. 49 Su carrera como cigarrero puede seguirse a través de los reportes de la entidad crediticia R. G. Dun and Company de Mobile (Alabama), 1868-1877, localizados en la Baker Library de la Universidad de Harvard. Sobre el cambiante contenido de la plataforma del Partido Republicano, ver Official Proceedings of the National Republican Conventions of 1868, 1872, 1876 and 1880 (Minneapolis: Charles W. Johnson, 1903). Dibujos detallados de las fábricas de sus hermanos, construidas en 1876, pueden hallarse en los archivos de Ernest Tinchant y José Tinchant y Gonzales & Co., en Provinciearchief-Provincie Antwerpen, Amberes-Bélgica, Hinderlijke inrichtingen (Empresas peligrosas).

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blancos, promulgó una nueva Constitución, que le negaba el voto a prácticamente la totalidad de los hombres de color. Casi todo aquello por lo que Edouard Tinchant se había esforzado en la década de 1860 había sido derrotado en el lado estadounidense del golfo de México50. Al otro lado del Golfo, sin embargo, los revolucionarios cubanos y la marina estadounidense habían logrado finalmente romper el dominio colonial de España sobre Cuba. A pesar de la ocupación militar de la isla por una fuerza estadounidense, el general Máximo Gómez aparecía entonces como un emblema de la lucha transcaribeña y transatlántica por la independencia cubana. En ese momento, Edouard Tinchant volvió su atención hacia Cuba y rememoró tanto su apoyo a la causa cubana, cuando había vivido en Nueva Orleans y Mobile, como su propia historia de activista por la igualdad de derechos51.

De esta forma, regresamos pues a la carta de 1899, que a su vez narra los orígenes de la familia en Saint-Domingue un siglo antes. La historia de estas tres generaciones de los Vincent y Tinchant sugiere algunas de las múltiples dimensiones de la búsqueda transnacional de la ciudadanía y los derechos públicos, e ilumina las redes de sociabilidad que le dieron sustento. La trayectoria atlántica de la familia otorgó a sus miembros la experiencia de disfrutar de la igualdad de derechos públicos en algunas locaciones, mientras que también sufrieron momentos de afrenta e irrespeto en otras. Esta combinación sirvió para estimular el activismo, y, en el caso del joven Edouard Tinchant, fueron los debates de la década de 1860 en Luisiana los que desarrollaron su credo político. En apariencia habilitado para cruzar las fronteras del color si así lo quisiese, hacia 1864 Edouard Tinchant había afirmado una identidad pública como hombre de color y se identificaba a sí mismo como un “hijo de África” al hacer visible su posición radical en favor de la igualdad52. Edouard Tinchant era un portador de ideas, en el sentido más específico: llevó consigo sus habilidades retóricas, sus experiencias familiares y su manera de nombrar las cosas al atravesar y volver a atravesar el Atlántico. Aún más, sus padres le habían enseñado a reivindicar su ancestro haitiano, y en las expresiones que la carta de Edouard le atribuye a su padre —el rechazo de

50 Keith Weldon Medley, We as Freemen: Plessy v. Ferguson (Gretna: Pelican Publishing, 2003); Rebecca J. Scott, “Public Rights, Social Equality”, 777-804; Joseph Logsdon y Lawrence Powell, “Rodolphe Desdunes: Forgotten Organizer of the Plessy Protest”, en Sunbelt Revolution: The Historical Progression of the Civil Rights Struggle in the Gulf South, 1866-2000, ed. Sam Hyde (Gainesville: University Press of Florida, 2003), 42-70. 51 Para discusiones sobre el tema de la raza y las luchas del período 1895-1899, Ada Ferrer, Insurgent Cuba: Race, Nation, and Revolution (Chapel Hill: University of North Carolina Press, 1999), y Rebecca J. Scott, Degrees of Freedom: Louisiana and Cuba after Slavery (Cambridge: Harvard University Press, 2005). 52 En el artículo del 21 de julio de 1864, en el Tribune, Tinchant escribió: “Nosotros, miembros de la población de color e hijos de África, levantamos nuestras voces para protestar”. El pronombre “nosotros” (nous) era un sustituto retórico de “Yo”, usado en francés formal.

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“leyes infames” y los “prejuicios estúpidos”— resuenan las palabras empleadas durante 1791 por los hombres libres de color en Mirebalais (Saint-Domingue), cuyo “Concordat” con los colonos blancos obligó a éstos a reconocerles sus “derechos violados y mal interpretados” y a repudiar “el avance de una forma de prejuicio ridícula”53. Los académicos ya están acostumbrados a ver las aboliciones de la esclavitud que comenzaron en Saint-Domingue a fines del siglo xviii como procesos que reflejan una compleja interacción transatlántica. Los especialistas en el radicalismo del siglo xx han propuesto un argumento similar sobre las conexiones entre el Caribe y Norteamérica continental54. La carta de

Edouard Tinchant a Máximo Gómez, con aquel autorretrato del mercader de cigarros como un joven radical, sugiere que el asediado pero resistente pensamiento antirracista y contra el sistema de “castas” de las últimas décadas del siglo xix compartía esta característica. Lo que desde una perspectiva de Estados Unidos parece ser un legado “emancipatorio” de la Guerra Civil que desaparece con celeridad puede verse también entonces como el filamento de un antirracismo atlántico y caribeño en evolución. Desde la perspectiva de Nueva Orleans y La Habana, el reto de Homer Plessy a la segregación forzada en las ferrovías de Luisiana a finales de siglo parece menos quijotesco y más integralmente vinculado tanto con las ya viejas demandas de derechos públicos en Nueva Orleans como con aquellas convicciones que obtuvieron fuerza de sucesos en Haití, Francia y Cuba55. No es posible terminar sin prestar atención a la suerte corrida por la solicitud que Edouard Tinchant hiciera a Gómez en su misiva de 1899. Al menos durante medio siglo la lógica del negocio del tabaco, junto con los cambiantes ideales políticos y las aspiraciones sociales, habían repelido y atraído a varios Tinchant de un lugar a otro. Los hermanos Ernest y Jules desarrollaron grandes fábricas de cigarros, y hacia la década de 1890, los timbres del papel empleado por sus compañías —en los cuales figuraban imponentes edificios en Bélgica y Holanda, al igual que una tienda en Cuba— alardeaban de su abundancia y riquezas. El hermano Joseph, quien regresó a Amberes después de sus años en Nueva Orleans

53 Laurent Dubois, Avengers of the New World: The Story of the Haitian Revolution (Cambridge: Harvard University Press, 2004), 80-88 y 119-20; John D. Garrigus, Before Haiti: Race and Citizenship in French Saint-Domingue (Nueva York: Palgrave Macmillan, 2006).

54 Ver Laurent Dubois, Avengers, y Winston James, Holding Aloft the Banner of Ethiopia: Caribbean Radicalism in Early Twentieth-century America (Londres: Verso, 1998).

55 David W. Blight, Race and Reunion: The Civil War in American Memory (Cambridge: Harvard University Press, 2001). Para evidencia acerca de la participación cubana en el reto del caso Plessy, ver las intervenciones de Ramón Pagès documentadas en Louis A. Martinet, The Violation of a Constitutional Right (New Orleans: Crusader Print, 1893), y la discusión sobre las mismas en Rebecca J. Scott, “The Atlantic World and the Road to Plessy v. Ferguson”, The Journal of American History 94: 3 (2007): 726-733.

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y Veracruz, encontró la forma de amalgamar el legado mezclado y caribeño de la familia como parte de una imagen latinoamericana, al tomar prestado el apellido de su esposa y ataviarse como Don José Tinchant y Gonzales. En la práctica, hacia finales del siglo xix los Tinchant habían finalmente alcanzado cierta ciudadanía comercial entre la comunidad mercantil de Amberes56. La carta de Edouard Tinchant incluía copia de prueba de una potencial marquilla de cigarro que él esperaba contaría con la aprobación de Gómez. Asociar los cigarros Tinchant con el héroe de la independencia cubana era una jugada con una fuerte racionalidad comercial. El origen cubano de los cigarros era una especie de sello de alta calidad, y si el nombre de la compañía Maison Américaine les recordaba los trópicos ultramarinos a los compradores, una imagen de Cuba podía servir como un potenciador subliminal de la calidad percibida, particularmente porque la mayoría de los cigarros Tinchant eran, en realidad, hechos con tabaco mexicano, y no cubano. Pero sucede que Gómez tenía la costumbre de rechazar este tipo de propuestas comerciales y no quería que su retrato engalanase una línea de cigarros belgas. En la parte inferior de la carta se puede observar una pálida nota a lápiz hecha por Gómez, en la cual éste instruye a su secretaria para que responda a Tinchant rechazando la solicitud, aunque con “frases corteses”57.

Con todo, al escribir a Gómez, Edouard Tinchant había vuelto su mirada a través del Atlántico y hacia el Caribe, no sólo en busca de una estrategia comercial, sino también de una encarnación de sus propios principios contra cualquier sistema de “castas”. Treinta y cinco años antes Luisiana había extendido la promesa de una sociedad que sería refundada sobre el principio de garantizar la igualdad de derechos —civiles, políticos y públicos—, y el joven Edouard en persona había hecho su contribución a esa lucha. Con el colapso de la Reconstrucción al final de la década de1870, él había abandonado el Sur de Estados Unidos y regresado a Europa, pero la red de intereses, parentesco, proveedores y clientes de los Tinchant sostuvo un alcance circumatlántico en su imaginación. Hacia los últimos años del siglo xix, el antirracismo riguroso representado por Antonio Maceo, José Martí y Máximo

56 Gonzales era el apellido de Stéphanie, la esposa de Joseph, nacida en Luisiana. El coleccionista Gerard Von Ejk amablemente facilitó a esta investigación la copia de una litografía de una caja de cigarros que muestra a “Don José” contra un telón de fondo que parece representar el puerto de La Habana; Philippe Struyf, descendiente de Joseph Tinchant, posee imágenes similares. Ver además el impresionante inventario de las pertenencias de la casa de Joseph y Stéphanie, en Amberes, en el momento de la muerte de ella: Inventaire, 17 de marzo de 1894, Rijksarchief Te Antwerpen, Amberes-Bélgica, Notariaat 12426, vol. 35 (1894, enero-abril), Notario Emile Deckers, Protocolo 86. Siempre cosmopolita, Joseph Tinchant mantenía un mappemonde en su habitación, y un juego de la Revue des Deux Mondes en su biblioteca.

57 “Edouard Tinchant a Máximo Gómez”, sig. 3868/4161. La copia de prueba de la marquilla, sin embargo, se perdió.

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Gómez en Cuba contrastaba nítidamente con el panorama desalentador de las ideologías raciales dominantes en Europa y Estados Unidos58. Así, al lado de los miles de cubanos que habían depositado sus esperanzas de derechos, recursos y respeto en la guerra de la independencia cubana, tenemos a un envejecido comerciante de Amberes. Él le escribió a Gómez, a quien nunca había conocido, para presentarse como otro compañero de principios caribeño. Propuso llevar un fragmento de la lucha cubana a Europa, en la forma de una imagen que ceñía un cigarro, para identificar lo que le aseguró a Gómez habría de ser “una marca de mis mejores artículos”.

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58 Sobre el pensamiento de Gómez y los activistas cubanos en general, ver Ada Ferrer, Insurgent Cuba, epílogo y caps. 6 y 7; Jorge Ibarra, Ideología mambisa (La Habana: Instituto Cubano del Libro, 1972), y Fernando Martínez Heredia, “El problemático nacionalismo de la primera república”, en Historia y memoria: sociedad, cultura, y vida cotidiana en Cuba, 1878-1917, eds. Fernando Coronil y José Amador (La Habana: Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello/University of Michigan, 2003), 281-299. Los primeros años del siglo xx serían en Cuba escenario de discordias continuas sobre cuestiones de sufragio, cultura y derechos públicos. Ver Alejandra Bronfman, Measures of Equality (Chapel Hill: University of North Carolina Press, 2004), y Rebecca J. Scott, Degrees, caps. 7 y 8.

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Reseñas Vanegas Useche, Isidro. Todas son iguales. Estudios sobre la democracia en Colombia. Bogotá: Universidad Externado de Colombia, 2011, 437 pp. doi: 10.7440/histcrit49.2013.11

Edwin Cruz Rodríguez

Candidato a Doctor en Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Colombia (Bogotá, Colombia). Miembro del grupo de investigación Teoría Política Contemporánea (Categoría A1 en Colciencias). ecruzr@unal.edu.co

Con este título Isidro Vanegas, Doctor en Historia e investigador del Centro de Estudios en Historia de la Universidad Externado de Colombia, presenta nueve ensayos sobre la historia de la democracia colombiana. Desde una “historia filosófica de lo político”, cuestiona la presunción de que la democracia colombiana es un caso singular, fracasado o desviado, e insiste en un enfoque comparativo para superar el provincianismo y asumir que la democracia colombiana tiene más en común de lo que se cree con democracias consideradas modelos, como Francia y Estados Unidos. Los ensayos, sustentados en un cuidadoso despliegue de fuentes primarias, abarcan el período republicano e indagan sobre las dificultades para pensar la historia del país como historia de la democracia; la transición del régimen monárquico al democrático después de la Revolución de 1810; la resolución del dilema entre gobierno democrático y monarquía; la opinión pública entre fines del siglo xviii y mediados del xx, “el lugar de la palabra en la democracia colombiana”; y la relación entre prensa y representación política en las primeras décadas del siglo xx. Finalmente, problematizan en la construcción del relato sobre la “violencia constitutiva” en el período de la hegemonía conservadora, la historiografía sobre el liberalismo y el desencuentro de la izquierda con la democracia. Los argumentos se desenvuelven en una “historia problema” (p. 14) que ofrece explicaciones, más que agotarse en la descripción. Evidencian un esfuerzo por franquear los obstáculos para pensar la democracia colombiana, empezando por la “obviedad del fracaso de la nación”, la obstinación por comprender “algún tipo de déficit respecto a un modelo no explicitado” (p. 29). Pero además controvierten lugares comunes. El autor propone, por ejemplo, una lectura de la “hegemonía conservadora” distinta a la “interpretación sectaria” de los liberales. Con este objetivo demuestra que, entre 1900 y 1930, la libertad de prensa fue reconocida por eminentes figuras liberales —aunque no se dio de la misma manera con la prensa socialista—, gracias al auge adquirido por los periódicos en función de la representación política y la articulación de la ciudadanía. Igualmente, cuestiona el relato de “fatalidad retrospectiva de la violencia” (p. 271), que anularía la democracia entre 1930 y 1946. La violencia fue usada para incidir en la voluntad popular, pero no fue un recurso sistemático ni centralizado por parte de los gobiernos conservadores. De ahí que se llame la atención sobre la necesidad de superar el

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enfoque “sociologizante” de la política y la representación: “suponer que las luchas políticas se explican por contraposición entre agrupamientos sociales constituidos con anterioridad, como las clases, y que los partidos representan sus intereses, para centrar la mirada en cómo intereses y actores se constituyen en las luchas” (p. 349). No obstante, el libro plantea aspectos discutibles. Uno de ellos está relacionado con el enfoque teórico y metodológico. Vanegas crítica las perspectivas que asumen un “canon implícito de lo que debe ser entendido por democracia, con el cual se mira la historia colombiana para dictaminar que una y otra no se avienen” (p. 11). Una “aproximación politológica” que impide la comprensión de la historia al remitir las experiencias del pasado “a la categoría de lo anómalo” (p. 12). Superar esa perspectiva, anacrónica y normativa, implicaría abandonar los cánones e indagar acerca del significado que los actores de la historia colombiana confirieron a la democracia en sus propios términos. En su lugar, retomando la concepción de Claude Lefort, enuncia lo que debería ser entendido por democracia: “una forma particular de constitución, donde el poder, estando fundado en el pueblo soberano, resulta imposible de encarnar por quien quiera que sea portador de esa pretensión, quedando librada la sociedad a una indeterminación incesante” (p. 12). En otras palabras, establece otro canon para interrogar la historia, que coincide con la democracia liberal representativa. Ahora bien, investigar a partir de un significado establecido de democracia puede llevar al anacronismo e impedir captar la pluralidad de significados que los actores le otorgan. El concepto lefortiano le permite al autor afirmar: “se puede hablar de democracia en Colombia desde el momento en que el soberano español deja de ser la figura a partir de la cual se organiza la sociedad” (p. 13). Así, Vanegas asume que la democracia puede ser entendida como toda forma de gobierno distinta a la monarquía, sin ahondar en los múltiples significados que poseía cuando se dio la Independencia, particularmente su diferencia con la noción de República. El autor señala que democracia no fue un término usual en las primeras décadas del siglo xix; más bien aludía a “democracia directa”, ligada a anarquía, por lo que se prefería la noción de República (p. 111). Pero afirma que posteriormente se usaron indistintamente “gobierno popular y representativo, popular representativo o simplemente representativo”, refiriéndose a “gobierno democrático” (p. 115). Desconoce así que si bien desde la perspectiva lefortiana estos significantes están referidos a la democracia y pueden coincidir con su significado actual, no necesariamente puede aplicarse este término a principios del siglo xix. Autores como Jaime Urueña Cervera sostienen que en este período existe una concepción de república que es distinta de monarquía pero no necesariamente sinónimo de democracia1.

1 Jaime Urueña Cervera, Bolívar republicano (Bogotá: Ediciones Aurora, 2004).

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Reseñas

De hecho, el autor da pistas para pensar esa diferencia entre república y democracia cuando muestra el temor a la anarquía que podía generar la democracia en republicanos como Antonio Nariño y Simón Bolívar (p. 124). Los manuales de derecho constitucional de la época permiten inferir que esa distinción se prolongó por algunas décadas. Para José Rafael Mosquera, democracia significa la autoridad en manos de todo el pueblo, de ahí que “en su riguroso significado, ni ha existido ni es posible la existencia de un gobierno democrático”, pues de ser así “el gobierno habría, por el mismo hecho, dejado de existir, sustituyéndosele la más desordenada confusión y completa anarquía”2. Según Antonio del Real, “la anarquía parece ser la consecuencia más natural de la pura democracia”3. En este mismo

sentido, para Cerbeleón Pinzón el gobierno democrático era “aquel en que el pueblo entero ejerce por sí mismo el poder soberano de sus tres ramos”, y la mejor forma de gobierno, el “más apropiado para hacer el mayor bien de todos”, era republicano y mixto, “constitucional, popular representativo, alternativo, electivo y responsable”4. En conclusión, y contrario a lo que supone el concepto lefortiano, no todo lo opuesto a monarquía se entendía como democrático. Esta problemática no sólo tiene implicaciones en la aproximación al período fundacional de la democracia. Cuando examina el “desencuentro” de la izquierda con la democracia, el autor propone “indagar en torno al significado que la democracia ha tenido para la izquierda, indagar cómo la ha entendido y ha participado en ella” (p. 383). Ello implicaría necesariamente analizar cómo los actores de izquierda atribuyen diversos significados a la democracia. En vez de eso, estos ensayos muestran una historia del desencuentro entre izquierda y democracia, tomando como canon el concepto de democracia liberal. La conclusión es evidente: salvo los “izquierdistas” de las primeras décadas, cuyo ideario era un “republicanismo popular”, la izquierda no suscribe elementos centrales de la concepción liberal de democracia, ya que es reticente “a asumir lo que hay de irrenunciable en la democracia liberal” (p. 370). Se desconocen así los significados que los actores de izquierda asignaron a la democracia. Aún más, al afirmar que sus organizaciones son “partidos totalitarios” (pp. 397, 421) orientados a la eliminación de sus enemigos (p. 411) se olvida que, como lo mostró la violencia bipartidista, la concepción de la política como disputa entre amigos y enemigos absolutos no es exclusiva de la izquierda, sino que está enraizada en la cultura política colombiana.

2 José Rafael Mosquera, “Nociones de derecho Constitucional”, en Carlos Restrepo Piedrahíta, comp., Documentos para la historia del constitucionalismo colombiano No. 4 (Bogotá: Universidad Externado de Colombia, 2003), 39.

3 Antonio del Real, “Elementos de derecho constitucional seguidos de un examen crítico de la Constitución neogranadina”, en Carlos Restrepo Piedrahíta, comp., Documentos para la historia del constitucionalismo colombiano No. 5 (Bogotá: Universidad Externado de Colombia, 2005 [1839]), 266. 4 Cerbeleón Pinzón, Tratado de ciencia constitucional, t. i (Bogotá: Academia Colombiana de Jurisprudencia, 2006 [1839]), 55 y xxxv. Énfasis en el original.

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Otra crítica a la izquierda es su “riesgosa ilusión de una democracia verdadera”. Desde la perspectiva lefortiana, no puede existir democracia verdadera, ya que ello supondría llenar el espacio vacío del poder y acabar con la incertidumbre que la caracteriza. Sin embargo, ello no implica que los actores en disputa carezcan de un proyecto de democracia que conciban como verdadero. En otras palabras, esa misma crítica podría hacerse a liberales y conservadores, a menos que convengamos en que defendieron una “falsa democracia”. En este punto, el autor tiende a perder objetividad y a inscribirse en las mismas posiciones que cuestiona, es decir, busca señalar cuál es la democracia verdadera: la democracia liberal que la izquierda no comparte. Soslaya que los significantes de democracia, libertad e igualdad tienen otros significados en los discursos de la izquierda, y que la incertidumbre de la democracia se refiere también a la imposibilidad de fijarle un significado unívoco o definitivo. La argumentación, aunque con características distintas, es similar a los discursos izquierdistas que analizaron la democracia colombiana como “oligárquica” o “formal” porque, entre otras cosas, en su lectura no favorecía la igualdad en el terreno socioeconómico, que concebían como necesaria para la participación en lo público. Por tanto, ambas posiciones parten del supuesto de que existe un canon, un concepto verdadero de democracia. Asumir un concepto de democracia a priori, al margen de los significados que le confieren los actores, no sólo conlleva el riesgo del anacronismo, sino también suponer que el significado de la democracia no cambia en el tiempo. Implica asumir que el horizonte normativo que guió los proyectos de los actores fue la democracia liberal, y allí deberían llegar necesariamente, e impide responder, por ejemplo, cuándo y de qué manera se produce la sinonimia entre república y democracia vigente al día de hoy. En buena parte, estos problemas se presentan porque la “historia filosófica de lo político”, como es planteada, excluye la política. No se pregunta por la política y la lucha por el poder, sino por lo político: “la forma como se instituye y se escenifica el vínculo social en su relación primordial con el poder” (p. 12). Esta perspectiva implica analizar la experiencia de la democracia colombiana desde un significado filosófico ahistórico y externo a las luchas entre distintos actores por darle un significado o llenar el espacio vacío del poder. Así, pues, se olvida que la política es una variable importante en el momento de explicar los cambios en el significado de la democracia, o que su significado ha cambiado a lo largo de la historia colombiana en función de las disputas y los intereses de distintos actores. Las apreciaciones expuestas no pretenden opacar la importancia de los ensayos, son más bien producto de una lectura que atendió a la seriedad con que Isidro Vanegas asume el reto de pensar la historia de la democracia en Colombia. Este libro desarrolla a cabalidad este objetivo. Sin embargo, comprender esa historia exige superar la discusión entre la afirmación y la negación de la existencia de la democracia en Colombia. Ambas perspectivas están en el centro de las disputas por el significado de la democracia y, por tanto, de la forma como la hemos experimentado. En consecuencia, la comprensión de la historia de la democracia no puede desligarse del estudio de esas disputas.

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Rueda Enciso, José Eduardo y Elías Gómez Contreras. La república liberal decimonónica en Cundinamarca, 1849-1886. Aspectos políticos y administrativos. Bogotá: Escuela Superior de Administración Pública, 2010, 535 pp. doi: 10.7440/histcrit49.2013.12

Renzo Ramírez Bacca

Profesor Titular adscrito a la Facultad de Ciencias Humanas y Económicas de la Universidad Nacional de Colombia (Medellín, Colombia). Doctor en Historia de la University of Gothenburg (Gotemburgo, Suecia), y miembro del Grupo de Investigación Historia, Trabajo, Sociedad y Cultura (Categoría A1 en Colciencias). rramirezb@unal.edu.co

La república liberal decimonónica en Cundinamarca, 1849-1886. Aspectos políticos y administrativos es el resultado de la investigación elaborada por José Eduardo Rueda Enciso, en coautoría con Elías Gómez Contreras. Es un texto enfocado hacia una historia institucional y política, en donde el contexto de lo regional y nacional se transfigura a luz de procesos históricos, político-administrativos, y configuraciones de la territorialidad cundinamarquesa apenas develados en la historiografía colombiana. Los autores parten de la contextualización política nacional y analizan la transición de la Nueva Granada a la Confederación Neogranadina y a los Estados Unidos de Colombia (pp. 2582). Los ciclos reformistas, las crisis políticas, las guerras civiles, los marcos institucionales de los gobiernos nacionales (Tomás Cipriano de Mosquera y Manuel Murillo Toro), el papel de los radicales y los independientes son tratados en su conjunto. La hipótesis de Rueda Enciso y Gómez Contreras, ya bien conocida, es reafirmar que “desde 1849 y hasta la aprobación de la Constitución de 1886, Colombia experimentó un amplio conjunto de reformas políticas, económicas y sociales promovidas por el liberalismo, que a pesar de sus divisiones internas, logró mantenerse como fuerza política dominante en el Estado nacional” (p. 28). Los autores se apoyan en un buen número de fuentes secundarias para describir y ofrecer su comprensión de una prolija información empírica que por momentos se contrasta con fuentes periodísticas y autores del período estudiado, como Salvador Camacho Roldán, José Manuel Restrepo, entre otros. La Configuración y División Política-Administrativa de Cundinamarca es el modo de aproximación a lo regional, pero revisando la configuración cambiante de su territorialidad desde amplios antecedentes históricos (pp. 83-176). Así, analizan su pre-historia (precolombina y colonial), para abordar el siglo xix y sus distintos procesos históricos y económicos, y, de este modo, estudiar los fenómenos de la colonización de tierras baldías, la experimentación agroindustrial (explotación de quinas, tabaco, caucho, cacao y café) y el poblamiento. Puede señalarse que es una exposición del contexto histórico regional, donde se deja una síntesis e interpretación sobre el desarrollo económico, territorial y demográfico cundinamarqués, que no excluye sus

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fronteras: el altiplano cundiboyacense, el Occidente, el Nororiente, Sumapaz, los Llanos y las zonas inscritas de los resguardos indígenas y de ascendencia Muisca y Panche. La parte central de la obra es el análisis sobre el Funcionamiento Estatal (pp. 177-250). Teniendo en cuenta el marco temporal escogido, los autores estudian las distintas concepciones de Estado que se tenían en la época y el funcionamiento de los tres poderes (Ejecutivo, Legislativo y Judicial). Se apoyan en las constituciones de 1853, 1863, y las del Estado Federal de Cundinamarca de 1862, 1863, 1865, 1867 y 1870, y además, en compilaciones de leyes republicanas (la Recopilación Granadina y la Recopilación de Leyes de Cundinamarca), diarios oficiales y algunos retratos literarios contemporáneos de sus actores, entre otros documentos primarios. Es valioso el aporte sobre el Sistema Fiscal radical, su organización, las rentas y otras fuentes de la institución; además de realizarse con una mirada crítica sobre sus dificultades y vicisitudes. Estudiar al Estado implica abordar otras instituciones como la Policía y el Ejército, que, en este caso, se interpretan a partir de los antecedentes de su instrucción y organización (propuestos desde tiempos coloniales por Jerónimo Castillo de Bobadilla, y los posteriores de Jakob Friedrich Bielfeld, Charles-Jean Baptiste Bonnin, Florentino González y Cerbeleón Pinzón), con un relato apoyado en fuentes primarias, que permiten comprender las limitaciones y las ideas negativas que existían de su funcionamiento. Para Rueda Enciso y Gómez Contreras es evidente que un cúmulo de factores permite tal percepción por parte de los ciudadanos de la época; e incluyen, por ejemplo, desde la falta de organización, pasando por la desatención de los alcaldes, hasta su escasa neutralidad en medio de las contiendas políticas (p. 238). Respecto del Ejército, los autores también relatan las medidas relacionadas con su reducción y profesionalización en la Provincia de Bogotá, su conformación, modo de organización, y también la percepción negativa que se tenía, debido a su frecuente participación en las elecciones, el reclutamiento forzado y los intereses partidistas que primaron en la dirección del Ejército (p. 250). En un período tan complejo, estudiar al Estado sin contemplar los programas de gobierno implicaría un vacío respecto a una apropiada interpretación histórica. Sabemos que los distintos proyectos que los gobiernos radicales lideraron, por una parte, los constituyen programas relacionados con la infraestructura vial y su mejoramiento, uno de los pilares que soportaban su concepción librecambista y la base del “progreso”; y por otra, proyectos relacionados con la modernización y el fortalecimiento de la Instrucción Pública, otro pilar de la formación ciudadana y laica liberal. Rueda Enciso y Gómez Contreras hacen un balance sobre la infraestructura existente y su transformación teniendo como referentes los marcos cronológicos y político-administrativos que permitieron las fases de la dominada Provincia de Bogotá, el Estado Federal y el Estado Soberano de Cundinamarca. En ellos están explícitas las concepciones de gobierno en materia de caminos, los proyectos que se aprobaron, las experiencias de sus Juntas Administradoras en materia de caminos nacionales, sin excluir las experiencias en los proyectos

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de navegación fluvial y el uso de vapores nacionales y transatlánticos, y los proyectos de vías férreas para la implementación del ferrocarril, que, según los autores, es “el máximo símbolo del progreso en el siglo xix” (p. 286). El otro aspecto importante que colmó la atención de los gobiernos radicales fue la Educación; el cómo se implementó y su impacto en Cundinamarca, así como la secuencia de los decretos y ordenanzas legales en función del fomento, calidad y financiamiento de la Instrucción Pública, son analizados con la hermenéutica que permiten las fuentes de información primaria. Los autores también analizan el impacto de los distintos énfasis, en especial la enseñanza popular, la instrucción de la mujer y la preparación de los futuros preceptos. Ambos concluyen que sólo el énfasis en la instrucción de la mujer fue el que dio verdaderos resultados (p. 311). Los intentos en torno a la configuración de un sistema único nacional de educación pública primaria, su administración e inspección, son analizados en detalle, a modo de antecedente para abordar el caso cundinamarqués y, concretamente, bogotano, donde los niveles de asistencia escolar tan sólo llegaban a un 40% del total de la población infante (p. 339), un porcentaje inferior en los otros departamentos del Estado Soberano, que hasta cierto punto se explica, según los autores, por la “[…] apatía y desconfianza a las medidas emprendidas desde el Estado, sumado a la poca utilidad práctica que solían encontrar en la instrucción recibida en las escuelas, y al poder de influencia de la Iglesia católica que se oponía a la reforma” (p. 340). La última parte del libro trata sobre “la política en Cundinamarca entre 1849 y 1886” (pp. 359-456), que parte de una reflexión sobre los idearios liberal y conservador, y se engloba de modo cronológico en distintos gobiernos, que no pueden ser excluidos, para tratar a los reales actores históricos —presidentes y gobernadores— que construyeron esta historia institucional y política. Me refiero a los aspectos políticos, conflictos y disputas relacionados con los poderes y gobiernos de Tomás Cipriano de Mosquera, Mariano Ospina Rodríguez, José María Melo, Pedro Alcántara Herrán, Manuel Murillo Toro, Justo Briseño, Pedro Gutiérrez Lee, José Mario Malo Blanco, Santos Gutiérrez Prieto, Daniel Aldana Cárdenas, Ignacio Gutiérrez Vergara y Rafael Núñez, entre otros; así como al papel del “sapismo” (un círculo político del liberalismo integrado por intermediarios políticos de los pueblos de la Sabana y del nororiente de Cundinamarca) alrededor de Tomás Cipriano de Mosquera, Santos Gutiérrez Prieto y Daniel Aldana Cárdenas, los conservadores, los radicales y los “independientes” en el poder de Cundinamarca. En este enfoque se mezclan aspectos propios de la política local, regional y nacional, golpes de Estado y guerras civiles que de cierto modo vivió el país. La obra es una comprensión y síntesis de uno de los períodos más complejos de la historia política e institucional colombiana, impresa en 535 páginas, con el respaldo institucional de la Escuela Superior de Administración Pública. Es un referente importante para futuras investigaciones porque, además de la particularidad del caso cundinamarqués y bogotano, los autores deslindan y trascienden

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la complejidad de los procesos en los distintos ámbitos locales, regionales y nacionales. El resultado también representa un aporte significativo a la historia decimonónica colombiana y un complemento a los diferentes estudios de caso provinciales que puedan surgir en los próximos años. De hecho, el texto tiene varios antecedentes, presentados por Helen Delpar, Malcolm Deas, Marco Palacios, James Williams Park y Roberto Velandia, sin desconocer que en el marco regional cundinamarqués varios investigadores como Mauricio Betancourt, Fredéric Martínez, Michel Jiménez, Jorge Iván Marín, Fernando Mayorga, Néstor Raúl Pinilla y Patricia Pinzón de Lewin también ofrecen aportes sobre tópicos que van desde las historias locales de algunos municipios y haciendas, pasando por las guerras civiles y la vida política, hasta el tratamiento del tema del Estado y las elecciones en la región objeto de estudio. Recordemos, de igual modo, que otros autores como Alonso Valencia Llano, Armando Martínez Garnica y Luis Javier Ortiz también han liderado investigaciones para tratar los casos de Cauca, Santander y Antioquia. Por último, Rueda Enciso y Gómez Contreras crearon un buen estilo de escritura, riguroso en cuanto al uso de la información y las técnicas propias de la disciplina histórica. Sus fuentes son el principal soporte de la obra, y de allí el carácter inédito y empírico. Algunas son impresas y otras son oficiales y periodísticas. Es evidente que se trata de una lectura obligada para futuros proyectos de investigación que pretendan abordar la historia institucional y liberal colombiana de la segunda mitad del siglo xix.

Pérez Benavides, Amada Carolina y Max S. Hering Torres, editores. Historia cultural desde Colombia. Categorías y debates. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia/ Pontificia Universidad Javeriana/Universidad de los Andes, 2012, 520 pp. doi:10.7440/histcrit49.2013.13

Lucía Duque Muñoz

Profesora Asistente del Departamento de Historia de la Universidad Nacional de Colombia (Bogotá, Colombia). Doctora en Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Toulouse II-Le Mirail (Toulouse, Francia) y miembro del grupo de investigación Estudios sobre la problemática urbano-regional de Colombia (Categoría C en Colciencias). lduquemu@unal.edu.co

Hace quince años un reconocido investigador colombiano presentó una ponencia bastante polémica en el Congreso Nacional de Historia, en la cual hizo referencia a las que él llamó las profundas perplejidades e inquietudes de la disciplina en ese momento: desde su perspectiva, la irrupción para entonces reciente de perspectivas como las de la nueva historia cultural conducía, a manera de fuerza centrífuga, a un extravío o fragmentación del conocimiento histórico en el país. Según la opinión de Jesús Antonio Bejarano, autor de dicha comunicación, los intereses

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de la historiografía estaban yendo del sótano —metáfora de las grandes y sólidas estructuras socioeconómicas de la larga duración— al desván de las sutilezas y las trivialidades. Había algo que conspiraba contra la matriz de la historiografía colombiana en el cultivo de las corrientes que se basaban en conceptos como imaginarios, mentalidades y representaciones. En sus palabras, “la sustitución de paradigmas ha implicado como consecuencia la fragmentación y la dispersión de los estudios históricos, la disolución del núcleo de la historiografía, es decir la disolución del propósito de la reconstrucción del pasado cuyo resultado principal es la pérdida de identidad de la historia como disciplina”1. Con su artículo, se planteaba una especie de dualidad casi irreconciliable

entre las corrientes socioeconómicas y las vertientes culturales de la historiografía, asociando estas últimas a algo que por entonces empezó a llamarse “posmodernismo”, categoría que, por cierto, no es predominante en el libro editado por los profesores Amada Carolina Pérez y Max S. Hering, y sobre la cual se hacen apenas cuatro menciones en sus más de 500 páginas. Las afirmaciones de Bejarano dieron origen a uno de los debates historiográficos de mayor relieve en la coyuntura del cambio del siglo xx al xxi en el país, un debate necesario que generó varias respuestas, mucho más analíticas y matizadas, por parte de historiadores como el profesor Mauricio Archila, quien escribió un artículo titulado “¿Es aún posible la búsqueda de la verdad? Notas sobre la (nueva) historia cultural”2. O bien, otro conocido ensayo de Jorge Orlando Melo llamado “De la Nueva Historia a la historia fragmentada: la producción histórica colombiana en la última década del siglo”, dentro de cuyas conclusiones se señalaba, así mismo, que “el estudio de las ‘mentalidades’ y los ‘imaginarios’ (preferibles a ideas o representaciones), las maneras de la mesa o el vestido, de los rituales, las imágenes y las formas del discurso, invita en cierto modo a la atomización de los textos históricos”3. Si es importante hacer referencia a ésta, que fue una apasionada discusión, es porque, en buena medida, los artículos propuestos en el trabajo Historia cultural desde Colombia, y los criterios de fondo que lo orientan, son una interesante respuesta que quizá despejará numerosas dudas para muchos de quienes en ese entonces, o desde entonces, se sintieron “perplejos” ante las incertidumbres de una historia “en migajas”, y que, a su vez, muestra que no han pasado en vano los años transcurridos desde que tuvo lugar dicho debate hasta hoy. Es así como en este volumen encontramos una postura hacia el conocimiento histórico que,

1 Jesús Antonio Bejarano, “Guía de perplejos: una mirada a la historiografía colombiana”, Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura 24 (1997): 25.

2 Mauricio Archila, “¿Es aún posible la búsqueda de la verdad? Notas sobre la (nueva) historia cultural”, Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura 26 (1999): 251-283.

3 Jorge Orlando Melo, “De la Nueva Historia a la historia fragmentada: la producción histórica colombiana en la última década del siglo”, Boletín Cultural y Bibliográfico 36: 50-51 (1999): 183.

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en lugar de crear deslindes tajantes, se propone abrir diálogos con diferentes enfoques historiográficos, tanto con algunos que podríamos llamar paralelos o simultáneos a la historia cultural —caso de la historia de la ciencia, la historia ambiental o los estudios subalternos— como con aquellos de mayor tradición —como la historia social, económica y política—. Esta actitud que, de manera inversa a la segmentación, tiende a la articulación, es uno de los aportes que pueden considerarse más valiosos de este libro. A quienes se sitúan en las más diversas orillas del oficio de historiador, esta aproximación les dará herramientas para pensar que tal vez no se encuentran tan lejos de las perspectivas allí planteadas; ello les permitirá acercarse a sus métodos y a las categorías propuestas, lo que, en palabras de Renzo Ramírez, quien escribe uno de los capítulos del libro, tampoco “significa que la historia cultural absorba otras disciplinas y especialidades” (p. 373). En este mismo sentido, el objetivo general de este trabajo es “reflexionar sobre la historia cultural producida en Colombia y sobre algunas de sus categorías analíticas, fijando su discusión en su contexto historiográfico” (p. 19), y manifiesta así mismo que “la cultura no lo es todo, ni lo explica todo”. La vocación de articulación que expresa este libro no sólo se manifiesta en la discusión historiográfica, también podemos verla en la construcción de una red institucional que congrega profesores e investigadores de varias universidades e institutos, en un sistemático grupo de investigación y tres universidades como parte del sello editorial. Otro aspecto significativo es el hecho de que al leer las páginas de este trabajo, en particular aquellas relativas a la definición de sus objetivos y las dedicadas al debate historiográfico, no se encuentra una postura paradigmática, o bien, fundacional por parte de los autores y editores. Al menos explícitamente, no se está queriendo afirmar o consolidar la existencia de una nueva etapa historiográfica marcada por el giro cultural —ni a escala regional ni nacional—, lo que es bastante original y poco habitual entre los historiadores, que muchas veces somos aficionados a crear rupturas, a señalar finales y comienzos, no sólo al explicar los procesos de la humanidad, sino particularmente cuando se trata de hacer el balance de la disciplina o al construir propuestas de investigación. Puede pensarse, por ejemplo, en numerosas corrientes como la llamada New Economic History; o bien, la Nueva Historia Francesa, por citar algunas de las más conocidas, o bien, obras clásicas como Hacer la historia: nuevos enfoques, nuevos problemas, nuevos objetos, editada por Pierre Nora en 1974. De esta forma, y ante el claro desgaste de lo llamado “nuevo”, es refrescante y sensato lo que encontramos aquí: más que un nuevo paradigma, algo más difuso y penetrante, como un puntillismo en el cual no parece haber una búsqueda de reconfigurar la historia total desde un ángulo distintivo, pero sí una mirada sobre múltiples reciprocidades e interdependencias, que sigue permitiendo la articulación de lo social como conjunto, en la cual, lo privado nos remite a lo público, lo material a lo inmaterial, y lo cultural y artístico, a lo político y socioeconómico. En efecto, en medio de una aparente heterogeneidad temática y temporal que deja a un lado

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cualquier criterio de organización y estructura cronológica y diacrónica, puede percibirse un vínculo entre los diversos artículos: la cultura no como objeto sino como problema, como forma de reproducción y persistencia de poderes políticos y económicos, pero también como forma de resistencia y subversión; con lo cual se abre la posibilidad de que este enfoque contribuya a desenmarañar no sólo los modos más evidentes de dominación, sino los más sutiles, en diferentes coyunturas históricas, tarea que apenas está empezando a llevarse a cabo y puede considerarse fundamental en un país como el nuestro. Resulta inevitable que la sistematicidad y profundidad con que se ha hecho este trabajo permitan encontrar en sus páginas algunas tendencias actuales de la investigación histórica que empiezan a mostrar crecimiento, entre las cuales podrían señalarse: una óptica que ya no se conforma con la interdisciplinariedad, sino que tiende de manera abierta a una transdisciplinariedad, en particular con ámbitos como los estudios subalternos, poscoloniales y culturales; a lo que se suma un análisis sofisticado de fuentes visuales e iconográficas, así como de relatos e historias de vida; quizá, así mismo, un menor énfasis en la diacronía y mayor profundidad en problemas puntuales. Por último, es oportuno celebrar el título de esta obra, que seguramente dice mucho sobre el concepto que la guió: Historia cultural desde Colombia. Para quienes hemos estado largo tiempo familiarizados con proyectos colectivos que dieron como resultado obras de la envergadura del Manual de Historia de Colombia o la Nueva Historia de Colombia, dirigida por Jaime Jaramillo Uribe, no deja de llamar poderosamente la atención el cambio de la preposición “de” por “desde”, variación en apariencia sutil que no sólo puede generar un impacto editorial sino que probablemente implica, así mismo, una postura geopolítica por parte de los autores, que podríamos llamar descentrada. Con ello, nos anuncian que lo importante allí deja de ser continuar completando el mapa de los conocimientos, e incorporar al país como objeto de estudio para llenar grandes vacíos en la explicación de sus procesos sociales, económicos o culturales. En este caso, más bien se está dando relevancia al lugar de enunciación y afirmando así la posibilidad de generar perspectivas originales y reflexionar cuidadosamente acerca de categorías que permitan comprender realidades situadas no sólo dentro, sino también más allá de nuestras propias fronteras, de lo cual este libro es un excelente ejemplo.

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Notilibros Zuloaga Rada, Marina. La conquista negociada: gua-

Alzate Echeverri, Adriana María. Geografía de la

rangas, autoridades locales e imperio en Huaylas,

lamentación. Institución hospitalaria y sociedad,

Perú (1532-1610). Lima: Instituto de Estudios Perua-

Nuevo Reino de Granada, 1760-1810. Bogotá: Univer-

nos, 2012, 316 pp. isbn: 978-9972-51-353-4.

sidad del Rosario/ Pontificia Universidad Javeriana,

El presente libro explora la historia de las guarangas —organizaciones sociopolíticas fundamentales del mundo andino— y sus líderes, los caciques de guaranga, en el temprano siglo colonial en Huaylas. Estas estructuras políticas, intermedias entre los grandes señoríos/confederaciones y las pachacas o ayllus, constituyeron la base de cualquier organización política y administrativa, tanto en la época preinca como en la inca y en la hispana. Una agregación de guarangas conformaba los señoríos, reinos o confederaciones norteñas como Huaylas, Recuay, Jauja, Tarma o Cajamarca antes de la conquista inca. Ellas constituyeron también la base de las provincias incas y de las encomiendas hispanas. Las guarangas fueron los elementos bisagra que confirieron legitimidad y coherencia a los sucesivos cambios o adaptaciones políticas que se produjeron antes y después de las conquistas inca e hispana. Peña, Manuel, editor. La vida cotidiana en el mundo hispánico (siglos 2012, 472 pp.

isbn:

xvi-xviii).

Madrid: Abada Editores,

978-84-15289-35-7

El interés por lo cotidiano es enorme en todas las disciplinas. En la actualidad, asistimos a lo que se ha denominado el “éxito de la realidad” ante la popularidad de determinados programas en las parrillas de televisión o de prácticas y temas recurrentes en las redes sociales. Para sociólogos y antropólogos este auge responde al ineludible cordón umbilical que nos ancla en la realidad plural y multiforme que nos rodea, argumento y reflexión que también pueden ser aplicados al estudio y a la divulgación de la historia de la vida cotidiana.

Hist. Crit. No. 49, Bogotá, enero-abril 2013, 268 pp. issn 0121-1617 pp 249-251

2012, 234 pp. isbn: 978-958-738-253-2. El hospital al que alude este libro quizá tenga poco que ver con la institución actual, aunque mantiene un vínculo relacionado con la presencia de la enfermedad, pero su naturaleza se ha transformado. La palabra hospital se aplicó, en principio, a un establecimiento religioso que recibía a personas pobres, fueran o no mendigos, para darles un poco de sustento y abrigo. Su papel como lugar exclusivo de atención médica empieza a aparecer, progresivamente, con más fuerza desde el siglo xviii. El hospital neogranadino del siglo xviii y principios del xix es una institución compleja, atravesada por múltiples tensiones e intereses. En este momento de su historia es el escenario de diversos conflictos y debates surgidos a causa de la intensificación de la política regalista, de los particulares intereses económicos y políticos de la casa de Borbón, de la discusión entre algunos sectores ilustrados sobre el sentido de la caridad practicada en el hospital, y sobre la calidad de la ayuda brindada a los pobres enfermos y a otros grupos de población que a él concurrían. Pohl Valero, Stefan. Energía y cultura: historia de la termodinámica en la España de la segunda mitad del siglo

xix.

Bogotá: Universidad del Rosario/

Pontificia Universidad Javeriana, 2011, 322 pp.

isbn:

978-958-716-498-5. Además de representar uno de los principales desarrollos científicos del siglo xix, la termodinámica jugó un papel fundamental en la configuración del pensamiento social occidental moderno. Energía y cultura analiza en detalle los procesos de comunicación y


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apropiación de esta nueva ciencia del calor en la España del último tercio del siglo xix y destaca cómo las reelaboraciones culturales de sus leves fueron fundamentales para entender el mundo natural v la sociedad española en un periodo crítico de su historia. La conceptualización en términos energéticos no sólo del cosmos y de los fenómenos naturales, sino también de la sociedad permeó profundamente los discursos religiosos, educativos, políticos y económicos de la época, abarcando posturas ideológicas que iban desde el catolicismo ultramontano hasta el socialismo y el anarquismo. El libro representa un novedoso esfuerzo por proponer una historia cultural de la ciencia que aborda las teorías científicas como artefactos culturales, que son utilizados de forma activa y creativa por diversos actores históricos y que atraviesan las fronteras concebidas tradicionalmente entre lo natural y lo social. Por la riqueza de sus fuentes y por su propuesta historiográfica, el libro apela a los interesados en la historia de la ciencia y a todos aquellos preocupados por un enfoque interdisciplinar en el análisis y desnaturalización de nuestra propia modernidad.

integrarse a la cultura colombiana. En consecuencia, el proceso de enriquecimiento mutuo, de árabes y colombianos, así como la mezcla de los aportes culturales y materiales con las tradiciones colombianas, produjo sincretismos diversos: culinarios, religiosos, literarios, arquitectónicos, en el arte, el diseño y la música. Al observar hoy el balance de la epopeya árabe en el país, puede afirmarse que los árabes defienden a Colombia como su patria, y que los colombianos admiran y quieren a los árabes como si fueran sus hijos.

Lida, Miranda. La rotativa de Dios. Prensa católica y sociedad en Buenos Aires. Buenos Aires: Editorial Biblos, 2012, 184 pp.

978-987-691-022-4.

Militante del más rancio integrismo, el diario católico El Pueblo (1900-1960) de la ciudad de Buenos Aires fue un producto de su tiempo. Nació y se expandió en una época de gran esplendor para el periodismo urbano, en especial, de corte popular. A pesar de todas las suspicacias que el catolicismo podía tener con este tipo de periodismo, ya sea por razones ideológicas o morales, el pueblo argentino calcó algunos de sus rasgos más arquetípicos. En sus mejores tiempos, que coincidieron con la década de 1930, llegó a vender más de cien mil ejemplares y aspiró a circular más allá de las sacristías. Este libro reconstruye su historia, concentrándose no sólo en el discurso integrista del diario, por demás previsible, sino además su circulación, su público y sus estrategias para captar lectores.

Vargas Arana, Pilar. Pequeño equipaje, grandes ilusiones. La migración árabe a Colombia. Bogotá: Taurus, 2011, 334 pp. isbn: 978-958-758-318-2. En la historia de Colombia ningún otro grupo de inmigrantes ha sido tan numeroso, tan influyente y tan determinante como el árabe. Así de claro y así de contundente. Sin embargo, después de haber llegado en condiciones muy precarias a un país que no conocían, debieron enfrentar el peor de los desafíos: no eran bienvenidos. No es cierto, como se cree popularmente, que Colombia era un país hospitalario y de fronteras abiertas. No obstante, a pesar del tratamiento excluyente que el país dio al comienzo a los árabes, ellos entregaron su máxima capacidad y todo su potencial de esfuerzo y sacrificio para alcanzar su cometido de

isbn:

Billington, James H. El icono y el hacha. Una historia interpretativa de la cultura rusa. Traducido por Esther Gómez Parro. España: Siglo isbn:

xxi,

2012, 880 pp.

978-84-323-1479-7. Esta es una historia interpretativa de la cultura y el pensamiento ruso modernos. No tiene la ilusión —ni la pretensión— de

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Notilibros

ofrecer un inventario enciclopédico del patrimonio ruso o una clave sencilla para comprenderla. Es, ante todo, un relato selectivo que busca abrir más que cubrir este amplísimo tema y no simplemente codificar un consenso ya establecido. El período objeto de consideración son los últimos seiscientos años, durante los cuales Rusia ha surgido como civilización poderosa, distinta y creativa. De la mano de inquietos disidentes y de oligarcas dominantes, de sacerdotes y profetas, y también de poetas y políticos se analizaran los logros, las angustias y las aspiraciones de la cultura rusa. Para el título se han elegido dos objetos que han tenido un significado duradero para los rusos: el icono y el hacha, elementos tradicionales de la cultura rusa (se colgaban juntos en las paredes en la Rusia forestal del norte) que sirven, ambos, para evocar tanto el aspecto terrenal como el imaginario de ésta. Publicado originalmente en 1966, la impresionante obra de James H. Billington es, aun hoy, la más completa, erudita y brillante exposición de la cultura rusa.

Caballero Argáez, Carlos, Mónica Pachón Buitrago y Eduardo Posada Carbó, compiladores. Cincuenta años de regreso a la democracia. Nuevas miradas a la relevancia histórica del Frente Nacional. Bogotá: Ediciones Uniandes, 2012, 312 pp.

isbn:

978-

958-695-833-2. El 17 de agosto de 2008 se conmemoraron cincuenta años del retorno de la democracia a Colombia con la inauguración del período del Frente Nacional. Un grupo de estudiosos de la historia política y económica colombiana consideró necesario y oportuno reexaminar el significado del Frente Nacional —la naturaleza política del régimen que se instauró en el país después del proceso plebiscitario de 1957— y reconsiderar el balance de sus principales éxitos y fracasos. Con este propósito, la Escuela de Gobierno Alberto Lleras Camargo de la Universidad de los Andes y el Centro

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de Estudios de Historia de la Universidad Externado de Colombia organizaron en Los Andes un seminario internacional en el cual participaron tanto protagonistas de la época como investigadores de los distintos temas relacionados con este período de nuestra historia. Cincuenta años de regreso a la democracia. Nuevas miradas a la relevancia histórica del Frente Nacional recoge los ensayos que los invitados prepararon para tal evento y cuyo objetivo fue revisar la transición democrática en Colombia y su desarrollo entre 1958 y 1974.

Tantaleán, Henry y Miguel Aguilar, compiladores. La arqueología social latinoamericana. De la teoría a la praxis. Bogotá: Ediciones Uniandes, 2012, 499 pp. isbn:

978-958-695-742-7. De la teoría a la praxis, es una compilación de artículos escritos por arqueólogos, antropólogos e historiadores de la arqueología marxista de viejas y nuevas generaciones de toda América y España. Por primera vez se reúne un conjunto de textos que explora las diferentes formas en que los autores, inspirados en el materialismo histórico, han pensado, reflexionado y actuado en la sociedad desde la disciplina antropológica y arqueológica, a partir no sólo de la propuesta teórica que tuvo un fuerte auge en la arqueología latinoamericana de los años setenta, sino de las experiencias de investigación y la manera de llevarla a la praxis, Este libro es el resultado del simposio Arqueología Social Latinoamericana, llevado a cabo en julio de 2009 en la ciudad de México, en el Congreso de Americanistas y en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, y espera mostrar que la arqueología social latinoamericana sigue aún vigente y que, más que nunca, se postula como una importante propuesta teórico-práctica para entender política y científicamente el pasado, actuar críticamente en el presente y, consecuentemente, tener propuestas de modelos sociales alternativos en el futuro.

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Acerca de la Revista

Acerca de la revista Historia Crítica es la revista del Departamento

de Historia de la Universidad de los Andes (Bogotá, Colombia). Cumple con sus lectores desde su

en Historia y en Ciencias Sociales, así como por personas interesadas en los estudios históricos.

creación en 1989.

La revista Historia Crítica tiene como objetivo

Las secciones de la revista son las siguientes:

La Carta a los Lectores o Presentación del

publicar artículos inéditos de autores nacionales

Dossier informa sobre el contenido del número y la

investigación histórica o balances historiográficos,

La sección de Artículos divulga resultados de

y extranjeros, que presenten resultados de

así como reflexiones académicas relacionadas con los estudios históricos. La calidad de los artículos se asegura mediante un proceso de evaluación interno

y externo, el cual es realizado por pares académicos

pertinencia del tema que se está tratando.

investigación y balances historiográficos. Esta sección se divide en tres partes: •

nacionales e internacionales.

La revista cuenta con la siguiente estructura:

un director, un editor, dos asistentes editoriales,

un comité editorial y un comité científico, que garantizan la calidad y pertinencia de los

contenidos de la revista, son evaluados anualmente

en función de sus publicaciones en otras revistas

e internacional, logrando el fortalecimiento de la investigación.

El público de la revista Historia Crítica está

compuesto por estudiantes de pregrado y postgrado y por profesionales nacionales y extranjeros, como

insumo para sus estudios y sus investigaciones

que reúne el dossier.

el Espacio estudiantil publica artículos escritos

por estudiantes de pregrado o maestría ads-

caso, se ubica al final del Tema abierto.

fortalecer el estudio de la Historia y el de todas las

este sentido, se ha afianzado como un punto de

riados intereses historiográficos, distintos a los

ca como último artículo del mismo; si no es el

la disciplina histórica en un país que necesita

encuentro para la comunidad académica nacional

En Tema abierto se incluyen artículos sobre va-

artículo corresponde con el del dossier, se ubi-

Historia Crítica contribuye al desarrollo de

entorno social, político, económico y cultural. En

de una temática específica, convocada previa-

mente por el Comité Editorial.

critos a diversas universidades. Si el tema del

nacionales e internacionales.

Ciencias Sociales para la mejor comprensión de su

El Dossier reúne artículos que giran alrededor

en

Las Reseñas y los Ensayos bibliográficos ponen perspectiva

recientes.

publicaciones

historiográficas

Los Notilibros y los Notired ofrecen una breve

descripción de publicaciones recientes y de páginas Web de interés para el historiador.

Adicionalmente, la revista puede evaluar la

pertinencia de incluir traducciones de artículos

publicados en el extranjero en idiomas distintos a español, inglés o portugués, así como transcripciones de fuentes de archivo con introducción explicativa.

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Normas para los autores

Normas para los autores

Versión Enero de 2013

Tipo de artículos, fechas y modalidad de recepción • Historia Crítica publica artículos inéditos que presenten resultados de investigación histórica, innovaciones teóricas sobre debates en interpretación histórica o balances historiográficos completos. • Se publican textos en español, inglés y portugués, pero se acepta recibir la versión inicial de los textos en otros idiomas (francés e italiano). En caso de ser aprobado, el autor se encargará de entregar la versión definitiva traducida al español, ya que Historia Crítica no ofrece ayuda para este efecto. • Las fechas de recepción de artículos de tema libre y para los Dossiers se informan en las respectivas convocatorias. • Los artículos deben ser remitidos por medio del enlace previsto para este efecto en el sitio web de la revista http://historiacritica.uniandes.edu.co o enviados al correo electrónico hcritica@uniandes. edu.co • Los demás textos (reseñas, ensayos bibliográficos, entrevistas, etc.) deben ser enviados al correo electrónico hcritica@uniandes.edu.co • Los artículos enviados a Historia Crítica para ser evaluados no pueden estar simultáneamente en proceso de evaluación en otra publicación. Evaluación de los artículos y proceso editorial A la recepción de un artículo, el Comité Editorial evalúa si cumple con los requisitos básicos exigidos por la revista, así como su pertinencia para figurar en una publicación de carácter histórico. Posteriormente, toda contribución es sometida a la evaluación de dos árbitros anónimos y al concepto del Comité Editorial. El resultado de las evaluaciones será comunicado al autor en un período inferior a seis meses a partir de la recepción del artículo.

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Las observaciones de los evaluadores, así como las del Comité Editorial, deberán ser tomadas en cuenta por el autor, quien hará los ajustes solicitados. Estas modificaciones y correcciones al manuscrito deberán ser realizadas por el autor en el plazo que le será indicado por el editor de la revista (aprox. 15 días). Luego de recibir el artículo modificado, se le informará al autor acerca de su aprobación. El Comité Editorial se reserva la última palabra sobre la publicación de los artículos y el número en el cual se publicarán. Esa fecha se cumplirá siempre y cuando el autor haga llegar toda la documentación que le es solicitada en el plazo indicado. La revista se reserva el derecho de hacer correcciones menores de estilo. Durante el proceso de edición, los autores podrán ser consultados por los editores para resolver las inquietudes existentes. Tanto en el proceso de evaluación como en el proceso de edición, el correo electrónico constituye el medio de comunicación privilegiado con los autores. Procedimiento con las reseñas y los ensayos bibliográficos Historia Crítica procede de dos formas para conseguir reseñas. Por un lado, los autores pueden remitir sus reseñas al correo electrónico de la revista. Lo mismo se aplica a los ensayos bibliográficos. Por otro lado, la revista recibe libros a su dirección postal (Cra 1a N° 18 A-10, of. G-421, Bogotá, Colombia) previo aviso por correo electrónico, ojala indicando nombres de posibles reseñadores. En este caso, la revista buscará conseguir una reseña del libro remitido. Las reseñas deben ser críticas y versar sobre libros pertinentes para la disciplina histórica que hayan sido publicados en los cinco últimos años. Los ensayos bibliográficos deben discutir críticamente una, dos o más obras. Las reseñas y los ensayos bibliográficos son sometidos a revisión y, de ser aprobados, a eventuales modificaciones.

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Normas para los autores

Indicaciones para los autores de textos aceptados para publicación (artículos, reseñas, ensayos bibliográficos y entrevistas) • Los autores recibirán dos ejemplares del número en el que participaron. • Los autores de los textos aceptados autorizan, mediante la firma del ‘Documento de autorización de uso de derechos de propiedad intelectual’, la utilización de los derechos patrimoniales de autor (reproducción, comunicación pública, transformación y distribución) a la Universidad de los Andes Departamento de Historia, para incluir el texto en la Revista Historia Crítica (versión impresa y versión electrónica). En este mismo documento los autores confirman que el texto es de su autoría y que en el mismo se respetan los derechos de propiedad intelectual de terceros. • En caso de que un artículo quisiera incluirse posteriormente en otra publicación, deberán señalarse claramente los datos de la publicación original en Historia Crítica, previa autorización solicitada a la dirección de la revista. Presentación general de los artículos Los artículos no deben tener más de once mil palabra (18-22 páginas) con notas de pie de página y bibliografía, respetando las siguientes especificaciones: • Letra Times New Roman tamaño 12, a espacio sencillo, con márgenes de 3 cm, paginado y en papel tamaño carta. • Las notas irán a pie de página, en letra Times New Roman tamaño 10 y a espacio sencillo. • Los cuadros, gráficas, ilustraciones, fotografías y mapas se cuentan aparte. • En la primera página, debe figurar un resumen en español de máximo 100 palabras. El resumen debe ser analítico (presentar los objetivos del artículo, su contenido y sus resultados). • Luego del resumen, se debe adjuntar un listado de tres a seis palabras clave, que se eligen preferiblemente en el Thesaurus de la Unesco (http://databases.unesco. org/thessp/) o, en su defecto, en otro thesaurus reconocido cuyo nombre informará a la revista. • El resumen, las palabras clave y el título deben presentarse también en inglés. • El nombre del autor no debe figurar en el artículo. • Los datos del autor deben entregarse en un documento adjunto e incluir nombre, dirección, teléfono, dirección electrónica, títulos académicos,

afiliación institucional, cargos actuales, estudios en curso y publicaciones en libros y revistas. En esta hoja, también es necesario indicar de qué investigaciones es resultado el artículo y cómo se financió.

Presentación general de las reseñas y de los ensayos bibliográficos Las reseñas y los ensayos bibliográficos deben presentarse a espacio sencillo, en letra Times New Roman tamaño 12, con márgenes de 3 cm y en papel tamaño carta. Las obras citadas en el texto deberán ser referenciadas a pie de página. Las reseñas deben constar de máximo tres páginas y los ensayos bibliográficos tendrán entre 8 y 12 páginas. Reglas de edición • Las subdivisiones en el cuerpo del texto (capítulos, subcapítulos, etc.) deben ir numeradas en números arábigos, excepto la introducción y la conclusión que no se numeran. • Los términos en latín y las palabras extranjeras deberán figurar en letra itálica. • La primera vez que se use una abreviatura, esta deberá ir entre paréntesis después de la fórmula completa; las siguientes veces se usará únicamente la abreviatura. • Las citas textuales que sobrepasen cuatro renglones deben colocarse en formato de cita larga, entre comillas, a espacio sencillo, tamaño de letra 11 y márgenes reducidos. • Debe haber un espacio entre cada uno de los párrafos; estos irán sin sangrado. • Los cuadros, gráficas, ilustraciones, fotografías y mapas deben aparecer referenciados y explicados en el texto. Deben estar, así mismo, titulados, numerados secuencialmente y acompañados por sus respectivos pies de imagen y fuente(s). Se ubican enseguida del párrafo donde se anuncian. Las imágenes se entregarán en formato digital (jpg o tiff 300 dpi y 240 pixeles). Es responsabilidad del autor conseguir y entregar a la revista el permiso para la publicación de las imágenes que lo requieran. • Las notas de pie de página deberán aparecer en números arábigos. • Al final del artículo deberá ubicarse la bibliografía, escrita en letra Times New Roman tamaño 11, a espacio sencillo y con sangría francesa. Se organizará en fuentes primarias y secundarias, presentando en las primeras

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Normas para los autores

las siguientes partes: archivo, publicaciones periódicas y/o documentación primaria impresa. En la bibliografía deben presentarse en orden alfabético las referencias completas de todas las obras utilizadas en el artículo, sin incluir títulos que no estén referenciados en los pies de página. Referencias Historia Crítica utiliza una adaptación del Chicago Manual of Style, en su edición número 15, versión Humanities Style. A continuación se utilizaran dos abreviaturas que permiten ver las diferencias entre la forma de citar en las notas a pie de página (N) y en la bibliografía (B): Libro: De un solo autor: N Nombre Apellido(s), Título completo (Ciudad: Editorial, año), 45. B Apellido(s), Nombre. Título completo. Ciudad: Editorial, año. Dos autores: N Nombre Apellido(s) y Nombre Apellido(s), Título completo (Ciudad: Editorial, año), 45-90. B Apellido(s), Nombre, y Nombre Apellido(s). Título completo. Ciudad: Editorial, año. Cuatro o más autores: N Nombre Apellido(s) et al., Título completo (Ciudad: Editorial, año), 45-90. B Apellido(s), Nombre, Nombre Apellido(s), Nombre Apellido(s) y Nombre Apellido(s). Título completo. Ciudad: Editorial, año. Artículo en libro: N Nombre Apellido(s), “Título artículo”, en Título completo, eds. Nombre Apellido(s) y Nombre Apellido(s) (Ciudad: Editorial, año), 45-50. B Apellido(s), Nombre. “Título artículo”. En Título completo, editado por Nombre Apellido(s) y Nombre Apellido(s). Ciudad: Editorial, año, 45-90.

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Artículo en revista: N Nombre Apellido(s), “Título artículo”, Título revista Vol: No (año): 45. B Apellido(s), Nombre. “Título artículo”. Título revista Vol: No (año): 45-90. Artículo de prensa: N Nombre Apellido(s), “Título artículo”, Título periódico, Ciudad, día y mes, año, 45. B Apellido(s), Nombre. “Título artículo”. Título periódico. Ciudad, año(s). Tesis: N Nombre Apellido(s), “Título tesis” (tesis pregrado/ Maestría/Doctorado en, Universidad, año), 45-50, 90. B Apellido(s), Nombre. “Título tesis”. Tesis pregrado/ Maestría/Doctorado en, Universidad, año, Fuentes de archivo: N “Título del documento”, lugar y fecha (si aplica), en Archivo (siglas), Sección, Fondo, vol./leg./t., f. o ff. La primera vez se cita el nombre completo del archivo y la abreviatura entre paréntesis. B Nombre completo del archivo (sigla), Ciudad-País. Sección(es), Fondo(s). Entrevistas: Entrevista a Apellido(s), Nombre, Ciudad, fecha completa. Publicaciones en internet: N Nombre Apellido(s) y Nombre Apellido(s), eds., Título completo (Ciudad: Editorial, año), 45, edición digital. B Apellido(s), Nombre, y Nombre Apellido(s), eds. Título completo. Ciudad: Editorial, año. <http://press-pubsuchicago.edu/founders>. Nota: Luego de la primera citación se procede así: Nombre Apellido, dos o tres palabras del título, 45-90. No se utiliza Ibid., ibidem, cfr. ni op. cit. Consulte las “Normas para los autores” en inglés y portugués en http://historiacritica.uniandes.edu.co

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