Cartilla Camino de la Vereda 2020.

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Editorial Estaba reflexionando brevemente acerca de las palabras con las que quería iniciar la presentación de esta cartilla. La verdad no son las que esperaba. Pretendía hacer una introducción, un prólogo, pero ahora noto que apenas me alcanza para un anticipo, para ver cómo se va revelando lo que quisiera decirles en el transcurso de lo que apenas les alcanzo a escribir. Sobre este proyecto, Camino de la Vereda, en cuanto a mi concierne, siempre lo he considerado como una propuesta que puede ser leída como una conversación, es claramente fruto de ella, es un encuentro ocasional e improvisado siempre dispuesto a promover nuevos encuentros, es la expresión de nuestro deseo de escribir y comunicar, de comunicar una observación, una sensación, una experiencia sobre ciertas geografías en las que asombrosamente aún reina la extrañeza y probablemente quizás la misma pregunta, aunque con perspectivas particulares. Su pretensión es simple, se basa sobre lo trivial, lo cotidiano, lo evidente, lo habitual, lo que ocurre cada día y vuelve al siguiente, es solo un proceso de observación apasionada y asombrada de lo usual lo que determina el horizonte de esta iniciativa. Camino de la Vereda apuesta por rastrear y por dejar aparecer, por expandir nuestra realidad, por reconocerla usando el lenguaje como cercanía. Este proceso quiere asumir en tono desafiante y como proyecto social y así mismo como un trabajo de desciframiento, una apuesta por descubrir nuestra personalidad local, nuestra estética territorial, la expresión social y cultural de nuestra identidad rural, asumiendo este reconocimiento no como punto de llegada, sino apenas de partida para el develamiento de lo que somos, como proceso de alfabetización mediática, de empoderamiento e inclusión social de nuestras expresiones y manifestaciones artísticas y culturales rurales, que para esta ocasión se hizo con el núcleo zonal Las Garzonas en los territorios de Alto Grande, Cristo Rey, Las Garzonas, La Palma y La Siria. Yeison Castro Trujillo Director Instituto de Cultura El Carmen de Viboral

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través de este proyecto, venimos aproximándonos a ese intento de comprensión desde la cotidianidad, la observación, la recuperación de la tradición oral y la documentación de ejercicios de investigación que resaltan rasgos característicos del territorio, sus pobladores y el modo como habitan la ruralidad.

El territorio rural carmelitano está lleno de historias, lugares y personas por conocer. 206 años de vida municipal nos dejan como resultado el crecimiento y la evolución de las prácticas de nuestras gentes, las formas de producción, el trabajo, los usos del suelo, los modos de organización, la vida en comunidad, la alimentación, el paisaje y las costumbres. Todos estos aspectos son importantes pues contribuyen a la definición de nuestra cultura.

En esta ocasión, pensamos y caminamos el núcleo zonal Las Garzonas para hablar de sus cambios, de sus habitantes y de la relación que establecen con su entorno. Por esta razón, consideramos importante hacer un recuento que, aunque limitado, pueda enunciar aspectos determinantes de su conformación social y territorial.

Existen diversos elementos materiales y simbólicos a través de los cuales nos sentimos representados como carmelitanos. En el imaginario colectivo de propios y extranjeros, con frecuencia se asocia a El Carmen de Viboral como el pueblo de la loza. Es incuestionable el valor que representó y representa la cerámica para el municipio, pero al margen de este oficio existen expresiones culturales de gran valor para la construcción de la identidad carmelitana, materializadas a lo largo y ancho del territorio rural y que son igual de significativas para hablar de cómo se manifiesta nuestra riqueza cultural.

Entendemos, por los desarrollos teóricos existentes y por la experiencia del proyecto, que para hablar de la ruralidad y del campesino, es necesario hacerlo de manera diferenciada, pues las condiciones geográficas influyen en su modo de vida, sus técnicas de subsistencia, sus prácticas cotidianas e incluso en su forma de relación con el entorno. El núcleo zonal Las Garzonas, comprendido por las veredas: Alto Grande, Cristo Rey, Las Garzonas, La Palma y La Siria, es una fracción del extenso territorio rural carmelitano, que, como paisaje, no hay modo de contemplarlo si no es desde un determinado punto de vista (Nisbet, 1979). Nuestra inten-

Sobre El Carmen, por ser un municipio eminentemente rural y con el fin de avanzar en el camino de nuestro entendimiento, merece la pena pensarnos el desarrollo histórico de cada corregimiento, núcleo zonal y vereda. Por eso, a

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ción es explorar ese paisaje y desdibujar aquellas líneas que imaginamos y que nos llevan a pensar el campo carmelitano como un territorio estático, anclado a las viejas formas, habitado por individuos dispersos o, contrariamente, por grupos orgánicamente articulados. El Carmen de Viboral es un municipio que históricamente ha protagonizado diversas disputas por su consolidación territorial con algunos vecinos, derivando en ocasionales definiciones y precisiones sobre sus límites y poniendo en la agenda política la importancia de la defensa y la gestión territorial1. Internamente, el panorama no es muy distinto. A inicios del siglo XX, la parte del municipio donde hoy encontramos el núcleo zonal Las Garzonas, la conformaba una vereda llamada El Tablazo. Para la época, el número de veredas del municipio es significativamente bajo y la población que las ocupaba de escasa magnitud. La actual distribución de las veredas de El Carmen (compuesto por más de 50) nos habla de la ocupación generalizada del territorio y la preocupación de sus pobladores por asumir liderazgos y acciones para la consecución de beneficios colectivos y en oposición a la forma como se centralizan los 1 Al respecto puede consultarse lo expuesto por Betancur (2001), en diferentes apartados de su obra.

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recursos que llegan a los diferentes rincones de la zona rural.

ta de las limitaciones del medio y las precariedades asociadas a la vida en el campo pues la subsistencia estaba condicionada a la producción de la tierra. A grandes rasgos, este modo de producción se relaciona con la administración familiar de la tierra y sus recursos naturales, donde ésta es expresión de la unidad del grupo en la vida económica y de reproducción social de la vida familiar (Martins de Carvalho, 2012).

Mencionamos este hecho porque es inseparable de la realidad vivida frente a la configuración y las transformaciones espaciales de las veredas del núcleo zonal, pues recientemente una parte del territorio de la vereda Cristo Rey, formalizó su separación de la misma constituyéndose como vereda La Siria; este hecho, aunque no cambia el territorio per se, tiene implicaciones significativas en el ámbito comunitario dejando ver que el campo carmelitano continúa una progresiva evolución que también se materializa en otras dimensiones de su cotidianidad.

Es característico de la época, un escaso número de familias (aunque en sí mismas numerosas), que ocupaban grandes terrenos carentes de los servicios y la infraestructura asociada a las facilidades del presente: carreteras, agua, luz, métodos para favorecer el proceso de cultivo, o acceso a grandes mercados para obtener

Los recuerdos asociados a la situación del territorio del núcleo durante el siglo pasado dan cuen-

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de ganancias muy grandes; las condiciones del medio limitaban la producción al carácter familiar y de subsistencia.

lo requerido. Así, el campesinado aparece como una forma de relacionarse con la naturaleza configurando un modo de uso de los recursos naturales disponibles orientados a la producción en función de las necesidades.

Entre los productos presentes en abundancia a pesar de que los campesinos no los cultivaban se encuentran: la cidra, la mafafa, la batata, el fríjol cachetón, la vitoria, entre otros. Cada uno de ellos entró a complementar su alimentación, caracterizada por el consumo de productos de uso más común como el maíz y posteriormente la papa, estos sí, cultivados de manera regular.

Paralelamente a las labores de cultivo y de recolección (porque diversos productos empleados para el consumo se obtenían sin mediación ni cuidado), como consecuencia de la escasez y como alternativa para la ampliación de los escenarios laborales y productivos de los campesinos, tuvo lugar el desarrollo de oficios relacionados con la extracción de cabuya, la venta de leña o la producción de aceite de higuerilla, llegando a establecerse, en muchos casos, como la actividad económica preponderante de familias específicas. Esto implica que los campesinos derivaban el sustento familiar netamente de la producción en el campo, bien fuera agrícola o extractiva.

Samuel Valencia, habitante de Cristo Rey, recuerda que décadas atrás “la comidita de nosotros era huevitos de mafafa, vitorias, coles, guasquilas, fríjol cachetones y mazamorra” (S. Valencia, Comunicación personal, 18 de septiembre de 2020), todos estos productos eran obtenidos del medio y empleados de diversas formas2. Hoy no parece existir nostalgia por la pérdida de algunos de estos productos; incluso se los referencia como maleza que se riega por el arado si no se la arranca. Con relación a su consumo, es ilustrativo lo expuesto por Jesús Antonio Galvis: “uno comía eso ahora días porque verdaderamente había mucha hambre en los junios, porque en

Hace 60 años la producción agrícola en la zona era de pequeña o mediana escala, igual que la cría de animales. Aunque regularmente las familias contaban con gallinas o una vaca para el gasto y sostenimiento de la casa. En tales circunstancias es casi imposible pensar una producción significativa en cantidad para comercializar en el mercado, la acumulación o la obtención

2 Una exposición más amplia se ofrece en el apartado de esta cartilla sobre cocina tradicional.

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Antes, en la unidad familiar se distribuían las tareas necesarias para mitigar la situación: cargar agua, recolectar leña, juntar candela, moler maíz, desempeñar los trabajos en la cocina o en el arado recogiendo la cosecha o haciendo labores de siembra; todo, realizado por los diferentes miembros de la familia (indistintamente de la edad) y de cuyo cumplimiento dependía su sostenimiento.

los junios se acababa mucho el trabajo. No sembraban sino […] el maíz de la cosecha y el cachetón que venía en el año. Una cosecha en el año y una cosecha de cachetón con el maíz y uno tenía que comer por ahí mafafas” (A. Galvis, Comunicación personal, 07 de septiembre de 2020). También hubo momentos de grandes limitaciones a la hora de obtener los productos relacionados con los cultivos y la alimentación a pesar de que por esos años no existía de manera tan latente la amenaza de perder una cosecha por una plaga y, por lo general, aunque dependiendo del cultivo, bastaba con rozar, quemar la carga y sembrar, sin necesidad de regar o abonar. Aún así, los campesinos emplearon formas de conservación de diversas cosechas como medida para garantizar la disponibilidad de alimentos en las épocas en que no se contaba con ellos.

A temprana edad los niños se adecuaban a las distintas tareas y aunque por lo general asistían a las escuelas rurales, muchas veces su proceso formativo se vio condicionado por el desarrollo de las labores en el hogar; así lo recuerda Edilma González, habitante de Alto Grande: “nos teníamos que ir desde esta vereda hasta La Palma ¡a pie limpio! […]. A las once salíamos que a venir a almorzar, teníamos que cargar un viaje de agua pa’ volvernos pa’ la escuela y a las cuatro de la tarde ya nos volvíamos de la escuela a cargar la leña y el agua que pa’ poder ir a la escuela y si no, no lo dejaban ir” (E. González, Comunicación personal, 09 de septiembre de 2020).

Este hecho no es más que una expresión de la forma como se tenían que afrontar las necesidades básicas por parte de los campesinos, pero estas situaciones se extendían a esferas de la vida relacionadas con temas tan relevantes como los servicios públicos, que, jalonados por la comunidad, se consolidaron a partir de la década de los setenta: primero la luz, luego el agua.

A pesar de esto, el ámbito educativo representa una dimensión que generó gran interés y movilizó a las comunidades para su fortalecimiento. En el municipio,

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una parte significativa de su promoción y establecimiento ha sido liderada desde la ruralidad. Por ejemplo, la escuela que funcionó a principios del siglo XX en la vereda Las Garzonas en un local aportado por la comunidad (Betancur, 2001), o la escuela de Cristo Rey, construida por habitantes del sector, entre los que se cuenta a Juan Alzate, Onofrio Urrea y Gabriel Betancur, en un terreno donado por la señora Susana Vargas.

Dejaban los muchachos hasta grandes ahí jugando […] los que podían, porque había muchos que no podían, ¿cómo? si tenían que estar en la casa trabajando con el papá”. (C. García, Comunicación personal, 01 de septiembre de 2020). Pese a las dificultades asociadas, iniciativas de mejoramiento de la capacidad instalada al interior de las veredas, justificadas por la necesidad, nacieron como expresión de un propósito y una forma de vida comunitaria marcada por la solidaridad de los pobladores de las veredas, hecho que a su vez aportó a la reproducción de la vida familiar por medio de la relación con los otros.

No obstante, la educación no pudo escapar a las limitaciones de la época. Acerca de la escuela de Cristo Rey y los grados de educación que existían, Concepción García cuenta que: “no había sino primero y segundo.

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Después de los años setenta

sacar los productos al mercado. En el recuerdo quedan las travesías con caballos llevando bultos dispuestos en enjalmas hasta la vía principal desde donde se transportaba la carga en chivas.

En las últimas tres décadas del siglo XX, el núcleo zonal Las Garzonas vivió un marcado protagonismo de la producción agrícola como principal actividad económica. Esto se vio alentado en el ámbito municipal por ejercicios de promoción del desarrollo agrícola por cuenta de diferentes fundaciones e instituciones como el Incora (Iner & Cornare, 1993).

Más allá de un asunto comercial, las vías de comunicación son indicadores de desarrollo social; la realidad afrontada por los campesinos de la zona, a pesar de habitar un conjunto de veredas aledañas a la cabecera municipal, fue marcada por la precariedad. Al respecto, Víctor Tamayo comenta: “no entiendo por qué estábamos tan desamparados del municipio a pesar de que estábamos tan cerquita” pues los caminos de aquellos años son los denominados de herradura: “lo que entraba por aquí, prácticamente, eran los coches de bestia, ahí era que traía uno cualquier material: abonos o para hacer cualquier reforma […] aquí no entraba carro” (V. Tamayo, Comunicación personal, 10 de septiembre de 2020).

En consecuencia, el paisaje del campo carmelitano, estaba formado por montes, mangas y extensos arados de fríjol, maíz y papa. La tierra continuó siendo la base productiva del sustento familiar pero se introdujeron formas de cultivo y una racionalidad económica de producción influida por intereses de mercado y beneficiada por disposiciones tecnológicas que posibilitaron su expansión. Así pues, la oferta productiva se diversificó hacia el cultivo de hortalizas y la ganadería (aunque esta última no alcanzó niveles muy altos de desarrollo), pero la base agrícola se mantuvo en el cultivo de los productos habituales.

En razón de los beneficios colectivos y abanderada por los habitantes de cada vereda, poco a poco la infraestructura del campo mejoró, generalizando entre sectores cada vez más amplios de la población el acceso a bienes o servicios de otros lugares y facilitando los intercambios comerciales, pero este proceso fue lento e implicó grandes esfuerzos.

El aumento de la producción agrícola acentuó la falta de vías transitables para llevar los insumos hasta las veredas o para

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Crisis y actualidad Hoy, es innegable la disminución de los cultivos agrícolas y el cambio en el uso del suelo presente en las veredas del núcleo zonal, enfatizado en la construcción de residencias y los cultivos de flores que vienen desarrollándose ampliamente durante los últimos veinte años. Varios factores han operado para que se concrete este progresivo desmonte de un oficio intrínsecamente vinculado al ser campesino. Por un lado, hay que resaltar un hecho relevante que se manifestó a partir de la década de los ochenta del siglo pasado: la crisis derivada por la utilización desmedida de compuestos tóxicos y abonos para el mejoramiento productivo de los cultivos. Este hecho desembocó en una “intoxicación de la tierra” y emergencia fitosanitaria en el municipio (Iner & Cornare, 1993, p. 68).

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Parte de las consecuencias de este hecho se expresan en el riesgo y los costos que empezó a representar el cultivo para los campesinos. En palabras de Tulio Castaño Gómez: “primero al agricultor le iba bien porque no tenía que comprar ni abonos, ni riegos, nada [...] y era no más con la basura de la chamba. Nadie vendía abonos porque la gente no los usaba en ese tiempo y, ¡vaya ahora!” (T. Castaño, Comunicación personal, 07 de septiembre de 2020).


trabajo del campo, tal es el caso de Flores Silvestres, ubicada en el núcleo zonal.

Con el tiempo se acentuó la dependencia en el uso de abonos, fertilizantes y plaguicidas buscando mejorar o salvar las cosechas amenazadas por la plaga. Tales insumos alcanzaron valores muy altos y la agricultura comenzó a representar pérdidas económicas significativas y deudas bancarias imposibles de cubrir para el campesino, finalizada la cosecha y venta de los productos.

Pero los altos costos en la producción no son la única razón que alentó la reducción de los cultivos agrícolas. Con frecuencia, los relatos de los habitantes del núcleo apuntan a un hecho que operó de manera determinante: la muerte de los padres y la consecuente repartición y fragmentación de la tierra, resultando, en la mayoría de los casos, insuficiente para las labores agrícolas, ya que exigen una extensión mínima de la que se derive el sustento familiar; pues, a dicha fragmentación del grupo doméstico se suma la de la propiedad mobiliaria y la creación de los hogares de los hijos.

A pesar de esto los campesinos continuaron cultivando, aunque desde la década de los noventa, se abrieron posibilidades de empleo relacionadas con empresas asentadas en municipios vecinos y cultivos de flores que absorbieron una parte importante de la fuerza de

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la administración municipal. Uno como campesino, legalmente no le da para pagar tres millones de pesos trimestrales. Si usted va a sembrar papa, fríjol, alverja o maíz, con una producción de esas no daría para uno estarle pagando” (J. Valencia, Comunicación personal, 08 de septiembre de 2020).

En primer lugar, la división de la herencia funciona como medida para menguar aspiraciones de acumulación de bienes, pero para efectos de nuestro interés importa destacar el limitado acceso que los campesinos empezaron a tener a la tierra para el cultivo, que, en los casos en los que prevaleció el interés individual dentro del grupo, imposibilitó seguir cultivando un espacio suficiente para la obtención de beneficios.

Actualmente, el valor de la tierra y la carga tributaria que supone, hace casi insostenible su mantenimiento para quienes continúan sembrando y tiene influencia sobre los nuevos usos del suelo, aunque esta situación no se presenta igual en todas las veredas del núcleo. Sin embargo es posible ver que en el uso generalizado del suelo se conservan espacios productivos para la agricultura y la ganadería, pero incomparables en magnitud y características con el pasado; la mayoría son pedazos pequeños.

El desencanto con las rentas agrícolas obtenidas influyó en la continuidad que muchas personas eligieron dar a las labores del cultivo. Cabe mencionar que para este momento hubo apertura a opciones educativas y laborales que ampliaron el horizonte de posibilidades, cada vez a sectores más grandes de la población y que se hizo más notable y determinante para muchos habitantes durante las últimas dos décadas del siglo pasado.

Muchos continúan produciendo para el mercado bajo la modalidad de monocultivo, otros mantienen el interés por lo vivido a lo largo de su vida y sostienen cultivos de pequeña magnitud: “yo tengo mi arado y tengo mi vaca […] pa’ gasto personal y es como una especie de lujo, de manera de uno vivir; pero como pa’ que sea rentable no, bendito” (V. Tamayo, Comunicación personal, 10 de septiembre de 2020). Este tipo de ideas tiene mayor cabida entre los adultos mayores de la zona,

En segundo lugar, “la herencia divisible” favorece la maximización del pago de derechos al Estado, que muchas veces es difícil asumir de manera individual, convirtiendo las labores agrícolas en una actividad insuficiente frente el sostenimiento de la tierra (Wolf, 1971). Javier Valencia explica que: “ahorita casi que uno tiene que pagarle un arriendo a

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Con el tiempo se ha configurado la idea de los pocos beneficios que rinde la agricultura (especialmente entre los más jóvenes), pues, como lo menciona Samuel Valencia, “ellos [sus hijos] dicen que eso no paga. Y no, eso si paga. No paga pa’ negocio pero [sí] para gastar en la casa. Digamos, si uno gasta cuatro kilos de fríjol, tiene que comprarlos” (S. Valencia, Comunicación personal, 18 de septiembre de 2020).

en quienes es posible identificar cierto grado de nostalgia por las viejas formas. Sus hijos, en la mayoría de los casos, han accedido a otras opciones laborales, optando por el trabajo asalariado, los beneficios de la contratación y las prestaciones sociales, de las cuales muchos campesinos carecieron y carecen. A pesar del discurso de valoración que se ha extendido sobre la figura y forma de vida del campesino, sus garantías en el ámbito productivo siguen siendo mínimas y continúan condicionadas al costo de los insumos, la fluctuación de los precios del mercado, la eventual aparición de una plaga que eche a perder el cultivo o las inclemencias climáticas en un momento específico que pueden terminar por destruirlos, como sucedió en días recientes a la realización de esta investigación por cuenta de una granizada que afectó a muchos campesinos del municipio.

Estos hechos, si bien contribuyen a la explicación de la desvinculación gradual de los habitantes del campo con los cultivos agrícolas y de su forma de relación con la tierra, merece la pena realizar indagaciones más profundas para comprender la complejidad de un escenario en el que unos buscan la forma de permanecer y otros escapar (si queremos verlo de esa manera) a un trabajo que, al final del día, está cargado de incertidumbres relacionadas con la estabilidad económica familiar.

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El Carmen de Viboral es en esencia un territorio rural, no solo por los paisajes que se pueden ver desde el pueblo, con montañas que continúan siendo verdes a pesar del proceso de urbanismo acelerado que se viene experimentando en los últimos años. Seguimos siendo un territorio rural porque el área urbana configura solo el 1.8% de todo el territorio, mientras el municipio en su dimensión espacial tiene en total 448 kilómetros, se compone por 57 veredas y la extensión de la cabecera municipal es sólo de 2.44 kilómetros cuadrados, según datos de la Alcaldía.

casco urbano.

Muchas veces se desconocen las luchas comunitarias para garantizar derechos básicos como el acceso a la educación, el agua potable y la salud. Esto en parte se puede atribuir precisamente a las distancias que a veces separan las veredas de ese epicentro poblado, la extensión del territorio, las dificultades para acceder a ciertas zonas de este y el hecho de que la mayoría de la población se encuentra ubicada en el casco urbano: 34.187 habitantes sobre 25.229 de la zona rural (según datos del Censo nacional realizado en el 2018 por el DANE). Son unos de tantos motivos por los que la ejecución de recursos y políticas públicas encaminadas a llevar bienes y servicios a la población, se dan tradicionalmente en el

Estos periodos convulsionados y la desarticulación entre centro y periferia, condujeron además a la pérdida y reducción del territorio nacional con países vecinos como Perú, Brasil, Venezuela; y la desanexión de Panamá, por mencionar algunos, y son la consecuencia, en gran medida, de la falta de presencia del Estado en zonas distantes de las grandes ciudades, como se ha relatado en las historias sobre el despojo y genocidio de comunidades indígenas en la Amazonía colombiana por parte de las caucherías, ampliamente descrito en La Vorágine de José Eustasio Rivera, o los relatos de la Colombia profunda, rural y desprovista de institucionalidad descrita por Germán Castro

Estas dificultades, no son un asunto nuevo. En el país, desde los inicios de nuestra vida como república, ha sido evidente la falta de articulación entre el campo y los centros poblados dentro de un proyecto de desarrollo social y económico integral. Esto se ve ejemplificado en la discusión inicial sobre si debíamos ser una república federalista o centralista (esto influyó en la forma en la que se destina el gasto público), seguido de rencillas, periodos intermitentes de guerras civiles desde 1812 a 1895 y la Guerra de los Mil Días (1899).

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educativos y restaurantes escolares, la promoción de prácticas de higiene y prevención contra enfermedades. El desarrollo de condiciones de acceso al agua, mediante adecuados sistemas de riego y drenaje, el mejoramiento de los sistemas agrícolas. La construcción de carreteras, puentes y caminos vecinales, el fomento de actividades deportivas, recreación y cultura.

Caicedo y Alfredo Molano, son una radiografía de la brecha antigua y aún existente entre la Colombia rural y la urbana. Es por esta grieta profunda que ahondó aún más por el conflicto bipartidista entre Liberales y Conservadores dentro del periodo conocido como La Violencia (1930 -1958), que surge durante el primer gobierno del Frente Nacional la Ley 19 de 1959, la cual da el marco legal para la conformación de las Juntas de Acción Comunal (artículos 22, 23 y 24), como una forma de contribuir a la reducción de la inequidad en el país a partir de la conformación de colectivos vecinales.

De igual forma se estableció que otras funciones de las Juntas, estaban relacionadas con la alfabetización y el mejoramiento de la soberanía alimentaria a través de la cría y el consumo de aves, ovinos y otras especies, con el objeto de mejorar la dieta de los ciudadanos.

Posteriormente el Decreto 1761 de ese mismo año, definiría en su Artículo número 4, las funciones que desempeñarían las JAC en los territorios, entre las cuales destacan: el mejoramiento y construcción de centros

Estas funciones, sentaron las bases para que, desde las comunidades, se dieran procesos de gestión de los recursos y un desarrollo

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focalizado, que va en la lógica de lo descrito por Sen (2000), cuando habla sobre la capacidad que tienen las personas y las comunidades de ser partícipes de su desarrollo y el mejoramiento de su calidad de vida. Es en esta lógica que las Juntas de Acción Comunal a lo largo de los años se han configurado como organizaciones que dinamizan los territorios, al punto que gracias al “trabajo voluntario comunal se ha construido el 30% de la infraestructura nacional” (Valencia, 2010). Si a esto le sumamos, lo descrito por Luis Emiro Valencia (ibid), quien expone que en promedio el 70% de las Juntas de Acción Comunal en el país son rurales, nos encontramos con que estas organizaciones han contribuido de manera directa en la construcción de vías secundarias y terciarias, conformación y mejoramiento de acueductos veredales, infraestructura de centros educativos y de salud, ejercicios de soberanía alimentaria y demás elementos que mejoran la calidad de vida de las personas.

Las Juntas de Acción Comunal en el municipio Antes de las Juntas de Acción Comunal, las bases del trabajo comunitario dentro de las veredas en el municipio estaban dadas; los vecinos se conocían entre sí, tenían redes de comercio inter veredal a través del trueque y el trabajo colaborativo, tal como recuerda don Tulio Castaño (T. Castaño, Comunicación personal, 07 de septiembre de 2020), un adulto mayor de la vereda Las Garzonas cuando cuenta que lo que se hacía antes de que las JAC estuvieran constituidas, era que cuando alguien debía cosechar, los vecinos iban con el azadón y cambiaban trabajo por comida. Así mismo, dentro de las veredas se sabía quiénes eran los que extraían aceite de higuerilla, quienes atendían partos, quienes llevaban leña, cuáles eran los tapiadores (los que hacían casas de tapia y bahareque), etcétera. Si bien en este apartado no se profundizará en el tema de las economías locales, sí permite entender que en el campo las condiciones para la conformación de las acciones comunales estaban dadas. Según los testimonios de personas como Concepción García (C. García, Comunicación personal, 1 de septiembre de 2020), quien se ha desempeñado como líder comunitaria de la vereda Cristo

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escuelas, caminos, centros de salud, formación no formal y diversificación de cultivos a partir de la introducción de semillas como el fríjol cargamanto que con el tiempo pasaría a potenciar la economía agrícola carmelitana.

Rey, a inicios de los años 60, los señores Heriberto Giraldo y José Valencia, fueron las personas delegadas por parte del gobierno local para socializar la figura naciente de las acciones comunales y conformar las Juntas en las veredas de El Carmen de Viboral. Cabe anotar que, en esta conformación inicial, la distribución del municipio no era igual, todavía no estaban determinados los núcleos zonales y muchas veredas, como es el caso de La Siria y Alto Grande, no figuraban como tales.

Por este motivo, desde el proceso adelantado por el equipo de Camino de la Vereda, creemos que hablar de la historia de las Juntas de Acción Comunal, es, en últimas, hablar sobre la historia de las veredas.

El marco jurídico que rige las Juntas de Acción Comunal ha cambiado con los años, pero su importancia se mantiene vigente. En El Carmen de Viboral y el núcleo zonal Las Garzonas, estas asociaciones han jugado un papel fundamental en la vida comunitaria de las veredas; al punto que cuando se les pregunta a las personas sobre los procesos que como comunidad han vivido, siempre se llega a un denominador común, las JAC. Los ejemplos abundan,

Las Garzonas La educación comienza en la casa Don Tulio Castaño, a sus ochenta y nueve años de edad sigue teniendo una mente lúcida, camina sin la ayuda de bastones, con paso firme, aunque pausado, dice que todavía cultiva “algunas cositas”, más que nada lo hace como un pasatiempo. Él desde que tiene uso de razón vive en

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la misma casa de la vereda Las Garzonas. Recuerda que esa casa era de su “apá” (sic), y que antes de que se construyera la escuela, a su casa iban los niños de la vereda a aprender a leer y escribir. “Aquí no había escuela, esto era una escuela, esto aquí [la sala de su hogar] era el salón y la maestra venía de Marinilla. Aquí aprendieron a leer los Zuluaga, Lisandro y Rafael Zuluaga. Mucha gente de aquí aprendió a leer en esta casa”. (T. Castaño, Comunicación personal, 07 de septiembre de 2020). Mucho tiempo después, los vecinos de la vereda se unirían para construir la escuela de Las Garzonas, la edificación, es hoy en día el restaurante escolar y se ubica justo al lado de la escuela que fue remodelada y ampliada con salones y la placa deportiva.

De trochas a carreteras En términos generales, llegar a Las Garzonas, es sencillo, pues la vereda está atravesada por la ruta principal de acceso al municipio de El Carmen de Viboral. Así mismo los caminos rurales por los cuales uno se adentra a muchas viviendas de la vereda son amplios, tienen placas huellas que facilitan el tránsito de vehículos y un sistema de transporte público constante. Pero para llegar a este punto, los vecinos, tanto de Las Garzonas como de Cristo Rey, tuvieron que abrir trocha, a veces con azadón en mano y otras con maquinaria que se lograba gestionar desde la alcaldía municipal. Samuel Valencia, quien al igual que Don Tulio es un adulto mayor de la vereda Cristo Rey, cuenta que antes de que existiera la vía que

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pedacito aquí para yo hacer una capilla y que la gente venga a oír misa? – Y don Jesús dio el pedazo”. (T. Castaño, Comunicación personal, 07 de septiembre de 2020). Este fue el inicio de un proceso comunitario, en el cual los vecinos a través de la Junta se unieron con eventos, venta de empanadas, donación de materiales y mano de obra para poder ver el templo terminado e ir a misa sin necesidad de viajar, muchas veces a pie hasta el pueblo.

une las dos veredas, los caminos eran de herradura, tan estrechos en algunas partes, que a veces cuando las personas se cruzaban en la vía, uno de ellos debía salirse de la ruta para dar paso al otro. Por estos caminos las personas se transportaban a pie o en mulas. Fue hasta después de conformada la Junta que la carretera se amplió a las dimensiones que tienen actualmente. Sobre la forma en la que se construyó esta vía, Samuel recuerda: “en esos tiempos, la gente no ponía problema por nada, solo hubo una vez, cuando hicimos la carretera con la máquina. Yo era miembro de la Acción Comunal, Juan Alzate era el presidente y cuando íbamos ya por allá en Garzonas, llegó Mateo Castaño, que en paz descanse, y se le paró al frente al maquinista, que porque no quería que le dañaran el lindero. Tuvimos que parar y fuimos a hablar a la alcaldía y le tocó dejar que se hiciera la vía” (S. Valencia, Comunicación personal, 18 de septiembre de 2020), esto fue hace cincuenta años.

En este proyecto trabajaron desde los adultos hasta los niños, que como cuentan personas de la comunidad llevaban “piedritas y arena para la obra”, también recuerdan que hubo contratiempos y un susto enorme cuando la primera capilla que hicieron con muchas ganas, pero pocos conocimientos técnicos, se derrumbó sobre Hernando Valencia. “El que hacía la capilla está vivo por un milagro de mi Dios, (…) resulta que Hernando se metió ya que vio que estaba buena [la construcción] y se le vino toda la capilla encima y no le pasó nada al berraco”, recuerda don Tulio entre risas. (T. Castaño, Comunicación personal, 07 de septiembre de 2020). Después de este incidente que pudo ser mortal, una familia pudiente de la vereda “las Poncheras” se vinculó con la causa comunitaria,

Acto de fe La capilla de Las Garzonas inicia con un nombre bíblico, Jesús. La historia comienza un día cualquiera: “el padre Duque, que era cura de El Carmen en esa época, le preguntó a Jesús Valencia, - ¿Por qué no me da un

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tanto con recursos económicos, como con mano de obra calificada, contratando un oficial que al ver la capilla dijo que le faltaban “hierros” es decir, unas bases sólidas para que la capilla se mantuviera en pie. Cristo Rey Frente a la manera en la que la vereda ha cambiado, Concepción García recuerda que cuando era niña, Cristo Rey no era nada parecida a lo que es ahora, las rutas de acceso eran trochas y caminos de herradura, no había luz eléctrica y el agua no llegaba a las casas abriendo una llave como ahora; esta debía ser transportada en hombros dentro de calabazos secos. Las familias eran pocas, “es más, eran tan pocas que yo las tengo en la mente; estaba la familia de nosotros que era la familia García Valencia, estaba la familia Alzate, […], la familia de Joaquín Arcila, luego seguían los Giraldo, estaba la familia de Félix Sepúlveda […]; la familia Vargas, los Moreno […], los Gómez y Ramón Quintero” (C. García, Comunicación personal, 01 de septiembre de 2020). Estas familias tradicionales fueron a su vez las que iniciaron con el proceso de las Juntas de Acción Comunal. Samuel Valencia, recuerda que anteriormente, la vereda no se llamaba Cristo Rey, pues era una

parte de Las Garzonas. El nombre como tal se adoptó cuando en la entrada de la vereda, hace setenta años (según los cálculos de don Samuel), se construyó la estatua del Cristo que hoy continúa adornando la entrada. El primer presidente fue Isidoro González, después de él estuvo Juan Alzate. Ellos fueron los primeros que iniciaron con las JAC a abrir los caminos. Después de Juan siguió Darío Gómez en la presidencia. A las vías le siguió el centro educativo. “Mi papá me cuenta que esta escuela la hicieron los vecinos, la hicieron entre todos, que inclusive había una placa donde se decía quienes la tapiaron, porque esta escuela la hicieron en tapia. Estaba Juan Alzate, estaba Onofre Urrea, estaba Susana Vargas, pues de los que me acuerdo que estaban en esa placa” (C. García, Comunicación personal, 01 de septiembre de 2020).

Las fiestas Las fiestas en las veredas, entre ellas Cristo Rey, cumplían un doble propósito. Por un lado, estaba el goce entre los vecinos, la excusa perfecta para reunirse, tomar y bailar, pero a su vez, actividades como las romerías, donde iban médicos, hacían jornadas de vacunación, se celebraban eucaristías, se vendía comida y realizaban

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de la calidad de vida que es en últimas la idea de este sistema organizativo. “Hacíamos festivales, actividades para recoger fondos, se hacían bingos, bailes, venta de empanadas, chorizos, cervezas, aguardiente, ron y morcilla” recuerda doña Clara Inés Pérez Valencia (Ibíd.), miembro de la JAC. Estas actividades, a diferencia de otras veredas, no se desarrollaban en la escuela, porque aún hoy no existe; ni en el salón comunal por el mismo motivo. Las reuniones se hacían en la casa del vecino que la prestara y se realizaban con el fin de recoger fondos, principalmente para organizar la carretera. “La Junta comunal de La Siria nació a raíz de que como nosotros quedamos en el medio de Samaria, La María y Cristo Rey, todos tres tenían Junta, nosotros no sabíamos de dónde éramos y nadie nos quería adoptar. Entonces decían que no, que nosotros pertenecíamos a Cristo Rey, pero como era algo de boca y éramos una Junta de Acción Comunal

actividades lúdicas y recreativas que al final de la celebración dejaban recursos que eran empleados para el sostenimiento de la escuela o el desarrollo de proyectos por parte de la Junta.

La Siria La historia de La Siria comienza desde una lucha por el reconocimiento de la misma. “Acá había Junta de Acción Comunal pero no tenía personería jurídica. Estaba, pero de boca, hace mucho tiempo, mucho, mucho tiempo […] hace más de 25 años. Esa junta se acabó y la nueva JAC se montó hace más o menos dieciséis años”. Cuenta Luz Nery Henao, presidenta de la JAC (Grupo focal vereda La Siria, 01 de septiembre de 2020). Aunque la Junta no contaba con una personería jurídica, sí tenía en esencia el carácter de trabajo comunitario y de mejoramiento

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de boca. Cuando empezaron a llegar las ayudas a las comunidades por medio de las Juntas, uno iba a reclamar las ayudas a Cristo Rey, que llegaban balones, que colaboración para los niños […], siempre nos decían – ya se repartieron –, todo lo que llegaba, allá se quedaba […].Un día, a raíz de que dieron unas bicicletas, dieron como quince y eran unas para allá y otras para acá, fui yo y me dijo el presidente que no, que ya las había repartido. Yo fui y le comenté al alcalde […]. Ese mismo día empecé a hacer las vueltas para sacar la papelería de la Junta, de modo que cuando llegue un recurso sea propiamente acá y no donde otros […]. Ya tenemos toda la papelería completa, por lo menos tenemos la vocería completa de la vereda” (Grupo focal vereda La Siria, 01 de septiembre de 2020).

Esta búsqueda de reconocimiento, más allá de los problemas anecdóticos por ser una Junta “de boca”, ha significado para La Siria una dificultad enorme frente a las capacidades de la comunidad para hacer valer sus derechos. Un tema recurrente dentro de los miembros de la Junta, tiene que ver con el cierre de la vía que anteriormente comunicaba la vereda con Samaria por parte de un privado. Esto se puede evidenciar desde la casa de Víctor Tamayo, uno de los vecinos de La Siria. Allí se ve en toda su extensión el cultivo de flores Agro Green, y al fondo de esos plásticos, justo sobre una colina se divisa la escuela de la vereda Samaria, hoy en día tan cerca y a la vez tan lejos. Tanto Víctor como Clara, su hija Gladis García, recuerdan que inclusive la

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comunidad llegó a ir a reuniones de la JAC de Samaria, donde les dijeron que la gestión de la Junta iba hasta el centro educativo, pues era el límite con Cristo Rey. También recuerdan que antes los niños de La Siria iban a estudiar a esta escuela porque era la que les quedaba más cerca, “vea, de la vía de Samaria llegaba el coche que Suso Martínez (un miembro de la comunidad), todos los días llegaba por la vía, por todo el centro de la fábrica, que así era como le decíamos anteriormente. Eso era del doctor Lázaro y ahí cultivaban champiñones, después de que eso cambió de dueño, el camino no lo echaron para orilla de la quebrada. Eso se volvía puro lodo y ya no hay por donde pasar y debido a eso se nos cerró el camino”. A la declaración que hace Clara, agrega su Hija Gladis, “no solo eso, los niños pasaban; igual se metían en botas para estudiar y un día les dijeron, - no, esto por acá no es un camino –” (Grupo focal vereda La Siria, 01 de septiembre de 2020). Después de este suceso, los niños tuvieron que caminar hasta el pueblo para poder ir a la escuela.

mente y a elegir su residencia en el territorio de un Estado” y vulneraba el derecho fundamental a la educación de los niños, que cabe anotar, tienen prevalencia ante la Ley3, sin suficientes conocimientos legales para hacer valer sus derechos, con pocos recursos para una asesoría jurídica y sin representación legal ante el municipio y la Asociación de Juntas de Acción Comunal (Asocomunal), poco pudieron hacer los vecinos al ver como su camino se sembraba y se cubría con plásticos.

Aunque impedir el paso de la comunidad evidentemente violaba el derecho a la libre locomoción, consagrado en el Artículo 13 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos e incluido en el Artículo 24 de la Constitución Política colombiana: “Toda persona tiene derecho a circular libre-

3 Esto por señalar algunos puntos desde lo jurídico, sin embargo, el lector interesado, podrá consultar en temas como la Sentencia C-544/07, de la Corte Suprema de Justicia, donde se habla sobre los caminos de servidumbres, la Ley 1098 de 2006 que establece el Código de Infancia y Adolescencia en el que se estipula la prevalencia de los derechos de los Niños, Niñas y Adolescentes frente a derechos como la propiedad privada, entre otros.

Desde Samaria no se generó presión a los nuevos dueños para respetar la servidumbre que “toda la vida”, según relatan los habitantes de La Siria, comunicó a las dos veredas, pues se consideró que debía ser la Junta de Acción Comunal de Cristo Rey la que se manifestara frente a este tema y lo mismo pasó del otro lado. Hoy ya siendo una Junta legalmente constituida, los vecinos, están buscando la forma de recuperar su camino.

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La Palma María Grisel García la presidente de la Junta en la vereda La Palma, recuerda que llegó huyendo de la violencia desencadenada por la guerrilla y los paramilitares en la vereda Corales en 1994. Dice que se encontró con una comunidad que la acogió a ella y a su familia y cuenta que muchas personas al conocer su historia le tendieron la mano. “Por ejemplo, cuando yo llegué acá a la vereda, a mí no me arrendaron casa, a mí me la prestaron [es decir, no le cobraban arriendo], más o menos en dos o tres ocasiones a mí me prestaron casas, - no, como se le ocurre, que pecao de ustedes, vengan vivan ahí mientras tanto-” (M. García, Comunicación personal, 08 de septiembre de 2020). Llegaron a la vereda por su cuñado, quien vivía allí mucho antes de su éxodo y trabajaba en la naciente Flores Silvestres, un cultivo de flores enorme que tiene su entrada en el sector del pueblo conocido como El Pórtico, justo después de la segunda estación de gasolina en la salida hacia Rionegro y se extiende hasta lindar con la institución educativa de La Palma. La calidez de su gente, los paisajes y el prospecto de una nueva vida la hicieron enamorarse de La Palma y la motivaron a trabajar por la comunidad. Ella recuerda que anteriormente la participación comunitaria era mayor y que la Junta promovía actividades como las romerías, donde se hacían misas,

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venta de comidas, se realizaban jornadas deportivas y otras actividades con el fin de recoger fondos. Con el pasar de los años, en La Palma al igual que en muchas veredas, se ha disminuido la participación comunitaria y la vinculación de los habitantes a las JAC. Esto se debe en gran medida a la migración campesina debido al incremento en el costo de vida, la llegada de nuevos pobladores que no se articulan a las dinámicas sociales de las comunidades, la falta de relevo generacional de los líderes y las pocas garantías que hay para el productor4, tanto en la agricultura, debido a las bajas ganancias y los costos elevados en los insumos, cómo en la floricultura, a raíz de la especulación por parte de las comercializadoras que según cuentan pequeños floricultores como Javier Valencia y Joaquín García, reciben las flores, entregan pagarés con la promesa de que una vez se venda el producto en el mercado internacional se realizarán los desembolsos por las ventas y cierran sus puertas sin aviso, adeudando millones de pesos a los floricultores y borrando su huella tras la fachada

4 El lector interesado en ampliar el tema, puede basarse en la cartilla de Camino de la Vereda 2019, donde se habla ampliamente sobre los fenómenos de conurbación en el municipio.

de ser Sociedades Anónimas Simplificadas (SAS). Todo esto dificulta de forma directa la estabilidad de las bases sociales que constituyen las asociaciones vecinales5. A pesar de lo que se expuso en el párrafo anterior, la Junta de La Palma y sus asociados, continúan siendo una red de apoyo comunitario, que tiende la mano a personas que al igual que Grisel lo han necesitado en algún momento.

5 Frente a las flores, un habitante del núcleo zonal manifiesta “yo he tenido una pérdida muy grande con una comercializadora, de unos veinte mil dólares. Se fueron a vender a Estados Unidos, y la razón es que cuando vuelvan pagan y no, no han vuelto a venir por acá, eso fue hace cuatro años ya”. Por parte de Javier, la historia es semejante, “tenemos las facturas oficiales, pero eso no es ninguna garantía de que van a pagar, porque si una persona no tiene acá patrimonio ni nada, no hay cómo embargarle y hasta donde yo entiendo acá en Colombia existen las Sociedades por Acciones Simplificadas. Crean una SAS, tumban a varias personas y cierran las puertas (…). Y uno es el que queda acá mirando qué hacer, con deudas para pagar, con deudas en el Banco Agrario”. La deuda que tienen las comercializadoras con Javier equivale a unos 25 millones de pesos, la ganancia de un año según dice. Estas deudas no las suelen tener las grandes floristerías, debido a que ellas mismas producen y comercializan. Esto ha conducido a que muchas personas deban vender sus tierras para pagar las deudas en el banco después de haber sido estafados o bien sea por el impuesto predial acumulado por varios años.

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Se siguen haciendo las reuniones y se gestionan recursos, con la administración municipal y con los “finqueros”, es decir, con personas que han establecido proyectos productivos o fincas de veraneo en La Palma y que suelen tener una capacidad adquisitiva mayor a los pobladores tradicionales. Un ejemplo de esto, es lo que señala María Grisel (M. García, Comunicación personal, 08 de septiembre de 2020) y Javier Valencia (J. Valencia, Comunicación personal, 08 de septiembre de 2020), Fiscal de la Junta, quienes recuerdan que, durante los meses de confinamiento a raíz de la pandemia, los finqueros gracias a la gestión de la Acción Comunal, donaron mercados que fueron repartidos a las personas más necesitadas, sacrificaron ganado cuya carne se distribuyó a la comunidad y donaron bultos de cemento para una familia de escasos recursos que tenía intenciones de hacer un mejoramiento de su vivienda. Por este motivo, personas como Grisel son enfáticas en que se debe buscar la forma de articular a los nuevos pobladores a las dinámicas sociales, invitándolos a las reuniones y por medio de las nuevas tecnologías, como los grupos de WhatsApp, este último ha sido la estrategia más efectiva según cuenta.

Alto Grande La vereda Alto Grande como su nombre lo dice está ubicada sobre un cerro, con una vista privilegiada desde donde se puede ver El Carmen, la vereda La Palma y un paisaje rural adornado por cultivos de diversos colores según lo que se hubiese sembrado, papas, repollos, apio, calabacín o zuquini, entre otros. También se ven polisombras y plásticos para proteger los cultivos de ruscus y hortensias y en medio de esta colcha de retazos, como una herida profunda, se observan cada tanto, manchas negras de tierra removida donde se está rompiendo el suelo para dar paso a nuevas fincas. La vereda cuenta con dos kilómetros de una vía de acceso pavimentada, que según cuenta John Fredy Osorio, presidente de la JAC, se dio gracias a un proyecto que hay para unir el municipio de Marinilla y El Carmen. En este trayecto, se emplearon recursos de las transferencias de ley del sector eléctrico por parte de la empresa ISAGEN. La vía facilitó considerablemente el acceso a la zona, pues tal como cuenta Edilma González, quien ha vivido en Alto Grande toda la vida, “antes esto eran puros canelones (caminos de herraduras), por donde solo pasaban caballos y personas a pie” (E. González, Comunicación personal, 09 de septiembre de 2020), con el tiempo, la comunidad fue am-

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dador de esta vereda, nosotros nacimos y nos criamos en esta vereda, en esa casita [señala hacia el filo de una montaña donde se ve una casa de zócalos rojos], fue uno que empezó con la Junta de Acción Comunal. En esa Junta se fue gestionando primero, que la escuelita, que la carretera, que la caseta comunal y así se fue haciendo todo y después de él han pasado muchos presidentes” (E. González, Comunicación personal, 09 de septiembre de 2020).

pliando los caminos hasta convertirlos en vías. También ella y su hijo John Fredy, dicen que antes, más o menos treinta años atrás, en la casa en la que viven y donde tienen una tienda, se realizaban las reuniones de la JAC, pues no había salón de la Junta. Este vino años después mediante la gestión de los vecinos en la alcaldía. Esta palabra, ‘gestión’, es tal vez la que más se repite dentro de la Junta de Alto Grande, y es que muchas veces se suele pensar que las cosas siempre han estado ahí, pues para un joven o niño de Alto Grande, así ha sido. La escuela ha estado allí, la tienda de doña Edilma también, para lavarse las manos basta con abrir una llave, pero la realidad es que todos estos elementos se incorporaron de manera paulatina a la vida cotidiana. “Mi papá, fue el primer fun-

Alto Grande adquirió su personería Jurídica en 1981, e inició un proceso para dividirse de la vereda La Palma (esto es lo que actualmente está viviendo la vereda La Siria, que hoy figura como vereda, pero dentro del imaginario social se conoce como un paraje de Cristo Rey). Desde ahí se inició la gestión para la escuela que se

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fundó en 1990 y facilitó el acceso a la educación, pues antes los niños debían caminar hasta la escuela de La Palma y así, sucesivamente los cambios vividos tienen el sello del trabajo comunitario. Desde la Junta, todavía se convocan convites para el mejoramiento de vías, misas, encuentros deportivos y reuniones mensuales en el salón comunal, que como expone John Fredy, “fue uno de los proyectos más importantes que hemos podido lograr, ya que anteriormente teníamos que prestar el salón de la escuela, el acueducto y era muy incómodo, porque cuando recibíamos palas y todo eso, no teníamos donde guardar todo lo que podíamos conseguir como comunidad” (J. Osorio, Comunicación personal, 09 de septiembre de 2020). Alto Grande continúa teniendo una base social sólida y una muestra de esto, según lo expresan personas vinculadas a la JAC y se corrobora en los libros de Acción Comunal, en las reuniones de la Junta hay un aforo constante “entre cuarenta y cincuenta personas” expone el presidente. Estas bases organizativas sólidas, se deben en gran medida a que, a diferencia de otras veredas, el fenómeno migratorio a centros urbanos debido al encarecimiento de la tierra para los habitantes tradicionales, no se ha visto con tanta intensidad. Los motivos son

variados y entre ellos hay un factor clave, la presencia de un vecino poco deseado, con el cual los habitantes de Alto Grande han aprendido a vivir e inclusive quererlo: el relleno sanitario de El Carmen de Viboral. Con La Cimarrona ESP, que es la entidad encargada de manejar el relleno, la comunidad ha fortalecido una relación de apoyo, que no ha sido siempre cordial. “Anteriormente sí había mucho desorden, mucha contaminación, las personas siempre decían que no, que vamos a hacer paro. Pero a medida que se ha ido capacitando la gente, hemos empezado a ver el relleno no como algo malo sino como algo productivo, porque para años venideros, se puede lograr allá proyectos productivos, un parque tecnológico, un bosque nativo, algo turístico que quede allí” (J. Osorio, Comunicación personal, 09 de septiembre de 2020). Desde la comunidad además se han llegado a acuerdos de convivencia, como lo es el compromiso por parte de la empresa de hacer una fumigación constante para evitar ratas, cucarachas y demás vectores de contaminación del relleno, se hace veeduría ciudadana constante y proyectos ambientales, como el monumento de María Auxiliadora que se realizó en un punto que anteriormente era un foco de contaminación,

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“un botadero de basuras”. Con La Cimarrona, se limpió el lugar y se construyó una estatua de la virgen, siendo fieles a la tradición católica de la vereda. Allí se realizan encuentros religiosos como misas y rosarios, permitiendo una nueva forma de apropiación del espacio donde está la estatua.

Los procesos sociales y organizativos, como se pudo observar a través del relato de las Juntas, son parte del reflejo de la identidad campesina y de las formas de interactuar con el entorno social, algo que se amplía cuando pensamos en comida, en las formas de alimentación y como la tradición y la historias se cuentan desde las cocinas, como se abordará a continuación.

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El proceso investigativo llevado a cabo en el núcleo zonal Las Garzonas, arrojó la presencia de una amplia disponibilidad de productos en el sector y diversas labores domésticas asociadas al desarrollo de la economía familiar; esto permitió establecer un breve perfil alimentario de sus habitantes a partir de la mitad del siglo pasado y así mismo, evidenciar principales hábitos alimenticios presentes en la dieta de los pobladores de la zona.

Cuando yo tenía te daba ¿y ahora qué te daré? pedile al señor que tenga para que a juntos nos dé.

Samuel Valencia, vereda Cristo Rey.

Usualmente, en las comunidades rurales es la mujer quien porta los conocimientos asociados a la preparación de los alimentos; dichos saberes tienen la esencia simple de suplir los requerimientos nutricionales mínimos de un cuerpo para su funcionamiento. Pero más allá, este acervo cultural supone un reconocimiento de materias primas y organismos vivos, tanto de plantas como animales del entorno en el cual se encuentra inserto, propiciando que el proceso de selección y procesamiento de productos comestibles sea un acto cultural y arbitrario, sujeto a una disponibilidad espacial geográfica o temporal.

El siguiente listado y clasificación de productos es una muestra etnoecológica, que indica cómo los campesinos de la zona supieron aprovechar, de manera integral, los recursos presentes en el ecosistema que habitaban, y así mismo, configuraron un repertorio de prácticas y creencias, que posteriormente, asociaron a sus sistemas productivos. Cabe señalar que, de los productos descritos, una parte pertenece a la flora y fauna nativa y otra fracción son plantas que se introdujeron, ya fuera para consumir o para obtener un recurso económico a partir de su producción y posterior venta.

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También es importante mencionar que, al carecer de una previa sistematización de estos conocimientos, se dificultó la identificación de algunas de las plantas mencionadas, las cuales no están presentes en la zona, pero hacen parte de una constante reminiscencia comunitaria. En este sentido, la desaparición de muchas vegetaciones del entorno cotidiano, se debió a la roza y quema realizadas para ampliar la sementera y constituir, por así decirlo, una unidad agrícola integral, compuesta por animales domésticos y plantas con valor comercial; la constitución de dicha sementera tuvo y continúa teniendo las mismas bases implantadas por los jesuitas en sus haciendas, conteniendo usualmente yucales, eras de cebollas, un pequeño platanar, unas matas de coles (Patiño, 2011), sumado a un sistema de sustento previamente establecido por las comunidades indígenas. Este sistema de producción brindaba seguridad alimentaria, durante una parte del año, pero una vez la cosecha anual de dichos cultivos finalizaba, debían retomar forzosamente la siembra, procesamiento y consumo de productos silvestres; don Jesús Antonio, habitante de la vereda Las Garzonas comenta que: “Había mucha hambre en los junios, porque en los junios se

acababa mucho el trabajo […] no se veía sino el maíz de la cosecha y el cachetón que venía una cosecha en el año y uno tenía que comer por ahí mafafas […], porque los antiguos le daban tres vueltas al maíz y se iban para la caliente a trabajar porque no había qué hacer […] volvía a haber trabajo después de diciembre a desyerbar para sembrar maíz” (J. Antonio Comunicación personal, 07 de septiembre de 2020). El sistema de sustento descrito por don Jesús, tiene orígenes en las formas de alimentación de los indígenas de la zona y posteriormente fue adoptado de a poco por los colonos que llegaron y se apropiaron del territorio; se constata esto, con información proporcionada “al Superior Gobierno de 1.808, que en San Antonio de Pereira vivían 53 familias, compuestas por 519 personas, dedicados sus moradores a cosechar maíz y fríjoles […] dispersas en las labranzas de los indios” (Patiño, 2011). Este método de siembra se extendió a lo largo de tantos años, que fundamentó el desarrollo socio-económico y socio-cultural en buena parte de la municipalidad; para el presente caso, la “cogienda” del maíz en su etapa inmadura o chócolo, concordaba con Semana Santa, haciendo posible el

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desarrollo de un marcado patrón alimentario, que incluía una serie de preparaciones empleadas por los arrieros y adaptadas a las necesidades y vedas establecidas por la iglesia, tal como lo afirma Edilma González, habitante de la vereda Alto Grande: “Todo lo que había de chócolo, eso hacían los viajes de arepas; como en Semana Santa no hacían de comer, sino que eso lo hacíamos desde el día martes o miércoles y ya sábado o domingo no hacíamos nada. Ya coma lo que se haya hecho. Nada más se hacía chocolate y ya” (E. González, Comunicación personal, 09 de septiembre de 2020). Siendo así, la veda religiosa impedía el procesamiento de alimentos y algunas labores culturales -poda, abonado, cosecha- e igualmente, se daba la aparición de excedentes alimentarios o la descomposición de algunos de ellos. En el caso de

la leche, por ejemplo, se optó por el desarrollo de preparaciones que posibilitaran su uso, tales como pandequesos y tortas de maíz capio o amarillo, según fuera la disponibilidad una vez se finalizara la romería religiosa. De la misma manera, debido a que estaba mal visto cocinar durante la consagración espiritual, se adecuaron preparaciones versátiles que, una vez llegados al fin de su vida útil, pudieran emplearse nuevamente sin que se afectaran las actividades. Así, Edilma González continúa su relato: “Hacíamos por canecadas […] costalados de arepas para comer los cuatro días; de chócolo, estacas de chócolo […] como eso se endurecía se partían tajadas, se calentaban en una sartencita y se comía delicioso con chocolate” (E. González, Comunicación personal, 09 de septiembre de 2020).

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La razón por la cual no se podía preparar alimentos en días consagrados al Señor se fundamenta en la creencia ampliamente difundida en el territorio nacional que “quien muela en estos días muele a Cristo” (ALEC, 1962); este mismo paradigma aplicaba para los menesteres domésticos asociados al uso de cuchillos o similares. Es evidente que el fuerte arraigo por la religión cristiana fundamentó las labores asociadas al campo por un largo periodo de tiempo y dejó marcas indelebles a la hora de sembrar, en actos como consagrar la siembra, la supresión del consumo de productos cárnicos en la semana mayor, o la reducción de las labores del campo por un corto periodo de tiempo. Es posible afirmar que hechos como estos sumados a la dependencia de cultivos de producción anual, ocasionaran el desabastecimiento que se

daba entre los meses de julio a diciembre. Si bien se realizaban labores artesanales extra para garantizar una mejor economía –como la elaboración de colchones, la recolección de leña, el procesamiento y tejido de cabuya o la extracción de aceite de higuerilla– la falta de labores agrícolas remuneradas, sumadas a una economía municipal insipiente, posibilitaron en algunos casos serios problemas de escasez y acceso a la zona. Tal como afirma Concepción García pobladora de la vereda Cristo Rey: “había mucha pobreza, yo lo llamaría abandono”, indicando la falta de apoyo municipal con respecto a las labores agrícolas, el estado de los caminos y la educación en la vereda. Estos hechos, obligaron a las comunidades a consumir de manera frecuente productos

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Para la década de los ochenta el paradigma económico es notoriamente diferente, pues según el Distrito de Transferencia Tecnológica de Rionegro en 1984 “cerca del 70% del área de cultivo de los municipios de El Carmen de Viboral, Marinilla y Rionegro, es el de papa, maíz, fríjol cargamanto en relevos” (Tobón, 1984); para esto se requerían parcelas de trabajo más amplias, por lo que se procede a descuajar los montes y laderas restantes, así como la extracción de tierras fértiles de las vegas para el abonado de los cultivos, ocasionando el desplazamiento de fauna y la desaparición de buena parte de los productos silvestres o de uso ocasional. Se da paso entonces a patrones productivos, con parámetros científicos y técnicos, que requieren del uso de agroquímicos, los cuales tendrán repercusiones en la salud de algunos pobladores. En lo referente a la alimentación, si bien la calidad de vida mejora notoriamente, con la llegada de suministros manufacturados en fábricas o en pequeñas industrias lo que se obtuvo a cambio fue la uniformización de la alimentación, además de visibles cambios en la cultura alimentaria y una ampliación de las brechas sociales en la zona.

silvestres y en algunos casos de especies poco domesticadas, las cuales fuera de las fechas de cosecha producían efectos adversos como picor o estreñimiento. Tal es el caso de algunas Aráceas y Alocacias comestibles como las mafafas, los pingueperros o “los famosos tapaculos” (J. García, Comunicación personal, 02 de septiembre de 2020). Puede pensarse que el consumo de este tipo de plantas es biológicamente inadecuado, pero debe entenderse que, ante la amplia gama de especies vegetales comestibles presentes en el mundo, el inventario dietético de muchas comunidades se reduce a lo estrictamente conocido en su ámbito cultural, lo que dificulta la adopción de sistemas técnicos en la preparación y procesamiento de productos ajenos a su cotidianidad. Ejemplo de esto es la mafafa que en su etapa inmadura y fuera de su fecha de cosecha “picaba una cosa horrible”, debido a la presencia de tóxicos como el oxalato de calcio en sus turmas durante la luna llena; pero la solución a dicho problema, se encuentra en las tradiciones culinarias de antaño, en las cuales se indicaba que la planta tenía “un tiempo para cogerla: en menguante” (C. García Comunicación personal, 01 de septiembre de 2020).

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Además, esta supuesta optimización productiva en lo referente a costos y beneficios, generó un mal entendido sobre los hábitos alimenticios tradicionales, catalogándolos como insanos o poco nutricionales; igualmente se generaliza el temor y la vergüenza de aceptar el consumo de productos no por gusto sino por física necesidad, ocasionado, con el paso del tiempo, que las tradiciones culturales culinarias y las labores asociadas a la misma desaparezcan como la remembranza de los junios que se iban con los golondrinos a recoger café. Con el fin de recuperar una mínima parte de la identidad culinaria, presente en el núcleo zonal Las Garzonas, se realizaron ejercicios de memoria en el marco del trabajo de campo y así construir un breve recetario descriptivo que represente los remanentes gustativos que en algún momento los identificó, he aquí el resultado de dicho proceso, precedido por una descripción de los modos de consumo de los productos previamente descritos.

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Si bien no había unos parámetros de consumo de alimentos establecidos, si se hacía mención a una rutina alimentaria, sujeta a modificaciones dependiendo de la disponibilidad de los productos en el hogar, doña Edilma González logra clasificarla de la siguiente manera: “A las seis de la mañana le llevaban a uno un pocillo de apio, yerbabuena o cualesquier rama, a las siete y media un chocolate con dos galletas. A las nueve la tal segundilla, que eran de pronto unas miguitas y un pedacito de quesito, lo que hubiera, a las once le daban un poquito de mazamorra o jugo de tomate, pero lo batían con bolinillo […] como no había licuadora. A las

dos el almuerzo, a las tres el algo, a las seis la comida y a las ocho la merienda. […] En el algo era un pedazo de panela con mazamorra o si había visita mantenían unas galletas guardadas en un tarro y se las daban a la visita, galletas o arepa. La merienda era chocolate, con arepa y pedacito de quesito. La segundilla era una tela con mantequilla y unas miguitas de arracacha o de papas o plátano, […] cocinaban los plátanos dominicos que daba la misma huerta, los cocinaban, los majaban, los revuelven con cebolla y manteca” (E. González, Comunicación personal, 09 de septiembre de 2020).

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Comentario final y no por las condiciones particulares de los habitantes.

Las veredas que componen el núcleo zonal Las Garzonas, tanto como despensa agrícola o como patrimonio cultural y natural, son para El Carmen de Viboral, una parte vital de su identidad y sus dinámicas productivas. No solo por ser un municipio principalmente rural, sino porque históricamente el desarrollo agrícola, la manufactura del aceite de higuerilla otrora desarrollada en estas veredas y las dinámicas organizativas jalonadas por las JAC, son elementos que han incidido de forma directa en el pueblo.

Este fenómeno es recurrente en la narrativa de las personas que hacen parte de las comunidades visitadas durante el proyecto y se reitera que no hay garantías de permanencia para los campesinos en la zona y por lo tanto de sus maneras de vivir, tradiciones y convivencia comunitaria. Así mismo, esta migración masiva genera una burbuja inmobiliaria, donde las tierras son compradas a precios elevados por parte de personas foráneas que tienen capacidad para adquirirlas y pagar los impuestos.

Sin embargo, cabe anotar que la participación ciudadana de las comunidades de base, se ve en peligro por la migración de los habitantes nativos hacia la zona urbana o hacia otros municipios y ciudades, principalmente por el encarecimiento de la tierra, los bajos precios de la agricultura y el aumento en los impuestos, que hacen imposible la tenencia de la tierra por parte de quienes no cuentan con un capital económico considerable, pues la estratificación de la misma se mide por la ubicación geográfica

A su vez, lo anterior tiene incidencia en las formas de alimentación en las comunidades, pues ya son pocas las familias que se auto abastecen u obtienen beneficios por la producción agrícola, conduciendo a que cada vez la variedad de productos cultivados sea más limitada, condicionando la alimentación a las dinámicas de oferta y demanda del mercado. Esto pone en riesgo la autonomía alimentaria.

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