El libro de los muertos

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OTROS TÍTULOS DE LA COLECCIÓN

Jaime Manrique

de una niñez estática —caminatas a orillas del mar, un “mambo feliz”, comer engañosas frutas tropicales— se funden con aquellas de sus amores recientes en estos hechizantes y exquisitos poemas. emorias

JAIME MANRIQUE Barranquilla, 1949

Fabio Morábito Prólogo de Camilo Velásquez

Palabras de un prefantasma Óscar Hahn Prólogo de Mario Meléndez

Moradas interiores Amalia Moreno Restrepo María Paz Guerrero Tania Ganitsky María Gómez Lara Prólogo de Óscar Torres Duque

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La poesía de Jaime Manrique se desarrolla dentro de un clima cultural muy diferente al nuestro: el clima de la cultura norteamericana. Y hablo de clima en forma deliberada: no es que su poesía esté influida por la poesía norteamericana, es poesía norteamericana escrita en español. Esto que a primera vista puede parecer un juicio negativo, no lo es. Muy por el contrario: en sus manos el lenguaje poético adquiere una frescura y una originalidad inusuales entre nosotros y su escritura es una de las más interesantes de la poesía colombiana de los últimos años. María Mercedes Carranza

EL LIBRO DE LOS MUERTOS Antología poética

Jaime Manrique

COLECCIÓN POESÍA

No me despiertes si tiembla

EL LIBRO DE LOS MUERTOS

John Ashbery

Poeta, narrador y ensayista, ha escrito su obra en español y en inglés. Recibió el Premio Nacional de Poesía Eduardo Cote Lamus en 1975 por su primer libro, Los adoradores de la luna. Publicó en español El cadáver de papá (1978) y Notas de cine: confesiones de un crítico amateur (1979). En inglés es autor de las novelas Oro colombiano (1983), Luna Latina en Manhattan (1992), Twilight at the Equator (1997), Nuestras vidas son los ríos (2006) y El callejón de Cervantes (2012). Entre sus poemarios se destacan Mi noche con Federico García Lorca (1995), Tarzán, Mi cuerpo, Cristóbal Colón (2000) y El libro de los muertos (Poemas selectos 1973-2015). Su obra ha sido traducida a quince idiomas. En 2000, recibió una beca de la Fundación John Simon Guggenheim. En 2007, Nuestras vidas son los ríos recibió el International Latino Book Award a mejor novela histórica. En 2017, será publicada su nueva novela Como esta tarde para siempre.

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Facultad de Ciencias Sociales

Reservados todos los derechos © Pontificia Universidad Javeriana © Jaime Manrique Primera edición: abril de 2017 Bogotá, D. C. isbn: 978-958-781-054-7 Número de ejemplares: 300 Impreso y hecho en Colombia Printed and made in Colombia Editorial Pontificia Universidad Javeriana Carrera 7.ª n.º 37-25, oficina 13-01 Edificio Lutaima Teléfono: 3208320 ext. 4752 www.javeriana.edu.co/editorial

Cuidado de texto: Diego Pérez Medina Diseño de pauta gráfica: Ignacio Martínez-Villalba Diagramación: María Victoria Mora Diseño de carátula: Ignacio Martínez-Villalba Impresión: Javegraf

MIEMBRO DE LA

Pontificia Universidad Javeriana | Vigilada Mineducación. Reconocimiento como Universidad: Decreto 1297 del 30 de mayo de 1964. Reconocimiento de personería jurídica: Resolución 73 del 12 de diciembre de 1933 del Ministerio de Gobierno.

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Prohibida la reproducción total o parcial de este material, sin la autorización por escrito de la Pontificia Universidad Javeriana

Manrique Ardila, Jaime, 1949-, autor El libro de los muertos: antología poética / Jaime Manrique. -- Primera edición. -Bogotá: Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2017. (Colección Poesía Pontificia Universidad Javeriana) 130 páginas; 12.5 x 20 cm isbn: 978-958-781-054-7 1. Poesía colombiana. 2. Literatura colombiana. 3. Poesía contemporánea. 4. Poesía. 5. Naturaleza en la poesía. I. Pontificia Universidad Javeriana. Vicerrectoría de investigación. Facultad de Ciencias Sociales. CDD C861 edición 21 Catalogación en la publicación - Pontificia Universidad Javeriana. Biblioteca Alfonso Borrero Cabal, S.J. inp

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Esta edición corresponde a una revisión y una nueva selección de la antología publicada por Artepoética press en el 2016.

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CONTENIDO

EL RETORNO DE LOS MUERTOS VIVIENTES Hugo Chaparro Valderrama 11

LOS ADORADORES DE LA LUNA (1976) Los lobos 19 El sótano 21 De un Manrique a otro 23 De alta 24 Este amor, el otro 25 Día de fiesta 27 Anne Sexton 28

GOLPES DE DADOS (1979) A la muerte de Andrés Caicedo 33 Carta abierta (mayo) 36

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MI NOCHE CON FEDERICO GARCÍA LORCA (1996) Barranco de Loba, 1929 39 El fantasma de mi padre en dos paisajes 42 El cielo encima de la casa de mi madre 44 Metamorfosis 45 Mambo 47 Los años de Nat King Cole 48 Imágenes 52 El espantapájaros 54 Elegía al cisne 59 El muelle Redington en San Petersburgo 60 Mi noche con Federico García Lorca 63 Marco Polo, mercader y poeta 65 Recuerdos 68

MI CUERPO Y OTROS POEMAS (1999) Mi cuerpo 77 Poema de otoño 79 Poema para ti 81 Al era de Alabama 82 Turismo 85 Viaje en tren al caer la noche 88 La ruta desconocida de Amherst 90 Luis Cernuda en South Hadley 92 Tu arte inmaculado, Billie Holiday 95 Nocturno en Greenwich Village 96 Remolcador 98 Bogotá 101 Mi autobiografía 102 Poesía 103

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POEMAS RECIENTES (2000-2014) Don Quixote 107 El tigre 110 El patio de la calle 58 112 Crepúsculo 114 Cometas 118 La hora azul 120 Carta a María Elvira 122 Furioso 123 Las meninas 125 Memorias fantasmas 128

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E L R E T O R N O D E L O S M U E RT O S V I V I E N T E S

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DGAR ALLAN POE escribió a principios del siglo xix dos ensayos sobre el oficio de la poesía: “The Poetic Principle” y “The Rationale of Verse”. En ambos se preguntó sobre temas tan sensibles como la extensión de un texto, las virtudes que tiene la brevedad o de qué manera se expresa el Sentimiento Poético —así, con mayúsculas románticas—, esencial “en la Pintura, la Escultura, la Arquitectura, la Danza, sobre todo en la Música y, de forma muy peculiar, y con gran amplitud en su campo, en la composición de la Jardinería Paisajística”. Años después, el 15 de abril de 1862, un ángel neurótico, Emily Dickinson, se atrevió a vencer su timidez y le envió una carta, acompañada por cuatro poemas, al profesor Thomas Wentworth Higginson, que vivía en Worcester (Massachusetts). Asombrado por el descubrimiento de un “genio poético totalmente novedoso y original”, Higginson no supo cómo rotular ni comparar los poemas con los de otros autores que le sirvieran de referencia académica. Aún así, “Safe in their Alabaster

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Chambers”, “I’ll Tell You How the Sun Rose”, “The Nearest Dream Recedes-Unrealized” y “We Play at Paste”, aunque le parecieron notables, incluso extraños, eran “muy delicados, no lo suficientemente vigorosos para publicarlos”. ¿Le habría importado a Dickinson? Recordemos su ironía, felizmente delicada, para burlarse del resplandor fugitivo que pudiera iluminar su obra: “La Fama es una abeja. / Tiene una canción. / Tiene un aguijón. / Ah, también, tiene alas”. Los 1775 poemas que escribió demostraron que su interés más profundo fue comprender los misterios del ser humano, vistos a través de la experiencia solitaria en la que transcurrió su vida. La secreta intimidad de Dickinson fue radicalmente distinta al proyecto creativo que animó al poeta de las multitudes, el poeta que se consideraba a sí mismo un cosmos, un autor épico y desmesurado, que a mediados de 1855 decidió que circularan copias impresas de lo que sería Hojas de hierba. Walt Whitman, con su imagen de patriarca bíblico, se interesó por lo masivo, por la construcción de la nación y los ritmos y melodías del idioma que la definían. Un poeta que trató de abarcar la geografía de Estados Unidos, mientras que Dickinson logró sus prodigios de manera microscópica en el universo de su casa. Poe —un escritor que alucinó con frecuencia soportando el duelo de la razón y el delirio—; Dickinson —la joven que prefirió el refugio de la discreción para escucharse a sí misma a través de sus poemas—; Whitman —un autor que se propuso alcanzar una dimensión cósmica para hablarle al futuro acerca de su país—: tres personajes de una misma geografía literaria, que heredarían a los poetas del siglo xx sus neurosis, esperanzas y frustraciones. Una escritura diversa y contrastante que enseña la vitalidad de una época, prolongada en otro giro de la tradición: los inmigrantes. En su aprendizaje de un legado que matizó el inglés y cifró una manera de observar el mundo entre la

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geografía y el idioma maternos, deslizándose como criaturas anfibias en una nueva sintaxis. Jaime Manrique Ardila es un poeta que llevó la memoria del Caribe desde el español al inglés y a su poesía escrita en Estados Unidos, donde comenzó a vivir a finales de los años sesenta. Un encuentro que se puede comprender de manera anecdótica, antes de que hiciera el viaje, cuando leyó Jane Eyre y Cumbres borrascosas en Barranquilla. Las hermanitas Brontë le transformaron el paisaje tropical con la gracia de una fantasía: no es frecuente que un adolescente suponga en el clima de la ciudad “los páramos salvajes y melancólicos de Inglaterra”. Pero las variables de la imaginación que han hecho de Manrique un escritor múltiple —entre la poesía, la novela, el cuento, la crónica, la crítica de cine y las traducciones— hicieron posible que el cruce de umbrales entre distintas realidades se encontrara en el tiempo. El libro de los muertos —publicado originalmente por Arte­ poética Press en 2016— es una antología que recorre su escritura como un libro de viajes en términos literarios, desde Los adoradores de la luna (1976) hasta Mi cuerpo y otros poemas (1999), aparte de algunos poemas que permanecían inéditos. Un viaje en el que se revela la distancia con el origen —fortuito como el azar, por el que heredamos una lengua, un país, una cultura—, con el que se tiene la perspectiva del telescopio invertido para afianzarse en referencias más allá de las fronteras locales y escribir sin que el himno y la bandera sean camisas de fuerza. En “El fantasma de mi padre”, un fragmento es elocuente para comprender el tiempo y las coordenadas que sugiere la nostalgia:

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Estoy en Nueva Inglaterra, un paisaje desconocido por mi padre, un paisaje sin flores con cuellos de jirafas,

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ni aves de garras platinadas, ni felinos vomitando cataratas de sangre, ni platanales cruzados por ríos claros como el vodka surcados por flamingos con cuellos sumergidos y con plumosas colas abiertas como parasoles.

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Desde un lugar distinto a la “exaltada pesadilla de Rousseau”, como puede ser el Caribe, Manrique regresa, a través de la escritura, al territorio donde vivió alguna vez su fantasma adolescente. El “principio poético” que le interesara a Poe —“the essentiality of what we call Poetry”—, en Manrique se resuelve formalmente con el tono narrativo que hizo de la poesía de Whitman una escritura cercana a la oralidad. Autobiográfico y confesional, las narraciones poéticas de Manrique se leen como una versión escrita de su voz cuando evoca su infancia en “El patio de la calle 58”; reflexiona como Dickinson sobre sus “Memorias fantasmas”: “Hoy nada es más sagrado / que ese instante cuando dos seres / se reconocen, sin defensas, y heredan / el fantasma de la memoria”, o sitúa en “El tigre” del Caribe la tradición de otros poetas que han escrito sobre el animal: No el tigre de Blake de espantosa simetría ni el tigre de Bengala de Borges, terror de las riberas del Ganges. Me refiero al tigre de la finca de mi abuelo adonde solo los valientes se atrevían. El tigre sagrado y sangriento de los mayas, el tigre de colmillos como

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dagas de alabastro, devorador de becerros y doncellas. “Se lo comió el tigre” era la expresión que se usaba para explicar la desaparición de cualquier hombre o bestia.

Una oralidad forjada por su oficio como traductor, útil como espionaje minucioso de los poetas que le han interesado: otro tipo de neuróticos, distintos a los que poblaron el siglo xix, pero semejantes a ellos por la forma como hicieron de la desesperación la base de sus poemas autobiográficos. Seres humanos en equilibrio inestable sobre sus abismos personales, que se manifestaron con una sinceridad descarnada, capaz de irritar a los críticos, cuando Anne Sexton, como recuerda Maxine Kumin en su prólogo a las obras completas de Sexton (Mariner Books, 1999), exploró terrenos novedosos, demolió tabús y

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escribió abiertamente sobre la menstruación, el aborto, la masturbación, el incesto, el adulterio y la adicción a las drogas en una época [los años 60 y, con un énfasis más descarnado, en los 70] cuando el decoro no consideraba adecuados estos temas para la poesía.

Profesionales del martirio como Hart Crane, Sylvia Plath o Weldon Kees; mentes de inteligencias desconcertantes, como W. H. Auden, o nombres mitificados con justicia por obras inspiradoras como las de Mark Strand y Elizabeth Bishop. Voces que hicieron del inglés y de sus formas poéticas, diferentes según las necesidades creativas de cada autor, una referencia para que Manrique consiguiera el tono de lo que se llama estilo, una forma de escribir que hace de las influencias el punto de partida necesario para descubrir nuestro reflejo más preciso en un poema.

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Otra pregunta resuelta por Manrique cuando en su “Carta a María Elvira” le escribe a su amiga, que vive en una casa donde “el Caribe fosforece a tus pies”, cómo son “las noches invernales / en este pueblo congelado”, y concluye atravesando una vez más los territorios de su biografía:

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¿Quién dice que el tiempo pasa? El tiempo ni avanza ni retrocede ni guarda memoria de los versos que escribí hace años. Las estrellas no están ni más lejos ni más cerca. Soy yo quien cada vez estoy más lejos.

Melancólico y con una frágil esperanza en el futuro de su poesía, podemos contradecirlo. Su escritura permanece como una voz excepcional en el contraste con otros autores, revelándose en la plenitud de sus virtudes a través de la oralidad, del ritmo narrativo y de las reflexiones que enaltecen un poema para guardar memoria de sus versos cuando se regresa, como una visita entrañable, a lo que se relata en “El espantapájaros”, una visión memorable, entre tantas de este libro, sobre el tiempo como dimensión de nuestras vidas, un poema que espera más allá de este prólogo por su lector, seguramente, agradecido. HUGO CHAPARRO VALDERRAMA LABORATORIOS FRANKENSTEIN©

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El libro de los muertos se compuso con tipografĂ­a de la fuente Granjon. Se terminĂł de imprimir en los talleres de Javegraf en el mes de abril de 2017.

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