No hace falta ser un filósofo analítico para sostener que el trabajo de la filosofía consiste, en buena parte, en reflexionar sobre nuestro lenguaje. Esto incluye por supuesto reflexionar sobre nuestro léxico moral y en éste, a pesar de las tendencias a marginalizarlo, el Mal, ha ocupado y sigue ocupando un rol importante. Más allá de la pregunta en torno al estatus ontológico que le otorguemos al Mal (¿hay o no algo así como el Mal?), se trata de un término omnipresente en nuestros juicios sobre los fenómenos morales y políticos.