La universidad. Estudios sobre sus orígenes, dinámicas y tendencias

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GENERAL DE LA COMPAÑIA DE JESÚS Y GRAN CANCILLER DE LA UNIVERSIDAD Adolfo Nicolás Pachón, S.J. PROVINCIAL DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS EN COLOMBIA Y VICE-GRAN CANCILLER DE LA UNIVERSIDAD Gabriel Ignacio Rodríguez Tamayo, S.J. RECTOR DE LA UNIVERSIDAD Joaquín Emilio Sánchez García, S.J. RECTOR DE LA SECCIONAL DE CALI Jorge Humberto Peláez Piedrahita, S.J.

CONSEJO DE REGENTES Gabriel Ignacio Rodríguez Tamayo, S.J. (Presidente) Eduardo Uribe Ferrero, S.J. Luis David Prieto Martínez Alberto Múnera Duque, S.J. Julián Garcés Holguín Guillermo Hoyos Vásquez Joaquín Emilio Sánchez García, S.J.


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Mary Bermúdez Gómez Jorge Humberto Peláez Piedrahita, S.J. Álvaro Vélez Escobar, S.J. (Secretario)

CONSEJO DIRECTIVO UNIVERSITARIO Joaquín Emilio Sánchez García, S.J. (Presidente) Jorge Humberto Peláez Piedrahita, S.J. Consuelo Uribe Mallarino Vicente Durán Casas, S.J. Iván Solarte Rodríguez Antonio José Sarmiento Nova, S.J. Sergio Bernal Restrepo, S.J. Roberto Enrique Montoya Villa Pablo José Quintero Delgado Catalina Martínez de Rozo Ismael Rolón Martínez Aura Bernarda Parra Santos Fabio Ramirez Muñoz, S.J Ángela María Robledo Gómez Víctor Hugo Restrepo Botero Jaime Alberto Cataño Cataño (Secretario)


La Universidad ESTUDIOS

SOBRE SUS ORÍGENES, DINÁMICAS Y TENDENCIAS

Alfonso Borrero Cabal, S.J.

TOMO

I

HISTORIA UNIVERSITARIA: LA UNIVERSIDAD EN EUROPA DESDE SUS ORÍGENES HASTA LA REVOLUCIÓN FRANCESA

Compañía de Jesús Pontificia Universidad Javeriana


Comité editorial de la obra La Universidad. Estudios sobre sus orígenes, dinámicas y tendencias Gerardo Remolina Vargas, S.J. Jairo H. Cifuentes Madrid Arnoldo Aristizábal Hoyos Nicolás Morales Thomas Nelson Arango Mozzo Recopilación de textos Consuelo Gutiérrez de González

Reservados todos los derechos © Compañía de Jesús © Pontificia Universidad Javeriana Derechos exclusivos de publicación y distribución de la obra Primera edición: Bogotá, D.C., septiembre de 2008 ISBN de la obra: 978-958-716-121-2 ISBN del tomo: 978-958-716-122-9 Número de ejemplares: 500

Borrero Cabal, Alfonso, S.J., 1923-2007 La Universidad. Estudios sobre sus orígenes, dinámicas y tendencias / Alfonso Borrero Cabal, S.J. -- 1a ed. -- Bogotá : Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2008.

7 v. : ilustraciones, cuadros, diagramas y gráficas; 24 cm. Incluye referencias bibliográficas. ISBN: 978-958-716-121-2 (obra completa) 978-958-716-122-9 (v. 1) 978-958-716-130-4 (v. 2) 978-958-716-131-1 (v. 3) 978-958-716-132-8 (v. 4)


6/808 978-958-716-133-5 (v. 5) 978-958-716-134-2 (v. 6) 978-958-716-137-3 (v. 7)

Vol. 1. Historia universitaria: la universidad en Europa desde sus orígenes hasta la Revolución Francesa. -- Vol. 2. Historia universitaria: la universidad en Europa desde la Revolución Francesa hasta 1945. -- Vol. 3. Historia universitaria: la universidad en América, Asia y África. -- Vol. 4. Historia universitaria: los movimientos estudiantiles. -- Vol. 5. Enfoques universitarios. -- Vol. 6. Organización universitaria. -- Vol. 7. Administración universitaria.

1. UNIVERSIDADES. 2. UNIVERSIDADES - HISTORIA. 3. MOVIMIENTOS ESTUDIANTILES. 4. ADMINISTRACIÓN UNIVERSITARIA. 5. AUTONOMÍA UNIVERSITARIA. 6. PLANIFICACIÓN UNIVERSITARIA. 7. EDUCACIÓN SUPERIOR - HISTORIA.

CDD 378 ed. 21 Catalogación en la publicación - Pontificia Universidad Javeriana. Biblioteca General

___________________________________________________________________________ ech. Julio 28 / 2008


PRESENTACIÓN

La Pontificia Universidad Javeriana, obra de la Compañía de Jesús en Colombia y entidad dedicada a la formación de la persona, a la generación y transmisión del saber y al servicio a la sociedad, se honra en publicar las conferencias que su ex alumno y destacado rector, P. Alfonso Borrero Cabal, S.J., presentó con gran erudición durante veintiséis años en el Simposio Permanente sobre la Universidad. Esta extraordinaria publicación sobre la universidad, de siete tomos y más de siete mil cuartillas, con una riqueza académica única y de valor incalculable, expresa y refleja, en cada una de sus líneas, el talante humanista y la auténtica condición de universitario del autor. Fueron muchos los años que el P. Borrero dedicó al estudio de la universidad como institución social, y una parte muy significativa de su vida al trabajo en ella como profesor, decano y rector. De aquí que los contenidos de sus conferencias tengan esa rica mezcla de la experiencia que ofrece el ejercicio de la autoridad deontológica y la sabiduría que ofrece el estudio y que otorga la autoridad epistemológica; conjunción en el actuar del verdadero universitario que tantas veces escuchamos en sus palabras. Las conferencias del P. Alfonso Borrero, S.J., que se publican bajo el título La Universidad. Estudios sobre sus orígenes, dinámicas y tendencias, recogen su significativo aporte al Simposio Permanente sobre la Universidad, del cual fue su creador, director y autor principal. Conferencias que, en riguroso ejercicio investigativo, permanentemente actualizó en su contenido y en sus


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múltiples citas bibliográficas y comprehensivas referencias a otros pensadores de la universidad. Sus reflexiones fueron también alimentadas desde el diálogo creativo, crítico y constructivo con quienes fueron sus alumnos y colegas. Ellos disfrutaron del maestro amable, generoso y siempre dispuesto a compartir su saber. Maestro fue, pues no guardó para sí toda su sabiduría sino que la dispuso con magnificencia al servicio de las personas y de las instituciones de educación superior. Las conferencias del P. Borrero se construyen y se entienden en el contexto académico del Simposio Permanente sobre la Universidad. Y el mejor camino para la presentación de su alcance son sin duda las mismas palabras de su autor: Por razones y en circunstancias ajenas a esta presentación, nació, hace más de veinte años, la “experiencia del proceso y metodología” del Simposio Permanente sobre la Universidad, en el cual se cruzan, concretamente, las hiladuras interdisciplinarias de la historia de la universidad como institución, tan asida a la historia y la filosofía de la ciencia; la historia de las políticas de la educación en todos sus niveles y proyecciones sociales; la administración y sus estructuras, concebida como la organización académica interna y gobernable de las instituciones educativas y su servicio a la integral cultura del individuo como ser social, y las implicaciones políticas, sociales, económicas, financieras y legislativas de la educación. Sólo teniendo en cuenta el tejido interdisciplinario precedente sería posible todo intento proyectivo de la educación hacia los próximos futuros.

Adicionalmente, el mismo P. Borrero en un artículo inédito nos precisa el sentido del Simposio y nos fija su


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posición sobre la común utilización del neologismo “universitología”, como muchos se refieren en Colombia y en el exterior a esta obra. Asumido así el problema de la educación desde su cima universitaria, no sé por qué alguien lo denominó “universitología”, lo cual suena tan pretensioso como hablar de traficología para aludir al complicado problema de las relaciones móviles en nuestras urbes contaminadas. Ya se había adoptado el clásico concepto de simposio como permanente y acogedor diálogo de quienes trajinan, especialmente desde la educación superior, con el complejo problema social de la educación de todos y en todos sus integrales matices.

Por ello, las conferencias del P. Borrero ciertamente constituyen “acogedor diálogo” sobre la universidad para quienes “trajinan” en ella y para ella. La publicación de La Universidad. Estudios sobre sus orígenes, dinámicas y tendencias, es sencilla expresión de la inmensa gratitud y del profundo reconocimiento que su Alma Máter hace y tiene por el P. Alfonso Borrero Cabal, S.J. y por su vida pródiga de aporte y servicio a la educación superior.

JOAQUÍN EMILIO SÁNCHEZ GARCÍA, S.J. Rector Pontificia Universidad Javeriana


PRÓLOGO

La Pontificia Universidad Javeriana se complace en ofrecer al mundo universitario la presente obra, que recoge la mayoría de los escritos del P. Alfonso Borrero Cabal, S.J., sobre la historia, la naturaleza, las características, funciones, realidades y proyecciones futuras de la universidad. Se trata de una colección de trabajos gestada a lo largo de muchos años, fruto de su intensa experiencia universitaria, de una paciente investigación personal, y de una continua interacción con sus colaboradores, colegas y amigos universitarios. Todos los escritos aquí reunidos fueron presentados por él, y sometidos a la reflexión y discusión de los participantes en el Simposio Permanente sobre la Universidad (rectores, vicerrectores, decanos y profesores universitarios). El Simposio, una creación suya, consistía en una actividad académica, con dedicación exclusiva durante cinco semanas repartidas en sendos períodos a lo largo del año. Concluido cada período, los participantes debían trabajar sobre alguno de los temas del Simposio, utilizando la metodología del seminario alemán. Esta actividad fue inaugurada solemnemente en abril de 1981 y perduró hasta mayo de 2007, fecha de la muerte del P. Borrero. A lo largo de los veintiséis años de vida del Simposio, dentro y fuera del país, el autor fue perfeccionando, enriqueciendo y reorganizando sus conferencias. Eran documentos “vivos” en el sentido pleno de la palabra. Por esa razón, sólo en los dos últimos años de su vida comenzó a pensar en una posible edición e impresión de su obra.


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Esta labor editorial, inconclusa por parte del autor, fue asumida por la Rectoría de la Universidad Javeriana, y confiada a un Comité académico y técnico que se encargó de revisar, organizar y preparar los escritos para la presente publicación. El Comité ha procurado ser extraordinariamente respetuoso de los textos y responder en su organización, dentro de lo posible, a la concepción y sistematización propias del autor. Esperamos haber acertado en lo fundamental. Por otra parte, dado que el Padre utilizaba sus conferencias adaptándolas a diversos ambientes y auditorios fuera del Simposio, mezclando a veces algunos elementos de distintas conferencias, es posible que el lector encuentre algunas repeticiones, aunque serán en realidad muy pocas. La obra, tal como se presenta en la presente edición, consta de siete tomos organizados de la siguiente manera: los cuatro primeros recogen las conferencias relativas a la Historia de la universidad; el tomo V agrupa las conferencias sobre los Enfoques o la filosofía universitaria; el tomo VI se refiere a la Organización de la universidad y el tomo VII a la Administración universitaria. Confiamos en que los lectores sabrán descubrir y gustar la pureza del pensamiento del autor, considerado como uno de los mejores conocedores contemporáneos de la universidad.


ALFONSO BORRERO CABAL, S.J., UN MAESTRO UNIVERSITARIO (Santiago de Cali 1923 – Bogotá, D.C. 2007)

Alfonso Borrero destilaba saber; quizás nadie de nuestra generación haya conocido tan a fondo y tan científicamente los orígenes, la naturaleza, las notas y la historia de la universidad. ¡Fue su pasión! Sus cursos sobre la universidad fascinaban por sus conocimientos, pero más allá de su saber, fascinaban por su sabiduría.

Cuando Alfonso Borrero llegó a la Universidad Javeriana en 1962, para asumir el cargo de Decano de disciplina y Secretario de la Facultad de Arquitectura, no tenía idea de lo que era una universidad. Así lo confesaba él mismo. No porque no hubiera pasado por una universidad, sino porque no había penetrado en la naturaleza y el profundo sentido de la misma.


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Antes de su ingreso en la Compañía de Jesús (1944), Alfonso Borrero había iniciado estudios de arquitectura en la Universidad Nacional de Colombia; posteriormente había hecho estudios universitarios de humanidades clásicas en griego y latín (1946-1948) en el Colegio Universitario de los jesuitas en Santa Rosa de Viterbo (Boyacá); había estudiado tres años de filosofía (1949-1951) en Gonzaga University en Spokane (Washington) y cuatro años de teología en la Universidad Javeriana de Bogotá (1953-1956). Por otra parte, durante la primera parte de su vida como jesuita se había desempeñado como educador. Primero en Zipaquirá, en la Escuela Apostólica San Pedro Claver (1948-1949), y en el Colegio San Ignacio de Medellín (1951-1953); años después fue prefecto de estudios y disciplina del Colegio San Bartolomé La Merced en Bogotá (1959-1960) y en el Colegio San Juan Berchmans de Cali (1961). Hasta 1962, su vida laboral había sido siempre la de un educador. Pero, hasta entonces no sabía lo que era una universidad. Al llegar a la Universidad Javeriana en 1962, su profundo sentido de responsabilidad lo llevó a plantearse una pregunta clave: la que iba a ser definitivamente la preocupación de su vida: ¿qué es una universidad? Y comenzó entonces a investigar apasionadamente, a remontarse a los orígenes de la universidad, a tratar de comprender su naturaleza, sus notas constitutivas y su evolución; a desentrañar la filosofía de los diversos modelos de universidad, a comprender el desarrollo de los mismos, a estudiar las diversas reformas y movimientos universitarios, etc., y a idear, él mismo, nuevos enfoques y perspectivas. Su trabajo, a veces de autodidacta –o mejor, de investigador autónomo– , y a veces de contertulio de sus colegas y compañeros de trabajo, fue forjando, –en un


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verdadero “sym-posion”, o banquete de estilo platónico–, su pensamiento universitario. El primer cargo que desempeñó en la Universidad Javeriana (1962-1965) le hizo tomar consciencia de que no bastaba con atender a la disciplina, al orden y al buen comportamiento de profesores y estudiantes, y ni siquiera a lo que suele expresarse como su bienestar; era necesario algo más: crear un “ambiente” educativo que permeara todas las actividades de la Universidad, y garantizara la formación integral de sus miembros. Fue así como fue surgiendo poco a poco su idea de lo que, más tarde, sería en la Javeriana el “medio universitario”, expresión acuñada por él, y difícil de traducir para expresar toda la riqueza de su contenido. Al terminar esta primera etapa de su trabajo universitario, se trasladó a Cornell University, Ithaca, N.Y. (1965-1966) en donde realizó estudios de historia de la arquitectura y planeación institucional, y obtuvo allí un Master of Arts. Regresó luego a la Universidad Javeriana en donde desempeñó el cargo de Decano de estudiantes, anteriormente llamado de disciplina, y nuevamente de Secretario de la Facultad de Arquitectura (1967-1969). Los estudios anteriores, tanto en el campo de la arquitectura como de la planeación, le permitieron ir diseñando el futuro académico y de planta física de la universidad, ideas que fructificaron posteriormente en el período de su rectorado. Durante los años 1969-1970, sus superiores religiosos lo llamaron a desempeñar una misión educativa de primera importancia: ser el Viceprovincial de Educación de la provincia jesuítica colombiana, a cuyo cargo se hallaba la orientación y coordinación de sus diez colegios de enseñanza primaria y secundaria de Colombia y, obviamente, de la Universidad Javeriana. Este período le


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permitió enriquecer su reflexión sobre el conjunto de la labor educativa de los jesuitas, y sobre la relación de la educación secundaria con la universitaria. En 1971, Alfonso Borrero asumió el cargo de rector de la Universidad Javeriana, cuando se hallaba en plena efervescencia en América Latina la revolución estudiantil iniciada en Francia y Alemania en 1968, y que se había extendido a todo el mundo occidental. Fueron momentos extraordinariamente difíciles para el rector, pero sumamente fecundos para su investigación y reflexión sobre la universidad. Estas tareas, para él apasionantes, las realizó a veces en franca confrontación no sólo con estudiantes y profesores, sino también con miembros de su propia Orden religiosa. En Colombia y en la Javeriana, tres fueron, entre otros, los puntos álgidos de esta confrontación: el tema de la participación de estudiantes y profesores en el gobierno de la universidad; la descalificación que se hacía de la universidad, juzgada como incapaz de producir el cambio social por su carácter elitista, capitalista y burgués; y el enfoque marxista del pensamiento y de la acción revolucionaria en los países del tercer mundo. Alfonso Borrero enfrentó, entonces, de manera directa las asambleas permanentes, y las huelgas y protestas; y con la claridad de sus enfoques e ideas, con actitudes valerosas ante sus opositores, y con la firmeza de su carácter, logró salir avante. Para él se trataba de salvar la universidad, una institución no sólo extraordinariamente venerable por su tradición, sino absolutamente indispensable para el orden, el progreso, la cultura y la libertad de la sociedad. De ese tiempo me quedó para siempre grabado en la memoria su punto de vista sobre la participación de los estamentos universitarios en el gobierno de la universidad, formulado aproximadamente de la siguiente manera: “La


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participación debe ser proporcional al grado de responsabilidad que se tenga sobre una institución y a la capacidad efectiva de responder por ella.” Los movimientos estudiantiles del momento y de tiempos antiguos, como el de Córdoba en Argentina, se convirtieron desde entonces en objeto privilegiado de sus investigaciones y su reflexión. En el ejercicio de su rectorado, Alfonso Borrero continuó reflexionando apasionadamente sobre la universidad: siguió muy de cerca los procesos que se daban en el ámbito nacional e internacional, como la preparación y puesta en marcha de las reformas educativas por parte de los gobiernos, particularmente en lo tocante a la educación superior. Dos iniciativas suyas merecen destacarse especialmente durante este período. La primera de ellas, fue la organización periódica y sistemática de Seminarios de directivos, el más famoso de los cuales se realizó, en varias etapas, en el Hotel-Hacienda Suescún (Boyacá). Su objetivo fue no sólo preparar la reforma de los Estatutos de la Universidad Javeriana, sino también reflexionar sobre los grandes temas que se debatían en ese momento en el ámbito de la educación superior. En el Seminario de Suescún continuó madurándose la idea del “medio universitario”, y se redactó un documento de primera importancia, titulado “Principios Universitarios”, que sirvió de base para los nuevos Estatutos de la Universidad Javeriana. La segunda iniciativa fue la creación, a finales de 1973, de la Facultad de Estudios Interdisciplinarios (FEI), pionera en el país en la concepción y práctica de la interdisciplinariedad. La iniciativa se fraguó con la colaboración de la Universidad de North Carolina (Chapel Hill-USA). Estuvo precedida y acompañada por visitas mutuas de representantes de las dos


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instituciones, y se consolidó académicamente con seminarios y talleres sobre interdisciplinariedad, realizados durante tres semanas por un significativo grupo de directivos y académicos javerianos en Chapel Hill. La FEI fue clave en la creación de la mentalidad interdisciplinaria de la Javeriana, y dejó de existir en 1996, cuando se vio la necesidad de que no fuera sólo una facultad la que trabajara interdisciplinariamente, sino toda la universidad. Su rectorado en la Universidad Javeriana fue rico en realizaciones de todo género. Especial mención merece la relevancia dada a la biblioteca de la universidad, –el “cerebro de la institución”, según su pensamiento–, para la cual diseñó y construyó un edificio con modernas especificaciones técnicas y ambientales. Después de una fecunda y fatigosa labor, no exenta de oposiciones y contradicciones, terminó su rectorado en 1977, dejando trazados los derroteros por donde marcharía la institución en los años venideros. Al finalizar su gestión, fue llamado inmediatamente, el 2 de mayo de 1978, a desempeñarse como Director Ejecutivo de la Asociación Colombiana de Universidades (Ascun), cargo que desempeñó durante 16 años, hasta el 28 de febrero de 1984. Durante este tiempo ejerció una defensa asidua de la autonomía universitaria, fundada y custodiada por “el poder del saber”, en contra de cualquier poder extraño, externo o interno a la misma institución. Participó con dedicación ejemplar en el seguimiento de las reformas universitarias, aportando con gran libertad de espíritu su crítica constructiva. Durante este período, el 3 de abril de 1981, inauguró el Primer Seminario General del Simposio Permanente sobre la Universidad, orientado, como él mismo lo dijo, a escanciar (“sym-posion”) “la copa cuyo contenido es la esencia misma de la universidad


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en su historia, en su filosofía, en sus instituciones, funciones, realidades y proyecciones futuras”. Desde entonces, el Simposio Permanente sobre la Universidad, que convocó año tras año a numerosos rectores, vicerrectores, decanos, directivos y profesores universitarios, se convirtió en una institución que se identificó con su persona, y que perduró hasta el final de sus días. Dos semanas antes de su muerte, y haciendo ya un esfuerzo casi sobrehumano, dictó sus últimas conferencias en el postrer banquete (“sym-posion”) javeriano. La extraordinaria fama del Simposio desbordó las fronteras nacionales, y su Director fue llamado con frecuencia a varios países de Centro y Sudamérica para realizar este evento que era considerado como una verdadera escuela de “universitología”, término que, aunque se difundió por todas partes, no era totalmente de su agrado. En los años 80, por recomendación del hoy Cardenal Paul Poupard, Presidente entonces del Pontificio Consejo para la Cultura, fue nombrado como representante de la Iglesia en el Consejo de la Universidad de las Naciones Unidas. Sus trabajos de esa época cristalizaron en una obra publicada por la Unesco en 1994, bajo el título The University as an Institution Today, obra que no ha sido traducida todavía al español, pero sí al francés. En ella, además de la historia, la teoría y las prácticas administrativas universitarias, el autor examina la filosofía, la misión, las funciones, objetivos y estructuras de la universidad hoy. El prestigio internacional que había ganado hizo que fuera nombrado colaborador del Grupo Asesor de veinte miembros que preparó la Conferencia Mundial sobre Educación Superior, organizada por la Unesco y realizada en París en 1998. En diversas ocasiones, el Ministerio de Educación


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Nacional y el Instituto Colombiano para el Fomento de la Educación Superior (Icfes) solicitaron sus conceptos sobre asuntos de vital importancia; y varias universidades del país, y del exterior, lo tuvieron como su mentor y guía. Algunas de estas universidades, en homenajes de reconocimiento y gratitud que le rindieron por sus enseñanzas, reconocieron explícitamente que su asesoría y magisterio hicieron que en ellas se introdujeran importantes elementos axiológicos que inspiraron su forma de ser. Igualmente, que dichos elementos determinaron la consolidación de una Comunidad Educadora, dinamizadora del conocimiento, comprometida con la convivencia pacífica y el desarrollo económico y social sostenible, y con la formación de personas éticas y emprendedoras. Exaltaron también el que con sus enseñanzas hubiera promovido, en un marco de responsabilidad social, un pensamiento crítico e innovador, que dentro de los postulados de la libertad de investigación y de enseñanza, desarrolló el espíritu pensante y el ejercicio autónomo del “poder del saber”, en el que tanto insistía. La calidad académica del P. Alfonso Borrero es proclamada con singular elocuencia tanto por sus estudios y títulos académicos, ya mencionados anteriormente, como por las distinciones y condecoraciones a que se hizo merecedor. En 1980 fue proclamado “Doctor Honoris causa” en Arquitectura y Medicina por la Universidad Javeriana; en 1984 en “Humanities” por el Ferris College (USA); en ese mismo año en Ciencias Sociales por la Universidad Autónoma de Manizales; y en noviembre de 2005 fue recibido como miembro correspondiente de la Academia Colombiana de la Lengua. Recibió, además, la condecoración al “Mérito Educativo” del Distrito Especial de Bogotá, en 1977; la Condecoración “Jaime Isaza Cadavid” al Mérito Tecnológico, en 1980; la


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Condecoración “Simón Bolívar” del Gobierno Nacional, en 1988; y la Condecoración “Orden Nacional al Mérito” en el grado de Comendador, otorgada por el Presidente de la República, en el año 2002. Terminemos su semblanza académica recordando la forma como él mismo quiso definirse: “Me siento un universitario, no de Bogotá, ni siquiera de Colombia, sino del mundo entero (…) siempre me he sentido universitario en el sentido universalista del término”.

GERARDO REMOLINA VARGAS, S.J.


Capítulo 1 IDEA

DE LA UNIVERSIDAD EN SUS ORÍGENES


INTRODUCCIÓN

Con el emperador Trajano (98-117 d.C.) el dominio de Roma sobre el mundo antiguo alcanzó su máxima expansión geográfica. Siglos después, los umbrales del dilatado Imperio empezarán a ser horadados por lentas infiltraciones, migraciones y por bandas de francos, germanos, suevos, vándalos, alanos, entre otros. Eran los bárbaros, o extranjeros en el culto decir de Cicerón, por no ser ni griegos ni romanos y, en la lengua del vulgo, los ignorantes e incultos, los rudos, toscos y salvajes que todo lo destruyen y daban al traste con las instituciones sociales, políticas y económicas del Imperio, instauradas por Diocleciano en los siglos III y IV d.C. Sucumbieron las fuerzas productivas de individuos y gremios de campesinos, artesanos y comerciantes, antes adscritas al aparato fiscalizador y distribuidor del Estado. Degradada, sucumbió la autoridad central de los emperadores. Se derrumbó el arreglo de contribuciones e impuestos, y vio su fin el sistema monetario. En vías y caminos abundaron las migraciones, víctimas de robos y vandalajes. Los más ricos se aventuraban hacia distantes dominios imperiales: Cartago y las ciudades de Egipto y el Mediterráneo oriental; los pobres, por donde pudieron y la suerte los condujo. La urbe y señora del universo conocido en Occidente inició su paulatina disolución. El rey ostrogodo Teodorico (454?-526) y sus sucesores, convencidos del valor de las instituciones seculares, intentaron impedir su derrumbe. Pero se hundió el sistema de producción establecido por los romanos, y aunque todo pareció revivir en el corto período de la reconquista de Italia por Justiniano I en el siglo VI, los lombardos reinstauraron


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el desorden. Hambre y penuria cundían por todas partes. Sobrevivió el repertorio de técnicas y utensilios de labranza originado en el Bajo Imperio, pero escaseaba la mano de obra. El pauperismo general, el desconcierto, la incertidumbre y la actitud mental de quienes presentían el ocaso de Roma y el triunfo de los ocupantes, fueron quizá la causa del declive demográfico. En la época merovingia, siglos V a VIII, la población en la Europa occidental apenas si alcanzaba a más de cinco o seis habitantes por kilómetro cuadrado. En Alemania, a dos o tres habitantes en superficie equivalente. Durante las centurias de la disolución, los campesinos buscaron refugio en los poblados del Bajo Imperio, y los habitantes de París, viéndose amenazados por Atila (451), se acogieron a las ciudades guarnecidas de murallas protectoras. Las autoridades eclesiásticas episcopales, en sustitución del poder civil que sucumbía, intentaron contacto con los jefes invasores.1 Se nos antoja que tras casi cuatro siglos de invasiones (siglos IV a VI), el acervo cultural greco-romano y helenístico atesorado por el Imperio, caería asolado bajo la ignorancia armada de las hordas intrusas. No fue así: de acuerdo con Stephen d’Irsay, la mayor parte de los haberes científicos se salvó para la humanidad.2 No todo se vino de bruces con la catástrofe imperial. Subsistió la cultura: la humanitas y la civilitas romanas. Enriquecida con influjos foráneos, fue pan del invasor y se prolongó en la historia por efecto de benéficas coyunturas y razones. De éstas, tres nos interesan: El orden social e institucional del Imperio, capaz de asimilar lo extraño e integrarlo al continente o repositorio de la ciencia antigua: las escuelas y los procedimientos conductores de la educación en lo superior y para lo superior.3


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Otra fuerza salvadora provino de la cultura intelectual y científica. Hilos vigorosos alargaron hasta la Edad Media el tesoro civilizador de la Antigüedad remota, recogido y engrandecido por la mente griega, romana y helénica. Aludo a las artes liberales,4 cuyo contenido sabio obtuvo máxima elaboración en los renacimientos carolingio y del siglo XII o de la edad benedictina,5 antes de llegar a ser la sustancia académica de las universidades medievales. En otro lugar reposa el estudio de los dos renacimientos apuntados, y se avista el clima político, espiritual, cultural y científico del florecimiento de la autonomía del espíritu. Ignorada esta circunstancia, nuestra mente carecería del recurso para explicarnos el nacimiento de las universidades, a poco de iniciado el segundo milenio de la era cristiana. Las condensaciones universitarias de los siglos XII y XIII constituyen la tercera gran circunstancia histórica que retuvo enhiesta la cultura, cuando muchas de las grandes conquistas del Imperio Romano agudizaban el deterioro de su ruina. La “vieja Europa”, conformada por territorios del norte de Italia, Francia, parte de España, Inglaterra y territorios al occidente del Rin, fue la “heredera directa de la Roma Antigua” y trasportará estos influjos a la “joven Europa”, la oriental y la nórdica.6

EL

PORQUÉ

ESTUDIAR

LA

UNIVERSIDAD

MEDIEVAL...

... nos acobarda. Pero mirándola y admirándola, aunque lejana, entenderemos mejor nuestro presente universitario. En la historia de las instituciones superiores de la


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educación aparecidas en la Edad Media, subyacen las razones seminales –para decirlo con lenguaje agustiniano– de cuanto las universidades siguieron siendo y son. Y de su deber ser en el futuro, así se piense que al comparar el presente y el pasado incidiríamos en un ciego anacronismo.7 Si así fuera, abultado sería el yerro. Pero no se trata de identificar, sino de lecciones de la historia, siempre maestra buena. La universidad no es un acontecer cumplido y ya pretérito. Es hechura histórica; y no obstante pérdidas y desgastes, acomodos y enriquecimientos en los trechos del camino, la universidad aún demuestra trazas de los rasgos primigenios. El concepto de universidad no es una idea absoluta de especulativa construcción, ni factor eterno e inmutable de la vida social. Es un devenir sólo explicable con ayuda de la historia. “A un cuerpo vivo (como la universidad) sólo se lo conoce por su historia”, afirma con acierto Régine Pernoud. Como instituciones de la sociedad, las universidades se ajustan a las leyes de sus congéneres. Nacen cuando así lo exige el desarrollo de la vida en sus diversos órdenes; y las tantas veces secular historia de la institución del saber nos la demuestra gestora, protagonista y participante en las peripecias políticas, sociales y económicas, científicas y culturales de la humanidad viajera hacia sus destinos sobre las ondulantes alturas de los tiempos.8 El legado medieval, lo afirma Walter Ullman, adquiere especial importancia por su impacto sobre las ideas políticas y su perfecto desarrollo en el período moderno. Pero reflexiones similares son valederas en todo el universo de las ideas y las instituciones. La universidad, idea institucionalizada en el Medioevo, inmersa en lo político evolucionó hasta nosotros; y su realidad actual no podría entenderse con hondura sin el


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conocimiento de sus orígenes. Para muchos en nuestros días, la Edad Media tiene la apariencia exclusiva de una edad de fe. Juicio debido al hondo influjo educativo de la Iglesia y a la tendencia de los documentos literarios cargados de sentido trascendente, ricos en historias y leyendas de las Cruzadas, en relatos de peregrinaciones a santuarios famosos, y prolijos en consejas de todo orden sobre hechos taumatúrgicos, en una época tan caracterizada por su propio sentido de la espiritualidad, y por el florecimiento de las más variadas formas de vida monacal, aun para los laicos y no sólo los clérigos. La Edad Media fue la cuna de las primeras órdenes religiosas. En los siglos XII y XIII, afirman Romano y Tenenti, “la sociedad aceptaba que las funciones culturales fuesen desempeñadas por eclesiásticos en ejercicio de su monopolio espiritual”, situación cambiada a partir del siglo XVI por la “disociación cada vez más liberada entre la realidad laica y la religiosa”.10 Pero atender sólo al flanco religioso medieval deforma la visión de los hechos, aunque se la finque en elementos objetivos, pero también subjetivos. Los primeros, lo hemos apuntado, se interpretan de manera extremada y sin tomar en cuenta que los clérigos, autores de la mayor parte de los pergaminos y pellejos góticos, tenían otra misión diferente al registro, con péñola suave, de las creencias de su mundo. Clérigos y laicos medievales cultivaron por igual intereses religiosos, científicos y racionales. Según lo afirma Alexander Murray, “Existen pocas pruebas convincentes del credo religioso en la gran masa del pueblo”. Mas no se silencia el prejuicio de quienes se acogen a la nostalgia de tiempos idos para criticar la impiedad de hoy y la postura contraria de ir en busca de señuelos para atrapar dudas y odios contra las épocas tildadas de oscuras, porque fueron religiosas. Estas actitudes son comprensibles, mas no justificables por la


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ciega y compartida deformación de las realidades históricas. Aceptado el dictamen de la fe, lo veremos, los hombres del Medioevo tuvieron aproximaciones racionales a la realidad del mundo.11 “Las llamadas disputas entre la fe y la razón constituyeron aspecto familiar y cotidiano en las escuelas medievales” antecesoras de la universidad. A diferencia de las escuelas monacales y catedralicias de las épocas precedentes –discurre Gordon Leff–, el aprendizaje, y no sólo el cultivo de lo religioso, fue propósito cimero de las nacientes universidades, ya profesionalizadas. En ellas los maestros se daban cita para impartir saberes a estudiantes anhelosos de cualificarse para alguna carrera, con notable preferencia por las profesiones seculares: la medicina y el derecho, con sus varias derivaciones notariales. Sólo una minoría estudiantil, aun en París y Oxford, se encaminaba hacia la disciplina teológica; los más discurrían por la Facultas Artium donde Aristóteles era palabra suprema. La organización universitaria, no menos que sus 12 contenidos, giraba en torno a cosas de este mundo.

Y aun aceptado el papel apabullante de la fe cristiana en la mente medieval a diferencia del hombre moderno menos influido por consideraciones religiosas, el examen del pasado nos muestra cómo y por qué las ideas modernas son apenas en apariencia diferentes. El esfuerzo intelectual nos convencerá del origen de muchos invariantes, sólo de cuños un tanto diversos, conservados en la universidad de hoy. Estos pensamientos, recogidos de Walter Ullman en su Historia del pensamiento político medieval, sustentan la audacia de Basil Fletcher cuando señala los haberes que pese a la genotipia monástica cultivada en caldos de la fe, conservan con pertinacia histórica la


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matriz monacal de las universidades, siempre en busca de soledad y libertad: el anhelo de autogobierno autónomo y la dedicación pacífica a la academia y al saber.13 Son tercos los rasgos hundidos por la historia en la fisonomía institucional de las universidades. En su existencia secular yacen hechos sólo en apariencia extraños. Estudiados sin prejuicio y con interés curioso, se les hallará sentido, enseñanzas e intuiciones. Sabremos de dónde vienen las virtudes y aun los defectos de la universidad moderna. La historia de las universidades, útil para distinguir lo antiguo de lo nuevo, nos evita la pretensión de atribuirnos recursos educativos nunca vistos, cuando son cantones rotulados desde antaño. La historia es maestra de cuán poco nuevo hay bajo el sol. Entendida y comprendida, es para aprender de ella. No para repetirla –allí estaría el infecundo anacronismo–, sino para nosotros hacerla mejor. Como todo, las universidades viven de su pasado, sin por ello pretender revivirlo. Cinco partes ahora hallaremos en este ensayo sobre la Idea de la universidad en sus orígenes, logrado con el sustento de la historia. La primera parte viene referida al origen medieval de la universidad como institución educativa superior, y recorre las diversas acepciones del término universitas, con especial atención al origen y desarrollo de las artes liberales hasta el momento de su primera asimilación universitaria. También estudia la aquí denominada tipología de la universidad medieval. La segunda parte examina las institutiones desde antaño concebidas por la universitas como principios y pautas de su organización administrativa y académica. Se analizan en la tercera, las notas o características universitarias institucionales primitivas: corporación


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científica, universal y autónoma, y los destinos o misiones de la universidad primera y sus consecuentes funciones o desempeños en beneficio de la ciencia, de la persona y del todo social. La cuarta parte se extiende sobre los conceptos de libertad espiritual y del poder del saber, fundamentos de la autonomía, tema de la quinta parte a propósito de la forma como las primeras universidades medievales: París, Bolonia, Oxford y la migración a Cambridge, Salerno y Montpellier, Coimbra y Salamanca, merecieron su autonomía entre discusiones y conflictos. Sobre el diverso sesgo académico de estas instituciones, recogeremos la historia del pensamiento filosófico, de la teología, del derecho y de la medicina, hasta el momento de ser recogidas por la universitas. Concluiremos con algunas reflexiones retrospectivas.


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