Tejer los hilos del silencio. Narrativas mediáticas del dolor

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A lo largo de la historia, el dolor se ha mostrado desde distintos ámbitos, como el arte, la literatura o la filosofía, que en su dimensión cultural producen comprensiones heterogéneas de él. En un país como Colombia, muchas veces el dolor y la pérdida son usados por los medios de comunicación para manipular al público y lucrarse. Esto sucedió, por ejemplo, con el cubrimiento de la agónica muerte de Omaira Sánchez en la avalancha de Armero, cuya narrativa mediática exhibió masivamente su sufrimiento, desviando la atención de cuestiones centrales, como la responsabilidad estatal y la falta de apoyo a las víctimas. Tejer los hilos del silencio interviene las narrativas mediáticas del dolor desde el enfoque de la antropología filosófica, para mostrar la necesidad de humanizarlas, proponiendo una ruta para el duelo, la reparación y la reconciliación. De ahí que el valor de este libro resida, como lo señala Germán Rey Beltrán, en el llamado que hace a los medios de comunicación a “profundizar la escucha, reconocer el ritmo y la intensidad del sufrimiento ocasionado por el conflicto, y revelar los mecanismos sociales, aún invisibles o poco conocidos, que produjeron dolores inenarrables y que de ningún modo la sociedad puede permitir que se repitan”.

T E J E R L O S H I L O S D E L S I L E N C I O. N A R R AT I VA S M E D I ÁT I C A S D E L D O L O R

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Tejer los hilos del silencio Narrativas mediáticas del dolor

CLAUDIA PILAR

PATRICIA

GARCÍA CORREDOR

BERNAL MAZ


TEJER LOS HILOS DEL SILENCIO

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TEJER LOS HILOS DEL SILENCIO Narrativas mediáticas del dolor

Patricia Bernal Maz Claudia Pilar García Corredor

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Reservados todos los derechos © Pontificia Universidad Javeriana © Patricia Bernal Maz, Claudia Pilar García Corredor Primera edición: noviembre de 2018 Bogotá, D. C. ISBN: 978-958-781-280-0 Número de ejemplares: 300 Impreso y hecho en Colombia Printed and made in Colombia Editorial Pontificia Universidad Javeriana Carrera 7a, n.° 37-25, oficina 1301 Edificio Lutaima Teléfono: 3208320 Ext. 4752 www.javeriana.edu.co/editorial Bogotá, D. C.

corrección de estilo:

Sebastián Montero Vallejo montaje de cubierta y diagramación:

Claudia Patricia Rodríguez Ávila impresión:

Javegraf Pontificia Universidad Javeriana | Vigilada Mineducación. Reconocimiento como Universidad: Decreto 1297 del 30 de mayo de 1964. Reconocimiento de personería jurídica: Resolución 73 del 12 de diciembre de 1933 del Ministerio de Gobierno.

Bernal Maz, Patricia y García Corredor, Claudia Pilar, autoras Tejer los hilos del silencio : narrativas mediáticas del dolor / Patricia Bernal Maz, Claudia Pilar García Corredor. -- Primera edición. -- Bogotá : Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2018. 212 páginas : ilustraciones, fotografías ; 24 cm ISBN : 978-958-781-280-0 1. Medios de comunicación de masas - Aspectos sociales. 2. Dolor. 3. Antropología filosófica. 4. Arte. I. García Corredor, Claudia Pilar, autora. II. Pontificia Universidad Javeriana. Facultad de Comunicación y Lenguaje CDD 302.23 edición 221 Catalogación en la publicación - Pontificia Universidad Javeriana. Biblioteca Alfonso Borrero Cabal, S.J. inp

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MIEMBRO DE LA

Prohibida la reproducción total o parcial de este material sin autorización por escrito de la Pontificia Universidad Javeriana.

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ASOCIACIÓN DE UNIVERSIDADES CONFIADAS A LA COMPAÑIA DE JESÚS EN AMÉRICA LATINA

RED DE EDITORIALES UNIVERSITARIAS DE AUSJAL www.ausjal.org

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A los sobrevivientes de la violencia y de las tragedias de nuestro paĂ­s. Ser la voz en el silencio.

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Contenido

Prólogo. El dolor más allá de la comunicación

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german rey beltrán

Introducción 19 Capítulo 1. Representaciones del dolor en la narrativa noticiosa La comunicación: espacio de encuentro La narrativa, su fundamento y su trama La narración noticiosa y la visibilización de los acontecimientos Experiencia del dolor: lo individual y lo colectivo en contextos culturales Representación social: una cultura visual del dolor Capítulo 2. Dolor y silencio: la narrativa desde la cultura Otras narrativas culturales: dolor y subjetividad El dolor en relación con el otro: el silencio, lo in-comunicable El arte: el lienzo del silencio

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Capítulo 3. Lo invisible del dolor en las narrativas mediáticas 131 Invisibilidad del dolor: lo que se oculta ante la mirada de otros 132 Narrativas mediáticas: relatos de lo oculto y la invisibilidad 148 La política del dolor, política del silencio y del ocultamiento 158 La sociedad del letargo: una sociedad adormecida 163 Capítulo 4. Las narrativas mediáticas del dolor: hacia una antropología social de los medios El cuerpo y su mediación con el dolor: antropología de la mirada y la subjetividad Cuando el dolor nos mira Dolor y construcción de memoria: una narrativa más allá del duelo Los medios de cara a la sociedad sufriente: aportes desde la antropología filosófica Epílogo. Lo diáfano-apertura

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Referencias 203

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Prólogo El dolor más allá de la comunicación

Son casi inexistentes en Colombia los trabajos que relacionan el dolor con los medios de comunicación. Pero, como lo demuestran casi todas las investigaciones que han realizado balances sobre estos estudios, como la de Jorge Iván Bonilla y Camilo Tamayo (2007), la violencia ha ocupado uno de los lugares predominantes en la vida de los medios colombianos, por lo menos durante el último medio siglo de su historia. Es muy relevante que varios investigadores, como Daniel Pécaut, hayan sostenido que uno de los problemas de este país es la ausencia de un relato comprehensivo, y, sobre todo, compartido, de lo sucedido en Colombia desde los años en que la violencia le dio su nombre a todo un periodo histórico. Se refería a un relato —escribe Jesús Martín-Barbero comentando precisamente el planteamiento de Pécaut— que posibilite a todos los colombianos de todas las clases, razas, etnias y regiones, ubicar sus experiencias cotidianas en una mínima trama compartida de duelos y de logros. Un relato que deje de colocar las violencias en la subhistoria de las catástrofes naturales, la de los cataclismos, o los puros

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revanchismos de facciones movidas por intereses irreconciliables, y empiece a tejer una memoria común, que como toda memoria social y cultural será siempre una memoria conflictiva pero anudadora. (Martín-Barbero, 2001, p. 1)

Y entretanto ¿qué hicieron los medios de comunicación? A estas alturas, nadie pensaría sensatamente que un relato de esta naturaleza fuese, por una parte, completo y, por otra, solamente construido a partir de los modos y procesos de representación de los medios de comunicación. Ya han pasado los años en que se suponía que ellos abarcarían, de una manera totalizante, las realidades que diariamente se dibujaban sobre las páginas de los periódicos, las ondas de la radio o las imágenes de la televisión. El sobresalto que vivió el país, sobre todo con la aparición de los medios electrónicos, primero la radio, en los años treinta, y después la televisión, en los cincuenta, se ha difuminado con una cierta rapidez, dejando solo unos recuerdos de los tiempos de la inocencia. Los medios de comunicación ni fueron tan absolutamente impactantes como algunos suponían ni tan inocuos como otros pensaban. Obviamente, han tenido una presencia que, sobre todo en el siglo pasado, alcanzó a hacer creer, incluso a muchos cautos, que la realidad sería absorbida por su poder fáctico y que su penetración terminaría siendo la medida del reconocimiento de los acontecimientos de la historia. Esta mirada no elude las discusiones, que unos exageran y otros minimizan, sobre el papel de los medios como actores sociales y políticos. Se recuerdan la beligerancia y las provocaciones de un periodismo partidista que informaba azuzando, que estigmatizaba lo que no compartía o que echaba incienso

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a sus fieles y rayos y centellas a sus contradictores. Pero es cuando más adentrada está la modernidad que este papel varió, como variaron los contextos y los rumbos de la guerra. El panorama se hizo más complejo por la industrialización de los medios, las tensiones entre lo público y lo privado —especialmente en la televisión—, las conexiones entre los intereses comerciales y las prebendas políticas y las distancias entre la representación mediática de lo nacional y de lo regional. Pero también por los proyectos comunicativos de los sujetos de la guerra y por la violencia que desataron contra los comunicadores, los periodistas y los medios, especialmente en las zonas donde se acrecentaba el conflicto armado. Habrá que hacer balances no solamente del estado del arte en la investigación sobre la comunicación, sino de las implicaciones e influencia de los medios en una perspectiva histórica más larga y densa. Será un balance seguramente contrastante: mientras que durante décadas y aun siglos, en el caso de la prensa escrita, los medios tuvieron una participación hegemónica en la conformación de la opinión pública y en la construcción de relatos sobre lo que sucedía en el país, también facilitaron la circulación de perspectivas de interpretación, así la selección de sus fuentes fuera restringida. Mientras que aportaron a la configuración de imaginarios de país, no revelaron otra geografía política que permaneció invisible, con sus problemas y sus sufrimientos. Sin embargo, en el último medio siglo, los medios de comunicación mostraron partes centrales del conflicto interno y sus violencias, así sus narraciones fueran incompletas y, en algunos casos, distorsionadas.

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El relato del que hablan los historiadores es una suerte de modelo para armar en el que confluyen los testimonios de las víctimas; los discursos políticos, gremiales o académicos sobre el conflicto que se produjeron durante estos años; las percepciones de la comunidad internacional, tanto de gobiernos, organismos multilaterales u organizaciones de derechos humanos (para citar solo algunas de las voces) que se fueron construyendo durante estos años; y las justificaciones y declaraciones de los actores armados que estimularon una guerra larga, brutal y degradada. Pero ese relato también está hecho con las fibras de la cultura, como los festivales de décima con que se cantaban los pesares de los pobladores de regiones como Montes de María —cuando sus medios de comunicación local habían sido acallados—, los textos de una cinematografía titubeante, las ficciones de la televisión, las colchas que cosían las mujeres de Mampuján, las expresiones de la oralidad o el contundente testimonio de la fotografía y el video. Las autoras de Tejer los hilos del silencio. Narrativas mediáticas del dolor, Patricia Bernal Maz y Claudia Pilar García —tejedoras a su manera—, resaltan algunos de los hitos de la pintura colombiana de la violencia desde el mítico cuadro de Alejandro Obregón que lleva el mismo nombre hasta las obras estremecedoras de Quijano, Fernando Botero o Doris Salcedo. Todas estas manifestaciones y muchas más son las que entretejen el relato sobre la violencia que está hecho de la misma materia densa de la cultura, tal como la describió el antropólogo Clifford Geertz (2003):

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Hacer etnografía es como tratar de leer (en el sentido de “interpretar un texto”) un manuscrito extranjero, borroso, plagado de elipsis, de incoherencias, de sospechosas enmiendas y de comentarios tendenciosos y además escrito, no en las grafías convencionales de representación sonora, sino en ejemplos volátiles de conducta modelada. (p. 24)

Pero el objetivo de este libro no es solamente ese, sino algo aún más importante y desconocido, que, si bien tiene que ver con lo anterior, posee su propio lugar en la reflexión que necesita el país: el dolor. En su libro Más allá de la culpa y la expiación, Jean Améry (2001) afirma: “No me parece que se haya escrito tanto sobre Auschwitz, como, por ejemplo, sobre música electrónica o sobre el parlamento de Bonn” (p. 51). Las autoras lo advierten desde la introducción de su libro, cuando definen el dolor como “una incógnita de nuestra condición humana” y “la reciprocidad entre un estremecimiento íntimo y un acontecimiento del mundo”, que además se suele expresar en “narrativas visuales, corporales, proxémicas”. El problema es cuando se proponen unir el dolor con los medios de comunicación, el sufrimiento con las narrativas mediáticas. Porque se puede explicar la tarea que tienen y han tenido los medios en la representación de los acontecimientos del mundo, pero ¿cómo garantizar que son capaces, veraces y respetuosos en la representación de los “estremecimientos íntimos”? Una buena parte de las críticas que se les endilga a los medios es que precisamente son incapaces de hacerlo y que, cuando lo intentan, naufragan en sus intenciones,

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llevados por la melodramatización y la banalidad, cuando no por el distanciamiento y la reiteración. Muchos nos preguntamos si esta masividad, velocidad e instantaneidad de los medios facilita la experiencia del dolor, la vivencia de una empatía que le permitiría al lector ponerse en el lugar del otro y conmoverse por los desastres que diariamente narran los periódicos o transmite la televisión. ¿Qué cantidad y, sobre todo, qué calidad de silencio se necesita para adentrarse en el mundo del dolor, cuando se afirma que lo que hacen los medios es una labor progresiva y demoledora de desensibilización? ¿O es que no está allí la relación entre el dolor y los medios, no reside en sus operaciones de representación sino en algo mucho más general que tiene que ver con la generación de un ambiente o de una atmósfera en que el sufrimiento de los otros pueda ser abordado a través de otros caminos más personales, como las propias vivencias, los recuerdos de lo vivido por cada quien o inclusive la intensidad de su capacidad autorreflexiva? Patricia Bernal Maz y Claudia Pilar García traen en su investigación un texto de Veena Das (2008) que nos ayuda: Todo relato social que responde a una experiencia traumática —dice la pensadora india— se constituye sobre la tensa dinámica de dos polos posibles: la disgregación y sus melancólicas inscripciones y la reconstitución y el duelo por las pérdidas sufridas. Estos dos polos diferenciados, pero profundamente vinculados, nos remiten a dos polos narrativos: uno improductivo y otro productivo. El primero atestigua, impugna y retrae una y otra vez a la memoria histórica la sin-razón del sufrimiento social, y el

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segundo adelanta el proceso de reconstrucción del sentido colectivo de pertenencia.

La resonancia de este texto es clave: las narrativas mediáticas del dolor lo pueden retraer a la sinrazón o, por el contrario, lo pueden inscribir en un proceso de reconstrucción del sentido. Los medios realizan ambas tareas: mayoritariamente promueven lo primero y excepcionalmente producen lo segundo. El alud de noticias logra generar un estado de alerta, de impresión preliminar que no se sedimenta completamente, sino que se expande, generando lo que he llamado una atmósfera que no siempre conmueve y que, como insisten las autoras, invisibiliza. Lo segundo lo hacen sobre todo cuando adoptan las formas de narración más documentadas, testimoniales y con mayor investigación. Los lectores y los televidentes suelen percibir las diferencias entre las noticias que se amontonan una sobre otra, llevadas por la rutina o la descripción rápida de los hechos, y aquellas narraciones que comportan un delicado trabajo de campo y una cuidadosa recolección testimonial. El periodismo colombiano ha dejado huellas memorables en este tipo de trabajos que generalmente son crónicas, grandes informes, libros periodísticos, documentales o piezas de investigación que sacuden a la opinión pública y que son capaces de transmitir, a través de la palabra, de los sonidos o de las imágenes, el profundo dolor que viven las víctimas. En algunos casos, han sido seguimientos de años —por ejemplo, del narcotráfico o del paramilitarismo— que han logrado componer relatos consistentes de la realidad que han vivido regiones completas del país y en que se combinan la crueldad y la sevicia con el

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sufrimiento y la indefensión. Logran que consideremos a los desconocidos como nuestros prójimos, tal como lo escribió Jean Améry al comienzo de su obra. Hace unos años, después de la firma de la paz en El Salvador, fui llamado por las Naciones Unidas para hacer un trabajo de reflexión con los periodistas de uno de los medios de comunicación más importantes de ese país. Muy pronto constaté que uno de sus problemas estaba en la representación fotográfica de la violencia, es decir, en la mirada que el fotorreportero tenía y proponía a los lectores: cuerpos anónimos despojados de su identidad o invadidos en su privacidad y una suerte de frenesí de montaña rusa1 de la que las personas no podían bajarse, llevadas por el ritmo frenético y superficial de la información. En el caso colombiano, una buena parte de las narrativas del dolor ha quedado fijada en las fotografías de autores como Jesús Abad Colorado, Federico Ríos, Stephen Ferry, Álvaro Ybarra Zavala o Juan Manuel Echavarría. Su aporte será definitivo a la hora de reconstruir el relato de lo que ha sucedido durante esos largos años de sufrimiento, porque huellas imborrables se han inscrito tanto en los gestos y las acciones de las víctimas como en el violento poderío de sus agresores, huellas que aquellos han sabido captar vivamente en sus obras. Los colombianos y colombianas de varias generaciones hemos estado persistentemente vinculados a una imaginería guerrera que no solamente está presente en el múltiple paisaje de las imágenes gráficas o televisivas que 1

Así me definió alguna vez el objetivo de su informativo un director de noticias colombiano.

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acompañaron nuestra vida diariamente, sino en las experiencias personales que cada uno ha convertido en su narrativa propia, ya sea de un pueblo destruido por las bombas, de una carretera cercada por tanques y jóvenes militares, del retorno de un pariente secuestrado o del llanto de hombres y mujeres junto a los cuerpos de los caídos. El libro de Patricia Bernal Maz y Claudia Pilar García es un ejercicio de antropología filosófica que acude sobre todo a dos hechos históricos: la tragedia de la destrucción de Armero, ocasionada por la erupción del volcán nevado del Ruiz, y las terribles repercusiones del conflicto armado colombiano. Son acontecimientos diferentes con implicaciones también diversas en las narrativas de los medios. El primero fue una catástrofe natural que ocurrió en un lapso relativamente breve; el segundo es el despliegue de un tiempo largo que abarca un poco más de medio siglo y ha sido un acontecimiento histórico, social y político de inmensas proporciones. Con más de ocho millones de víctimas, doscientas mil muertes y sesenta mil desaparecidos, es una de las tragedias contemporáneas más traumáticas y crueles. A ambos los atraviesa tanto el dolor como su figuración en los medios de comunicación. En la tragedia de Armero, el impacto se concentró en el tiempo de una cobertura informativa determinada por la incertidumbre y la desaparición repentina de un pueblo y sus habitantes. En el conflicto interno, este se construyó a través de una lenta continuidad, con rupturas, insistencias y desmemorias, compuesta además por oscilaciones informativas que acompañaron el recrudecimiento de la violencia en determinados periodos históricos. En Armero, el desastre

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se concentró en la figura icónica y yacente de la niña Omayra Sánchez; y en el conflicto interno, en un conjunto de imágenes y de acontecimientos que reflejaban hechos atroces e indignos. La reflexión de las autoras tiene una tremenda actualidad. Después de los acuerdos de La Habana, el país transita en medio de una polarización que no cede y entre procesos —que serán lentos y difíciles— de esclarecimiento de la verdad, de justicia y reconciliación. A los medios de comunicación les queda una tarea ineludible cuando ellos mismos atraviesan una de sus etapas más difíciles: profundizar la escucha, reconocer el ritmo y la intensidad del sufrimiento ocasionado por el conflicto y revelar los mecanismos sociales, aún invisibles o poco conocidos, que produjeron dolores inenarrables y que de ningún modo la sociedad puede permitir que se repitan. De esa manera, se podrá aprender de las lecciones que Patricia Bernal Maz y Claudia Pilar García nos revelan a partir de los aprendizajes que les dejó esta exploración a través de las relaciones entre el dolor y la comunicación. germán rey beltrán

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Introducción

El dolor habita en cada parte de nuestro cuerpo y hace parte de nuestra existencia, confirmando nuestro estar en el mundo y nuestro paso por él. No es posible concebir un mundo sin dolor. El dolor nos configura y resignifica; nos reescribe y da sentido a todo lo que hacemos; se muestra en cada una de las cicatrices que deja en nuestra existencia. El dolor transforma nuestras vidas. Las tragedias que atraviesan a la humanidad, las guerras que parecieran perpetuarse y que dan como resultado más sufrimiento dejan cicatrices no solo en el cuerpo que se agota en su existencia, sino también en los lugares de memoria de las personas que pertenecen a sus entornos culturales, lugares de habitación que resultan demolidos, en ruinas que como huellas inermes evidencian lo acontecido. El dolor es una incógnita de nuestra condición humana, nos habita a todos, pero no de la misma manera. Entonces, ¿a qué llamamos dolor? ¿Es posible narrarlo? En un primer acercamiento, el dolor es la reciprocidad entre un estremecimiento íntimo y un acontecimiento del mundo. En un segundo acercamiento, el dolor resulta inherente al ser y 19

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puede develarse en experiencias y expresarse en narrativas visuales, corporales, proxémicas. Tanto el narrador como el lector pueden compartir sentido, y en muchos casos este sentido puede ser inferido de las expresiones afectivas de las personas, como un resplandor que se adivina cuando se interactúa con los otros. No todo el dolor es igual, puesto que el dolor físico y el dolor afectivo transforman de diferente manera la experiencia de los hombres. Así, hay dolores que se expresan de manera tangible y otros que son vivencia del sufrimiento que no necesariamente pasan por la enunciación del dolor físico. Que el dolor sea inherente a los hombres y que sea tan común referirlo no reduce la complejidad con que debe abordarse ni la incógnita que lleva consigo, sino que lo hace aún más inescrutable. A lo largo de la historia, se ha mostrado el dolor desde diversas perspectivas que en su dimensión cultural procuran comprensiones heterogéneas de él. Sentir un dolor físico corresponde a una dimensión corporal, nos muestra un paisaje de tribulaciones. No sabemos qué hacer con él, queremos simplemente que desaparezca. No lo queremos cerca. Y, en algún momento, así como llegó, se irá. Pero ¿qué se hace con ese dolor afectivo o sufrimiento que sentimos tan dentro de nuestro ser, que no tiene explicación alguna? “¿Saldré de este lodo y volveré a ver a mi familia, a mis padres, a mis hijos?” La pregunta de la víctima del secuestro, del exilio, de la guerra —“¿regresaré a mi casa?”— es una pesadilla permanente. No hay respuesta, solo aproximaciones. Se dice que el dolor nos hace fuertes. Dependiendo del cristal con el que se mire el dolor, sus abordajes serán

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evidentemente diversos —culturales, médicos, científicos, religiosos, filosóficos—, así como válidos. Así, el dolor se ha hecho instrumento de superación, y el sufrimiento, de resistencia, y, por tanto, esta resulta ser una mirada instrumental del dolor para aproximarse a la comprensión de los fenómenos sociales y personales. No cabe duda de que la historia nos ha legado miles de años de dolor, desde los cuales se ha propuesto entender y dar sentido a la condición de ser mortales, que marca nuestro paso por el mundo y que amenaza nuestra voluntad de vivir. El sufrimiento y el dolor se expresan de manera compleja en el sí mismo. Sufrir el dolor es encontrarse solo, sentir dolor afectivo es experimentar una vivencia solo consigo mismo, en la configuración propia del ser que está habitado por el dolor, dado que está presente en todas las dimensiones de la vida de los hombres. Colombia ha enfrentado tragedias, catástrofes, guerras y violencias que han marcado a sus habitantes, y lleva las cicatrices del dolor vivido y del sufrimiento, que se tejen en narrativas del silencio expuestas a los demás. La reflexión sobre los problemas sociales, como es el caso de la reflexión sobre la tragedia de Armero y de otras narrativas globales que se abordan en el presente texto, es una manera de acercarse a revisar cómo en las narrativas mediáticas que circulan masivamente se exhibe y se oculta el dolor de la humanidad. Por ello, el centro de la reflexión son las narrativas mediáticas del dolor y del sufrimiento, desde las cuales se entiende cómo se tejen las experiencias de los hombres. Si se hiciera un recuento de lo que los medios hacen con las narrativas de las personas que padecen dolor, los relatos

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serían interminables. La fotografía de Omayra Sánchez, la niña convertida en símbolo de la tragedia de Armero en Colombia (noviembre de 1985), nos hace reconocer el sentido que tiene la fotografía como objeto visual sobre el que se ejerce la mirada y que permite conocer acontecimientos que ocurren lejos de nuestra presencia. Son muchos otros los acontecimientos de los que se han construido símbolos que permanecen en el tiempo. Recientemente, por ejemplo, se captó la imagen del niño sirio Aylan Kurdi, de tres años de edad, que se ahogó en las playas de Grecia en el año 2016. Aunque el interés de los fotógrafos sea generoso, el uso que se hace de algunas imágenes de diferentes acontecimientos dolorosos no ha sido el mejor o, al menos, ha generado diversos debates acerca de la pertinencia de su uso público. En la historia reciente de la humanidad, hay casos que se han vuelto emblemáticos por generar debates éticos, como la fotografía de los niños abandonados de África que agonizan frente a las aves de rapiña mientras el fotógrafo sudafricano Kevin Carter hace la foto con la que gana el premio Pulitzer de 1994. Esta fotografía despierta la furia de varios sectores que señalan la indiferencia social y la irresponsabilidad de no obrar en favor del niño, lo cual al parecer pudo haber sido una de las causas del suicidio del fotógrafo. Otra fotografía que está en el imaginario de todos es la de la niña sobreviviente del napalm, en Vietnam, captada hace ya 40 años por el fotógrafo vietnamita Nick Ut, quien, según su propio testimonio, después acudió a auxiliar a la pequeña, movido por un impulso protector que le impedía abandonarla. La imagen de la niña Omayra, en la tragedia de Armero, del fotógrafo Frank Fournier, le granjea

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el premio World Press Photo en el año 1986 y lo pone como epicentro de una fuerte polémica que debate entre hacer visible la indiferencia de los líderes políticos respecto al sufrimiento de las víctimas y el cuestionamiento al fotógrafo por romper el velo entre información y voyerismo. Presentamos este texto como el inicio del camino a recorrer para comprender el dolor y el sufrimiento humano, y es producto de la investigación “Lo invisible de los relatos mediáticos del dolor en Colombia”, realizada de 2014 a 2016. Este libro se encuentra dividido en cuatro capítulos. El primero, titulado “Representaciones del dolor en la narrativa noticiosa”, está dividido a su vez en cinco apartados; el primero, “La comunicación: espacio de encuentro”, abordará, en un primer momento y a manera de contexto general, la comunicación como componente humano y los planteamientos teóricos de diferentes disciplinas, como la filosofía, la sociología y la antropología, entre otras, para así conformar un marco teórico-reflexivo para comprender, en un segundo momento, cómo los medios de comunicación dan cuenta de la información que tiene lugar en los diferentes contextos y de qué manera las narrativas mediáticas afectan la cotidianidad. El segundo apartado, “La narrativa, su fundamento y su trama”, aborda los conceptos de narrativa y acontecimiento desde Aristóteles (1974) y señala cómo desde Ricoeur (2010) se puede llegar a la fundamentación de narrativa mediática. El tercer apartado, “La narración noticiosa y la visibilización de los acontecimientos”, considera pensar los medios de información y su narrativa desde el análisis de la relación de estos con la sociedad, especialmente si el interés es la lectura

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sobre el proceso simbólico que involucra la circulación de contenidos y la relación comunicativa que se genera en la visibilización de un acontecimiento, es decir, en la comunicación pública del acontecimiento. Así mismo, aborda la forma como el medio narra el acontecimiento y lo que estas narrativas mediáticas sugieren en su contenido. El cuarto apartado, “Experiencia del dolor: lo individual y lo colectivo en contextos culturales”, aborda la experiencia del dolor contenido, del dolor evidenciado, del dolor que causa sufrimiento y que es vivencia propia en la experiencia humana; dolor que se vive en primera persona y que se experimenta en contexto, en relación con la cultura y con lo que condiciona la experiencia en sociedad. Finalmente, el quinto apartado de este primer capítulo, “Representación social: una cultura visual del dolor”, aborda cómo la cultura visual del dolor guarda una relación con las imágenes que expresan y representan el dolor y que se materializan mediante la forma dramática del espectáculo de los medios. Teniendo en cuenta lo anterior, el segundo capítulo, “Dolor y silencio: la narrativa desde la cultura”, aborda el dolor y su ligazón con el silencio como una dimensión para comprender y entender las narrativas que se tejen en la relación con el dolor. Así, el primer apartado, “Otras narrativas culturales: dolor y subjetividad”, aborda la necesidad de pensar el dolor como un ejercicio de interpretación que permitirá otorgar un significado al dolor desde la experiencia subjetiva del individuo como dolor y entender, desde las narrativas culturales de este, la relación del individuo con el mundo. El segundo apartado, “El dolor en relación con el otro: el silencio, lo

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in-comunicable”, habla del dolor que se hace invisible en el ahogo del sufrimiento y aborda así mismo los ámbitos del arte y la literatura como espacios a los que el hombre recurre para mostrar su dolor y la manera de evidenciar que este se experimenta en primera persona, incluso cuando la experiencia personal esté provocada por la percepción que yo tengo del dolor del otro (Madrid, 2010, p. 57). El tercer apartado, “El arte: el lienzo del silencio”, establece que la violencia social, las tragedias y el dolor han tenido diversas lecturas desde el arte, el cine y la literatura, siendo el lenguaje del silencio el que se manifiesta a través de la tela que en su superficie amplia y extensa plasma el todo. Lo anterior nos permite abordar lo invisible del dolor en las narrativas mediáticas y lo que se oculta ante los demás. El capítulo tres, “Lo invisible del dolor en las narrativas mediáticas”, muestra en su primer apartado, “Invisibilidad del dolor: lo que se oculta ante la mirada de otros”, que existen dolores que logran escaparse al olvido, por escasos momentos y de manera que resulta casi furtiva para el mismo dolor; esto ocurre cuando se hacen visibles mediante relatos que intentan dar cuenta de la experiencia en la que este tiene lugar. En el segundo apartado, “Narrativas mediáticas: relatos de lo oculto y la invisibilidad”, las narrativas mediáticas buscan rodear de sentido aquello que puede llegar o no a ser expresado o que logra serlo de manera incompleta o pasajera. Por ello, a partir de la narración, es posible que se establezcan ciertas generalizaciones o conclusiones abstractas, cuando se atiende a su sentido, presentando una tensión inevitable entre lo narrado y el sentido (Bernal Maz y García Corredor, 2016). El tercer

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apartado, “La política del dolor, política del silencio y del ocultamiento”, aborda el sufrimiento como un aspecto fundamental en la historia de la humanidad; en este apartado, el dolor aparece necesariamente asociado a instituciones políticas como instrumento de dominación y poder. Finalmente, el último apartado, “La sociedad del letargo: una sociedad adormecida”, aborda la problemática de una sociedad adormecida ante la abundancia de espectáculos del dolor que sucede en la vida cotidiana. Todo nos da igual: asesinatos en masa por algún loco irresponsable, o por religión o por ideologías políticas. Ya no hay nada que decir. Todo se encuentra en los medios y en los medios técnicos por excelencia. La reflexión del capítulo cuarto, “Las narrativas mediáticas del dolor: hacia una antropología social de los medios”, plantea la posibilidad de considerar la antropología como el camino para sensibilizar los medios y así entender y comprender el dolor y el sufrimiento humanos. El primer apartado, “El cuerpo y su mediación con el dolor: antropología de la mirada y la subjetividad”, da cuenta de que, aunque no existan las palabras, los movimientos del rostro y del cuerpo se mantienen. Las víctimas de las catástrofes tienen con su salvador un vínculo infalible por medio de la mirada que logra que esta se sostenga en el mundo. De acuerdo con Le Bretón (1999), “el hombre está afectivamente en el mundo y la existencia es un hilo continuo de sentimientos más o menos vivos o difusos, cambiantes, que se contradicen con el correr del tiempo y las circunstancias” (p. 103). El individuo habita su cuerpo de acuerdo con el contexto social y cultural, y es atravesado por los acontecimientos que le

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sobreviven. De acuerdo con lo anterior, el segundo apartado, “Cuando el dolor nos mira”, aborda la mirada del otro que nos hace conscientes de nuestra propia existencia, de nuestra finitud, y que nos saca de nuestra propia trascendencia. Nos hace pensar que el estar en el mundo es una relación compleja con la experiencia del otro, es una relación existencial y ontológica. La mirada del otro nos reconcilia con nosotros mismos porque es una toma de conciencia de nuestra propia existencia y vulnerabilidad, además de que construye una llamada de ser para el otro, pues su existencia se traduce y se experimenta por medio de la mirada. El tercer apartado, “Dolor y construcción de memoria: una narrativa más allá del duelo”, aborda el dolor como elemento constitutivo de la memoria, como acontecimiento que de alguna manera ha marcado la existencia de la persona que no lo vivió directamente. Así mismo, otro elemento constitutivo de la memoria son las personas con sus relatos de vida y sus testimonios. El último apartado, “Los medios de cara a la sociedad sufriente: aportes desde la antropología filosófica”, cierra la reflexión al pensar una antropología de los medios que articule al sujeto como una dimensión antropológica y como el centro de la labor de estos, con su intersubjetividad, sus emociones y sus experiencias, pues los medios no tienen una visión compleja de las víctimas, del acontecimiento y de su situación real. Finalmente, el último apartado, a manera de epílogo, titulado “Lo diáfano-apertura”,deja una de las tantas tareas pendientes en la intención de superar la instancia de la información, del ocultamiento y del silencio de las voces de las personas afectadas en situaciones extremas de dolor. Se

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cierra con la propuesta de la teoría cultural del dolor, que engloba las interacciones entre la comunicación, la cultura, el otro y el dolor. Por lo anterior, el título del presente libro, Tejer los hilos del silencio. Narrativas mediáticas del dolor, presenta los dos ámbitos de la reflexión. El primero pretende comprender el dolor como categoría imprescindible, y el segundo aborda las narrativas que sobre el dolor representan las experiencias de los hombres. Desde allí, las narrativas mediáticas que muestran el dolor de las víctimas dan paso al análisis de estos testimonios, en cuyo silencio se teje la memoria de un país. Así, el silencio se alimenta de la incapacidad de comunicarse y del poder de los medios de ocultar y de invisibilizar la propia experiencia dolorosa. La presente indagación pretende abrir la bisagra o, mejor, tejer una lazada para dejar abierto el camino que dé luz a los tejidos de voces silenciadas, mediante la reflexión acerca del fenómeno del dolor y del sufrimiento y su relación con las narrativas comunicativas, así como considerar la posibilidad de humanizar los medios desde el aporte que proporciona la antropología filosófica. Las autoras quieren expresar su agradecimiento al profesor Luis Fernando Cardona, profesor titular y decano de la Facultad de Filosofía de la Pontificia Universidad Javeriana. Su asesoría y su guía han hecho posible este proyecto. Al profesor Javier Moscoso, director del grupo de investigación Historia de las Experiencias y miembro del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de Madrid (España). Y a las asistentes de investigación, Daniela Reyes y Catalina Vergara.

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Tejer los hilos del silencio. Narrativas mediรกticas del dolor fue compuesto en caracteres Museo y Chaparral Pro y se imprimiรณ en los talleres de Javegraf en papel bond beige de 70 gramos durante el mes de noviembre de 2018.

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A lo largo de la historia, el dolor se ha mostrado desde distintos ámbitos, como el arte, la literatura o la filosofía, que en su dimensión cultural producen comprensiones heterogéneas de él. En un país como Colombia, muchas veces el dolor y la pérdida son usados por los medios de comunicación para manipular al público y lucrarse. Esto sucedió, por ejemplo, con el cubrimiento de la agónica muerte de Omaira Sánchez en la avalancha de Armero, cuya narrativa mediática exhibió masivamente su sufrimiento, desviando la atención de cuestiones centrales, como la responsabilidad estatal y la falta de apoyo a las víctimas. Tejer los hilos del silencio interviene las narrativas mediáticas del dolor desde el enfoque de la antropología filosófica, para mostrar la necesidad de humanizarlas, proponiendo una ruta para el duelo, la reparación y la reconciliación. De ahí que el valor de este libro resida, como lo señala Germán Rey Beltrán, en el llamado que hace a los medios de comunicación a “profundizar la escucha, reconocer el ritmo y la intensidad del sufrimiento ocasionado por el conflicto, y revelar los mecanismos sociales, aún invisibles o poco conocidos, que produjeron dolores inenarrables y que de ningún modo la sociedad puede permitir que se repitan”.

T E J E R L O S H I L O S D E L S I L E N C I O. N A R R AT I VA S M E D I ÁT I C A S D E L D O L O R

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Tejer los hilos del silencio Narrativas mediáticas del dolor

CLAUDIA PILAR

PATRICIA

GARCÍA CORREDOR

BERNAL MAZ


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