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Escritoras mexicanas
E. Lucero Escamilla Moreno
luzerocch@gmail.com
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Escritoras y lectoras: la palabra es un ejercicio de libertad
La mujer que se reproduce a sí misma, para quien la mujer se convierte en un espejo viviente […] necesita unos ojos agudos para entender el lenguaje de la otra mujer, la articulación de su cuerpo, sus silencios, sus gestos. Sigrid Weigel, “La mirada bizca: sobre la historia de la escritura de las mujeres”.
En días pasados participé en una mesa redonda que tuvo como tema la importancia de las escritoras latinoamericanas y, además de la maravillosa charla y la enorme lista de autoras que se agregan a los pendientes de lectura, me pareció muy interesante la importancia que todas las participantes reconocemos en la identificación y el poder casi catártico de la lectura de diversas autoras. Incluso, la maestra Ángeles Robles comentó que la poesía escrita por mujeres debe democratizarse, visibilizarse, porque se trata de textos que permiten la reflexión de la categoría “mujer” haciendo eco de las experiencias cotidianas, así como de las realidades diversas de las mujeres cisgénero, trans, lesbianas, hetero, en el exilio, etc.; para ella, y para muchas, la poesía es una apuesta política.
Hablar de la escritura también implica hablar de la lectura, en ambos casos la palabra ha sido una conquista para las mujeres que han tenido que abrirse paso para no ser la excepción, así es, también, la única escritora de determinada época —la única en un mundo dominado por las voces masculinas y masculinizantes—, lo que implica que muchas otras voces no fueron escuchadas o ni siquiera tuvieron la oportunidad de experimentar la palabra. Quienes conquistan la palabra escrita son mujeres que no renuncian a su mirada de mujer, sino que la amplían pues como dice Sigrid Weigel “la mujer tendrá que agudizar su visión; no ponerse anteojos masculinos, sino desarrollar su propia mirada, como una mirada activa”1 con la intención de captar esa diversidad que señalaba la maestra Robles.
1. Sigrid Weigel, “La mirada bizca: Sobre la historia de la escritura de las mujeres”, en Gisela Ecker (ed.), Estética feminista. Trad. Paloma Villegas y Ángela Ackermann. Barcelona, Icaria, Barcelona, 1986, pp. 69-98. Fair rosamund, John William Waterhouse, 1916.
Este acceso a la palabra comienza con la lectura, que no es sino un ejercicio de libertad que implica manifestar nuestra independencia no sólo por lo solitario de la práctica sino por las decisiones que tomamos al leer, ejercita nuestra capacidad de decisión. Al respecto, Virginia Woolf afirmó que la cualidad más importante del lector es su independencia, misma que le permitirá discernir qué obra es más valiosa, independientemente de los juicios y recomendaciones de quienes se ostentan como los sabios de la lectura:
Aceptar autoridades —por muchas pieles y togas que luzcan— en nuestras bibliotecas y permitirles que nos digan cómo leer, qué leer y el valor que hemos de dar a lo que leemos, es destruir el espíritu de libertad que se respira en esos santuarios. En todos los demás lugares podemos vernos atados por normas y convenciones, allí no tenemos ninguna.2
¿Pero no es acaso esa libertad la que se quitó a la mujer en su acceso a la lectura? No hay que olvidar que la literatura para mujeres tenía una marca restrictiva, tanto en su temática como en los patrones de comportamiento que dictaba, no en vano Rosario Castellanos escribió un maravilloso ensayo titulado “Lecturas para mujeres, queredlas cual las hacéis”, donde hace una profunda crítica a todos aquellos textos que se ostentan como lecturas para el sexo femenino y que reproducen temáticas y estereotipos que mantienen a la mujer en el entorno doméstico y superficial.3
Pero estos mandatos de género no solamente son reproducidos por las revistas de ocasión mencionadas por Castellanos y por autores anónimos, también las reconocidas escritoras de la Historia de la Literatura aportaron y se ciñeron a estos mandatos pues, hasta el siglo XIX, los textos de autoría femenina serían utilizados con fines políticos para la construcción de la identidad nacional (la patria en el siglo XIX, lo sagrado en el caso de las místicas4) o para tratar de controlar y contrarrestar la subversión de sus autoras o del contexto social que las acoge y las escucha (como en el caso de las ilusas5). La primera mitad del siglo XX no dista mucho de esta utilización, pues la presencia de las mujeres en la Revolución, los proyectos posrevolucionarios y la guerra cristera no solamente puso sobre la mesa las discusiones acerca de la emancipación femenina, sino que permitió el discurso de autoras como Gabriela Mistral que revitalizaba el carácter misionero de la mujer a través del magisterio, labor que exigía la soltería y la castidad; además, seguía considerando a la maternidad como
2. Virginia Woolf, ¿Cómo debería leerse un libro?, Centellas, Palma, 2016, p. 22. 3. Castellanos, Rosario. “Lecturas para mujeres, queredlas cual las hacéis” en Mujer de palabras, vol. II, CONACULTA, México, 2006, 498-501. 4. Jean Franco se refiere a las místicas como aquellas mujeres de vida conventual que en la época de la Colonia escribían por mandato de sus confesores para el escrutinio de sus experiencias; además, sus textos eran utilizados como materia prima para la escritura de historias de vida de las que “los hombres se sentían en libertad de explotar como autores sin declarar por completo su fuente.” (Jean Franco, Las conspiradoras. La representación de la mujer en México, El Colegio de México-Fondo de Cultura Económica, México, 1989 [2014], p. 42). 5. Jean Franco menciona que las ilusas eran mujeres que se encuentran aún más allá de los márgenes y del convento, pues no logran acceder a él, no tienen una voz autorizada y utilizan el recurso más íntimo para expresarse: el cuerpo. Representan la construcción de una cultura subalterna y dicha tradición oral sería también un intento por construir identidad, nuevamente a través de las enseñanzas de “madres” y “abuelas” simbólicas o empíricas. la meta superior de la mujer, pues “Gabriela Mistral afirmaba que la única razón de ser de las mujeres, del estatus que fuere, era la maternidad, porque unía lo material y lo espiritual. Las mujeres que no podían ser madres sólo debían dedicarse a lo espiritual.”6
Conocer la historia de la escritura de mujeres nos permitirá conocer historias de liberación a través de la palabra, como es el caso de Charlotte Perkins Gilman y su famoso cuento “El tapiz amarillo” que, según cuenta Margo Glantz, tenía como uno de sus objetivos “convencer al neurólogo Silas Weir Mitchell de que cambiase sus métodos curativos, puesto que siguiendo sus preceptos, “casi me hundí en la locura…” Cuando años más tarde este Mitchell leyó el texto decidió alterar totalmente sus procedimientos y tratar de manera diferente a sus pacientes.”7 La escritura del texto de Perkins fue liberador para ella y para otras mujeres que necesitaron recurrir a Mitchell para tratar sus problemas de depresión. Así es como la palabra actúa; la escritura (y la lectura) de Literatura escrita por mujeres nos permite hablar, explorar, apoyar y resignificar experiencias diversas y, aunque esto no es una cualidad exclusiva de las mujeres, sí ha sido una conquista y una parte esencial de nuestro proceso de acceso, reconocimiento y presencia en la cultura.
Referencias:
Castellanos, Rosario. “Lecturas para mujeres, queredlas cual las hacéis” en Mujer de palabras, vol. II, CONACULTA, México, 2006, 498-501. Franco, Jean. Las conspiradoras. La representación de la mujer en México, El Colegio de México-Fondo de Cultura Económica, México, 1989 [2014]. Glantz, Margo. “Prólogo” en Charlotte Pekins Gilman, El tapiz amarillo, Siglo XXI, México, 2002, 7-25. Weigel, Sigrid. “La mirada bizca: Sobre la historia de la escritura de las mujeres” en Gisela Ecker (ed.), Estética feminista, Icaria, Barcelona, 1986, 69-98. Woolf, Virginia. ¿Cómo debería leerse un libro?, Centellas, Palma, 2016.
6. Ibid., p. 141 7. Margo Glantz, “Prólogo” en Charlotte Pekins Gilman, El tapiz amarillo, Siglo XXI, México, 2002, p. 11