El efecto y la causa por Jaime Rodríguez Z.
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a portada de este número de Quimera, lo admitimos, puede parecer efectista. Sin embargo invitamos al lector a detenerse en la causa (pág. 13), más que en el efecto, y a descubrir a una de las narradoras argentinas más sorprendentes del momento: Pola Oloixarac. En sentido inverso, invitamos también al lector a detenerse en el efecto, no en la causa, y a conocer algunas de las expresiones literarias que gravitan alrededor del tema del narcotráfico. Como el realismo mágico, la literatura de temática narco solo podía ocurrir en América Latina. Las razones son obvias: es allí donde reinan los todopoderosos jefes de los carteles de la droga y es allí donde, siempre con dirección al norte, y particularmente en Colombia y México, se ha gestado durante las últimas décadas la llamada narcocultura que tiene en la jerarquización feudal, la supresión del ethos, la espectacularización de la violencia y el gusto por una estética kitsch algunas de sus características más visibles. Con el dossier que ofrecemos en este número no pretendemos banalizar un problema real que día a día causa innumerables víctimas. No queremos explorar las causas –por lo demás bastante
conocidas– que han desencadenado la aparición de esta subcultura. Lo que veremos en las siguientes páginas son apenas algunas de las expresiones que, desde la creación literaria, televisiva y plástica, han ayudado a conformar un paisaje estético único en el mundo. Para seguir en América del Sur, en esta Quimera ofrecemos una selección de seis novísimos poetas venezolanos que, estamos seguros, están llamados a renovar una tradición en la que son claves las figuras de Rafael Cadenas, o los desaparecidos Pepe Barroeta y Eugenio Montejo. Ya en el continente, nos detenemos en la figura de la narradora italiana Elsa Morante, algunas de cuyas obras vienen siendo objeto de un insólito revival; entrevistamos al director de Impedimenta, una de las editoriales independientes más interesantes del circuito español; y hacemos un ejercicio de ego charlando con Llucia Ramis, ex jefa de redacción de esta revista y flamante ganadora del Premio Josep Pla de prosa en catalán. Finalmente, queremos informar al lector de que a partir del próximo número Quimera recupera su cabecera original en una vuelta al pasado que es más bien un salto al futuro. Esperen novedades. ■ Quimera 3
Fotografía de Lizbeth Salas
Revista de literatura
Sumario febrero 2010
Foto: Chus Sánchez
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Editor: Miguel Riera. Director: Jaime Rodríguez Z. Diseño: M. R. Cabot. Fotografía: Lisbeth Salas Publicidad: María José Dopacio. Edita: EDICIONES DE INTERVENCIÓN CULTURAL S.L., c/ Sant Antoni, 86, local 9 08301 Mataró (Bcn) Tel., Administración, Redacción, Publicidad y Suscripciones: 937550832 / 937962631. www.revistaquimera.com Redacción: redaccion@revistaquimera.com Administración: info@revistaquimera.com Publicidad: publicidad@revistaquimera.com Fotomecánica: Tumar Autoedición, S.L. Imprime: Trajecte, S. A.. Derechos reservados – Prohibida la reproducción total o parcial de este número, sea por medios mecánicos, químicos, fotomecánicos o electrónicos, sin autorización del editor. Quimera no retribuye las colaboraciones. Los colaboradores aceptan que sus aportaciones aparezcan tanto en soporte impreso como en digital. La redacción no devuelve los originales no solicitados ni mantiene correspondencia sobre los mismos. La revista no comparte necesariamente las opiniones firmadas de sus colaboradores. ISSN 0211-3325 / D.L.: B - 28332/1980 Impreso en España – © De las reproducciones autorizadas VEGAP, 1995, Barcelona. Esta revista es miembro de ARCE. Asociación de Revistas Culturales de España. Esta revista ha recibido una subvención de la Dirección General del Libro, Archivos y Bibliotecas para su difusión en bibliotecas, centros culturales y universidades de España, para la totalidad de los números editados en el año. 4 Quimera
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KALIDOSKOPIO Entrevista (mínima): LLUCIA RAMIS POR JAIME RODRÍGUEZ Z. WIRELESS HOMBRES-LIBRO POR GERMÁN SIERRA DECÁLOGOS: MANIFIESTO DE EÑE, POR MANUEL VILAS Y AGUSTÍN FERNÁNDEZ MALLO LAS TEORÍAS SALVAJES (ADELANTO) POR POLA OLOIXARAC
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PAÍS DESPAMPANANTE Seis novísimos poetas venezolanos
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ENRIQUE REDEL “Hay que redefinir nuestro papel como gestores de contenidos” POR CARLOS A. AGUILERA
MALAYERBA: LAS CRÓNICAS DEL NARCO De cómo un periodista mexicano se inventa un genero literario POR GABRIELA POLIT-DUEÑAS
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BONUS TRACK LOS MANDALAS DE ARTEMIO NARRO
DOSSIER
NARCOLIT COORDINADO POR MARC CAELLAS
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LA LITERATURA DEL NARCO POR MARC CAELLAS
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UNA LITERATURA SIN TRAQUETOS Un recuento (visceral) de la producción literaria con temática narco en Colombia, POR SERGIO ÁLVAREZ GUARÍN
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YURI HERRERA “El discurso del arte siempre desbordará el discurso pragmático del poder” POR MARIO AMADAS, MARC GARCÍA Y UNAI VELASCO.
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NARCO TV O lo narco como marca actual de la telenovela colombiana. POR OMAR RINCÓN
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ELSA MORANTE Una mujer, una isla POR FLAVIA CARTONI SOBRE LA DIFICULTAD DE ENCONTRAR UN TAXI EN FINLANDIA Un relato humorístico de David Bombai EL INSOMNE LITERATURA DE GARAGE POR DAMIÁN TABAROVSKY EL QUIRÓFANO EXLIBRIS COLABORADORES
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UN POEMA DE EDGARDO CAMINO CARRILLO Con Tránsito hacia el mal (2008) el boliviano Camino Carrillo (La Paz, 1973) ejemplifica su particular descenso a los territorios de la angustia. Inédito hasta la fecha en España, su poesía previa está recogida en el volumen Poema Enmascarado (2006). Tránsito hacia el mal es su segundo libro.
FÁBULA Escribí una frase terrible. No voy a repetirla. Ocho palabras para ser exacto que he contemplado con admiración y debo admitirlo con creciente incomodidad: no puedo haber escrito algo tan maligno. Ahora he borrado la frase. Verán: temí que por la noche esas palabras se convirtieran en conjuro y me hicieran hacer cosas oscuras e incomprensibles. Era horrible. No pueden llegar a imaginarlo.
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HOLMES! Tras el estreno de la cinta de acción de Guy Ritchie sobre el detective de Baker Street, se ha instalado la polémica sobre la flexibilidad de la información suministrada por el “canon holmesiano” e incluso se han alzado voces cuestionadoras (en The Guardian, por ejemplo) que se preguntan si de verdad son tan valiosos los libros de Conan Doyle como para preocuparse demasiado por ellos o por su uso. Al margen de estos debates más o menos estériles, en nuestro medio la mejor noticia relacionada con el personaje es la publicación de Sherlock Holmes anotado, edición de Leslie S. Klinger, en formato de lujo, por parte de la editorial Akal. Un volumen que merece estar en la estantería de cualquier devoto del detective asesor más célebre del s. XIX. El exhaustivo –a veces inabarcable– trabajo de anotación de Klinger sirve de inmejorable marco a las cuatro novelas reunidas en este volumen de más de 900 páginas: Estudio en escarlata, El signo de los cuatro, El sabueso de los Baskerville (probablemente lo mejor de todo el canon) y El valle del miedo. La versión original inglesa continúa con otros dos tomos entre los que se reparten los 56 relatos, y es de esperarse que Akal haga justicia los fanáticos de Holmes publicando ambas entregas. Lógica elemental.
kalidoskopio
El signo de los cuatro
LA QUINTA DE Ñ La “revista para leer” –que en los últimos tiempos viene mostrando su mejor cara– convoca
por quinto año consecutivo a su “Cosecha Eñe. Concurso de relatos”. Podrán participar escritores de cualquier nacionalidad (éditos o inéditos), la temática es libre, se exige que los relatos no estén publicados en papel y la modalidad de envío
es vía correo electrónico, todo lo cual equivale a decir que es un de los premios menos tiquismiquis del circuito. La dotación son 3,000 euros para el ganador y la publicación de hasta nueve relatos finalistas. ¿Qué mas? Los relatos deben
tener entre seis y diez folios y por si hace falta alguna referencia en anteriores edicones han sido ganadores o finalistas autores como Patricia Suárez, Sergio Galarza, Andrés Barba, Eduardo Halfon o Agustín Fernández Mallo. Quimera 7
ENTREVISTA (mínima)
Foto: Iñigo Martínez
LLUCIA RAMIS por Jaime Rodríguez Z.
—En tu columna de El Mundo sueles hablar del medio literario con cierta distancia irónica ¿Qué se siente al estar del otro lado? ¿Cómo lo pasaste en el podio, en medio de los flashes? —No podía dejar de ver caras conocidas, nombres susceptibles de aparecer destacados en una crónica. Ahí estaban Jorge Herralde, Maruja Torres, el actor José Maria Pou… ¡y me estaban escuchando! Creí que me daba algo, sobre todo cuando me descubrí imaginando qué estaría apuntando en el caso de estar en su lugar y ver a una histriónica como yo en el escenario. Pensé que escribiría algo como: “Ya han dado con la versión low cost de Maria de la Pau Janer”. Me pareció tan angustiante como divertido, un chiste de esos que sólo pillan unos pocos, pero tú no. Todavía no he parado de reír. —¿Te has hartado ya de la etiqueta de “generacional”? —Pues un poco sí, pero funciona para vender libros. Mi última aportación al ingenioso mundo de las etiquetas: somos la eterna generación free-lance y “libre”, en estos términos, significa lo mismo que en los taxis, “disponible”. Es decir: todo lo contrario a la libertad. —Tanto la metáfora de la bolsa de basura que noquea a uno de los pro8 Quimera
tagonista de Egosurfing como la inclusión de capítulos sobre programas de televisión como “El diario de Patricia” parecen apuntar a una necesidad de convivir con determinados productos culturales. ¿Te sientes cómoda con eso o llegará la necesidad de buscar otros espacios? —Esos espacios son tan infinitos como las miradas que pongas en ellos. Fíjate en la cantidad de películas, documentales, conferencias y tesis doctorales que han inspirado masacres como las de Columbine. El misterio de la telebasura es comparable al de los best-sellers o el Mac Donald’s. Si conociéramos el secreto, seríamos millonarios. Mientras tanto, tenemos que limitarnos a dar nuestra pobre versión de los hechos y sus consecuencias. —De la “generación Ikea” al egosurfing. ¿Los treintañeros empiezan a tener conciencia de sí mismos? —Empezamos a tener conciencia de nosotros mismos desde pequeños. También descubrimos de pequeños que debemos llamar la atención para que nos hagan caso. Internet es un escaparate donde se exponen las vanidades de quienes quieren provocar una reacción. La búsqueda de uno mismo a través del reconocimiento no algo es nuevo, al contrario. Nos vendemos constantemente,
y la Red es una demostración explícita de ello. Somos muy infantiles y estamos orgullosos. Nos tomamos demasiado en serio, sin embargo, hacemos un montón de tonterías. —¿Tu primera novela fue un encargo? ¿En que momento pasó a ser un proyecto más personal? —Me pidieron que diera mi visión sobre los treintañeros que tienen profesiones liberales en esta ciudad: a qué bares van, qué toman, dónde viven, con quién se acuestan, a qué aspiran. El encargo mismo no podía ser más personal. —Facebook es exhibicionismo puro. ¿Es cierto que tú llevas un “blog secreto”? ¿Un gesto contracultural? —Pero, ¿tú cómo sabes eso? Llevar un blog secreto te permite hablar de todo el mundo sin perder amigos –ni puestos de trabajo– por ello. Creo que muchos escritores acaban más pendientes de su reconocimiento como autores que de la obra que han escrito. Me siento más libre cuando escribo con pseudónimo, hablo de aspectos más íntimos y, en este sentido, soy más exhibicionista que cuando firmo con mi nombre. Más que un gesto contracultural, supongo que es un gesto cobarde. Otra respuesta sería: ¿de qué blog secreto me hablas? ¿Blog “secreto” significa que
En 2008, Coses Que et Passen a Barcelona Quan Tens 30 Anys la puso en el mapa de las letras catalanas, pero la periodista Llucia Ramis (Palma, 1977) lleva ya muchos años como sagaz observadora del mundillo literario barcelonés: tres de ellos desde la jefatura de redacción de esta revista y luego desde la columna “Plexiglás”, que hasta la fecha publica semanalmente en El Mundo. Con Egosurfing, su segunda novela, acaba de obtener el Premio Josep Pla, el más importante galardón de prosa en catalán. Sale mucho en google, le gusta la cerveza, es feliz.
lo escribo en un papel y no se lo enseño a nadie? —¿En qué medida ha determinado tu estilo literario la práctica periodística? —No dejo de hacer una crónica del momento en el que vivo. Gracias al periodismo soy disciplinada y curiosa, además he descubierto que la realidad es la más generosa de las musas. Por otro lado, tengo demasiados tics periodísticos: quiero ir al grano sin entretenerme en descripciones, no me dejo llevar y me cuesta mentir. Preferiría escribir sin estas limitaciones tan poco literarias. —Hace unas semanas decías que al buscar tu nombre en google habían 17.200 entradas. Yo he entrado hace un minuto y me salen 67.000. ¿Qué tal el ego? —Sinceramente: fatal. La exposición de nosotros mismos nos hace vulnerables. Estamos pendientes de qué dirán, de la imagen que estamos dando. Publicar cualquier cosa provoca ansiedad, por si el efecto no es el deseado. Cada vez se respeta menos la intimidad y lo paso muy mal calculando qué puedo decir y qué no, cómo se interpretará esto o esto otro. Bueno, estoy hablando de mí, lo que no deja de ser egocéntrico. Al resto del mundo parece que le
guste la fama. Cela y Dalí tenían claro que era bueno que se hablara de ellos “aunque fuera bien”. Personalmente, preferiría llevar la vida de Salinger. Eso sí, con el éxito de El guardián entre el centeno. —Cuéntanos un poco de tu método de trabajo. ¿Qué condiciones psicológicas, climáticas, ambientales o laborales tienen que darse para obtener una jornada productiva? —Me encanta lo de “climáticas”. Procuro llevar este ritmo: por las tardes me siento a escribir sobre las cinco. Me sirvo la primera cerveza a partir de las seis. Bebo una lata a la velocidad que escribo una página, más o menos. A las once o así, paro. Entonces suelo haber escrito unas tres o cuatro páginas y llevo un contento considerable. A la mañana siguiente, desayuno mientras leo la prensa online y los e-mails. Repaso lo que escribí la tarde anterior, y borro una tercera parte de lo escrito. Me pongo otra vez, son las diez. A la una y media me tomo una cerveza de aperitivo, y así. Como entre semana tengo que trabajar casi todas las tardes, este sistema sólo es válido los viernes, sábados y domingos. Necesito estar sola en la habitación. No contesto al teléfono. Da igual si llueve o hace sol.
—Aunque tus dos libros hasta el momento tienen que ver mucho con Barcelona, a menudo te burlas del ego barcelonés y de la ciudad en general. ¿Existe una ciudad a tu medida? ¿Has estado en ella? —Lo que más me gusta, además de leer y escribir, es pasear. Su propia naturaleza ególatra hace que Barcelona sea perfecta para eso, también lo son Palma y París. Lo que no significa que me guste vivir en ellas. De momento, ninguna ciudad me ha hecho exclamar: me quedo aquí. —Algo de ego. ¿Cuáles son tus principales virtudes? —Espera, que se lo pregunto a mis amigos. —¿Qué es lo más raro que has encontrado haciendo egosurfing? —Elige: en una página web me atribuyen la biografía de Cristóbal Serra: pone que nací en Palma, en 1922, y soy autor de Péndulo y Viaje a Cotiledonia. Alguien que no soy yo utiliza mi nombre para ir dejando comentarios en distintos blogs. Finalmente, un tipo cree verme en una foto acostándome con un alienígena y, aunque el alien se parece bastante a un ex mío, la chica de la foto no se me parece ni en el blanco de los ojos. Quimera 9
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HOMBRES-LIBRO por Germán Sierra En su celebérrima novela Farenheit 451, Ray Bradbury describe una sociedad del futuro donde prohibidos los libros y condenados a la destrucción por el fuego, un pequeño grupo de errantes bibliotecarios/hombres-libro se dedicaría, con el propósito de conservarlas, a memorizar las grandes obras de la literatura universal para intentar transmitirlas oralmente a las generaciones futuras. Es evidente que la metáfora de Bradbury no pretendía aludir específicamente a los libros impresos como objetos, sino a las problemas que plantea la conservación del conocimiento cuya utilidad práctica inmediata no es reconocida por la mayoría social, y parece indudable que una de las intenciones de Bradbury al escribir Farenheit 451 era prevenirnos contra ciertas actitudes las antiintelectuales que ya a principios de los años cincuenta el autor comenzaba a detectar en los mass-media. En la actualidad, sin embargo, podemos extraer conclusiones adicionales que no estaban al alcance de Bradbury en la fecha de la publicación de su novela. La era postdigital se nos aparece de hecho como una inversión de la distopía Farenheit 451: muy pronto, la memorización digital de los libros, aunque en bases de datos electrónicas en lugar de en memoriosos recitantes, terminará por convertir el papel impreso en algo irrelevante a la vez que permitirá la difusión universal de su contenido. Los libros estarán “hipermemorizados” de forma que podrán ser reproducidos y leídos en cualquier momento, en cualquier lugar, y practicamente gratis. El peligro futuro no radica pues en la escasez de libros, sino, como ha escrito Curtis White en “la curiosa estrategia que intentaría hacer la ficción tan banal que nadie, nadie en absoluto, la desee”. La memoria que contienen nuestras bases de datos, como la memoria que contienen los libros impresos, es memoria humana que ha sido transferida a soportes no biológicos. Por lo tanto, solo tiene utilidad cuando la hacemos presente, cuando leemos, recordamos o pensamos sobre lo que hemos leído. Seth Godin se preguntaba recientemente cual será el futuro papel de unas bibliotecas públicas en las que, según le han explicado numerosos biblio10 Quimera
tecarios, lo más solicitado por sus usuarios son préstamos gratuítos de DVDs. Su propuesta es que en lugar de gastar dinero público en comprar y almacenar libros, gastemos ese dinero “en enseñar a la gente a tomar iniciativas individuales, en formar líderes de opinión, sherpas y profesores que induzcan a la gente, desde niños en edad escolar hasta jubilados, a ser mucho más ‘agresivos’ en la búsqueda y el uso de información”. Hace unos meses he visto un proyecto de bibliteca diseñada por Mattis Myhra de un modo completamente nuevo, como un lugar de encuentro cuyo pabellón central recuerda más al hall de un enorme centro comercial que a la sala de lectura de una biblioteca tradicional (1). Según Myhra, la idea es un edificio donde pueda reunirse todo tipo de gente y “proveerse a sí mismos de palabras”. Cuando es posible acceder a los libros y leerlos en cualquier sitio, ¿para qué es necesaria una sala de lectura? Las nuevas bibliotecas, como está ya sucediendo con los grandes museos, deberían quizás transformarse en centros de aprendizaje no reglado, en lugares habilitados para desarrollar experiencias que promuevan el deseo de aprender y de experimentar con el lenguaje, para interactuar; para comunicar que el arte escrito, en papel o en cualquier otro soporte, es tan cool como la música o las artes visuales. Más de 50 años después de la publicación de la novela de Bradbury, los libros no sólo no han sido proscritos, sino que va a ser tan imposible librarse de ellos como es ya imposible librarse de continua presencia de la música. Estarán ahí, siempre, disponibles para quien desee disfrutar de la literatura, quizás demasiado disponibles para que parezca merecer la pena el esfuerzo de detenerse en ellos, de releer y de reflexionar. Y ahora es cuando más necesitamos “hombres-libro” —no, por supuesto, para memorizar y recitar las obras, sino para evitar que la literatura se convierta en música de fondo. Ayudémonos los unos a los otros a navegar a través de la inmensa biblioteca que hemos construído. ■ (1) http://www.yankodesign.com/2009/02/19/what-is-a-librarywith-no-books-in-it/
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LAS TEORÍAS SALVAJES (ADELANTO EXCLUSIVO) Pola Oloixarac, la escritora revelación del último año en Argentina con sus Teorías salvajes, aterriza en España via Alpha Decay. ¿Las razo-
Ilustración de Carmen Burguess
nes de su éxito? Lea el siguiente extracto. 5 Entre las tribus Gahuka-Gana y Gurumbumba, en Papúa, los niños vestidos de tigres son traídos a la vera del río, rodeados de los cánticos y aullidos de los guerreros. Allí confrontan a un grupo de hombres masturbándose, con las piernas dentro del agua; éstos introducen pedazos de hojas filosas en sus agujeros nasales hasta hacerlos sangrar profusamente. Los niños iniciados imitan sus gestos para inducirse hemorragias; luego son llevados al centro del bosque, donde permanecen en las cabañas de los guerreros durante un año. Durante ese período tienen contacto escaso con mujeres y se dedican a practicar el sangrado de narices, vomitar y tocar la flauta. Los primeros pasos de Augusto García Roxler en la sociedad de los hombres también fueron singularmente oscuros y sistemáticos. Algunas leyendas universitarias (rumores peyorativos que no sobrevivieron el traslado de la facultad a su reino actual en la calle Puan) lo muestran acariciándose las zonas pudendas durante sus exámenes escritos. No precisamente la efigie ecuestre de un prócer de las letras argentinas. Pude averiguar (en operaciones secretas que no adelantaré) que sus contactos con el bello sexo se restringieron al mínimo. En cambio, su aspecto retraído, vulnerable, le franqueó la confianza de varias muchachas poco agraciadas del plantel no docente que aceptaron participar de sus experimentos en calidad de colaboradoras. Emilia Sosa, aka la “Chancha” Sosa, fue la primera en completar sus extraños cuestionarios, en soportar estoica el horror que producía la Teoría cuando adoptaba formas tan originales y misteriosas. Aparentemente, su desnudez defectuosa era un factor que facilitaba el trabajo; si bien no era el único, poseía
la fuerza necesaria para que ellas lo reconocieran voluntaria, instintivamente como su predador. También les medía los cráneos; para el momento de mi ingreso en la facultad, García Roxler había perdido el rumbo y abandonado esas prácticas. Personalmente, al principio desprecié sus teorías. Dejaba caer una media sonrisa cuando escuchaba o leía su nombre: y si detectaba un libro suyo, hurgando el cajón de usados, lo hacía a un lado, sin mayor trámite, como se aparta a los pequeños que no pueden coordinar sus ambiciones o escribir correctamente. Cierro los ojos y lo veo avanzar por el Gran Pasillo de la Facultad, serio, con aire ausente, sobretodo gris, papeles y libros cayéndosele de los bolsillos, y me veo mascando lánguidamente un chicle globo o levantando una ceja despectiva, o las dos cosas; la época salvaje de las teorías de Augustus era historia, no del tipo histórico que esparce prefacios, temor, discípulos; tenerlo entre nosotros era menos un honor que la prueba de un ecosistema gagá donde se permitía al académico gagá convivir a gusto con el deterioro institucional, como lo había hecho durante toda su vida; no se esperaba de él más que la posibilidad de una presencia (gagá) a manera de retiro en vida; gracias a estos individuos, la universidad exhibía su colección de pinturas de Dorian Gray, retratos autómatas de una universidad anquilosada que nunca conseguía estar orgullosa de sí misma. Incluso antes de que yo entrara en la facultad, la vida intelectual de Augustus estaba terminada. El debilitamiento de sus funciones superiores le confería ternura ¿pero libros? Sólo yo, por mi naturaleza omnívora, por mi devoción a la tarea del saber, había condescendido a revisar esas bibliografías espurias. Difícil es, se sabe, disociar sensatez y sentimientos de un contemporáneo, más si el contemporáneo en cuestión nos parece primo de alguna especie secundaria de Tyrannosaurus rex; sólo puedo afirmar que, llegado el momento, su voz presentóse ante mí con la cadencia de los hechos absolutos. Ocurrió lo imposible: la joven promesa, la tigresa rampante de las aulas (moi) halló interés en la bestia añosa, el relegado profesor Augusto. Y ahora, ensuite, todo es diferente. Mi romance invertido con García Roxler dio un vuelco decisivo; y con el Quimera 13
No creo haber conocido un enjambre de actividad teorética comparable desde mi tumultuoso affaire con la teoría guerrera de Clausewitz y los Maanloos Geschriften (Escritos sin Luna) del propio Van Vliet. No podía parar.
don para la acción que sólo se adquiere en las facultades humanísticas, y el brío de mi juventud, me lancé a investigar las posibilidades de su teoría. El propio García Roxler accedió a enviarme una copia de un artículo seminal publicado en Rivista di Filosofia Continentale, que luego devolví al autor acompañado de un escueto encomio y un prolongado anexo de notas. Puse manos a la obra de inmediato, postergando investigaciones acaso más urgentes. Escribía con letra pequeña, seráfica, en papeles que arrastraba conmigo a todas partes; luego traducía mis arrebatos a la dócil caligrafía electrónica, tanto más legible. Pronto adherí a esa ilustre teoría del Tiempo que desprecia las representaciones lineales y deja todo tiempo, pasado y futuro, por escribir. Conseguí artículos inconseguibles publicados en New Haven, Río Cuarto, Aix-en-Provence y Leipzig, una transcripción de “¿Sueñan las pinturas rupestres con estructuras sintácticas?”; también me compré un pez (Yorick, un Betta splendens rojo) porque tarde o temprano necesitaría compañía. No podía parar. Los picos de intensidad, los momentos en que mis intuiciones se exhibían más o menos aprehensibles al ojo humano, tenían lugar después de la cena y también temprano a la mañana; sólo durante las horas rosas hasta la hora violeta (de 4 a 7pm) mi mente se regalaba un descanso. Fuera de estos intervalos, mis uñas no crecían: el traqueteo del teclado constante las erosionaba. Usaba muñequeras para evitar calambres en la zona carpal. Leía, discutía en voz alta, borroneaba premisas, deshacía conclusiones; leía los textos de Augustus, las clases de Augustus, volvía a mis notas, tachaba, corregía los errores sobre el margen, y de vuelta a escribir. Augustus había dado el primer paso en una dirección tácticamente prohibida: su aproximación a la Teoría de las Transmisiones Yoicas de Van Vliet combinaba intuiciones metafísicas, profundidad antropológica, potencial de filosofía política y un lenguaje atrayente, arriesgado y racionalista. No creo haber conocido un enjambre de actividad teorética comparable desde mi tumultuoso affaire con la teoría guerrera de Clausewitz y los Maanloos Geschriften (Escritos sin Luna) del propio Van Vliet. No podía parar. 14 Quimera
5.1 Quienes lean estas páginas* antes de que hayamos sido presentados personalmente pueden visualizar a una jovencita en sus veintes, melena azabache, impermeable beige. La emoción tiñe sus mejillas de rosa. Se corre el cabello del rostro y atraviesa de puntillas una puerta de cristal. La puerta conduce a un hall de mármol y rojas alfombras; como una débutante de la Rusia imperial, la joven parpadea delicadamente ante la turba que compone el mundo; sus piececillos glaucos aún no se atreven a descender sobre él. Hay otra puerta, donde hay gente agolpándose para entrar: impelida por codazos moderadamente brutales, la joven pierde el equilibrio y penetra el salón. Se trata de una recepción en una embajada latinoamericana, en homenaje a un literato yucatense de visita en la ciudad; la promesa de bebestibles repartidos gratuitamente en un clima de decoro había atraído a la crema de la intelligentsia local. Los mariachis musicalizaban el ambiente; pequeñas sociedades de caballeros y señoras conversaban animadamente en torno a algunas luminarias, había grupos de elementos bohemios o filobohemios, algunos académicos, ceños perrunos, varios pelados. Una sobria armada de camareros repartía espumantes; el clima era distendido y los mariachis y sus chalecos contaban con la simpatía del público. Empezaba a sonar el bolero “Sabor a mí”. Nuestra joven débutante se desliza furtivamente, vadeando el ventanal de ondulaciones nouveau, mirando discretamente en todas direcciones. Se queda un rato sin pensar en nada en particular; cuando el terceto mariachi llega a los versos No pretendo ser tu dueña/ no soy nada, yo no tengo vanidad, recupera la función motoro-craneal. No hay rastros de Augustus, por ninguna parte. Traga el champagne que le ofrecen y ahorca un canapé de tocineta con labios trémulos. La canción muta subrepticiamente a “Piel Canela” (también conocida como “Me importas tú”). Uno de los ayudantes de cátedra de Augustus –uno de los palafreneros de su ducado nepótico– atraviesa el salón rebotando contra los invitados. Es el regordete E.G., que viene hacia ella. Horrorizada, la joven intenta mezclarse entre los invita-
dos para eludirlo. Después de vapulearlo las olas humanas lo arrojarían contra los ventanales, así que ella se desliza sigilosa de costado, bordeando la rompiente, preferentemente hacia los baños. Incapaces de sustraerse a su influjo, los hombres la miran, le hablan, intentan detenerla. Pero ella no puede distraerse charloteando con elementos ajenos al plan. Adopta una posición estratégica, a salvo de chacales. Lamentablemente no transcurre mucho tiempo para que uno de los camareros se agache cortésmente a preguntarle qué hace debajo de esa mesita, si se siente bien. Y aunque los separan decenas de metros y personas, puede oler a su presa, no importa qué haga para esconderse. Acepta el champagne que le ofrecen; sus labios ácidos brillan. Y de pronto el sustantivo García Roxler se hace carne y está ahí, gabardina azul, pantalones grises, puedo verlo. Encumbrado, magnético, canoso, sonríe inexpresivamente –quizás con un ligero desprecio por el quidam que tiene enfrente, alguna vez secretario de cultura de la Ciudad. ¡Oh, no planeaba aparecer atascada de pronto frente al ex secretario y su increíble interlocutor cautivo, como un blasón de proa en forma de sirena! Mi mano tendida exquisitamente hacia ellos no se hizo esperar: —Dr. García Roxler. Buenas noches. Tengo un proyecto imposible que ofrecerle. No es la primera vez que el vigor de mi franqueza deja perplejas a las personas. La primera reacción de Augustus fue recular un poco, como una avis púdica que al tomar distancia exhibe (¡Majestitas Domine!) ese aplomo levemente despistado, oscuramente romántico –el aura reticente y seductora del académico sudameri-
Foto: Chus Sánchez
cano innato. El ex secretario inclina su pelada hacia mí, afectando un aire de parisino refinamiento: yo escondo el labio bajo los dientes, de pura voracidad. Quimera 15
Pero me quedé callada, me tragué mis ganas. Algo similar quizás sientan los gatos al hacer avanzar y retroceder bolas de pelo a través del conjunto laríngeo (¿soy Yo que juego con la bola de pelos?, ¿o es la Bola de Pelos que juega conmigo?, pensará la gatita Montaigne.
Foto: Chus Sánchez
Habitualmente parco en sus expresiones, Augustus creyó suficiente decir(me): AUGUSTUS : Confíe en sus intuiciones. No me lo ofrezca, y no lo aceptaré. YO : No crea. Sería erróneo de su parte. Sin embargo, están dadas las condiciones para que usted se considere en la obligación de rechazarlo. Con esto me refiero a condiciones no totalmente objetivas, por cierto. AUGUSTUS (algo impaciente): ¿A qué se refiere? Le expliqué con toda solicitud que ciertos escritos suyos adolecían de una serie de errores, diría graves, cuya cualidad contaminante laceraba otros puntos de vista que aún tenían decentes posibilidades de conser-
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var cierto nivel de sustancia o, al menos, interés. Yo, no obstante, podía resolverlos, y prefería comunicárselo de este modo que destrozándolo públicamente en un congreso. El ex secretario parecía muy divertido y quiso saber mi nombre. Augustus lo detuvo con un ademán (tal vez celoso) y, presa de una certeza inconfesable o alguna inquina natural, se inclinó hacia mí con exacta lentitud y parsimonia: “Dudo, señorita, que me interese la energía de su adjetivación en torno a mi trabajo”. El intervalo se volvió espeso: abierto y furtivo a la vez. A menudo, en sus clases, me he sentido fuertemente vigilada por él. Me sorprendía la fijeza del pacto de sumisión que mantenía con cierto sector anatómico mío. Sencillamente, no cedía. Yo entornaba los ojos con suma reverencia, porque me daba cuenta de que aquellos ejercicios de oscuridad obligaban a estarse quietita. Un anhelo prodigioso subía por mis rodillas, rozaba mi triángulo amatorio. Puedo verlo, puedo verlo todo: Augustus levantándose para escribir algo en el pizarrón y Augustus detenido de pronto (fulminado por el rayo de una idea fabulosa, impía) con el borrador en la mano. Augustus tolerando interrupciones –cerrando lento el puño de furia. Augustus compenetrado en un brioso circunloquio, nadie lo escucha; yendo de un lado a otro y parado, escéptico, ante el cielorraso. Lo veo cambiar de opinión (elegir la bifurcación de mundos correcta) y romper cuidadosamente una tiza. Su rostro alternando entre el pizarrón vacío y los rostros vacíos de los alumnos sentados en las primeras filas, hasta que Augustus se hunde en la silla, manotea unos caramelitos amarillos del bolsillo interno del saco y continúa su lectura como si estuviera completamente solo y nosotros participáramos del raro, repetido homenaje del encumbrado García Roxler dejándose ver. Parado en medio del aula, dedicándome endecasílabos sombríos –mensajes sublimes que sólo yo podía descifrar. Respondí lentamente, como acercándome a un animalito del bosque, dejando caer mis palabras como caramelos entre los animalitos del bosque. Él no dijo nada; confiado en su retórica facial, Augustus prescindía de destrezas lingüísticas. (En realidad dijo algunas cosas pero, noblesse oblige, prefiero suavizar esa erupción de fetidez, saliva y postestructuralismo con una dosis de silencio igualmente brusca.) Me mantuve incólume, con mi copi-
ta en la mano temblando vacía. Las ideas pertenecen a una fortaleza de espesores sintácticos y sólo cierta ejecución deliberadamente exacta por el pasaje de los hechos las vuelve capaces de transmitir su pureza. Yo podía leer el reverso de su trama. Pude haberle dicho lo que sabía, haberme retirado con la higiénica conciencia de quien antes de rematar al caído le explica que después de la daga viene el incendio, el estado de sitio, la ocultación marcial de las piras. ¿Veía él, con esos nervios ópticos atrofiados, cómo la sombra terrible de esa Atenea jovencísima, si sage si combative, alzábase sobre los astros antiguos? Me tomé el atrevimiento de insistir sobre mis correcciones a la Teoría de las Transmisiones –y decrecí la velocidad– en esta alborada de la radicalización de la teoría. Los ecos de mi coda decisiva no habían terminado de desaparecer, replegándose grácilmente entre los tules del silencio, cuando a Augustus le empezó a temblar la comisura izquierda; entonces el rollizo E.G. se materializó junto a su señor y sostuvo su copa, envolviéndome con mirada celosa. Mis lectores sensatos dirán que éste era el momento de desaparecer, tarareando levemente so long, farewell. Y si bien pude leer esta señal en el entramado de telas, aire viciado, frases inconexas y sudor que llaman mundo, yo no me moví. No siree. Al contrario: sentí que aquel trío fatídico de hombres acababa de descerrajar la cifra de un ejército levantisco en mí. Fui invadida por un acceso voluptuoso, unas ganas locas de recitar unos versos a la manera de Von Clausewitz: Pero la aniquilación del otro (el adversario) no puede reducirse a una simple negación lógica; al contrario, es una negación dialéctica engendrada por el conflicto mismo. En tanto que el conflicto se desarrolla, esto es, en tanto que desarrolla su potencialidad, se manifiesta no como una fuerza en sí mismo, sino como el producto de una realidad creada por antagonistas también reales.
Pero me quedé callada, me tragué mis ganas. Algo similar quizás sientan los gatos al hacer avanzar y retroceder bolas de pelo a través del conjunto laríngeo (¿soy Yo que juego con la bola de pelos?, ¿o es la Bola de Pelos que juega conmigo?, pensará la gatita Montaigne. Ya les hablaré de Yorick, mi pez). Es el dilema silencioso del Tiempo y el Espacio titubeando al borde de la existencia; en mi diccionario privado SenestésicoFundanticial-Senestésico, apnea pura, deslizándose a presión a través de mis líneas profundas. Es como si la superficie se alejara progresivamente, volviéndose vaga y porosa, como el trío de hombres que ahora se desplaza cada vez más lejos, más oscuros, internándose en otros pozos de sentido, otras penínsulas de rocas. Sé que giró levemente, cuidando que otros no lo vieran, en una personal versión de un “hasta luego”. Pero no quisiera adelantarme, o “empujar el sobre”, como dicen los norteamericanos, en el examen de una intuición, de una fría explosión de empatía controlada, en la seriedad de su rictus y ese brillo distante y colegiado de las almas severas cuando reconocen un par. Las excusas de tu orgullo no pueden enceguecerme. Quiero que veas, Augustus, que notes la piedad cristalina con la que habré de operar desde ahora hacia entonces. Sé que haber desculado la clave de tu teoría es una tarea que, en principio, podrías llegar a creer que sólo te competía a ti. Te trato de tú ahora, pero dejaré de hacerlo inmediatamente, movida por entonaciones más o menos rioplatenses –plátano-río, sobrio sombrío y neutral. Entiendo que a menudo es difícil trasladar el poder de una determinación, a primera vista autónoma, a la seducción (y probablemente, el espanto) de observarla cazada y sangrante entre los dientes de una superposición de voces, como me verás demostrándote a medida que avance sobre tus compañeros de armas, tus yo que son casi tú, esos tú casi yo, elegidos por tu tú en ti. Pues tu teoría se queda incompleta sin mí. ■
* No Augustus, que sabe perfectamente quién soy. Quimera 17
PAÍS DESPAMPANANTE Seis novísimos poetas venezolanos MEGATHERIUM, NOT YET (fragmento, mientras se pudren las raíces del primer Hevea brasilensis!) Divina Poesía, / tú de la soledad habitadora, a consultar tus cantos enseñada / con el silencio de la selva umbría, tiempo es que vuelvas ya a esa culta Europa que tu nativa rustiquez desama. Mientras, nosotros venceremos. Haremos un secreto milenario de este nuestro ocio de chicle: haremos una bomba honda, rosada. Masticaremos: así usaremos la boca en silencio masquemos, masquemos, masquemos como si en la intermitencia se nos fuera la vida y venceremos. que el hedor a canela | tutti-frutti no permita que la idea se nos salga vuelta idea que ni siquiera entre un nuevo bocado: masquemos, mastiquemos, masticados.
Fotografía de Beto Gutiérrez
Venceremos, venceremos, venceremos. Treparemos hasta la insomne epifanía del mamón para decir, para decir (chupando), para decir (encandilados), para decir (en mamón macho): Este es el aposento, / testigo de un dolor nunca explicado, del drama fugitivo de un momento y en un violento fin inesperado | lanzarnos de cara contra el suelo porque ni el buen mamón nos ha escuchado; mas venceremos.
WILLY MCKEY (Caracas, 1980). Licenciado en Letras por la Universidad Central de Venezuela, donde cursa la Maestría en Estudios literarios. Su poemario Vocado de orfandad (2007) fue ganador en la mención Poesía del Concurso Literario de la Fundación para la Cultura y las Artes. Edita, junto al poeta Santiago Acosta, El Salmón, revista que reflexiona a propósito de la tradición poética venezolana, y dirige talleres de lectura de poesía venezolana en la Casa de la Cultura de la alcaldía de Chacao.
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Resolveremos la gran novela común: daremos cuerpo a las ficciones acordadas y sin miedo narraremos las noveletas de la patria, de la muerte porque tenemos épica, señora porque sabemos exportar ejércitos y nos aseguramos de que en nuestros billetes por fin sonrían un negrito, un indiecito, una niñita, ¡tamboré! perezosos gigantes
Tienen en común haber nacido en la Venezuela pre-Chávez pero haberse formado con el “Aló Presidente” como chirriante ruido de fondo. También tienen en común gravitar en la órbita de la revista El Salmón, que dirigen de manera independiente los poetas Willy McKey y Santiago Acosta. Son la Venezuela de las camisas rojas y la violencia urbana, pero también son la Venezuela de la sensualidad y la rabia, de la reflexión urgente y la épica de la subsistencia. Esta muestra, que abre un impresionante McKey, es solo la punta del iceberg en llamas.
junto a otras especies en extinción. Por eso, con suerte, venceremos. Vuelve, D. P., a tus ciudades con canal para ciclistas porque acá tenemos soberanía subterránea chicle negro y pesado que mueve al autobús, al tanque y al ministro: venceremos. Mil perezosos gigantes se han derretido debajo de mi casa desde el Pleistoceno. Un millar de megaterios abrasados, hidrocarburos, combustibles, una manada de megaterios vuelta chorro negro, Mene Grande.
Deja que pase | otro ratito |
de felicidad.
“Venceremos, venceremos, venceremos”; perezosos gigantes: venceremos; todos, como los megaterios, algún día caducaremos, de nuevo expiraremos.
Venceremos, venceremos, venceremos. Zumaque 1, venceremos. Ya no habrá alocuciones, D.P., sino comunicados: memoranda, notificación y último aviso. No habrá tiempo para leer, usted perdone, pero lleve el control de las circulares numeradas, venga mañana a las cinco y pida un número, hablaremos con usted y con la tierra en lenguas muertas (pachamamabrasandomegatheriums) y venceremos. Nuestra bomba de chicle cooperante, colectiva y vuelta masa esfera fucsia que explotará contra un zarcillo punzante, afilado, verde oliva.
Fotografía de Beto Gutiérrez
No un pendiente… no, señora: un zarcillo un zar menudito que destella con el dorado de las caponas y contrasta su tanto verde oliva en derredor: bomba de chicle, bomba de gasolina, bomba de tiempo, venceremos. El hombrenuevo tiene 2.000 años (o un poco más), D. P. 25 siglos, más o menos (o un poco más). Venceremos.
Pero todavía no, D. P. Megatherium, not yet, not yet. Not yet. Espera un poco, un poquito más.
SANTIAGO ACOSTA (San Francisco, EE UU, 1983). Licenciado en Letras por la Universidad Central de Venezuela, donde es tesista de la Maestría en Literatura
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Venezolana. Ha publicado el poemario Detrás de los erizos (2007), ganador del V Concurso para Obras de Autores Inéditos de Monte Ávila Editores. Es co-editor de la revista de poesía venezolana El Salmón.
(De Diagonales, 2009) 1.
arriesgar en la veladura / el rigor / curvar hasta lo oscuro la dirección posible / asolar el canto / mostrarlo acabado / para que brote el color no rojo de la sangre / los animales no formados / la piedra nunca tocada: / este es el ejido / la carne grave / el odre de la imagen
4.
cómo sería esta voz / continuada en diagonal / atada / abrochada en tren / esta voz terminada / esta voz / que no debe imantarse a / que no puede ser con / esta voz / donde nunca oscurece
PHANES XVI pasmo salitre pastoso ojo la tarde que llega a bloque a dentellada vela de mar mordida junta de gozne por bisagra negra unión a nada a no término junta pura mutilada sin miembros junta juntura borroso tacto luz espalda luz huida puerta abierta puerta espalda
Fotografía de Laura Morales Balza
dos pechos se ensombrecen laten anudan pétreo puño despojados de ojos suspendidos en ida bloque pesa cae tiempo cabeza llega tarde puño se hace hueco
JOSÉ DELPINO (Maracaibo, 1981). Es licenciado en Letras por la Universidad Central de Venezuela. Cursa una Maestría en Letras Latinoamericanas en la Universidad Simón Bolívar. Su primer poemario, Phanes, resultó ganador del III Premio Nacional Universitario de Literatura y será editado por Equinoccio. 20 Quimera
dibujo empeña terca mirada tensa hilacha enseña el diente negro y junta caligrafía de retina hervidura de combas a cámara negra a lejanía que entra en retirada mar mar de bastos mar de mar mar
de marasmo lento de llegada mar aumenta mar se riza pica baraja espuma mueble roto sudadas gotas sobre tela pared celeste descamando quemada de agua de salitre blanco bosque de aire punzado bisonte de espuma piel inmensa haciendo aguas haciendo sangre hundimiento en hervor ido hundimiento tenaza mejilla plata mejilla hueco ahondamiento bulto negrura combada elevada no elevada mejilla estéril en picada partida arriba brisa quemado labio desconchado beso al aire beso a la roca golpeada calza el puño sobre el puño bombea centro pecho amargas sienes rebaños en fila combas agitados grises ojos otra vez inmenso plata iris blanco espesando blanco blanco blanco espuma sólida de carne espesa carne blanca clavada de nervios
el mundo se hace ojo se hincha se deshincha se duplica mar de ojos mar de ojos que se traga, que se engulle volteado siempre mezclando la espuma blanca la espuma negra la negada la de cabellos hacia dentro mar de ojos mar capricho mundo mirado de sí mismo en lejanía de bloque de entraña destajada castillo de gotas de agua humedad lerda del aire hecho mar del mar hecho aire punzando de nuevo salitre avance de marea prótesis de masa oscura lenguarada sobre roca sobre blancas paredes en picada muros bocas bloques rojos armaduras y el salitre junta muerte junta punza gotas sobre el mueble la mordida contrafuerte los pechos los pubis y el tiempo que desconcha y se mira
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ahora.
Fotografía de Lara Uster
Soy casi Recogí con fuerza por qué olvidé tan duro. Mi país despampanante. Mi grande amor.
CLAUDIA SIERICH (Caracas, 1963). Licenciada en Idiomas por el Sprachen und Dolmetscherinstitut, de Munich. Cursó una Maestría en Letras Latinoamericanas en la Universidad Simón Bolívar. Es traductora e intérprete del idioma alemán. Con Imposible de lugar (2008) se hizo merecedora del VI Concurso para Obras de Autores Inéditos de Monte Ávila Editores, mención poesía. SIN BRÚJULA Fotografía de Beto Gutiérrez
Brilla el sol, y veo cómo es, pero no alcanzo. Velos se tienden. ¿Geografía? Oscuridad pausante encandece. Alza verdor, abundancia. También: soledad de plomo en punto álgido corre por el río colorado. Las riberas, cóncavas tierras humosas, pequeños incendios aún, vivo flamea. Siento morir, mientras sonrío con timidez un tinglado de ternuras irrepetibles orillado a un espanto.
PAÍS DESPAMPANANTE El país rueda despampanante a zancadas, mi amor también. Todo pompa resbaló a desaparecer caño abajo diciendo rocas, torciendo historias yerba sin color. 22 Quimera
ENIO ESCAURIZA (Caracas, 1974). Poeta y músico. Fue fundador de Poetas en tránsito, un experimento poético en el cual se leían poemas a transeúntes y pasajeros en el transporte público. Algunos de sus poemas fueron editados bajo el título De Julio a Septiembre en 2001.
7 FOTOS 00 Lengua indoeuropea boca túnel trágate este planeta hasta sentir que vomitas en cada vahar de tu aliento mordisco y marfil capa blanca, labio y cuero cata mi petróleo siembra tu balancín en mi jardín soy este país vulgar que zanja tu estómago. 01. El bloque 20 sin cancha todos de matinée sudor y paredes manchadas se olvida la edad en los cuartos suena la misma canción ladra el perro mi perro no hay cuerpo para tantas sangres. 02. Saliva y semen que cambian el mundo háganse grama prohibida cuando la flor posee la flor Dios está desnudo. 4 03. Ábrete sésamo dedos a la obra en ti la tercera de Brahms por mí el Carrao de Palmarito si esta música se encuentra propiedad, familia y cárcel serás peor que poeta cómodo juicio, seguridad y control tu amor es la nada del odio cuarenta ladrones te persiguen. 04. Seno contra seno el aliento se pierde en la receta átropos resguarda la gran área metropolitana sexo es moda flor de Fatum que se cierra hacia el oeste del perdón de los que no nos ofenden está el cielo de los “nada se aprende” rutina de chasco y cifra.
05. Me excita no verte imaginarte es quizás la foto que llevo siempre en este álbum de deseos me atrapas como a las moscas tu trompeta en mi bemol una mujer preñada pido que se tape que vaya a su casa con su olor a cenicero el mundo es una cama pero hoy de qué nos sirve saberlo. 50 06. Jaque mate en la tuerca rompiendo puertas desabotonando piernas meando la calle borracho sin la escritura nací en diciembre en el medio de una señal encaramado y viendo el suelo. 07. Mi Pipí es murgón viaja en esta época vulgar Láquesis lo oferta atardece en el quinto fucsia sucede todos los días la muerte del latín el nacer de los dialectos la primera globalización vivir para ser efímeros para ser importantes he ahí la alternativa.
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EDMUNDO RAMOS FONSECA (1971) Es poeta, guionista e investigador. Fundador de la productora audiovisual Miope Films, y editor del Departamento de Divulgación Institucional (Facultad de Arquitectura y urbanismo; Universidad Central de Venezuela). En el año 2004 publicó el poemario Poemas In festus (Colección Vitrales de Alejandría; Edit. Eclepsidra; Caracas) y en 2007 Tijera de barbas (El perro y la rana).
DE ESTA FORMA CAE LA TARDE sobre nosotros. Con el residuo del rumor de los soles y la frágil sonrisa de la memoria. Me aparté de los otros para silvar de otra forma Perdí Olvidé Estos son los gestos de un goce manso. Te queda un camino: la tierra ahumada que bordea lo que callas, los pasos de siempre. No tenemos más trayecto que germinar desnudos La brasa de tu resuello confunde el horizonte.
VAGAMOS POR UNA PLANICIE buscando la cordillera nada parece tener fin
Fotografía de Beto Gutiérrez
Sabemos por las abuelas que la serranía tiene su grafía Nos hablan Son la eme mayúscula de todas nuestras madres Picos insalvables Abismos sin fe. 24 Quimera
ENRIQUE REDEL “Hay que redefinir nuestro papel como gestores de contenidos” por Carlos A. Aguilera
Enrique Redel (Madrid, 1971) ha ganado dos de los premios más importantes que se conceden a las editoriales en España (el Premi Llibreter y el Premio Nacional a la
mejor labor labor editorial del 2008 con el grupo Contexto) y hoy por hoy, su sello, Impedimenta, tiene uno de los catálogos más selectos e inusuales del medio.
—En una entrevista habló de Impedimenta como una editorial especializada en libros de narrativa que puedan incluirse en el canon occidental. Sabiendo que tanto la idea de canon como la de Occidente han sido tan cuestionadas me gustaría preguntarle… ¿Se refería a un tipo de lector, a las fronteras que parcelan la cultura, a una lengua? —Mi concepto del canon occidental, en relación con el proyecto de Impedimenta, puede bien ser sustituido, idealmente, por un cierto canon personal. A eso me refería cuando utilicé la expresión en aquella entrevista. Evidentemente, los libros que me han marcado como lector o que han marcado a una generación de lectores de mi edad y mi país no son los mismos que han marcado, pongamos, a un tipo francés de cincuenta años. Me interesaba recuperar las claves de mi historia como lector, no necesariamente sistemático, sino inevitablemente subjetivo y parcial. Creo que cada editor intenta plasmar su propio canon personal en su catálogo. Respecto a la pertinencia del concepto de canon, yo me alineo con los que piensan que existen rangos en el terreno literario. Rangos que implican obras superiores a otras, autores que llevan de la mano a otros. Esos rangos, autores y criterios no son inmutables: cambian con el tiempo, y cambian país a país. Me interesa investigar qué literatura nos retrata mejor, de dónde salen nuestros mitos. —En los últimos años han surgido en España un puñado de pequeñas editoriales que apuestan por un lector serio, “intelectual”. ¿Se debe este fenómeno a un cambio en las reglas del juego social y por ende de la relación mercado-literatura? ¿Se han abierto nuevos canales para promocionar, editar y hacer visible la literatura en el mercado de lengua española? —La nueva hornada de editoriales independientes, ya desde
hace unos años, viene caracterizándose por la consigna de la recuperación, del redescubrimiento. Hubo un momento, en todo el ámbito hispánico, en que se convirtió en algo imposible entrar en una librería y encontrar obras clásicas y clásicos modernos en ediciones que no fuesen académicas, o en traQuimera 25
ducciones antiguas. Las actuales editoriales independientes, además de tener entre ellas un mayor grado de interrelación que nuestras antecesoras, se caracterizan por afrontar el hecho editorial desde un punto de vista mucho más artesanal, más directo: son editoriales con editor detrás, con una planificación personal por parte de un director que aglutina toda la filosofía del proyecto. La estrategia del Grupo Contexto –del que Impedimenta forma parte– es parecida: fuerte vinculación con los libreros, un gusto por la rareza literaria, un distribuidor cómplice y que además pertenece a nuestra generación, y una política promocional muy personalizada, apoyándonos cada vez en los nuevos prescriptores virtuales. —En el catálogo de Impedimenta existen varios libros que podrían ser considerados como Literatura-Oblómov. Es decir, una literatura en la que el ocio, las reflexiones “negativas”, la lentitud, las junturas entre moral y sociedad devienen a la vez que preguntas literarias, cuestionamientos sociales. ¿Esta estrategia formó parte desde el principio de Impedimenta o llegó, por decirlo de alguna manera, por azar o destino? —Mi propia historia como lector, además de mis propios gustos como “recomendador” participan precisamente de esta idea que tan bien bautizas como “Literatura-Oblómov”. De hecho, en alguna ocasión me he planteado teorizar sobre el asunto, solo que mi modo de lanzar ideas es montar un catálogo coherente sobre un determinado tema, más que filosofar sobre él. Me fascinan los personajes simples que ven las cosas desde fuera, casi sin sufrir, que ordenan su mundo de modo objetivo, haciendo inventario de su entorno, no necesariamente desde un punto de vista crítico, hombre-masa que se esconden en su esencia gris, personajes de una simpleza que casi asusta: Botchan, Jean Dézert, el Zurdo de Leskov, el amargado George de Mirbeau, Sanshiro. Son ellos los que mejor sirven para explicarme a mí mismo, mi extrañeza. —Antes de fundar su propio sello había trabajado en otras editoriales (Funambulista, Opera prima, Odisea editorial...) ¿Donde radica para usted la diferencia entre lo que ha venido desarrollando desde el 2007 en Impedimenta y lo que había hecho antes con otras editoriales? —Impedimenta es quizás la expresión más depurada de mi quehacer editorial. Empecé en esta aventura trabajando como editor en dos sellos muy pequeños, Opera Prima y 26 Quimera
Odisea, en las que en cierto modo aprendí el oficio. De Funambulista fui socio fundador, además de su editor y su cara visible hasta 2007. Estoy muy contento de mi labor allí, y creo que lo hicimos bien, pero las relaciones con el que era mi socio eran muy difíciles, por lo que decidí fundar Impedimenta hace ahora justo dos años. La trayectoria de Impedimenta ha sido magnífica desde entonces, cosechando el Premi Llibreter (el Premio de los Libreros de Cataluña) el pasado año con Botchan, de Natsume Soseki, y el Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural 2008 junto al resto de las editoriales de Contexto. Creo que en Impedimenta están muchas de las inquietudes que llevé a cabo en las otras editoriales, sobre todo en Funambulista, pero mucho más depuradas, producto de un proceso selectivo más riguroso. Hay muchas cosas de Funambulista que no habrían pasado el “control de calidad” de Impedimenta, y el concepto estético es indudablemente superior. Creo que para editar en estos momentos, en los que hay una enorme brillantez, tienes que hacerlo todo bien y, aunque la máxima responsabilidad es del editor, esto es sólo posible gracias a que nuestros colaboradores son magníficos. —La mayoría de las editoriales independientes se asfixian bastante rápido debido a la competencia a la que las obliga un mercado muy exigente, o a una “cultura del surfing”, donde profundizar en determinadas lecturas es visto como “pérdida”, algo de otro tiempo. ¿Qué hace Impedimenta para sobrevivir en ese mundo no precisamente halagüeño? ¿Existe una fórmula? —Pues ciertamente, la fórmula no existe. Si existiera, alguien ya la habría enunciado y todos nos habríamos hecho ricos, o casi. Quizás la razón por la que las pequeñas editoriales fracasen como lo hacen sea que es muy difícil conjuntar una vena creativa atractiva con una cierta habilidad empresarial. Conozco excelentes proyectos que han fracasado bien porque no han logrado conectar con el lector, o bien porque no han sabido manejarse bien como negocios. De todos modos, la edición jamás ha sido un buen negocio, salvo excepciones. Si uno quiere ganar dinero monta un bar, no una editorial. La solución pasa por “redefinir” nuestro papel como “gestores de contenidos”, reciclarnos de modo que podamos satisfacer los nuevos gustos del lector (que sigue siéndolo, a pesar de que quizás no lea El Progreso del Peregrino). ■
DOSSIER NARCO LITERATURA
DOSSIER
NARCOLIT Coordinado por Marc Caellas. Ilustraciones de Gala Garrido Lozada y Luis Carlos Redondo.
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n febrero de 2009, hace exactamente un año, nos sorprendimos con la noticia de que respetados ex presidentes latinoamericanos (Cardoso, Gaviria, Zedillo) pedían, vía Wall Street Journal, una urgente rectificación en la conocida como “guerra contra las drogas”, además de proponer la despenalización del consumo. No se les hizo mucho caso. Pocos meses después, el mandamás de la Oficina de Estupefacientes y Crimen de la ONU (UNODC) afirmó que “352 mil millones de dólares de procedencia criminal fueron efectivamente lavados por instituciones financieras”, lo que permitió “mantener a flote el sistema financiero en plena crisis económica”. Nadie ha propuesto aún a ningún capo de la droga para el Nobel de Economía. Al mismo tiempo, el presidente de México, Felipe Calderón, sacaba al ejército a las calles de Ciudad Juárez. Ese gesto no impidió que siguiera incrementando el número de víctimas civiles en medio de la guerra contra el narco. Si acaso, hizo enfadar a los policías, algunos de los cuáles decoraron con billetes ensangrentados el cadáver del “Botas Blancas”, el célebre capo del cartel de Sinaloa, abatido a tiros el pasado 16 de diciembre. Puro narcoarte. Año 2010. Pocos argumentos pueden esgrimirse ya para justificar una estrategia antidrogas (incluida la prohibición de algunas de ellas) que, para muchos, convierte lo que podría ser un problema menor de salud pública en un problema mayor de violencia social que amenaza con extenderse como una plaga por varios continentes. No es el objetivo de este dossier sumarse al debate por la legalización de las drogas, aunque es indudable que el origen de la narcocultura está ahí. Como acota Sergio Álvarez en páginas siguientes, el narcotráfico es el único negocio en el que los pobres de verdad pueden hacerse millonarios. El escritor hace un exhaustivo repaso a los últimos 30 años de literatura colombiana. Interesante constatar como, a pesar de los recelos iniciales por parte de la elite literaria, lo narco ha ido penetrando por todos los resquicios hasta llegar a un punto en el que es complicado detectar un novela en la que esté ausente por completo. No puede ser de otra manera si es cierto, como afirma Álvarez, que la mentali28 Quimera
dad “traqueta” –ese sinónimo de narco cultura que evoca el traqueteo de metralla– se ha impuesto en Colombia. Desde un presidente que trata a los que no están de acuerdo con él como enemigos, a un pueblo que durante el día lee revistas que exaltan los valores de los mafiosos mientras por la noche se divierte con las telenovelas sobre narcotraficantes, todos los ámbitos de la sociedad colombiana están contaminados por esta estética del aquí y el ahora. No deja de sorprender, por eso, que a estas alturas del partido algunas personas bienpensantes crean que organizar un ciclo dedicado a la narcocultura –como el que se celebra durante este mes en Casa Amèrica Catalunya (1) y que en muchos aspectos amplía los asuntos de ste dossier– signifique hacer apología del consumo de drogas. Cierto es que abordar el asunto sin prejuicios es una empresa difícil. Lo sabemos, todo lo relacionado con lo narco es controversial por naturaleza. Pero es justamente eso lo que lo hace uno de los grandes temas de debate en estos inicios del siglo XXI. En México, el Ministerio de Defensa ha creado el primer museo sobre la narcocultura. Cerrado al público –en teoría fue montado para instruir a policías y soldados movilizados en la guerra contra las drogas–, el museo debería ser visita obligada para todo aquel interesado en conocer esa otra parte de la cultura global. Teléfonos móviles decorados con joyas, pistolas bañadas en oro y con inscripciones nacionalistas, chaquetas con blindaje oculto, el museo revela un gusto por la ostentación que uno termina preguntándose si el ornamento es un delito. La arquitecta Adriana Cobo intenta responde a la misma pregunta, aplicada a los edificios que se construyen los jefes de los carteles (2), y concluye que “estas fachadas pretenden reemplazar el poder de las instituciones que su dinero puede comprar, por lo que se construyen sobre la destrucción de la institución oficial. En este sentido, son piezas importantes de nuestra historia reciente y evidencia de instituciones débiles y valores trastocados, y por lo tanto relevantes para un análisis formal y simbólico que concierne a la arquitectura de nuestras ciudades.” Como en la mayoría de museos de arte
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La literatura del narco por Marc caellas
contemporáneo, lo literario queda excluido también en el museo de la narcocultura. Y eso a pesar de que, según Jorge Volpi, “A la fórmula América Latina = realismo mágico, se opone en nuestros días América Latina = novela del narco”. Novela del narco o narcoliteratura, este nuevo género ya cuenta con alguna obra mayor, como Trabajos del Reino, de Yuri Herrera –flamante premio “Otras voces, Otros ámbitos” entrevistado en estas páginas–, pequeña joya literaria que en pocas páginas reflexiona sobre las peligrosas relaciones entre arte y crimen mediante la historia de un modesto compositor de narcocorridos. La crítica que lleva implícita la novela de Yuri al mismo género al que pertenece nos lleva a la discusión, ética y estética, de cómo contar toda esta violencia de una manera distinta a como lo hacen los políticos. En este sentido, Gabriela Polit analiza los textos de Javier Valdez, un periodista de Sinaloa que prácticamente se ha inventado un nuevo género, a caballo entre la crónica y el cuento corto, para resolver esa “tensión entre la presión por informar y la necesidad de narrar”. Malayerba (3) supone una apuesta valiente en un país, México, donde escribir según qué cosas puede costarte la vida. De su capital, un DF cada vez menos distrito federal y más “defiéndete”, nos llegan también los peculiares mandalas de Artemio Narro que se muestran en el portafolio que incluimos. Este polifacético artista asume que la realidad exterior se manifiesta en los detalles del interior, ya que ambos son indisolubles, y nos ofrece una suerte de misticismo bélico new-age inaudito. Finalmente, el texto de Ómar Rincón analiza la NarcoTv, un grupo de telenovelas colombianas que no sólo apuestan por la estética narco sino que incluso dan la palabra a los narcotraficantes, para que sean ellos quienes cuenten su historia. Inspirada en un libro –El Cartel de los sapos, escrito por Andrés López desde una prisión de Estados Unidos–, El Cartel cuenta la historia del legendario Cartel del Norte del Valle y ha convertido a su autor, el “florecita”, en una celebridad latina con, no podía ser de otro modo, residencia en Miami. En México, la NarcoTv, como casi todo, se importa del vecino del norte. Quizás porque como
afirma Juan Villoro, en México “Los Soprano es ya el reality show que ofrecen los vecinos”. Y es que la narcocultura mexicana es al mismo tiempo popular y clandestina. El ganador de 4 Grammys latinos, Ramón Ayala fue detenido en diciembre, junto con los músicos de su banda Los Bravos del Norte, acompañados de 24 sexoservidoras (eufemismo poético con el que se nombra a las prostitutas) acusados de complicidad con el crimen organizado por encontrarse en una fiesta organizada por uno de los grandes capos de la droga. Los músicos y las putas fueron los únicos detenidos, triste metáfora de la incapacidad policial de afrontar una guerra perdida de antemano. La narcocultura se expande como el humo de la marihuana y aunque los medios de comunicación europeos y norteamericanos se esfuerzan en no poner cara a “nuestros” narcos, esta estética también amenaza con llevarnos por delante. Dos series exitosas como Weeds y la reciente Breaking Bad son protagonizadas por dos cuarentones de clase media que, debido a una viudez inesperada, en el primer caso, o a una enfermedad incurable en el segundo, dejan de lado su aburrida y esclavizante vida para llenarla de emociones entrando en el negocio de la droga. Ambas series, con bastante humor negro, ponen sobre la mesa la flagrante contradicción de una sociedad que permite un acceso lícito a todo tipo de armas capaces de poner en peligro el bienestar de una comunidad mientras deja en manos de los legisladores el acceso a unas plantas y sustancias de uso inmemorial. ■
Notas 1. Ciclo organizado por Cristina Osorno, Yolanda Vinyals y Marc Caellas. Más información en: www.americat.net 2. Observaciones [para arquitectos] sobre la estética del narcotráfico en Colombia http://esferapublica.org/portal/index.php?option=com_content&task=view&id=80&It emid=2 3. Malayerba. www.riodoce.com.mx Quimera 29
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Literatura sin traquetos Un recuento (visceral) de la producción literaria con temática narco en Colombia por SERGIO ÁLVAREZ GUARÍN
Jugué mi corazón al azar Y me lo ganó la violencia…” JOSÉ EUSTASIO RIVERA
INTRODUCCIÓN MAFIOSA Igual que buena parte de los escritores latinoamericanos, la mayoría de escritores colombianos tienen un marcado espíritu mafioso, asumen que son superiores al común de los mortales, más instruidos y por tanto más inteligentes y materializan esta superioridad creando sectas que les sirven para jalonearse entre amigos y para descalificar a los “otros” escritores o, lo que es peor en el zoológico literario, para ignorarlos; ningunearlos se dice en Colombia. Aunque este espíritu mafioso no es del todo dañino y a veces suele dar frutos literarios, en la mayoría de ocasiones conduce a excesos: nuestros escritores hacen diagnósticos ingenuos de la realidad nacional, se aíslan, abandonan y menosprecian a los lectores; gastan demasiada energía en congraciarse con el poder y, en asuntos literarios, se vuelven soberbios y llegan incluso al extremo de ir de un lado para otro pregonando sobre que temas es válido escribir y sobre que temas no es válido hacerlo. El narcotráfico es uno de los temas que los prohombres de la literatura colombiana decidieron hace ya casi dos décadas que no se debía tratar; decían que el tema era tan atroz e involucraba tantos dolores e intereses que había que darle un tiempo de reposo antes de hurgar en él. Otros decían que el asunto era muy prosaico, que sobre violencia y muertos se había escrito demasiado en Colombia y que era mejor pasar a asuntos más “literarios o, si era posible, postmodernos”. La mayoría no decían nada, pero se cuidaban de no ir a exasperar los prejuicios de quienes suelen considerarse irrebatibles en el olimpo literario nacional y preferían aparcar el polémico tema. Conclusión, el narcotráfico se toma-
ba la vida nacional, creaba cultura y llenaba las calles de muertos pero no era un tema lo suficientemente “literario” como para ser narrado en la gloriosa literatura nacional. En esos tiempos, surgieron en Colombia frases y palabras célebres para subvalorar el narcotráfico como tema literario. Héctor Abad Facciolince, un autor nacido en la misma ciudad que Pablo Escobar, al ver que algunos escritores de su entorno se interesaban en narrar el mundo del narcotráfico, acuñó el termino “sicaresca” para referirse a estos libros y, al acuñarlo, le dio al asunto un aura de asunto menor y avisó a aquellos que intentaran escribir sobre sicarios y trafico de drogas que no iban a recibir el apoyo crítico necesario para sobrevivir al desprecio del estrecho mundillo literario colombiano. A esta suma de miedos, tópicos y cobardías narrativas, hay que sumarle que, en Colombia, por rancia tradición latinoamericana y española, se desprecia la literatura de género. Así que el Narcotráfico, que podría haber encontrado un importante espacio como tema narrativo en la literatura negra o policíaca, tampoco pudo encaminarse por estos cauces. En Colombia casi nadie quiere ser Simenon ni siquiera Chandler; la gran mayoría aspira a ser Tolstoi o Flaubert y, si tienen una pizca de realismo sobre su escaso genio y se resignan a haber nacido en un alejado rincón del trópico, se ponen en la larga fila que hace años se hace para convertirse en el sucesor de Mario Vargas Llosa. De esta manera, un problema que durante los últimos cuarenta años ha marcado la vida del país y que es en realidad el único negocio que tomado por los cuernos podría habernos servido para saber en dónde estábamos como país, quienes éramos, cómo nos relacionábamos con el continente, cómo estamos insertados en el capitalismos mundial y mil preguntas más, pasó mucho tiempo ejerciendo el rol de tabú literario. Quimera 31
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UN TEMA INEVITABLE Aun así, no sólo por el peso de su atrocidad, sino porque el narcotráfico terminó por invadir todas las instancias sociales, políticas, económicas y culturales del país, el tema no se pudo esquivar más tiempo y se convirtió en inevitable en las páginas de la producción literaria nacional. Es difícil leer un libro colombiano de las últimas décadas en el que no se cuele por alguna rendija un mafioso, en el que, a pesar de los inevitables esfuerzos que se hacían para soslayarlo, no sonriera detrás de escena un traficante de drogas o un personaje destruido o deslumbrado por el comercio de marihuana o cocaína. Debía ocurrir; el narcotráfico es fuente inagotable de héroes, antihéroes y de historias míticas. Es una épica teñida de melodrama y rebeldía tropical capaz de llenar la imaginación y los deseos de cualquier latinoamericano de a pie. Hombres pobres o desamparados que descubren la puerta de atrás para colarse en una sociedad desigual. Mujeres hermosas que se juegan la vida para conquistar las riquezas de un capo o para morir en el intento de conquistarlas. Jueces muertos, bombas, masacres, policías buenos corrompidos por el dinero o las amenazas, madres que lloran a hijos muertos en la lucha por conseguir el bienestar de las familias, clanes familiares que vuelven a la barbarie por conseguir el bienestar de la tribu, ruinas increíbles de aquellos que en un momento de la vida tuvieron el mundo entre las manos; enemigos externos que hablan lenguas extrañas y se asocian con los traidores a la raza de la tierra para combatir el único negocio donde los pobres en verdad pueden hacerse millonarios. A la infinidad de historias y personajes que genera el negocio, hay que sumarle la capacidad de quienes trafican con drogas para crear palabras y frases que les ayuden a sentirse identificados con el clan y a comunicarse con precisión entre ellos. Creatividad verbal que es tan eficaz e innovadora que pronto estas palabras saltan del mundo criminal al resto de la sociedad y colonizan el habla cotidiana de los demás colombianos. A la fuerza verbal la enriquece el carácter místico de los narcotraficantes, los rezos católicos a las balas y armas, las dádivas a la iglesia, las consultas a brujos y chamanes y hasta la creación de nuevos santos y rituales que mezclan con eficacia religión y muerte. También hay que agregar el vitalismo de los mafiosos, los excesos que los rigen en los negocios, las celebraciones y en su vida familiar, afectiva y erótica. Las mujeres que han convertido en diosas populares y su obsesión por las reinas, actrices y modelos que llenan las paginas de las revista de farándula. UNA CASCADA DE LIBROS Uno de los primeros acercamientos al tema ocurrió en 1991 y no vino de la mano de un narrador convencio32 Quimera
nal, sino de un poeta que terminó convertido en excelente director de cine. El texto se llamaba El pelaito que no duró nada y era la autobiografía de un aprendiz de sicario que hablaba sin tapujos del mundo en que vivía, que ponía sobre la mesa los valores que lo regían y que dejaba claro que tenía una relación erótica con la muerte. De pronto, en un país hipócritamente señorial hablaba un marginal y ponía al descubierto no sólo una realidad atroz, sino que se solazaba en ella. Al libro de Víctor Gaviria, le siguió Leopardo al sol, una novela de Laura Restrepo sobre la matanza mutua de dos familias de la costa norte colombiana. Restrepo, que es tal vez el escritor más valiente y con menos prejuicios literarios del país, muestra en la novela la mezcla explosiva de la embriaguez del poder y el dinero de los traficantes de marihuana con la embriaguez de las tradiciones de venganza de los clanes indígenas de la zona norte de Colombia y con ello da el primer campanazo de alerta sobre la perfecta articulación que podría darse entre un país caótico y sometido de manera permanente a la violencia y un negocio que producía ganancias exorbitantes y con ello todavía más caos. A Restrepo le siguió Fernando Vallejo con La virgen de los sicarios. Una historia que mezcla las necesidades afectivas y sexuales de un gay de familia pudiente con las necesidades de dinero y rumba de un sicario sin trabajo a causa de la muerte de Pablo Escobar. El libro desnuda la incapacidad de la clase dirigente colombiana para enfrentarse al narcotráfico y hace un recorrido por la fácil articulación que tiene el negocio con la religión y demás valores medievales que rigen el país. De pronto, el sexo, democrático en esencia, juntaba las dos escalas de la sociedad colombiana y servía para hacer una radiografía de los conflictos y contradicciones que la caracterizan. Vallejo, un hombre que es una mezcla extraña de conservatismo criminal, sensibilidad de compositor de ópera e irreverencia de adicto rockero, se retrataba a si mismo en el libro y dejaba ver algo que es normal en Colombia: quejarse del narcotráfico mientras se disfruta de las bonanzas del dinero de la coca y se aplaude y copian las maneras de vivir de los narcotraficantes. A la vibrante Virgen de los sicarios, le siguió en 1995, Cartas Cruzadas de Darío Jaramillo, un ejercicio literario que intenta hablar del narcotráfico a partir de un contexto “distinto” al del sicario o traficante y que con ello intenta indagar sobre las consecuencias del negocio en el resto de la sociedad. El libro cuenta muy bien esta incidencia, pero es un poco ingenuo y termina por insinuar que el narcotráfico es algo así como un demonio venido del espacio exterior con el fin de destruir el paraíso en que antes vivíamos. Esta es una actitud recu-
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rrente en Colombia, no queremos ver qué éramos antes del narcotráfico y ni entender por qué el negocio, a pesar de líos que trae, se ha acomodado tan bien en nuestras vidas; preferimos tratarlo como un forastero y hacemos votos para que un día se marche. El narcotráfico en Colombia sirve para todo, para enriquecer a unos cuantos pobres, para irrigar la economía, para financiar a los políticos, para crear nuevos emporios financieros, para financiar la guerrilla y hasta para matar comunistas; pero no es nuestro, un día desaparecerá y los colombianos de bien volveremos a disfrutar de nuestro particular nirvana tropical. Sentado ya en la silla de zar de la literatura latinoamericana, García Márquez también exploró el tema y escribió Noticia de un secuestro, tal vez el más sesgado y aburrido de sus libros. A pesar de la maestría del Nobel para hilar la historia, el libro describe a los narcotraficantes también como aliens malísimos venidos del espacio exterior y a la clase dirigente colombiana como un grupo social conformado por grandes héroes capaces de enfrentar al invasor y de neutralizarlo no sólo con sus armas, sino con la fuerza de su dignidad moral. Si uno quiere tener noticias cercanas a lo que en verdad el negocio del narcotráfico y a toda la violencia asociada a él, no debe leer Noticia de un secuestro, en ese libro García Márquez no hace más que inflar de sentimentalismo barato y lugares comunes los hechos, todo con la intención de reconciliarse con una clase dirigente que siempre lo ha despreciado y que un día no tuvo el menor pudor para exiliarlo. Morir con papá de Oscar Collazos, es un acercamiento más honesto al tema. El libro narra las consecuencias de las malas decisiones tomadas por un padre y un hijo al momento de planear y cometer un asesinato y cómo
estas consecuencias los conducen a la desgracia y a la muerte. Aunque pone un pie en el tópico del narcotráfico como consecuencia de la desigualdad social y la pobreza, el libro describe cómo esa desigualdad y esa pobreza se han convertido en una cultura que encaja perfectamente con los negocios ilegales y con la laxitud moral del país. Aquí es importante anotar que si en la literatura colombiana el tema del narcotráfico y sus culturas conexas no ha encontrado un gran narrador es en buena medida por la forma ingenua como el país se ha enfrentado el problema, por la falta de sentido práctico y por estrechez moral y geopolítica con que lo miramos. La tontería ha llegado al punto de convertir en héroes a aquellos que le han hecho el juego a los Estados Unidos y han convertido el negocio en la excusa para una guerra sin rumbo. ¿Es un héroe alguien que lleva un país a una guerra inútil, alguien que no tiene la valentía de decir, no, así no vamos para ninguna parte? Ya superados los prejuicios literarios y con el tema instalado en el escritorio de la mayoría de nuestros escritores, apareció Rosario Tijeras, la novela colombiana sobre narcotráfico por excelencia y el libro más exitoso en ventas de la literatura colombiana de la última década. Asentado en la capacidad mítica del negocio, Jorge Franco le da una vuelta de tuerca a la figura del sicario y lo hace mujer: una mujer que besa antes de matar y se convierte así en la metáfora perfecta del orgasmo del súbito enriquecimiento económico que va a terminar siempre conduciéndonos a la desgracia y a la muerte. Rosario es objeto de deseo de todos los mortales y es al mismo tiempo amante y brazo armado de los capos del narcotráfico. Es el resultado de una sociedad atroz y también belleza en estado puro; una mujer fatal que, para cerrar el círculo melodramático que Quimera 33
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caracteriza todo lo latinoamericano, termina por a enamorarse del hijo de uno de nuestros señores feudales. Como es natural, el hijo del prohombre probara lo prohibido pero sobrevivirá, mientras ella pagara con la vida los excesos de su amorío, su entorno y su carácter. A Rosario Tijeras le siguieron La sangre ajena de Arturo Alape, La Bruja de Germán Castro Caicedo, Hijos de la nieve y Happy birthday de José Libardo Porras hasta llegar a Delirio, novela con la que Laura Restrepo consiguió el premio Alfaguara de novela y en la que la autora deja claro por fin que el fenómeno del narcotráfico no es marginal, sino que esta entretejido con todas las clases sociales del país. Delirio acierta al intentar contar la locura en que vivimos los colombianos a causa de nuestra incapacidad de vernos y aceptarnos a nosotros mismos y de construir país a partir de lo que en verdad somos. En la novela convergen la locura colectiva, la hipocresía permanente, la soberbia de narcos, políticos y empresarios y la locura y el pasado de una mujer que se niega a aceptar el mundo desastroso en que nació. Hay un también un marido ingenuo y bastante tonto, en fin, un cuadro bien narrado donde
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Colombia puede mirarse un poco y al menos ver de soslayo que no es ni “el mejor vividero del mundo” ni una sociedad colmada por la felicidad. Después de Delirio, vino El Eskimal y la Mariposa de Nahum Month, una novela en clave policíaca que aclara que la sucesión de asesinatos de candidatos presidenciales atribuidos en su momento a Pablo Escobar no era tan sólo producto del despecho del capo por el desprecio al que lo había sometido la clase política y empresarial del país, sino también una más de las manipulaciones que acostumbra a hacer la parte más conservadora y criminal de esta misma clase política. El Eskimal y la Mariposa es una novela con muchos aciertos, llena de atmósferas oscuras, policías perdidos en una ciudad sin ley o en campos llenos de patriarcas asesinos. De pronto, detrás del narcotráfico ya no estaban los sicarios o traquetos de siempre, sino los cuerpos secretos del país, la corrupción oficial y la tradicional costumbre colombiana de hacer limpieza social con el asesinato. Sólo que esta vez las víctimas no era unos campesinos, sindicalistas o indigentes, sino un grupo de políticos ingenuos que podrían poner en peligro los
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intereses de los poderosos de siempre. Hay más libros, Testamento de un hombre de negocios de Luis Fayad, Lara del mismo Nahum Mont, La mujer que sabía demasiado de Silvia Galvis y tantos otros que es imposible mencionar en este artículo. Lo que no hay y tal vez nunca se escriba es una gran novela que en verdad recoja los casi cuarenta años que lleva el fenómeno en Colombia. El narcotráfico no se ha dejado ningunear de los literatos nacionales, pero todavía no es querido, todavía causa salpullido; que más quisieran algunos escritores que en Colombia hubiera tan sólo se hiciera una literatura sin traquetos, una literatura sin ese tema “tan jarto y poco literario”. El narcotráfico en Colombia es un tema pendiente, un tema que nos marca a fuego pero que, como buenos cristianos o como buenos provincianos, siempre intentamos esconder debajo de la alfombra. El tiempo dirá si gana la literatura o la hipocresía y su cómplice eterna, la cobardía. FINALMENTE, UNA CULTURA. Los narcos son seres trágicos por naturaleza y siempre terminan arruinados, en la cárcel o muertos por las balas de un ambicioso, un traidor o un policía. Pero, así como terminaron por ganarle la guerra a los literatos, han terminado por ganarle la guerra a la sociedad y han conseguido imponer su dinero, sus valores y su cultura. En parte porque la cultura ya existía y sólo necesitaba dinero que la abonara, en parte porque el capitalismo ayuda montones y en parte porque no existía en la sociedad nada sólido que oponerle a un mundo tan mítico. Si algo caracteriza hoy a Colombia es el derroche de valores mafiosos de los cuales se siente orgulloso. Colombia presume de sus haciendas, sus caballos, sus paisajes y sus mujeres. El país no hace carreteras para impulsar el progreso, sino para que anden raudas en ellas las camionetas de los narcotraficantes; la mentalidad traqueta se ve en las calles, en la forma como hablamos, en los políticos que elegimos, en la ceguera de creer que todo problema lo arreglan las armas, hasta en el hecho de que hayamos terminado por prohibir la dosis personal de drogas; nada odia más un mafioso que el producto que el mismo vende lo intenten consumir sus propios hijos. La revista de mayor circulación en Colombia es un manual de exaltación de los valores de los traficantes de drogas. Modelos en poses extravagantes que están allí más que para presumir de los atributos que les ha dado la caprichosa naturaleza, para cotizarse mejor en el mercado de la prostitución para nuevos ricos. Artículos que resaltan el dinero como medida del valor de las personas y los objetos y una publicidad que se dedica a promocionar los carros en que suelen ir los narcos, las
ropas que usan, los licores que toman, los relojes que les dicen a que hora esta saliendo el próximo embarque de cocaína, las joyas que deben regalarle a las costosas modelos de las fotografías y hasta los lugares a que deben viajar para gastar con buen gusto el dinero que por ser excesivo les incomoda en los bolsillos. La revista no sólo es la de más circulación, sino la de más permanencia en los lugares públicos; la publicación que leemos cuando vamos a la peluquería, al médico, al odontólogo. Colombia hoy en día funciona como un inmenso cartel de drogas, en el país no hay líderes, hay jefes; no hay opositores, hay enemigos, no se lucha por progresar, sino por enriquecerse. Las palabras de alguien sólo valen por la cantidad de hombres armados que las apoyan, los políticos han convertido la administración pública en un trapicheo permanente de negocios ilegales y, para completar el cuadro, muchos de ellos manejan el asunto desde las celdas de las cárceles adonde han ido a parar por su asociación con los más respetables de los narcotraficantes: los paramilitares de derecha. ■
BIBLIOGRAFÍA Abad Faciolince, Héctor, (1995). “Estética y narcotráfico”. En: Revista Número. Separata II-III. Álape, Arturo (2002). Sangre Ajena. Colombia: Planeta. Bolívar, Gustavo (2005). Sin tetas no hay paraíso. Bogotá: Quintero Editores. Collazos, Óscar (1997). Morir con papá. Colombia: Seix Barral. Dueñas, Graciela Polit (2006). “Sicarios delirantes y los efectos del narcotráfico en la literatura colombiana”. Hispanic Review. Spring , Vol. 24, Issue 2, Pp. 119-142. Franco Ramos, Jorge (1999). Rosario Tijeras. Colombia: Plaza y Janés. Gaviria, Víctor (1991). El pelaíto que no duró nada. Colombia: Planeta. Jaramillo Agudelo, Darío. Cartas Cruzadas (2005) (1995). Colombia: Alfaguara. Montt, Naum (2004). El Eskimal y la Mariposa. Bogotá: Alfaguara, 2005 (Alcaldía Mayor de Bogotá). Porras, José Libardo (2000). Hijos de la nieve. Colombia: Planeta. Restrepo, Laura (2000) (1993). Leorpardo al sol. Bogotá: Norma. Vallejo, Fernando (1998) (1984). La virgen de los sicarios. Colombia: Alfaguara. Quimera 35
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Yuri Herrera “El discurso del arte siempre desbordará el discurso pragmático del poder” por MARIO AMADAS, MARC GARCÍA Y UNAI VELASCO.
—Hay quien considera la “literatura del narcotráfico” como un subgénero que utilizaría los moldes del relato policiaco, el drama y la picaresca. ¿Usted parte de alguna concepción previa? —Dentro de la “literatura del narcotráfico”, hay una gran variedad de escritores haciendo obras muy distintas entre sí. Hay muchos escritores que tratan el tema en tanto que es un ingrediente ineludible de nuestro drama cotidiano, pero sin que se convierta en el único asunto de la narración; más bien es parte del contexto en el que se desarrollan muchas otras anécdotas e ideas. Con relación a la estructura, los tres “moldes” que has mencionado son importantes para mí, pero no intento ajustarme rigurosamente a ninguno. —En su caso, ha dejado en segundo lugar esos referentes para optar por dos modelos distintos: la fábula, en el caso de su debut con Trabajos del reino (Periférica, 2008), y el relato mitológico para Señales que precederán al fin del mundo (Periférica, 2009). ¿Alejamiento voluntario? —No, no repudio ningún género, más bien, y creo que esto hace la mayoría de los escritores, tomo lo que puedo de cada uno en función de las necesidades del relato que esté trabajando en el momento.
cos ligados a mis temas antes de ponerme a escribir, para no caer en ellos, para, entre otras cosas, decir lo que tales conceptos o imágenes transmitían antes de convertirse en fórmulas fáciles, pero con otras palabras. Al evitar estos tópicos (aunque difiero en su lectura del texto de Vallejo: ni es el primero que trata el tema ni es una novela convencional), se le devuelve al lector el poder de nombrar el asunto en sus propios términos.
—Según este desvío de las convenciones, el tema del narcotráfico tal y como venimos leyéndolo desde La virgen de los sicarios (1994) quedaría en segundo plano. ¿Cree que un ocultamiento de determinados tópicos puede dotar al tema de mayor contundencia? —Sí. Para mí es fundamental ubicar los estereotipos y tópi-
—En su artículo “Notas sobre el narco y la narrativa mexicana” (Letras Libres, septiembre de 2005) Rafael Lemus acusa a la literatura mexicana sobre el narcotráfico de padecer una confusión ontológica. En vez de encarnar el fenómeno del narcotráfico mediante los elementos propios de la literatura (usando “una prosa destazada, brutal, incoQuimera 37
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herente”), sus autores se han limitado a describirlo (“costumbrismo minucioso, lenguaje coloquial”). “Sólo se capturará al narcotráfico si se remeda formalmente su violencia”.¿Le parece adecuado su diagnóstico? —No conozco el texto de Lemus. Lo que sí conozco son suficientes relatos que desmienten un juicio como el que se incluye en la pregunta. Insisto: tal como el narcotráfico ya no es un asunto de una sola frontera o un puñado de ciudades, sino un fenómeno que afecta a múltiples espacios y sujetos en nuestra sociedad, la literatura que trata el tema lo hace desde coordenadas muy diferentes y con tratamientos diversos. Por lo demás, ni en este tema ni en ningún otro tiene sentido recetar una forma de “encarnarlo”; justamente en esa búsqueda individual reside el poder de un escritor. —Tanto en Trabajos… como en Señales… observamos que el rol del mensajero constituye la semilla del relato: por un lado, el joven Lobo debe comunicar las hazañas de sus jefes cantando, mientras que el personaje de Makina ha de llevar un mensaje de su madre para su hermano. ¿Le atraen esos personajes intermedios? —Sí, creo que ambos son personajes fronterizos, no en términos geográficos sino porque se mueven entre realidades distintas y a veces hasta opuestas y en ese espacio se están redefiniendo a sí mismos mientras tratan de entender los ámbitos con los que les ha tocado interactuar. Son sujetos
MITOLOGÍA DE LA FRONTERA Señales que precederán al fin del mundo Yuri Herrera Periférica. Cáceres, 2009. 123 págs. POR JAVIER MORENO Según la mitología azteca el Mictlán era el nivel inferior de la tierra de los muertos. Para llegar a esa especie de inframundo, situado al norte, el difunto debía atravesar nueve lugares, los mismos que cruza Makina, la protagonista de la última novela de Yuri Herrera. Cabe decir que en ningún momento se alude en la novela de manera explícita al Mictlán. Lo mitológico, como ya se insistirá más adelante, no es sino un polo de atracción de esta novela, del mismo modo que la realidad de los que se ven obligados a cruzar, por un motivo u otro, la frontera entre Estados Unidos y Méjico constituiría el segundo polo de la novela. Yuri Herrera elide ambos extremos (el de lo mitológico y el de lo estrictamente cotidiano), los recluye en lo obsceno, quizás para que aparezca la 38 Quimera
en transición, y por ello me resultan especialmente interesantes, pues no sólo México se encuentra en un momento similar (recién descubrimos que el advenimiento de la democracia no era el fin de un proceso, sino su primer indicio), sino que es la manera en que cada cual convive con su metamorfosis permanente, algo de lo que me interesa seguir escribiendo. —Es interesante el uso que hace de lo feudal en Trabajos: el cártel es descrito como una corte palaciega donde cada cual ocupa un lugar determinado: el Artista, el Rey, el Gerente,… En concreto, resalta el uso de las mayúsculas en los personajes, que puede orientar al lector hacia la alegoría política o hacia la teatralidad, en clave de dramatis personae. ¿Estaba en su propósito generar distintas lecturas? —Claro. Así como en la novela los personajes obtienen su nombre a partir de su función dentro de ese orden, y así como Lobo recupera su nombre a partir de sus propias acciones y no por gracia de un hombre poderoso, así intento dejar espacio para que cada lector complete el libro a su manera, no ofrecerle todo envuelto y resuelto, sino, en determinados momentos, hacer sólo sugerencias, jugar con los silencios, sacarle jugo a la ambigüedad. —Siguiendo esa línea teatral, la figura del Artista propone una actualización del personaje del bufón. Si bien empieza cantando los triunfos de su señor, acabará criticándolos. La
verdad de todo tránsito, a medio camino entre lo noticiable y lo fantástico. Se diría que Yuri Herrera sigue en esta novela la estela de su compatriota Juan Rulfo, quizás el especialista por antonomasia en crear espacios límbicos, espacios fantasma, donde los personajes, auténticos gatos de Schrödinger, transitan a medio camino entre los vivos y los muertos. La frase inaugural de la novela (“Estoy muerta, se dijo Makina cuando todas las cosas respingaron”) nos pone en la pista del lugar desde el cual el autor nos narra la historia. Un lugar de incertidumbre (¿está viva la protagonista, o tal vez muerta?), incertidumbre que no es única, ni mucho menos, sino a la que podría añadirse al menos una nueva indeterminación, precisamente aquélla entre cuyas sombras se agitan, por un momento indiscernibles, el lenguaje del mito y de lo contemporáneo. Yuri Herrera nos hurta a propósito las referencias explícitas a lo absolutamente actual. Así Makina inicia su viaje desde una ciudad sacudida por un terremoto y de la que la protagonista opina “Pinche de ciudad ladina (...) Siempre a punto de reinstalarse en el sótano”. Una
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ironía trágica está ausente, a diferencia del modelo clásico, pero es gracias a él y a su condición en la corte que descubrimos la verdad. ¿Hay un discurso acerca del papel político del arte? —Sí, por supuesto, para mí ese es el tema central de la novela, la relación entre el arte y el poder: cómo el poder es un insumo del arte pero también cómo es necesario que el arte no sea limitado por el poder. El discurso del arte siempre desbordará el discurso pragmático del poder, aun cuando no intente confrontarlo directamente. —La estructura en nueve capítulos coincide con la sucesión de estratos de Mictlán, una zona del inframundo azteca. La imbricación total con el relato plantea una interpretación trascendental, épica (el tema del descensus ad inferos) y terrorífica. ¿Cómo ha trabajado ese aspecto de la narración? —Bueno, esa es una de las lecturas posibles del relato. Mientras estaba en Berkeley aproveché algunos cursos para investigar temas que podían servirme más adelante en mi escritura; en un curso de literatura colonial leí mucho sobre la cosmovisión mexica, rastreé los pocos textos sobrevivientes que hablan sobre el descenso al Mictlán y utilicé la estructura de esa narrativa a la vez que incorporaba algunas imágenes y símbolos de aquella cultura. No puedo afirmar que haya comprendido el significado exacto de esa narrativa, ni de los símbolos y de las
ciudad que tal vez, y sólo tal vez, pudiera ser Méjico. Makina viaja en busca de su hermano, que partió hacia el norte con la intención de hacerse cargo de una espuria herencia, para lo cual debe atravesar una frontera (una frontera que tal vez, y sólo tal vez, sea la que separa Méjico de Estados Unidos) transportando un paquete (que tal vez, y sólo tal vez, contenga algún tipo de droga). Yuri Herrera usa la sugerencia y le ahorra así al lector una historia de tintes realistas. De este modo logra universalizar la peripecia de Makina, dotándola de un vector de intemporalidad. Variables ambas, la de la universalización y la de la intemporalidad, ínsitas al lenguaje del mito, que Yuri Herrera compagina, sin abandonar al mismo tiempo la concreción acuciante de lo cotidiano. Sorprende en esta novela, asimismo, el lenguaje usado por el autor, un lenguaje que se aleja del natural “exotismo” de lo mejicano para sumir al lector en el desconcierto. Yuri Herrera se permite incluso introducir algún que otro neologismo como ‘jarchar’. ¿Qué significa ‘jarchar’, exactamente? Pues algo que nunca
imágenes; lo que intentaba era tomar ese objeto, utilizarlo para mis fines y desde esa práctica construirle nuevos significados. —Con su viaje, Makina parece querer recuperar la unidad familiar, fragmentada con la emigración de su hermano al norte. A lo largo del relato, la sucesión de estratos/obstáculos condena la búsqueda a una persecución infinita. ¿Sugiere que la reunificación de los mexicanos emigrados al norte está abocada al fracaso? —No, no hay ninguna moraleja ni generalización sobre “los mexicanos”, sino la narración de uno de los posibles dramas que se pueden dar en un viaje de esta naturaleza. Una cosa que quería decir es que en esta clase de viaje ya hay una renuncia y ésta transforma a quien lo emprende, independientemente de que haya luego reunificación u olvido. —Sus novelas no evidencian una documentación exhaustiva en torno al hecho del narcotráfico, como sí es patente en otros casos. ¿Cuál es su experiencia real con esta cultura? ¿Frecuentar las tabernas mexicanas conlleva peligro para un autor? —Hay cantinas peligrosas, sí, pero en estos tiempos en México también hay escuelas, restoranes y parques peligrosos, pero meterse en unas o en otros no hace mejor o peor literatura. ■
se llega a saber del todo, algo que tiene que ver con marchar, con transitar de un lado a otro; quintaesencia del personaje de esta novela. Del mismo modo que la jarcha tradicional supone un tránsito, un punto de cruce entre una lengua y otra, Makina se mueve en ese terreno intermedio, algo que suscita una de las reflexiones más hermosas de la novela: “Al usar en una lengua la palabra que sirve para eso en la otra, resuenan los atributos de una y de la otra: si uno dice Dame fuego cuando ellos dicen Dame una luz, ¿qué no se aprende sobre el fuego, la luz y sobre el acto de dar?”. Franja difusa entre lo mitológico y lo real, entre una tierra y otra (curioso que el terreno dejado supuestamente en herencia al hermano al final no fuese tal, como si el destino de los personajes fuese la absoluta desterritorialización), entre una y otra lengua, Señales que precederán al fin del mundo es precisamente una novela sobre la frontera, una novela sobre la lengua, una novela, en definitiva, sobre el límite, algo tan difícil de señalar sobre el terreno y del que sólo parecen dar testimonio las palabras. Quimera 39
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NarcoTv O lo narco como marca actual de la telenovela colombiana por OMAR RINCÓN
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olombia celebra públicamente su marca narco en historias, personajes y estéticas. Sus telenovelas relatan lo narco y tienen éxito. Mucho rating y conversación pública. Tanto que ya existe una tendencia NarcoTv. Colombia fue reconocida por su cocaína, luego por sus mafiosos a lo Pablo Escobar. Más tarde nos hicimos famosos por la sicaresca literaria y cinematográfica a lo La Virgen de los sicarios (Fernando Vallejo), Rosario Tijeras (Jorge Franco) y La vendedora de rosas (Víctor Gaviria); al siglo XXI llegamos con la narcopolítica; y hoy somos telenovela que cuenta la sociedad mafiosa. Cada sociedad se cuenta en aquello que le pega en el alma y la hace diferente: Estados Unidos con Vietnam y todo es dinero; Argentina con los desaparecidos y todo es crisis dramática; Italia con la mafia y sus berlusconis; México con su exuberancia en todo, el PRI y su chingada; Colombia con lo narco y su guerrilla. Y esas marcas de nación se condensan en sus programas televisivos de mayor éxito. Esto es porque la televisión como máquina cultural legitima discursos, morales y rostros masivos; cuando un tema o un personaje o una cultura se cuentan en horario estelar y tiene éxito quiere decir que la sociedad lo ha aceptado dentro de su marco moral porque la televisión para gustar debe generar identificación y conversación íntima y pública. Antes todo lo que tenía que ver con los narcotraficantes colombianos era visto con desprecio de clase, con mirada de perversión, con adjetivo de aberrante, con culpa de identidad. Lo narco no había alcanzado el horario estelar televisivo, ni la telenovela, nuestro mejor relato. Ahora lo narco es la identidad más visible de Colombia. Lo narco triunfa en la vida real, en la política y en la tele. Y que lo narco se esté contando en televisión y que nos fascine y que no nos de vergüenza moral quiere decir que por fin estamos aceptando que somos una sociedad de relato y mentalidad narco. Estas historias narcóticas, como el país político, no se
quedan en melindres morales y nos muestran como somos: mujeres guerreras que hacen de su cuerpo y belleza sus atributos de éxito; hombres guabalosos y barrigones que quieren plata para acostar hembras; una sociedad en la que ser exitoso es salir adelante como sea y sin reparar en formas legales, instituciones, valores, cuerpos, éticas, vidas humanas. El modo de pensar narco nos dice que “no vale la pena” el esfuerzo, ni el camino largo, ni la legalidad, ni los derechos humanos. Lo narco es una ética del triunfo rápido. Su autenticidad es estética. Una estética que documenta una forma de pensar, un gusto. Una cultura del tener billete, armas, mujeres silicona, música estridente, vestuario llamativo, vivienda expresiva, visaje en autos y objetos y todo adobado con la moral católica. Y esto es lo que celebra la NarcoTv Lo narco no significa que los colombianos seamos “narcotraficantes” sino que hemos adoptado su modo de pensar, actuar y soñar. Y ahora la tele cuenta eso, que toda ley se puede torcer a favor de uno. La NarcoTv se encuentra en las telenovelas Pasión de Gavilanes (2003), Sin tetas no hay paraíso (2006), Los protegidos (2008), El Cártel (2008), El Capo (2009) o Las muñecas de la mafia (2009). Historias con mucho ritmo, juegos seductores del lenguaje, exuberantes paisajes, arquitectura extrema, mafiositos de calle, reinas-silicona, sicarios naturales. Todo muy colombiano. Historias distintas, bien contadas y con gente muy bonita que generan identificación porque la sociedad del mercado ha evangelizado en el credo mafioso: sólo importa el dinero, todo lo demás sobra. PASIÓN DE GAVILANES [Julio Jiménez, RTI y Telemundo, 2003] La NarcoTv nace con el éxito estridente Pasiones de Gavilán. En sus inicios fue una telenovela rara, extraña, enigmática que a cambio de lágrimas producía risas; pero luego su estilo cuasi grotesco de lo chicano y sus imagineQuimera 41
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rías de corridos de seducción, venganzas desabridas, mundos amarillos casi transparentes, diálogos acartonados, amores truculentos y desnudeces masculinas pegó en el mero corazón. Rompió morales del gusto y éticas de lo verosímil y gustó tanto que fue éxito mundial. La historia es muy melodramática porque expresa la lucha de clases, la existencia de secretos, la vivencia de odios marcados por la muerte y venganza, mucha venganza. Tres hombres de apellido Reyes hacen de pobres, machotes de gimnasio, peleadores de ocasión, agresivos por vocación, rencorosos por destino que hablan a lo mexicano e imitan a los héroes del viejo western. Tres mujeres Elizondos hacen de ricas en desdicha, mamitas a la colombiana, hermanitas disparejas, sumisas a la madre, dispuestas a perder su inocencia en nombre del amor y con acentos en exploración texmex. Tres para tres. Una venganza. Mucho amor. Todas las emociones. Sus modos de hablar, su lenguaje, nos recuerdan tiempos de otros melodramas, unos más morales, más vacíos, más mexicanos, más arquetípicos. El territorio toma olor de desierto, hace un guiño a lo Miami y se queda en caricatura de lo Marlboro; así construye esa atmósfera que mezcla lo popular con lo narco con lo mexicano con lo gringo con el exceso colombiche. La síntesis narco está en esas canciones entre corrido y cumbia y vallenato que presentan a una relinda Sharik León como cuerpo que mata, voz que late y seducción total que canta “Mírame yo soy la otra / la que tiene el fuego / la que sabe bien qué hacer. / Tu sonrisa es la caricia / que me mueve, que me hace enloquecer / y en la penumbra misterioso / cada noche me deslumbras / y te pierdes al amanecer / Y por eso yo pregunto / ¿Quién es ese hombre que me mira y me desnuda? / Una fiera inquieta que me da mil vueltas / y me hace temblar, pero me hace sentir mujer /Nadie me lo quita / Siempre seré yo su dueña / Por la que no duerme / Por la que se muere / por la que respira”. Y todo llega a ser más mafioso por las actuaciones obvias y las gestualidades evidentes. Hombres que no actúan sino que gritan, viven en bronca y hablan a lo mejicano cuando son una tríada cubano-venezolana-argentina. Y bellas que demuestran que en Colombia con el cuerpo basta. Actuaciones del afuera que emocionan con esa música que canta sin morales a la carne hombre y a la hembra carne y al exceso. SIN TETAS NO HAY PARAÍSO [Gustavo Bolívar, Caracol, 2006] Esta es una historia que sabe reconocer los deseos y obsesiones populares: unas mujeres que saben que su cuerpo es la única manera de salir de pobres; televisión hecha sin pedir permiso y sin matices; moral mafiosa. Esta 42 Quimera
historia refleja que para ser exitosas en Colombia las mujeres deben ser hembras y mamacitas, usar la silicona y no tenerle miedo a la cama; relato de celebración de las mujeres “mantenidas” que se venden a punta de sexo y cirugías; justificación pública de que en este país el cuerpo en las mujeres y el crimen en los hombres son maneras válidas de salir de pobres; historia de cómo sin importar clase o región o religión, lo único válido es tener billete y gozar. Y la doble moral se enerva y pone furiosa por hablar de tetas en horario estelar. Ya se había hablado de masacres, corrupciones, paramilitares e insultos presidenciales en las noticias pero el escándalo llega con la palabra “tetas” y con el contar que en Colombia un buen par de tetas es un pasaporte al éxito. El productor, Canal Caracol, se disculpa con una campañita y diciendo que está formando en valores al poner el letrerito de “solo para adultos”. Mientras tanto las tetas abundan en televisión, pues sin silicona no se puede presentar la farándula, ni se puede actuar en telenovelas, ya ni siquiera ser periodista; cada actriz, cada ejecutiva, cada modelo que se exhibe en la pantalla celebra ese gusto, esa ética, ese estilo, esas tetas. Estamos en el reino de la tetavisión porque en Colombia sin tetas no hay televisión. Las tetas de silicona son un gusto mafioso mundial. Lo mafioso, lo sexual, la silicona y la “prostitución con estilo” es tendencia del mercado. Las tetas de silicona, las prepago (mujeres que se pagan por adelantado y funcionan como compañía de eventos y cama) y el mal gusto no es solo mafioso sino de esta sociedad que celebra el billete por encima de todas las cosas. La televisión lo que hace es socializar este gusto del mercado y de la mafia, la verdad de silicona y la ética del comprador. Lo mejor de esta historia es que demuestra que en Colombia para todos los estratos, los ejecutivos de los canales y los mafiosos la única moral es la apariencia que se compra con billete. EL CARTEL [Andrés López, Caracol, 2008]. Una historia de verdad con guión de verdad hecho por un mafioso de verdad, quien después de esta serie se convirtió en parte del jet set de Miami. El Cartel cuenta que ser narco no es tan malo, se vive bien, se tiene mujeres y se goza mientras se tiene billete. Una serie educativa en narco.lombia ya que cuenta otra verdad, la verdad de los narcos. La historia es necesaria porque reconoce que Colombia es una nación hija del narcotráfico y que, por lo tanto, los narcos tienen una versión legítima de nuestra nación. Lo mejor es que reconoce que en Colombia todo es comprable, que nuestra única información e inteligencia es la saperia, que somos hijos de los falsos positivos,
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que lo narco sigue siendo parte de nuestra conciencia colectiva. ¡Y no nos parece mal!. Sorprendió que en esta versión de la historia e histeria colombiana se cuestiona a los héroes fabricados de nuestra moralina nacional; que se reconozca en esta ficción a figuras públicas de lo narco, la policía, la farándula y la política; que haya otra versión de cómo nuestros héroes son de mentiritas. Y es que todos los personajes nos hacen recordar a los protagonistas reales vendidos como los adalides contra las mafias. La conclusión: en los últimos 30 años en Colombia todo lo han decidido los narcos. La ficción en Colombia siempre ha sido una mejor manera de llegar a la verdad porque como dice el maestro Martín-Barbero: “Hay más nación en las telenovelas que en los noticieros de televisión”. Con El Cartel lo narcopopular llegó a su máxima expresión en la narcocultura. Televisión que se atreve a más país, más realidad, más hablar nacional; que nos reconoce como la nación hija de lo narco; ficción que hace verosímil al real. LOS PROTEGIDOS [Juana Uribe, RCN, 2008]. Esta es la narconovela que confirma la regla. No celebra la estética ni la ética ni a los personajes de lo narco. Los critica, se mofa de ellos, los presenta desde su perversión. Y el público no la vio. El colombiano no quiere crítica, quiere celebrar su narcorazón. Y no tuvo éxito porque esta historia no quiere ser complaciente con la identidad narco sino crítica ya que cuenta la pérdida de identidad del narco-informante, quien salva su vida pero pierde su ser en el mundo. Así se diluyó la emoción melodramática, se evitó el suspiro del deseo, se atragantó el éxito fácil y terminó por fastidiar al televidente. Y es que nuestros televidentes no ven tan mal al narco, es más lo admira; y los narcos se han refinado y ya no son tan obvios y de mal gusto como se los quiere pintar. Y es que nuestra sociedad en su “extraña ética” no ve tan mal, en los tiempos uribistas, ser sapo; antes la deslealtad era lo peor, ahora es el camino más cercano a la fama y la injusticia. Los protegidos cuestiona la ética de los paras, los parapolíticos, el primo narco, el vecino sapo y nuestro presidente. Este cuestionamiento crea una distancia que impide disfrutar de la historia porque a los televidentes les encanta huir en la ficción. “Para tragedia ya tenemos el noticiero”. EL CAPO (Gustavo Bolívar, RCN, 2009). Del mismo autor de Sin tetas no hay paraíso un nuevo éxito que cuenta a Pablo Escobar, nuestro gran mafioso,
aunque se dice que no es de él que se habla. La historia de un capo de la droga es algo muy común en nuestra tele noticiosa y ya se convirtió en un lugar común de nuestras ficciones de literatura, cine y televisión. Una historia que está llena de ficción, mujeres y corrupciones. En esta historia se evidencian todos los excesos de poder del patrón: hay que gastar el dinero, para conseguir lo que se quiere; así el poder del capo es para corromper a los políticos, comprar mujeres bonitas, acomodar valores y justicia a su gusto. LAS MUÑECAS DE LA MAFIA (Andrés López y Juan Camilo Ferrand, Caracol, 2009). Del mismo narcoautor de El Cartel esta historia de abuso de las mujeres por el poder narco. En la línea de NarcoTv mucha silicona y guaches en la pantalla, gritería inútil y la celebración de lo aberrante. Mujeres diablas, lobas y prepagos; hombres matones sin moral; mujeres con cuerpos silicona, que duelen a la vista de lo lindas que son; mujeres-trofeo para los hombres de la droga. A todos les sale natural lo narco. Esta es nuestra estética de éxito, luego nuestra moral de supervivencia, nuestra verdadera cultura popular. De eso estamos hechos y nos gusta, y no nos da pudor. La NarcoTv afirma que por vivir aquí, todos somos hijos del narcotráfico: de su modo de pensar (billete mata cabeza), de su forma de hacer (justicia es lo que yo pueda comprar), de su gusto y estética (el exceso y el grotesco), de su machismo (beber, tirar y matar), de sus mujeres producidas (siliconas, prepagos y diablas), de sus políticos (ignorantes y corruptos). NARCO.ESTÉTICA Por estos días [diciembre, 2009] en Colombia cerca de 70% de compatriotas están muy felices porque nos gobierna el presidente Uribe. Y él, justamente, es el símbolo, el icono, el relato de la narco.lombia. Un gusto que privilegia como expresión del colombiano, en palabras del escritor Héctor Abad Faciolince, “a los carros, las fincas, el cemento, los caballos, los edificios estridentes, la música ruidosa, la moda exótica” y la tecnología ostentosa. Si uno oye y ve al presidente Uribe en acción, uno encuentra que esos son los valores que pregona; ha llegado a decir que leer y ver cine es de burgueses bogotanos. Reconoce que no tiene tiempo de leer y que a cine fue por última vez a los 7 años, a ver El llanero solitario. Desde entonces él cree que es el llanero solitario en las montañas de Colombia. A uno de sus súbditos le gritó: “Estoy muy berraco con usted y si lo veo, le voy a dar en la cara marica”. Es auténtico y verdadero. No cita a García Márquez. Pero tiene poder. Quimera 43
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Abad Faciolince, en 1995, en la Revista Número, se preguntaba si “¿asistimos en Colombia a una narcotización del gusto?” Y se contesta que no; que los mafiosos han puesto en “acto el mal gusto de la burguesía colombiana. Esta siempre ha querido lo mismo de los mafiosos… Quisiéramos que el mal gusto fuera monopolio cultural de los mafiosos. Qué va. Su mal gusto es un vicio nacional”. Con este texto nace en Colombia los estudios de la narco.cultura marcada por dos gustos: el nuevo rico norteamericano y el montañero rico colombiano o antioqueño. El valor de la narcocultura es el mayordomear. “Mientras los burgueses quieren ser poderosos haciéndose ricos, nosotros queremos ser poderosos dando órdenes”, escribe Mauricio García, profesor de la Universidad Nacional y columnista de El Espectador. Abad Faciolince nombró a Colombia como territorio del narco.estética y la sicaresca: “narco.estética” para el gusto de los señores que “coronan” y son exitosos en el negocio de la droga y sicaresca para los relatos de los jóvenes que matan por billete, que habita “la fascinación por los sicarios”, “la truculencia” y la “pasión por el exceso”. El ensayista Guadi Calvo explica como la sicaresca es el método de jóvenes que “por quebrar un mancito conseguían ropa, casa para la madre, nevera, televisores, dejar a la Cucha (Madre) bien. La fusión Madre-Virgen es
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sagrada para el sicario, es sinónimo del amor, la entrega y la adversidad”. Esta estética de la sicaresca va a aparecer en La Virgen de los Sicarios (Fernando Vallejo, 1994) y Rosario Tijeras, (Jorge Franco, 1999), exitosas obras literarias que se convierten en exitosas películas. Otras dos obras fundamentales de la sicaresca son No nacimos pa´semilla (Alonso Salázar, 1990) y El pelaíto que no duró nada (Víctor Gaviria, 1991). “Quebrar un peláo (matar a alguien) o perder el año (morir) es parte del juego de ser colombiano”, concluye Calvo. El poeta, escritor y ensayista más prestigioso de Colombia, William Ospina, describe la sentimentalidad del fenómeno cuando escribe que “vemos a estos jóvenes matar y morir en una danza impulsiva, irreflexiva, carente de sentido, y no conseguimos odiarlos, porque nos parece que se matan con la misma inocencia con la que se abandonan al amor o a la música”. Para quedar claros, la sicaresca es la estética del joven, es una épica por el éxito rápido, vivir a millón y morir joven. Otra cosa es la narco.estética, que es la expresión de los patrones, que es el gusto socializado en los adultos, que es la marca Colombia más actual: la de los políticos y la NarcoTv NARCO.PENSAR Uno de los elementos fundamentales de lo popular, la telenovela y el melodrama que conforman la NarcoTv es el tema de la “superación”, el revanchismo social, el elemento aspiracional de los pobres. En la NarcoTv sin tetas, armas y billete no hay felicidad. Y su éxito demuestra que la sociedad disfruta el gusto mafioso, la verdad de silicona y la ética de la pistola. Así nuestra ficción literaria, artística, musical y televisiva; nuestro lenguaje, arquitectura y gustos; nuestra política y presidente celebran, sin pudor, los valores de lo narco. Y lo más alucinante, los medios y los periodistas y los colombianos no le vemos “nada de malo” a eso. Hemos llegado a la paranarcoideología. Los que nos creemos ilustrados despreciamos este gusto, o sea que creemos tener un mejor gusto que narco.lombia. Pero este gusto es el de las culturas populares del mundo. Lo popular capitalista premia el billete por encima de todas las cosas, no tiene palabras literarias, ni razones argumentadas, ni discurso ético… goza su expresividad extrema, su cultura emocional, su exceso visual y gestual, su moral melodramática, su ética del ojo por ojo, su religión que perdona pero culpa y venga… La narco.estética no es mal gusto, es otra estética. La más común entre las comunidades desposeídas que se asoman a la modernidad y sólo han encontrado en el dinero la posibilidad de existir en el mundo. Y ese dinero que compra todo se consigue con lo narco, lo ilegal, la
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corrupción y el poder político. Berlusconi como Uribe como Chávez como Correa son ídolos populares, ídolos que encarnan al pueblo y niegan la regulación colectiva y los valores de la modernidad. No son narcos pero habitan los valores de la narco.cultura y expresan en sí mismos y en sus modos de gobernar la narco.estética… y seducen porque son auténticos y generan identificación en una sociedad narco. Narco.lombia existe y es verdadera y seduce más que nunca. NO HAPPY END ¿Por qué actuamos y hacemos tan bien lo narco? Tal vez porque definitivamente somos así; nuestras mujeres nacionales saben que en su cuerpo y sexo está el éxito y, entonces, han decidido que no hay por qué tener reparos éticos, ni morales, ni de ningún otro tipo. Ser bella y sexy y putona es todo lo que se necesita para el éxito en Colombia. Y del lado masculino solo nos queda como posibilidad del éxito tener billete a las que sea, comprar la ley, comprar a las mujeres, hacernos querer a la fuerza porque no tenemos otros atributos para hacerlo. ¿Nos gusta ser así? ¿Nos gusta tanto maltrato en la tele? Parece que sí. Y es que en un país que la gente no habla sino pelea, no dialoga sino impone… la televisión también debe ser agresiva muy agresiva. En Colombia si uno llega a casa y prende la tele para desenchufarse de la realidad encuentra que abundan las historias de maltrato psicológico y físico; las noticias de abuso, cinismo de políticos y corruptos, exceso de violencia carnal y malhabla deportiva; las telenovelas de historias que matan porque sí y porque no y porque también; las historias de hembras que se las acuestan por plata, lo dan por plata, las matan por plata. Se ultraja porque sí y se mata por qué no y se corrompe porque ya. Y lo peor es que tienen rating y los canales expresan su cinismo al decir que hacen todo esto porque están comprometidos con la “formación de valores de identidad y ciudadanía y familia”. Y va a uno a ver, y tal vez sí es cierto. Forman a los colombianos en cuanto muestran un espejo de lo que somos: una sociedad del maltrato; una ética narco. Todos entramos “armados” de madrazos y malaleche a las conversas, a la vida diaria, al gozar. Y tal vez por esto estamos ante una televisión tan maltratadora. Pero se nos está yendo la mano en exceso de maldad, en exceso de ultraje, en exceso de matoneo. En Colombia llegamos a un punto en que ya no es asunto de gané y qué, o de tengo rating y qué, ni de no es si es ético sino si es legal. El asunto en tevé y en la realidad es de ética y ciudadanía. Y ahí estamos perdiendo el partido y nos hemos vuelto un país de hampones, una narco.cultura, una para.legalidad, una NarcoTv. ¿Nos gusta cómo venimos siendo? ■ Quimera 45
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Malayerba: Las crónicas del narco De cómo un periodista mexicano se inventa (casi) un genero literario por GABRIELA POLIT-DUEÑAS
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n mi visita a Culiacán en el 2007, los culichis1 no hablaban de la llegada del ejército con asombro, aunque el contingente que anunció Felipe Calderón en el inicio de su guerra contra el narco, era importante. Tampoco sentían la presencia del ejército como amenaza. Después de décadas de desencanto con las acciones de los gobiernos centrales que, desde los años 80, vienen hablado de la necesidad de frenar el tráfico de drogas ilegales, muchos culichis consideraban esta operación otra puesta en escena que se sumaba a las anteriores y que igualaba al gobierno de Calderón con gobiernos pasados. Nadie cómo ellos para comprender las dimensiones políticas de las varias guerras contra el narco. No imaginaron que lo que sucedería en los años siguientes iba a superar esa marca traumática que dejó la Operación Cóndor, la última incursión violenta del ejército en la Sierra Madre en los años 70. Las formas de la muerte que ha generado esta guerra, ha llevado a la Procuraduría General de la República a elaborar un catálogo para clasificar las víctimas y decodificar los mensajes que los sicarios envían en los cadáveres. Hay decapitados, torturados, quemados, cadáveres con dedos cortados, descuartizados, muchos portadores de mensajes. Frente a estas formas de la muerte, el periodista se ha convertido en intérprete. El cronista que levanta la noticia de los muertos hace también un ejercicio hermenéutico al decodificar mensajes. Por eso me llamaron la atención unas formas de prosa breve que circulaban por la ciudad como parte de un semanario llamado Riodoce. Las Malayerba tenían una extensión de alrededor de 3400 caracteres. Desde una mirada literaria tenían la estructura del cuento corto en el que, como define uno de sus más grandes artífices, “todos los placeres son efímeros”. Edgar Allan Poe habla de la brevedad,
la totalidad, la unidad de la trama, el misterio y la filosofía de la composición, como elementos indispensables de la belleza del cuento, comparable únicamente con aquella del poema. Las crónicas, escritas por el periodista Javier Valdez, gozaban de esos elementos. Sus personajes eran personas comunes bregando con la realidad en Sinaloa. El efecto inmediato de las Malayerba era que todos los sin-sentidos de la violencia cotidiana cobraban sentido. Y aunque aún ahora resulta paradójico leer las Malayerba como unidades de lo bello, cada historia, a su modo lo es. Valdez es el narrador que capta la chispa de la realidad colectiva y la hace propia para regresarla a su lugar de origen. Por eso el nombre de la columna es, además de sugerente, apropiado. En sus historias se reconocen los culichis, porque todos tienen un pariente, un amigo, un conocido que participó en el negocio, o un antiguo compañero de aula, un exnovio o una empleada doméstica. En ese universo de 800,000 habitantes, ninguna muerte es anónima, aunque así registre el terror de reclamar un cuerpo o el miedo de llorar una pérdida. Conocí a Valdez en enero del 2007. Tomamos desayuno en el hotel San Marcos, ubicado en el centro de Culiacán. Mientras comíamos, él me habló de su trabajo en el semanario Riodoce y me contó que había enviado infructuosamente sus crónicas a editores en el D. F.. Estaba frustrado porque no sabía nada de ellos y temía que sus Malayerba engrosaran los archivos de las editoriales de la capital. Volví a encontrarme con Javier en octubre del 2009 en un encuentro sobre “Periodismo y narcotráfico” en el D.F., organizado por la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano a cargo de Cristian Alarcón. Dos años después de nuestro primer encuentro Javier no sólo estaba a punto de publicar Quimera 47
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las Malayerba en un libro editado por JUS, con prólogo de Carlos Monsiváis y respectivo lanzamiento en la Feria de Guadalajara, sino que además tenía programada la publicación de Miss Narco (Aguilar, 2009), un libro sobre las mujeres en el tráfico de drogas ilegales. Su alegría por el buscado reconocimiento, sin embargo, estaba opacada por el dolor y el estrés de ejercer como periodista en un momento en el que –para usar sus palabras– el periodismo se ha vuelto un oficio ingrato y solitario en México. EL SEMANARIO Riodoce es una publicación independiente que se creó con el objetivo narrar el narcotráfico sin presiones partidistas ni corporativistas. En aquel desayuno de 2007 Valdez me contó su historia, empujándola con tortillas y huevos rancheros: “Nosotros estábamos en Noroeste el diario local que nació en Culiacán, el segundo con mayor circulación. Hubo diferencias con los directivos en cuanto a la línea editorial, así que decidimos renunciar. Así empezamos a idear la posibilidad de un diario local, una revista o semanario, que realizara investigación periodística. Eso fue en septiembre del 2002 y en febrero del siguiente año vio la luz el primer número de Riodoce. El nombre viene porque en Sinaloa hay once ríos: nosotros somos el doce, acaso un riachuelo, un charco, un hilillo de agua y vida y cambio. Imprimimos en promedio 7 mil ejemplares que prácticamente se acaban. Nosotros cuatro, Ismael Bojórquez, Alejandro Sicairos, Cayetano Osuna y yo, somos los socios fundadores y tenemos la mayoría de las acciones. Pero entre los accionistas hay de todo, panistas, priistas, perredistas, gente sin partido, amigos, familiares, intelectuales y demás. Al principio no nos pagábamos sueldo. La primera vez que recibí lana de Ríodoce fueron 500 pesos, cuando teníamos poco menos de un año…”. Riodoce sale cada lunes con el mismo tiraje y un promedio de 35 mil visitas mensuales a su página virtual. En septiembre del 2009, en horas de la madrugada, explotó una granada en las oficinas del semanario. No hubo heridos ni muertos, pero cuando me encontré con Valdez en el D.F., todavía estaba bajo la impresión del atentado. Después de la explosión decidieron imprimir 1000 ejemplares más del semanario con la idea de responder a los ciudadanos, a los amigos, a los parientes que comprarían para expresar solidaridad. Con estupor Valdez comentó que se quedaron con los ejemplares impresos. Las ventas no incrementaron esa semana, ni las siguientes. Tampoco hubo muestras de solidaridad, ni curiosi48 Quimera
dad. Nunca, explicaba Valdez con la vos entrecortada, había sentido tanta soledad en el oficio. Después del encuentro en el D.F., cambió mi percepción sobre la labor de los cronistas que narran los laberintos del poder político y el tráfico de drogas ilegales. Muchos viven entre la presión de sus editores y la demanda de una realidad que tiene que ser descrita desde nuevos géneros narrativos y en otro lenguaje. Los cronistas mexicanos se quejaron de la indiferencia y falta de protección, tanto por parte de los diarios donde trabajan, como por parte de las autoridades. Algunos contaron que no firman notas que pueden ser comprometedoras, como una manera de protegerse. Pero son sus compañeros, la gente de los medios para los que trabajan, los soplones que avisan de quién es cada nota y de dónde sale cada investigación. La impresión que da al escucharlos es que el suyo es un oficio que se ejerce en una sociedad sacada de los relatos de Orwell. En el México contemporáneo la trama del poder es tan perversa que no se sabe de qué lado están los tiranos: si son las fuerzas del orden –la policía–, las fuerzas represivas –el ejército–, o si son agentes de seguridad de los narcos. No es que todas estas fuerzas sean iguales. Como dice Diego Osorno: “…el Estado mexicano posee valores políticos, éticos y morales que no tienen los cárteles de la droga, pero en la residencia presidencial quieren que todo se vea forzosamente como una lucha del bien contra el mal, […] El gobierno ha tratado de crear alrededor de “la guerra contra el narco” una fábrica de sueños para respaldar su deficiente e ineficaz realidad en otros asuntos públicos, como por ejemplo la creación de empleos y el dramático aumento de la pobreza”.2 La falta de héroes convierte a los más vulnerables en culpables. En lo que va de la guerra, no ha habido una sola detención entre empresarios o políticos. La mayoría de los muertos son los hombres que ocupan los rangos más bajos, tanto en la policía, en el ejército y en las bandas de narcos. En esta trama en la que los límites de la verdad son tan borrosos, la objetividad periodística tiene bando y no se puede hacer una crónica investigativa de los asesinatos sin comprometer a los poderosos. El oficio del periodismo se reduce a contar el número de muertos. HISTORIAS Y NOTICIAS Las características de Riodoce son atípicas. Sus cuatro fundadores fungen como editores, cronistas, columnistas, y administradores. Nadie más que ellos trabaja para el semanario y eso les permite firmar todas las notas que publican. Los artículos, los edito-
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riales, las columnas, las noticias son responsabilidad de cada uno. Entre ellos hay un trabajo de auto censura cuando la información es delicada, y de respaldo absoluto cuando se publica. Respecto a la granada, Javier cuenta que las investigaciones no han conducido a nada. Los integrantes de Riodoce han puesto atención a las publicaciones de los últimos meses, tratando de detectar qué sector de la sociedad puede sentirse amenazado por las notas publicadas en el último tiempo, y no encuentran nada que sea distinto a lo que han venido publicando desde que comenzó a circular el semanario. Todos saben que las investigaciones no llegarán a ningún lado. Pero también saben que hay que seguir trabajando. En el universo de las representaciones del tráfico de drogas ilegales y sus siniestras formas de violencia, el dilema para cierto periodismo es dar la noticia sin reproducir los esquemas de percepción que dominan en el campo político. Esto obliga a los cronistas a acercarse a los universos simbólicos y a los valores que se manejan dentro del negocio.3 La encrucijada en la que viven estos profesionales está atravesada por la tensión entre la presión por informar y la necesidad de narrar. En sus reflexiones sobre la dicotomía entre narrar e informar, Walter Benjamin encontró un espacio para pensar la producción de arte en la modernidad. Para el filósofo alemán informar y narrar se volvieron incompatibles cuando las formas de vida moderna borraron las antiguas y las volvieron inútiles para la narración. El punto de tensión entre narrar e informar está, según Benjamin, en el cambio de la valoración de la experiencia, porque ante los cambios de la modernidad el cuerpo humano aparece pequeño y frágil. El auge de la reproducción mecánica del arte hace que la voz del narrador se vuelva obsoleta. En los momentos que se viven actualmente en México, podemos pensar en ese cuerpo humano pequeño y frágil del que habla Benjamin. Aquel cuerpo recogido por la prensa e integrado al mundo de las representaciones no como sujeto de una narrativa, sino como objeto de la noticia. El cuerpo aparece encobijado, descuartizado, mutilado, decapitado, y cada una de estas muertes revela una autoría. El cuerpo además está adjetivado con el prefijo que determina esa realidad: es un narco-mensaje. Es objeto de la reproducción masiva de muertos que la sociedad debe conocer para que la guerra del narco sea efectiva. Sólo en tanto la sociedad sienta al narco como una amenaza común la guerra tiene vigencia como un emprendimiento necesario, que legitima la acción de los políticos de turno. Los cuerpos, obvia-
mente, no tienen más historia que los signos de esa muerte que padecieron y que los marca principalmente como culpables. El miedo tiene el perverso efecto de hacernos indiferentes a la muerte, porque en esta trama, las muertes ajenas son necesarias para nuestra sobrevivencia. Una vez disuelta la posibilidad de establecer solidaridad, la violencia es un mal necesario. Ante esta realidad, reclamar el oficio de narradores que devuelvan humanidad a los muertos, a los hombres y mujeres desaparecidos y a los que se pudren en las morgues porque sus familiares temen reclamar, parece un gesto frívolo. En cierta manera lo es, porque es un lujo encontrar personas con la sensibilidad para reconocerla. Valdez: —Las historias de la Malayerba son reales, aunque yo las visto, las disfrazo, para despistar, por seguridad mía y de la persona que me las cuenta. Muchas veces me topo con ellas en la calle, en el trabajo, cuando reportero, pero otras te llegan a través de los lectores, de la gente que en la calle me dice oye te tengo una Malayerba, y yo indago y salen. Siempre me pongo nervioso cuando las voy a empezar… evito dar nombres y lugares y fechas para no meterme en problemas, aunque en ocasiones las tramas son tan claras que la gente, los lectores, sobre todo en la página virtual, llegan a saber de quién hablo o de qué. En su evocación nostálgica de narradores, Benjamin reconoce que los mejores han sido aquellos cuya escritura dista menos de las historias orales. Ahí está Valdez, con ese culichi cotidiano escribe dramas donde no hay noticias. Crea obras de ficción que se separan de lo real para ser textos aceptables, justamente por esa realidad que describen. La crónica demanda mucho más precisión en el lenguaje y no por la ansiada objetividad, sino por la destreza de encontrar posibilidades narrativas. Resulta difícil seguir el análisis de las Malayerba, sin dar un ejemplo de las descripciones: LA VENGANZA DEL POETA El pleito empezó con palabras. Pasó hirviente a los gritos, los reclamos, las palabras aventadas como piedras. Era una fiesta. Una peda, más bien. La cerveza estaba disponible en forma de caguama. Salchichas, papitas y cacahuates se habían agotado. Festejaban la inauguración de una exposición de escultura… El poeta era uno de los asistentes y Quimera 49
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había pintores, escritores y demás fauna del mundillo cultural de la ciudad. Por una de las chavas habían llegado dos tipos. Fachada de buchones badiraguatenses: camisa de seda con el rostro de Malverde estampado en la espalda, huaraches de cuatro puntadas y devoradores de sílabas y del líquido de los botes de aluminio. (s/f ) NO DISPAREN Él estacionaba el carro. Vio a los niños de lejos. Se alegró. Las risas y los gritos. Ese balón rodando. Los vecinos en las sillas y otros sentados al borde de las banquetas. Unos tomaban café. Otros refresco. Unos platicaban. Otros sólo observaban. La calle inundada. El movimiento. Los ruidos y juegos. Todo eso lo aliviaba. Le restaba peso. Borraba aunque sea un poco las arrugas de la frente. Distendía los músculos, los pliegues en el entrecejo. […]Subieron las armas a nivel del pecho y le apuntaron. Cortando cartucho se acercaron más y más y más. Sin muecas ni palabras ni ademanes. Y cuando los tuvo cerca, al fin, con los dedos en los gatillos, reaccionó. Aquí no, por favor. No disparen. Hay niños, están mis hijos. Vámonos. Llévenme. Enero, 2009 Las crónicas muestran una serie de actos, de valores, de mecanismos por los que los individuos actúan no de manera planeada, tampoco intencional, pero de ninguna manera de forma caótica y desestructurada. No es que las crónicas sean registros de un paradójico proceso des-civilizatorio 4 por el cual hombres y mujeres asumen el privilegio del uso de la violencia en mano propia frente a un estado al que no le alcanza ni la voluntad, ni la capacidad, ni la hegemonía para regular las violencias. No. Sólo que las crónicas muestran que las instituciones operan de manera mucho menos clara y las acciones cotidianas de los sujetos dan cuenta de esa opacidad. Las historias convocan a los lectores a participar, a colaborar, a interpretarlas de manera que la violencia no aparece como un evento aislado que interrumpe una apacible vida cotidiana. La violencia es el escenario común que paraliza y deshumaniza. Algunas crónicas tienen un lenguaje sentimental, casi lacrimógeno. En otras el lenguaje técnico impone una mirada profesional al estilo del reportaje, y en todas hay recurrencia al ritmo de la cadencia vernácula. Hay algunas que son menos afectivas. Todos los 50 Quimera
elementos oscilan de lunes a lunes, como si las crónicas fueran también un espacio de pugna por quién ocupa el lugar del testigo, quién el de víctima o de su el familiar, quién el de la autoridad, quién el del verdugo y cuáles son los varios sentidos que para cada uno de ellos tiene la violencia. El río subterráneo es la naturalidad con la que las prácticas de lo cotidiano se van volviendo normas, prescripciones, destinos. Resulta difícil acercase a este acervo literario sin concebirlo un catálogo de hechos históricos de una época, como lo son los documentos legales o la correspondencia oficial. Pero las crónicas son obras literarias. Las historias no explican nada, no acusan ni justifican a sus protagonistas. Valdez escribe ficción, por eso puede describir la realidad absurda de Sinaloa. De otro modo esa realidad se lo tragaría. Como lo ha hecho con muchos compañeros de gremio. En el encuentro de periodistas, entre los jóvenes percibí miedo y entre los más experimentados, escepticismo. El miedo de los más jóvenes no es solo a la crueldad de los capos, sino a la de los poderosos. Y el escepticismo de los más viejos no muestra falta de ideales, sino incredulidad ante la retórica oficial respecto al narcotráfico. La evanescente separación entre ficción y crónica parece ser el lugar de encuentro, porque el narco demanda una diversidad de perspectivas para comprenderlo y nuevos lenguajes para nombrarlo. En la literatura, esto toma un sentido propio, como dice Jorge Volpi: El arte no podía escapar a esta tendencia: más allá de la popularidad de los narcocorridos, la “literatura del narco” se ha convertido en el nuevo paradigma de la literatura latinoamericana (o al menos mexicana y colombiana): donde antes había dictadores y guerrilleros, ahora hay capos y policías corruptos; y, donde antes prevalecía el realismo mágico, ha surgido un hiperrealismo fascinado con retratar los usos y costumbres de estos nuevos antihéroes.5 ¿Tuvo acaso que volverse el narco un tema de moda para que cronistas como Valdez salgan del anonimato? La fórmula del narcotráfico ha abierto las puertas a escritores antes ignorados, cuyas historias finalmente podremos leer. Habrá que leer también mucha crónica barata y literatura que se escribe sin riesgos. Lo que no hay que dejar de hacer, es leer críticamente, porque citando a Élmer Mendoza en una frase sabia, “Sinaloa es más grande que sus penas”6.
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La tarde de su exposición en el Museo Rufino Tamayo, de manera pausada y muy sentida, Valdez leyó esta crónica con la que quiero terminar este artículo: Culiacán tiene día soleado pero no lo parece: las nubes son de plomo, de material hirviente e hiriente, y llueven proyectiles. Nublan la bóveda celeste culichi. El saldo en apenas una semana y media es de cerca de 40 ejecuciones, entre ellas las de una decena de agentes locales y federales, uno de ellos decapitado, cuatro reporteros agredidos por uniformados y más de diez narcomensajes colocados en diferentes puntos de la ciudad. Es la guerra, el terror. La psicosis vistiendo el primaveral cielo culichi, asolando las calles, metiendo candela en los rincones, las casas, los comercios, las plazuelas. El miedo como forma de vida: oíste la balacera, la de anoche, pregunta una señora a otra, frente a unos niños que parecen sus nietos. Chupan bolas de nieve, en el interior de un establecimiento de helados y paletas. Hay arrugas en esas voces, intersticios del pavor en ese andar, en las miradas, en los cruceros de automóviles, mientras se espera el turno en el semáforo. Los agentes no quieren circular en sus patrullas y muchos de ellos, adscritos a áreas de investigación, se trasladan en camiones del servicio de transporte colectivo. Es para despistar, camuflarse, dicen. Los padres no quieren que sus hijos jóvenes anden cotorreando en los centros nocturnos. Ya no. No hay permisos para llegar a casa de madrugada. Nada de recorrer el malecón nuevo los sábados y domingos. El miedo se respira, se habla y se transpira. Nadie quiere toparse con una patrulla de alguna corporación policiaca en el carril de junto. Ni madres, no vaya a ser que nos toque. Guadalupe Pulido, una joven madre de familia, evitó llegar a una carreta de tacos cercana a su casa. Tenía hambre. Las once de la mañana no es buena hora para desayunar. Pero vio ahí a unos agentes comiendo. Mejor no, dijo, en silencio, y se retiró. Apenas una noche antes, en la plazuela Rosales, frente al edificio central de la Universidad Autónoma de Sinaloa, tronaron cuetes. Era el inicio del festival universitario, por los 135 años de la casa de estudios. Todos escucharon las detonaciones y algunos se echaron al suelo.
La ciudad huele mal: a muerto y a pavor. El miedo está fermentado y mata, oxida, envenena y enclaustra. Las puertas y ventanas de las casas cierran temprano. Las cortinas de acero de los negocios lucen encadenadas, con candados. Las luces han sido apagadas. Las llamadas telefónicas se multiplican en los celulares, las oficinas, las casas y las centrales de las corporaciones de seguridad: que colocaron una bomba en el mercado Garmendia, que van a volar el Colegio de Bachilleres, que el turno es para un colegio privado ubicado por el malecón viejo, que mataron a dos ministeriales cerca del río. Pero todo es falsa alarma. Y los timbres suenan y suenan y suenan. El miedo no tiene fin. Lo copa todo. Los ciudadanos comunes se mueven entre dos frentes. De un lado el ejército y sus hummer artilladas. Del otro lado los dueños de los gatillos y cañones oscuros, de esos que escupen fuego. Y en medio la gente: no hay para dónde hacerse. Un joven quiere salir a caminar. Voy aquí cerca, al parquecito, a hacer ejercicio. Ella, su esposa, lo mira y se pone seria. Órale pues, le contesta. Y le advierte, con un comentario que quisieran tomar como juego: llévate un chaleco antibalas. Él sonríe. Sabe que lo dijo de broma. Pero dentro, muy dentro, también sabe que es la psicosis. Broma macabra. Y la ciudad sigue despertando, temiendo no hacerlo. Hay mantas nuevas con nuevos narcomensajes. Nuevo saldo de ejecutados, levantados. Nuevos números del terror, ese que no se puede medir. Menos en una ciudad con cielo gris, de plomo, en la que llueven balas. (Mayo 2008)
Notas: 1. Gentilicio de Culiacán. 2. El cártel de Sinaloa. El uso político del narco. (Mondadori, 2009) 3. Las narrativas que gozan de más cercanía con este universo, son los narcocorridos, 4. Parto de la idea del proceso civilizatorio de Norbert Elias. 5. Milenio On-Line. Cruzar la Frontera. Jorge Volvi 10-2409 6. Epígrafe de Entre perros, la nueva novela de Alejando Almazán, (Mondadori, 2009) Quimera 51
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Los MANDALAS de Artemio Narro 52 Quimera
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Según la investigadora Natalia Valencia “en la armonía del diseño de un mandala, se representa un orden cósmico que construye la continuidad del mundo”. Quizás por eso estas caleidoscópicas imágenes aúnan cierta visión mística –tribal, lisérgica– con la iconografía metálica y violenta del narco. Las armas de fuego como símbolos de una nueva luminosidad. “Al examinarlos de cerca –dice Valencia– pensamos en la filigrana de un nuevo orden new age que refleja una espiritualidad de procesiones violentas”. Artemio Narro nació en el DF hace 33 años. Se llama a sí mismo “el Rolls Royce” del arte contemporáneo mexicano. Quimera 53
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Artemio Narro. Cortesía de la galería La Central (Colombia http://www.lacentral.com.co/
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Autora pausada y constante, mujer de Alberto Moravia, la romana Elsa Morante alcanzó notoriedad con La isla de Arturo, un verdadero clásico de la novela italiana del s. XX. En España, la editorial Gadir viene realizando una puesta
por Flavia Cartoni
al día de sus obras, entre las que destaca Menzogna e sortilegio, su primera novela, que verá la luz por primera vez en español en los próximos meses.
E
lsa Morante (Roma, 1912-1985), participó de todos los cambios que el siglo XX europeo supuso: las transformaciones desencadenadas por las dos guerras mundiales, los cambios en las ciudades –con sus implicaciones de carácter urbanístico, económico y cultural–, y, sobre todo, la tragedia que vivió Italia –entre otros países europeos– y que se alargó y diluyó en una pobreza y una miseria que el país arrastraría hasta la década de los sesenta, cuando el boom económico posibilitó que los bienes de primera necesidad llegaran al alcance de la mayoría de la población por primera vez en muchos años. Quizás el compartir su vida con Alberto Moravia, con quien se casó en 1941, supuso por un lado un apoyo, pero por el otro una sombra demasiado alargada. Hay que tener en cuenta, entre otras razones, que Moravia fue un escritor especialmente prolífico, mientras que Morante publicó menos y de forma más pausada, lo que posiblemente significó un agravio comparativo que molestó a la escritora romana. El matrimonio duró pocos años, sin embargo la amistad y el apoyo mutuo siguieron durante toda su vida, así como el placer compartido por los viajes y las amistades de su círculo literario y también relacionado con el entorno del cine, que en esos años estaba remontando tras la crisis de la posguerra. Entre los amigos de la pareja se encontraban Luchino Visconti, Pier Paolo Pasolini, y las españolas María y Araceli Zambrano. La razón por la que en España Elsa Morante es una figura menos conocida que otros autores de su época probablemente tenga que ver con el tiempo en que se dio a conocer y con los ecos de la suspicacia franquista. En los últimos años, sin embargo, hemos comprobado un nuevo interés editorial que supone tanto la reedición de algunas de sus obras emblemáticas como la publicación de material inédito hasta el momento. Esta especie de revival empezó con la recopilación de relatos que, bajo el título de Lo scialle andaluso se publicaron en Italia en 1963 y que la editorial Cátedra publicó en 2006. Se trata de 12 relatos escritos entre1935 y 1951 que la autora fue publicando en revistas o antologías entre 56 Quimera
1941 y 1953 para recopilarlos finalmente bajo el citado título, en un único volumen. Son relatos de inspiración kafkiana y amplias temáticas, que reflejan una etapa juvenil de la escritora y en los que emergen sus raíces judías, sus juegos infantiles, su relación con la madre, los miedos y deseos. El último relatos de esa recopilación, que da título a la antología, refleja una relación materno filial con un enfoque algo incestuoso, lo que se expresará de forma más evidente en una de sus siguientes novelas, La isla de Arturo. Pero este es sólo uno de los muchos temas que la escritora aborda a lo largo de su narrativa. Poco después, además, la editorial Gadir, de Madrid, emprendió la tarea de publicar las cuatro novelas de Elsa Morante que en Italia vieron la luz siguiendo esta cronología: Menzogna e sortilegio (1948); L’isola di Arturo (1957); La Storia (1974); Aracoeli (1982). La primera de las novelas morantianas publicadas fue Araceli, (2008). Un dato de interés para los lectores locales es que se trata tal vez de la novela más cercana a España, tanto por su ambientación geográfica como por el origen de uno de sus personajes. Se trata de una novela en la que el protagonista, Manuele, recorre su vida en un lento movimiento que va hacia atrás, a la búsqueda de la reconstrucción de su imagen materna, Araceli, andaluza. Para ello, y para juntar las variadas partes que componen el mosaico infantil, emprende un viaje que le llevará a geografías alejadas, abandonadas y áridas, que se hallan en una pequeña aldea, pedanía de El Almedral, Almería. La novela está ambientada en un período históricamente muy difícil para Italia, los años setenta, y en especial los primeros días del mes de noviembre de 1975, cuando el escritor Pier Paolo Pasolini era brutalmente asesinado en la playa más cercana a Roma, Ostia, posiblemente por un chapero. Paralelamente, los días en los que Manuele decide viajar a España, son para este país decisivos para el final de la dictadura, ya que justamente durante esas semanas el dictador Francisco Franco estaba agonizando. El viaje a España, en una época que es crucial para ambos países y en un proceso en el que el protagonista va superponiendo sus orígenes italianos y españoles a la vez, determina un interesante acercamiento entre los dos países que permite fusionar nuestras historias, aunque con los debidos matices. Manuele es homosexual, el escritor y director de cine Pasolini fue herido de muerte en circunstancias todavía oscuras, pero evidente-
ELSA MORANTE UNA MUJER, UNA ISLA mente en un ambiente gay, más transgresivo en esa época de lo que se pueda imaginar hoy en día. La percepción de Elsa Morante, a la hora de juntar en paralelo esas temáticas fue claramente amplia y crítica, tanto con la represión de los homosexuales, como con la expresión de la libertad en España. No olvidemos que Pier Paolo Pasolini fue expulsado del Partido Comunista por ser representante de un nuevo sector con tendencia sexual no aceptada por el partido. Y tampoco olvidemos la inquietud e incertidumbre con la que se vivió en España la agonía del dictador, cuyo más fiel seguidor, Carrero Blanco, había muerto en atentado. En octubre de 2008 se publicó la novela La Historia, también por la editorial Gadir. Se trata de una novela en la que se critica profundamente la injusticia, el totalitarismo, la violencia de las guerras y el poder: todo ello, como hilo conductor y trasfondo a la vez de una conmovedora y sencilla historia familiar, donde un pequeño y sufrido núcleo familiar –con sus relaciones, acontecimientos, vivencias, etc.– se hace portavoz de las injusticias políticas y sociales. La edición de La Historia, Gadir propone la versión íntegra de la novela. Este dato es imprescindible al recordar que en 1976 en España se publicó la novela, pero en edición censurada, ya que en el postfranquismo más inmediato la editorial Plaza y Janés consideró oportuno omitir las referencias a los temas políticos y reflexiones críticas anteriormente mencionadas, por lo que la escritora italiana pidió que se retirasen del mercado todos los ejemplares de la misma. En 1991 Alianza Editorial subsanó este hecho vergonzoso publicando la versión completa que es también la que reproduce Gadir. La fuerza de la novela La Historia radica en la constante crítica a las injusticias, a las leyes raciales, al totalitarismo de Hitler y Mussolini, al nazismo y fascismo, a la forma de ejercer el poder con sus consecuencias hacia la población débil y sencilla. Por otro lado, la novela abarca una tipología de personajes que es muy amplia, lo que permite una interesante identificación por parte de los lectores, por lo que el texto resulta más fácil de leer y asimilar. Al lado de la joven pero descuidada maestra, Ida, se hallan sus hijos, la gente del barrio, los sin techo, los habitantes del gueto y un largo etcétera que enriquecen con su variedad la población de los protagonistas del texto. También hay que subrayar la relevancia que en esta novela posee la presencia de los animales, que
llegan a considerarse auténticos personajes protagonistas, al lado de los niños y los adultos. Los animales son humanizados hasta tal punto que consiguen conversar en un lenguaje especial y asumir un protagonismo interesante y variado. Entre las lecturas apasionadas de Elsa Morante se hallan los ensayos de Simone Weil, filósofa francesa que con sus Cuadernos y su Condición obrera consiguió fortalecer a la narradora italiana en su formación relacionada con la visión del mundo: por un lado con un planteamiento cercano al cristianismo, por el otro con una vocación de carácter social y humanitario que siempre la acompañó tanto en su vida personal como en sus proyección literaria. La lectura de Araceli y de La Historia merece una especial Quimera 57
Sin duda Menzogna e sortilegio representa la última gran novela de carácter decimonónico que en Italia vio la luz en un período de posguerra, y totalmente alejada de las problemáticas sociales de esa época. Una obra literaria desvinculada de la producción narrativa en la que se dio a conocer.
atención, ya que de ellas se desprende una visión del mundo que es reflejo de las ideas y percepciones de la escritora. Araceli representa la búsqueda de la identidad, en un personaje, Manuele, angustiado por su historia personal, que se mueve en la estela que su madre había dejado; y su madre nos aporta la alegría y despreocupación en la fase de su belleza física y juvenil, para pasar en una segunda fase a sostener el peso de la edad, del cuerpo, del cambio físico que se mueve parejo al cambio hacia la enfermedad. La pérdida de la belleza en Araceli no es una transformación en los rasgos físicos, sino un deslizamiento hacia la enfermedad, y por lo tanto el acercamiento hacia la parte de la vida que más peso supone, la última y definitiva. La Historia representa, en ese sentido, todas las historias del mundo, desde los emperadores hasta los caudillos, desde la guerra civil española hasta la bomba de Hiroshima, desde el barrio más humilde de la ciudad eterna hasta la segunda guerra mundial, con los desaparecidos y los soldados que iban al frente sin ropa adecuada, para responder al afán de grandeza del duce. Y todo ello con una crítica feroz como hilo conductor de la novela y un planteamiento profundamente humano en el trato de los personajes más débiles. La presencia del pensamiento de Weil es patente en uno de los personajes de esta novela, el joven judío Davide Segre, intelectual, quien quiere vivir la experiencia del trabajo en una fábrica, seguramente para devolver a la humanidad el privilegio o condena de sus orígenes burgueses: análoga experiencia vivió la pensadora francesa, tal y como se refleja en sus escritos. Entre los próximos títulos que Gadir editorial publicará se halla La isla de Arturo. La novela, ambientada en la pequeña y acogedora isla de Prócida, frente a la ciudad de Nápoles, se mueve alrededor de su protagonista adolescente, Arturo, quien crece y se desarrolla en un espacio geográficamente limitado. Él respira y absorbe la seguridad que la isla le proporciona; en ella descubre y desvela sus difíciles relaciones con el padre, con su madrastra, con su hermano, hasta sentirse literalmente privado de espacio, casi ahogado, y consigue llevar a cabo su plan de abandonar la isla para cruzar el mar hasta la península. Se trata de un viaje iniciático, del abandono de las raíces seguras pero demasiado vinculantes, de la inquietud de un adolescente que pasa a ser adulto y corta, finalmente, con un pasado más inquietante de lo que 58 Quimera
se pretende en la primera parte de la novela. Morante escribió La isla de Arturo en una época de su vida llena de acontecimientos determinantes especialmente en el plano afectivo: el desamor se había apoderado de ella, la presencia de Moravia ya no representaba un apoyo emocional; su apasionada amistad e interés por Luchino Visconti, como hombre y hombre de cultura y cine, se veía rechazada por la homosexualidad de él. El deseo de ampliar sus horizontes y amistades se veía frustrado por el tipo de persona que a ella le interesaban: y curiosamente, o no, en su afán de crecimiento hacia la edad adulta Arturo da tumbos y recibe golpes muy parecidos a las vivencias de la autora: el amor que el protagonista le tiene a su padre, un alemán curtido por el agua de mar, el sol y sus hazañas llenas de aventuras, se verá condicionado por el descubrimiento de que su padre, hombre atractivo y fuerte, es en realidad un homosexual que se vende al amor de un chico preso en la cárcel de la isla. El desencanto es total, la frustración inmensa; el protagonista se siente defraudado, traicionado, siente el desamor. Al igual que la joven mujer de su padre, quien no quiere intimar más con Arturo, por miedo a una relación incestuosa. El incesto, tal y como se comentaba anteriormente, es otro de los temas morantianos, y en esta novela aparece de forma evidente: la joven madrastra podría ser una posible novia de Arturo, y el chico eso desearía: pero también por ahí aprenderá a vivir y a comprender, recibiendo esos golpes y esas frustraciones que le empujarán a abandonar la isla, ya que nada le puede retener ahí. Es una novela sobre el paso de la infancia a la adolescencia, y de ella hacia la edad adulta; ambientada en un espacio que se plantea como paradisíaco al comienzo, para convertirse a continuación en una geografía sofocante, limitante y llena de mentiras. Los datos biográficos relacionados con Elsa Morante se desprenden de un interesante cuaderno con anotaciones que, bajo el titulo de Diario 1938, la editorial Einaudi publicó en 1989. Es un pequeño cuaderno con anotaciones personales y de sueños que la escritora tuvo, en parte con sus interpretaciones, en parte con preguntas que ella misma se hacía para aclarar los mismos y para intentar comprender sus miedos. Es evidente que las iniciales L. V. a las que se refiere reiteradas veces se corresponden al director de cine Luchino Visconti que tanto atraía a la escritora en aquellos años y que tanto la defraudó.
No se ha publicado todavía en España la novela Menzogna e sortilegio, a pesar de ser la primera novela de la escritora. Es un relato familiar, un familienroman, en el que se recrea el drama de un núcleo familiar siciliano, donde los acontecimientos privados van asumiendo paulatinamente un carácter mítico. Ambientado a finales de 1800, la memoria de Elisa niña, y luego joven, consigue formular la existencia de esta familia donde la vida pequeñoburguesa se ve agitada por unos sentimientos y emociones que se vuelven dramáticos. La mentira, la falsedad, los celos y el amor excesivo enturbian las relaciones familiares, lo que supone la necesidad de una distancia en el personaje protagonista y el abandono de su Sicilia natal. Desde el sur hasta el centro de Italia, para afincarse en Roma, ciudad en la que desea retomar el camino de su vida. La novela fue avalada, en su publicación en Italia, por la escritora Natalia Ginzburg y recibió las críticas muy positivas de György Lukács, quien la consideró “la mayor novela italiana moderna”. Sin duda Menzogna e sortilegio representa la última gran novela de carácter decimonónico que en Italia vio la luz en un período de posguerra, y totalmente alejada de las problemáticas sociales de esa época. Una obra literaria desvinculada de la producción narrativa en la que se dio a conocer. La escritora dedicó a la redacción de esta novela los años de la segunda guerra mundial, e incluso el período que, con Alberto Moravia, ambos transcurrieron escondidos en una zona del sur, para evitar que los nazis se llevaran al escritor, de familia judía. El manuscrito sobrevivió a los peligrosos y accidentados viajes de Elsa Morante y su publicación coronó el sueño que desde hacía tiempo ella acariciaba. Sin lugar a dudas la necesidad de Morante a la hora de redactar la novela Monzogna e sortilegio fue de alejarse de las confusas historias de su familia de origen, tan bien recogidas en el libro de Marcello Morante, Maledetta, benedetta, publicado en 1985. Este libro, redactado por uno de los hermanos de la escritora, revela los inquietantes secretos de la familia, tan escondidos por la madre y bien custodiados por sus hijos. El padre biológicos de los 4 hermanos Morante era siciliano, un supuesto “tío” de la familia, pero en realidad el responsable de la descendencia de esa familia, puesto que el marido de ella era impotente. El desprecio hacia la figura del padre, hacia el marido de su madre, la humillación que se respiraba dentro de la familia seguramente ahogaran a más
de uno de sus miembros: el talento de Elsa, su capacidad narradora, su fabulación y su deseo de destacar la empujaron a librarse de ese peso y de ahí la amplia novela que surgió con el título de Menzogna e sortilegio como un auténtico sortilegio para dejar atrás ese pasado de confusas relaciones familiares. Esta primera novela de Morante se publicará dentro de unos meses, también por la editorial Gadir. Es interesante recordar que la escritora empezó a escribir y crear cuentos para entretener a sus hermanos –lo que se desprende de forma muy evidente del relato “El juego secreto”, que forma parte de la recopilación El chal andaluz–, y especialmente de este relato largo en versos que son Las extraordinarias aventuras de Caterina, divertido cuento lleno de episodios que representan la prehistoria de la narrativa de la escritora. Los cuentos escritos para sus hermanos entretienen ahora tanto a un público de lectores infantil, como a los adultos que acepten disfrutar de los juegos dedicados a los pequeños. Elsa Morante fue innovadora y se movió a contracorriente con respecto a modas literarias, géneros, escuelas. Pero la irrefutable validez de esta escritora y la actualidad de sus planteamientos son un perfecto estímulo para retomar su obra literaria, aún muy actual es esta primera década del nuevo siglo. ■
BIBLIOGRAFÍA COMPLETA Il gioco segreto, Milán, Garzanti, 1941 Le bellissime avventure di Caterí dalla trecciolina, Turín, Einaudi, 1942 Menzogna e sortilegio, Turín, Einaudi, 1948 L’isola di Arturo, Turín, Einaudi, 1957 Alibi, Milán, Longanesi, 1958 Lo scialle andaluso, Turín, Einaudi, 1963 Il mondo salvato dai ragazzini, Turín, Einaudi, 1968 La Storia, Turín, Einaudi, 1974 Aracoeli, Turín, Einaudi, 1982 Pro o contro la bomba atomica, Milán, Adelphi, 1987 Diario 1938 (Alba Andreini ed.), Turín, Einaudi, 1989 Opere (Carlo Cecchi y Cesare Garboli eds.), vol. I y II, Milán, Mondadori, col. I Meridiani, 1988-1990 Racconti dimenticati, Turín, Einaudi, 2002 Piccolo Manifesto dei Comunisti (senza classe né partito), Quimera 59
SOBRE LA DIFICULTAD DE ENCONTRAR UN TAXI EN FINLANDIA
Ilustración de lluis Alabern
Un relato humorístico de David Bombai —¡Taaaaxi! Jari es el delantero centro de un equipo de fútbol en declive, lo que no aporta nada a nuestra historia, ya que trata sobre Magnus, el hombre que busca desesperadamente un taxi en Finlandia. Encontrar un taxi en Finlandia es casi tan imposible como limpiar el polvo en una casa sin cristales. Magnus es un incomprendido: sus amigos no entienden por qué no se compra un coche o, simplemente, por qué no coge el metro. Pero él sabe que esa es una solución fácil. Y él no es un hombre fácil. Su mujer, aburrida de tanta desdicha (pues Magnus espera encontrar un taxi libre incluso viendo la televisión o regando las plantas del jardín), quiere encontrar una solución viable para que su amante esposo descanse en paz, sin tener que recurrir al asesinato. Sonja, que así se llama, le propone dos opciones: en primer lugar, comprarle calzoncillos nuevos; y en segundo lugar, que hable con sus padres. Ellos también buscaron taxi una vez durante 40 años, y lo consiguieron, pero en otro país; sin embargo, así acabó su pesadilla. —Hijo mío, encontrar un taxi en estos tiempos es una de las empresas más difíciles que puede iniciar cualquier hombre en su madurez. Tienes que pensar si en verdad vale tanto la pena. Desgraciadamente, la interesante charla acabó cuando Magnus vio una sombra por la ventana, a 30 km/h, y salió tras ella gritando “¡Taaaaxi!”. Con su madre las cosas tampoco fueron muy bien: ella, psicoanalista de profesión, lo sentó en el diván y se echó las culpas a sí misma por la infelicidad de su amado vástago. La madre tampoco supo explicarle por qué aún se orinaba en la cama, ni por qué sentía pánico delante de un chino, ni por qué sus amigos le apodaban “El violador de Helsinki”. ¿Sería Magnus un caso sin remedio? Su propio hijo, un paria de la sociedad. ¡Qué pena, de verdad! ¡Qué tristeza para una madre! Decidió viajar con su hijo a la consulta del Dr. Halonen, el eminente psiquiatra lapón, esperando que éste hallara una respuesta satisfactoria. Una vez en la consulta, el Dr. Halonen los recibió con una interesante cuestión: —Señora, ¿no cree usted que ya tengo suficientes problemas con tener que hablar en finés como para saber también lo que le pasa a su hijo?
—Es una curiosa pregunta, pero por favor, hágamela otro día, que hoy vengo atacada. El Dr. Halonen se aplicó como nunca con Magnus: le hizo el test de Grüber, y el de Hans-Pzufferberg, la prueba física de Mitchell-Lebembaum y hasta un examen de matemáticas. Magnus se quedó en blanco al llegar a la tabla del 8. —Intrigante… —afirmó Jalonen— Realmente intrigante. Pero lo más intrigante de todo es que me haya dicho “Quédese con el cambio” cuando lo he acompañado en la silla de ruedas. Basándose en la teoría, remota y seguramente equivocada, de que Magnus tenía unas ganas locas de subirse a un taxi y que le diera una vuelta por el centro, el Dr. Halonen convenció a su yerno Matti para que se los llevara de paseo a él y a su madre. Esa era su última opción: si eso fallaba, Magnus sería un caso crónico y sin remedio. El coche de Matti era un utilitario con rejilla para perros: evidentemente, colocaron detrás a Magnus y mientras su madre, en el asiento del copiloto, intentaba calmarle tirándole golosinas a la cara. Según el Dr. Halonen, eso era algo que funcionaba 9 de cada 10 veces, pero con Magnus, la estadística reventó: no sólo bajó del coche gritando “¡Taaaaxi!” con más ganas que nunca, sino que se enzarzó en una agria disputa con Matti porque según él, Jari, el delantero centro de los Killers de Mikkeli, no sabía defender. —Señora, ¿tuvo su hijo una infancia feliz? —Todo lo feliz que puede ser la infancia de un finlandés. —¿Le pegaban con la escoba? —Por supuesto. —¿Alguna vez le obligaron a comer cangrejo en mal estado? —¡Claro que sí! La pregunta ofende… —Pues entonces, no entiendo qué extraña desviación tiene su hijo. —¿No será que quiere coger un taxi para ir a algún sitio? —Lo dudo. Sería demasiado fácil, y en el primer párrafo del cuento ya se dice que su hijo no es un hombre fácil. —¿Y qué puedo hacer? Es muy duro ver sufrir tanto a un hijo. —Péguele un tiro. —No podría… La última vez casi se nos muere. —Pues sólo nos queda una solución. Quimera 61
—¿Cuál? —Simple: ustedes se largan y yo me tomo un Martini blanco y unas patatas. En el trayecto de vuelta, que podrían haber hecho en taxi pero la madre consideró que su hijo tenía que aprender que la vida es dura (por eso fueron en tren de Cercanías), Magnus gritó al revisor, y también a unos ancianos que se sentaban delante, y a una señorita muy guapa y muy finlandesa que ocultaba un secreto oscuro y pecaminoso. A todos ellos les increpó para que no fueran por la 42 con Maine, sino que giraran a la derecha y subieran por el puente de George Washington. “Realmente, pensaron todos, así llegaríamos más pronto a casa”. De regreso al hogar, en un alarde de inteligencia, el mayordomo de la casa, el buen e inteligente Aki, después de disparar una ráfaga de advertencia que destrozó todos los cuadros que conformaban la exquisita colección privada de la familia, convenció al señorito Magnus para que salieran al jardín: disfrutarían de un agradable paseo, y de paso mantendrían una reveladora charla. —¿Es usted feliz señorito Mangus? —¡Taaaaxi! —Eso creía. ¿Ha comido alguna vez vainilla con fresas? —¡Taaaaxi! —¿Le gustaría ver Madrid? —¡Taaaaxi! —¿Qué tal su mujer? —¡Taaaaxi! —Hum… ¿Y piensan tener hijos? —¡Taaaaxi! —Sí, es verdad: Alejandro era un gran emperador. —¡Taaaaxi! Después de eso, todo comenzó a ser diferente: Magnus nunca más volvió a esperar ningún taxi, ni volvió a esperar nada, en realidad. Se convirtió en un hombre gris y anodino sin ningún tipo de particularidad. Un finlandés más. No obstante, y después de que toda su vida haya transcurrido de forma aséptica y aberrante, el 4 de febrero de 2047, cuando cuente con 85 años de edad, tendrá una idea revolucionaria y comenzará por su cuenta la fabricación de un cohete capaz de surcar el espacio y llegar a Marte, en vuelo directo y sin escalas. Morirá dos días antes de poderlo tener acabado y en condiciones óptimas de poder volar. 62 Quimera
Su padre, añorando los días en los que su hijo sufría sin motivo alguno, lo que a él le producía lo que con el tiempo denominaría “un matemático placer”, se arrojó al Golfo de Finlandia para acabar cruzándolo y batiendo el récord de permanencia en el agua durante 51 días seguidos, justo los que dura el invierno sin sol en Laponia, lo que tenía más mérito porque todo estaba oscuro, y no se veía nada. La madre de Magnus, harta del psicoanálisis y de las teorías contradictorias de Sigmund Freud (con el que le unía también la pasión por las alpargatas con formas de animales), abandonó a su marido, según ella un pésimo recolector de setas (además de un mal padre), y se fugó con el Dr. Halonen: vivieron juntos y felices durante más de 50 años, hasta que ella le reemplazó por un joven agronomista francés, además de aristócrata, multimillonario, esquizofrénicamente emparentado con Hitler y coleccionista de puntos de sutura en heridas de celebridades. Sonja, la esposa acongojada de Magnus, escribió una novela de éxito que la catapultó hasta el estrellato: concretamente voló a 200 km/h y se estrelló contra la fachada de la sede central de Nokia en Espoo. El mayordomo Aki dirigió un falso documental basado en la vida de todos y ganó el Premio Nacional de Cinematografía por “una obra tan bella y conmovedora, como llena de camas elegantemente bien hechas”. El Dr. Halonen, después de que la madre de Magnus le abandonara, fundó la Asociación del Peine de Helsinki, que junto a la Sociedad de la Escobilla de Wáter y a la Congregación del Ratón de Ordenador, se convirtió en uno de los lobbys de mayor influencia en toda Finlandia. Matti, el yerno del doctor, impactado por su discusión con Magnus acerca del delantero centro de los Killers de Mikkeli, decidió no darle más importancia al asunto y olvidarlo por completo. De paso también olvidó la cartera en el lavabo de un restaurante de la capital, cuánto es al cambio 4 dólares canadienses, los Juicios de Nüremberg, darle de comer al perro, de qué color tenía los ojos el primo hermano lejano de su primera esposa, qué parentesco había entre los hermanos Karamazov y todo lo referente a la Ley de la Gravedad. La señorita muy guapa y muy finlandesa que ocultaba un secreto oscuro y pecaminoso nunca supo explicar su presencia explícita en este cuento, pero sacó un 10 en el examen de literatura que tenía esa tarde. ■
EL INSOMNE
Damián Tabarovsky
U
LITERATURA DE GARAGE
n lugar común dice que todo lo que escribimos es autobiográfico. Redactamos un texto sobre astrofísica, una historia acerca de las estepas rusas, un soneto sobre el Real Madrid, y se supone que, en realidad, estamos hablando de nosotros mismos. Desconozco como se constituyó esta idea, quizás como una despedida póstuma del psicoanálisis vulgar, o tal vez como un modo de la epopeya cotidiana del narcisismo del yo en los medios de comunicación, en los blogs, en las antologías de escritores imberbes; el triunfo del sujeto sin subjetividad. Peor son aún otras fórmulas tales como “toda literatura es política” y cosas por el estilo. Decir que todo es algo, ya es totalitario. Sigo pensando a la literatura como una práctica caracterizada por su autonomía relativa. Es decir, es autónoma pero relativamente. Y por ese relativismo se cuela la historia, la sociedad, la economía y la política. La literatura es una práctica social que pone en cuestión la idea misma de práctica social. Porque si toda literatura fuera política, porqué no pensar también la frase a la inversa: toda política es literatura. Los eslóganes son funcionales porque se pueden dar vuelta como un guante (miseria de la filosofía/filosofía de la miseria). Es obvio que no toda literatura es política, el problema es otro: que no toda literatura es literatura. Vuelvo al principio, entonces. Si todo es autobiografía camuflada, me tomo el atrevimiento de informar, a continuación, sobre un hecho biográfico no
encubierto: recientemente me he mudado. Dato menor que no creo que le interese a nadie, pero ya que estamos en el terreno de la confesión, continuemos. Con mujer y dos hijos pequeños, me he cambiado a un casa más grande en un barrio algo más alejado del centro (aunque no en el suburbio, sino dentro de Buenos Aires, a 20 minutos de subte de las librerías de la Avenida Corrientes). La casa es promisoria a futuro, pero por ahora está en obra, y hoy le falta una habitación. Así, luego de varias idas y venidas, decidí instalar mi biblioteca y escritorio en el garage. Le hicimos una limpieza de cara (pintamos las paredes, pusimos veladores) pero el piso tiene todavía una seca mancha (no se si de aceite o grasa) y no pudimos sacar las canillas y una rejilla en el suelo. Y de repente, mientras escribía mi primer artículo en mi nuevo estudio, atisbé el fantasma de una gran tradición: el rock de garage. Esa música cruda, directa e irresistible de viejas bandas norteamericanas de clase B, inspiradas por otras inglesas como The Kinks o The Who. Y sobre todo, pensé en Los Saicos. Fundadores absolutos del rock en castellano, creada en Lima en 1964 y disuelta en 1966, en apenas dos años se encargó transformar la apática vida limeña en algo maravilloso, visceral y rebelde. Su tema más famoso es “Demolición” cuya letra repite obsesivamente estas dos frases: “Echemos abajo la estación del tren” y “Demoler”. Tan sólo en los acodes iniciales la primera frase se repite cinco veces, y la siguiente palabra tres. ¡Pero qué prime-
ros acordes! Mezcla de rockabilly con surfer, de fondo se escuchan unos “ta ra ta ta” y un griterío que recuerda al mejor Screamin’ Jay Hawkins, el de “I put a spell on you” (Screamin’ saliendo de un ataúd, con unos cuernitos en la nariz, prendiendo su boquilla, antes de ponerse a gritar enloquecidamente). Los Saicos fueron punk diez años antes de que existiera el punk. La alegoría de demoler la estación del tren es tan obvia como en general son las alegorías punk: la gran estación de tren -en Lima, en Buenos Aires, en Nueva York-encarna el poder imponente de la obra moderna, el cruce entre arquitectura y tecnología, entre circulación capitalista y masificación, entre control social y disolución de la identidad. Pero precisamente la potencia de la alegoría reside en su literalidad. La literalidad es el gran fantasma idiota de la literatura, que no sabe qué hacer con ella: si se acerca demasiado, muere en el intento. Alejarse es la única solución, eso es evidente, pero la respuesta radica en el cómo (cómo alejarse de la literalidad: otra forma de llamar al estilo, a la sintaxis, a la respiración). Y mientras tanto pensaba en si es posible una literatura de garage como lo fue el rock de garage. Una literatura rápida, que juega con la ironía, la digresión, el salto de un tema al otro, la puesta en suspenso del sentido; pero instalada siempre como pregunta filosófica, como meta-literatura, como un artificio absolutamente erudito e intelectual, como una crítica radical al estado de las cosas. De eso se trata. Quimera 63
EL QUIRÓFANO ® La muerte es la madre de la belleza
El tremendismo le sienta bien a Denis Johnson. Claro que sus dos temas más queridos, que recorren el cómputo de su obra como feroces calambres, el Mal y la Redención, son lugares comunes a los que cierto exceso favorece. Sin embargo, hay que ser un gran escritor para que el fuego, en vez de iluminar el paisaje, no lo queme ni calcine. Y Johnson lo es: un gran, inmenso escritor, y un espléndido creador de imágenes que son como trajes en llamas, como horizontes incendiados. Como Kathy Jones, el inolvidable personaje femenino protagonista de Árbol de Humo, dejó apuntado en tan espléndida obra: “Los que estamos en el Purgatorio cantamos gratamente sobre el Infierno”. Porque Johnson, en efecto, escribe desde el Purgatorio de la Literatura acerca del Infierno de la Vida. Ángeles derrotados es un estudio nada optimista de la condición humana, de sus muchas miserias y de sus escasos logros, aunque su impacto no reside en lo que cuenta, sino en cómo lo hace. La extraña familia Houston (que reaparece con sus angustias y fobias en la mencionada Árbol de Humo: Johnson, a qué dudarlo, es un escritor de obsesiones) y la no menos extraña familia formada por Jamie Mays y sus dos desdichadas hijas, no por monstruosas resultan originales. Lo que singulariza a estos caracteres y los hace inolvidables es la mirada que Johnson enfoca sobre sus peripecias (alcohol, drogas, violación, locura, robo, fanatismo religioso, asesinato institucionalizado), siendo capaz de convertir el cul de sac de la noche de Chicago en uno de los retablos del terror más asombrosos que este lector 64 Quimera
haya frecuentado. Mienten las academias de las bellas artes: las pinturas del Bosco sí se pueden describir con palabras. Johnson lo ha hecho en la breve historia de Ned Colocón, el hombre del traje rojo, un puñado de páginas que convocan a los maestros antiguos (Lautréamont) y contemporáneos (Lynch) del miedo, convirtiendo el cine y la literatura gore en meros trámites para adolescentes. La estatura de Johnson como escritor no se sostiene tanto sobre la arquitectura de la obra (clásica en su modelo de argumento, nudo y desenlace, con motivos de road movie y novela negra), cuanto en el impacto de un lenguaje que, en torno a unos pocos motivos (las sinestesias constantes, las descripciones corporales y del entorno, el poder de las metáforas), genera un ambiente turbador, mostrando de paso cómo, en una época de saturación de imágenes como la actual, el poder del lenguaje literario sobrevive indemne. Quizá la aventura poética de Johnson (sus dos primeros textos publicados, The man amongst the seals e Inner weather, son libros de poesía) redunde en su trabajo de prosista con una escritura siempre al límite, que no trabaja por acumulación, sino por decantación, y que logra sus momentos más brillantes tanto en la construcción de microclimas como en unos diálogos anfetamínicos y paradoxales, que recuerdan a los de Don DeLillo en novelas como Americana o Jugadores, y de los que emana una ominosa sensación de inminencia, de que algo terrible está a punto de suceder o acaso esté ya sucediendo, sin que el lector sepa a ciencia cierta cómo, por qué y ni siquiera a quién.
NOVELA
Ilustraciones de El Quirófano: Lamare
ÁNGELES DERROTADOS Denis Johnson Anagrama. Barcelona, 2009. 264 págs.
Si en su primera aventura editorial entre nosotros, allá por 1986, esta novela pasó casi de puntillas, poco menos que de incógnito, dos libros como Hijo de Jesús y El nombre del mundo fueron preparando la explosión de talento y reconocimiento de esa obra maestra que es Árbol de Humo, quizá con Europa Central, de William T. Vollmann, la mejor novela americana de la década. Recuperada hoy por Anagrama, no conviene dejar pasar la oportunidad de redescubrir un texto donde ya están presentes los motivos de una literatura que, como la leyenda que William Houston Junior admira en la cámara de gas a la que su estupidez le condena, asume la profundidad de cierto verso de Wallace Stevens inscrito a sangre y fuego para los que ya no esperan nada: la muerte es la madre de la belleza. Y Johnson su cantor.
Ricardo Menéndez Salmón
EL QUIRÓFANO ® Autor-personaje en busca de nueva novela LAS MANOS CORTADAS Luisgé Martín Alfaguara. Madrid, 2009. 464 págs. Si Elisabeth Costello, personaje-novelista de la homónima obra de J.M. Coetzee, saltó a la fama con una novela que, titulada La casa de Eccles Street (1969), protagonizaba Molly Bloom, mujer de Leopold Bloom, el Ulises joyciano; Luisgé Martín (Madrid, 1962), el novelista que aquí ocupa, cosechó un notable eco entre la crítica con La muerte de Tadzio (Alfaguara, 2000); aquí el protagonista no era otro que el efebo que volvía loco al Von Aschenbach de Thomas Mann, y al que Visconti convirtió en icono de rubios tirabuzones. Luisgé Martín, es una autor muy de nuestra época, y eso, porque sabedor de las características formales que rigen la narrativa actual que quiere ser singular, las utiliza con notable esmero y resultados destacables. Así, aquel bucle narrativo en que convertía la vuelta de un Tadzio anciano a Venecia, atrevida pericia que resolvía con oficio y destreza, hay que enmarcarla dentro de un conjunto de obras que recuperaban personajes secundarios de grandes obras literarias para otorgarles la primacía en una serie de novelas de continuación: La mujer de Wakefield (Tusquets, 2000) de Eduardo Berti, Al morir Don Quijote (Destino, 2004)) de Andrés Trapiello o en el ámbito catalán Laura Sants (Destino, 2006) de Emili Teixidor. Es este un recurso que quiere emparentarse con la novela posmoderna, y que es tan antiguo que el osado autor de falso nombre Alonso Fernández de Avellaneda, ya decidió utilizarlo para prolongar las aventuras quijotescas, consiguiendo el gran logro de que Cervantes nos escribiera la segunda parte. En su última novela Las manos cortadas, Luisgé Martín trabaja con elementos que corresponden a ese intento de ser autor de
nuestro tiempo: la difusa frontera entre autor y personaje, la utilización del recurso de la investigación intelectual para acercar el texto a la novela negra, la combinación de elementos históricos y ficticios… elementos todos ellos que remiten a Soldados de Salamina de Javier Cercas, novela que no mostraba nada original pero sí que enseñaba que con ellos pueden urdirse textos literarios de gran éxito. La novela se construye con la elaborada y bien trabada prosa, tan característica del autor. Prosa sujeta al justo y preciso ritmo con el que Luisgé Martín conduce, a su antojo, al lector por los meandros situacionales que el protagonista va encontrando en un camino repleto de obstáculos. El autor-narrador de Las manos cortadas llega a Santiago de Chile para presentar su último libro. Allí se verá envuelto en una misteriosa peripecia que gravita alrededor de unas cartas secretas de Salvador Allende; esas cartas y un crimen perpetrado bajo el influjo de lo que describen, introducen al protagonista en una aventura de averiguaciones, huidas y desvelo de secretos largamente guardados y no olvidados. A ritmo de road movie, novela de viajes, género negro o falso ensayo histórico Luisgé Martín erige una obra de gran vigor, que adolece, valga la paradoja, de un prometedor inicio que parece conducirnos a la destrucción de mitos políticos de nuestra época y a la plasmación fehaciente de los oscuros recovecos que esconde la condición humana, aun en aquellas personas de intachable imagen pública; luego los derroteros van por otro camino más predecible. El mismo autor se hace deudor del trabajo documental de Patricio Guzmán, mucho más presente en la novela que trabajos literarios previos sobre la dictadura Pinochetista como
NOVELA
los de Mauricio Electorat y su disección en La burla del tiempo (Seix Barral, 2004) de la resistencia contra Pinochet a banda y banda del Atlántico, de los alegóricos acercamientos de Roberto Brodsky o de la novela como arma contra la desmemoria que ensaya con gran resultado Carlos Franz en El desierto (Mondadori, 2005), por poner solo ejemplos recientes y conocidos. Más paralelismo, en el proceso estructural del relato y en los materiales histórico-ficticios con los que se trabaja, tienen estas manos cortadas con el último libro de Roberto Ampuero El caso Neruda (La otra orilla, 2009). Novela sobre la amistad, las huellas imperecederas que el dolor y la violencia política esculpe sobre el ser humano y la facilidad con la que se puede manipular la Historia para releerla al capricho de cada cual, al respecto el narrador se sirve de una explícita referencia al otrora fundador del GRAPO, hoy hagiógrafo del aznarismo; Las manos cortadas es también un ejercicio sobre el germen del acto de escribir, pues el personaje investiga y vive la aventura de descifrar un lejano secreto en tanto en cuanto sabe que después la escribirá, para hacer de la experiencia: literatura, y sublimar la realidad de lo vivido en las páginas de lo escrito; y una reflexión lúcida e irónica sobre la necesidad que el autor tiene de explicar y de cómo hacerlo: “Ya he hecho alarde muchas veces en otras tribunas, sin ironía ni afectación, de mi desmaña narrativa y de la impericia con la que suelo hilar los hechos que voy contando, sean reales o inventados” (p. 250). En definitiva, un piedra más del sólido edificio novelístico que Luisgé Martín ha ido erigiendo en los últimos años.
Óscar Carreño Quimera 65
EL QUIRÓFANO ® La cara lóbrega de la utopía EN TIERRAS BAJAS Herta Müller Trad. de Juán José del Solar. Siruela. Madrid, 2009. 182 págs. EL HOMBRE ES UN GRAN FAISÁN EN EL MUNDO Trad. de Juán José del Solar. Siruela. Madrid, 2009. 120 págs.
Doblemente merecido el Nobel otorgado este año por la Academia Sueca a la escritora en lengua alemana Herta Müller (1953, Nitzkydorf –Rumanía). Y la decisión afirma la voluntad de la Academia de no sucumbir a reconocimientos anunciados y atenerse a los verdaderos valores. El premio rinde homenaje a una literatura de escenarios olvidados, el entorno natal de la escritora –Banat–, un recóndito lugar germanohablante en la región de Timisoara, Rumanía. La autora, que debutó con la antología de cuentos En tierras bajas (Niederungen), que vio la luz en la Rumanía de Ceaucescu de 1982, en versión censurada, se revela ya en sus primeros textos como maestra de la fina observación y la sobriedad, pero su mérito es tanto mayor cuanto que su obra –de fuerte influencia autobiográfica– construye un depurado lenguaje, que trampea la censura para describir al detalle los asfixiantes ambientes del régimen rumano de los ochenta. Lo hace en su país, a pesar del acoso y derribo a que fue sometida –desde 1984 tenía prohibido publicar–. La policía secreta de Ceaucescu, consideraba “enemigo del Estado” al círculo de escritores al que Müller pertenecía, la Aktionsgruppe Banat, y le abrió a ella un proceso que siguió activo incluso después de que abandonara Rumanía, en 1987, para instalarse en la República Federal de Alemania. En tierras bajas (Siruela 1990, 2007, 2009) es un compendio de quince cuentos, uno de los cuales, mucho más extenso, da título al libro y anuncia su contenido. El hombre es un gran faisán en el mundo (Siruela, 1992, 66 Quimera
2007,2009) es un rosario de otros cuarenta y nueve. Más que historias Müller transmite en ambos libros ambientes opresivos y asfixiantes de un pueblo, un villorrio perdido –uno de tantos– de su región natal y de su gente, la minoría suabo-alemana de Banat. Los títulos del primero parecen suscribir instantáneas de la vida rural, condensan la esencia de cuadros: “La oración fúnebre”; “El baño suabo”; “Mi familia”; “Papá, mamá y el pequeño”;… contrariamente, los del segundo remiten a elementos aparentemente superfluos, pero forman el eje excéntrico en torno al cual se construye todo lo demás. En el primero los penetrantes ojos de una niña describen con estremecedora impavidez las escenas de la insoportable vida familiar cotidiana y del pueblo. En el segundo la voz narra desde la objetividad omnisciente. También aquí los cuentos, que pueden leerse aisladamente o como un todo, son cuadros de la lóbrega y malsana vida diaria a partir de un protagonista, Windisch, de su familia y sus relaciones. Su hilo conductor es la emigración, por la que apuesta Windisch y tantos otros vecinos, los sobornos y humillaciones a los que les y se someten para obtener su pasaporte y que protagonizan el policía y el cura, el embrutecimiento general. Müller refleja en ambos libros un mismo ambiente y es irreverente donde el realismo exige irreverencia: nada más lejos de los idilios campestres y la armonía que debiera reinar en una pequeña comunidad supuestamente redimida por el socialismo de la ignorante superstición, de estrecheces económicas, del amiguismo
para obtener poder –económico, social– y de la brutalidad humana:“En el lugar donde se desangró el macho cabrío no ha vuelto a crecer la hierba […]” (El hombre es un gran faisán en el mundo); “La Granja estatal está integrada por un presidente [...], que es cuñado del alcalde y hermano del presidente de la CPA” (En tierras bajas). Con otro estilo pero con la misma contundencia crítica que Elfriede Jelinek, Müller nos describe un anti-idilio del que no hay escapatoria, y coloca de un plumazo a un mismo nivel capitalismo y socialismo: la rudeza y la violencia en las relaciones humanas y sexuales: “Tu padre [...] violó a una mujer en un campo de nabos, […] junto con cuatro soldados más. [...]. Cuando nos fuimos la mujer sangraba”; la hipocresía social: “Mi bisabuelo viajaba cada sábado, [...], a una pequeña ciudad [...]. La gente dice que en esa ciudad se juntaba con otra mujer. [...], según la gente, ésta sólo podía ser una prostituta del balneario [...]”; el modelo burgués como meta: “Muchos saludos desde la soleada costa del mar Negro”; la tosquedad y fealdad de la apariencia física, reflejo del embrutecimiento interior: “[..] se asoma la cara angulosa de mi madre con un pañuelo de seda negra en la cabeza, con unos ojos saltones y punzantes, con una boca sin dientes”; la total ausencia de ternura, la brutalidad en el trato con los animales: “Y cuando llega el otoño son sacrificados. [...] les arrancan las plumas. La vena principal queda a la vista y se torna cada vez más gruesa [...]. La abuela se para con sus pantuflas sobre las alas. Luego le estiran la cabeza
EL QUIRÓFANO ®
RELATOS
hacia atrás, el cuchillo […]; la precariedad y el alcoholismo: “El médico vive lejos. Tiene una bicicleta sin luces, [...] llega demasiado tarde. Mi padre ha vomitado el hígado, que apesta a tierra podrida en el cubo [...]-; la discriminación que sufre el suicida -“El cura pasa rápidamente ante la iglesia [...], pues a los muertos que no aguardan resignados a que Dios les quite la vida y les regale la muerte, [...] no se les puede llevar a la iglesia”; el maltrato como método educativo: “A veces mamá me pegaba cuando me oía llorar y me decía: pues nada, ahora al menos tienes un motivo”; un erial donde no cabe la ilusión: “Una muñeca de cara rechoncha y expresión dura. Cuando se caiga al suelo, o cuando se seque, se le caerán más granos del cuerpo y tendrá un agujero en la barriga, o tres ojos, o una gran cicatriz [...], o los labios partidos”- (En tierras bajas); el soborno, el cobro de favores: “Amalie siente la boca del policía en su cuello […]. El policía se desabrocha la chaqueta. ‘Desvístete’. […]. El cura se quita la sotana negra, […]. El policía besa el hombro de Amalie. […]. El cura acaricia el muslo de Amalie” (El hombre es un gran faisán en el mundo). Todo remite a la mentira de la propaganda de un régimen. Y para que no quepa duda de que no se trata de un solo lugar perdido de su país, Müller hace una breve –pero suficiente– escapada al ambiente urbano: “cuando me fui a la ciudad, vi a la muerte en la calle [...]. Allí los hombres caían sobre el asfalto, gimoteaban, se estremecían y no eran de nadie. Y luego venía gente que les quitaba los anillos y los relojes [...] cuando sus
manos aún no estaban del todo tiesas, [...].” (En tierras bajas) La prosa de Müller es calculada, lacónicamente escueta, sobria, hirsuta, precisa. En el léxico y en la sintaxis. Utiliza la clamorosa ausencia de conjunciones como una afilada herramienta. Müller nombra sin nombrar, dice sin decir. Mejor aún, nombra precisamente porque no lo nombra, dice justamente porque no lo dice. Nunca la ausencia de palabras se ha revelado tan significativa, nunca la descripción indirecta tan exacta: “Mi blusa es suave, sus botones son pequeños, sus ojales, grandes. Mi falda es matinal y se alza como la niebla. Las manos de Toni arden sobre mi vientre. Mis rodillas se alejan nadando una de otra [...]. El puente es hueco y gime, y el eco me cae en la boca. Toni jadea, y la hierba suspira.” (En tierras bajas). La repetición y el efecto enumerativo
que consigue con la brevedad de la oración acentúan la extrema lobreguez de los paisajes geográficos y humanos: “Un acceso de tos sacude la cabeza de mamá y le arranca saliva de la boca. El cuello […] debió haber sido bello, antes de que yo existiera. Desde que yo existo, los senos de mamá son fláccidos, desde que yo existo, mamá está enferma de las piernas, desde que yo existo, mamá tiene el vientre caído, desde que yo existo, mamá tiene hemorroides y las pasa negras y gime en el retrete.” (En tierras bajas). Y sabe de la fuerza de la poesía, del vivo realismo del surrealismo: “El manzano tiembla. Sus hojas son orejas que están a la escucha. El manzano abreva sus manzanas verdes.” (El hombre es un gran faisán en el mundo).
Anna Rossell Quimera 67
EL QUIRÓFANO ® Pintor de ideas/escritor de imágenes MINUTA DE UN TESTAMENTO. MEMORIAS Eduardo Arroyo Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores. Barcelona 2009. 400 págs. Algunos artistas plásticos suelen ser al mismo tiempo buenos escritores. Pienso en Alfred Kubin, Salvador Dalí, Roland Topor, Max Ernst o Antonio Saura. Asimismo, notables escritores, con mayor o menor destreza, se han dedicado a la pintura: Bruno Schluz, Pierre Klossowski, Günder Grass, William Blake, Jean Cocteau o Henri Michaux (de quien por cierto, Ellago ediciones acaba de editar una de sus obras más emblemática: La noche se agita, a la que acompañan Plume y Lejano interior). Ese doble talento para pintar y escribir coincide también en Eduardo Arroyo (Madrid, 1937). Aunque, en puridad, la fama le viene de su actividad artística, sus libros –especialmente Panamá Al Brown (Alianza, 1988), Sardinas en aceite (Mondadori, 1990) y El trío calaveras (Mondadori, 2003)– poseen una excelente factura literaria. El título de estas memorias de Arroyo, Minuta de un Testamento, lo ha tomado prestado de un folleto escrito en 1876 por Gumersindo de Azcárate, donde, a modo de últimas voluntades, sintetiza los principios del Krausismo y expone las pautas éticas de su existencia. Arroyo parodia esa forma testamentaria para narrar secuencias de su vida y exponer sus ideas. Inicia el libro rememorando su infancia en Madrid, la porfía de su madre para sacar adelante a la familia tras la prematura muerte del padre; recordará la etapa escolar y a los profesores de dibujo cuya influencia forjaría su inclinación por la pintura; recreará sus pinitos en los diarios Pueblo, Informaciones y Arriba una vez finalizado periodismo y explicará las circunstan68 Quimera
cias opresoras que le instaron a marcharse de España en 1958. En París frecuentá a los exiliados políticos españoles y a determinados pintores (Giacometti, Rebeyrolle, Aillaud, Recalcati…). A partir de 1960 empezará a exponer sus pinturas, caracterizadas por una figuración derivada del Pop Art, cuyos temas acentúan críticamente los tópicos españoles o denuncian la represión franquista. En 1974, publicará Trente-cinq ans après (Collection 10/18), hibrido de textos, fotografías de la España de aquella época e imágenes de su obra que contrastaba con la propaganda del régimen franquista en su celebración de los “Veinticinco años de paz”. Arroyo no volverá a residir en España hasta después de la muerte del dictador. Pese a su prestigio internacional, la obra de Arroyo tendrá escasa demanda en el mercado del arte y los museos nacionales a duras penas le
MEMORIAS
incluirán en sus colecciones. Por contraste a ese desinterés, en 1982 el Centro Georges Pompidou de París dedicará una exposición retrospectiva de la obra de Arroyo. Quizá esa muestra influyó para que en España le galardonaran con el Premio Nacional de Artes Plásticas. De su fértil y atribulada estancia fuera de España, Arroyo hace un repaso sucinto, pues en esta “minuta” le interesa más subrayar los elementos que conforman su vida, la evolución temática de su obra y opinar sobre la deriva de la España posfranquista. En ese sentido, reflexiona en torno al oficio de pintor, evoca las casas que habitó y sus talleres de trabajo; manifiesta su entusiasmo por el arte del boxeo; elucubra sobre la religión, los vínculos entre la muerte y el arte, la verdad y la mentira; reprocha el victimismo de la izquierda y, en cambio, reivindica “la cultura del cabreo”; despotrica sobre los políticos oportunistas y su mediocridad garbancera… El estilo de estas singulares memorias es terso y fluido, exquisito en sus referencias cultas y está nutrido de sutiles ironías. Qué duda cabe que son recuerdos repletos de juicios subjetivos donde se trasluce el carácter bronco y exigente de Arroyo, sus obsesiones y contradicciones, sus filias y fobias. No obstante, es una delicia leer este apócrifo testamento, insólita mezcla de diatriba ética y lección de arte, cuya acendrada escritura, a la postre, evidencia la condición irredimible y mezquina de la añeja y la actual sociedad española.
Alberto Hernando
EL QUIRÓFANO ® Terrorismo freelance EL CABALLO AMARILLO Boris Savinkov Trad. De James y Marian Womack. Impedimenta, 2009. 184 págs. El silencio cubre el suelo mojado de la plaza inabarcable, desnuda de edificios. El hilo telefónico la atraviesa y se aleja hasta más allá de la niebla gris, que se lo traga. En la calle, cuatro personajes dialogan con gran sigilo. Corre el año 1905 y Moscú es un hervidero de reuniones clandestinas. En ellas se discuten métodos anticonstitucionales para acabar con el régimen zarista e instaurar el socialismo. Rusia comienza el proceso de revuelta que culminará, años después, en la Revolución de 1917. La editorial Impedimenta presenta la primera traducción directa del ruso de la novela –o diario novelado– El caballo amarillo. Diario de un terrorista ruso de Boris Savinkov (Járkov, 1879-1925), un nihilista que ha tomado la decisión de dotar a su instinto criminal de un cariz sociopolítico, de igual manera que podría haberse inscrito en el nacionalsocialismo alemán de nacer años más tarde y unos kilómetros hacia el oeste o pertenecer a algún cártel mexicano de haberlo hecho en la actualidad en Centroamérica. Si se atiende a los argumentos de la novela, narrada por un trasunto del propio Savinkov, la insurrección política en la que participa el personaje resulta un cauce para saciar sus ansias homicidas: “Me pregunto en nombre de quién salgo a matar. ¿En nombre del terrorismo? ¿Acaso por la revolución? ¿O simplemente lo hago en nombre de la sangre, por la sangre misma?” (pág. 32). La vida y andanzas del mismo autor parecen extraídas de una novela de Dostoyevski: mujeriego, terrorista y escritor, adoptó numerosas identidades, asesinó en nombre del socialismo, fue apresado por revolucionario por el régimen zarista y por contrarre-
volucionario durante el bolchevismo, fue corresponsal en la I Guerra Mundial, escapó de prisión y consiguió burlar a la muerte hasta que, por decisión propia o empujado por algún contendiente, traspasó la ventana de su celda en el presidio de la Lubianka y cayó al vacío. El caballo amarillo fue escrito durante su estancia en Francia, entre 1906 y 1908, producto de la huida de su país, donde se había resuelto aplicarle la pena capital. En ese destino provisional, frecuentó los círculos intelectuales, entabló amistad con Picasso, Cendrars, Modigliani y Apollinaire, quienes lo consideraban “nuestro amigo el asesino”. La novela adquiere la estructura de un diario que abarca los ocho meses que se ocupan en preparar y llevar a término el asesinato del gobernador general de Moscú. George O’Brien, trasunto de Savinkov, coordina el atentado, en el que cuatro figuras más se encuentran implicadas: Vania, místico terrorista que aúna asesinato y amor a Dios; Erna, mujer de espíritu débil, encarga-
NOVELA
da de fabricar los explosivos; Fiodor, servidor de la revolución; y Heinrich, personaje ingenuo que se debate entre el compromiso y la moralidad. A partir de la situación de excepción y de la relación entre el protagonista y sus compañeros, El caballo amarillo reflexiona sobre una serie de temas: el misterio de la vida, la naturaleza humana, la creencia religiosa y la fe, el amor, la muerte y el asesinato. La obra muestra la soledad e incomprensión que ocupa el territorio humano en esa tierra inmensa y muda que ensancha los límites de Europa y de la razón, de manera similar a la ciénaga de Manganelli, la condena de Raskolnikov o los augurios del Apocalipsis. Los personajes principales están dotados de una gran profundidad psicológica; el estilo de Savinkov es decidido y delicado al tiempo, manteniéndose atento al detalle tanto en la construcción de los protagonistas como en las descripciones de los escenarios. La obra constituye una muestra representativa de la novela psicológica eslava e incrementa el suspense y la expectación conforme se avanza en la lectura hacia el clímax del relato. Para James Womack, traductor y prologuista de la presente edición, el personaje se desmarca del autor; por el contrario, Andreu Nin, que la tradujo del francés en 1931, consideraba que relato y realidad coinciden. El grado de concordancia entre la narración y la vida de Savinkov, así como el de su psicopatía, son datos secundarios para el lector, que devorará esta obra salvaje dejando al margen su sentido de la moralidad.
Marina P. de Cabo Quimera 69
EL QUIRÓFANO ® Filias, fobias y la página impresa ENFERMOS DEL LIBRO. BREVIARIO PERSONAL DE BIBLIOPATÍAS PROPIAS Y AJENAS. Miguel Albero Universidad de Sevilla. Sevilla, 2009. 235 págs. Qué duda cabe de que hemos vivido años en que todo lo vinculable a la metaficción, lo intertextual y lo metaliterario ha vivido un renovado auge —haya dicho lo que haya dicho Vila-Matas sobre la inexistencia de esa cosa apodada metaliteratura—. En ese contexto, no sorprende demasiado hallar entre las novedades editoriales un libro tan absoluta y declaradamente metalibresco como Enfermos del libro. Breviario personal de bibliopatías propias y ajenas, de Miguel Albero. Libros que aborden cuestiones como las que afronta este breviario existirán mientras existan los libros. Digámoslo de una vez: los libros dedicados a la pasión por leer o a la devoción por el libro impreso siempre tendrán su público. Una audiencia que quizás decrezca aceleradamente, pero que proporciona una cuota mínima asegurada de consumidores ávidos de constatar que todavía existen especímenes de su calaña, allí fuera, en algún lugar. Además, esto no es literatura sobre literatura, o no sólo: se trata de un libro sobre los libros, y sobre todo, sobre aquéllos que los aman, que los odian, que los roban, que los queman, que se los comen, que los entierran incluso, y, en posición de honor, sobre aquéllos que los coleccionan, y en especial, sobre los perseguidores de primeras (selecto club del que forma parte, claro está, el autor). Por eso, más que con los devaneos de un París no se acaba nunca, algunos pasajes de este libro tienen algo de Firmin, el bibliófago más famoso de los últimos años, y el conjunto tenga probablemente más en común, pese a las distancias evidentes, con la Historia de la lectura de Manguel, 70 Quimera
escritor no en balde citado en Enfermos del libro. Pero si Borges abrió una amplia brecha, Albero no transita exactamente por ese jardín de senderos que se bifurcan: ¡no puede resistirse a puntualizar qué citas de entre las empleadas son falsas! Boca abajo, eso sí, para no ponérselo fácil al lector pusilánime. El libro de Albero, que viene a sumarse en la obra de este escritor madrileño a una novela publicada por Tusquets en 2004, Principiantes, y al volumen de relatos Cruces, se sitúa más allá de modas editoriales y de corrientes críticas en boga. Nace y se nutre de una pulsión atemporal, honestamente vivida, que ha querido expresarse aquí como un homenaje más a todos aquellos afectados por los síndromes devastadores del libro. Se trata casi de una cuestión personal; y de ahí el adjetivo que califica al breviario del título. Quizás por ello encabece el libro un prólogo de Juan Bonilla –reiteradamente identificado en el libro como uno de los miembros de
BREVIARIO
la transnacional cofradía de los Devotos de su Alteza– en el que se habla brevemente de bibliotecas visibles e invisibles, y se comenta lo amena que puede resultar la erudición en manos de un diplomático que, después de ser director del Instituto Cervantes en Roma, cónsul en Mendoza y agregado cultural en Costa Rica, no ha perdido, afortunadamente para los lectores, el sentido del humor. Seguramente lo único que se le pueda reprochar al libro sea, en momentos puntuales y escasos, una cierta precipitación estilística, yuxtaposiciones mal ensambladas fruto de la determinación de mantener siempre un tono entre la oralidad y lo intelectual, como flujo de pensamiento mordaz; algunos errores probablemente tipográficos, o despistes gramaticales no revisados y corregidos (como comas antes de paréntesis, etc.); y un error de bulto: afirmar que “es cierto que todos los alcohólicos son dipsómanos, pero no todos los dipsómanos son alcohólicos, del mismo modo que todos los árabes son musulmanes, pero no todos los musulmanes son árabes”, cuando es conocido que existen árabes ateos, agnósticos, cristianos –coptos, maronitas, griegos ortodoxos o católicos…–, judíos o incluso drusos. Pero sin duda el posible enfado de estos segmentos minoritarios de los árabes del mundo será mucho menor que la satisfacción proporcionada al conjunto de los lectores del libro. Por tanto, cómanselo, quémenlo, entiérrenlo o adórenlo (no lo roben, eso no); pero antes, y por el simple placer de leer, léanlo.
Sergio Colina Martín
EL QUIRÓFANO ® El rock que no suena DESEO DE SER PUNK Belén Gopegui Barcelona. Anagrama, 2009, 189 págs. Las personas que escuchan la misma música suelen entenderse sin necesidad de hablar mucho. Quizás por eso haya tanta incomprensión entre padres e hijos. Ahora bien, si los padres cuarentones canturrean “Teach Your Children”, el himno antiburgués de Crosby, Stills and Nash, y su hija Martina prefiere “Gimme Danger” de Iggy Pop, icono del punk, la diferencia no resulta realmente generacional, pues las dos canciones son casi de la misma época, de modo que para una chica de hoy que tiene dieciséis años, ambas representan más el pasado de sus mayores que su propio presente. El problema principal, de verosimilitud, que plantea Deseo de ser punk consiste en que el gusto musical de la protagonista narradora correspondería de manera plausible a una persona que fue adolescente hace treinta años, como Belén Gopegui y el autor de esta reseña, pero no a quien lo es en 2009. La muerte del padre de su mejor amiga y el desempleo del suyo provocan una profunda crisis de Martina: deja de interesarse por la escuela, vagabundea por la ciudad, se mete en edificios ajenos por el mero placer de subir y bajar en ascensor, busca definirse a través de la música que va descubriendo y relata todo eso en un diario epistolar dirigido a su casi-novio. De ahí el segundo problema, que es de etiquetaje: se trata de una novela juvenil disfrazada de literatura para adultos. O de una novela para adultos que se quedó en pañales, o mejor dicho, en trapos de punk postizo. Una narración escrita por una adulta que se imagina cómo hablaría una adolescente de hoy si ésta fuera como la autora desearía, por wishful thinking nos-
tálgico u obcecación ideológica, que fueran las adolescentes de hoy. Es decir, buscadoras de un código auténtico en un mundo dominado por el diseño, jóvenes contestatarias que demandan un lugar para ellas, un espacio propio donde puedan estar sin tener que consumir. Eso es lo que quiere Martina en el clímax, tan patético como absurdo, de su rebeldía: entra en el estudio de una estación de radio, obliga a los empleados, bajo amenaza de suicidarse, a leer un mensaje y poner a todo volumen una canción de Iggy Pop (“Gimme danger”, claro), y exige “locales donde podemos juntarnos cuando nos parece que todo es peor que lo peor y que lo único que esperan de nosotros los adultos es que llegue un día en que empecemos a vender y comprar todo”. Esto me recuerda la época de mi propia adolescencia cuando, en los primeros años 80, jóvenes anarcopunks ocuparon fábricas vacías en Zurich y Basilea, escribieron con espray versos de
NOVELA
Public Image Limited en los muros y declararon autónomo el territorio que se habían apropiado. No tardaron en aparecer los revolucionarios de la más diversa índole (marxistas, trotskistas, maoístas, etc.) que intentaron instrumentalizar para sus fines políticos el descontento existencial y la insumisión de la juventud —algo semejante hace Belén Gopegui con su personaje Martina— pero los okupas, carentes de conciencia de clase, preferían los porros y la cerveza al materialismo dialéctico. Con su desorientación y vulnerabilidad, Martina reanuda la frustrada rebeldía de la generación de sus padres. La autora le atribuye preocupaciones y críticas políticas poco típicas de su edad (el paro, el creciente abismo entre los ciudadanos de la base y los poderosos, la sociedad capitalista que fomenta el consumo y lobotomiza al comprador, las manifestaciones contra la globalización, etc.), como si la adolescente con su energía juvenil tuviera que relevar a sus padres desilusionados y cansados de luchar. Como si Martina fuera la reencarnación ficticia de Gopegui, nacida treinta años después de la autora. En Deseo de ser punk, Belén Gopegui pretende meter la música en la novela, la música “de verdad”, que “no suena: te atraviesa el cuerpo de parte a parte”. Pero del rock sólo quedan algunos fragmentos de las letras, versos que no me dan ni frío ni calor. La música, en cambio, con melodía, ritmo y volumen, no la siento en esta novela decepcionante. ¿Será porque no escucho las mismas canciones?
Marco Kunz Quimera 71
EL QUIRÓFANO ® Melancolía de Asia BILL DE LOS ELEFANTES J. H. Williams Trad. de M. A. Coll Rodríguez. Ediciones del Viento. La Coruña, 2009. 309 págs. TIERRA DORADA Norman Lewis Trad. de Nuria Salinas. Altaïr. Barcelona, 2009. 327 págs. La actual Myanmar, Birmania, es, posiblemente, uno de los países más hermosos del planeta. Es fácil que cualquier viajero que ponga su pie en él conserve para siempre una melancolía muy dulce, un recuerdo sin aristas de la tierra y de la gente. Y no cesará de maldecir el régimen dictatorial, la siniestra bota militar que aplasta a la población, que condena a gran parte de las etnias del país desde 1962, bien denunciada por Emma Larkin en su libro Historias secretas de Birmania (Altaïr), o por la voz de Aung San Suu Kyi a la que acompañan, en ocasiones, manifestaciones de monjes budistas. Pero antes de que se llegara a esta situación, dos viajeros británicos de distinto orden, uno protagonizando un viaje vertical, J. H. Williams, y el otro aproximándose a la figura del explorador, Norman Lewis, visitaron Birmania para dejar sus impresiones en dos obras a las que merece la pena dedicarles unas horas. El primero de los dos libros, Bill de los elefantes, relata de forma muy amena, en primera persona, la experiencia de un veterinario militar destinado a Birmania, en el periodo entre guerras y durante la Segunda Guerra Mundial, que durante muchos años se hace cargo de las cuadrillas de elefantes utilizadas en la construcción y la explotación de bosques de teca. El libro se divide en dos partes, relatándose en primer lugar el descubrimien72 Quimera
to de estas bestias, el aprendizaje a su lado y la admiración por los oozies, los jinetes de elefantes. En la segunda mitad, el episodio bélico cobra mayor protagonismo, dado que la narración sucede durante los enfrentamientos con el ejército japonés, de modo que los elefantes deben abandonar su integración en un medio ambiente natural para ponerse a disposición de las necesidades en el campo de batalla y, sobre todo, de la salvación de los grupos de refugiados. Bill de los elefantes está escrito desde la memoria, cuando su protagonista ya ha regresado a su país de origen y tiene la convicción de que el tiempo en Birmania, junto a los elefantes, ha caducado. Es un relato nostálgico, al igual que lo fue Memorias de África, en el que no abundan datos del país o de las gentes que no pertenezcan al plano de la experiencia personal. Pero a diferencia del libro de Isak Dinesen, este posee humor, una forma de mirar que vaticina la de Gerald Durrell, y que se pierde en el relato de episodios trágicos. Williams (18971958) se muestra a sí mismo como un testigo que poco a poco va conquistando su condición de actor, y como un hombre que va aprendiendo a ser un adelantado a los movimientos de defensa del medio ambiente, enfrentándose al maltrato animal y abogando por una explotación sensata del bosque. No para de expresar su acep-
tación de la naturaleza, donde un estremecimiento muy puro, antiurbano, domina el entorno y a quienes lo habitan. Dota de sentimientos a las bestias, sobre todo a los elefantes pero también a los perros, a quienes atribuye una inteligencia en la que participa el sentido del humor, e incluso encuentra poesía en el amaestramiento al que se somete a los elefantes, pues resulta poética esa forma de entender los juegos que inventan, esa atribución humana que aproxima a los elefantes a la infancia del hombre, y también ese placer en toparse con seres leales o “granujas encantadores”. Durante buena parte del texto, William se expresa con sencillez y con una inocencia que remite a la literatura juvenil, algo que comparte con el Ruyard Kipling de El libro de la selva,, un escritor que no deja de ser un referente en la obra. Así sucede hasta que el aura festiva da paso a una situación deprimente, de lucha por la supervivencia a causa de una guerra, cuando aparecen los desgarros, las tragedias y las lágrimas, cuando el itinerario inevitable, el del refugiado, toma el sitio de la inmersión en la naturaleza. A pesar de todo, Williams continúan manteniendo el pulso, narrando sin odio ni rencor, pero con lástima humanitaria, heredera de un espíritu colonial que, a modo de telón de fondo, no deja de estar presente en toda la obra. Pero cuando la aventura
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VIAJES
bélica sustituye a la romántica, el texto pierde algo de su interés. De hecho, en cuanto desaparecen los elefantes de escena y se retratan asuntos de estrategia militar, el texto desfallece, tal vez debido a que con este motivo jamás se ha hecho buena literatura, tal vez debido a que la aventura no es sinónimo de dificultad y hasta entonces lo que se ha mostrado es la aventura de un hombre, una aventura que uno hubiera deseado compartir. Para que el lector pueda imaginarla con más claridad, al texto lo acompañan abundantes fotografías documentales sobre un hermoso mundo en extinción. Por su parte y al contrario que el inédito Williams, Norman Lewis (1908- 2003) es un escritor de libros de viaje de reconocido prestigio. En España se han publicado varias de sus obras: Un imperio de oriente (Península), Napoles 44 (RBA) o Donde las piedras son dioses (Ediciones B) son algunas de las más significativas, si bien su prestigio se cimentó sobre la defensa de las minorías indígenas. Especialmente encendida fue la que protagonizó refiriéndose a las tribus del Amazonas, que daría pie al nacimiento de la organización Survival, o sus ataques a los páramos culturales que provocaban los misioneros de diversas religiones. Se trata, por otro lado, de uno de los padres de la forma que han adquirido los libros de viajes, de uno de los primeros escritores que
se propusieron relatar tanto su viaje como el mapa cultural, histórico y de geografía física y humana del territorio que atravesaban, una senda que siguieron escritores tan notables como Colin Thuborn o William Dalrymple. Por desgracia, buena parte de los acólitos de esta escuela se limitan a mantener las fórmulas, cayendo en textos periodísticos, en ocasiones de un rigor encomiable, pero a los que le falta cierta profundidad humana, quedándose en los registros del trayecto, alejados de la empatía, del humanismo. En este sentido, Lewis se muestra como un maestro. Evita ser el protagonista de la aventura, cediendo ese puesto a los habitantes del lugar. Cuando uno lee a Lewis en su viaje por Birmania, protagonizado tras la Segunda Guerra Mundial, conviviendo así con un viaje a mitad de camino entre el del mochilero y el del explorador, sufriendo los rigores y trances por los que él pasa, no puede dejar de preguntarse por la suerte de los birmanos ya que, a fin de cuentas, la situación del viajero es provisional, pero la de ellos es permanente. Se produce, de esta forma, un cierto extrañamiento que actúa de bisagra mal engrasada entre lo cotidiano de unos y las hazañas del otro. Para conseguir ese efecto, Lewis se ampara en el gran respeto. Se trata de un humanista que viaja, de alguien dispuesto a descubrir la dignidad en el
gesto más pequeño, en la voz de quien no tiene voz. Para remarcar este efecto, a modo de contraste retrata a los visitantes que pasan por Birmania sin que el país cale en ellos con un patetismo entre siniestro y cómico. Y en este contraste es donde se hunde la esencia del libro. Lewis visita un país en reconstrucción o en destrucción, en una situación de conflicto que le podría llevar a la turbadora solución capitalista occidental, al comunismo o a cualquier otra fórmula política que implicara un desastre social: “lo único que queda es evitar como a la peste toda alianza que pudiera conducir al país a quedar aplastado entre las piedras de molino de Oriente y Occidente”, confiesa en sus conclusiones. Su propuesta no es directa, pues Lewis no es un hombre doctrinario; de la lectura de Tierra dorada resulta sencillo discernir una moción para el futuro, una moción que ojalá hubiera tenido cabida en la historia de este país, pues en ella se aboga por la conservación de los lazos de amistad, y se incluye la crítica a cualquier forma de relación en la que no esté presente el respeto. Pues de eso trata este libro, de algo que uno llamaría respeto si esta palabra no se hubiera regalado con tanta facilidad desde los púlpitos religiosos, políticos y mediáticos.
Ricardo Martínez Llorca Quimera 73
EL QUIRÓFANO ® Así de raros, así de sucios LA SOLEDAD DEL COMETA Luis Rodríguez KRK. Oviedo, 2009. 98 págs. Un mérito de La soledad del cometa es que cuente lo que tiene que contar a pesar del abundante número de tramoyas que sostienen el relato. Porque, además de una palpable fragmentación de la escritura, esta novela breve se sirve de tres mecanismos metanarrativos no precisamente sencillos de manejar. Está la pretensión de que su exterioridad adquiera la forma de una banda de Moebius (superficie física que parece tener dos caras, anverso y reverso, pero que sólo presenta una). También la intención de ser una novela sin final, con una continuidad entre el fin del relato y su inicio, que invita al lector a regresar al inicio del libro tras terminar la última página. Y está, finalmente, la intromisión de la voz del narrador en su redacción. Tres mecanismos más bien posmodernos con los que Luis Rodríguez (Cossío, Cantabria, 1958) trabaja la idea –magistralmente explorada en su día por Borges y Cortázar– de que el sueño o el delirio o la proximidad de la muerte consiguen desdoblar al ser humano, originándose una emanación de nuevas realidades a partir de estos estados extremos de la conciencia. Por este lado, Rodríguez estaría apelando a esa tradición fantástica en lengua castellana que descompone la experiencia de vivir en un juego de membranas permeables. Otro mérito del libro es –seguimos con formalismos– que un texto de apenas 100 páginas le añada a este complejo mecanismo de poleas dos líneas narrativas diferentes, cada una con su propia ambición intelectual. Una pare74 Quimera
NOVELA
ce deconstruir –necrosar, sería más exacto decir– el género picaresco; la otra, es una oscura novela de iniciación, una bildungsroman escéptica. El cruce de ambas líneas deja la sensación de lo raro que es disfrutar de una conciencia en esta época posmoderna, al tiempo que lanza fotografías de una cierta temperatura social que nos contactan con angustias contemporáneas irresolubles. Rodríguez ha instalado este afán narrativo y conceptual en un decorado que pone la piel de gallina. La solapa señala a Beckett y a Bernhard, escrituras pesimistas y radicales en su chapoteo en la mugre y la desolación, pero lo que él sitúa por encima de los artificios literarios es la descripción de una psicopatalogía social. Éste es el escenario en el que transcurre la acción. A Ballard o, mejor, a Sade le hubieran encantado los personajes que aquí celebran los 120
días de Saló sin euforia morbosa ni fastos fascistas, casi con frialdad y sólo por el gusto de llevar un paso más allá la crudeza del placer erótico que colorea sus vidas. Por este otro lado, la novela trata de insertarse en otras literaturas, recogiendo ecos existencialistas y solipsistas. Decíamos antes que todo este castillo tremendista –trazado con un lenguaje seco, preciso, como de dictamen forense– tiene que apuntar a algo irresoluble contemporáneo. Porque son dos elefantes que chocan frontalmente: la metafísica del sueño y la brutalidad de la calle. Una operación similar a la que diseñó, ahora sí, Beckett, que se interrogaba por el alcance de la conciencia desde la perspectiva de que el ser humano no es más que un trozo de chatarra obscena arrojado en medio de ese montón de objetos degradados que configuran el mundo. Aquí, la superficie narrativa la rellenan dos almas escuetas, sin profundidad, dos marionetas que ascienden o descienden por la escalera social mientras la membrana de la realidad se agujerea y la autoconciencia se resquebraja fatalmente. ¿La finalidad de todo esto? Pues se supone que dejarle al lector preguntándose, tras ver cómo se vomita semen y se le ofrece el ano a los viciosos de la alta sociedad, qué extraña consistencia tiene la vida: si la del mal sueño de un millonario asténico, o la de la resaca de un dios pendenciero que nos soñó así de raros, así de sucios y así de tenues.
Roberto Valencia
EL QUIRÓFANO ® Receta para la histeria realista LOS MONSTRUOS Dave Eggers Mondadori. Barcelona, 2009. 222 págs. Si hay un rasgo que pueda definir la novela norteamericana contemporánea, ése es sin duda su autoconsciencia del medio cultural en que habita: de Wallace a Lopate, Fox, Coupland, Franzen, Ellis, DeLillo y otros tantos, a los autores del otro lado del Atlántico los define la disolución del ejercicio de la narrativa pura en otras disciplinas como puedan ser la sociología, el psicoanálisis o la semiología. En su última novela, Dave Eggers no solo se aproxima a nuevos registros al recuperar el cuento de Maurice Sendak Donde viven los monstruos, paralelamente adaptado a la gran pantalla junto a Spike Jonze. Mucho más allá, Eggers presenta el que podría ser un interesante proyecto de salida o reacción al ya normalizado realismo sociológico –que con él vimos en Qué es el qué y Ahora sabréis lo que es correr–, pues si durante el primer tercio de Los Monstruos el relato se dedica a radiografiar el funcionamiento de una familia desestructurada, lo que sigue cae del lado del género fantástico: nada que pueda semejarse directamente a la realidad cultural del siglo XXI sino de un modo más o menos simbólico o alegórico. Max, protagonista de Los monstruos, inicia su andadura con una concatenación de sucesos que acentúan su extrañamiento infantil en un escenario esquizofrénico. Encontramos así a la señora Mahoney, que reprende al protagonista por “pedalear por ahí solo” en diciembre y sin casco: he aquí, pues, una materialización del sobreproteccionismo y miedo al otro –característica que se repite con la aparición del señor Neimenov–. A Gary como el nuevo de novio de la madre de Max, alguien que intenta
contemporizar con él sin resultados. A Claire como la hermana mayor aislada del seno familiar en su grupo de amigos “fumetas”, quienes responden a una venganza de Max sepultándolo en una guerra de bolas de nieve que atilda su incomprensión. Al señor Perry como responsable del centro pomposamente llamado “Una Cucharadita de Deliciosas Actividades Extraescolares”. Y finalmente, al señor Beckmann como el anciano que sabe leer la rabia de Max, pues él también pertenece a esa debilidad típica de la periferia demográfica. Larry McCaffery advertía en 1982 que la literatura de la posmodernidad acostumbra a presentar “un personaje central solitario, alienado, desafectado, escéptico [...] víctima de un represivo y gélido orden social”. De este modo, Eggers –como ya hiciera Barth en ese texto capital de nuestro tiempo que es Lost in the funhouse– proyecta en un menor de edad el conflicto
NOVELA
por el hallazgo del lugar simbólico más favorable para uno mismo. Una búsqueda que lo lleva a llamar la atención de los suyos de forma cada vez más patética, hasta llegar a la culminación de la mutación kafkiana de Max en monstruo que altera el orden familiar, en su caso mediante el disfraz de lobo. Y luego: la huida del hogar hasta llegar a una bahía en la que encuentra un barco para fletar él solo, en dirección a la isla de los monstruos. Es decir, si elegimos esta novela como infantil, lo que Eggers hará será trabajar con los mecanismos elementales del género, desviando la hipertrofia del storytelling y el maximalismo hacia algo tan aparentemente vulgar como es realizar las fantasías improbables de un menor. Menoscabado por todos en su lugar de origen, gracias a una mentira Max consigue transformarse en rey de los monstruos: “está claro que eres el gobernante supremo y puedes hacer lo que quieras con las cosas. Y si alguien te dice lo contrario o intenta comérsete la cara o alguna extremidad, vienes y me lo dices, que ya lo aplastaré yo con rocas o algo”, dice Carol, consumando así la ansiedad de reconocimiento y protección que el menor precisa. Pero aun con las virtudes que su nuevo medio le ofrece, incluido un submundo en donde “solo ocurran las cosas que quieras que pasen” (p. 121), el protagonista debe lastrar con problemas tales como la responsabilidad de dirigir a sus nuevos súbditos, pero también con inquietudes más telúricas como el hambre y la nostalgia de la misma cocina que fue génesis de su exilio. Empiezan las dudas.
Antonio J. Rodríguez Quimera 75
EL QUIRÓFANO ® Mise en abyme LOS MECANISMOS DE LA FICCIÓN James Wood Trad. Ana Herrera. Gredos. Madrid, 2009. 198 págs. LA LITERATURA EN PELIGRO Tzvetan Todorov Trad. N. Sobregués. Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2009. 110 págs. Las relaciones entre literatura y crítica han sido, siempre, tensas. La restrictiva, por frecuente y por errónea, idea de que la única función de la crítica es la de valorar las novedades del mercado no ayuda a resolver esas tensiones. De hecho la crítica literaria debe, obligatoriamente, explorar otros terrenos y no ceñirse a la mera posibilidad de la reseña de novedades. Debe, ante todo, buscar su lugar dentro del ecosistema literario, pese a que de un tiempo a esta parte su labor se ve cada vez más soslayada y cuestionada. Una parcelación más o menos clara del terreno en el que nos movemos vendría a señalar que frente a la narrativa, que trabaja sobre la realidad, la crítica pivota en torno a la literatura en sí como escenario de su trabajo. Usando la imagen de Stendhal, mientras el narrador pone el espejo al borde del camino, el crítico olvida el camino para analizar cómo es el espejo, qué mecanismos sigue la reflexión, etc. Un narrador interpreta la realidad y la reconstruye en sus textos. Un crítico opera sobre dicha reconstrucción del narrador. Esa relación de segunda mano con la realidad es lo que genera más recelos por parte del lector común y de buena parte de los autores. Por un lado porque mientras el narrador realiza su labor sobre una parcela común, la realidad, el crítico lo hace en una acotada y privada, la de un autor. Por otro lado porque a puede entenderse como un verdadero embrollo eso de servir como intérprete de lo que un autor quiso decir. 76 Quimera
De ahí que muchos lectores se nieguen a asumir la mediación del crítico, un prestidigitador que pretende proponerse como único exégeta capaz de desentrañar los mecanismos seguidos por el autor para representar esa realidad. Y ese aire de poseedor de la verdad resulta difícilmente soportable para bastantes lectores, y para no menos autores, lectores también y además convencidos, no sin cierta razón, que ellos ya se han explicado bien con lo que han escrito. No es baladí toda esta reflexión sobre las relaciones que se establecen entre realidad, sea eso lo que sea, narrativa y crítica –convendremos en que la crítica es, en todo caso, una rama más del florido árbol de la literatura, una curiosa rama que ejerce como juez y parte-, ya que sobre dichas relaciones giran, en buena medida, los dos libros que han motivado este texto. Todorov es una figura imprescindible para entender la crítica literaria actual. De su mano surgieron buena parte de los pilares de la crítica literaria estructuralista cuyos seguidores a día de hoy siguen ocupando muchas de las cátedras universitarias y cargos directivos en las instituciones dedicadas a la educación. Curiosamente, el texto de Todorov reniega de las consecuencias actuales originadas en ese pasado. En su libro realiza un interesante repaso a las visiones de la literatura a lo largo de la historia de occidente. O, dicho de otro modo, a la crítica literaria occidental. Y todo ese repaso le sirve para cuestionar la deriva cada vez más solipsista de la crítica y la
docencia actual. Los académicos, catedráticos y profesores parecen ensimismados en los textos que ensalzan y no llegan a establecer, y por lo tanto a comunicar, las relaciones de esos textos con la vida, con lo cotidiano, con la realidad. Como excurso se debe reconocer que no le falta razón, porque es cierto que, por incapacidad o miedo, la crítica social o política parece haber desaparecido. Todorov expone que durante toda la historia del arte se ha partido de la relación entre realidad y representación de la misma a la hora de comentar esas creaciones. Pero con la llegada de las vanguardias artísticas se rompen esas cadenas y se declara al arte como una entidad autónoma a la realidad. Lo curioso es que Todorov, que emplea varios capítulos para hablarnos del surgimiento de la estética moderna frente a la clásica, se despacha en apenas un párrafo con ese terremoto que provocan las vanguardias, lo que casa poco con la importancia que su propio discurso les otorga. Y más sorprendente son las motivaciones que encuentra para la eclosión de las vanguardias: En los países con regímenes autoritarios se busca huir de la opresiva realidad circundante –esa es, por cierto, la razón que da Todorov para explicar su dedicación a los estudios formalistas y estructuralistas en las décadas de los sesenta y setenta-, y en los que disfrutan de “libertad” –la candidez de la dicotomía que plantea es pasmosa- se desemboca en ellas por nihilismo o solipsismo, frutos indeseables de la sociedad de consumo. La conclusión
EL QUIRÓFANO ®
ENSAYO
del libro no es propia, es una cita: Rorty investigó la muy acertada tesis de la literatura como herramienta de saber. Un saber literario singular frente al resto ya que consiste en la creación de realidades para ser experimentadas por el lector para convertirse en experiencia de vida y conocimiento de los otros. O sea, la literatura como escenario de aprendizaje ético además de estético. Una postura con la que todos estaremos de acuerdo, salvo por el hecho de considerar que ese horizonte debe estar construido como imitación de la realidad. Ignorar, por tanto, todo lo que esté fuera del viejo análisis anterior a las vanguardias. Citando a Monsiváis se podría decir que Todorov se ha instalado en el estadio del “ya pasó lo que estaba entendiendo”. Mucho más fecundo e interesante es el libro de James Wood. En el se hace también, por así decirlo, una defensa del realismo como herramienta de investigación y comprensión del mundo. Lo que sucede es que el libro analiza de forma muy detenida qué es el realismo. Como muchos venimos repitiendo desde hace ya bastante tiempo, Wood destaca la irrealidad del realismo. O, dicho de otro modo, nadie con dos dedos de frente puede pensar que el realismo, tal y como se ha construido en el arte, sea real. Es una convención, algo tramado y construido con plena conciencia de que desde la ficción se puede generar una impresión de realidad. Ahora bien, eso se aleja de la creencia más frecuentada de considerarlo una imitación de la realidad. La imagen de
Stendhal colocando su espejo al borde del camino ha confundido a muchos. Y no, lo que finalmente es relevante es construir un espejo que refleje unas imágenes verosímiles, asumibles como reales por el lector. Wood se lanza pues a analizar los mecanismos que siguen los narradores para crear una realidad que nos resulta, muchas veces, más auténtica que la real. Paradoja que analiza de modo atento. Quizá es más explicito el título de la edición original, ¿Cómo funciona la ficción? (How Fiction Works?), ya que es eso lo que analiza de modo magistral. Muchas de las conclusiones a las que llega pueden ser, como las del libro de Todorov, algo reaccionarias, pero a diferencia de este investiga de modo mucho más detenido cada uno de los aspectos, y explica de modo convincente las conclusiones. En cierta medida viene a evidenciar que la receta de volver a relacionar la literatura con la vida cotidiana que propugna Todorov en su ensayo es la opción más interesante, pero lo hace sin dar la espalda al análisis crítico pormenorizado. Sirva como ejemplo la detenida mirada forense que despliega sobre el estilo indirecto libre. Wood hila muy fino no para demostrar cómo funciona el indirecto frente a los otros tipos de discursos, sino que lo hace para explicar cómo mediante ese recurso se puede entregar el pensamiento de los personajes y del narrador con un catálogo amplísimo de matices. No analiza herméticamente la obra literaria, sino el modo en que esta logra generar la impre-
sión de vida de modo más acuciante e intenso que la vida real. Finalmente, lo que busca, y logra, en los 123 fragmentos divididos en diez parcelas temáticas, es explicar cómo la mirada de cada autor logra ver un tipo distinto de realidad y, mediante su estilo personal, transmitirlas. Es la idea de “lo real” lo que obsesiona a Wood, y el modo en que se plasma o se proyecta a través de la narrativa. Su libro es, desde luego, una herramienta imprescindible para estudiar ese proceso.
Antonio Jiménez Morato Quimera 77
EL QUIRÓFANO ® Holocausto naif CRÓNICAS BIRMANAS Guy Delisle Astiberri. Bilbao, 2009. 263 págs.
En los últimos años al mundo del cómic se le han permitido algunas apariciones en las librerías no especializadas. Obras gráficas que lograron romper el cerco del género, como Pyongyang (Astiberri 2005), del propio Guy Delisle, Persépolis (Norma Editorial, 2002), de Marjane Satrapi, o Maus (Aleph editores, 1989), de Spiegelman, comparten con Crónicas Birmanas unos presupuestos que parecen dotarles de un atractivo especial para lectores que habitualmente reniegan de todo lo que tenga viñetas. En todos los casos, se trata de obras que se valen de una experiencia biográfica para hablarnos del dramatismo de sociedades castigadas por regímenes políticos deleznables, y que comparten un talante muy cercano al libro infantil; en Maus los personajes que protagonizan el exterminio judío tienen cabeza de ratón, en consonancia con la estrategia básica de las fábulas de presentar animales con roles de personas; en Persépolis, gran parte del relato se ofrece a través de los ojos de una niña iraní, utilizando su fantasía como motor evocador para ramificar la historia; y en Pyongyang y Crónicas Birmanas, el retrato de las dictaduras de Corea del Norte y Birmania también se contagia de modos típicos de la historieta y los dibujos animados. Gracias a las tintas planas, a la limpieza del trazo y las simpáticas representaciones humanas, estos cómics se apoyan en registros naif para endulzar con falsa ingenuidad el retrato de algunos de los peores regímenes políticos de las últimas décadas, volviendo amenas y hasta agradables sus historias, aunque no sin ciertos riesgos. Determinados temas, sobre todo 78 Quimera
cuando hay violaciones masivas de derechos humanos de por medio, no permiten demasiadas licencias artísticas. La obra de denuncia se sustenta en los hechos, y por tanto, debe minimizar las distorsiones típicas del acto artístico y maximizar la fidelidad en su uso del lenguaje. Concebir el cómic como un soporte válido para esta función ya supone un acto revolucionario, sobre cuando aparecen autores que han sabido adaptar sin renuncias las características intrínsecas del género. Pero no todo son logros. Tanto en Crónicas Birmanas como Pyongyang, algunos errores le restan audacia al proyecto. ¿Alguien recuerda La vida es bella, de Roberto Begnini? Muy rara vez aparece alguien capaz de elevar una tragedia humanitaria al rango de comedia sin descalabrarse por el camino. Charles Chaplin quizás fue el gran maestro, con su continua parodia de la extrema pobreza de la clase obrera de entreguerras. En Pyongyang, sin embargo, el balance es más dudoso. Al simpático estilo del dibujo, Delisle suma numerosos chascarrillos que describen en clave irónica cosas como el lóbrego decorado en que los dirigentes han convertido la capital del país, el culto mesiánico a la imagen del fundador de la nación, o el lavado de cerebro al que se ha sometido a la población local. Hasta ahí, el álbum se antoja como una versión divertida del documental típico sobre Corea del Norte hecho sobre el terreno, y digo típico porque todos tienden a parecerse muchísimo, debido a que los extranjeros tienen el acceso restringido a siempre a las mismas áreas y personas del país. Si lo que diferencia a Delisle, quien protagoniza sus
propios álbumes, es la ironía, hay que decir que ésta acaba pareciendo más una forma de distanciamiento (de autoprotección ante la otredad) que de crítica humanitaria. Su excelente humor a lo largo de su estancia de tres meses en Pyongyang, en calidad de jefe de una producción de dibujos animados en un estudio local, transmite más indiferencia que compasión. Todo aparece potentemente caricaturizado, menos el propio observador, quién no duda en demostrar la inferioridad intelectual y la falta de carisma de los norcoreanos frente a su propia arrolladora vitalidad y rollo cool. Solo al final del libro, el autor parece implicarse emocionalmente con el entorno, aunque no logra disipar la sensación de que hemos consumido un producto moralmente dudoso. En Crónicas Birmanas, Delisle cobra todavía más protagonismo, estableciéndose como personaje principal de una serie de viñetas temáticas que tratan la larga estancia pasada en Rangún con su esposa, miembro de Médicos sin Fronteras, y su hijo recién nacido. En gran medida, el álbum resulta un singular cruce entre el reportaje humanitario y la historieta de tebeo. A la denuncia de las condiciones de vida en Birmania, se intercalan numerosas páginas donde el autor hace gala de un gran repertorio de gags y recursos propios del humor de los dibujos animados, lo que acaba transfiriéndole al protagonista, con su sucesión de risibles penalidades, el rango emocional de un cartoon. Sobre todo a la mitad, esta cartoonización acaba volviendo muchas páginas tan ligeras como intrascendentes. Aunque es cierto que en Crónica Birmanas
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CÓMIC
sigue sacando tajada de su campechanía, del esquema típico de “un tipo normal en…”, a diferencia de Pyongyang, aquí sí incluirá la autoparodia, y solo por eso, ya gana altura respecto a su trabajo anterior. Su humor se vuelve especialmente agudo cuando satiriza la laxitud y el desganado idealismo del occidental de izquierdas. Como lector, yo necesitaba esa autocrítica para sentirme cómodo. Cualquiera que habite más allá de las fronteras de los países desarrollados, sabe que son muchos los expatriados que pasean por esos mundos de Dios con la soberbia y el desdén de quienes consideran su civilización occidental mejor que cualquier otra, y tratan de reafirmar su identidad a través de la negación de todo lo que les rodea. A ese reflejo instintivo de autodefensa debemos mucha distorsión en las crónicas de viajes de todos los tiempos, aunque con los años se ha ido suavizando conforme los occidentales asumían posiciones más respetuosas y humildes. En su trayectoria, Delisle parece experimentar una evolución parecida, ya no solo de un álbum a otro, sino en el desarrollo de cada historia. Al comienzo, ejerce de crítico que aplica el filtro de indignación ciudadana de un parisino o barcelonés, pero a la realidad de ciudades como Pyongyang o Rangún (¡vaya idea!). A veces, sus intereses fundamentales parecen pasar por demostrar por qué Birmania y Corea del Norte son países de mierda, poniendo énfasis en lo pintoresco, en el subdesarrollo amable, ingenuo, fotografiable, que nos divierte por no ser nosotros quienes lo padecemos. Como buen relato humanitario, Delisle construye la identidad de un país
en base a sus carencias, realizado estudios de campo de los problemas y las miserias de la ciudad, que plasma en su álbum con retóricas a veces idénticas a las que utilizan las ONG para conseguir fondos. La urgencia y el afán pragmático de la denuncia prevalecen sobre otras posibilidades de la crónica, como la búsqueda de las esencias culturales y humanas del lugar; algo de innegable valor humanitario, pero algo injusto con la identidad de sus habitantes que, al fin y al cabo, jamás se definirían por esas miserias, que posiblemente traten de ignorar en su día a día para concentrarse en otros aspectos de la vida más enriquecedores. La denuncia activista satura los medios de comunicación y la actividad política, y crea un telón que a menudo no nos permite ver más que los problemas de un país (pienso en Colombia, Sudáfrica o la Cuba castrista). Como contrapunto al discurso mediático, quizás el cómic, el cine y la literatura deberían siempre marcarse el objetivo de profundizar más allá de esa mera protesta,
para tratar de rescatar las identidades sepultadas por la marea de malas noticias. Con todo, a Delisle le debemos el haber traducido a un lenguaje muy accesible un mensaje que merece la pena propagar. Crónicas Birmanas, además de ser una lectura amena, destaca por su calidad gráfica, que brilla especialmente en el retrato y la narrativa visual. Y lo mejor está al final. Página a página, el relato va ganando profundidad, conforme el protagonista se implica cada vez más en la realidad birmana, y se va librando de esa personalidad de dibujo animado para transmitir experiencias vitales trascendentes, que anuncian la transformación de un personaje de carne y hueso. La realidad (eso que siempre supera la ficción) le aportará el giro a lo fantástico que necesitaba: una apoteósica acción de surrealismo político que Delisle sabrá transmitir con especial intensidad. Finalmente, el álbum se convierte en la maravilla que podría haber sido.
Miguel Espigado Quimera 79
JORDI SOLER LA FIESTA DEL OSO Mondadori. Barcelona, 2009
“Vive en la casa y la casa existirá”. Este verso sirve a Jordi Soler de brújula e inspiración en el singular viaje que inicia en La fiesta del oso y que le llevará por caminos que ni sus socorridos mapas Google son capaces de señalar. Siguiendo una inesperada pista sobre su tío Oriol, desaparecido en el invierno del 39 mientras escapaba a Francia, será el autor quien se extravíe ahora por territorios fronterizos de todo tipo. Poco a poco, la imagen de ese héroe republicano que cargaba con su pierna muerta como si de una metáfora de la España derrotada se tratara, irá desgarrándose entre los arbustos y circunstancias de la cruda montaña pirenaica para mostrar un rostro bien distinto. Soler finaliza el relato encajando con minuciosa maestría todas las piezas del algo previsible puzzle y quizá sea esta esférica perfección literaria (tan lejana de los flecos sueltos que tiende a dejar la vida) lo que precisamente atenúe la veracidad que había logrado traspasarnos en el resto de la novela. (Regina Salcedo)
Alfaguara recupera su colección de Cuentos Completos. La misma que, a principios de los 90, inició la tarea de compilar las piezas cortas de autores imprescindibles como Julio Cortázar, Juan Carlos Onetti, Scott Fitzgerald y otros. Para el relanzamiento del nuevo siglo, nuevo diseño, nueva imagen, pero idéntica filosofía: apretar en uno o dos volúmenes la producción corta de los grandes maestros del siglo pasado. Los primeros en publicarse han sido los de William Faulkner –con nueva traducción de Miguel Martínez-Lage, Onetti y Nabokov. La de esta último recopilación, preparada en 2002 por su hijo Dimitri, agrupa todos los cuentos del creador de Bolita. Más de cincuenta textos presentados en estricto orden cronológico de escritura, que complementan sus novelas. Ya saben: minuciosidad en la narración, exilio, la nostalgia de una Rusia superada, los contrastes con la Norteamérica de los autocines, mucho erotismo y, claro, mariposas. (Roberto Valencia)
DANILO KIŠ LAÚD Y CICATRICES
EX LIBRIS ®
El Acantilado. Barcelona, 2009.
CUENTOS COMPLETOS Alfaguara. Madrid, 2009.
A lo tonto, han pasado ya 20 años desde el fallecimiento de Danilo Kiš. Pero su obra sigue trasladando al París de las artes, a la Europa noble y acomodada, toda la crudeza del este. Los personajes de Laúd y cicatrices no aguardan la muerte por estoica resignación sino porque habitan un contexto en el que la existencia supone una agonía. No hay esperanza, no hay dicha. No hay redención. En una entrevista, el serbio dijo una vez que el tema que su obra se encarga de explorar es la tristeza. Se trata de una tristeza absoluta pero, maticemos, hermosa, cargada de intensidad literaria y genuinamente europea. El Acantilado prosigue con su labor de poner su obra al día, y reedita ahora su testamento. Son unos pocos apuntes y los relatos que Kiš descartó para La enciclopedia de los muertos. En ellos aparecen sus temas típicos: la opresión soviética, la persecución judía, la inevitable promesa de la muerte... A lo tonto, han pasado veinte años de su deceso. Pero su estrella brilla muy fuerte. (Roberto Valencia)
No podría haber un mejor comienzo para la colección “Humo hacia el sur”, que dirige desde la editorial Barataria la chilena Claudia Apablaza. La casa de cartón, texto fundacional de las vanguardias latinoamericanas, es un bellísimo relato poético escrito por Rafael de la Fuente Benavides, un joven peruano de apenas veinte años que adoptó el atípico nombre de Martín Adán. Con el paso del tiempo, mientras se acrecentaba su leyenda en el mundo intelectual peruano –muchos lo recuerdan aún acodado en su silenciosa mesa y recibiendo la visita de autores como el propio Allen Ginsberg, a su paso por Lima– la melancolía innata del poeta lo fue llevando hacia la bohemia de la época y al alcoholismo, pasando sus últimos años internado en un sanatorio. La pieza que ahora rescata Barataria es tanto un apunte juvenil de anécdota mínima sobre la infancia en el balneario limeño de Barranco, como un espacio de ensayo en el que Adán empezaría a ejercitar algunos de los rasgos estilísticos que harían de su poesía una de las más reconocidas de la primera mitad del siglo veinte. (Magda Gutiérrez Ruiz)
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VLADIMIR NABOKOV
MARTÍN ADÁN LA CASA DE CARTÓN Barataria. Barcelona, 2009.
SAMANTHA WEINBERG ACUSANDO DESDE LA TUMBA Biblioteca Buridán. Barcelona, 2009.
POLONIA-NOCHE Fundación Mainel. Valencia, 2009.
PATRICK MCGILLIGAN Lumen. Barcelona, 2009.
En 1985, la científica británica experta en ADN Helena Greenwood fue brutalmente asesinada en San Francisco. El único sospechoso, Paul Frediani, no pudo ser relacionado con el crimen por falta de pruebas. Quince años más tarde, una detective de San Diego reabre el caso, armada esta vez con una pista vital y con un nuevo instrumento forense a cuya implantación había contribuido la propia Greenwood. Aunque parezca el típico argumento de novela policial al uso, la historia que relata Acusando desde la tumba es una historia verdadera, rigurosamente investigada y documentada. Pero el mérito de Samantha Weinberg, su autora, radica en que logra mantener un elevado nivel de suspense, incluso cuando el lector conoce perfectamente los hechos investigados. Weinberg obtuvo por su excepcional investigación la Gold Dagger, el premio concedido a obras de no ficción por la Crime Writers Association, la Asociación de Escritores de Novelas de Crímenes del Reino Unido. (Magda Gutiérrez Ruiz)
La colección de novela negra (y roja) dirigida por Rodrigo Fresán para Mondadori se robustece con la segunda entrega de la trilogía de Arnott iniciada con Delitos a largo plazo. Basada también en hechos reales –el asesinato de tres policías durante el Campeonato Mundial de Fútbol de Inglaterra de 1966– Canciones de Sangre trae de vuelta a un narrador excepcional cuya original exploración de la ambigüedad moral sorprende tanto como la insólita sexualidad de algunos de sus personajes, el gran Harry Starks a la cabeza. La trilogía se cerrará con Crímenes de película. Se echa de menos, en la presente entrega, el anunciado prólogo de Fresán. La explicación de la editorial: “el prólogo es el mismo que el del título anterior de Arnott, que inició la trilogía”. (Magda Gutiérrez Ruiz)
JUAN MANUEL BONET
CLINT EASTWOOD
EX LIBRIS ®
Deben ser muy poco los especímenes masculinos de treinta años o más que no se sepan las famosas líneas de Eastwood en Dirty Harry: ya saben “…you’ve got to ask yourself one question: ‘Do I feel lucky?’ …Well, do ya, punk?” Reconozco que a mí no me sale tan bien. Quizás por ese exceso de “masculinidad” la figura de Eastwood –ni en su faceta de pistolero, ni en la de policía duro, ni en la de héroe crepuscular– nunca ha sido de mis preferidas. Pero hay que reconocer que “el último cineasta clásico” se ha convertido de actor más o menos monigote en verdadero maestro del cine. Por eso no me ha alegrado leer un libro tan impío como la biografía de McGilligan. ¿Machista, mujeriego, egoísta, abusivo, maniático? ¡Qué sorpresa! Después del atracón de datos y detalles sobre la vida de las celebrities uno termina preguntándose si realmente vale ver la pena a “dirty” Harry con los pantalones abajo. (Magda Gutiérrez Ruiz)
JAKE ARNOTT CANCIONES DE SANGRE Mondadori. Barcelona, 2009.
La Serie Maior de la Fundación Mainel trae ahora los versos de Juan Manuel Bonet, en cuyo registro se evidencia la impronta pictórica de un ex director del Reina Sofía. El autor nos lleva por una Polonia recreada, casi fotografiada, a través de unos apuntes paisajísticos que tiene tanto de acuciosidad occidental como de sensibilidad oriental. Así, los poemas de Bonet se convierten en bisagra, en crepúsculo, en puente entre dos mundos: “Mira los estanques claros/ del viento, que cuando calla/ deja oír a la ardilla,/ su suave camino de aire/ entre los pinos más altos”. O esta otra visión de una “Cracovia revisitada”: “Sus torres hacia el cielo/ las lámparas naranja/ el sueño contra el tiempo”. El poemario es un periplo constante y por ello quizás está instalado en la nostalgia de esa “mujer evanescente, dulce varsoviana” que se conviene con el oficio, notorio y notable del autor. (Magda Gutiérrez Ruiz).
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COLABORADORES
Lluis Alabern (Barcelona,1968). Ilustrador, performer y periodista cultural free-lance. Es responsable de movimientos de obras de arte y montajes del Mnac (Museu Nacional d’Art de Catalunya). Ha realizado diversas exposiciones de sus trabajos gráficos y de performance desde 1991. Actualmente prepara el libro La Trastienda del Arte, y una exposición retrospectiva en la Nau Estruch, de Sabadell. Sergio Álvarez (Bogotá, 1965). Trabajó en publicidad, como guionista de cómics y libretista de televisión. A mediados de los años noventa se trasladó a Barcelona donde escribió Mapana, una novela juvenil y La lectora, un juego literario con formato de novela negra que fue premiado en la semana negra de Gijón y convertido en serie de televisión. David Bombai (Mataró, 1978). Es periodista y guionista. Carmen Burguess (Buenos Aires, 1980). Artista y música autodidacta. Vive y trabaja como ilustradora en Berlín. Es integrante del grupo Mueran Humanos y parte de su trabajo puede verse en publicaciones como Madriz, Turbo Chainsaw, Whore Eyes, Not Paper, Oga y Amor. Marc Caellas (Barcelona, 1974). Gestor cultural, blogger y director teatral. Ha vivido los últimos diez años entre Sao Paulo, Miami, Caracas y Bogotá. Desde hace un año, pasa buena parte de su tiempo en Casa Amèrica Catalunya. Flavia Cartoni (Roma). Licenciada 82 Quimera
en la Universidad La Sapienza, de Roma, y Doctora en Filología Italiana por la Universidad Complutense de Madrid. Editora y prologuista de la mayoría de las obras de Elsa Morante publicadas recientemente en España, es también estudiosa de la obra poética de Sandro Penna y Patrizia Cavalli; y de las novelas de Antonio Scurati y Fabrizia Ramondino, entre otros. Gala Garrido (Caracas, 1987). Es diseñadora gráfica. www.galagalo.com Lamare. Es dibujante. Pola Oloixarac (Buenos Aires, 1977). Escritora, guionista y traductora argentina. Estudió Filosofía en la Universidad de Buenos Aires y escribe sobre arte y tecnología en medios como Página 12, América Economía y Brando. Su primera novela, Las teorías salvajes (En–tropía) se publicó en Buenos Aires en diciembre de 2008. Gabriela Polit Dueñas (Quito). Estudió filosofía en la Pontificia Universidad Católica de Ecuador, Ciencias Políticas en la New School for Social Research de Nueva York y literatura en la New York University. Actualmente enseña en la Universidad de Austin (Texas). Luís Carlos Redondo (Caracas, 1985). Es diseñador gráfico. www.inkclear.net Omar Rincón (Bogotá). Periodista, comentarista de medios de comunicación y crítico de entretenimiento. Profesor asociado de la
Universidad de los Andes. Sus últimos dos libros son Narrativas mediáticas o cómo cuenta la sociedad del entretenimiento (Gedisa, 2006). Lisbeth Salas (Caracas, 1971). Fotógrafa. Trabaja como retratista para diversas editoriales, entre ellas Anagrama, y algunas de sus imágenes se han convertido en los retratos clásicos de autores como Bolaño, Monsiváis o Amelie Nothomb. Ha publicado el portafolio El ojo en la letra. Vive en Barcelona. Germán Sierra (La Coruña, 1960). Es profesor de Bioquímica y Neurociencia en la Universidad de Santiago de Compostela, Ha publicado el libro de relatos Alto Voltaje (Mondadori, 2004); y las novelas El espacio aparentemente perdido (Debate, 1996), La felicidad no da el dinero (Debate, 1999), Efectos secundarios (Debate 2000) –galardonada con el Premio Jaén de Novela–, e Intente usar otras palabras (Mondadori, 2009). www.germansierra.com. Damián Tabarovski (Buenos Aires 1967). Escritor y traductor. Se graduó en la Ecole des Hautes Études en Sciences Sociales de París. Varias de sus novelas han sido traducidas al francés en la editorial Christian Bourgois. Sus ensayos literarios han sido objeto de polémicas y debates, en especial su libro Literatura de izquierda. Ha traducido a Copi, Louis-René des Fôrets y Raymond Roussel, entre otros. En España ha publicado La expectativa y Autobiografía médica , ambas en Caballo de Troya.