Quimera Revista de Literatura | Número 360 | Noviembre 2013

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REDACCIÓN Editor: Miguel Riera Director: Fernando Clemot Redactor Jefe: Juan Vico Consejo de redacción: Álex Chico, Ginés S. Cutillas, Iván Humanes, Jordi Gol

5-7 s espejos e lo El salón d

4 El foyer

Persistente

8-33 aso El cielo r Dossier. Los olvidados Iván humanes: Los olvidados (8)

Entrevista a José de la Colina

La figura de Carmen de Burgos, Colombine. Entrevista a Concepción Núñez Rey (9) Alejandro Riera Guignet: Emilio Carrere, cronista de Madrid (13) Julio Monteverde: Antonio de Hoyos y Vinent: la revolución será elegante o no será (15)

Colaboradores nº 360:

José Mª Barrera López, Rubén Castillo Gallego, Ernesto Castro, José Ángel Cilleruelo, Mª Isabel Cintas Guillén, José de la Colina, Jordi Doce, efealcuadrado, Carmen Escudero, Eloy Fernández Porta, Rebeca García Nieto, Almoraima González, Isabel González, Hugo Guzmán, Raúl Herrero, Andrea Jeftanovic, Martín López-Vega, Eduardo Moga, Julio Monterde, Javier Morales, Concepción Núñez Rey, Alejandro Pedregosa, Carmen Peire, Raúl Quinto, Alejandro J. Ratia, Alejandro Riera Guignet, Julián Ríos, Carlos F. Romero, Anna Rossell, Antonio Serrano Cueto, Manuel Vilas.

María Isabel Cintas Guillén: Los cuentos de Chaves Nogales (18) José María Barrera López: Pedro Garfias, entre la soledad y los pesares (21) Carmen Escudero: Miguel Espinosa: lejos del olvido (23) Raúl Herrero: Antonio Fernández Molina: la creación y la carne (26) Álex Chico: Gayga, veinte años después (31) Julián Ríos y Eloy Fernández Porta: Una de Calibán y otra de Ariel (34)

46-48 mana La voz hu zul 44-45 A a b r a B de Entrevista a El castillo 41-43 erlas p e d s re o d a sc e Hugo Guzmán p Poemas inéditos de Los 37-40 e v re Eduardo Moga La vida b Microrrelatos inéditos

Relato inédito de Alejandro Pedregosa

de Isabel González

Ilustraciones de portada y dossier: Miquel Rof © Maquetación y cubierta: Jordi Gol ISSN: 0211-3325/D. L. B. 28332/1980 Edita: Ediciones de Intervención Cultural S. L. C/Juan de la Cierva, 6. 08339 - Vilassar de Dalt (BCN) Tel. Admón., Redacción, Publicidad y Suscripciones: 937550832/937962631 www.revistaquimera.com www.quimerarevista.wordpress.com redaccionquimera@gmail.com publicidad@revistaquimera.com pedidos@edicionesdeintervencioncultural.com

Fotomecánica: Tumar Autoedición S.L. Imprime: Trajecte S.A. Derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial de este número, sea por medios mecánicos, químicos, fotomecánicos o electrónicos, sin la autorización del editor. Quimera no retribuye las colaboraciones. Los colaboradores aceptan que sus aportaciones aparezcan tanto en soporte impreso como en digital. La redacción no devuelve los originales no solicitados ni mantiene correspondencia sobre los mismos. La revista no comparte necesariamente las opiniones firmadas por sus colaboradores.

Esta revista ha recibido una ayuda a la edición del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte.

49-50 the Beach on Einstein

El reseñista constitucional, de Ernesto Castro

51-58 ú El ambig Rubén Castillo Gallego: La primera vez que no te quiero, de Lola López Mondéjar (51) Alejandro J. Ratia: La gran ventana de los sueños, de Fogwill (52) Carlos F. Romero: Leche, de Marina Perezagua (53) Rebeca García Nieto: Emergencias. Doce cuentos iberoamericanos, de VV. AA (54) Javier Morales: La trama nupcial, de Jeffrey Eugenides (55) Anna Rossell: Mi año de asesino, de Friedrich Christian Delius (56) José Ángel Cilleruelo: Falsa pimienta, de Amalia Bautista (57) Raúl Quinto: Porción del enemigo, de Enrique Falcón (58)

62-66 acto El tercer 61 dor El apunta Columnas de Martín López 0 59-6 Vega, Andrea Jeftanovic, Jordi ta Romancear en el siglo El pianis XXI, de Antonio Serrano Doce y Manuel Vilas Almoraima González, de la Cueto librería Birlibirloque (Sevilla)


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El Foyer

Persistente nEl cubano Virgilio Piñera escribió hace tiempo un cuento impactante titulado «En el insomnio». En él un hombre se acuesta temprano, no puede dormir, se revuelve una y otra vez en la cama y acaba acudiendo al médico, pero no logra dormir. Finalmente carga un revolver y se levanta la tapa de los sesos. El final: «El hombre está muerto pero no ha podido quedarse dormido. El insomnio es una cosa persistente». Y el olvido, como el insomnio de Piñera, es persistente. Y el ruido literario en este país también lo es. Si el olvido además está sepultado y arriba hay ruido y más ruido, el salvamento se antoja complicado. Pero hay que intentarlo. Este mes el dossier se nutre de una serie de autores que bien podríamos catalogar, en su mayoría, como raros, siguiendo la apreciación de Rubén Darío en su libro de 1896. No obstante hemos creído conveniente que la etiqueta sea otra: Los olvidados, retomando el film de Luis Buñuel con el mismo título. Desde la necesidad de incorporar al debate cultural más nombres, algunos en pleno rescate y otros apenas conocidos entre el gran público –esto se presenta como una tarea colosal–, se plantea esta recopilación. Un compendio que pretende detenerse en la singularidad del autor reseñado, en alguna obra significativa o en alguna faceta literaria más desconocida. Sabedores de que toda compilación es, por definición, excluyente, valga este número para estimular la curiosidad y el resurgimiento de algunos nombres. No es casualidad, siguiendo con el olvido, Buñuel y México, que la entrevista principal sea a José de la Colina (amigo personal del cineasta y de Pedro Garfias), un autor santanderino residente en México desde 1940, perteneciente a la Generación de Medio Siglo y conocido por pocos lectores

españoles, invisible aquí; no obstante, maestro de generaciones en su país de acogida, aunque él se declara en la entrevista de «Extranjía, un planeta flotante, el del exilio». El camino de vuelta se da en la sección de teatro, en la que en esta ocasión entrevistamos a Hugo Guzmán, mexicano residente en Barcelona, ciudad en la que ha desarrollado la mayor parte de su trabajo de dirección. Interesante para el lector será conocer su compañía y su proyecto de creación de espectáculos que transitan entre el montaje clásico y la experimentación. El turno en la sección de relatos es para Alejandro Pedregosa, con un malicioso y poliédrico cuento inédito. En Los pescadores de perlas Isabel González, con sus microrrelatos, nos advierte de que «un sol prehistórico le persigue», acompañada por las ilustraciones de efealcuadrado. Y Eduardo Moga (quien acaba de publicar su nuevo poemario Insumisión bajo el sello Vaso Roto) le toma el pulso a la sección de poesía. Ernesto Castro en su artículo «El reseñista constitucional» aborda el debate a propósito de la publicación de Ficciones argentinas, de Beatriz Sarlo. El número se completa con la indispensable sección de crítica, con el traductor Antonio Serrano Cueto, especialista en literatura latina, y con una entrevista a la librería Birlibirloque de Sevilla. Las columnas de Martín López-Vega, Andrea Jeftanovic, Jordi Doce y Manuel Vilas cierran filas. Dando la bienvenida al ilustrador Miquel Rof –suya son la portada y las ilustraciones del dossier– esperamos que este sea un número que se recuerde durante bastante tiempo.

Este mes el dossier se nutre de una serie de autores que bien podríamos catalogar, en su mayoría, como raros, siguiendo la apreciación de Rubén Darío en su libro de 1896.

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Iván Humanes Consejo de redacción de Quimera. Revista de literatura


El salón de los espejos

Entrevista a José de la Colina

UN encuentro con José de la Colina por Carmen Peire

.José de la Colina nació en Santander en 1934 y vive en México. Pertenece a esa generación de escritores lúcidos del exilio republicano. Director y animador de revistas y suplementos culturales, crítico y cronista de literatura y cine, cuentista y traductor. Con una abundante obra e importantes premios literarios en su haber, sorprende que aún no haya sido publicado en España. Podríamos destacar, entre otros libros, Ven, caballo gris (Universidad Veracruzana 1959), La lucha con la pantera (Universidad Veracruzana 1962), Tren de historias (Aldus 1998), Libertades imaginarias (Aldus, 2001), Traer a cuento 1959-2003 (FCE, 2004), Muertes ejemplares (Colibrí, 2005), Zigzag (Aldus, 2005) o Portarrelatos (Ficticia, 2007). La entrevista tuvo lugar en su casa, en una tarde lluviosa, en la que permanecía hipnotizada mientras él iba desgranando su vida con gran humor y lucidez. He sintetizado al máximo, y sólo le doy voz a él. La infancia Nací el 29 de marzo de 1934 en Santander. Mi padre era anarcosindicalista, tipógrafo y capitán de infantería, mal militar, diría yo [se ríe], que fue enviado, tras la caída de Santander, a Teruel. Salí

de la ciudad, con mi madre y mi hermano, en 1937, evacuados por el gobierno republicano. Huimos a Francia. Mi madre trabajó de sirvienta y mi hermano y yo olvidamos el poco español que hablábamos, yo tenía tres años, mi hermano dos. Terminada la guerra y después de dar por muerto a mi padre, lo encontramos. Medios anarquistas informaron a mi madre de que habían visto a Jenaro en un campo de concentración y los fines de semana íbamos agarrados de la mano, de campo en campo, hasta que dimos con él. Reagrupada la familia, marchamos a Cuba y Santo Domingo. Viajamos en barco y atravesamos un Atlántico infestado de submarinos alemanes. Uno de mis primeros recuerdos al llegar a América fue ver a un negro. Los pasajeros que tenían dinero, nosotros no, echaban unas monedas desde el barco, ya atracado en el puerto, y ellos se echaban al mar a recogerlas. Yo nunca había visto un negro, con esos labios rojos y coloradotes, ese color de la piel. ¡Qué susto! Allí reaprendimos el español y nuestro padre nos enseñó a leer con Platero y yo; para mí Juan Ramón Jiménez es un grandísimo poeta, no suficientemente valorado. En Santo Domingo ofrecieron a mi padre trabajar para Trujillo en

una editorial sobre libros de espiritismo y mi padre decidió que no. Dijo que no había salido de un cabrón para trabajar con otro. Entonces marchamos a México. Llegamos en 1941. Mi universidad fueron los libros Hice primaria en el colegio Madrid, un colegio excelente para hijos de refugiados, donde aprendimos muchísimas cosas con muy buenos profesores. Mi universidad fueron los libros. Leía mucho y no quise seguir estudiando pese a que mi padre se empeñara en que tuviera un oficio práctico y estudiara arquitectura. Mi hermano lo hizo, yo no. Un día, sobre los once o doce años, encontré una traducción en un libro de la editorial Torner, una editorial de libros muy baratos (donde leí a Galdós, que es uno de los grandes, como Dickens, pero español y por tanto, con menos proyección). De repente leo una frase de Baudelaire: «Yo sé que el dolor es la única nobleza que el infierno y los hombres jamás corromperán». Aquello me iluminó de tal modo que decidí que yo quería ser como Baudelaire, qué pretensión. Tengo tres cumbres: Dante, Juan de Yepes (no me gusta llamarlo San Juan de la Cruz) y Baudelaire. Contradicciones de la vida: de padre anarquis-

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ta, ateo y admirador de Juan de Yepes. Por esa época, lo único que yo quería era robar libros, vagar por las calles y colarme en los cines [se echa a reír]. Me enamoraba de verdad de las actrices y sufría mucho porque nunca las iba a conocer. Inicio en la escritura Empecé a escribir muy pronto porque quería ser vago [ríe de nuevo]. Antonio Robles, buen escritor de literatura infantil, me recomendó en una publicación llamada Diógenes, para que sacaran mis «Entrevistas soñadas». Con ellas entrevisté al puro de Churchill, a la pipa de Stalin, al pincel de Diego Rivera... Tenía entonces once o doce años y en la revista no se creyeron que lo había escrito yo, pensaban que lo hacía mi padre, hasta que un día me puse a escribir delante de ellos. Siempre he parecido más pequeño, con cara aniñada, nadie me echaba la edad que tenía. Después me llamó el poeta Juan Rejano y empecé a publicar en el suplemento cultural de El Nacional, me daban libros para comentar. Para entonces tenía ya dieciséis años. Hablar de las influencias a mis años es difícil. Ramón Gómez de la Serna me gustaba mucho, además de los que ya he dicho. William Saroyan también me ha influido. Cuando una vez me preguntaron sobre mis libros favoritos dije: Don Quijote, La Cartuja de Parma, En busca del tiempo perdido, Fortunata y Jacinta. Bueno, seguro que se me olvida alguno, pero desde luego, el primero, el Quijote. Seguí publicando en revistas y a la vez trabajaba para las editoriales como corrector. Mi primer libro fue Cuentos para vencer a la muerte. Juan José Arreola hizo una colección para que pudiéramos publicar la gente nueva, lo hacíamos en coedición. Aquellos cuentos

ahora me parecen muy malos, pero salieron en una editorial que tenía mucho prestigio y eso me dio a conocer. El libro llevaba un dibujo de Alberto Gironella. Octavio Paz me llamó para colaborar en la revista Plural, sostenida por el periódico Excelsior, y continué en la revista Vuelta. Ahora colaboro en Letras Libres, heredera de esas revistas. Me siento muy orgulloso de que me concedieran el premio Mazatlán de Literatura, (por Libertades Imaginarias, año 2002) un premio que han recibido también Octavio Paz, Juan Rulfo o Arreola.

México ha sido muy generoso conmigo. Para España no existo, nunca se ha publicado ningún libro mío. Aquí me publica Fondo de Cultura Económica, la editorial más importante de México. Me gustaría escribir la novela del exilio mexicano Quiero hacer una novela, tengo como tres mil páginas escritas, pero… no creo tener impulso novelístico. Cuando uno es sobre todo cuentista, hacer una novela es como rellenar mucho. En cambio, siento que debo hacerla, la novela del exilio mexicano, una asignatura pen-

diente. La idea es que se llame La mar en medio, por el poema de Garcilaso de la Vega: «La mar en medio y tierras he dejado…». Creo que se ajusta perfectamente a mi vida. Pero la novela estaría centrada, sobre todo, en la infancia. Potenciador del microrrelato Eso fue cuando me encargaron la dirección del suplemento cultural de Novedades. Yo lo hacía todo, hasta los dibujos, y se me ocurrió una idea para rellenar los huecos que me quedaban: el cuento rápido. Me apoyé en Gómez de la Serna y sus greguerías. Lo usaba para rellenar espacios en el suplemento cultural, pero fue adquiriendo importancia. Empezaron a enviarme textos cortos y con ello potencié su publicación en el suplemento. En los que yo escribo, me gusta contar la otra historia, lo que pudo haber sido, por eso parto muchas veces de la mitología, facilita la narración desde el otro lado. Amigos Debo mucho a la universidad de Tupinamba, La Horchatería Valenciana y demás cafés de los refugiados españoles a los que me hice asiduo siendo muy joven. Un ambiente muy bien reflejado en La librería de Arana, de Otaola o en el cuento de Aub La verdadera historia de la muerte de Francisco Franco. De toda esa época tengo primeras ediciones firmadas por todos ellos: Pedro Garfias, Moreno Villa, León Felipe, Cernuda, etc. Fui gran amigo de Pedro Garfias. Lo acompañé mucho por las noches, en las cantinas, noches de borrachera. Los meseros le decían que les hiciera poemas y bebíamos muchas veces gratis. Garfias cambiaba coplas por copas [se ríe]. Yo he sido muy afín a Octavio Paz. Tuve una época rodeada de comunistas y me curé al estar una temporada en Cuba. No me gustan las dictaduras, ni los totalitarismos, ni los nacionalismos. Octavio Paz fue tratado a veces con dureza por haberse opuesto a dictaduras


El salón de los espejos

como la cubana, tildado de derechas e incluso, en algún momento, se quemaron libros suyos en la calle. Buñuel En 1949, tenía quince años, veo un anuncio de Buñuel, que buscaba personajes para hacer una película sobre la infancia pobre mexicana. Aquella película inicialmente se iba a llamar La manzana podrida. Buñuel lo negó, pero yo tengo carteles de la convocatoria de casting donde viene así. Me hicieron la prueba para hacer de Pedrito, yo seguía aparentando ser más joven de lo que era y Buñuel me escogió. No quería ser actor pero era una oportunidad de ver a un genio del cine y ganarme unos pesos, para que mi padre viera que yo sabía buscarme la vida sin estudios. Pero Dancingers, el productor, me rechazó porque no parecía niño mexicano, era demasiado blanquito. Un caso claro de discriminación racial, pero al revés [se echa a reír]. Luego nos hicimos amigos. Me presentó Max Aub. Tomás Pérez Turrent y yo hicimos un libro con entrevistas a Buñuel titulado Prohibido asomarse al interior. Estuve también en la apertura de la casa museo de Buñuel en México. Sí, la han inaugurado tres veces y la han vuelto a cerrar. Los de la Embajada no saben qué hacer con ella [ríe de nuevo]. Buñuel se fue despidiendo de todos los amigos antes de morir, de Alberto Isaac, Alcoriza, de Emilio García Riera, de mí, haciéndonos un regalo. Me llamó a casa y me dio un paquete envuelto y un abrazo. Me regaló la edición de Las mil y una noches, en inglés, de Richard Burton, llena de apuntes y escritos por los márgenes. Sobre el exilio: soy de Extranjía Soy de Extranjía, un planeta flotante, el del exilio. Pertenezco al siglo de los refugiados, desterrados, exiliados. El siglo XX, las dos guerras mundiales,

Entrevista a José de la Colina

las guerras civiles en los países... Para mí el exilio ha significado la posibilidad de salir a un mundo más libre, una atmósfera de libertades. No sé lo que hubiera sido de mi vida en España ni lo que hubiera podido hacer. Seguro que nada. Claro que yo llegué a México con seis años y lo viví todo de otro modo. Me imagino que para la generación anterior, los exiliados de la edad de mi padre, el desgarro interno y la cicatriz se les quedó dentro. En 1972 volví a España porque la tenía idealizada. Era una etapa difícil en

pio eran muy violentos y no fueron muy populares para la población. Sí para el gobierno, no para el pueblo. Cuando fui a España en el 72 encontré a los españoles bárbaros y rudos, con la sensación de vivir haciendo teatro, el imperio del yo, siempre con frases enfáticas: hacerme esto a mí, menudo soy yo, decirme a mí esto… No lo soportaba [gesticula y se echa a reír]. Además, los primeros días en España vivía mareado. Los rostros en México son más homogéneos, mientras que hay más violencia física en los rostros españoles. A los pocos días de estar allí, desapareció esa primera impresión, pero me di cuenta de que no pertenecía a España, de que pertenecía más a México. Regresé. Aunque soy de Extranjía. ***

México y pensé que podría probar a encontrar trabajo. Me decepcioné mucho los primeros días. Estaba acostumbrado a los refugiados españoles, un exilio muy escogido por Cárdenas, profesores, intelectuales y buenos profesionales de oficios como mi padre. Yo calculo que debieron llegar unos cincuenta mil exiliados. Cuando ellos llegaron ya había también mucho nivel intelectual mexicano, pudo haber una aportación española del exilio pero no hay que mitificarlo. Y los españoles exiliados se suavizaron mucho en México. Al princi-

Y seguía lloviendo. Observamos juntos, desde la ventana, las riadas de agua que cubrían las calles, me enseñó la foto de su gata Polvorilla, ya fallecida, me presentó a su compañera, María, varias veces campeona nacional de arco y economista, y tuvo la amabilidad de pedirme un taxi y empeñarse en acompañarme para que no me mojara. Y veo que coge un paraguas y se pone una gorra como las que usaba Labordeta… Antes de entrar al taxi le di un fuerte abrazo: ha sido un enorme placer.

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Carmen Peire (Caracas, Venezuela). Ha publicado sus relatos en diferentes antologías, como Por favor sea breve 1 y 2 (Páginas de Espuma) o Sólo cuento, vol. 2 (UNAM). Tiene dos libros de cuentos publicados en Cuadernos del Vigía: Principio de incertidumbre y Horizonte de sucesos. En la actualidad prepara la edición de la obra inédita de Max Aub Luis Buñuel. Novela.

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dossier: Iván Humanes. Los olvidados

LOS OLVIDADOS Dossier coordinado por Iván Humanes

nNo puede negarse la exclusión de autores por la dictadura1, ni aceptar sin más que el canon literario español imperante es fruto de la objetividad y la ponderación medida de las diversas corrientes, que no hay imposición ideológica, ni condicionantes sociales, ni imposición pedagógica en la enseñanza reglada, que esa competencia cultural conseguida no produce a su vez exclusión, que las grandes corporaciones construyen también su propio ideario cultural. Tampoco que toda memoria, en el fondo, también es selectiva. Este dossier tiene como objeto no sólo la recuperación de los autores que se reseñan en estas páginas, sino la reivindicación de su obra, siendo conscientes de que no todos los que aparecen tienen el mismo grado de olvido. Es evidente en estos tiempos la recuperación progresiva de Manuel Chaves Nogales, por ejemplo. Por ello es que nos interesaba destacar de algunos autores en vías de «normalización» aspectos más desconocidos. Así lo hacemos con los cuentos de Chaves Nogales, con las crónicas de Emilio Carrere o con Historia del eremita, un inédito de Miguel Espinosa publicado en 2012. Al plantear un recorrido de este tipo no hay más motivo que la necesidad de estimular el debate sobre estos autores y tantos otros que, por una cuestión lógica de espacio, no han tenido cabida en estas páginas. Un recorrido que queríamos finalizar con una obra más actual, una de las creaciones más arriesgadas y vanguardistas de los últimos treinta años: Larva, de Julián Ríos. En este caso ponemos la obra en primer lugar. Julián Ríos no es un autor olvidado; reconocido por la crítica actual, no puede entrar dentro de esta categoría. Pero Larva nos proporcionaba el colofón a una compilación donde el olvido se conju-

ga con lo raro, donde el experimento literario es posible que también haya llevado en ocasiones a la exclusión canónica. ¿Acaso puede sobrevenir una nueva novela como Larva? También está entre los propósitos, por lo tanto, reivindicar el riesgo literario. El profesor Cecilio Alonso, en el monográfico «Escritores olvidados, raros y marginados»2 escribía sobre la categoría canónica de raros y olvidados, daba cuenta del precedente en Rubén Darío con su libro Los raros (1896) del concepto de rareza y hablaba de que el raro «es también quien se prodiga poco, quien se esconde o no congenia con la común opinión de críticos y lectores, lo que comporta cierto grado de autoexclusión que conduce al olvido» (pág. 12). Y más adelante: «una literatura nacional –sin entrar a dirimir calidades– no puede ser asumida materialmente en toda su amplitud temporal acumulativa por un lector real». Siendo conscientes de esa imposible asimilación y de que, en el fondo, todo se reduce al canon y todo canon es excluyente, aunque también puede modificarse, no nos queda nada más que dejar en manos del lector el descubrimiento (si no lo ha hecho ya) de los autores que componen el dossier, todos ellos reseñados por especialistas en sus obras, reconocer y agradecer la labor de aquellos que contribuyen al dossier, así como de los autores citados y de las editoriales que aparecen en él por su labor infatigable de descubrir y recuperar3, y esperar el congenio con la común opinión de críticos y lectores (la mayoría de los reseñados, paradójicamente y en su momento, alcanzaron ese éxito). O al menos el debate.

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2. Anales de literatura española, nº 20 (Serie monográfica, nº 10). Universidad de Alicante: 2008.

1. En su reverso, el profesor José-Carlos Mainer, en su reciente com-

3. No queremos dejar pasar la oportunidad de citar la editorial Gan-

pilación Falange y literatura (RBA, Madrid: 2013), una nueva obra

so y Pulpo (www.gansoypulpo.com) por su empeño en rescatar clási-

más amplia que la que publicó en 1971, ha recogido a escritores,

cos de literatura escrita en lengua española entre mediados del siglo

periodistas y directores de revistas falangistas también olvidados.

XIX y las cuatro primeras décadas del XX.


dossier: La figura de Carmen de Burgos, Colombine. Entrevista a Concepción Núñez Rey

El cielo raso

La figura de Carmen de Burgos,

Colombine

ENTREVISTA A CONCEPCIÓN NÚÑEZ REY Por Iván Humanes .Concepción Núñez Rey

es catedrática de Lengua y Literatura Españolas y colaboradora del Departamento de Filología Española III de la Facultad de Ciencias de la Información de la UCM, donde coordina el Seminario Pilar Palomo de investigación. Es doctora en Filología Hispánica con la tesis Carmen de Burgos, Colombine (1867-1932). Biografía y obra literaria, publicada en 1992. Sobre la misma autora ha publicado numerosos trabajos, entre los que destacan la edición de La Flor de la Playa y otras novelas cortas (Castalia, 1989), Carmen de Burgos y su obra literaria (Instituto de Estudios Almerienses, 1996), y Carmen de Burgos en la Generación del 98 (Comunidad de Madrid, 1999). En 2005 publicó el libro Carmen de Burgos, Colombine, en la Edad de Plata de la literatura española, con el que obtuvo el premio Antonio Domínguez Ortiz de Biografías, editado por la Fundación José Manuel Lara. En 2010 coordinó el ciclo de estudios Carmen de Burgos, Colombine (1867-1932), en el periodismo y la Literatura (Arbor, CSIC, Nº Extra). En la edición de 2005 ganó el Premio de Biografía «Antonio Domínguez Ortiz» por su libro Carmen de Burgos, Colombine, en la Edad de Plata de la literatura española, que publicó la Fundación José Manuel Lara. ¿Carmen de Burgos ha sido injustamente olvidada? ¿Se debe ese olvido únicamente a motivos políticos?

Olvidada no sería la palabra, más bien silenciada. Es necesario recordar los hechos y los significados de su vida y de su obra para comprenderlo, porque durante el brillante primer tercio del siglo XX, la figura de la escritora Carmen de Burgos gozó de gran prestigio nacional e internacional, envuelto además en una enorme popularidad. Cómo hubiéramos podido olvidar a quien era decana de las letras españolas cuando se inicia la Segunda República, que era mencionada para la Real Academia, que en 1931 (un año antes de su repentina muerte) ingresó como miembro de la muy prestigiosa Real Sociedad Económica Matritense, reconocida como una figura de estirpe ilustrada, y cuyo nombre era solicitado para encabezar las más diversas actividades intelectuales y políticas. Carmen de Burgos representó en vida el pensamiento libre, racionalizador y europeísta, que con tanta dificultad se abrió paso en España hasta las puertas del siglo XX, y que vivió un fecundo momento de esplendor hasta frustrarse con la Guerra Civil. Gran parte de su labor se integra en la corriente del Regeneracionismo, que durante más de medio siglo emprendió la tarea de la modernización de España, de salvar el abismo abierto entre nuestro país y las sociedades europeas más avanzadas. Lo que singulariza aún más su figura es que ocupó esa posición aportando la perspectiva de una mujer, con una edad que la vincula a la Generación del 98.

Pionera es su más justo atributo; lo fue de tantas cosas… Recordemos especialmente su posición en el periodismo, en el que se había iniciado desde su llegada a Madrid en 1901, procedente de su Almería natal. Muy pronto se convirtió en la primera mujer redactora de un periódico, del naciente Diario Universal (1/1/1903), con una columna diaria, desde la cual promovió en 1904 una campaña en favor del divorcio, y que en 1905 pasó a Heraldo de Madrid. Para ABC y Heraldo fue corresponsal en Francia e Italia (1905-1906) y, a su regreso, lanzó la primera campaña por el voto femenino (1906). Poco después, se convirtió en la primera corresponsal de guerra española (Melilla, 1909). Acumuló una vasta y rica cultura, hecha de erudición y de experiencia del mundo, por el que viajó incansablemente, de los confines de Europa a los de América. Fue mujer de pensamiento y de acción, que defendió desde la prensa diferentes causas sociales y políticas, sobre todo en favor de la mujer. Llegó incluso a presidir organizaciones feministas dentro y fuera de España (Cruzada de Mujeres Españolas y Liga Internacional de Mujeres Ibéricas e Hispanoamericanas). Como escritora, en paralelo a los miles de artículos publicados en la prensa española y extranjera, fue creando una extensísima labor literaria y erudita, cercana a los dos centenares de títulos: novelas largas y cortas (casi un centenar),

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estudios literarios, biografías, libros de viajes, traducciones, libros de entrevistas, textos de conferencias... Fue la labor de una verdadera polígrafa. Todo ello y mucho más responde por sí mismo a la pregunta sobre la injusticia del olvido. En cuanto a las causas, no es sólo la política, aunque sí la primera. Su nombre formó parte de la primera lista de autores prohibidos en 1939, cuando ya habían transcurrido siete años desde su muerte. Recordemos que la lista la encabezaba Zola, seguido de autores como Voltaire o Rousseau, que Carmen de Burgos figuraba en el puesto noveno, y que era la primera mujer. Su obra, por tanto, desaparecida y no reeditada, y su huella, borrada sistemáticamente de los organismos culturales: como ejemplo, desde 1895 fue la tercera mujer socia del Ateneo, donde participó activamente en actos y conferencias, que hoy sólo conocemos por su eco en la prensa. Se sumó el ser mujer y el rechazo que inspiraba a los sectores más conservadores una librepensadora, unido a la tendencia que excluye a las mujeres del canon literario. Aún se completó la labor de destrucción sustituyendo su auténtica imagen por una grotesca caricatura, trivializadora. Y por fin, con todo ello colaboró la general pérdida de memoria histórica que sucedió a la dictadura. ¿Cómo llevó a cabo su proceso de compilación de la obra y vida de Carmen de Burgos? ¿Hay una ausencia de estudios contemporáneos sobre la autora? ¿Es optimista en cuanto al futuro y al renacimiento de Carmen de Burgos y su obra? Hace muchos años, más de tres décadas, alentada por la doctora Elena Catena, emprendí la búsqueda de Carmen de Burgos sin poder imaginar la dimensión del personaje que me aguardaba. Re-

componer su extensísima obra, dispersa en bibliotecas, archivos, librerías de viejo, colecciones particulares, o periódicos de dentro y de fuera de España, ha sido labor arqueológica, que se fue convirtiendo en aventura apasionante porque se abrían, y se abren, a cada paso nuevas vías de exploración. La reconstrucción y estudio de su obra literaria culminó en 1991 con mi tesis doctoral. Después, archivos y hemerotecas de España y de diversos países, combinados con datos de las obras, alimentaron la reconstrucción de su apasionante vida y devolvieron la

mi edición de 1989, fijándola el 10 de diciembre de 1867. Hoy, Carmen de Burgos está recuperada en los medios académicos, y suscita gran interés en universidades de otros países, sobre todo en EE. UU. La labor pendiente más importante es la reedición ordenada de su obra fundamental, hasta ahora escasa y parcialmente recuperada. Carmen de Burgos usó junto a su nombre el seudónimo Colombine. ¿Por qué lo adoptó? ¿Cómo trascendió su firma a la prensa internacional? El 1 de enero de 1903 la autora nació al periodismo profesional bautizada con ese bello seudónimo, que respondía a los gustos del Modernismo reinante; se lo propuso el director Suárez de Figueroa al tiempo que le abría las puertas del periodismo. Ella misma contó con detalle tal elección: Apareció aquel primer número de Diario Universal, que sólo leímos los redactores, porque no salió al público. […] Mi artículo apareció con el seudónimo de Raquel, pero a Figueroa, […] se le ocurrió que en el número definitivo del día siguiente me llamase Colombine.

dimensión de su figura, limpia de errores y de falseamientos, que se recoge en mi biografía ya citada. Antes, desde comienzos de los años setenta, se había iniciado su recuperación con breves estudios que atendían sobre todo a la dimensión feminista de la autora, pero muchos errores se reproducían sin cesar por falta de rigor en las fuentes. Como ejemplo, aún hoy se localizan trabajos en que se cuestiona la fecha de su nacimiento por la diversidad de referencias; aunque toda duda ya quedó despejada documentalmente en

Así, en francés. Recordemos que Colombine (o Colombina) era un personaje de la Comedia del Arte italiana que desde el siglo XVI pervive en la tradición del teatro europeo. La bella Colombina era arquetipo de mujer frágil, caprichosa e inconstante en el amor. Nada más opuesto a los significados de Carmen de Burgos, pero fue de gran utilidad para difundir sus ideas. La ligera Colombine, que muchas veces escribía sobre aspectos prácticos o estéticos, sorprendía a sus lectores con noticias y reflexiones de gran trascendencia, expuestas con igual naturalidad. La personalidad que asomaba tras el seudónimo mezclaba inteligencia, mundanidad, sólidos conocimientos repletos de datos y serio compromiso social; resultaba moderna, luminosa e inquietante a la vez. Una imagen atractiva para hombres y


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mujeres. El seudónimo la acompañó en el triunfo y ella le dio un nuevo significado; así lo resume Ramón años después: «En vez de rechazar la ligereza de ese nombre, para dar una lección a las damas severas y mortificantes, lo ha recogido y lo ha dignificado benévola y fraternal». Háblenos de los cuentos y las novelas de Carmen de Burgos. ¿Cómo los calificaría? ¿Qué importancia les daría en la literatura española? ¿Cómo recibían en ese momento los críticos y los escritores su obra? ¿Demasiados «juicios erróneos y generalizadores»? Carmen de Burgos fue una novelista de enorme éxito y una maestra en la creación de novelas cortas, de las que publicó casi un centenar, junto a varias decenas de cuentos y una decena de novelas largas. Fue uno de los autores más solicitados por las colecciones de novela corta que se sucedieron entre 1907, con el nacimiento de El Cuento Semanal (fundado por Zamacois), y el final de La Novela de Hoy en 1932. En esos veinticinco años se despliega toda la evolución de su obra, temática y formalmente. En sus relatos sostuvo siempre dos caminos paralelos y complementarios, que se mantuvieron a través de las distintas tendencias e influencias, y que dan un orden profundo y sólido a su extensísima producción. Un camino parte de su lúcido y sincero compromiso con la sociedad, que dio lugar a obras de diverso significado, del análisis crítico riguroso, a la sátira, incluso a la defensa urgente de una tesis. El otro camino parte de un impulso que, en realidad, da sentido a toda la vida y la obra de la autora: el permanente anhelo de plenitud que la empuja a una incansable exploración del mundo, en busca de un paraíso que ella sabía inalcanzable. Los viajes que ocuparon gran parte de su vida inundan el contenido de sus obras. En este punto, el valle almeriense de Rodalquilar, el lugar primitivo de su infancia y escenario de un ciclo de sus novelas, pasó a convertirse en un añorado paraí-

dossier: La figura de Carmen de Burgos, Colombine. Entrevista a Concepción Núñez Rey

so perdido. Desde otra perspectiva, este camino dio lugar al primero, y explica su compromiso social como una necesidad vital, la de intentar construir un reflejo de ese paraíso original: un mundo habitable. Así, son muchos los registros de su lenguaje, siempre sobre una base de sobriedad y precisión: el primero expresa el compromiso ético del espíritu regeneracionista, una de las constantes de su obra, y se diversifica en ironía, sátira, denuncia, alegato, argumentación y reflexión; el otro corresponde a la aventura vital y ofrece más amplios registros: sobre una base

descriptivo-objetiva, se sucede el lenguaje impresionista de las emociones y de las sensaciones, un lenguaje perspectivista y un lenguaje vanguardista, humorístico y lúdico, al que se añade aún un lenguaje reflexivo de tono existencial. Mención aparte merecen dos lenguajes exclusivos del ciclo de Rodalquilar: uno se alimenta de un léxico riguroso y rico referido al orden natural; otro es un lenguaje desnudo y suspendido, el de las pasiones. La expresión literaria de Carmen de Burgos se despliega en un ancho cauce de exaltación vital y de intelectualización.

Su producción literaria y periodística fue muy abundante, ¿puede destacarnos alguna de sus obras? Algunos de sus libros nacieron de sus artículos en la prensa. El primero fue El divorcio en España (1904), nacido de su campaña en Diario Universal; de entrevistas publicadas en Heraldo de Madrid procedían Confidencias de artistas (1916), o Hablando con los descendientes (1929); también reunió en libro selecciones de sus columnas en los diarios. De su obra erudita, hay que destacar sobre todo su Fígaro (1919), la gran biografía de Larra que es todavía la obra de referencia; sin olvidar su estudio y traducción de Leopardi (1911); o su biografía de Eça de Queiroz, y otros estudios de escritores portugueses (en la revista Cosmópolis, 1920); todas ellas fueron obras pioneras. En narración, por destacar alguna de las muchas novelas cortas: el gran cuadro social de Los negociantes de la Puerta del Sol (1919); o el vanguardismo de El suicida asesinado; o el antibelicismo de En la guerra (1909); o la huella autobiográfica de su relación con Ramón en La flor de la playa. De sus novelas largas: el universo de Rodalquilar en Los inadaptados o en El último contrabandista; el espíritu racionalista frente al fanatismo en Los espirituados (1923), o frente al esoterismo en El retorno (1922); o la situación social de la mujer en La rampa (1917) o La malcasada (1923). Tampoco es posible olvidar sus ensayos, sobre todo La mujer moderna y sus derechos (1927). Y en lugar destacado recordar sus tres libros de viajes, mezcla de narración, documento y ensayo; de ellos, Mis viajes por Europa (1916) ha sido reeditado en 2012.

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dossier: La figura de Carmen de Burgos, Colombine. Entrevista a Concepción Núñez Rey

Carmen de Burgos fue pareja de Ramón Gómez de la Serna y se relacionó con los grandes escritores de la época: Rubén Darío, Galdós, Pardo Bazán, Juan Ramón Jiménez, Unamuno, Marañón, etc. ¿Cómo influyó en Carmen de Burgos el escritor Ramón Gómez de la Serna, en especial en su terreno creativo? ¿No cree que Gómez de la Serna fue un nombre asociado, como «amante de», del que, injustamente, le cuesta distanciarse? Es mucho más grave. Ramón creció a la sombra de Carmen. Cuando iniciaron su relación en 1909, Carmen había vivido dos vidas y, podría decirse, se había construido a sí misma, superando un infeliz matrimonio y la pérdida de tres hijos, entregada al estudio y al trabajo. Desde su llegada a Madrid en 1901, su incesante labor periodística y literaria había llevado su nombre, revestido de prestigio y fama, más allá de las fronteras. Afrontó con valentía la aventura de crear con su propia vida un nuevo modelo de mujer, que hoy llamaríamos «la mujer moderna», integrando en la feminidad todas las capacidades atribuidas hasta entonces a los hombres, sin aceptar límite alguno. En el plano amoroso rompió muchas convenciones, sobre todo por su relación con Ramón, más joven que ella, con quien compartió una intensa vida durante más de dos décadas. En cuanto a influencias, pensemos que ambos escribieron siempre a ambos lados de la misma mesa, que viajaron juntos sin cesar y que tuvieron domicilio estable en varias ciudades,

sobre todo El Ventanal, que se hicieron construir en Estoril. No solo influencias, sino experiencias compartidas que conocemos en doble perspectiva por los textos de ambos. Sí cabe decir que Ramón acentuó en Carmen la búsqueda estética y que ella humanizó de él el juego esteticista. En cuanto a los escritores y artistas de la época, Carmen mantuvo vínculos con todas las figuras, de las que recibía admiración y respeto, reconocida como la intelectual que encarnaba el espíritu liberal y progresista. Aunque, como el propio Ramón denunciaba, desde ideologías contrarias algunos buscaron siempre degradar su valor. Fue antibelicista, defensora del movimiento feminista y los derechos sociales, republicana. ¿Qué valores nos ha legado Carmen de Burgos? Todo ha quedado ya apuntado, pero se puede añadir que la interpretación del mundo que nos transmite Carmen de Burgos al leer cualquiera de sus textos se corresponde con lo que llamamos la modernidad, es decir, una visión racionalista, antidogmática, humanista, que anhela siempre para el individuo el goce pleno de la existencia y el bien común en lo social, de ahí su estirpe ilustrada. Encarnó desde el principio la defensa de los derechos humanos, contra las guerras, contra la pena de muerte y las torturas, contra las formas de discriminación y de injusticia de los hombres y de las mujeres, a los que concebía como compañeros en un

plano de igualdad. Para ella existía sólo la humanidad, como valor supremo, e igualmente dialogaba con reyes y gobernantes que defendía a un mendigo o a una proscrita. Su modelo se basaba en el sentido ético de la vida humana («El progreso verdadero de los pueblos está en la ética»); en efecto, crear civilización frente a la barbarie originaria. Podemos ver en ella el pensar y el sentir de una mujer adelantada a su tiempo, de una mujer de hoy. Supo enfrentarse con valentía a un mundo cerrado en las costumbres y en las leyes, y abrió muchas puertas por las que transitaron libremente las mujeres de la siguiente generación, aunque con la destrucción de la República se disolvió todo o se aplazó durante décadas. Hemos de recordar su valentía, su ansia de conocimiento, su trabajo titánico, su refinamiento y elegancia, su cosmopolita amor a la vida y su inmensa piedad por el dolor humano. Y añadir aún que en literatura representó las grandes corrientes de la Edad de Plata, del regeneracionismo noventayochista al principio, hasta el racionalismo novecentista desde 1912, para alcanzar la experimentación vanguardista mucho antes de los años veinte. Y también que gran parte de su obra nos guía en un vasto recorrido por la Europa del primer tercio del siglo XX, convirtiéndonos en espectadores privilegiados de aquel proceso histórico.

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dossier: Alejandro Riera Guignet. Emilio Carrere, cronista de Madrid

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Emilio Carrere, cronista de Madrid Alejandro Riera Guignet

.La historia de Emilio Carrere (1881-1947) es la historia misma de Madrid durante las primeras décadas del siglo XX. Es la crónica de un lugar que ya no existe pero que pervive en el recuerdo. Carrere es sin duda la personificación de las noches de bohemia y de los parques iluminados por la luna, pero también uno de los articulistas más valiosos que ha dado la ciudad. Fue, además, el poeta que consiguió vivir su vida como si fuese una ficción. Admirador confeso de Murger, intentó trasvasar el mundo de los bohemios parisinos a la capital española, más concretamente a los alrededores de la calle de San Bernardo, que él bautizó como «el barrio latino matritense». Para estar a la altura de su propia invención, junto a esta ciudad imaginaria, el propio Carrere se convirtió en personaje de ficción, recorriendo las calles con su chambergo, su capa y su pipa humeante como un fantasma castizo. A lo largo de estos paseos nocturnos el escritor cantó a las musas del arroyo en poemas que serían celebrados por los madrileños, compiló una antología de poetas modernistas y tradujo a autores franceses como Verlaine o Nerval. Su ideario era el arte por el arte y se encargaría de defenderlo a capa y espada en numerosas tertulias, como la del Café Habanero, la del Levante o la de El Mercantil. Este es el Emilio Carrere más popular y pintoresco. Pero hacia el final de su vida, otra silueta se perfila detrás del bohemio, la del articulista talentoso, la del forzado de la escritura que, día a día, sabe extraer poesía de lo cotidiano. Desde su sección «Aquí, Madrid» del diario Madrid, el antiguo bohemio se convirtió en punto de referencia para muchos de sus conciudadanos. No era de extrañar, pues sus artículos cotidianos formaban un caleidoscopio que reflejaba en mil facetas lo que era Madrid en los años cuarenta, sus alegrías y sus afanes, sus dificultades y sus ensueños. Todo tenía cabida en esa sección con el sello característico de Don Emilio, siempre con una ironía suavizada con ternura. Y fue esa impronta la que le hizo tan querido y tan leído.

Carrere llegó al diario Madrid de la mano de su amigo de infancia Juan Pujol, a la sazón director del periódico. Empezó su sección tras la Guerra Civil y escribió un artículo diario hasta el año de su muerte en 1947. Desde «Aquí, Madrid» comentaba la actualidad de la ciudad, las curiosidades históricas, las antiguas leyendas... El tema sobresaliente fue, como era de esperar en un nostálgico, la historia de Madrid. Una anécdota, una fecha, le bastaban para trazar recorridos evocadores del pasado con una pluma transida de emoción: «dejamos huellas de nuestra alma en las cosas más pequeñas y en los lugares por donde hemos pasado y que nos son restituidas prestigiadas por la pátina poética del tiempo cuando volvemos a pasar ante ellos. Cada vieja cosa tiene, pues, algún jirón nuestro...». En «La florista de la calle de Alcalá», por ejemplo, lamentaba con nostalgia la desaparición de las siluetas del Madrid de antaño, pero siempre con un aroma de optimismo: «no importa que los ojos se cierren al color y las orejas a la melodía. Hay que volver mañana, poetas y floristas, con claveles nuevos...». Carrere, igualmente, tuvo gran habilidad a la hora de titular sus artículos. Los hacía misteriosos y atractivos; con títulos así, el lector quedaba atrapado de inmediato. El tema de los lunares en las mejillas femeninas le inspiró, por ejemplo, el siguiente título: «En los cielos de nieve, lunas de terciopelo». Como vemos, aún quedaba algo del Carrere poeta en el Carrere periodista. Igualmente, las luces nocturnas de las plazas madrileñas, le llevaron a la ensoñación: «Atraen nuestra imaginación estas ventanitas de oro que agujerean la noche, que tachonan las fachadas de rosas de luz [...]. Cada ventana abierta es la primera página de una novela». Ante el reloj de la Puerta del Sol le parece escuchar los misteriosos diálogos de la esfera luminosa con el reloj de Palacio, con el de la Panadería. ¿Y de qué hablan los relojes cuando susurran entre ellos? Carrere sentencia: «la voz de los relojes siempre suena a eternidad». En otros artículos, frente a la poesía y la nostalgia, el Madrid del presente le parece mecanizado e inhumano. Escribía

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dossier: Alejandro Riera Guignet. Emilio Carrere, cronista de Madrid

entonces textos irónicos y mordaces como «Los ascensores como sistemas de jugarse la vida» o «El Metro, sus costumbres y modo de cazarlo». La Gran Vía se le mostró a veces como una cicatriz de cemento que malograba sus ensoñaciones románticas. Aunque el propio poeta sabía que estaba siendo injusto y así lo reconoció: «La Gran Vía tendrá su emoción poética cuando pase un siglo. No son las cosas las que tienen emoción, sino el tiempo que pasa por ellas». Descubrimos, en suma, el reflejo del Madrid de la época con un estilo ágil y sugerente que impresionaba y encantaba al lector con unas pocas pinceladas. Leer los artículos de Don Emilio creaba adicción. Y no son palabras vanas: muchos lectores compraban el periódico sólo para descubrir la última ocurrencia de Carrere; de hecho, algunos lectores conservaban los artículos para encuadernarlos en casa. El escritor fue nombrado Cronista Oficial de la Villa por esos años, y qué duda cabe de que se trataba de un reconocimiento a su labor madrileñista plasmada en sus artículos. Hoy en día, sin embargo, esta faceta de Carrere parece haber quedado un poco soslayada y no existe ninguna edición crítica que recopile estos escritos plenos de gracia, de salero y de ternura. Ya quedan muy lejanas y resultan inencontrables para el gran público dos recopilaciones que se hicieron de sus artículos. La primera de ellas se tituló Madrid en los versos y en la prosa de Emilio Carrere (1948), apareció un año después de su muerte y recopilaba artículos junto a otros textos y poemas. La otra obra, igualmente inalcanzable para los lectores de hoy, es Aquí, Madrid (s.f.) y reunía algunos artículos de la sección.

No se trataba, evidentemente, de ediciones críticas y tampoco tenían ningún afán de ser exhaustivas. Cabe indicar que otra antología más reciente, publicada por José Montero Padilla en 1998, en la editorial Castalia, también incluyó algunos ejemplos de los artículos de Carrere. Pero son muy pocas muestras para unos textos que tanto pueden aportarnos a los madrileños del siglo XXI. Es, pues, el Carrere articulista el que reivindicamos desde estas líneas. Su «Aquí, Madrid» nos parece una de las mayores aportaciones al madrileñismo desde la prensa y ocupa un lugar preferente junto a articulistas de la época como González Ruano, Julio Camba o Alfredo Marquerie. Gracejo, ternura y elegancia fueron, sin duda, algunas de sus características pero, igualmente, la columna de Carrere posee para el lector de hoy un indudable valor histórico. Gracias al escritor bohemio contemplamos el Madrid del pasado como en un espejo mágico. Ese es el mérito de todo buen cronista y Carrere lo alcanzó día a día con vocación y entrega. Sirvan estas líneas como reconocimiento a su brillante labor de cronista de Madrid.

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Alejandro Riera Guignet es doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Barcelona con una tesis sobre Emilio Carrere. Ha publicado artículos sobre Carrere y la bohemia madrileña, sobre biblioteconomía y sobre estética literaria, en revistas como Espéculo, Barcarola o Madrid Histórico, y en el diario ABC. En el año 2011 publicó la biografía Emilio Carrere, el bohemio de Madrid (Ediciones La Librería). Ha sido profesor en la UNED y actualmente es el bibliotecario del Casino de Madrid.


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dossier: Julio Monteverde. Antonio de Hoyos y Vinent: la revolución será elegante o no será

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ANTONIO DE HOYOS Y VINENT: LA REVOLUCIÓN SERÁ ELEGANTE O NO SERÁ

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Julio Monteverde

.Memoria de la Asociación de Propietarios de Panamá. Eso al menos es lo que afirma la cubierta del libro, encontrado en una librería de viejo del centro de Madrid. Y también una fecha: 1947. No obstante se trata de una manipulación: el título no se corresponde con el libro que encontramos en el interior. Casi diez años después de la Guerra Civil alguien se tomó la formidable molestia de ocultar el ensayo La hora española, publicado por Antonio de Hoyos y Vinent en 1930, con otra cubierta insignificante, anodina hasta la extenuación, en la que el lomo, discretamente, no revela ninguna inscripción, y en la que sólo la contracubierta se permitirá mostrar un último dato en apariencia inocente: «Imp. Acción Católica». Después de esto la pregunta, para quien no conozca nada de la obra y la vida del marqués de Hoyos y Vinent, llega por sí sola ¿Por qué alguien se decidiría a llevar a cabo semejante operación de ocultamiento? El placer de la lectura de obras prohibidas es una primera respuesta. Bajo la dictadura, evidentemente. Pero hay algo más. El rastro de un afecto paciente y fiel. Podría tratarse de una mera curiosidad, por supuesto, pero estos testimonios de amor no suelen aparecer simplemente porque sí. *** Antonio de Hoyos y Vinent nació en Madrid el 2 de mayo de 1884. Hijo de la más alta aristocracia madrileña, su infancia pasó repartida entre salones diplomáticos y exclusivísimos internados. A los diecisiete años, el descubrimiento de la litera1. Debo la frase a mi amigo José Manuel Rojo, que me la recordó cierta tarde de mayo en la Puerta del Sol de Madrid.

tura francesa le llevará a publicar su primer libro, Cuestión de ambiente, con prólogo de Pardo Bazán. La novela supuso un escándalo inmediato, ya que en ella se retrataba a una aristocracia madrileña cercana a la abyección, y abriría a Hoyos todas las puertas del éxito literario, exprimido más tarde en unas novelas en las que la pasión y el deseo se desbordaban invariablemente arrastrando vidas bajo el puente de las convenciones sociales. Mujeres fatales, madres descarriadas, torerillos equívocos, estafadores con aspiraciones, aristócratas hartos de spleen… fulguraciones decadentes del núcleo de una sociedad que se derrumbaba ante la llegada de los bárbaros. Durante la primera década del siglo XX Hoyos es también una de las figuras más reconocibles de la vida social madrileña. Aristócrata e intelectual, elegante, sportman y sordo como una tapia, en aquel tiempo Hoyos parece sentir una necesidad vital que le impulsa hacia cualquier espacio en el que la pasión se despliegue. Amparado en su posición y en una imponente presencia física (tipo boxeador), no hace ningún esfuerzo por ocultar su homosexualidad en el Madrid carpetovetónico de principios de siglo. Él es entonces el elegante por excelencia de la capital. Su dandismo, construido a base de monóculo y toilettes extraordinarias, es célebre en todo Madrid: alterna los salones de la Castellana con las tertulias de la Puerta del Sol y, sobre todo, con los antros miserables de Lavapiés. Rodeado de su inseparable troupe de personajes equívocos y extravagantes, la tournée des grands ducs es rebajada por él a acto cotidiano, alimentando regularmente su imaginación y saciando su apetito de una vida desmedida. Mientras tanto, publica un libro tras otro, es traducido en media Europa, dirige publicaciones periódicas como Gran mundo y Sport, y un público fiel compra sus novelas en manada.


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No obstante, a mitad de los años diez su estrella como escritor comienza a declinar. En Francia, los Lorrain y las Rachilde hace tiempo que han sido sustituidos por los Apollinaire y los Gide, y la sed de novedades acabará pasándole factura. Aquí, Hoyos intentará dar una vuelta de tuerca a su trabajo y se lanzará a publicar extraños ensayos filosófico-políticos que realmente destacan más por su carácter insólito que por su calidad. *** Pero un día de 1920, en una librería de Barcelona, Hoyos entabla conversación con Ángel Pestaña. Una amistad muy fuerte nace entre el sindicalista y el marqués que, a partir de ese momento, irá poco a poco interesándose por el movimiento anarquista español para acabar afiliándose en 1934 al Partido Sindicalista del propio Pestaña y posteriormente a la FAI. Hoyos se convierte así en militante anarquista y la llegada de la Guerra Civil no hará sino multiplicar su actividad. Colabora incansablemente en el periódico El sindicalista, mientras la casa y los coches personales, otrora testimonios de posición social, son colectivizados por iniciativa propia. No obstante, su naturaleza no se desvanece por completo. Hoyos, junto con su prestigio y su capacidad, llevó también consigo la elegancia al corazón de la revolución, y una imagen casi mitológica nos llega a través del testimonio de los que le frecuentaron en aquel tiempo: atravesando la Puerta del Sol vestido con un mono azul de obrero –confeccionado especialmente para él con fina seda azul– pistolón al cinto y monóculo.

Como es de suponer, este compromiso no dejó indiferente a nadie, sobre todo a los propios fascistas que en septiembre de 1936 propagaron el rumor de que Hoyos había sido fusilado por el simple hecho de ser Grande de España. El rumor se desmiente, pero cuando las tropas franquistas entren en Madrid Hoyos será detenido y enviado a la prisión de Porlier donde, abandonado por todos, ciego, sordo y casi paralítico, morirá en la miseria el día 11 de junio de 1940. *** Como vemos, la vida de Antonio de Hoyos y Vinent, tremenda y fascinante, parece doblarse por esa especie de bisagra que supone su compromiso político y vital con la revolución española. Pero si la primera parte de su vida –el deslumbrante periplo del decadente y su asombrosa capacidad para articular una actitud de rechazo vertical hacia la platitud moral–, continúa fascinando por lo afinado de su postura, la experiencia final del anarquista permanece, en términos generales y a la espera de la biografía que desgraciadamente no acaba nunca de llegar,2 en un cierto segundo plano. Y es que ya en su época este paso fue descalificado con 2. Disponemos de un primer acercamiento en profundidad: el notable trabajo de María del Carmen Alfonso García Antonio de Hoyos y Vinent, una figura del decadentismo hispánico (Universidad de Oviedo, 1998), si bien, al tratarse de un publicación universitaria –cosa que también ocurre con otros trabajos del mismo estilo sobre Hoyos– , es prácticamente inalcanzable para el lector no especializado.


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sarcasmo por los mismos que, posteriormente, no estarían ni de lejos a la altura de las circunstancias. Para estos se trató simplemente de la última ocurrencia del escandalizador. Sin embargo, hoy parece más claro que se trata de una evolución no exenta de una coherencia específica, la misma que mostraron en su día muchos de los representantes de la escuela decadente (Verlaine y D´Annunzio, por ejemplo, desde extremos opuestos del decorado). Hoyos no fue el primero ni el último que, involucrado en la historia, comprendió que la admirable revuelta del dandi solo puede tener una salida a la altura de sus potencialidades apoyándose en un cambio social radical. Y aunque esta evolución, lo sabemos, no es la única posible para el dandi, ni siquiera la más común, sí es una evolución coherente y factible de la cual Hoyos no sería el único ejemplo. Así, no hay dos Hoyos, uno interesante y otro incomprensible, uno simpático y otro molesto. Hay una misma personalidad en movimiento; y creemos que tomarse en serio, en lo que merece, la elección más importante de una vida, aquella que finalmente le condujo a la muerte, es un acto de amor hacia su memoria. *** La figura de Hoyos y Vinent fue completamente olvidada durante el franquismo. No quedó prácticamente nada de ella y sólo a través de múltiples esfuerzos de algunos infatigables partidarios pudo desplegarse cierto puente franco hasta su recuerdo. Hoy podemos atravesar este puente gracias a sus

libros, ya que en ellos es su personalidad entera la que se plasma en un mundo propio que, en sus momentos más logrados, como en sus novelas La vejez del Heliogábalo (1912) y El monstruo (1915),3 alcanza cotas que le otorgan el indudable honor de ser el representante más logrado de la escuela decadente en España. Pero está claro que si nos empeñamos en medirlo únicamente a través de los libros su relevancia decrece rápidamente. Hoyos y Vinent no es únicamente interesante como escritor. Al contrario, lo mejor de sus escritos es que comunican directamente con su vida, su verdadera obra, esta sí inapelable. Sus libros son puertas giratorias que nos permiten acabar de golpe en un territorio en el que él mismo, Hoyos y Vinent en persona, nos espera: un territorio abrupto, excesivo y tremendo como ese Panamá del que ninguna asociación de propietarios logrará nunca ocultarnos la presencia.

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Julio Monteverde (Cartagena, 1973). Ha publicado dos libros de poemas: La luz de los días (La torre magnética, 2002) y La llama bajo los escombros (Gens, 2008). Entre 2001 y 2012 fue miembro del Grupo surrealista de Madrid, participando en la revista Salamandra y en el periódico El Rapto. En 2009 realizó para la editorial Pepitas de Calabaza la introducción a la reedición de El Monstruo, de Antonio de Hoyos y Vinent. En esta editorial ha publicado en 2012 su último trabajo, el ensayo titulado De la materia del sueño. 3. De ambas hay ediciones más o menos recientes: La vejez del Heliogábalo (Mondadori, 1989), El monstruo (Pepitas de Calabaza, 2009).

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Los cuentos de Chaves Nogales María Isabel Cintas Guillén

.Los cuentos han sido una constante, pero intermitente, en la obra de Chaves Nogales (Sevilla, 1897 – Londres, 1944). Aunque diferentes en su temática y tratamiento, tienen en común en primer lugar el hecho de que siempre fueron escritos para ser publicados en prensa, al tiempo que vienen a ser como un ejercicio de calentamiento en la tarea de escribir, o como una pausa relajada, reflexiva y festiva en el quehacer diario del informador. El volumen de los cuentos es escaso si se compara con la producción periodística; pero es un trabajo cuidado y atento, donde el periodista entrena su pulso como relator de episodios que, sacados casi siempre de la realidad, escuchados en su anécdota a algún familiar cercano, vienen a ser un extracto del conocimiento de la vida, a modo de juego expositivo de lo que se ha visto y se puede hacer universal, con lo que pudiera afectar al género humano, si el concepto fuese tomado en su afección más cotidiana. Digamos que el cuento viene a ser una pausa reflexiva en el juego de la vida, que nos va a permitir medirnos y entendernos a nosotros mismos. Los primeros conocidos, titulados «Los caminos del mundo» y «La gran burla», se integraron en las Narraciones maravillosas, editadas en 1924 por Caro Raggio. Como tal libro fue publicado por primera vez en lo que podemos llamar la reaparición de Chaves tras los largos años de silencio y olvido en la edición de la Diputación de Sevilla de la Obra narrativa completa. Poco después (1994) lo reeditó la editorial Clan. Las Narraciones son «esquicios novelísticos» en los que el autor se entrena en el relato de la realidad convertida en un mosaico donde caben todos los perfiles de lo humano y donde el héroe se fragmenta en cien pequeñas heroicidades en una forma de narrar que engarza con los maestros realistas pero que, sin dejar nunca de lado ese realismo que

preside los movimientos de todo periodista, hace intervenir algún elemento sobrenatural «infiltrándolo por los intersticios, resquebrajaduras e incongruencias de esta vidilla nuestra tan vanamente afanosa de lógica», como nos advierte el autor en el aclarador prospecto que prologa la edición. En 1926, con Chaves ya ejerciendo de redactor jefe en el Heraldo de Madrid, el periodista vuelve a prestar atención al relato breve. Sometido a la tiranía de la censura impuesta por Primo de Rivera a los periódicos, podemos intuir una intención de dinamizar la atonía informativa a la que los acontecimientos políticos sometían la información. Quizá para romper ese tedio, o para aumentar las ventas del periódico, que atravesaban un bache considerable, apareció en él el anuncio de una nueva sección, «La novela sin final», que tenía la siguiente estructura: un autor consagrado escribía una narración breve que quedaba interrumpida en su momento culminante. Los lectores podían enviar sus terminaciones, que eran publicadas, y de ellas se seleccionaba una que quedaría como terminación definitiva y compartiría los derechos de autor. La primera novela sin final que apareció era de Chaves Nogales. Se titulaba «El gobernador y sus siete mujeres» y se fragmentó en dos entregas. El concurso se mantuvo durante meses con otras narraciones semejantes de Juan G. Olmedilla, Vicente Sánchez Ocaña y del propio Chaves. Son, pues, novelas sin terminar, cortadas intencionadamente en el momento culminante del relato, con el fin de implicar al lector y arrastrarlo a un cierre definitivo y, a ser posible, sorprendente y atrapador. El ensayo tuvo éxito y, si recurrimos a las colecciones del periódico, podemos comprobar que durante días y días lectores interesados y escritores en ciernes intentan completar los relatos en todo un muestrario de posibilidades, lo que


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debió suponer un cierto revulsivo en la cotidianidad de la publicación. Chaves se extiende en plantear el relato y dejarlo en el punto culminante del nudo, incitando con ello a los lectores a precipitarse en un desenlace atractivo. Para nosotros el desenlace es lo de menos. En nuestro concepto actual del relato éste está ya completo en sí mismo con las entregas del autor y podemos considerarlo clausurado; en verdad, el ritmo de la composición es tan intenso que ese final interrumpido no es sino un cierre posible a un relato que ya lo tiene todo ganado. Siguiendo el orden cronológico hemos de advertir un paréntesis de dos años durante los que el periodista pareció estar entregado de lleno a la actividad informativa, sin tiempo para estos escarceos narrativos; hasta que por fin aparece en la revista Estampa un nuevo cuento, el titulado «Juan Ramón y el otro», al que sucede «El marido de la fea». Con la aparición de la novela breve La bolchevique enamorada se produce un giro en el género, ya que se amplía el territorio y la problemática hasta engarzar con aconteceres más internacionales; la revolución rusa ha extendido por Europa sus principios y los temas femeninos o feministas han comenzado a impregnar la narrativa española. Poco antes de la sali-

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da del relato, en la primavera de 1928, había visitado nuestro país la primera mujer que llegó a ser ministra en el régimen soviético, Alejandra Mikailowna Kolontai1, tras sufrir los rigores de la cárcel y el exilio y emerger en el bolchevismo triunfante, y tras dejar en la cuneta de la revolución a otras heroicas mujeres (Sasulich, Sofía Peroshaja, Angélica Balabanoff, Irene Kachovshaya, Dora Kaplan, Eugenia Sumenson, María Spiridowna y Susana Iswolsky, reflejos del espejo de la Krupskaya, apóstolas todas ellas del bolchevismo, del que enseguida abjuraron). Sólo Kolontai se mantuvo «desde primera hora ortodoxamente leninista, sin veleidades democráticas», como la definió Isaac Abeytúa en un artículo aparecido en el Heraldo de Madrid con ocasión de su visita a España. Esta mujer, abocada por su familia y su belleza a formar parte del serrallo de Rasputín, elegía el camino de la oposición y preparaba levantamientos y rebeliones frente a los poderes constituidos, sin descomponer la magnífica presencia física que potenciaban su belleza y los trajes fabricados en Paris. Fue embajadora de Rusia en Estocolmo, Oslo y México, así como en la Sociedad de Naciones. Vino a España enarbolando un discurso feminista y pacifista que se convirtió en un ideario: «A trabajo igual, retribución igual y derechos iguales a los hombres. Hay que proteger a la mujer, no para hacerle sentir su debilidad, sino para fortalecerla y hacerla útil para la sociedad. Que sea ciudadana, no ídolo ni juguete. Que se capacite para serlo todo: profesora, policía, comandante de navío, capitana de Estado Mayor…». En París culminó su labor revolucionaria mientras como embajadora de su país 1. Hemos respetado la grafía con la que el nombre aparece en el Heraldo de Madrid, si bien no corresponde a ninguna de las utilizadas en la actualidad (N. de la R.).

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dossier: María Isabel Cintas Guillén. Los cuentos de Chaves Nogales

levantaba a las cocineras contra los gendarmes y encargaba sus trajes en la rue de la Paix. Su papel como defensora de los derechos femeninos al voto, a la igualdad de salario, a la jornada laboral razonable, así como al divorcio, al aborto y la plena gestión de la propia sexualidad, la sitúan en un puesto avanzado en la historia del feminismo, a pesar de los desajustes que se producen en estos primeros momentos de la lucha por la emancipación de la mujer. En temas como el maltrato y la trata con fines sexuales unió su camino al de otras luchadoras que también visitaron España en la década de los veinte, como la argentina/uruguaya Paulina Luisi, abanderada del pensamiento feminista de Josefina Butler, que engarzaba con la línea de apoyo de personalidades del siglo anterior como Victor Hugo, Mazzini o León XXIII, así como con los personajes de la Primera República española, Pi y Margall, Concepción Arenal, Castelar y Salmerón. Autora Kolontai de un libro que conoció un relativo éxito en occidente, La bolchevique enamorada, tomó Chaves el sugerente título para la confección de la novela breve, en la que, con dosis de ironía que parecen pasar desapercibidas a sus editores, defiende la idea de que el amor es un prejuicio burgués, tras aclarar que pretende hacer un estudio de El amor en la Rusia roja, como dice su subtítulo, en el intento de explicitar las transformaciones que en el amor y en las relaciones sexuales puede llegar a causar el comunismo. La protagonista femenina, la camarada Rojklin, miembro influyente del partido, habrá de «reciclar» sus celos ante los camaradas del partido, «duros, implacables, iluminados, nazarenoides», adjetivos que sirven a Chaves para definir también a Lenin, Stalin, Goebbels o cualquiera que se caracterice por la dureza y rigidez de pensamiento. Chaves se

mueve siempre en el tema de las mujeres entre un incipiente feminismo todavía no marcado en exceso y un reconocimiento de las virtudes burguesas que proporcionan a la mujer confort, en un ambiente en que pueda mantener el respeto y ciertos atisbos de igualdad. En su viaje a Rusia se mostró sorprendido ante la posible masculinización de las mujeres rusas, sometidas a parámetros estrictos en exceso, siempre según su apreciación. No deja de ser un «pequeño burgués», liberal, sí, pero cogido in fraganti en medio de los cambios sociales que le sobrepasaban. Por fin el periódico Ahora publicó el último cuento que conocemos, «El hombre equívoco». Algunos de los cuentos aparecieron con ilustraciones de autores destacados de su momento. Ya hemos hablado en diversas circunstancias de la importancia y el papel preferente que Chaves daba a los ilustradores, profesionales que la historia de la comunicación ha mantenido relegados al lugar del olvido, pero que en la actualidad están siendo reivindicados y reconocidos en una actividad tan interesante. Rivero Gil, Bagaría, Martínez de León, Bartolozzi, están siendo cada día más valorados. Todos ellos tuvieron un final desgraciado (muerte, exilio) para sus vidas y un olvido de décadas para su trabajo.

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María Isabel Cintas Guillén es catedrática de Literatura y doctora en Filología Hispánica por la Universidad de Sevilla. Ha dedicado muchos años de su labor investigadora a recuperar y procesar la obra del periodista sevillano Manuel Chaves Nogales: Obra narrativa completa (1993 y 2009) y Obra periodística (2001 y 2013). Es también biógrafa del autor: Chaves Nogales. El oficio de contar, Premio Domínguez Ortiz, 2011.


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dossier: José María Barrera López. Pedro Garfias, entre la soledad y los pesares

Pedro Garfias, entre la soledad y los pesares José María Barrera López

.El 10 de octubre de 1951, José Luis Cano, en sus conversaciones con Vicente Aleixandre (Los Cuadernos de Velintonia, Seix Barral, 1986), transcribe: «Primer encuentro con Jorge Guillén, uno de los pocos poetas del 27 a quien no conocía antes de la guerra. Confieso que me ha sorprendido. No creía yo al autor de Cántico tan irónico [...]. No se muerde la lengua cuando se trata de hablar de aquellos a los que no quiere: Cernuda, por ejemplo, y Bergamín. En cambio, habla muy bien de Salinas, por supuesto, su gran amigo, y también de Moreno Villa, de Prados, de Altolaguirre, e incluso de Pedro Garfias». En la Correspondencia entre Salinas y Guillén (Tusquets, 1992), también está presente este nombre. El escritor vallisoletano le comunica a su fraterno Salinas: «No quiero que se me olvide Pedro Garfias. Gran tipo. Poeta verdadero –injustamente preterido– y gran recitador. ¡La Andalucía eterna!». Y el 10 de octubre de 1954, es Dámaso Alonso, en la tertulia del café Lyon, con Gerardo, Vicente y Eugenio de Nora, quien relata la vida de Garfias, según recoge Cano: «Nos habló también del poeta Pedro Garfias, que se emborracha cada noche, y va de taberna en taberna, de pueblo en pueblo, recitando sus poemas». Estos y otros comentarios sobre su vida y obra han forjado la leyenda (en el sentido más cernudiano) y los tópicos en torno a Pedro Garfias Zurita. Como le sucediera a León Felipe, Garfias fue un ejemplo de poeta juglar y errante. El último poeta «tabernario», lo llamó Max Aub. Pero, por encima de etiquetas fáciles, el escritor –como tantos otros de su generación– fue un poliedro valioso de muchas caras y aristas, con sus luces y sus sombras, incrustado en las grandes etapas de nuestro siglo XX: vanguardia, guerra, exilio. No pudo regresar a España

tras la diáspora republicana, porque falleció en agosto de 1967 en Monterrey (México), abandonado a la soledad y a otros pesares; pero su obra, tanto poética como prosística, ya se puede leer en toda su amplitud en España y está siendo continuamente valorada. Garfias había nacido con el comienzo del siglo pasado (27 mayo de 1901) en una capital de provincia castellana (Salamanca) casi circunstancialmente. Muy pronto viajó al Sur, de donde procedían sus padres, forjando su personalidad en distintos pueblos andaluces, donde aprendió poesía y compromiso, al hilo de las injusticias sociales y de las inquietudes creativas del momento. Hizo el bachillerato en Cabra («uno es de donde hace el bachillerato», apuntó también Max Aub), donde un grupo de jóvenes (Pedro Iglesias Caballero, Tomás Luque, Juan Soca) renovaban las letras leyendo a Rubén, los hermanos Machado, Juan Ramón… Muy pronto entabla amistad epistolar con el maestro Cansinos, a quien ofrenda como discípulo sus primeras entregas en Los Quijotes. Rafael Cansinos fue para él y para otros jóvenes renovadores el primer maestro dentro de un movimiento, el Ultraísmo, que sacudió las letras tras el modernismo crepuscular. Así lo demuestran sus cartas, que vieron la luz en 2001 en la revista Ínsula con motivo de su centenario. El «bolcheví» literario se adhiere al Ultra, propugnado por el autor de El candelabro de los siete brazos, y firma el famoso Manifiesto de 1919. Se aproximó al creacionismo como Larrea y Diego, con quienes proyectó Triángulo. Colabora en varias revistas del ismo renovador: Grecia, Cervantes, Vltra, de Madrid, y funda su propia publicación –uniéndose a Juan Chabás y José Rivas Panedas–, Horizonte, financiada por

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dossier: José María Barrera López. Pedro Garfias, entre la soledad y los pesares

su padre, administrador de arbitrios municipales en Osuna. Consiguió con ella, en 1922 y 1923, unir el grupo ultraísta y la «joven literatura» más proclive a posturas tradicionalistas y constructivas. Más tarde, no se adhiere ni al neogongorismo ni al surrealismo, continuando un neopopularismo ingenuo y sentimental, muy alejado del vanguardismo primero. En 1926 consigue sumar parte de su producción anterior a la más reciente y publica su opera prima, El Ala del Sur. Poemas, libro de encrucijada entre el creacionismo, el ultraísmo y el neopopularismo ya reinante en la vanguardia. Manifiesta su desacuerdo con la pureza y la vuelta al orden, buscando unas raíces más machadianas –temporales– en la poesía. Esa postura le lleva a ser excluido de la famosa antología generacional de Diego, en 1932 y 1934, aunque no de otras clásicas. Poco a poco se convirtió en un marginado en su propia generación. Él mismo declaraba su radical independencia de todos los grupos poéticos del momento, a propósito de su compañero Rivas Panedas, en 1933: «Y tan lejano de toda esta cohorte de literatos puros y de poetas virginales que encienden una vela a la República y otra a la Compañía de Jesús». Con la llegada de la Guerra Civil, Garfias es nombrado comisario cultural y desarrolla una amplia labor en distintos frentes de la España republicana. Edita libros (Poesías de la guerra, 1937; Héroes del Sur, 1938) y poemas en distintos periódicos del frente. Sufre el desgaste del conflicto y la amarga derrota que le lleva al exilio, primero a Inglaterra (con la conocida anécdota referida por Pablo Neruda del tabernero inglés, en Confieso que he vivido) y después a México (con el

Sinaia, el Diario de a bordo y los saludos al Presidente Cárdenas). Un primer libro, en esta etapa, será Primavera en Eaton Hastings, considerado por Dámaso Alonso como el mejor libro del destierro español del 39. En su alejamiento de España, tras un primer momento de estabilidad familiar y laboral en Monterrey, al frente de la labor cultural de la Universidad de Nuevo León, de la que saldrá De Soledad y otros pesares (1948), comienza su «éxodo y llanto» a través de un viaje poético donde se unen amistad, literatura y supervivencia. En la década de los cuarenta publica también Poesías de la Guerra española (1941), summa de toda su producción bélica, y Elegía a la presa de Dnieprostroi (1943), canto de solidaridad con el pueblo ruso. Ya en los cincuenta y sesenta, con una poética meditativa, da a la luz Viejos y nuevos poemas (1951), Río de aguas amargas (1953) y una segunda edición de Primavera… (1964) con algún cambio significativo. Ve sus poemas cantados y expuestos en bares y cantinas. Son sus famosas «servilletas», muchas de ellas quedarán inéditas. Después vendrían los investigadores y amantes de su poesía: la mexicana María Luisa Amigo, la norteamericana Margery Resnick, su hermana María Garfias y sus sobrinos, todos ellos los primeros en enseñarnos el valor de su obra, hasta llegar a nuestros días, donde se ha recuperado por fin su nombre y su producción.

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José María Barrera López, profesor de Literatura Española de la Universidad de Sevilla e investigador de la vanguardia hispánica, ha dedicado a Pedro Garfias su tesis doctoral y ha publicado numerosos estudios y ediciones de su obra.


dossier: Carmen Escudero. Miguel Espinosa: lejos del olvido

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Miguel Espinosa: lejos del olvido Carmen Escudero

.A más de treinta años de distancia de la muerte de Miguel Espinosa, acaecida en 1982, se publicaba hace pocos meses un inédito suyo, Historia del Eremita1 (la primera de las tres versiones de lo que acabaría siendo su obra capital, Historia de mandarines, de 1974), cuya redacción se gestó, según asegura Juan Espinosa en el prólogo, entre enero de 1954 y diciembre de 1956 (hay que recordar que el autor empleó dieciocho años en culminar esta obra). Comienzo señalando este hecho como prueba del interés que la creación de Miguel Espinosa sigue despertando entre sus lectores y que lleva a una casa editorial a rescatar esta primera redacción de más de cuatrocientas páginas para permitir bucear al lector en la gestación de una obra singular. En las líneas de presentación, Juan Espinosa señala las fuentes utilizadas aquí por su padre, las características de la obra y algunas destacables diferencias con la redacción definitiva, muy atinadas y aclaradoras, pero lo cierto es que en esa temprana redacción se perciben sobre todo muchas de las peculiaridades que singularizan a Espinosa, tanto en la expresión como en el contenido, haciendo que en este escrito de juventud encontremos ya lo más característico de su voz, con sus fórmulas arcaizantes («Blasfemado has…») y sus frecuentes diminutivos, que aportan una extraña suavidad a la reciedumbre de la expresión, algo entre dulzura, piedad y burla. Curiosamente encontramos también este tipo de diminutivos en un ensayo que se incluye en la misma publicación: «De la filosofía política de los mandarines» (págs. 459-507), que se redactó para el Boletín del Seminario de Derecho Político, dirigido por Enrique Tierno, donde esas formas chocan más al no tratarse de en una obra ficcional. Términos como «Platerillo», «gentecilla» o su tan querido «parvulito»

resultan un tanto sorprendentes en mitad de un ensayo y prueban a la vez la fuerte personalidad de Espinosa y su indomable libertad expresiva a juego con su temática. En este texto aparecen descritos los mandarines como «crepúsculos pensantes» y dedica capítulos al cinismo o a la corrupción que parecen haber sido redactados exclusivamente para las circunstancias actuales y que quedan realzados por el humor más sarcástico, que encontramos en fragmentos como este, que lo ilustra suficientemente: «Al cinismo como sabiduría corresponde el ejercicio de la virtud política llamada hipocresía…»2. El ensayo en su conjunto, con su ironía, su peculiar expresión y su crítica a la vez ácida y humorística, desafía al tiempo adecuándose a cualesquiera épocas en que tales actitudes aparezcan y deban ser señaladas y criticadas, porque el autor ha sabido ir a lo esencial y tratarlo con seriedad y humor, aunque ello pueda parecer paradójico. Volviendo a Historia del Eremita, efectivamente se trata de una redacción que será superada en distintos aspectos fundamentales por Escuela de mandarines, porque esta es una obra de extraordinaria madurez en que el simbolismo se utiliza de forma absolutamente eficaz ya a partir de los nombres del protagonista (Eremita y Vejez) que aluden alternativamente a lo espacial y lo temporal y que plantean la distancia que tanto conviene para enfrentarse con una determinada actitud crítica ante los hechos3; también hace 2. De la filosofía política de los mandarines. Ediciones Alfaqueque: Murcia, 2012, pág. 482. 3. Sobre las peculiaridades de esta obra redacté el primer ensayo extenso: La literatura analítica de Miguel Espinosa. Consejería de Cultura, Educación y Turismo: Murcia, 1989. También el estudio inicial de la edición de 2001 de Escuela de mandarines (Ediciones de

1. Historia del Eremita. Ediciones Alfaqueque: Murcia, 2012.

la Torre: Madrid).

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abstracción de tiempos y lugares jugando con la hipérbole y planteando un mundo en cierto sentido aséptico, sin marcas, que podrá interpretarse universalmente, dado que ningún lastre lo ciñe a un momento o lugar concretos, aunque, como decía, esa perfección de la madurez la podemos encontrar en germen en algunos momentos de esta inicial Historia del Eremita. Me refiero a episodios que aparecen en ambas redacciones, como el célebre de los nudistas que le piden al padre mandarín bolsillos, relato tan logrado por su humor, sus antítesis, sus desplazamientos y su plasticidad que merece figurar junto a alguna de esas escenas que pueblan nuestro imaginario fundamental, como por ejemplo la del supuesto hidalgo que encuentra Pablos en el capítulo quinto de La vida del Buscón, al que el protagonista cree un gran señor y que en realidad sólo va vestido por delante, mientras que la capa cubre la desnudez de su espalda; figuración que nos manifiesta de forma contundente y humorística todo el mundo del ser y el parecer barroco, igual que el ejemplo de Espinosa plasma el ansia de guardar y acaparar simbolizada en los bolsillos que quieren tener incluso quienes no usan ropa. Pero, más allá de episodios concretos, hay aspectos más sutiles y también más fundamentales, por ser estructurales, que se encuentran ya en esta primera versión; me refiero por ejemplo al viaje como eje del relato, y no a un viaje cualquiera, sino a un viaje a pie, cosa que podrá parecer una circunstancia banal, pero que en manera alguna lo es. La estructura del viaje es una de las clásicas en la ficción novelesca, la encontramos tempranamente en la Odisea y, dentro de nuestra literatura, en géneros completos, como la novela picaresca o la de caballerías. En unos casos se tratará sólo de una forma de disponer el relato, que concluye de forma natural cuando el viaje termina y, en otras, se puede ver también el trasfondo simbólico del viaje de la vida, como resulta patente en el Persiles cervantino, por ejemplo, o en El Criticón, obra con la que J. L. Aranguren comparó tempranamente Escuela de mandarines4. En Historia del Eremita, el Gran Padre Mandarín compra un zurrón y un bastón y comienza su viaje, igual que el Eremita; se trata de recorridos a pie que suponen la vuelta a lo primigenio, a lo esencial y, si se quiere, a lo rudimentario. El hom-

bre se traslada sirviéndose tan sólo de sus propias fuerzas, lo que aproxima todo esto a la idea del recorrido vital. Creo que es quizá esta circunstancia en concreto, tan mínima y a mi juicio tan concluyente (además de la plasticidad de ciertos episodios que antes mencionaba) la que me hace pensar en estas creaciones de Espinosa al ver algunas películas de Akira Kurosawa. Es curioso que La fortaleza escondida (1958) sea casi contemporánea de esta Historia del Eremita y que empiece y concluya con el viaje que, a pie, realizan dos campesinos que luego se verán enrolados en otros recorridos con otras personas, viajes que cambiarán radicalmente su comportamiento y su actitud ante la vida. O Yojimbo (1961), donde un mercenario, en el curso de su viaje a pie, tira un palo en una encrucijada para decidir qué rumbo seguir, dando cumplida expresión del papel del azar en su itinerario para luego, tras su actuación en el pueblo al que de esa manera ha sido conducido, volver a ponerse de nuevo en camino. También resulta curioso que coincidan prácticamente las fechas de la publicación de Escuela de mandarines y una película tan emblemática como Dersu Uzala (1975), porque Dersu, el cazador, actúa como guía del grupo que realiza el estudio topográfico de la taiga rusa y siberiana, un elemento esencial en recorridos desconocidos o laberínticos, y es precisamente el laberinto la apariencia que adopta el espacio en Escuela de mandarines cuando el Eremita llega a la Feliz Gobernación, donde el hecho de avanzar no lleva aparejado el progreso, es decir, que se configuran los espacios como un acertado símbolo del complejo transcurso de la vida humana5. En otras películas Kurosawa emplea también de forma explícita y claramente simbólica el laberinto como imagen de la maraña del transcurso vital, por ejemplo en su versión de Macbeth, Trono de sangre, con el omnipresente bosque de las telarañas, que es un primer laberinto al que se suma además la niebla, lo que hace que los caballeros repitan innumerables veces sus recorridos para acabar desalentados siempre en el mismo lugar. Pero el posible paralelismo entre estas creaciones literarias y cinematográficas va más allá, porque en ambos universos creativos se utilizan sistemas estéticos depurados de cualquier elemento accesorio y centrados únicamente en lo esencial. Espinosa está atento exclusivamente a la expresión de unas 5. Escudero, C: «Los laberintos literarios de Miguel Espinosa», en

4. «Un Criticón para nuestro tiempo», La Vanguardia, 30/7/1975.

Miguel Espinosa: Congreso. Editora Regional: Murcia, 1995.


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ideas, haciendo abstracción deliberada de otros elementos; el poder, el servilismo y la impotencia, o la ignorancia, la ineptitud y la impunidad son ejes fundamentales de su creación. En las películas de Kurosawa se llegan a elidir de algunas escenas aspectos incluso fundamentales o constitutivos (y con qué extraordinario acierto), por ejemplo en Rashomon nunca vemos al tribunal del juicio por asesinato, sino que los sucesivos testigos se sitúan ante la cámara detrás de la que estarían esos receptores de ficción invisibles para nosotros, declarando así ante los espectadores, receptores reales de la comunicación. Pero además están los matices humorísticos que van jalonando ambas creaciones, aligerando con su presencia el peso de lo que con tanta rotundidad se va transmitiendo en estas obras que se configuran así como una acertada amalgama de tonos. No dejan de ser curiosas tantas coincidencias tratándose de culturas tan distintas y de formas artísticas diferentes, por lo que sin duda la cercanía y el aire de parentesco que se pueden percibir entre ambas creaciones están fundamentados en raíces que son capaces de superar tales distancias e incluso otras mayores, como la apuesta por todo lo que es esencial que comentábamos, abstrayendo cualesquiera otros elementos, la atención continuada a lo medular y primigenio que no

dossier: Carmen Escudero. Miguel Espinosa: lejos del olvido

sucumbe ante nada y que trata de ayudarse con la utilización de lo simbólico y de atenuar la tensión con el humor ante juicios, actitudes, etc. Se configuran así como universos ficcionales destinados a prevalecer porque en ellos se ha prescindido de lo banal y se ha atendido a lo que es esencialmente humano, de manera que puedan aplicarse a cualquier momento y lugar con la mayor naturalidad. Desde esa perspectiva me parece que la obra de Miguel Espinosa continuará contando con la atención de un determinado público lector que guste de la reciedumbre y la rotundidad en la captación de la realidad, aligerada por un leve humor y presentada desde la sencillez insobornable de quien pone a sus personajes en camino sin más apoyo que el de su bastón, como aparecen en esta Historia del Eremita recientemente publicada y en Escuela de mandarines, su redacción definitiva.

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Carmen Escudero es doctora en Filología y profesora titular de la Universidad de Murcia. Entre sus publicaciones hay manuales universitarios, ediciones y estudios diversos sobre literatura española, especialmente la contemporánea, y referidos tanto al teatro (Jardiel Poncela, Benavente) como a la novela (Miró, Francisco Ayala, Miguel Espinosa, Pedro García Montalvo).

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Antonio Fernández Molina: la creación y la carne Raúl Herrero .Ricardo Senabre, en el suplemento literario del diario ABC del 26 de octubre de 1991, escribió: «En Cejunta y Gamud, una de esas obras de las que no se habla. Apareció por vez primera en Venezuela, en 1969, y alcanzó el título de mejor libro extranjero del año. Si no me traiciona la memoria, aquí nadie dijo nada […]. Se reedita ahora en España el texto completo, y me temo que nadie dirá tampoco nada […]. Fernández Molina es aquí fiel a un tipo de vanguardismo en que se combinan humor –cercano en ocasiones al sinsentido– y lo inverosímil, con algunos toques de feísmo a la vez monstruoso e ingenuo»1. Fernández Molina publicó diversas colecciones de relatos. A veces con un hilo conductor, como en el libro ya mencionado, o en Pompón (1977). En los últimos años su nombre se ha incluido en antologías de microcuentos, o de relatos breves, como uno de sus autores más significativos2. Fernando Valls, en la necrológica que escribió sobre Molina para el diario El País, afirmó: «…sus piezas más logradas, textos fragmentarios, brevísimos, que se le suelen ocurrir mientras camina, se sustentan en lo ambiguo, sorprendente y paradójico, en la metamorfosis de una realidad que él observa siempre como cambiante»3. La editorial Menoscuarto publicó en 2005 una selección póstuma de sus microrrelatos en el volumen Las huellas del equilibrista, bajo la atenta dirección de José Luis Calvo Carilla, especialista y estudioso de nuestro autor. En el año 2003 celebró sus bodas de oro con la literatura. En 1953 había publicado su primer libro, un poemario, Biografía de Roberto G. Con este motivo, el autor reunió para 1. La última edición de En Cejunta y Gamud la acometió la editorial Media Vaca (Valencia, 2006) con dibujos de Alejandro Magallanes. 2. Entre las antologías que incluyen textos de Antonio Fernández Molina mencionaré La mano de la hormiga (Antonio Fernández Ferrer. Fugaz: Madrid, 1990), Grandes minicuentos fantásticos (Selección de Benito Arias García. Santillana: Madrid, 2004) y Antología del microrrelato español (1906-2011) (Selección y estudio introductorio de Irene Andres-Suárez. Cátedra: Madrid, 2012).

Libros del Innombrable una selección de sus cuentos y relatos, bajo el título La vida caprichosa4. Con el propósito de difundir la buena nueva se dispuso una gira literaria que trasladó al autor, su esposa Josefa, la poeta Alicia Silvestre y al que esto suscribe, por Barcelona, Valencia, Murcia, Granada, Madrid, Zaragoza y Huesca. En los actos, y tras la presentación de su libro, pronunciaba una conferencia sobre Alfred Jarry y la ‘Patafísica. En el año 1999 el Colegio de ‘Patafísica de París acogió a nuestro poeta en sus maternales brazos. En el Museo de Arte Contemporáneo Reina Sofía de Madrid, el 17 de octubre de 2003, gracias a Juan Manuel Bonet, se rindió homenaje al poeta, como colofón a la gira literaria. En el acto intervinieron Luis Alberto de Cuenca y Fernando Arrabal. *** Antonio Fernández Molina (Alcázar de San Juan, Ciudad Real, 1927–Zaragoza, 2005) nació, según sus palabras, «en plena mancha de don Quijote, dato quizá nada ajeno a mi carácter»5. En nuestras conversaciones Antonio Fernández Molina manifestaba que le hubiera gustado vivir en el siglo XIX. «El progreso tecnológico debería haberse terminado con la máquina de escribir», afirmaba. Tenía al romanticismo por su época predilecta, tanto en lo literario como en lo espiritual. Nuestra primera conversación, en torno a 1994, transcurrió alrededor de los Cantos de Maldoror de Lautréamont, uno de los libros que, según me confesó, más le marcó en su época de estudiante. En ese primer encuentro también departimos sobre la Vida secreta de Salvador Dalí, para él uno de los mejores libros de su época, además de una de las más interesantes autobiografías jamás escritas. Años más tarde Libros del Innombrable publicó Dalí. Testimonios y enigmas,6 donde aglutinó sus escritos sobre el artista ampurdanés. A Molina le apasionó la literatura de los pintores y la poesía de los poetas. Ese entusiasmo le impulsó a afirmar que Salvador Dalí se encontraba entre los más destacados escritores de su generación, a escribir el primer ensayo, en castellano, sobre

3. Publicado en la sección «Necrológicas» del diario El País, el martes 22 de marzo de 2005.

5. Vientos en la veleta. Libros del Innombrable: Zaragoza, 2005.

4. La vida caprichosa. Libros del Innombrable: Zaragoza, 2003.

6. Dalí. Testimonios y enigmas. Libros del Innombrable: Zaragoza, 1998.


dossier: Raúl Herrero. Antonio Fernández Molina: la creación y la carne

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la obra literaria de Picasso, Picasso escritor7, o a traducir poemas de pintores como Max Ernst, Paul Klee, Hans Arp… Al tiempo se recreaba en las obras gráficas de Victor Hugo, José Moreno Villa, Ramón Gómez de la Serna, Ángel Saavedra, etc. William Blake se encontraba entre sus admiraciones inmediatas. *** En 1934, tras la muerte de su padre, se desplaza a Madrid. Con la llegada de los bombardeos de la guerra civil, recala en el pueblo de su abuelo paterno, Casa de Uceda (Guadalajara), donde también pasará los veranos de su madurez laborando en el campo. En un cuarto trastero de la casa familiar, Molina descubre una maleta con libros que perteneció a su padre, y, que, según sus propias palabras, «fue un impagable tesoro para mi formación literaria». En 1940, en Guadalajara, comienza el bachillerato y se muestra, como era de esperar, indisciplinado, aunque un lector tenaz. Durante sus años de estudiante universitario en Madrid frecuenta el Ateneo, donde conoce a Fernando Arrabal, se dedica a la lectura en la Biblioteca Nacional, visita librerías y exposiciones… Por supuesto, los estudios de Veterinaria y Derecho le hastían, por lo que, para ganarse la vida, terminará decantándose por Magisterio. *** Doña Endrina, doncella que aparece en el Libro del Buen Amor, como visitadora de Trotaconventos, fue el nombre con el que Antonio Fernández Molina bautizó a su revista literaria y a una colección de libros. En el año 1951, en Guadalajara, el poeta destinó doscientos duros, que le entregó su abuelo para un traje, a su aventura literaria. Por entonces, dos de sus amigos, Ángel Crespo y Gabino Alejandro Carriedo, ya publican sendas revistas, El Pájaro de Paja y Deucalión. José Luis Calvo Carilla afirma en el prólogo a la edición facsímil de Doña Endrina8: «No fue un grupo, sino un afortunado encuentro de individualidades y, lo que constituye la originalidad de la airosa Doña Endrina […] fue la de haberse erigido en plataforma de la libertad y de la imaginación poética». En la revista publicaron autores como Silvano Sernesi, Carriedo, Crespo, Chicharro, Arroyo, Muelas, Labordeta, Celaya, Carlos de la Rica… En el apartado artístico participaron los veteranos Gregorio Prieto y Mathias Goeritz, junto a Nuñez Castelo, Francisco Nieva, María Luisa Madrilley (que además dibujó la enseña de la revista), Santiago Lagunas y Eloy Giménez Laguardia, del grupo Pórtico de Zaragoza; y, 7. Picasso, escritor. Prensa y Ediciones Iberoamericanas: Madrid, 1988. 8. Doña Endrina. Edición facsímil. Introducción de José Luis Calvo Carilla. Archeles: Ciudad Real, 1999.

Raúl Herrero (Zaragoza, 1973). Director de la editorial Libros del Innombrable desde 1998. Miembro del consejo de redacción de El perro blanco. Miembro del Colegio de ‘Patafísica de París. Caballero de Ordo Sancti Michaelis in Hispania. Ha publicado, entre otros, los libros de poemas Officium Defunctorum, Los trenes salvajes (2009) y Te mataré mientras vivas y otros poemas (en prensa); los relatos de Así se cuece un hombre (2001); el ensayo dietario El Éxtasis (2002) y diversas obras teatrales.

junto a ellos, siguiendo esa vocación tan postista de aunar artes, se incluyeron dibujos de los actores literarios de la revista. Fernández Molina, al tiempo, confeccionó una colección de libros de poesía con títulos como Quince poemas de Paul Éluard, Coser y cantar de Gabriel Celaya y Amparo Gastón, La vieja casa de Félix Casanova de Ayala, uno de los más interesantes poemarios de ese momento, con una filiación postista evidente, La muerte o la vida de Pinillos… La revista publicó en total seis números (1951-1955) y la colección de poesía alcanzó los dieciséis volúmenes (1953-1958). En el número trece de la colección Doña Endrina se editó El cuello cercenado, tal vez el poemario por el que sentía más afecto. En cierta ocasión, tras encargarme un prólogo para este texto, Fernández Molina me trasladó un borrador con algunas notas sobre la creación del mismo. En ellas se mencionaban detalles como los siguientes: «Además de hablar de arte (con el médico de la localidad) por aquellos días tuvimos conversaciones en torno al hipnotismo y los fenómenos paranormales […]. Aquellas conversaciones estimulaban mi distinción entre la vida exterior, el pintoresquismo, la ruindad cotidiana y la belleza de lo existente, con el mundo exterior». El cuello cercenado lo escribió Molina en los días 11, 12 y 13 de noviembre de 1954, en un estado que podríamos calificar de trance, si prestamos atención a lo que el autor declaró al respecto. En esa época Fernández Molina cumplía de maestro rural, profesión a la que se dedicaría hasta su traslado a Mallorca. El libro, en sus últimas ediciones, comienza de este modo: «Esta edición está dedicada a tres amigos ausentes: Miguel Labordeta, Vicente Aleixandre y Enrique Núñez-Castelo quienes al conocer el texto inédito, recién escrito, me animaron a publicarlo enseguida». *** Se definió como «un poeta que pinta y cultiva el verso y la prosa». Leopoldo de Luis le incluyó en su Antología de poesía social (1965) con el poema «Reflexiones de un hombre honrado». Incluso cuando Fernández Molina adoptó un estilo poético discursivo, propio de su tiempo pero no de su personalidad literaria, como en el poema arriba citado o en «Una carta de barro», del libro del mismo título de 1953, sus singularidades se mantuvieron in-

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tactas. Entre sus poemarios encontramos la exaltación rural en Poemas en la aldea (1963); la religiosidad y el misticismo en Vía Crucis (1991) y Vientos del atardecer (1998), respectivamente; la glosa de difuntos en Fragmentos de una elegía permanente (2002)… Dos de sus poemarios más redondos, Jinete de espaldas (1970) y Platos de amargo alpiste (1973), celebran el estilo fernándezmoliniano en su plenitud, en su madurez. Cantata en el iceberg (1995), uno de sus libros más bellos, en continente y contenido, lo publica la colección zaragozana Libros Pórtico, que cuidó el malogrado y mistérico pintor surrealista Philip West. La furia creadora así como la simpatía que profesaba por lo clandestino, le impulsó a entregar sus poemas a pequeñas, marginales y heterodoxas colecciones de poesía, lo que incrementa la dificultad de localizar la totalidad de sus textos. Libros del Innombrable publicó en tres tomos su poesía completa entre los años 1999 y 2000. En vida del autor aparecieron: Antología Poética9, seleccionada por Valentín Arteaga y El cuello cercenado (antología poética)10, realizada por Jesús Ferrer Solá. El que suscribe estas líneas compendió Orfeo errante11 y Breve Antología poética12. Sin duda, su poesía se encuentra entre las más originales de la literatura española. *** En relación con su descubrimiento del Postismo, Fernández Molina nos refiere: «[José Fernández] Arroyo me presentó a Ángel Crespo, esto sucedía en torno a la exposición de Bucholz en abril de 1948. Y, a través suyo, me relacioné directamente con el postismo y sus protagonistas […]. Tenía ante mí testimonios vivos de facetas de la sensibilidad y de la creación, tan afines a mí y a las que, a lo largo de mi vida les he dedicado mis mayores esfuerzos, con grandes dosis de quijotismo. Esta circunstancia, de la que no sabría arrepentirme, sin duda ha sido beneficiosa a la verdad de mi obra, tanto como no ha favorecido el ser apreciada y difundida […]. Aunque no todos los artistas representados fueran postistas, la muestra y especialmente el catálogo, estaban animados por las inquietudes del postismo»13. A principios de los años ochenta, Gabino Alejandro Carriedo se encuentra inmerso en la posibilidad de una recuperación del movimiento postista, creado en 1945 por Eduardo Chicharro, Carlos Edmundo de Ory y Silvano Sernesi. La muerte de Carriedo, en 1981, impidió esa revitalización del Postismo. ¿O la prosiguió Molina en solitario? En mi opinión, la personalidad de Molina debe aprehen-

derse como una fuerte individualidad, por tanto, todo encuadre en un grupo o movimiento reduce sus capacidades. Por otra parte, la influencia del Postismo en la obra de nuestro autor, así como la simpatía que le profesaba, se encuentra fuera de toda duda. El vector fónico, la imaginación como elemento fundamental en la creación, el humor, son algunos de los puntos que Fernández Molina comparte con el Postismo, que nunca rechaza las formas tradicionales de la poesía, como el romance o el soneto, pero que las traslada a su terreno… Y ahí tenemos los Sonetos crudos (1985) de Fernández Molina, por ejemplo. Cuando en los sesenta Fernández Molina participe del Movimiento Pánico, creado en 1963 por Arrabal, Jodorowsky y Topor, lo hará con unos Sonetos Pánicos (1965). Su pertenencia al grupo Pánico también la atestigua la lista de miembros del movimiento incluida en un collage de T. Labar.14 César Augusto Ayuso acuñó el término de «realismo mágico» para el estilo mostrado en las revistas y por los poetas de los años cincuenta por nosotros mencionados, en su mayoría próximos a los que se llamó segunda ola del Postismo15. Otros críticos han preferido denominar a estas actitudes literarias como Pajarerismo (por el componente aglutinante de la revista El Pájaro de Paja de Carriedo), o congregar a estos autores bajo el emblema de Generación del 51. La mayoría de la crítica se refiere al movimiento postista como marginal y apenas relevante, a lo que nosotros apostillamos que lo fue, pero no tanto como se pretende16. «El juego está en la espina dorsal de toda obra poética…», leemos en el primer Manifiesto Postista firmado por Eduardo Chicharro en 1945. *** Sobre su primera novela Solo de trompeta17 Fernando Arrabal escribió: «Este libro surge en la literatura de aquí y de hoy como un puñetazo […]. Ha sonado vuestro día: Antonio Molina acaba de escribir un libro fascinante, húmedo, com14. Este collage se encuentra en Les cahiers du silence. Monográfico Arrabal. Kesserlring Editeur, 1977, en la página 73, como ilustración al primer Manifiesto Pánico: «El hombre pánico», de Fernando Arrabal. 15. El realismo mágico. (Un estilo poético en los años 50). El toro de Barro: Cuenca, 1995. 16. Ahí tenemos la novela de Camilo José Cela Mrs. Caldwell habla con su hijo (1953), en parte inspirada por el Postismo; la obra gráfica y literaria del propio autor que nos ocupa; la militancia en el Postismo de Antonio Beneyto; el interés demostrado por Fernando Arrabal,

9. Diputación de Ciudad Real–Área de Cultura: Albacete, 1988.

que afirmó haberse inspirado en el Postismo para la creación del

10. Prensas Universitarias de Zaragoza: Zaragoza, 1991.

Pánico; Francisco Nieva, Jesús Juan Garcés, Juan-Eduardo Cirlot,

11. Libros del Innombrable: Zaragoza, 2008.

Gloria Fuertes, son algunos de los que se asomaron al Postismo.

12. Ediciones del 4 de agosto: Logroño, 2013.

17. Solo de trompeta. Alfaguara: Madrid, 1965. Realizó dos ediciones

13. Vientos en la veleta. Libros del Innombrable: Zaragoza, 2005.

posteriores Prensa y Ediciones Iberoamericanas: Madrid, 1987 y 1988.


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dossier: Raúl Herrero. Antonio Fernández Molina: la creación y la carne

petente, que marca una fecha: Solo de trompeta». El artículo apareció en el número CXXV, de agosto de 1966, de la revista Papeles de Son Armadans. En una carta fechada el 6 de noviembre de 1962 Camilo José Cela aceptaba la propuesta de Molina de dedicarle, en su revista, un monográfico a Silverio Lanza. Hasta julio de 1964 no se publicó dicho número. Fernández Molina se convirtió en secretario de la revista Papeles de Son Armadans de 1964 a 1972. Desde su posición el poeta alentó la publicación de autores a los que se sentía próximo como Juan-Eduardo Cirlot, Fernando Arrabal, Alejandra Pizarnik, entre otros muchos, y sugirió temas y argumentos que viraron la revista hacia lo excepcional, hacia esa literatura alejada de lo obvio, de lo oficial, fruto de la imaginación –y de la intuición y del Misterio–-. En el año 1969 su novela Un caracol en la cocina18 recibió el Premio Ciudad de Palma. La actividad como novelista del autor continuó a lo largo de su vida con los títulos Rin-Tin-Tin cruzando los Alpes (1984); seguida, en el mismo volumen, de la novela breve Adolfo, de perfil), La hoja de la alcachofa es una lechuza (1988), Pasodoble del enigmático (1993), Los frutos de la noche (1993), Una hoja amarga (1995), La liebre mecánica (películas de personas, animales y cosas) (1997) y La llama invisible (2002). Santos Sanz Villanueva en su Literatura actual19 lo incluye en la Generación del 68, de novelistas experimentales, preocupada «por la estructura novelesca, por las técnicas narrativas y que concentra su esfuerzo en la investigación del lenguaje […]. Es uno de los máximos exponentes de una postura libérrima frente al texto, en la que combina una resuelta actitud surrealista, reivindica el valor expresivo de la tipografía e, incluso, introduce dibujos en el relato». Destaca la influencia de Kafka, Joyce, Gide

y Beckett. José Luis Calvo Carilla20 incluye a Fernández Molina entre los narradores del movimiento postista. Durante su estancia en Mallorca entabla amistad con Joan Miró y diversos artistas de la isla con los que comparte sus inquietudes plásticas. Por otra parte, su presencia en el círculo de Camilo José Cela le lleva a tratar, en persona o de manera epístolar, con figuras como Américo Castro, María Zambrano, Octavio Paz, Max Aub… Ese conocimiento de la vida literaria de los más granados autores le llevará, años más tarde, a detentar cierto escepticismo sobre la gloria y la fama. Fernández Molina se encuentra presente en la fundación de Alfaguara y le sugiere a Cela la publicación de una Antología de poesía cotidiana (1966) en la colección Poesía Española Contemporánea21. También en Mallorca, en 1968, acomete el poeta su primera exposición individual, aunque en compañía, junto a Antonio Beneyto, en la Galería Costa.

18. Un caracol en la cocina. Picazo: Barcelona, 1970. Segunda edición en

20. Calvo Carilla, José Luis. La mirada expresionista: Novela española

S. Ediciones: Barcelona, 1991.

del siglo XX. Mare Nostrum Comunicación: Madrid, 2007.

19. Sanz Villanueva, Santos. Historia de la literatura española 6/2. Li-

21. Antología de la poesía cotidiana. Antonio Fernández Molina. Alfa-

teratura actual. Editorial Ariel: Barcelona, 1994.

guara: Madrid, 1966.

*** En 1956 Antonio Fernández Molina y Josefa Echeverría, que le acompañó siempre, en carne y espíritu, se casaron. Hubiera sido difícil, o imposible, que el autor creara una obra tan ingente y extensa, además de la crianza de seis hijas, sin la ayuda constante y el entusiasmo de su pareja. Tras la marcha de Mallorca, en 1975, la familia, formada por la pareja y sus hijas: María Elena, Teresa, Verónica, Ester, Isabel y Susana, recala en Zaragoza. A esa ciudad Fernández Molina viajó de manera intermitente durante varios años para reunirse con su amigo Miguel Labordeta, que le nombró secretario de redacción de su revista Despacho literario de la Oficina Poética Internacional (1960-1963). En el

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dossier: Raúl Herrero. Antonio Fernández Molina: la creación y la carne

Antonio Fernández Molina y Fernando Arrabal

primer número de dicha revista publicó Fernández Molina la pieza teatral Las alumnas, sobre la que, curiosamente, José María Pemán escribe, en junio de 1960, en ABC: «Probablemente Ionesco escribiría cosas así cuando aún no estrenaba […] El verbo es divino. No necesita más que tomar carne humana»22. En Zaragoza organizó, por requerimiento del Gobierno de Aragón, una muestra de artistas aragoneses en Nueva York (1983); creó la revista marginal, junto al que escribe, El pelo de la rana (1996-1998); fundó la revista Almunia, con Alejandro J. Ratia como subdirector (1998-2003); realizó frecuentes exposiciones; publicó algunos de sus títulos más sugestivos… La afición del autor por el cine le llevó a escribir varios guiones. Los libros de doña Berta publicaron una selección de estos textos bajo el título La guerra de los cien años23. En los años ochenta esta colección de libros, auspiciada por el poeta sobresaliente y gran amigo José María de Montells, reeditó numerosos títulos esenciales en la bibliografía de Molina. 22. El texto completo de José María Pemán puede leerse como prólogo al libro que agrupa buena parte de la obra teatral de Antonio Fernández Molina: Todos los días son espléndidos. Gobierno de Aragón, Colección Crónicas del Alba: Zaragoza, 1994. Y, también, en el libro de memorias ya citado Fragmentos de realidades y sombras. En el volumen La tabla de multiplicar (Gobierno de Aragón: Zaragoza, 1991) se agrupa el resto de obras teatrales, herederas de Jean Tardieu, de Cocteau, del Pánico, de Artaud, pero también del cine de Hitchcock, según Molina. Y, también, de la pieza teatral postista La lámpara, la única obra escrita por los tres creadores del Postismo, en manos de Francisco Nieva, y que, ante la imposibilidad de su lectura, algunos, como Antonio Fernández Molina, hemos recreado, imaginando cómo sería.

*** Sus familiares me cuentan que, en los últimos meses de su vida, durante los periodos en que permaneció ingresado en el hospital, el autor continuó con su frenético ritmo de creación: realizó dibujos, bosquejó poemas y hasta dictó artículos. Tras su muerte, la familia, con su hija Ester Fernández como cabeza visible, ha divulgado el nombre de Fernández Molina por medio de la organización de diversas exposiciones y actividades de otro signo. También su hija Ester, junto al realizador Luis Vidal, han forjado el imprescindible documental A. F. Molina, un poeta incómodo, de obligado visionado. *** En un libro que Molina dedicó a Juan Fontecha, autor de la escultura que, en su memoria, se exhibe en el pueblo donde descansan sus restos, Casa de Uceda, se dice: «Ser artista es una manera de ser hombre acorde con otras muchas, acaso con todas las maneras de serlo»24. Fernández Molina publicó antologías de románticos y simbolistas; en 1987 expuso en Berlín, en la muestra Kunst und Literatur, junto con Günter Grass, Lucebert, Ionesco, Corneille y Dürrenmatt; escribió el primer artículo en España sobre Xul Solar; admiró a Pessoa y lo mostró a gran parte de su generación; se inventó heterónimos como Mariano Meneses o Roberto Goa, con los que publicó notables libros de poesía; pergeñó aforismos bajo el nombre de Musgos, donde sintetizó su pensamiento humano y artístico; diseñó cartas de naipes, abecedarios, peces extraños y quiméricos sobre madera; conversó con la Creación con la intensidad de un médium. Muchas otras cosas trazó mi maestro, las cuales, si se escribieran una por una, creo que ni todo el mundo bastaría para contenerlas…

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23. La guerra de los cien años y otros guiones cinematográficos. Los libros de doña Berta, Prensa y Ediciones Iberoamericanas: Madrid, 1990. Prólo-

24. Juan Fontecha. Fernando Sanz Posa: Ejea de los Caballeros (Za-

go de Jesús Ferrer Solá.

ragoza), 1986.


dossier: Álex Chico. Gayga, veinte años después

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Gayga, veinte años después Álex Chico .«…de manera provisional tomaría prestadas unas páginas de un escritor llamado José Gayga, hacia el que sentía brotes de admiración, un tipo que al paso que iba llegaría lejos en el camino del olvido». Lo dice Julián, uno de los personajes de Muchos años después, la última novela publicada de José Antonio Gabriel y Galán (Plasencia, 1940-Madrid, 1993). O José Gayga, si damos por hecho que detrás de ese escritor admirado por Julián está el propio autor. Hay premoniciones que una vez escritas se convierten, pasado el tiempo, en una realidad incuestionable y puede que esta sea una de ellas. Esperemos que esa hipótesis de Julián no suceda y aún estemos a tiempo de recuperar a una de las voces más interesantes y complejas de la literatura española del último tercio del siglo XX. 1. Lectura La pieza fundamental de la obra literaria de José Antonio Gabriel y Galán son sus personajes. Todo gira alrededor de sus tribulaciones existenciales, de su memoria o del lugar que ocupan. Mantenemos con ellos una relación ambigua: los rechazamos por su inoperancia y su pasividad y, a la vez, empatizamos con su manera de afrontar lo que les rodea. Una forma de estar al margen, siempre entre dos aguas. Son seres frágiles, vulnerables, acosados. Buscan refugio en su propia interioridad o se abandonan a una realidad inmaterial, fantástica, lo que les impide entregarse al exterior. Como le ocurre a Pedro Vergara, el protagonista de El bobo ilustrado: en un Madrid convulso, el de comienzos del siglo XIX, no es capaz de comprometerse ni con los afrancesados ni con los llamados patriotas, por eso emprende una huida hacia sí mismo, al encuentro de un mito particular, la inalcanzable Rahel Levin. Un modelo de conducta que ya aparece en la primera novela del autor, aún inédita, titulada Idea fija en Montparnasse (1965). Una excelente primera novela, dicho sea de paso.

Se trata de la crónica de una espera y de la frustración que provoca la expectativa de algo que quizás nunca llegará. La incertidumbre es una condena que le impide hacer nada con su alrededor, ni siquiera mirarlo. A lo sumo se conforma con mantener fija su mirada en varios puntos que, como él, permanecen en segundo plano: una calle solitaria, el hueco del ascensor, un espejo entrevisto. Personajes encerrados en sí mismos, incomprendidos, que aspiran a vivir completamente aislados. Como Sol, la protagonista de una narración que el autor dejó inacabada y que, según nos explica, desea «una celda de aislamiento para poder aliviarse con un silencio total». Les cuesta comprometerse con la acción, porque son agentes teóricos, perdidos en divagaciones personales y en reflexiones que les acaban desorientando aún más («En ocasiones envidiabas a esa gente que lo tenía todo claro, que conocía con precisión dónde estaba su mano derecha», El bobo ilustrado). La teoría es abrumadora. Continuamente se preguntan quiénes y cómo son, cuáles son sus límites y qué espacio deben ocupar. Esa amalgama de pensamientos, deshilvanados, inconexos, les conduce a un cierto conformismo, a una resistencia pasiva y siempre a la insatisfacción. Por eso buscan un punto de apoyo con el que poder escudarse. Sin embargo, sus referentes se vuelven contra ellos, convirtiéndose también en motivos de asedio, con Sartre, Camus y Beckett a la cabeza. Sus constantes referencias no son un simple alarde culturalista. No rompen el hilo lírico ni narrativo de su obra. Son un ejemplo más de cómo esa teoría acumulada, lejos de incentivarles, les paraliza. Cargan con el peso de su propia cultura y la del país en el que viven. Su caída no es sólo un descenso personal, sino el reflejo de una sociedad en perpetua decadencia. Personajes de raíz existencialista, condenados a elegir, como ocurre en Punto de referencia: tienen que decidirse entre Marguerite

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Duras o García Márquez, Arrabal o Gide, Resnais o Minnelli, Truffaut o Godard. Una decisión importante, pues de ella depende su forma de ser y de estar en el mundo. Entran en una constante contradicción. Se les superponen diversos planos y no saben a qué o a quién atenerse. De ahí que afronten continuas paradojas: viven de espaldas al mundo y buscan en él su reconocimiento; se niegan a cambiar, pero admiten que necesitan hacerlo; quieren ser útiles, aunque no saben cómo serlo; ven en el pasado una referencia que alumbre su futuro, cuando en realidad lo que pretenden es conquistar el presente; aparentan no depender de nadie y están, por el contrario, fuertemente aferrados a la aceptación ajena; se encuentran a las puertas de algo, pero no pueden entrar; huyen para regresar de nuevo. Pensemos en Julián, Silverio y Odile, de Muchos años después. Tres personajes que viven al margen, si bien desearían formar parte del núcleo de escritores españoles (Julián), de las élites del Partido Comunista (Silverio) o del ballet de Marta Graham (Odile). Lo que temen, en el fondo, es pasar desapercibidos. No ser más que seres anónimos, desencantados, condenados a llevar a cabo luchas intrascendentes, aventuras individuales, jugándose la vida en actos insignificantes, anodinos. Como el Roto, un «búho solitario» de la periferia madrileña, en A salto de mata. Ninguno es lo que se había propuesto ser. Se resignan a la idea de que tienen lo que les basta. Todo ello les conduce a un proceso de autodestrucción («no se juega contra el casino, contra el croupier, contra nadie, se juega contra uno mismo», Muchos años después). Sólo la idea de haber tocado fondo les procura algunas dosis de consuelo. En ocasiones esa desorientación

hace que se aproximen a la locura, buscando una verdad irracional que, con algo de suerte, les conduzca al ingenio. La locura o, maticemos, la apariencia de locura. Fingirla no es más que un mecanismo de defensa ante un mundo que les resulta adverso. Una actitud quijotesca, en definitiva. Por eso apuestan por lo irracional, por el delirio. También por la violencia, asociada principalmente a la actividad sexual. Ahí es donde demuestran ser personajes turbios, déspotas o resentidos. Por una vez no piensan, simplemente actúan. Son en ese momento seres animalizados. El sexo, también el incesto, es el escenario donde aflora el rencor, la crueldad, el enfrentamiento, la culpa y, a pesar de ello o precisamente por eso, el júbilo y la ternura. 2. Escritura En más de una ocasión, habló Gabriel y Galán de dos tipos de autores: los que se juegan la vida en su escritura y los que no se la juegan. O dicho de otra forma: escritores y artesanos. Los primeros asumen el riesgo no sólo como aportación técnica, sino como actitud ética, vital y literaria. Los segundos, aun con apariencia de originales y con la siempre suculenta etiqueta de autor experimental, van sobre seguro. Gabriel y Galán no dejó de indagar en la forma, en el estilo, explorando distintas voces, aportando nuevos giros lingüísticos o, en fin, mezclando diversos registros. Sin abandonar tres premisas: ser claro, conciso y directo. Su obra evoluciona desde un cierto afán vanguardista, rebelde, hasta una forma de decir mucho más trasparente, serena, «de madurez asumida», como señala Marta Comandone de Cohen. Esa progresión es muy clara en


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los tres libros de poemas que publicó: Descartes mentía, Un país como éste no es el mío y Razón del sueño. Tres libros estéticamente muy distintos. Se diría, incluso, escritos por diferentes autores, aunque en los tres encontremos ciertas claves u obsesiones vitales que se repiten, muchas de las cuales comunes a su narrativa. Esta disparidad, más allá de valorarse como riqueza lírica y apuesta por lo heterogéneo, jugó en su contra. ¿Dónde situar la poesía de José Antonio? ¿Es poesía épica? ¿Poesía reflexiva? También la crítica quiere andar sobre seguro. Más en un caso como el de Gabriel y Galán, quien se supo, antes que otra cosa, poeta. Ya lo demostró en sus novelas, sobre todo en La memoria cautiva, una obra que podría leerse como un extenso poema narrativo. Acertó Gonzalo Hidalgo Bayal al comparar su inicio con unos versos de Descartes mentía, cito: «Ambos quisimos un gran amor y tuvimos que conformarnos con uno pequeño», «A punto estuvimos de morir de amor, pero murió el amor y nosotros vivimos». Existen dos aspectos externos que interfirieron en la vida de José Antonio Gabriel y Galán: el juego y su relación con el éxito. Dos preocupaciones que aparecen de forma nítida, descarnada, en sus Diarios (1980-1993). El primero entra en conflicto con su escritura: «El desasosiego me duró esa noche y el día siguiente: se enfrentaban una vez más el juego y la escritura. Venció como siempre el juego y a las cinco y cuarto de ayer ya estaba en el casino», anota en su diario en septiembre del 89. Ganar o perder es una forma, otra más, de poner a prueba su personalidad. La ganancia, escribe en otro momento, no es más que una coartada. No busca el beneficio, porque en el fondo sabe que es imposible. Los jugadores, explica, están inmersos en una situación límite, desnudos, exentos de los parches de la cultura. Por muy diferentes que sean, todos ellos se mueven por unas leyes paralelas. Luchan contra el azar con pequeñas manías y consiguen vivir enteramente en el presente. Se dejan la vida y, sin embargo, juegan y arriesgan para nada. Ahí residen el riesgo y la condena. Esa relación aparece con frecuencia en su obra literaria. Pensemos, por ejemplo, en «Último naipe», el poema que cierra Razón del sueño: «Hay veces en que un naipe / descubierto al desgaire / conduce a la melancolía. / En la última carta siempre asoma la nada». Es el «vértigo central de la partida», como anota en

dossier: Álex Chico . Gayga, veinte años después

Punto de referencia. El juego no forma parte del ocio. Se trata de una actitud ante la vida que adopta como premisa la derrota («en la profunda realidad de que las personas son más felices perdiendo y que, en el fondo, perder es más cómodo que ganar», Muchos años después). El problema es cuando colisiona con la escritura. Lo explica perfectamente Julián, en Muchos años después: «era consciente hasta el empacho de la imposibilidad de jugar y escribir al mismo tiempo», y añade: «Afortunado en el juego, desgraciado en el arte». Por último: «El juego sustituye a la escritura; la escritura sustituye a la masturbación; la masturbación es sustituida por el juego; luego masturbación y escritura son sustituibles: el juego no». Su relación con el éxito también fue motivo de preocupación. José Antonio se creyó maltratado por la crítica, y puede que no le faltara razón. Remito nuevamente a sus diarios. Allí nos muestra ese desasosiego por no ser incluido, una vez más, en la lista de narradores o poetas más significativos del momento. Una exclusión que le produjo en diferentes episodios cierta angustia. «Tengo la impresión de que me moriré sin que nadie me conozca, ni siquiera yo mismo», escribe en noviembre del 88. Esa falta de reconocimiento le condujo a dudar sobre la calidad de su obra, sobre las relaciones que debería haber mantenido, sobre la vida literaria y sobre su voluntaria separación de determinados círculos culturales decisivos. Al final, siempre aparece la idea de que se encuentra en la antesala de algo («Yo no he vivido. He pasado mi existencia preparándome para vivir», abril del 91). Como sus personajes, permanece a la expectativa, con la esperanza de que su nueva novela alcance el grado de reconocimiento que no obtuvo el resto de su producción literaria. Quizás estuviera en lo cierto. José Antonio murió en su mejor momento creativo. Más allá de eso, nos queda un autor que se jugó la vida en su escritura. Desde la dirección de El Urogallo, desde su oficio de periodista o de crítico, desde las tertulias del Alabardero y, claro está, también desde su obra literaria. Nos queda un autor poseído por la literatura, en palabras de Juan Cruz, a quien comentó en una ocasión que era imposible escribir nada hasta que no fuera más importante la escritura que la vida. Nos queda, en fin, la relectura de sus libros y un buen número de inéditos aún por publicar.

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UNA DE CALIBÁN Y OTRA DE ARIEL Julián Ríos y Eloy Fernández Porta .EFP: A lo largo y ancho de Larva el lector puede ver cómo se amplía el campo semántico de la palabra metamorfosis. Hay motamorfosis, calumetamorfosis y matemorfosis, y también se habla de metamorfosistematizar, de metamorfoseosis y de metamorfosiseos. Ahí usas la palabra-maleta para hacer que el término represente el proceso que designa –como también, en Poundemónium, cuando hablas de la Fiammettamorfosis: el personaje femenino transformando al masculino por medio de la llama y la luz amorosas. Pues bien: yo me pregunto si no hay una concepción de la literatura de raíz ovidiana, que tiene en la transformación no sólo su tema ostensible, sino su condición de ser, y que se ocupa del cambio desde dentro; no en el sentido en que, digamos, Los Budenbrook describe los progresos y decadencias de las condiciones sociales a lo largo de tres generaciones, sino en un sentido más radical: el cambio que va sucediendo en el estilo y en la conciencia del narrador. JR: Sí, cuando tú te refieres a una concepción ovidiana de la literatura, yo a Ovidio lo veo casi ab ovo: como un huevo que nos permite una eclosión y evolución de los mitos, una suerte de mitomorfosis. En Larva hay un episodio en el que el protagonista corrige a destajo unas galeradas en latín por las que entre la plaga de erratas se cuela Ovidio como divo y hasta como huevo

huero y acaba en un sui generis arte de amar con una vetusta secretaria transformada en estatua venusta. La metamorfosis, efectivamente, me interesa mucho. Diría que la obra es el camino, y lo que más me interesa es su génesis, el ir descubriendo cómo se forma. En la novela puramente comercial, industrial, se sigue un guión férreo y los personajes se adaptan a tal estereotipo o a tal otro: no hay aventura, incluso tratándose de una novela de aventuras. Aunque suelo ser maniático de los esquemas, de las preparaciones y de las notas, todo eso en el acto de la escritura va siendo cambiado paulatinamente, transformado, y esa metamorfosis, que puede ser de lenguaje, que puede ser de un mito, o puede ser una meta a la que uno quiere llegar y que va retrocediendo, es lo que hace apasionante la escritura. Entre lo que el escritor se propone y lo que el acto de escribir dispone hay a veces un gran trecho. Un espacio abierto a la aventura. Es lo que llamo escrivivir: no hay que creer que la escritura es solo jogo bonito, facilidad y felicidad de estilo. La escritura puede ser a veces rabiosamente frustrante, puede ser dura, puede uno hartarse de dar palotes de ciego. Pero es esa sorpresa, de pronto, la que te incita a continuar. Una obra es un camino de aprendizaje. En este sentido, todas mis obras podrían ser una especie de «novela de aprendizaje», porque a

medida que voy avanzando en la comprensión del libro, de los personajes, del tema, yo voy aprendiendo. Porque si no aprendiera no escribiría: yo no me pongo ex cáthedra diciendo o prediciendo: «voy a contar esto y nada más». Es un aprendizaje que voy a hacer, y que me gustaría que el lector hiciera conmigo, también. Esa es una tierra ignota que tengo que cartografiar. Y lo que me interesa mucho es la metamorfosis. Y Larva lo indica desde el título, ¿no? Larva además significa máscara, significa fantasma: es un estadio dentro de la metamorfosis. Algún día tal vez se vea la unidad total de mi obra, y cómo el narrador, Emil Alia, va variando de libro a libro, derivando… EFP: Otro espacio para la deriva es el que se abre con la noche y el sueño. En tus textos los desdoblamientos sucesivos de la narración (en notas, en inflexiones metaficcionales, en cuadros dentro de cuadros) son internamientos en el sueño. Esta forma de proceder, de reduplicarse en la narración, es muy distinta de los usos metanarrativos en que el narrador despierta de la historia que está contando y vuelve a la vigilia de la historia principal. En cambio, aquí tenemos un ámbito de narración como el que se inaugura en la noche 667 de Sherezade, en que se vuelve al principio, se cuenta cómo empezó la historia, y ésta entra en espiral –entra en el sueño.


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JR: Indudablemente Larva podría ser el ejemplo mejor, porque es esa Noche de San Juan, que es todas las noches, como Las 1001 noches. La noche siempre ha sido un espacio privilegiado, sobre todo, quizá, porque la noche no excluye luego la vigilia. En Larva las aventuras suelen suceder de noche, pero luego hay la vigilia, la vela y la revelación, que es lo que permite ver las notas, las reflexiones. La noche la considero cerrada (en algún momento se juega con la homofonía de «nuez» en italiano y «noche») pero sé que es necesaria la claridad, la luz, para iluminar esas zonas de oscuridad de la noche. Y he jugado a veces con los sueños en la narración, como otros muchos autores, claro. EFP: En uno de los sueños de la novela Monsieur Teste se convierte en Humpty Dumpty, la cabeza en huevo. Creo que aquí la asociación onírica te sirve para articular una idea de la tradición literaria, que por una parte es jocoserious, pero por otra entraña también una crítica al intelectualismo del Señor Cabeza, que, inevitablemente, le llevaba a la suspensión de su novela, y de la escritura misma. Es muy interesante que ese encuentro, en la tabla de planchar del sueño, de Carroll y Valéry, lo vio también, de otro modo, Deleuze. Para él ambos autores son los descubridores de la superficie: toda narración sucede en los cambios de superficie, en la piel del texto –que sería el lenguaje.

dossier: Julián Ríos y Eloy Fernández Porta. Una de Calibán y otra de Ariel

JR: El lenguaje puede ser a veces una piel, pero es una piel elástica que nos envuelve, nos rodea, la oímos, pero al mismo tiempo es una forma que se adapta al fondo y puede llevarnos muy

adentro, a tocar el fondo. Lo podríamos decir con dos palabras cercanas: seso y sexo. La cabeza y el sexo se completan cuando funcionan unidas y son grotescas cuando se disocian. Un ser sólo sexo y otro sólo cabeza (llamémoslos Teste y Testa) serían igualmente monstruosos. Que el sexo tenga algo que decir al seso, y viceversa, me interesa, pero al mismo tiempo me importa que todo sea un poco más complejo que una simple

dualidad. En Larva hay un dibujito que para mí es el símbolo de la escritura: es una especie de guante colgado del techo en el cuarto del protagonista, y que tiene dibujado un corazón en forma de cara. La mano, el corazón y la cabeza: son las tres cosas que yo reclamo para el arte y para la literatura. Por eso me siento incomprendido cuando se cree que yo hago sólo literatura experimental o que hago un sólo tipo de literatura: a mí me interesan las tres cosas, y creo que deben ir juntas. En pintura, por ejemplo, cada día me interesa menos aquella en que no haya destreza manual, y en la que la cabeza no vaya también gobernada por el corazón. Que también tiene sus razones. Creo que deben ir juntas, y cuando no van juntas se produce ese disfuncionamiento, que a mí me horroriza, de lo manual como mera habilidad o de lo absolutamente cerebral. Aunque es difícil, lo reconozco, la ambición del verdadero artista es que vayan juntos el corazón, la mano y la cabeza. Si solamente es la mano, el arte será puramente masturbatorio; si solamente es la cabeza es demasiado solipsista; si solamente es el corazón caemos en el romanticismo más barato. La marca del gran arte, de la gran literatura, es esa trinidad. EFP: Ese aspecto también puede verse en tu tratamiento del donjuanismo. Severo Sarduy lo definió como «un Don

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El cielo raso

dossier: Julián Ríos y Eloy Fernández Porta. Una de Calibán y otra de Ariel

Juan», el tuyo, «como el lenguaje, inmotivado y binario» –y muy vitalista, por otra parte, ¿no? Aquí llama la atención que, en un momento en que la figura del Don Juan parece pasar a formar parte de la arqueología literaria, tú propones recuperar esa figura, y además como figura cómica, de farsa. El siglo XX abundó en donjuanes de picaresca negra–como el de Valle–, existencialistas –como el de Montherlant– o decadentes y melancólicos, como el de Gonzalo Suárez; en cambio, tú construyes un Don Juan que es un seductor del verbo. JR: Claro, con mucha labia… Si «la donna è mobile», Don Juan en realidad es un mutante. Hay un capítulo de Larva que a mí me divirtió mucho escribir, en el que Don Juan se enfrenta a su sombra: Fausto. Ambos se conectan por el conocimiento. Uno a través de la ciencia, de la filosofía, del conocimiento intelectual; el otro, a través del conocimiento de los sentidos. Conocer, en el sentido bíblico de la palabra, a la mujer, es otra forma de acceder al conocimiento. Por otro lado, la operación más donjuanesca en el libro es, precisamente, la del lenguaje, en la que el narrador utiliza el idioma castellano para seducir a los otros idiomas. Y es ahí donde creo que

Larva no ha sido leída en absoluto, por lo menos no en nuestro país. Es algo que se aleja completamente del modelo joyceano, de su poliglotismo. Se trata del intento o intentona de convertir todos los idiomas a un solo idioma. Milalias viene a decir desmesuradamente: quiero que todas las palabras extranjeras entren por las hormas y horcas caudinas del idioma castellano. Y hace el mayor homenaje que se le puede hacer a una lengua: intentar que el japonés, el chino, el samoano, toda esa retahíla de palabras extrañas se transforme en palabras castellanas. Pero eso, ¿cómo se hace? A través de la mujer. Todas las lenguas que aparecen en el Londres cosmopolita de Larva entran, todas, por boca de una mujer. Una boca equívoca. Por ejemplo, en el carnaval de Larva cuando una Madame Butterfly exclama «Tate» al palpar la bragueta de un torero o dice «toro» está adaptando miméticamente el japonés al español. Hay miles de cosas de ese libro que no han sido exploradas, y si alguna vez –creo que lo había comentado Julio Ortega– se reúnen veinte o treinta hispanistas de idiomas distintos, y cada uno lee el idioma de la mujer que corresponde a su país, se verá el doble juego de esa gran seducción y sedición del lenguaje. Ese es el verdadero donjuanismo de Larva. EFP: El tema de la liberación del lenguaje es también el que lleva, en esta y

en otras novelas tuyas, a la unión/confusión/comunión de opuestos: Humpty Dumpty y Monsieur Teste, Falstaff y Papá Noel, y, por supuesto, Don Juan y San Juan. Y no sé si tú consideras que esta atracción de los opuestos es, en su versión más radical, la unión entre Ariel y Calibán, entre el espíritu y la carne. JR: Sí, alguna vez he comentado que en cada novela habría que dar una de Calibán y otra de Ariel. La tentación de los opuestos es permanente en cualquier escritor: saber que uno mismo está tironeado por los opuestos, que está hecho de opuestos. Y un buen momento es cuando los opuestos se funden y se evitan esas polaridades tan drásticas entre lo blanco y lo negro, entre los maniquíes maniqueos: que el alfa y el omega puedan juntarse de alguna forma permite alcanzar la totalidad y, al mismo tiempo, la síntesis. Ahora bien, uno nunca se puede liberar del duelo de los opuestos, como es lógico. Los extremos se tocan, y luego hay un momento en que se trocan, y así recomenzamos el cuento de nunca acabar.

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(Extracto del libro inédito La gran red).


La vida breve

Alejandro Pedregosa. La hija de Ginés, relato inédito

LA HIJA DE GINÉS Relato inédito de Alejandro Pedregosa

Uno Usted viene preguntando por la desgracia del Ginés, ¿verdad? Lo suponía, desde hace una semana no deja de llegar gente con la misma cantinela. Está el barrio alborotado. Debo de haber salido ya en dos o tres periódicos por lo menos. Le voy a contar lo mismo que a los demás, no se haga ilusiones, entre otras cosas porque el Ginés es amigo y cliente, y yo de mis parroquianos nunca hablo mal. Treinta años que lo conozco, desde que abrí el bar. Ellos venían de Málaga. Vaya novedad dirá usted, quitándome a mí y a cuatro catalanes más este barrio es entero de andaluces, y no me quejo, mucho cuidado, que si no es por ellos yo no como, y esta tierra, de momento, da para todos. Pues eso, que eran de Málaga y que quizá, visto lo visto, allí deberían haberse quedado, porque mucha suerte no se puede decir que hayan tenido. Era como si viniese gafado de fábrica, ¿me entiende? Como si le hubiese cagado una moscarda. Primero ocurrió lo de la mujer, que se la buscó guapa pero más débil que un pajarillo. Muy poca cosa, más huesos que carne, la voz siempre apagada, ni tenía hechuras ni tenía carácter. Creo que cosía para las tiendas, aunque para el caso lo mismo da, murió al poco de llegar al barrio, cuando la niña tenía tres años. Un cáncer esquinao de esos que te entierran en dos días. Perra suerte. Y ahí se quedó el Ginés, con una cría de biberón y la zapatería recién montada. Normal que no tardara ni un año en buscarse otra. Qué iba a hacer. Y gracias que la nueva no puso reparos al regalito envenenado que el Ginés traía en el capazo. Envenenado sí, porque esa niña, Victoria, ya desde cría prometía veneno. Dos Recuerdo el día que Victoria llegó a la oficina. Pretendía ser actriz. Traía el aire irreverente de quien quiere comerse el mundo, pero bastaron cinco minutos de conversación para comprender que se trataba de una débil coraza contra el fra-

caso. Bajo su piel blanquísima latía el miedo fatal de quien acaba de abandonar el cascarón. Quizá fue esa especie de desamparo lo que me llevó a ficharla. Poseía una belleza de ángulos rectos y un metro ochenta de altura. Más allá de eso no tenía nada, ni estudios, ni padrinos, ni dinero. Nada. Durante el primer año le pagué unas clases de dicción. Traía el acento desordenado, una mezcla inclasificable de malagueño y catalán de periferia. Soñaba con ser actriz pero yo calculé que el mundo publicitario estaba más cercano a sus posibilidades. Tenía en los gestos cierta austeridad que ampliaba su abanico de registros: de chica Soberano a joven madre Cola Cao, pasando por las cremas Pons y los lavavajillas Fairy. Finalmente, se estrenó con una marca de salchichas. Tuvimos suerte, la campaña constaba de anuncios en televisión y cartelones en las marquesinas. «Salchichas Sanchís. Las salchichas que quieren tus hijos». Demasiadas eses para su acento mestizo, pero las clases de dicción costaban una pasta y Victoria salió del trance con notable éxito. Verse de cintura para arriba (con un estúpido mandil) en televisiones y paradas de autobús no le sentó nada bien. Se le encabritaron las urgencias y los antiguos sueños de estrella de cine volvieron a sorberle el seso. Pude contenerla apenas con un nuevo trabajo para la Dirección General de Tráfico. Era la copiloto de un coche que se despeñaba barranco abajo. El hecho de aparecer junto al logotipo del Gobierno de España la llenó de seguridad. Decidió, ya sin remedio, que había llegado el momento de dar un giro a su carrera. La publicidad no era artística, decía. Intenté explicarle el gran error que estaba a punto de cometer, pero en sus ojos brillaba de manera determinante la fiebre de la fama y contra eso nada se puede. A las pocas semanas abandonó la agencia. Dijo que había encontrado otro representante que le ofrecía participar en un programa de televisión. Nos despedimos como amigos y le deseé suerte, aunque estaba convencido de que no la tendría.

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Tres Se equivocan aquellos que pintan a Victoria como una muchacha infeliz y trastornada por la desgracia. Se equivocan o no la conocían lo suficiente. Cierto que ambicionó paraísos nunca alcanzados, que fue insensible a los pensamientos profundos y que, a menudo, empeñó su suerte en frívolas aventuras. Pero eso no emponzoñó su alma lo más mínimo. Seguía siendo esa chica alegre y vitalista que un día saliera de Hospitalet para probar suerte en la capital. No estaba capacitada para el odio y perdonaba con una facilidad beatífica. Fueron muchos los miserables que se aprovecharon de esta circunstancia, puede usted ir a preguntarles a ellos, sin duda, sabrán más que yo con respecto a lo que usted anda buscando. Victoria era mi amiga (aunque le habrán llegado otro tipo de rumores). Juntos pasamos momentos de maravillosa intimidad. Supongo que ella encontró en mí un confidente más o menos cabal, mientras yo, por mi parte, hallé en Victoria un ser humano puro, de una candidez emocionante. Nos conocimos una mañana de otoño en que se acercó a la parroquia. Acababa de llegar a Madrid y se hospedaba en una pensión triste de la calle Atocha. Nunca tuvo una inquietud religiosa distinta a la de la mayoría (Dios era un señor lejano al que había que complacer y la Virgen una ejecutora de misiones imposibles); sin embargo, aquella mañana entró en la iglesia. Cuando le pregunté los motivos de su visita no pudo ofrecerme más que un levantamiento de hombros. Tampoco ella lo sabía. Pronto comprendí que Victoria se dejaba llevar por una especie de dulce fatalismo que le impedía calibrar la idoneidad de sus acciones. Era como si no albergara la más mínima duda de que todos los caminos conducen a un certero final. Y no me refiero a la muerte.

El «final» para Victoria consistía en obtener, algún día, el reconocimiento del público. Del «gran público» (así decía). No deja de resultar paradójico que tras su muerte lo haya conseguido. «El gran público» lleva días hablando de ella en mercados, tertulias y peluquerías; y es por eso que usted está hoy aquí, porque desmenuzando los sueños rotos de Victoria se ha topado conmigo, un actor imprevisto que puede alimentar las ingentes toneladas de carnaza que necesita «el gran público», ¿no es cierto? Pues siento defraudarle. Todo lo que este humilde cura de barrio puede contar de Victoria Martín es que era una persona con el alma hermosa y resplandeciente. De su cuerpo, que es lo que a usted le interesa, lo ignoro absolutamente todo, ¿o acaso acostumbra usted a acostarse con sus amigos? Cuatro Nada de amigas, ni hablar. Compañeras y ya es bastante. Entiéndame, no es que yo tuviera nada personal contra ella, sencillamente no casábamos: agua y aceite. Victoria iba de pánfila por la vida, le pirraba dárselas de niña inocente que nunca ha roto un plato, pero todo el mundo sabe que cuando una mujer cruza la puerta de los Estudios de grabación Dinga es porque ya no le quedan platos que romper. Los ha destrozado todos. Tiene el ajuar hecho añicos. Y es por eso que no soporto a las pánfilas como Victoria. Recuerdo su primer día. Venía acompañada del propio Dinga, el jefe. No, no es extranjero, lo de «Dinga» le viene por Mandinga, un mote que alguien le puso hace años, cuando empezó en esto. Treinta centímetros, un vaso de tubo de los de antes. Una barbaridad. Pero bien que le ha servido para hacer negocio, porque además de una buena


La vida breve

Alejandro Pedregosa. La hija de Ginés, relato inédito

Alejandro Pedregosa (Granada, 1974). Es autor, entre otras, de las novelas criminales Un extraño lugar para morir (Ediciones B, 2010), Un mal paso (Ediciones B, 2011) y A pleno Sol (Temas de Hoy, 2013). Ha publicado asimismo varios libros de poemas, entre los que destacan Los labios celestes (Pre-textos, 2008) y El tiempo de los bárbaros (Tragacanto, 2013). La sombra de Caín (Cuadernos del Vigía, 2013) es su primer libro de relatos.

herramienta Dinga tiene instinto, es todo un profesional que sabe lo que la gente quiere. Hoy por hoy cualquier actor del ramo se mata por fichar con Dinga Producciones, aquí sólo estamos los mejores, por eso me sorprendió que Dinga apareciera con aquella pánfila de la mano, que, a todas luces, era una recién llegada. Yo salía del baño cuando me los topé de frente, acababa de rodar un blowjob con Nino y había ido a refrescarme antes de la siguiente escena. «Esta es Laura», le dijo Dinga. Me observó de arriba abajo, acerqué la mejilla para besarla y la muy pánfila me tendió la mano. Ja, como si fuese la reina de España. Luego Dinga nos contó que la había conocido en no sé qué fiesta y que la traía solo para rodar «falsos amateurs», ya sabe usted, dos que simulan ser novios y graban sus guarradas con el teléfono móvil o con la webcam. Para la empresa resulta de lo más rentable y los portales porno se rifan el material. Es estúpido, la gente sabe que es falso, que son dos actores fingiendo ser novios pero no por eso dejan de ponerse cachondos. El mundo al revés. Las nuevas tecnologías acabarán por arruinar el cine de autor, ya lo verá. Muchos piensan que basta con darle al botón rojo y ponerse a follar, pero, ¿y el arte? ¿dónde queda el arte? Pues eso, que Victoria vino como la promesa de los «falsos amateurs», y la verdad, no lo hacía mal. El truco está en no mirar nunca a la cámara, o mirar de soslayo, como si te diera vergüenza o asco. La idea es aparentar que la chica está incómoda, agobiada y se deja grabar sólo para complacer los gustos del novio. ¿Sabe lo que le digo, no? Eso sí, no se puede negar que Victoria ejercía el papel de novia pánfila perfectamente. Si hubiera visto usted las caras de angustia que ponía; una monja de clausura no lo

hubiera hecho mejor. Por eso, a cada uno lo suyo, Victoria era una verdadera pánfila pero servía para los «falsos amateurs», vaya si servía. Cinco A ella, aunque esté mal decirlo, nunca la quise; no conseguí sentirla como mía. Imagino que fue fallo de ambas, pero el caso es que nunca fuimos madre e hija. A Ginés sí, a Ginés lo he amado con la locura de una adolescente, y no me duelen prendas en decirlo. Ha sido un hombre bueno y cariñoso, aunque ahora vayan contando de él barbaridades. Un pelín serio para la vida social, eso sí. Ni amigos ni restaurantes. Los bares del barrio y poco más. Pero de puertas adentro tenía humor, vaya si tenía humor, un verdadero payaso cuando quería, sobre todo los primeros años de casados, que la niña era todavía pequeña y se avenía a respetar nuestros gustos. Luego ya fue otra cosa. No sé qué clase de demonio la agarró en la adolescencia pero hizo que la paz familiar saltara por los aires. Tengo para mí que quería separarnos, quitarme de en medio y quedarse sola con su padre. Un noche la policía la trajo a casa después de no sé qué follón. Ginés se encerró con ella en el cuarto y empezaron a golpearse como dos desquiciados. Yo escuchaba los insultos, los objetos volar y estrellarse contra la pared. Me marché a la calle porque no podía soportarlo. Al regresar, encontré a Ginés con la ceja abierta y la mirada ausente. Victoria no estaba y, desde entonces, nunca más volvió a estar. Se fue bien lejos, a Madrid, pero antes de irse nos dejó su maldición: desde el momento en que Victoria salió por la puerta Ginés perdió sus fuerzas de hombre, se volvió manso, no podía agarrarme; él, que había sido un torbellino.

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Alejandro Pedregosa. La hija de Ginés, relato inédito

Al principio pensamos que era por el sofocón, algo pasajero, luego probamos con médicos y pastillas, pero no hubo manera. Ginés se fue agostando. La hija y la hombría se le habían marchado sin billete de vuelta. Pero una tarde Victoria llamó. Hablaba de manera alegre, como si nada hubiera pasado entre ellos. Le dijo a su padre que encendiera la televisión, según contaba se había hecho actriz y salía en un anuncio. Tendría que haber visto usted los lagrimones que le caían a Ginés. Dos manzanas brillantes. A partir de entonces las cosas mejoraron, seguían teniendo sus tiranteces, pero al menos Victoria nos visitaba de ciento en viento, y Ginés (tampoco voy a negarlo) la paseaba por el barrio con un orgullo exagerado: era su hija, la que salía en la tele. Curiosamente, lo nuestro también se empezó a enmendar. No es que Ginés hubiera recuperado el vigor de golpe, pero alguien le comentó una fórmula casera que por lo visto daba resultado. Fue entonces cuando empezamos con las películas pornográficas. A mí, la verdad, no me hacía ninguna gracia, y no vaya a creerse usted que a Ginés le entusiasmaba el experimento, pero probamos y lo cierto es que funcionó. No sé cómo explicarle y tampoco sé los motivos; la cuestión es que mirando aquellas cosas Ginés recuperaba el brío, se venía arriba y me hacía sentir de nuevo mujer. ¿Vergüenza? Vergüenza de qué, a la verdad no hay que tenerle nunca vergüenza. Vergüenza debería darle al mal nacido que le coló a Ginés la última película. A ese sí que habría que buscarlo y cargarle también con el mochuelo. Cuando le pregunté a Ginés no quiso darme su nombre, pero ya me enteraré, ya me enteraré, que al final todo se sabe en el barrio. Seis Perdone que me ría. Claro, claro, este es un asunto muy serio, pero es que sólo de imaginarlo...

La vida breve

Por supuesto que no fui yo, de eso puede estar usted seguro. A mí no me hace falta ver esas cochinadas para comportarme como un hombre. En el quinto H, ahí tiene a mi señora, suba y pregúntele, suba, suba... Yo no soy de esos, aunque tampoco critico a quien necesite ponerse una película para funcionar, eh. Allá cada cual con sus gustos. Lo que pasa es que alguien del barrio me quiere liar en el asunto y ha ido por ahí ventilando mi nombre. Pues va dado. Hasta la policía vino el otro día a preguntarme, y ¿sabe qué les dije? Pues lo mismo que a usted, que podían subir a mi casa, hablar con mi mujer y revolver todos los cajones a ver si encontraban alguna película de esas guarras. No, hombre, no, yo no necesito eso. Ahora bien, le voy a decir una cosa, puede que ese mismo que va sembrando sospechas a mis espaldas sea el cabrón que le pasó la película al Ginés. Porque hay que ser muy cabrón para hacer una cosa así, ¿no le parece? A ver, que yo me río pero sin maldad, es que la cosa tiene su miga; imagínese que está usted ahí, con la parienta, en mitad del fregao y de repente aparece en la tele su hija de usted haciéndole guarrerías a un viejo calvo y pellejoso; que, por lo visto, eso era lo peor, que ni siquiera estaba con un chaval de su edad, sino con un viejeras que la grababa desnuda mientras le hacía de todo. Imagínese, yo no quiero reírme, pero imagínese, la cara que se le quedaría al Ginés, se le vendría el mundo al suelo, y no lo digo con segundas... Disculpe, disculpe pero es que me da la risa.... Con lo chulo que se ponía en el bar, que mandaba callar a todo cristo cada vez que la niña salía en los anuncios. Que era actriz, decía... Pues sí, a la larga ha resultado que era actriz... y de las buenas, ja. Perdone, ya le digo que no es por maldad, pero es que cada vez que lo pienso... Y claro, así ha liado el Ginés la que ha liado, que yo no lo justifico, eh, pero oiga, que eso tiene que ser para vivirlo. Joder, disculpe, disculpe que me ría...

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Los pescadores de perlas

Isabel González. Microrrelatos inéditos

Isabel González Microrrelatos inéditos Ilustraciones de efealcuadrado

Avisos de desastre Conocernos de otra forma. Tal vez tú demasiado viejo y yo demasiado joven. Yo fascinada por los pliegues de tus ojos, y tú alentado por los pliegues de mi sexo. O mejor, yo vieja y tú de veinte. Alumno y profesora de plata a la luz de la luna. Quién sabe. Los dos ya muy ancianos o los dos tan críos que nos recordáramos hasta la muerte. Sucedió sin embargo ayer. La pelota de tu hijo rodó hasta el banco donde yo acunaba al mío y viniste a recuperarla. Tu esposa te lanzó un beso desde la pradera. Mi marido volvía de comprar el pan. Te agachaste bajo mi falda y cuando tu mano rozó mi tobillo, abrazaste la pelota como si fuera un ancla. Yo estreché a mi bebé de plomo. Dos vidas tan conclusas que haría falta un cataclismo.

La reinstauración Para Almudena, Irene y René

Yo no vivo en Nueva York. Yo no vivo. Yo soy el francotirador, el dueño de todo esto, el que dicta, el dictador. Yo soy la mano, y con mi mano reinstauro lejos, muy lejos de los impresos y de las inyecciones, los devaneos suicidas de los gatos por el filo de las barandillas, los perros sin castrar, la hipócrita fidelidad de los loros con las alas recortadas, el hombre que besa, la mujer muy besada, la boa que engulló a su cuidador y salió en el telediario. Mira: en una esquina, Medea, la exhausta cerda recién parida, se alimenta de sus cachorros. Mira, señaló mi pequeño, y la paloma sin pluma caudal voló amputada desde la chistera. El oficio de mamporrero existe, los murciélagos no ven, las moscas vuelven negros los mercados de Casablanca. Abre los ojos. La cardelina amarilla y presa canta a pesar de todo porque a todos los horrores nuestros ojos están dispuestos: a las explotaciones agropecuarias, a la evisceración, a las manzanas viejas. Hay tanto aún por hacer. Tengo que reinstaurar la infancia y la edad adulta; tengo que devolver a los pies sus zapatos de cocodrilo, los ciervos a los estómagos, la sangre a la sangre a la sangre. Somos hijos del dolor y del machete, madres de la cicuta, padres de la artillería pesada. Tú no lo crees así y por eso, te pido amor, sostén mi mano.

El viaje Un sol prehistórico me persigue. Es antiguo porque es rojo. Me persigue porque lo veo en el retrovisor. Tendré que detenerlo. Aparco y llego a la playa justo en el preciso tormento de una mujer saliendo del mar. La mujer se tumba y al tumbarse, desnuda, pone vegetación en la arena. Nadie habla. Qué buena idea. Si todos callamos parecerá que guardamos un secreto muy grande. Qué maravilla mirarla, sí, invitarla a mi piso, bajar las persianas de mi cuarto con ella dentro. Lo sabe el tarro de cristal y lo ignora la boca hambrienta del niño: lo que se abre no está rogando que lo llenen sino que lo vuelvan a cerrar. Como una puerta, como un ojo, como mi mano colectora de aire. Me acerco. Le pregunto su nombre y ella me pregunta si me he perdido. Que a una pregunta siga siempre otra pregunta. O mejor, que a la misma pregunta siga siempre la misma pregunta. Quién eres, quién eres, quién eres. Diálogo eterno, muerte a la wikipedia, culto a la luz solemne del atardecer. Di conmigo ahora que llega la oscuridad y los turistas se van a casa: esta noche contaré ombligos en vez de estrellas. Ríes y te pido un cigarro por pedirte algo que puedas darme. Me lo das. Te vas tú también luego, pero el viento que mueve los carrizos proclama lo contrario: que no, que no te has ido. En serio, no sé qué grietas atraviesa el aire para aullar así. Me tumbo boca abajo sobre la arena que pisaste, hago un hoyo y poseo. Un sol prehistórico me persigue.

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La Transición española Convulsa transición española. Convulsa para los españoles y convulsa también para los botijos, que por aquella época y tal vez aún por ésta, éramos casi lo mismo. Algo arcilloso y chaparro que crecía al pie de un olivo; un silencio ventrudo en una sombra; una forma de rezar hecho bola, de rodillas, con las manos y los pies muy juntos. Un tiempo de tierra hasta que llegaron las neveras. Las neveras fueron las suecas de los electrodomésticos. Blancas, altas, frías, haced vosotros el resto de comparaciones. Las neveras invadieron nuestras casas y nos demostraron sin clemencia la humildad refrigerante de nuestros hermanos de barro. Porque lo eran. Porque los botijos eran nuestros hermanos. Porque los botijos éramos nosotros nos resistimos a tirarlos y los metimos dentro. En el único sitio donde cabían, en la parte inferior del invento. Compartían espacio y volumen con la sandía, lo recuerdo bien. Abrías la nevera e igual que dos pechos asimétricos, uno verde y despezonado, y otro ocre y empitonado, sandía y botijo refrescaban nuestras fantasías puberaniegas. No nos hacía falta mucho. Sabíamos cuánto teníamos, pero apenas sabíamos qué nos faltaba. Sabíamos que los pechos auténticos, los de carne, los pulposos, los que vimos a no sé quién no sé dónde (eso jamás se cuenta) no se guardaban en la nevera. Los pechos de verdad se guardaban en la tele. Encendías la tele y aparecía una teta. Una teta: ojo de Cíclope. Una teta: mitad de pecado. Una teta: hipertrofiada mitra. Una excita más que dos. Eso también lo aprendimos en aquella época de botijos presos, sandías escarchadas y fantasías monopectorales como amazonas. Mitología ibérica. Metamorfosis hortofrutícola. Trece años. Verano. Convulsa transición española. Isabel González creció en los años setenta, en la gasolinera de un pueblo de Zaragoza. Trabaja como infografista en El Mundo, imparte clases en la Escuela de Escritores y ha publicado el libro de cuentos Casi tan salvaje (Páginas de Espuma). El resto de sus historias puede encontrarse en antologías como Por favor sea breve 2 (Páginas de Espuma), Mar de pirañas (Menoscuarto) o Relatos en cadena (Alfaguara). Forma parte del colectivo de escritoras Microlocas, con quienes ha publicado La aldea de F. (Punto de Partida, Universidad Autónoma de México).

Cosas Tengo faldas de ortografía y faltas escocesas; errores que me dejan hecha un cuadro y atuendos bajo los que perpetrar cualquier horror. Si mezclo clavo y madera me sale pinza o cristo; si mezclo bailarín y asesino me sale torero o batidora. Si mezclo monja y tinte platino me sale María Magdalena o Catherine Deneuve en Belle de Jour. No me odies por ser impuntual pues sabes tan bien como yo que las seis y cuarto contienen dentro las cinco, y que me esperarás hasta la muerte. Peor fue la nuez que se dejó abrir muy fácil y salió seca y oscura. Faldas y faltas, clavos y maderas, María Deneuve en Catherine la belle, que las nueces se abran fácil y que sepan bien. Nunca renunciaremos a nada. Siempre lo querremos todo.

Pudimos volar Todos fuimos ángeles. Existen pruebas. Los omoplatos que despuntan por la espalda y esas náuseas del tercer mes de embarazo que los expertos atribuyen a la aparición del vello fetal. «Aquí la cabeza y aquí la columna», señalan los médicos en la ecografía, y silencian, en la borrosa imagen, torsiones imposibles bajo la nuca. Las madres no preguntan por miedo, por no parecer idiotas. Comadronas cómplices a la hora del parto, ajetreo de tijeras, de millones de bebés un grito. Nostalgia crónica de unas aves vestidas con nuestras plumas.


Los pescadores de perlas

Isabel González. Microrrelatos inéditos

Me la pela Miro mi pierna depilada, la derecha. Mi pierna depilada, la derecha, es tecnología punta. Brilla, resbala, se expone segura, enardecida por la cera. Me acabo de enamorar de mi pierna derecha. Quiero chuparla, voy a lamerla, pero no. No lo hago. Me detengo porque ahí está mi pierna izquierda. Acusatoria y velluda. Todavía hosca, tenebrosa, confusa. El águila y la mosca sobrevuelan la fronda de la rodilla; el sudor y el río cimbrean pantorrilla abajo entre la maleza; hocicos de roedor asoman por los poros y traen noticias desde lo más hondo. Negro en la broza. Lobos en lo negro. Qué boca feroz te besará a ti, pierna izquierda, pierna umbrosa, pierna indómita. La cera borbotea. Amenaza. La pierna izquierda llora su destino pompeyano. La pierna derecha ríe con esa risa fea de los que conocen lo inexorable. Yo estoy hasta las narices. No quiero elegir. Me pongo la falda y salgo a la luz de agosto doblemente mujer.

Urbi et orbi Sé que no puedo ser Papa ni cura ni obispo porque para ser Papa, cura u obispo hay que tener polla. Así son los asuntos del alma. Sé que no puedo casar ni bautizar ni dar la extremaunción al hombre que en su último aliento pronuncia el nombre de una mujer hermosa, pero puedo bendecir como nos bendicen a todos los árboles un día de viento. Y puestos a bendecir, bendigo a todos los hombres, también al anciano Papa que abdicó y a su dulce debilidad por los mocasines rojos. Bendigo a los obispos de tres en tres y a los curas de veinte en veinte. Bendigo a todos los hombres dentro y fuera de la Iglesia. Los bendigo a todos porque a veces me desean y a veces no. Hombres que vuelven la mirada y no dicen nada o lo dicen todo en su idioma de pan con aceite, guapa, bonita, contigo «mecagüentó». Bendigo al que se casa conmigo sobre todas las cosas. Bendigo a Johny Depp, a Xabi Alonso, a Luciano Pavarotti, a Frankenstein de quien podría enamorarme locamente. Bendigo al que me abandona, al que abandono, al que no me conoce, al que no conozco. Bendigo al que soñé porque no existe y porque puedo seguir soñándolo. Al que me ignora, no, a ese no lo bendigo. Pero sí al que me traicionó con una ex, con una amiga, con alguien a quien pagó, aunque creo que eso no cuenta. Bendigo al que me agarra del pelo, al que me besa la cara interna de las rodillas, al pervertido, al lujurioso, al tímido, al que dobla los pantalones en la silla. Bendigo al hombre que sin más, en el metro, me mira con cierto pudor fingido y tiene las pestañas negras y no aparta la mirada y es joven y hace que el vestido elegido con desconfianza frente al espejo sea el mejor vestido del mundo.

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Eduardo Moga Poemas de Décimas de fiebre, inédito

A Claire Forlani

Tus orejas divergentes no divergen en finura: con escueta desmesura, los cartílagos ingentes trazan las altas tangentes de las criaturas aladas. Si con ellas separadas eres bella, qué belleza luciría tu cabeza si las tuvieras pegadas.

Tomando un té, en la cocina

Puntual, todos los días, tras la siesta, sobrevuela una abeja, con cautela, las orondas peonías y las violetas sombrías. Se posa después, arrecha, en los estambres, y acecha el zumo dorado; husmea, liba, fulge, azacanea y se va, muy satisfecha.

Autorretrato

Tengo años cuarenta y nueve, que es lo mismo que decir media vida sin reír o tengo cuarenta y nieve. No Eduardo: me llamo llueve, y me inquina una tormenta meticulosa, una lenta casi nada que me guía, con precisión de gumía, a un ataúd de cincuenta.

Al Dios del amor

En un terremoto andino, el techo de una abadía sobre la feligresía se ha desplomado. Divino, el saldo: un torbellino de dolor, muertos en masa y mutilados sin tasa. Tengo por milagro inverso que el señor del universo mate a tantos en su casa.


El castillo de Barba azul

Eduardo Moga. Poemas de Décimas de fiebre, inédito

He perseguido el amor de los otros para amarme e, insomne, multiplicarme, y eludir este sopor funeral, este dolor. Pero en esta hora, abrumado de vigilia, he alcanzado otra conclusión: morir solo nos mata; vivir consiste en no ser amado.

Este instante permanece en la plenitud carnal de su ocurrir; no es letal, ni claudica, ni perece como el alma, que abastece de esperanza y, de esta suerte, nos llena de nada. Es fuerte el cuerpo, imperecedero; al espíritu, empero, solo lo colma la muerte.

Hoy, jueves y lluvia, amando atrozmente lo que no tengo, dilapido el yo que me asfixia y, sin mundo, ando maquinal y maquinando espinelas con espinas que no hieren. Las sentinas asoman a la cubierta. Y con esta mano muerta recojo sueños, inquinas.

Se repite cuanto veo, lo que soy, este momento, esta laxitud, el lento —pero veloz— bordoneo de las horas, el zureo de la muerte, los latidos, los labios humedecidos o su estiaje, el sol, los nombres, la inclemencia de los hombres, el silencio, los gemidos.

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Eduardo Moga (Barcelona, 1962) es licenciado en Derecho y licenciado y doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Barcelona. Ha publicado los poemarios Ángel mortal (1994), La luz oída (Premio Adonáis, 1995), El barro en la mirada (1998), Unánime fuego (1999 y 2007), El corazón, la nada (1999), La montaña hendida (2002), Las horas y los labios (2003), Soliloquio para dos (2006), Los haikús del tren (2007), Cuerpo sin mí (2007), Seis sextinas soeces (2008), Bajo la piel, los días (2010), El desierto verde (2011 y 2012) e Insumisión (2013). Ha traducido a Ramon Llull, Frank O’Hara, Évariste Parny, Charles Bukowski, Carl Sandburg, Richard Aldington, Tess Gallagher, Arthur Rimbaud, Billy Collins y William Faulkner, entre otros autores. Es autor de los compendios de ensayos De asuntos literarios (2004) y Lecturas nómadas (2007). Codirigió la colección de poesía de DVD ediciones desde 2003 hasta 2012. Reside en Londres.

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Quédate con nosotros, Señor, porque atardece de Álvaro Pombo: reseña de José Antonio Vila Sánchez

ENTREVISTA A HUGO GUZMÁN Por Iván Humanes

Hugo Guzmán (México, 1973). Especializado en dirección de actores en el Institut del Teatre. Profesor de puesta en escena en El Plató del Cinema. Con una larga trayectoria en México, llega a Barcelona en 2001. En 2002 dirige y coreografía Jaque al azul, de Albert Tola, con la colaboración de la Compañía IT Dansa, presentándose el espectáculo en el Institut del Teatre, El Gran Teatre del Liceu y la sala Apolo. Desde el 2005 trabaja en el Gran Teatre del Liceu. Ha dirigido El país de los ciegos, de H. G. Wells, fue asistente de dirección de Emilio Sagi en el espectáculo Me llaman la primorosa, protagonizado por la cantante de ópera internacional Ángeles Blancas, en el Foyer del Gran Teatre de Liceu, en el Palau de la Música dentro del Festival Milenio y en el teatro Arriaga de Bilbao. En 2010 funda la compañía Teatro Calánime, con obras que transitan entre el montaje clásico y la experimentación. Con ella dirige, entre otras, Las tremendas aventuras de la capitana Gazpacho, Ángel de mi guarda, El corazón delator y Cuentos cruentos.

Llegó a Barcelona en 2001, y en 2011 dirigió Ángel de mi guarda, de Adam Guevara, en Ciudad de México con el apoyo de la Universidad Ramón Llull y el Orfeó Catalá de Mèxic y producida por Teatro Calánime y Performancias. Háblenos de las diferencias que encuentra entre el teatro que se desarrolla en México y Barcelona. ¿Hay una forma diferente de mirar? Claro que hay una forma diferente de mirar. México tiene su idiosincrasia y Barcelona la suya. En México hay mucho teatro, mucho valiente que no cree en las subvenciones, que ama profundamente su arte y que se lanza al vacío con tal de contar una historia. En Barcelona hay más miedo, menos riesgo. También los actores tienen tiempos más complejos (es curioso ya que Ciudad de México tiene una población seis veces mayor). En México hay una preocupación por que la cultura llegue a todos, compañías de teatro popular que trabajan para poblaciones marginadas, teatro por y para niños con un nivel de calidad

muy alto. Y el teatro profesional cuenta con teatros suficientes para poder levantar el telón. Sin embargo, por culpa de muchos años de gobiernos incompetentes, falta educación cultural. Por eso se está trabajando fuerte con los niños. ¿Cómo nace la compañía Teatro Calánime? ¿Por qué cree necesaria la reinterpretación de los clásicos? Nuestra compañía nace por una necesidad de identidad, de tener una línea clara de trabajo y para crear un sentido de pertenencia. Quienes la formaron y quienes van llegando saben que esta compañía siempre será un lugar donde hay un estilo de trabajo y que, si están contentos con los mundos que creamos, siempre se contará con ellos. Y con respecto a los clásicos, no sé si hacemos una reinterpretación. Creo que contamos las historias desde nuestro punto de vista, desde la honestidad y con la intención de que el público acabe teniendo una experiencia teatral verdadera. Que no salga como


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si no hubiese pasado nada. Lo conseguimos con unos, con otros tal vez no. Pero todos los que conocen el trabajo de Teatro Calánime saben que somos sinceros y nada pretenciosos. Cuentos cruentos es un musical influenciado por las obras de Edward Gorey, Tim Burton o Stephen Sondheim, que aporta una visión renovada de los cuentos. También ha dirigido la adaptación teatral de El corazón delator de Poe. ¿Encuentra en lo tenebroso y lo irracional una fuente de creatividad? ¿Qué motivos guían su teatro? En México tenemos una relación especial con la muerte. Nuestro día de muertos es una fiesta, un día para recordar con mucho amor y una sonrisa a aquellos que perdimos. La lucha libre es otro de nuestros referentes, con sus héroes enmascarados. Y, además, México puede llegar a ser un país bastante surrealista. También he leído mucha literatura victoriana, el gótico me ha influido muchísimo. El romanticismo y su eterna relación

Entrevista a Hugo Guzmán. Por Iván Humanes

con la muerte, con lo macabro, con lo fantástico, me ha pasado factura. Por eso busco que mi teatro tenga esas atmósferas y esas texturas. Mis referentes son muchos, para cada obra tiro de esas influencias y me aferro a ellas. En el caso de Cuentos cruentos, Gorey, Burton y Sondheim. En el caso de El corazón delator es Poe en estado puro. Sólo intenté ser fiel a lo que siento e imagino cada vez que lo leo. Nuestros próximos proyectos (un musical y un infantil) tienen el sello de Teatro Calánime. Serán espectáculos que caminan entre lo absurdo, lo irreverente, lo macabro y lo irracional. También hay elementos en sus obras propios del absurdo, en efecto. ¿Cree que la incongruencia de los elementos sirve para escarbar en una visión más acertada de la realidad? El absurdo desde siempre ha sido el vehículo para contar de manera amable lo estúpida que es a veces la sociedad. Los comportamientos humanos son en muchos casos ridículos, y en

el absurdo encontramos un lenguaje que nos permite reírnos de los demás y al salir de la función reflexionar sobre nosotros mismos. En el caso de los espectáculos de Teatro Calánime, buscamos este tono irónico, el cual se ve reflejado en nuestros personajes y sus situaciones. Buscamos no herir sensibilidades, pero sí provocar una reacción en el espectador. Es profesor de puesta en escena, sus obras conjugan los elementos mínimos e imprescindibles con la iluminación, juega con la oscuridad en zonas donde a veces se ven abocados los personajes… ¿El escenario es representación del estado mental del personaje? Depende de la obra. En El corazón delator, Poe retrata a un hombre atormentado por los miedos irracionales. Por ello, el espacio escénico tiene un humo denso, con claroscuros, con espejos que reflejan sus sombras y un mobiliario austero, porque en su mente sólo existe un viejo (con su maldito ojo de buitre) y la muerte.

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Todo lo demás no importa para él. El espectador sólo ve lo que realmente importa para el personaje. Más escenografía distraería al público de lo que realmente importa. Hay que saber qué es lo que significan los objetos en el escenario y tratarlos como personajes. En Cuentos cruentos los personajes son más parecidos a los de un cuento de los hermanos Grimm, pero dibujados por Edward Gorey. Los personajes son disparatados e inconscientes. Cuentacuentos sin pudor a la verdad. Hay menos claroscuros, pero se mantiene el ambiente bucólico de las producciones de la compañía. También es minimalista, porque para mí lo más importante es siempre el actor; lo demás puede no estar, si hay alguien que cuenta una historia y logra captar la atención del público. Antonin Artaud consideraba que el texto había sido un tirano del significado, que había que impactar al espectador, que el teatro debía ser rito transformador. ¿Está de acuerdo con sus teorías del Teatro de la crueldad? Creo que nuestro deber es contar lo que no está escrito, encontrar tras las palabras significados nuevos. De qué nos sirve un teatro que nos trata como obedientes espectadores. El teatro siempre debe ir más allá

de lo evidente. Debe provocar sensaciones, convocar recuerdos, reclamar reflexiones. Porque, aunque sea un divertimento aquello que se nos muestra en un escenario, debe provocar una catarsis. Decía un querido profesor que una representación vale la pena si al menos hubo un momento de verdad, si por lo menos en algún momento fueron sinceros los actores. Ha dirigido en el Palau de la Música y el Gran Teatre del Liceu, con la Compañía Nacional de México, también ha estrenado en pequeñas salas independientes. ¿Es pareja la libertad de creación en todas ellas? En realidad, lo del Palau de la Música y el Foyer del Gran Teatre del Liceu fueron asistencias de dirección para Emilio Sagi (Director Artístico del Teatro Arriaga de Bilbao). En el caso de esta producción había muy poca escenografía: un piano, unos globos y una gran tela roja que cruzaba medio escenario. La cantante Ángeles Blancas y un pianista, junto con dos ayudantes, era todo lo que se necesitaba para crear aquel delicado espectáculo. Y para la Compañía Nacional de México hicimos un vodevil de Eugène Labiche, con una escenografía preciosista, vestuarios a medida y música original. En ambas producciones, disponíamos de un presupuesto muy ele-

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vado, lo cual permitía contar con un especialista para cada disciplina escénica, es decir, el equipo estaba formado por diseñadores de vestuario, escenografía, iluminación, etc., que eran profesionales con una reconocida trayectoria. En cambio, en nuestra compañía, Teatro Calánime, hemos tenido que reinventarnos y buscar favores, intercambios, reciclaje de muebles, etc. Cuentos cruentos ha tenido unas críticas maravillosas, estamos nominados en nueve categorías en los 2013 Broadway World Spain Awards, y estamos hablando de un espectáculo que se hizo con un presupuesto mínimo. Claro está que no pagamos ensayos, no pagamos a V.O. Quartet por la composición de la música, el escritor Bernat Castany nos cedió los derechos porque le entusiasmó el proyecto, y yo me encargué de la creación del espectáculo, la dirección, el vestuario, la escenografía y la iluminación, entre otras tareas. Porque creemos en lo que hacemos y porque, por encima de todo, amamos el teatro y se nos dispara el ingenio para solucionar problemas y poder levantar el telón. En conclusión, la libertad de creación depende principalmente de aquello que se quiere comunicar, pero sí es cierto que el espacio, los recursos y el presupuesto influyen y delimitan en muchos casos al creador.

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Ernesto Castro. El reseñista constitucional

El reseñista constitucional Ernesto Castro

.Hace unos meses (mayo de 2013) hubo un debate sobre el estado de la crítica literaria entre Damián Selci y Gabriela Speranza en el semanal Otra parte, a propósito de la publicación del libro de ensayo Ficciones argentinas, de Beatriz Sarlo (Mardulce Editora, 2012). Ya sabemos cómo son los argentinos cuando toca ponerse a discutir, máxime si el campo de batalla son las letras; la sangre puede salpicar hasta al mejor pintado. A toda una tradición de polemistas de lengua viperina se ha sumado durante la última década un corpus bibliográfico sobre las relaciones entre política y literatura digno de nota: Literatura de izquierda, de Damian Tabarovsky (Beatriz Viterbo, 2004) es el ejemplar mejor conocido a este lado del Atlántico entre una ingente producción ensayística redactada a la sombra del kirchnerismo. (Ojalá nuestro peculiar corralito europeo –todo sea dicho– tenga resonancias literarias tan poderosas como tuvo el suyo). En este politizado contexto de recepción aparece Ficciones argentinas de Sarlo: una recopilación de sus escritos breves sobre literatura; treinta y tres reseñas publicadas con anterioridad en el diario Perfil ; una batería de artículos cortos sobre autores jóvenes que en su mayoría contravienen las virtudes cardinales de la crítica literaria –según Charles Baudelaire–, pues ni son parciales ni son políticos ni son apasionados (los textos de Sarlo, quiero decir). A contrapelo de los tratadistas pretenciosos, esos que tanto citan a Harold Bloom, Ficciones argentinas exhibe un paradigma de la recensión literaria trémulo en los valores estéticos, accesorio en el análisis textual. En otras palabras, frente a la obsesión por establecer genealogías y aun valoraciones, Sarlo deplora el impulso taxonómico y en su lugar favorece una forma de reseñar descriptiva en grado sumo, sin mojarse demasiado. Cabe señalar que esta Wertneutralität, por utilizar el término de Max Weber, redunda en beneficio de reflexiones así como apresuradas, para las cuales apenas resulta necesario un saber solapado del libro. No hace falta leer la solapa, vaya. Basta con atisbar el dossier de prensa. Y utilizar a granel –como hace Sarlo– todo el catálogo de epítetos elogio-

sos y atributos galácticos, más propios de los blurbs en la faja del libro o en la contratapa, insertados en oraciones tal que «Una de las propuestas más (—) de los últimos años» o «Uno de los escritores (—) más (—) del país». Entre paréntesis introduzca su expresión salvadora preferida: raro & único & valioso & cabrón & verga & so forth. Palabras cuyo recurso demuestra: a) vagancia, b) lameculismo, o c) ambas cosas. Oraciones censuradas por Hermano Cerdo, la revista digital mexicana, cuya aparición merece una misiva para el rechazado criticastro con anthrax inside. Los críticos más boludos de Buenos Aires, mientras tanto, escriben quince reseñas diarias. El secreto está en la masa, o mejor dicho: en los adjetivos. No se hicieron esperar las reacciones negativas contra Ficciones argentinas. «Este tono tenazmente recatado genera la impresión de que Sarlo quiere intervenir en el campo literario sin pelearse con nadie y sin jugársela por nadie», escribe Damián Selci en tono hostil. El artículo de Selci contiene muchas verdades en negro sobre blanco, en especial sobre la falta de compromiso y determinación, rasgos que brillan por su ausencia en los circuitos editoriales oficiosos, donde el amiguismo imperante baja la voz a las voces discordantes, ignorando los juicios resentidos, una vez relegados los malos rollos a la sección de comentarios anónimos, máscaras impersonales que todo el mundo puede asumir si quiere. Ahora bien, también resulta evidente lo contrario: una valoración desmedida de intenciones, la peor manía del comentarista desatado y enfurecido, el meterse a juzgar los fines de un texto en cabeza ajena, también son vicios presentes en el artículo de Selci, cuya lectura en sede política del buenismo literario sarlonista incurre –a su vez– en el espejo del defecto que denuncia. Allí donde Sarlo delinea la mesa semanal de novedades, sin haber quitado el plástico de los libros, mirando más la edad del autor que la calidad del contenido, como si la sección de crítica fuera una continuación por otros medios de los anuncios de librerías y de la propaganda editorial, ya dominante de

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suyo en los suplementos culturales dominicales, Selci –por el contrario– resulta sospechoso por resentido. Él, en calidad de novelista jovencito, (Canción de desconfianza, Eterna Cadencia) y los poetas noveles por él reunidos en la antología La tendencia materialista (Eterna Cadencia aussi) vagan excluidos en los márgenes del panteón literario de Ficciones argentinas. Y nosotros nos preguntamos: la violación de las expectativas de trascendencia suscitada por cualquier selección ensayística donde tú no estás en la lista, siendo tú alguien importante, un novelista indispensable –tus críticos a guardar de cabecera dixit–, el nuevo Joyce o el viejo Wallace, ¿quizá estas fobias del outsider, decimos, no muestran el sustrato normativo que, sí o sí, se encuentra presente en cualquier ejercicio de lectura crítica? Oficiando como abogada del diablo, la respuesta publicada por Otra parte, firmada por Gabriela Speranza, profundiza en juicios similares, ampliando el campo de la reflexión. Speranza sostiene que no podemos rechazar de un plumazo la axiología que subyace a la actitud liberal de periodistas y colaboradores como Beatriz Sarlo. El buenrollismo y la mano izquierda, además de conformar temporizadores para el mantenimiento de las relaciones personales a largo plazo, también pueden encofrar, por utilizar la analogía urbanita de Derrida & Co., la construcción de un rascacielos filosófico, crítico y teórico más respetuoso con el medio ambiente y la fauna local de escritores incipientes. Cuando no los ignoran con total impunidad, los tratadistas suelen establecer paralelismos entre clásicos muertos y escribientes adolescentes (ciento cincuenta páginas publicadas, a lo sumo) que desmerecen por igual a ambas partes. En lugar de amparar la validez de nuestros jóvenes bajo el trasluz de las presuntas creaciones eternas, haciendo calceta y trenzas con los nombres propios, quizá sea tiempo de pensar el presente desde sí mismo, y desde otra parte. Para ello, tener en cuenta los ritmos editoriales, bastante frenéticos en el Reino de España, resulta en efecto crucial. Un ojeador de críticas literarias en ocasiones reconoce (aunque no comparta) la labor de difusión, ante una producción inasimilable en todo punto, que realiza una hormiguita filosófica como Sarlo: modesta, sumaria, descriptiva. Y como hemos dicho, el propio gesto de reunir los textos, y escribir un prólogo en recuerdo de los olvidados cual cobertura de justificación, constituye para Sarlo –malgré elle– un mecanismo de canonización como otro cualquiera.

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Amén de las excusatio non petita, esta discusión destaca por el término medio de sus conclusiones, que nosotros identificamos con el planteamiento de Speranza, y que podemos extrapolar a nuestra malhadada situación española. Una vez pasado de rosca el catecismo modernista doctrinal, no se trata de recuperar –sostiene Speranza– los eroici furori de una crítica incivil y aún cainita. Pues nada modélico hubo, todo sea dicho, en el posicionamiento guerracivilista de nuestros mayores, también aquí en la Península, donde los combates a duelo entre caballeros (Cela vs. Benet) y escuderos (Umbral vs. Marías) se han sucedido hasta la llegada del mundo digital y la consiguiente democratización del odio entre la gente (anónima o no) del común. Allí donde algunos, los más pesimistas, perciben un amariconamiento progresivo de nuestras plumas, hace poco tan castizas ellas, Speranza honra su apellido, contemplando una promesa de felicidad (en Estado de derecho literario, añadimos): la belleza de las lecturas melladas –sin apenas filo– estriba en la posibilidad de sospechar, dudando de nuestros prejuicios, asumiendo posiciones novedosas, sorteando las dicotomías excluyentes; Sarlo llama a esto viaje exploratorio. Nosotros, poco convencidos con la metáfora turística del recorrido, cuya retórica suele apostar muy fuerte, citando a Gilles Deleuze y cosas por el estilo, para terminar igualando el nomadismo intelectual con el parlotear sin término, nos gusta más el nombre reseñismo constitucional. La metáfora jurídica no resulta gratuita por completo: a diferencia del absolutismo modernista, capaz de deshacer movimientos, generaciones y hasta escuelas con la voluntad de su dictamen, la libertad del reseñista constitucional empieza donde termina la de los demás. Su derecho a la expresión está supeditado a ciertos principios generales de urbanidad. Y antes prefiere callar que incurrir en misunderstandings bloomianos. He ahí su prudencia.

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Ernesto Castro nace en 1990. Ha escrito el librito Contra la postmodernidad (Alpha Decay, 2011). Ha colaborado como ensayista en Red-Acciones (Caslon Libros, 2011), Humanismo-Animalismo (Arena Libros, 2012) e Indignación y rebeldía (Abada, 2013). Ha coordinado los libros colectivos Bizarro (Delirio, 2010) y El arte de la indignación (Delirio, 2012). Sus poemas aparecen en la antología Tenían veinte años y estaban locos (La Bella Varsovia, 2011).


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La primera vez que no te quiero de Lola López Mondéjar: reseña de Rubén Castillo Gallego

La gran búsqueda Rubén Castillo Gallego La primera vez que no te quiero Lola López Mondéjar Siruela: Madrid, 2013 268 págs.

nAbrir un libro de la psicoanalista Lola López Mondéjar (Murcia, 1958) es siempre mostrarse dispuesto a emprender un viaje. Un viaje profundo, en el que se nos invita a penetrar en el alma torturada, indecisa y vulnerable de sus protagonistas. Por eso, quizá, me gustan tanto sus obras, desde el primer día: porque no hay en ellas concesiones a la facilidad, a la ñoñería, al simplismo. Todo está milimétricamente calculado para que el dibujo final constituya un cosmos, una tabla periódica, una biblioteca de emociones. Lola López Mondéjar (lo viene demostrando en sus últimas novelas, cada vez más decantadas y exquisitas) es muy habilidosa a la hora de proceder al análisis íntimo de sus personajes, de tal forma que sentimos que el alma de éstos es tan densa y está tan horadada de recovecos que necesitaríamos más de una lectura para acceder a sus secretos, a sus pulsiones más decisivas. Su última propuesta se titula La primera vez que no te quiero, y ahonda en esa línea narrativa tan interesante. Su protagonista es Julia, una chica que crece en un ambiente familiar difícil y que tiene que edificar su mundo interior y exterior a base de coraje, amnesia y pundonor. Su madre estuvo a punto de ahogarla cuando apenas tenía dos meses; su entorno familiar no cumple sus expectativas; su país está dominado por la siniestra dictadura del general Franco, castradora de libertades... y Julia se ahoga en un océano de grisura. Ella cree que el mundo exterior tiene que estar lleno de colores, y que su objetivo vital consiste en salir a buscarlos. Pero se tropezará con varias personas y circunstancias que no se lo pondrán fácil: el Señor Oscuro (un hombre egoísta, que en realidad no la ama, aunque somete su voluntad gracias a una mentira tan revolucionaria como interesada); su marido, canónico, educado y aburrido, al que no duda en traicionar en la medida en que su corazón se lo exige («Un hombre exquisito y bueno», lo define en la página 24); un padre que jamás la auxilia con su ternura o su consejo, tan necesarios

siempre para una hija (“Era opaco, oscuro, ausente”, afirma en la página 32); unos estudios que, en el estrecho horizonte español, se le figuran insuficientes, y que sentirá la urgencia de ampliar en el extranjero... Y Julia tiene que dar el salto fuera del mecanismo, como preconizaba Meursault: Francia e Italia le ofrecerán el amor apasionado de Paolo, las investigaciones en el mundo del psicoanálisis, el reforzamiento de sus ideales de izquierda, la apertura a horizontes que la irán moldeando. Se empleará en trabajos muy por debajo de su nivel intelectual, conocerá a gentes de todo tipo e irá de esa forma convirtiéndose en la Julia que necesita ser. Una mujer que busca y se busca, que se formula constantemente preguntas y que anhela respuestas. Una inquisidora radical que necesita entender el mundo y entenderse a sí misma. Y para ello utiliza la energía derivada de la pasión. Porque yo creo que ése es el rasgo que define con más exactitud a Julia: la voluntad que la impulsa hacia horizontes de conocimiento (en el amor, en su profesión, en sus ideas políticas), incluso cuando ejecuta un intento de suicidio (porque el suicidio es, aunque en su forma negativa, también un modo de la pasión). Frente a la protagonista sumisa, alienada y débil de Mi amor desgraciado (también publicada en Siruela), Julia araña la tierra con las uñas para ir siempre más allá; y Lola López Mondéjar la acompaña en su viaje en dos líneas narrativas que se van alternando (la crónica de su infancia y la crónica de su actualidad), y que al final se acompasan para ofrecernos un dibujo panorámico de su vida y de su corazón. «La felicidad es, intelectualmente, muy poco productiva», afirmaba la escritora en su libro Una casa en La Habana. «Tal vez nunca existió la alegría», dijo en Yo nací con la bossa nova. Lola López Mondéjar ha conseguido en esta novela una historia que, sin ser feliz, está adornada con tintes de heroicidad: el combate de una mujer para ser, en medio de un entorno hostil, ella misma.

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La gran ventana de los sueños de Fogwill: reseña de Alejandro J. Ratia

Esto no es un sueño Alejandro J. Ratia La gran ventana de los sueños Fogwill Alfaguara: Madrid, 2013 132 págs.

n«Nuestro Léon Bloy». Así define César Aira a su difunto amigo Rodolfo Enrique Fogwill (Quilmes, Buenos Aires, 1941-2010). El «nuestro» se refiere a una generación de escritores argentinos. «Al lado de sus apasionamientos literarios –añade–, todos parecíamos unos indiferentes y unos cínicos». Es curioso pero sagaz que lo compare con el autor de la Exégesis de los lugares comunes. Un hijo de Bloy no se hubiera tropezado nunca, en casa de su padre, con un cajón lleno de vibradores, tal como nos cuenta que le sucedió al de Fogwill. Pero su amor por la polémica y su intransigencia resultan equiparables. E insólitos. «Escribir para mí es pensar», declaró Fogwill, añadiendo que escribía «para no ser escrito, para no ser narrado por el discurso social que circula y tengo que repetir». Escritura como antídoto, exceso como ejercicio de supervivencia. La Literatura (genuina) elude los lugares comunes. O los dinamita. Y el sueño es una escuela de radicalidad. Un taller literario bueno y barato. En su preámbulo a La gran ventana de los sueños, su libro póstumo, el Fogwill escritor confiesa su envidia hacia el Fogwill soñador. El sueño «siempre será más original que cualquier intento de ficción», dice. «Cualquiera […] puede volver a escribir o a reescribir la obra de otro, pero nadie podrá resoñar tus sueños ni soñar los suyos con tu propio estilo de soñar, o de escuchar tus sueños». Hay algo que el escritor ha aprendido con el tiempo, y es que «el sueño, entre tantas cosas, es también un aprendizaje de la irrealidad, un ejercicio imprescindible para sobrevivir a la realidad de los otros». Este libro se basa en sus dietarios oníricos, anotaciones acumuladas durante treinta años. Unas pocas de estas notas se ofrecen en bruto, las últimas, las que el autor no llegó a elaborar. De algunos sueños se ofrece un relato limpio, pero no es la norma. Lo usual es que se mezclen con todo tipo de digresiones –sobre la naturaleza de los sueños, pero también sobre cualquier otra materia–, y que se manejen como ejem-

plos para una enciclopedia personal, clasificándolos por sus temas: sueños sobre el mar y la navegación (devociones de Fogwill), sobre pipas (amado vicio al que tuvo que renunciar), sobre instituciones, sobre cementerios (muy curiosos, por cierto, con cadáveres que flotan en algo así como formol, y cuyos deudos los contemplan como los japoneses a las carpas de sus estanques). Sueños que le permiten conocer a personajes públicos. El presidente Kirchner se harta de Fogwill y le da esquinazo en uno de ellos. El escritor es igual en sueños que despierto: extrovertido, audaz e incordiante. Los sueños son también la excusa para una teoría literaria. Junto a César Aira, Fogwill es de esos pocos a quienes ocupa más la Literatura en sí que sus anécdotas. Hay una nouvelle suya que se titula, directamente, Sobre el arte de la novela. Y no se trata de un asunto bizantino, sino de un problema próximo a la carne y a la vida. Los sueños le permiten un raro ejercicio: ser el crítico de un soñador que sigue siendo él mismo. La actitud de Fogwill no es científica, sino lúdica y literaria, pero ello no le resta un ápice de legitimidad, digamos que epistemológica, sino todo lo contrario, es la libertad (estética) la que conduce a la verdad (literaria: no corrompida por la convención). Los Sueños y sus Trascripciones los cartografía como mundos paralelos entre los que flota la «imaginaria realidad». Curiosa imagen, casi sufí, en un autor nada místico. El soñador se hace maestro de sí mismo. Los sueños no son, o no pueden concebirse al margen de su recuerdo, ni éste, de su traslación a palabras. Un sueño es el relato de un sueño. Algo que Fogwill no duda en calificar como traición. Pero la materia de los sueños tiene una virtud que sobrevive a su verbalización: «aun traicionados por el relato [los sueños] siguen conservando algo de su verdad para quien los narra». Como para Freud, pero en términos privados, los sueños son terapéuticos y educativos.

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Leche de Marina Perezagua: reseña de Carlos F. Romero

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La condición humana Carlos F. Romero Leche Marina Perezagua Los libros del lince: Barcelona, 2013 184 págs.

nHace

dos años Marina Perezagua publicaba su primer libro de relatos, Criaturas abisales, que tuvo una gran acogida por parte de la crítica y los lectores habituales del género breve. En aquella ocasión, se reunían catorce historias donde ya podíamos apreciar su particular estilo, con ligeros tintes fantásticos y gusto por personajes al borde de la locura. También su querencia por el sexo o, más bien, por la sexualidad. Con esta nueva colección de, de nuevo, catorce cuentos, Marina Perezagua aprieta un poco más a sus personajes y, lo que en el anterior volumen era maldad, ahora se transforma en crueldad, una crueldad que llega a su máxima expresión en el último relato, el que da título al libro, Leche, donde el lector tiene que detenerse ante la escena que se nos está narrando. Una imagen difícil de borrar de nuestra memoria, y que se basa en un hecho real que ocurrió en la guerra chino-japonesa. Pero para llegar a este último cuento antes hemos tenido que superar otra serie de escollos no menos desagradables, como la chica que finge su propio funeral para emprender una nueva vida y de paso se entera de lo que pensaban de ella («El alga»); una mujer que cuida de un marido desfigurado e irreconocible tras sufrir una explosión («Él»); el regreso a casa de una hija para reprochar a su padre su abandono quince años atrás («Aniversario»); o el monólogo de un profesor frente a la alumna a la que van a trasplantar el corazón («Trasplante»). Y, sin embargo, dentro de esas vidas a punto de desmoronarse, de esa inhumanidad y esa dureza casi inherente al ser humano, vislumbramos una especie de halo poético. Así ocurre en

«Las islas», donde un hombre se echa al mar con una colchoneta hinchable con forma de isla fascinado por una visión lejana a la que, poco a poco, se irá acercando. Como todos los cuentos recogidos en este volumen el final es desgarrador y violento, pero la imagen de una isla de plástico en medio de un océano muestra un fuerte contenido poético y metafórico. O la historia de amor entre una mujer y un minotauro en «MioTauro», con un desenlace también estremecedor. Y es que una de las bazas de estos relatos es la resolución de los mismos; no me refiero a giros inesperados en la última frase, sino más bien a la manera en que Marina Perezagua nos va llevando a un final que sabemos que va a ser duro, pero no tan devastador como para dejarnos sin aliento. Catorce cuentos, pues, que hablan de la vida y de la muerte, situándose casi siempre a medio camino, en la enfermedad, donde todos somos más vulnerables. Personajes muy humanos llenos de contradicciones que sacan su peor yo en situaciones de peligro o de anhelo. Al leer los cuentos de Marina Perezagua uno tiene la sensación de que escribir es fácil ya que la escritora teje una serie de historias de difícil factura de una manera tan natural y aparentemente sencilla que te descoloca. Empiecen por el primer cuento, «Little Boy», que se sitúa en Hiroshima tras la bomba y trata de lo que cambia la vida de la protagonista, no ya por la bomba en sí, sino por las posibilidades que le ofrece esta barbarie. Lean este primer cuento, como les digo y, si no se sienten atraídos por la manera de narrar de esta sevillana afincada en Estados Unidos, cierren el libro y vuelvan al best seller policíaco. Puede que aún no estén preparados para leer a Perezagua. Si, por el contrario, les gusta y deciden continuar con el libro, tengan cuidado, pueden sentirse identificados con sus personajes.

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Emergencias. Doce cuentos iberoamericanos de VV. AA.: reseña de Rebeca García Nieto

Relatistas emergentes Rebeca García Nieto

Emergencias. Doce cuentos iberoamericanos VV. AA. Candaya: Avinyonet del Penedés (Barcelona), 2013 240 págs.

nEmergencias. Doce cuentos iberoamericanos (Candaya, 2013) es una antología de relatos de doce escritores, procedentes de diversos países de uno y otro lado del Atlántico, que emergen en el panorama literario en un momento comprometido, ya que, como dice Jorge Carrión en el prólogo del libro, actualmente los críticos «le reclaman a un cuento que sea legible en alguna de las tradiciones canónicas […] En la del minimalismo, en la kafkiana, en la borgeana o cortazariana, en la posmoderna». Los relatos que componen Emergencias representan el intento de estos escritores de emanciparse de dichas tradiciones. Los autores que aparecen en esta antología tienen en común el haber cursado el Máster en Creación Literaria IDECUniversitat Pompeu Fabra en alguna de sus cinco ediciones. Curiosamente, en el epílogo del libro, Juan Villoro describe su experiencia en el taller de Augusto Monterroso y afirma algo con lo que estoy totalmente de acuerdo: todo el mundo sabe que no hay manera de enseñar a escribir. Sin embargo, si, como le contaron algunos ex alumnos al escritor mexicano, estos talleres sirven para que algunos aspirantes a escritores dejen de escribir por respeto a la literatura, entonces hay que reconocer que nos hacen mucha falta. El propio Villoro hace un cameo en uno de los relatos, «Duboc, el director de escritores», de Mónica Ojeda, que reflexiona precisamente sobre los talleres de narrativa y la escritura. Otros textos, como «Las funciones de la boca», de Mariana Font, aluden a cuestiones más genéricas, como el inexorable avance del tiempo, materializado en el paso del aparato que trata de enderezar los dientes de los niños a las prótesis que a duras penas logran ocultar la decrepitud en los adultos. «Maria Ozawa», de Ramón Bueno Tizón, cuenta las peripecias de los inmigrantes peruanos en el Imperio –Estados Unidos– o «Interrupción del servicio», de Tomás Sánchez Bellocchio, describe con sutileza los cambios que

se están produciendo en las relaciones entre la clase media y la baja en Argentina. Aunque, en conjunto, el nivel de los relatos me ha parecido muy alto, para mí tres relatos sobresalen del resto. «La muerte os sienta genial», de Jari Malta, ofrece una mirada, literal, a los recovecos más recónditos del ser humano. Y digo literal porque el texto viene acompañado de un par de instantáneas de abscesos intestinales muy ilustrativas. Una parte importante del relato se refiere a la complicada relación entre sexos: «“Los tíos han visto demasiado porno y lo único que quieren es violarnos”, dice Sandra; “¿No consiste todo acto sexual en un pacto de vejación consentida?”, pregunta él». «Ahí estaré», de Yannick García, es una historia con dos finales; es decir, que se presenta en una versión corta y otra más larga. Para estructurar su texto, García se sirve de una anécdota de Diderot. «Gastón Tévez o la voluntad de marcharse», del mexicano Eduardo Ruiz Sosa, narra la historia de un «provisor mayor de difuntos y ausentes»; es decir, alguien encargado de «asistir a aquellos que acudan a él en las labores propias y necesarias para lograr, a costa de cualquier cosa, su definitiva ausencia o defunción». La misión del protagonista es asistir a los clientes en el más difícil de los escapismos: cómo escapar de nosotros mismos, cómo acallar esa voz que no deja de recordarnos en todo momento quiénes somos. En este relato, a mi modo de ver uno de los mejores, se percibe la huella de su compatriota el maestro del relato Juan José Arreola y, por tanto, también de Kafka y Kierkegaard. En definitiva, nos encontramos ante un libro de relatos muy recomendable. Habrá que estar atentos a estos doce autores emergentes: Carolina Bruck, Ramón Bueno Tizón, Wilmar Cabrera, Antonio Galimany, Carlos Gámez, Yannick García, Jari Malta, Mónica Ojeda, Álex Oliva, Mariana Font, Eduardo Ruiz y Tomás Sánchez Bellocchio.

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La trama nupcial de Jeffrey Eugenides: reseña de Javier Morales

El ambigú

Falla la trama Javier Morales La trama nupcial Jeffrey Eugenides (Traductor: Jesús Zulaika) Anagrama: Barcelona, 2013 544 págs.

nLa trama nupcial es la tercera novela de Jeffrey Eugenides (Detroit, 1960), quien merecidamente se ha convertido ya en una de las voces imprescindibles de la «nueva» narrativa norteamericana. A su reconocimiento mundial contribuyó sin duda la adaptación cinematográfica que hizo Sofia Coppola de su primera novela, Las vírgenes suicidas (Anagrama, 1993), una deslumbrante y original historia de iniciación y pérdida comparable a El guardián entre el centeno, escrita en primera persona del plural, que nos habla de cinco hermanas decididas a acabar con sus vidas adolescentes. Uno pensaría que cercenan su futuro sin haberse asomado al mundo. Pero basta leer las primeras páginas, tras el primer intento de suicidio de Cecilia, una de las hermanas, para darse cuenta de por dónde van los tiros: –¿Qué haces aquí, guapa? Si todavía no tienes edad para saber lo mala que es la vida? Fue entonces cuando Cecilia dijo en voz alta lo que habría podido considerarse su nota póstuma, aunque en este caso totalmente inútil puesto que seguía con vida. –Está muy claro, doctor, que usted nunca ha sido una niña de trece años –dijo.

Como el propio Eugenides ha reconocido en una reciente entrevista a un periódico español, si en Las vírgenes suicidas apostó por el lenguaje, en la segunda –Middlesex (Anagrama, 2012)– quiso dar un salto adelante. Mucho más ambiciosa y compleja que Las vírgenes suicidas, con un arranque memorable (el narrador es a veces niño y a veces niña), Middlesex narra la historia de una familia de origen griego (como el propio Eugenides) que acaba en Estados Unidos en busca del famoso sueño americano, con el decadente Detroit de fondo. En La trama nupcial Eugenides ha cambiado de nuevo de registro y si algo merece destacarse de esta novela de más de quinientas páginas es la construcción de personajes. Ambientada a principios de los años ochenta, Madeleine Hanna es una estudiante de literatura, romántica impenitente

–dedica su tesis a la obra de Jane Austen y George Elliot–, que acaba convirtiendo los Fragmentos de un discurso amoroso de Roland Barthes en su libro de cabecera, una guía de la deconstrucción (que tanto arraigo tenía entonces en la semiótica) para abrirse camino en el amor. Un amor que disputarán dos jóvenes, el brillante y desequilibrado científico Leonard Bankhead (algo así como un Foster Wallace de ficción), y Mitchell Grammaticus, estudiante de teología que intenta dar sentido a través de la espiritualidad religiosa. Son muchas las virtudes de La trama nupcial. Eugenides es un potente narrador que sabe dar vida a sus personajes, jóvenes que a su modo luchan por conseguir un sueño y no tardan en tropezarse con la realidad. No falta la ironía ni el humor, la creación de escenas emotivas. La novela es un diálogo permanente con la literatura sin que se note. El ambiente de los campus universitarios de Estados Unidos está descrito de una manera soberbia, lo mismo que el peregrinaje de Mitchell a la India, su encuentro con la miseria y con una realidad desconcertante. La trama nupcial cuenta con veracidad y valentía el sufrimiento de quien padece una enfermedad mental y cómo afecta a los seres queridos. Y es una excelente novela de aprendizaje, sobre el peso de las decisiones y cómo estas sitúan a los jóvenes protagonistas en el inicio de la edad adulta. Y sin embargo. Y sin embargo confieso que en algunos momentos la novela se me ha caído de las manos. En la ya célebre entrevista que le hicieron a John Cheever en The Paris Review aseguraba el narrador norteamericano que el primer principio de la estética se basa en mantener el interés y el suspense. «No puedes esperar comunicarte con el lector si le aburres». Aunque son muchos los críticos que han hablado de La trama nupcial como de una novela divertida (y en una buena parte lo es), en algunas partes yo he perdido el interés por lo que les ocurría a los personajes, he tenido la sensación de que uno podía saltarse algunos pasajes (un derecho al que no deben renunciar los lectores, lo poco que aún no hemos perdido) y de que la historia no cambiaba esencialmente. Y ahí es donde creo que está el problema. La novela está contada con soltura y agilidad, con maestría incluso, pero no eran necesarias quinientas páginas para descubrir la trama sentimental de Hanna, Mitchell y Leonard.

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Mi año de asesino de Friedrich Christian Delius: reseña de Anna Rossell

Nazismo con piel de democracia Anna Rossell

Mi año de asesino

Friedrich Christian Delius (Traductora: L. Álvarez Grifoll) nNo defrauda esta novela del autor alemán Friedrich Christian Delius (Roma, Sajalín: Barcelona, 2013 1943) –galardonado en 2011 con el prestigioso premio Georg 330 págs. Büchner–, la última traducción de este escritor a quien sigue de cerca el sello editorial Sajalín, que también ha publicado que por su honradez, su humanidad, su valentía, su consecuenEl paseo de Rostock a Siracusa (2010) y Retrato de la madre de joven cia y su perseverancia merece la simpatía del autor. Ella que, (2011). Como en las anteriores, se aborda aquí un tema histó- como su marido, actuó contra el nazismo no por razones porico que, más allá del interés que suscita su glosa, trasciende líticas sino por principios humanitarios; ella, que sigue fiel a el marco concreto de los acontecimientos narrados y plantea los mismos principios, se encuentra después de la guerra tan cuestiones universales fundamentales. fuera de lugar como durante los años del nacionalsocialismo. Delius sabe bien de lo que habla: publicada en Alemania Su historia de larga resistencia en la posguerra pone de relieve en 2004, Mi año de asesino es una novela de impronta auto- que el fin de la contienda bélica no supuso el comienzo de biográfica, que narra los sucesos en torno al grupo Unión la democracia en el oeste –defender los valores del humanisEuropea, en el que se constituyeron un puñado de resis- mo democrático y actuar según ellos suponía en aquellos años tentes contra Hitler, cuyos nombres más conocidos fueron ser acusada de comunista y de poner en peligro la convivencia Robert Havemann, Paul Rentsch, Herbert Richter y Georg constitucional– ni la justicia igualitaria en el este, y que quien Groscurth, con la idea de combatir el totalitarismo en Eu- no hiciera el juego al discurso de uno u otro lado quedaba fueropa a favor de la verdadera democracia. Consecuentes con ra del mundo y sin lugar. Pero la narración de Delius incide su ideal, sus componentes arriesgaron su vida ayudando a sobre todo en la República Federal Alemana y no tanto en la perseguidos en los terribles años del nazismo. República Democrática. El estudio histórico de Delius nos reEl eje central de la acción se sitúa en 1968, cuando se da a cuerda hasta qué punto en Alemania occidental altos cargos conocer la noticia real de la absolución de R. (Hans-Joachim nazis, muchos, siguieron en sus puestos y hasta prosperaron, Rehse), un ex juez nazi responsable de doscientas treinta con- sobre todo en el ámbito de la aplicación del derecho, y que no denas a muerte, entre ellas la del padre de un amigo de in- es lo mismo aplicar el derecho vigente que administrar justicia. fancia de Delius, Georg Groscurth, guillotinado en 1944. De la Por ello mismo el libro plantea también la cuestión fundamenmano de un personaje ficticio con quien el autor empatiza –un tal de si es lícito condenar a alguien que aplica la ley, incluso joven estudiante de filosofía de su propia generación, que in- cuando ésta vulnera los derechos humanos. dignado por la noticia se propone asesinar al liberado y escribir Delius, que se documentó con entrevistas y estudió a fonun libro que será su confesión–, Delius desvela pormenoriza- do las actas de los procesos en los que se vio envuelta Annedamente los entresijos de la guerra fría y el calvario que habrá liese Groscurth, rehúye las ideologías y las tomas de partido de soportar la viuda, Anneliese Groscurth, quien, terminada interesadas, y no elude temas espinosos que en su país aún la guerra, se ha propuesto reparar la memoria de su marido. levantan ampollas y que le han valido críticas negativas ajenas Si bien el grueso de la novela focaliza con mayor intensidad la a criterios literarios, como la caracterización del carismático época de la posguerra inmediata hasta los años setenta, la na- Robert Havemann o la de la generación del 68 a la que él rración imbrica, en retrospectiva y avanzando, tres momentos mismo pertenece, aunque lo hace sin ira, sopesando sus afirtemporales: de la posguerra en adelante, los años de nazismo maciones y sólo en la medida en que el contexto lo requiere. y resistencia, y el presente desde el que narra el protagonista. Sin duda una novela muy recomendable, tanto para La verdadera heroína de la novela es Anneliese Groscurth, amantes de la historia como de la literatura.

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Falsa pimienta de Amalia Bautista: reseña de José Ángel Cilleruelo

El ambigú

Sinécdoques del amor José Ángel Cilleruelo Falsa pimienta Amalia Bautista Renacimiento: Sevilla, 2013 86 págs.

nCon sigilo ha ido construyendo Amalia Bautista (1962) una obra poética que posiblemente se convierta en un referente de su época. El primer libro, Cárcel de amor, en 1988, un escueto volumen de apenas veintinueve poemas, casi quedó sepultado por el aluvión de novedades de una poesía entonces en ebullición que reivindicaba la línea clara, la dicción figurativa y apelaba a la realidad como emblema. Aquellos poemas de juventud tenían algo más de cultura y de lecturas –como delata el título– que de realidad, pero no pasó desapercibida su maestría para convertir los versos de metro tradicional en un flujo verbal transparente y diáfano, a veces con un punto borgiano, al mismo tiempo coloquial y culto. Los dos primeros versos de aquel libro inicial parecieron entonces, tal vez, excesivamente literarios: «Yo no soy de ese tipo de mujeres / incapaces de amor y de ternura». Hoy son un lema que ilumina su obra. Mientras aquella efervescencia de los ochenta, que reivindicaba la experiencia, tantas veces se revistió con el hojaldre de lo inauténtico, la poesía de Amalia Bautista, en los pocos títulos que le siguieron –reunidos en Tres deseos (Renacimiento, 2006)–, supo ajustar paradigmáticamente su poética a su biografía y extraer de ese binomio un pensamiento amoroso que, por haber atravesado todos los trances del amor –el enamoramiento, sí, pero también las separaciones, «las hijas», las ausencias, la soledad, y nuevamente el enamoramiento– elevan su poesía a una de las expresiones más intensas en la poesía contemporánea «de amor y de ternura». Falsa pimienta es, como evoca un poema del libro, el nombre de una planta de hermosas flores que al tocarlas «descubren el tacto de la seda / y el tacto de tus labios

cuando besan mis hombros». La poesía acaso también sea como esta falsa pimienta, capaz de «descubrir» lo conocido y lo vivido. Uno y otro son los dos protagonistas temáticos del libro. Lo conocido es Madrid, «Doméstica sede» recreada en la primera parte. Lo vivido es un amor evocado en sus dos vertientes: la concreta de la vivencia y la más abstracta –que denomina con certeza «La pertenencia»– de la teoría del amor. Algunas palabras de índole poco realista, como «ángeles», «prodigios» o «fantasmas», le sirven a Amalia Bautista para situar el punto de vista realista desde donde arranca su visión de la ciudad. Un poema lo señala con precisión: mientras otros hablan de paisajes, colores o magias que han visto, «resulta que aquí, al lado de mi casa, / puedo ver que los ángeles se miran / en el espejo de los charcos». A partir de este «aquí» la ciudad de cada día, Madrid, ofrece todas las maravillas: la primavera urbana, flores en la floristería del barrio, el azul del cielo… y también el hechizo de los encuentros: «Tú, que no me preguntas dónde vivo, / mereces la respuesta más que nadie: / … / Allá donde tus ojos me den alas». Pero existen las «sucias aguas subterráneas», «las basuras», «la sumisión»… «Esto es también Madrid. O simplemente / estaba hablando de mi alma». Hablar de la ciudad es «también» situarse ante un espejo. Los poemas «de amor y de ternura» de las dos siguientes secciones culminan una poética amorosa al cabo de la edad y de la experiencia, en lucha perpetua con los miedos y las «cicatrices», pero al fin encandilada sólo con «los ratos que hemos podido vernos, / hablarnos, sonreírnos, hacernos el amor, acariciarnos…». Es decir, el amor entendido como sinécdoque del amor. Clave también de su poética, construida desde el tacto de un pétalo o desde el ángel que se mira en un charco.

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Porción del enemigo de Enrique Falcón: reseña de Raúl Quinto

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Nombrar la caída Raúl Quinto

Porción del enemigo Enrique Falcón Calambur: Madrid, 2013 128 págs.

nSi hablamos de la poesía española contemporánea que se declara abiertamente política no podemos eludir a Enrique Falcón (Valencia, 1968). Poesía política o de la Conciencia Crítica. Mejor lo segundo porque toda poesía es política, por acción u omisión, pero no toda es conscientemente crítica con el sistema. La obra poética y teórica de Falcón no hace prisioneros en ese sentido. Suyo es el vasto proyecto de La marcha de 150 000 000 (reunido por Eclipsados en 2009), donde demuestra que la poesía de alto compromiso político puede comprometerse también en la renovación de las fórmulas poéticas sin perder efectividad en su mensaje. Porción del enemigo (que cierra su Trilogía de las sombras, tras Amonal y Taberna Roja) no es tan radical en el tratamiento de la hipertextualidad, por ejemplo, pero responde a un espíritu similar. Hay muchas de sus obsesiones y bastantes de nuestras urgencias. Ya desde las citas: el capitalismo nos obliga a competir ciegamente haciendo del otro un enemigo, y más si el otro es lejano y parece querer lo poco que nosotros creemos tener. La sombra de esos ciento cincuenta millones de los que hablaba Maiakovski, y nuestro miedo a que nos contaminen, o a ser ellos. Pero esta crisis sistémica nos ha colocado un espejo enfrente que nos dice que ya somos ellos, que probablemente lo fuimos siempre. Todo eso, según Falcón, anuncia la caída del sistema y este libro también es una pregunta sobre qué hacer al día siguiente. Por tanto: el poder y su inevitable caída. Un poder que diseña nuestros miedos y cuya arma principal es el lenguaje. Esos mecanismos lingüísticos que usa el sistema para imponer su realidad son los que están puestos continuamente en cuestión a lo largo del libro, de manera más obvia en los cinco poemas denominados «Máquinas», donde se enfrentan el lenguaje poético o la descripción de la cruda realidad con artefactos retóricos que van desde párrafos de Borges a discursos de la Merkel, pasando por manuales anticomunistas de la CIA. El idioma que el poder nos quiere imponer no puede ser el nuestro, las calificaciones de las agencias de

rating no pueden calibrar tu vida (pág. 67). Frente a la usurpación de las palabras la poesía responde nombrando aquello que no quiere ser nombrado, por ejemplo: los nombres de aquellos que se esconden tras la abstracción llamada mercados y en nombre de la cual nos exigen sacrificios, como los dos poemas «Annuit coeptis» (págs. 24 y 99). Y eso a pesar de que se llega a decir que no hay poder en la palabra (pág. 45). Pero es ahí donde también hay una barricada para acelerar la caída del sistema, porque para Falcón se trata de contribuir más que de describir. Otro tema sería si la poesía puede contribuir a algo así, particularmente siempre he dicho que la poesía transforma el mundo que llevamos dentro y que eso siempre es un paso hacia otro mundo posible. Otro tema sería si es posible mantener el equilibrio entre el activismo y la literatura, y no caer en el panfleto o el material propagandístico más parecido que otra cosa al que se pretende denunciar. Falcón sale airoso de ese conflicto la gran mayoría de las veces, cosa que no sucede con otros cultivadores del poema político. Aquí encontraremos, también, poemas que parecieran proclamas para leer en las plazas, transidos de oralidad, sencillez y puntería. Falcón apela a la tribu y muchas veces se refiere a un sujeto lector colectivo, otras más al centro de una intimidad. En La marcha de 150 000 000 la mayoría de las anotaciones se referían a situaciones invisibles pero también lejanas, aparentemente exóticas. Ahora, aunque el poder intente invisibilizarlo, mucho de lo que se cuenta ocurre al pie de tu calle. Falcón usa continuamente la metáfora del campo de concentración, de la cárcel vigilada y degradante, pero más que una metáfora parece el recuerdo de que vivimos dentro, y de que sus muros acabarán cayendo igualmente. Pero después de la caída qué. Para eso no hay respuestas, la poesía no puede darlas. Pero la poesía será imprescindible para encontrarlas.

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El pianista

Almoraima González, de la librería Birlibirloque

Almoraima González Librería

Birlibirloque (Sevilla) Entrevista de Ginés S. Cutillas ¿Qué tipo de fondo nos podemos encontramos en Birlibirloque? En Birlibirloque podemos encontrar un amplio fondo de narrativa, teatro y poesía universales, aunque hay también espacio para los libros infantiles, la novela gráfica y el ensayo de corte político y social. Las secciones tienen que ver con el género y sus autores y no con la lengua original ni la generación o época ni, por supuesto, con la editorial. Pero, sobre todo, en Birlibirloque hay una buena selección de narradores contemporáneos que escriben en español (de aquí y latinoamericanos), al igual que ocurre con la poesía, que es la «niña mimada» de la librería y nuestro fuerte. No es una librería de novedades, sino de buenos libros. ¿Existe mucha competencia en Sevilla? ¿Qué os distingue del resto de librerías? En Sevilla, afortunadamente, existe un buen número de librerías independientes en la zona del centro –la nuestra–, pero todas nos complementamos y, aunque obviamente, coincidamos en

algunos títulos, Birlibirloque ofrece poesía por encima de todo y novelas del siglo pasado, de aquí y de allí. Ofrecemos una selección propia, digamos, donde todos los libros que ofrecemos están recomendados. Lo que busca nuestro cliente es esta selección hecha libro por libro, honesta y mimada.

Marzal, Benjamín Prado, etc. Los recitales son inherentes a Birlibirloque, por lo que tienen de fundamental a la hora de hacer llegar la poesía al lector. Un ejemplo: organizamos lecturas con la editorial La Bella Varsovia que dejarían boquiabiertos a todos los que dicen que la gente no lee poesía [ríe].

¿Qué tipo de actividades programáis habitualmente? En nuestro breve recorrido, hemos puesto énfasis en las presentaciones de libros y en los recitales poéticos, pero estamos empezando a montar clubes de lectura y charlas con el propio autor de la obra de que se trate y con gente especializada de largo recorrido en Sevilla. La programación de actividades es parte fundamental del proyecto. Presentamos libros en los que creemos, de editoriales afines a nosotros, y tratamos de que esta actividad sea un reflejo de nuestro fondo, como una carta de presentación. Han presentado aquí sus libros recién publicados gente como Andrés Neuman, Manuel Vilas, Carlos

¿Qué tipo de clientes tenéis? ¿Cómo influye estar en el centro de la ciudad? Nuestros clientes son como un sueño: exactamente esos que queríamos. Es cursi, pero es así. Vienen muchos profesores, periodistas culturales, poetas y estudiantes (entusiastas estudiantes de Letras). Estar en el centro nos ha permitido darnos a conocer de forma rápida: pasa mucha gente por nuestra puerta, porque la calle donde estamos une el corazón de la ciudad (La Campana) con la Alameda, que es donde confluye la gente que una aspira a tener como clientes: gente del teatro, del Conservatorio, gente lectora y culta que da vida a la ciudad. Y no deberíamos olvidar al turista cultural, que se encuentra con

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Almoraima González, de la librería Birlibirloque

El pianista

Birlibirloque de repente en sus paseos y se lleva lectura para su viaje.

un motor muy potente para un proyecto de este tipo.

Háblanos de los autores que han pasado hasta ahora por la librería y de lo que consideras que os han aportado. Desde el principio nos han visitado y ayudado los autores amigos y también otros muchos recomendados que han querido repetir experiencia. Nos ha apoyado gente como Carlos Marzal, Manuel Vilas, Elena Medel, Andrés Neuman, Manuel Borrás, Ana Rossetti, Abelardo Linares, Juan Casamayor, Antonio Rivero Taravillo, etc., y los periodistas culturales del Diario de Sevilla, El Mundo… Todos se mueven en el universo del libro, en eslabones distintos de la cadena, así que su experiencia es fundamental para nosotros. Que ellos recomienden, de corazón, la librería, es de lo mejor que nos podía ocurrir, por otro lado. Que hablen bien de ella, que le den difusión en las redes (donde nosotros estamos muy presentes) es

¿Cómo llegaste a la conclusión de que tenías que montar Birlibirloque? Yo llevaba años dándole vueltas a la idea. Para ser sincera, como cualquier estudiante de Filología, que lo piensa siempre en algún momento, la idea de tener una librería literaria me rondaba desde siempre. Pero me faltaba la valentía que reuní con el tiempo. Me dediqué durante unos años a la edición y a la gestión cultural (y literaria), y sabía que podría funcionar muy bien una librería con actividades paralelas que se salieran de las habituales en estos espacios. Podría hacer gestión cultural en mi propio espacio, seleccionando yo a los autores, presentando los libros en los que creo, sin compromisos de ningún tipo. Y por supuesto, vender sólo los libros en los que creo también: estoy orgullosa de cada título que hay en Birlibirloque.

¿La joya de la librería? La poesía española e hispanoamericana, sin duda. Es la sección más cuidada, la «mía» y la que ya se está convirtiendo en nuestra referencia. La tenemos al fondo, es lo que uno ve a lo lejos, digamos, cuando entra, y hay gente que va directamente a aquella parte. Muchos piden recomendaciones y buscan esa figura del librero «auténtico» que ahora reivindicamos tanto frente a las librerías de los gigantes. Y otros agradecen mucho que la gran olvidada sea, en Birlibirloque, la dueña y señora [ríe]. No faltan las buenas editoriales poéticas de referencia, la obra completa de muchos poetas (no solamente su último título), y muchos de esos libros que yo, como cliente, no lograba encontrar por aquí (eran libros que al final tenía que comprar fuera). Además, tenemos el fondo completo de Renacimiento, que no es fácil de encontrar, a pesar de que es una editorial sevillana.

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El apuntador

Romancear en el siglo XXI. Antonio Serrano Cueto

Romancear en el siglo XXI Antonio Serrano Cueto nLlegado a la ciudad de Barcelona, don Quijote entra por primera vez en una imprenta y, admirado del hallazgo, demanda información a cajistas y tipógrafos sobre los secretos del oficio. Surge entonces una conversación entre el hidalgo y un traductor de la lengua toscana al castellano que se encuentra en el taller supervisando la composición de su libro. Aun cuando alaba su habilidad, don Quijote expresa sus dudas de que haya ingenio o elocuencia en traducir de «lenguas fáciles», virtudes que, por el contrario, estima indiscutibles en la traducción de las lenguas clásicas: «Pero, con todo esto, me parece que el traducir de una lengua en otra, como no sea de las reinas de las lenguas, griega y latina, es como quien mira los tapices flamencos por el revés, que aunque se veen las figuras, son llenas de hilos que las escurecen, y no se veen con la lisura y tez de la haz» (Don Quijote, II, 62). El testimonio de Cervantes ilustra la situación del latín en los albores del siglo XVII: de una parte, el castellano ha consolidado ya su estatus como lengua de cultura, frente a un latín que va perdiendo el protagonismo de las centurias precedentes; de otra, la traducción de las «reinas de las lenguas» goza todavía de buena consideración. Y es que junto con la imitación, «romancear» (esto es poner en castellano obras en otras lenguas, en especial la latina) se tenía por uno de los principales procedimientos para la difusión de la cultura clásica; y dominar las lenguas de esa cultura era señal inequívoca de elegancia y elocuencia.

El corpus de textos latinos de los siglos XV-XVI es ingente y, pese al trabajo realizado en las dos últimas décadas en las universidades españolas, todavía queda mucho por romancear. El traductor de esta literatura neolatina proporciona al lector moderno, tan ayuno de latines, acceso a fuentes literarias e históricas en muchos casos desconocidas, a la vez que ofrece al hispanista y al historiador testimonios de primera mano que enriquecerán su investigación. A las dificultades generales de la traducción estas obras añaden al menos otras dos: a) el latín ya no representa a una comunidad de hablantes, por lo que su conocimiento por los autores es meramente académico (aprendido mediante programas educativos muy exigentes); b) muchos de estos textos no han sido traducidos antes a ninguna otra lengua. Traducir a Shakespeare hoy, pongamos por caso, supone en buena medida una revisión y mejora de las traducciones anteriores, cuyas labores de desbroce y lima son aprovechables. Sin embargo, en la primera traducción no hay más asideros que la lengua originaria, ni más apoyaturas que los conocimientos y el sentido común del traductor. Ante un pasaje de difícil comprensión, estará solo. Y digo «conocimientos», en plural, porque a menudo se piensa que es suficiente dominar las lenguas de partida y de llegada. Podrá serlo desde una concepción pragmática del lenguaje, pero nunca en el caso de traducciones literarias. El entorno cultural, social e histórico del autor que se traduce es casi tan

importante como la obra. ¿Cómo elegir la palabra, expresión o giro adecuados al traducir una obra de Erasmo si no conocemos su protagonismo en la crisis espiritual que azotó Europa en el siglo XVI? ¿Cómo acertar con el término preciso y atinar con el sentido certero en un poema épico sobre las gestas de Carlos V si desconocemos la historia y vicisitudes de su reinado? Por otra parte, el buen traductor ha de manejarse con solvencia en la lengua de destino, y aquí es donde a menudo se observan carencias. Porque no basta con aprehender la idea y el «color» de un pasaje; es menester transformarlo --respetando en lo posible el siempre complejo maridaje entre fondo y forma-- en su justa equivalencia, pero con la mira puesta en que el resultado respire por sí mismo. En esa autonomía del texto nuevo, romanceado, reside en buena medida el éxito de la traducción.

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Antonio Serrano Cueto. Profesor Titular de Filología Latina (Cádiz, 1965) en la Universidad de Cádiz. Aparte de numerosas publicaciones universitarias, dedicadas al campo de la literatura latina de los siglos XV y XVI, es narrador y poeta. Ha publicado recientemente los poemarios Son caminos (Madrid, 2012) y No quieras ver el páramo (Sevilla, 2010), el libro de relatos Zona de incertidumbre (Sevilla, 2011) y el de microrrelatos Fuera pijamas (Montcada, Barcelona, 2010). Ha sido incluido en varias antologías de microrrelatos. Es autor del blog literario El baile de los silenos.

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Secretos a veces. Martín López-Vega

Maletas perdidas nDesde niño cuento mis años (casi) por mudanzas. No sabría decir en

se guarda una caja, al azar. No siempre son cosas importancuántas casas he vivido: en Oviedo, en más de cinco; en Ma- tes, de hecho, casi nunca lo son. De pronto, una tarde que drid, exactamente en seis. Al menos otras tantas entre Poo y no tenemos mucho que hacer hurgamos en los desvanes Llanes, una más en Barcelona, y habría que añadir mis cuar- del alma y encontramos una de esas cajas en las que no tos en la residencia universitaria en Braga y en la Academia recordamos ya qué había. Encontramos cosas nimias en de España en Roma. Y ahora, nuestra casa victoriana, la de apariencia (un café junto a un río, una anotación ajena en los girasoles a los que vienen a cantar jilgueros y carpodacos, una servilleta, incluso el canto de un pájaro) que inundan en Iowa City. En mi memoria a veces se mezclan unas con nuestro corazón de una melancolía incurable que provoca otras y yendo por el pasillo de una acabo en una habitación que nos salga una arruga y nuestros ojos sólo sepan enfoque estaba en otra, donde quienes fui a distintas edades se car, por un instante, la vaga lejanía. No tarda en volver la encuentran y se miran, conscientes de que se conocen, pero cotidianidad con su runrún de tráficos vulgares, la feliz incomo si ignorasen de qué. No es que me timidad de las costumbres aprendidas. Cegusten estas excursiones por lugares en los rramos esa caja y la olvidamos quién sabe que sí, sigo estando. No es conscientemenpor cuánto tiempo más, hasta que un día te como uno decide hacer según qué visi(y ese será el peor de todos) su contenido tas. Simplemente, de pronto, estás allí. Y la sea ya incapaz de decirnos nada. única salida es dejar que un pie siga al otro Otros días, sin embargo, pensamos en sin saber qué encontrarás al abrir la siguienlas maletas perdidas que hemos dejado en te puerta. otras vidas de las que un tiempo formaLa costumbre de la mudanza me ha hamos parte y de las que no sabemos ya nada. bituado a viajar ligero de equipaje: me he ¿Qué dejamos en esas maletas? ¿Alguien las deshecho de casi tantas bibliotecas como abrirá, de vez en cuando, como hacemos he reunido y no guardo apenas reliquias de nosotros con las cajas de nuestro desván? las vidas pasadas. Una vez, ante la perspec¿Qué pensará de lo que vea? O quizás, y es tiva de una nueva mudanza familiar, separé peor: ¿cómo era su voz? El gesto que ahora en dos cajas las cosas que eran para salvar recuerdo, ¿de veras era suyo? y las que debían ir al cubo de basura. Un Al mismo tiempo estamos aquí y en toMartín López-Vega error llevó al cubo de basura las que debedos los lugares en los que hemos estado, rían haber sobrevivido, y quisiera o no ver como escribió Álvaro de Campos anticien ello una señal, entendí el mandato. pándose a la física cuántica. Pero también estamos donde Pero la memoria no funciona del mismo modo. Los nunca hemos estado, del mismo modo que aquí, mientras protagonistas de la divertida (y otras muchas cosas más) escribo estas líneas frente a la ventana que da a los árboles novela de Jordi Puntí Maletes perdudes, siempre despistan del patio del edificio de la universidad en la que trabajo, una caja en las mudanzas que tramitan, cuyo contenido se está conmigo tanta gente que jamás ha estado aquí. Por reparten luego a partes iguales. Lo mismo hace un trío de eso tan a menudo nos cruzan la mente pensamientos nuestrabajadores del aeropuerto en la misma novela. La memo- tros, pero como tenidos en otro lugar. Somos antenas en la ria funciona al revés. De todo aquello que, año tras año, niebla captando interferencias de las que ignoramos casi mandamos al vertedero (casi siempre: veces en las que he- todo. Somos maletas perdidas en las que olvidamos piezas mos sido peores de lo que hubiéramos debido ser, ocasio- que eran importantes. Y somos sólo esto, alguien que, en nes en las que no supimos ponernos en el lugar del otro, un rato de una plácida mañana, deja en un papel todo lo entender sin juzgar, todo eso que nos hace aprender más otro que es para dejarse ser, aunque sea por un rato, sólo sobre nosotros mismos y lamentarnos de aprender siempre este que es ahora, lleno de otros, como una multitud redemasiado tarde), de todo eso, decía, la memoria siempre conciliada.

Secretos a veces

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El tercer acto

La tercera orilla. Andrea Jeftanovic

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Desde Costa Rica al mundo, ida y vuelta: de la edición local a la global .Por muchos años

se mantuvo una falacia en el universo trayectoria, viajan a Ferias y negocian derechos de traducde los libros, esa ilusión compartida de que un libro se ción. A través de ellos también conocí a los autores y libros publicaba en un sello grande, generalmente en España, y de otros sellos de la región, como la mítica editorial X de luego recorría el mundo de habla hispana. Si bien eso su- Nicaragua y la recién nacida Rea de Costa Rica, creada por cede con un puñado de libros, quizás unos cinco por país, Eugenia Cho Wing. Asimismo, han creado un mapa de diáamparados en un premio (la gira de Alfaguara) y en las logos con suplementos editoriales que entrevistan a autocifras de ventas (los llamados best sellers) res, reseñan libros y difunden actividades, la mayoría de los libros, incluso en países como es el caso de la revista Cultura de El de su misma habla o vecinos, no cruzan Salvador y de la revista digital Literofilia de las fronteras. Costa Rica. El modelo acertado, por eficaz y sugesEste intercambio presencial en la ciutivo, me parece, y también como paradigdad de San José me permitió conocer a ma político, el del mismo libro publicado talentosos autores cuyos nombres quisiera por varias editoriales locales, algo que de destacar: Víctor Alba de la Vega, Guillermodo un poco sensacionalista he llamamo Barquero, Fernando Contreras, Luis do incluso «poligamia editorial». RecienChaves, Blas Dotta, Francisco Alejandro temente me tocó viajar a la XIV Feria del Méndez, Juan Murillo, Mauricio OrellaLibro de Costa Rica y pude constatar esto. na, Rodrigo Soto y más. Y me pareció que Pude constatar que yo como lectora de ese Costa Rica, además, era una país generoterritorio literario, Costa Rica y Centroaso porque pese a ser un territorio pequemérica, estaba rezagada o sólo conocía al ño editaba a autores de otros lares como «puñado» de autores elegidos por los granla argentina Carla Pravisani, el mexicano Andrea Jeftanovic des sellos para «pasar fronteras»: Sergio Mario Bellatin, el español Jorge Carrión, el Ramírez y Gioconda Belli; o bien conocía a uruguayo Mario Levrero y la chilena Lina los autores de las nuevas generaciones que viven en Estados Meruane, entre otros. Unidos como Horacio Castellanos Moya y Eduardo HalY algo más, en la Feria, dirigida por la dinámica Karina fon. Por cierto, todos ellos excelentes autores, y, además, Salguero-Moya, había un gesto cultural especial para con he tenido la oportunidad de escucharlos: encantadores y estos nuevos sellos del istmo: compartían un bello galpón políticamente comprometidos. Pero hay muchos autores vidriado junto a diseñadores jóvenes, arte costarricense, más, un magma de fuerzas locales que está configurando revistas culturales, sofás y un auditorio. Generalmente un nuevo polo editorial y literario que debe conocerse por a las editoriales no comerciales se les da en las ferias luel resto de Latinoamérica y España. Me refiero al trabajo gares residuales, descuidados, y acá el espacio atractivo y de jóvenes y dinámicas editoriales como Germinal, bajo la protagónico fue un acierto, una apuesta por parte del la dirección de Juan Hernández, y Lanzallamas, liderada por Cámara del libro. los escritores Juan Murillo y Guillermo Barquero. Tanto En este escenario creo que para los autores es absurdo Germinal como Lanzallamas están en mano de profesio- firmar contratos con derechos mundiales cuando hay tonales y carismáticos editores, ya van armando un catálogo davía tantos obstáculos «nacionales» que atentan contra con una impronta, publican a autores jóvenes y con más la fluidez del libro: los costos de envío por correo, los

La tercera orilla


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La tercera orilla. Andrea Jeftanovic

impuestos del libro de cada país, las leyes de la producción de arte local, las comisiones en las transacciones bancarias, y tantas más. Y es verdad, los libros tienen múltiples circuitos y algunos, de una u otra forma, se abren paso, pero quizás habría que apostar de lo pequeño a lo mayor, a este modelo de alianzas, es muy distinto promover títulos dispersos que promocionar libros con un concepto de región o estilo. Por otra parte, el modelo de edición local permite que los libros lleguen a precios razonables, de la mano de mediadores locales, con un circuito de distribución conocido. Y, en lo posible, sería ideal que los autores pudieran acompañar a los libros en cada uno de sus nacimientos y reforzar esos lazos multilaterales. Asimismo, sería importante pensar en alianzas entre sellos para abaratar costos y multiplicar prestigios, fomentar ferias regionales, superar la idea de la única y oficial Feria del Libro una vez al año. En esta situación creo que la edición local, pese a lo paradójico, apuesta más a lo global, a una mayor proyección. Por otra parte, creo tenemos una deuda particular con Centroamérica, una literatura a veces eclipsada por unos pocos autores o por el ruido de intensos movimientos políticos. Regresé con la maleta llena de lecturas que me asombran por su pulso, maestría y heterogeneidad. Es obvio, cuando uno viaja debe hacer de «chasqui», llevando libros de un lado a otro, contrabandeando nombres y en eso estoy en estas líneas. Este modelo tiene sacrificios y riesgos, implica muchas veces reducir tirajes, hacer un proyecto de lento avance, fraccionar las efímeras ganancias, pero creo que a la larga autores, editores y lectores salimos ganando. Si hay algo de lo que me he dado cuenta es que en literatura las editoriales no compiten entre sí, sino que se potencian, generan campos literarios deshabitados, trazan espacios o rutas que antes pasaban inadvertidos. Así se crea un apetito por los libros y una demanda que deberá adecuarse a múltiples nombres, catálogos, colecciones, y a más de un evento literario.

Además, como decía al inicio, creo que la fórmula multinacional representaba un modelo rígido y colonialista, es decir, que un país, fuera el que fuera, oficiaba de «potencia» y dictaba lo que se leía. Me interesa mucho más este incipiente movimiento que genera colaboración y distribuciones más democráticas y misceláneas; ya nadie concentra el poder. Entre paréntesis, ojalá las editoriales españolas, Salto de Página, Menoscuarto, Barataria, Libros del Asteroide y Demipage, por nombras algunas, también revisen el modo de plegarse a esta nueva forma de hacer circular los libros al otro lado del charco porque por ahora llegan poco y a precios altísimos. Queremos leer a los nuevos autores españoles, claro que sí. La lectura de libros de ficción y no ficción ha bajado considerablemente, y tal vez acá está el futuro para reconquistar al público, en esos pequeños proyectos, en esas fuerzas literarias y cívicas colaborativas, algo como las asambleas constituyentes que interrogan a los grandes partidos políticos; en este camino inverso, de lo pequeño a lo mayor. El recorrido no es fácil, estas casas editoriales deben moverse con pequeñísimo equipos humanos para cumplir con colecciones cuidadas, diseño atractivo, presencia en varios eventos y puntos de venta, seductor manejo en las redes, respuesta a tiempo a la correspondencia, contratapas bien escritas, relación dinámica con la prensa de papel y digital, corrección de estilo cuidadísima, bajos precios, libros digitales. Y superar algo todavía pendiente, cómo dar a conocer estos libros al público general porque por ahora todavía circulan sólo entre literatos. Repensemos el camino y la ruta de los libros, esta pequeña revolución de las letras, que nos desafía a nuevas formas de alianza y acciones para que la literatura, el mejor laboratorio de la moral, la memoria y las emociones, adquiera la relevancia que merece.

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Arenas movedizas. Jordi Doce

El tercer acto

En reserva nHay en inglés una curiosa expresión, «running on empty» –cuya traducción literal sería «tirar de vacío» pero que corresponde, en realidad, a nuestro «ir con el depósito en reserva»–, que parece bastante apropiada a este tiempo nuestro de fuerzas limitadas y prudencias sin fin. Todo intimida de antemano, todo se toma con varios granos de sal y previsible reserva, como si no estuviéramos seguros de afrontarlo con garantías. La cascada de noticias que cae sobre nosotros cada día nos inclina la frente y es como una ducha fría preventiva, el almizcle chivato que nos alerta del enemigo y nos aparta del camino antes incluso de entrar en él. Ya puestos a ser literales, este correr sobre vacío del inglés parece configurar una imagen bastante reveladora del absurdo en el que vivimos. Como si alguien nos hubiera robado la bicicleta y siguiéramos moviendo las piernas convencidos de que a base de pedalear crearemos la bicicleta. ¿Y quién sabe? Quizá este movimiento regular y un poco histérico sea el comienzo de algo. En realidad no deja de ser lo que siempre han hecho los artistas: crear un mundo partiendo de nada. Es como el «caminar haciendo camino» de Machado o, más en general, como ese blanco preliminar sin el cual no hay lienJordi zo ni página que valga. Sería frívolo y hasta de mal gusto insinuar que los capos del ultracapitalismo y los grandes poderes financieros están desmantelando sin contemplaciones el estado de derecho para convertirnos a todos en artistas de nuestra propia vida, pero sospecho que una posible solución al impasse en el que andamos pasa justamente por tomar las riendas de muchos aspectos de nuestra vida que antes dábamos por supuestos o arbitrados en manos de terceros. La solidaridad, por ejemplo. La facultad para crear redes de apoyo y de intercambio que nos empoderen y nos conviertan de nuevo –no en dueños, ¿quién puede o quiere ser dueño de nada?– en conductores de nuestro día a día. No está claro cómo lograrlo en la práctica más allá de vagas proclamas analgésicas, aunque todos los días nos enteramos de lugares donde se reactivan o se im-

provisan respuestas, salidas, contraataques. Son muchos los que han trabajado en secreto y sin esperar nada por debajo del brillo equívoco de la superficie, muchos quienes siguieron viendo el hueso de la escasez bajo las ropas suntuosas del novorriquismo que devoraba de un lado a otro esta España mediocre, llena de tuertos que se creen reyes y de pícaros que no ven para no ser vistos, que callan esperando que los demás también callen. Quien nunca esperó gran cosa es difícil que se sienta defraudado. Quien ha vivido siempre en y desde la precariedad es difícil que se haga ilusiones y tiene, igualmente, más capacidad para seguir moviendo las piernas y persistir en su marcha. De alguna manera, ha interiorizado el cansancio y lo concibe como un mal necesario, una tenia de lucidez que afina y afila la conciencia antes de encarar el siguiente obstáculo. Lo que está claro es que avanzamos con el depósito en reserva y no sabemos cuánto más durará el viaje. Las viejas certezas han desaparecido o están a punto de hacerlo. Volvemos a un nuevo siglo diecinueve cruzado con el animal indócil de la tecnología virtual y el linaje resultante promete tenernos entretenidos mucho tiempo. No hace falta incurrir en predicciones apocalípticas para Doce saber que ese breve sueño de prosperidad no tiene intención de regresar. El mundo será un lugar más hosco y más difícil. Lo real encontrará la manera de ponernos a prueba una y otra vez y exasperar nuestra incredulidad. Y habrá que volver de nuevo a los maestros que nunca debimos abandonar, los que sabían que la acción bien entendida empieza por uno mismo, que no puede haber esperanzas de cambio colectivo si antes no obramos ese cambio en nuestro interior. Crear la bicicleta, en fin. Pedalear hasta que algo parecido a un manillar se insinúe ante nosotros. O sacar un conejo de la chistera. Todo lo que tenga que ver un poco con la magia o con la poesía, tanto da, todo lo que nos haga un poco artistas para refundar y recrear nuestra vida con la conciencia puesta en los demás. Como escribió Rilke en otro contexto: «Sobreponerse es todo». Ese aprendizaje.

arenas movedizas

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Sade returns. Manuel Vilas

El tercer acto

FRANCIS SCOTT FITZGERALD sade returns Manuel Vilas Convertiste tu vida en un derrumbe prematuro. Y son palabras tuyas estas que ahora cito: «Está claro que vivir consiste en hundirse poco a poco». Y un veintiuno de diciembre de 1940, caíste muerto en el living-room del apartamento de Sheila Graham, en Hollywood, el gran favor de aquel infarto que te sacaba de la vida porque ya no había vida en ti, mil pedazos, mil cristales dorados, brillando sobre el suelo. Dime, ¿la amaste? Dime, ¿te amó ella? ¿Dónde está Sheilah ahora, y Zelda, dónde? Tú, que creaste a Jay Gatsby, la criatura más resplandeciente de la vida e hiciste –nunca te lo perdonaremos– que ese hombre enigmático se enamorara locamente de una mujer llamada Daisy, la mujer más egoísta de la Historia y la más bella y la más codiciosa del santo dinero, de la riqueza y de las fiestas y del champán y de los coches de lujo y de las mansiones y de los grandes viajes a la Riviera francesa, todos nuestros amigos esperándonos en la playa, con la copa en la mano, en veranos legendarios.

Y en 1948, Zelda Fitzgerald ardió viva en el incendio de un Manicomio de Carolina del Norte, donde sobrevivía como un fantasma más entre los millones de fantasmas que pueblan este mundo del que tú ya habías, elocuentemente, desertado. Tu elegante y envidiable fracaso, tu ascensión a las nubes cristalinas del firmamento, tu penuria, tu caminar erguido hacia la destrucción, pero no la destrucción común a muchos hombres, (porque vivir es hundirse poco a poco pero no todos –tú lo sabías– se hunden igual). No la destrucción común –digo– a miles de hombres y miles de mujeres, sino la rigurosa y lenta liturgia del derrumbe, su ceremonia inmemorial, la conciencia bajo el calor de agosto, en el Sur ardiente, mandorla calcinada del dolor insoportable. Duerme, duerme en paz, hijo del viento último de la tarde áspera, de los grandes veranos de Long Island y de sus crepúsculos agudos. Te beso.

Pero aquí estás ahora, de pie, frente a mí, como fantasma ilustre de la gran literatura y por tanto de nuestro escaso saber sobre la vida, con tus depresiones, con tu alcoholismo, con tu expiación, con tu mujer, con tu amante, con tu pobreza final, con tu hija Scottie, pagando facturas de universidades y de médicos, y con tu conquista laboriosa, al fin, de la nada y de la muerte.

Bésalas tú a ellas tres a cambio de mi beso, a Sheila, a Zelda, a Scottie, a la oscuridad, a la enfermedad y a la inocencia.




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