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ColaborAN en este número:
José Abad, Miguel Arnas Coronado, Sandra Bianchi, Basso Cannarsa, Bel Carrasco, Casa de América, Centro Virtual Cervantes, Carmen Córdoba, Juan Cruz, Editorial Nobel, Tito Expósito, Miguelángel Flores, José María García Linares, Alberto García-Teresa, Javier Helgueta Manso, Reinhard Huaman Mori, Rosa Lentini, Sandro Luna, Mario Martín Gijón, Gianluca Mazzitelli, Vicente Muñoz Puelles, National Gallery, José F. A. Oliver, Alejandro Padrón, Ednodio Quintero, Elisabet Riera, Lorenzo Rodríguez, Xavier Rodríguez Ruera, Rocío del Pilar Rojas-Marcos Albert, José de María Romero Barea, Anna Rossell, Lisbeth Salas, Eduardo Suárez Fernández-Miranda, Irene Tourné, Saturnino Valladares Fotografía de portada y Dossier:
Jr. Korpa (Unsplash) Editor:
QUIMERA. REVISTA DE LITERATURA – Octubre 2022
El cambio de paradigma del mercado del libro ha propiciado un desplazamiento de la labor editorial —que antaño incluía el descubrimiento de autores y obras nuevos y de calidad, y el riesgo de publicarlos— del editor hacia los equipos de márquetin de las grandes editoriales, que realizan estudios de mercado para conocer qué demanda el público y se lo ofrecen teniendo el rendimiento económico como único criterio. Frente a ello, una pléyade de pequeñas editoriales independientes ha tomado el relevo para ofrecer calidad, novedad y riesgo a los lectores que no se dejan deslumbrar por las modas (que los hay). Tarea titánica si se tienen en cuenta las desventajas en cuanto a estructura, presupuesto y capacidad de distribución. ¡Pero no claudican! Por ello, en Quimera queremos rendirles homenaje entrevistando a cuatro de ellas que, además, cuentan con el hándicap añadido de no estar en ninguno de los centros de la edición (Barcelona y Madrid). Toda una proeza. JORDI GOL - JEFE DE REDACCIÓN Y CODIRECTOR DE QUIMERA
Miguel Riera
Fernando Clemot, Álex Chico, Ginés S. Cutillas y Jordi Gol DirectorES:
JEFE DE REDACCIÓN:
Jordi Gol
Diseño: Xavier Balaguer Maquetación y cubierta: Jordi Gol Corrección: Cinta Moreso Web y redes sociales: Eva Díaz Riobello ISSN: 0211-3325 DL:
B 38779 /1980
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Imprime:
Gráficas Gómez Boj
Derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial de este número, sea por
El salón de los espejos
El ambigú
Entrevista a Ednodio Quintero – 4
Eduardo Suárez Fernández-Miranda:
Entrevista a Vicente Muñoz Puelles – 10
Ulises, de James Joyce – 52
Entrevista a Juan Cruz – 14
El cielo raso Periféricas
José Abad: Y no quedó ninguno, de Agatha Christie – 53 José de María Romero Barea: Orfeo, de Richard Powers – 54
Entrevista a Gianluca Mazzitelli
José María García Linares:
(Duomo Ediciones) – 20
El invierno de los jilgueros, de Mohamed El Morabet – 55
Entrevista a Elisabet Riera (Wunderkammer) – 23
Sandra Bianchi:
Entrevista a Tito Expósito (Baile Del Sol) – 26
Espejos, de Ary Malaver – 56
Entrevista con Ediciones Nobel – 29
Alberto García-Teresa:
La vida breve
de Miquel Martí i Pol – 57
Lorenzo Rodríguez. La respuesta – 32
Los pescadores de perlas
Libro de las ausencias, Xavier Rodríguez Ruera: Los planetas fantasma, de Rosa Berbel – 58 Sandro Luna: Las nubes se levantan,
Microrrelato inédito de Miguelángel Flores – 36
de Daniel Fernández Rodríguez – 59
Quimera no retribuye las colaboraciones. Los
El castillo de Barba Azul
Cuota de mal, de Concha García – 60
colaboradores aceptan que sus aportaciones
Tres poemas de José F. A. Oliver – 37
Rocío del Pilar Rojas-Marcos Albert:
Poema inédito de Anna Rossell – 40
Desde mi punto de fuga, de Chelín Alcayde – 61
medios mecánicos, químicos, fotomecánicos o electrónicos, sin la autorización del editor.
aparezcan tanto en soporte impreso como en digital. La redacción no devuelve los originales no solicitados ni mantiene correspondencia sobre los mismos. La revista no comparte necesariamente las opiniones firmadas por sus colaboradores. Esta revista ha recibido una ayuda a la edición del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte.
Poema inédito de Reinhard Huaman Mori – 42
Einstein on the Beach Saturnino Valladares. Los polos del imán:
Rosa Lentini:
Miguel Arnas Coronado: Poesía completa 1970-2021, de Enrique Morón – 62 Irene Tourné: Angelus novus, de Federico Ocaña – 63
convergencias y divergencias entre Álvaro Cunqueiro
Javier Helgueta Manso:
y Camilo José Cela – 44
Resonancias, de Clara Janés – 64
José de María Romero Barea. James Joyce: enigmas hastiados de su tiranía – 49
Recomendaciones – 97 3
E l s a l ón d e l o s e s p e j o s
Entrevista a Ednodio Quintero Texto: Eduardo Suárez Fernández-Miranda Fotografía: Alejandro Padrón ©
Decía el escritor Enrique Vila-Matas al referirse a usted que el haber estado tan alejado de los focos mediáticos le ha beneficiado, porque «le ha permitido acceder al ideal de ciertos narradores de raza: ser puro texto, ser estrictamente una literatura». ¿Qué nos puede contar sobre Ednodio Quintero?
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Comparto casi al cien por ciento la opinión de mi amigo Enrique. Siempre me ha interesado la literatura como el uso deliberado y singular del lenguaje con fines estéticos, capaz de iluminar algún conflicto existencial. Lo que más he apreciado en mi vida es la libertad: desde la separación de mis padres, a mis diez años, he hecho lo que me da la gana. Tuve la suerte de graduarme
muy joven, a los veintitrés años, de ingeniero forestal y a los pocos meses ingresé a la universidad como docente e investigador. Ya antes había comenzado a escribir y había publicado en revistas y periódicos. La solvencia económica de aquella época me permitió continuar escribiendo sin someterme a la dictadura de los editores. Y así pude ser fiel al consejo de Milan Kundera: «El narrador no tiene que darle cuentas al mercado, sino a Cervantes» (cito de memoria). Por supuesto, me alegra saber que, sin llegar a convertirse en best sellers, mis libros se venden bien. Recordando a Stendhal, ha dicho usted que «escribir es un placer denso y profundo». En la editorial Candaya ha encontrado un espacio para su obra narrativa y su labor traductora, desde Mariana y los comanches (2004), pasando por los libros de relatos Combates (2009) y Ceremonias (2013), hasta El amor es más frío que la muerte (2017), su última novela publicada en la editorial. ¿Cómo surgió su relación con la editorial del Penedès? Mi relación con Olga y Paco de Candaya es una historia muy curiosa. Comienza con mi amistad con Enrique Vila-Matas, a quien conocí en un encuentro de escritores (México, 1991). Cuando en 2001 a Enrique le dieron en Caracas el Premio de novela Rómulo Gallegos, la Universidad de los Andes lo invitó a pasar unos días en Mérida y se quedó tres semanas. Le gustaba la ciudad andina, pues había estado en 1993 invitado por la Bienal de Literatura Mariano Picón Salas. Durante esta última estancia pasó tres días con sus lóbregas noches en un hotel de montaña al borde de los cuatro mil metros de altitud y, a su regreso a España, escribió un artículo donde contaba su experiencia nocturna con unas llamas asesinas y lo mucho que le había gustado una novela mía inédita
que había tenido la amabilidad de leer. Olga y Paco leyeron aquel artículo y al año siguiente vinieron a Mérida buscándome; me encontraron en el mítico Café Santa Rosa donde yo pasaba las tardes hablando con amigos y tomando café. Me contaron la idea que tenían de fundar una editorial. Nos entendimos desde el primer momento y les entregué un manuscrito. Por esa época vivía en Barcelona mi amigo Juan Villoro, que, al enterarse de los planes editoriales de Olga y Paco, comentó: «Solo para publicar a Ednodio vale la pena crear una editorial». Villoro prologó Mariana y los comanches, que fue el primer título de la colección de narrativa de Candaya. Luego vinieron mis dos libros de cuentos: Combates y Ceremonias, y la novela El amor es más frío que la muerte. Colaboré en dos traducciones de literatura japonesa: El mago de Ryūnosuke Akutagawa y La felicidad de la familia de Osamu Dazai, y escribí sendos prólogos. También escribí el prólogo para la extraordinaria novela Lluvia de Victoria de Stefano. Además participé en giras maratónicas por las principales ciudades de España en la presentación de mis libros. Fueron numerosos los encuentros que tuve con Olga y Paco: en la Feria del Libro de Guadalajara, en la de Ciudad de México; y en Venezuela: Mérida, Maracaibo, Valencia, Caracas... Por estas y otras razones estaré profundamente agradecido a la gente de Candaya. Si me explayo en tantos detalles es porque esa relación basada en una profunda amistad se vio de pronto interrumpida por algo que escapa a mi comprensión. Cuando Olga y Paco se enteraron de la publicación de Cuentos salvajes con Atalanta se indignaron de tal manera como si yo hubiera cometido un delito de alta traición. Les escribí preguntándoles los motivos de aquella repentina rabieta; han pasado ya tres años desde entonces y ni siquiera han respondido mis e-mails. En fin… Cosas veredes, Sancho.
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E l s a l ón d e l o s e s p e j o s
Entrevista a Ednodio Quintero
Volviendo a El amor es más frío que la muerte, título de claras resonancias fassbinderianas, cuya sugerente portada es una fotografía suya: ha definido el libro como una novela sobre la vida, más que una novela sobre el amor. Está construida en tres niveles diferentes, uno de los cuales se puede definir como onírico. Sus propios sueños forman parte de la trama. Una novela con una estructura tan compleja, ¿ha sido especialmente difícil de escribir? ¿Cómo fue su proceso de escritura? La asociación de mi novela El amor es más frío que la muerte con el film homónimo de Fassbinder es por demás obvia. Sin embargo, el título no proviene de la película, sino del grupo musical Love is Colder Than Death, que descubrí por casualidad durante mi año sabático en México. Soy fanático de Fassbinder, he visto varios de sus films, pero cuando escribí mi novela no conocía El amor… La vi hace poco y me encantó, pero más allá del título no encuentro ninguna relación con mi novela. Puedo decir que a Fassbinder, que murió de una sobredosis a los treinta y cinco años, le debo en parte la vida. Pero esa es una historia difícil de contar en una entrevista. Sí, mi novela tiene un costado onírico como casi todo lo que escribo. No me costó escribirla; de hecho la escribí en tres meses. Recuerdo que la foto la tomé el atardecer del 28 de diciembre de 2011, durante el invierno nuclear, en Shinjuku, Tokio. Además de la escritura, su tiempo lo reparte entre la universidad, la fotografía y la traducción. Usted ha colaborado en traducciones del idioma japonés. Recientemente su labor ha sido reconocida con el Premio Orden del Sol Naciente, Rayos Dorados con Roseta, que otorga el emperador Naruhito. ¿Puede contarnos cómo fue su experiencia al recibir un premio de tanto prestigio? Mi nivel de conocimiento de la lengua japonesa es elemental. Colaboro en la versión que hace en primera instancia mi superamigo, doctor de la Universidad de Tokio, Ryukichi Terao, hispanista nipón que
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ha vivido en México, Colombia y Venezuela. Aporto en esas traducciones (que a menudo son versiones) lo que podríamos llamar el lenguaje literario que rompe la literalidad. En base a mi condición de narrador y a mi exhaustivo conocimiento del idioma castellano, parto de la hipótesis de que en una traducción importa en primer lugar la lengua de llegada. Lo de la condecoración Orden del Sol Naciente, Rayos Dorados con Roseta, otorgada por el emperador Naruhito,
ha sido para mí una sorpresa, una inmensa alegría, un gran honor. Ni siquiera sabía de la existencia de semejante distinción. Durante los últimos tres años, debido a mis condiciones de salud, dedico mi tiempo casi exclusivamente a la escritura (incluyendo una que otra colaboración en alguna traducción: está a punto de salir, en Satori, El demonio. Once cuentos japoneses, de Junichirō Tanizaki). Sigo la recomendación de Elias Canetti: «Escribe hasta que los ojos se te cierren para siempre». Hace ya dos años que vengo escribiendo algo parecido a unas memorias envenenadas por la ficción: Últimos días en el planeta Tierra. En ocasiones participo en alguna actividad universitaria por Zoom. Y desde mi ventana tomo fotos de la Sierra Nevada de Mérida y de los zamuros que sobrevuelan la ciudad. ¿Cómo surgió su interés por la cultura oriental, y más en concreto, por la literatura japonesa? Se trata de una historia de amores compartidos. En 1964, a mis dieciséis años, contemplé fascinado un remake de la famosa película Rashōmon de Akira Kurosawa, basada en dos cuentos de Ryūnosuke Akutagawa. Desde entonces me aficioné a la literatura y el cine japonés, en general a su exótica, extraña, esotérica, enigmática, refinada y profunda cultura. Aquella afición original se fue convirtiendo en lo que he denominado «mi pasión nipona». Desde 1994 hasta el presente, solo interrumpidos por la pandemia, he dictado cursos de Narrativa japonesa del siglo XX en la Universidad de Los Andes de Mérida, Venezuela. He escrito ensayos, prólogos de libros, artículos de divulgación y crónicas sobre Japón y sus manifestaciones culturales. Y como hablábamos antes, he colaborado en la traducción de autores japoneses al español. En un par de ocasiones (2006-2007 y 2011-2012), gracias al generoso apoyo de la Fundación Japón, tuve la inmensa fortuna de realizar en Tokio (adscrito a la Universidad de Tokio) sendos proyectos de investigación (in translation) sobre dos autores japoneses: Junichirō Tanizaki y Ryūnosuke Akutagawa. Del resultado de esas investigaciones surgieron dos ensayos biográfi-
cos: Tanizaki, el paradigma y Akutagawa, el elegido, ambos publicados en Caracas en 2013. Entre los escritores japoneses a los que ha traducido, destacan Yasunari Kawabata, Ryūnosuke Akutagawa o Kōbō Abe. Ediciones Atalanta ha publicado su traducción, en colaboración con Ryukichi Terao, del libro Siete cuentos japoneses, del gran clásico de las letras japonesas Junichirō Tanizaki. En su prólogo usted señala que «resulta curioso y aleccionador observar el espectacular giro dialéctico y conceptual que logra imprimir a sus escritos posteriores a 1926. De la fascinación por lo occidental salta al extremo de la exaltación de lo nacional». Desde su punto de vista, ¿a qué se debió ese cambio en la temática de su obra, más afín a la historia y a las tradiciones japonesas? Ciertamente, el caso de Tanizaki es ejemplar. En su primera etapa como escritor, desde 1910, cuando publica «El tatuador» («Shisei»), hasta el gran terremoto de 1923 que destruye Tokio y Yokohama, su magnífica obra se caracteriza por la fascinación hacia los valores de la cultura occidental. He leído casi todos sus cuentos de esa época y en la mayoría de ellos la exagerada admiración por lo occidental se expresa en su cara B como un desprecio hacia lo autóctono japonés. A raíz del terremoto, seguido por el divorcio de su primera esposa, Tanizaki fija la mirada en su propia cultura, se muda de la cosmopolita Tokio para la tradicional zona de Kansai (Kioto, Kobe, Osaka). Semejante transformación, como si hubiera experimentado un Satori o una epifanía, culmina en ese maravilloso libro, El elogio de la sombra, considerado por unanimidad por la crítica de su país como el mejor ensayo de la literatura japonesa de todos los tiempos. Precisamente, en Ediciones Atalanta se publicaron en 2017 sus cuentos completos bajo el título de Cuentos salvajes. Toda reedición de un libro supone para el escritor la oportunidad de revisar lo que escribió años atrás. Parece
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E l s a l ón d e l o s e s p e j o s
Entrevista a Ednodio Quintero
ser que el pintor francés Pierre Bonnard solía retocar, a escondidas, algunos de sus cuadros que llevaban colgados años en el museo. ¿Ha retocado alguno de los textos aprovechando la reedición de sus cuentos? Retocar lo que publicamos hace años es una tentación. En mi caso, llegué a reescribir en su totalidad mis dos primeros libros, hasta el extremo de eliminar del primero casi todos los cuentos. Luego, siguiendo un consejo de Borges, entendí que en algún momento, por cansancio o cualquier otro motivo, hay que olvidarse de seguir corrigiendo. No acostumbro leerme a mí mismo, me pone muy nervioso encontrar alguna frase mal escrita. Imagino que tratándose de la lectura para una antología siempre introduces algún cambio, agregas o eliminas una frase, una palabra o un signo de puntuación. Desde hace algunos años hay un acercamiento a la cultura japonesa a través del manga y del anime. ¿Ha trabajado en la traducción o en el doblaje dentro de este ámbito? ¿Cree que hay una mayor tradición en cuanto a traductores del japonés al español en países latinoamericanos? Recordemos la labor en este campo del poeta mexicano José Juan Tablada o las traducciones de Octavio Paz. Siempre me han interesado el manga y el anime, aunque mi preferido entre los géneros populares de Japón es el hentai. Me llama la atención la sexualidad japonesa, despojada del sentido culposo de origen judeocristiano de la cultura occidental. No he trabajado en ninguno de estos géneros. Conservo sí una pequeña biblioteca (adquirida durante mi estancia en Tokio) de manga y hentai, y una bonita colección de muñecas de anime. Con la demanda cada vez más creciente de obras japonesas han aparecido traductores aquí y allá como en botica. No creo que se puedan establecer diferencias de calidad entre los de la península ibérica y los de Latinoamérica. Hay traducciones excelentes y también pésimas. Entre las mejores destacaría las de Kazuya Sakai, argentino-japonés radicado en México. Sus traducciones de Akutagawa y Kōbō Abe (La mujer de la arena) son insuperables. Y las magníficas traducciones
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de la española Montse Watkins (Indigno de ser humano y El ocaso, de Osamu Dazai) son inolvidables. Es de lamentar que Sakai y Watkins ya no están con nosotros. Entre los traductores más recientes admiro el trabajo de Jesús Carlos Álvarez, español residenciado en Tokio. Su versión de El libro de la almohada de Sei Shōnagon para la editorial Satori es una maravilla. El propio Octavio Paz hablaba de la traducción como un concepto afín a la creación. Walter Benjamin señalaba que «hay que tener en cuenta la traducibilidad de las creaciones lingüísticas, aunque los humanos no sean capaces de llevar a cabo tal tarea». Y Ortega y Gasset apuntaba en el mismo sentido que «no es una objeción contra el posible esplendor de la tarea traductora declarar su imposibilidad». ¿Cómo se plantea usted la traducción de un texto literario? ¿Qué materiales maneja cuando se enfrenta a una obra en lengua japonesa? Por supuesto que la traducción comporta el aspecto creativo. El caso más emblemático es el de Baudelaire como traductor de Edgar Allan Poe. Dicen que el conocimiento de la lengua inglesa por parte de Baudelaire era precario, pero el poeta francés estaba impregnado con el espíritu de Poe. Algunos autores opinan que traducir es enfrentarse a una imposibilidad. En mis versiones intento ponerme en el lugar del autor; digamos, para dar un ejemplo, que me transformo en Tanizaki e intento dar lo mejor de mí. Pienso que el trabajo en tándem que realizo con Ryukichi Terao es ideal, pues él conoce y maneja muy bien el español, y en mi caso, además de mi condición de narrador y del manejo de mi propia lengua, estoy familiarizado con la cultura japonesa. Los dos años que pasé en Japón me permitieron conocer, en su propia salsa, diversos y variados aspectos de aquella fascinante cultura. Volviendo a su obra narrativa: la editorial Pre-Textos ha editado recientemente en España el libro Diario de Donceles. De esta novela-diario se ha dicho que emplea un lenguaje que va de lo poético a los registros del pop y al habla
coloquial. El escritor argentino Manuel Puig se sintió atraído por «ciertas formas despreciadas», como él mismo las llamó: «por ciertos géneros populares, tengo un especial gusto. Creo que estos géneros menores pueden ser tratados con cierto rigor artístico y valorizarlos». ¿Hay en su caso, en el uso de un lenguaje coloquial, un intento de reivindicar una lengua popular y darle, así, un cariz literario?
Soy lector y admirador de Manuel Puig, a quien tuve la suerte de conocer en Mérida. Recuerdo el mordaz comentario de Borges a propósito de Boquitas pintadas: «Imagínese, es un libro de Max Factor». Desde hace tiempo, creo que a partir de la publicación de mi primera novela, La danza del jaguar (1991), he empleado diversos registros en mi narrativa, que incluyen lo coloquial, el pop (en particular por mi afición al rock and roll y al trip hop), cierto clasicismo, la oralidad, el erotismo que a veces bordea el porno, el cine (durante años fui un loco por el cine, incluso escribí tres guiones y participé en varias filmaciones, en una de ellas como actor; actué de monje loco), las artes plásticas y últimamente el uso de la teoría del caos: toda una mezcla parecida al caldero de las brujas de Macbeth. En esa mezcolanza, Puig es apenas una lejana referencia. Diario de Donceles combina ciertas experiencias personales con lo que algunos críticos han denominado mi desbordada imaginación. Si a esto le agregamos el aspecto onírico, «soy una máquina de soñar», pienso que he escrito una novela que puede enganchar a lectores de literatura, inteligentes. ¿Cómo ve el panorama narrativo actual en Latinoamérica? ¿Qué autores le parecen más interesantes? La narrativa latinoamericana está cada día más viva y despierta. Leer a todos los autores recientes es una tarea imposible. Sin embargo, me atrevería a señalar algunos que han despertado mi interés. Entre los vivos, sin un orden particular: César Aira (mi preferido; he leído más de un centenar de sus libros), Juan Villoro (su última novela, La tierra de la gran promesa, es un extraordinario y ambicioso fresco acerca de la compleja historia del México contemporáneo), Héctor Abad Faciolince, Rodrigo Rey Rosa, Mario Bellatín, Victoria de Stefano (su última novela, Venimos, vamos: nadie en español escribe una prosa exquisita como la suya), Evelio Rosero (Los ejércitos), Horacio Castellanos Moya y su saga sobre la violencia en Centroamérica, Eduardo Ruiz Sosa, Mónica Ojeda (con sus explosivas novelas Nefando y Mandíbula) y Michelle Roche (con su sorprendente novela Malasangre, que recomiendo con los ojos abiertos).
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E l s a l ón d e l o s e s p e j o s
Entrevista a Vicente Muñoz Puelles Texto: Bel Carrasco Fotografías cedidas por el entrevistado ©
La palabra libro aparece con frecuencia en las siguientes líneas, porque hablamos de uno plagado de ellos. Un libro de libros en el que esos objetos de papel que nos han acompañado a lo largo de los siglos adquieren voz y vida propia para entonar un canto de amor a la literatura. Tras un par de décadas dedicado a «instruir deleitando» a niños y jóvenes, Vicente Muñoz Puelles engancha de nuevo al lector adulto con El deseo de ser leído (Pre-Textos, 2022), deliciosa colección de veintiún relatos en los que igual se convierte en una antigua edición de las Fábulas de Samaniego que explora una isla habitada únicamente por libros andantes. También nos invita a descubrir facetas inéditas y curiosas de una docena larga de autores desde «El bastón de Balzac» a «La nariz de Gógol». Literatura para adultos, sí, pero solo para aquellos fieles a su imaginación que conservan intacta la capacidad de maravillarse ante el mundo, como el propio autor valenciano, que mima con esmero al niño que alienta en su interior.
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¿Recuerdas el primer libro que leíste y las sensaciones que te produjo? Sí, claro. El primer libro que leí por mi cuenta fue En las selvas de Borneo, de Mayne Reid, en una versión de la editorial Molino de 1942, que aún conservo. En la cubierta de vivos colores, bajo el dosel de un bosque tropical, un simio gigantesco vela el sueño de una niña de rizos rubios. Hay otras ilustraciones magníficas, obra de un clásico de la época, Longoria, que luego aprendí a reconocer. En una de ellas, un náufrago nada con todas sus fuerzas, seguido de cerca por un tiburón de dientes puntiagudos. En otra, un hombre de rasgos orientales se debate entre los anillos de una serpiente larguísima. Pude leer aquel libro porque mis padres habían empezado a leérmelo en voz alta, estando yo enfermo, y cuando me repuse y dejaron de leerme quise saber cómo seguía la historia. Así que me esforcé y descubrí que todo encajaba. Aún me siento deudor de aquel autor y de aquel libro. ¿Cuál es el último que has leído y qué opinas de él? El libro que estoy leyendo ahora es uno de los más antiguos, El poema o la Epopeya de Gilgamesh, un texto repartido en una serie de tablillas de barro, escritas o compiladas hace cuatro mil años, que se conservaban en la biblioteca de Asurbanipal. Lo he leído otras veces, porque es una historia fascinante sobre la amistad y sobre la inmortalidad imposible, pero ahora he encontrado una edición actualizada, que me gusta mucho. Si fueras un hombre-libro de Fahrenheit 451 y tuvieras que aprenderte un título de cabo a rabo, ¿cuál elegirías? Preferiría alguna antología de textos cortos, por ejemplo una colección de cuentos de Augusto Monterroso, como Obras completas (y otros cuentos) o Movimiento perpetuo. También me gustaría convertirme en Confabulario personal, de Juan José Arreola, una colección de textos que el autor fue cambiando a lo largo de su vida, según las ediciones, y donde hay cuentos perfectos, como La migala.
Más te has trasmutado en libro en tus relatos, como en el que da título a tu último proyecto. ¿Por qué te gustaría ser una edición de las Fábulas de Samaniego? Samaniego fue un autor de la Ilustración, lo cual me parece atractivo de por sí. Y hay una leyenda familiar según la cual los Puelles estamos emparentados con los Samaniego. Pero no es solo eso. En la biblioteca de mi abuelo había una edición preciosa de sus fábulas, con las ilustraciones de Granville. De niño, ese libro me atraía poderosamente y también me horrorizaba, porque en uno de los grabados aparecía la muerte, representada por un esqueleto con sombrero de plumas y un espadón. Hojeaba el libro con cuidado, para no encontrarme con esa imagen, pero si me entretenía mucho acababa encontrándomela. Además, tenía la impresión de que el grabado cambiaba de sitio, para sorprenderme. En un hipotético mundo sin libros ni literatura, ¿a qué te habrías dedicado? Si las circunstancias me lo hubiesen permitido, habría sido arqueólogo o paleontólogo. Me gusta excavar y desenterrar, preferiblemente con las manos, como los niños en la arena. Pero, como suelo decir en mis visitas a los colegios para promocionar mis libros, siendo escritor puedo ser cualquier cosa, porque puedo convertirme en un buscador de fósiles, en una tablilla cuneiforme o en un insecto incrustado en ámbar. Has publicado doscientos sesenta títulos y las malas lenguas aseguran que pretendes llegar a los trescientos. ¿Eres un yonqui del papel? Conviene decir que muchos de esos libros son adaptaciones de clásicos y que otros son muy breves. Pero es verdad que son muchos. Y algo adicto al papel sí que soy. O al menos a los libros. Desde mucho antes de aprender a leer, mantengo con ellos una relación física. Los sacaba de las estanterías, los abría, me acostaba sobre ellos o me los echaba por encima, dibujaba en ellos, los dejaba caer en un paragüero, los extraía, los colocaba en distintos órdenes. Eran mis juguetes y también
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Entrevista a Vicente Muñoz Puelles
mis amigos. Y ahora, desde hace unos diez años, me los llevo a la cama y duermo con ellos. Me gusta sentir su peso, e intentar adivinar por el tacto, cuando me despierto a oscuras, qué libros son. Alguna vez me he quedado dormido con tantos libros en la cama que me han desplazado y he acabado en el suelo. ¿Cuáles son los mejores aliados de la afición a la lectura? ¿Y sus peores enemigos? En mi opinión, el mejor aliado de la lectura es la posibilidad de que cada uno elija por sí mismo los libros que quiere leer, sin imposiciones de ningún tipo. Otros aliados son un ambiente propicio, preferiblemente silencioso, y una capacidad de concentración suficiente. En cuanto a los enemigos, creo que nada desanima tanto como la obligatoriedad de leer un texto determinado. Una cosa es recomendar un libro, y otra imponerlo o convertirlo en lectura única. Llevas dos décadas centrado en la literatura infantil y juvenil, tras otras dos escribiendo solo para adultos. ¿Este libro representa tu regreso a la literatura para «mayores»? Las razones por las que dejé de publicar para adultos, que no de escribir, fueron de tipo práctico. Por una parte, recibí varios premios literarios infantiles y juveniles seguidos, y consideré que debía aprovechar la racha. Por otra, tuve la impresión de que la literatura para adultos duraba muy poco en las mesas de novedades de las librerías. En cambio, la que se hacía para niños, cuando superaba los baremos de calidad, se reeditaba continuamente. Vi cómo algunos de mis libros, como Óscar y el león de Correos (1999) o 2083 (2008), se convertían en pequeños clásicos, y eso me hizo perseverar en esa dirección. Ahora dispongo de una abundante obra inédita para adultos. El hecho de que se publique o no dependerá en buena parte de la acogida que tenga El deseo de ser leído. ¿Qué has aprendido escribiendo para los chavales? He rescatado muchos recuerdos de infancia, que de otro modo seguirían inéditos, y he mejorado mi capacidad de síntesis. Me he vuelto un escritor conciso. Pero sobre todo he encontrado a un público más espontáneo, más atento, más agradecido y también en cierto modo más exigente, que son los propios chicos. Prueba de ello son los cientos de trabajos escolares sobre mi propia obra que me han regalado durante estos
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años. Sin duda muchos de ellos han sido coordinados y dirigidos por los profesores, pero muchos otros están llenos de creatividad y entusiasmo. La literatura infantil pasa por un momento muy dulce, pero al llegar a la adolescencia los índices de lectura decaen notablemente. ¿A qué crees que se debe? Al descubrimiento del propio cuerpo y de los cuerpos ajenos. Son descubrimientos que ya se presienten en la infancia, pero que cristalizan en la pubertad. Ante esa ebullición sensorial, la afición lectora ha de estar muy enraizada para no retroceder o desvanecerse. Por las páginas de El deseo de ser leído desfilan más de una docena de escritores. ¿Son los que más admiras? Algunos sí, claro, pero hay muchos otros a los que también admiro y que podrían figurar, como Flaubert, Conrad, Proust, Joyce, Kafka, Virginia Woolf, Nabokov y Borges. Conviene tener en cuenta que El deseo de ser leído es solo una selección. Podría haber otra, y otra, si las editoriales y el tiempo lo permitieran. Como Jules Verne, perteneces a una estirpe de escritores sedentarios. ¿Añoras a veces otro modelo de existencia, tipo Stevenson o Conrad? En mi juventud viajé bastante, no solo a través de los libros. Puede decirse que vi lo esencial. Por otra parte, creo que desde el punto de vista literario los viajes no ayudan necesariamente. He visitado lugares que había descrito sin conocerlos y he sido incapaz de mejorar esas descripciones. Para interesar, los viajes han de enriquecerse con la imaginación y con la capacidad de crear atmósferas, sean reales o imaginarias. Dicho esto, es cierto que me gustaría haber tenido una vida más heroica. En El mundo perdido, Conan Doyle hace escribir al protagonista una frase que siempre me ha conmovido: «Estamos rodeados de posibles heroísmos». Por desgracia, yo no los he encontrado o no me he atrevido a buscarlos con decisión. O quizá ha prevalecido en mí la precaución de no zambullirme de lleno, para sobrevivir y poder convertir las hazañas ajenas en historias. Tu padre fue también escritor (premiado, por cierto, el día en que falleció sin llegar a conocer el fallo) y has crecido rodeado de bibliotecas, siendo, además, un devorador de histo-
Hay una animadversión hacia su éxito popular que Pío Baroja ejemplificó muy bien. Hay otra animadversión ideológica de raigambre franquista, que Torrente Ballester encarnó en su tiempo. Y hay una tercera animadversión todavía vigente, específicamente nacionalista, que reprocha a Blasco Ibáñez que, salvo tres o cuatro narraciones breves de sus inicios, escribiera siempre en lengua castellana. Igual reproche cabría hacer a Gabriel Miró, a Miguel Hernández o a Azorín. Como si la lengua en la que está escrito un libro fuese más importante que su contenido. Esta visión sesgada es la que, en mi opinión, más le ha perjudicado, porque lo ha excluido de los programas educativos. Y lo mismo ha sucedido con el resto de escritores valencianos que escribimos en la misma lengua que Blasco Ibáñez. rias. ¿Esa gran erudición que posees no te ha supuesto un lastre a la hora de crear? Al contrario, es un acicate. Al tener más elementos a mi disposición, puedo utilizar puntos de vista más variados y jugar en escenarios más amplios. Tengo un acopio de recursos para inventar supercherías sin fin y también para detectar y apreciar o rechazar las supercherías de otros, es decir para ejercer una visión permanentemente crítica. Has participado activamente en la celebración del Año Berlanga con una espléndida biografía del director, con el que tuviste una estrecha relación. Cuéntanos alguna anécdota inédita de él. Inéditas creo que ya no me quedan, salvo dos o tres que considero demasiado íntimas. Creo que a él no le importaría que las contara, porque era una persona increíblemente abierta y locuaz, pero yo tendría la impresión de estar divulgando un chisme. Prefiero recordarlo en la estación de Austerlitz, en 1995, a punto de volver de un viaje que habíamos hecho a París. La Cinémathèque française estaba interesada en programar un ciclo de sus películas, pero él no parecía ilusionado. —Debe ser muy halagador —comenté— formar parte de la historia del cine. Me miró como si mi declaración le pareciese insincera, y sentenció, tajante: —Para mí el erotismo es mucho más importante que el cine. ¿Por qué crees que un gran escritor valenciano, tu tocayo Blasco Ibáñez, ha desaparecido del mapa?
¿Con un equipaje limitado a tres libros para dar la vuelta al mundo, cuáles te llevarías? Haría trampa e intentaría que fuesen cuatro: la Ilíada, Don Quijote, las Obras completas de Shakespeare y los Cuentos completos de Kafka. Si pudiese, añadiría el Antiguo Testamento, o al menos el Génesis. Las historias del paraíso perdido, el arca de Noé y la torre de Babel son insuperables, aunque demasiado cortas. Avivan la imaginación, pero no entretienen suficientemente. Por eso yo he incurrido en la tentación de contarlas y ampliarlas en otros lugares. He escrito relatos sobre el paraíso perdido y dos novelas infantiles sobre el arca y la torre: El arca y yo (2004) y La torre de Babel (2017). ¿A qué atribuyes que el e-book, pese a ser más práctico, haya visto frenada su expansión por el libro de papel? ¿A la atracción sensorial del libro, su tacto, su peso, su olor? Es evidente que, al menos para las personas acostumbradas a su uso, el libro posee un poder de seducción mucho mayor. ¿Cómo puede compararse el suave movimiento de las páginas, que incitan a la caricia, con el anodino deslizamiento de un cursor? Además, no se lee del mismo modo. Los dispositivos digitales facilitan la lectura apresurada y en diagonal, pero no estimulan ni la reflexión ni la memoria. Al leer un libro de papel tenemos una idea aproximada de la ubicación de un pasaje en una página, idea que se pierde cuando el texto se percibe como algo amorfo y continuo. Parte del encanto de un libro es su aspecto peculiar, su carácter único. El e-book lo encorseta todo y hace que todos los libros sean parecidos.
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Entrevista a Juan Cruz Texto: Ginés S. Cutillas Fotografía: Lisbeth Salas ©
El pasado junio coincidí en la Feria del Libro de Fuerteventura con Juan Cruz, reputado periodista que aún reclama para sí las antiguas profesiones de maestro de escuela, entrenador y seleccionador de fútbol. Con la excusa de la publicación de su último libro en Alfaguara, Mil doscientos pasos, nos sentamos a charlar con él, siempre tan afable y cercano.
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¿En qué género enmarcaría Mil doscientos pasos? ¿Biografía, novela, autoficción, novela de formación…? Es una novela, aunque muchos de los hechos son ciertos. Lo que he querido es proponerlo como ejemplo de lo que pasó en muchos barrios de España, en el mío sobre todo, en el que los niños vivían una vida muy extraordinaria porque eran protagonistas de una historia que no se iba a contar, ya que se contó la posguerra de los mayores, la posguerra de los viejos, por así decirlo: la posguerra de los que perdieron la guerra. Y también de los que, habiéndola ganado, no ganaron nada. Lo que quise contar eran las cosas que yo veía, que pudieran ser simbólicas: esa destrucción de calidad, esa situación de hambre, también de burla, que se produjo entre aquellos que no siendo pudientes fueron perseguidos, también como si la guerra no hubiera acabado y la posguerra fuera una guerra por otros medios. En cualquier caso, lo que se cuenta no he querido personalizarlo o hacer que fuera el retrato de mis amigos. Por eso se dice en la entradilla que ninguno de los chicos aparece en este libro. No quería que se confundiera esto con una novela autobiográfica que incluyera personajes reales, que, por otra parte, estarían tan distorsionados que sería injusto considerarlos tales personajes. Entiendo entonces que más que un relato personal es un reconocimiento grupal, de un barrio, de un tiempo, en concreto de su barrio de Tenerife. Hablo de un pueblo de Tenerife, un barrio que está dentro de Puerto de la Cruz, que se llama la Calle Nueva o la Vera. Ese es el lugar donde yo baso esta ficción, pero hay muchas cosas que no ocurrieron allí, aunque yo imaginé e hice que ocurrieran allí. Pero no pretendía contar la historia de nadie, ni siquiera la mía en parti-
cular. Más bien es una historia simbólica de ese tiempo, en la que hay algunos elementos que son verdaderos. Por ejemplo, es cierta la persecución de la que fueron objeto los homosexuales; también algunos empleos — trabajar en la pirotecnia, por ejemplo— o hacer cosas que eran entonces propias de los niños, los viajes a la escuela, la relación con la escuela y con los maestros, excepto que el que se nombra es un maestro simbólico que tiene que ver con los maestros que, habiendo sido republicanos, luego fueron repudiados o perseguidos por los ganadores de la guerra, que además hicieron de esa persecución algo que tenía que haber acabado con la propia guerra. Hubo maestros —también intelectuales— que fueron deportados de la península a las Islas Canarias, a Fuerteventura, al Hierro, a la Palma, a la Gomera, gente que fue perseguida mucho más allá del virtual episodio final de la guerra. Afirma que el maestro don Domingo es simbólico; sin embargo, hay una dedicatoria al principio a don Domingo Pérez Minik. ¿Fue maestro suyo? No fue maestro mío, pero fue maestro, por así decirlo, literario. Era el crítico literario de Ínsula, entre otros medios, un antecedente de Quimera. Por cierto, después fue también corresponsal literario de La Nación de Buenos Aires. Lo conocí cuando escribía en El Día de Tenerife y a partir de ahí fuimos amigos toda la vida. Me prestaba libros. Casualmente el maestro que estuvo de forma fugaz en nuestra clase y que desapareció de pronto, como si lo hubieran purgado, también se llamaba Domingo. El personaje tiene rasgos de este Domingo, pero nunca supe si era comunista o no, aunque yo le adjudiqué esa militancia. En el episodio de la dinamita, mi padre, que en efecto trabajaba con dinamita, nunca recibió esa proposición para causar un atentado contra un monumento franquista, pero lo que
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Entrevista a Juan Cruz
sí es cierto es que otro compañero mío de la universidad recibió esa propuesta y la rechazó, y por tanto fue declarado non grato por el Partido Comunista Universitario de entonces. ¿Es esta obra una suerte de ajuste de cuentas con el pasado, una forma de mirar atrás? Creo que es una explicación memorialista de unos hechos algunos de los cuales no solo ocurrieron, sino que ocurren ahora, como la persecución de los homosexuales o la burla por los defectos o el desprecio de los niños. Todo esto sigue ocurriendo y sigue ocurriendo además de manera muy grave, porque no ocurre como si fuera un accidente. Hay partidos políticos, en concreto Vox, que hacen sus campañas exigiendo la devolución a África de los niños no acompañados. Los niños pobres han sufrido a lo largo de los años una enorme persecución injusta solo porque eran deformes o negros o porque no tenían posibles para sobrevivir o porque burlarse de ellos no costaba nada. El libro es una ficción, pero es una ficción contemporánea. Ya que habla de niños, en la novela se cuenta el pasado desde el presente, con recuerdos tan vivos que parecen estar ocurriendo ahora mismo, como si el niño dentro de usted le hablara. ¿Cómo fue la búsqueda de ese narrador? Ese narrador estaba desayunando conmigo un día en el sur de Tenerife y, mientras yo terminaba de desayunar y me disponía a bajar al sótano donde suelo escribir cuando estoy allí, fue diciéndome las primeras líneas del libro. Ese narrador, obviamente, era yo. Pero, por ejemplo, mis padres no son esos. Lo que me ocurrió en concreto es lo del niño que me pega en el Muro, donde empieza la novela. El Muro existe y se llama El Fuerte, pero me dijo una sobrina mía que no lo llamara así porque todo el mundo se iba a enterar de dónde había ocurrido. Aparece en mayúsculas porque en principio se iba a llamar El Fuerte. También ocurrieron las visitas del que yo llamo el Bigotes, que nos visitaba en el barrio y siempre estaba pendiente de las cosas que ocurrían para denunciarlas,
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porque él era un falangista delator, a quien le atribuí un punto de pederasta, porque todos los delatores tienen algo de pederastas. La novela empieza con dicha escena de violencia al lado del Muro. La violencia y el miedo están omnipresentes en el libro. Una cosa que distinguió aquel tiempo fue la violencia entre los mayores. Aquella violencia de alguna manera se impregnó en los niños. Piensa que a la violencia se añadía la ignorancia: la mayor parte de aquellos chicos no estudiaron o estudiaron muy poco, o no tuvieron oportunidad de cultivarse. Los procesos de crecimiento fueron siempre a base de palos, o entre nosotros o de los mayores. En la escuela era el tiempo de dar reglazos a los chicos, de pegarles en las manos. La propia escuela era muy pobre, no tenía cuarto de baño, y el maestro no tenía consideración hacia nosotros: nos hacía dictados, cuando nosotros apenas sabíamos escribir, pero también nos hacía copiados cuando nosotros apenas sabíamos nada. Todo eso era muy violento. La violencia no era solo, digamos, los embates de Crispín; eso era un símbolo de esa violencia. Escribí el libro escuchando esos sonidos, como si estuvieran presentes en mi cabeza, como si los oyera. Por eso en el libro hay cierto aire de música, porque iba escuchando y escribiendo a la vez. De hecho, el ritmo se nota y me consta que el estilo es para usted lo más importante de la escritura. ¿Corrige en voz alta? Efectivamente, corrijo en voz alta y procuro que todos los párrafos tengan una continuidad léxica cuyo componente principal no sean únicamente las palabras, sino que las palabras suenen a una música determinada, que es la música que, por otra parte, forma con la de Rulfo, la de Onetti o incluso la de Scott Fitzgerald formas mías de interpretar la literatura que yo quiero que se oiga. Le he oído decir en alguna ocasión que empieza un libro cuando tiene la primera frase. Generalmente es así. Cuando tiene mucha potencia. Por ejemplo: sé que tengo en la cabeza un texto que he
de sus trabajadores. En mi familia ocurrió y eso no se hablaba. Pero alguna vez yo lo escuché. Y luego hubo también la represión policial. A un tío mío que había sido anarquista, igual que mi padre, en lugar de meterlo en la cárcel lo metieron en un manicomio y poco a poco se fue volviendo loco. Y esas cosas las veíamos los niños. Una vez, un hombre de mi familia se suicidó tirándose a un camión que pasaba. Y no era una persona loca. Se volvió loco de pronto porque todo conspiraba para que la vida fuera muy difícil. Aparece mucho la palabra carionte como sinónimo de cobarde. Existe una palabra parecida pero que no alude a eso, sino al vino. Algunas personas me han preguntado de dónde viene y no lo sé. Los chicos teníamos nuestro propio léxico, el barrio tenía su léxico.
de escribir; el otro día, venía de Barcelona en el tren y no estaba claro qué es lo que quería escribir, pero sabía que era algo. Escribí como mil palabras. Cuando vuelva a El Médano en verano, seguramente aquel ambiente y quizás algunos sucesos que yo recuerdo me darán otra vez material para empezar a escribir. Volviendo al tema de la violencia, ¿cree que esta era la respuesta al silencio espeso que se vivía por aquel entonces? ¿Cree que el miedo se pasa entre generaciones? Aquella era la primera generación de niños de la posguerra y en las casas se hablaba muy poco. Y había poco que comer. Se comía siempre prácticamente lo mismo. Éramos muy débiles, aunque había unos que eran más fuertes, pero no porque comieran más, sino porque su constitución era fuerte. Los padres discutían por el dinero que no tenían. Los trabajos eran muy precarios. No conté esto en el libro, pero en aquel entonces hubo casos de abusos de los terratenientes sobre las mujeres
¿Este libro forma parte de una serie de novelas sobre la memoria? Este libro es bastante insólito desde el punto de vista del estilo. Podría estar con La foto de los suecos, que es sobre el ambiente en el barrio de unos suecos que vivieron por allí. También tiene que ver con Ojalá octubre, que es un retrato de mi padre. Tiene que ver con El territorio de la memoria, que es un libro sobre mi madre. Este es el primer libro que he escrito como fuera de mi casa. Todos los demás han tenido que ver con mi casa, pero aquí cuento más la vida del grupo que la personal. También con El niño descalzo, de 2015, por el tema del asma… Ayer llegué a Asturias desde el calor de Madrid y noté que, gracias a los calcetines, no tuve un ataque de asma. Esta voz tomada proviene de que en algún momento sí estuve sin calcetines. Yo soy un niño que no puede estar descalzo. ¿Qué representan los mil doscientos pasos del título? No tiene nada que ver con el libro. Es simbólico, porque cuando iba a ver a mi hermana, la primera de las dos que murió, sabía que iba a estar cada vez peor, pero me
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Entrevista a Juan Cruz
hacía la ilusión de que estaría mejor cuando llegara allí. Iba con mi mujer en el coche y cuando llegaba a la parte de abajo de El Fuerte siempre me imaginaba que me quedaban por subir mil doscientos pasos. Mi mujer me dijo que serían menos. Pero se me metió en la cabeza y acabó como título. En cuanto a Un golpe de vida, dijo que le dolió escribirlo. ¿Hay dolor en este libro? Duele escribirlo porque me dolió vivirlo. Los niños del barrio de allí, igual que los niños del barrio de Málaga, de Extremadura, de Galicia, vivieron una vida muy difícil. Vivir pobremente en un país dictatorial, vivir con miedo, es lo contrario de lo que se le puede desear a un muchacho. Me gustaría hablar ahora de su profesión «inevitable»: el periodismo. ¿Qué piensa del nuevo periodismo que se está haciendo en internet? Hoy he dicho en Twitter que hay una agresión a las bases del periodismo porque creo que este es un momento muy precario de la profesión, generado por la influencia indeseada de los poderes públicos y económicos, que hace que los periódicos no se sientan seguros a la hora de contar lo que ocurre y haya muchas cortapisas. Y esas cortapisas generan un hecho como el que acabamos de ver ahora: que un grupo de periódicos de Andalucía de distintas provincias, pertenecientes a una misma marca, han publicado la misma fotografía del candidato andaluz del Partido Popular. ¿Confirma entonces lo que ya se sabe, que los periódicos no son libres hoy en día? El problema no es la libertad; el problema es el periodismo. La libertad ya no es una palabra fiable porque todo el mundo habla de la ella según le conviene. Escuché esta mañana a un famoso de la radio, que lo fue también de la televisión, decir que la libertad es lo más, pero a la hora, por ejemplo, de definir en ese programa la palabra comunista, dijo: «es lo peor». O sea, ¿cómo podemos querer la libertad y no querer la libertad de los comunistas? Si tienen perfecto derecho, tienen tan-
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to derecho como cualquiera a ser comunistas. O sea, que la libertad es para Vox, pero para los comunistas, no. La libertad es la libertad. Los periódicos se compran hoy para confirmar las opiniones que ya se tienen, no para agitar conciencias... Eso es así. Este mismo personaje hablaba en la Televisión Española y decía que era deplorable que la gente no estuviera respetando las ideas ajenas, y lo decía en el mismo contexto en el que estaba diciendo que había que ser cuidadoso con las cosas de los demás, que había que respetarlas. ¿Pero cómo es esto? La libertad ahora mismo goza de un prestigio inmerecido porque ha sido destrozada. Desde mi punto de vista, se ha convertido en un instrumento de burla. Libertad ¿para qué? ¿Cree, aun así, que todavía es posible hacer buen periodismo, que la sociedad o el sistema permitirían hacerlo? Ahora es más difícil. Ahora es casi tan difícil como cuando había dictadura. Al menos en la dictadura tú sabías qué cosas no se podían decir, pero intentabas decirlas. Ahora, lo que no se puede decir, no se dice. Eso te lo indica la sociedad a la que perteneces. La información está generalmente manipulada, la información pura, las noticias. Y la opinión viene de las noticias. ¿Qué opinión vas a dar partiendo de noticias manipuladas, que ya te dicen cómo interpretar lo que pasa? Inglaterra, Estados Unidos y Alemania son hoy ejemplos de que la opinión puede ser tergiversada, pero la información es única, o por lo menos no deja a un lado los elementos que puedan explicarla. ¿Se puede competir entonces contra la mentira y el rumor? ¿Cuál es el verdadero papel del periodista de hoy en día? El papel de periodista es el clásico, lo que decía Eugenio Scalfari, que fue director de La Repubblica, y que yo le escuché decir a un grupo de estudiantes de El País hace muchos años: «Periodistas, gente que le dice a la gente lo que le pasa a la gente».
Periféricas
Entrevista a Gianluca Mazzitelli (Duomo Ediciones) – 20 Entrevista a Elisabet Riera (Wunderkammer) – 23 Entrevista a Tito Expósito (Baile Del Sol) – 26 Entrevista con Ediciones Nobel (Oviedo, Asturias) – 29
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Entrevista a Gianluca Mazzitelli (Duomo Ediciones) Texto: Carmen Córdoba Fotografías: Basso Cannarsa ©
Cuéntennos los orígenes de la editorial y la idea con la que se instala en España. Duomo Ediciones nació como el primer proyecto internacional del Gruppo editoriale Mauri Spagnol con el propósito de lanzar un sello nuevo en España que aprovechara sus conocimientos en el sector editorial, tanto en la búsqueda de nuevos títulos y autores como en el marketing editorial. Era una oportunidad tenien-
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do en cuenta las muchas similitudes de gusto lector entre españoles e italianos. ¿Con qué equipo humano cuenta actualmente la editorial? El equipo de Duomo Ediciones está formado por una plantilla fija de ocho personas. Contamos además con los servicios centrales (administración, oficina de de-
rechos, etcétera) de la sede del grupo Mauri Spagnol en Milán. A esto se suman distintos colaboradores externos que, desde ya hace años, trabajan con el equipo de Duomo, tanto en el área de diseño de las cubiertas como traductores, correctores, maquetadores… Somos, pues, una estructura pequeña, pero que cuenta con el apoyo del segundo grupo editorial de Italia. ¿En qué orden fueron apareciendo las tres colecciones de las que consta la editorial (Nefelibata, Los Imperdibles e Infantil Juvenil) y cuáles son sus características propias? La primera gran colección de Duomo fue Nefelibata. Con ella queríamos dar resonancia a las grandes voces literarias de la narrativa internacional. Esta colección acoge, entre otros, a escritores como J. R. Moehringer, Elizabeth Strout, Donatella Di Pietrantonio, Gianrico Carofiglio, Tracy Chevalier, Sayaka Murata, Cristina Cassar Scalia o el recientemente fallecido escritor israelí A. B. Yehoshua. Más tarde nació Los Imperdibles con el objetivo de presentar a los mejores autores, tanto nacionales como internacionales, de género histórico, thriller, feel good… En esta colección publicamos a destacadísimos escritores como Donato Carrisi, Conn Iggulden, Cara Hunter, Lisa Jewell… o al español Marcos Chicot. La colección Infantil Juvenil de Duomo Ediciones nació como algo natural teniendo en cuenta que el Gruppo editoriale Mauri Spagnol en Italia tiene en su catálogo a los mejores autores de literatura infantil, como J. K. Rowling, Philip Pullman, Roald Dahl o James Patterson. Era un área que, sin duda, queríamos explorar. Lo hemos hecho con títulos de enorme calidad como las series Fairy Oak y Olga de papel, de la prestigiosa escritora Elisabetta Gnone, y exitosos proyectos de producción propia como El gran libro de las emociones, de María Menéndez-Ponte, o Cuentos para niños que sueñan con cambiar el mundo, además de recientes éxitos internacionales como City Spies, de James Ponti, o El último oso, de Hannah Gold. También acabamos de lanzar nuestra colección Duomo Bolsillo, una nueva aventura que emprendemos
con ilusión y con un importante lanzamiento, un gran reto para una editorial mediana. En las tres colecciones habéis tenido éxitos notables, desde Open (de J. R. Moehringer) o Elizabeth Strout, en Nefelibata, a El asesinato de Pitágoras (de Marcos Chicot), en Los Imperdibles, pasando, por supuesto, por Fairy Oak o Ana, la de Tejas Verdes en la colección de Infantil Juvenil. ¿Son apuestas sobre seguro o han sido bonitas sorpresas? ¿Hay algún éxito de la editorial que os sorprendiera especialmente? La verdad es que el éxito con los libros es siempre una agradable sorpresa. Concretamente en los casos que mencionas, por ejemplo, con Open, teníamos muy claro que un libro que había sido un fenómeno editorial en todo el mundo, un libro escrito por un premio Pulitzer y del nivel literario de Moehringer, tenía que ser un éxito también en España. Nos han emocionado también los éxitos de Marcos Chicot y Emilio Ortiz, que se habían autopublicado, que decidieron venir con Duomo Ediciones y acabaron siendo auténticos éxitos de venta. Con La Retornada, de Donatella Di Pietrantonio, que había sido un fenómeno lector en Italia, fruto del boca a boca, Duomo Ediciones consiguió replicar, con un destacado trabajo de difusión antes del lanzamiento, el mismo resultado entre los lectores de España. Otro éxito que nos ha emocionado y que quizás ha sido más inesperado es el caso de La dependienta, de Sayaka Murata, una novela japonesa galardonada con un importante premio en Japón y que publicamos porque nos gustaba como lectores, sin saber cómo iban a funcionar las ventas fuera de su país. Más recientemente ha sido un éxito muy importante Ella y su gato, que no dejamos de reimprimir. Entre vuestras dos colecciones de adulto, ¿creéis que la novela histórica o el thriller siguen teniendo una acogida comercial mayor que otro tipo de géneros? Creemos que generar un éxito con un thriller es siempre difícil; encontrar el que va a ser el thriller del año
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Entrevista a Gianluca Mazzitelli (Duomo ediciones)
resulta complicado por la enorme competencia. Pero es cierto que también llegan agradables sorpresas, como el éxito que tuvimos con Maria quiere ser tu amiga o con El sótano de Oxford, de Cara Hunter. En cuanto a la novela histórica, hay etapas en las que está más de moda y hay periodos históricos que interesan más, muchas veces vinculado, por ejemplo, a las altas audiencias de determinadas series televisivas. Nos sucedió con La guerra de las Dos Rosas, de Conn Iggulden, que entroncaba con el éxito de la serie de televisión Juego de tronos. En España ha habido un crecimiento en calidad y en cantidad de la literatura para jóvenes. ¿Lo notáis en las ventas o en la repercusión de vuestra colección Infantil Juvenil? Ciertamente, sí. El abanico es muy amplio y permite publicar desde libros de un corte más comercial como Arsène Lupin, caballero ladrón, uno de nuestros grandes éxitos del año, hasta apuestas más literarias y de contenido divulgativo y sensibilidad social como son Negra, de Émilie Plateau, o Historia de las mujeres, un libro que recorre la historia de la humanidad desde el punto de vista y el protagonismo de la mujer. En los últimos años, Duomo ha apostado más por el autor nacional. ¿Ha cambiado el gusto del lector o la acogida de la crítica en este sentido? Sin duda, están teniendo mucho más éxito en nuestro país los autores nacionales con relación a hace unos años. En las listas de los más vendidos cada vez es menos frecuente encontrar éxitos de narrativa internacional. Los hay, pero menos. En este sentido, sí: desde Duomo estamos apostando por autores españoles como Peru Cámara, Jacinta Cremades, Ismael López Dobarganes, Emilio Ortiz, Pedro Zuazua o Marcos Chicot, y seguiremos haciéndolo. Competís con los grandes grupos en las mesas de novedades. ¿Cómo conseguís trabajar esa «lucha» por la atención de los medios y por los espacios en las librerías? Una editorial pequeña o mediana posee mayor agilidad, así como un poder de decisión más corto y rápido. También el hecho de tener menos títulos hace que cada uno de ellos esté muy cuidado, mimado y tenga una presentación muy personalizada ante los libreros. Los libros que publica Duomo Ediciones tienen el cien por cien de nuestra atención e intentamos cuidarlos al máximo, buscando siempre las acciones que van a
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ayudar a vender hasta el último ejemplar. En Duomo Ediciones tenemos también el ojo puesto en los nuevos canales de contenidos que nos pueden ayudar a encontrar el libro por el que vamos a apostar y hallar también todos los medios para comunicarlo. Pero, en todo caso, añadiría que la verdadera lucha hoy es ganarse al lector para que escoja el libro entre las distintas formas y canales de entretenimiento de las que dispone. En esta pugna con los grandes grupos editoriales, entra también, ante un descubrimiento y un éxito, retener al autor. ¿Cómo se afronta un caso como el de Elizabeth Strout y qué repercusiones tiene? Cuando publicamos Me llamo Lucy Barton, de Elizabeth Strout, sus anteriores novelas ya habían aparecido en otros sellos. Nuestro propósito fue contribuir a que llegara al máximo número de lectores, trabajar con intensidad y con nuestro entusiasmo habitual a una escritora de su importancia literaria. Por suerte, creo que lo logramos. Tanto Me llamo Lucy Barton como Olive Kitteridge y el resto de sus libros publicados por Duomo Ediciones han alcanzado una gran notoriedad, en España y también en Latinoamérica, gracias a un importante y continuo trabajo de difusión. Ahora que su último título ha sido publicado por otro sello, mantenemos el mismo espíritu: lograr que los libros que tenemos en nuestro catálogo (un honor para nosotros) sigan llegando al máximo número de lectores. Y así pensamos hacerlo también con su próximo título, Quédate conmigo, una joya que publicaremos este otoño.
Entrevista a Elisabet Riera (Wunderkammer) Texto: Ginés S. Cutillas Fotografías: Elisabet Riera ©
Cuéntenos los orígenes de la editorial, la idea con la que nace y por qué ese nombre. Llevaba veinte años trabajando en el sector editorial, para un grupo grande, pero en la división de revistas de salud. Y, por otro lado, siempre tuve vocación literaria y soy autora de varios libros. Llegó un momento en que decidí unir oficio y vocación y lanzar mi propio
proyecto, publicando textos literarios que me fascinaran como lectora. La mayoría de los primeros títulos que se publicaron en Wunderkammer se encuentran en su versión original en mi biblioteca particular. Creé la editorial para publicar esos libros y no otros. Desde el inicio fue un proyecto dirigido por el gusto personal. Wunderkammer significa ‘gabinete de maravillas’ o
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El Cielo Raso
Entrevista a Elisabet Riera (Wunderkammer)
‘cámara de curiosidades’, aquellos espacios privilegiados que en los siglos XVI-XVII empezaron a coleccionar y exponer las maravillas naturales traídas a Europa con las primeras expediciones de ultramar. Eran una exhibición de objetos únicos y singulares, rarezas en el mejor sentido de la palabra; mi idea ha sido aplicar el mismo concepto a un catálogo editorial.
¿Con qué equipo humano cuenta actualmente la editorial? Cuento con algunos colaboradores habituales externos (diseñadores, maquetistas, traductores…), pero en realidad la única integrante de la editorial soy yo misma. Es una editorial unipersonal cuya sede se encuentra en mi propio domicilio, en un pequeño pueblo de la provincia de Girona. Es decir: una microeditorial sita en un micropueblo. En su página web dice: «Reivindicamos el libro como objeto de culto y la lectura como forma de fascinación». Creo que el propio nombre de Wunderkammer, como he comentado antes, lo explica. En suma, se trata de llamar la atención hacia el valor del objeto único por encima de la producción masiva. De la selección cuidada y la producción cuidadosa por encima de los lanzamientos a discreción y el bajo coste como prioridad. Para mí el fondo y la forma son inseparables. Efectivamente, vemos una pasión en el cuidado del objeto libro, que es en sí una pequeña obra de arte. La colección Wunderkammer,
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por ejemplo, está especialmente cuidada. Y en las tres colecciones que tiene, el formato es un elemento diferenciador que juega un papel determinante ¿Qué referencias de los maestros de la edición ha tenido en cuenta para el formato de sus libros y cómo llegó a la idea de cada formato? ¿De dónde nace la idea de poner en las portadas de la colección Cahiers un mineral? Cuando ya tenía en la cabeza crear mi propio proyecto editorial, tuve un encuentro mágico. Fue un flechazo, un coup de foudre en toda regla. Paseaba por los puestos de los bouquinistes junto al Sena, en París, y vi de lejos un libro que llamó poderosamente mi atención, por el inusual formato alargadito y por el color verde absenta de la cubierta. Era Ce que disent les tables parlantes, de Victor Hugo. Me quedé boquiabierta porque no tenía ni idea de la faceta espiritista de Hugo. Lo había publicado el editor Jean-Jacques Pauvert en los años cincuenta, rescatando ciertos manuscritos perdidos. Por supuesto me lo compré. No solo se convirtió en el primer título de la editorial, sino que su diseño sirvió de modelo para la colección Wunderkammer. El texto, que es en realidad una declaración romántica en toda regla, responde a lo dicho anteriormente: una pieza rara y desconocida para nosotros de un autor al que sin embargo conoce todo el mundo. Los diseñadores de la colección, los Hermanos Berenguer, actualizaron aquel diseño y le añadieron unas ilustraciones que proceden del naturalista alemán Ernst Haeckel, tanto en las cubiertas como en la estampa a color que encartamos en cada libro. Otro hallazgo maravilloso porque encaja perfectamente con la idea de Wunderkammer. Además, decidimos imprimir las cubiertas de esa colección en tipografía móvil, en una Minerva que tiene casi cien años, en una tipografía Bodoni que hicimos fundir expresamente para la colección. La colección Cahiers, que salió más tarde, aunque se imprime ya de otro modo y en otro formato, juega con los minerales en la cubierta porque consideramos que es la vitrina de los minerales de nuestro gabinete de maravillas. Además, rememoran también las láminas de Haeckel de la colección «madre». También detectamos un especial interés por lo metaliterario. Cuéntenos en qué orden fueron apareciendo las colecciones de las que consta la editorial y cuáles son sus características propias.
Nuestra colección principal es la colección Wunderkammer, con las características formales que he explicado ya, y con textos que parten del romanticismo hugoliano y recorren todas sus ramificaciones: decadentes, simbolistas, poetas malditos, surrealistas, psicoanalistas, ocultistas. Es nuestra colección más «decimonónica» en espíritu. Luego lanzamos la colección Áurea, con las cubiertas doradas y la fotografía en blanco y negro, que es la más metaliteraria: entrevistas a escritores (Pierre Michon, Enrique Vila-Matas), diarios y confesiones biográficas (Nabokov, Claude Cahun, Unica Zürn), antologías (Valentine Penrose, próximamente Cristóbal Serra)... Tanto el diseño como el contenido están muy enraizados en el siglo XX. Finalmente, con la colección Cahiers de ensayo contemporáneo pusimos un pie en el siglo XXI sin olvidar el universo de intereses de Wunderkammer. ¿Cree que el ensayo será la forma literaria imperante del siglo XXI? ¿Ha pensado en algún momento publicar ficción? No creo que se convierta en forma imperante, aunque sí está y estará en alza entre algunos sectores. La ficción (sobre todo la que apela al mero entretenimiento) es la que se lleva la mayor parte del pastel en el mercado editorial y creo que esto seguirá siendo así. El público mayoritario (y no hablo ya solo de lectores) busca distracción e identificación emocional con los protagonistas de las historias (historias con argumento, trama, personajes…), algo que generalmente un ensayo o una obra literaria rehúyen: buscan precisamente lo contrario —dar a conocer lo desconocido, romper con lo establecido, ofrecer una mirada nueva—. No me he planteado en ningún momento publicar ficción contemporánea porque me cuesta conectar con el gusto actual, no entiendo nada. Háblenos de su fondo editorial. ¿Qué busca para cada una de las colecciones y cuáles han sido los libros qué mejor han funcionado? ¿Alguna anécdota con la gestión de los derechos? Ya hemos hablado de la definición de las colecciones y, aunque al ponerlo por escrito parecen cajones estancos, la verdad es que hay algunos títulos que han aparecido en una y podrían haber estado en otra tranquilamente. Lo que las une es un espíritu común. Un universo semántico que está presente en las tres. Los tres libros más vendidos hasta ahora en la editorial, por ejemplo, parecen muy distintos entre sí y, sin embargo, comparten algo, más allá de haber sido escritos por mujeres: La
revolución de las flâneuses (Anna María Iglesia, colección Cahiers), Sol negro. Depresión y melancolía (Julia Kristeva, colección Wunderkammer) y La condesa sangrienta (Valentine Penrose, colección Wunderkammer).
Sus libros están en todas las mesas de novedades compitiendo con los de los grandes grupos. ¿Cómo es la experiencia de editar desde un pueblo de Girona? A veces resulta desconcertante, un poco alucinatorio incluso. Tecnológicamente está claro que hoy se puede editar desde cualquier parte, colaborando a distancia con otros y desplazándose cuando hace falta, pero el salto entre el lugar de creación (mi pueblo, mi casa, mi cabeza) y la «arena exterior» (librerías, ferias, actividades varias) es tan grande que produce extrañeza y alguna crisis de identidad. Y algún episodio cómico, también: recuerdo estar negociando los derechos de publicación de Sueños de un insomne, de Vladimir Nabokov, con la agencia Wylie, una de las más importantes del mundo. Era un contrato muy estricto, muy exigente, con muchas «amenazas» de penalización legal si se incumplían numerosos detalles, etc. Yo estaba negociando todas estas complicadísimas cláusulas en pijama, sentada en mi pequeño escritorio de mi estudio, en una estancia que no hace tantos años servía para poner a secar tomates y patatas, y tenía la sensación de que, en cualquier momento, si me equivocaba en una sola palabra, iba a venir un helicóptero de la policía de Nueva York a llevarme presa. En este caso, el abismo entre interior y exterior era tan grande que daba risa. Pero firmamos el contrato y el libro se publicó.
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El Cielo Raso
Entrevista a Tito Expósito (Baile Del Sol) Texto: Fernando Clemot Fotografías cedidas por el entrevistado ©
La editorial se forma como colectivo cultural. Allí se aglutinan jóvenes que venían del mundo fanzinero de mediados de los ochenta, de colectivos de escritores y del entorno nacionalista-africanista. Su principal filosofía era la de dar una oportunidad de edición a aquellos escritores noveles que tenían dificultades para ver publicada su obra. En ese primer momento, son autores de las islas los que pasan a engrosar nuestro catálogo, pero también llegan las primeras aportaciones de africanos, españoles e hispanoamericanos.
Dentro de este pequeño recorrido por editoriales que no estuvieran editando desde Barcelona o Madrid no queríamos olvidarnos de las editoriales de las islas, una suerte de periferia de la periferia. En este caso, Baile del Sol, fundada en Tenerife en 1992 y con casi mil títulos a sus espaldas, nos parecía uno de los mejores ejemplos de la edición lejos de las dos grandes plazas editoriales. Hablamos con Tito Expósito, editor de Baile del Sol desde hace ya treinta años.
Recientemente, Baile del Sol ha cumplido treinta años como editorial. Nacida en Tenerife a principios de los años noventa, sigue asentada allí. Pero ¿cómo fueron esos inicios, esos primeros años?
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Imagino que habría otras editoriales insulares que servirían como modelo o inspiración a Baile del Sol. ¿Cuáles eran y qué crees que aportaron al mundo editorial canario? Justamente nuestra intención era no parecernos a las que había en aquel momento. Quería ser una editorial radicalmente opuesta al ombliguismo insular que imperaba. Anagrama era nuestra editorial de referencia. Nuestra vocación era internacionalista; queríamos autores de otras latitudes en nuestro catálogo, pero también que los insulares pudieran conocerse en otras geografías. Ser, en definitiva, puente entre orillas. Editar en Tenerife. La insularidad. ¿Qué tipo de problemas o trabas puede tener publicar desde Tenerife? Ahora mismo, solo ese, el de la insularidad, que se traduce en los altos costes del traslado de mercancías y los trámites de aduana. Nosotros imprimimos en Getafe por la diferencia abismal de costes de impresión y distribución. Así que hemos invertido el proceso y ahora es el mismo que tienen las editoras peninsulares. Nos cuesta lo mismo que a ellas traer los libros hasta aquí.
También imaginamos que debe tener alguna ventaja. ¿Cuáles podrían ser estas? Pues si la hay todavía no la he encontrado. Quizás la única que se me ocurre es que la venta de libros tiene el cero por ciento de impuestos. En los últimos años se diría que la editorial ha puesto también su atención en la literatura que viene de África, muy a menudo olvidada por los grandes sellos. El interés por la literatura africana está desde el principio. Iniciamos la andadura editorial en enero de 1992 con dos obras, una de las cuales se titulaba Cantos del Sahel, un conjunto de poemas escritos por niños de Níger que estudiaban castellano en su país y habían sido recopilados por su profesor centroafricano. Siempre hemos apostado por dar a conocer la cultura y literatura africanas, tanto publicando como, en su día, participando en la organización del Salón Internacional del Libro Africano (SILA) en Tenerife (cuatro ediciones), que lamentablemente las instituciones se encargaron de cercenar. Uno de los grandes títulos internacionales que tradujo Baile del Sol fue Stoner, de John Williams. ¿Cómo fue el encuentro como editor con esta novela? ¿Qué otros títulos destacarías entre el catálogo de Baile del Sol? Stoner es la obra que todo editor quiere encontrar algún día. Este título sobre el que, de repente, comienzan a salir reseñas positivas; que el boca a boca hace que se expanda a una velocidad vertiginosa y se convierta en un long seller. Gracias a sus ventas la editorial ha podido mantenerse durante estos últimos diez años: nos ha dado la posibilidad de invertir en nuevos autores,
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El Cielo Raso
Entrevista a Tito Expósito
sobre todo de procedencia africana o del Este europeo, las dos zonas geográficas por las que hemos apostado principalmente para nuestras traducciones. Creo que tenemos algunos títulos que deberían haber tenido mejor recorrido: 1) La mujer que huye, de la quebequense Anaïs Barbeau-Lavalette; 2) Punto de control, del serbio David Albahari; 3) entre los africanos, destacar Explicación de la noche, de Edem Awumey; Bajo las ramas de los udalas, de Chinelo Okparanta, o La tranquila violencia de los sueños, K. Sello Duiker; 4) y entre los hispanos, una magnífica recreación de los últimos días de Pessoa, recogidos en la novela La lluvia oblicua, del onubense Manuel Moya.
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¿Cuál sería el circuito principal de ferias o encuentros literarios en las Canarias? ¿Nos podrías hacer un pequeño recorrido? Principalmente, las ferias de las dos ciudades capitales de provincia y, luego, en menor medida, las locales. Pero al fin y al cabo se trata de propuestas muy similares a las que se hacen por el resto de la geografía estatal, donde se invita a los autores de las grandes editoriales españolas y donde se rellenan el resto de las horas y espacios con la producción local. Los primeros vienen con gastos pagados, e incluso con dietas, mientras que los segundos tienen que dar las gracias por haber sido invitados. ¿Cómo se imagina Baile del Sol en un futuro? ¿En qué estáis trabajando? No está claro si habrá un relevo cuando me jubile dentro de tres años, porque trabajar en una editorial como la nuestra es un modo de vida que implica muchas renuncias y dedicación absoluta. En México llevamos unos años entrando poco a poco con nuestros títulos gracias al entusiasmo de nuestra distribuidora, Yunuén Carrillo; alguien como ella sería la persona ideal para dirigir el futuro de Baile del Sol. Nuestros proyectos inmediatos se centran en reforzar las dos colecciones africanas con una decena de títulos ya en preparación para estos próximos años. También la de Poesía va a experimentar un empujón con la llegada de Álvaro Hernando a su dirección, y retomaremos la colección Deleste con nuevas obras de autores que ya tenemos en catálogo y alguna nueva incorporación. Y, por supuesto, seguir apostando por esa literatura de raíz, que bebe de la tradición oral, caso de la obra de Ignacio Gaspar o de la novela editada recientemente, Ferretería de cabras, de Jaime Padrón Castañeda.
Entrevista con Ediciones Nobel (Oviedo, Asturias) Texto: Fernando Clemot Fotografías: Ediciones Nobel ©
Asturias es, dentro del panorama editorial, una de las regiones con una personalidad en el sector más propia y marcada. A la generación de las Trea, KRK o Nobel ha seguido ahora una generación nueva de editoriales como Pez de Plata, Trabe, Hoja de Lata, Sportula y un largo etcétera. Para que nos acerquen a esta realidad editorial hemos hablado con el equipo de Nobel, afincado en Oviedo, en un moderno edificio de oficinas.
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El cielo raso
Entrevista con Ediciones Nobel
Lo mejor será que empecemos por el principio de vuestro proyecto. ¿Cuáles crees que son las características principales de Ediciones Nobel, aquello que la ha ido distinguiendo a lo largo del tiempo? Ediciones Nobel fue fundada en el año 1989, cuando el periodista Graciano García, director emérito de la Fundación Príncipe de Asturias, decidió plasmar su pasión por los libros en un proyecto editorial que sigue siendo una referencia para todo aquel que tenga interés por la cultura. A lo largo de su historia han sido innumerables los proyectos que han visto la luz. A Ediciones Nobel le corresponde el honor de haber publicado las obras completas de Clarín, un Quijote monumental y una edición única de La Regenta en gran formato. Al mismo tiempo hemos publicado guías de turismo de Asturias, Pontevedra, Madrid; y múltiples libros de gastronomía. Ediciones Nobel no ha dejado de crecer en este tiempo y ahora forma parte del mismo grupo editorial que Ediciones Paraninfo, Editorial Everest, Mundi-Prensa y Alfa Centauro, cinco sellos muy diferentes, pero con un nexo común: la experiencia y la excelencia. La editorial está radicada en Asturias, en Oviedo. ¿Qué problemas o ventajas crees que genera en vuestra editorial, o en cualquier editorial, no estar en Madrid o Barcelona? Estamos muy orgullosos de hacer de Asturias nuestra sede y nuestra bandera. «Desde Asturias al mundo» podría ser nuestro lema. Nosotros no le vemos ningún problema a tener nuestra sede principal en Oviedo (aunque también tenemos oficinas en Madrid). Defendemos la industria de las artes gráficas asturiana, de la que somos los principales clientes; y estamos integrados en el Gremio de Editores de Asturias, junto a más de veinte sellos. Más que preocuparnos de supuestas ventajas o problemas por estar en Asturias, deberían los medios y profesionales del libro de esas dos regiones interesarse por lo que está pasando en lugares como Asturias y León, donde se está revelando una importante corriente de nuevas editoriales y libros que tienen alcance nacional.
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¿A qué problemas se enfrenta una pequeña editorial a la hora de desarrollar su trabajo? ¿Crees que estas editoriales tienen una suficiente visibilidad? ¿Hay el suficiente apoyo? La situación económica general y el exceso de espacio que ocupan propuestas de editoriales grandes son los principales problemas. Ahora bien, no estamos a favor del pesimismo, sino del trabajo constante. Lideramos algunos sectores, tenemos sin duda el premio de ensayo más prestigioso del mercado y hemos dado un impulso muy grande a la poesía a través de nuestro galardón internacional y nuestro apoyo a la iniciativa Asturias, Capital Mundial de la Poesía. El apoyo se lo tienen que dar a cada editorial sus lectores. No imaginamos que pueda haber otro mejor. Nuestra única preocupación es editar libros para ellos y cuestionarnos constantemente acerca de qué les gustaría leer. La visibilidad viene seguida del interés por esos libros. Nos gustaría que nos pudieras aportar una visión general sobre las editoriales en Asturias. Las que hay ahora y quizá algunas que tuvieron una fuerte impronta y ya no están. Asturias tiene un rico entramado de editoriales modernas y muy vivas que abarcan desde los temas regionales, la gastronomía, la cultura y la lengua asturiana a la publicación de novelas, poesía y reediciones de claro alcance nacional e internacional. No nos atrevemos a destacar una sobre otra, pero todas se complementan perfectamente. Además hay que subrayar el buen ambiente existente entre ellas y la solidaridad que preside todos sus actos, algo que han destacado agentes del mundo del libro. Las iniciativas editoriales nacen e, inevitablemente, a veces también mueren. Echamos de menos algunas revistas y sellos que iluminaron grandes páginas, pero siempre preferimos mirar hacia el futuro. Nobel es también una editorial que promueve algunos premios de ensayo, narrativa, poesía. ¿Cuáles son estos y qué impulso le dan a la editorial?
conlleva una dotación económica de nueve mil euros, la más alta del panorama editorial español dentro de esta temática. Por otra parte, desde hace una década otorgamos el Premio Internacional de Poesía Jovellanos, El Mejor Poema del Mundo, un galardón abierto a creadores de todos los países que reconoce el mejor poema escrito en cualquier lengua del mundo. Mantenemos así vivo en autores de todo el mundo el recuerdo del ilustrado español que engrandeció con su vida, obra y pensamiento a la humanidad entera, y entre cuya memorable obra escrita también tuvo su lugar la poesía. Hay que destacar que es el único premio del mundo que reconoce un solo poema, y no un libro entero, lo que lo convierte en excepcional. Cada año recibimos miles de poemas de todos los países del mundo escritos en cualquier lengua. También Asturias es conocida por tener algunas ferias o congresos muy conocidos. ¿Nos podrías hacer un pequeño recorrido por ellos? Participamos en LibrOviedo a través de nuestra distribuidora y directamente en la Feria del Libro de Gijón, FeLix; y en la Feria del Libro de Ribadesella. Asturias tiene muchos clubes de lectura, bibliotecas y librerías volcadas en la promoción de la lectura; nosotros queremos ser uno más y apoyar este entusiasmo, que existe hasta en los pueblos más pequeños, por leer y querer cada día aprender y disipar las tinieblas a base de libros.
Ediciones Nobel convoca desde hace casi treinta años el Premio Internacional de Ensayo Jovellanos con periodicidad anual. Este galardón tiene por finalidad dar a conocer propuestas originales y reflexiones profundas que estimulen la apertura de nuevos caminos en la permanente lucha del hombre por ensanchar los horizontes de su conocimiento y por hallar respuestas a los numerosos problemas e interrogantes que conmueven a la sociedad contemporánea. La obra ganadora es publicada tras conocerse el fallo del jurado, queriendo aportar así al sector del libro y al panorama cultural español un producto editorial de contrastada calidad. La concesión de este galardón
¿Hacia dónde se mueve Nobel? ¿Qué tipo de iniciativas o proyectos tenéis en mente? Vamos a publicar de forma inminente el nuevo libro de la gran ensayista Remedios Zafra, El bucle invisible, una obra donde propone estrategias para no dejarnos vencer por los algoritmos, que parecen hoy predeterminarlo todo; y al mismo tiempo nos preguntamos por curiosidad acerca del futuro de España, por eso publicamos una biografía sobre Alberto Núñez Feijóo para acercar al público sus ideas y las claves de su liderazgo. Se titulará A propósito de Feijóo y lo escribe el exvicepresidente de la Xunta de Galicia, Xosé Luis Barreiro Rivas. Nunca dejamos de considerar títulos y libros, y esperamos retomar nuestras publicaciones sobre turismo y también el libro gastronómico.
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La vida breve
La respuesta Lorenzo Rodríguez
Regina Giddens: “I hope you die. I hope you die soon. I’ll be waiting for you to die”. La Loba (The Little Foxes; William Wyler, 1941)
—Púdrete en el infierno, hermano. Expulsa la frase en voz alta, la boca tan cerca del cristal que la separa un metro del ataúd que, por un instante, lo empaña. Los ojos. Los ojos bien abiertos. Gira la cabeza hacia atrás, teme que la hayan podido oír. Está sola. Más tarde se pasará alguna vecina por el tanatorio, lo duda, no muchas. Nadie. «¿La masajista? Tú estás loca. Quién sabe ya por dónde andará, con el dinero que nos ha robado con ese otro sinvergüenza de la cadena de oro. Admite que eres un iluso, que te ha desvalijado. A los dos. Sí, porque esos ahorros eran tan tuyos como míos. Me los merecía, después de tantos años.» Llaman a la puerta de la sala, se sobresalta, entra un sacerdote. Al darle una mano de pésame, ella huele el incienso impregnado en su sotana. Sin pedir permiso, el cura hace con los dedos la señal de una cruz en el aire y dirige unas palabras al difunto. «Y tú que renegabas de todo esto. Aguanta la sarta de mentiras en tu honor, Leopoldo Durán, no te conocen.» Tras un padrenuestro, el hombre le entrega una estampa de la Virgen y ella le da las gracias y se despide de él, el café que se ha tomado media hora antes transformado en náuseas. Vomita en el cuarto de baño. Luego, sentada en el váter, la desnudez lechosa en sus muslos, revive el rostro de su hermano: baba en las comisuras, los párpados entornados y la nuca apoyada en el respaldo del sofá de su casa. Un episodio consentido, una más de sus rutinas. Observa sus bragas en las rodillas. «Tantas veces me lo exigiste, que me bajara la falda y me las quitase, allí de pie, en medio del salón, delante de ti.
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Que te lo enseñara todo, pero muy despacio.» Al principio veía cómo él, arrellanado, se la meneaba entre la bragueta del pijama. Con el tiempo, ella apartaría la vista para perderse en los dibujos de las cortinas del balcón, mientras él terminaba. Regresa al cristal. Detrás, junto al féretro, un par de cirios sin llama y una corona de claveles rojos y blancos, Tu hermana no te olvida en la banda de tela. Aquellas películas. «Te corrías y, sin ni siquiera limpiártela, me ordenabas que trajera la banqueta de la cocina —aquí no hay sitio para los dos, estoy harto de tus cojines bordados—, refunfuñando a ver qué mierda ponían esa noche en la televisión.» Estudia sus facciones, él tardó pocos segundos en comprender, el terror del infarto convertido ahora en una serenidad que nunca mostraba en vida. Ni cuando caía dormido. «Enseguida tus ronquidos me regalaban el mejor momento del día. Aun así, sin apenas moverme para que no te espabilaras, sentada en el taburete, la dureza de la enea se me clavaba y me entumecía. Pero inclinaba con gusto la espalda hacia la pantalla, el volumen bajo, a menudo me costaba escuchar el sonido.» El chorro de aire acondicionado dirigido hacia el cadáver en la caja, los extremos de la cinta que adorna el círculo de flores tiemblan ligeramente. Le recuerdan las caderas de la masajista al andar, el canalillo sin pudor, cuajado de ondas su pelo. «Y pensar que fue idea mía lo de las visitas a domicilio.» Desde que aquella miserable llamó al timbre por primera vez para tratar a Leopoldo de sus dolores en las lumbares, supo que las cosas cambiarían. Lo que pasaba dentro de la habitación de su hermano era fácil de imaginar. «Yo ya solo te importaba para salir de recadera a comprar tus medicinas, el periódico, las monedas contadas hasta el último céntimo, que los muebles brillasen libres del polvo que te repugnaba, la lavadora con tu ropa, la plancha diaria, caliente la comida en el plato. No me obligaste
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La vida breve
Lorenzo Rodríguez. La respuesta
más a ser la testigo de tus jadeos, los de un cerdo que eyaculaba su veneno ante las carnes de una vieja como yo. Mi presencia te revolvía las tripas. Ansiabas que me muriera y, sin embargo, qué corta ha sido tu jubilación, ya ves.» Los ojos. Los ojos bien abiertos. A partir de entonces, después de cenar, él se iba rápido a la cama. Y ella, sin atreverse a ocupar el sofá incluso sola, sin sus ruidos al lado, siempre la inercia de la banqueta, y la pomada para aliviar el cardenal de algún que otro empujón, aguardaba a que los anuncios concluyeran y arrancasen los títulos de crédito. Aquellas películas. Sus favoritas, los dramas. Actrices en blanco y negro, vestidas para una fiesta o envueltas en andrajos; esposas, viudas, madres, hijas. Amantes, solteronas. La música acentuando las miserias de todas, lo que tienen en común: su rol de víctimas. Sus compañeras de viaje, arrinconadas al igual que ella. Abandona de nuevo el cristal. Se sienta en uno de los sillones, en el borde, sin evitar la postura de la mascota acobardada, la que con insistencia adopta sobre aquella banqueta, el bolso de los domingos de misa con la cremallera estropeada en su regazo. Saca la estampa de la Virgen y la rompe con rabia, un vistazo a su alrededor. Procura calmarse, pero el silencio pronto se vuelve a interrumpir cuando destapa una caja de pastillas de regaliz. Con torpeza. Para mitigar la acidez que continúa en su garganta. «Tan listo y tan ignorante, ¿qué te creías? ¿Es que tú no te asomabas a la ventana después de las friegas, con ese tufo insoportable a linimento, una vez que ella se marchaba? ¿Estabas al corriente de que en nuestro portal la esperaba el canalla de la cadena de oro en el cuello? ¿Que la arrastraba por el brazo calle abajo hasta doblar la esquina, cada día con más impaciencia en su cara?» La manga del abrigo con un agujero de polilla, un punto suelto en la media. El pañuelo, ni frotado con lejía. «Jamás te pedí un capricho. No hurgué entre tus papeles bajo llave, la cuenta del banco un misterio. Si existía un escondite donde ocultabas los fajos de billetes, me estaba vedado. Lo sospechaba, eso es todo. Suponte que me decidiera a presentar una denuncia: sería el hazmerreír de los policías. Dime tú qué tendría que testificar. Me jodiste bien jodida, hermano.» Se levanta, camina, los pasos hacia una pared, hacia otra, el estómago en zigzag, las sienes a presión, el suelo se acerca, se aleja, unas gotas de sudor que resbalan por su espina dorsal pese al frío, todavía persiste en su nariz el incienso del cura, le falta el aire, un tacón torcido, el izquierdo, cada tarde las risas de la masajista en la alcoba, cada tarde el castigo del rechazo, cada tarde, a la hora convenida, la intrusa, el asco insufrible al reclinar la frente
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en el hielo del cristal que la separa un metro de Leopoldo. Sus mejillas no se cubren de lágrimas. No tiene. Los ojos. Los ojos bien abiertos. Respira hondo. Muy hondo. Porque en ese mundo blanquinegro que aparece en el televisor abundan las que luchan contra la asfixia, lo mismo que ella. Como aquella mujer. Regina. La Loba. Una dama que, en su mejor escena, no se inmuta mientras su marido agoniza. El frasco con el líquido para aplacar el corazón de aquel hombre queda lejos, pero Regina no se lo alcanza, permanece inmóvil, no renuncia a su frialdad en la butaca donde ha tomado asiento hace un rato. «Abriste de un portazo tu cuarto, los cajones del escritorio revueltos, alguno volcado, no buscabas únicamente tus píldoras. Venías hacia mí como un borracho, los labios del color del vino tinto, pero tú nunca has bebido.» El marido de Regina la mira, se alza sobre los reposabrazos de su silla de ruedas sin apenas fuerzas e intenta sostenerse sobre las piernas, se tambalea al pasar por delante de ella camino de la escalera. Regina no se da la vuelta, es una estatua, una máscara de cejas muy arqueadas, ni un solo pestañeo. «Tú también avanzabas ahogado, el pecho te ardía, una punzada y otra y otra más, y te desplomaste antes de llegar al final del pasillo, yo estaba allí, quieta, mi mirada fija a distancia en los cajones —ayúdame, vieja estúpida—, reclamabas mi socorro con tu voz sin voz, y los ojos bien abiertos de Regina me paralizaban, eran ahora míos, los míos, y no te costó entender.» La barandilla auxilia al marido durante los primeros peldaños, cae sin sentido en la alfombra que trepa hasta el piso de arriba. Solo es entonces cuando la Loba grita, un aullido que avisa a los criados. «Yo no me agaché, tres, cuatro minutos, estaba segura al oprimir tu costado con la puntera de mi zapatilla. El odio que me guardabas vencido por el engaño. El precio que habías pagado, contigo a la tumba. Púdrete en el infierno, Leopoldo Durán.» Fundido a negro y fin. Y el vacío. Al instante, oye un murmullo que procede del exterior. Fuera, en la galería, donde desembocan las demás salas, familiares y amigos de otros muertos fuman con amargura sus cigarrillos, se lamentan de su desgracia, estrechan sus cuerpos de duelo. Para ella son simplemente las doce en su muñeca, la noche va a ser larga, qué película estará hoy a punto de acabar. Y piensa en por qué, en todo este tiempo, nunca planeó tirar la maldita banqueta, las astillas de aquel taburete en la basura, un tren al amanecer con pocas cosas en la maleta, el dinero escaso prestado por alguna conocida de la parroquia, los recuerdos para ella sola. Si pudiera llorar, en las lágrimas hallaría la respuesta.
Lorenzo Rodríguez Blanco. (Madrid, 1963) es licenciado en Bioquímica y Biología Molecular; ha trabajado durante treinta años en Telefónica. Desde 2015 ha asistido a diferentes cursos en la Escuela de Escritores, participando en los libros de alumnos La mancha mínima, Un cielo propio y Doce formas de mentir. En la actualidad, realiza un curso tutorial en la citada escuela y prepara su primer libro de relatos.
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Los pescadores de perlas
Microrrelato inédito
Miguelángel Flores Microrrelato ganador de la categoría en castellano de la XI Edición del Concurso de Microrrelatos de La Microbiblioteca de Barberà del Vallès (www.lamicrobiblioteca.com). El jurado final del concurso estuvo compuesto por la catedrática de literatura y directora del CEPEL Laura Pollastri, el escritor y periodista Luis Landero Durán y el escritor y guionista Manu Espada.
El amor justo Suele pasar los domingos en el tanatorio. No tiene familia, allí nadie pregunta y siempre hay cariño de más. Le hacen sentir parte de ellos, o de algo, el día entero. Así, aprovecha y acompaña a la viuda en su desconsuelo y está pendiente de los huérfanos y les da ánimos. Se entrega atendiendo a familiares en el sufrimiento, consolando a amigos en su dolor. Igualmente, ofrece conversación a quien ni siente ni padece, que también los hay y lo precisan. Pero, sobre todo, procura escuchar. A todo el mundo. Todo el tiempo. Y toma notas. Con disimulo. De lo que le explican y de lo que se cuentan entre ellos. No hay fallecido que no tenga alguna cuenta pendiente. Solo hay que prestar atención para captarla. Luego, al llegar a casa, en la misma soledad de siempre, repasa los apuntes. Compara con otros, ata cabos, investiga, sopesa, valora y, si el difunto lo merece, redacta anónimos pidiendo perdón a amoríos no resueltos, a hijos abandonados o a amigos no correspondidos. Si, por el contrario, no es digno, sin delatarse, escribe a las familias contándoles con todo lujo de detalle lo que ha averiguado, y que desconocen, sobre ese desgraciado al que tanto lloran sin merecerlo.
Miguelángel Flores (Córdoba, 1967) reside en Sabadell (Barcelona). En teatro ha ganado algún premio literario, como el de Carro de Baco, y algún que otro más en festivales o muestras teatrales. Algunas de sus obras estrenadas son: Anda que no te quiero, Consuélame, Consuelo, La vida que bailo, Palomitas de maíz, Moscas, Favor por favor, A palo seco y la rebelión de las Nancys y El morir de Anselmo. Desde que se dedica al microrrelato ha destacado en diferentes concursos. Entre otros, ha sido ganador anual en la VIII edición de La Microbiblioteca y ganador de Los Niños del Paraguas, de Cádiz; obtuvo el primer premio en el Madrid Sky, accésit en el Carmen Alborch de Fundación Montemadrid, y fue dos veces finalista anual en Relatos en Cadena y finalista en IASA Ascensores. También ha aparecido en publicaciones colectivas y antologías del género: De antología, la logia del microrrelato; Relatos en Cadena; Algo que me urge contarte, crónicas ventanianas; Un tiempo breve, Esta Noche Te Cuento; Los pescadores de perlas, etc. En 2014 publica su primer libro de microrrelatos en solitario, De lo que quise sin querer (Talentura). De dolor carmesí (Bululú, 2021) es su segundo libro en este género..
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El castillo de barba azul
Tres poemas
José F. A. Oliver Traducción de Mario Martín Gijón
Identidad nacional Sí En mi pasaporte figura el número siguiente: EC00835133 producido en Alemania importado desde España desde entonces llevo un tatuaje invisible para ser visto en no sé qué Archivo los números ciertamente unen a los pueblos y yo tengo derecho a existir desde que somos esta peculiar mezcla de número identificativo y sello válido tenemos derecho a vivir aquí Gracias Cómo si no hubiera llegado a saber quién soy EC00835133
(De Auf-Bruch, 1987)
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El castillo de barba azul
José F. A. Oliver. Tres Poemas
escalera andaluza para T. «ir hacia la luz — Andalucía, AndaLucía» dijo padre: como SILENCIO en la que trae la luz / como en iluminadora levantando una etimología propia / ascendiendo hacia abajo dijo padre «noche, aceite oscura derramada en la luz negra» escribió en el libro de familia «árbol genealógico, tala desconocida. 1936 dos años / 1939 CINCO» escribió en la línea de la vida: aire de los olivos azul de tormenta origen de la noche lo de «lost generation» no lo dijo nunca (De fernlautmetz, 2000)
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Yo elijo solo las palabras que ya me han elegido pronuncio solo aquello que he aprendido de vosotros son vuestros pensamientos en mí los que me dan esperanza es vuestro silencio aquello a lo que busco una respuesta
José Francisco Agüera Oliver, más conocido como José F. A. Oliver, nació en 1961 en Hausach, localidad de unos cinco mil habitantes en plena Selva Negra. Sus padres eran emigrantes andaluces, que habían llegado desde Málaga el año anterior. Desde sus primeros poemarios, Auf-Bruch (1987), Heimatt und andere fossile Träume (1989), Weil ich dieses Land liebe (1991) o Gastling (1991), Oliver tematiza la fractura en la identidad y en el lenguaje, la «extranjería» que asumió con orgullo y que se funde con una escritura altamente innovadora y original. La escritura de Oliver, que avanza nuevas rutas cada vez más osadas en sus últimos poemarios, como wundgewähr (2018), ha recibido desde el principio la aclamación de la crítica alemana, obteniendo premios como el Adelbert von Chamisso (1997), el Premio Cultural de Baden-Wurtemberg (2007), el Premio de Poesía de la Ciudad de Basilea (2017) y, en 2021, el Premio Heinrich Böll, de la Ciudad de Colonia, uno de los más prestigiosos de las letras alemanas, y que recibieron, en años anteriores, autores como Hans Magnus Enzensberger, Elfriede Jelinek, Herta Müller o W. G. Sebald. Las traducciones aquí publicadas forman parte de una antología cuya publicación está prevista para 2023.
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El castillo de barba azul
Poema inédito
Anna Rossell Traducción del original catalán al español de la autora
Llegar, superviviente, al sueño: alcanzar casi la flor anhelada que crece tras la reja. Tus manos se abalanzan hacia ella —tantas manos se abalanzan hacia ella—, el cuerpo exhausto y un rescoldo frágil en los labios de esperanza. Ante la reja tú, y una caterva de fuego dispuesta enfrente y a tu espalda. Las manos —tantas manos— se agarran a la verja, se elevan hacia el cielo buscando en lo alto el blanco algodón de las nubes flotando en el azul inmenso. Está muy cerca, muchos cabalgáis ya la cresta del cercado... Y una lluvia de plomo os cose el cuerpo. La lluvia es calculada, exactamente urdida; caéis todos abatidos de un solo lado, una alfombra humana de un solo lado de la frontera. Pero han disparado desde ambos: de modo diferente, pero igual. Os han sepultado en la tierra de un país extraño,
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no aquel donde crecía la flor que codiciabais. Entierros negociados; intercambio de favores innombrables entre los gestores del crimen. Nadie sabe quiénes sois. Nadie quiere saberlo. Nadie lo hará saber a vuestro hermano. Porque nacisteis fuera de lugar os han vedado el lugar noble de los grandes, que antaño reventaron y hoy revientan vuestro continente. Ahora habitáis por siempre el limbo del vacío o de la nada. ¿Qué tribunal clamará justicia por vosotros? ¿Alguien ha oído el clamor de un solo magistrado del continente que se erige en salvaguarda de derechos sacrosantos? Todos siguen mudos; han enmudecido las bocas. No sois ni dignos de un titular en los informativos que un día —un solo día— os mencionaron.
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El castillo de barba azul
Poema inédito
Reinhard Huaman Mori No hablo. Miro. En el centro, figuras siempre en constante movimiento. Fachadas. Miniaturas que ocupan un lugar determinado sin albergar ningún sentido. La luz calcina formas en la retina. No me muevo. Apunto. Calibro el objetivo. Se regula el diafragma. Toda la luz anegando el obturador hasta rebalsarlo. Paralelismos que se fijan en una porción específica de tiempo. Y en el centro un área… reductible como cualquier otra. ¿Qué es lo que tengo enfrente, si no es más que una imagen invertida, seccionada por un truco de espejos? El viaje de la materia a través de la nada. Filamentos. La luz dibuja una plaza. Aguzo la vista. La Plaza Dam bajo el sol de marzo a las diez de la mañana, proyectada desde el visor de la cámara. Sin apenas cielo a los costados, —Encuadre horizontal. Un tranvía entrecortado y sin dirección, —Encuadre vertical.
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Y a las afueras del rectángulo la vida continúa. No respiro. Disparo. Mi ojo a la captura de una desaparición. De un halo. En la plaza, empequeñecida por los laterales, se mantiene el bullicio, pese al estatismo. Los ciclistas siguen su curso. Las palomas alzan vuelo. En el centro quedan registrados los anacronismos. Implosiones que se oxidan en la intensidad de un momento. Una gama de tonalidades entrando en combustión consigo misma. Otro disparo. No lo pienso. Otro. Uno más… Se acumulan los registros. Cada enfoque es un desfile de visiones, circunstancias y segmentos. Fractales reproducidos en serie sin conseguir evitar el olvido: —Una plaza— —Una hora— —Un suceso— Ese instante puntual y concreto congelado en una eternidad sin contexto. Aquí, bajo estas condiciones es imposible morir, pero también vivir. ¿Qué es peor, entonces, sobrevivir en una foto o consumirse en el intento? En el centro el escenario sigue siendo el mismo. La Plaza Dam una mañana de invierno entre palomas, tranvías, bicicletas. Gente ausentándose en todas direcciones. Fotogramas incompletos que supuran laconismo. ¿La conjura de la luz y el tiempo o tal vez las imprecisiones, o quizás la inconsistencia, o acaso la fotogenia de un ojo incapaz de distinguir entre lo que pasa a un lado y lo que se refleja en el otro?
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Los polos del imán:
convergencias y divergencias entre Álvaro Cunqueiro y Camilo José Cela Por Saturnino Valladares ovelistas, ensayistas, poetas, periodistas, conferenciantes, editores de revistas literarias…, Álvaro Cunqueiro y Camilo José Cela tuvieron otras significativas similitudes, como su admiración por Ramón María del Valle-Inclán, pero también notables diferencias, que impidieron que fuesen amigos y que motivaron que durante décadas se tratasen con mutuo y explícito desdén. En este artículo me propongo señalar alguna de estas convergencias y divergencias, pero antes conviene registrar su compromiso político durante la guerra civil y los primeros años de la posguerra, pues será el contexto donde desarrollen una intensa actividad periodística y una curiosa actividad poética. En relación con esta última, Álvaro Cunqueiro publica su primer poemario en castellano, Elegías y canciones (1940), y Camilo José Cela, su primer poemario, Pisando la dudosa luz del día (1945). Aunque inicialmente ambos se mostraron contrarios al alzamiento militar de 1936, fueron después dos de las voces más representativas del discurso falangista. Cunqueiro, que había sido miembro del Partido Galeguista (1931) —lo que lo colocaba en una situación comprometida—, se une en noviembre de 1936 a los intelectuales sublevados, y milita en Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (FET y de las JONS) desde 1937. En opinión de su biógrafo Armesto Faginas, este cambio no se produce por una convicción ideológica, sino debido a la influencia familiar y al miedo que padece en
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las primeras semanas de la guerra civil. Como muestra poética de su discurso panegírico en esta época basta recordar «El César escucha como cantas», dedicado a los «Caídos por Dios y por la patria» —publicado en El Pueblo Gallego el 29 de octubre de 1937 y posteriormente incluido en «Corona de Sonetos a José Antonio», Los poetas en la Guerra Civil Española, recopilación de Fernando Díaz-Plaja, y en la Antología Poética del Alzamiento, de Villén—: «Es preciso que cantemos hasta el fin. / Que José Antonio sepa que no hay miedo / ni culebras ni fango ni hambre cruda. / Que cantaremos hasta que no falte / ni un corazón de hombre escrito a su palabra». Junto a este, en la Antología Poética del Alzamiento apareció el poema «He venido a hablaros», años después incluido con algunas supresiones en Elegías y canciones. En 1943, Cunqueiro es dado de baja en FET y de las JONS, y en 1947 regresa a Mondoñedo. Independientemente del cambio ideológico que se produce a partir de estas fechas, algunas de sus declaraciones siguieron provocando controversia hasta el fin de sus días. La que sigue sobre la situación internacional es un ejemplo: «Estoy por la paz, por el colonialismo, contra la independencia de los Congos, contra el comunismo, por la Unidad de Europa, porque en la ONU el voto de Nigeria no valga lo que el de Portugal o Irlanda, contra la bomba atómica, etc. Y no me caen simpáticos ni Castro, ni Nasser, ni los socialistas belgas».1 1. Entrevistado por Juan Ramón Díaz en Faro de Vigo, 1962. Véase Entrevistas con Álvaro Cunqueiro. Edición de Ramón
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El papel de Cela durante la guerra civil y la postguerra no es comparable al de Cunqueiro y resulta ciertamente censurable. Baste recordar que desde A Coruña, el 30 de marzo de 1938, se ofrece como delator al Cuerpo de Investigación y Vigilancia de los fascistas: «Que habiendo vivido en Madrid y sin interrupción durante los últimos trece años, cree poder prestar datos sobre personas y conductas, que pudieran ser de utilidad», afirma en una famosa carta de dominio público. Cuando termina la guerra le escribe una epístola a Marcos Fingerit —director de Fábula—, el 8 de julio de 1939, en la que aborda la crueldad con la que lo maltrata la memoria: «He sufrido mucho por dentro y por fuera. Si el sufrimiento físico y externo ha desaparecido con los últimos tiros, el sufrimiento psíquico, interno, no está en mí sino adormecido y presto a saltar con fiereza de lobo sobre mi memoria a la menor provocación, al menor intento de reconstrucción de los hechos». 2 A continuación, presentaré sucintamente la intensa actividad periodística de ambos en este periodo. «Desde la modesta Era azul ortegana, Cunqueiro consiguió en menos de tres años de progresivo ascenso situarse, cuando acabó la guerra, entre los primeros periodistas del régimen en la propia capital del estado español»3, sintetizó Claudio Rodríguez Fer. Sin embargo, pasadas Nicolás. Vigo: Nigra, 1994, pág. 259. 2. Sotelo Vázquez, Adolfo. Variaciones Cela. Barcelona: Edicions de la Universitat de Barcelona, 2018, pág. 77. 3. Rodríguez Fer, Claudio. A literatura galega durante a guerra civil. Vigo: Xerais, 1994, pág. 207.
las décadas, declaró que «Para un escritor de imaginación es muy difícil trabajar en un periódico y todavía más como director»4. Efectivamente, los ingresos que le proporcionaban los libros, los artículos y las conferencias no eran suficientes ni para él ni para ningún escritor de la época, con alguna excepción, como la de Camilo José Cela. Aunque seguía colaborando en diarios, en revistas y en radio, las dificultades económicas provocan que, en 1961, acepte el puesto de colaborador en el equipo de redacción de Faro de Vigo, pues este trabajo le proporcionará unos ingresos fijos mensuales más elevados. Abandonará este periódico voluntariamente, en el cargo de director, en 1970. Por su parte, el 27 de mayo de 1943 Camilo José Cela se inscribe en el Registro Oficial de Periodistas, aunque ya en ese momento ejercía de redactor jefe del semanario falangista Juventud y colaboraba en otros medios impresos de la dictadura, publicando artículos en revistas falangistas como Y. Revista para la mujer, o Haz, la revista del Sindicato Español Universitario. En estas publicaciones, y en otras más conciliadoras, como la revista Escorial, que fundó Dionisio Ridruejo, también participaba Álvaro Cunqueiro. Del mismo modo, Cela colaboraba con narrativas breves en publicaciones de cuerda falangista —Arriba, Primer plano y Juventud—, posteriormente reunidas en su primer libro de relatos, Esas nubes que pasan (1945). Además, fue uno de los miembros de la Sección de Información y Censura de 4. Armesto Faginas, Xosé F. Cunqueiro. Unha biografía. Vigo: Xerais, 1987, pág. 239.
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Saturnino Valladares. Los polos del imán...
la Delegación Nacional de Prensa de la Vicesecretaría de Educación Popular de la FET y de las JONS desde octubre de 1943. En 1950, Cela seguía siendo uno de los colaboradores habituales en la prensa del movimiento, como Arriba o La Vanguardia Española. En este punto, cabe también destacar que intentó ser director de La Voz de Galicia, cuando Antonio Álvarez Solís fallece y toma el relevo Pedro del Llano Bocelo (1950). Sigue en este punto otra coincidencia biográfica, pues Educación Popular le retiró a Camilo José Cela el carnet de periodista el 31 de diciembre de 1952, y ocho años antes, en 1944, Álvaro Cunqueiro había sido suspendido oficialmente para el ejercicio de la profesión de periodista. El 21 de febrero de 1957 Camilo José Cela ocupa el sillón Q de la Real Academia Española. Cuatro años más tarde, el 23 de abril de 1961, Álvaro Cunqueiro es elegido académico de número de la Real Academia Gallega, pero nunca lo fue de la española. De esta injusticia se quejó Borobó, en La Noche, e incluso señaló una característica de la personalidad cunqueirana que lo distanciaba de otras personas célebres de la misma época: «Álvaro Cunqueiro carece de ese instinto publicitario, común a Dalí, Cela y Dominguín, que tan excelentes beneficios produce. Cunqueiro es incapaz, por ejemplo, de pedir votos para ingresar en la Academia». Además de este instinto, las críticas de Cunqueiro a algunas decisiones y a algunos miembros de la Real Academia Española provocaron la antipatía de bastantes de los académicos, como Camilo José Cela. Este pretendía —y consiguió después de muchos esfuerzos— que se eliminasen las acepciones peyorativas del término gallego. Despreciativamente, el autor de Mondoñedo se refiere a este interés del autor de La familia de Pascual Duarte: «Alguien me dice que yo no he escrito nada acerca de las modificaciones introducidas por la Real Academia Española en las diversas acepciones de la palabra “gallego”. La verdad es que, hablando en plata, me importan un pepino esos cambios; allá la Academia con sus dichos y sus arrepentimientos».5 En otra ocasión, más allá de expresar su indiferencia, el mindoniense justificó su desacuerdo:
Este enfrentamiento directo va acompañado de diversas manifestaciones despectivas sobre la escritura de Cela, lo que no impide que este último declare su admiración por el mindoniense: «De los escritores gallegos me interesa Álvaro Cunqueiro. No obstante, las ligeras declaraciones que él sobre mí hizo en la prensa de Galicia». En fechas próximas a esta afirmación, en una emisora de radio el autor de Merlín e familia vuelve a referirse a Cela desdeñosamente: «... eso que hace Cela me trae sin cuidado». En relación con las críticas literarias mencionadas, me gustaría rescatar un fragmento publicado en las páginas de Faro de Vigo, pues Cunqueiro reseña con notable dureza el libro Tobogán de hambrientos de Camilo José Cela: «En cuatrocientas noventa y tres páginas Camilo José Cela nos cuenta la vida de casi tantos personajes, gentes de extraña onomástica y raros apodos. La más de la gracia consiste en esta anormalidad nominativa en la oriundez de los fantoches [...] Falta imaginación novelística [...] Nada añade este libro a la obra [...] Un libro tonto, irreal, pero no fantástico y esencialmente aburrido».6 Según Armesto Faginas, la insistencia en sus provocaciones trae consigo una dura respuesta de Cela cuando, una década después, le preguntan por los panoramas literarios español y gallego: «Al lado de ensayistas como Valentín Paz Andrade o Domingo García Sabell, o poetas como Celso Emilio Ferreiro o Manuel María, entre otros muchos, hay escritorzuelos de tercer orden, dedicados a la fabricación en serie de libros para la so-
5. Borobó. «Pro don Cunqueiro». La Noche, 14 de enero de 1960.
6. Faro de Vigo, 10 de junio de 1960.
Hacen mal. ¿Quiénes son ellos para éso? ¿Es que pretenden hacer la lengua, la historia de la lengua y hasta la historia del país que va en ella? Mientras «gallego» tenga ese significado peyorativo en Badajoz y en Jaén y en el Cuzco y en Valparaíso, el diccionario tiene que decirlo. A mí no me duele eso de «gallego». Es señal de que anduvimos por allí; es una fe de vida histórica: fuimos. Alguna clavija debimos apretar, a alguien le cercenamos la cabeza, por ese campo pasamos a caballo; poblamos allí donde ahora, en la Extremadura y en la Andalucía, insultan con «gallego» si lo haces.
ciedad de consumo. Me refiero a Álvaro Cunqueiro, narrador a escala diocesana, que solo pudo tener una mínima prevalencia apoyado en su tiempo por la Secretaría Nacional del Movimiento». También en 1960, su revista mallorquina Papeles de Son Armadáns había publicado el poema «Credo» de Celso Emilio Ferreiro, posteriormente incluido en Longa noite de pedra (1962). En este texto se critica a los escritores no comprometidos con la realidad del momento. Aunque no aparezcan nombres y el mindoniense hubiera declarado que no creía que existiese ningún escritor comprometido, parece evidente que Cunqueiro se encuentra entre los que son censurados por el poeta de Celanova. Estos son algunos versos: «Poetas conformistas desta terra / —testicular emporio de esqueletes— / mentras o home loita, chora e sofre, / cantade a violeta, a margarida, / e desfollade a rosa reticente / dos vosos mínimos problemas... / decide sí a todo e medraredes». No fue esta la única vez que Cunqueiro fue criticado por no prestar la atención debida a los problemas sociales y económicos de los gallegos. En ocasiones, él se defendió desde la sección de su periódico: Yo que recuerde —y salvando todas las distancias—, nunca nadie le pidió a Juan Ramón Jiménez que opinase sobre los problemas del campo andaluz, ni a Joyce que hiciese la reforma agraria irlandesa, ni a Carles Riba que solucionase la cuestión de la rabassa morta, ni a Pirandello que acabase con la mafia y la miseria siciliana. Y una de dos: o este país nuestro gallego no tolera un escritor de imaginación en el país —en cuyo caso debe decírsele para que se calle—, o muy importante es un escritor de imaginación, que es lo único que tiene el país, porque se le pide que haga tantas cosas: de poeta y, además, de todo aquello que los que tienen obligación de hacer no hacen… […] El que no me quiera, que me deje. Pero siempre me pregunto porque salen por ahí chinches reclamándome a mí literatura comprometida y todas esas zarandajas.7
7. González-Seco, César Cunqueiro. «Memoria do pai». A Nosa Terra, número extraordinario, 1984.
Cunqueiro, Fernández del Riego y Carballo Calero. Centro Virtual Cervantes ©
Sin embargo, cuando Cunqueiro y Cela reciben, junto al filólogo alemán Joseph M. Piel, el doctor honoris causa por la Universidade de Santiago de Compostela en una ceremonia conjunta el 28 de enero de 1980, el autor de La familia de Pascual Duarte se muestra afectuoso, tal vez porque conoce los delicados problemas de salud del mindoniense. Al parecer este acto tuvo más sombras de las deseadas, según recoge la prensa del momento. La primera página de La Región señala: «Tormentosa investidura de Cela, Cunqueiro y Piel. Un grupo de estudiantes boicoteó el acto». Por su parte, El Correo Gallego da algunos detalles más precisos: «Un grupo de alborotadores interrumpió constantemente la ceremonia. Soltaron tres gallinas en el Paraninfo y lanzaron rollos de papel higiénico y huevos». Irónicamente, Cela afirmó que no oyó nada: «Debió ser poco consistente». A pesar de las diferencias que con desdén manifestaron durante décadas, después de la muerte de Cunqueiro, Cela sentenciará en 1981: «Es una gran pérdida para la literatura gallega y para la española en general. Era un gran escritor, tanto en gallego como en castellano. Su figura será siempre recordada igual que su literatura. Cunqueiro es una pieza de nuestra literatura muy difícil de sustituir». Para terminar este breve estudio, señalaré dos aspectos tal vez menos conocidos: la supuesta familiaridad con Ramón María del Valle-Inclán y su antitética atracción por el pueblo judío.
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En el capítulo «Del pueblo gallego al pueblo judío»8, Claudio Rodríguez Fer señala una diferencia importante entre Cunqueiro y Cela en relación con la cultura hebrea y el pueblo judío, pues mientras el primero muestra un interés por el Talmud y el Golem —que puede leerse en los artículos «Actualidad del Golem y Borges», «El Golem de San Francisco» y «Del Golem y otros»—, por los judíos asentados en la Galicia medieval —que queda registrado en el texto «Los judíos gallegos»— o en la traducción al gallego que el mindoniense realiza de la poeta judío-alemana Nelly Sachs —por cierto, con el seudónimo de Manuel María Seoane—, etc.; Camilo José Cela, en carta a Gonzalo Torrente Ballester, fechada el 17 de enero de 1977, alude a los judíos en tono abiertamente despreciativo: «Los gallegos no quedamos mal nunca y, si alguno nos sale rana, decimos que es judío y en paz».9 Además de enorme admiración por la escritura del creador del esperpento, Álvaro Cunqueiro y Camilo José Cela señalaron en repetidas ocasiones que un vínculo familiar los unía a Valle-Inclán. Así se lo declaró el autor de Merlín e familia a Carlos Casares: «Mi abuela paterna, doña Carmen Montenegro Morfino, era prima carnal de doña Dolores de la Peña Montenegro, madre de Valle Inclán. Y la madre de mi abuela paterna era doña Carmen Morfino Vicetto, prima carnal de don Benito Vicetto. Con los Valle-Inclán, con Carlos, con Xaime, con Mariquiña y con Concha, yo me trato de primo». De un modo similar figura en el «Índice Onomástico» de Las Mocedades de Ulises: «... según aseguró mi señor tío don Ramón María del Valle Inclán». A pesar de estas afirmaciones, el profesor Dionisio Gamallo Fierros recogió una declaración del autor de Luces de bohemia en la que desmiente este parentesco: «Este mocito de Mondoñedo está empeñado en que es pariente mío, por los Montenegro. No es cierto. Ni está empa8. Rodríguez Fer, Claudio. Borges e Cunqueiro, creadores de labirintos. Mondoñedo: Casa-Museo Álvaro Cunqueiro, 2021, págs. 58-64. 9. Carta del 17 de enero de 1977, exhumada por José Lázaro, «La relación de Cela con Torrente Ballester: Correspondencia inédita». Anales de la literatura española contemporánea, 46-1, 2021, pág. 228.
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Camilo José Cela. Casa de América ©
rentado conmigo, ni con el protagonista de las Comedias bárbaras». De un modo similar, Camilo José Cela señala en Memorias, entendimientos y voluntades que su padre tenía un ligero parentesco con Valle-Inclán e, incluso, cuenta que en la década de los treinta este se presentó en casa de sus padres en Madrid para pedir «cinco duros prestados», con la confianza de ser «contrapariente nuestro —su hermano Farruquiño, el boticario de Carballino, estaba casado con una sobrina de mi padre—». En otra ocasión afirmó: «Yo soy pariente del señor Montenegro, el que inspiró a Valle-Inclán»10. Si estos parentescos fueran reales, Cela y Cunqueiro podrían haberse tratado de primos lejanos. Aunque soy consciente de que muchos aspectos interesantes quedaron sin abordar, fue mi intención en esta breve aproximación señalar algunas convergencias y divergencias entre Álvaro Cunqueiro y Camilo José Cela, y presentar cómo fue su conflictiva relación personal. 10. Sotelo Vázquez, Adolfo. Op. cit., pág. 94.
James Joyce: enigmas hastiados de su tiranía Por José de María Romero Barea Es la literatura el refugio habitual de los inadaptados, aquellos que ceden a los irresponsables y escapistas impulsos de perderse en un libro, dejando atrás el fragor de la actualidad. Relato adentro, sobrevivimos inmersos en un proceso de autodisolución, nuestro yo corpóreo se desintegra en múltiplos entes puramente cerebrales. No sabemos cuándo podremos volver a la realidad, como no sabemos cuándo regresará el mundo de ayer, tal como lo conocíamos, o cuándo disminuirá este sufrimiento colectivo que nos infligen los totalitarismos, las pandemias, las guerras. Sabemos dónde encontrar algo de privado consuelo, en un clásico como este, donde nos esperan las claves para entender todas las interrupciones que se nos hacen eternas. Hace cien años, en febrero de 1922, Sylvia Beach, la propietaria de la librería parisina Shakespeare and Company, publicó por vez primera un artefacto literario llamado Ulises. Para conmemorar el centenario de la publicación de esta seminal entrega, proponemos recrearnos con sus sorprendentes admisiones, sus atemporalidades entrelazadas al azar, sus éxtasis basados en los juegos de palabras de ideas (aparentemente) aleatorias. No es solo que la dificultad de su prosa sirva para doctorarse, ni que haya popularizado el modernismo anglosajón. Logra James Joyce (Dublín, 1882 - Zúrich, 1941) una mítica ficción, que fomenta sus propias mistificaciones. Como toda sátira, aborda lo específico mediante sus exposiciones a lo universal; sus detalles reconocibles al instante son espacios seguros donde refugiarnos de las agresiones a la racionalidad. Nos permite esta reedición de 2022 de Cátedra, en pleno
siglo XXI, asistir al artesanal redactar y reelaborarse de algunas de las frases más célebres del siglo XX. Revelador lo que se nos cuenta sobre la felicidad y la dificultad de crear. Lo leemos en trance, como cuando éramos universitarios, en los noventa de la pasada centuria. Tuvimos la oportunidad de analizarlo en clase, junto a sus traductores, Francisco García Tortosa y María Luisa Venegas Lagüéns, profesores de la Facultad de Filología Inglesa de la Universidad de Sevilla; pudimos valorar de primera mano este ejercicio de prestidigitación, de diabólica inventiva inspirada en la lúdica interacción de impulsos que se lo juegan todo a la desesperanza de ser conscientes del propio conocimiento. Es el publicista judío Leopold Bloom el centro ausente de la narración, el foco al que acuden y del que huyen el resto los personajes, su mujer Molly, pero sobre todo el escritor postadolescente Stephen Dedalus. La conciencia de sí mismos los ayuda a trascender su propia autoconciencia, inalcanzable e incognoscible, como la verdad misma, de la que el creador irlandés nos ofrece fugaces retratos subjetivos que compiten entre sí, en «un símbolo del arte irlandés. El espejo rajado de una sirvienta» (cap. 1: «Telémaco»). Se superponen las tramas generativas al contrapunto argumental, patrones de palabras e imágenes exiliadas a un cosmopolitismo consistente en crear una unidad primordial que trascienda las perspectivas fragmentadas. Se interna el coetáneo de T. S. Eliot, Virginia Woolf o Ezra Pound en los dominios de la exageración, en las regiones de la verbolatría, para desentrañar las mentiras a base de comedias; se burla de nosotros mientras parodia nuestro autocrático desdén, trufado de periodos intensivos de digital monomanía.
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José de María Romero Barea. James Joyce: enigmas hastiados de su...
Se hacen eco involuntario sus pasajes de nuestro aislacionismo acunado por los canales de noticias 24 horas. La mofa del creador de Finnegans Wake (1939) nos ayuda a enfrentarnos a las corrupciones del emporio neoliberal. Su heterogénea mezcla de balbuceo y lucidez se enfrenta a la progresista mojigatería. Sus prolijas descripciones escrutan la ceguera medioambiental con los ojos renovados de la risa, lejos de «espejos burlones del alma turbia del mundo», como se sugiere en el cap. 2: «Néstor», «oscuridad brillando en la claridad que la claridad no puede comprender». Una befa implacable se despliega en series que carecen de seriedad, profundidades de una superficialidad influida por un sentimiento que elude cualquier descenso a la sentimentalidad. Basta un párrafo para arrojar la panorámica ilustrada, diríase cinematográfica, de una cotidianeidad de «enigmas, silenciosos, pétreos», leemos en el mismo apartado, «[que] se aposentan en los oscuros palacios de nuestros dos corazones: enigmas hastiados de su tiranía: tiranos, dispuestos a ser destronados». Se renueva nuestra fe en el lenguaje, a base de enfrentarnos a los abusos de la gramática a los que nos acostumbra la sobrexposición al solipsismo social. La pesquisa policiaca nos enloquece al sobreexponernos a una reductio ad absurdum del acto mismo de leer. Desciframos sin entender lo que sucede, hacemos caso de cada personaje, que narra lo que ve; nos obliga el poeta de Música de cámara (1907) a averiguar qué está pasando (y cuándo), a partir de las pistas que deja caer. Son las partes dispares las que se unen en los muchos planos y excesivos niveles de un discurso que explora los distintos matices de una otredad que prescinde de nosotros: «La historia, dijo Stephen, [es] una pesadilla de la que intento despertar» (cap. 2). Nos lleva la corriente sin discernimiento a través de la perspectiva de los diferentes avatares, hasta, con suerte y constancia, ser capaces de armar el artefacto en pleno proceso de descomposición: «[Dios es] un grito en la calle, dijo Stephen, encogiéndose de hombros» (cap. 2). Para dejar atrás la Covid-19, proponemos adentrarnos en el Ulises-22, una lectura esencial en tiempos de trabajos prescindibles, una máscara terapéutica bajo la cual curarnos del fragor de la mascarilla. En esta era de indignación masiva, ese único día en la capital de Irlanda (16 de junio de 1904) supone un cruce de caminos, el comienzo de un proyecto final, consistente en el despliegue de una erudición confinada a un experimento
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abigarrado, de argumentos «errantes lejos por toda la tierra, de cautiverio en cautiverio, multiplicándose, muriendo, naciendo por todas partes» (cap. 4: «Calipso»). En estos momentos de puritanismo entreverado de ignorancia, nos asiste la verborreica morosidad de un constructo disruptivo, distraído, enloquecido y enloquecedor, esclarecedor a través del fluido de doscientas sesenta y siete mil palabras, que evocan un «AMADO Y PUERCO DUBLÍN» (cap. 7: «Eolo»). En este hito trascendente, la nostalgia es una forma de ternura, traducida en la glosolalia lírica de Leopold Bloom, la ambición artística del joven Stephen Dedalus, las íntimas evocaciones de una Molly Bloom que es una Penélope rediviva, sin signos de puntuación que asistan el fluir, libre y desinhibido, de su sinrazón, pues «corrientes de tendencias y eones es lo que veneran» (cap. 9: «Escila y Caribdis»). Experimentamos el vértigo en la desesperación interpretativa de las revelaciones en el hermanamiento de mortalidad e inmortalidad, en la memoria y las fracturas de la imaginación enfrentada a los misterios de la felicidad y las bondades del humor. Una travesura satírica hace aflorar las raíces enrevesadas de la inspiración creativa, las indignidades de la ambición omnicomprensiva, sometida a los interrogatorios morales y materiales de la enajenación perpetua. Se alude en el título al héroe de la Odisea de Homero, se establecen paralelismos (lingüísticos, retóricos y simbólicos) entre Bloom y Odiseo, así como entre Dedalus y Telémaco). Si bien las formas cambian constantemente, los personajes y paisajes del cuentista de Dublineses (1914), son los del mundo en el que se crio el que con el tiempo sería el dramaturgo de Exiliados (1918), los lugares escrupulosa, morosamente representados en «el ahora, el aquí, a través del cual todo el futuro se sumerge en el pasado» (cap. 9). Consciente de que «nuestra epopeya nacional aún no se ha escrito» (cap. 9), Joyce elabora obsesivamente en el resultado sinestésicamente vívido, arrojado al perfeccionismo creativo, como un «náufrago en tormentas horrendas, sometido a prueba, como otro Ulises» (cap. 9). Su identidad alienada se desdobla en el maestro desafortunado, en el joven que lucha por cumplir su vocación artística, el que se rebela contra la tiranía del anterior, consciente de que «la paternidad pudiera ser una ficción legal. ¿Quién es el padre de cualquier hijo que cualquier hijo deba amarle o él a cualquier hijo?» (cap. 9).
Retrato de Joyce por Jacques-Émile Blanche. National Gallery.
Retratos desapasionados muestran los rasgos empáticos del autor que «vuelve, cansado de la creación que él ha apilado para esconderse de sí mismo, perro viejo lamiéndose una vieja herida» (cap. 9). Consciente de la cotidianidad de la muerte (y la vida), en todas sus manifestaciones: silencios electivos cierran el círculo de sentido; otros, selectivos, lo abren. Notable por la variedad de sus estilos, la prosa nunca se interna dos veces en el mismo flujo. Sigue el ejemplo de «Shakespeare, terreno abonado para todas las mentes que han perdido el equilibrio» (cap. 10: «Las rocas errantes»). La revelación, cuando llega, no es sensacional: inadvertida, se acerca a la aprensión extática de la atemporalidad en el terror de lo creado por el entendimiento del poeta enfrentado al impulso implacable que se renueva, mientras se desvía del realismo para incurrir en el pastiche jocoso, va de la ficción romántica a las definiciones despiadadamente secas, en un texto «resplendente, en llamas, coronado, alto en la efulgencia simbolística, alto, del seno etéreo, alto, de la alta dilatada irradiación por todas partes toda surcando todo alrededor en derredor de todo, del sinfinsinfinsinfín». (cap. 11: «Las sirenas»). Se delinean los detalles de la existencia en un reducto urbano: el aburrimiento, la rutina desprejuiciada, la búsqueda obsesiva del orden como baluarte contra la introspección que conjura los miedos y las confusiones de una percepción que fluye a través de dieciocho capítulos: la memoria y la emoción se encuentran, cambian y se recombinan en un caleidoscopio que depreda, antes de manipular «la fuerza, el odio, la historia, todo eso. Eso no
es vida para los hombres y las mujeres, insultos y odio. Y todo el mundo sabe que es precisamente lo contrario lo que es la vida de verdad» (cap. 12: «El cíclope»). Una lectura detenida requiere que cada lector infiera su propio significado: Ulises convierte dicha inferencia en un deporte arriesgado, donde avanzamos a través de las diferentes pruebas, sabiendo que «en el vientre de mujer la palabra se hace carne pero en el espíritu del hacedor toda carne que fenece se convierte en la palabra que nunca morirá» (cap. 14: «Los bueyes del sol»). Ninguna señal abierta acude en nuestra ayuda. Hay que leer alerta a los cambios del discurso. Hay que construir el continuo a través de las interrupciones. Cada uno de sus episodios reinventa el impulso narrativo, pues «todo el que entra se imagina ser el primero en entrar en tanto que siempre es el último término de una serie precedente aun cuando el primer término de una serie sucesiva, cada uno imaginándose el primero, el último, único y solo en tanto que ni es el primero ni el último ni único ni solo en una serie que comienza en lo infinito y se repite» (cap. 17: «Ítaca»). Con urgencia que es valentía, un espejo contemporáneo se arrastra a través de un mundo desaparecido. Su intrépido reflejo, que sigue siendo innovador en estos tiempos invariablemente represivos, mezcla objetividad y alegoría, incertidumbre y destellos de esperanza: «... sí, dije que sí, lo haré. Sí.» (cap. 18: «Penélope»; últimas líneas). Hilarante el escarnio del antipomposo artista, que no excluye al encantador fanático del sexo, al talentoso fantasioso que fue el autor del Retrato del artista adolescente (1916), un escritor cuya maestría continúa atormentando, como predijo, a las sucesivas generaciones de exégetas. Detrás de la extraordinaria saga se esconde el misterioso hechizo de su magia. Su representación matizada del totalitarismo nace de sus huidas de la tiranía. Su deliberada oposición al discurso único descarta la sensiblería. Un enciclopédico ejercicio de autoaislamiento se deshace en fragmentos que opinan sobre los acontecimientos, precursores de nuestra contemporaneidad entreverada de tweets y hashtags, entretejida de orales desmanes, del habla idiomática de llamadas sin respuesta que nos impelen a dejar atrás la apatía, para incurrir en la experimentación formal del intricado rompecabezas. No merece ser leído a saltos. Aprovechemos este momento de comunal desasosiego. Que su sabiduría en línea nos conceda un respiro de la (no tan) nueva anormalidad. Que nos guíe su desconcierto.
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El ambigú
Ulises
James Joyce (Traducción de José María Valverde) Lumen: Barcelona, 2022 960 págs.
Lenguaje y trangresión Por Eduardo Suárez Fernández-Miranda El 11 de junio de 1920 James Joyce conoció a Sylvia Beach. El escritor dublinés llevaba tres días en París y ese encuentro, a la postre, sería decisivo para su extraordinaria novela. Todos sus intentos por encontrar editor para Ulysses habían sido infructuosos, hasta que, en abril de 1921, la dueña de la legendaria librería Shakespeare and Company se ofreció a editarlo bajo su propio sello. Finalmente, el libro vería la luz el 2 de febrero de 1922, coincidiendo con el cuarenta aniversario de James Joyce. Han pasado cien años y la novela se sigue revisando. La editorial Lumen ha publicado una versión actualizada de la traducción que hiciera José María Valverde en 1976. El poeta y traductor señalaba que la mejor manera de acercarse a Ulises era «zambullirse directamente en sus páginas, dejándose llevar por el poderío musical y ambiental de su palabra, y encomendando confiadamente sus oscuridades a la esperanza de una gradual familiarización con la obra». Por su parte Joyce recomendaba a su tía Josephine, que tantos datos útiles le había facilitado sobre Dublín, leer previamente la Odisea, o bien que comprase las Aventuras de Ulises de Charles Lamb: «Puedes leerlo en una noche y lo encontrarás en Gill’s o Browne and Nolan’s por un par de chelines. Después vuelve a probar con Ulises». Cualquier consejo es bienvenido para leer una obra extensa y de gran complejidad. En 1973 Weldon Thornton publicó Allusions in Ulysses, en cuyas más de quinientas páginas señalaba, tan solo, las alusiones literarias que figuran en la novela de Joyce. El escritor dublinés sabía de dicha dificultad y, según confesó a Max Eastman, lo que pedía a su lector era que «dedique su vida entera a leer mis obras». Sin embargo, al mismo tiempo, se pregunta si sus lectores tendrán paciencia para leerlo.
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Uno de los objetivos que persiguió James Joyce al escribir su obra fue «ofrecer de Dublín un retrato tan cabal que la ciudad pudiera, en el caso de desaparecer de repente, reconstruirse por completo a partir de mi libro». Es conocida la compleja relación que mantuvo Joyce con su ciudad natal, y con Irlanda. Andreu Jaume, en el esclarecedor prólogo del libro, señala que «Ulises es una obra viva y llena de humor, a ratos desternillante, irreverente, transgresora y excesiva». Esa transgresión llevó a que los quinientos ejemplares de la segunda edición enviados a Nueva York en los años veinte fuesen quemados. En 1933, finalmente, el juez J. M. Woolsey autorizaría su publicación: «Respecto a las repetidas emersiones del tema sexual en las mentes de los personajes, debe recordarse siempre que el ambiente era céltico y su estación la primavera». La Random House de la época editó el libro. «Escribir bien consiste en hacer continuamente pequeñas erosiones a la gramática, al uso establecido, a la norma vigente de la lengua.» Estas palabras que Ortega y Gasset recoge en su ensayo Esplendor y miseria de la traducción son oportunas en el caso de Joyce; «este rasgo adquiere tal prominencia que se convierte en el distintivo de la novela», como recuerda Eduardo Lago, gran conocedor de la obra joyceana. El enorme acierto en la labor de José María Valverde ha sido «conservar el virtuosismo léxico y fonético del original». Sin embargo, la de Valverde no fue la primera de las traducciones a la lengua española: un desconocido J. Salas Subirat publicó en la editorial argentina Santiago Rueda su legendaria versión. En 1981 se editó, en catalán, la extraordinaria versión que Joaquim Mallafrè hiciera de la extraordinaria novela del escritor irlandés. La edición de Lumen incluye un mapa del Dublín de Joyce, autor de un libro «con el que todos estamos en deuda y del que ninguno de nosotros puede escapar» (T. S. Eliot).
Y no quedó ninguno
Agatha Christie (Traducción de Orestes Llorens) Espasa: Barcelona, 2022 256 págs.
La estirpe de lady Macbeth Por José Abad Después de haber ayudado a su marido a dar muerte a Duncan, rey de Escocia, lady Macbeth —en una famosa escena de la tragedia shakesperiana— se levanta en sueños durante la noche y recorre el castillo familiar a oscuras, llevando en la mano una vela encendida y en el rostro una mueca de horror por las manchas de sangre que cree ver en sus manos. El demonio del remordimiento no la deja en paz: «¡Siempre aquí el hedor de la sangre! —se lamenta—. Ni todas las esencias de Arabia desinfectarían estas pequeñas manos mías». Un pasaje admirable, pero no insólito en la literatura en lengua inglesa, pródiga en mujeres con manos ensangrentadas. Por suerte, la sangre antedicha no es sino la tinta vertida en un sinfín de ficciones, desde la tiniebla gótica en los jardines de antaño hasta la novela negra actual. De la estirpe de lady Macbeth serían Patricia Highsmith, Anne Perry, Susan Hill, Elizabeth George o Jane Harper, autoras famosas, si bien ninguna tanto como la abuelita de todas ellas, Agatha Christie. Al arraigo popular de Christie han contribuido las adaptaciones cinematográficas de sus novelas o su incorporación al mundo de las nuevas tecnologías. Hay varios
videojuegos basados en obras suyas: El misterio de la guía de ferrocarriles, Asesinato en el Orient Express, Muerte bajo el sol o… And Then There Were None (Y no quedó ninguno), que es el título que recibió Diez negritos (1939) en Estados Unidos, que está desplazando al título original. La editorial Espasa acaba de reeditar la novela como Y no quedó ninguno, una sentencia tremendista —y poco afortunada— basada en un verso de la canción que daba nombre al libro, y que destripa el desenlace sin añadir otra sugerencia al texto. Sea como fuere, que conozcamos cómo acaba el tinglado —sin actor vivo en el escenario— no impide saborear esta ficción como lo que es: un tour de force muy aplaudido tanto por los devotos christianos como por los que no lo son. En breve, una pieza maestra del género de suspense. El arranque es brillantísimo. Varias personas que no se conocen entre sí viajan a un mismo destino: la estación de Oakbridge, desde donde se trasladarán a la Isla del Soldado (en el pasado, la Isla del Negro), frente a las costas de Devon. Han sido invitados a la isla por razones diferentes, incluso contrapuestas. Nadie conoce a los anfitriones; todos van engañados. El señor Blore, el único que parece saber algo más que el resto, se encuentra con un viejo marinero que le advierte de la inminencia de una tormenta: «El día del Juicio Final se acerca». El crescendo es magistral. Al poco sabremos que cuando hace mal tiempo la isla queda incomunicada; los protagonistas se están metiendo en una trampa. Esa noche, después de la cena, una voz grabada en un disco acusa a cada uno de los presentes de un crimen: todos tienen sobre su conciencia una o varias muertes violentas. El estupor es general. Para demostrar que la cosa va en serio, cae abatido el primero de los reunidos, el que parecía más lleno de vida. Alguien ha añadido una dosis suficiente de cianuro al vaso de güisqui. En las horas siguientes, como los soldados de cierta canción infantil, los invitados irán sucumbiendo uno a uno a manos de una presencia invisible, inmune al desaliento. La trama está construida con recursos muy cinematográficos. El material se dispone en pequeñas unidades de acción, como secuencias de una película, y el punto de vista salta de un personaje a otro según la presunta objetividad del relato cinematográfico. Posiblemente este sea el modo idóneo para dinamizar una propuesta con un fuerte componente teatral: un único escenario, unos pocos personajes, una única acción… La autora saca un extraordinario rendimiento dramático al artificio; hace palpable la perplejidad de los diez personajes, sus temores, sus sospechas, hasta el punto de hacer sentirse al lector un invitado más en la isla.
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El ambigú
Orfeo
Richard Powers (Traducción de Teresa Lanero Ladrón de Guevara) Alianza Editorial: Madrid, 2021 416 págs.
música para el final de los tiempos Por José de María Romero Barea Gira la aleatoriedad de la narración en torno a lo que se pierde en términos de unificación narrativa, compensada por el complejo laberinto de posibilidades de exploración: «Els solo desea una cosa antes de morir: liberarse del tiempo y oír el futuro». Polifónico el afán del novelista estadounidense Richard Powers (1957) en su evocación de notas y acordes alternativos, haciendo «que el discurso sea tan vano como el de un ventrílocuo en la radio». Articula la novela Orfeo (2014; Alianza editorial, colección AdN, diciembre de 2021) un canto intrincado, corpóreo a base de entrelazadas composiciones, «un cuarteto más allá de todas las estaciones». Se revela el artefacto multidisciplinar a través de las obscuridades del vocabulario, las alusiones sesgadas en un lúdico recuento de consoladora belleza donde «el tiempo se convierte en nada. Los oídos se dilatan». Ningún detalle se considera demasiado sagrado o demasiado profano para merecer su inclusión. Els, el protagonista, escribe «para el amor del futuro y para el amor de un oyente ideal al que casi puede ver». A cambio, precisa de la filarmonía que hace avanzar la historia, «necesita una banda sonora que también se acerque y retroceda». El entretejido de opuestos muestra su predisposición hacia las distintas actitudes, «para que las distintas partes se debiliten y crezcan, se fragmenten y vuelvan a mezclarse para formar un todo», lo que salva al resultado del sentimentalismo o la culpa del sobreviviente. Episodios discretos, con ritmos abigarrados, avanzan desde el descubrimiento «de todo lo que Els ha querido siempre de la música: la restauración de lo perdido y la derrota final del tiempo». Libera sus persistentes secuelas la empresa del novelista galardonado con el National Book Award for Fiction 2006, «como si el fragmento
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completo fuera una de esas canciones hechas a retazos, grabadas, cortadas y ensambladas en bucle». Se adelanta y atrasa la cronología, desvelando cómo las decisiones irrevocables conducen a futuros divergentes. Contundente, la andanada verbal encaja con la contumacia del libro, entrelaza verdades sobre las mentiras y sus estragos, mientras los argumentos «dan vueltas y se elevan hasta que toda la orquesta se convierte en una bacanal giratoria», donde cada segmento se aborda desde el punto de vista de un avatar diferente, lo que subraya realidades en evolución. Los desarrollos acelerados modifican el resultado largamente demorado, la conclusión se muestra en el proceso, hasta culminar en una «historia oscura y resonante, digna de una música espléndida», donde frases y escenarios se modifican para resaltar un trabajo de edición perpetua, confinada a los estados de ánimo de una melodía cuya única función es «curar del drama a los oyentes de una vez por todas». Un acto de exposición parcial conduce a un desnudo completo, al ficticio empoderamiento escondido tras la ironía o la ligereza con la que el ganador del California Book Award de 2014 se compromete con las exigencias de la paradoja: «Estamos hechos para el arte [...] para la memoria [...] para la poesía, o posiblemente estamos hechos para el olvido». Conmovedoras por simpatizar con nuestro presente vivido, las disquisiciones se alejan de los tropos sensacionalistas del apocalipsis de los géneros, optando, en cambio, por una respuesta multifacética, consistente en «enviar una melodía al exterior, hacia un futuro muy lejano; una melodía inaudita, desconocida y ubicua: una música para el final de los tiempos». Más allá del punto de ruptura, variantes de preocupación se convierten en factores determinantes que nos permiten experimentar lo que cambia a medida que evoluciona, «la melodía de una época que el habla no es capaz de alcanzar». Camina Orfeo entre el estilo elevado y la voluntaria parodia de una «música [que] no hace. Es». Que funcione se debe a la determinación con la que el premio Pulitzer de ficción 2019 persigue sus objetivos.
El invierno de los jilgueros
Mohamed El Morabet Galaxia Gutenberg: Barcelona, 2022 288 págs.
Los acordes de luz en el horizonte Por José María García Linares Cuando sopla la brisa de poniente, las ciudades y pueblos norteafricanos que dan al mar se iluminan de forma diferente a como lo puedan hacer otras geografías marítimas. No lo hacen ni mejor ni peor, sino de manera distinta. Las calles parecen cubrirse de una luz tostada, elegante, crujiente incluso, que reverbera en la piel de un mar Mediterráneo repleto de vida, repleto de historia. Ciudades que guardan, también, la memoria de un tiempo perdido y olvidado en donde los lazos con la vecina costa española parecían haber amarrado bien un destino común, un diálogo entre culturas diversas que hoy no es más que un eco casi imperceptible, un susurro silencioso apagándose en el horizonte. Es en Alhucemas en donde da comienzo El invierno de los jilgueros, la nueva obra de Mohamed El Morabet, galardonada con el prestigioso Premio Málaga de Novela 2022. Cargada de luces, de tejidos coloridos al aire en las azoteas, del olor a mar, a pan recién hecho, a boquerones fritos, la novela se construye en torno a dos narradores y dos formas de discurso. El niño Brahim cuenta en primera persona un momento muy concreto de su infancia, el regreso de su hermano Musa a la ciudad tras participar en la Marcha Verde y la pérdida de su madre. Frente al dolor y a la experiencia de la muerte, la ética del cuidado se materializa en personajes inolvidables como Mimuna, Habiba o Rocío, siempre pendientes de los hermanos y siempre respetadas y queridas por ellos; es decir, todos ellos pueden existir porque pueden verse en los ojos de los demás, porque se relacionan íntimamente con los otros. El yo solo es posible en el nosotros. Unos años más tarde, la acción nos sitúa en la ciudad de Tetuán. El punto de vista recae ahora sobre Olga, una profesora madrileña de pintura que recala en la ciudad huyendo de una vida aburrida y poco emo-
cionante al lado de su madre. La forma discursiva es ahora la del diario personal, que la narradora va escribiendo a lo largo de una estancia de cinco meses en los que queda maravillada por las capacidades pictóricas de uno de sus estudiantes, Brahim, con quien vivirá un intenso romance que se verá truncado por las presiones sociales y laborales, debido a la diferencia de edad entre ambos. Brahim le regalará a Olga la inmensidad del horizonte mediterráneo en un lienzo que va pintando en casa de ella; Olga le dejará de por vida el amor por la música clásica, y entre colores y acordes asoma una de las ideas más potentes de toda la novela, la de la posibilidad de escapar al sufrimiento, de resistir los envites de la vida, a través de la belleza, a través del arte. Conforme la historia se acerca a su final, el punto de vista regresa a Brahim, nuevamente en Alhucemas, ahora a cargo de la panadería en la que trabajaba su hermano Musa, gravemente enfermo, cuya cordura parece haberse perdido definitivamente en el recuerdo del desierto. El contraste entre ambos hermanos es el mismo que entre el Mediterráneo y el Sáhara, pero también entre Alhucemas y Tetuán o entre Brahim y Olga, es decir, el funcionamiento de las estructuras bimembres es clave para comprender la novela. Asistimos a la construcción de una identidad, la de Brahim, en la que la belleza y la dureza son indisolubles, porque así es la vida misma. Amor y dolor, alegría y tristeza, mar y arena. Ante el ritmo de la propia vida, Brahim responde con la seguridad de la rutina, del trabajo, de lo conocido. Este es el rasgo que más lo diferencia de Olga y, sin embargo, a pesar de la separación, y sin volver a nombrarla, ella estará presente en cada vinilo que escuche, en cada melodía con la que descanse en la azotea de su casa. Con Satie, Debussy, Bach o Mahler van apagándose las luces de la tarde en Alhucemas, van languideciendo las sílabas del tiempo, mudando los colores, cerrándose una historia, como se cierra la noche. En las páginas finales, los jilgueros nos regalan un último cántico lleno de sorpresas, lleno de horizonte. Un mundo irrepetible. Un mundo inolvidable.
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El ambigú
Espejos Ary Malaver Valparaíso Ediciones: Granada, 2022 268 págs.
Exploratorio de formas breves Por Sandra Bianchi Si la microficción es la rara avis de la literatura, Espejos, la última propuesta de Ary Malaver, intensifica el efecto de rareza inaugurando un novedoso formato lúdico dentro de las formas breves. Desde la primera página se vislumbran los posibles efectos de lectura, ya sea como una provocación para el lector poco predispuesto a la incertidumbre o como una seducción para quien gusta de los bordes y las fronteras difusas en la literatura. Se trata de un curioso objeto-libro al que hay que ingresar en estado de percepción activa, pues su forma integral se desmarca de toda convención e inaugura un recorrido inédito. El lector participa en una dinámica que se sostiene durante todo el libro: el juego gráfico entre el enorme espacio en blanco y la correspondiente nota al pie que organiza cada una de las páginas. Esta disposición espacial invita a leer de otra manera. El uso variopinto de las notas al pie es un acierto de la creatividad de este autor. Por un lado, son las que configuran el relato, o bien como unidad, con autonomía narrativa, o bien leídas en serie, en bloques de sentido. De esa manera, se las libera de su estatus de texto marginal para hacerlas ocupar un lugar central. Una estrategia recurrente es presentar bajo el formato de nota «una versión» aclaratoria o argumentativa de un texto supuestamente ubicado en el espacio en blanco, un texto ausente que el lector debe hipotetizar («existe una versión anterior en francés», «según Quinto de Esmirna...», «la versión original del texto es
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la que sigue», entre otras fórmulas de similar intencionalidad). Estas versiones son la coartada ficcional para introducir relatos, poemas, canciones, crónicas, citas, entradas de diccionario y muchos etcéteras, incluso textos en otras lenguas. El conjunto conforma un exploratorio de brevedades a las que se puede resignificar en las sucesivas o simultáneas lecturas. El corpus de notas configura una puesta en escena de la intertextualidad. En el entramado de todas ellas aparecen las voces de escritores y escritoras, personajes, creencias y filosofías ancestrales, mitos clásicos y urbanos, alusiones a las redes sociales y a diversas marcas de contemporaneidad, entre otros discursos. Toda esta operatoria trae cierto eco borgiano como estrategia para suscitar la conmoción del lector y, consecuentemente, activar su lectura. Entre la cantidad de referencias cultas se pueden reconocer algunas, desconocer otras tantas y hasta se puede dudar de su veracidad. Esta vacilación promueve el trabajo de lectura hipertextual para que el lector busque ampliar o confirmar la naturaleza de lo citado en el afuera del libro. El mundo posible de Espejos es un Aleph a lo Malaver, un punto donde se entraman infinitos actos, actores, objetos, lugares y todas las coordenadas temporales. Pero ¿cuál es el cuerpo del texto? es una pregunta posible a medida que se avanza en la obra. La nota al pie (el texto pleno de signos) hace espejo en el blanco (el texto disponible de signos) y suscita un intercambio de dobles, de reflejos. Esa articulación borra las jerarquías entre el material verbal y el visual y promueve una dimensión de la lectura y la relectura que fusiona la sensorialidad con lo cognitivo. El espacio en blanco invita a los lectores de lápiz en mano a escribir sus propias notas derivadas de los subrayados, de modo tal que, si el lector deja su huella, su alteridad en forma de signo, el espejeo resemantiza el diálogo, el entrecruzamiento de subjetividades. Delectare, prodesse, movere: Espejos nos refleja como lectores-escritores productores de sentido. La palabra que da título a este volumen comparte su etimología con otras que refieren a lo figurado, a lo espectral, al acto de mirar y al de auscultar, y lleva la carga semántica de la tradición a la que Malaver recrea con exquisita poética y lúdico ingenio.
Libro de las ausencias
Miquel Martí i Pol (Traducción de Marta López Vilar) Bartleby: Madrid, 2002 92 págs.
En claridad de vida Por Alberto García-Teresa Absolutamente conmovedor. Este maravilloso poemario del catalán Miquel Martí i Pol (1929-2003), que apareció originalmente en 1985 tras la muerte de su mujer, llega al castellano traducido por Marta López Vilar (que realiza un excelente estudio previo) en edición bilingüe. Se trata de un espléndido trabajo de poesía elegíaca que, sin embargo, aporta un torrente de vitalismo y de esperanza maravilloso. Con un verso formalmente limpio, de ritmo sereno, el autor escribe desde la soledad, desde la conciencia de la ausencia. Expresa su dolor dirigiéndose a la fallecida, pero lo hace tras una primera etapa del duelo, con una pasmosa contención y una rotunda serenidad que no apagan el sentimiento. Al contrario, subrayan el amor. La muerte constituye una brecha en el continuum de la cotidianeidad. La ausencia se constata en los actos habituales que ya no podrán realizarse juntos o en los objetos cercanos, los cuales no serán tocados por ella. Por ejemplo, el contraste entre los ritmos de la vida natural que persiste, con su cíclico renacimiento, y la abrupta ruptura de la muerte se constata, hermosamente, cuando el yo no puede seguir disfrutando de la belleza resurgida de la primavera junto a su esposa. Toda contemplación de la naturaleza supone un elemento disparador de reflexiones alrededor de la nueva situación, no en vano. La vida, a pesar de todo, continúa, y el poeta resuelve seguir sintiendo presente a su pareja a través del recuerdo y de la actualización del pensamiento, con lo que prolonga la
vida en común: «es viviendo que puedo pensarte / y hacerte crecer conmigo». Esa proclamación de continuación del amor y del caminar conjunto constituye la clave desde donde se construye todo el planteamiento del poemario. Supone, asimismo, una estremecedora salida hacia la esperanza. Por tanto, no se pierde en la melancolía ni en la nostalgia, sino que se respira por el vitalismo con una intensidad pasmosa: «a través de ti amaré el futuro». La personalidad de la amada se interioriza y se integra en el yo. Se asimilan pensamientos, gustos, deseos, que forman parte ya, entonces, de un sujeto que vive en compañía desde ahí. Con ello, transforma su forma de actuar y ya no obra mirando únicamente desde sí, sino con la perspectiva recuperada de su amada. De hecho, en las composiciones, el yo se dirige a la fallecida y también a sí mismo. Estas últimas, en concreto, recogen el esfuerzo explícito de posicionarse en ese nuevo axioma. Finalmente, esa experiencia termina por redimensionar la existencia y por dotarla de un verdadero sentido: «Es en la muerte donde aprendemos a vivir», escribe. Y llega a afirmar: «tu lejanía no me inquieta / porque tu muerte se me vuelve, / poco a poco, en práctica de vida». En la línea de Salinas, de esta manera, el recuerdo es una forma de amar, de hacerlo presente, y rompe la soledad («te vivo intensamente sin tenerte»). Esa forma de actualizar la presencia instaura la fortaleza de saberse acompañado: «la vida que vivo, solo no, / sino contigo y con el mundo acompañándome, / lleno de ti aun cuando no te recuerdo». En cualquier caso, no existe autoengaño («no regresarás jamás»), sino plena asunción de finitud, de esa nueva realidad, y una firme voluntad vitalista que, sin duda, constituye, incido, una de las mayores aportaciones de este libro. Así, Martí i Pol no se detiene en la pena ni se regodea en el abatimiento, aunque aporte conclusiones tan rotundas como «ahora sabes que la muerte no es morirte, / sino que muera alguien amado». Los señala y los denuncia para desprenderse de ellos. Por el contrario, se centra en recuperar lo mejor de la otra persona, integrarlo en sí mismo y poder vivir conjuntamente de este modo, disfrutando de una nueva etapa de la vida en común. Imprescindible.
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Los planetas fantasma Rosa Berbel Tusquets: Barcelona, 2022 96 págs.
Paisaje, lenguaje y rito Por Xavier Rodríguez Ruera Es inevitable que, en el transcurso de las generaciones poéticas, emerjan voces a las que los lectores y la crítica especializada otorgan el papel de punta de lanza. Y, si lo son, no es únicamente porque dan cabida en su propuesta a los anhelos y desencantos de una generación, sino porque recogen el testimonio de las otras y lo proyectan hacia caminos aún por transitar. El caso de Rosa Berbel (Estepa, Sevilla, 1997) es el paradigma actual en lengua castellana de lo expresado anteriormente. Su primer libro, Las niñas siempre dicen la verdad (Hiperión, 2018), la hizo merecedora del aplauso de los lectores y el reconocimiento de autores significados. Con Los planetas fantasma, la autora resuelve con impecable madurez el difícil reto del segundo libro, más difícil aún, en su caso, tras cosechar tanto éxito con el primero. Los planetas fantasma constituye el perfecto ejemplo de aquello por lo cual Berbel es considerada una de las abanderadas de su generación. Habitan en él el desencanto de una generación sorprendida, en plena eclosión, por el azote de la pandemia y las fantasmales formas de convivencia sobrevenidas. Hay en él el revelado de un cosmos —de una cosmología— hecho a conciencia y en el que abundan las referencias metaliterarias expresadas de un modo discreto y siempre como soporte del poema que pretende apuntalar. Estas referencias sorprenden por la sabiduría, como este dilema clásico en la filosofía idealista: «Un árbol cae en el bosque sin hacer ningún ruido» («Saquear el templo»). Hay algo de templos saqueados, de nuevo paganismo, de tristeza post festum y de querencia por volver a conectar con un paisaje (junto con el lenguaje y el rito, uno de los núcleos significantes del poemario) que la mirada de la poeta atraviesa con la nostalgia con que las hechiceras se despedían, camino a Roma, al ser capturadas.
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A este respecto, no es casual que el poema central del libro sea «La conquista del paisaje», un largo peregrinar a través de las ruinas de un paisaje cruzado por los relámpagos de la interrogación totémica y sacrificial: «Pero asistíamos juntos a la muerte del mundo. / Y era su alegría tierna, y su razón, terrible», y donde el desencanto weberiano del mundo experimentado por toda una generación toma voz y sentido de un modo contenido, sin llegar a cristalizar en lágrima. Subrayar este aspecto, el de la pérdida del vínculo con el paisaje, su propósito de recuperación, y la crítica consciente hacia una Ilustración que, a cambio de progreso, dejó tantos cadáveres en las cunetas. Un nuevo paganismo recorre Los planetas fantasma. Poemas como «Vuelo de brujas»: «Estaba el mundo a oscuras y nosotras / tuvimos que nombrarlo» o «Para hablar del futuro, pusimos nuestro cuerpo / a su servicio, como la fruta fresca / que se abre en la rama». Y, sobre todo, una de las tesis fundamentales del poemario: «Pero la oscuridad no duró demasiado. / La luz ocultó pronto la belleza». Desde Platón, la luz, lo visible, ha constituido el rasgo esencial de lo verdadero, lo bello y lo bueno. A la sombra, prosperaban otras concepciones del mundo, otras metafísicas para las cuales el exceso de luz, o la férrea disciplina del logos, representaban un empobrecimiento. Filosofías herméticas, cultos esotéricos alimentaron un corpus transmitido a través de los siglos y que en épocas de crisis de los valores vuelven a emerger de la mano de artistas soberanos. Rosa Berbel atesora estos conocimientos y un hilo de profunda nostalgia por esa simpatía originaria engarza Los planetas fantasma. «Escuchamos —perdidos— una canción antigua / que no reconocemos. Rara vez desciframos / los secretos guardados por los hombres. / Y nunca los de la naturaleza» («Luna de la cosecha»). «Una fiesta es un triunfo del lenguaje», reza un poema titulado «Las palabras y las cosas», con inequívoco guiño foucaultiano. Rosa Berbel se interroga por la magia y nosotros celebramos con alegría su brillante cosecha.
Las nubes se levantan Daniel Fernández Rodríguez Pre-Textos: Valencia, 2022 80 págs.
Un barco de madera Por Sandro Luna Las nubes se levantan (XXII Premio de Poesía Emilio Prados) es el segundo libro de Daniel Fernández Rodríguez (Barcelona, 1988). El libro consta de cuatro apartados que funcionan como sólidas estructuras. En ellos, la infancia, ese «Botín de la memoria que la brisa / arrastra hasta la orilla» («Desvelo en acuarela»), la ausencia —«Es cierto que los días ya no vuelven» («La casa de arriba»)— y el amor por las palabras vivas y ávidas siempre de conocimiento —«Ocultándome así, pese a mi empeño, / la ardorosa pasión que te posee» («Lope y tú (amores filológicos)»)— se yerguen como un núcleo indestructible, como una forja donde los ojos prenden al contemplar un mundo conocido al que le habíamos perdido la pista. Para ello, el autor se sustenta en la memoria, en el conocimiento de la tradición y en la mirada; tres pilares fundamentales que son una característica de su poesía y, al mismo tiempo, le confieren una identidad y una voz propia claramente reconocible. A través de los recuerdos, el mundo poético de Daniel se ensancha y establece puentes con el lector, una especie de camaradería que nos da cuentas de nuestra dimensión humana. Hay en ese uso natural de la memoria, de los recuerdos, una reminiscencia eminentemente platónica: conocer es recordar. Tomo como ejemplo «el barco de madera» del poema «Cencerros en la noche». Imagen la del barquito que tiene su precedente en un poema de su libro anterior que se titula «Tejerina» (Las cosas en su sitio; La Isla de Siltolá, 2018);
en él nos dice: «Un barco de madera / varado en el reguero». Así que el barco, además de convertirse en la poderosa metáfora del viaje de la vida (cómo no pensar en la Ítaca de Cavafis), sirve al poeta para hablar de algo más humano y transcendente: el abuelo y su ausencia. En esa imagen se refleja también nuestra memoria; una memoria que nos alerta, con tono de susurro, casi de confesión, de que todos estamos en el mundo —más allá de distancias— de la misma manera. Y se confirma aquello de Terencio nuevamente: «Nada de cuanto es humano me es ajeno». El segundo pilar es la tradición, el conocimiento que el poeta tiene de nuestra lírica, especialmente la del siglo XVII, y cómo la asimila en sus versos y nos la devuelve renovada en sus poemas; de tal modo que tradición y modernidad, por decirlo de alguna manera, parecen fundirse en muchos de los versos de este libro, cuya construcción sintáctica recuerda, en ocasiones, a autores contemporáneos de gran riqueza formal y expresiva como el mejor Luis Alberto de Cuenca o Juan Antonio González-Iglesias. Son un ejemplo poemas como «Caparina» («Nuestras mejores sílabas reunidas / son todas para ti»), «Mis libros» («pero entonces mis libros me sonríen / desde la estantería») o «Edición crítica en el jardín de Liechtenstein» («con un pedazo de este nuestro Lope, / que se parte y se va y que se queda»). Y el tercer pilar o columna que sostiene este edificio poético es la mirada. Una mirada ingenua, que no sencilla. Ingenua porque es transparente, sincera y conserva esa ingenuidad tan limpia de los niños. «Por la ventana» («Cuando me doy la vuelta y miro / por la ventana de mi cuarto, / yo veo muchas cosas»), «Propósito de Año Nuevo» («hasta caer rendidos en el suelo / de tan felices») o el estupendo «Pardal» («y muere un día solo sin que nadie / sepa que muere junto al río, / y al otro día canta —pío, pío— / cualquier otro pardal») dan cuenta de ello. Uno tras la lectura de este libro vuelve al mundo renovado, más humano y paciente, más cargado de razones para afirmar que, a pesar de todo, este es el mejor mundo de todos los posibles. Las nubes se levantan y se escuchan las gotas de rocío cómo pájaros que penden de las ramas y nos cantan.
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El ambigú
Cuota de mal Concha García Huerga y Fierro: Madrid, 2022 76 págs.
Una ranura de luz Por Rosa Lentini Ya en el prólogo a Árboles que ya florecerán (Igitur, Montblanc, 2001), Olvido García Valdés definió la trayectoria poética de Concha García como el quiebro del objeto desplazado. Poesía que ha crecido no linealmente sino en quiebros o saltos; en primer lugar la mirada que surge de la simple amplificación del detalle de sus primeros libros; en segundo, la presencia de un yo lírico que a la vez describe y cuestiona su entorno; y en tercero algo que, salvando las distancias, encuentra su símil en el relato del Ulises de Joyce, esto es, una indagación ya madura de lo observado, en la que se cuestiona la propia identidad, la mirada focalizada en el detalle de su primera etapa se torna indagatoria y filosófica aun sin salir de un espacio concreto que parece en cierto modo constreñir al yo lírico. Por otra parte, el tiempo, entendido no como una linealidad (es decir, no un porvenir sino un destino que asume su experiencia más dolorosa y sus desafectos), se integraba en el contexto de la teoría einsteniana; esto es, un abanico donde la tela conecta las varillas, y el gesto de cerrar el abanico es el tiempo que se pliega sobre sí mismo como el de la teoría de Einstein. Y las varillas resultan los yos que se bifurcan, las posibilidades de ser otras. No es de extrañar entonces el uso del polisíndeton. La metonimia es el recurso preferido en esta escritura, pues permite la combinación de elementos como partes intercambiables que nunca consiguen aglutinarse en una única totalidad, violando el principio de obra cerrada y conclusa.
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Cuota de mal, sin dejar de permanecer en una línea de posibilidades temporal y de utilizar recursos metonímicos similares, los usa menos, lo que propicia una relajación que deja respirar al verso y despierta una cualidad inherente al poema. Si por una parte el libro es un interrogarse sobre esa cuota de dolor asignada a cada vida, al describir y ahondar en ella la poesía se vuelve más personal, menos acotada por el entorno… y sabemos, como decía Paul Celan, que es necesario cavar en el yo para convertir el yo lírico en símbolo. No es tanto la capacidad de oír o de ver, de amplificar, lo que ha cambiado, sino la de interpretar lo escuchado y lo visto, dejando que pase por el cuerpo, de ser capaz de acercarlo y de conseguir englobarlo en un continuum. Si los libros anteriores mantenían un sello de peregrinaje, los poemas de este libro encuentran algo parecido a un lugar en el que empezar a establecerse, y ese lugar se halla no en el entorno, sino en las cenizas de un pasado desde donde resurgir de cada desafecto. Una poesía de resistencia, con el propósito de «sobreponerse es todo», como nos recordaba Rilke. Pero esa calidad del verso no es algo añadido, no es solo una coloratura: va en la misma dirección en la que el poema desvela su sentido, desprendiendo una fisicidad consanguínea a él. Como si la poeta hubiera olvidado —intencionadamente o no— cerrar una puerta y el sujeto lírico de toda su poesía anterior hubiera dado un paso al lado, dejando una ranura de luz que el mismo cuerpo interpuesto ocultaba. Y donde esa cuota de mal, concebida en pequeñas dosis desgajadas en el día a día, acabara por difuminarse lo suficiente como para dotar al verso de una respiración que anuncia el fin de una fragilidad solo por el hecho de empezar a nombrarla. Solo había que dar un paso... desplazarse todavía un poco más.
Desde mi punto de fuga
Chelín Alcayde Renacimiento: Sevilla, 2022 92 págs.
Anclar una casa con cimientos Por Rocío del Pilar Rojas-Marcos Albert Una casa necesita cuatro paredes, un techo, al menos una puerta, y alguna ventana para que entre luz y aire. Una vida necesita comenzar un día, por ejemplo, un 9 de noviembre, necesita un nombre, un lugar de nacimiento, pero también necesita libertad para poder respirar. Lo que nadie puede discutir es que ambas cosas —casa y vida— se sostienen sobre cimientos. Inmensos anclajes que ahondan en el terreno donde está asentada la casa serán los que la mantengan en pie. Cuantos más pisos tenga la construcción más profundos deben estar enterrados esos soportes. De igual modo, la vida de cada uno de nosotros debe tener unas amarras. Parece idílico ese viaje solitario de vagabundos eternamente en busca de su lugar en el mundo, pero la realidad es que todos llevan en el bolsillo una fotografía que los ancla a esos pilares que son sus cimientos, aunque hayan decidido construir una cabaña justo al lado sostenida solo por unos cuantos vientos. Sobre esto escribe Chelín Alcayde en su nuevo poemario Desde mi punto de fuga. Un poemario construido ladrillo a ladrillo, o verso a verso si se prefiere. Levantado como se hace con las casas que pretenden durar contra viento y marea, que dicen, desde esos cimientos necesarios, para continuar elevándola hacia arriba: «Pudiera ser que el presente, / punto en una línea de puntos / sucesivos, sea esta casa. / Un siempre ahora y ya por siempre / un habitar en mí. Yo esta casa / por siempre inacabada». El libro se divide en diferentes capítulos que responden a los epígrafes: «Cimentación», «Estructura», «Aislamientos», «Interiores», «Ajustes», «Exteriores», «Inspección» y, por último, un «Recorrido final» que nos permite pasear la mirada pausada por nuestra construcción, por nosotros mismos, a fin de cuentas. Reconocer que la vida se construye despacio, que necesita buenos aislantes que
nos hagan resistir los envites de las tormentas, pero no podemos dejar de lado los ajustes ni las inspecciones que nos confirmen que estamos bien. Alcayde reflexiona sobre la importancia de ser conscientes de nuestros propios límites, sobre la pequeñez que se siente ante la fuerza arrolladora de la naturaleza, esa que nos demuestra en cada momento la insignificancia real que debemos asumir: «Es el 30 de junio y dos, de sus tres corazones, quieren partir — ella se parte— mas aún no es el tiempo. Y ni la luna preñada ni la mar en tormenta pueden con ella». De este modo, desde los cimientos ahonda en la naturaleza humana intentando rastrear sentimientos universales: miedo, incertidumbre, dolor ante el sufrimiento de un hijo más que por el propio o vértigo por las decisiones que a veces no queda más remedio que tomar, aun sabiendo que las consecuencias van a ser complejas. Poemas como «Distancia del ojo» nos enfrentan a la dureza de asumir que aquel sentado a nuestro lado desde hace tiempo ya no ve, o nunca ha visto las cosas, del mismo modo que nosotros: «Tanto tiempo pensando que veíamos las cosas igual / y solo me ha hecho falta una pequeña intervención / para darme cuenta. Imagina mi sorpresa. / Tras el reposo correspondiente, constato mi mejoría / Ahora, donde tú ves arrojo yo debilidad, / y donde yo abuso, tú provocación». El recorrido en paralelo de estos versos por la construcción de una casa como destino elegido, mientras la vida que discurre a su lado hay veces que parece que va a derrapar, nos hace reflexionar, nos empuja a mirarnos a nosotros mismos sin ambages ni medias tintas. Chelín Alcayde se apodera de la palabra con una fuerza arrolladora y nos zarandea, pues como escribe en uno de los últimos poemas: «Cómo cambia el color del mar cuando está en calma». Y Alcayde parece haber encontrado esa calma desde su punto de fuga y así podemos leerlo nosotros ahora.
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Poesía completa 1970-2021 Enrique Morón Nazarí: Granada. 2022 1205 págs.
Toda una vida Por Miguel Arnas Coronado Cincuenta y un años de poemas. Toda una vida. Esta edición de la poesía completa de Enrique Morón no pone exactamente broche a una vida poética, pues el autor sigue vivo y en activo, pero nos permite ver la evolución, lenta y nada estruendosa, de un autor interesantísimo, digno de las más exquisitas antologías poéticas de los últimos años. Negado a participar en cenáculos, editoriales exclusivas y famosuelos que practican con fachenda el amiguismo y el nepotismo, Morón no ha querido autopromocionarse ni permitir que otros, a cambio de sumisión, lo hagan por él, por eso hoy no suena con la potencia de otros de menor calidad. Lo de la evolución no estruendosa tiene su intríngulis porque las constantes en temática y modo han marcado siempre su poesía. Con todo, al principio se nota un lirismo paisajístico que luego no es que desaparezca, sino que va acompañado de otras preocupaciones, de la misma forma que ese lirismo primero iba escoltado por desvelos sociales y reniegos de ese nepotismo ajeno marcador de toda una generación que vivió la transición y las bodeguillas. Adherido a la llamada poesía de la diferencia, cuyo único punto en común fue la repulsa del coqueteo con el poder, fue amigo de poetas distinguidos y excelentes de la llamada poesía de la experiencia, como Javier Egea, demostrando que, de no mediar parcialidades, lo cortés no quita lo valiente. Alpujarreño de Cádiar y residente en Granada, siempre ha celebrado la calidad de vida pueblerina, la belleza del paisaje, su pureza, contra el vivir urbanita, aunque reconociendo también la belleza de calles
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o plazas. Sereno manantial, Veredas, Inhóspita ciudad, Cementerio de Narila y Si canta el ruiseñor reflejan ese menosprecio (moderado) de corte y alabanza de aldea. Además, hay poemarios fuera de lo común, digamos rarezas: Odas numerales, celebración de los números y aun de las figuras geométricas, Senderos de Al-Ándalus, homenaje a personajes y lugares de la Andalucía histórica, o Aires populares y flamencos, evocación donosa de la poesía popular y del cante andaluz. Morón siempre fue, desde el principio, un gran versificador, con un sentido enorme no solo de la métrica y la rima, sino sobre todo del ritmo. Capaz de notar un fallo de acentuación en un verso solo con escucharlo, ha cuidado hasta el extremo su propia producción, con especial insistencia en el soneto, forma a la que dedica su Sonetario, con versos de todas las medidas imaginables, hasta el verso libre de Vértigo de las horas, donde también esa musicalidad, imprescindible en la poesía, se hace notar. La técnica no obstaculiza al sentir. Su poesía llega a las entrañas, golpea, zarandea al lector haciéndole notar la efímera vida y sus goces, la melancolía del tiempo pasado, la necesidad de ver el paisaje o el sentimiento con ojos maravillados por el color y la palabra exacta, no pedante sino rotunda, apasionada. La edición va acompañada de cuatro soberbios prólogos, uno general de Antonio César Morón y el resto precediendo a las tres épocas de poemarios en que se ha dividido la obra. Los encargados han sido los poetas Antonio Enrique, José Lupiáñez y Fernando de Villena, todos ellos amigos y compañeros de fruiciones poéticas en esa llamada poesía de la diferencia, y como es de esperar por lo dicho, todos con obra heterogénea aunada solo por la rebeldía antes citada. Un libro para el deleite, de esos que, en el anaquel correspondiente, parecen callados, aunque el lector lo extraiga de su lugar para picotear dos poemas, cuatro versos y cinco mil sensaciones. El placer de reunir todo Enrique Morón es grande. Un exquisito poeta que debería estar en los altares de la lengua española.
El ambigú
Angelus novus
Federico Ocaña Eolas Ediciones: León, 2021 92 págs.
La edad de los profetas Por Irene Tourné Si bien no existe (que sepamos) un origen común en la etimología de profeta y de poeta, la sonoridad semejante de ambos vocablos las hace, de algún modo, palabras hermanas. Sobre todo, si la poesía del poeta se revela en su significado original como creación y la profecía del profeta se constituye como una inspiración verbal. No olvidemos que la palabra ya es creación. El tercer libro de Federico Ocaña (Madrid, 1990) se compone de cuarenta y cuatro tesis y veintiséis mandamientos que nos abren las puertas del jardín de las delicias. Las tesis funcionan a modo de imágenes de un mundo barroco en decadencia, un mundo sobrecargado —y sobrecogido— en el que la humanidad (quizás no los humanos, pero sí la humanidad) ha desaparecido: «los últimos / ferozmente arrasados / disparan al tiempo / instauran la belleza y todo / lo que nos perteneció / ahora es suyo.» («Tesis I»); y se ha poblado de los fenómenos más desalentadores: «una casa abierta en un suburbio del mundo / es un ruido de pájaros que conocen el porvenir de los / tambores» («Tesis II»). Las tesis reverberan en la mente del lector como acordes que se van agravando mientras continúa devorando los mandamientos en busca de una respuesta divina, así, definitiva. Pero esa respuesta no llega, no puede llegar; y al cerrar el libro nos damos cuenta de que polvo somos, ceniza, tierra, barro. Un barro que se diluye en el río de Heráclito. Una tierra donde la cola de Leviatán deja su surco como el arado. No hay salvación. Si la hay, no está donde la buscamos: «Le dijo: “No
tienes nada propio, solo el ritmo, la caída de tus pasos y su signo. Errante, cual planeta, el lenguaje nada más te otorga”» («Mandamiento vigésimo tercero»). Las certezas se vuelven aquí confusas al cegarnos con la luz que arrojan. Así funciona el lenguaje cuando lo miramos directamente: define al tiempo que difumina los límites de las cosas. ¿Qué sabiduría pueden traernos los mensajeros de los dioses que no sea, al mismo tiempo, precisa e incomprensible? Solo el poeta tiene el don para vaticinar la palabra divina, ya que la poesía es la forma de conocimiento más cercana a lo divino a la que los seres humanos tenemos acceso. Volvemos, pues, a encontrar en Angelus novus una característica propia de la poética de Ocaña que es la ambigüedad; un uso del lenguaje preciso, que no escoge las palabras al azar y que, justamente por eso, es capaz de encontrar en ellas el milagro de la imprecisión. Contiene la forma bajo la palabra y hace inútil la necesidad de darle sentido a lo dicho. Se trata de un libro con eco sapiencial que nos habla de escapar al tiempo, de la imposibilidad —o la necesidad— de habitar en lo incierto, del vacío de la existencia; de un espacio y un tiempo donde todo es posible, donde, por tanto, nada lo es. Vivimos el final de la historia. El ángel caído es, quizás, el ángel del progreso. ¿Por qué, pues, un ángel nuevo? Tal vez porque solo un ángel nuevo puede comenzar una nueva historia. O tal vez porque este ángel fue nuevo una vez, pero ya no; ahora es viejo y nos habla (y Le habla). Ha muerto el último ángel. O puede que haya descendido a la tierra, como el personaje de Bruno Ganz en El cielo sobre Berlín, para observar las vidas mortales que llevamos los humanos y desearlas, porque solamente «reside en lo posible su certidumbre» («Mandamiento segundo»). Hacer un comentario explicativo, en prosa, sobre este libro, es desbrozarlo de la magia y el misterio que contiene. Déjense enredar por su silencio, como por un vendaval. El mismo que enredó, según Benjamin, las alas del ángel de la historia dibujado por Klee.
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El ambigú
Resonancias
Clara Janés Cátedra: Madrid, 2022 520 págs.
Música, mística, ciencia Por Javier Helgueta Manso Tras casi sesenta años de escritura, Clara Janés (Barcelona, 1940) presenta una nueva antología de su poesía, esta vez en la editorial Cátedra bajo el cuidado de Jenaro Talens. En la comparación con la antología precedente que Jaime Siles realizó para Galaxia Gutenberg, de muy bella factura, se aprecia la complementariedad de ambas para leer o investigar la obra lírica de la autora catalana. En este caso, el editor Jenaro Talens no solo amplía la nómina de títulos aparecidos en estos años, sino que aporta una completísima selección bibliográfica de estudios críticos sobre Janés y una rica y precisa cronología biobibliográfica que ilumina la comprensión de sus aperturas y evoluciones literarias. Resonancias, el título elegido para esta ocasión, remite a uno de los conceptos clave de su estética: triple pertenencia al lenguaje de la música, de la mística y de la ciencia, las tres disciplinas en las que se ha adentrado con verdadera curiositas humanística Clara Janés. En el epílogo de la antología anterior, la poeta subrayaba: «El poeta está siempre aprendiendo y debe estar atento a las resonancias misteriosas que le asaltan, lleguen desde donde lleguen (Movimientos insomnes. Antología poética 1964-2014). La resonancia resulta eco del origen vibrátil del universo, intuición de los textos sagrados del hinduismo que tanta influencia han tenido sobre la autora y sobre algunos de los máximos exponentes de la física contemporánea. Esta realidad sonora en la que «el vacío está lleno de vibraciones» es intuida por Janés, en su infancia, a partir de la escucha de piezas musicales de Bach interpretadas por su madre; de ahí que señale en uno de sus discursos: «... en la música se cifra, pues, mi primera poética» («La tentación del paraíso», Poesía y poética, 2014). Estas líneas se desarrollan en forma de itinerarios dentro su producción artística: la alquimia y el herme-
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tismo que inicia en Lapidario (1988) culmina en las descripciones de experiencias rituales de carácter místico de Río hacia la nada (2010) o Peregrinaje (2011); Kampa (compuesto entre 1975 y 1978) y Vivir (1983) nacen como proyectos poético-musicales con partituras que esta antología recoge; por último, la incorporación del lenguaje científico y la revelación del rostro sensible de sus incógnitas comienza en el prólogo de El libro de los pájaros (1999), si bien se manifiesta en composiciones de Los números oscuros (2006) y, sobre todo, en el reciente poemario De esferas y trayectos (2022), que, con poemas a «Copérnico» o a la teoría de la relatividad, alcanza una lograda rehumanización lírica de la ciencia. Ahora bien, hay que hacer hincapié en que estos trayectos, señalados por Jenaro Talens en su prólogo, junto con la «importancia de lo sensorial frente a lo meramente conceptual» o la labor de traducción en cuanto «reescritura», desembocan en una voz unitaria de «absoluta coherencia» desde sus inicios. Es la fuerza erótica, descubierta desde Kampa (1986) y Creciente fértil (1989) —años ochenta, en que su palabra supone una rompedora expresión femenina de la sexualidad—, y la percepción mística de unidad de todo lo existente lo que conduce a un mensaje en donde las múltiples culturas y conocimientos en que se ha cultivado se perciben en plena integración. Este hecho acontece en el último de sus libros, también aquí incluido: Kráter o La búsqueda del amado en el más allá (2022) constituye su definitivo cántico cósmico-espiritual —de nuevo música, ciencia y mística—, el clímax de poesía y amor. Ojalá esta antología y la cercana fecha de su sexta década de escritura inviten a proponer —si acaso no está en marcha ya— la edición de sus obras completas e incluso la nominación al Premio Cervantes de quien es una de nuestras figuras literarias más consagradas.
Recomendaciones de Quimera
Los pies fríos
Beatríz García Guirado Sloper, 2022
Beatríz García Guirado es periodista, guionista y profesora de literatura. Tiene en su haber dos novelas previas. En esta cuenta la historia de Harry Butterfly Santana, un condenado en el corredor de la muerte que rememora su historia por la visita de la exagente de policía Olivia Wendley, empeñada en encontrar una explicación a lo salvaje de su crimen. La autora nos sitúa en mitad de un escenario irreal, casi onírico, de ranchos abandonados y extraños casos paranormales. Novela inquietante que recuerda a la narración pausada y elegante de series como True Detective.
Lo que fue el futuro Daniela Alcívar Bellolio Candaya, 2022
La escritora ecuatoriana Daniela Alcívar ya nos sorprendió con su anterior Siberia. Con Lo que fue el futuro consolidará ese buen sabor de boca que nos dejó a sus lectores. Es esta una novela intensa, emocionante, perversa, dura y a la vez profundamente tierna. Un ajuste de cuentas con el pasado para explicarnos por qué hemos llegado a determinadas situaciones. Daniela, como acostumbra, ha vuelto a escribir a tumba abierta. Sin duda, una de las mejores voces de la nueva literatura ecuatoriana.
Oxímoron
Lorena Escudero Editorial Nazarí, 2022
Esta autora salmantina nacida en Soria, doctora en Física e investigadora de la Universidad de Cambridge, nos presenta su quinto libro en el género del microrrelato, donde está omnipresente el oxímoron, esa figura retórica tan inherente a la naturaleza de los recursos utilizados habitualmente en la microficción, donde se exige la participación activa por parte del lector para resolver el subtexto. Libro que mantiene la calidad literaria a la que nos tiene acostumbrados y donde se gana perdiendo, según su propia definición de microficción.
Historias de Roma Enric González RBA, 2015
No se trata de una novedad, pero sí es uno de los libros necesarios para afrontar un viaje a Roma. Es también parte de la serie de libros de Enric González sobre los diferentes sitios en los que ha residido: Roma, Londres, Nueva York. Todos excelentes, como también lo es su Historias del calcio. Con un estilo preciso y rico nos muestra no solo las vicisitudes y detalles de su vida romana sino también su propia historia personal en ese tiempo. Rico e íntimo. Para todos los viajeros que vayan a Roma es un libro imprescindible.
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Recomendaciones
Roma desordenada Juan Claudio de Ramón Siruela, 2022
Una novedad que se pone en conexión con el volumen de Enric González. El libro de De Ramón se trata de un volumen más amplio, más denso que el señalado. La mirada del autor no solo se ciñe a los detalles estéticos y memorables de esta ciudad, sino que aborda también los problemas del día a día: la suciedad, la furbizia, etc. Es un viaje a Roma, pero también a la forma de ser de los que la habitan. Un recorrido amplio, generoso, que nos hará soñar. Viene con un prólogo de Ignacio Peyró también excelente.
De magos y mineros (Una historia de Plutón) Mateo Rello Libros de Aldarán, 2022
El leitmotiv que atraviesa este magnífico volumen del poeta colomense Mateo Rello es un dilema ético y estético: «¿Puede la poesía abordar la denuncia social sin descuidar la exigencia estética sobre su artefacto expresivo: el poema?». Mateo trata de dar respuesta poética a esta pregunta con poemas que apuestan por un lenguaje evocador, con gran exigencia formal y predominio de la imagen. Una reflexión lúcida y lírica sobre los más desfavorecidos y la condición y el espacio al que los relega una sociedad que los rechaza. El residuo, la reificación de los cuerpos, el «otro», el hundimiento y la ciudad son los ejes temáticos de un poemario turbador, valiente y actual.
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Las casas se caen en verano Florencia del Campo Graviola, 2022
Habitamos una casa para tratar de iluminar una parte de nuestra memoria. Identificamos sus grietas y humedades como cicatrices o manchas de nuestra piel. Ese es el viaje al que nos invita Florencia del Campo en esta interesante propuesta poética. El libro, además, nos conduce a reflexionar sobre el idioma migrante, la tensión lingüística entre lo que se dice y lo que debe callarse, acompañado de una sugerente serie de imágenes. Felicitamos a la editorial Graviola por una labor que está llamada a ampliar la literatura latinoamericana en España.
Pierre Peuchmaurd. Donde baila el polvo amarillo (antología poética) Edición de Jean-Yves Bériou Animal Sospechoso, 2022
Animal Sospechoso nos sorprende con una magnífica antología bilingüe del poeta y editor francés Pierre Peuchmaurd, con selección de poemas del editor Laurent Albarracin, y edición y prólogo del poeta Jean-Yves Bériou. Los treinta y seis poemas del volumen son una muestra de una poesía surrealista en la que la imagen, potente y sugestiva, encierra en sí misma su significado, suscitando en el lector fecundas asociaciones y evocaciones en las que germinan universos insólitos, deslumbrantes. Cabe destacar la gran labor de traducción de Cinta Moreso, Miguel Casado, Martine Joulia e Ildefonso Rodríguez.