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Santa Catalina Cuatro siglos de Misterio
Hace algún tiempo, en una tarde de diáfano cielo que permitía apreciar en todo su esplendor al Chachani y al Misti, volcanes tutelares de Arequipa; ingresé una vez más al Monasterio Santa Catalina de Siena para sumergirme en aquel rincón de paz y silencio venido del siglo XVI, que la Ciudad Blanca acuna en su corazón urbano.
Santa Catalina es un cuatricentenario santuario religioso construido por la fe y el buen gusto donde muchísimas mujeres del lugar o venidas de otros lares, consumieron sus vidas como monjas dominicas de clausura. Su fundación canónica data del 2 de octubre de 1580, cuarenta años después de la fundación de la ciudad misma al culminar con éxito las gestiones de doña María Álvarez de Carmona y Guzmán, joven y adinerada viuda que a la muerte de su marido decidió dedicar el resto de su existencia, a la contemplación divina según las reglas de San Agustín. Este cenobio se construyó a partir de 1662 no siguiendo precisamente el diseño de un local conventual tradicional sino que su distribución obedeció a una caprichosa adaptación entre sí, de diferentes callecitas, parques y solares en su momento independientes, que debieron adquirirse uno por uno conforme se ampliaba el área del convento proyectado y que se fueron agregando entre si hasta 1662, ochenta y dos años después de su fundación; cuando alcanzó las dimensiones y características que hoy muestra, incluyendo el aporte del obispo Fray Juan de Almoguera que culminó el conjunto con la edificación de un templo y un muro perimetral.
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El ambiente misterioso y evocador de rincones y recovecos claroscuros que muestra este conjunto habitacional monumento, parece estar dotado de un silencioso mandato que hace enmudecer a quienes cruzamos sus umbrales, mientras creemos percibir como un extraño coro de múltiples voces inaudibles, tal vez venidas del viento o de las avecillas que anidan bajo el tejado que cubre las celdas monacales y otros edificios allí reunidos que muy juntos entre sí, conforman las calles que lo intercomunican.
Las autoridades eclesiásticas de la ciudad recién en 1970 permitieron su visita pública, rescatándolo de cuatrocientos años de un rígido ocultamiento , donde el ingreso de personas ajenas a la orden estaba terminantemente prohibido, salvo raras excepciones en que previo el consentimiento de la priora, el obispo podía otorgar el permiso para salvar este impedimento; aunque hay referencias de que aquel rígido enclaustramiento despertó siempre la humana curiosidad,