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Catalina Misterio
no solo de los legos sino también de algunos sacerdotes como es el caso de un curita apellidado Churrón de Aguilar, que allá por los primeros años de existencia del monasterio logro infiltrase para observar el quehacer monacal; falta que le acarreó dura reprimenda y la multa de dos mil pesos de plata, suma muy cuantiosa para la época.
Pero a lo largo del discurrir de los años se dieron ocasiones -muy pocas, por cierto- en que el cenobio por razones de emergencia abría sus puertas a las damas de la sociedad citadina, como cuando los sismos sacudían los edificios de la ciudad, o en circunstancias políticas en que los arequipeños entre arengas y disparos iniciaban una de sus tantas revueltas, haciendo correr a los hombres a las barricadas y a las mujeres a los conventos. Cabe mencionar que, como consecuencia de uno de estos sucesos acaecido en 1834, encontró refugio temporal en Santa Catalina, doña Flora Tristán, abuela del connotado pintor expresionista francés Paul Gauguin; dama parisina de raíces arequipeñas y tenaz librepensadora y defensora de la liberación femenina, quien durante los seis días de su imprevisto encierro, incendió con sus ideas y sus audaces ropajes el sentir de las monjitas que le dieron cobijo.
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Un museo de cosas cotidianas
Por su distribución el monasterio semeja ser una ciudadela con seis calles con decenas de ranchitos o casitas que hacían las veces de celdas monacales, además de una plaza y seis claustros donde está la iglesia y varios edificios de uso comunal como una enfermería y una sala funeral, teniendo también su propio cementerio; “Lo que mucho recuerda”, decía Gonzalo de Reparáz, geógrafo portugués afincado en el Perú, “...a las medinas de las ciudades marroquíes Fez, Mequínez y Marraquech, y también los barrios antiguos no menos morunos por su origen, de Sevilla o el Albaicín de Granada con sus laberintos de callejuelas estrechas, luminosas y pintorescas”.
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En cuanto al importante legado histórico que guarda, este monumento urbano ha sido también definido por el historiador mistiano Dante Zegarra López como “un museo de cosas cotidianas “; y esto se debe a los cientos o miles de objetos de uso común de antiquísima manufactura que guarda como primitivos molinos de piedra, vasijas y cubiertos de diferentes épocas, arcones y muebles y muchos objetos que las monjas fueron utilizando y guardando a lo largo de cuatrocientos años y algo más.
Y como un intento de acercamiento evocativo al modo de vida que allí se desarrolló, José Luis Bustamante y Rivero, ilustre arequipeño y expresidente del Perú, escribió unos versos que dicen:
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Atractivo especial del monasterio por su significado religioso es la presencia en cuerpo y espíritu de Sor María de los Ángeles y Monteagudo, beatificada el 2 de febrero de l985 por el Papa Juan Pablo II en su visita a Arequipa. Ella ha sido considerada como la monja más destacada de Santa Catalina por ser un ejemplo de humildad y virtud, y a quien se atribuyen muchos milagros y profecías cumplidas en su época.
Proveniente de una acaudalada familia de Arequipa, Sor María de los Ángeles tomó los hábitos pese a la férrea oposición paterna y falleció allí en 1686 a los 80 años de edad. Sus restos reposan en la iglesia del monasterio y en su celda se conservan sus escasos bienes terrenales.
También de singular interés para el visitante y el estudioso es la pinacoteca instalada en el antiguo dormitorio colectivo de las novicias, donde se exhiben pinturas de valor histórico y testimonial como la de San Nicolás, Arzobispo de Mira; la de la Virgen y el Niño; la de Santo Domingo de Guzmán, fundador de la Orden Dominica; la del Señor de los Temblores, patrón religioso del Cusco; y 26 cuadros alusivos a la vida de Santa Catalina de Siena, Doctora de la Iglesia y patrona del monasterio.
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Una visita guiada a este convento lleva algo más de dos horas que alcanzan para recorrer sus callecitas de nombres hispanos como Málaga, Burgos, Córdoba, Toledo, Sevilla y Granada; donde se observa las celdas con el mobiliario que dio sencillo confort a las religiosas que allí residieron. Otros ambientes del cenobio que también invita al vuelo de la imaginación es la pequeña placita Zocodover (nombre que recuerda a la célebre plaza de la ciudad de Toledo en España) donde los visitantes suelen detenerse para meditar ante el murmullo de una cantarina fuente de agua proveniente de ignoto puquio, que por siglos no ha dejado de manar.
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