Libro 40 años UCC

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MEDELLÍN


CRÉDITOS Rector César Augusto Pérez González Coordinación - Comité 40 años: Ligia González Betancur Marta Lucía Arango Gaviria Clara Patricia Arango Calle Juan Carlos Velásquez Estrada Beatriz Eugenia Betancur Caro Christian Felipe Gómez Correa Luis Horacio Escobar Correa Investigación periodística y redacción Alejandra Agudelo Urrego Fotografía Harold Smith Henao Diseño editorial Diana Patricia Agudelo Suárez Corrección de estilo Robinson Alvarado Vargas


Tabla de contenido Prólogo Introducción

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Cuarenta años, cuarenta historias de vida

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César Pérez García

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Rymel Serrano Uribe

José Corredor Núñez

28 33

Amanda Jaramillo Jaramillo

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Próspero José Posada Myer

44

Ligia González Betancur

49

Guillermo Gaviria Zapata

54

Mario Arango Jaramillo

59

Arturo Aristizábal Gómez

64

Remberto Serna Zuluaga

69

Alicia Arango Sosa

75

Adolfo León Palacio Sánchez

80

Ligia Pulido de Isaza

85

Hernán Darío Arenas Córdoba

90

Dora Esperanza Ospina Jiménez

95

Lillya Amparo Toro Maya

100

Jorge Mario Uribe Vélez

105


110

Rodrigo Posada Bernal

María Consuelo Moreno Orrego

Luz Helena Arango Cardona

120

Clara Patricia Arango Calle

125

Luis Germán Pineda Duque

130

Humberto de Jesús Beltrán Hernández

135

Alma Tulia Castaño Marulanda

140

Federico Álvarez Echeverri

145

Martha Libe Contreras

150

Federico Jaramillo Mejía

155

Edgar Carvajal Villa

160

Martín Emilio Atehortúa Londoño

165

Jorge Emiro Restrepo Carvajal

170

Juan Diego Echavarría Sánchez

175

Juan Guillermo Cano Vargas

180

Lina María Pérez González

185

Sugey Cristina Taborda Giraldo

190

Juan Gonzalo Álvarez Quinchía

295

Diana Patricia Agudelo Suárez

200

Angie Melissa Caro Londoño

205

Gloria Lucía Hoyos Betancur

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Jaime Sierra García

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César Augusto Pérez González

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Cuarenta años construyendo ciudad

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Nueva sede Universidad Cooperativa de Colombia

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Pr贸logo

Por el Ingeniero Alberto Piedrahita Mu帽oz


C

orrían los años sesenta del siglo pasado. El país, como siempre, en dificultades políticas, sociales y económicas. Se había establecido a partir de un plebiscito, cuando votó por primera vez la mujer colombiana, un acuerdo político llamado Frente Nacional, con el fin de alternar el poder entre los dos partidos tradicionales: el Liberal y el Conservador, otrora enfrentados. El Conservatismo amenazante en las ciudades y el liberalismo amenazante en los campos. El plebiscito de diez puntos establecía el Frente Nacional, confirmaba el voto femenino, y ordenaba el diez por ciento del presupuesto nacional para invertir en educación. Fueron todas fórmulas de entendimiento nacional, “de repartir la torta burocrática” y de sentar en la misma mesa de gobierno a representantes de ambos partidos para resolver, entre ambos, la problemática social, tan compleja como la de ahora. En 1963, Antioquia celebraba el sesquicentenario de su independencia, con actos recordatorios y libertarios. La Sociedad Antioqueña de Ingenieros (SAI) estaba haciendo lo suyo: concelebrando los 150 años de independencia y sus propios 50 años de existencia, con eventos académicos, sociales, y creando conciencia gubernamental sobre la necesidad de más empleo, más obras públicas, más infraestructura en manos nacionales –las grandes obras estaban contratadas con extranjeros– en un país siempre pobre en sus arcas y bien rico en recursos tanto renovables como no renovables. La biodiversidad y la belleza geográfica de Colombia tienen pocas similitudes en los cinco continentes. Pese a esta riqueza natural, la carestía era rampante y los salarios muy bajos. La economía colombiana dependía especialmente


de la exportación del café. Esta exportación aunque apreciable, no alcanzaba a nivelar nuestra balanza y la devaluación era galopante ya que el gobierno tenía que hacer continuas emisiones, para cubrir sus gastos internos. Para remediar carestías reinantes en conglomerado, afiliados y comunidades, la SAI se dio a la tarea de promover entre las entidades gremiales una cooperativa de consumo, para llevar precios razonables en los productos de primera necesidad a la canasta del consumidor. De modo que convocó a las entidades gremiales profesionales y con su gran prestigio fundó la Cooperativa de Consumo en el sector de San Benito. La Cooperativa a la par tenía que cumplir requisitos de ley como los de “la educación cooperativa”. El Decreto ley 1598 de 1963 fue el principal producto cooperativo del gobierno nacional, cuatrienio presidido por Guillermo León Valencia y por el Ministro de Desarrollo excepcional, Joaquín Vallejo Arbeláez. Tal decreto ordenaba la educación cooperativa para los dirigentes de estas cooperativas, casi todas nacientes porque la comunidad veía en ellas respuestas a sus necesidades sociales. Poco o nada sabíamos del cooperativismo en ese entonces. Solo teníamos entre manos el extenso decreto que debíamos cumplir. Los cooperativistas afirmábamos que donde hay una necesidad sentida de la comunidad cabe una cooperativa. Una cooperativa es la suma de voluntades y de pequeñas partidas económicas, para hacer emprendimiento, formar una empresa asociativa y a través de ésta dar respuesta a una necesidad. Así nacieron en las épocas de los sesenta, múltiples entidades en el cooperativismo como Consumo, Cootrafa, Uconal e Indesco, hoy Universidad Cooperativa de Colombia. Para la época existían


en Colombia solo dos hombres de renombre y de conocimientos cooperativos: en Antioquia, Francisco Luis Jiménez, gran escritor y expositor, más conocido en el exterior que en su propia región. En Bucaramanga se encontraba el abogado economista Rymel Serrano, también disertador, escritor y cofundador a granel de cooperativas de ahorro y de crédito. Serrano había fundado Uconal, la Unión de Cooperativas de Ahorro y Crédito de Colombia e Indesco, Instituto de Economía Social y Cooperativismo, con sede en Bucaramanga. El propósito de Indesco, era ofrecer educación cooperativa especialmente a las entidades de ahorro y crédito y así cumplir requisitos de ley. Tan pronto se fundó Consumo y su primer mercado en el sector de San Benito, surgió la necesidad de dar educación y formación cooperativa a sus dirigentes. Entonces se acudió a la “integración cooperativa” que es unos de los principios sociales del cooperativismo universal. Llamamos al dirigente Serrano a Bucaramanga. La solicitud fue la de fundar con su venia Indesco Medellín, con fines similares a los de la educación cooperativa y convertirse en la futura Universidad Cooperativa en esta parte del país, tal como lo fue en los años posteriores bajo la dirección de César Pérez García. Este hombre con su inteligencia y visión, tuvo la capacidad de superar las dificultades económicas y cumplir con el propósito estatutario de formar una institución de educación superior como lo es hoy la Universidad Cooperativa de Colombia. Los primeros cursos de Indesco Antioquia fueron en la modesta cafetería de la Cooperativa de Consumo en San Benito, que fue una especie de lugar de encuentro de los socios del supermercado. Allí se llevaron a cabo cursos, o mejor charlas cooperativas, donde


concurrieron los profesionales de la SAI, ANDA, Fedeconta ASOA, Colegas y hasta los magistrados de las salas del Tribunal Superior de Medellín. Estas charlas cooperativas que se hacían en las horas de la noche en compañía de las esposas de los socios tuvieron gran éxito. Las señoras cuando hacían su mercado en una canasta de mimbre preguntaban sobre el próximo curso cooperativo para llevar a sus esposos –decían ellas– “arrastrados del saco”. Al terminar las ocho horas de información cooperativa se daba un certificado de asistencia que muchos socios colgaban en sus bibliotecas o al lado del Sagrado Corazón de Jesús. Estos hechos nos llenaban de satisfacción a nosotros los instructores de Indesco: Alberto Piedrahita Muñoz en la parte operativa y Marco Antonio Mancilla, en la parte ideológica y filosófica.


Nace la Universidad Cooperativa de Colombia: César Pérez García, su gestor y fundador Los estatutos contenían la visión requerida para convertir a Indesco en una universidad con ideología cooperativista tal y como existía en Francia y Londres (donde habíamos estudiado Marco Antonio Mancilla y Alberto Piedrahita, fundadores de Indesco). Cabe destacar la gran cultura de Mancilla, excelente disertador, filósofo, místico y conocedor del tema con gran profundidad. Él se expresaba con gran propiedad sobre los pensadores socialistas europeos del siglo XIX y del siglo XX. Todo esto ocurría a finales de los años sesenta. Las charlas y tertulias cooperativas tenían gran concurrencia, allí se les introducía la píldora de la economía solidaria y la legislación del momento. Todos estos profesionales fueron la caja de resonancia del cooperativismo y quienes buscaron desmontar la falacia existente de que una cooperativa era un sindicato más con una tienda de mercados y oficina de préstamos. Quiero resaltar en este escrito que fue la Universidad Cooperativa de Colombia la que le dio y sigue dando la oportunidad a jóvenes de los estratos uno y dos de acceder a las aulas universitarias, lo cual era una utopía social, política y económica en nuestro medio en los años iniciales de esta reseña histórica. Este es también un reconocimiento para la familia Pérez González, cuyo aporte al desarrollo del Cooperativismo es ejemplo nacional. Loor a la Universidad Cooperativa de Colombia en los cuarenta años que celebra y a todos sus directivos por el trabajo social y educativo que adelantan. Les decimos que estos son los primeros cuarenta años de labor y que seguirán otras celebraciones más.


La construcción de tejido social y educacional es responsabilidad de todos, especialmente del cooperativismo, por su filosofía. A la Universidad Cooperativa de Colombia, a sus directivos y a su comunidad educativa “Salud”. Siéntanse orgullosos de lo que tienen y hacen por Colombia. Agradezco a Ligia González, amiga de siempre en las labores educativas, que haya propuesto mi nombre al comité organizador de los cuarenta años y a este mismo comité por aceptarme para escribir el prólogo del libro Cuarenta años, cuarenta historias de vida, que dada la calidad de este número de personajes destacados será de gran utilidad a la educación colombiana y a la historia cooperativa de nuestro medio.

Alberto Piedrahita Muñoz. Ingeniero civil. Fundador de la Cooperativa de Consumo; fundador de la Casa del Ingeniero; cofundador de Ademinas y creador del Programa “Casas sin cuota inicial en Antioquia”; fundador de los centros vacacionales para obreros en Cootrafa.



Introducción

L

a Universidad Cooperativa de Colombia sede Medellín celebra sus cuarenta años de historia entregando a la sociedad antioqueña y al país una institución de educación superior consolidada como una de las mejores de Colombia, con grandes avances en infraestructura física, calidad académica, oferta de programas, desarrollo institucional, proyectos de investigación, innovación y proyección internacional. A lo largo de cuatro décadas, más de 25.000 personas han pasado por las aulas de esta sede, transformando sus vidas y construyendo una sociedad más justa, educada y competitiva. Sea esta la oportunidad de compartir con la comunidad universitaria y la opinión pública la historia y evolución de la Universidad Cooperativa de Colombia sede Medellín, relatada a partir de las historias de vida de cuarenta personajes que han hecho parte de este proyecto de ciudad. Para ello, en la primera parte del libro el lector podrá conocer a cada uno de estos protagonistas, quienes desde sus oficios, sus ideales, sus esfuerzos, sus experiencias, en fin, sus vidas, fueron tejiendo esta gran obra que hoy lleva el nombre de Universidad Cooperativa de Colombia. Es de resaltar, que pocas veces las historias son narradas a partir de tantos y tan diversos puntos de vista. Por ello es destacable el hecho de que en este libro confluyan espontáneamente las voces de académicos, fundadores, empleados

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de servicios generales, directivas, jubilados, egresados, empresarios, políticos; todos con la finalidad de reconstruir una versión más amplia de la historia, más fiel a lo que fue la utopía. A medida que se van conociendo los detalles de cada relato, se evidencia que la historia de la institución es la historia de cada uno de los personajes. Cuarenta años, cuarenta historias de vida, constituye una versión enfocada en el aspecto humano de la historia de una institución que ha transformado la vida de miles de colombianos, haciendo posible el sueño de convertirse en profesionales. Quienes tengan la oportunidad de leer estas páginas descubrirán con asombro cómo la visión y la persistencia de un hombre dieron lugar a una revolución educativa en Colombia. Aquí se revive una hazaña que pocos colombianos conocen: la transformación del Instituto de Economía Solidaria Indesco con sede en Medellín, declarado en bancarrota en los años setenta, en una de las universidades más importantes del país: la Universidad Cooperativa de Colombia. La convicción de un grupo de intelectuales de la ideología cooperativista y el liderazgo de César Pérez García “destruyeron el mito” de que las clases trabajadoras, por razones económicas y de tiempo, no podían acceder a la educación superior. Contra los pronósticos y las dificultades se abrió paso la universidad de los trabajadores. Cuatro décadas después, esta iniciativa, que fue tildada como “quijotesca”, cuenta en Colombia con cerca de 119.000 egresados, más de 50.000 estudiantes, 4569 profesores y 2165 empleados, en 19 ciudades del país. En la segunda parte del libro, el lector será testigo de la evolución de este proyecto educativo que desde sus inicios ha estado ligado al tema del cooperativismo y de la economía solidaria. Invitamos a dar una mirada al pasado para recordar la historia, detenerse en el presente para reconocer el gran momento que atraviesa la Institución

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y, por supuesto, dar un salto hacia el futuro para vislumbrar la Universidad que las nuevas generaciones necesitan para enfrentar los retos de una sociedad en constante cambio. Sin lugar a dudas la evolución de la Universidad Cooperativa de Colombia en Medellín ha estado ligada al proceso de desarrollo que vive la ciudad. Así lo ratifica el proyecto de la nueva sede universitaria que generará un gran impacto social, económico y cultural en el centro de la ciudad y en consecuencia contribuirá a la transformación y modernización de la capital antioqueña. Las cuatro décadas que celebra la Universidad Cooperativa de Colombia en Medellín representan un triunfo de la educación sobre las desigualdades sociales. Este es un motivo de alegría para un país que anhela el cambio social, pues, como decía Nelson Mandela, “La educación es el arma más poderosa que se puede usar para cambiar el mundo”.

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E R A U C

D

A T N

S I H

R O T

V E

S A I

A D I


César Pérez García

El artífice



E

se día cambió su tradicional guayabera cubana por el traje más elegante que tenía, un vestido de paño gris reservado “para las ceremonias”. Cuando la secretaria del presidente le anunció que podía ingresar, se organizó el “cachaco”, y como de costumbre: frunció el ceño, arqueó una ceja y entró bien erguido. Alfonso López Michelsen lo saludó apoyando las manos en sus hombros: -¡César, felicitaciones! ¿Qué te nombraron rector de la Universidad de Antioquia? - No, presidente. - ¿De la Universidad de Medellín? - No, presidente. - ¡Ah! Entonces... ¿de la Autónoma? - No, presidente. - Entonces, ¿rector de qué? - De Indesco. - ¡Indesco! ¿Y qué es eso? Instituto de Economía Solidaria y Cooperativismo. Ubicado en la escuela La Esperanza del barrio Castilla con cien estudiantes, todos con matrícula morosa y la totalidad de los profesores en paro. No declarado oficialmente, pero en bancarrota. El presidente de la república llamó al gobernador de Antioquia, Jaime Sierra García, y efectivamente esa misma semana, César Pérez, salió de la Gobernación con un cheque de tres millones de pesos que le donó el Departamento para sacar de la quiebra a la institución. “¡Yo nunca había visto eso! Estaba realmente emocionado y me subí caminando por la avenida La Playa hasta

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Ayacucho donde habíamos ubicado recientemente a Indesco”. Allí lo esperaban las directivas, profesores y demás empleados, quienes celebraron con una tremenda algarabía el anuncio del pago de sus nóminas atrasadas de varios años y la construcción del nuevo edificio de Indesco. Este hecho marcó el inicio de una etapa de progreso. Según César “a partir de ahí empezamos a soñar”. Y esos sueños se materializaron con la construcción del tradicional bloque dos, con el reconocimiento de la Universidad por parte del Icfes, con el desarrollo de nuevos programas y principalmente con el crecimiento vertiginoso del número de estudiantes. Logros que en 1982 fueron reconocidos por el Consejo Superior de la Universidad en Bogotá con su nombramiento como rector nacional. “Lo más interesante del nombramiento fue que firmé como codeudor de un crédito institucional y me embargaron el sueldo del Congreso”, dice a carcajadas. Contra todos los pronósticos la Universidad fue creciendo, y con la apertura de nuevas sedes y la incursión en las áreas del derecho, la ingeniería, la salud y la educación, fue posicionándose a nivel nacional. En gran parte, este desarrollo se debió al apoyo de las directivas del Banco Ganadero a través de Arturo Aristizábal y de Coopdesarrollo. La visión de César le permitió reservarse un espacio importante en el restringido gremio de las universidades en Colombia. Su carácter y esa aparente dureza que reflejaba su rostro, lo llevaron a ganarse una imagen de ‘peleador’, aunque él argumenta ser un ‘incomprendido’. Cuando el Ministro de Educación no lo atendía decía: “el problema es que hay gente que sí tiene cara de rector y otros que no tenemos”. Sin embargo, a los tres días estaba sentado con el funcionario.

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Poseedor de una rara habilidad de ver en cada dificultad una oportunidad, César Pérez, creó la Cooperativa Multiactiva Comuna, una alternativa de financiación para los estudiantes con poca capacidad adquisitiva, pues en esta universidad pensada para la clase trabajadora, el 80% del estudiantado era de estratos 1 y 2. Comuna presta actualmente más de treinta mil millones de pesos anuales a estudiantes de bajos recursos en todo el país. “Pero no por ser una universidad de origen popular formamos profesionales de tiza y tablero. Nosotros encontramos la necesidad de implementar laboratorios, desarrollar herramientas tecnológicas, modernizar la infraestructura”, decía Pérez en la década del setenta. Con esta perspectiva se fue configurando la Universidad de hoy: de avanzada, con calidad, competitiva y sobre todo con un excelente recurso humano. Cesar Pérez pasará a la historia de Colombia como el creador de la universidad de las clases populares. Pese a que sus ‘asesores financieros’ le advertían insistentemente sobre el riesgo del proyecto y ningún socio se le apuntaba a la idea, la hoy denominada Universidad Cooperativa de Colombia es reconocida como una de las tres instituciones de educación superior más importantes del país de acuerdo al número de estudiantes que hoy supera los cincuenta mil. “Nosotros creemos en la universidad abierta, donde todos tengan la posibilidad de estudiar”. Quienes lo conocen saben que a Pérez García le apasiona nadar contra la corriente, como si todo lo difícil, lo complejo, lo aparentemente ‘imposible’ ejerciera sobre él una atracción desmedida. Por eso, como solía sucederle a don Quijote de la Mancha, algunos afirmaban que César estaba loco de atar. Él vio en un matadero abandonado la posibilidad de crear la sede de la universidad en Santa Marta, convirtió las habitaciones de un convento de monjas en salones de clase en Medellín, recogió los pupitres que le tiraron a la calle luego de un desalojo y los trasladó a unas bodegas para

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continuar estudiando en Envigado, abrió una Facultad de Derecho en Quibdó, promovió –en una época en la que era impensable– la construcción de una universidad con aire acondicionado en Barrancabermeja, estiró un artículo de la Constitución que limitaba el origen de las universidades públicas y privadas para agregarle la categoría de “economía solidaria”, y creó Comuna: Cooperativa Multiactiva Universitaria Nacional –su propio Icetex– para beneficiar a los estudiantes. Por eso mismo cuando le dicen que escriba sobre su vida, él responde: “si yo escribo un libro sería como de ciencia ficción, porque nadie me creería”. Sin embargo, el tiempo ha demostrado lo real de su obra, pues no es ficción que más de cien mil colombianos hayan pasado por las aulas de la Universidad. César Pérez se obsesionó con el tema de la educación, especialmente de las personas de bajos recursos. Para él, “hacer política es educar”. Él soñó con que todo el mundo estudiara en la Universidad Cooperativa de Colombia. De no ser por las restricciones de sus ‘asesores financieros’ hubiera quebrado a la institución repartiendo becas a diestra y siniestra. En esa época decía que le iba a dar una lección a los economistas, porque pese a que la Universidad nunca tuvo superávit, el patrimonio siempre creció y respaldó las deudas. Esta convicción de quitarle terreno a la pobreza a punta de educación, tiene sus raíces en parte de su historia personal. César Pérez comprobó que estudiar quita el hambre. Nació en el corregimiento La Cruzada del municipio de Remedios. Su infancia transcurrió en esta soleada zona minera del nordeste antioqueño. Allí, su padre Máximo, propietario de una tienda, solía montarlo junto con sus cinco hermanos en Titán, un caballo viejo y fuerte; mientras que su madre, Leonisa, los incitaba a rezar el rosario y asistir a misa. Como un intento por superar las carencias económicas en las que creció y transformar la realidad social de su entorno, César Pérez

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inició su proceso de formación estudiando con avidez a los autores comunistas. De modo que no tardó en renunciar a los principios conservadores con los que había sido educado y adoptó los ideales del comunismo como base de su pensamiento. Coherente con ello, durante toda su vida defendió la ideología de izquierda y posteriormente los postulados de libertad e igualdad del Partido Liberal que representó en el Concejo de Medellín y en el Congreso de la República como Representate a la Cámara y Senador. Sin embargo, nunca abandonó su tierra ni renegó de sus raíces. Por el contrario, siempre disfrutó visitando su pueblo y ayudando a su gente. Sin lugar a dudas, su amor por el campo y por los animales viene de su anhelo por revivir la época en que cabalgaba sobre el lomo de Titán. Por eso, en su casa, ubicada en el municipio de La Estrella, siempre convivió con decenas de gallinas, cerdos, loros, gatos, perros, pájaros, caballos, vacas... Aficionado a los porros, a la música cubana, al tango, al bolero, y en general a todos los ritmos, César Pérez se mueve como trompo en las fiestas. Es parrandero, conversador, humorista, trabajador incansable, franco a la hora de decir lo que piensa, terco, soñador. Pocos podrían decir que lo han visto triste, excepto Ligia, su compañera de toda la vida, quien descubrió que cuando él canta solo es porque tiene una nostalgia atravesada en el alma. A sus 78 años todavía conserva el vigor y el ímpetu de su juventud. Él dice con la frescura de siempre que “uno no puede aliñarse con los logros”. Que no tienen que hacerle un busto de media cuadra en ninguna plaza “porque todo esto lo construimos en equipo, un equipo que éramos siempre los mismos. El progreso de nosotros siempre ha sido creer en la posibilidad de construir”. César Pérez García celebra los cuarenta años de su obra más querida, la Universidad Cooperativa de Colombia sede Medellín, con

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la certeza de que bajo la dirección de César Augusto Pérez González, rector nacional, la institución va encaminada hacia la excelencia, la acreditación y la certificación. “César Augusto le ha dado un manejo excepcional, porque nadie conoce mejor a la universidad, además cuenta con una excelente formación y equipo de trabajo. Con su gestión lograremos un posicionamiento nacional e internacional. Ojalá le puedan preguntar en veinte años cómo le fue”. Este aniversario lo pone feliz, aunque un poco nostálgico. Dice con emoción: “Siento una profunda satisfacción, inconmen-surable, por todo el recurso humano que tiene la universidad. Lo más importante en todo este tiempo fue tener a Ligia González como compañera y consejera, e incidir en la formación de Lina y de César. Tengo una familia muy grande pero a ellos les ha correspondido más la angustia, la ansiedad y el compromiso de desarrollar este proyecto que hoy está en sus manos”. Mientras César Pérez viva jamás dejará de soñar, por eso desde ya se imagina un modelo de universidad virtual que rompa con los esquemas tradicionales de la educación en Colombia. Su visión no tiene límites. “La libertad está por encima de cualquier restricción”, declara con certeza. Él sigue cantando el himno de Celia Cruz “La vida es un carnaval” y leyendo en voz alta los poemas de Porfirio Barba Jacob y las historias del Ché Guevara... Todo para espantar a la soledad por si algún día se atreve a visitarlo.

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Rymel Serrano Uribe El sembrador



Preparar la tierra con paciencia Sembrar con esperanza Regar con constancia Abonar con amor Proteger con celo Recoger con prudencia Distribuir con justicia y multiplicar con largueza

A

prendió del contacto con la naturaleza la paciencia del campesino; de su madre, la sensibilidad social; de Dostoievski, esa capacidad extraordinaria de comprender el alma humana; de sus ocho hijos y dieciséis nietos, la esperanza del futuro; de Paulita, su compañera de vida, el poder del amor. La calma y la serenidad tienen un rostro surcado por las arrugas y espléndidamente iluminado por la ternura. De este rostro brotan miradas y palabras como si vinieran de una fuente infinita de amor y conocimiento. Amor y conocimiento son las dos semillas que ha cultivado este “sembrador” que lleva el nombre de Rymel Serrano. Rymel lleva sembrando ochenta y dos años. Comenzó cultivando las letras pocos años después de haber aprendido a leer y escribir. Su primer oficio, como él mismo lo denomina, fue el de maestro de las primeras letras. Inicialmente sus alumnas fueron mujeres humildes que su madre se empeñaba en ayudar. De esta forma empezó a preparar el terreno para su oficio más preciado: maestro; y maestro de su pasión más grande, la literatura. Antes de llegar a dar clases de literatura y en general de todas las áreas en colegios de la capital, fue ayudante de su padre en

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una farmacia, la única del municipio de Pie de Cuestas. Tenía tan sólo diez años cuando conoció la miseria humana del enfermo. No significa esto que las carencias humanas las haya conocido solo por ser un buen espectador. En su familia, como es común en las familias numerosas de los pueblos colombianos, la vida era una lucha diaria. Fue el cuarto hijo de una familia de ocho hermanos. La ropa a veces la heredaba a punto de ‘deshacerse’, después de ser usada por sus cuatro hermanos mayores (en este punto anota que el hermano mayor no siempre tenía el privilegio de estrenar, solo que era el primero en usar la ropa que dejaban sus tíos o primos). En estas circunstancias era difícil que el dinero alcanzara para realizar estudios superiores. Por esta razón decidió trabajar como mensajero en una papelería, cargando paquetes y materiales para la imprenta y haciendo mandados. Su paciencia, “superior a la del campesino que siembra cocos”, le permitió ahorrar el dinero suficiente para viajar a la capital e iniciar sus estudios de derecho. Vivió en pensiones estudiantiles, donde compartía habitaciones con tres y cuatro compañeros. Trabajó dictando clases y de reportero eventualmente. “Fue una vida muy bonita porque aprendí lo que es la solidaridad y la convivencia con el otro”. La carrera la finalizó en la Universidad Externado de Colombia. Aprendió de un amigo poeta que “cuando uno tiene hambre lee mucho”, aunque admite entre carcajadas que “eso no quita mucho el hambre pero es un paliativo”. Y tiene razón, porque si leer quitara el hambre, al terminar las obras de Robert Owen, Tomás Moro, Tomasso Campanella, Álvaro Cepeda Samudio, León Bloy, Ernest Hello, Ortega y Gasset, Dostoievski, Tolstoi, etc. Rymel hubiera quedado sufriendo de sobrepeso, pero continúa liviano, muy liviano. Fruto de su formación y sobre todo de su preocupación por los temas sociales, entendió la necesidad de promover la solidaridad y la cooperación humana, no solo como principio económico sino como

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forma de vida. Esta sin lugar a dudas fue su siembra más fructífera, porque el terreno estaba abonado por las desigualdades sociales y las falencias del sistema económico. En ese cultivo participaron, entre muchos otros, su hermano Henry Serrano Uribe, y amigos como Carlos Uribe Garzón y posteriormente César Pérez García. Este último regó el cultivo con grandes dosis de energía y optimismo. La semilla creció y llegó a convertirse en el más frondoso de los árboles, cuyo nombre es un homenaje a sus raíces: Universidad Cooperativa de Colombia. Con más de cuatro décadas de historia, sus frutos siguen alimentando la esperanza de miles y miles de jóvenes colombianos. “Quienes hacemos parte de la Universidad tenemos la plena seguridad de que el cambio que la humanidad necesita está perfectamente plasmado en la solidaridad y la cooperación humana”. Este cambio liderado por la Universidad se gesta a través de la educación, la actividad investigativa y la extensión universitaria, para motivar y llevar a las comunidades marginadas del país conocimiento y asistencia. Aunque su único pesar es saber que no le quedan muchos años para seguir sembrando, tiene la fe de que la cosecha no terminará. Y no terminará, porque la muerte, que espera tranquilo, jamás podrá destruir las semillas del amor y del conocimiento que ha inmortalizado en sus más grandes creaciones: sus hijos, sus nietos, la Universidad Cooperativa de Colombia.

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José Corredor Núñez El corredor



J

osé Corredor no nació en Belén en un pesebre humilde rodeado de animales. Sin embargo, al igual que Jesús de Nazaret, sus padres tuvieron que huir con él para salvarlo de la violencia civil. Arrumados en un camión, debajo de unos bultos de papa, lograron salir del Cocuy hasta la sabana de Bogotá, sin ser descubiertos, es decir, sin ser fusilados. ¿El pecado? Ser liberales. Cinco décadas después de haberle ganado una carrera a la muerte, otra al desplazamiento, y otra al anonimato, este Corredor, por ese azar misterioso de la vida, debió emprender otra huida. Esta vez, no en camión debajo de bultos de papa, sino en un chárter acompañado por el doctor César Pérez García, rector de la Universidad Cooperativa de Colombia, en donde trabajaba. Resulta que el entonces presidente Belisario Betancur, dentro del proceso de paz había propuesto crear la Universidad de la Paz. A Pérez García se le ocurrió ofrecer la seccional de la Universidad de Barrancabermeja como sede para el proyecto. “Pero cuando los docentes y estudiantes se dieron cuenta que íbamos a entregar la sede, se enardecieron y nos iban a linchar, nos sacaron corriendo y si no hubiéramos contratado el vuelo chárter hasta Medellín no estaríamos contando la historia”. Nunca se imaginaron que la gente quería tanto su universidad. Una carrera, eso ha sido la vida de Corredor. ¡Y qué carrera! Tres veces diputado, tres veces congresista, reconocido sindicalista, abogado formado y reformado, militante y activista liberal, cooperativista, presidente del Consejo Superior de la Universidad Cooperativa de Colombia, etc.

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Su trayectoria ha estado marcada por la disciplina, la honestidad y los principios de la ideología liberal. Por eso Guillermo Cano en un editorial de El Espectador del año 1985 titulado “Por quién votar”, se refirió al candidato al Congreso, José Corredor, como “uno de los pocos políticos honestos que tiene el país”. Asimismo, han influido su pensamiento, el cooperativismo y la economía solidaria. Por esta razón, junto con Rymel Serrano Uribe, Henry Serrano Uribe, César Pérez García y otros hombres con gran sensibilidad social, emprendieron otra carrera maratónica para promover el cooperativismo en Colombia. Con este propósito, hizo parte de Indesco cuando apenas iniciaba, representando a Codesarrollo y posteriormente fue elegido presidente del Consejo Superior de la Universidad, cargo que desempeña en la actualidad. En esta carrera, como en la mayoría de carreras en las que el premio es grande, hubo grandes obstáculos. Jamás olvidará los momentos en los que llamaba a César Pérez y le decía: “César, hasta aquí llegué, yo no continúo más”, y él le respondía: “No, espérate hombre, ¡cómo vamos a abandonar a la Universidad!”. Más se demoraba en colgar el teléfono que él en llegar a Bogotá con su botella de ron ocho años... “Siempre me convencía. Pero el asunto también funcionaba a la inversa. La diferencia era que yo no llevaba el ron a Medellín, porque sabía que él allá siempre tenía inventario. Éramos paño de lágrimas el uno del otro, amigos y coequiperos en esta quijotada que ha sido la Universidad Cooperativa de Colombia”. Su oficina, ubicada en pleno centro de Bogotá, es una especie de híbrido entre biblioteca y anticuario. Hay más de 200 enciclopedias y 500 libros, un teléfono antiguo, un televisor con forma de escaparate, una matera embriagándose con los restos de una botella de vino, muñecos y muñequitos de todas las formas y colores, carros de colección, libros y más libros.

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José Corredor añora en este momento de su vida ver a los jóvenes de las nuevas generaciones compenetrados con el devenir histórico de la nación, a la Universidad Cooperativa de Colombia como la mejor institución del país. Mientras esto sucede se va almorzar con la doctora Teresa en un restaurante donde en una hora nombran ministros, tumban alcaldes y hasta tapan los huecos de Bogotá.

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Amanda Jaramillo Jaramillo La alumna 0001



L

a decisión estaba tomada. Amanda no continuaría estudiando. El exceso de trabajo y la dificultad en los horarios fueron los detonantes. Sin embargo, las cosas cambiaron cuando una amiga le entregó el siguiente clasificado:

“¿Indesco?, ¿y qué es eso?” La curiosidad la llevó hasta al Parque Bolívar donde estaba ubicado este Instituto. La recibió el entonces rector, Heriberto Camacho Diago, quien después de hablar maravillas de la institución logró inaugurar la planilla de matrículas

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con Amanda. En ese momento Amanda Jaramillo se convirtió en la alumna número 0001, la primera estudiante en la historia de la sede Medellín. Ese día Camacho pudo dormir tranquilo porque el Instituto de Economía Social y Cooperativismo ya contaba con una alumna. Amanda no tenía ni idea que era la primípara de los primíparos. Es más, como todos los aspirantes que presentaron la entrevista, estaba segurísima de que no todos pasaban el proceso de selección y que más de uno se rajaba. “Cuando la secretaria de Indesco me llamó a informarme que había sido admitida, no paraba de felicitarme como si hubiera sido una privilegiada. Después nos dimos cuenta que todos habíamos pasado”. En ese entonces, Amanda era profesora de la Escuela Sor Juana Inés de la Cruz. Siempre soñó con ser profesional pero necesitaba también trabajar. Precisamente eligió a Indesco porque era de las pocas alternativas de educación superior que posibilitaban el estudio en horarios extremos. En 1972 Indesco ofrecía tres carreras profesionales: Economía, Administración Educativa y Administración de Empresas. Amanda se matriculó en Economía. “A los pocos días de iniciar las clases, nos llevaron a un seminario en Bucaramanga. Éramos cuarenta estudiantes, todos felices... Parecíamos hermanos”. Sin embargo, ese sentimiento de hermandad no fue suficiente para contagiar a los estudiantes de izquierda que convirtieron el evento en un escenario de protesta, movidos por el ímpetu revolucionario que agitaba a los jóvenes rebeldes del mundo. Amanda recuerda que entre las peticiones la más radical era que “la sede Medellín debía estar cerca de los sectores populares”. Según ella: “Indesco pasó del centro de la ciudad al barrio Castilla. De tener más de trescientos alumnos a menos de cien. De poseer rector a la anarquía. Con decir que para que el portero y la señora del servicio no abandonaran la institución, los estudiantes hacíamos vaca para darles el pasaje”.

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Las últimas palabras del derrocado rector fueron: “Para que esta universidad salga adelante necesita un rector que tenga buenas relaciones políticas; yo creo que la persona indicada es César Pérez García”. Amanda se fue a buscar al indicado a su oficina en Tejelo, y cuando le propuso que asumiera la rectoría de Indesco, Pérez García le contestó: “Pero es que yo no estoy buscando puesto”. Sin embargo, el destino y los alumnos se ensañaron en que él debía ser el rector. Luego de un proceso largo donde un equipo de defensores de Indesco, entre los que se encontraba Próspero Posada, Nelson Rueda y Varela ‘El compañerito’, lograron promover la candidatura de Pérez. Meses después Amanda recibió una llamada de Guillermo Gaviria Zapata, muy cercano al entonces congresista: “Ya vamos para Castilla”. Y fue en esa reunión, realizada en la escuela La Esperanza donde volvió a renacer la esperanza.

Trasteo de sueños El Municipio de Medellín le prestó al nuevo rector de Indesco, César Pérez García, unas volquetas para trastear a la Universidad de Castilla al centro. “Todos ayudábamos a empacar lo poco que había, cajas, papeles, los escritorios y pupitres viejos... Parecía el trasteo de la casa de uno”. Realmente, lo único de valor que contenía este acarreo eran los sueños de decenas de jóvenes que solo querían reavivar la ilusión de ser profesionales. “Cuando inauguramos la nueva sede, César Pérez nos decía: bien revolucionarios que son y vienen a parar a una casa de monjas rodeados de santos por todo lado”. Con la ayuda de los santos y la visión del rector fue posible que en diciembre de 1978, se celebrara la gran fiesta: los primeros grados Indesco. Por su puesto la alumna 0001 ocupó las sillas delanteras con su toga y su birrete. Esta misma alumna ocuparía a partir de 1991 la coordinación académica de la Facultad de Economía y luego, de la Facultad de Contaduría Pública. Todos estos años estuvo al servicio de la Universidad hasta que se jubiló.

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Cuarenta años después de trastear, desempacar y cumplir sus sueños, Amanda vive rodeada del amor de sus sobrinos. No se cansa de repetir: “He sido muy privilegiada al encontrar en mi vida personas que me ayudaron desinteresadamente, entre ellas César Pérez García, un hombre con un corazón muy noble, un ser maravilloso”.

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Próspero José Posada Myer Pionero de un sueño



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o tuvo otra opción que montarse en su moto Kawasaki 100 y salir a buscar por todo Medellín a los alumnos inconformes que no querían seguir estudiando en los extramuros de Castilla, donde los estudiantes “que se autodenominaban de izquierda” habían encaramado las ruinas de Indesco. El mensaje que portaba Próspero era definitivo: el rector debe ser César Pérez García, él es el único que puede rescatar a la Institución. Mientras Próspero volaba en su moto por las empinadas calles de la ciudad llevando la buena nueva, Amanda Jaramillo llamaba a los pocos que tenían teléfono en sus casas, y Nelson Rueda y Varela ‘El compañerito’ hacían lo propio con el voz a voz. Este equipo, denominado ‘Pro Indesco’ planeó meticulosamente una estrategia que determinaba hasta la ubicación y el orden de intervención de los asambleístas para lograr el objetivo. No era para menos. Esta Asamblea definiría el futuro del Instituto de Economía Solidaria y Cooperativismo Indesco. Los esfuerzos esta vez no fueron en vano. Casi por unanimidad apoyaron a César Pérez García. El contexto era difícil. De cuatrocientos alumnos que tenía Indesco en la década de los setenta no quedaron ni cien, pues estaban cansados de las protestas de los revolucionarios que imponían la tesis de que la Universidad debía estar cerca de las clases populares, influidos también por intereses políticos y económicos que iban en contraposición con los ideales del cooperativismo que defendía Indesco. Esta situación se fue superando poco a poco gracias a la visión de César Pérez García, a los auxilios parlamentarios que

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destinó el entonces congresista para resucitar esta institución. “Hoy cualquier palabra sobraría frente a las evidencias. En su momento, las universidades de familias y grupos importantes nos consideraron una universidad invasora y se nos estigmatizó como una Institución de garaje”, dice Próspero. Cuatro décadas después, cuando se le pregunta a Próspero qué significa para él la Universidad Cooperativa de Colombia, responde con su acento todavía medio costeño y enérgico: “Un milagro, el resultado de la tenacidad de un hombre, de la visión de un ser humano que quiso hacer de esta Universidad la más grande del país. Hoy estamos en diecinueve ciudades, tenemos más de cincuenta mil estudiantes y cien mil egresados”. Un milagro del que Próspero ha sido más que un testigo. Estudiante, profesor, cofundador de la Cooperativa Multiactiva Comuna, Director del instituto Indesco, miembro del Consejo Superior de la Universidad... Ha respirado Universidad Cooperativa de Colombia durante años, por cada uno de sus poros. Además de estudiante, profesor, directivo, y ahora rector de la Fundación Universitaria María Cano, Próspero tuvo otro cargo importante en la Universidad: fue el cantante encargado de amenizar los festejos y las veladas. Cada que había tertulia llegaba con su guitarra y terminaba complaciendo a César Pérez García con la misma canción que pedía siempre: “No soy de aquí, ni soy de allá, no tengo edad ni porvenir y ser feliz es mi color de identidad...”. El trabajo se le incrementó cuando al rector se le dio por crear los “Lunes de Indesco”, un espacio cultural y educativo en el Teatro de Bellas Artes. Cada semana invitaban a personajes nacionales. Un lunes le tocó el turno a Ernesto Samper Pizano, entonces presidente de Anif. –Pero, ¿quién recoge a Samper? -pues Próspero. Llegó al aeropuerto y apenas Samper vio el Bugs Buggy color ‘verde chillón’ que en el ochenta y dos había costado casi cien mil pesos, le preguntó diplomáticamente a su dueño: “¿Cuál es el modelo del

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carro?” –“Modelo cincuenta y seis doctor, como nuevo, –respondió Próspero. Quién iba a pensar que años después ese señor que recogí en mi pichirilo iba a ser el presidente”. ¡Anécdotas, tantísimas! Recuerda el día que fue con César Pérez, siendo su asesor, a la ciudad de Santa Marta a inaugurar la nueva sede de la Universidad. Este lugar, que antes era utilizado para matar vacas, fue transformado en una institución de educación superior. Próspero Posada ha sido un soldado en la defensa y construcción de lo que hoy es la Universidad, y por eso sus ojos irradian la alegría de la batalla vencida. Con esta emoción de victoria y gratitud celebra estos cuarenta años de logros y vicisitudes de la Institución en Medellín. “Los mejores momentos de mi vida los he pasado al lado de la Universidad Cooperativa de Colombia. Y mientras nos llega el momento de ser solo recuerdo, seguiremos luchando para que esta Universidad siga pujante, así como va...”

Próspero José Posada Myer. Administrador de empresas. Doctor en Ciencias Económicas y Empresariales. Especialista en Organización y Gerencia de Cooperativas, Mercadeo y Proyectos Agroindustriales, Administración y Alta Gerencia para Empresas de Economía Solidaria, Banca Cooperativa y Comercial, y Administración de Servicios de Salud. En tres oportunidades se ha desempeñado como presidente del Comité Regional de Educación Superior (CRES). Gerente de la Cooperativa Multiactiva Universitaria Nacional y Secretario General del Icfes. Actualmente es el Rector de la Fundación Universitaria María Cano.

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Ligia Gonzรกlez Betancur

La matrona



Los dioses son como los hombres: nacen y mueren sobre el seno de una mujer Jules Michelet

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ambién las instituciones son como los hombres, frutos de la unión de almas diversas que dan vida a seres que nacen y crecen a imagen y semejanza de sus progenitores. Cuenta la historia que un espíritu quijotesco y un corazón noble unieron sus fuerzas para dar vida a una creación que hoy cumple cuarenta años. Sin embargo, cuando se le pregunta a Ligia González lo que ha sido ella para la Universidad Cooperativa de Colombia en su sede Medellín, su modestia no la deja admitir lo que todos saben, que ella es la madre. En cambio, contesta con esa sencillez que la envuelve: “He sido la todera, una colaboradora en todos los momentos, un apoyo”. La Universidad irradia una cierta magia capaz de atrapar y enamorar al más tosco espíritu, un cierto magnetismo misterioso que solo se comprende cuando se miran los ojos de esta mujer. Ligia González entregó su corazón para engendrar esta institución. Quienes la conocen, saben que aportó toda su energía, sus esfuerzos, sus lágrimas y hasta su nombre para respaldar una deuda de doscientos mil pesos en el Banco Ganadero y así pagarle a los empleados de Medellín las nóminas de seis meses y el arriendo de dos meses de la casa de las monjas donde inició la vida de la Institución y hoy alberga al tradicional bloque 1. Al principio, como muchos, vio en este proyecto una locura; “le supliqué a César Pérez García que no asumiera como Rector de una universidad quebrada. Ya era congresista y diputado. Pero él siempre se dejó atraer por los retos difíciles. Esta institución se convirtió en su

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obsesión”. Aún así, lo acompañó en este nuevo empeño, así como en todas las otras aventuras que emprendió este Quijote a lo largo de su existencia. Su prudencia, su sensibilidad, su cordura, su racionalidad, fueron indispensables para equilibrar aquel otro temperamento impulsivo, irracional, soñador. La Universidad creció con la armonía de estos caracteres, como un reflejo de estas personalidades, tiene tanto de ambiciosa como de prudente. Ligia González impregna todo con su calidez maternal. Sus palabras y sus miradas son siempre una manifestación de su amor. Por eso, cada paso, cada logro de la Universidad ilumina sus ojos de alegría. Así recuerda el momento el que el entonces gobernador de Antioquia, Jaime Sierra García, hizo una enorme contribución a la Universidad Cooperativa de Colombia en Medellín por valor de tres millones seiscientos mil pesos, que alcanzaron para pagar gran parte de las nóminas de todos los amigos que habían laborado gratis durante años, siendo profesores, administrativos, personal de servicios varios. “Recuerdo que las señoras del aseo lloraban de la felicidad porque con ese dinero pagaron hasta la cuota inicial de sus casas. Fue una fiesta, ellos nunca se imaginaron que la Universidad les iba a pagar todos esos años de entrega y sacrificio”. Con estos recursos se inició la construcción del bloque dos. Sin embargo, por dificultades económicas, “hubo que parar cuando apenas el bloque era un hueco con algunos cimientos. Con la lluvia se llenó de agua y los alumnos decían que esa era la piscina de César Pérez García”. También, en estas situaciones desfavorables, promovió con los directivos decisiones racionales, como quitarle a César Pérez la atención a los estudiantes en periodo de matrícula, dado que el Financiero alertó sobre el peligro de que él continuara repartiendo becas y auxilios a diestra y siniestra. “Esto fue un acto de oposición contra César Pérez. Es que él tiene un corazón que no le cabe en

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el cuerpo. Él quería que todo el mundo estudiara en la Universidad. Entonces le ubicamos a Luis Octavio Rendón para que escuchara a los alumnos, quienes al ver a este señor tan estricto decían: “¡Hablar con Rendón!... Más bien pago de una vez”. Ligia González no habla de ella misma. Su altruismo y su modestia se lo impiden. Oriunda del municipio de Donmatías, hija de un Liberal dispuesto a dar su vida por la libertad humana; ideología que ella defendió con coraje siendo una niña, en medio de los señalamientos y las ejecuciones de la guerra partidista. Emigró a la ciudad para hacerse profesional. Al tiempo que trabaja como docente, estudiaba Economía Industrial en la Universidad de Medellín. En la década de los ochenta fundó, junto con un grupo de amigos, la Fundación Universitaria María Cano, y siendo su primera Rectora cumplió un papel protagónico en la consolidación de la oferta académica y en la proyección institucional. Hoy en día es la Presidenta del Consejo Superior de esa Institución. Actualmente es la Directora de la sede de la Universidad en Medellín. Dice que no descansará hasta ver “acreditadas y reacreditadas todas las carreras. Hay tantos proyectos que no me quiero morir sin verlos convertidos en realidad”. Quienes han pasado por la Universidad Cooperativa de Colombia son testigos de que esta institución tiene alma de mujer. Esta mujer es la matrona. La madre que entregó sin condición un pedacito de su corazón para endulzar la obra.

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Guillermo Gaviria Zapata El sancho panza



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uando Guillermo Gaviria Zapata terminó cuarto de bachillerato en el corregimiento La Cruzada de Remedios, su papá habló con los encargados de la Frontino Gold Mines para que empezara a trabajar en la mina. Ya se había resignado a ganarse la vida bajo tierra cuando César Pérez García visitó el caserío en unas vacaciones y le dijo: “¿Cómo te vas a quedar aquí?, nos vamos para Medellín a continuar estudiando”. Al principio Guillermo no le creyó mucho, hasta que Pérez lo buscó el 6 de enero y le preguntó: “¿Ya empacó?, mire que mañana nos madrugamos”. A partir de este momento, año 1967, comenzó una historia de lealtad entre dos amigos que llegaron a ser hermanos. Guillermo, tan leal y paciente como Sancho Panza, decidió ser el escudero de aquel caballero conocido como César Pérez García, tan aventurero e ingenioso como don Quijote de la Mancha. Al comienzo de esta travesía debieron enfrentar dificultades económicas, pero pronto César obtuvo un trabajo como detective del DAS en las noches y Sancho, como administrador de carpas Mataborda; al tiempo que estudiaban Derecho y Contaduría, respectivamente. Los dos llegaron a ocupar grandes cargos en importantes ‘ínsulas’ como el Congreso de la República, la Personería, la Beneficencia de Antioquia, La Asamblea departamental, la Universidad Cooperativa de Colombia, entre otras. La historia cuenta que entre las innumerables aventuras de estos caballeros, una muy simpática fue el día que el ‘ingenioso’ le dijo a ‘Sancho’: “Vamos amigo a Castilla que me van a nombrar rector de una institución”. Cuando llegaron, Sancho, siempre más cuerdo que su amo, le dijo: “Mire doctor que a usted no lo van a nombrar

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director de una institución sino de una carbonera”. El Ingenioso como siempre exclamó: “¡Ay Sancho! Tú no sabes de aventuras, no te dejes encantar por las visiones de los enemigos. Si esto no tiene cara de Universidad, pronto la tendrá”. Sumergidos en este nuevo proyecto, se dirigieron al centro de la ciudad para persuadir a las monjitas Carmelitas de que les alquilaran el convento para trasladar la universidad. No se sabe cómo El Ingenioso se las ingenió, pero logró convencer a la monja superior, sin un peso en el bolsillo pero con mucha oratoria. Y esta hazaña, que después tomó el nombre de Universidad Cooperativa de Colombia, estará entre las más famosas de estos caballeros. Y muchos fueron testigos de estas victorias. Pero entre escépticos y creyentes, amigos y enemigos, se abrieron paso para seguir batallando por la igualdad social, por el derecho a la educación de los menos favorecidos, por la oportunidad de combatir la pobreza en la que ellos mismos habían nacido. Como un sueño que solo puede fraguarse en la mente de César Pérez García, nació la Universidad Cooperativa de Colombia de Medellín. Durante décadas, los protagonistas de este relato batallaron en grandes empresas de las que salieron, no ilesos, pero sí victoriosos. Eso sí, con la ayuda de ‘Dulcinea’ (cuyo nombre real es Ligia González), de quien se dice que tiene un corazón tan grande como la mente del Quijote. Y de otros tantos amigos que a pesar de sorprenderse de las hazañas del caballero nunca dudaron de su capacidad y por eso trabajaron gratis siendo profesores, contadores, revisores, empleadas de servicios generales. Más de cincuenta años lleva Guillermo caminando al lado de César. Por ahora, “sigue esperando que la justicia asome con su lento paso”, mientras recuerda los consejos que fueron también ejemplo del Quijote:

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Haz gala, Sancho, de la humildad de tu linaje, y no te desprecies de decir que vienes de labradores. Mira, Sancho: La virtud vale por sí sola lo que la sangre no vale. Hallen en ti más compasión las lágrimas del pobre que las informaciones del rico. Cuando te sucediere juzgar algún pleito de algún enemigo, aparta las mientes de tu injuria y ponlas en la verdad del caso. Y confía en el tiempo, que suele dar dulces salidas a muchas amargas dificultades. Si estos preceptos y estas reglas sigues, Sancho, serán luengos tus días, tu fama será eterna, tus premios colmados, tu felicidad indecible vivirás en paz y beneplácito de las gentes, y en los últimos pasos de la vida te alcanzará el de la muerte, en vejez suave y madura, y cerrarán tus ojos las tiernas y delicadas manos de tus terceros netezuelos. 1

1 Saavedra, Miguel de Cervantes. El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha (España: Editorial Juan de La Cuesta, 1997), 865.

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Mario Arango Jaramillo El hombre de pensamiento cooperativo



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n 1974 cuando Mario Arango asumió la Rectoría nacional del Instituto de Economía Solidaria y Cooperativismo Indesco, la sede de Medellín estaba prácticamente liquidada. La mayoría de los estudiantes habían desertado debido a la decisión de trasladar la institución al barrio Castilla. La idea de que la Universidad debía estar cerca de los sectores populares produjo su aislamiento y el abandono del centro que era el escenario natural donde convergían los estudiantes trabajadores. El ímpetu de los movimientos estudiantiles de izquierda invadió las aulas de las principales universidades del país. Indesco no fue la excepción. Así lo entendió Mario Arango el día en que sintió en su cabeza el frío roce de un arma de fuego empuñada por un joven, quien lo expulsó de la sede de Bucaramanga en medio de una protesta estudiantil. La presión de estos jóvenes, no solo puso en vilo la seguridad de la Universidad, sino que, en el caso particular de Medellín, puso en riesgo la existencia de la institución, al exigir el traslado de la sede del centro de la ciudad. Esta situación hizo que un grupo de líderes estudiantiles denominados ‘Pro Indesco’, postularan el nombre del parlamentario César Pérez García, para ocupar el cargo de rector en Medellín. Esta iniciativa se convirtió una esperanza para revivir este sueño que parecía esfumarse. Mario y César habían iniciado juntos sus estudios en derecho en la Universidad de Medellín. Compartían fuertes convicciones sociales inspiradas por las ideas marxistas, los principios de la economía solidaria y el cooperativismo. “César Pérez ya era una

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figura importante en Antioquia y puso toda su influencia política y social para sacar adelante a la Universidad, primero en Medellín y luego a nivel nacional. El 100% de sus auxilios parlamentarios los invirtió en la institución para promover la educación”. Otra razón de peso que ayudó al desarrollo nacional de la Universidad, era que la Institución marchaba al ritmo de las políticas sociales impulsadas por el gobierno del entonces presidente Alfonso López Michelsen, quien había nombrado a María Elena de Crovo como Ministra de Trabajo y a Marco Tulio Rodríguez Superintendente Nacional de Cooperativas, ambos políticos de izquierda. Con una dirigencia de izquierda, el panorama del cooperativismo en Colombia, vislumbraba un horizonte promisorio que iluminaba el futuro de Indesco. Las políticas sociales e ideales progresistas del gobierno nacional encontraron apoyo en el cooperativismo que promovió los temas de vivienda, el desarrollo de los sectores económicos, la cultura, la educación. Y fue precisamente en el tema de la educación donde el Estado colombiano le entregó a Indesco las banderas de la promoción del cooperativismo y de la economía solidaria, bajo la figura ‘auxiliar’. Desde entonces la Universidad Cooperativa de Colombia tiene un compromiso enorme con la sociedad, no sólo de formar profesionales íntegros con responsabilidad política y social, sino también de promover formas alternativas de desarrollo económico que impulsen el progreso de todas las clases sociales del país. Compromiso que ha cumplido con creces a lo largo de su historia. Fomentar una universidad con criterios políticos e ideas basadas en la ideología cooperativista, es el ideal más noble y ambicioso que ha conocido Mario. “César Pérez ha sido un visionario que tenía claro que la Institución sería, no la universidad donde los estudiantes trabajaban, sino una universidad donde los trabajadores podían estudiar”.

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Para llevar a cabo este propósito, César Pérez creó en Medellín, una entidad que denominó ‘Comuna’, con el fin de que los estudiantes tuvieran acceso fácil a créditos universitarios. “Él estaba en todo y creía en la importancia de poder cumplir los sueños de la sociedad”, dice Mario sin disimular su admiración. Por eso considera que la educación en Colombia tiene una deuda enorme con César Pérez García. “Esta Universidad tiene la impronta de este gran dirigente social y académico”. Mario es hoy en día un intelectual que por modestia no habla mucho de sus logros como escritor, periodista y pensador del cooperativismo. Solo se limita a expresar de todas las formas posibles su admiración por esta obra de la que él también es autor, una obra que celebra en Medellín sus cuarenta años de historia. Una obra que él considera un ejemplo para el país, porque logró convertirse en una gran universidad, en todo el sentido de la palabra. Una universidad que se ha hecho al margen de los poderes económicos y cuya mayor fortaleza ha sido su vinculación a los principios de la economía solidaria, que son también los principios que han guiado la vida de este pensador.

Mario Arango Jaramillo. Fue concejal de Medellín, rector Nacional de Indesco y director de la revista Cooperativismo y Desarrollo. Premio nacional de periodismo del Círculo de Periodistas de Bogotá. Profesor de pregrado y postgrado, investigador y escritor.

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Arturo Aristiz谩bal G贸mez El aliado



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rturo Aristizábal, subgerente del Banco Ganadero, se sorprendió al recibir una solicitud de crédito de doscientos mil pesos para comprar una casa de monjas, respaldada solo por una declaración de renta de una empleada pública, la firma de un político sin ninguna propiedad raíz y la promesa de convertir un convento en la mejor universidad del país. En los años que llevaba en la entidad, jamás había recibido un requerimiento similar. César Pérez era un político reconocido en Antioquia y bien referenciado en el banco y Ligia González, una empleada de Empresas Públicas de Medellín, dispuesta a respaldar la deuda con su salario. Esto sirvió de garantía para que el subgerente iniciara el estudio de crédito. Pero sin lugar a dudas lo que más le llamó la atención al funcionario fue la convicción del señor Pérez de crear una universidad para los trabajadores; que según él sería “única en el país”. “Creímos en las dos personas y prácticamente se hizo un préstamo personal. Nunca quedaron mal”. Dice don Arturo. A medida que transcurría el tiempo la Universidad fue organizando sus finanzas y los balances empezaron a mostrar cifras positivas, lo que facilitó la aprobación posterior de un sinnúmero de créditos. Cada paso que daba la institución estaba apoyado por la confianza del banco. Las inversiones, el pago de los acreedores, la construcción y remodelación de los espacios universitarios, fueron iniciativas posibles gracias a los recursos que facilitaron las directivas de la entidad financiera.

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La relación con el banco era cotidiana. “Dolly Usuga, Adolfo León Palacio, Ligia González y César Pérez, no dudaban en llamarme para solicitar en tiempo récord la aprobación de un sobregiro. Llegué a autorizar diez o veinte veces más el cupo disponible, contando obviamente con la aprobación de la Junta Directiva”. Por más de 28 años Arturo manejó la relación entre la Universidad y el banco. En este tiempo se consolidó un vínculo que fue mucho más allá del tema financiero. Podría decirse que se estableció una alianza entre el sector educativo y el sector bancario para sacar adelante un proyecto social. A través de Aristizábal, el banco acompañó cada paso de la institución. “Estuve presente en todos los eventos de la Universidad, la inauguración de la sede Buenos Aires, del edificio bloque dos... En una ocasión César me invitó a la sede de la Universidad en Santa Marta. Fue espectacular”. Como reconocimiento a su trayectoria en el sector, la Universidad Cooperativa de Colombia, en diciembre de 1981 le otorgó al señor Arturo Aristizábal, un Honoris Causa en Ciencias Económicas. Para Arturo, lo más grato que vivió en el banco durante casi cuarenta años, fue haber tenido la oportunidad de aportar desde su actividad profesional, a la consolidación de esta gran Universidad. Y por encima de esto, la oportunidad de construir una maravillosa amistad con quienes considera grandes seres humanos. Ser testigo y al mismo tiempo partícipe del progreso de la institución, le despierta orgullo y admiración “Me parece que César y los otros compañeros de gesta, fueron muy valientes con lo que han logrado en la Universidad. Asimismo, Ligia González ha sido una persona excepcional, en una palabra una amiga. De César Augusto, no tengo sino que decir que es un señor y que la Universidad está en las mejores manos, porque él, siendo muy joven es muy estructurado”.

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Actualmente don Arturo está pensionado y se dedica eventualmente a negocios de propiedad raíz y a la agricultura. Vive en el sector de Llano Grande con su esposa y su hija en una finca productora de aguacates y brevas. Además, sigue apostándole a los proyectos universitarios, esta vez con otra finca llamada “La U”, cuya producción estimada en más de veinte toneladas de aguacates al mes, se destina en el pago de los gastos de la universidad de su hija María José y de sus dos sobrinos Jerónimo y Juanita.

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Remberto Antonio Serna Zuluaga La versión matemática de una utopía



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Casa vieja + 1 caja de Noel + 100 mil pesos prestados + 2 toneladas de optimismo = Universidad Cooperativa de Colombia

Eran las dos de la tarde de un sábado de finales de 1976 cuando Remberto visitó por primera vez aquella casa abandonada propiedad de las monjas del Carmelo. César Pérez García había alquilado este viejo caserón en el centro de la ciudad por cuarenta mil pesos mensuales con la ilusión de convertirlo en una institución de educación superior. Don Remberto nunca olvidará su sorpresa al percatarse de que la puerta principal estaba abierta, sin ninguna medida de seguridad, excepto el servicio de vigilancia gratuita e incondicional que brindaba la vieja estatua de San José ubicada al ingreso de la casa. Pero ni los servicios de seguridad de la divina providencia se salvan de la argucia de los ladrones que terminaron de desocupar la casa, llevándose consigo las pocas máquinas de escribir, los escritorios de segunda, los teléfonos y hasta la sumadora de manecillas marca Olivetti que todavía no sabía multiplicar. En fin, no dejaron sino una caja de Noel llena de cuentas por pagar. “-Remberto: (Lo primero que hice fue llamar al doctor César Pérez y le dije) aquí no hay nada. -César Pérez: Pero, ¿cómo así?, ¿y las máquinas de escribir, los teléfonos...? -R: Pues, señor, como lo oye, la puerta estaba abierta y al parecer se robaron todo, no dejaron sino papeles. ¡Ah, y dañaron la puerta, ya no cierra! -CP: ¡Ya para qué la quiere cerrar!, ¡qué más se van a robar! Déjela así y el lunes nos vemos.

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-R: ¿Pero doctor, y yo en que le puedo colaborar? -CP: Tranquilo, que usted va a ser el contador de la mejor Universidad de Colombia”. Con cierto escepticismo, el nuevo Contador de Indesco regresó al caserón junto con Guillermo Gaviria Zapata y Luis Octavio Rendón. “Pero, ¿cómo piensa el doctor Pérez dictar clases en estas celdas?”. Preguntaba Remberto a sus no menos sorprendidos compañeros. Las celdas eran las antiguas habitaciones de las monjitas en donde a duras penas cabía una cama sencilla y un nochero. Sin exagerar, no superaban los dos metros y medio de largo por uno y medio de ancho. Aparte de las celdas, estaba el patio de castigo donde al parecer eran llevadas las monjas que infringían las normas. Para completar ese primer día, los diez empleados que tenía Indesco en ese momento llegaron furiosos porque no les habían pagado. “Recuerdo que César Pérez sacó de su bolsillo diez mil pesos y los repartió proporcionalmente entre todos”. “Esto es una locura. Sin embargo, el gran optimismo y la admirable visión de César Pérez hicieron que emprendiéramos con él eso que para la época parecía ser una utopía, pero que con los años se fue convirtiendo en una realidad, en una gran realidad”.

El primer balance La caja de Noel que dejaron los ladrones contenía facturas por pagar por valor de 20 mil pesos. Para resumir, las cuentas reales eran las siguientes: Activos = 0 CXC = 0 Patrimonio = -20.000

CXP = 20000.

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Caja = 0


“Como no podíamos empezar con un balance negativo, tomé la decisión de poner en caja veinte mil pesos, como si los hubiéramos donado nosotros”, recuerda Remberto. Así, en matemáticas básicas, el Instituto empezó literalmente en ceros. Pero no importaban las cifras del balance cuando el tamaño de la esperanza era infinito. Cesar Pérez se fue para el Banco Ganadero y consiguió un préstamo de doscientos mil pesos que respaldó la señora Ligia González. Fue entonces cuando en los periódicos locales se publicó la convocatoria para las matrículas de Indesco en el primer semestre de 1977. Cuando Remberto fue nombrado como el contador de ese pequeño instituto vigilado por San José, jamás imaginó que años después comprarían la casa de las monjas por trescientos ochenta mil pesos, que en 1983 Indesco sería reconocido como una Institución de Educación, que tendrían en sus aulas a miles de estudiantes, que serían reconocidos en todo el país. Treinta y seis años después, con su frente y su alma más despejadas, con la serenidad que traen consigo los años, con la seguridad de las metas ya cumplidas; Remberto se emociona buscando superlativos que intenten por lo menos describir esa gran aventura que dirigió César Pérez García y que hoy se llama Universidad Cooperativa de Colombia. Con una calidad humana insuperable, una memoria y una capacidad de cálculo superior a la de la vieja calculadora Olivetti, Remberto todavía no logra descifrar el milagro que convirtió las cuentas por pagar en cuentas por cobrar, las celdas en amplios salones, las paredes en verdes pizarras, los pupitres vacíos en asientos de soñadores.

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En su hogar, junto a su compañera de vida disfruta de la tranquilidad de su jubilación. Y en su finca de Montebello, la pesada estatua de San José lo vigila mientras canta y escribe sus versos del alma: “Y giras barrenando en positivo, en éxtasis de amor, buscando el vino del que por vida te ha de ser esquivo… ¡Salud! Hoy has cumplido, has sido caballero en esta noche” (“El Sacacorchos”)

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Alicia Arango Sosa

La tĂ­a Alicia



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omarse un tinto y comerse una torta de carne en la cafetería de doña Alicia, era como llegar a la casa y simplemente encontrar a una tía cariñosa que siempre tiene la clave para calmar el hambre y la tristeza. ‘La tía Alicia’, como la bautizaron en la Universidad Cooperativa Colombia, ha sido la dueña del espacio donde se reúne la familia en la hora feliz del descanso. Un rincón donde se conversa, se ríe, se llora, se come. Allí donde el espíritu sale livianito y el estómago pesadito. Doña Alicia es la patrona y la matrona del comedor de ese hogar que para muchos ha sido la Universidad Cooperativa. Allí se amontonaban las almas hambrientas para comprar las arepas de huevo y las tortas de carne calientes, el tinto y los consejos de la tía Alicia. Todo el combo por doscientos cincuenta pesos. Cifra que aumentó cuando por cuestiones macroeconómicas subió la inflación y con ello el precio de los huevos y la harina. Ese incremento causó una huelga colectiva de los estudiantes de Indesco. Detrás del mostrador de cemento donde las monjas Carmelitas recibían el desayuno décadas atrás, y ahora la tía Alicia sirve el tinto, se guardan los secretos de los ‘muchachos’ de todas las épocas de la Universidad, aquellas historias que solo la tía conoce. Apoyados en el viejo fogón de la cafetería y entre cada sorbo de tinto los alumnos y los empleados iban narrando sus vidas y sacudiendo sus penas. La tía Alicia de tanto consentir a sus muchachos llegó a conocer sus caprichos, sus gustos, sus temores. No era necesario que hablaran para que ella entendiera lo que sentían. Cuando alguno necesitaba un pasaje, la tía Alicia les daba el doble para que pudieran ir a sus casas y al trabajo.

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Como es sabido que la mayoría de estudiantes eran trabajadores con pocas facilidades económicas, diariamente había que hacer fila para calentar la coca que traían de sus casas con “el arrocito y las papitas”. “Íbamos metiendo los almuerzos en el horno de la resistencia y en la cafetera donde se calentaban al baño María. Al día podíamos calentar unas treinta cocas”. Cuando la tienda estaba muy congestionada la gente se atendía bajo la modalidad del autoservicio. En la cafetería de doña Alicia, además de comer y conversar, había espacio hasta para aprender a tejer en croché y otras técnicas que manejaba a la perfección. La tía, promovió la formación de un club de mujeres, que con humor y paciencia se reunían en las tardes para tejer historias y bufandas. No imaginó doña Alicia que cuando su hermano Bernardo, gran amigo de César Pérez García, le propuso en 1976 ser la cajera de la cafetería del Instituto Indesco, este trabajo, que por cierto dice a carcajadas “al principio fue de gratiniano” (gratis), se convertiría en su experiencia de vida más hermosa, porque “en ningún otro lugar hubiera podido ser tan feliz, al lado de tanta gente que me llenó de cariño por más de cuarenta años”. Este lugar guarda los más valiosos recuerdos de una Universidad que hoy se encuentra entre las más importantes del país. ¿Cuántos hombres y mujeres se habrán sentado en las sillas del comedor de la tía Alicia? ¿Cuántos miles de tintos habrán calentado las frías mañanas de los estudiantes? ¿Cuántos kilos de más por culpa de las arepas de huevo y las tortas de carne? “Nunca fui madre pero llevo cuarenta años pariendo hijos. Ya hasta perdí la cuenta. A veces voy al Éxito y me sale algún joven y me abraza diciéndome ‘Tía’. A todos los llevo en el corazón”. Pero dos ‘personitas’ en especial despertaron en ella y en su hermano

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Bernardo sentimientos tan grandes como los que nacen con los hijos: César Augusto Pérez y Lina Pérez. “Lo más hermoso de la vida fue cuando Lina empezó a estudiar en la escuelita del Brasil, con una faldita verde y una camisetica blanca confeccionadas por mi hermana. Como Bernardo era el padrino, siempre decía: yo presiento que Lina está llorando, y se la traía para la tienda y le enseñaba a escribir: “Yo me llamo Lina y esta cafetería es mía. Y este sol es para todos, se los regalo”. Ella y “el gordito César” fueron la mayor felicidad de su hermano hasta el último instante de su vida. Con el mismo humor y fantasía que la han caracterizado siempre, la tía disfruta esta nueva etapa de retiro y descanso. Empuñando un rosario y soltando carcajadas a cada minuto, narra la historia de “sus años maravillosos” en la Universidad Cooperativa de Colombia. Con un traje naranja, los labios rojos y los pómulos ligeramente sonrojados por el rubor, revive la elegancia y la alegría de sus años de juventud.

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Adolfo León Palacio Sánchez Político, humanista, caficultor



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bajo el imperialismo¡ ¡Abajo los Yanquis! ¡Educación gratis para todos! Eran algunas de las consignas que gritaban los estudiantes de izquierda en Indesco, a finales de los años setenta en pleno auge del movimiento revolucionario en Colombia. Un sirirí con el que “saboteaban” todas las clases, incluida la del joven profesor Adolfo León Palacio Sánchez, quien era perseguido por los agitadores y sus arengas hasta la Avenida Oriental donde cogía el bus. En medio de la agitación revolucionaria, Adolfo León vivió su primera experiencia como docente del área de contabilidad del Instituto de Economía Solidaria y Cooperativismo Indesco. Mientras terminaba su carrera universitaria en finanzas y trabajaba en la ANDI, aceptó dictar clases ad honórem en este instituto que comenzaba a surgir. Cuando los ánimos disidentes se aquietaron, Adolfo León presentó la renuncia con el fin de realizar una especialización en la Universidad Eafit. Sin embargo, para sorpresa suya, no se la aceptaron. Recibió en cambio un gesto de gran generosidad y gratitud por parte del rector César Pérez García. “Me pagaron dos años de salario sin trabajar, con el fin de que realizara mi especialización y luego regresara a la Universidad”. No solo regresó, sino que treinta y cinco años después no se ha ido y mientras viva no se irá. Admite que al principio el proyecto de esta Universidad le pareció una idea muy ‘quijotesca’, porque era difícil crear una institución alternativa orientada a estudiantes trabajadores con poca capacidad de pago. Pero hoy en día siente

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que eso que parecía ser una utopía se convirtió en una de sus mayores alegrías al saber que contribuye a la hermosa tarea de formar seres humanos. “Inolvidable cuando los alumnos me invitan a celebrar con sus familias en sus casas la felicidad de convertirse en profesionales”. En su historia como profesor, calcula que ha tenido más de cinco mil alumnos. Adolfo León hace parte de la historia de la Universidad Cooperativa de Colombia, así como esta institución hace parte de su ser. La ha vivido, la ha soñado, la ha celebrado, la ha sufrido. Ha hecho fuerza, junto con tantos que la quieren, en momentos decisivos como cuando esperaban la noticia de la certificación durante la presidencia de Andrés Pastrana. “Fue un momento de gran satisfacción pero también de gran incertidumbre, porque no éramos afectos de ese gobierno”. En sus distintos roles al interior de la Universidad Cooperativa de Colombia, que van desde profesor hasta directivo, puede decirse que ha vivido cada una de las edades de este proyecto en la sede Medellín. Un proceso que él divide en cuatro momentos: 1. Época convulsionada, movimientos estudiantiles de izquierda. 2. Creación de la Facultad de Contaduría y ampliación de la oferta educativa que produjo un crecimiento inusitado de la demanda. 3. Desarrollo de las Facultades del área de la salud con excelente posicionamiento. 4. Etapa actual orientada hacia la cualificación académica, los procesos de calidad y acreditación. Como si fuera poco a este hombre, oriundo del suroeste antioqueño le ha rendido la vida para ser caficultor, político (concejal, diputado, congresista), funcionario público, financiero, lector de oficio, ‘poeta vergonzante’ como decía Belisario Betancur, porque

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“no escribo poesías sino que las cometo”. Por esta última razón creó un concurso de poesía en su tierra que lo enorgullece más que su acervo de cargos y títulos. Apacible, sereno, profundo, sensible, tranquilo. Así es Adolfo León. En sus tiempos libres, (que no se sabe de dónde los saca porque se despierta a la cinco a.m. y se duerme a las once p.m.), se dedica a su más grande pasión, la poesía. Dice que para el cierre de esta etapa laboral solo quiere dedicarse a las gentes sencillas de los pueblos antioqueños. Y para el cierre de su vida, que espera esté lejano, solo quiere que se escriba en su lecho de descanso: “Aquí yace Adolfo León Palacio, murió en olor de poesía”. Por ahora, declama con mucha inspiración y buena entonación los fragmentos de uno de sus poetas más amados: Ningún tesoro en mi pobreza escondo. Tengo un poco de amor ¿Y no lo tienen las bestias más humildes? . Y en la inquietud absorto, sobre la hierba trémula, mi corazón humilde ama todas las cosas . . .

Porfirio Barba Jacob

Adolfo León Palacio Sánchez. Diputado del departamento de Antioquia. Vicerrector Administrativo de la Universidad Cooperativa de Colombia. Decano (e) de la Facultad de Administración. Gerente de la Beneficencia de Antioquia. Secretario de Hacienda del Municipio de Medellín.

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Ligia Pulido de Isaza La relacionista pĂşblica



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l primer olor que respiró al nacer fue el del café. Las primeras imágenes que apreciaron sus ojos, fueron las extensas montañas del Quindío, adornadas por las perlas rojas y verdes del café. La primera caricia, de las manos de una caficultora, su madre, doña Ana Riveros de Pulido. A los dos meses de nacer Ligia falleció su padre. De modo que doña Ana se dedicó a sus cafetales y a sus siete hijos con una fortaleza y una vitalidad que los calarqueños no cesaban de admirar. Doña Ana nunca aprendió a leer ni a escribir, pero poseía una sabiduría innata y una visión moderna de la mujer que contrastaba con las de esos lares y de esa época. A sus cuatro hijas les decía: “Tienen que salir de este pueblo, tienen que estudiar. Las mujeres somos capaces y podemos ser autosuficientes... No se les olvide que nacimos solas y solas morimos, no se apeguen a nadie ni a nada”. Seis meses después de la muerte de doña Ana Riveros, quien falleció a los 97 años de edad, curiosamente con su vitalidad invicta, Ligia recuerda las palabras de su madre y le agradece esa chispa de amor que aún la acompaña y que la hizo persistir en sus carreras profesionales y en todos sus proyectos de vida. Ligia estudió sociología en la Universidad Pontificia Bolivariana. Se casó con el arquitecto que contrató el instituto Indesco para remodelar las celdas de un convento y convertirlas en aulas de clase. En estas mismas aulas, Ligia dictó clases de sociología, y a esos mismos alumnos les diligenció las planillas de inscripción cuando fue nombrada Jefe del Departamento de Admisiones del instituto.

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Pero Ligia Pulido, es una comunicadora y relacionista pública por naturaleza. Aparte de sus funciones como jefe de Admisiones, se encargó de todos los eventos sociales y culturales de la Institución: grados, eventos protocolarios, ruedas de prensa, novenas navideñas, torneos deportivos, concursos de poesía, clases de baile, entre muchas otras cosas. Como si fuera poco, a César Pérez García, el rector de la Institución, se le ocurrió crear “Los lunes de Indesco”. Cada lunes se invitaban personajes de la vida pública nacional e internacional. Como no se contaban con los espacios propicios para dichos encuentros, se realizaban en el Instituto de Bellas Artes, el Paraninfo de la Universidad de Antioquia, el teatro Porfirio Barba Jacob. Recuerda un lunes en el que se invitó a Gerardo Molina, Director del Partido Comunista, y curiosamente se perdieron las llaves del auditorio y no se pudo hacer el conversatorio. Luego sucedió lo mismo con José Antequera, reconocido político de izquierda. “Empezamos a dudar si era cierto que se perdían las llaves cada que se hablaba de políticas sociales de la izquierda”. Con la reforma de la Ley 80, se creó el Departamento de Extensión Académica, y el rector la nombró jefe de esta dependencia a principios de los años noventa. Allí también tenía a su cargo la publicación de la revista Cooperativismo. Una vez organizado el departamento, sus funciones quedaron establecidas y los temas de comunicación pasaron a otra instancia. El Departamento de Comunicaciones quedó a cargo de la comunicadora social, Gigliola Zuliani Arango. De forma paralela, mientras se iba consolidando la estructura interna de la Universidad Cooperativa de Colombia, el número de estudiantes crecía exponencialmente junto con los programas de descentralización académica que se extendían a lo largo del territorio nacional. “Estos fueron los momentos más agradables. Por ejemplo a Calarcá llevamos programas y especializaciones; los Administradores de Salud que hay en este momento fueron formados por la Universidad”.

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Para Ligia, este desarrollo acelerado y la expansión que tuvo la institución, “es obra de un hombre muy visionario, un líder que dedicó su amor y toda su energía a este proyecto. César Pérez García va a perdurar en la historia de Colombia a través de la Universidad Cooperativa de Colombia”. Luego de veinticinco años dedicados a la Universidad, decidió jubilarse y regresar a su tierra: Calarcá. Después de sentir que había cumplido un ciclo en su vida, quiso recorrer de nuevo los cafetales donde dio sus primeros pasos, despertar con el sol matutino del cielo quindiano, sembrar con sus manos las aves del paraíso que tanto le encantan... Hoy es una caficultora revolucionaria. Su formación humanística y su ideología cooperativista, le ayudaron a emprender una lucha cuyo propósito es la recuperación de las vías terciarias para que los campesinos transporten sus productos, pero principalmente para que vivan con dignidad. “Más del cincuenta por ciento de los recolectores de café son mujeres cabezas de familia que no cuentan con seguridad social. Con la tasa de cambio, la devaluación del peso y lo absurdo del sistema cafetero que vende insumos en vez de procesar el producto, las fincas no dan ni para el autoconsumo”. Luego de realizar una campaña política en más de cuarenta fincas del Quindío, logró ser elegida vicepresidenta del Comité Municipal de Cafeteros de Calarcá. Igualmente es la presidenta del Club de Jardinería inscrito al International Garden Club. Con estos nuevos encargos, esa virtud innata de comunicar está hoy al servicio de la naturaleza y de las gentes sencillas que le recuerdan a su madre. Ahora entiende cómo doña Anita descubrió el milagro que transforma una chapolita en un grano de café. El secreto se lo reveló un campesino que, al igual que ella, no cambia por nada el aroma y el sabor del café que cultivan con sus manos.

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Hernán Darío Arenas Córdoba El negro Hernán



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l rumor de que César Pérez García se había fracturado un brazo y que no podía viajar a Segovia para celebrar las fiestas decembrinas, cayó como un baldado de agua en el humilde hogar de el negro Hernán. Ese año, el negro había obtenido el mayor puntaje de las pruebas Icfes en la región, y por eso esperaba ansioso al entonces diputado, quien tenía la costumbre de regalar anualmente una beca universitaria a los mejores bachilleres. “Cuando me di cuenta que no iba a bajar me dije: ¡Ah! Se me perdió la posibilidad de estudiar”. Pero como también se ha dicho que a quienes no les trae nada el niño Dios en diciembre, es posible que los reyes magos los recompense el 6 de enero, resulta que en esa fecha aterrizaron en el caluroso pueblo del nordeste antioqueño los esperados Gaspar, Melchor, Baltazar y Pérez. Todos como reza la tradición, cargados de regalos y sorpresas. Apenas supo el negro Hernán esta noticia, corrió a recibir a su cuarto rey (quien no llevaba corona sino una gorra con la visera hacia atrás). “Me acuerdo que lo encontré sentado en una tienda del pueblo. Ya le habían dicho que yo era el mejor bachiller. Entonces me saludó como hasta ahora lo sigue haciendo: Quiubo negro”. Hernán le mostró orgulloso su diploma y sus pruebas Icfes y el doctor Pérez le contó que lo habían nombrado rector de una universidad y le anotó en un papelito los datos de su oficina. “Yo salí feliz para la casa y cuando llegué le dije a mi amá: Ma, vea, me encontré con el doctor César Pérez García y me va llevar a estudiar a Medellín, que tengo que ir el lunes”. -Mamá (con cara de acontecimiento): Pero ¿con qué se va a ir? ¿Cómo le vamos a dar los pasajes? -Negro (entristecido): ¿Por qué no vendemos unas gallinitas de las del solar?

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-Mamá: ¡Pero esas son las gallinas que nos dan los huevos pa’ la comida! Sin embargo, la mamá de el negro cogió las tres gallinas más gordas (que eran de $25 cada una) y de un día para otro las remató en $70. El hecho es que Hernán llegó el domingo a la capital antioqueña. El encuentro lo resume de la siguiente manera: “La cita muy bien, el doctor Pérez muy amable, el único problema era que para iniciar me tocaba pagar una matrícula de 2800 pesos”. Como pudo, su papá se consiguió la plata prestada y regresaron a Medellín felices a pagar la matrícula en la oficina de la Tesorería del Instituto Indesco. ¡Pero vaya sorpresa! Cuando su papá se mandó la mano al bolsillo de atrás, se dio cuenta que se la habían robado. El viejo, pálido, con las manos temblorosas le dijo: “Mijo, si usted quiere estudiar yo me hago reventar, de alguna forma Dios nos ayudará”. Así fue. A principios de 1977 en medio de lágrimas, abrazos y bendiciones, más de treinta personas, entre amigos, primos, tíos, la novia y por su puesto los orgullosos padres, despidieron al negro en un acto que parecía una procesión. Hernán recuerda que se subió al bus con las lágrimas a punto de saltar de sus ojos y con sus sueños revoloteando en el corazón. Años después regresaría a su pueblo convertido en economista. Nostalgia y alegría se combinan cuando el negro recuerda la cajita que le mandaban sus papás cada ocho días, repleta de amor, yuca, papá, panela, plátano y maíz (nada de carne), con trescientos cincuenta pesos y una carta escrita a mano por su madre en la que lo llenaba de fuerzas y bendiciones.

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Los triunfos no se hicieron esperar. Con su inteligencia y disciplina, logró ganarse en todos los semestres una beca para cubrir la matrícula. Al final de la carrera, el profesor de Política industrial, Augusto Muñoz Báez, le preguntó: “¿El negrito de Segovia qué aspira? ¿En qué quiere trabajar?” A los pocos días lo contrataron en Acofore, Asociación Colombiana de Reforestadores, donde llegó a ser subdirector. Posteriormente fue profesor, Coordinador Académico y Decano de la Facultades de Economía y Contaduría de la Universidad Cooperativa de Colombia. Actualmente es el Director Nacional de Compras de la Universidad Cooperativa de Colombia. el negro ha crecido en esta institución y se siente orgulloso de la calidad humana de su gente. “Gracias a la visión de César Pérez García nos encontramos hoy compitiendo en las grandes ligas de la educación en Colombia. Ahora la familia se creció y somos todo un país”.

Hernán Darío Arenas Córdoba. Secretario de Hacienda de Itagüí, Tesorero del Municipio de Medellín y Director de Pensiones de Antioquia. Director de Planeación de la Universidad Cooperativa de Colombia. Gerente de La Comuna hasta el 2006.

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Dora Esperanza Ospina JimĂŠnez Artesana de una obra llamada Universidad Cooperativa de Colombia



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ésar Pérez García quería que la Universidad tuviera presencia en las regiones. “¿Pero cómo nos vamos a llevar a la universidad para los pueblos?” Se preguntaba Dora Ospina a principios de los años ochenta. La mejor fórmula que encontraron fue gestionar con los alcaldes el préstamo de escuelas en la zona urbana y despachar en un bus (por flota) o en carro contratado a un par de profesores con unos cuantos libros y fotocopias. De esta forma, la Universidad fue la primera que “llevó” educación superior a donde el Estado ni siquiera se asomaba. Muchos de los alumnos vivían en la zona rural y para llegar a las clases debían salir de sus veredas desde las seis de la mañana. Estos jóvenes, proferían un amor indescriptible por el estudio. Para ellos, ser profesionales era el antídoto más fuerte contra esa miseria que suele ensañarse con los hombres campesinos y los espíritus nobles. Por eso cuando Dora Ospina y Carlos Palacio se daban cuenta de que un profesor no podía asistir a dictar la clase, se llamaban: “No puede el profe de matemáticas, ¡le figuró a Carlos! No puede el de administración, ¡le figuró a Dora! Y lo hacíamos con amor. No había celulares, ni siquiera fijos para avisarles a los muchachos del campo que se cancelaba una clase. No podíamos hacerles perder la caminada y la ilusión”, dice Dora sonriente. Dora Ospina, Carlos Palacio y otros funcionarios que hacían parte del proyecto de descentralización de la Universidad tuvieron que volverse multifuncionales para cumplir la misión. Logística,

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matrículas, reemplazos de profesores, coordinación…No faltaba el alumno que le dijera a Dora: “Vea doctora, será que usted le puede llevar a Dolly la plata de la matrícula que no he podido consignar”. “César Pérez nos enseñó a ser creativos. Él echaba el discurso (la idea loca) y nosotros buscábamos la estrategia”. Recursividad, creatividad, entrega incondicional, amor. De eso sí que le ha sobrado a Dora. Y es que hablar de Dora Ospina en la Universidad Cooperativa de Colombia es hablar de la historia de la institución. Una historia que ella narra simpáticamente desde el punto de vista de los avances técnicos y tecnológicos que marcaron la cotidianidad y las distintas edades de la Universidad. Así, esta curiosa cronología, se puede evocar más o menos a partir de estos elementos: 1. Hojas gigantes cuadriculadas donde Dora registraba a mano los datos de cada estudiante de Indesco. 2. Máquina de escribir que “prohibía equivocarse”. 3. Papel carbón, “la hoja mágica”. 4. Borrador con escobita, “un pinche”. 5. Papel borrable, “un desembale” (pero sólo para el original). 6. Liquid paper, “muy elegante”. 7. Máquina eléctrica “con derecho a equivocarse (tecla erase), un descreste”. 8. Hasta que por fin llegó el primer computador a la Universidad, “eso si fue la panacea”. Ocupaba un cuarto entero, pero permitía copiar y pegar, guardar documentos, sistematizar, etc. 9. Y si el computador fue la panacea, “la internet algo así como la gloria”. Dora utilizó cada una de estos instrumentos como si fueran finísimos hilos de una hermosa filigrana llamada Universidad Cooperativa de Colombia. Y como sólo puede hacerlo un artesano,

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con una paciencia meticulosa, fue tejiendo “piano, piano” una parte de esta creación; sin importar su lugar ni su cargo, sólo movida por su inmenso amor y su inquebrantable fe. Asimismo, ha construido con una perseverancia admirable, su historia de vida dentro de la institución. Se hizo profesional en el área de la Administración, luego especialista, y continuó con su Master. Así, llegó a ser Coordinadora Académica de la Facultad de Administración, Directora de Gestión Integral de la Universidad y actualmente Directora de la Dirección Nacional de Bienestar. Recorrió a pie la historia de la Institución y por eso tiene en su memoria cada anécdota, cada sentimiento, cada detalle: el color del primer teléfono de ruedita que compartían en la decanatura de Ricardo Tobón, los mapas mentales de su primera oficina y del patiecito donde se encontraba con sus compañeros a ‘tintear’. Para Dora es muy gratificante saber lo que significa hoy la Universidad en el ámbito nacional, para el sector de la educación y para el desarrollo de la sociedad. “¿Qué sería de este país sin la Universidad Cooperativa de Colombia?, ¿sin la cantidad de personas que se han educado en sus aulas?”. Es admirable el crecimiento y el posicionamiento de la institución a nivel nacional. Sin embargo, para Dora “la época dorada de la U., está por venir”. Con una sonrisa que interrumpe cada dos frases y una precisión que acompaña cada letra, elabora meticulosamente, como es su estilo, este mensaje para la universidad en sus cuarenta años: “Vivo agradecida con la vida que me regaló la oportunidad de trabajar en la Universidad, esto para mí es un gran motivo de alegría... Yo crecí con la universidad, yo me hice con la universidad y por eso me siento feliz, porque lo que soy se lo debo a la Universidad Cooperativa de Colombia”.

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Lillya Amparo Toro Maya La contadora



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u mamá la acompañó a presentar la entrevista para el cargo de Auxiliar contable en Indesco. A pesar de que el entrevistador, Remberto Serna, tenía cara de buena gente, cuando le entregó el estilógrafo para comenzar la prueba, el susto paralizó su mano y no pudo escribir ni el primer número. Don Remberto percibió los nervios y le dijo: “trabaje sola mientras yo me tomo un tinto”. Mientras don Remberto se tomaba un tinto con la mamá de Lillya Amparo, ella no solo logró hacer los tres asientos contables con una letra perfecta, sino que tuvo tiempo para ayudarle a la asistente en algunas tareas. Al ver la perfección de la letra y la disposición para trabajar, don Remberto la contrató inmediatamente. En 1979, con 21 años de edad, empezó ganándose 4660 pesos. Largas jornadas laborales fueron la constante en su nuevo empleo, dado que los registros eran manuales y la letra debía ser perfecta. “El jefe me regaló un estilógrafo marca Parker que costó 800 pesos en la Papelería Marín, porque con los estilógrafos normales la letra quedaba borrosa. El doctor era una persona muy estricta”, dice Lillya. Pero lo estricto no le restaba un ápice a su gran humanidad. “Todos los días llegaba cantando algún bolero; lo sentíamos desde que empezaba a subir las escaleras. Y no le faltaba su comentario de actualidad o su nota cultural”, recuerda ella. De esta forma transcurrían tranquilos los trajinados días de Indesco a pesar de los balances negativos y de los salarios atrasados. Sin embargo, a medida que transcurrían los semestres, las aulas del entonces instituto Indesco comenzaron a llenarse de

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nuevos soñadores; llegó la tecnología (un solo computador del tamaño de una pieza), cambiaron las máquinas de escribir donadas por la Gobernación de Antioquia, y la vieja calculadora marca Olivetti que solo sumaba y restaba fue remplazada por la Cassio DR8420 en el año 1981. Esta Cassio todavía acompaña a Lillya Amparo, no solo para realizar las operaciones de contabilidad, sino para completar cualquier idea que contenga una cifra, una fecha, un dato. En una conversación cotidiana, piensa un momento, teclea en su calculadora y luego dice: “Sí, eso ocurrió en 1976”. Su mente ha sido invadida por los números y para comunicarse debe primero hacer la cuenta de lo que va a decir. Y fueron precisamente las cuentas, que en principio daban negativas, las que poco a poco se transformaron en balances positivos. Atrás quedaron los déficit y los saldos en rojo que hoy hacen parte de la historia de la Universidad Cooperativa de Colombia. Una historia contenida en los pesados libros rojos que Lillya guarda como tesoros. En ellos, los ceros a la izquierda o la derecha narran los momentos cumbres y también los más oscuros de la Institución. Uno de esos momentos cumbres fue la inauguración del edificio principal de la Universidad conocido como el bloque dos. En esa ocasión Lilia le dijo al rector de la época César Pérez García: “Ese día me voy a tomar unos tragos”. Al son del Combo de las Estrellas se fue agotando el vodka y la memoria. Lo único que recuerda es que Dolly Úzuga le dio una soda al terminar la noche y se ofreció a llevarla a su casa. Décadas después, Pérez sigue recordando la anécdota. La historia de vida de Lillya Amparo está ligada a la historia de la Universidad. Cuando entró a ser la auxiliar de Remberto Serna, tenía claro que quería llegar a ser Contadora Pública. Por eso no veía la hora de que abrieran la Facultad de Contaduría de la Universidad

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Cooperativa. El sueño se hizo realidad en febrero de 2006. Y tres años después, obtuvo el título de Especialista en Finanzas de esta misma Universidad. Cuando ya tenía la satisfacción y la tranquilidad de haber dado dos pasos importantes en el ámbito académico, recibió una noticia que le produjo un sentimiento agridulce. Su jefe, ese mismo que la contrató 32 años atrás, se jubiló y en consecuencia le ofrecieron ser su remplazo. “Para mí fue una pérdida muy grande que el doctor se haya ido, todavía me duele recordar el día que se despidió”. Pero cuando le contó a don Remberto que la habían nombrado Contadora de la Universidad, él le contestó con la misma serenidad y sensatez de siempre: “En mejores manos no podía quedar, usted se lo merece”. “Para mí la Universidad Cooperativa de Colombia es algo muy bello. Me siento muy orgullosa de formar parte de este grupo de personas tan maravillosas. La UCC es mi segundo hogar”.

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Jorge Mario Uribe Vélez Gestor de la revolución del crédito educativo en Colombia



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onocía el centro de Medellín mejor que su casa. Era mensajero del Banco Comercial Antioqueño y andaba “pa’ arriba y pa’ abajo repartiendo papeles en su motico”. Sin embargo, el único lugar del sector que no conocía y del que jamás había escuchado hablar en su vida era Indesco. Hasta que una vez su hermana le dijo: “¿Y vos, por qué no te metés a estudiar a Indesco mientras conseguís otra Universidad?”. -¿Indesco? ¿Y qué es eso?” Para 1978 Indesco era un establecimiento, en términos de Jorge Mario, “deficitario en su aspecto físico”. Al último piso le decían ‘El gallinero’ porque tenía el suelo de cemento y el techo de eternit y hacía mucho calor. “Uno salía de clase asado”. El tema de la seguridad tampoco era el fuerte de la Institución. Un día estaban estudiando y se les vino una tabla encima. A pesar de todo, en ese convento de monjas se estudiaba feliz. No importaba la incomodidad porque reinaba la solidaridad y la esperanza. Se empezaba a despertar, en los espíritus de estos jóvenes soñadores, una visión crítica de la política, de la economía, de la sociedad. “En el primer semestre de Administración de Empresas todos éramos mensajeros, oficinistas, mejor dicho teníamos trabajos de bajo perfil. Pero después del quinto semestre, competíamos por el que mejor puesto tuviera”. Y si alguno no tenía trabajo se activaba la economía solidaria: “Profe, fulanito se quedó sin puesto, hay que ayudarlo. Más se demoraba en llevar la hoja de vida que en ser contratado”. Indesco era la universidad de los trabajadores, de los estratos bajos, de aquellos cuyas mentes albergaban anhelos de igualdad y progreso.

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En el quinto semestre, Jorge Mario se bajó de la moto de mensajero para “treparse” en la jefatura, o mejor, en las jefaturas de una decena de empresas que lo fueron contratando a partir de ese momento. “Cuando yo escuché la palabra jefe, dije, ¡Sí, yo estoy estudiando para eso! Lo que significa que la Universidad Cooperativa de Colombia me abrió las puertas del éxito profesional”. Tres décadas después sus tres hijos le dicen: “¿Papá usted no tiene otra cosa más de que hablar si no de la Universidad Cooperativa de Colombia? ¿No podés cambiar el display? ¡Desde que te levantás hasta que te acostás no hablás de otra cosa!”. Jorge Mario dice que César Pérez García es el ‘culpable’ de que se haya vuelto monotemático, por haberle inyectado en su corazón un amor indescriptible por esta Universidad que llegó a convertirse en su todo: “He sido alumno, profesor, decano, director, jefe ad honórem de bienes y avalúos, director de Comuna y de La Comuna. Llevo treinta y dos años revoloteando en esta Institución”. En su época de decano de la Facultad de Administración, continuó la cadena de empleo que se formó cuando fue alumno en los años setenta. “¡La facultad llegó a tener 3100 alumnos! ¡Todos trabajando! Los nuevos aspirantes llegaban porque sus amigos les decían: La Universidad es una bacanería, además de tener buen precio, buenos horarios, buenos profesores, le ayudan a uno a conseguir trabajo y hasta a financiar la matrícula”. Esta obsesión por el bienestar de los estudiantes sería la semilla de una gran revolución del crédito educativo cuyo ideólogo fue César Pérez García. El ex rector, con un profundo conocimiento de la realidad social del país y una fuerte convicción por los principios solidarios del cooperativismo, se ideó una entidad, denominada Comuna, cuya finalidad era derribar ese gran obstáculo que impide acceder a la educación superior: la falta de recursos. Actualmente, la dirige Jorge Mario, y gracias a su gestión y a la visión de Pérez García,

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ha generado una revolución del crédito educativo en Colombia. Solo en el 2011 Comuna prestó una suma de $30.100.479.075, beneficiando a 16.024 estudiantes. Además, en el mismo año 3019 alumnos obtuvieron descuentos por un valor de $823.029.074. La Universidad Cooperativa de Colombia es la única institución privada en el país que ha logrado beneficiar a tal número de estudiantes. Jorge Mario vive feliz de haber conocido a la matrona de la Universidad, Ligia González, a quien le dice cariñosamente “la pluma dorada”; a su jefe eterno, Adolfo León Palacio (en casi todos sus trabajos ha sido su jefe), a César Augusto Pérez González, quien con “un coraje indescriptible y una admirable capacidad” ha sabido tomar las riendas de esta gran empresa. Y por su puesto a César Pérez García, “ese ser desbordado de sueños, repleto de bondad, defensor y practicante de la economía solidaria, aquel que pudiendo crear una institución privada para enriquecerse, decidió crear una cooperativa para democratizar la educación”. “Por todo esto me siento feliz de ser una arenita de esta playa tan bonita que es la Universidad Cooperativa de Colombia”.

Jorge Mario Uribe Vélez. Director de Comuna. Gerente de la Beneficencia de Antioquia. Asesor de compañías del sector de la salud. Administrador de la Clínica Oftalmológica de Antioquia. Jefe de Admisiones del Hospital Pablo Tobón Uribe. Concejal de Medellín.

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Rodrigo Posada Bernal El profe



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uando el profesor Rodrigo entró por primera vez al bloque uno de la Universidad Cooperativa de Colombia, sintió una especie de recogimiento en el alma. Los colores lúgubres, la extraña energía de un claustro religioso convertido en salones de clases... Todo era extraño y hasta divertido, también la sensación de cistitis cada vez que se tenía que ir al desastroso baño, o de ahogo colectivo en el último piso conocido como ‘el gallinero’. Lo mejor de todo eran los tableros hechos a punta de pintura verde sobre la agrietada pared. Esta especie de estrías naturales que adornaban todo el tablero partían el cero en dos haciéndolo ver como un ocho y al uno como un siete. Después de “voliar tiza” durante dos horas el tablero quedaba como un lienzo de arte abstracto. Una locura para una clase de programación lineal. La cafetería era un simpático espacio con cuatro mesitas y unas cuantas sillas, “donde se podía ‘tintear’, tomarse una gaseosita y a veces, si se contaba con suerte, hasta comerse un buñuelo”, dice el profe. Era un lugar de encuentro muy familiar. Incluso el decano de la Facultad de Administración, Hernán Darío Arenas y la secretaria, Dora Ospina, hacían parte de esta cotidianidad casi fraternal. En este ambiente, finales los años ochenta, los días de estudio transcurrían alegres y livianos, a pesar de las cargas individuales propias de los estudiantes trabajadores y del contexto violento de la ciudad. Lo que más admiraba Rodrigo, era precisamente el perfil de los estudiantes de Indesco: la seriedad, el compromiso, la responsabilidad; la tenacidad de las mujeres que repartían milimétricamente sus minutos para trabajar, estudiar y ser madres.

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Todos, sin excepción, escondían bajo sus modestas apariencias grandes historias de vida marcadas por el esfuerzo, la dedicación, y una esperanza inquebrantable de transformar sus vidas en las aulas de este instituto de educación superior. La época dorada empezó a iluminar el destino de la Universidad Cooperativa de Colombia a partir de los años noventa. Construyeron la biblioteca y el bloque dos, que según Rodrigo “fue todo un descreste”. Mejoraron la infraestructura y las herramientas tecnológicas. También llegaron los tableros acrílicos y los marcadores para remplazar las estriadas paredes y las pálidas tizas. La falta de costumbre hizo que “el profe” en más de una ocasión utilizara por error marcadores no borrables que dejaron para la eternidad sus complejas ecuaciones. “Sobrevivimos también a ese extraño aparato que nadie sabía manejar. El video beam”. Así, la tecnología y la nueva infraestructura transformaron ese pequeño universo que también cambió de nombre para convertirse en Universidad Cooperativa de Colombia. Con la adquisición de la sede de Buenos Aires, distribuyeron unas asignaturas allí y otras en la calle Colombia, “entonces salíamos en combo de quince o veinte muchachos a recibir clases y luego volvíamos a bajar al bloque uno. No faltaba el estudiante que se desviara del camino, sobre todo los viernes. En esa época dictar clases era todo un paseo”. También se construyó la casa del egresado y del estudiante, lo que incrementó el sentido de pertenencia de toda la comunidad universitaria. La cafetería y su oferta gastronómica se ampliaron, los baños se remodelaron y hasta las lúgubres paredes color vino tinto de las monjas carmelitas fueron pintadas de un verde esperanza que iluminó la vida de este hogar universitario.

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“La Universidad dentro de la ciudad” se expandió y con ello, el centro también se transformó, gracias al “vaivén” de los miles de estudiantes que se tomaron las calles con sus libros y sus mochilas, algunos incluso con sus uniformes de trabajo. Papelerías, negocios de comida, parqueaderos, y en fin la vida del centro en su complejidad y en su simplicidad, latía al ritmo lento y fuerte de esta universidad. Rodrigo ha sido un testigo y partícipe del crecimiento de la sede Medellín, que según él se debe a la pertinencia de los programas, la ubicación geográfica, los horarios extremos, el posicionamiento basado en la calidad, y sobre todo a esa gran visión de facilitar a las clases trabajadoras y a los estratos bajos la posibilidad de acceder a la educación superior. Inmerso en su mundo académico, en sus números, en sus complejidades matemáticas que intenta hacer simples, Rodrigo se ha convertido en un maestro poseedor de ese don mágico de saber enseñar, que no todos los profesores poseen. No sólo se ha dedicado a aprender la ciencia, sino el método para enseñarla. Este método lo ha aplicado con sus alumnos, pero también asesorando empresas y dictando seminarios. Sabe que la Universidad Cooperativa atraviesa un momento especial en su historia. Una fase donde la estrategia, la calidad y la planeación guían su camino.

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Mar铆a Consuelo Moreno Orrego Vicerrectora de Proyecci贸n Institucional



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ientras terminaba su bachillerato en el Centro de Formación de Antioquia, CEFA, observaba cómo al frente construían un edificio que no podía dejar de mirar. A medida que los ladrillos elevaban el tamaño del edificio, María Consuelo sentía que sus sueños también crecían. Una intuición le decía que en este edificio, conocido como el bloque dos de la Universidad Cooperativa de Colombia, se cumpliría el anhelo más grande de su juventud: ser profesional. Por su rendimiento académico, las directivas del CEFA, le permitieron realizar una especie de prácticas laborales en una óptica, donde comenzó llevando las cuentas. Siendo menor de edad aprendió la disciplina que se requiere para trabajar y estudiar. Por eso, el día de sus grados como bachiller, en los que asistió con el uniforme azul claro de la óptica porque no tuvo tiempo de cambiarse, ya tenía claro que continuaría sus estudios en la universidad de enfrente. La Universidad Cooperativa de Colombia era de las pocas instituciones de educación superior en la ciudad que ofrecían la posibilidad de estudiar y trabajar gracias a la modalidad de los horarios extremos. Con la preparación previa en matemáticas, física, razonamiento lógico, cultura general y su gusto por la economía política y la administración, María Consuelo aprobó el examen de admisión. La ubicación de la Universidad en el centro de la ciudad, facilitaba el acceso de los trabajadores estudiantes. Además, muchos de los profesores eran dirigentes de compañías privadas y entidades públicas, “otra ventaja para aprender de la experiencia a través del contacto permanente con la realidad”.

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A medida que María Consuelo fue avanzando en los estudios universitarios fue cambiando de trabajo. Luego de la óptica, pasó a una multinacional a manejar el tema de relaciones públicas. Decidió entonces adelantar una especialización en gerencia de la calidad en la Universidad Eafit, enfocando su formación en las empresas de servicios. Para 1993 comenzó a trabajar en el Instituto Pascual Bravo. A partir de esta experiencia su ruta profesional cambió y se enfocó en el tema de la educación. Luego de ejercer los cargos de jefe de una dependencia en el área de recursos educativos y vicerrectora, fue elegida rectora de la institución. Cargo que desempeñó durante catorce años. La academia ha sido su plataforma de ascenso en el ámbito profesional. Realizó una especialización en Liderazgo Universitario, que incluyó una pasantía en Denver (Colorado). Igualmente, adelantó un doctorado en Ciencias Pedagógicas, como continuación de la maestría en Pinar del Río (Cuba). A partir de esas experiencias constituyó un modelo de gestión pedagógico y administrativo para el Pascual Bravo. Gracias a esta implementación que promovió cambios importantes, fue posible que el Tecnológico Pascual Bravo se convirtiera en una universidad. Durante este tiempo, tuvo la oportunidad de ser presidenta de la Asociación Colombiana de Instituciones con Formación Técnica y Tecnológica, donde conoció un gran número de instituciones en Colombia. En ese mismo ámbito se ha desempeñado como par evaluadora internacional de los gobiernos chileno y colombiano. Gracias a todos estos procesos, ha tenido la oportunidad de conocer universidades de todo el mundo, a través de la misión de rectores en Asia, misiones en Francia, en México, entre otras. Ha sido miembro del Consejo Superior de la Universidad Cooperativa de Colombia desde 1997. “Siempre he estado aquí, aprendiendo y asesorando al rector, coadyuvando en la implementación de proyectos y políticas que impulsen el desarrollo de la Institución”.

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Desde mediados del año 2012, María Consuelo está vinculada a la Universidad Cooperativa como vicerrectora de Proyección Institucional. Su misión es consolidar las relaciones con el medio externo mediante la implementación de proyectos especiales y el fortalecimiento de la imagen de la universidad a través de los niveles de percepción, con el fin de promover desarrollos en cada región. La Universidad en sí misma es un proyecto social que viene generando progreso desde hace cuarenta años. En este sentido, María Consuelo anota la importancia de “resaltar el impacto social que ha tenido la universidad, los programas, los consultorios, los avances en investigación, que han logrado generar desarrollo regional. Hoy estamos en 18 ciudades de Colombia. La Universidad tiene una política definida de talla mundial”. Cultura, infraestructura, responsabilidad social, innovación, políticas de calidad, son componentes fundamentales que direccionan la revolución educativa y social que lidera la Universidad Cooperativa de Colombia. La Institución está comprometida no solo con la educación de calidad, sino con la construcción de una nación más equitativa. Para ello, las políticas universitarias están alineadas con los objetivos del milenio, que buscan por ejemplo disminuir sustancialmente los niveles de pobreza. Esta dimensión social basada en la ideología del cooperativismo hace que la Universidad sea la única en el mundo con este enfoque. “Qué orgullo saber que esta es nuestra Universidad. Egresados reconocidos en los ámbitos empresarial, político, deportivo, social, dan cuenta de la competencia y de los altos niveles de la institución. Más de 200 egresados ocupan cargos de elección popular. La universidad se encuentra entre las tres primeras con mayor número de estudiantes en el país. Estamos en un gran momento”.

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Luz Helena Arango Cardona La contralora



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l poder que suele asomarse solo a los hogares de los ricos y esquivar las casuchas de los pobres, esta vez se dejó tentar por la humildad y la nobleza de una familia de nueve hermanos y sus padres, quienes habitaban en una vieja casa del municipio de Cañas Gordas. Una de las hermanas era Luz Elena, una niña de aspecto frágil pero con un carácter y un liderazgo, que pronto empezó a manifestarse en aquellas acciones propias de la vida escolar. Como representante estudiantil, coordinadora de la Cruz Roja del colegio, monitora de las clases, siempre recibió la confianza y una cierta autoridad que le cedieron sus superiores. Estos ‘regalos’ tuvieron en ella un efecto similar al del viento cuando eleva alto las aspiraciones. Como una semilla que habita solo en los espíritus de los soñadores, su ímpetu, fue alimentado en particular por la historia de uno de los más grandes soñadores que la imaginación haya podido crear: Don Quijote de la Mancha. Con certeza estas páginas devoradas con la curiosidad propia de la niñez, inspiraron sus más altos anhelos y armaron su espíritu de nobleza y confianza para enfrentar las batallas del poder y de la vida. La sagacidad encubierta de Sancho y la rectitud inefable del Quijote marcaron el camino empinado de esta caminante. El amor por sus hermanos, la bondad que se aprende de un hombre bueno, aquel que fue su padre, y el carácter de una madre recta y valiente, fueron sus grandes tesoros. Un día, siendo todavía muy joven, empacó lo que tenía en una vieja maleta y viajó rumbo a la capital antioqueña. Allí obtuvo su primer empleo en el sector público en la Secretaría de Obras Públicas, donde su padre había sido conductor. Simultáneamente buscó una

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universidad que le permitiera seguir trabajado y estudiando. Fue la Universidad Cooperativa de Colombia donde encontró la posibilidad de realizar sus estudios superiores en Administración de Empresas. Además de la flexibilidad de los horarios, la Universidad tenía la ventaja de la Cooperativa Multiactiva Comuna, que le permitió durante todos los semestres diferir en cuatro cuotas los 2800 pesos que costaba la matrícula. “Era la única forma que los jóvenes trabajadores de extracción humilde teníamos para acceder a la educación superior. Eso se lo agradezco infinitamente a la Universidad Cooperativa de Colombia, porque gracias a ella pude salir adelante y ser profesional”. Fueron cinco años cerrando los ojos cuando la luna se despedía y abriéndolos cuando ni siquiera un rayito de luz se asomaba por su ventana. Al final de su carrera, además de trabajadora y estudiante también era madre de los gemelos Alejandro y Juliana. La vida fue recompensando estos esfuerzos. Cada peldaño escalado ha representado un paso adelante hacia la realización de un anhelo que supera con creces sus ambiciones personales. “Sé que Dios siempre me ha entregado el poder no para usufructuarlo si no para servir”, dice con serenidad y convicción. Y esta vez, fue escogida para servir en Antioquia en uno de los cargos más influyentes del departamento: la Contraloría. Quince años de experiencia en el tema fiscal, una hoja de vida impecable, una personalidad marcada por el carácter y la lealtad, fueron más que suficientes para ser elegida por la gran mayoría de diputados de la Asamblea de Antioquia como la Contralora General del Departamento para el período 2011-2015. En el desarrollo de sus actividades, en el corto tiempo que lleva al frente de la entidad, ha obtenido muy buenos resultados. Dentro del cumplimiento de su plan estratégico ha dedicado su mayor interés en el desarrollo del proceso auditor, el fortalecimiento

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del talento humano a través de las actividades de bienestar laboral, capacitaciones y desarrollo de competencias; el avance y desarrollo de proyectos exitosos como la nueva figura de auditores universitarios (50) y contralores estudiantes (445). Proyectos bandera que defiende con la firme convicción de que “educar sí paga”. Por eso el tema educativo, pedagógico y de participación ciudadana hacen parte de su agenda prioritaria. “Mi propósito es que esa nueva generación de jóvenes nos remplace y siga liderando procesos de desarrollo en el departamento y en el país. Y que sean ellos quienes vayan generando la cultura del buen uso de los recursos públicos”. Cuando se le pregunta por sus metas futuras, responde de inmediato: “Mi meta es hacer las cosas bien en este momento, crear una paz imperturbable producto de mis realizaciones personales y profesionales. De mis adorables gemelos, solo espero que sigan siendo, como hasta ahora los he percibido, dos excelentes seres humanos, independiente de la profesión, útiles a la sociedad”. Con ellos y su numerosa familia comparte las alegrías, las tristezas y todos los momentos que se pueden disfrutar en la vida al ritmo de Silvestre Dangond, Jorge Celedón y los coros gregorianos. Los corruptos de este departamento deben andar con sigilo, porque a la Contralora la acompaña un ejército de trescientos veinte contralores que son su equipo de trabajo comandados por una fuerza divina que los guía día y noche.

Luz Helena Arango Cardona. Especialista en Gerencia del Ambiente y Gestión para el Desarrollo; especialista en Estudios Políticos, con estudios en Alta Gerencia, MBA, y Auditoría Financiera; funcionaria de la Secretaría de Obras Públicas de Antioquia, Teleantioquia, EPM, Contraloría General de Medellín y contralora del municipio de Sabaneta; Gerente administrativa de Empresas varias de Medellín; Secretaria general de la Contraloría General de Antioquia y directora de Control Interno del Ministerio del Interior y de Justicia.

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Clara Patricia Arango Calle Lealtad y entrega



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egó justo a tiempo, se sentó con facilidad en una de las sillitas donde los niños de preescolar y ahora los estudiantes de la Universidad Cooperativa de Colombia recibían sus clases. Observó con simpatía cómo cada alumno comprimía su cuerpo para acomodarlo en los pequeños pupitres. Y cuando procedía a presentarse como la nueva profesora de Microeconomía, un alumno enfadado la interrumpió: “¡Vámonos que la profesora no llegó!” –“¿Cómo así? Si yo soy la profesora”, le respondió Clara. No era para menos. Su figura delgada, estilizada, juvenil; sus jeans, sus zapatos bajos, su cara de niña, y como si fuera poco sentada como todos sus alumnos en estos asientos infantiles... ¿Quién se iba a imaginar que era ella la profesora? Después no debió hacer mucho esfuerzo para ganarse esta etiqueta. Su competencia, su disciplina, su interés por construir un conocimiento conjunto y generar espacios de debate, hicieron que esta profe con cara de alumna pronto se destacara. Este aire de juventud se ha quedado impregnado en su cara y se niega a dar paso a las marcas del tiempo. Está intacto, desde aquel sábado de 1987, cuando llegó feliz a la Universidad Cooperativa de Colombia, en busca del bus marcado con la palabra “Economía”, cuyo destino era Comfama de Girardota, el lugar donde siempre le daban la bienvenida a los primíparos de los distintos programas. Ese sábado de integración supo que la Universidad Cooperativa de Colombia sería más que su universidad, su hogar. Allí creció humana y profesionalmente, vivió los mejores años de su juventud con los amigos con quienes solía ir al ‘Bar de Memo’ o a la

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‘Herradura’ a bailar los temas de moda. Cuenta entre risas que los viernes “tipo seis p.m., antes de entrar a clase, alguno de la gallada dejaba en la mesa del bar sus cuadernos para reservar. Eso era sagrado”, dice. El 16 de diciembre de 1991 se graduó en el Teatro Pablo Tobón Uribe. En esta época recuerda que terminó pagando noventa y tres mil pesos, una suma de dinero asequible que le permitió lograr la meta de ser profesional. Pero una vez recibido el diploma se negó a abandonar la Universidad Cooperativa de Colombia. “Esta bendita universidad se metió tanto en nuestras vidas que es imposible vivir sin ella. Es parte de tu proyecto de vida. Tus 24 horas del día giran en torno a ella”. Sí, la vida de Clara ha girado en torno a la Universidad. Como alumna, profesora, Coordinadora Académica de la Facultad de Contaduría en Envigado y luego en Medellín y actualmente directora de Planeación; ha vivido el proceso de crecimiento y transformación de la institución. Cada recuerdo lo rescata de su mente con una energía y entusiasmo únicos. Así describe por ejemplo el momento en el que las directivas de la sede de Envigado debieron entregar los salones de preescolar de la escuela que les habían prestado y seguir dictando las clases en unas bodegas. Afortunadamente años después construyeron el nuevo edificio y para su inauguración los profesores y alumnos llenaron de bombas y carteles sus vehículos e hicieron una caravana por las calles. Asimismo, narra lo que para ella fue “un giro de 160 grados” que dio la Universidad entre el 2005 y 2007 para cumplir los requisitos que exigía el Ministerio de Educación; un reto que también lideró Clara Patricia con la alegría y el optimismo de siempre.

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“Lo lindo es ver cómo esta pequeña criatura (la Universidad) tuvo una capacidad increíble de transformarse. No le ha tenido miedo ni a los retos ni a los cambios, siempre sale adelante y cuando la golpean, se levanta con más fuerza”.Para Clara, esa capacidad de crecimiento y transformación de la universidad se debe en gran parte a la gran calidad humana de sus empleados, y especialmente a la entrega total de personajes como Ligia González, quien desde el inicio, sin ser empleada, se convirtió en la relacionista pública, en el apoyo, en la madre de la Institución. “Ella es la artífice de la cultura familiar de la Institución, así como Gloria Lucia Hoyos representó en su momento el soporte, la alegría, el cambio y la entrega. Y César Pérez García. No se puede hablar de la Universidad Cooperativa de Colombia sin hablar de él; son lo mismo, son grandes, porque las instituciones se parecen a sus fundadores”. Clara tiene la convicción de que el rector César Augusto Pérez González continúa manteniendo la identidad, los principios, la ideología de la Universidad, pero además ha dado un impulso hacia el futuro, hacia la modernización, hacia la acreditación. No se puede encontrar en la amplia humanidad de Clara Patricia otro sentimiento más fuerte que la felicidad. La felicidad de llevar impregnadas tres letras en su corazón y en su mente. “Tres letras que me pegaron con pega loca hace veinticinco años y que se quedaron para siempre como una impronta de vida. Las tres letras con las cuales yo escribo todo: UCC”.

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Luis Germรกn Pineda Duque Pildorita solidaria



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a esposa del jefe le entregó a Luis Germán, el mensajero, un rollo fotográfico del cumpleaños de su hijo para que lo llevara a revelar. Él lo envolvió en papel aluminio, se lo echó al bolsillo de la camisa y se montó en el bus. Cuando llegó al paradero de Guayaquil, lo recibió un ladrón que le mandó la mano al bolsillo y le sacó el rollo. El ladrón al percatarse de que no era un objeto valioso quiso devolvérselo, pero este en medio del susto le dijo: “no tranquilo, quédese con él”. Intentó explicarle lo sucedido a su jefe, que era también su tío, pero los nervios que se manifestaban en forma de risa, provocaron la sentencia: “Está despedido”. Luis Germán no lo podía creer. Había llegado hacía pocos meses a la capital, desde la vereda Las Coles del municipio de Aguadas (Caldas), para conseguir un empleo y así costear la universidad. Llegó a pensar que un rollo fotográfico habría truncado su sueño. Por fortuna a los pocos meses consiguió otro empleo como mensajero de un almacén de ropa masculina ubicado en el centro de la ciudad. Todo el día se la pasaba andando para arriba y para abajo, llevando y trayendo prendas de todos los tamaños y colores. Desde niño se acostumbró a caminar. Para desplazarse de la casa al colegio debía recorrer más de veinte cuadras, además de las labores del campo que disciplinan al más perezoso: “Que vaya por aquella vaca que se voló del potrero...que ayude a recoger el maíz, el plátano, la yuca, el café... que hoy toca desherbar... y hoy ¡hacer de comer!”, dice en forma de retahíla. Por eso recibir órdenes todo el día, “lleve esta prenda, traiga aquella otra”, era una migaja comparado con lo que Germán estaba

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acostumbrado a hacer. Además, todo lo hacía con amor porque sabía que era el medio para conseguir lo que más anhelaba: ser profesional. Y fue precisamente en el centro de la ciudad donde encontró la institución que le brindó la posibilidad de seguir trabajando y lograr su propósito académico: la Universidad Cooperativa de Colombia. Veintiséis mil seiscientos pesos le costó la matrícula para el primer semestre de Economía en el año 1984. En esa época la Universidad ofrecía los programas de Administración de Empresas, Economía y Administración Educativa. La maratónica jornada de Germán comenzaba a las cinco a.m. y terminaba a las diez p.m. Así pasaron ocho años hasta que el 14 de diciembre de 1992 a las diez a.m. en el Teatro Pablo Tobón Uribe, recibió su título como Economista de la Universidad Cooperativa de Colombia. Fue uno de los instantes más emocionantes de su vida. Su mamá y sus hermanos lo acompañaron en este momento que pudo ser perfecto, de no haber sido por la ausencia que más le ha dolido en la vida: la de su padre quien falleció cuando cursaba el séptimo semestre. Para esa época Germán trabajaba en el Departamento de Preventas en Postobón. Luego pasó a ser jefe de ventas de una empresa de pinturas. También ensayó montando su propia oficina de consultorías contables, económicas y de mercadeo; pero esta incitativa pereció en la crisis de finales de los años noventa. Durante todos estos años jamás abandonó a la Universidad. Sus estaciones obligadas diariamente antes de llegar a su casa eran las cafeterías de doña Alicia y de doña Estela, y también el ‘Bar de Memo’. Después de trabajar, la tertulia, el tinto y el cigarrillo eran sagrados. Todos sus trabajos, sus metas, sus calles conducen a

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la Universidad Cooperativa de Colombia. En 1997 fue contratado como profesor del colegio de la Universidad. “Llevo veintiocho años recorriendo la calle Córdoba y todos aquellos lugares que huelen a mi Universidad”. De esa misma forma hizo su especialización en Gerencia de Mercadeo y cuando estaba finalizando, Dora Ospina, le propuso dictar clases en la Facultad de Administración. Posteriormente el doctor Carlos Arturo Palacio le encargó otros cursos adicionales. Para el 2005 ya estaba vinculado como profesor de tiempo completo. Actualmente es el coordinador de las cátedras institucionales, tanto presenciales como virtuales, en las sedes Medellín y Envigado. Cuenta con 28 grupos y 1043 estudiantes que hacen parte del proyecto denominado “Universidad Virtual Cooperativa”, cuyo objetivo es orientar, capacitar, construir y promover las Tecnologías de la Información y de la Comunicación (TICs) con el fin de mejorar y fortalecer los procesos educativos de la Universidad a nivel nacional. Sus proyectos profesionales y personales, incluido uno de tinte espiritual y social que lo motiva mucho, han alegrado el camino de este correcaminos de la vida, que no para de sonreír y de agradecerle a Dios y a la Universidad Cooperativa de Colombia por tanta felicidad.

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Humberto de Jesús Beltrán Hernández

Don Humberto



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a ley es para todos, también para los jefes”. Por eso no se enojó César Pérez García aquel domingo que fue a trabajar a la sede de la Universidad en Envigado y don Humberto el portero le dijo: “Qué pena doctor, usted es mi rector y mi jefe, y yo a usted lo quiero mucho pero hoy es domingo y no puedo dejar entrar a nadie”. Ante la negativa el rector no tuvo otro remedio que darle un abrazo y devolverse para su casa. Para don Humberto la Universidad Cooperativa de Colombia es su casa. Y nadie, llámese como se llame y tenga el cargo que tenga, puede infringir las normas de su casa. Ni siquiera la doctora Ligia González, a quien respeta y quiere como a nadie en el mundo. “No, no, no, como así que la doctora me va trayendo a la Universidad a una manada de marihuaneros de esa tal película de las rosas (La vendedora de rosas, 1998), unos pelados todos trabados con el sacol en la mano dizque para hablarles a los estudiantes de la vida... Yo sí le dije, ¡Doctora, es que se enloqueció o qué le está pasando!”, dice empezando a enojarse otra vez. Quienes lo quieren, que son el 120% de los estudiantes y profesores, le dicen: “Eche tranquilidad don Humberto que le va a salir dando un infarto de tantas rabietas”. Pero él les responde a regañadientes: “No me insulten que a mí de eso no me va a dar, y si me da es porque ustedes no me hacen caso”. ¡Qué no le toquen ni una mata de la Institución! Porque les pasa lo que al señor que terminó de fumar y arrojó el pucho de cigarrillo en una matica, entonces don Humberto se paró, recogió el residuo de nicotina y mirando fijamente al infractor le dijo: “No me intoxique la mata como tiene usted intoxicados sus pulmones...”.

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Empezó a trabajar desde los ocho años haciéndole mandados a los “gringos” de la Frontino Gold Mines. Después pasó a ser ayudante de torno, ganándose cincuenta centavos al mes, plata que le entregaba completica a su papá, que era también barrendero en la mina, para ajustar el mercado. Con los dos sueldos alcanzaba para cinco raciones de 1/4 de manteca 1/2 libra de arroz, 3/4 de panela, una pizca de sal, 2 pastas de chocolate y 1/2 libra de carne. Su mamá, aparte del milagro de engendrar y criar a diez hijos en medio de la miseria, aprendió a multiplicar el arroz y las camas. Con esas cinco raciones diarias debían comer tres veces: Marcelino, Humberto, Sofía, Amparo, Carlos, Abundio, Socorro, Rodrigo, Óscar, Luz Ebénide (advierte Humberto que si suman más de diez es porque se le coló algún vecino en la lista). Toda esta ‘gallada’ debía dormir en tres camas, excepto Humberto, a quien le tocaba en el suelo sobre una estera de guadua. Por esas dificultades y otras que no caben en estas páginas, la mamá de Humberto no quería que él se casara: “¡Cómo se va a echar la soga al cuello!” Le decía. Pero él se enamoró de Cruz Elena Zorrilla desde los ocho años cuando los dos empezaron a ser ‘mandaderitos’. Esperó hasta los dieciséis años para ir donde el cura del pueblo a amenazarlo: “Si usted no me casa con esta muchacha me la robo”. Pero si él iba donde el cura por la mañana, su mamá iba por la tarde a impedir la unión. Hasta que un día, cansado de rogarle al cura, decidió irse para Medellín a ver si allá por fin lo dejaban “echarse la Cruz encima”. Con la buena suerte que después de que Humberto le diera el ultimátum al cura citadino: “Si no me casa me la robo”, el padre con tal de evitar que este feligrés cometiera semejante pecado, decidió casarlos. Con la bendición de Dios tuvieron once hijos y una casita en Envigado. Y no faltó el mínimo vital para que Cruz lo multiplicara. En Tejicóndor, don Humberto empezó barriendo, luego pasó a ensartar

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hebras hasta que lo ascendieron como tejedor, gracias a un curso que hizo en el Sena de instructor de tejeduría. Pero como lo suyo es cuidar, en el año 1994, una época en la que estaba “de balde”, le dijo al doctor Pérez “Ve, vos por qué no me echás una manito y me das coloca aquí en Envigado”. Así fue, le tomaron un “poncherazo” y recibió las llaves de su casa. A todo el que se gradúa, después de echarle cantaleta cinco años, Humberto le dice ‘doctor’. Y el que se niega a ese título lo vuelve y lo regaña: “Ve, si vos no valorás los cinco años que yo te vi quemándote las pestañas, yo sí”. Los grados para él son la fiesta más importante del año, se pone cachaco, baila hasta el himno de la Universidad y abraza a todos como si cada graduado fuera un hijo que se le va de su casa. Orgulloso, porque en dieciocho años nunca le han robado nada, y eso que no tiene otra arma más que la Cruz que lleva en su corazón (su esposa falleció de un ataque al corazón). Por eso le parece imperdonable que al otro portero que está armado le hayan robado unos tenis, “¡Se dejó robar unas pecuecas! ¡Eso es inaudito!”, dice furioso ‘don Humber’. A sus ochenta y un años sigue siendo igual de trabajador y humorista, aunque la nostalgia a veces lo traiciona. “Hace dos años estuve en el pueblo desagradecido de donde somos el doctor Pérez y yo. Me senté al frente de la que era su casa, cerré los ojos y vi salir a don Máximo Pérez poniendo la bandera roja en la puerta para avisarle a La Cruzada que ya había llegado la carne fresca”.

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Alma Tulia CastaĂąo Marulanda El alma del programa de EnfermerĂ­a



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as historias donde machete y aguardiente se confabulan para transformar las almas nobles de los campesinos, hacen parte del anecdotario de los pueblos antioqueños y también del diario de Alma, una mujer que a sus diecinueve años decidió hacer su práctica de Administración de Recursos de Salud en el municipio de Caicedo al sur del departamento. Las riñas callejeras que inundan las camas de los hospitales en las fiestas navideñas y en los domingos de mercado, y las pestes que suelen amañarse donde reina la miseria humana; ratificaron la vocación de Alma y su decisión de estudiar enfermería. Los casos más insólitos de campesinos heridos la hicieron estremecer, llorar, sufrir, pero también amar su profesión. Al finalizar su práctica en Caicedo, donde los desnarizados y los desorejados la obligaron a dejar la oficina de administración para aprender a suturar, a canalizar una vena, o a pasar un reporte de signo, Alma regresó a Medellín donde su mamá ya le tenía todo listo para iniciar la carrera de enfermería en la Universidad de Antioquia. No sería difícil para Alma escoger otro pueblo antioqueño para realizar su rural, en donde abundaran los enfermos y las víctimas del conflicto armado o del machete y el aguardiente. Esta vez, el destino fue Heliconia. Un pueblo donde encontró gratitud, experiencia, y la oportunidad de ser madre por primera vez. Pero fue en la unidad de cuidados intensivos de prematuros de la Clínica León XIII de Medellín, donde afinó su pasión: la pediatría. Esta experiencia la llevó al lugar que fue en un momento de su vida

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“la tabla de salvación” y la gran oportunidad para desplegar sus capacidades: La Universidad Cooperativa de Colombia. En la actualidad cumple catorce años como docente de práctica del Programa Técnico Auxiliar en Enfermería, acompañando a cada alumno en esa misión maravillosa de velar las veinticuatro horas del día por un ser humano que necesita ser cuidado, sin importar si se encuentra en el principio, el intermedio o el ocaso de su vida. En este sentido, la Universidad Cooperativa de Colombia ha formado a sus alumnos con un criterio que combina justamente el conocimiento científico y la humanidad. El solo acto de bañar al paciente con la conciencia de saber si es una enfermedad fría o caliente para determinar la temperatura exacta del agua, o tender la cama sin arrugas para evitar las escaras del enfermo; hacen parte de esta combinación maestra de sensibilidad humana y conocimiento. Dicha sensibilidad se manifiesta en la forma como Alma atiende a sus pacientes e instruye a sus practicantes. En la sección de pediatría, es su costumbre suministrar a los pequeños un suero de colores y a la hora de tomar la medicina saca un títere para hacer más divertido ese proceso. O simplemente de un momento a otro Alma comienza a cantarle a sus ‘pacienticos’: “Cucú cucú, cantaba la rana”. Sus manos milagrosas son apetecidas para cerrar heridas, para calmar dolores, para inducir calma. Y sus palabras también tienen el poder de la curación. A Marcos, el pequeño que llevaba una semana pegado a un litro y medio de oxígeno le dijo: “Repite esta frase. No tengo miedo, todo está bien en mi mundo”. Y después de repetir y acariciar dio la orden de cerrar el suministro de oxígeno y Marcos volvió a respirar. Asimismo, suele enseñarles a sus alumnos la importancia de acompañar a los pacientes en esa misteriosa brecha entre la vida y la muerte. En ocasiones cuando la agonía es larga y el alma se niega a abandonar el cuerpo ya marchito de dolor, desde el fondo

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el corazón surge una oración. “Esa humanidad debe acompañar a todos nuestros profesionales en salud de la Universidad Cooperativa de Colombia”. Este énfasis de formación integral ha guiado el proceso de profesionalización de 2500 egresados del programa Auxiliar de Enfermería. Además de los graduados en los cursos y diplomados de Extensión Académica que superan los 120 al año, y los 450 personas del departamento que anualmente asisten el curso de actualización en enfermería que ofrece la Institución y el Hospital General. El alma de los programas de extensión y de formación de competencias en Auxiliar de Enfermería es Alma Tulia. Su objetivo está centrado en la proyección y posicionamiento del programa a nivel nacional e internacional. En esta línea ya se han realizado importantes eventos académicos de talla internacional como el Primer Congreso Iberoamericano de Enfermería en endoscopia digestiva, realizados el pasado 17 de marzo de 2012 en Cartagena, donde asistieron profesionales de España, Uruguay, Brasil, Argentina, Chile, Perú, entre otros países. De esta forma, los distintos municipios de Antioquia tienen acceso a la oferta de los programas de extensión académica de la Universidad Cooperativa de Colombia, con el fin de contribuir a los procesos de habilitación y acreditación de las instituciones. Hechos que evidencian el posicionamiento y el desarrollo de este proyecto que ha marcado un hito en la historia de los programas de salud en Colombia. Y como si fuese la “dama de la lámpara”, como era conocida la madre de la enfermería Florence Nightingale, ella seguirá deslizándose a través del frío y oscuro misterio de la enfermedad humana, para iluminar con su amorosa alma los rostros de los pacientes y las mentes de sus alumnos.

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Federico Ă lvarez Echeverri Constructor de sonrisas



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n niño de tres años se le trepó de un brinco en sus brazos. Lo sostuvo por unos segundos y cuando bajó su mirada para descargarlo se dio cuenta que más de quince pequeños hacían fila para repetir la operación. Esta escena, que no deja de robarle una que otra lágrima y muchas sonrisas, se ha convertido en un ritual sagrado para el programa de Brigadistas Solidarios de la Universidad Cooperativa de Colombia, que además de regalar abrazos y cargadas, dona cepillos, crema dental y tratamientos odontológicos a los niños de bajos recursos económicos del departamento. Todo empezó en el año 2000 cuando el Ejército Colombiano solicitó una brigada a la Facultad de Odontología de la Universidad Cooperativa de Colombia para el municipio de Yarumal. Federico Álvarez, coordinador clínico de la Facultad, gestionó las ayudas y la logística y viajó con tres estudiantes. En la base del Ejército improvisaron un consultorio odontológico construido con la madera que donó un campesino. Allí, en una choza, se atendían decenas de niños, quienes salían felices, sonriendo y sin dolor de muela. En esta labor Federico comprendió que la odontología tiene dos significados generales. Para las personas de bajos recursos que toman agua de panela (que da caries), que tienen un cepillo de dientes para ocho personas, que nunca usan seda dental; la odontología es un privilegio que se utiliza solo en caso de un dolor de muela. Mientras que para los ricos que toman whisky (que no da caries), que tienen varios cepillos de dientes, que usan seda dental saborizada y hasta enjuague bucal, la odontología hace parte de los servicios básicos, que usan para blanquear los dientes y alinearlos.

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Acortar esta brecha que divide a la sociedad entre quienes pueden acceder a los servicios de salud (incluido la odontología) y entre quienes ni se pueden asomar a un consultorio médico por falta de plata, es una de las metas que persigue la Universidad Cooperativa de Colombia a través de sus brigadas y de sus distintos programas sociales. En promedio, la Facultad de odontología puede realizar veinte brigadas al año primordialmente en los departamentos de Antioquia, Córdoba y Chocó. En cada brigada, que puede durar hasta tres días, se atienden alrededor de ciento cincuenta pacientes (niños que son la prioridad). Actualmente, el Programa cuenta con más de sesenta brigadistas. Para este año, el gran objetivo es brindar atención odontológica a grupos escolares con alta vulnerabilidad a nivel de Salud Oral. Para ello, la Facultad se trasladará con equipos odontológicos, recursos humanos y docentes a los centros educativos de fundaciones como Carla Cristina y Buen Comienzo. Para llevar a cabo esta labor social y otras funciones referentes a las prácticas estudiantiles en la Facultad, la Universidad Cooperativa de Colombia, eligió a Federico Álvarez. En su ADN viaja la filantropía que heredó de su padre a quien no le importó toda su vida canjear consultas médicas por galletas o almuerzos o por ‘simple’ gratitud. Recuerda que su madre siempre le decía a su caritativo esposo: “Vos crees que vamos a vivir del aire, ¿por qué no aprendes a cobrar?”. Esta herencia la alimenta con las ideas de filósofos y maestros espirituales como Damasco y Osho, de quienes ha aprendido a vivir “el ahora” y a disfrutarlo tal y como llega. Asimismo, Antoine de Saint Exúpery, con su obra El Principito, simplemente, marcó su vida. Precisamente por esa defensa acérrima que hace del maravilloso mundo de los niños en contraposición con el de los adultos, a veces tan aburrido y sin sentido. Estas enseñanzas se han convertido en su ideología personal y en su guía profesional. Por eso no es raro que en medio de una clase de Clínica Operatoria, Preclínica o Ética Odontológica, el profe

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Federico cite aquella frase famosa que el lobo le dijo al principito: “Lo bonito se ve solo con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos”.2 Para Federico “es fundamental sensibilizar al estudiante para que ante todo sea un ser humano, que reconoce que hay remuneraciones superiores al dinero, como una sonrisa y la felicidad que queda cuando uno quita el dolor”. Él sabe que la vida se transforma cuando se puede sonreír libremente. La personalidad de Federico encaja perfectamente en la filosofía de la Universidad, donde la dimensión humana es un componente fundamental dentro del proceso de profesionalización, especialmente en las áreas de la salud. Este ha sido el secreto del éxito de las facultades y los programas de Salud de la Universidad Cooperativa de Colombia. Además, en el caso de Odontología, Federico garantiza que los estudiantes cuenten con los mejores equipos y condiciones para realizar sus prácticas en reconocidas instituciones de la ciudad con las que se establecen convenios docentes/asistenciales. Federico es un profesional sui géneris, humorista, directo, imprudente, sensible, tomador de pelo. Por eso sus colegas le dicen ‘Joderico’. Con este estilo, esa empatía natural con los niños y su compromiso con la Universidad Cooperativa de Colombia, cumple a cabalidad su tarea de “construir sonrisas”.

2

Saint-Exupéry, Antoine de. El principito (Francia: Editorial Gallimard, 1943), 56.

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Martha Libe Contreras GarcĂ­a De la cafetera a la computadora



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n las noches previas a la jornada electoral, Martha salía con su padrastro y su mamá cargando una enorme olla de engrudo y cientos de afiches de propaganda política que terminaban estampados en los postes del caserío de La Cruzada mucho antes de que el primer habitante abriera el ojo y los descubriera. Pero, como dicen, “pueblo chiquito infierno grande”; todos sabían que La Cruzada se vestía de rojo todas las noches por obra y gracia de la santísima trinidad liberal compuesta por doña Fany, su hija Martha y su marido. ¿Cómo iba a ser difícil descubrir el misterio si la casa donde habitaba la trinidad era la misma sede de Convergencia Liberal? Aparte de la adrenalina de empapelar el pueblo en las madrugadas con la propaganda liberal y recibir al Dr. César Pérez García cuando llegaba a visitar su tierra, en La Cruzada no pasaba nada distinto, no había mucho por hacer ni mucho que esperar. Hasta que un día del año 1994 por razones políticas amenazaron de muerte al padrastro de Martha y tuvieron que empacar lo poco que poseían y “echar pa’ Medellín”. No tenían a quien más acudir si no al Dr. Cesar Pérez, quien como esperaban les ayudó con un empleo para Martha en servicios generales de la Universidad Cooperativa de Colombia. Pronto esta mujer pujante, noble, madrugadora, servicial, le cogió el tiro a la cafetera y a la escoba. Sus tintos llegaron a tener más fama que los de Juan Valdez. Cuenta que al día repartía cerca de cien y hasta llegó a “enviciar” a más de uno con esa receta secreta de

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Nescafé y azúcar al gusto. Con la escoba ni se diga. En la época en que la sede de Buenos Aires era colegio en el día y universidad en la tarde, volaba en su escoba para dejar impecables los salones de todo un bloque en menos de media hora. Fue apetecida por todos los jefes de la Universidad Cooperativa de Colombia. Igualmente, resultó siendo la portera de la Universidad. Revisando bolsos, supervisando, impartiendo orden. Le tocaba erguir el cuerpo, elevar la cabeza y endurecer las facciones para verse más seria. En la puerta de la U, también se conquistó el corazón de los alumnos y empleados. Un día se dijo a sí misma: “Voy a terminar mi bachillerato y a convertirme en una profesional”. Habló con la Dra. Martha Lucía y ella la apoyó inmediatamente. Pronto terminó el bachillerato. Su entrega y dedicación hicieron que de octavo la promovieran a décimo. Pero Martha quería empuñar en sus trajinadas manos el cartón de profesional. Por eso, no dudó en matricularse, con el apoyo también de la Universidad Cooperativa de Colombia, en el programa Tecnología en Gestión Empresarial que se dictó en el municipio de Bello. “Estudié con puros muchachos. Una de las más viejas era yo. Lo más duro fue la clase de sistemas. ¡En mi vida había prendido un computador!, que paciencia la que me tuvo el profe”. Aun así, en varias ocasiones se ganó la beca como mejor estudiante, quedando exenta de pagar algunos semestres. Los demás los pagó con créditos de la Cooperativa Comuna. Durante tres años se despertó a las cuatro a.m. y se acostó alrededor de las doce de la noche. “Y un día me dije: ¡Eh! con tanto esfuerzo, tanta estudiadera, yo no me puedo quedar sirviendo tintos en la universidad”. Armó un plan con su mamá, y se fueron a esperar

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al rector, César Pérez García, a la entrada de su oficina. “Yo estaba con el uniforme de portera y mi mamá apenas vio al Dr. le dijo: ¡Quiubo ole! ¿Vos si te acordás de mi hija Martha? Nos invitó a pasar a la oficina y yo de una metí la cucharada, vea doctor yo ya estoy en el quinto semestre de la tecnología en Administración. ¿Será que hay posibilidades de un escalón para seguir avanzando aquí en la U?”. En pocos meses cambió la cafetera por el computador, la cocina por la recepción, el uniforme de servicios generales por un elegante traje de secretaria de mercadeo. Ya no hacía los tintos sino que se los ofrecían en su escritorio. “Todo el mundo me felicitaba y yo ni lo podía creer, las niñas de mercadeo me ayudaron mucho porque yo estaba muy asustada con el nuevo cargo”. Martha no deja de ser la misma mujer sensible, noble, servicial, que un día empacó sus sueños en una maleta y se los trajo desde La Cruzada hasta Medellín. No puede evitar que se asome la nostalgia cuando habla del doctor César Pérez García. Dice (conteniendo sus lágrimas) que él le cambió su vida y la de su familia porque también hizo posible que su hija se graduara de enfermera. “Y aquí no termina la historia... Yo me encarreté estudiando y voy a seguir para sacar mi cartón de profesional”. Y como las personas sensatas y humildes no olvidan sus orígenes, se paró y me dijo: ¿Quiere mija que le haga un tintico?

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Federico Jaramillo Mej铆a

El empresario de los sistemas de comunicaci贸n



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ás de diecisiete horas llevaba una viejita en su silla de ruedas haciendo fila para visitar a un hijo en la cárcel Bellavista. Como ella, decenas de personas quemadas por el sol o empapadas por la lluvia, esperaban ver por unos minutos a sus familiares tras las rejas. Cuando Federico conoció de cerca esta situación, inmediatamente pensó en crear un sistema ágil y digno para hacer menos dramática la visita a los presos. Fue entonces cuando presentó al Municipio de Medellín la propuesta de programar las visitas a la cárcel telefónicamente. El sistema consiste básicamente en que cada preso inscribe a diez personas previamente, quienes al momento de solicitar la cita sólo deben digitar la cédula. Gracias a esta idea, la espera de los visitantes dejó de ser eterna e inhumana. Actualmente ingresan a la cárcel novecientas personas cada media hora, con la ventaja de que no hay que comprar puesto ni armar carpa para huir de las inclemencias del clima. El cerebro de Federico Jaramillo, ingeniero de sistemas de la Universidad Cooperativa de Colombia, trabaja veinte horas al día para crear soluciones innovadoras acordes a las necesidades de la “vida moderna”. Su compañero más fiel y con el que ha logrado, no sólo eliminar las filas de las principales cárceles de Colombia y de instituciones como el DAS, sino también facilitar el trabajo de importantes compañías nacionales, es el computador. Lo conoce al derecho y al revés, por dentro y por fuera, lo puede armar y desarmar en pocos minutos. Ha leído los libros más raros y complejos que versan sobre todos los detalles y las funciones infinitas de este aparato que ha transformado a la humanidad. Todo empezó cuando tenía dieciocho años y trabajaba para un tío ayudándole a digitar información en su negocio. El sistema tuvo

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un problema y Federico pidió los manuales de IBM y después de estudiarlos no sólo entendió cuál era el error, sino que lo solucionó. A partir de esta pequeña anécdota descubrió su habilidad mental en el área informática. No dudó entonces en hacer un préstamo de un millón quinientos mil pesos para comprar un computador (el primer DOS) y con la ayuda de un amigo montó en su casa una oficina en la que prestaban servicios relacionados con sistemas y desarrollo de software. Su primer trabajo “importante” fue para los laboratorios de la Universidad Pontificia Bolivariana. Recuerda que sin tener el conocimiento que requería el proyecto, estudió el tema en diversos libros y decidió asumir el reto. Fue todo un éxito. Y es que la gran ventaja de Federico es precisamente ser autodidacta. Su primer libro de estudio lo leyó en inglés y según él “era lo más básico” (aunque el título diga lo contrario “Expertos, de Herbert Schild). Luego siguieron cientos y cientos de ejemplares devorados con pasión y amor, los dos sentimientos que le despierta la electrónica, que más que una ciencia significa para él “una forma de vida”. Sin embargo, aunque en los libros y la internet encontró gran parte del conocimiento necesario para desempeñarse en su campo, posteriormente reconoció la importancia de profesionalizarse. Dado que ya había creado su empresa y tenía un buen número de clientes, buscó una alternativa académica con horarios flexibles y una ubicación estratégica, y halló la Universidad Cooperativa de Colombia. Por su experiencia en el área, evidentemente tenía una gran ventaja frente a sus compañeros, por lo que durante mucho tiempo fue monitor. Además de aprender, hizo aportes importantes en el desarrollo de las clases, como en el caso de la materia de Mantenimiento de Computadores, la cual ayudó a reestructurar.

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Durante el proceso de formación encontró personas maravillosas, como la profesora Olga Tangarife que dictaba Estructura de Datos. “Era muy buena para explicar, para resolver dudas, aprendí mucho, así como del profesor Omar que dictaba Auditoría, lo recuerdo como un hombre influyente”. Consciente de las cualidades del egresado de la Universidad Cooperativa de Colombia, su capacidad de trabajar en equipo, su profesionalismo y calidad humana, Federico ha empleado de forma directa e indirecta a un buen número de egresados de la Universidad. Un acto de gratitud y reconocimiento para la institución, sus profesores y estudiantes. Actualmente su empresa Datawara Sistemas LTDA, cuenta con un equipo humano compuesto por técnicos, programadores e ingenieros que ofrecen todos los servicios relacionados con sistemas. Trabaja en Barranquilla, Cartagena, Bogotá, Medellín, Cali y en el exterior en Perú y Ecuador. La meta es abrir más sedes. Optimista mira el futuro, recorre el mundo y descubre cómo cada día nace un nuevo sueño, una nueva oportunidad de avanzar hacia ese horizonte de posibilidades que develan la información y la comunicación.

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Edgar Carvajal Villa El Pรกnzer



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l planeta de Edgar está conformado por una cancha, un arco, un balón y once amigos. A los doce años comenzó a construir este mundo en las mangas del barrio La Florida, de Bello, con la ayuda de sus amigos de la cuadra, una pelota, y dos postes unidos con largueros que formaban un arco. Desde niño descubrió que este arco es la puerta al cielo, y que para traspasarla solo hace falta un gran futbolista y un balón. Cada vez que Edgar metía un gol, experimentaba la gloria. Claro que al principio su función era hacer de “San Pedro”, vigilando la puerta del cielo para no dejar entrar un solo gol del equipo contrario. Pero su papel como arquero no duró mucho, porque la energía de este hombre se concentraba como en una coraza y amenazaba con estallar en el campo de batalla sino lo dejaban correr por la cancha. El furor futbolístico lo llevaba en las venas. Por eso, no podía tener más razón el periodista deportivo Eduardo Sánchez cuando dijo, en 1990, que Edgar Carvajal era un ‘Pánzer’ en la cancha, haciendo referencia a los vehículos de combate en forma de coraza que utilizaron los alemanes en la segunda guerra mundial. Además del periodista que lo bautizó, otro hombre había descubierto al guerrero del fútbol que Edgar lleva escondido en su coraza: su padre. Todo ocurrió en un torneo del barrio, donde el viejo Carvajal se consiguió las camisetas para el equipo en Pintuco, la empresa donde trabajaba. Los muchachos armaron el arco con los largueros y consiguieron el balón. Solo hacía falta el técnico. De modo el viejo Carvajal se paró en la cancha y empezó a dirigir al equipo, y el equipo para él era su hijo.

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En este torneo, el Pánzer aprendió de su padre que no vale la pena llorar luego de la derrota, y que al único que hay que agarrar “a pata” en la cancha es al balón, porque los otros soldados son los hermanos de la lucha, aun si tienen otro color en el uniforme. “Mi padre fue mi maestro en la cancha”, dice Edgar. Y es que desde que el Pánzer salía a la cancha, los contendores empezaban a temblar. Jugaba como un luchador que entrega su vida en el “campo de batalla” para tener un minuto de gloria en el arco contrario. Para él, el fútbol era un combate entre veintidós ‘soldados’ entrenados fuertemente para traspasar el arco del cielo y hacer vibrar a la hinchada, que finalmente es la razón de ser del fútbol. Esa hinchada sí que vibró con los goles del Pánzer en su paso por equipos como el Cúcuta Deportivo, el Envigado Fútbol Club, el Deportivo Pereira, el Deportivo Independiente Medellín, último donde fueron campeones en el 2002, después de 45 años sin alcanzar una estrella. Asimismo, tuvo la oportunidad de jugar la Copa Libertadores y conocer Suramérica. Pero las lesiones y una cierta intuición de que debía dar un paso en su vida y dejar los guayos para asumir otro rol en su vida futbolística, condujeron a la decisión: estudiar en la Universidad Cooperativa de Colombia para convertirse en Técnico de fútbol. Amigos a quienes admira como Juan José Peláez, Pedro Sarmiento y el profesor Víctor Luna, influyeron y apoyaron esta transición que inició a la edad de treinta y tres años, cuando comprendió que la gloria del fútbol no es eterna, y que la academia es una garantía para cualquier ser humano que aspire fundar bases sólidas en su carrera profesional. En las aulas de la Universidad Cooperativa encontró algunos elementos ausentes en las canchas de fútbol. Materias como Psicología, Psicopedagogía, Medicina Deportiva, Fútbol I, fútbol II,

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Estadística, Cooperativismo; complementaron la experiencia adquirida durante años en el campo de juego. Conocimientos que impartían destacadas figuras como Juan José Peláez, Luis Alfonso Marroquín, Albeiro Barrero, Edgar Ramírez, Jorge Iván Velásquez. Jamás imaginaría que años después sería él mismo, el afortunado en compartir su experiencia como profesor en las aulas de esta Universidad Una sorpresa para él en este proceso de profesionalización en la Universidad fue el gran aporte de la ideología cooperativista en su visión del mundo futbolístico. “La palabra cooperativismo hace referencia al engranaje de un grupo para conseguir resultados. El fútbol es un deporte colectivo pero depende de las individualidades. Lo que aporta cada uno es fundamental”, concluye el Pánzer. Luego de su experiencia como técnico del Deportivo Independiente Medellín, donde integró todos los conocimientos empíricos y teóricos para entender la psicología del jugador, planear la estrategia de juego, inyectar energía en los camerinos y revertir los resultados, decidió ejercer la asistencia técnica de este equipo dirigido por el técnico Hernán Darío Gómez. Cuando se quita la coraza, el Pánzer desaparece para dar lugar a un esposo cariñoso, un padre tolerante, un ser humano tranquilo, un excelente chef criollo especialista en frijoles, fritangas y sancochos. Sin embargo, él mismo aclara que quiere que la hinchada y la historia del fútbol colombiano cuando lo recuerden digan: “Ese man como era de bravo en la cancha”.

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Martín Emilio Atehortúa Londoño Su vida es color de rosa



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las tres de la mañana terminó de clavar la última flor. Minutos después, de sus trasnochados ojos brotó una lágrima que fue a parar a la enorme taza de café de la que salía un letrero floriado que decía: COLOMBIA. Y es que como dicen los silleteros de Santa Elena: “Al único que le cabe un país en una taza de café es a Martin Atehortúa”. ¡Y qué país el que salía de esa tacita de café! No se parecía en nada al que muestran en las noticias. No, el país de la silleta de Martín era el del sombrero vueltiao, la orquídea de Urrao, la palma de cera del Quindío, el del acordeón de Valledupar, el del poporo de la moneda de veinte pesos... Esa imaginación de Martín si da para mucho, hasta la obra de Botero fue capaz de pintar a punta de flores. Cuando Ramón García, uno de los más duros contrincantes del Festival de Silleteros 2012, vio semejante taza de café de la que se derramaba un país, dijo: “Póngale la firma que esa es la silleta de Martín Atehortúa, ese es el que anda siempre pendejiando con esos temas de Colombia”. Y es que en casi medio siglo que lleva el desfile de silleteros en Medellín, ya se sabe que las silletas de mariposas son de Carlos Londoño, las de burros, de Jaime Atehortúa, y las de Colombia del loco de Martín. “El que si descrestó este año fue ‘El gordo’. Apenas vi esos pajaritos saliendo de esas cáscaras de huevo, me dije: ¡ay fuemadre! ese nido se va a ganar el primer puesto”. Después de ver esta silleta, Atehortúa quedó preocupado y regresó a su casa para hacerle los últimos retoques a la suya. Sin embargo, al poco tiempo entró en su casa la esposa de su competidor (El gordo) y llorando le dijo: “tranquilo Martín que esa taza de café suya le gana al nido de mi marido”.

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A las cinco de la mañana empezaron a llegar a Santa Elena más de doscientas volquetes de la Alcaldía para recoger a los quinientos silleteros y llevarlos al desfile en Medellín. A esa hora Martín y su novia (con alguna ayuda extra) se alzaron los noventa y siete kilos que pesaba la Colombia hecha con trescientos paquetes de éxtasis, trescientos paquetes de Pinocho, cuarenta paquetes de botón de oro, cuatro garrafas de sacol, doce kilos de silicona, cuatro docenas de anturios, tres docenas de lirios azules, cincuenta oasis, cincuenta paquetes de follaje, cuarenta paquetes de pino, espigas de trigo y veintiún días de insomnio. “Desde que me monté a esa volqueta con mis alpargatas, mi sombrero, mi silleta y mi novia, comencé a rezarle a la Virgen de Guadalupe: este año sí virgencita, que al menos quede entre los finalistas...”. Y es que a los silleteros modernos los recogen en volquetas, pero a los abuelos fundadores les tocaba coger trocha y caminar horas para llegar a Medellín. Cuando la silleta era sinónimo de “carguero” la utilizaban para transportar esclavos y materiales de minas. Luego en los años cincuenta, el comercio de flores ya era tradicional; los silleteros amarraban sus flores a la silleta y partían de Santa Elena a las ocho de la noche para llegar en la madrugada a Medellín. Otros más recursivos se iban para Lovaina donde los clientes las compraban para regalarlas a las prostitutas. Hasta cuentan que un tal Ramiro compraba el periódico El Colombiano solo para tomar nota de los muertos de la alta sociedad y venderles flores a las viudas en las funerarias. Cuando Martín llegó a Medellín y se bajó de la volqueta, se echó encima su cruz de flores y comenzó su viacrucis. Con la espalda arqueada por el peso de un país a cuestas, caminó tres horas entre aplausos y sonrisas hasta llegar al calvario donde lo esperaban los jurados. No lo crucificaron, le dieron el segundo lugar.

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En once años de desfile, es la cuarta vez que se gana el segundo lugar, dos veces el tercero, dos el quinto y dos como finalista. Sus flores y su imaginación lo han llevado a Nueva York, Venezuela, Ecuador, Chile, Roma. Otro de sus grandes logros fue gracias a la Universidad Cooperativa de Colombia, que lo becó durante la mitad de la carrera (Comunicación Social) como un reconocimiento a su aporte cultural en el departamento. Esta beca lo libró de seguir vendiéndole flores a los compañeros, ordeñando a las cuatro de la mañana veinte vacas de la finca y vendiendo los fines de semana verduras en una chaza para poder pagar sus estudios. Ser Comunicador Social de la Universidad Cooperativa de Colombia y ejercer su profesión en el Parque Arví del Municipio de Santa Elena es para él un orgullo. Ahora, su meta es destronar al silletero más galardonado en la historia: su papá, don Martín Atehortúa. Y no está lejos de lograrlo porque ha dedicado todo su esfuerzo y talento a esta labor. La silleta es su vida. Aunque casi pierde la vida por una silleta en pleno desfile ante los jurados cuando se llegó el momento de alzarla para exhibirla, el peso le ganó y quedó debajo de ciento cinco kilos de flores Las flores invadieron su vida, las paredes de su casa (no cabe un gallardete más), los álbumes de fotos, el Facebook, la cocina. Con decir que la virgen de la sala esta aprisionada entre dos ramilletes de girasoles. Hasta sus sueños son “florecientes”: “Soñé que quería hacer una silleta en forma de burro y me quedó como un perro, que el desfile era a las siete a.m. y llegué a las nueve a.m.”.

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Jorge Emiro Restrepo Carvajal Entre la ciencia y el arte



E

l cerebro de este baterista en pleno concierto de “metal desnaturalizado” funciona como un Porshe sin frenos. La explicación científica es simple: el cerebro límbico está altamente activo, los lóbulos frontales orquestan todos los movimientos en milésimas de segundo y la visión se encuentra sincronizada en múltiples centros de atención como pies, manos, guitarrista, público... Lo curioso es que cuando el baterista se baja del escenario, se pone una bata blanca y unas gafas de doctor; se transforma en un serio científico capaz de apaciguar a sus electrizadas neuronas y ponerlas a trabajar en rigurosas investigaciones y experimentos. Y no es que tenga un trastorno bipolar que lo haga ver entre semana como un científico introvertido y los fines de semana como un metalero enloquecido a punto de provocar un terremoto musical. No. Este investigador aficionado a la música metal es totalmente cuerdo. En su jerga académico-científica “su cerebro puede hacer parte de una muestra de pacientes ‘normales’”. Esta normalidad se ratifica todos los días cuando se despoja de su atuendo de científico, toma el metro hacia la estación Caribe, donde encuentra el expreso que lo lleva hacia El Paraíso. Un lugar apacible en el oriente antioqueño, donde reina una calma que sólo rompen los gallos al amanecer y los pájaros cuando se cansan de volar. Un paraíso donde nace el frio viento que tiñe de rosa los cachetes de los marinillos. En estos viajes cotidianos que despiden a la ciudad y le dan la bienvenida al campo, Jorge Emiro ha leído algunos de los quinientos libros que almacena en su hipocampo. Asimismo, sobre todo en el trayecto del bus donde el movimiento hace que la vista se vuelva bailarina y no pueda leer, su lóbulo frontal encargado de los procesos

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superiores de cognición se ha adueñado de su actividad cerebral para fraguar importantes decisiones de vida, por ejemplo, estudiar tres carreras: biología, filosofía y sicología. Tres profesiones que según el investigador tienen algo en común que se explica básicamente en la siguiente relación: “la personalidad y el comportamiento humano están anclados a la forma como se encuentra organizado el cerebro de cada individuo. De modo que la estructura cerebral determina sentimientos, miedos, fobias, gustos, pensamientos, etc”. Para que un ser humano con un coeficiente intelectual promedio, pudiese cumplir esta triple meta, se requería un cerebro en expansión y un cuerpo glorioso. O en su defecto, una universidad con horarios extremos y otra virtual. Los circuitos neuronales del cerebro del investigador, trabajaron intensamente para depositar en su corteza pre frontal la siguiente decisión: biología en la Universidad de Antioquia, filosofía en la Corporación Universitaria Adventista y sicología en la Universidad Cooperativa de Colombia. Pero antes de esta decisión, además del trabajo intenso de sus neuronas, Jorge Emiro debió afrontar momentos de confusión, al punto de viajar a Estados Unidos, donde trabajó en un club turístico de mesero, todo con la ilusión de ahorrar dinero para ingresar en la universidad. Sin embargo, sus metas tenían sede en Colombia, donde tres universidades lo esperaban para cumplir su triple sueño académico. En el caso de la Universidad Cooperativa, además de poder estudiar en las noches, encontró una oferta de créditos (hora/materia) sorprendente (250) y una serie de cursos que no ofrecían otras universidades. Aparte de lo académico, Jorge Emiro descubrió en esta Universidad, un ambiente familiar y acogedor que lo envolvió en una cierta placidez durante toda la carrera. En septiembre de 2009, decidió empacar maletas y aterrizar en España. Por supuesto, buscando siempre ese espacio natural

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para su mente inquieta: la academia. Esta vez eligió la Universidad de Salamanca para su maestría en Neuropsicología. Más que un nuevo título, encontró otras cosas que luego tuvieron un mayor peso en su vida: amistad, experiencia, gratitud y una sensación de plenitud. Años después, las aulas de la Universidad donde Jorge Emiro recibió clases serían las mismas donde se inició en el oficio de maestro. Actualmente enseña biología en los primeros semestres. En esta materia intenta que sus estudiantes comprendan cómo el conocimiento del cerebro ayuda a entender las complejidades de la raza humana. A saber por ejemplo que la ansiedad o el miedo pueden tener sus raíces en un leve espacio del vasto océano de neuronas que navegan en el cerebro. El mismo océano donde se fabrican los sentimientos y las decisiones, los sueños y los miedos. Sus ponencias nacionales e internacionales le dan un reconocimiento especial a su labor y a ese inmenso compromiso con el ser humano y la ciencia. Uno de sus méritos más importantes es haber recibido un premio nacional por un estudio en el área de sociales en investigación de psicología con el proyecto de “Neuropsiquiatría del Trastorno Obsesivo Compulsivo”. Asimismo, que esté a punto de recibir el título de doctor en la Universidad de Salamanca, es un síntoma de que el esfuerzo de esas neuronas que trabajan como hormiguitas en un reguero de azúcar, ha valido la pena. Al ritmo de metal desnaturalizado danzan las neuronas de Jorge Emiro, felices en este baile que es la vida y en este inmenso y milagroso universo que se alberga en cada cerebro humano.

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Juan Diego EchavarrĂ­a SĂĄnchez

Un hombre con mucha estrella



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n los cuarenta años de historia de la Universidad Cooperativa de Colombia en Medellín, el único estudiante que ha ido a la U. en helicóptero se llama Juan Diego Echavarría. Y no precisamente porque fuera millonario, sino porque a su moto, una Honda 185 modelo 1980, le sonaba hasta la pintura. Sus amigos de Derecho la bautizaron “el helicóptero”, porque cuando todavía le faltaban diez cuadras para llegar, ya se sentía el estruendo. Aparte de los aguaceros, de las varadas, y de aquel día que se le abrió la maleta en plena autopista y se le desparramaron todos sus cuadernos y trabajos, su helicóptero era una maravilla. En verdad lo llevaba volando desde La Estrella en la que vivía hasta el centro de la ciudad en menos de veinte minutos. Pero estrella es la que ha tenido este hombre que no revela más de cuarenta años, que hoy es alcalde del municipio de La Estrella y destacado dirigente político del Partido de la U. Y eso que le decía a su padre, quien fue alcalde del municipio: “Qué pereza ser alcalde, político, abogado”. Pues Juan Diego resultó ser todas las anteriores. Lo de abogado fue gracias a su hermano que después de enterrar a su padre le dijo: “¡Ve! Ya hablé con César Pérez García para que te pongás a estudiar Derecho en la Universidad Cooperativa de Colombia”. “En poco tiempo me enamoré de la carrera y de la Universidad”, dice Juan Diego. Fue en esta Institución donde encontró a sus mejores amigos, con quienes sagradamente

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se comía mínimo una arepa de chócolo con quesito todos los días a la entrada, con quienes se parchaba en el negocio de la esquina a escuchar las canciones de Los Visconti, Darío Gómez y por su puesto la salsa brava de Héctor Lavoe y la Fania que siempre le han apasionado. Lo de alcalde se debe en parte a la herencia de su papá, quien ocupó este cargo años atrás y en parte a unas firmas que le ayudó a conseguir Tomás, su hijo de ocho años, a la salida de misa repitiendo: “¿Me firma por favor para que mi papá sea alcalde?” De siete mil firmas que se recogieron, quinientas son de Tomás (Matemática y burocráticamente el siete por ciento de esa Alcaldía es de Tomasito). Juan Diego es reconocido como un ‘político estrella’. Sacó (con la ayuda de Tomás), 8862 votos, casi el doble que el segundo candidato. Además su gestión ha sido reconocida por el gran avance social y económico del municipio. También fue un alumno estrella; muy disciplinado y exigente. En lo que no pudo ser estrella fue en el fútbol, donde a duras penas llegó a ser volante de la selección de la Universidad Cooperativa de Colombia y su máxima gira fue a Villavicencio donde les metieron una goleada que por dignidad prefiere no divulgar. Juan Diego es un hombre trabajador, humilde, disciplinado, aunque algo despistado para las fechas y los nombres. Cada que se le pregunta un dato llama a su amigo Carlos Julio, alias ‘mi memoria’ y le dice: “Oíste, ¿vos te acordás del nombre de aquel profe? ¿De la fecha de aquel evento?” Heredó de su madre la humildad y de su padre el amor por el trabajo. Se despierta todos los días a las cinco de la mañana y se duerme a las doce de la noche. Incansable persigue la meta de hacer de esta Estrella la más brillante del Valle de Aburrá, a través de inversión social en educación, infraestructura, salud, vivienda.

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No se sabe si sus hijos seguirán sus pasos en la política. Lo que sí es seguro es que serán profesionales de la Universidad Cooperativa de Colombia, institución a la que reconoce como una de las más importantes universidades del país, no sólo por el número de estudiantes y sedes, sino por su calidad académica y su importante papel como auxiliar del Estado en la promoción del cooperativismo y la economía solidaria. “De la Universidad guardo gratos recuerdos, parte de mi disciplina la desarrollé durante mi carrera. Recuerdo a un profesor que todo el mundo le tenía temor, era de procesal civil, se llamaba... (Llamada a su memoria. Oíste ¿cómo era que se llamaba el profe cuchilla?). Pedro Pablo Cardona. Otro muy, muy cuchilla a quien le decíamos ‘Torticero’ (llamada a su memoria) era Jorge Enrique Martínez, era muy fregao”. Sentado en su escritorio de alcalde municipal, con el retrato de su padre a sus espaldas y sus enseñanzas ancladas en el corazón, Juan Diego gobierna esta enorme esfera que brilla en el sur del valle de Aburrá y que alberga 52.709 almas con la esperanza de alcanzar un cambio social.

Juan Diego Echevarría Sánchez. Profesor de cátedra, Politécnico Jaime Isaza Cadavid, 2012. Personero municipal de La Estrella, 2008-2010. Secretario de Gobierno de La Estrella, 2002-2003. Asesor jurídico de la Empresa de Desarrollo Urbano de Medellín, 2002.

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Juan Guillermo Cano Vargas El sacristรกn de la voz de Amagรก



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uando presentó la renuncia a su cargo de operario en Sintéticos S.A., le dijo a su jefe: “Me voy porque me cansé de decirle doctor a todo el mundo. Estudiaré en la universidad y algún día me dirán doctor a mí”. Tenía treinta y tres años cuando tomó la decisión de cambiar su rumbo. Le puso el alma, el corazón y el cheque de su liquidación a este nuevo proyecto de vida. Desde niño siempre cargaba consigo un radiecito que lo acompañaba a todas partes. De joven era el encargado de organizar los eventos y difundirlos, de armar los equipos de fútbol, de convocar a la gente en torno a cualquier tema. Con los años esa capacidad de liderazgo y organización se vio reflejada en los sindicatos y organizaciones sociales que promovió. Estas cualidades hicieron que al momento de elegir su carrera se inclinara por la Comunicación Social. En su primer semestre en la Universidad Cooperativa de Colombia, los estudiantes le decían “El profe”. No sólo porque les llevaba el doble de edad, sino porque les exigía silencio, disciplina, juicio. Pronto armó un equipo de estudio con los compañeros más responsables: Luz Stela Serna, Catalina Murillo, Catalina González, María Luisa Palacio, Diego Escobar y Natalia Luzardo. “Era un grupo maravilloso. Nos quedábamos estudiando todo el día después de clase de seis a.m. Llevábamos coca y nos hacíamos en el salón de Comuna en el callejón… Hasta dormíamos allá”. Así transcurrió la carrera hasta que se llegó la hora de realizar la práctica profesional. Como Juan Guillermo siempre tuvo su mayor pasión en la radio, incluso su tesis de grado fue sobre el tema, decidió probar suerte en una emisora de algún municipio de Antioquia. Sin rumbo fijo se fue para la Terminal del Sur y le dijo al primero que

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se encontró: “Dígame el nombre de cualquier municipio cercano. – Caldas, le respondieron. No, más lejitos. –Entonces Amagá”. En Amagá se dirigió al Palacio Municipal y le propuso a la alcaldesa un plan de comunicaciones gratuito. Recibió un ‘no’ rotundo. Para pasar la decepción se sentó en una sillita del parque y mientras se tomaba una gaseosa, leyó un letrero que decía: “La voz de Amagá”. Se dirigió al lugar, donde lo recibió el director de la emisora, un cura quien al escuchar su propuesta, se mostró muy interesado. El nuevo practicante de “La Voz de Amagá”, le cambió el estilo a los programas, modificó algunos contenidos y promovió la participación ciudadana. La emisora se convirtió en una institución, llegaba hasta donde ni las mulas de los campesinos podían asomarse. En una ocasión, en una de las veredas que visitaban, el cura le dijo a los feligreses: “Tengo una noticia muy importante, les voy a presentar a Juan Guillermo Cano, el nuevo seminarista de la parroquia”. El primer sorprendido fue Juan, quien al terminar la misa le dijo: “Padre, ¿cómo así que seminarista? Y el padre le respondió: “Sí señor, para todos usted es el nuevo seminarista de los medios de comunicación; si no es así, yo no lo puedo hospedar en la parroquia y se tiene que ir a pagar hotel”. Luego de este anuncio, el locutor de la emisora comenzó a cantar en todas las misas: “vienen con alegría señor, cantando vienen con alegría, señor”, a colaborar llevándole la Biblia y el cáliz al cura. Y por estas y otras funciones lo saludaban: “¿Cómo está padre?”. Su popularidad creció tanto como el rating de la emisora. Cuando se acabó el tiempo de la práctica, Juan Guillermo se despidió de todos, pero el alcalde del pueblo lo sorprendió con un nombramiento inesperado: Jefe de Comunicaciones de la Alcaldía. Cargo que ocupó hasta el año 2003.

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Después de esta experiencia en la radio comunitaria y en el sector público, desempolvó su tesis y decidió poner en marcha el proyecto Ecosura Emisoras Comunitarias del Suroeste Antioqueño. Esta ambiciosa red tenía como propósitos fundamentales: regular las tarifas para acabar con la explotación de las emisoras comunitarias, consolidar una estructura organizativa y de mercadeo, asesorar a los directores en temas jurídicos, fortalecer lo técnico y principalmente lograr la formación y profesionalización del personal. En 2007 la Gobernación de Antioquia invirtió mil millones de pesos en el proyecto “Comunicación, vida y territorio”, para el fortalecimiento de los canales comunitarios en el departamento. Gracias a esto y a la visión de Juan Guillermo, actualmente los 125 municipios de Antioquia están agremiados bajo la figura jurídica de ASOREDES, que agrupa un total de cien emisoras, setenta sistemas de televisión, treinta periódicos. Asoredes es ejemplo nacional de cómo el coopera-tivismo puede lograr colectivamente lo que individualmente es muy difícil. La Universidad Cooperativa de Colombia fue para él, además del pilar para su profesionalización, la inspiración de este sistema organizativo basado en la economía solidaria. A pesar de las dificultades, sigue siendo un apasionado por la comunicación, el periodismo, los campesinos, especialmente aquellos que lo recibieron con amor en su querido Amagá.

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Lina María Pérez González La musa que inspiró al Quijote



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ina es una mujer con una sencillez hasta rara. Rara porque se aleja del estatus del que podría hacer alarde, pero del que siempre ha escapado, quizás porque su esencia es contraria a todos los actos que esconden al ser humano detrás de las máscaras de la diplomacia, el poder, la falsedad. Esta mujer es como es: humilde, espontánea, sensible y transparente. Por eso no es difícil descifrarla. Todo en ella habla. Su oficina decorada con los dibujitos de corazones y muñequitos, que seguro fueron pintados por sus hijos, un cuadro de colores y formas geométricas que apenas se entiende, su camisa descomplicada de rayas azules y verde luminoso, su cabello rojizo, sus palabras abiertas y sinceras. Su relación con la Universidad Cooperativa de Colombia, va mucho más allá de un tema de apellidos. Un compañero le dijo: “En la Facultad de Odontología de la Universidad Cooperativa de Colombia están haciendo una convocatoria para contratar a un profesor de epidemiología que maneje también el semillero de investigación”. En esa época, Lina Pérez González estaba terminando una Maestría en epidemiología y decidió presentarse. Aprobó la prueba de inglés Melicet, la entrevista y el examen. Cuando empezó a trabajar, su padre, que era el rector de esta Universidad, le preguntó: ¿Y vos qué haces por allá en Envigado? ¿Cómo así que estás de profesora? ¿Y eso cómo fue? La entrevista que le dio la oportunidad de trabajar en la Universidad Cooperativa de Colombia, cambió su vida. No sólo

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fue el inicio del proyecto profesional más hermoso en su carrera como médica, sino que por los azares de la vida su entrevistador se convirtió años después en su esposo y en el padre de sus dos hijos. Lina se mueve afanosamente, quiere hacerlo todo, cumplirlo todo, solucionarlo todo. Este afán obedece a que le fue encomendada una misión que se convirtió en su máximo reto: hacer realidad el sueño de su padre de crear una Facultad de Medicina en la que puedan estudiar todos aquellos que anhelen ser médicos, y no exclusivamente aquellos cuya posición económica se los permita. “Cesar Pérez García, siempre ha tenido claro que la educación y la salud son los principales indicadores de desarrollo o atraso de los pueblos, y por eso se obsesionó con ambos. Para él es un reto que la medicina deje de ser la profesión de las élites”, cuenta Lina sin disimular su admiración. Por eso, cuando Lina le expresó su deseo de ser médica, a César Pérez se le iluminó el corazón. Como solía pasar en la Universidad, la Facultad de Medicina tuvo su origen en aquella fuente infinita de ideas que ha sido la mente de César Pérez García. Esta vez, para dar vida a este propósito, el rector asignó al doctor Rivera a quien a su vez le encomendó buscar a Lina Pérez. Empezaron en una pequeña oficina de la rectoría, donde el comején vivía feliz entre los cabellos despeinados de Lina. A la misión se fueron integrando posteriormente Claudia Elena Espinal, bióloga (quien después asumiría el cargo de Coordinadora Académica de la Facultad de Medicina); Claudia Álvarez, microbióloga, y Juan Fernando Restrepo, ingeniero. El objetivo de este equipo de profesionales era claro: crear una Facultad de Medicina con los mejores laboratorios, excelentes sitios de prácticas y un grupo de docentes reconocidos en cada una de las áreas. Este equipo trabajó día y noche para cumplir la misión.

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El 11 de abril de 2007, el Ministerio de Educación expide la resolución 1836, que otorga el registro calificado para el programa de medicina. El 15 de febrero de 2008 se abrieron las puertas de la Facultad para dejar entrar a un puñado de soñadores de todos los estratos sociales. El ideal de romper el estigma de la medicina como profesión de las élites sociales comenzaba a hacerse realidad. Actualmente la Facultad de Medicina de la Universidad Cooperativa de Colombia hace parte de las más prestigiosas facultades de salud del país, gracias a sus sofisticados laboratorios, la calidad de los docentes, la investigación científica y a ese enfoque humano y social que siempre ha caracterizado a los profesionales de la Universidad. César Pérez García, con su visión contribuyó al progreso de miles hombres y mujeres de procedencia humilde en todos los rincones del país. Sin lugar a dudas la educación en Colombia debe mucho a este líder visionario y obsesionado con el progreso de sus gentes. Este hombre eligió a sus amigos y a las personas más queridas para hacer realidad sus quijotescas ideas. Quizás por esta razón, eligió a la médica de su corazón, aquella que ha aliviado con sonrisas sus pocas penas, para que fuera la inspiración y la artífice de un pedacito de la gran obra que hoy cumple cuarenta años en Medellín.

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Sugey Cristina Taborda Giraldo Surgi贸 de las cenizas de la guerra



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or fin se llegó el siete de diciembre y todos los niños de la vereda corrieron a barrer los patios de sus casas para que la virgen María encontrara todo ordenado y enviara al niño Jesús con los regalos. Al parecer el patio de la casa de Sugey quedó bien barrido, porque el veinticuatro de diciembre, después de “chamuscar el marrano ”, 3 la pequeña de once años halló en su cama la esperada vajilla rosada con cafetera incluida. Fue la Navidad más feliz de su vida. Todos los días Sugey se despertaba a las cuatro y treinta de la mañana para prender el fogón de leña, asar las arepas, hacer el desayuno y el almuerzo en una vajilla de verdad que tenía quince platos (eran diez trabajadores de la finca, dos hermanos, mamá y papá). Después del desayuno, la escuela, ordeñar, encerrar terneros, buscar la leña y pilar el maíz seguía lo que más le gustaba: hacer las tareas y jugar con su vajilla rosada. Aunque a veces se quedaba dormida prendiendo el fogón, Sugey era una niña supremamente ágil, no sólo en las labores domésticas y del campo, sino en el estudio. Por eso, el profe le dio las llaves de la escuela y cada vez que podía se volaba de la finca para leer y releer los pocos libros que tenían arrumados en una vieja estantería. Fue entonces cuando conoció a Don Quijote de la mancha, a Tom Sawyer, a Machado, a Mario Benedetti y su poema Te quiero...

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Quemar el cerdo para la cena de navidad.

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La inocencia de su infancia se diluyó entre las montañas y los brazos de su primer amor. A los quince años quedó embarazada. La desilusión y la desesperanza los desplazó hacia la capital antioqueña. Allí, una partera, atendió por más de quince horas el nacimiento de Alejandra. A la media hora, Sugey acarició a su más grande alegría y la tomó en sus brazos mientras se alistaba para caminar unas cuantas cuadras de regreso a su casa. A los diecinueve años de edad, tuvo su segundo bebé. Trabajó como operaria de confecciones y lavando cabezas en una peluquería de gente adinerada en San Diego. Todo parecía ir bien, hasta la madrugada del doce de diciembre del año 2000, cuando llegaron a su casa unos hombres armados dando fuertes golpes a la puerta. ¡Si no abren la tumbamos! –gritaban. Era la policía. Sugey y su madre fueron llevadas a la cárcel El Buen Pastor y los pequeños remitidos al Instituto Colombiano de Bienestar Familiar. No sabían por qué. “Llegamos al patio común donde arruman a las nuevas y nos gritaban ¡guerrilleras hp, hp, hijas de...! En ese momento entendimos nuestro delito: mi hermano menor hacía poco había decidido irse para la guerrilla. Mi mamá en varias ocasiones lo visitó. Fuimos acusadas por rebelión y exhibidas por los medios de comunicación como guerrilleras de Ituango”. La escena más triste, y por cierto la única que logró durante el relato robarle lágrimas a Sugey fue el primer día de la visita cuando le llevaron a sus hijos y ellos se agarraron de las rejas para impedir que los separaran de su madre. “Sentí que me desgarraba de la impotencia y de la rabia. Fue la Navidad más triste de mi vida”. Junto con su madre, se dedicó a las manualidades y a trabajar para una empresa de plásticos en la cárcel. A los pocos días de estar recluida le presentó una propuesta a la directora del penal para enseñarles a leer y escribir a las presas y crear un concurso de

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poesía. La primera poesía que les enseñó fue aquella de Benedetti que se aprendió en su infancia: “Te quiero... Tus manos son mi caricia, mis acordes cotidianos. Te quiero porque tus manos trabajan por la justicia...”. La justicia... ¿Dónde están las manos que trabajan por la justicia? Ciento ochenta días después, la Justicia colombiana decidió dejarlas libres por vencimiento de términos, pues no encontraron pruebas del delito. Sin embargo, siguieron siendo señaladas como guerrilleras. Por miedo, regresaron a su pueblo, donde Sugey terminó el bachillerato. “Los profesores me colaboraban llevándome los talleres en medio de la trocha porque por seguridad no pude volver al colegio”. Una vez obtenido el título decidió: “No me voy a quedar en esta finca criando hijos y marranos. Quiero ser una profesional”. Buscó ayuda en el programa presidencial para la población vulnerable que tenía convenios con algunas universidades, entre ellas la Universidad Cooperativa de Colombia. “Cuando conocí la Universidad, me di cuenta que ese era mi espacio. Me identificaba con su pensamiento social, con su filosofía, además casi todos éramos de estratos bajos. Hice mi carrera en Diseño Gráfico y mi vida cambió”. Fue una alumna destacada, durante casi toda la carrera fue becada por la Universidad. Por su emprendimiento, fue beneficiaria del capital semilla que ofrece el Programa Presidencial, el cual invirtió en la creación de un café internet. Acaba de ser premiada por la ANDI con la distinción de cultura. Con este nuevo incentivo económico invertirá en una estampadora para fortalecer su empresa de diseño gráfico y seguir creciendo.venciendo el estigma y surgiendo como el ave fénix de las cenizas de la guerra.

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Juan Gonzalo Ă lvarez QuinchĂ­a El genio de la sensibilidad humana



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los tres años de edad se encaramaba en la biblioteca de su casa, regaba las enciclopedias de geografía por toda la sala y pegaba brincos desde la China hasta la Patagonia. Cuando se cansaba de saltar, gateaba un ratico por el Everest, y luego caminaba sobre los mares del Caribe. Así jugando, jugando, se las leyó todas, se aprendió las doscientas cinco capitales del mundo y su exacta ubicación en el mapamundi, como sólo podría hacerlo un cartógrafo curtido. De preescolar saltó a cuarto de primaria. Y cuando tuvo la primera clase de inglés el profesor llamó a Rocío, su mamá a ponerle la primera queja: “Oiga, usted por qué no avisó que su hijo hablaba perfecto inglés, no deja dar clase, ya sabe todo”. Y así mismo sucedió con el de Sociales, Ciencias, Matemáticas... Las directivas tomaron la decisión de retirarlo de las clases y mandarlo para la oficina de la directora donde el niño ‘genio’ se adueñó del computador y se convirtió en autodidacta. En ese rincón de la humilde escuela, aislado de los demás niños, Juan Gonzalo aprendió varios idiomas y se volvió experto en el tema que más lo apasiona: el automovilismo. A su mamá le puede decir en inglés: “My mom has the short hair. She is very simpatic, very nice, sometimes is a little angry”. A su tutora en francés: “Elle est mon preferí et partner”. A su hermana en alemán: “Ich liebe dich shatzi”. (Aquí dice con una seguridad de adulto y la espontaneidad de un niño: “pare por favor periodista que a mí el calor me da sueño y necesito ventilarme”) Regresa y se trepa en su silla con un gesto de simpatía para seguir descrestando con la historia del automovilismo. Inicia evocando la época en que el carro era prácticamente un triciclo con

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ruedas de madera. Continúa con el Bugs Buggy que mandó a diseñar “ese señor Hitler, el psicópata” y finaliza con la inigualable versión del Porshe deportivo que tiene caja automática, 4500 caballos de fuerza, airbag para el peatón. Los conoce más que un mecánico que toda su vida ha estado debajo, encima y al lado de un carro. Por eso es capaz de dibujarlo, incluso patas arriba y sin pastelear la ubicación de un solo tornillo. Juan Gonzalo tiene debajo de su negra y sexy cabellera un cerebro más potente que cualquier joven de veintidós años, y debajo de su elegante camisa rosada un corazón más noble que cualquier niño de tres años. Hasta hace poco Juan pensaba que la vida debía ser tal cual la veía en El Chavo del Ocho: los profesores como Jirafales, los amigos como Quico, los vecinos como don Ramón, las parejas como doña Florinda y su amado maestro, y hasta los gordos como el señor barriga. Bueno, todavía su imaginación rompe la brecha de la realidad para hacerla más divertida. Eso entendió el fotógrafo de esta publicación (un poco pasadito de kilos) cuando Juan Gonzalo lo recibió con este piropo: “Eres igualito al señor barriga”. Juan es un ser humano evolucionado y por eso no entiende por qué todas las personas no podemos llegar a ser amigos, a tener siempre buenas intenciones, a actuar de buena fe sin herir a los demás. Estas ilusiones de un ser humano iluminado han tenido que ser replanteadas por su tutora y sus padres para que él pueda sobrevivir en esta sociedad en la que pocos tienen la humanidad y la grandeza de Juan Gonzalo y mucho menos la inocencia y bondad del chavo. (Vuelve a parase. “Disculpen pero yo debo ir al baño porque debo hacer mis necesidades”) Por esta razón, que técnicamente se denomina “Trastorno neurobiológico” o autismo, es que Juan a pesar de su desarrollado

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intelecto fue rechazado en algunas universidades de la ciudad. Estos ‘No’, causaron en él una crisis depresiva y en su mamá un profundo dolor. Pero este rechazo tuvo su fin cuando ambos traspasaron las puertas de la Universidad Cooperativa de Colombia. Se entrevistaron con la directora, Ligia González, quien no dudó en admitir a Juan como estudiante de la Institución. Juan se graduó en diciembre como Tecnólogo de Sistemas de la Universidad Cooperativa de Colombia. Profesores, decanos, y compañeros recibieron asesorías continuas por parte de la tutora de Juan Gonzalo, la señora Miriam Luz Gómez, con el fin de conocer la metodología para brindarle una educación acorde a su personalidad. Su promedio siempre fue superior a cuatro. Asimismo fue evaluado en la práctica profesional en la empresa Colanta. “Ser profesional...¡Ah! Me siento muy diferente porque he aprendido mucho en la vida. La Universidad Cooperativa fue la gran oportunidad que me brindaron para seguir adelante. Les agradezco a todos por la capacidad de enseñar y de comprender las distintas personalidades. Es incluyente, siempre nos han considerado como un tesoro”. (“Que pena pero debo recibir esta llamada para una cuestión de mi sustentación de tesis”) Sin más interrupciones, Juan Gonzalo se concentra para compartir con pleno raciocinio y emoción esta meta: “Mi sueño es trabajar en la compañía Audi, por eso estoy aprendiendo alemán”. Toma de nuevo papel y lápiz y dibuja un auto deportivo con una habilidad sorprendente. Él tiene la confianza de que luego de su paso por la universidad y después de años de entrenamiento personalizado con sus tutores, está más preparado para afrontar el mundo y sus retos.

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Diana Patricia Agudelo Suรกrez Un รกngel



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ace veinticinco años en la Clínica del Rosario de Medellín nació un ángel. Su nombre es Diana, que significa “llena de luz divina”. Antes de salir al mundo flotaba apacible en un océano de amor protegida de la humanidad. Hasta que la naturaleza la expulsó de su nido y por poco le corta las alas. Pero este ángel se negó a morir porque debía cumplir una misión de Dios: entregar un mensaje de grandeza, de perseverancia, de superación. Un derrame cerebral causado por negligencia médica durante el parto, le produjo una parálisis del hemisferio izquierdo y en consecuencia incapacidad motriz en la mitad de su cuerpo. Su organismo soportó cinco operaciones delicadas que implicaron el hueso, los tendones y hasta la acomodación de una cadera, que según cuenta con humor “era chueca”, es decir, distinta a la otra. Este suceso marcó su vida. Dividió su mundo en dos: su hogar lleno de aceptación y amor y su entorno, intolerante y a veces amenazante. Su infancia y una parte de su adolescencia estuvieron nubladas por el miedo al rechazo, a la burla, a la subestimación. Pero su madre, siempre a su lado como el ángel guardián, fue su apoyo, su fortaleza. Su hermano mayor, con la fuerza de su carácter, le enseñó ese sentimiento imprescindible y esencial que es el amor propio. Y su padre, se encargó de la lección de la confianza: “Tranquila, tu eres dueña del mundo”, le repetía incesante. Sin embargo, llegó a sentir que ese mundo nunca le perteneció. Cuando cruzaba la puerta de su casa y miraba las calles y la gente, sentía miedo. Sintió lástima de sí misma. Pero en esa oscuridad

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encontró un despertar maravilloso que transformó su vida. Perdonó a aquel médico desconocido cuyo descuido casi apaga su vida y a los compañeros que de alguna manera perturbaron su tranquilidad. “Empecé a aceptar que fui bendecida por estar viva y contar con el amor de mis padres. Entendí que mi única limitación era mental y que ser ‘discapacitada’ significa simplemente tener otras habilidades”. Esas habilidades y destrezas que jamás imaginó tener, las descubrió en el “único lugar de Medellín que se le parece a su casa: la Universidad Cooperativa de Colombia. Cuando conocí la sede me dio la impresión de que era muy familiar. Los profesores, las directivas y compañeros me ayudaron a superar, a crecer... Todo con una complicidad muy bonita. Me enseñaron a tener confianza y seguridad en mí misma. Me aceptaron tal y como era y me hicieron sentir que yo era una parte importante. Hasta me decían que era muy ‘tesa’”, se ríe y se sonroja. La academia se convirtió también en su escuela personal. Fue el escenario natural donde se gestaron grandes cambios. Allí su timidez empezó a ceder para darle paso a la espontaneidad. La admiración que le manifestaban sus compañeros disparó su autoestima y con ello, su felicidad. “Gracias a estos actos de amor y al apoyo de todos, en especial de la profe María Cecilia y del comunicador Luis Horacio, viví un proceso de crecimiento y transformación increíbles”. Además, en la Universidad Cooperativa de Colombia, encontró que el programa de Diseño Gráfico tiene un gran contenido artístico en comparación con las demás universidades. Creatividad y arte, fueron las palabras claves que sedujeron a esta artista del diseño. Durante la carrera fue becada en tres ocasiones. Sin embargo, su más grande logro ha sido realizar la práctica profesional en el área de comunicaciones. Experiencia que llevó a cabo con éxito logrando la vinculación a la Universidad, lo que para ella ha sido “una verdadera bendición de Dios”.

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La única dificultad que todos los días debe afrontar es transportarse de su casa a la universidad. “Todavía enfrento el día a día, salir a la calle es un reto, caminar es un desafío”. Por eso, deja que sus pasos sean guiados por la paciencia y la prudencia. Como una maestra espiritual, cuando se le pregunta por su máxima meta, su sueño; responde: “No tengo meta fija. Mi sueño, aquello que me hará sentir plena es vivir feliz cada experiencia, cada cosa que llega a mi vida. Estoy viviendo este momento y lo estoy disfrutando. Ni lo esperaba, lo recibo con agrado, con felicidad; para que llevada de la mano de Dios tenga éxito en mi vida”. Su negra y larga cabellera se pasea hacia los lados al son de sus pasos bailarines. Con calma, avanza por su camino, y cuando encuentra un obstáculo que sus frágiles piernas le impiden superar, desempolva sus alas y pega un brinco. Si usted, lector, lectora, siente una magia en esta páginas que intentan narrar la historia de la Universidad Cooperativa de Colombia sede Medellín, es porque las manos de este ángel juguetearon con ellas y las embellecieron. Gracias Diana por dejar volar tu creatividad en esta obra.

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Angie Melissa Caro LondoĂąo Entre la polĂ­tica y la medicina



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u primer paciente fue su hermano Eder, a quien le hizo más de diez cirugías para extraerle el hígado. Tenía cerca de cinco años, y por la “urgencia del caso”, las operaciones se llevaban a cabo en la sala de la casa, con las pinzas y el fonendoscopio que el niño Dios le había traído en Navidad. Luego de que su hermano sobreviviera a diez intervenciones sin anestesia, quedando ileso su hígado, Angie Melissa, la pequeña doctora, aumentó el número de sus pacientes (los amiguitos de la cuadra), a quienes curiosamente siempre les sacaba el hígado. El amor por la medicina es un asunto de genética. De veintidós primos, once son enfermeras y de cuatro tías, tres lo son. Su abuela es enfermera y su padre siempre soñó con ser médico. Esta profesión le corre por las venas y ha sido la energía creadora que ha dado vida a sus más grandes ilusiones. Asimismo, este amor por lo que ella considera como un arte más que una ciencia, ha guiado sus decisiones a lo largo de su vida. Estudiar en el CASH del barrio Castilla, donde realizó media técnica en salud, iniciar sus estudios profesionales de Enfermería en el Politécnico y actualmente adelantar su carrera profesional en Medicina en la Universidad Cooperativa de Colombia. Esta última elección la ha llenado de grandes satisfacciones, pues cuando conoció por primera vez el pensum de la carrera, creyó que no iba a ser capaz por el número de créditos, casi el doble de materias que las demás universidades. Exigencia, entrega, sacrificio, han sido las constantes en estos siete semestres. Despertarse a las cuatro de la mañana para

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tomar dos buses desde el Doce de Octubre hasta Buenos Aires, y regresar en la noche para continuar estudiando ha sido la rutina de una disciplina que se volvió parte de su personalidad. No es un secreto que la situación económica de su familia, que depende de la actividad del comercio, al principio fue un obstáculo para lograr este sueño. Sin embargo, el propósito de la Universidad Cooperativa de Colombia, y por supuesto, de su Facultad de Medicina, ha sido convertir esta profesión, tradicionalmente elitista, en una oportunidad asequible para todos los estratos socioeconómicos. En este sentido, el ex rector César Pérez García, es pionero de la democratización de la educación como derecho de todas las clases sociales y no como privilegio de unos cuantos. Angie es un ejemplo de cómo el amor por la profesión y una amplia visión de la educación superior en Colombia, pueden hacer realidad los anhelos de todos los jóvenes, sin importar su posición socio económica. Angie encontró además de una completa oferta curricular, la matrícula más económica del mercado educativo y la posibilidad de hacer sus prácticas profesionales en los mejores hospitales y laboratorios de la ciudad. “A partir del tercer semestre te dejan salir a hacer prácticas. A mí me tocó en el centro de salud El Mirador de Bello, y luego el ruralito en el Hospital de El Peñol. Allí hice mis primeras suturas. Recuerdo que atendí un paciente que perdió sus testículos por una hernia y un joven asesinado a quien debí penetrarle con mi dedo su corazón sin latidos para medir la profundidad de la puñalada...” Estos casos reales y otros simulados en los laboratorios, los han convertido en verdaderos profesionales de la salud. En los laboratorios de simulación, microbiología, anatomía, esta profesionalización se lleva a cabo con los más altos estándares de calidad y ética profesional. Esta inquieta y exigente alumna, ha incursionado en los grupos de investigación de la Universidad. Con el profesor Jaiberth

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Cardona participó en el proyecto de investigación de primeros auxilios, y actualmente adelanta un estudio sobre los factores de riesgos cardiovasculares de los comerciantes de la Plaza Minorista. Este último proyecto, además del diagnóstico, pretende gestionar la inclusión en el sistema de salud subsidiada a quienes carezcan de ella. Estos proyectos dan cuenta de otra de las grandes pasiones de Angie: la política. Y ha sido también la Universidad el escenario natural para potencializarla, pues entre sus principios está la formación con criterios políticos. Esta conciencia de su papel en la sociedad, ha hecho que Angie combine la profesión médica con la política. En las pasadas elecciones, fue elegida como edil de la Junta Administradora Local de la comuna diez de Medellín, con ochocientos votos. Entre sus proyectos bandera se encuentra la implementación de procesos educativos para la prevención de la drogadicción y las enfermedades de trasmisión sexual en la comuna. La convicción de que la medicina y la política son los brazos de una gran transformación social, la ha llevado a dedicar sus días y sus noches para ser protagonista de este cambio que se gesta en una de las universidades más grandes de Colombia. Su próxima meta es especializarse en cirugía general. Esa idea la alberga en su corazón desde niña, cuando se obsesionó con sacarles el hígado a su hermano y a todos sus amiguitos. Ahora la obsesión es disminuir el sufrimiento de los seres humanos que pasan por sus manos, y seguir sembrando la esperanza y el milagro de la vida.

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Homenaje p贸stumo

Gloria Luc铆a Hoyos Betancur Por favor sea feliz


Retrato por Sara Hoyos


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us manos eran prodigiosas. Todo lo que tocaban lo impregnaban de belleza: una camiseta, una tarjeta, un mantel, un servilletero, una hoja de cuaderno. Lo único que se resistió al encanto de esas gemelas creadoras fue un cáncer feroz que de prisa devoró la carne y la magia, y las dejó desnudas y frágiles como las de un recién nacido. Con la magia, se fue el encanto y con el encanto se marchó la vida a los cuarenta años, el 2 de octubre de 1998, el día de los ángeles. Pero no sólo los manteles y las hojas tuvieron la fortuna de ser transformadas por sus manos. En la Universidad Cooperativa de Colombia donde le decían a veces ‘brujita’, que porque sabía todo y estaba en todas partes, también logró convertir cada proyecto, cada sueño, en una realidad sorprendente. Como coordinadora de las facultades de Economía y de Administración, jefe de planeación y rectora encargada, fue una artista. Sí, una artista, porque solo los artistas son capaces de crear donde apenas existe el anhelo. Eso hizo Gloria Hoyos en la Universidad; sintió que era su obra y puso toda la fuerza de sus manos y de su espíritu para aportar en su construcción. ‘Huequitos’, como también la llamaban cariñosamente, dejó un hueco sin fondo en el corazón de sus amigos y familiares el día en el que se cumplió esa nefasta poesía que tituló con una caligrafía perfecta en su nostálgico diario: “Su cuerpo adormecido en la eternidad...”. Porque fue y sigue siendo querida y admirada por todos, ‘Huequitos’ no puede estar ausente en las páginas de este libro

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que narra la historia de un sueño que ayudó a forjar. Para este homenaje reunimos algunas de las voces que todavía se quiebran cuando hablan de ella, de la ‘Gloriosa’, de la ‘Yoya’, de la ‘Brujita’, de ‘Huequitos’, de la amiga, de la profesional, de la mujer, de la excepcional mujer que fue Gloria Hoyos. “Quiero escribir muchas cosas, pero no encuentro palabras. Solo sé que mi tía era grandiosa e inteligente, la “admiro” y la “adoro”, era mi mamá. Aún puedo escuchar el timbre de su voz y sentir su olor, pero cuando trato de describirla solo recuerdo que no la conocí lo suficiente, que la vida me la quitó demasiado rápido; pero ella, tuvo tiempo suficiente para arreglárselas y dejarme marcada para siempre”. Natalia, sobrina “Gloria fue un ser humano excepcional en todas las facetas de su vida. Permanece en mí el recuerdo de una gran hija, de la mejor hermana y de la incondicional amiga. De naturaleza desapegada, siempre entregó todo su ser al servicio de los demás. Nunca se cubrió de gloria; no obstante, con su mente brillante alcanzó toda clase de logros en su diario trasegar. Sus acciones fluían al compás de sus latidos. Vivió intensamente cada momento de su corta vida. Tal vez por eso nos tomó ventaja y rápido emprendió el viaje hacia la eternidad. Gloria, tu espíritu siempre está con nosotros. Al hablar de ti, nos envuelve un calorcito que nos dice que el amor es interdimensional. Allá en aquel lugar de la eternidad, gózate tu gloria pues seguramente a la diestra de Dios padre has de estar.”

Siempre contigo, Gilma

“La ‘tía Yoya’ como la bautizaron nuestros sobrinos; fue el ser más especial que existió sobre la tierra; más que una hermana fue mi protectora, ya que siempre vivió en son de mis hijas y de mí.

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Mujer emprendedora, siempre comprometida con lo que tenía que ver con su universidad a la cual llegó como estudiante y luego como profesora y poco a poco se convirtió en una de sus directivas. Siempre la recuerdo con un gran cariño y con gran nostalgia al saber que no está entre nosotros, pero estoy segura que ella se encuentra en el cielo como un angelito que nos protege y nos cuida”.

Aura María, hermana

“La tía Yoya, siempre fue una mamá conmigo, que me acompañó y me ayudó. Tengo el recuerdo de una mujer feliz, extrovertida, exigente y amorosa, entregada a su trabajo y a su familia. Mi tía fue una gran mujer que siempre me enseño a perseverar y ser mejor”. María Alejandra, sobrina “Hablar de Gloria es hacer un homenaje a los amigos. Ella fue una mujer excepcional, que siempre se brindó a los otros sin medida; como maestra, compartió con sus estudiantes el saber de la economía y el saber para la vida, como empleada entregó su capacidad para poner al servicio de la comunidad universitaria una gestión pulcra, basada el liderazgo participativo, el profesionalismo y el respeto por el otro; siempre detallista, utilizó su sensibilidad artística para halagar a sus amigos pintando dibujos en tela, papel o madera que regalaba con generosidad. Gloria con sus acciones del día a día dio testimonio del valor de la familia y la amistad, su legado sigue presente en aquellos que tuvimos la fortuna de contar con su amistad inconfundible, una amistad siempre leal, siempre libre... Siempre sincera”. Dora Esperanza Ospina Jiménez, amiga

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Homenaje p贸stumo

Jaime Sierra Garc铆a El doctor Jaime


Retrato por Sara Hoyos


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ván Guzmán López escribió en su columna de El Mundo el 21 de abril de 2009: “Que bueno es recordar al doctor Sierra para olvidar un poco a tanto enano que nos gobierna”. Es verdad. El doctor Jaime, como solían llamarlo, fue un gigante cuya grandeza desbordó los límites propios de un político, de un escritor, de un maestro, de un ser humano. Un gigante que abandonó su desgastado y diminuto cuerpo el 26 de julio de 2004 para dejar volar su alma chacharachera sobre las quebradas, las montañas y los pueblos antioqueños que tanto amó. Y es que si alguien escudriñó con profundidad el territorio, la cultura y las costumbres de Antioquia, fue Jaime Sierra García. Ese sentimiento casi desmesurado por las raíces populares quedó plasmado en algunas de sus grandes obras: el Diccionario folclórico antioqueño (1983), el Refranero antioqueño (1996), Antioquia: pasado y futuro (1980), el Anecdotario antioqueño (1995). En ellas el Dr. Jaime “trató aspectos como el mazamorreo, la arriería, el papel colonizador, el hombre al fin y al cabo” . 4 Cada segundo de su vida lo dedicó a cultivar con amor toda forma de conocimiento, de arte, de humanidad. De ahí su gran acervo cultural representado en esa magnífica colección de más de diez mil libros donada a la biblioteca de la Universidad Cooperativa de Colombia, institución a la que quiso profundamente y en cuyas aulas dejó un cierto aire de humildad y sabiduría que siempre lo acompañaron. Siempre, sin importar si llevaba el rótulo de gobernador o de profesor, de diputado o de folclorólogo, de jefe o de amigo.

4 José María Bravo, Prólogo a “Antioquia: Pasado y Futuro” de Jaime Sierra García (Medellín: Editorial Universidad de Antioquia, 1980).

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La Universidad conserva de Jaime un poco más que los diez mil libros que devoró con pasión durante cerca de setenta años. Un pedacito de su alma noble e inmortal se pasea todavía por los espacios de esta institución que fue su casa, su oficina, su aula de clases, su obra. Sí, también la Universidad Cooperativa de Colombia puede aparecer en la lista de las obras del “Doctor Jaime”, porque si no hubiese sido por su generoso corazón y su mente visionaria, la Universidad no habría recibido de la Gobernación de Antioquia, en 1977, la suma de tres millones seiscientos mil pesos que sirvieron para pagarle a las monjas carmelitas los arriendos atrasados, construir el bloque dos y hasta pagar los salarios de varios semestres. Cuentan que hasta fiesta hicieron los empleados el día que recibieron el cheque con el cual algunos dieron la cuota inicial de sus casas. Es inmensa la deuda que tienen la educación, el cooperativismo y la cultura antioqueña con el doctor Jaime Sierra. Es por esto, que en el libro de los cuarenta años de la Universidad Cooperativa de Colombia en su sede Medellín, se reserva un espacio especial para recordarlo y enviarle gratitud hasta donde su alma andariega se encuentre revoloteando. Es la oportunidad para rendirle un homenaje póstumo a quien no necesita estar presente para seguir llenando de emociones los corazones de quienes tuvieron la fortuna de ser sus amigos y sus familiares. “Para mí fue una verdadera escuela de aprendizaje, un libro abierto y una enciclopedia al público doce horas al día...Amante de la naturaleza, de las fuentes energéticas, hubiera sido un buen defensor del medio ambiente, un ecologista, un investigador de piezas arqueológicas pues coleccionaba todo cuanto le ofrecían los guaqueros y amigos de las viejas obras de arte. Jamás coleccionó en cambio sus diplomas y distinciones; recibía estos homenajes con gran modestia... Antioquia se vistió de luto y lloró su muerte” Alicia Giraldo Gómez, secretaria y amiga

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“A mi tío lo recuerdo como un hombre muy bueno, inteligente, con una extensa cultura a todo nivel, honesto, prudente, de un excelente trato, respetuoso, observador, solidario, sencillo. Amigo de muchos amigos, a quienes conocía muy bien pero jamás hablo mal de ellos. Los entendía, disimulaba y comprendía. Para mí su muerte fue como perder a un padre a quien uno quiere, admira y recuerda”.

Flor Marina Ramírez Sierra, sobrina

“Jaime Sierra García se nos muestra en dos grandes y admirables dimensiones que van desde aquella del hombre público, político activo y dinámico, que no mira propiamente desde el tranquilo cuarto de San Alejo pasar la problemática diaria de su departamento, hasta aquella del humanista que como fiel discípulo de una cultura que lo nutrió profundamente y que recibió de muchas fuentes, lo ha proyectado en forma singular dentro de esa clase intelectual y pensante que nos rodea en la actualidad, que da verdadero significado al tan deseable desarrollo humanizado”.

Dr. José María Bravo, amigo

“Jaime Sierra García fue un hombre de excelsa virtudes ciudadanas y un intelectual sin descanso en el escrutinio de nuestra historia. Navegaba en esas corrientes, sin anclar en ellas sino ascendiendo, como la savia de los tallos, para otear desde otros ángulos los nuevos horizontes en los procesos del conocimiento. Hablar de Jaime Sierra García es un compromiso con el pensamiento, discurrido con la luz propia, dimensionando su personalidad. Con su ausencia nos queda el vacío, como dice la canción, cuando un amigo se va. Para recordarlo, hoy en la suma de todos

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sus valores, podemos decir, como solía hacerlo Gilberto Alzate Avendaño al despedir hombres ilustres “se hundió como un barco con las luces encendidas”. Dr. José Jaramillo Alzate, amigo

Jaime Sierra García. Escritor, académico y Juez de la República en varios municipios. Concejal de Medellín, diputado de la Asamblea de Antioquia, presidente del Tribunal Superior Administrativo de Antioquia, Gobernador de Antioquia en los años 1976-1978. Fundador de la Universidad de Medellín y de la Universidad Autónoma Latinoamericana, de la Facultad de Derecho de la Universidad Cooperativa de Colombia. Presidente de la Academia Antioqueña de Historia.

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César Augusto Pérez Gónzalez El capitán de la gran embarcación Universidad Cooperativa de Colombia



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ésar Augusto Pérez González representa la “transformación” de la Universidad Cooperativa de Colombia. El vislumbrar de una nueva etapa cuyo horizonte ilumina un camino lleno de oportunidades. En un momento de plena madurez y consolidación, la sede Medellín celebra sus cuarenta años de historia, con la satisfacción de haber construido una alternativa de educación superior única en Colombia para las clases trabajadoras y con la certeza de seguir contribuyendo al progreso social del país. Sobre un vasto océano navega esta gran embarcación que porta con esperanza la bandera de la educación, sostenida por una tripulación de más 118.468 egresados, más de 50.000 estudiantes, 4569 profesores y 2165 empleados. Todos con sus miradas fijas en el horizonte, con la plena confianza de que el capitán que los dirige tiene el conocimiento y la capacidad para guiarlos hacia puertos lejanos. Porque el capitán creció en el mar, aprendió sus secretos, se preparó por años para conducir la embarcación y por eso fue elegido, porque nadie más podría tomar el timón de este gran sueño con el amor, la humanidad y la inteligencia que él posee. Un barco que desde sus inicios ha estado anclado a la sólida ideología del cooperativismo y de la economía solidaria. Principios que hoy más que nunca cobran vigencia frente a las desigualdades sociales y las falencias del sistema económico. Esta gigante embarcación se mueve firme sobre mares, a veces diáfanos, a veces turbios. Ni el iceberg más inmenso podrá derribarla. Un competente equipo apoya la labor del capitán, guiados por la brújula del conocimiento que marca cuatro puntos cardinales que orientan la embarcación hacia el futuro:

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Acreditación El camino para lograr los niveles de excelencia académica y la oportunidad de demostrar la capacidad institucional para ofrecer programas con estándares de alta calidad. Actualmente, se trabaja para la acreditación institucional en el año 2018, lo cual permitirá consolidarse como una universidad de talla mundial.

Calidad La calidad será el resultado de un trabajo cohesionado, con capital humano altamente capacitado y comprometido con la Institución. Acciones y estrategias que tendrán como fin alcanzar la certificación de procesos así como la habilitación, acreditación y certificación de los laboratorios que están al servicio de la academia y de la sociedad.

Infraestructura tecnológica En su proceso de transformación institucional, la Universidad Cooperativa de Colombia, ha implementado proyectos como: TIMONEL, a través de la plataforma Oracle People Soft Campus Solutions, para estandarizar e integrar los procesos y modelos de operación. La implementación de esta herramienta, conjuntamente con la ejecución de sistemas de mensajería digital, la sistematización de procesos académicos y administrativos, el desarrollo de nuevos programas y servicios con uso intensivo de Tecnologías de la Información y la Comunicación TIC, entre otros; articulan a la Universidad con las comunidades académicas nacionales e internacionales, facilitando los procesos de enseñanza y aprendizaje con mecanismos óptimos para la gestión académica.

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Infraestructura física En su plan de desarrollo 2007-2012, se definió el crecimiento y la modernización de la infraestructura como objetivo prioritario. Actualmente, la Universidad cumple con requisitos de seguridad, funcionalidad, economía y sostenibilidad que garantizan el bienestar de toda la comunidad. En los últimos años se entregaron modernos campus universitarios en Cali, Espinal, Ibagué, Montería y Barrancabermeja, al tiempo que se adquirió una nueva edificación en Bogotá. El año anterior se inició la construcción en la sede Pasto y para este año se continuará en otras ciudades como Medellín. Estos cuatro puntos son la guía de navegación de la embarcación. Y con esta visión la Universidad ha alcanzado importantes espacios a nivel nacional e internacional. Según la firma investigadora Sapiens Research, la Universidad Cooperativa de Colombia es considerada la tercera universidad más grande del país y el número 68 en calidad académica entre 289 universidades. Dicho posicionamiento, además de los puntos señalados, obedece a la coherencia ideológica y al compromiso social que ha defendido la Institución a través de su historia. Su más grande anhelo ha sido lograr que la educación en Colombia sea una realidad al alcance de todas las clases sociales. Con tal propósito se creó la Cooperativa Multiactiva Comuna, que desde sus inicios ha financiado la educación a los estudiantes de bajos recursos. Sólo en el 2011, Comuna otorgó créditos por $30.100.479.075, beneficiando a 16.024 estudiantes. Hoy en su aniversario número cuarenta, la Universidad hondea en su mástil la bandera de la revolución educativa de Colombia. Una brisa suave marca el buen tiempo que vive la Institución. Los ojos de

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los tripulantes tienen el color del mar, alegres e invictos por un anhelo realizado. Más de cien mil navegantes han alcanzado el sueño de arribar a tierra firme transformados en profesionales conscientes de su compromiso político y social. En el muelle miles de jóvenes colombianos esperan el arribo de este inmenso barco para abordarlo y navegar por el vasto océano de las oportunidades. Olas de esperanza acarician los sueños de los tripulantes.

César Augusto Pérez González. Economista de la Universidad Pontifica Bolivariana, con Maestría en Estudios Políticos de esa misma Institución. Cursó además una Maestría en Gerencia en la Universidad de Miami y ha estado ligado al trabajo de la Universidad Cooperativa de Colombia desde el año 1996 en su calidad de Asistente de la Rectoría y Miembro del Consejo Superior.

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N E Y

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D A S N D O C U I C U R T


Universidad Cooperativa Indesco, 1972

“Las universidades evolucionan, se adaptan a los caracteres de las diversas épocas, sufren transformaciones que las orientan hacia las corrientes de progreso, y como las magistraturas, las letras y las ciencias, representan algo duradero como la conciencia humana, algo que deben transformarse más no hacerse desaparecer” Andrés Sierra Rojas

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n 1963 la Sociedad Antioqueña de Ingenieros (SAI) solicitó a las directivas del Instituto de Economía Social y Cooperativismo, Indesco en Bogotá, la extensión de los cursos de cooperativismo a la ciudad de Medellín. Gracias a esta iniciativa y al esfuerzo continuo de un grupo de intelectuales de la ciudad, en 1972 se abrieron las puertas de la primera sede localizada a una cuadra de la Basílica Metropolitana. Con 42 estudiantes y un pequeño grupo de educadores se dio inicio a las clases en los programas de Economía Social, Planeación y Administración Educativa, Desarrollo Social y Administración Social. Un año después, mientras se adquiría una sede más amplia, se trasladaron a una casa ubicada en la carrera Cundinamarca. Para 1974 la Institución tenía más de 200 estudiantes que asistían a clases de 6 a.m. a 8 a.m. y de 6 p.m. a 10 p.m., de modo que el rector de la época, doctor Heriberto Camacho Diago, alquiló tres pisos del edificio que hasta ese momento había sido ocupado por el Club de Profesionales, en la Avenida La Playa (hoy Comfenalco). Sin embargo, poco después, bajo la premisa de que la Universidad debía estar cerca de los sectores populares, decidieron trasladar la sede al barrio Castilla, hecho que desencadenó una crisis económica. Desertaron más de la mitad de los estudiantes (solo quedaron entre 60 y 70) y renunció el rector. En 1976 un hecho cambiaría el rumbo de Indesco: la elección del doctor César Augusto Pérez García como director de la seccional Medellín. A partir de este momento comienza una nueva etapa para el desarrollo de la Institución. Pérez García decide alquilar dos casas, una propiedad de las monjas de la Comunidad del Carmelo en la carrera Girardot y otra en la Carrera Córdoba, ambas entre las calles

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Colombia y Ayacucho. De nuevo, la institución regresó a su espacio natural: el centro de la ciudad. En 1978 dos acontecimientos generaron gran satisfacción en la comunidad universitaria: la aprobación de los programas por parte del Icfes y la celebración de la ceremonia de graduación de la primera promoción de profesionales. Para esta época la Universidad ya era reconocida por su carácter modernizador y su estratégica ubicación. Sin lugar a dudas la visión del rector de promover una “universidad dentro de la ciudad”, con el fin de facilitar el desplazamiento de los estudiantes e integrar la vida universitaria a la cotidianidad del centro de la ciudad, fue uno de los principios que más impulso le dio a la organización. En este sentido, la institución inmersa en el epicentro cultural, social y económico de Medellín, tenía un propósito fundamental: ser la universidad de los trabajadores. Asimismo, la oferta de horarios extremos y paulatinamente el desarrollo de nuevos programas, fueron posicionando a la Institución. Otro hecho de gran trascendencia para el progreso de Indesco fue la creación de la Cooperativa Multiactiva Universitaria Comuna, que le dio una nueva dimensión al concepto de crédito educativo enmarcado en la filosofía de la economía solidaria. 5

La década del asombro Como resultado de estas acciones, para el año 1988 la institución tenía matriculados más de tres mil estudiantes. Este crecimiento dio lugar a la denominación de los años noventa como “la década del asombro”, época en la que se inició con gran éxito la

5 José Barrientos Arango, Universidad Cooperativa de Colombia Seccional Medellín. 1972-1997: 25 años (Bogotá: Editorial Universidad Cooperativa de Colombia, 1997), 71.

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Sala de cómputo, sede Medellín

descentralización programática que extendió la educación superior a municipios como Copacabana, Itagüí, Envigado, Bello, Sopetrán, Rionegro, Yarumal y Andes. Para finales del siglo XX el balance no podía ser más positivo en los aspectos académico, locativo, tecnológico y de extensión: 17 programas de pregrado, 16 de postgrado, 15 diplomados, 10 edificios propios en el Área Metropolitana, 10 mil estudiantes, emisora en FM y centro de televisión. En el tema de infraestructura, es de anotar que desde 1990 se inauguró el Bloque III, situado en el barrio Buenos Aires, en la sede adquirida por la Universidad en colaboración con CORPAEDA . 6

Desarrollo de programas académicos El crecimiento de la Universidad se evidencia en el desarrollo de nuevos programas que responden a las necesidades de la sociedad del momento. A partir de 1993 la sede Medellín incursiona en el campo de las ingenierías, inicialmente con Ingeniería de Sistemas, un

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año después con Electrónica y posteriormente Civil y Mecánica. En esta misma época se lanza el programa de Negocios Internacionales. En 1994 se inaugura la Facultad de Derecho, haciendo realidad uno de los más grandes anhelos del rector César Pérez García. Luego, en 1996, se inician las clases de Comunicación Social, con una gran acogida entre los jóvenes y la sociedad en general. En 1995 se da apertura al programa de Psicología, concebido desde una visión moderna y social que integra los enfoques organizacional, clínico y educativo. El desarrollo de los programas de salud se inició en 1996 con Odontología. Las clases comenzaron en la Unidad Descentralizada de Bello, y en 1997 se trasladaron al municipio de Envigado donde se ubica actualmente. De otro lado, con el fin de profesionalizar la actividad deportiva y aportar al desarrollo de este campo en Antioquia, la Universidad creó la Escuela Andina del Deporte y su programa Técnico Profesional en Fútbol para “formar técnicos, entrenadores con capacidad de orientar, planear, dirigir, controlar y evaluar los procesos de iniciación, formación y desarrollo del deportista”. 7 A estos avances en la oferta educativa, se le suma uno de los mayores logros de la sede en 40 años de historia: la expedición del registro calificado para el programa de medicina, por parte del Ministerio de Educación el 11 de abril de 2007 a través de la resolución 1836. El 15 de febrero de 2008 se abrieron las puertas de la Facultad para dejar entrar a un puñado de soñadores de todos los estratos sociales. El ideal de romper el estigma de la medicina como profesión de las élites sociales comenzaba a hacerse realidad.

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Barrientos Arango, Universidad Cooperativa de Colombia Seccional Medellín. 1972-1997: 25 años, 115.

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Biblioteca, sede Medellín

La Facultad de Medicina de la Universidad Cooperativa de Colombia sede Medellín hace parte de las más prestigiosas facultades de salud del país, gracias a sus sofisticados laboratorios, la calidad de los docentes, la investigación científica y a ese enfoque humano y social que siempre ha caracterizado a los profesionales de la Universidad.

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La Universidad de hoy Estudiantes y programas En la misión institucional se reafirma el compromiso de formar “personas competentes para responder a las dinámicas del mundo”. En este sentido, la Universidad constantemente se actualiza y mejora sus procesos para poner a disposición de los estudiantes las más avanzadas herramientas tecnológicas, el capital humano más calificado y la infraestructura física más idónea. Como resultado de estos procesos, en la actualidad, según datos de la Dirección, la Universidad Cooperativa de Colombia en Medellín tiene cerca de cuatro mil estudiantes matriculados en quince programas profesionales: Administración de Empresas, Comunicación Social, Contaduría Pública, Derecho, Ingeniería Civil, Ingeniería de Sistemas, Ingeniería Mecánica, Licenciatura en Tecnología e Informática (presencial), Licenciatura en Matemáticas e Informática (presencial), Licenciatura en Tecnología e Informática (virtual), Licenciatura en Matemáticas e Informática (virtual), Medicina, Odontología, Psicología. 160 estudiantes en tres programas tecnológicos: Tecnología en Diseño Gráfico. Tecnología en Gestión Empresarial, Tecnología en Sistemas. 113 estudiantes en programas de posgrado: Especialización Clínica en Ortodoncia, Especialización Clínica en Rehabilitación Oral, Especialización en Gerencia de la Calidad y Auditoría en Salud, Especialización en Pedagogía de la educación Física, recreación y deporte infantil, Maestría en Gestión de Organizaciones. Es importante resaltar que los programas académicos mantienen un alto nivel de calidad al punto de contar con un gran porcentaje de programas acreditados nacional e internacionalmente,

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Estudiantes de Medicina

con incorporación de tecnologías e integrados al entorno en nuevas formas de aprendizaje.

Profesores “La Universidad Cooperativa de Colombia en procura de la excelencia académica tiene como política y meta prioritaria la permanencia y cualificación de profesores. Por ello, trabaja permanentemente en la actualización, formación y mejoramiento profesional de su planta profesoral, al igual que de su planta administrativa” . 8 Es importante destacar que la Institución se encuentra por encima del promedio de las universidades del país en profesores con título de Maestría en su campo de actividad y tiene un porcentaje amplio con título de doctorado o en proceso de adquirirlo. Todos cuentan con competencias en el uso de Tecnologías de la Información y Comunicación y en herramientas tecnológicas propias de su campo de acción y tienen o están trabajando para adquirir competencias comunicativas en un segundo idioma.

8 Ligia González Betancur, Informe de indicadores de calidad y desarrollo (Bogotá: Editorial Universidad Cooperativa de Colombia, 2012), 5.

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Profesores

Con respecto al 2012, la Universidad tuvo un crecimiento acelerado en el número de profesores al pasar de 71 a 118 contratados de tiempo completo y de 53 a 60 de medio tiempo; todos caracterizados por su alto perfil profesional y cualificación académica.

Empleados La comunidad de empleados y trabajadores creció considerablemente el último año. En el nivel administrativo se pasó de 267 en 2012 a 352 en 2013. El comportamiento de este grupo poblacional indica mayor provisión de servicios a la comunidad estudiantil y profesoral, con la llegada de profesionales a cargos estratégicos a la organización, por convocatorias públicas.

La universidad del futuro La Universidad Cooperativa de Colombia construye su futuro pensando en el progreso de las nuevas generaciones y en el tipo de hombre que la sociedad contemporánea necesita. En este sentido, se proyecta como una Universidad líder en Educación gracias a sus altos estándares de calidad, a la certificación de procesos y a la dinámica de internacionalización.

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Empleados

Como parte integral de la estructura nacional, el recurso humano de la sede Medellín trabaja armoniosamente para contribuir al cumplimiento de la misión institucional. Para ello, ha planteado una serie de metas específicas enmarcadas en el Plan Estratégico 20132022 Todos navegando juntos, que en conjunto desarrollarán los cuatro ejes centrales y los cuatro ejes misionales y de gestión que se presentan a continuación:

Acreditación Alcanzar el reconocimiento público nacional e internacional a través de la excelencia académica y la calidad de los programas de pregrado y posgrado. Al respecto, la Universidad a nivel nacional trabaja por la acreditación de setenta programas. Uno de los más grandes propósitos de la universidad para el 2022 es la acreditación institucional de por lo menos cinco sedes, entre ellas la sede Medellín.

Calidad Garantizar que la Universidad responda con efectividad a los retos trazados en su misión, soportada en una cultura de autoevaluación y mejoramiento continuo. Entre las metas generales está la certificación del sistema de gestión integral para el 2015, y la implementación del sistema de gestión ambiental para el 2016.

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Infraestructura tecnológica Incorporar desarrollos tecnológicos que faciliten y dinamicen la gestión de la Institución y que a su vez le permitan prestar servicios de alta calidad, al tiempo que brinden visibilidad a los procesos académicos y administrativos de la institución.

Infraestructura física Generar espacios para aprender, experimentar y soñar en ambientes que faciliten el despliegue de la misión y garanticen el bienestar de la comunidad universitaria. En el año 2022 la organización alcanzará un nivel de satisfacción superior al 80% por parte de la comunidad universitaria en lo referente a la infraestructura física disponible para el desarrollo de las actividades académicas, culturales y sociales. En este sentido, la Universidad Cooperativa de Colombia en Medellín trabaja en el proyecto de construir una nueva sede que será de gran impacto para el desarrollo de la ciudad, especialmente de la zona centro.

Cuatro ejes misionales y de gestión La Universidad dentro de su plan estratégico 2013-2022 Todos navegando juntos, desarrolla cuatro ejes configurados como procesos misionales y de gestión. A grandes rasgos la organización hace una apuesta ambiciosa para alcanzar un desarrollo sólido en aspectos como docencia, investigación, extensión y proyección social, y gestión organizacional. Estos cuatros procesos contribuyen trasversalmente al cumplimiento de los ejes centrales y a la consolidación de la Universidad Cooperativa de Colombia como un referente único en su género a nivel nacional e internacional.

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Plazoleta, Nueva sede Medellín

Un proyecto que hace ciudad

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a nueva sede de la Universidad Cooperativa de Colombia será la más grande inversión del sector privado en el centro de Medellín en las últimas décadas. Un proyecto arquitectónico moderno que transformará la vida cultural, social y económica del sector. En un tiempo aproximado de cuatro años, la comunidad universitaria y la ciudadanía en general podrán disfrutar de la calidad del espacio público y de los servicios sociales que prestará esta sede, dotada zonas verdes, restaurantes, fuentes de agua, cafés, parqueaderos de alta tecnología, biblioteca, consultorios, todos girando alrededor de la “Plaza de los estudiantes”, con la cual la Universidad establece una gran presencia en la ciudad.

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Univerciudad La universidad del siglo XXI debe ser concebida como un espacio integrado a la ciudad. En este sentido, la Universidad Cooperativa de Colombia será pionera en Colombia de un modelo de Universidad, que como Oxford y Cambridge, han logrado integrar la academia con la vida ciudadana. Este enfoque, sin lugar a dudas generará un alto impacto social, cultural y económico que a corto plazo se traducirá en una mayor calidad de vida para los habitantes de la capital antioqueña. “Nosotros queremos que los ciudadanos puedan ver los cerebros pensando en una sociedad donde el conocimiento es cada vez más importante pero permanece invisible”. 9 Esta idea de “universidad dentro de la ciudad” se viene desarrollando desde los orígenes de la Institución, hace cuarenta años. La ubicación central, además, facilita el acceso y la movilidad de todas las clases sociales.

Espacio público y patrimonio cultural “El espacio público sería aquel en el que la libertad de acceso y de utilización constituye la característica más importante (...) Se distingue por la libertad de recorrerlo, cruzarlo, dotarlo de sentido por parte de cualquier individuo… ” 10 Más que un proyecto de infraestructura física de índole privado, la Universidad Cooperativa de Colombia, busca contribuir al objetivo social de revitalizar el centro de Medellín como espacio de

Karien Glorllier, “Francia”, Revista Urbanisme 38 (2010): 32. Gabriela De la Peña Astorga, “Público-Privado, Espacio Territorio: de la dicotomía de la convergencia”, Revista de Humanidades de Monterrey 10 (2001): 38.

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encuentro, de convivencia y de inclusión. Como consecuencia de esta intervención integral, el ciudadano podrá disfrutar de un espacio público con calidad, al tiempo que se recupera la estructura básica de la ciudad fundacional y patrimonio arquitectónico y cultural.

Un proyecto de arquitectura moderna Desde una perspectiva panorámica, la arquitectura circular del edificio principal de la nueva sede resaltará entre la geometría de la ciudad, generando una identidad universitaria moderna y alegre. En una ubicación estratégica que permite el disfrute del paisaje cercano, “perfil urbano”, y del pasaje lejano, “las montañas”. La infraestructura contará con las condiciones óptimas de asolamiento, aireación y confort. Entre las novedades se encuentra un moderno Ecoparking, conocido internacionalmente como “Sistema Inteligente de Parqueo”, con elevadores automáticos que minimizan el tiempo de parqueo y devolución del automóvil a solo unos pocos minutos.

Nueva sede Medellín


Nueva sede Medellín

Impacto social, económico y cultural La Universidad Cooperativa de Colombia será protagonista del desarrollo que se gesta en el centro de Medellín. Con la creación de un entorno cultural rodeado de naturaleza urbana, se transformará la cotidianidad de más de cinco mil estudiantes que acogerá la nueva sede y de cerca de un millón de personas que diariamente convergen en el centro de la ciudad. Laboratorios, salas especiales para actividades culturales, gimnasio, espacios deportivos, consultorios de atención médica, psicológica, jurídica y otros servicios dirigidos a la comunidad, harán parte de este proyecto que se consolida como un aporte integral a una ciudad que es considerada la más innovadora del mundo. En el tema cultural, uno de los componentes más significativos será la “Plaza de los estudiantes”, un lugar acogedor que generará una identidad especial por su capacidad de convocatoria y sus componentes naturales. Un remanso para la ciudadanía que podrá disfrutar en este escenario de un sinnúmero de expresiones artísticas y culturales. Al promover nuevos usos del espacio público, se dinamiza la economía. En este aspecto, la Universidad se articulará a los planes

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de inversión públicos y privados que se ejecutarán en el centro y que harán que se proyecte como epicentro de desarrollo económico de la ciudad. Obras como el cinturón verde, el túnel de oriente, el tranvía, entre otros megaproyectos, y la presencia de universidades, clínicas, iglesias, centros comerciales, sedes bancarias, así lo anticipan. Con este proyecto la Universidad Cooperativa de Colombia retribuye a la sociedad antioqueña la confianza y la esperanza que han depositado en la institución durante cuatro décadas. Firmes con el compromiso de la Academia de contribuir al progreso de la sociedad, se trabaja con esmero en esta obra que marcará un hito en la evolución de Medellín.

Martin Alonso Pérez, Laureano Forero Ochoa, Luis Fernando Arbeláez, Jorge Mario Ángel Equipo de trabajo Laureano Forero & Compañía


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