PARAÍSO

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EL VIAJE Y EL SUEÑO Entro en la calle solo. Me desplazo dormido, la cabeza vencida a un lado, y los ojos mudos. El aire dulce de la noche de agosto juega con una hoja de periódico como un gato ocioso. Silencio. He dado un solo paso que se ha hecho continuo a través de esa garganta vieja flanqueada de casas donde la gente sueña. La luna encuentra un hueco entre dos tejados y me besa en la frente. Por fin la calle se disuelve en una plaza ovalada donde duermen varios árboles. Con la mano izquierda los acaricio uno por uno. Respiran profúndamente. Alguno se estremece incorporando a su sueño ese tacto. La luna se coloca en la vertical y la sombra se acobarda escapando bajo los pies. Dos nubes salen del callejón y cruzan la plaza hacia el sur. Por la noche vuelan a ras de tierra para conocer la ciudad. Han dejado en el suelo un rastro húmedo como la huella del caracol. Sigo calle abajo con ese paso único que me desplaza lentamente. Las casas disminuyen de tamaño. Ahora veo los tejados, azoteas, cúpulas, chimeneas... cada vez más pequeñas. Hay un tramo final donde la distancia acaba por fundirlas en granos de arena. La espuma del mar me despierta los pies. Abriré los ojos y esperaré a que amanezca..



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GRABACIÓN He descubierto una esquina donde el sol no llega a posarse. Hay además una puerta que se hunde en la pared lo suficiente como para que la lluvia sólo te moje los zapatos. Allí esperaremos a que la sombra de la cara oculta de la luna se adueñe de las paredes, para trepar sin ser vistos; a salvo de la mordiente luz de las ventanas ((( ))) A la altura de la placa con el nombre de la calle, notarás que profanamos un lugar sagrado, donde sólo cagan las palomas. Seguir hacia arriba es la única forma de superar el vértigo ((( ))) Una vez en lo alto de la casa, nos cambiaremos de ropa. Traje negro, corbata y zapatos relucientes. Envueltos en una nube de aromas, mezcla de after-shave y betún, nos acercaremos muy despacio al pie de la antena ((( ))) No hay porqué perder las formas. El ritual es importante y el atuendo también. Un pequeño sacrificio para ser aceptados en lo alto del templo ((( ))) El suelo, mojado por la lluvia reciente, está plagado de restos humanos y algún pájaro inocente. Tranquilo, no pasa nada. Sonríe y sigue caminando lentamente. Ya ves, todos estos venían sin el atuendo necesario. Salvo aquel de allí, cuya vestimenta es impecable, pero con el pelo recogido en una imperdonable coleta. Podríamos decir que aquellos han muerto por ignorantes, lo cual no deja de ser un derecho inalienable de todo ser humano. Pero éste ha palmado por cretino. ¿Dónde me he enterado yo cómo había que venir vestido? ¡En Internet, por supuesto! ((( ))) “Rec-play”. Comenzamos a grabar. ¿Notas algo? Un leve cosquilleo en el cogote ¿No? Tranquilo, es normal. Un simple intercambio de corriente. El grabador de tu bolsillo ha de estar alimentado mientras tu cerebro le pasa la información. Es importante que estés tranquilo porque podrías causar una repentina subida de tensión y quemar el aparato. Todo va bien. Hemos previsto cada detalle. Yo he vivido esto antes, pero la grabación has de hacerla tú. Una cinta de “impacto-virgen” vale diez veces más, ya lo sabes ((( ))) Ahora toca la antena, sin gestos bruscos. Mira hacia arriba. Observa cómo pasan las nubes sobre el mástil. Fíjate en el color de las paredes mientras amanece. Ese color y el olor del aire fresco después de la lluvia son una misma cosa. Escucha los motores lejanos del avión que acaba de despegar y las gotas de agua sobre sus alas ((( ))) ¡Todo está aquí en este momento! Los tejados sucios, la luz púrpura, las chimeneas, los cables del tendido eléctrico, el agua sobre el asfalto, los coches mordidos por el frío... ((( ))) ¡Todo está aquí! y la antena lo sabe.



PEGASO MANCO Hoy las patas del caballo son de agua. Hoy sus pasos renqueantes a lo largo de los canalones se deslizan acariciando la especia triste del musgo adicto al humo de las chimeneas, contagiando el virus de la melancolía a todos los pináculos que aún viven sueños de esfinge. Siempre el vértigo y el frío. Siempre la fiebre que arrastra una mirada turbia de ojos de pescado muerto. Siempre la noche y un vómito colectivo que pronto reclama el camión de la basura. Siempre mirando a la calle intentando caminar derecho ante la falsa perspectiva que dibuja el ángulo de la lluvia. Un pie tras otro hasta el filo del cuchillo donde la luz cambia de color y no hay vuelta atrás. Un pie tras otro confiando en que las alas broten de la espalda húmeda como ramas agonizantes de un árbol viejo y terco que se resiste a morir sin otra razón que la costumbre de vivir; apolillado bajo el sueño de las jirafas que dormitan encorvadas a lo largo de las calles. Cuando no mira nadie, se revela para los náufragos de los tejados el gorjeo de la sangre en las tuberías a través de la pared. Afinan tanto como el quejido de una trompeta muerta enterrada bajo el ladrillo y la baba de los caracoles que trepan como dedos de gelatina muerta de miedo, al abrigo de la noche. Cortes de cuchillo de nube azul oscuro. Afilando charcos de plomo que tiemblan sobre el carbón de las esquinas y el barro-pelo de rata. Un pie tras otro a despecho de la piel fría del perro enfermo que no sabe a dónde va. A despecho de los muertos que arrastran el cerebro atado con una cuerda camino del limbo. A despecho del barco podrido en el estanque negro con el nombre ciego bajo siete capas de pintura. A despecho del mordisco de la piedra sobre los dedos. A despecho de la niebla y del día entero. Caballo de frío sobre el agua de las fuentes y las copas de los árboles. Mira de reojo a las esquinas a ver si puedes evitar el zarpazo de la aurora y la luz-fiebre de las farolas-jirafa. Esconde tu cojera mientras dure la noche. Duerme con el día bajo los puentes con los lisiados que desconocen los secretos del vuelo y todavía no saben ocultarse en la frontera donde el color de la luz cambia de nombre.



07:00 AM El hombre del sueño de las siete de la mañana viene despacio recorriendo el barrio recién afeitado y enseñando los dientes en un esbozo de sonrisa violácea por la luz de la aurora. Por las calles adyacentes se desplazan peligrosamente los extraviados meteoritos tangentes a la tierra que buscan la salida al espacio aprovechando las primeras luces del día. El hombre del agua riega la calle al paso del carro de la fruta y las primeras trabajadoras somnolientas salen a toda prisa de las casas tejiendo un caótico zigzag de estrellas fugaces que escapan hacia la parada del autobús. Hay un tímido reguero de agua que baja por la calle, paralelo al bordillo de la acera y a los pasos del hombre del sueño de las siete de la mañana. De vez en cuando lo pisan las estrellas fugaces llevándolo mucho más lejos de lo que nunca pensó llegar. En la lonja, los tenderos tocan animados tambores africanos antes de colocar el pescado en el mostrador y justo después de desayunar. Siempre lo hacen así. Ellos no saben por qué, pero las costumbres son más persistentes que los virus. El hombre del sueño de las siete de la mañana –tan bien vestido– camina despacio, casi sin tocar el suelo, moviendo ceremoniosamente su bastón, nadando a través de los torrentes de violetas que se desbordan por la parte exterior de las tapias más secretas. El hombre del sueño de las siete de la mañana conserva el olfato porque no va a ninguna parte. Su mente crece a esas horas incorporando a su memoria infalible el brillo del reguero de agua que baja tímidamente junto a sus pies. Escucha los pasos, a veces húmedos, de las estrellas fugaces mientras respira la fragancia del soleado carro de la fruta. El hombre del sueño de las siete de la mañana se para un momento para que el roce de las suelas de sus zapatos contra el suelo no le impida escuchar el rumor en retirada de los últimos meteoritos que han conseguido escapar hacia el espacio exterior, apenas unos minutos antes de amanecer.



CIUDAD BALLENA Navega por la calle húmeda ahora que todo el mundo ha escondido su cara bajo la almohada. Navega desnudo después de la media noche, cuando nadie juzga a nadie y todos caminan sobre su propia tumba. Navega que la ciudad es tuya y te espera. Parece mentira que alguien pueda dejar abandonados tantos metros cuadrados de paraíso. Un hueco de tres millones de ausentes donde cada esquina se resiente del día como las costillas de un viejo barco de madera. Aún gruñen inquietos algunos coches-caimán. Navega con cuidado porque salen de improviso escupidos con rabia por los subterráneos que están intentando dormir. En esta plaza, hace unas horas, alguien tocaba muy mal la trompeta con una sola mano mientras una cabra ejecutaba precarios equilibrios sobre el culo de un vaso. El gitano, la trompeta, la cabra y el vaso ocupaban tanto espacio que parecía inevitable toparse con su triste caja de monedas. Ahora la plaza está sola, vacía, libre. No parece tan grande pero descubres que todos sus ángulos se resumen en uno solo, circular e inabarcable, que huye en cuanto te descui. . somnoliento hacia la piel de la vaca desollada de la das por la tangente del ojo tarde. Aún queda tiempo. Navega implacable como la lengua de la serpiente, atento . . retrovisor que la aurora viene detrás lanzando dentelladas invisibles de al ojo guadaña oculta bajo la hierba. Navega al abrigo de las calles superpuestas, asaltadas de escaleras, estremecidas por la lluvia oblicua y oscura. Navega escondido al pie de las paredes que laten tibias al contacto del culo de las putas que más hambre pasan. La lengua de humo que exhala el intestino de la ballena saborea el ácido vientre de barro de los coches-caimán que pasan una y otra vez a toda velocidad. No van a ninguna parte, están vivos mientras corren. No hay tiempo para pensar. Navega que las estrellas van cayendo una a una. Navega bajo el mordisco de las sirenas, bañado en sombras, haciendo equilibrios en la cornisa de la razón. Navega que esta noche que parecía densa como el plomo se te escapa entre los dedos. Navega que aún desconoces en qué punto cardinal descansa la plaza-ombligo de la ciudad-ballena.



LA CASA MUERTA En el centro de Europa hay una casa muerta. Se mantiene en pie a duras penas rodeada de cascotes. En la parte de atrás, apilados bajo un ventanuco, un montón de zapatos viejos bosteza sufriendo el tiempo inestable. Sobre un charco, frente a la puerta, una maleta vomita alguna ropa interior imposible de identificar y que tirita de frío. Ahora estoy mirando dentro de la casa a través de una ventana lateral que ha permanecido semiabierta durante años. Hay un agujero en el tejado dos pisos más arriba y llueve sobre un colchón tendido en los escombros. Huele a orín como todos los colchones abandonados. Desde algún húmedo sótano han empezado a crecer plantas raquíticas que serpentean entre las ruinas, mendigando un poco de luz, que el día les negará de todas formas. Me parece mentira que el tiempo siga pasando como una procesión ciega y sorda, completamente ajena a los gritos de esta casa. Algo están esperando esas ruinas. Un baño de lluvia tan intenso que borre la mirada de los muertos. Un denso frente de agua fría que paralice el látigo de la nostalgia. Un golpe de tiempo que sepulte el pasado en el centro de la tierra.




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