El erotismo en la poesia de julia de burgos ~ doel lópez velázquez ~ puerto rico

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Doel López Velázquez (Segundo Premio en Ensayo: Casa del autor puertorriqueño-1985) EL EROTISMO EN LA POESIA DE JULIA DE BURGOS

El erotismo es un tormenta interior de la más íntima provocación de la voluptuosidad sensitiva. Nace de la inconformidad y de la impotencia por armonizar las voliciones interiores. No todo los afectados lo hacen con los mismos elementos provocadores ni el ánimo es tentado por las mismas fuerzas y motivaciones. Las transiciones históricas abruptas y la anarquía social llevan a estas indignaciones interiores que resultan, luego, en los actos exteriores ya sean literarios o civiles. La anarquía social siempre ha traído desajustes que dislocan el orden generando las neurosis individuales y colectivas que llevan a la indignación, la pasión y el erotismo. Todo cambio crea expectativas con cierta carga de rigidez emocional que degenera a menudo en crisis y en neurosis. Como resultado de la invasión norteamericana de 1898, el pueblo de Puerto Rico se carga de indecisiones que le anulan la disposición anímica para la creatividad y le apabullan el ánimo para la disensión y la protesta. En el currículo adrede para la transculturación, la docilidad se enseña como una virtud y la disensión como descortesía y malacrianza. La humildad, no como conocimiento propio, sino como sumisión y apocamiento. A la crisis moral que surge de la ruptura histórica del 98, le sigue la perplejidad del pueblo, sin una voz inmediata, que como la fuerza de la propaganda del invasor creara una contrafuerza militante de denuncia efectiva a la propaganda diluyente extranjera, validando lo autóctono. Surge algún tiempo después, pero delegando en un jíbaro literario el planteamiento de nuestro destino de pueblo. Se fijaron los caracteres definitorios de la personalidad del puertorriqueño: primero en un criollismo costumbrista sanano, casi amanerado y, luego, en el neocriollismo con más virilidad, pero aún desde el espíritu; tanto que Pedreira tiene que apostatar: «Hay que aprender a ser criollos, pero sin petulancia»... y Manrique Cabrera: «Basta ya de jíbaros pintorescos---, hay que ahondar en el pensar y el sentir para sacar a flor de arte la verdadera cultura nuestra». La generación del 3 0 recoge, en el rompecabezas biológico, los pedazos del ser puertorriqueño que se atomizó en el trauma del 98 y a este ser ambiguo, janeano, atrapado entre dos identidades, le negó su parentesco, porque, más que vergüenza, le dio grima la desintegración y la alineación diluyentes de su personalidad. Buscan entonces, no la recreación, sino la reconstrucción y fueron con la tradición a tocar a la tumba del jíbaro, para, con él, recrear los caracteres definitorios de la personalidad puertorriqueña, pero no recrearon; reconstruyeron, reformaron.


El sentimentalismo amanerado de la tradición hispana había reincidido en adjudicarle al jíbaro taras anacrónicas como virtudes. Primero, en el jíbaro pintoresco, se quiso ofrecer como arqueotipo de la nacionalidad los rasgos sociológicos que formó al puertorriqueño dócil, conformista, anclado siempre en la víspera. Se seguía la mentalidad conformista y atrofiada del rezago de la decadencia española, que a la indolencia, al retrainmiento y al ocio, le habían adjudicado categorías de virtud. («Hombre heroico», llamó Azorín al hidalgo del Lazarillo de Tormes). La generación del 30 se da cuenta de la necesidad de la reinterpretación de nuestro pasado histórico como base para orientar a una conciencia de patria; y en una revisión de valores como impulso para la reconstrucción de nuestro destino, buscan definir lo autóctono y centrar en el jíbaro auténtico la unidad de nuestro espíritu. Julia, que amó a su tierra en libaciones, se dio cuenta que no se había entendido la etopeya que Alonso había hecho del jíbaro. Se habían detenido en la prosopografía y habían usado como modelo el primer verso del primer terceto del soneto donde Alonso hace el retrato del jíbaro. Desciplinados en la tradición cristiana española del Cristo paciente y doliente del Calvario no invocaron al otro Cristo militante y revolucionario de los mercaderes del templo. Prefirieron al jíbaro a imagen y semejanza del primer Cristo. Pero es que, además, de «humano, afable y dadivoso», el jíbaro fue «libre, arrogante, altivo, ingenioso, inquieto, acalorado... y en amor a la patria insuperable» según lo describe Alonso. «¿Cómo un ser con esos atributos va a recibir a un invasor con aplausos y genuflexiones? El jíbaro fue víctima de una derogación histórica. Le trocaron los datos históricos reales porunas apariencias sutilmente representativas de la legitimidad autóctona. Le neutralizaron el orgullo en un sutil ejercicio socio-político de distracción con las fuerzas más sofisticadas de la invectiva psicológica moderna- latentación del supuesto mesianismo carnada ancesta para la penetración y la conquista. La aniquilaron el instinto luchador con prebendas dirigidas donde más inmediata es la tentación para la caída- la lucha por la sobrevivencia biológica. Las inclemencias de la naturaleza en el hambre, el frío y las enfermedades pinchan el ánimo en el mismo centro del dolor y nublan o anulan, muchas veces, (cuando no nos hemos percatado fuertemente de la prioridad de los valores) la moralidad de las ideas. El poder de la propaganda, sabemos, es tan apabullante que se pudo, por cierto tiempo, aún en el siglo XX, sostener la validez de la gran mentira. Pero una vez lastradas las capas artificiales de la escoria creada adrede para la falsificación, el jíbaro percatado ya, dirá como Don Quijote: «Cuando los valientes huyen la superchería está descubierta. El que se retira no huye... Es de varones prodentes guardarse para mejor ocasión»... Julia entendió que el amor dócil del jíbaro es más literario que histórico y se dio a la tarea de oponerlo al erotismo para despojarlo de aquella herencia cómoda de dejadez y fatalismo e irlo sintonizando con la nueva realidad que sería su irrealidad. Julia conoció bien a sus coterráneos y entendió su genealogía. Su inteligencia aguda le hizo distinguir entre la validez de la tradición y la cultura y los elementos ajenos a una formidable formación sicológica. Los accidentes hitóricos, aquellos disloques fatales que rompen la continuidad cíclica de la historia, son jirones que se quedan en los cardos del camino y no constituyen signos definitorios en la cadena de siglos de formación sicológica de las razas -pensó- y no menciona la palabra jíbaro en toda su obra por precaución de ofrecerla como símbolo a la antihistoria.


Julia ejerció su magisterio en el campo y observó en nuestro jíbaro características superiores al jíbaro literario del pintoresquismo costumbrista. No es que Julia quiera violentar la historia, es que la historia no estará bien servida en la subjetividad lírica de la poesía- en todo caso, después que ésta ya sea historia. Julia entendió la jurisdicción de las dos disciplinas y aceptó al jíbaro pintoresco como ente poético, pero nunca como el prototipo de la raza. Los antropólogos y hoy los sicoanalistas adjudican a las propiedades de la herencia sobre las circunstancias la mayor responsabilidad en el comportamiento sociológico de las personas. El del puertorriqueño es pródigo en lances heroicos de nuestros antepasados. El indio fue un guerrero temido y respetado por los españoles. En la América Hispana son famosos: Enriquillo, Caupolicán, Tucapel, Lautaro y sus huestes anónimas; en Puerto Rico: AgueybanáII, Urayoán, Aimanio, Guarionex, Mabodomaca y el resto de sus legiones de bravos. Todos los historiadores han sostenido que los antropófagos Caribes eran los guerreros más temidos en toda la jurisdicción de América. Estos endemoniados seres «temblaban del Borinquen y de su nombre», según Juan de Castellanos, fuente directa en las crónicas de la colonización y la conquista. <<Los Caribes con sus ferocidades que sombra nunca fue que los asombre, con tantas y tan feas crueldades que tiemblan de decirlas cualquier hombre, tiene en mucho nuestras amistades, tiemblan del Boriquén y de su nombre>> 1 La jalbería de nuestro jíbaro, que es proverbial, nos llega de Agueybaná II que fue el primer indio jaiba. Para aquella época de tabús y supersticiones, de obediencia ciega a la tradición y a la prédica del patriarca; sospechó siempre de la inmortalidad de los españoles. Confió en la lógica de su entendimiento sobre la pedagogía de la superstición predicada y enseñada por sus antecesores. Aquella vieja, mi bestial abuela y el insensato torpe de mi tío nos hicieron creer cierta novela que siempre tuve yo por desvarío; pero la verdad se nos revela por aguas del Guaurabo nuestro río que son inmortales los cristianos y que pueden morir a nuestras manos.2


Nuestra herencia española equipara y, en algunas ocasiones supera, la osadía indígena en la heroicidad. En la América Hispana parecen episodios de héroes mitológicos las hazañas increíbles de Cortés, Pizarro, Magallanes, Balboa, Almagro ... en Puerto Rico: Juan Ponce de León, Martín de Guiluz, Juan Gil, Pedro López Angulo, Juan Mejías, Juan de León, Francisco Barrio Nuevo, Sotomayor, Juan González, Salazar, Miguel del Toro, Hojeda, Juan López Añasco, Sebastián alonso, Luis Almansa y el gran Pepe Díaz, que quedó perenne, su osadía, en la tradición oral, en la copla popular: «En el puente e Martín Peña mataron a Pepe Díaz que era el hombre más valiente que el rey de España tenía». 3 Estos, entre otros valientes españoles, que no reflejan por ningún lado la docilidad que se le atribuye al jíbaro literario; junto a aquellos nativos, que daban grima a los caribes salvajes y fieros y más tarde la fuerte y estoica raza negra fueron los que nos legaron los rasgos intímos de la raza. De esas tres razas fundidas y moldeadas en el horno de los siglos duros, probadas en el redondel de fuego de las tribulaciones, vencedoras consecuentes de fuerzas naturales y humanas nefastas, de esas tres razas es el jíbaro producto quintaesenciado. Desde su formación, el jíbaro ha tenido que vérselas con terribles fuerzas naturales y humanas que han atentado contra su supervivencia, con las cuales ha luchado; ha salido airoso por su inteligencia, su fortaleza, su resistencia y su ingenio, que ridiculizan la teoría de la docilidad. El analfabetismo, el aislamiento, la disolución en la asimilación ... han sido fuerzas negativas que han puesto a prueba la capacidad del jíbaro para sobrevivir y conservar su personalidad intacta. Ese antepasado que legó ese estoicismo de «piedra e rayo» que ha permitido formar una nación orgullosa de su historia, no pudo haber sido aquel jíbaro pintoresco y amanerado que se formó en la temblequera de la decadencia española. Julia cree que esta más en sintonía con la fuerza viril e insurrecta del pirata Cofresí y con el grito patriótico e irrestricto de Manolo el Leñero. tanto que en su más apasionado momento de frustración desea ser hombre para sacudir la modorra de un pueblo alelado, «esperando a Godot». Ponerlo «en la brecha» de la actividad para la reivindicación social. Quiere ser hombre, pero no a la manera de Alfonsina Storni y Juana de Ibarbourou (que lo desearon también, pero como compañeros de tránsito); quiere ser hombre de acción para retar los convencionalismo s sociales y subvertir el «orden» para ordenarlo. Hoy quiero ser hombre. El más bandolero de los siete de Ecija. El más montaraz de aquellos que en siete caballos volaban retándolo todo a trabuco y puñal... Hoy quiero ser hombre..., subir a las tapias, burlar los conventos, ser todo un Don Juan; raptar a Sor Carmen y a Sor Josefina rendirla y a Julia de Burgos violar.4 Si pudira ser hombre sería un hombre de acción; sobre todo, un obrero:


Hoy quiero ser hombre. Sería un obrero, picando la caña, sudando el jornal; a brazos arriba, los puños en alto, quitándole al mundo mi parte de pan.5 «Es nuestra la hora», <<La hora tricolor», «Ochenta mil», «Somos puños cerrados», «El puente de Marín Peña», «De las manos cerradas» son poemas comprometidos con la denuncia para la reivindación. «En horas de tumulto su verso será el verso del pueblo».... dijo Juan Bosch entusiasmado con los versos de protesta de Julia. La mayor pasión de Julia no sería su lucha con la existencia; sino su lucha con y por la identidad' esa batalla «entre la esencia y la forma» que le cuenta a su hermana Consuelo que la consumía, fue su perenne agonía, porque notaba que la tradición resultaba inútil en la adjudicación de las propiedades definitorias al carácter de un ser puertorriqueño cabal; plantado en el centro del orgullo de la raza, asumiendo toda la responsabilidad de su historia sin salvarguardas o compromisos rectificadores. No había para qué. Julia no menciona la palabra jíbaro en su obra, no porque no la conociera. Precisamente por eso, porque la conocía bien, no la usa; porque por conocerla le dolía. No le dolía el jíbaro biológico-, el que nos dejó el tiempo y el espacio histórico- el de Lares, Cabo Rojo, Jayuya, La Toyosa- el que como Venus revienta de la tierra calibrada en los extremos amoroso con la verdad, el bien y la justicia, pero terrible e implacable con los falsificadores de la autenticidad. Le dolía la caricatura que habían hecho- primero la visión literaria de corrientes ideológicas ñonas y amaneradas de una civilizacion en busca de orientación más que para orientar y luego la propaganda más fuerte y apabullante del imperio más terrible con las fuerzas de penetración más efectivas que registra la historia del Universo. Las disciplinas, en las que se ha parcelado el saber humano, se definen de acuerdo a sus propósitos. A la ciencia no se le pueden adjudicar las virtudes de la poesía lírica porque su virtud consiste precisamente, en un método empírico de laboratorio, donde, a través de la observación directa y la rectificación continua se establecen leyes inamovibles para la justificación de la verdad. La ciencia antropológica y la historia han señalado a la raza negra como una raza fuerte, estoica, valiente; al indio como una raza ágil, guerrera, valiente, estoica... a los españoles como una raza emprendedora, aventurera, valiente, calculadora, guerrera, cristiana ... de estas tres razas es el jíbaro el crisol ¿Cómo su primera virtud ha de ser la docilidad? Julia no salía del asombro; estaba perpleja, no entendía la derogación histórica. No podía aceptar la leyes antropológicas como una falsificación científica. Al darse cuenta que no es la historia, ni la antropología, ni el jíbaro, sino la interpretación la que ha sido falsificada se dedicó a ser como el verdadero hombre y la verdadera mujer puertorriqueña como un detente a la falsificación. En «A Julia de Burgos» está clara la oposición que hace entre el ser auténtico (el jíbaro) y el inauténtico dándose como ejemplo ella misma.


Tu eres dama casera, resignada, sumisa, atada a los prejuicios de los hombres,- yo no; que yo soy Rocinante corriendo desbocado olfateando horizontes de justicia de dios. A la mujer socialmente domesticada Julia la invita a ser libre para buscar juntas esos «horizontes de justicia de Dios» y encauzar su rebledía en contra de los convencionalismos y lo aburguesado. Julia llegó a creer más en la jibarilaridad que en el jíbaro. La jibarilaridad que en un tiempo fue signo y síntoma regionalista, y que cargó, en una época implicaciones derogatorias, cobró con el tiempoi, rango genérico de nominación colectiva, de definición étnica, de orgullo nacional. Es lo que define hoy lo más auténtico de nuestra personalidad de pueblo por ser lo menos contaminado que queda- lo que se ha salvado de la ciénaga del bache social del Siglo XX. Quería Julia la jibarilaridad como signo y símbolo que creara la tónica de la definición étnica de la patria, ya que lon jíbaro se había degradado en lo regional y sequía en la línea de la tradición patriarcal de la familia. La mujer jíbara era un objeto de sexo y trabajo doméstico. Fuerte para el trabajo diurno y dócil para el sexo nocturno. Su participación en las luchas cívico-sociales les estaban vedadas. Si conocieron la crisis de la anarquía no la entendieron. Para el 1931 (año en que Julia milita en el partido Nacionalista como secretaria, a veces, del Dr. Don Pedro Albizu Campos) el 65% de la población de Puerto Rico estaba desempleada. En esta crisis, el obrero busca la forma de sobrevivir a la opresión del ambiente y surgen las rebeliones de los más sensitivos. Primero: los líderes y los artistas. Julia, delicado genio de lo sensitivo, se afina a una «Sutil hiperestesia humana» y, al buscar dentro para expresarse afuera, encuentra que su estado de ánimo es superior al estado de cosas que le provee la sociedad donde sobrevive. Entonces se indigna ante la adulteración manifiesta y de su frustración y enojo germina su erotismo. Su erotismo ha sido, en parte, síntoma de una época. La incertidumbre la frustra y crea su constante estado pendular de angustia «entre la esencia y la forma». Como que quiero amar y no me deja el viento. Como que quiero retomar y no acierto el porqué ni a donde vuelvo. Como que quiero asirme a la ruta del agua y toda sed ha muerto. 7 Julia buscó el arte de vivir en la independencia de sus emociones. Con esto, según Freud, traslada «la desplazabilidad de la libido», buscando, luego, en el mundo exterior, dar forma a la emoción que la consume dentro. La armonización de la intuición interior con elementos de la naturaleza exterior no excluye buscar la felicidad en el goce de la belleza descubriendo gran belleza en el sufrimiento amoroso. En su poema «confesión del sí y del no» presenta el dolor como un purificador de estados caóticos. A donde quiera que mira el amor y el dolor están a igual distancia de su existencia; a cualquiera de los dos puntos se llega con el mismo tiempo. tiempo y espacio coinciden, por eso, a veces, al buscar el amor se encuentra con el dolor y viceversa.


«Me veo equidistante del amor y del dolor una mañana fresca me levanta el espíritu en brisas de palomas. Otra mañana turbia me nace y me contagia en mi orilla de nubes y crepúsculos». 8 «La hora para amarte es esta en que voy por la vida dolida del alba». El narcisista se interioriza, busca «los procesos psíquicos internos», pero el, erótecamente motivado, necesita la correspondencia, se complementa con los elementos exteriores de la naturaleza. El laboratorio de una persona eróticamente motivada, como Julia, es el espacio infinito, sin límites ni fronteras. Como carola al viento, todo el amor abrióseme a mi paso. 10 La belleza se había asociado siempre con la armonía y la proporción; con los elementos simpáticos de la vida que disponen los sentidos de manera que proporcionan un estado eufórico interior que propenda a reflejar afuera la gracia y la felicidad interna en forma candorosa y serena, sin embargo, hay genios que elevan el sufrimiento a un plano de perfección estética y nos hablan en poesía de la belleza del dolor. Esta laquimia está reservada, desde luego, a los rigores del genio. Julia lo hizo. Julia rechaza el amor platónico por débil y eufemista. Debió sentir un gran respeto por Don Quijote como idealista de la justicia y como defensor de la verdad; pero compadecería su amor cortés paralizado en la idea. Siente ella, que el amor que no culmina en acto aliena. Es esencia que flota a distancia de la forma. El amor es la unión de la esencia y la forma - nos dice -, pero no puede haber comunión de la esencia y la forma en la distancia. Julia considera el erotismo superior al amor cortés porque en él sólo puede contemplar las cosas y extasiarse en ellas; en el reotismo, sin embargo, las contempla, las desea y las posee. Para que haya «la compenetración de la carne y el espíritu de las cosas» que proponía Lloréns en su teoría del Pancalismo, el acto debe pasar del éxtasis a la acción- de la contemplación a la posesión.

¡No me recuerdes! ¡Síenteme! Un ruiseñor nos tiene en su garganta... ¡No me recuerdes! ¡Síenteme! Mientras menos me pienses, más me amas.


Julia tiene la concepción matafisica de la teología en la acepción de la dualidad humana de espíritu y materia en función complementaria, pero cree que la idea está servida a medias sin el acto. Invita al recuerdo y al acto, pero para el amor sensual el acto es superior al recuerdo. Prefiere la amnesia enajenadora de la idea a la ausencia de la compenetración de la carne y el espíritu de las cosas que da el calor íntimo del abrazo compartido. Amor para Julia es pasión.- el enamoramiento del amor cortés es la abulia y la indiferencia. Hay que «vivir en el continuo vértigo pasional -decía Unamumo porque sólo los apasionados llevan a cabo obras verdaderamente duraderas y fecundadas». 11 Desde la pose olímpica de Melibea de retar la norma e iniciar en el siglo XV la liberación femenina, no ha habido una compenetración del hombre con los elementos prístinos de la naturaleza biológica sin matices atenuadores o degeneradores de la autenticidad emocional que insinúe siquiera desvío por guardar las apariencias, como esa «Noche de amor en tres cantos» de Julia de Burgos. No hay poema en el idioma español que pinche más en la carne abierta la sensitividad de las emociones como lo hace este himno a la carne como un ágape a Eros. Porque dice lo prístino de las emociones del hombre sin atenuaciones eufemistas degeneradoras de la esencia real; es sincero y porque la sinceridad llega acompañada de la graclay la competencia para aislar lo vulgar de lo estético es profundamente bello. «Noche de amor en tres cantos» es un himno a la vida como fuerza biológica de fecundación universal donde se declara a la pasión fuerza cósmica superior a la rutina contemplativa y convencional. El poema está dividido adrede en los tres espacios convencionales en la tradición del himeneo: la mostración de la felicidad, la candidez y la pureza de la novia en la hora crepuscular de la caída de la tarde y los primeros momentos de la noche (ocaso). Es su íntima fiesta mental de conciencia auscultadora cómo sería la experiencia real. Es todavía momento de idealización y de sueño individual antes del encuentro real para la entrega. ¡Cómo sueño las horas azules que me esperan tendida a tu lado» 12 En esta primera estancia anuncia la visita de Eros y se prepara emocionada para ella. Cómo suena en mi alma la idea de una noche completa en tus brazos diluyéndome toda en caricias mientras tú te me das extasiado!... ¡Qué infinito el temblor de miradas que vendrá en la emoción del abrazo y qué tierno el coloquio de besos que tendré estremecida en tus labios.. 13 En ocaso busca una fórmula hedonista de catarsis como preparación para el éxtasis amoroso que será su «Media Noche». Un silencio hace de transición entre el preludio y la orgía.


Se ha callado la idea turbadora y me siento en el sí de tu abrazo, convertida en un sordo murmullo que se interna en mi alma cantando. 14 La «Media Noche» será la competencia que probará la efectividad del apresto que se había dado en ocaso. Probará si es posible que los sueños pueden hacerse realidad. Y después «en el misterioso tacto, las impulsivas fuerzas que arrastran con poder pasmoso» en los ritos primitivos de la cosmogonía como fuerza cósmica de la fecundación para el proceso cíclico vital. Se da el festín pagano como fuerza irrestricta que todo lo avasalla por ganar la vida; el idilio primitivo. No el de las musas de las blondas horas suaves, expresivas en las rientes auroras y las azules noches pensativas; sino el que todo enciende, anima, exalta polen, savia, calor, nervio, corteza y en torrente de vida brota y salta del seno de la gran naturaleza. 15 Se ha dado en las formas primitivas inciátivas el rito vital de la conservación de la especie. La ley orgánica de la fecundación para la vida en deseo, culminación y éxtasis se han cumplido. Un temblor indeciso de trópico nos penetra la alcoba; entre tanto, se han besado tu vida y mi vida y las almas se van acercando» Cómo siento que estoy en tu carne cual espiga a la sombra del astro! ¡Cómo siento que llego a tu alma y que allá tu me estás esperando! ... 16 La entrega no ha sido un vulgar apareamiento de macho y hembra- hay un delicado cruzamiento de cuerpo y alma que recoge y poetisa los posibles excesos mentales libidinosos. El misterio infinito de la fecundidad vital se ha dado en el misterio de la obscuridad de la noche. Luego del misterio, la luz; el alba con sus colores para el ágape de premiación al ciclo vital. se hace la luz para la fiesta de solidaridad con los elementos de la naturaleza: el cielo, los astros, las estrellas, los frutos, el prado... Alba, la tercera estancia, es la confirmación máxima de solidaridad con el elemento natural que inicia la vida: la luz.


Ya la noche se fue, y a las nuevas emociones del alba se ha atado. todo sabe a canciones y a frutos, y hay un niño de amor en mi mano. Se ha quedado tu vida en mi vida como el alba se queda en los campos; y hay mil pájaros vivos en mi alma de esta noche de amor en tres cantos... Julia mezcla con una rara habilidad la pasión y la ternura. Así como en el «Río Grande de Loíza» hace del agua tierna y serena una cascada de amor-pasión, en «Noche de amor en tres cantos» el amante deseado, además de fuerza biológica animalizada, es elemento de ternura. Y ¡Oh milagro! en la luz de una lágrima se han besado tu llanto y mi llanto. 17 «Río Grande de Loíza», «Canción desnuda», «Altamar y Gaviota», «Exaltación sin tiempo y sin orillas» ... son otros poemas donde Julia intensifica el binomio tan caro a su deseo de amorpasión, pero en ninguno de ellos logra un balance estético tan extraordinario entre el instinto y la ternura como en esta «Noche de amor en tres cantos». La apoteosis del triunfo de la vida sobre la muerte, por obra de la pasión del amor, es el balance legado en este canto como himno al deseo de eternizar la esplendidez de la vida graciosa en la juventud. Julia sabe que la naturaleza se da su balance en el contrapeso de los contrarios. Sabe que en la lucha entre la razón y el instinto estará centrada la gravitación del interés existencial del hombre. Como buena romántica cree en la idea romántica de que «la verdad y la belleza se realizan en la síntesis de los contrarios». sabe que simplificar lo prístino de un proceso natural con atenuaciones enajenadoras de la realidad por flasas posturas puritanas de puritos sociales elitistas es pecado contra el quinto mandamiento que ordena no mentir. Como es poeta puede engrandecer el sentido de lo real idealizándolo, pero no falsificándolo. Hizo, como dice Rodó, que hizo Atenas en la más amplia manifestación cultural de una época: «engrandeció a la vez el sentido de lo ideal y de lo real, la razón y el instinto, las fuerzas del espíritu y del cuerpo... en una inimitable y encantadora mezcla de animación y serenidad». 18 Julia tiene un sentido panteísta de la estética. Cree en la teoría del Pancalismo de su amigo y maestro: «la belleza es todo y está todo», ¿entonces por qué mutilar con subterfugios literarios eufemistas la vibración pasional de un acto que promete «la compenetración de la carne y el espíritu de las cosas» si en él hay gran felicidad y belleza?


Julia, como Melibea, cree que es lícito y necesario subvertir el lineamiento del orden oficialista paternal y tradicional cuando éste promociona la violencia del estancamiento y el mal gusto. Hay gran belleza en la subversión para la libertad, porque es la libertad el ideal más sublime en las esperanzas continuas de las aspiraciones del hombre para su felicidad. «La conciencia de su armonioso desenvolvimiento imprime a los hombres libres el sello exterior de su hermosura» -decía Rodó. En esa libertad interior está el apresto para la acción que imprime en la personalidad de Julia su ira de iconoclasta ante la chatura y el pendejismo provocando incontenida fuerza ulterior con poderes demiúrgicos que le darán su propio mundo rebelde estilizando en la emoción de la belleza. Si la moral busca el bien y la forma de estabilizar la naturaleza desordenada por la malicia del hombre en armónica convivencia de bien y felicidad y si es como generalmente se acepta que el estéticamente motivado adquiere de forma instántanea y por contagio el germen de la bondad; Julia es una asceta de la moral al convertir en arte los elementos cotidianos más caros a la preferencia humana: el amor, el dolor, la muerte, la naturaleza... Quisiera que Julia terminara este trabajo (que podríamos continuar en cualquier otra ocasión) con su teoría de la inseparatividad de la vida y el amor. ¡Perdoname, Oh amor, si no te nombro! Fuera de tu canción soy ala seca. La muerte y yo donnimos juntamente... Contarte a ti tan sólo me despierta».

Notas: 1 . Juan de Castellanos, Elegía VI - Página 35 2. Juan de Castellanos, Elegía VI - Página 35 3. Copla Popular 4. Julia de Burgos, Poema en Veinte Surcos, Pág.48 5. Julia de Burgos, Poema en Veinte Surcos. 6. Julia de Burgos, Antología poética, Editorial Coquí, San Juan, Puerto Rico 1968, Páginas 78-79. 7. Julia de Burgos, El mar y tú, «Retorno», Páginas 78-79 8. Julia de Burgos, Canción de la verdad sencilla, «Soy hacia ti». Pág. 32 9. Idem, «Alba de mi silencio», Pág. 42 10. Julia de Burgos, Idem, «Viaje al lado» Pág. 56


11. J. García López, Historia de la Literatura Español , La generación del 98, Unamuno, Vida de Don Quijote y Sancho, Ed. Vicens Vives, Barcelona, 1973, Pág. 544. 12. Julia de Burgos, Antología poética, Editorial Coquí, San Juan, P.R. 1967, «Noche de amor en tres cantos» -Págs. 49-5 1. 13. Idem. 14. Idem. 15. Rubén Darío, Poesías Completas, Aguilar, S.A. Madrid, España 1968, Undécima edición, Azul, «Estival». Págs. 520-521. 16. Idem. 17. Idem. 18. José E. Rodó Ariel Depto. de Instrucción de P.R., 1971, Pág. 18.


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