La abuela de mi abuela de Graciela Leguizamon

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La abuela de mi abuela. Relatos asociados

Un nuevo significado del ver y ser visto

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“La familia está como el bosque, si usted está fuera de él sólo ve su densidad, si usted está dentro ve que cada árbol tiene su propia posición” (Proverbio Akan).

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Mama por que no tenemos un árbol genealógico como Daniel?

La cara de mi madre se transformó y aunque naturalmente era una mujer alegre, sus ojos comenzaron a tomar ese extraño velo de la tristeza. -

Podemos tenerlo pero nos faltarían ramas, respondió sumiéndose en un estado como de trance en donde imagino que su cabeza comenzaba a crear historias desconocidas, imágenes fragmentadas recogidas cuando niña.

Por un momento mi casa pareció entrar en un túnel de silencios que parecían no terminar nunca. Aunque mama cocinaba y lavaba las ollas y cubiertos estos parecían acompañar el denso clima que había ocasionado mi pregunta, la que para mí sonaba simple y sencilla de responder. Comenzábamos el almuerzo y ese era el horario de la charla entre ella y nosotros. Mis hermanos jugaban en la mesa – (actitud que molestaba mucho a mama) – porque ella decía que había que tenerle respeto al alimento y este venia de Dios. Nunca comprendí eso. Mi padre era el que trabajaba muchas horas lejos de nosotros y era el que traía el dinero con que se compraban los alimentos, y se pagaban los gastos, entonces: por que mama, le daba ese cometido a Dios, si nunca vino a dejarnos comida o dinero para las cuentas? Mi pregunta inicial de aquel día parecía haber quedado sepultada entre las cascaras de las papas, el guiso y la jarra de agua que presidian la mesa y el pan, el que nunca faltaba a las horas de comer o tomar la leche a la mañana o a la tarde.

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Pertenezco a una clásica familia “mestiza” de clase obrera, con dos abuelos blancos y dos abuelas negras pero cuando niña, no sabía cómo habían llegado mis abuelas, pero si sabía mucho del origen de mis abuelos y pensé que quizás por eso, por no saber casi nada de mis abuelas, no podía tener un árbol genealógico. Ese día y los siguientes como todos los niños de una edad curiosa, que es más o menos entre los 10 y 12 años, mi curiosidad se vio abordada por otras preguntas las que si fueron respondidas, aunque no colmaron la expectativa de mi pregunta de aquel día. En la escuela nos comenzaron a hablar del “descubrimiento de América”. Entre los años 60 y 70 era así nos ensenaban la etapa histórica que se iniciaba con el Sr Colon descubriendo un Nuevo Mundo de “ignorantes y salvajes indígenas”. Recuerdo que ese día , el 12 de octubre, era feriado, había acto escolar y cantábamos el himno y hasta habían representaciones con un Colon maravilloso, españoles valientes que se enfrentaban con unos “salvajes y temerarios indios charrúas” que iban vestidos con arpillera y la cara pintada con corcho quemado y el lápiz de labio de alguna mama, como maquillaje de guerra. También se representaban a los “negros esclavos”, que venían de la mano representando las cadenas, los que al no haber muchos niños negros, también eran oscurecidos con el tizne de los mismos corchos que los indios charrúas, pero no tenían el rojo sangre en su cara dibujado con el labial de la oportuna mama de alguien. “ Los negros esclavos”. Parecía tan lejano esa forma de mencionarlos, como si fueran cosas, como si no fueran personas, pero la sabia formación o mejor dicho deformación en los libros nos hablaban de “negritos sumisos con el amo”, que cantaban y bailaban, o vendían pasteles, eran faroleros o pregoneros y siempre alegres. (Sonrían decía la maestra de danza) Y ahí terminaba el relato histórico escolar, tan mínimo e instantáneo como una noticia sin importancia. En esas fiestas de la escuela, los más “oscuritos” siempre teníamos esos papeles en las obras de las mal llamadas representaciones. Recuerdo que todos tenían algo que decir, menos los “negritos esclavos” de los que solamente el pregonero - el que normalmente era un chico de cara tiznada - el que hablaba, con pregones robados del libro de Ruben Carambula, como si también allí nos robaran la voz. La maestra de canto tocaba en forma semi desafinada “Siga el baile siga el baile” y algunos años, las maestras más osadas usaban un disco en el tocadiscos con el tema cantado por Alberto Castillo, mientras una maestra normalmente de las más jóvenes agachada mientras se balanceaba al ritmo, sostenía un micrófono para que la música llegara a todos los parlantes y así los padres y familiares podían escuchar el candombe. De esta forma, supimos de los “negros esclavos”, los que según la maestra y los libros nos decían que vinieron en “barcos negreros” en posiciones incomodas, luego los desembarcaban y eran llevados a un galpón por si tenían “enfermedades” y eran vendidos al mejor postor. También nos contaban que si “se portaban mal” con el amo recibían castigos, pero como “los trataban tan bien”, aquí en mi país, todos estaban felices – y pareciera que también “ los negros esclavos” estaban felices, de su condición y tener amos tan bondadosos. Luego en el mismo día nos decían que un día les dieron “libertad de vientres” para que los hijos no fueran esclavos y al terminar la clase antes del recreo ya estaban libres por otra ley. Medio turno escolar para tres siglos de dolor. Así era como nos contaban la historia sobre la llegada de la abuela de mi abuela. Solo un día y medio horario. En casa no se hablaba del tema esclavitud delante de nosotros, aunque mi padre era un estudioso del mismo y daba conferencias a las que concurríamos con mi madre. Recuerdo que sentí el tema así dado en la escuela, lejano de mis abuelas las que si bien negras, vaya a saber cómo vinieron, pero no las asociábamos a esos “esclavos”. No, la abuela no.

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Los deberes sobre esclavitud los escribí sola, buscando material en la revista Billiken y en El Grillo revistas que complementaban la lectura escolar en esa época. Redacte algo referido a lo que había leído, pero más que nada, recordé algunas palabras de las conferencias de mi padre y con mis palabras escribí; recorte algunas figuras que allí venían y las pegue en la hoja Tabaré. Mi madre siempre revisaba mis deberes (prolijidad, ortografía y redacción) y al ver estos deberes, me pregunto asombrada y algo preocupada, de donde había sacado toda eso que había escrito. Le dije que quizás el libro de la escuela fuera muy bueno, pero que mi papa siempre decía la verdad y prefería decir lo que papa decía en las conferencias sobre los esclavos. Con lágrimas en los ojos, mama, me abrazo. Al día siguiente, entro conmigo a la clase para que yo entregara mis deberes. La Srta. Irma, mi maestra, también se emocionó y se le volvieron los ojos aguados luego de leer mi redacción. Como nota me puso un sote y me hizo leer la misma a toda la clase. Al final del relato, había puesto: .. mis orígenes vienen de Europa como todos Uds. por mis abuelos y de África, por mis abuelas, y mis ancestros también bajaron de un barco en donde vinieron obligados, ellos merecen que les recordemos como todos recuerdan a sus ancestros con respeto y agradecimiento, tenemos la obligación de saber su origen y contar sus verdaderas historias. Sobretodo recuerdo la frase con la que finalizaba la redacción: algún día tendré un árbol genealógico completo, como Daniel, porque estudiare mucho para saber quién fue la abuela de mi abuela. Hoy ya soy abuela y en esa búsqueda ando aun.

Graciela Leguizamón Montevideo, enero, 2014.

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