Pequeña antología de poetas rusos por Natalia Litvinova

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Antología de poetas rusos Natalia Litvinova


MARÍA PETROVYH (1908 – 1979) Hace mucho tiempo que no creo en el más allá, te espero acá, a la vuelta de cualquier esquina. Creo que el alma se queda cerca del cuerpo, en este mundo, donde quería felicidad, en este, donde para ella todo era pasajero, en este, en este, donde se despidió del cuerpo, en este, en este, no sabe de otro, y la vida es infinita, natal, terrestre...


Las palabras vacías yacen, no respiran, las palabras no saben para qué las escriben, palabras sin sentido, palabras sin destino, no supieron calentar al que tenía frío, no les dieron de comer a los hambrientos, ¡palabras desalmadas, palabras impotentes! Se cohíben, no se atreven, no iluminan, no abrigan, huérfanas enmudecen en la melancolía sin reconocer su fealdad.


JOSEPH BRODSKY (1940-1996)

Los payasos están destruyendo el circo. Los elefantes huyeron a la India, los tigres venden en la calle rayas y aros, bajo la cúpula agujereada, en el trapecio, como en un armario, cuelga retorciéndose el frac del ilusionista desilusionado, y los ponis, arrojando sus monturas, posan para un retrato. Sobre la arena, hundiéndose en el aserrín, los payasos destruyen el circo a martillazos. El público o no existe, o no aplaude. Solo el perrito amaestrado ladra sin parar, sintiendo que se acerca el azúcar: que enseguida se convierte en mil novecientos noventa y cinco.


PIEDRAS EN LA TIERRA Este poema es sobre las piedras que yacen en la tierra, piedras ordinarias, muchas no conocen el sol, piedras simples de color gris, piedras comunes, sin epitafios. Piedras que aceptan nuestros pasos, blancas bajo el sol, y por las noches piedras que se parecen a los grandes ojos de los peces, piedras, que miden nuestros pasos, eternos molinos del pan eterno. Piedras que aceptan nuestros pasos, como agua negra estas piedras grises, piedras que adornan el cuello del suicida, piedras preciosas, pulidas por la prudencia. Piedras, en las que escribirán "libertad". Piedras, con las que pavimentarán el camino. Piedras, con las que construirán cárceles, o piedras que se quedarán inmóviles como piedras que no piden asociaciones. Así las piedras yacen en la tierra, piedras simples que parecen nucas, piedras comunes, piedras sin epitafios.


POEMA SOBRE LOS MÚSICOS CIEGOS

Los ciegos deambulan en la noche. Por las noches es mucho más fácil cruzar la plaza. Los ciegos viven a través del tacto, tocando el mundo con las manos, no conocen luz ni sombra, y al encontrarse con las piedras: de la piedra hacen paredes. Detrás de ellas viven los hombres. Las mujeres. Los niños. El dinero. Son indestructibles. Por eso es mejor evitar las paredes. La música chocará con ellas. La música será absorbida por las piedras. La música morirá en ellas con sus manos atadas. Es feo morir por las noches. Es feo morir a tientas. Entonces, es más fácil para los ciegos... Un ciego cruza la plaza.


De ninguna parte con amor, undécimo de marzoctubre, querida, respetada, amada, pero no importa quién, sinceramente ni me acuerdo de tu cara, no tuyo, y ya de nadie amigo fiel, te saluda desde los cinco continentes sostenidos por los cowboys. Te amé más que a los ángeles, más que a mi mismo, y por eso ahora estoy más lejos de ti que de ellos. Lejos, en la noche, en el valle, en el fondo, en la ciudad cubierta de nieve hasta la manija de la puerta, retorciéndome entre las sábanas, por suerte no más abajo, golpeo la almohada mugiendo un "tú", detrás de las montañas, sin bordes y sin fin, con todo mi cuerpo en la oscuridad repito tu silueta como un espejo loco.


AMOR Me desperté dos veces esta noche, y caminé lentamente hacia la ventana, los faroles en la ventana, el retazo de la frase dicha en el sueño, reduciéndose a la nada, semejante a los puntos suspensivos que no me calman. Soñé con vos, estabas embarazada, y después de haber vivido tantos años separados, sentía mi culpa, y a mi mano tocando con alegría tu vientre, pero en la realidad, me encontraba buscando los pantalones y el interruptor. Dirigiéndome hacia la ventana, sabía que te dejaba sola, allá, en la oscuridad, en el sueño, donde me esperabas paciente, y no culpabas, cuando volvía, por la interrupción premeditada. Pues en la oscuridad — se prolonga lo que se desprendió durante el día. Allá, estamos casados, comprometidos, somos esos monstruos de doble espalda, y niños para justificar nuestra desnudez. En cualquier próxima noche, de nuevo llegarás cansada, delgada, y yo veré al hijo o la hija, todavía sin nombre — y entonces no me arrojaré sobre el interruptor y ya no extenderé la mano, no puedo dejarlas en el reino de las sombras y en silencio, ante la barrera de los días que desembocan en la dependencia de la realidad, con mi inaccesibilidad a ella.


Los peces en invierno viven. Los peces mastican oxígeno. Los peces en invierno nadan, tocando con los ojos el hielo. Allá. Donde es más profundo. Donde el mar. Peces. Peces. Peces. Los peces nadan en invierno. Los peces quieren salir. Los peces nadan sin luz. Bajo el sol invernal y vacilante. Los peces nadan de la muerte por el camino eterno de los peces. Los peces no derraman lágrimas: apoyando la cabeza en los bloques, en el agua fría se hielan los ojos fríos los peces. Los peces siempre callados, pues ellos son silenciosos. Los poemas sobre los peces, como los peces, se levantan a través de la garganta.


YULIA DRÚNINA (1924-1991)

EN LA ESTEPA El viento cálido y seco acaricia los hombros desnudos. El grillo enloquecido se sentó sobre mi espalda. Me da miedo moverme, orgullosa de mi confianza. La estepa es como un plato de cobre. ¿Qué es lo que brilla? ¡Es el agua! Este arroyo es pobre, pero su agua es dulce... de pronto algo voló como una chispa. ¿Acaso fue un verso?


Cómo explicarle al ciego, ciego como la noche, de nacimiento, el alboroto de los colores primaverales, la obsesión del arcoíris. Cómo explicarle al sordo, sordo como la noche, de nacimiento, la ternura del violonchelo o la amenaza del trueno. Cómo explicarle al pobre que nació con sangre de pez, el misterio del milagro terrestre, llamado amor.


Enterramos nuestro amor, pusimos una cruz sobre la tumba. ¡Gracias a Dios! – dijimos los dos... Y el amor salió del ataúd, asintiendo con la cabeza, reprochó: ¿Qué me hicieron? ¡Estoy vivo!


No desciendo de la infancia sino de la guerra. Y quizá por eso aprecio más la felicidad del silencio y cada día nuevo que vivo. No desciendo de la infancia sino de la guerra. Una vez, penetrando en la senda guerrillera, comprendí para siempre que debemos ser buenos con cualquier pasto tímido. No desciendo de la infancia sino de la guerra. Puede que, por eso soy insegura. Los corazones de los soldados están quemados, y tus manos, ásperas. No desciendo de la infancia sino de la guerra. Perdóname, pero no es mi culpa...


Otra vez el insomnio me ajusticia. Atravesando los años y la oscuridad, la caballería de fuego pasa por mi destino y por mi corazón. Golpea mi pecho con sus herraduras y solo su sonido permanece. Creí que mi alma estaba muerta, pero ella arde, desgraciada.


ALEKSANDR BLOK (1880 – 1921)

Soy Hamlet. Cuando la traición teje sus redes, la sangre se enfría. Y el primer amor vive en el corazón por ella, la única en este mundo. Ofelia mía, el frío de la vida te llevó lejos, y yo, tu príncipe, muero en mi país natal apuñalado por el acero envenenado.


Qué difícil es andar entre la gente simulando no haber muerto, y hablar a los que no vivieron todavía acerca del juego trágico de las pasiones. ¡Y al observar la pesadilla nocturna, encontrar orden en el remolino confuso de los sentimientos, para que, siguiendo el resplandor pálido del arte, conozcan el fuego de la fatal existencia!


Otra vez se congela el corazón terrestre, pero este frío lo recibo con el pecho. En soledad cuido para las personas un amor no correspondido. Pero detrás del amor madura la ira, crecen el odio y el deseo. En los ojos de los hombres y de las mujeres veo la marca de su elección y del olvido. Que me griten: ¡Olvídate de esto, poeta! ¡Vuelve a tu comodidad preciada! ¡No! ¡Prefiero morir en este frío cruel! No existe la comodidad. La tranquilidad no existe.


ROBERT ROZHDÉSTVENSKIY (1932 – 1994)

EL SILENCIO En la hierba — silencio, silencio en la hierba — silencio, entre los juncos — silencio, en el bosque — silencio. Hay tanto silencio que da vergüenza abrir los ojos y pisar la tierra. Tanto silencio que da miedo. Tanto silencio, que duele la espalda. Tanto silencio, que pronunciar cualquier palabra — es lo mismo que matar. Chilla, grita, el mundo agitado está enfermo de silencio, tendido y envuelto en su apretado velo. Tanto silencio, como si los pájaros hubieran abandonado la tierra, uno tras otro. Como si las personas hubieran dejado la tierra, una tras otra. Como si la tierra se hubiera convertido en el silencioso museo del silencio. Tanto silencio, que hay que recordar la música como la cara de alguien, tanto silencio,


que hasta los pensamientos más silenciosos se escuchan desde lejos. Tanto silencio que deseo empezar la vida nuevamente. Tanto silencio...


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