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El Judío errante y el yoreme Pedro Flores

El Judío errante y el yoreme

Pedro Flores

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Historia de ficción a propósito de una fotografía de Arturo Villaseñor.

Preludio

Durante la cuaresma del año 2008, Arturo Villaseñor visitó uno de los pueblos de la etnia mayo-yoreme, de raíz cahita, que se localizan en el norte de Sinaloa y sur de Sonora. No recuerdo si el pueblo fue Higuera de los Natochis, en la margen derecha del río Fuerte, cruzando Mochicahui. Las ceremonias de Semana Santa en estos pueblos tienen su raíz en las representaciones del medioevo europeo y son un sincretismo entre la liturgia católica y los rituales indígenas. Se hace una representación de la pasión de Cristo que dura varios días. En la dramatización que interpretan los yoremes, el papel farisaico y demonológico lo desempeña una comparsa de enmascarados. Por asimilación histórica se les da a estos figurantes indistintamente el nombre de fariseos o de "judíos". Según Filiberto Leandro Quintero (Historia Integral de la Región del Río del Fuerte), es la de los judíos una asociación exclusivamente de varones. No hay limitación alguna en el número de sus miembros; a ella se ingresa en acatamiento a una promesa religiosa o manda formulada en un determinado trance personal o familiar. En escena el judío lleva totalmente enfundada la cabeza en una máscara que se confecciona con piel delgada, sin curtir, ya sea de borrego, chivo, venado, jabalí o coyote. Para complementar su atuendo, se colocan a la cintura una carrillera, que es una falda hilada con

piola bordada, con carrizos que producen un sonido especial. En ambas piernas se ponen los tenábaris, que son capullos de mariposa secos, cosidos en brazadas en los que previamente se deposita una pequeña piedra de hormiguero para producir un sonido espectacular al caminar, correr o danzar. La procesión en la que danzan los judíos gira por las calles o alrededor del templo dejando extenuados a los participantes. En un momento de descanso de uno de los judíos Arturo le tomó una fotografía espléndida que me fascinó cuando me la compartió. Yo hice una pequeña historia de ficción sobre esa fotografía y se la regalé a Arturo. Este es el escrito.

El Judío errante y el yoreme La mirada al cielo, azules los ojos, azul el destino. La mueca inmóvil, entre reto, amargura y resignación. Los dientes asoman en una hilera irregular tan blanca como el rostro. El cabello artificial, negro, en mechones disparejos y rebeldes, se tiende como un puente que comparten, en jovial actitud, la máscara del Judío errante y, en resignación infinita, el danzante yoreme agotado. Las cejas de la máscara, negrísimas como el cabello, le dan una apariencia de juventud eternizada por su consistencia de cuero. Por un momento se le ha liberado de la misión de dar anonimato al portador, que cansado de representar su farsa, se otorga un reposo, separándose de su fachada y dejándola divagar a su inalcanzable destino. Es entonces cuando el Judío tiene el reencuentro con su dolorosa existencia de errante, culpable de ofender a Jesús y condenado a andar sin cesar hasta que la mujer deje de parir sobre la Tierra. El puntual cumplimiento de su vaticinio le ha dado una expresión de resignación que ahora reposa en la cabeza de su ocasional dueño. Debajo de este Judío errante de cuero yace con una expresión triste este viejo mayo que inexorablemente ha visto reducirse esa piel de Zapa blanquísima que ahora está sobre su cabeza, sin haber recibido de ella, ni de nadie, jamás favor alguno. ¿Qué manda tiene que pagar este hombre, qué inmenso favor espera recibir? ¿O acaso ya lo recibió y ahora la amargura de su mirada le recuerda que cada favor recibido de ese rostro de cuero lo acerca más a su muerte segura? Su media mirada nos atraviesa y nos pone al lado de su drama pero nos permite presenciar este fugaz momento de reflexión de Sísifo que ha descendido de la montaña a recoger su piedra para más tarde cumplir con su destino infinito de subirla de nuevo y aguardar la crueldad de los dioses que la harán rodar abajo justo antes de llegar a la cima, eternamente. Qué terrible castigo para un delito que el yoreme nunca comprenderá cuál fue pero está seguro cometió. La capa llena de manchas de hollín nos deja saber que este yoreme ha estado de fiesta por esta y muchas semanas santas. Sus tenábaris ahora están en reposo, al igual que su carrillera. Somos afortunados: el silencio que nos regala este Judío San Miguel nos ha permitido ser testigos del cruce efímero de tres existencias formidables. Hemos vislumbrado la coincidencia de tres seres en penitencia: el Judío errante en su paso por Mochicahui, transformado esta vez en máscara de cal; el yoreme pagando con su vida el haber solicitado, muchas veces atrás, fortuna a su disfraz de piel de Zapa, sin jamás recibir nada; y Arturo, castigado a pagar, como Prometeo sinaloense, el atrevimiento de entregarnos a los simples mortales el registro de ese y otros encuentros con el misterio.

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