DAVID BOWIE
DAVID BOWIE
INTRODUCCIÓN
g
ial con amigo George Underwood resultó en una lesión ocular grave y una pupila dilatada de forma permanente.David Robert Jones, más conocido por su nombre artístico David Bowie, nació 08 de enero 1947 en Brixton de Londres en una familia de clase trabajadora, donde su madre trabajaba en una sala de cine y su padre trabajaba para el Dr. Barando de la caridad de los niños del Reino Unido. Influenciado desde muy joven por la música de Elvis Presley y Chuck Berry. En la escuela superior que comenzó a estudiar en serio la música. Una lucha colegial con amigo George Underwood resultó en una lesión ocular grave y una pupila dilatada de forma permanente.David Robert Jones, más conocido por su nombre artístico David Bowie, nació 08 de enero 1947 en Brixton de Londres en una familia de clase trabajadora, donde su madre trabajaba en una sala de cine y su padre trabajaba para el Dr. Barando de la caridad de los niños del Reino Unido. Influenciado desde muy joven por la música de Elvis Presley y Chuck Berry. En la escuela superior que comenzó a estudiar en serio la música. Una lucha colegial con amigo George Underwood resultó en una lesión ocular grave y una pupila dilatada de forma permanente. Bowie, nació 08 de enero 1947 en Brixton de Londres en una familia de clase trabajadora, donde su madre trabajaba en una sala de cine y su padre trabajaba para el Dr. Barando de la caridad de los niños del Reino Unido. Influenciado desde muy joven por la música de Elvis Presley y Chuck Berry. En la escuela superior que comenzó a estudiar en serio la música. Una lucha cole
DAVID ROBERT JONES The man before the star
DAVID BOWIE
The man who sold the world
I HOPE I MAKE IT FOR MY OWN N o dejan de ser curiosas, por imprevistas, las ocasiones que dada su vestimenta trágica empujan al ser humano a moverse en una u otra dirección, casi siempre para liberarle de cierta inacción y frustrante pasividad. Tal es el caso que me ocurre con motivo del fallecimiento hace pocas fechas de David Bowie, uno de los más grandes creadores del arte popular de los últimos 50 años. Resulta así de justo reconocimiento pronunciarlo y, si se me permite el retraso en los fastos fúnebres, añadir mis humildes comentarios al justificado corifeo que otras muchas voces más autorizadas ya hayan expresado sobre la figura del gran artista inglés. Y de tal manera, y volviendo al acicate que supuso su desaparición (aunque suene un poco a rechifla), agradecerle a los hados la triste noticia aparecida en toda la prensa mundial el pasado 9 de enero para sacarme del abotargamiento que ese final electoral del año 2015 hizo de mí su prisionero. Creo que muchos de los humanos de mi generación llegamos a
David Bowie como antes, cuando en nuestra más primera infancia aparcamos nuestros labios en el seno materno, de la forma más natural posible. Se abrían entonces, a finales de la mágica década de los 60, un crisol de nuevas y espectaculares posibilidades musicales que, casi sin quererlo, nos llevaron a abrazar el post-fogonazo Beatles-Rolling Stones con más espontaneidad si cabe que la que ocurría pocos años antes con esos padres mayores. Ya preparados poco tiempo antes por los arrullos de Liverpool y Dartford, la propuesta de Bowie no nos pilló tan de sorpresa, aunque no significara ello que no dejara de asombrarnos gratamente. Desde aquellos momentos (tan lejanos ya en la memoria como agradables de rememorar sin embargo), mi relación con Bowie no dejó de crecer aunque, justo es reconocerlo, no lo hizo de una forma uniforme ni constante en cuanto a intensidad y seguimiento de su obra. Bowie era el típico artista que figuraba entonces cerca de la cabecera de mis gustos musicales (la tonadilla de su “Space Oddity” sonaba más en mi cabeza que en las magníficas emisoras radiofónicas de la época) pero, sin embargo, no tenía en mi inicial colección discográfica ningún trabajo del artista londinense. Tuvieron que pasar bastantes años, en 1977 concretamente, hasta que adquiriera mi primera obra de David Bowie, su “El Hombre Que Vendió El Mundo” (así titulado en castellano), que la RCA editó en el mercado español 6 (¡!) largos años después desde la publicación original del disco en Inglaterra (lo cual no deja de dar cierto pábulo quizás a aquellas opinio-
nes que hablaban de la más tardía aceptación de la obra “post- Space Oddity” de Bowie en nuestro país). Es éste “El Hombre Que Vendió El Mundo” (me niego a ponerlo en su lengua original por mor de hacer un pequeño homenaje a una época ingrata en que la gran mayoría de los discos extranjeros se vendían con las traducciones en castellano [algunas horribles por cierto]) el album que supuso la puesta de largo de David Bowie en mi colección discográfica. Un album primero de Bowie, ciento de veces escuchado que, he de decirlo aun con arribos de no parecer objetivo, siempre permanecerá en el podium olímpico de mis preferencias bowianas. Y además, para mayor escarnio del posible coleccionista comprador, cuenta también con la portada “fea”, nada que ver el personaje en
blanco y negro de Ziggy Stardust en cuestión con la imagen andrógina que diseñara Michael Fish para la cubierta inglesa de 1971. “El Hombre Que Vendió El Mundo” es, así de sencillo, el mejor disco de rock de David Bowie. La banda que le acompaña, Mick Ronson a la guitarra, Mick “Woody” Woodmansey a la bateria (ambos provenientes del grupo The Rats, del que existe un magnífico album disponible, “The Rise And Fall Of Bernie Cripplestone And The Rats From Hull”, absolutamente recomendable [Get Back Records, 2002]), Tony Visconti al bajo y piano y Ralph Mace al sintetizador (prestado para la grabación por George Harrison) forman, antes de ser conocidos junto al posterior bajista Trevor Bolder como The Spiders of Mars, una agrupación de formidable consistencia roquera. Su acercamiento al primer hard-rock y heavy metal de la época, muy en la línea de los trabajos de entonces de Led Zeppelin y Black Sabbath, se realiza de una forma connatural con el género, sin desentonar en ningún momento con ese sonido sólido y consolidado por los riffs rigurosos y bellamente expansivos de fuzz
de Mick Ronson, casi taladrados con pedernal en el propio esqueleto de su guitarra. La base rítmica de “Woody” y el propio Visconti (también productor del disco) afianzan las aristas y los rasgos roqueros de la grabación. El moog de Ralph Mace (músico de arraigada formación clásica) sobrevuela los surcos para colorear con sus bucles los numerosos cambios que se producen en los acordes mayores y menores de los temas. La voz de Bowie suena tan clara y convincente como lo hiciera en sus anteriores dos grabaciones, y como lo hará durante toda su larga carrera artística. La lírica de los textos se acopla perfectamente a la crudeza del sonido, siendo esta coincidencia uno de los reclamos mejor conseguidos del disco. La experiencia sexual, más o menos desviada de “The Width Of A Circle” (Bowie entonces interesado comercialmente en potenciar su figura andrógina) o convencional (pero tremendamente poética) de “She Shook Me Cold” ); la locura de “All The Madmen” con su misterioso estribillo final en francés (“...ouvre la chien, ouvre le chien...”); las meras líneas del entonces primitivo hard-rock en “Black Country Rock”, y que algunos (opinión que me cuesta compartir) quieren asimilar con una especie de ejemplo proto-gótico; la vida incomprendida también en la juventud de la maravillosa balada “After All” (...”live till you rebirth and do what you will...”) cierran la cara A del disco. La cara B comienza con el conocido “efecto Estocolmo” que acoge la lírica del “Running Gun Blues” y su supuesta crítica a la guerra de Viet-Nam (...”I slash them cold, I kill them dead / ...but I´ll sleep out again tonight...”); la paranoia de un omnipotente ordenador destruc-
tivo planea en “Saviour Machine” mientras unos párrafos de premeditada confusión abren la puerta a una interpretación de dioses arcanos (...”I never lost control / You´re face to face / With the man who sold the world”) en “The Man Who Sold The World”. Finaliza el disco (y permítanme una licencia intelectual que me acompaña (no sé porqué) siempre que lo escucho, esa frase de Nietzsche del “protestantismo como religión que hiela el alma de los hombres...”) con “The Supermen” (...”The Supermen would walk in file / Guardians of a loveless isle / And gloomy browed with superfear their tragic endless lives”). oncluyo (para los que aun queden leyendo) con una opinión sobre “el personaje David Bowie”. Lo he seguido desde sus orígenes de Davie (si, sin la d) Jones & The King-Bees hasta la publicación en 1984 de “Tonight”, a partir de entonces prescindí de seguir su carrera artística. Me pareció en ese momento que su personaje de alguna manera había fagocitado al autor, hasta tal extremo de pensar que Bowie no era más que una marca de moda que luchaba denodadamente por no quedarse atrás, fuera del mercado. Posiblemente me perdí algunas publicaciones posteriores a esa fecha que quizás hayan merecido la pena, lo ignoro pero, si así fuera, no me arrepiento de mi decisión de entonces. Agradezco, también, su papel imprescindible en la recuperación de Iggy Pop y The Stooges y, sobre todo, las nuevas y brillantes puertas que abrió al rock en un feliz momento de consolidación de este género musical, ya arte sin paliativos gracias, entre otras cosas, a su aportación. Corresponderé con mi inquebrantable y eterna fidelidad a David Robert Jones por ello.