junio 2014, playa del carmen, q.roo no.4
DIRECTORIO Consejo Editorial: Carlos Underwood / María Morote • Diseño: Jorge A. Muñoz Manzo
· Editorial 5 · Recuerdos de mi tío galaxia y un piso frío / Mariana Constantino 6 · Ensayo sobre la muerte / Ángel Augusto Uicab 8 · Superficies de placer o las virtudes del porno hogareño / Celeste Diéguez
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· Tres fotografías de hombres lisiados / Jairo Sánchez 10 · Postporno: cuando el cuerpo se convierte en herramienta política / Letto Belquia · Caquita mils / Rurru Mipanochia
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· City Bell / Francisco Magallanes 19 · Enamorado / Salvador S. Munguía 20 · Elefantes / Daniel Elías Hernández 22 · Sexo: placer o condena / Othón Canales 23 · Entrevista / Raúl Ortega 24 CIRROSISREVISTA @REVISTACIRROS revistacirroris@hotmail.com
MARIANA CONSTANTINO
Fichas
(Ciudad de México, 1987) Defeña incluso en contra de su voluntad. Estudió periodismo en la UNAM pero prefirió el oficio de no ver noticias y ser bravucona de dos pesitos full time. Con frecuencia se come sus palabras. marbbit.blogspot.com @esalamarbbit
ÁNGEL AUGUSTO UICAB
(Yaxcopoil, Umán, Yucatán, 1988) Reside en Playa del Carmen. Estudiante de la Red de Educación Artística en Línea (Redalicy) de la escuela de escritores Leopoldo Peniche Vallado de Yucatán. Angel Augusto uc_aire@hotmail.com
JAIRO SÁNCHEZ
(Michoacán, 1990) jairoetc@hotmail.com Jairo Etc
CELESTE DIÉGUEZ
(Buenos Aires, Argentina, 1979) Publicó La capital (Ediciones Vox, 2012) y La enfermedad de las niñas, (Club Hem Editores, 2013). Participó en las antologías El último día de verano (Club Hem Editores y Pixel Edito-
ra, 2012) y Poesía de hoy y de siempre (Eloísa Cartonera, 2014), entre otras. celestedieguez.blogspot.com Celeste Dieguez
LETTO BELQUIA LETICIA IGNACIO
(Ciudad de México) Artista independiente. Desde hace siete años se dedica al teatro sensorial. Amante de la música de nacimiento, toca el bajo y compone y escribe sobre ella en diferentes medios. Catadora de mangos, kiwies y chocolates amargos. Letto Belquia
RURRU MIPANOCHIA
(Ciudad de México, 1989) Es una niña, niño cosa. Egresada de la Escuela Nacional de Artes Plásticas (UNAM), vive en México, DF. en un lugar muy lejano, cerca del bosque. En ocasiones se traviste de mujer, pero casi siempre es quimera. rurru.jimdo.com Rurru Mipanochia
DANIEL ELÍAS HERNÁNDEZ
sabishii_2@hotmail.com
SALVADOR S. MUNGUÍA
(Morelia, Michoacán, 1980) Licenciado en Derecho. Ha colaborado para el periódico Cambio de Michoacán y para el periódico El Financiero. Escribe habitualmente en la revista Revés. Actualmente conduce el programa de radio Los Clásicos del Rock. No ha terminado de escribir su primera novela. cannibaltwist.blogspot.com @chavamunguias
OTHÓN CANALES
(Ciudad de México, 1984) Vive en la Ciudad de México y estudió Mercadotecnia en la Universidad de las Américas de Puebla. Vive en mundos creados a base de letras y no se cansa de buscar diferentes formas para modificar y enriquecer esos mundos. Othon Canales othon.canalesan@gmail.com
FRANCISCO MAGALLANES
(La Plata, Argentina, 1981) Comunicación Social en la Universidad Nacional de La Plata. Publicó el libro de cuentos Los impuntuales (Club Hem Editorxs, 2013) y en varias antologías. Es editor en Club Hem Editor-
Impresa en 1Sur, Mza. 227, Col. Ejidal, C.P. 77710, Playa del Carmen, Quintana Roo, México. Revista de literatura y arte. Los textos publicados son responsabilidad del lector. Registro en trámite. Playa del Carmen, Quintana Roo, México. revistacirrosis@hotmail.com
ÍNDICE
xs, cooperativa “sin ningún filtro editorial”, y Malisia Ediciones. Club Hem Editores
RAÚL ORTEGA
(La Habana, Cuba, 1960) Llegó a DF en 1995 donde consigue su primer trabajo como columnista mensual para Playboy. Desde entonces ha publicado Fuácata (Terracota, 2012), Tu desnudez en el aliento (2013, Ediciones B) y La vida es de mentira (Ediciones B, 2014), entre otros. raulortegaalfonso.blogspot.mx
MÓNICA INGLÉS
(Poza Rica, Veracruz, 1976) En el 2009 decidió retomar un sueño, la fotografía. Estudió en la Escuela Activa de Fotografía y a partir del 2011 se dedica a la fotografía de espectáculos. Actualmente está explorando en el área de la fotografía documental. @MonicaIngles flickr.com/people/inglesmonica Mónica Inglés
C
ondenan a tres policías británicos por ver porno mientras un prisionero moría en la celda contigua, Juego de tronos tendrá su versión porno gay, Cómo proteger a tus hijos del porno y la violencia en internet, Los fans del porno tienen sus favoritos del mundial, Beneficios del porno, más allá de la ciencia. Estos son sólo algunos de los ejemplos de noticias que se han generado el día de hoy. El porno lo invade todo. En boca de obsesos y reprimidos, de intelectuales y freaks, de moralistas y de tu vecina. El caso es que nos fascina desde que escuchábamos a nuestros padres en el cuarto de al lado o nos escondíamos para ver la Playboy. El porno es un tema fácil, sacar conclusiones sobre lo que significa no lo es tanto. Era de esperar que el número se llenara de textos buenos y así ha sido, pero ¿en qué estaban pensando cuándo se pusieron a escribir sobre porno? “Una orgía real nunca excita tanto como un libro pornográfico”, decía Huxley. En primer lugar, los colaboradores de este número no han sido tan cochinos como pensábamos. Nos priva el mete-saca, la falditas cortas, nuestro maestro de escuela pero a la hora de escribir las carnes quedan en un segundo plano, después de las perversiones, la denuncia y, sorprendentemente, del amor. ¿Son cosas distintas lo pornográfico y lo erótico? Lo que parece claro es que estamos hasta los cojones de qué nos digan a quién tenemos que follarnos o si tenemos que sentirnos puta, amante o marido. Sobrinas, muertos, adulterio, prostitución, curas o exhibicionismo. A todas estas cosas les ha sonado a los escritores y artistas el tema que propusimos y todas las encontrarán en las próximas líneas. Se ha hablado de la pornografía o el sexo hasta la saciedad pero sigue creándose o produciéndose material increíble a raudales. Todas las artes quedan satisfechas cuando se habla de vicio y oscuridad. Un estudioso contemporáneo de la cultura popular llamado Damon Brown dice en su libro Porn and Pong “si inventamos una máquina, la primera cosa que vamos a hacer con ella, tras conseguir beneficio económico, es usarla para ver porno”. El porno es un lugar común donde todos acudimos de manera mecánica, nos reconocemos y nos reímos de lo que durante siglos nos ha hecho escondernos para ponernos a cuatro patas y aullar como un perro o bajarle las bragas a nuestra prima.
Mariana Constantino Tenía seis años y me gustaba ver a mi tío jalándosela. Su silueta se recortaba con el brillo azulino del televisor. Durante años he tratado de recordar qué programa veía pero tengo mi memoria hecha un desmadre, como habitación de morro de secundaria: las pláticas con mis amigas sobre los orgasmos que no teníamos están debajo de la cama, junto a los converse sucios y unas tangas que nunca guardé en el cajón; mis idas a la playa, los juegos con mis primos, mis cenas con pan y leche en el verano son como pósters de Jackie Chan adheridos al recuerdo. He tratado de escombrar pero por ningún lado está la voz o una imagen que me diga qué veía mi tío en la televisión. Yo iba en primero de primaria y en mi salón entró una niña de once años que se llamaba Viridiana. No entendía por qué había reprobado tantas veces si era muy inteligente, me hacía reír mucho y además me regalaba sus calcomanías repetidas del álbum de Dragon Ball que las dos estábamos llenando. Viridiana me dijo un día que si me movía de atrás para adelante en el pupitre iba a sentir rico en la vajilla. ¿Nunca te has visto la vajilla en un espejo? ¿Nunca te ha tocado tu papá la vajilla?, me preguntaba tan simple como un de qué es tu sándwich hoy. Le hice caso una vez, no en el pupitre sino en la silla del comedor mientras cuchareaba mi sopa de fideo con espinacas. Y sí. Sí me gustó. Pero lo que a mí más gustaba era ver a mi tío Chava jalándosela. Vivía con nosotros porque acababa de terminar su matrimonio de siete años y el divorcio lo había dejado sin casa, con poco dinero y las ganas ahogadas en el jacuzzi que recién había instalado en el baño de la habitación que compartía con Caro, su ahora ex esposa. Mi madre vio en él una niñera en potencia así que pactaron que se quedaría en casa a cambio de ir por mí a la escuela y cuidarme el resto de la tarde. Viridiana empezó a tomar distancia conmigo porque Óscar, el gordito de quinto, le pareció más interesante que yo. Óscar tenía pene y junto con otros niños de su salón habían creado un club de déjamequetelagarre. A la hora del recreo se juntaban bajo la escalera del salón de lectura y por turnos los niños se bajaban el pantalón y las niñas se subían el jumper. Entonces se dejaban acariciar los labios, el pene, las piernas tersas, suavecitas de niños precoces de primaria. Yo no podía hacer eso porque mi madre siempre me decía que ahí nadie me debe tocar, aunque yo quería que mi tío Chava me tocara. Prepucio, güevos, circuncisión, eyancular; sí, eyancular con “n”. Todo eso lo aprendí con Viri, que me daba un informe detallado de las actividades del club. Mi tío me acostaba a las ocho, pero a veces yo no tenía sueño. Una de esas veces bajé para ver la tele con él y me di cuenta de que su pantalón estaba en el suelo. No se lo había quitado pero estaba en el
a i x a s l o a o d g í r r o e f í u t c o i s e i R de m n p u y [6]
suelo. Me quedé a mirar en silencio. Entonces lo vi. Vi ese pedazo cilíndrico de carne endurecida. Me pregunté si tendría circuncisión, si era rosada como la de Óscar, si él tampoco dejaba que nadie le tocara ahí. Estuve atenta, fascinada con el vaivén de su mano y la luz azulina del televisor que convertía su pene en un ente galáctico, mi tío acariciaba su falo del espacio, su verga astronauta sin gravedad. Miré mis manitas y me pregunté cuánto abarcaría una de mis palmas y de repente: el chorro, ese que Viridiana me dijo que embaraza a las mamás. Cuando le conté a Viri me sugirió que no le dijera a mi mamá. Que si quería seguir viéndolo no le dijera nada de nada a mi mamá, como no le había dicho lo del club ni lo del pupitre ni lo de mi padre apretándole las nalgas a Ofe, la mejor amiga de mi mamá, en su fiesta de aniversario. Me tenía que callar. Prohibido que me toquen. Prohibido hablar. Prohibido ver. Prohibido despertar, rozar, menear. Empecé a bajar a la sala todos los días después de que mi tío Chava me preparaba para dormir. Me daba tristeza que no tuviera hijos, porque hubiera sido un buen papá. Chava me metía al baño, me quitaba la blusa y la doblaba en un cuadrado perfecto que colocaba sobre el retrete, se salía antes de que me quitara los chones pero me dejaba el agua caliente y mi toalla en la repisa bajita para que la pudiera agarrar. Me secaba el pelo con sus dedos delgados y sin pellejitos, como los que tenía papá. Sacaba mi pijama del cajón y me embadurnaba crema en los muslos, los tobillos, los hombros, me ponía el pijama y se bajaba. Luego yo bajaba. Él se bajaba el cierre y subía el volumen del televisor. Bajaba su prepucio. Lo subía. Recuerdo también mis piecitos descalzos en el piso frío y a él sudando, lleno de calor. Me encantaba ver a mi tío Chava jalándosela pero no siempre era así. Algunas veces lo encontraba leyendo algo de Cioran, Wittgenstein, Zola o preparando la cena para mi mamá con la sudadera remangada para no ensuciarse con la salsa de la lasaña que le enseñó a hacer Caro. A veces también miré sus brazos largos y sus manos suaves sosteniendo mis libros y metiéndolos a mi mochila para que yo no tuviera prisa por la mañana. Yo no recuerdo qué veía mi tío por la televisión, pero recuerdo que un miércoles se hacía tarde y en la escuela todavía no llegaban por mí. Después de un tiempo eterno llegó mi mamá en el New Yorker de papá. Cuando entré a la casa mi mamá me abrazó y empezó a soltarme en la cabeza tremendos lagrimones que me hicieron sentir miedo de que le hubiera pasado algo a mi tío niñera. Él bajó la escalera con la nariz sangrando y el pómulo hinchado. Se fue. Mi mamá no lo dejó despedirse de mí. La cabrona Viridiana le había contado a su mamá que mi tío se masturbaba frente a mí; se lo contaron a mi madre, mi madre a mi papá. Mi papá le metió unos chingadazos a mi tío, a mi tío Chava que ni enterado estaba que su sobrinita lo espiaba, que veía su puño rabioso ir y venir sobre el riel de carne hasta ver brillar la espuma blanquecina con la luz del televisor. Mi tío esperma, mi tío galaxia, astronauta, vía láctea.
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Ángel Augusto Uicab
Ensayo sobre la muerte Uno puede morir a la hora que sea, en el lugar que se le antoje, cómo se le dé la puta gana. Se puede morir al mediodía mientras enumeras con el dedo las caprichosas formas de las nubes: un borrego, un perro, una sirena, un rostro, un barco gigante que navega hacia el horizonte y se pierde entre enormes islas de algodón. Y se muere ahí, tendido sobre el pasto, con las piernas cruzadas, los brazos extendidos y los ojos abiertos, espejos de nubes. En la madrugada a la 1:36, también se puede morir. Despiertas con un tremendo vacío en el estómago, bajas las escaleras con dirección a la cocina, abres el refrigerador, metes las manotas en el pastel y te llevas un trozo a la boca manchándote de merengue. De repente las ganas de morir se apoderan de ti, caes dentro del refrigerador abierto, con la cara dentro del pastel, el azul del merengue en el cabello, la bata de dormir levantada y el culo al aire. Supe de alguien que murió en la tarde. Era un señor que sentado en la banca de su jardín contemplaba el lento andar de una tortuga. Con su reloj de pulsera tomaba el tiempo que hacía la tortuga al desplazarse desde la fuente hasta el rosal, una distancia aproximadamente de 2.30 metros. Desesperado del tiempo más que la tortuga, el hombre pasaba la vista una y otra vez sobre el reloj para fijarse dónde apuntaban las manecillas. Movía las rodillas, aporreaba la punta de los pies contra el suelo, se rascaba la nariz, la cabeza, tamborileaba con sus dedos la barbilla, y reflexionaba sobre el tiempo: ¿qué es el tiempo? Todo y a la vez nada. El tiempo es pólvora que se consume, fuego que quema, agua que se evapora, arena que entierra. Manecillas, tijeras que cortan, manos de Cronos que te toman por los talones y te hacen caer. El tiempo. Ayer, hoy, mañana. Pasado, presente, futuro. Ayer hoy fue mañana, mañana hoy será ayer. Absorto en estas cavilaciones, el hombre simplemente decidió morir, con el tiempo encima como un
gran bulto sobre su espalda. En sus ojos el reflejo de su reloj de pulsera marcaba las 5:40, la tortuga era una roca más del rosal. Hubo un joven que se entregó a los brazos de la muerte en un parque. A eso de las seis de la tarde, cuando los niños corren de la mano de sus padres sujetando globos de colores. Cuando las risitas de felicidad de los niños se mezclan con el pregonar de los venteros, el rumor de las conversaciones de los adultos y el unísono grito de los pájaros que se levantan al vuelo desde los árboles y pueblan el cielo del atardecer. El joven se preparó para irse, puso toda su atención a un globo rojo que se le escapó a un pequeño que hacía las rabietas habituales de la infancia en el suelo, a los pies de su mamá. El globo rojo ascendía, más y más alto, cruzando los postes y la copa de los árboles, abriéndose paso con cuidado entre los negros pájaros. El globo rojo se asió del pico de un pájaro, el pájaro subió con el globo, alto y más alto, hasta las nubes bañadas de sangre por el sol del horizonte en un bello atardecer. Cuando el joven escapó del hechizo del globo se dio cuenta que yacía sobre el pavimento y un líquido rojo brotaba de su cabeza y de su boca. Miró sus manos y sus ropas manchadas del mismo color del globo, de la sustancia roja que se le desprendía del cuerpo a borbotones. Dirigió la mirada al cielo buscando al pájaro negro que llevaba el globo pero no pudo ver más que manchas oscuras, el cielo púrpura y nubes rojizas con ligeros pincelazos de oro. Entonces supo que el pájaro era él y que el globo se le había reventado en las manos. El llanto del niño retumbaba en sus oídos, fue lo último que escuchó y se dejó morir. Está también el hombre que decidió morir en forma de péndulo. Ató una cuerda a la rama de un árbol, en el otro extremo de la cuerda hizo un nudo corredizo, se subió a una silla, metió la cabeza al espacio del nudo corredizo y saltó de la silla aventándose a las fauces de la muerte. La cuerda se tensó sujetando un
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cuerpo que se retorcía en pataletas y espasmos. El hombre sintió las sienes reventar, los ojos salirse de las orbitas -del cuenco a donde pertenecen de hecho-, el aire comenzó a faltarle, la cabeza era una bomba de tiempo a punto de estallar. La vida le pasó por los ojos como el cortometraje más minúsculo. El cuerpo del hombre dejó de mostrar vida, los pantalones mostraban manchas de orina y excremento, babas y lágrimas le caían del rostro como cascadas cristalinas. El cuerpo suspendido se mecía lentamente en movimientos circulares, primero acorde a cómo se mueven las manecillas del reloj y luego al contrario, a voluntad de la cuerda. Un péndulo humano que oscilaba entre la vida y la muerte, que decidió situarse en el plano de la segunda, el plano de la muerte. Se puede morir en una noche calurosa de abril. Una noche de abril yucateca, calurosa hasta la madre. Se despoja de toda la ropa, completamente desnudo, meciendo la hamaca para espantar el calor. Desnudo, repito, con las bolas y el pito en todo su esplendor, a pelo suelto, con la luz plateada de la luna entrando por la ventana. Muriendo a la par que se termina de leer el último capítulo del libro de turno: “Endimión murió mirando el pálido rostro de la luna, los rayos plateados le acariciaban el rostro, un calor le quemaba el pecho, luego fue frío. La oscuridad le arrebataba la luz de los ojos, el silencio se comía su último suspiro: ¡Oh, Selene!”. Y se muere con el aire nocturno refrescando el ambiente, meciendo la hamaca. El libro sobre el pecho, un sudor frío recorriendo el cuerpo, los ojos fijos en la luna, la luna acariciándole el rostro con sus rayos plateados, y las bolas y el pito, como dije antes, en todo su esplendor. Así uno puede morir a la hora que quiera, en el lugar que se le antoje, como se le dé la puta gana. Tal vez cuando termine de escribir esto yo decida morir.
Superficies de placer o las virtudes del porno hogareño Celeste Diéguez
Una palabra penetra la boca sale de la boca moja una boca sale del otro la lengua lame el hueco lo oportuno del vacío el diseño del fruto erguido de la fruta abierta Lo intraducible del gesto en el vaivén de las piernas alzadas el gemido animal, el rugido la pose invertida el límite roto de lo rasgado el pelo sujetando lo asible de lo impropio friccionando todo lo que se eriza, se riza y se moja sometido a un sentido mayor Roturada y rotulada cada parte por la lengua por las cosas que cuelgan y se elevan de este mundo plano por todo lo que se extiende y deja que le hagan en la potencia de la sumisión su resistencia Con los dedos Con la boca Con la cadera Con la mirada del otro
Un pedazo de seda que sujeta sostiene la idea del otro sobre nosotros captada por la cámara en el ojo del culo el vestigio de la comisura lo sutra de la ciénaga el vuelto oscuro la piel que se rota se abre a sí misma para mostrarse El esquema de lo abierto De lo que se quiere lleno De lo que espera vaciarse Lo que se carga de sangre, lo que se inflama Lo que se ahueca, lo que se llena de leche Lo que se lame Lo que se traga El sonido de lo pedido Lo que se calla con besos Lo que se grita, lo prometido, el gasto El consumo, la sacudida del éxtasis Todo lo que se empuja contra superficies refractarias negándose o acatando; todo lo que se levanta del suelo lo que se expande Para poder ser en sí la necesidad. Para alojar en sí la diferencia. La retórica de lo que une desatando el código que balbucea Qué de lo otro es lo mío
Por la espalda el peso de lo dicho al oído deriva del ahogo embiste empujando hacia adentro saca afuera lo deseante contra la almohada lo suturado hacia la grieta el ramaje espeso del cuerpo arqueado se estremece en la intersección
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Tres fotografías de hombres lisiados Lo que sé arruina lo que deseo
Emil Cioran
Jairo Sánchez
I
Un hombre mira con regocijo las piernas de dos adolescentes en minifalda que pasan contoneándose frente a él. El hombre se relame los labios y de inmediato sufre una erección, pero recuerda que no tiene brazos y se lamenta al pensar en lo difícil que aún le resulta masturbarse con los pies.
II
Con agilidad brinqué el muro para verla y caminé presuroso hasta el lugar donde se encontraba sumergida en profundas ensoñaciones. Al llegar a su lecho, interrumpí su letargo y sin esperar su consentimiento me puse a besarla y a tocarla con desesperación. Cuando aquello me pareció insuficiente, la desnudé con apremio y la penetré con violencia. Ella no opuso resistencia en ningún momento y se dejó llevar sin decir una palabra, como si hubiese un acuerdo tácito entre nosotros. A los pocos minutos perdí la cabeza y comencé a gemir con fuerza, olvidando las precauciones que había considerado antes de pactar la cita. Cerca del clímax, vociferaba como un loco y mis embestidas se hicieron más impetuosas debido a su manera tan despreocupada de dejarse conducir a mi antojo sin objetar bajo ninguna circunstancia. Estaba por eyacular cuando escuché una voz ahogada a mis espaldas. Al girar para ver el rostro del impertinente, recibí un fuerte golpe en la cabeza que me desmayó al instante y me dejó incapacitado para defenderme. No sé cuánto tiempo estuve inconsciente, pero al despertar, aún sintiendo el golpe en la frente, me llevé [10]
una sorpresa al descubrir que me encontraba recostado sobre la cajuela de una camioneta, custodiado por dos hombres que me miraban con asco. Eran dos policías, habían sido llamados por el velador del panteón tras golpearme con una pala en la cabeza. Los uniformados dijeron que el señor les llamó alertándolos de que un “cabrón hijo de la chingada” había desenterrado a una difunta para hacerle cochinadas.
III
Siempre le ocurría algo extraño cuando miraba su cuerpo desnudo bajo la regadera. Sentía el acelerado palpitar de su corazón golpeando el esternón y sus venas se llenaban de fuego apenas. Entonces se llevaba la mano a la verga y comenzaba a masturbarse, alucinado, con el ímpetu del que lo hace por primera vez. Cerraba los ojos y en un santiamén se adentraba en los abigarrados parajes de la lujuria donde se recreaba, con un regocijo creciente, montando imaginarias obras lascivas en las que daba cauce a todo el fervor de su pasión. A veces clavaba la mirada en el techo y se perdía en las espirales de vapor expelidos por el agua, mientras su mano arreciaba los jaloneos, espoleada por la trepidante sucesión de imágenes obscenas que desfilaban en su cabeza. En dos minutos, el incesante fluir de la concupiscencia inundaba su razón y lo dejaba en un estado similar a la demencia. Fuera de sí, se masturbaba con furia, fantaseando con las señoras que rondaban su zona de trabajo. Le gustaba verse atrapado en medio de todas ellas lamiendo piernas, mordiendo pezones, chupando dedos de pies y hurgando dentro de sus vulvas mojadas con la lengua afilada y los dedos crispados. Se deleita-
ba tejiendo escenas en las que miraba a todas en cuclillas, desnudas, esperando jadeantes a que les metiera el pito y los huevos en la boca, hasta la garganta, y las hiciera vomitar con salvajes embestidas. Le gustaba imaginar que, mientras una le soltaba desesperados lengüetazos en el glande, otra sufría el rigor de su puño clavado en el ano, abierto en flor. Pero lo que más disfrutaba era fantasear teniendo sexo a media jornada laboral, ante la mirada voraz de niños, adultos y ancianos reunidos en torno al espectáculo, ávidos de verlo correrse en las caras, en las espaldas o en los senos de aquellas mujeres extenuadas y aturdidas por una serie apabullante de orgasmos demoledores. Y entonces se le aflojaban las extremidades, se tambaleaba como si recibiera un disparo y caía en un brevísimo estado de adormecimiento: llegaba al orgasmo. Eyaculaba, lanzando gemidos entrecortados, cuyos ecos se extinguían con el chapoteo ahogado de las gotas de semen cayendo sobre los montículos de espuma que se acumulaban alrededor de sus pies. Cuando terminaba de exprimirse, se quedaba mirando el líquido seminal formando una plasta pringosa entre sus dedos y la conciencia parecía despertar de su breve letargo. De pronto se desvanecía la excitación; las fantasías se le figuraban como monstruosas representaciones de una desviación interna cuyos síntomas requerían de un tratamiento urgente y una vergüenza de proporciones inabarcables le embargaba el alma, lo hacía sentir culpable. La culpa daba espacio a la autoaversión y ésta a la violencia. Se enterraba las uñas en el pene hasta que sus dedos se manchaban de sangre y la erección disminuía, apagada por el desgarramiento de la carne. Temía que llegara el día en que la necesidad de reprenderse desapareciera por completo, pues cada vez los deseos de masturbarse se hacían más grandes. Sentía asco de sí mismo, le parecía deleznable el hambre carnal que lo mantenía alerta en el trabajo, como un perro famélico, a la espera de una mujer cuyos atributos físicos constituyeran material de buena calidad para recrear escenas eróticas en la soledad del baño. Estaba desesperado; cada día le resultaba más difícil sofocar esa tormenta lúbrica que se desataba en sus adentros. Temía quedar sepultado bajo un alud de fantasías vergonzosas gestadas en la vulnerabilidad de la carne. No sabía qué hacer para evitar sentir-
se extraviado. Los tiempos en que solía respirar con ritmo pausado, susurrar cánticos monótonos o cavilar en torno a sus responsabilidades laborales hasta que el fuego interno se esfumaba estaban muy lejos. Todo era distinto, en los últimos meses los intentos por frenar el desbordamiento de sus pulsiones sexuales habían resultado infructíferos, lo cual daba origen a momentos en los que ni siquiera trataba de eludir las ganas por masturbarse y se dejaba llevar, resignado, al suave desfallecimiento del orgasmo. Siempre era lo mismo. Durante las últimas semanas trataba de esquivar el aturdimiento diciéndose que tal vez esa clase de pensamientos eran naturales en un hombre cuya condición requería un distanciamiento de las mujeres y por ende, de los placeres que la unión con una de ellas le reportaría. Pero la excusa no conseguía apaciguar el remordimiento, el cual se agrandaba cuando el tañido de las campanas resonaba en sus oídos como una violenta reprimenda. En esos instantes, el dolor en su entrepierna se volvía insoportable y la culpa se asentaba en su cabeza como una parvada de cuervos dispuestos a roerle el cerebro. Mirando su mano llena de sangre y semen, reflexionaba en torno al rol que desempeñaba en la sociedad y la ofuscación se apoderaba de él. Y así, mientras se vestía para el trabajo con el semblante apesadumbrado, reconocía su equivocación, creyéndose perdido. Al contemplar la sotana se daba cuenta de que, en efecto, esa clase de pensamientos estaban reservados para los hombres libres de juramentos sagrados, no para los hombres que rigen su vida por el celibato. No para los mensajeros del Señor. Presa de la aflicción, se ponía camino al altar, donde se plantaba nervioso, como si estuviera frente a la corte divina, a la espera de escuchar la condena a la que era merecedor por sus ominosos pecados. Pero también hacía esfuerzos sobrehumanos para contenerse, para no lanzar miradas a las piernas de las mujeres sentadas en la primera fila. Cada domingo durante la misa, los feligreses notaban el aspecto decaído del cura y cuando ésta finalizaba, las integrantes del Manto Sagrado se acercaban a él, curiosas, atacándolo con preguntas referentes a su estado de salud. Pero él las miraba compasivo, las tomaba de las manos, y con tono amistoso, les pedía que no se preocuparan, que todo estaba bien. [11]
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en un mism o video. M iroslava To de este trab va ajo de casi cinco minu r es la autora que desde tos de dura hace poco “No hay p ción, más de tre videoarte s El postporn ornografía sin un co años traba p ostporno. o comparte ntexto lega ja Es ella la q este nuevo l que defin consumo y la concien con el movimiento ue me ade en m u punk un ci a los límites de lo q n cia de que d o , n tra a por ue es públi erto gusto buena par sentamos, camente vi po te de la bat es de noch lo menos para mí. sib alla política r el feísmo, una esté tica barata, le. Nos e se libra en , comienza antiel cuerpo” a platicarm su voz suave y deli cada e: Puedes co Beatriz Pre nocer a u ciado na socieda porno que d a partir consume. del z e “ U n n a cuerpo des m a e u n q u do siempre dad, por lo ías rto causa inco tanto se ce uia e hay d que no sopo o q u l q e modin B n u s a u r o p r r e , t a e o n . t s s U e p e s e a n l y par de teta L vaginas esc ra ón e tr c u i t l m a i r s n s o , e s a culos, n ndaliza. N raleza de lo algas, s tecla as rellenas d an con un e o a n l s e s to s n a le c s a u r t o e a t s s rpos. ¿Por la natutan podero Me gu anas de pelo i lo compen dondas y jug ía, no me qué? ¿por s a d s e q l g e l u a o r é e R m r n re a de desnu co co YouTube c nas, pe ce tan malo. gran parte d e puedo tedarse y pro sulta a l p n e n é u t o suró el prim vocar? argumento que es no me pare ienso en sex ombre porq trabajar y er video q fu s s e h P e u é q e c . a u u subí, el s e no están nudos a m enton los mejore si fuer l para desp us de conp a e s r m o e it c n id o t a a s de que se o n a l de ciencia trate de un s los desesas so cómo sería endo sexo an ue en mi st de nuevas o q i d e s o o d í v k cumental u s n c i ativo. No en la histo imag nteras damente. A gradezco lin e años nae m s e n e c io n r n ia i o a d a i c del arte no arte ¿Qué - de ge ner ses r mi día plá rno siempre hace un par ha habido nitales? ideo ti v n a o z y u e p x n e e posición kd da ant come a asidua de La pornog interes pé con el lin riente llama o r d o i r a d n fí i a s r e o es un reflejo má sum cont me t sa co dad funcio de cómo la s o de uí y por allá ubro e video no veo dicn a c a . s n P i e o s g r d á e je o p q m l e a p e m d g lo r ras, rubias , las catego ocien co os í E po s s r ? o a u o d s , s c n la E s r e ía i a ti o nas, asiátic s ad veg tod s es izar. maduras, as, pelirroja : nePornot o qué diablo porno junto penetradas, o g o d s r , d a te l a s e , flacas. T tu lis er as Por otro la odo se cla ns, s de pe rno, ¿p , vagin d o , s s ifi ie ca. m Postpo enes editada dados, falos pre hay un un subord g l á in o d s a o m d m , i o in s . S e a a e t n hace desde te y qu [12] ue y para una s, tanq visión tadore
satisfamasculina. El porno lésbico en realidad ellos viven ce una fantasía de ellos. Sin embargo, ros, en el escondidos del lente, ocultando sus rost enorme, anonimato absoluto, detrás de un falo ia gay es sólo son un pene. Incluso en la industr de placer igual. El falo representa el único dador ión fuera en la industria porno, como si la excitac adigmas, exclusiva de los genitales. Responde a par clásicos de esquemas tradicionales y estereotipos iedad. Es lo que es ser hombre y mujer en esta soc es dominaun modelo patriarcal donde la mujer lio espectro da y sumisa, tampoco muestra el amp men, la de sexualidad humana que existe. En resu una socieindustria pornográfica es un reflejo de nservadodad tradicionalista, machista y ultraco as. No se ra. Con sus fijaciones, tabúes y fantasí el espectro trata de ir en contra, sino de abrir más a una sexualidad diversa”. Hacer del cuerpo y el sexo un proceso creativo y político nue“Lo que trato de plasmar en mi trabajo son Hablar de vas estructuras de organización y placer. sexualidad economía, derechos humanos, género, Puedes exe identidad a partir de la pornografía. XXX. En plicar el mundo a partir de una película ba era hael video Pornotizar lo que me interesa pilación de blar de la lucha social, tenía una com y México videos de protestas en Chile, Argentina so de poque mezclé con imágenes porno. El abu o un réder, la dominación y someter a otro com es y falos gimen dictador reflejado en penetracion y género enormes. Considero que hablar de sexo so que una es hablar de estructuras de poder. Pien en tu vida acción política es algo que puedes hacer forma en diaria con tu cuerpo, tu sexualidad y la é de plascómo te relacionas con él. También trat sonoro ya mar la importancia del placer visual y de las fanque el porno se alimenta de los tabúes y porno pero tasías reprimidas. Todo el mundo ve r nuestra pocos hablan de ello. Me interesa aborda afrontar el sexualidad, hablar de ello libremente y bién por tema sin que signifique un problema. Tam uyente, sin ello decidí hacer mi propio porno incl mo tiempo maquillaje, diverso, más real y al mis incluir la lucha social”. ablanda. Esta no es una dictadura esta es una dict apre“Pero si es necesario vamos a tener que dicha frase tar la mano”. Augusto Pinochet esboza de arriba a mientras aprieta el puño y lo sacude resión de abajo. La imagen se loopea y da la imp
que el dictador se está ha ciendo una chaqueta. Es uno de los cuadros que Miroslava utiliz a para su video Pornotiza r. Es una mezcla de ironía y placer que convergen en una pieza de videoarte. Surge a pa rtir de la idea de los co nfl ictos armados y la represión en Amér ica Latina principalmen te y la propuesta de revolución-acción m ediante las sexualidade s disidentes. Las estrategias utilizadas po r el poder, el gobierno y las autoridades dominantes son un cla ro ejemplo de cómo fu nciona el porno convencional. Se trata de ironizar los regímenes op resores, pero también concientizar so bre estas dictaduras, no sólo en nuestro sistema político sino en nuestros propios cuerpo s, lo que se nos ha ensañado sobre cóm o debe ser nuestra sexu ali dad. Todas las imágenes que utilicé pa ra mi trabajo son de In ternet pero ahora también protagonizo m is videos para darle fra nqueza a mi discurso y accionar desde m i propio cuerpo y experie ncia”. Postporno o de cómo to dos podemos ser actore s porno en potencia y no saberlo A finales de la década de los ochenta comen zó un movimiento de mujeres que, insatisfechas de la porn ografía, comienza a tomar las riendas de una industria dominad a por hombres para hacer un trabajo do nde las chichis, genitales y el cuerpo en su totalidad mostrara su naturaleza intacta, no operados, con pelos, flácidos, grandes y con sus defectos. Se tra ta de empoderarse de los cuerpos y su sexualidad tal y com o son. Este movimiento, encabezado por la ex actriz porno Annie Sprinkle, propone confrontar la se xualidad aprendida, im puesta, rígida y políticamente correcta. Romper con el binomio hombre-mujer e ir más allá de las iden tidades como gay, lesbi an a, trans, intersexual, bisexual y las qu e se vayan sumando, ya sea a través de performance, pintura, vid eo e incluso música. Diana Torres, artista m adrileña multidisciplinar ia, activista, organizadora del festival La muestra marrana y au tora del libro Pornoterrorismo es más tajante: “Cualquier revolución qu e no contempla el femin ismo y las sexualidades disidente, no es revolución. Pienso que un verdadero cambio comienza al apropiarnos de nuestro cuerpo y ser libres de elegir. Basta con tener conciencia de que podemos hacer lo que nos venga en gana con nuestros cuerpo s sin ser por ello enfermos o delincuen tes. Las herramientas que ten go no sirven para matar pero son perfectamente útiles pa ra dar miedo y para ate rro riz ar a un sistema heteropatriarca l que se ha quedado co mpletamente desfasado (aunque nunc a fue justo). Mi carne, mi sangre, mi piel, mi reino. Donde yo mando, dond e yo decido. Mi cuerpo, mi cuerpo, m no i cuerpo. astella o o en c d Donde yo mando, ¡cabr a x c é li M ic ub ones!”. sido p parta) y en mo ha ala
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d. Tx terroris Porno ña (2011, E nes). io pa en Es urPlus Edic S (2013,
Caquita mils
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Condom
Rurru Mipanochia
piensa que el sexo debe ser concebido como algo que ciertamente es COTIDIANO y NATURAL, sin sentirnos avergonzados por nuestro cuerpo en su totalidad y más si éste no se apega a los estándares de belleza que se nos imponen. Somos muy gordos, muy flacos, cojos, mancos, con granos, con estrías y celulitis, con muchos pelos, ¿y qué? Nos gustan los travestis, meternos nopales por el ano, las personas amputadas, mearte encima, comerte la menstruación, ¿y qué?. En su serie Caquita mils, Rurru Mipanochia retoma figuras y elementos prehispánicos con el fin de representar algunos rituales de carácter sexual que nuestros antepasados hacían con fines cosmogónicos.
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Culebrita
Dreamy Loba
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Calaqui Besties forever
Juguetonas
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Gatita
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TlazoltĂŠotl
Francisco Magallanes Los sábados íbamos a cenar a City Bell. Nos resultaba más accesible que Palermo por la distancia y porque en Palermo hacía años que no quedaba nada que pareciera genuino. Cotillón, utilería para gringos y conchetos. City Bell era como una especie de Palermo hace unas décadas atrás; tranquilo, con menos reviente y más familias. Los sábados por la noche, bajo los pinares que bordeaban la calle 14 se respiraba una atmósfera, como de saudade brasilera de temporada baja. Cada restaurante o pub tenía su trío de músicos que entonaban algo de jazz and bossa, velas y lámparas que atenuaban la iluminación generando ambientes cálidos y tranquilos. Jamás teníamos que esperar para sentarnos, aunque estuvieran con la capacidad completa, siempre te encontraban un lugar, en City Bell uno todavía podía sentirse “cliente” con todas las letras. Tomábamos buenos vinos, de calidad. Julio siempre se destacó en la selección de botellas ejemplares. Había leído bastante sobre el tema y probado toda clase de vinos. Hacía un tiempo que yo prefería tomar cerveza, me caía más liviana, el vino me daba sueño, y me hacía sentir vieja. Una copa quizás si cenábamos lomo al roquefort o sorrentinos de cordero. Si comíamos pizza empezaba directamente con la cerveza artesanal hasta la hora del champagne. De las artesanales mi preferida era la Hermanos and Brother, una cerveza de la zona que tenía la mejor rubia que había probado en todo el mundo. Viajar era mi verdadera pasión y probar cervezas en cada lugar que conocía no era ningún sacrificio. No era lo único que probaba tampoco. A Julio no le gustaba que fumara marihuana, le parecía algo demodé, “boludeces de pendeja” decía como con asco. Él prefería la merca pero el corazón ya no se la permitía. Apenas terminábamos de cenar me iba al baño con el celular de Dios. Un vaporizador tamaño smartphone que te colocaba pero sin dejar rastros. Volvía relajada a la mesa y pensaba en el próximo viaje por el sudeste asiático y al rato, sin saber cuánto tiempo había pasado desde mi última palabra, lo veía a Julio sentado en frente con la mirada perdida en alguna pendeja hermosa. Porque las pendejas venían cada vez más hermosas y una va entendiendo que por más que te acomodes y hagas ejercicio, la piel hace la diferencia. La piel es la materialización de la juventud. A mí también me gustaba calentarme con pendejos; cada uno se hacía el desentendido y seguía en la suya, sin perder las sutilezas.
Era lo mejor que podíamos hacer cuando estábamos juntos, digo, cuando no hablábamos de cine, de literatura o de nuestros hijos. Cuando nos dejábamos llevar por la música del lugar, nos dábamos un respiro, a fin de cuentas no compartíamos tanto tiempo, salvo cuando dormíamos. Los dos insinuábamos un poco, nos poníamos cachondos, pedíamos el champagne y después salíamos a pasear tomados del brazo por la Cantilo, bien iluminada y limpia, bajo los álamos que sonaban con el viento. Sentíamos el amor aparecer sin avisar y sin preguntarnos cuánto duraría, simplemente lo disfrutábamos como un cuento de Carver. Más tarde, volver colocados y calientes en la camioneta, no tenía precio. Era un regalo de la vida. Entonces me sabía de memoria lo que venía, lo había vivido cada sábado desde que nos mudamos. Lo aceptaba casi con gusto, que me dijera algo lindo y me guiñara el ojo y entonces yo bajaba entre el volante y su cierre. Allí una vez más Rocky, siempre lo llamó así, me esperaba a medio cocer y yo lo desaparecía en mi boca y lo volvía grueso en un par de segundos. Latía. Se inflamaba y corcoveaba como un caballo entre mis dientes. Una vez que empezaba a rasparme la garganta me la sacaba y la miraba, potente, inflamada, la pija que más había chupado en toda mi vida. Era increíble que aun siguiera haciéndolo aunque fuera parte del “trato implícito.” Yo le chupaba la pija mientras él manejaba extasiado por el carril lento, no como cuando éramos jóvenes, y aceleraba a medida que crecía el placer que le daba mi boca. Ya nada era como antes. Una buena chupada me salvaba del embole que significaba coger con Julio. Cuando viajaba todo era diferente, como la primera vez en un bar de Ipanema, mientras tomaba una cerveza tirada y un carioca de treinta me miró. Se acercó y me preguntó algo en portugués mientras yo me hacía agua. No podía disimular la atracción hacia mis tetas y me relajé. Tomamos cerveza y comimos algo liviano. Terminamos en mi departamento y me cogió de todas las maneras. Me gustaba acordarme de todos los pendejos que me cogí alrededor del mundo mientras besaba a Rocky. Me calentaba tanto que cuando estábamos a un par de kilómetros de casa y había que acabar con el “trato” recordaba los dos rugbiers en Nueva Zelanda que me cogí hasta dejarlos tumbados. Automáticamente tragué sin pensarlo y enseguida la menta de un chicle se encargó de cualquier amargura. Me acomodé como pude el cabello y el maquillaje mientras tomábamos la colectora al country. En la garita de vigilancia nos saludó el guarda, un morocho grandote de esos que tanto en la Riviera Maya como en Estambul cuestan sus buenos dólares.
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Salvador S. Munguía
Enamorado Estaba enamorado de Amanda. Lo supe desde la primera vez que desperté a su lado. Aquella mañana el sol se reflejaba sobre las paredes blancas y sobre su oscura melena. La observé de pies a cabeza, estaba completamente desnuda; tenía la piel suave y lisa, pura y blanca; tenía una cintura muy fina, las caderas anchas y los senos pequeños; conservaba el calor indefinido que poseen los cuerpos jóvenes. Enfrente de mí había un espejo, busqué mis gafas, vi el reflejo de mi cuerpo desnudo, el tiempo cumplía su obra de destrucción. Había una calva que también brillaba con los rayos del sol, un mar de arrugas alrededor de mis ojos, una ridícula papada y una panza abultada. Aquello era desagradable, volteé la vista de inmediato, me recosté a un costado del cuerpo de Amanda, que dormía tranquila y respiraba con facilidad. Pensé en volver a penetrarla pero pronto descarté esa idea. Me sentía fatigado. La potencia viril disminuía de manera preocupante. Era un hombre que envejecía en picada, de mediocre valor genético. Acababa de cumplir 45 años. Acaricié su espalda, despertó y me dio un beso en la mejilla. -Quiero vivir contigo. Me haces muy feliz -le dije. Amanda se quedó callada, se dio la media vuelta y se volvió a quedar dormida. Después de los 40 años, el hombre debe de saber que tiene los días contados. El cuerpo sigue un proceso de rápida destrucción. Un cuarentón debe vivir el aquí y el ahora, porque luego viene la enfermedad, la invalidez y la muerte. Yo tenía, según los médicos, el tiempo contado, los doctores me daban un lapso de dos años para vivir dignamente. Mi corazón estaba haciéndose tan grande que no existía medicamento para detenerlo. Yo tenía la esperanza de vivir con Amanda hasta mis últimos días, los que fueran, tenía el deseo de intentarlo hasta el final. La quería. Ya suficiente tiempo había perdido con dos matrimonios fallidos. A pesar de que mi líbido disminuía, penetraba a Amanda todas las mañanas antes de irme a trabajar; la penetraba durante mucho tiempo, esperaba su orgasmo. Por las noches comencé a tener dificultades; tenía breves erecciones y para poderla penetrar, ella me chupaba con afecto y voluptuosidad. Para el Día del Amor y la Amistad hice una reservación en un lujoso hotel, cenamos y bebimos dos botellas de vino blanco. Nos desnudamos de prisa, enseguida nos metimos a la tina, nos acariciamos con dulzura primero. Después la besé con ansia y fuerza. A los dos el corazón nos latía muy deprisa, a ella por tener un corazón joven y excitado, a mí
porque el corazón me crecía como un estúpido mocetón. Le pedí que se volteara, paró el culo e intenté penetrarla. En un parpadeo la pija se me había vuelto un poco guanga, como las banderas a media asta. Amanda se salió de la tina y me dio la mano, la seguí hasta la cama, me recostó y se subió encima de mí. Sentí unos lametones en el glande que de nada sirvieron. El rostro de Amanda se ensombreció. Se bajó de la cama, se puso una bata y se terminó el resto de la botella de vino blanco. Pensativa, a los lejos, me observaba como cuando alguien ve fantasmas. −Deberías de tomar algo –dijo. Me sentí peor que un desgraciado. La culpa era del tiempo, guarda sórdidas bromas justo en el momento menos esperado. Por la mañana, volví a recordar lo que me había sugerido Amanda: “debería de tomar algo”. Me sentía turbado. Amanda sabía –no del todo- mis problemas del corazón. Sabía que las famosas pastillas azules las tenía prohibidas. Pero los hombres a lo largo de la historia, son responsables del deterioro evolutivo, mantienen un estúpido amor por el riesgo y el juego, por una grotesca irresponsabilidad y por una peligrosa vanidad. Desde luego es posible morir y pensar en la muerte, pero no estaba dispuesto aún a renunciar a los placeres humanos. Por eso tomé las pastillas, me importaban un carajo las consecuencias. Desde el primer día en que comencé a tomarlas las cosas dieron un brusco tremendo. La penetraba en las mañanas hasta que ella se corría. Faltando una hora para la comida me tomaba sólo la mitad, cuando llegaba a casa tenía el pene caliente, irrigado de sangre, la penetraba durísimo y me corría enseguida. Al finalizar el día me tomaba una viagra completa, me permitía hacerle el amor en todas las posiciones, incluso era capaz de provocarle violentas contracciones y orgasmos uno enseguida de otro. Para no perder condición, aumenté la dosis de medicamentos, pero pronto comencé a sufrir los efectos secundarios. Una noche, después de hacer el amor, mi corazón se desbocó tanto que daba la impresión de haberse vuelto loco, latía demasiado deprisa; de golpe comencé a sudar muchísimo. Amanda se acurrucó en mis brazos, me besó la calva, acarició mi cuello, me dio algo de beber. Enseguida dijo: −Tienes una panzota. No supe qué responder, ni tampoco qué pensar. A la mañana siguiente me inscribí en un gimnasio; más tarde, hice una cita con el nutriólogo. Así transcurrió un mes, aburrién-
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dome en el gimnasio y pasando hambres los días posteriores. Una mañana, mientras trotaba en la caminadora y la panza no bajaba ni un milímetro, pensé que lo mejor que podría hacer era recurrir al bisturí. Contaba con los recursos, no para detener el tiempo, sí para engañarlo. Por la tarde hice una cita con un médico cirujano. Me sometí a una rigurosa dieta antes de la operación. También firmé un papel para exonerar a los médicos sobre los riesgos que implicaba una operación para un enfermo del corazón como yo. Fue una operación complicada, con molestias posteriores, con una recuperación lenta y dolorosa. La recuperación duró cerca de seis semanas y, hasta entonces, pude tener sexo otra vez con Amanda. Por otro lado, me sentía satisfecho y feliz. Nunca en mi vida había tenido el abdomen plano. Para celebrar invité a Amanda a Los Cabos. Tuve que comprar ropa más ajustada y juvenil. Amanda estaba radiante como siempre. Llevaba faldas abiertas, blusitas transparentes y, por la noche, en la intimidad, usaba ligueros o un body abierto en la entrepierna. El buen tiempo de la playa mantenía de buen humor a Amanda. Su coño siempre estaba húmedo y hacíamos el amor más de dos veces al día. Una noche, antes de dormir, dijo lo siguiente: −¿Ahora dónde voy a recargar la cabeza? −¿Cómo que dónde, a qué te refieres? –pregunté sin entender nada. −A tu panza, obvio. Me gustaba, me parecía sexy. Ahora la tienes fláccida. No dije nada. Hubo un silencio triste. Después preguntó: −¿Nunca has pensado en usar peluquín? El injerto de cabello fue menos doloroso y más sencillo que el bypass. Aunque, para ser sincero, parecía que me habían injertado vellos púbicos. Tenía unos cabellos más oscuros que otros, algunos más lacios, otros ensortijados. Cuando me asomaba al espejo me sentía un diente de león, esa hierba que cura molestias estomacales y el gas intestinal, a la que le soplas y todos los cabellitos se los lleva la chingada. Amanda pasó por mí al salir de la clínica, cuando me vio frunció el ceño y no abrió el pico para nada. Era de pocas palabras, lo cual me parecía interesante. Las semanas siguientes corrieron con absoluta normalidad. Nuestra vida sexual seguía su curso. El placer es cosa de costumbre. Una mañana, después de terminar de hacer el amor, Amanda dijo lo siguiente: −Qué triste. Ya no te brilla la calva cuando entra el sol. −¿A qué te refieres? –pregunté alarmado. −A tu calva, las mañanas no serán las mismas sin el brillo de tu calva. No dije nada. Me quedé en silencio. En seguida agregó: −En lugar de haberte puesto cabellos, te hubieras operado la vista. Pareces topo. La operación de mi 4.7 de astigmatismo y de mi 3.5 de miopía fue un éxito. Se trató de una operación indolora, rápida y barata −comparada con las otras−. Y, a pesar de que el placer se apoya sobre todo en las sensaciones táctiles, especialmente en la excitación racional de zonas epidérmicas, yo no quería ser un ciego buscando a tientas el cuerpo de mi mujer. Duré con los ojos vendados un par de días. Cuando
Amanda me quitó las vendas, los ojos me ardían con dolor. Poco a poco me fui acostumbrando a la luz. Amanda mientras tanto, me guardaba una sorpresa, yacía completamente desnuda encima de la mesa. Antes de follarla, me tendió una pastilla azul y un vaso de agua. La tomé sin objetar. La pastilla hizo su efecto de inmediato. Tuve una erección de caballo. Amanda abrió las piernas, entreabrió los ojos en el momento en que la penetré, comencé a moverme dentro de ella; hice movimientos lentos y después más rápidos, lamí sus senos, sentí como se le endurecieron los pezones; Amanda gemía cada vez más fuerte, estaba muy húmeda, agradablemente salada; enseguida se montó encima de mí, me pidió que la nalgueara y le apretara el cuello; unos segundos después, Amanda lanzó un largo alarido de placer inaudito, se corrió despacio, con largos estremecimientos; me quedé quieto, seguía muy caliente, con el pene hinchado, dolorido, le pedí que se volteara; a gatas volví a penetrarla, las ondas de placer volvieron a aumentar, empecé a sentir contracciones en la garganta junto a un cosquilleo en el brazo izquierdo; mi corazón latía forzado, el cosquilleo fue incrementando hasta convertirse en dolor, pero nada importaba, no existe placer más intenso que conozca el ser humano que el sexual, la muerte no era prioridad en ese precioso instante; con fuerza, violencia y con movimientos rápidos cogía a Amanda contra mí, quería correrme y era todo, y si eso implicaba la muerte, qué más daba. De pronto, comencé a sentir la cabeza muy pesada, sentía mucho calor. Amanda daba intensos alaridos, se le estremecía el cuerpo de felicidad; ahora sí, había llegado el momento, estaba por venirme, nunca había experimentado tanto placer; la vista se me comenzó a nublar, el aliento me comenzó a faltar, sudaba a chorros; era el rumor de la muerte. Finalmente me corrí. Un escalofrío de éxtasis recorrió mi cuerpo, después se me volvió a nublar la vista y de nuevo me faltó el aliento. Los caballos que vivían dentro de mi corazón corrían desbocados. Caí desfallecido. Un ataque fulminante había terminado con mis últimos días de gloria. La desgracia se manifiesta justo cuando por fin se palpa la felicidad de cerca. Desperté de un ataque cardiaco una semana después, estaba entubado y aún convaleciente. Me sentía muy mareado y extremadamente cansado. Había llegado la hora, esa donde los placeres físicos quedan en el pasado para rendirle cuenta al dolor físico y, casi de inmediato, a la muerte. Tenía la parte izquierda paralizada casi por completo. Me costaba trabajo gesticular palabra alguna, con mucho trabajo pregunté por Amanda. Nadie sabía nada de ella. Para ser precisos nadie me había visitado una sola vez. Los días pasaban fríos y breves, pasaban tristemente. Una tarde, llegó un modesto florero, tenía un pequeño sobrecito. Había una carta dentro, escrita en computadora, decía: Al fondo del sobre hay un polvo, revuélvelo con agua y tómatelo. No sentirás nada. Será breve. P.D: Para mí, la calva nunca dejará de brillar. Buen viaje, cariño. Un beso.
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Elefantes
Daniel Elías Hernández Helena se detiene en uno de esos aparadores de gimnasio donde ofrecen spinning. Las mujeres sudan, una suda más que las otras. La señala sólo con la mirada. Una mirada simple, no es de desprecio. Me dice que la mujer es del tamaño de un elefante. Puede que sea cierto, y río, aunque instantáneamente tomo conciencia y creo que me hace falta humor, pero sobre todo es la moral la que detiene mi risa o no, realmente sigo riendo. Avanzamos. Helena dice que ha subido dos kilos. Yo no los noto, nunca noto los kilos ganados o perdidos. A menos que sea un caso excepcional, como el de la mujer del tamaño de un elefante. Creo que el temor más grande de Helena es ser una mujer del tamaño de un elefante. Le digo que se ve igual. Ella dice que no, que ahí están y presiona una parte de su abdomen. - Mira. Es la gordura absoluta. Yo incrédulo le digo entonces que baje de peso. - ¿Ves como si los notas? Anda, dime que sí he subido de peso. Dime que sí estoy gorda. Que sí hay dos kilos extra en esta panza -y vuelve hacer presión, tratando de descubrir una llantita. Ante eso le digo que dos kilos no son muchos. Y dudo, porque al parecer logra convencerme de que sí ha subido dos kilos. Helena se convence de que estoy convencido sobre su aumento de peso. Recapacito, pero ya no sé qué decir. Pienso que no sé nada de kilos, ni de gimnasios y mucho menos de mujeres del tamaño de un elefante. Las manos de Helena son blancas. Pálidas. Me gustan, aunque ella no es cuidadosa con sus manos. Sus uñas son cortas, sus dedos son como dedos huesudos de niño. Suele morderse la uñas. Es el contraste con los kilos. Manos descuidadas pero los kilos aumentados, qué pánico. Esta es la última vez que veré a Helena. Así que, a todo esto, me ha invitado a ver una película de zombis. En el camino hablamos de nuestro viaje de los hongos ya hace tiempo. Helena iba sola. Yo iba acompañado de Maite. Helena me recomendó no coger, era anti-espiritual. Al salir Helena de la covacha en la que nos encontrábamos, Maite y yo lo hicimos lo más rápido que pudimos. No nos desnudamos, hacía frío. Aunque no sé si fue rápido porque pudo durar una eternidad. La lona de fuera que se ondeaba con el viento hacía un ruido como de olas de mar. Olas fuertes chocando en las paredes de la covacha. Me vine dentro de Maite, algo aún más anti-espiritual. Maite durmió. Yo me disponía a buscar a Helena y antes de abrir la puerta de la covacha la escuché llorar. Fueron los hongos creo, aún escuchaba las falsas olas. Lloré en silencio. Aquel viaje, nos hermanó a los tres. A la mañana siguiente, en el desayuno, en un lugar boscoso, Helena se malviajó. Maite y yo nos asustamos, porque Helena decía que estaba cayendo en un abismo. ¿Un abismo? ¿Cómo sacarla? Yo estaba nervioso. Maite la abrazó y caminaron. Se perdieron entre los árboles. Ahora, al recordar el abismo, Helena me confiesa que esa noche, al escucharnos coger a Maite y a mí, no pudo evitar pensar en aquel polaco que conoció en Cancún. Creo que sí estaba enamorada. O sorprendida. La primera vez que lo hicieron fue en la alberca del hotel donde él estaba instalado. Fue instantáneo porque dos guardias del hotel terminaron corriéndolos a ambos. Esa noche vagaron. Luego él, el polaco, se quedaría los dos días que le restaban en la playa en la habitación de Helena en otro hotel. Ahí fue la sorpresa. Helena nada pudo ver en la alberca. En su habitación, al descubrir el pene del polaco, era enorme. Yo le digo a Helena que aquel pene era del tamaño de un elefante. Ella ríe. Al principio le dio miedo, luego nada. Helena admiraba ese gran pene, lo lamía, lo cierto es que nunca se cansó de lamerlo. Le dijo al polaco cuan hermoso era su pene enorme. Helena lo cuidaba, lo procuraba, lo hacía expulsar semen las veces que ella deseaba. La noche de los hongos, Helena lo recordó, todo fue penumbra. Entramos a la sala. Antes compramos, para meter de contrabando, una bolsa de cacahuates y dos coca-colas. La de Helena light, no vaya a ser que entonces sí engorde. Un hombre gordo se sienta al lado. Come hotdogs y bebe un vaso como de litro de refresco. El hombre sí es del tamaño de un elefante. Helena piensa que quizá toda esa masa oculta un pene diminuto, un pivote. Reímos. La respiración del hombre gordo es ronca, se hunde con el sonido de gritos que viene de la película que comienza. Pienso en Maite y en nuestro amor del tamaño de un elefante. Pienso en el Atlántico y su equivalencia al tamaño de cien mil elefantes. Le digo gorda a Helena y ella está satisfecha. Pienso también en que no sé nada de gordura, ni de elefantes, ni de abismos. En dos semanas Helena estará en París y le digo que me mande libros, que no quiero saber de polacos, ni de franceses y sus penes de elefante.
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Sexo: placer o condena Othón Canales
El sexo es algo que, hoy en día, ha perdido un gran valor sentimental, espiritual e inclusive ritual. El sexo actualmente es considerado como un medio para el placer y nada más. Pero lo importante aquí no es lo que las personas consideren del sexo sino lo que consideran sexo. Teniendo una conversación el otro día con un grupo de personas les pregunté que a qué edad habían perdido su virginidad. Las edades rondaban entre los 15 y los 18 años y las historias variaban entre un novio o amiga o una prostituta pagada por un grupo de amigos en el día de su cumpleaños. Sin embargo, había una edad que llamó la atención del grupo, una muchachita joven aseguró haber perdido su virginidad a los 12 años de edad, naturalmente esto despertó la curiosidad del grupo, quienes rápidamente le pedimos que nos diera un poco más de detalles sobre el acontecimiento. Ella procedió a contar una simple historia en la que había perdido su virginidad masturbándose con un video que le prestó una amiga. Esta historia causó una gran discusión en la mesa en la que los argumentos eran que no se podía perder la virginidad masturbándose, que se necesitaba tener relaciones para perderla. La discusión duró algunas horas hasta que finalmente se concluyó: debido a que el sexo es considerado meramente un objeto de placer, es posible perder la virginidad con un consolador, que es un objeto de placer. Al irme a mi casa reflexioné sobre la plática y la conclusión de la misma, lo que me hizo recordar la historia de mi compañero de cuarto en mis primeros tres semestres de carrera. Él era un chavo de Coyoacán que tenía mucho dinero y que había convencido a su papá de que lo mandara a estudiar fuera. Estudiaba para abogado, vivía enterrado en los libros y pagaba casi tres cuartos de la renta con una condición imperante y definitiva: no podía interferir con su cena romántica una vez por quincena. Yo accedí contento a la regla y vivía en una casa enorme. Al poco tiempo me surgió la curiosidad sobre el porqué de la extraña petición y procedí a realizar una investigación sobre lo que mi compañero de cuarto hacia durante esas noches que él había definido como intocables e imperturbables y en las cuales yo tenía que buscar un lugar para dormir. La dinámica empezaba de la siguiente manera: mi compañero de cuarto, cuyo nombre no voy a mencionar, realizaba una llamada a una de las casas de citas más caras de la ciudad, procedía a describir la modelo que quería y le pedía a la operadora o la chica, quien tomara la llamada, que dijera un pequeño diálogo al responder por el interfón. Para asegurarse de que esto pasara, le ofrecía una compensación extra por realizarlo, por lo cual siempre aceptaban. Al llegar a la casa la dinámica era prácticamente la misma, lo que cambiaba era la modelo. A mi compañero le gustaba la variedad: las güeras, las castañas, las pelirrojas y hasta las albinas (una vez le grabé un video con una) pero siempre tetonas y nalgonas. No le importaba que fueran operadas. Ella tocaba el timbre y leía un papelito que decía: “Hola, se me descompuso el coche y es en el único timbre que me contestaron, ¿me podrías ayudar?”. A lo cual él contestaba: -Claro, pero pasa, este rumbo no es seguro para una mujer tan guapa como tú. Al abrir la puerta mi cuate, a quién llamaremos Yahuber, estaba vestido con unos pantalones de pijama, unas pantuflas de piel y una bata de seda color rojo o azul con garigoles dorados, al estilo Hugh Hefner en sus mejores años. No llevaba camisa y en el cuello llevaba puesto una mascada negra con sus iniciales bordadas en blanco en una esquina.
Para recibirla simplemente decía: -Dios debe estar muy contento con mi programa de donaciones porque un trofeo así no llega todos los días -ella normalmente sonreía pero pasaba directamente a la mesa, que había puesto con copas de champagne, y de la buena: Möet Chandon Brut Imperial, y dos charolas enormes, una con fresas cubiertas con chocolate y otra con un plátano completamente bañando en chocolate. Para la quinta copa de champagne, los dos estaban prácticamente desnudos y su “secretito” había hecho efecto, así que estaba duro como un mástil y tan alto como un rascacielos. Eso sí le tengo que reconocer al antisocial ese, tenía una verga kilométrica. Pero sin desviarnos del tema, en cuanto ella detectaba ese crecimiento tan evidente comenzaba a tomarlo y frotarlo como si fuera el último pedazo que carne que pudiera tocar en la faz de la tierra. Él rápidamente pedía que se lo chuparan y llevaba lenta pero determinadamente a la prostituta hacia su miembro. No pasaba mucho tiempo antes de que mi compañero acabara, sin embargo su secretito lo sacaba del apuro y al haber pagado por la noche entera, la muchacha se abría de piernas y le pedía a Yahuber que se lo metiera duro y como si fuera el último coño que jamás podría destrozar con su enorme y punzante pene. La situación pronto se tornaba un poco interesante. A Yahuber le fascinaba desayunar desde el sexo de una mujer y procedía a dilatar lo suficiente el ano para insertar el plátano cubierto de chocolate y comérselo de ahí mismo mientras le pedía a su prostituta, como él la llamaba, que se masturbara con un dildo de plástico transparente que guardaba para estas ocasiones. Una vez que ella llegaba al orgasmo y él se comía todo y me refiero a TODO el plátano, procedía a hacerle uno de los sexos anales más animales y carnales que haya yo visto. Recuerden que en este lugar ya lo conocían y la chica estaba advertida de los requerimientos del cliente y había aceptado a completar la rutina entera. Seguido del anal, él la ponía en el borde de la cama y se la cogía con todo lo que le quedaba hasta que acabara una vez más sobre sus tetas y su cara. Seguido a esto y con la verga aún en su máximo esplendor, pasaba a darle tres suculentos y siempre bien ruidosos orgasmos a “sus putas”, lo cual ellas agradecían enormemente. Una vez terminada la dinámica, generalmente cuatro o cinco de la mañana, Yahuber les pedía un taxi, las dejaba bañarse antes y las despedía dándoles un dinero extra por ser la mejor de su vida, lo cual le decía a todas pero todas se iban con una sonrisa enorme (y no precisamente por el sexo). Un día confronté a Yahuber y le pregunté por qué recurría a putas si podía ligarse a cualquier mujer que quisiera, a lo que él simplemente respondió: -Porque mañana yo voy a ser tu jefe -aunque en realidad era tan feo como pegarle a dios y hasta la fecha no he conocido a alguien tan antisocial e incapaz de establecer relaciones en cualquier lado fuera del trabajo que Yahuber. Es de aquí que nace mi reflexión inicial, ¿es acaso el sexo una salvación o una condena? Esa necesidad carnal por sentirnos dominantes pero a la vez deseados, de sentirnos satisfechos carnalmente hablando, sin importar a qué medios recurramos para lograrlo. Es por esto que hoy en día el sexo es un objeto, algo con lo que podemos negociar, intercambiar, regalar o inclusive forzar, con el objetivo último de satisfacernos.
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Teníamos ganas de entrevistar de una vez a Raúl Ortega (La Habana, 1960), amigo; vecino de Playa del Carmen, donde nos lo cruzamos camino a la playa; colaborador en el número 1 de la revista y hasta editor en alguna ocasión. Le dejamos explayarse porque como él nos dice, “los gritos son como las cucarachas, caben por cualquier rendija”, y no nos decepciona. El novelista y poeta escribe por y para la mujer y contra “el cubo de mierda” que le tira el mundo a diario. Cirrosis (C): ¿Cuándo y cómo fue que decidiste ser escritor? Raúl Ortega (RO): Nadie puede decidir que va a ser escritor. Es un proceso largo y misterioso como
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el de conquistar la imposibilidad de una mujer. Uno puede decidir convertirse en el mejor cirujano cardiovascular del mundo, y lograrlo, pero la creación no admite esas decisiones. No depende de lo racional. Quizás desde Baudelaire hasta Cioran ya se haya convertido en un tópico relacionar al escritor con un ser maldito, incluso con un asesino. Pero las comparaciones no están muy lejos que digamos. No te conviertes en criminal de la noche a la mañana: detrás de tu primer asesinato hay una historia, un rencor, un sobresalto, una obsesión, un pez que está fuera del agua, boqueando, tratando de respirar un oxígeno que no le sirve, y no le queda otro remedio que respirar por las palabras. La punzada del garaba-
Fotos: Mónica Inglés
Raúl Ortega Alfonso
lamente a la utilización de los tropos en el discurso narrativo sino en la concepción y en el sabor de boca que nos deja la historia que se cuenta. La novela El viejo y el mar, de Hemingway, es uno de los grandes poemas épicos del siglo XX. El poeta siempre será ese viejo empecinado luchando contra el gran pez que al final vence, pero que después los tiburones le arrebatan. El triunfo del fracaso: esa es la literatura; llámese verso o párrafo. “Estoy acostado como una estrella enferma esperando que se extinga la luz”, dice Henry Miller en Trópico de Capricornio. La poesía es el feto de la novela. Quizás haga esta afirmación tan categórica porque mis poemas casi siempre son pequeños cuentos. Puedo decir a mi favor que se me alargaron las historias. C: ¿De dónde surgen las ideas para escribir y cómo las aterrizas? RO: La poesía sigue siendo esa mujer de agua o de arena que te sale al encuentro en el lugar menos inesperado: o te da de beber o te escupe en el rostro su indiferencia. Eres poeta no porque seas diferente de los demás, sino porque tienes la habilidad de atrapar ese gesto. Después te sientas y pasas al papel el poema que ya habías escrito y entonces puedes leer que ella tenía “los ojos como dos quemaduras en mi camisa”, según dijo el poeta cubano Fayad Jamís. En mi caso la novela parte casi siempre de un fogonazo que me obliga a sentarme, a buscar un narrador, quizás a investigar, a demostrarle al lector que no le estoy mintiendo aunque por supuesto sea mentira lo que le estoy contando. En mi novela inédita Salón para menstruar en paz, un pintor (en primera persona) trata de demostrarle al mundo que una mujer hermosa puede cagar sin peste. No sé si lo logré, pero ese era mi propósito. C: ¿Cómo es el proceso creativo cuando escribes una novela, desde que surge la idea hasta que ves tu trabajo publicado? RO: Creo que esta pregunta está relacionada con la anterior: uno no se puede sentir poeta o narrador aunque publique y sea reconocido como tal. Esa duda encierra la vitalidad de tu escritura. Si te lo crees estás muerto. Te faltas el respeto a ti mismo y a los demás; pero contrario a todo lo que dije, también tienes que confiar en ti para que tus personajes te respeten como padre, y el lector los adopte, y los odie o acaricie como hijos. El proceso creativo está impregnado de la incertidumbre de si podrás contar lo que quieres contar, de buscar la manera, el cómo (algunos estudiosos lo llaman “el punto de vista” o “el tono narrativo”). Lo que sí me queda claro es que la esquizofrenia es parte de la escritura porque no sólo escuchas las voces en tu cabeza sino que tienes el deber de acomodar la gritería. Para lograrlo necesitas tiempo y silencio. Insistir es la palabra clave que te dará el éxito que no tendrás. Y repito insistir e insistir porque yo terminé mi primera novela en 1994 en Cuba, y logré que una editorial mexicana me la publicara en 2013. Podrás deducir de mi respuesta a tu pregunta que nada pude decir sobre el proceso creativo.
to como la única solución. Yo empecé a escribir como casi todos: porque me abandonó una mujer; después, como es lógico, siguieron abandonándome, pero la poesía, hasta ahora, sigue conmigo. Un día también se puede marchar, pero ya la partida no te deja el rencor como herencia, sino el agradecimiento, el privilegio de haberla acariciado. C: Escribes poesía y narrativa, ¿en cuál género te sientes mejor y por qué? RO: Mi narrativa es la continuación de mi poética. No hay diferencias. Ambas se nutren de las mismas obsesiones. Desde sus inicios la novela nunca ha podido prescindir de la poesía, y no me refiero so-
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C: Sabemos que eres mexicano por naturalización y que llevas casi veinte años viviendo en nuestro país, pero siendo originario de Cuba: se ha hablado de los “escritores dentro de la isla” y los “escritores fuera de la isla”, ¿prevalece actualmente esta diferencia y por qué? RO: Parecería fácil pero es una pregunta difícil de contestar y que amerita un gran espacio, por lo que seré breve. Tendría que hacerte una breve introducción que intente situarte en el contexto histórico-social que dio lugar a esta triste y vergonzosa clasificación de escritores dentro y fuera de la isla. Nací en 1960, un año antes de que los hermanos Castro entraran en La Habana y tomaran el poder por las armas. Soy hijo de la estafa más grande del siglo XX. No sé si son dignos de lástima o de repudio quienes a estas alturas siguen creyendo que existió la “Revolución Cubana” y que el ‘Che’ era un héroe, y no el asesino que fusiló a cientos y cientos de cubanos en los fosos de la fortaleza de La Cabaña en los primeros años de la década de los sesenta, acusados solamente de disentir, de pensar diferente. Antes, con el cerco de la información desatada por la dictadura de los Castro, que no permitía que saliera o entrara la información que a ellos no les convenía, se podría justificar en algo la ignorancia de muchas personas que defendían a Cuba y su régimen después de 1959. Ahora no. En la gran ventana de internet, por la que cualquier ser humano con deseos de saber puede asomarse al mundo con solo apretar un par de teclas, están los testimonios de las víctimas de una de las dictaduras más crueles y aplaudidas que aún hoy, después de medio siglo, sigue contando con la aprobación de medio mundo incluyendo la Unión Europea, donde se supone que se mece la cuna de la civilización y la democracia. En cualquiera de los buscadores de internet pongan las palabras “Damas de Blanco” y verán cómo se trata a las mujeres cubanas bajo el régimen autoritario de los Castro. Y que la retrógrada y acomodada izquierda mexicana no me venga con la misma cantaleta del cuento del bloqueo que Estados Unidos sostiene contra la isla porque hace muchos años que ese país es el primer exportador de granos hacia la isla (en la política todo es negocio y ni a los gringos ni a los Castro les interesa el pueblo de Cuba). Los hijos y nietos de los generales que rigen los destinos de la isla hoy día son millonarios y dueños de infinitos negocios regados por todos los rincones del
planeta. Qué gran educación y cultura la del pueblo cubano cuando los Castro borraron del mapa de la literatura del país a todos los escritores y artistas que se fueron del país porque sencillamente no estaban de acuerdo con las doctrinas de sometimiento que trataban de imponer y que, de cierto modo, impusieron a todos los niveles. Mi generación, la que vino después y la que siguió tuvimos que leer a escondidas, y en ediciones que forrábamos con papel periódico a escritores fundamentales de nuestra tradición literaria moderna como Lino Novás Calvo, Enrique Labrador Ruiz, Carlos Montenegro,
No sé si son dignos de lástima o de repudio quienes a estas alturas siguen creyendo que existió la ‘Revolución Cubana”
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René Ariza, Nivaria Tejera, Jorge Mañach, Lidia Cabrera, Calvert Casey, Severo Sarduy, Gastón Baquero, Antonio Benítez Rojo, Ramón Ferreira, Leví Marrero, Lorenzo García Vega, Heberto Padilla, Belkis Cuza Malé… o redescubrir a los poetas y narradores agrupados en el proyecto literario El Puente, quienes fueron borrados del mapa literario y después le siguieron Guillermo Cabrera Infante y Reinaldo Arenas y Carlos A. Díaz Barrios y Reinaldo García Ramos y los hermanos Abreu y Guillermo Rosales… y todo aquel que se atreviera a cruzar la alambrada
de agua. Porque osaron levantar la voz en contra de la todopoderosa “Revolución Cubana” tuvimos que leer a escondidas a Octavio Paz, a Jorge Luis Borges, a Mario Vargas Llosa… Y la lista de los autores prohibidos se extendía según “avanzaba el desarrollo de una sociedad justa”. Aunque muy pronto pasamos a ser una colonia de los soviéticos, no podíamos ni soñar con leer a los poetas rusos del acmeísmo, ni Aleksandr Solzhenitsyn, autor de Archipiélago gulag; tampoco a los autores franceses como Céline, Boris Vian, Jean Genet… y ni pensar en los poetas norteamericanos como Ezra Pound o a los de la Generación Beat. Mu-
que fueron encarcelados y silenciados editorialmente no sólo los que tuvieron que exiliarse, sino también quienes decidieron quedarse, como el poeta Rafael Alcides, por tan solo mencionar a uno de los grandes poetas cubanos. Ahora con mucha prisa y pidiéndote que me perdones el teque, te respondo la pregunta: sí, por un decreto político-dictatorial existe la división de los escritores que están dentro de la isla y los que, exiliados, escriben fuera de ella, pero la literatura cubana es una sola, pésele a quien le pese. C: ¿Qué piensas de la literatura que se hace actualmente en Cuba y la que se hace fuera de Cuba? En suma, ¿cómo ves el panorama de las letras latinoamericanas? RO: Dentro de la isla hay escritoras formidables como Ena Lucía Portela, Ana Lidia Vega Serova… El escritor cubano Orlando Luis Pardo (quien vive en la isla y es uno de los jóvenes más contestatarios de la literatura cubana), acaba de publicar en 2013 una antología de narrativa cubana (Literatura Emergente. Generación Año Cero) donde aparecen dieciséis autores que comienzan a publicar sus textos a partir del año 2000. Autoras como Lia Villares, Lien Carrazana Lau, Lizabel Mónica, Polina Martínez Shviétsova, Jhortensia Espineta Osuna…, me hacen creer que se sigue escribiendo de verdad dentro de la isla a pesar de la censura y el desastre económico. C: ¿Todas son mujeres? RO: No, para nada, en la antología, como siempre ocurre, los nombres masculinos superan a los femeninos; pero la literatura está escrita por las mujeres; después vienen los hombres y la plagian, y son ellos quienes se llevan los premios y reconocimientos. Fuera de Cuba continúan escribiendo su obra Marielena Cruz Varela, Zoé Valdés, Damaris Calderón, Chely Lima, Daína Chaviano, Rita Martín, María Elena Hernández Caballero, Odette Alonso, Karla Suárez… Ninguna de las torres que pueden levantar tanto el insilio como el exilio pueden impedir que la literatura salga por sus ventanas aunque estás permanezcan tapiadas por los intereses extraliterarios. Los gritos son como las cucarachas, caben por cualquier rendija. En cuanto a la literatura latinoamericana: acabo de terminar de leer La fila india, del mexicano Antonio Ortuño, y me quito el sombrero. Mientras se escriban libros como ese, nada podrán hacer los políticos (los enemigos más encarnizados de la creación artística) contra la excelente salud de los escritores latinoamericanos.
cho realismo socialista, mucho Máximo Gorki y después Gabriel García Márquez. El mundo entero se escandalizó y reaccionó contra el poeta Ezra Pound cuando fue acusado, encerrado en una jaula y sentenciado por la Corte Suprema de los Estados Unidos por su colaboración como propagandista a favor de Benito Mussolini y el fascismo, pero casi nadie critica que el autor de Cien años soledad haya sido uno de los grandes lamebotas del dictador Fidel Castro. Hoy día la lista de los escritores cubanos prohibidos en la isla sería interminable, y más vergonzoso aún es
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C: ¿Qué buscas como escritor? RO: En primer lugar rendir mi homenaje, mi homenaje incondicional a la mujer, que en mi caso representa también la palabra; en segundo: no quedarme callado ante el cubo de mierda que me tira a diario el mundo sobre la cabeza. C: ¿Cuáles son tus virtudes como escritor? RO: Los escritores y poetas no tienen virtudes: solo defectos, a no ser que el fracaso sea una virtud. Se escribe sobre los fracasos no sobre el triunfo, lo de-
más son libritos para enseñar a cocinar a las mujeres que se maquillan aun debajo de la ducha, cómics para el pueblo con síndrome de Down, pajas mentales, la cola del pavorreal pintada con una brocha gorda… C: ¿Y tus vicios? RO: El vicio del escritor es la palabra, en cuanto a los otros: no fumo, no tomo café y ya no bebo. Cuando bebía me tomé hasta la presión y como consecuencia tengo problemas con el hígado. Ahora sólo me comporto como Marguerite Duras: si tengo un plato sucio en la cocina no puedo empezar a escribir. C: ¿Cómo es un día de trabajo para ti? RO: Yo soy ama de casa. Después de vivir por más de doce años en el D.F. (el Valle de la Diarrea Feliz), donde desempeñé distintos oficios —desde barman hasta profesor universitario—, me mudé para el paraíso de la Riviera Maya. Estoy casado con una excelente poeta mexicana y tengo una hija de cinco años que me recuerda cada día cómo cometí la estupidez y la irresponsabilidad de traer la inocencia al mundo en medio de un país que está en guerra (y lo más triste es que la gente no lo acepta y que es una guerra perdida). Con cincuenta y cinco años en las costillas, flaco, desgarbado, canoso, calvo, con cara de pajuso enfermizo y un botón que tengo que apretar debajo de la tetilla izquierda cada vez que intento reírme, soy un candidato ideal para ser un desempleado en la Riviera Maya. El turismo se alimenta de la sonrisa, aunque sea fingida, y es un vampiro que succiona la sangre de los jóvenes. Me levanto a la cinco de la mañana y escribo hasta las siete; hay días que no me sale nada, pero me siento. Levanto a mi hija y la visto para la escuela. Le preparo su merienda y el desayuno a mi esposa, que sí consiguió trabajo porque le llevo veinticuatro años y tiene una sonrisa de hotel cinco estrellas. Llevo a mi hija en bicicleta como si me creyera Henry Miller en el París de los años treinta; regreso y me siento otra vez. Si no me sale nada, me voy al mar: mi novio, mi amante, mi gran destupidor. Nado, corro, desayuno la fruta que me traje. Escribo a mano en una libreta rayada; después, en la casa, paso a la computadora. Regreso como a las doce y hago el almuerzo, y a la una y media de la tarde vuelvo a pedalear en busca de mi hija. Le sirvo la comida; también a mi mujer que viene del trabajo como a las
dos a comer; después lavo, limpio…, juego con mi hija a las casitas, la ayudo a hacer la tarea, la llevo al parque o a la piscina, la baño… en fin, todo lo que hace un ama de casa. Casi siempre después que mis dos mujeres ya están dormidas, aprovecho y leo hasta las doce o la una o paso en limpio lo que escribí en la libreta. Duermo poco. Ya habrá tiempo para dormir cuando llegue la muerte. C: ¿Qué escritores son los que más te han influenciado y cuáles son tus libros de cabecera? RO: Las influencias, cuando son benignas, casi siempre están dadas por el cúmulo de lecturas que tiene el escritor. Cuando son malignas uno se convierte en un epígono, como le ocurre a Isabel Allende aunque el éxito de sus libros me desmienta. Si alguna virtud tiene mi poética es que camina con voz propia; buena o mala, pero es mía. Pero nadie, sí es ho-
Para ser escritor hay que fornicar hasta el cansancio, leer hasta el agotamiento y escribir todo lo que se te ocurra hasta desfallecer”
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nesto, se salva de las influencias. En el año 2000 me mudé unos años a Miami por cuestiones de trabajo y allí descubrí a un gran narrador y poeta cubano (además de pintor y ensayista), del cual desconocía por completo su existencia y su literatura: Carlos A. Díaz Barrios se llama mi amigo, que tiene más de treinta libros publicados por él mismo en su editorial La Torre de Papel; sin contar que obtuvo el premio internacional de poesía Juan Ramón Jiménez y premio Letras de Oro de novela. Mientras leía deslumbrado todos los libros que me prestó y regaló, pude constatar que todo lo que yo había escrito estaba influido por esa otra poética que hasta ese momento me era desconocida. Uno de sus poemarios, Canción del emigrante, es uno de mis libros de cabecera; los otros son las biografías de algunos narradores, poetas, músicos, filósofos y pintores… También en mi peregrinar cargo con un libro que me ha acompañado a todas partes y aún permanece conmigo como una almoha-
da: Historia de la mierda, del francés Dominique Laporte. Puede que muchos opinen que no es un gran libro, pero su título me recuerda al verdadero legado que va dejando el hombre. No voy a negarte que me hubiese gustado escribir dos libros. El primero fue un bestseller, pero no por eso deja de ser un clásico: El perfume, de Patrick Süskind, el erotismo llevado a su máxima expresión donde el asesinato se convierte en arte (nada que ver con la película) y el ensayo La llama doble, del premio Nobel mexicano. C: ¿Si la vida es mentira, entonces vivir es mentir? RO: Todo lo que el hombre dice es mentira. La verdad es como dios, la mayoría dice que existe pero nadie lo ha visto. El amor comienza y termina con la estafa. Uno, para conquistar a una mujer no puede decirle en la primera cita todo lo que de verdad piensa de ella ni de sí mismo. Al final de una relación el reproche más común que se escucha es el de “me engañaste, yo pensé que tú eras de otro modo. Me siento estafado(a)”. El odio que el hombre siente por el hombre es el único sentimiento que encierra la verdad. Ah, y la certeza de la muerte. C: ¿Qué significa para ti haber obtenido el II Premio Ediciones B & Playboy de Novela Latinoamericana 2013? RO: Ya sabemos que los premios casi siempre los reciben quienes no los merecen. El año pasado le dieron el Cervantes a Elena Poniatowska por el valor, según dicen, de una obra que esa señora nunca ha escrito ni escribirá. ¿Por qué nunca se lo dieron a la verdadera Elena de la literatura mexicana, la de la garra, a Elena Garro, antes que muriera olvidada por todos en su Cuernavaca de 1998? El mes pasado acaba de morir en la mayor soledad de las soledades —tanta qué no había nadie a quien preguntarle qué iban a hacer con el cadáver— uno de los grandes poetas de la lengua. ¿Por qué no le dieron el Nobel de las letras españolas a Leopoldo María Panero? Ah, porque dijo que la que estaba loca era España y no él. Cuánta razón la del vidente que tildaban de loco. No estoy diciendo que me merezco este premio ni cualquier otro. Con un poco de suerte, y teniendo la honestidad intelectual de un jurado, decidieron premiar una novela que por su irreverencia sería atípica en un concurso. Lo agradezco. Conozco la obra de Alberto Chimal y Beatriz Rivas y ambas merecen mi respeto. Lo otro que me favoreció, pienso, es que estaba dotado con poco dinero y por lo mismo sólo estaban concursando ochenta y pico de novelas. Es un premio más bien mediático. A mí me satisface de tan solo pensar en la tradición literaria que poco a poco fue apareciendo en la edición de la Playboy original, donde colaboraron desde los escritores de la Generación Perdida, hasta el autor de Lolita. Con esos cincuenta mil pesitos pagué las pocas deudas que teníamos y el exagerado y abusivo
monto de la inscripción y colegiatura de mi hija en una escuela privada. Qué más quisiera yo que estudiara en una escuela pública, de esas que el gobierno se llena la boca para decir que existen, pero ya sabemos que ahí los maestros sólo enseñan el arte de hacer huelgas y como asignatura principal imparten la barbarie. C: ¿Para ti qué es la pornografía? RO: El empeño del hombre en afirmar que seguimos siendo animales. Lo único que diferencia al ser humano de una hiena es el erotismo. C: ¿Qué tal tu vida en el Caribe mexicano? ¿Por qué decidiste venirte a vivir a Playa del Carmen? ¿Es buen sitio para escribir? RO: Yo estoy aquí por el mar. Los pueblos y las ciudades —como debiera ser— no pertenecen a la gente que los habita, sino a la puercada de los políticos y su chiquero de poder; en el caso de México, y me duele como a muchos, los políticos comparten su feudo con los narcos, quienes se han adueñado del país ante la complicidad y la indiferencia de la llamada democracia. Yo estoy aquí por el mar. Tengo que imaginar que debe existir, para no volverme loco, algún centímetro cúbico de agua donde uno pueda respirar y escribir con algo de sosiego. Qué lindo quedó el gran teatro que las autoridades construyeron en Playa del Carmen. Es otro aporte a la cultura, otra ruina maya que exhibe su esqueleto oxidado porque alguien se robó el presupuesto que asignaron para terminarlo. El mar es la burbuja que queda del oxígeno. Me salva como si fuera la sonrisa de mi hija. C: ¿En qué proyectos trabajas actualmente? RO: Acabo de terminar un libro de poemas que se llama El caballo no tiene zapatos, que gira alrededor de una pregunta de mi hija cuando tenía tres años mientras juntos mirábamos a un caballo comer hierba: “Papá, papá, ¿por qué el caballo no tiene zapatos?”. “Bueno… digamos que porque es bueno y ayuda a los demás”. “¿Y por qué tú sí tienes zapatos?”. “Porque yo soy un hombre, hija mía, porque yo soy un hombre.” Y estoy terminando una novela que se llama El hombre estafado. C: ¿Qué recomiendas a quien quiere ser escritor? RO: Hay que fornicar hasta el cansancio, leer hasta el agotamiento y escribir todo lo que se te ocurra hasta desfallecer. Estoy seguro que esa es la fórmula, aunque a mí no me hagan mucho caso porque no me ha dado muy buenos resultados. C: ¿Algo que quieras agregar? RO: Hay que cuidar Cirrosis como si acariciáramos a nuestra madre. Debemos conservar a toda costa este milagro que ustedes hacen con más sobresalto y sudor que dinero. Y por supuesto mi agradecimiento.
Las fotos, de Mónica Inglés, fueron tomadas en la entrega del II Premio Ediciones B & Playboy de Novela Latinoamericana 2013 celebrados en el bar Mama Rumba de la Ciudad de México. Raúl Ortega fue premiado por su novela La vida es de mentira (Ediciones B, 2014).
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Ronda de las estaciones
Bulle en los corazones masculinos la fiebre del estío. • Sabréis apaciguarla, ¡oh, mujeres!, • Magas de amplias caderas ceñidas en la túnica de seda; • Sabréis saciarla magas cuyos senos, en que engastado está un hilo de perlas, con esmerado frote aromó el sándalo; • Magas cuya pesada cabellera sale del baño difundiendo en torno penetrantes perfumes; • Magas de pies que enrojecieron lacas olorosas, que arquearon • Los anillos de oro • Que a cada paso tintinean y cantan como el flamenco rojo y cuya línea • Conduce nuestros sueños hacia el dios que a nuestro corazón hinche de sueños.
Es la estación en que a las bellas damas se las verá ataviadas • Con finas perlas que rodean la punta • Del seno y un dukala todo blanco que cubre la cadera turbadora, • Y allí donde en mitades se divide el cuerpo, un haz de sombra delicioso, • Atracción divinal irresistible. Las mujeres, en su cuerpo llevan las crueles marcas del amor: • Sangran aún los labios que el amante mordió y también sangra el firme seno donde el macho en celos • Escribió con sus uñas sus deseos.
Entretanto, los hombres se bañan, sin que el frío los inquiete, • Para borrar las huellas que en su pecho dejara el azafrán con que sus cónyuges impregnaran sus senos provocantes, • Los senos en los cuales se exasperó el deseo masculino.
Y cuando apaciguados y vencidos, • Reposan ellos junto a sus desnudas amantes, ya están sacudidas de espasmos, pues sus carnes • De nuevo sueñan con placeres nuevos.
Câlidâsa, “esclavo de la diosa Cali”, es el autor de estos poemas. Según algunos vivió en el siglo II a.C. según otros en el siglo VI d.C. Algunos transcriben su nombre como Kālidāsa o Kalidás, nosotros como Câlidâsa por amor a la edición de la que hemos sacado su obra (Editorial Guillermo Kraft Limitada, Buenos Aires, 1954), chingona como pocas y un bicho raro, seguramente de las pocas o únicas en español de esta obra. Dicen que Câlidâsa era un poeta y dramaturgo indio, que no existió, que fueron tres poetas los que escribieron lo que hoy se le atribuye, que era un sabio, que era casi analfabeto pero bello y así consiguió casarse con una princesa que lo humillaba con su erudición. También dicen que su Ritusamhara o Ronda de las estaciones, de donde salen estos poemas, no fue escrito por él. Lo cierto es que no se sabe una mierda de Câlidâsa con exactitud. A nosotros nos da igual si fue él o no quien escribió esto. Aquí está algo de su obra, quien no se ponga caliente con sus espasmos, senos provocantes, caderas turbadoras y labios sangrantes que levante la mano.
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