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La diversidad en la educación superior

Carlos Alberto Velázquez Ramírez Escuela Normal de Tejupilco Tejupilco, Estado de México

Fenómenos actuales como la globalización, los movimientos migratorios generalizados, las nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC), la influencia de los medios de comunicación, etc., hacen de nuestro entorno educativo, en todos sus niveles, un reflejo de la sociedad plural. De ahí que surja como una premisa fundamental la calidad de la educación para todos, en condiciones de equidad y con garantía de igualdad de oportunidades, para lo cual deberán sumarse los esfuerzos de alumnos, familias, profesores, instituciones y sociedad en conjunto en la búsqueda de la tan anhelada calidad educativa.

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Para tal efecto, recurrimos al concepto de diversidad, en el que Gimeno Sacristán (1999) dice: “la diversidad alude a la circunstancia de los sujetos de ser distintos y diferentes (algo que en una sociedad tolerante, liberal y democrática es digno de ser respetado)” (p.12 y 13) y está presente no sólo en todo lo relacionado con el ámbito educativo, sino que se puede oír y observar en los medios de comunicación pasando por la calle hacia la escuela. Así, pues, entendemos la diversidad

como una característica inherente a la naturaleza humana que puede constituir una posibilidad para la mejora y el enriquecimiento de las condiciones y relaciones sociales y culturales entre los individuos y entre los grupos sociales (Fernández Batanero, 2009). Entendida así, la diversidad constituye un conjunto de características que hacen a las personas y a los colectivos diferentes en relación a factores físicos, genéticos, culturales y personales; razón por la cual, al centrar la atención en los alumnos de educación superior, se constata la existencia de diferentes estilos de aprendizaje, diversas capacidades para comprender, niveles de desarrollo y aprendizajes previos, diversidad de ritmos de aprendizaje, de intereses, motivaciones y expectativas, de procedencia étnica y cultural, etcétera.

Alegre (2000) menciona que “la diversidad es lo más genuinamente natural en el ser humano, atender la diversidad del aprendiz supone partir de una cultura de la diversidad basada en aprender a convivir con la incertidumbre que se deriva de la complejidad y la pluralidad” (p.65); no obstante, debe ser entendida como las diferencias entre los

individuos y grupos que tienen identidades sociales distintas basadas en características tales como etnia, raza, cultura, género, orientación sexual, edad, religión, lugar de nacimiento y situación económica, entre otros. Hablar de diversidad nos remite necesariamente a hablar de igualdad. La diversidad no es más que una determinada manifestación de la igualdad inherente al género humano. La igualdad es nuestra esencia y la diversidad es una cualidad que califica a esa igualdad.

El espacio educativo donde se hacen realidad las diferencias es el aula, y es ahí donde se deben dirigir todos nuestros esfuerzos, fundamentalmente hacia dos grandes grupos: los que llegan de diferentes ambientes culturales de la región, en este caso, el sur del Estado de México y aquellos que presentan algún tipo de discapacidad, en este caso visual.

Respecto del primer grupo, cabe señalar que la diversidad cultural es una realidad humana y social, que lejos de ser vista como una dificultad puede ser fuente potencial de creatividad, progreso y enriquecimiento mutuo; lo cual inevitablemente involucra las competencias que desplieguen los profesores para responder a dichas necesidades de los alumnos. Por otro lado, aunque el segundo grupo es considerablemente más reducido, no está exento de dificultades, pues para ellos el haber llegado a la educación superior implica una serie de dificultades ya que la mayoría se encuentra sin los apoyos, materiales y recursos docentes óptimos para su atención e integración escolar. En ocasiones se aminoran estas dificultades gracias al apoyo que les prestan algunos profesores, así como, la colaboración de los compañeros de clase o los familiares cuya intención es siempre seguir adelante.

Los apoyos de los profesores, junto con la organización y dotación de recursos tecnológicos, se convierten en asuntos de vital importancia para proporcionar una respuesta educativa a la diversidad. Nuestra comunidad normalista, como institución que se abandera con el lema “Ser mejores seres humanos para ser mejores maestros” debe ser fiel a fines como la eliminación de las desigualdades sociales, o la contribución de una vida mejor, debe seguir las directrices dadas por organismos nacionales o internacionales (Unesco) y recabar, donde sea posible, los medios materiales y humanos necesarios para evitar que los sus alumnos fracasen en sus estudios, por razones que no sean estrictamente derivadas de su capacidad intelectual.

Ubicados en la reforma educativa actual (2011), cuyo enfoque se centra en el desarrollo de competencias, éste supone un cambio de paradigma que va desde una enseñanza centrada en el conocimiento hacia el desarrollo de competencias. En este nuevo contexto el profesor se convierte en un generador de aprendizajes y deja de ser un simple transmisor de saberes, que implica la utilización de nuevas metodologías docentes, con clases mucho más dinámicas, y uso frecuente de las TIC, así como, incrementar la interacción con los alumnos y nuevas formas de evaluar.

Al respecto, Zabalza (2009) propone diez competencias como marco para concretar la identidad y el desarrollo profesional de los docentes de educación superior: 1) Planificar el proceso de enseñanza-aprendizaje, 2) Seleccionar y presentar contenidos disciplinares, 3) Ofrecer informaciones y explicaciones comprensibles, 4) Manejar didácticamente las TIC, 5) Gestionar las metodologías de trabajo didáctico y las tareas de aprendizaje, 6) Rela

cionarse constructivamente con los alumnos, 7) Tutorizar a los alumnos, 8) Evaluar los aprendizajes (y los procesos), 9) Reflexionar e investigar sobre la enseñanza y 10) Implicarse institucionalmente (p.78); las cuales constituyen una amplia gama de tareas docentes fundamentales.

Utilizar el término diversidad al referirnos a los alumnos, implica tener presente que se trata de seres humanos particulares, y a decir de Zabala (2000) “(…) los aprendizajes dependen de las características singulares de cada uno de los aprendices; corresponden, en gran medida, a las experiencias que cada uno ha vivido desde el nacimiento (…)” (p.32) y que cada uno aprende a su manera, lo cual nos obliga a estar al pendiente de cada uno de ellos, dar seguimiento a sus procesos de aprendizaje a través de dispositivos didácticos que faciliten el aprendizaje, tarea en la que resulta imprescindible conocer a nuestros alumnos, es decir, contar con un diagnóstico que nos permita empatizar con el otro para comprenderlo.

Sin duda, para el docente, implica asumir nuevos enfoques y metodologías centradas en una atención más personalizada que asegure los aprendizajes de los alumnos, en torno a los cuales hoy gira el diseño de las actividades didácticas.

Un aspecto por demás importante, es la cultura de la colaboración entre profesionales, entre docentes, ya que el trabajo colaborativo es uno de los principales referentes para la atención a la diversidad y heterogeneidad de alumnos que se encuentran en nuestras escuelas, mismo que posibilita la toma de decisiones para mejorar la práctica educativa al tomar en cuenta el nivel educativo, las características de los alumnos, el contexto sociocultural y de aula en que se desarrollan las actividades, el contenido y formas de evaluar pertinentes.

Sin embargo, no es fácil asumir la responsabilidad y buscar soluciones adecuadas a los estudiantes, implica tareas de planificación, diseño, mediación y evaluación formativa, además, grandes dosis de compromiso e implicación profesional.

Dado que el objetivo de un profesor debe ser que todos sus estudiantes, cualquiera que sea su condición de partida o procedencia, logren sus objetivos formulados, éste deberá realizar los ajustes necesarios para adecuar la respuesta al perfil individual del alumno. Así, la atención a la diversidad supone una relación entre todos los actores educativos permeada por la colaboración, el respeto mutuo y el aprendizaje. Finalmente, un aspecto inevitable y necesario es la evaluación, pero ésta no deberá centrarse únicamente en los resultados, sino también y principalmente en los procesos, tanto de los alumnos protagonistas del aprendizaje, como de los profesores y las decisiones tomadas en diferentes momentos de su intervención. Por otro lado, conviene no olvidar que el éxito del aprendizaje de los estudiantes depende, sobre todo, de las adecuaciones curriculares y del entorno de enseñanza y aprendizaje, más que de las diferencias de capacidad.

Ante la situación hasta aquí descrita, se hacen necesaria la implementación de programas regionales que atiendan a la diversidad en materia educativa, no sólo en los niveles de educación básica, sino que amplíen su horizonte a la educación superior, a las escuelas normales.

Programas que tengan como estrategia central la construcción de una sociedad diversa y democrática, en busca de la justicia social y la equidad en las oportunidades de profesionalización docente, para lo cual resulta necesario establecer contextos educativos que posibiliten un desarrollo profesional incluyente y diverso, a partir de la creación de los ambientes didácticos pertinentes con recursos materiales adecuados.

Iniciativas que impulsen el desarrollo de investigaciones e innovaciones en el ámbito de la atención a la diversidad e inclusión educativa en educación superior, generando las condiciones para la formación de los docentes a fin de ofrecer atención diversificada.

Referencias Alegre, O. M. (2000). Atiende a la diversidad de aprendiz, en Villar Angulo, L. M. (dir.). Capacidades docentes para una gestión de la calidad en educación secundaria. Madrid: Mc Graw-Hill. Fernández, J. M. (2009). Un currículo para la diversidad. Madrid: Síntesis. Gimeno, J. (1999). La construcción del discurso acerca de la diversidad y sus prácticas, en Alcudia, R. (2000), Atención a la diversidad. Barcelona: Grao. Zabala, Antoni. (2000). La práctica educativa. Cómo enseñar. Graó: España. Zabalza, M. (2009). Ser profesor universitario hoy. La cuestión universitaria, 5, pp.68-80.

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