Albedrio.no3

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No. 3 • julio | agosto

EL APANDO Trabajos de creación literaria de internos del Tribunal para Menores segunda entrega especial CRÓNICA

ATENCO, EL PUEBLO QUE APRENDIÓ A LUCHAR por Marco Antonio López Romero ENTREVISTA

ACERCA DEL AUTOGOBIERNO EN LAS UNIVERSIDADES por Édgar Gutiérrez Peña


Índice

Creación

04

Que puta vida

06

Historias de espejos • Nacario

EDITORIAL

por Jesús Gamboa

08

Un demonio sin importancia por Emmanuel Sariñana Pérez

10

El asesino del libro

14

La esquina del haikú

por Juan Manuel Fernández

por Carlos Eduardo Ramírez Galaviz

16

EL APANDO • De la calle al purgatorio segunda entrega especial • por Marco Antonio López R.

23

Tonos opacos • Duerme

24

Un presagio fúnebre

por Adriana Elizabeth Maciel Carbajal

por Korina Elizabeth Muro De la Riva


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textos.albedrio@gmail.com Contacto: redaccion.albedrio@gmail.com

25

La Realidad • De atrás para adelante por Diana Lizeth Mascorro Soto

26

Arma de dos filos por Ricardo Galván Cerda

Crónica

28

Atenco, el pueblo que aprendió a luchar por Marco Antonio López R.

38 22

La vida (en un Call Center) por Juan Luis García Hernández

Fotografía

58

APERTURA espacio de muestra fotográfica por Marisela Reyes

Ensayo

72

Encuentros y desencuentros en el transporte público fronterizo por Octavio Nava

74

Acerca del autogobierno en las universidades por Édgar Gutiérrez Peña


EDITORIAL

Qué puta vida

A

veces parece que le perdemos el sentido a la vida. Le perdemos el sentido a la vida porque le perdemos el sentido a la muerte y vida-muerte son dos cosas que hacen una. Dice Benedetti “la vida, ese paréntesis/ también se cierra”, la vida como parte de la muerte y la muerte como un “no ser” infinito, después de la vida somos muerte. Si deja de interesarnos una, forzosamente deja de interesarnos la otra. Dice Octavio Paz en su ensayo Todos Santos, Día de Muertos: “La indiferencia del mexicano ante la muerte se nutre de su indiferencia ante la vida (…) La muerte no nos asusta porque ‘La vida nos ha curado de espantos’(…) Matamos porque la vida, la nuestra y la ajena, carece de valor”. Y tiene sentido “la vida, la nuestra y la ajena carece de valor”, y puede ser, pero puede también no ser así, no todo es blanco o negro, hay muchos tonos, hay muchas razones para matar a alguien. La raíz del problema parece estar más abajo, matamos porque la vida no nos importa. ¿Por qué no nos importa la vida? Porque nos ha curado de espantos. Pero hay algo más. Este número incluye la segunda entrega especial de la sección de creación literaria de los jóvenes del Tribunal para Menores que ahora se llama Centro Especializado en Reinserción Social para Adolescentes Infractores (Cersai). Antes viene la crónica de un joven que está ahí por asesinato y pasará ahí 10 años, de los cuales ya lleva tres. Ahora él es el maestro de artísticas, toca la guitarra, el piano, la batería. Lee demasiado. Platica, se ríe, llora, se emociona. Mató y no sabe por qué lo hizo, estaba drogado. Nada más. No obtuvo a cambio ningún beneficio. Mató y ya, sin pensarlo. Y puede ser que le perdiera el sentido a la vida de su víctima, pero puede ser que no porque tenía 15 años cuando lo hizo. Para perder algo es necesario antes tenerlo. Cómo vas a perder algo que nunca has tenido.


Colaboradores Jesús Gamboa • Juan Manuel Fernández • Adriana Elizabeth Maciel Carbajal • Korina Elizabeth Muro De la Riva • Diana Lizeth Mascorro Soto • Ricardo Galván Cerda • Juan Luis García Hernández (Guatemala) • Octavio Nava • Édgar Gutiérrez Peña (Ciudad de México) (Foto de portada: Marisela Reyes)

Aquí hay niños que no han tenido el privilegio de decidir perderle el sentido a la vida porque nunca la han tenido. Qué vida se puede llevar entre drogas y violencia y hambre y sobras y miseria. Qué puta vida es esa. Ninguna. No hay. No existe. Esa madrugada ese joven no disparó el arma. La disparó un sistema que decidió que él fuera un “nadie” (cómo dice Galeano), sin vida, sin nada, mejor, sin algo. Los victimarios, hasta cierto punto y en algunos casos, también son las víctimas. Y más cuando se trata de un niño. A veces parece que le perdemos el sentido a la vida. A veces, cuando tenemos la suerte de decidir. Otras veces, más tristes y más frías, simplemente no hay vida, alguien se la llevó y no se dieron cuenta. Entonces, también a veces, en las madrugadas se escuchan disparos y los cuerpos caen, pesados, duros y, qué importa, carentes de valor. Redacción Albedrío

Marco A. López Director editorial

Emmanuel Sariñana Director creativo

Daniela Ramírez Editora

Año 1. Número 3 julio - agosto 2014. Albedrío es una publicación bimestral editada y publicada digitalmente en Ciudad Juárez, Chihuahua, México. Los textos aquí publicados son en su totalidad responsabilidad del autor. Queda prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos e imágenes de la publicación sin previa autorización.


Creación

Historias de espejos textos por Jesús Gamboa

E

spejo A: Unos amantes que se regocijan en su animalidad, en este anudar y desanudar, en este ritual para el inconsciente y sus fobias. Un espejo que refleja la escena, con la atención de un asesino a sueldo y la exactitud del láser. Espejo B: El niño hace muecas. Se cree vampiro, se cree súperheroe, se cree mil cosas. Un espejo recibe su histrionismo, con la pasividad de un maniático que gusta de esperar por horas, cauteloso.

Jesús Gamboa • Licenciado en literatura hispanomexicana y periodista.

Espejo C: Padre y madre visten sus uniformes. Portan caras de tedio y las ojeras de maquiladora surten el extraño efecto de un actor isabelino listo para el espectáculo de la reina. Toman las mochilas atiborradas de panes y frijoles. Un bebé llora de improviso, pues oscuramente intuye que padre y madre se irán y entonces todo se hará enorme y frío. Un espejo proyecta sus movimientos lentos, de cansancio, como una cámara de vigilancia encendida siempre, lista para activar a los verdugos. Espejo D: La mujer piensa que sus muslos son deseables, aunque su cabello no la convence; este joven cree que los pantalones ajustados le dan la moda que nunca tuvo; una familia pasa y se ve de improviso; la señora del carrito nota que las arrugas continúan tejiéndose en su cara... un espejo capta todo esto, silencioso, en un centro comercial. Espejo E: Una araña. Un grillo. Una telaraña. Polvo. Madera. El espejo refleja este acontecimiento de supervivencia. Es un espejo virgen de hombres.

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Nacario

N

acario vivía en un pueblo. Nacario trabajaba duro para darle todo a su esposa, quien gustaba de la buena música de banda. Pero Nacario no era feliz. Su único deseo era tomarse una cerveza él solo, sin compartirla con nadie, 355 mililitros de éxtasis, de dicha absoluta. Y llegó el día: envuelta en papel café, su esposa le hizo entrega de esa lata prodigiosa: “Vete Nacario, vete lejos”, le dijo. Nacario huyó a un lindero, donde la bruma era espesa y el aire quieto. Se sentó en una roca, destapó ansioso el recipiente y entonces... no hubo sorbo, porque se le presentaron tres hombres: “Nacario, si me das de tu cerveza, aunque sea un poquito, todo esto será tuyo”(y señaló las montañas, los árboles). La respuesta fue tajante: “Nada de esto es tuyo, sino del Señor que habita en las alturas. Vuelve de donde viniste, Diablo de traje ajustado, charro negro”. Y desapareció, boom. Se hizo una luz intensa, como el sol cuando surge en el horizonte desnudo ante la mirada adormecida: “Hijo mío, convídame de tu brebaje, Yo te lo mando, tu Padre”. La respuesta fue: “Mi Señor, tú no quieres de mi cerveza, lo único que deseas es que tenga un gesto puro, una buena acción, un sacrificio. Tú sabes que siempre he tenido sed, ha sido mi sueño, ¡misericordia, oh Venerable!”. Y desapareció, boom. Y vino el tercer hombre, un indio de ojeras prominentes, demacrado acaso por el hambre o el desvelo: “En verdad que esa cerveza parece refrescante, Nacario. ¿Me convidarías unas gotas? Mírame, cargo con una sed y una cordura eternas. Alíviame por un instante”. Y Nacario le compartió la mitad espumosa. Al finalizar, la Muerte le preguntó, relajada del peso divino: “¿Por qué me convidaste a mí y no a los otros?”. Porque tú parecías necesitarlo más que ellos, tal vez más que yo. Un poco de alcohol para acabar con una infinitud de penas.

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Un demonio sin importancia por Emmanuel Sariñana

S

uena la alarma. Como una serpiente asustada, penetra en su cabeza el irritante sonido que ha perturbado sus oídos por años. Una serie de gritos infernales que desprende una bocina programada que lo regresa a la vida después de morir todas las noches repleto de alcohol. 6:00 a.m. Comienza nuevamente la rutina, ésa tan poco importante que pasa desapercibida a la historia como millones de rutinas más. Minúsculos eventos que marcan el reinicio de un tormento mecánico, diseñado con tal devoción para satisfacer su alma amargada.

Emmanuel Sariñana • Diseñador gráfico.

Tras el primer movimiento de engranes que lo arranca brutalmente de un letargo pesado con sueños esporádicos, sus párpados descubren la misma vista de la noche anterior antes de haber perdido la pelea con Morfeo, una mancha ocre justo encima de su cabeza. Aparece puntual el pensamiento lúgubre de sus mañanas mientras parpadea lento, como si tuviera grasa por lágrimas: nada. Su brazo se estira con una ira pausada, planeando en su recorrido la manera en que ha de masacrar al hijo de puta que terminó su desmerecido descanso, pero sólo termina presionando un botón, ese que ya no reconoce otro tacto, como viejo amante. Termina la sinfonía de alaridos, que de inmediato es reemplazada por el ruido opaco de la ciudad que despierta. Levanta nerviosamente el torso y se sienta en la orilla de la cama, en donde lo espera ya un hueco que se le amolda a las nalgas. Se lamenta con una tos ruidosa y frota sus ojos con unos dedos flacos, intentando en vano desaparecer la casi permanente resaca. Su boca reseca impregnada del sabor ácido de alcohol y saliva, le implora un poco de agua. Se desprende de su lecho y comienza tormentoso el breve camino que desemboca en el baño, un sendero breve que a fuerza de andarlo, quizá sea el camino el que se mueve sobre los pies de aquel infeliz.

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Lo recibe siempre una puerta entreabierta de un baño no menos decadente que ella. Piso, muros y techo decorados arbitrariamente con cientos de manchas de tiempo, mugre y moho. Mosaicos rotos y otros ausentes, una regadera oxidada sin cortina, un retrete que alguna vez fue blanco, un puñado de cadáveres de cucarachas, un lavamanos pequeño y salpicado sujeto improvisadamente al muro con una base de metal y justo por encima, un espejo redondo y sucio, un cristal del tamaño preciso para reflejar la cara de un demonio que se atormenta a sí mismo eternamente. Su reflejo en él le hace recordar siempre una foto vieja que lo llena de arrepentimiento. Gira la única llave de paso del lavabo y tras unos segundos de vibración, nace un hilo de agua. Llena con el líquido el cuenco que forman sus manos y salpica su cara con movimientos agresivos, buscando sorprender al pesado manto de somnolencia. Frente al espejo, su cara fea y cansada se satura de un rencor que le arde hasta las entrañas, pero intenta detener sus impulsos desviando la mirada hacia el pequeño orificio del desagüe. Con el agua escurriendo por sus arrugas y barba desarreglada, fija la mirada en una vieja navaja de rasurar que se adhiere al lavabo con óxido. Impulsivamente toma el trozo de metal y lo desliza sin dudar por su garganta, tan profundo como su fuerza y el filo le permiten, dando vida a un río de ardiente lava, y mientras observa en el espejo la sangre brotar, el blanco de sus ojos se pinta de una furia carmesí. Una fuerza ajena le obliga a cerrar los párpados y se siente caer lento a un abismo que lleva su nombre. Vuelve en sí mismo y siente una superficie fría y lisa en sus manos. Abre los ojos y encuentra su cara en un espejo redondo empotrado en la pared y con él, el abismo horrible en el que se encontraba, un cuarto de baño vacío y gastado como su vida, escurriendo por su cuello agua y no sangre. El silencio posterior fue la ovación ofrecida por los muros de aquella inverosímil escena. Deshace el camino andado y regresa a la habitación acariciado por una lluvia de flores imaginarias cayendo a sus pies, ofreciendo como reverencia final un escupitajo espeso sobre el suelo, empezando de nuevo la rutina de un demonio sin importancia.

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El asesino del libro por Juan Manuel Fernández

M

endoza levantó la cinta amarilla que la policía había puesto frente a la entrada de la casa. Esa casa en donde una mujer, que seguramente le doblaba la edad y le triplicaba las arrugas del rostro, había encontrado el cuerpo de Julio Sánchez en el suelo junto a al libro 2666 de Roberto Bolaño. Alguien, motivo por el que el detective Mendoza había sido llamado, le golpeó en la cabeza hasta provocarle la muerte. El lomo de la novela estaba maltratado y salpicado de sangre, las esquinas dobladas y algunas hojas se habían desprendido azarosamente. Mendoza, quien se dejaba el bigote desde el año 1985, después de un mundial de futbol, un hombre de pocas palabras, con mirada profunda, lo levantó con cuidado.

Juan Manuel Fernández • Miembro del colectivo Vagón.

Un oficial de menor rango moral, algo común en aquellas instancias burocráticas, se acercó para preguntarle si necesitaba hablar con la anciana, quien iba a la casa los martes a limpiar y pasear al perro. Mendoza la miró de reojo y se encontró con un cuerpo escuálido sollozante, cubierto con una manta negra y una malla que cubría un largo y canoso cabello. Negó con la cabeza. Guardó el libro en una bolsa de plástico y revisó el cuerpo. Caminó frente a los libreros que estaban en el cuarto. Su mano derecha, aún cubierta por el guante blanco, tocaba el borde de las cubiertas como si en cualquier momento fuera a sacar uno, como un profesor recién contratado recorriendo alguna biblioteca municipal. En la tercera fila, en el costado izquierdo, en el librero de la ventana, había un espacio vacío. Tomó el libro dentro de la bolsa de plástico y lo probó. No, pensó tajantemente. Paseó de nuevo por la habitación. En silencio. Junto a una pared, sobre una esquina, alejada de los dos sillones que se encontraban en el centro, había una lámpara que iluminaba tenuemente la pieza. Preguntó si alguien la había encendido. Los oficiales se miraron entre sí hasta que uno contestó que no. Pidió que se llevaran el cuerpo y le entregaran el reporte que se había levantado al llegar a la escena.

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En la mañana, Gómez, el segundo de Mendoza, su asistente, un hombre pasado de peso, con el cabello muy corto y sin patillas, ya estaba en el departamento. Mendoza colgó el saco y sombrero sobre el perchero. Se acomodó en una vieja silla de madera que crujía con su peso, el cual no excedía los criterios de la normalidad para un hombre de su edad. Gómez le preguntó sobre el asesinato. Mendoza desvió la mirada en búsqueda del libro y el reporte. Los tomó en sus manos y los puso frente a Gómez, quien levantó los ojos en espera de la encomienda. “Lee”, le dijo Mendoza. Un reporte de tres hojas escrito con un pulso tembloroso, mojado de las esquina con el sabor de un café negro como el diablo y caliente como el infierno, y con una embarrada de miel en la parte superior. “El cuerpo de Julio Sánchez Fernández se encontró bocabajo con una hemorragia en la cabeza. Junto a él, un libro intitulado 2666”. Gómez se detuvo. Mendoza afirmó con la cabeza e hizo un movimiento con la mano para que continuara mientras sorbía de su taza un té de tila. “La mujer que encontró el cuerpo responde al nombre de Sofía Marcelina De la Riva, encargada de la limpieza. Ella reporta que no había ninguna puerta o ventana forzada, y que tampoco daba la impresión de que alguien hubiera entrado a la casa entre el momento de la última llamada con el finado y su llegada a la casa”. Gómez se detuvo. “¿Y tiene el libro?”. “Sí, en el archivo. ¿Lo conoce?” “Yo no. Laura, mi novia. Ella estudia letras, lo he visto en la casa”. “Es un libro grande”. “Sí”, contestó Gómez, quien retomó aliento para continuar con la lectura. “A simple vista, el objeto con el que fue finado Julio Sánchez Fernández es el libro mencionado anteriormente”. Gómez terminó de leer el reporte repleto de explicaciones irrelevantes y figuras poéticas resultado de una formación policiaca alejada de la literatura. Mendoza abrió el libro para hojearlo. Llevaba los guantes blancos del día anterior. “¿Conoce al autor?” “Un poco… Es chileno. Algo importante, al parecer”. “¿Vive?”, preguntó Mendoza. “No”, contestó Gómez mientras dejaba una taza vacía en la mesa de servicio.

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“Por cierto”, dijo Mendoza sin levantar la vista, “apunte que la lámpara estaba demasiado lejos de la silla donde estaba el finado”. Gómez afirmó con los hombros como cuando algo le es indiferentemente irrelevante y escribió. Cuando Mendoza sacaba el segundo pie de la oficina, cerrando la puerta a su espalda, con medio saco sobre el cuerpo, sonó el teléfono. “Mendoza”. “Han encontrado otro cuerpo bajo las mismas condiciones”. “¿Condiciones?”. “Lo han matado con un libro”. Mendoza levantó la dirección. Recorrió la mirada en busca de algo que seguramente se daría cuenta que había olvidado hasta que no lo necesitara, pero no lo encontró. Era un departamento en el cuarto piso de un edificio alto. En la mesa de la cocina yacía el cuerpo de una mujer. En el suelo, destruido hasta la partícula más pequeña, el libro de Poesías completas de Emilio Prados. Lo tomó para luego guardarlo en una bolsa de plástico. Movió el rostro de la mujer. La habían golpeado desde la espalda, haciendo presión con el libro sobre la mesa. Mendoza recorrió el departamento. No encontró puertas ni ventanas forzadas. Un policía que rondaba el lugar le llevó la bolsa personal de la mujer. Sacó su cartera. Miró entre los documentos hasta encontrarse con una identificación. Un rostro con mirada perdida. “Susana”, leyó despacio como si las letras se le fueran a salir huyendo de la boca. Buscó más. No había licencia de conducir. Sólo la credencial de la biblioteca pública del centro. A lo lejos se acercó otro policía que le entregó un papel con una dirección. Otro muerto. Otro libro. Llamó a Gómez dándole el nombre completo de la mujer asesinada con el libro de Emilio Prados y salió hacia el otro lugar. El cuerpo tenía dos semanas. Estaba recostado en la cama, con Las obras homiléticas sobre su rostro. Mendoza lo levantó. “San Jerónimo”, leyó. Lo habían asfixiado rompiéndole la nariz con el libro. Recorrió el lugar. Una casa pequeña, con pocos detalles. Una mesa, la silla, la cama. En la cocina, los sartenes y platos estaban acumulados sobre el fregador. El baño no tenía bombillo para la luz. Tomó el libro envuelto en plástico, recogió el informe, y se marchó. Mendoza llegó a la oficina. Dejó caer los dos pesados libros sobre el escritorio. Tomó el directorio de la ciudad y llamó a la biblioteca del centro. Gómez entró con dos pedazos de papel en la mano. Los dejó sobre los plásticos que recubrían los libros. Sin voltearlos a ver, murmuró a Gómez que hablaba a la biblioteca pública del centro. Éste le señaló las hojas que permanecían en quietud frente a él, y se tapó los ojos como un mimo que se niega a ver algo que no existe. Del otro lado del teléfono se escuchó una respiración, y Gómez abrió la boca, sin soltar aliento, y deletreó la palabra “cie-gos”. El detective Mendoza lo miró seguro de su sospecha. Le contestó una mujer que se presentó con el nombre de una flor al que por el momento

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Mendoza no prestó atención. Le pidió que buscara tres libros en el catálogo. La mujer respondió con un largo “sí”. Le dio los títulos contestando que habían sido dados de baja en fechas recientes. “Tal vez por pérdida, o por reparación”. Mendoza jaló a Gómez de la manga para que salieran de la oficina. Todavía no sacaban la nariz cuando sonó el teléfono. Otro, asesinado con La teoría de la acción comunicativa de un alemán llamado Jürgen Habermas. Mendoza preguntó si conocía el trabajo del finado. “Profesor”. “¿Ciego?”, preguntó Mendoza. Hubo una larga pausa que se armonizaba con las voces de los hombres a la distancia, seguramente arremolinados alrededor del cuerpo como chicos exploradores junto al fuego. Mendoza afirmó con el rostro. Mostraron su vieja pero imponente placa que los acreditaba como servidores públicos al guardia que cuidaba perezosamente las puertas de la biblioteca. En el interior, preguntó por el servicio de lectura a domicilio. La mujer de la entrada contestó que ese servicio no existía ni aquí ni en todas las bibliotecas del país. “¿Y alguien que lo haga por gusto?”, preguntó sin siquiera voltearla a ver. La mujer movió los ojos a su costado donde un hombre delgado, con la cabeza calva, unos lentes grandes que le colgaban de la nariz como dos niños jugando en unos pasamanos, los miraba. Mendoza se acercó. Se sentó frente a él y le preguntó por qué no se sellaban los libros. El hombre, trastabillando, buscando las palabras con cuidado, contestó que era política de la Secretaría de Educación. Le tomó del brazo. Hizo que se levantara. Le miró las manos arrugadas. Luego regresó a sus ojos. “¿Fuiste tú?”, le preguntó Mendoza como si hablara con un fantasma recién convertido. “Sí”, dijo. “¿Por qué”, preguntó, resguardado por Gómez y dos policías a su espalda. “La vida… una hija de puta, por eso”. El detective Mendoza hizo una señal con la cabeza. Los policías lo condujeron hacia afuera. Mendoza encendió un cigarro ofreciéndole a Gómez para meterse un chicle a la boca. “A veces es una hija de puta, Gómez, ¿será verdad?”. “No sé, detective, a mí reflexiones tan profundas no se me dan”. El hombre de los grandes anteojos los miraba desde la ventanilla de la patrulla de policía. Sus ojos profundos como los pozos de una salitrera pampera, se alejaron poco a poco, doblando la esquina y perdiéndose entre un mar de personas, vehículos motorizados y perros conduciendo a sus dueños por el pavimento.

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La esquina del haikú por Carlos bla bla

Quien percibe mi bicicleta como un transporte infantil, ha visto la sonrisa más pura de mi niño interior”

Carlos Eduardo Ramírez Galaviz • Pasante de Psicología y bibliotecario.

Con el viento en contra al pedalear por la calle, escuché a la ciudad respirar”

Circulando en dos ruedas, escuché a la ciudad respirar”

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Tan expuesto y tan al tanto, en la calle circulando, la ciudad está gritando, la bicicleta desplazándose, silenciando”

Un mandala infinito atraviesa distancias, materia y la nada… diluye el todo en el aquí y el ahora”

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EL APANDO

De la calle al

Esta es la historia de Juan*, un joven que aprendió a luchar contra sí mismo para superarse a través de la lectura y la música en un espacio difícil, pero que le dio las herramientas para hacerlo: la cárcel

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J

uan aprendió a disparar apuntando hacia botellas de vidrio a las que veía explotar como algo divertido. Un día de octubre de 2011, cuando tenía 15 años, Juan tomó una pistola Smith&Wesson calibre .22 y por primera vez la disparó contra una persona. La cabeza de un hombre que estaba dormido. Casi tres años después, en el auditorio del Centro Especializado en Reinserción Social para Adolescentes Infractores (CERSAI) de Juárez, el 27 de junio de 2014, lo veo pararse y


Fotos tomadas de Internet

purgatorio

por Marco Antonio López Romero

sobresalir como relieve de una masa gris, pantaloneras y playeras del mismo tono visten a sus compañeros que lo ven avanzar hacia el frente. Toma el micrófono, nervioso, como lo han tomado todos los que han estado pasando desde hace una hora. El jurado le pide que responda la última pregunta de este concurso de lectura sobre el libro El señor de las moscas. Luego de tres rondas de dos preguntas cada una, está en la final. -¿Qué significa la muerte de Simon?-. Le preguntan. Baja el micrófono y lo pone detrás de su espalda, alza la mirada hacia el techo y cierra los ojos, respira. En algún lugar de su cabeza está la respuesta correcta. La encuentra. Saca de atrás de su espalda, como si fuera una sorpresa, el micrófono que pega a su boca para decir que la muerte de Simon es el final de la esperanza. Que es el momento en el que se acaba todo. Ahí muere el único ser pensante. Muere el pensamiento y a la vez los humanos. Nacen las bestias impedidas de razonar.

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* El verdadero nombre de este joven fue cambiado por razones de seguridad, así como los detalles del delito que cometió


Muere Simon y la única posibilidad de superar sus miedos, de saber que ellos son La Bestia a la que tanto le temen y que en este caso triunfó. Un grupo de niños ingleses se convierte en un puñado de animales en esta parte del relato. Todo eso dice despacio y termina seguro de que ya no hay nada más que agregar, dijo todo lo que tenía que decir. Pasa el micrófono sin titubear, da media vuelta y regresa a su lugar. Cuando se sienta se borra el relieve, se erosiona, se mimetiza en las paredes grises de este salón, desaparece y sus pasos no se escuchan en el camino a su silla porque una ola de aplausos inunda el auditorio. -¿Pensaste que ibas a ganar?-. Le pregunto luego de que le entregaron un reconocimiento por obtener el primer lugar y la promesa de darle a uno de sus familiares 200 pesos, el primer premio, para que le compren algo. -No, la verdad no, porque sólo leí una vez el libro, hubo otros que lo leyeron hasta cuatro veces-. Me contesta con esa risilla nerviosa que sueltan aquellos a los que no les gusta responder preguntas. ... Hoy es sábado 5 de julio, ha pasado una semana desde aquel concurso, son las diez de la mañana, la hora de la cita para hablar con Juan, para que me cuente un poco de su vida aquí. A la entrada del penal una fila larga de familiares de internos espera su turno de visita bajo un sol intenso y duro que cae despiadado sobre las cabezas pacientes que saben que deben aguantar, las manos sobre las cejas dan un paradójico toque militar al cuadro colorido a fuerza de bolsas de papitas y botellas con soda. Para entrar me registro en un cuaderno, dejo todas mis cosas en una bolsa transparente asegurada sólo por un nudo que yo mismo hago, aunque no sé hacer nudos me ayudo de los dientes para jalar un pedacito de plástico. Luego entro a un cuarto pequeño de 1.5 por 2 metros, tal vez, para que un guardia me revise y me meta las manos en cada bolsa del pantalón, me toque las piernas, y me diga “pásale” y me siga, callado, por el pasillo enrejado del patio que va a dar a la biblioteca, el incómodo silencio se interrumpe sólo por el ruido de la reja abriéndose y cerrándose, luego, al fin, la biblioteca. Adentro está Juan, rodeado de libros y revistas, empieza a platicar tímido lo que le gusta: la lectura y la música. Juan se ha convertido en un devorador de historias, en su plática, una vez superada la vergüenza, puede pasar de La Casa de los Espíritus, de Isabel Allende a Cien años de soledad, de García Márquez y hablarte de su estilo mágico e incluso mencionarte a las dos primeras generaciones de memoria: José Arcadio y Úrsula, y después Aureliano, Remedios, José Arcadio

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Juan solo, sentado en un sillón de la sala de su casa, alucinaba hasta el amanecer”

(el hijo) y Amaranta; recuerda perfectamente el disgusto con el final de El amor en los tiempos del cólera. Luego puede pasar a Pedro Páramo, de Juan Rulfo (su favorito de México) y luego a José Saramago, pasando brevemente por Pablo Neruda, diciendo: “Puedo escribir los versos más tristes esta noche”. Pero, me dice, Marianela, de Benito Pérez Galdós, la desventura de amor de una joven enamorada de un ciego que al recuperar la vista la deja y ella muere, lo conmovió tanto que lo ha leído siete veces. Luego puede hablar de Chejov y terminar diciendo que está leyendo El príncipe idiota, de Dostoievski, y describir la escena del tren, en la que inicia la historia.

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Cuando Juan no lee, está arreglando guitarras y ensayando. Este joven de 18 años, de rasgos fuertes y marcados, manos toscas y blancas, sabe usarlas para tocar el piano, la batería, el bajo y la guitarra. Juan, ahora con el cabello a rapa, allá afuera, hace años, usaba el cabello largo y estudiaba música en el Centro Municipal de las Artes. Hoy está listo para dar su primera clase en unas horas. Él es el maestro de música. Arregla las guitarras para que sean más los que puedan inscribirse, quiere formar una rondalla. Ayer presentaron una obra de teatro basada en la vida de uno de sus compañeros. Juan hizo el acompañamiento musical. Y una vez a la semana ayuda a unas mujeres católicas en el coro y lo hace, me dice, porque su novia se lo pidió. Y de aquí en adelante la historia gira en torno a esa novia que hace que Juan sonría discreto cada vez que la recuerda. Y cómo no va a recordarla si son amigos, me cuenta, desde que tienen cinco años. Y por ejemplo, si Juan no está seguro de si su mamá nació en Jalisco, sabe perfectamente que su novia cumple años el 30 de octubre.


Un momento antes tienes todo y en cinco minutos lo pierdes, sólo te quedas con tu ropa y eso no mucho tiempo, ahí es cuando empiezas a construir todo. Otra vez”

Además de la literatura y la música Juan tiene la escuela, ya va en cuarto semestre de la preparatoria. Cuando termine y salga, una cosa que siente bastante lejana, pero que siente y eso aquí es lo importante, saber que un día se va a estar afuera, me dice, le gustaría estudiar la Licenciatura en Música y dar clases. Juan cometió un delito –del que no puedo dar detalles por su seguridad, como tampoco puedo mencionar su verdadero nombre- hace tres años. De ese momento hay muchas cosas que no recuerda, ni siquiera sabe exactamente qué día sucedió y me da una fecha, dudoso, fecha que luego sabré, estaba equivocada, erró por dos días. No las recuerda, porque, supongo, hay cosas que es mejor olvidar. Y si le preguntas: -¿Por qué lo hiciste? -No lo sé, yo no lo planee, nunca antes lo había pensado, fue un momento y… estaba drogado-. Eso es lo que él responde mientras baja la mirada que se pierde y unos segundos todo es silencio en esta biblioteca. Juan me cuenta que afuera, cuatro meses antes de entrar a este lugar, empezó a usar drogas, pastillas, a fumar mariguana, a beber cerveza, recuerda que llegó un momento en el que los días no tenían sentido, las horas no tenían orden, su cabeza era un laberinto. Luego de días sin dormir recuerda que todo lo que veía le parecía ajeno y lejano, recuerda, por ejemplo, ruidos lejanos de motores, lejos, muy lejos, demasiado lejos y enseguida el rechinar de unas llantas que se derrapaban en el pavimento, luego el grito, “qué te pasa, muévete” y Juan lento, caminando por la calle, tal vez, si le

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daban ganas, se movía a la banqueta. -Lo sientes como si fuera ajeno-. Reitera. Recuerda fiestas, una especialmente, en la que estaba peleando con un amigo, de los muchos que lo rodeaban y reían, por una botella de cerveza, recuerda cómo su amigo se la quería arrebatar y cómo él la protegía, pegando el brazo al torso con la cerveza en medio, recuerda también cómo abrió los ojos y no había ni amigos ni botellas. Juan solo, sentado en un sillón de la sala de su casa, alucinaba hasta el amanecer. -Ya no tenía ganas de nada, como si estuviera enfermo-. Recuerda cómo era el abismo y el momento interminable de la caída. -Yo ya quería terminar con esto, sólo así se podía cortar, necesitaba empezar de nuevo y… de las cenizas se renace-. Juan supo que después del crimen había que cambiar las cosas, no podía seguir así, por eso confesó y aceptó su culpa. La cárcel le serviría para sanar la culpa. La cárcel es para Juan una limpia. Limpia de 10 años. Y, no importa, está consciente, le faltan siete. Cuando Juan me respondió por qué cometió el crimen, en su oración habían dos palabras clave “un momento”, así pasan las cosas, en un momento, él lo sabe mejor que cualquiera. -Un momento antes tienes todo y en cinco minutos lo pierdes, sólo te quedas con tu ropa y eso no mucho tiempo, ahí es cuando empiezas a construir todo. Otra vez-. Otra vez, Juan tiene otra vez, que aprovecha cada día entre los muros de un penal. -¿Qué hora es?-. Me pregunta. -Las doce, ¿por qué? -Ya se me fue el día-. Contesta un tanto alegre de que el tiempo avance. -Pero si apenas empieza-. Le digo desconcertado. Después de explicarme que la cena la sirven a las cuatro de la tarde dice: -Aquí ya se acabó.

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Tonos opacos textos por Adriana Elizabeth Maciel Carbajal

Tu mirada antes llena de alegría hoy refleja solamente agonía, se cubre por lágrimas, lágrimas amargas que me destrozan el alma. Tus ojos antes brillosos ahora se pusieron en una tonalidad opaca. Tus párpados hinchados y rojizos a causa de tu llanto desesperado. Todo tu ser refleja tristeza, parece como si tú fueras la que se fue del mundo.

Estás pálida y hasta sorda, no escuchas a nadie, sólo te encierras en tu mundo, si es que a eso se le puede llamar mundo y pareciera como si tus ojos fueran unas enormes cascadas de las que brotan y brotan lágrimas. No entiendes, sin embargo, nada. Me haces daño sin querer, es en vano todo mi esfuerzo, pero tengo que hacerte ver la realidad, tienes que vivir tu vida, tienes que… volver a la vida.

Duerme ¿Por qué no me contestas? Ah, creo que sigues enojado conmigo desde aquel día ¿verdad? Tan sólo mueve tu boca y dime qué es lo que pasa. ¿Por qué no te mueves? ¿Estás enfermo o qué? Mueve tu cuerpo para saber que estás bien, por favor. ¿Por qué no abres tus ojos? Está bien, sigues enojado y sólo duermes. Perdóname lo que te hice.

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Un presagio fúnebre por Korina Elizabeth Muro De la Riva

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amás había tenido miedo a nada, pero hoy lo siento como mi propia sombra. No me deja en paz, me recuerda a cada momento lo que algún día tiene que pasar: Llegar con el más grande de los cielos y descansar en paz por toda la eternidad. Pero el miedo no se va, está en cada persona, en cada decisión. No puedo alejar esa sombra que siento que me absorbe la vida. Pero, es raro, a la vez no quisiera que se fuera por ese gran miedo que tengo de quedarme sola, ese miedo que noche tras noche no me deja dormir. ¡Ya no puedo más! Sólo quiero que todo termine y por fin poder descansar, dejar de sentir miedo y que la sombra que me persigue me deje caminar. La muerte es algo a lo que todos le tenemos miedo y yo ya la siento muy cerca. Puedo sentir cómo camina conmigo y toca mi brazo y lo acaricia…

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La realidad textos por Diana Lizeth Mascorro Soto

Me niego a aceptarlo, tú no puedes estar muerta. Despierta, despierta. Por favor diles a todos que no es cierto, que es mentira, que sólo duermes porque estás cansada. Ándale, anda. Levántate de ese ataúd, por favor mamá. ¿Por qué todos lloran si sólo duermes? Abre tus ojitos. Diles que descansas porque te han lastimado tu cuerpo por tantas cosas

que te han hecho. Ándale, levántate. Mamá respóndeme, ¿o estás enojada conmigo? No, no. Tal vez yo soy la culpable de que ahora tú estés ahí, en ese ataúd y está bien… es la realidad, sabía que esto podía pasar. ¿Qué voy a hacer sin ti? Madre… desde donde estés por favor ayúdame a ser lo que tú siempre quisiste que fuera.

De atrás para adelante No veo la hora, el día en que pueda revivir, recuperar el tiempo perdido. Cada segundo es una eternidad. Estar aquí es como tener varias capas de tierra sobre ti. No te puedes mover. No puedes hablar. No se respira. Sólo esperas el final. Un nuevo comienzo. Nueva vida. Pasado atrás.

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Arma de dos filos por Ricardo Galván Cerda

C

omo siempre desperté a las seis de la mañana, salí de mi cuarto y miré que la puerta del cuarto de mi hermano se encontraba abierta, me acerqué y vi que en él todo estaba en orden, su cama estaba tendida. Se suponía que mi hermano llegaría ayer en la noche. Bajé y no había rastro alguno de él. Me dirigí a preparar café para poder burlar todo ese sueño que sentía. Coloqué la taza y la cuchara frente a la cafetera, puse dos cucharadas de azúcar dentro de la taza y después subí a mi cuarto para preparar mi ropa. Mejor decidí entrar al cuarto de mi hermano, abrí su cajón para sacar una camisa limpia. Pensaba en el examen de Química cuando sentí que me ardía el dedo, quité la mano rápido y vi que me sangraba, corrí al baño, abrí la llave del agua y puse mi dedo bajo el chorro para enjuagar la herida. No era profunda pero tardó un poco en dejar de sangrar. Regresé al cuarto de mi hermano, revisé el cajón y encontré un filero, “mierda, tenía que ser”, pensé. Lo agarré y al verlo noté que estaba viejo y tenía marcas de óxido en él, lo tire a la basura y me fui a tomar un baño. El tiempo que perdí en el accidente me había retrasado ya bastante. Terminé de bañarme y al cerrar la llave rechinó como una puerta vieja que tiene mucho sin ser abierta. Me sequé todo el cuerpo y la cortada todavía me seguía doliendo. Me vestí con unos jeans oscuros Levi’s y la camisa café de mi hermano esa que me hacía verme más moreno, arreglé mi pelo lo mejor que pude y al terminar tomé mi mochila y bajé a servirme el café. Con la taza en la mano fui hacia la puerta, ahí estaba el control de la alarma, puse la clave para activarla, subí a mi carro y me dirigí a la universidad. Dos días después del accidente el dedo se me empezó a inflamar, mos-

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traba pus, me inquieté y pensé en que seguramente se me había infectado por lo oxidado del filero. Tomé algodón y lo mojé en alcohol, después limpié la herida (me ardió de forma terrible) y le puse una venda. Nunca me imaginé lo que podría pasar, días después el dedo comenzó a cambiar de color, el dolor cada vez era más fuerte y la cortada no cicatrizaba, aparte desprendía un mal olor; esa fue la alarma que me hizo reaccionar. Pedí permiso para faltar ese día a la universidad e ir al doctor. Mi hermano seguía de viaje. Pasaban muchas cosas por mi cabeza, entre ellas recordé que mi padre era diabético y que le habían amputado una pierna por una herida que sufrió en un accidente. Pasé a consulta y el doctor al verme de lejos la venda preguntó si me había cortado, yo le contesté que sí, que ya habían pasado unos días y que no le había tomado importancia. Le conté de los cambios que había tenido la herida y del mal olor y de todo eso. Él retiró la venda y notó el aspecto del dedo. Lo revisó y lo primero que preguntó fue si había diabéticos en mi familia. En ese momento sentí cómo la sangre fría me recorría el cuerpo, las manos me temblaban. Sentí que me caía. Se me hizo un nudo en la garganta, pero respondí que sí. Me mandó hacer unos estudios urgentes de laboratorio, tuve que esperar en la sala los resultados. Cuando me dieron los resultados vi el sobre y no lo quise abrir. Fui al consultorio del doctor, toqué la puerta y él me dejó pasar, yo no le dije ninguna palabra, sólo le entregué el sobre, él lo abrió y tomó asiento pidiéndome que yo lo hiciera también, estaba muy nervioso cuando me preguntó que si yo ya había leído los resultados, al decirle que no, él me indicó que mi dedo estaba gangrenado, que yo era diabético y que tendrían que amputarme la mano, lo primero que se me vino a la mente fue mi padre el día de su accidente. Con lágrimas en los ojos me levanté y salí del consultorio, ya no hallaba qué hacer, me quería morir, en ese momento le marqué a mi madre y le conté todo, ella me dijo que me calmara, que ya venía para acá. Fue el momento más largo de mi vida. Al llegar mi madre fuimos los dos al consultorio del doctor, nos dijo que cuanto más pronto se hiciera la cirugía, mejor, que así habría menos riesgos de que la infección se extendiera por el brazo. Programó la cirugía para el día siguiente en la mañana. Esa noche me internaron, no dormí, mi madre se quedó conmigo. Al amanecer entré al quirófano, temblaba de miedo, pero me sedaron, cuando desperté ya no tenía mi mano derecha. Mientras lloraba maldecía el filero de mi hermano, maldecía a mi hermano, ya no quería verlo. En eso escuché su voz, luego sentí una mano que me movía mientras me decían que ya eran las seis de la mañana que tenía que ir a la universidad, abrí los ojos y era él, era mi hermano.

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Fotos tomadas de Internet

AmĂŠrica del Valle.


Crónica

ATENCO,

el pueblo que aprendió a luchar

por Marco Antonio López Romero texto publicado en Sin Embargo

S

an Salvador Atenco.- En la plaza de Atenco, bajo el sol que cae sobre el aceite en que se fríen quesadillas, tacos y, en general, garnachas, se ve poco movimiento; es un domingo a las 10 de la mañana y, más allá de hombres y mujeres que pasan en bicicleta, todo se ve tranquilo, aunque en unas horas los pobladores habrán de juntarse para decidir, en una segunda asamblea, qué pasará con las tierras de este pueblo que, otra vez, está al borde del despojo. Más allá de los puestos de comida está la iglesia. En la iglesia, al fondo, atrás del altar, no hay un retablo barroco atiborrado de líneas curvas unas encima de otras, doradas, para apantallar espectadores. No hay tampoco un

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dios sangrante clavado en una cruz que nos recuerde nuestros pecados. Ahí atrás hay un dios vivo que saluda con la mano derecha alzada al cielo, sonriente. Y hay un párroco hablando de paz y amistad y Pascua, aquí en un pueblo en el que nos han hecho creer que habita la especie más salvaje del país, trogloditas que con machetes han retado al gobierno y a la ley; eso nos han dicho, pero la verdad es que parecen hombres, sólo hombres y mujeres y niños y una iglesia y puestos de comida y colores, rehiletes y olores tan antiguos como el maíz, el trigo, la cebada, el frijol. … México.- En un café de Insurgentes en la Ciudad de México, lue-


Esa madrugada un pueblo con poco menos de 50 mil habitantes venció al gobierno, al presidente, al PAN, al PRI, al sistema… por primera vez. América recuerda ese día y una comisura de su boca se levanta, se estira hacia la mejilla, un segundo nada más y se esconde, casi como una sonrisa, casi.

go de dos horas de camino desde San Salvador Atenco, encuentro a América del Valle –hija de Ignacio del Valle, dirigente del Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra-. Ella me dice con su voz ronca, enferma, que la historia de la lucha de su pueblo es más o menos así:

2001 EL AEROPUERTO

En ese año el recién ascendido al poder, el presidente Vicente Fox, primero del PAN luego de más de 70 años de mandato priista, anuncia el 22 de octubre la construcción de un aeropuerto internacional con una inversión inicial de 18 mil millones de pesos. Para esto también anuncia la expropiación de 5 mil hectáreas de tierras agrícolas ubicadas en Texcoco, Estado de México, pueblo colindante con Atenco. América del Valle dice, despacio, sentada en esta mesa cuadrada de un café que se llama Punta del Cielo, luego de dar un sorbo a su americano: “Llega el 22 de octubre y bueno, el decreto que finalmente le cae al pueblo,

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la expropiación, para muchos no era algo nuevo, no dejó de ser algo indignante por supuesto, para la mayoría de la población sí fue un golpe fuerte porque antes de eso había como tres opiniones: una que estaba abiertamente a favor de la venta de la tierra”. -Pero todavía ni siquiera sabían cuánto les iban a dar por la tierra. “Ellos ya sabían, yo supongo que sí, los priistas siempre eran los operadores del despojo”. “Y había otra opinión incrédula de ‘no creo, sería imposible aquí, y si fuera el caso pues contra el gobierno no se puede’. Y habíamos otra opinión que decíamos ‘bueno la vamos a tener muy canija, pero vamos a tener que defender la tierra’, y a nosotros también se nos hace imposible que se nos imponga una cosa así, porque no es otra cosa que el exterminio, no sólo de los ejidos, sino de todas las implicaciones sociales que trae un proyecto de esta dimensión”, dice.


Pasaron meses de rumores antes de aquel día de octubre: “Y llega ya por fin el confirmatorio y el pueblo se levanta, se tiene que levantar, decide defender la tierra y el pueblo se organiza haciendo además uso de sus formas de por sí tradicionales. De ahí empieza una lucha de día y noche, de todos, no sólo los ejidatarios. Decidimos luchar, aprender a organizar foros, asambleas con más comunidades, conferencias, mítines. Tuvimos que salir a las calles”, recuerda. Es en ese momento que las ocho comunidades que conforman el municipio de Atenco y las de Texcoco deciden unirse a luchar por una causa común: la defensa de la tierra. De esta manera conforman el Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra.

Toman, cosa lógica si se piensa en él como una herramienta de trabajo, el machete como emblema, emblema que, paradójicamente, sería también su calvario: “Desde un inicio se nos ataca y se nos lincha por portar el machete como un símbolo de lucha, era muy novedoso para muchos, otros lo rayaban en salvajismo. El llegar a la ciudad en pleno siglo XXI con machetes a exigir la defensa de la tierra, cuando pues se supone que estamos en un país democrático. Pero Atenco vuelve a recordar que no es así, que el pueblo cuando ha pedido diálogo, cuando ha pedido respuestas, cuando ha pedido consulta, información, no hay tal, nunca lo hubo. Entonces el pueblo se vio obligado a luchar, incluso contra las calumnias de los medios de comunicación”, América lo dice, se siente traicionada por lo medios.


En 2001 Atenco ganó, se puede decir, pero qu oficios guardados en archiveros con investigac en las manifestaciones en contra del aeropuer órdenes de aprehensión.

Atenco vive su primer parto luego de nueve meses de lucha: “Siempre buscamos diálogo. Nunca hubo. Si nos golpean nosotros nos tenemos que defender. Toda esa es la circunstancia de un gobierno que nunca nos escuchó”, gobierno es una palabra que aparece muchas veces en la plática de América, cuando no lo llama así prefiere decirles “ellos”. Cuenta que el 11 de julio de 2002 un grupo de manifestantes que marchaba para reclamarle a Arturo Montiel la edificación del aeropuerto es interceptado en una comunidad cerca de Tehotihuacán por policías estatales que los agreden y arrestan, entre los manifestantes iba José Espinoza Juárez, un campesino que a los pocos días murió por las heridas que le dejaron los golpes oficiales. Del parto de Atenco surge un muerto e indignación de un frente que en ese momento decide que no se va a detener. Nunca.

“Al no tener una respuesta de por qué los detuvieron. La comunidad decide retener al subprocurador y a alguno que otro funcionario de la Procuraduría de Texcoco y a policías. Es un momento crítico. Las comunidades decidieron cerrar la carretera y cayó la amenaza de que venía el Ejército para rescatar a los funcionarios. Como si nosotros hubiéramos provocado esto, como si a nosotros nos encantara que tuvieran a nuestros compañeros presos. Entonces el pueblo se pone a la altura del Estado por una razón que es la real en el fondo: la tierra”.

‘AQUÍ NOS MORIMOS PERO NO NOS VAMOS’

“Con la idea de pasar por encima de la gente, como lo ha hecho siempre, el gobierno llegó también a Atenco, sólo que se equivocaron porque se encontraron un pueblo que para todo ha tenido argumentos legales. Se

La represión se publicitó, la represión s desde las 6 de la mañana hasta donde ¡Estaban felices, llamaron a más Policía” 32


uedaron secuelas. Viejos rencores y viejos ciones previas a cada uno de los participantes rto. Viejos rencores en forma de hojas con

toparon con un pueblo que tuvo la capacidad de rebelarse, tuvo la capacidad de organizarse. Ese fue su error”. El 14 de julio el pueblo desconoce la autoridad del gobierno estatal y pide diálogo con el federal sólo para decirle que la tierra de Atenco no tiene precio. Esa madrugada soltaron a los presos y soltaron también la esperanza de construir un aeropuerto en las tierras agrarias de Texcoco, esa madrugada un pueblo con poco menos de 50 mil habitantes venció al gobierno, al presidente, al PAN, al PRI, al sistema… por primera vez. América recuerda ese día y una comisura de su boca se levanta, se estira hacia la mejilla, un segundo nada más y se esconde, casi como una sonrisa, casi.

2006 LA VENGANZA

“Esos siguientes años no es que a Atenco le regresaron las tierras y volvimos a ser felices, ¡no!, nos

cambiaron la vida ese 22 de octubre”. La voz de América a partir de este punto en su relato se empieza a alzar gradualmente y yo la veo venir creciendo como ola. En 2001 Atenco ganó, se puede decir, pero quedaron secuelas. Viejos rencores y viejos oficios guardados en archiveros con investigaciones previas a cada uno de los participantes en las manifestaciones en contra del aeropuerto. Viejos rencores en forma de hojas con órdenes de aprehensión. Para marzo de 2003, fecha de elecciones municipales, los pobladores de Atenco sienten que no están listos para elegir a un gobernante porque no hay gobernabilidad, su gobernante los vendió y se fue. Huyó del pueblo cuando se cayó el decreto del aeropuerto. Cancelan las elecciones. Se posponen para julio. Llega julio. Pero no las elecciones. Agosto. Diálo-

se trasmitió a plena luz del día, se llevó a cabo e ellos quisieron. Todo el 4 de mayo se publicó.

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go. Elecciones. Pero tuvieron que firmar un acuerdo el 17 de agosto el gobierno y el Frente de Pueblos en el que se reconoce a éste como organización social gestora de la defensa de la tierra, como interlocutor entre los pueblos y el gobierno. Acuerdan también que se congelen las órdenes de aprehensión. América hace énfasis y repite “se congelan, el mismo verbo lo dice”. Una cosa que con el tiempo se puede revertir. Pero ahora Atenco otra vez le dijo al gobierno lo que tenía que hacer y cuándo lo tenía que hacer y el gobierno obedeció… otra vez. Sin embargo algo quedó ahí ese día, otro rencor acumulado. La bestia iba creciendo. “Vienen las elecciones (nacionales de 2006), viene La Otra Campaña y nos adherimos a esa iniciativa política en esta posición que tenemos como gestores. Y ahí aparece la demanda de los floristas de Texcoco que piden que no se les reubique. Porque los querían mandar, a los vendedores que llevan décadas ahí, a un mercado lejano al que no querían ir. El 2 de mayo se llega a un acuerdo para que les respeten y los dejen ahí y más en esas fechas clave para los comercian-

A Ignacio del Valle lo condenaron a 120 años de prisión y lo internaron en el penal de máxima seguridad de Santa Martha, junto con otros líderes del movimiento 34


Ignacio del Valle dijo en 2001: “Si nos quitan este territorio nos quitan todo”. Su hija América del Valle me dijo en ese café, 13 años después: “El arrebatarnos nuestra tierra no es cualquier cosa, es arrebatarnos también la vida”. La pelea entonces es por la vida misma.

tes de las flores por el Día de las Madres, el del Maíz, así se acordó y al día siguiente vemos lo que ya vimos. La cacería”. La cacería fue, evadiendo detalles de llanto, sangre, gritos, golpes, patadas, balas, fuego, en resumidas cuentas -datos bastante fríos- así: “¿Cómo es posible que tienes que llegar a un punto de represión en donde el saldo es 207 detenidos, 40 mujeres torturadas sexualmente, dos asesinatos, aprehensiones arbitrarias, sitiar a un pueblo, hacer cateos ilegales? En fin. Todo lo que ocurrió ese triste 4 de mayo ¿por unas flores? ¡Por favor, a nosotros no nos engañan! El pretexto fueron las flores pero fue un pééééésimo pretexto”. Pésimo, pésimo, pésimo”. La palabra cae sobre la mesa junto con la mano que estrella el vaso casi vacío, cae una vez pero es como si lo hiciera tres o cuatro veces, rasguña la garganta enferma de América… pésimo. La voz estalla, la ola se estrella, se dispersa, se cae, se quiebra. Nace otra ola de oraciones más grande, más escándalosa, más llena de indignación: “¡En realidad lo que querían era extinguir

el Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra! Y además en un momento muy oportuno, porque hay gente que pregunta por qué, y por qué a plena luz día, ¡pues porque sí, porque hay represión y porque hay cosas que ellos quieren que veamos todos!, si la represión se publicitó, la represión se transmitió a plena luz del día, se llevó a cabo desde las 6 de la mañana hasta donde ellos quisieron. Tooodo el 4 de mayo se publicó. ¡Estaban felices, llamaron a más Policía para que reforzara todos los enfrentamientos que se llevaban a cabo en Atenco! Desde el 3 de mayo se pidió diálogo y el gobierno estatal dijo ‘no, ese es su problema, ahí se ven’. ¡Se pidió diálogo desde las primeras horas del 3 de mayo, desde los primeros enfrentamientos. ¿Cuál enfrentamiento?, enfrentamiento es cuando estás ahí peleando en partes iguales, ahí los tenían atrincherados… No hubo otra opción. Nunca hubo diálogo, nunca quisieron diálogo, siendo que había funcionarios del Estado de México que tenían nuestros teléfonos. Había un acuerdo además que se violenta, se traiciona. Y al día siguiente vemos una fiera desatada vengándose, no de unas

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personas que fueron a defender a unos floristas… sino se estaban vengando de un pueblo que ha dejado un referente en la lucha de México y un referente además histórico para todos los pueblos que luchan”. Luego de esos días, que América recuerda como “mayo rojo”, queda un pueblo apaleado y desmembrado. Unos van a la cárcel y otros tienen que huir, como América, con órdenes de aprehensión. América ahora habla bajito, despacio, apenas y se escucha su voz ronca y cuando le pregunto qué

París, Groenlandia, cualquier cosa, porque no me quiere decir exactamente dónde estuvo y yo después entenderé por qué. A Ignacio del Valle lo condenaron a 120 años de prisión y lo internaron en el penal de máxima seguridad de Santa Martha junto con otros líderes del movimiento. En 2010 salen libres gracias a un fallo de la Suprema Corte de Justicia de la Nación en el que determinó improcedentes las acusaciones hechas por la Procuraduría General de Justicia del Estado de México. Libres todos.

Sí, sí, sería una mentirosa si te dijera que no. Miedo no sólo a la represión miedo a ver un Atenco devastado, miedo y dolor de pensar en nosotros desterrados, sin nada”. pasó, qué hizo ese tiempo que tuvo que estar escondida, en dónde estaba, evade la pregunta, y la voz más chiquita cada vez apenas cuenta en plural para despersonalizar su historia: “nos tenemos que ir de nuestras casas, nos tenemos que ir de nuestros terruños, nos tenemos que refugiar algunos ya con órdenes de aprehensión… Y pasan 4 años en esa resistencia. Yo le decía mi exilio perpetuo. Un exilio al interior de mi propio país”. Cuenta que estuvo en Guerrero, Chiapas, Oaxaca, pero bien pudo haber dicho Disneylandia,

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Eliminadas las órdenes de aprehensión. Regresan a su pueblo. Esa, me dice América, es la historia de lucha de su pueblo. … San Salvador Atenco.- En la plaza de Atenco este domingo templado, una mujer frente al Auditorio Municipal, micrófono en mano, pregona, antes de la segunda asamblea: “En su momento nuestras viviendas fueron de adobe, ¿y de dónde las obtuvimos?, pues de la tierra. La tierra


nos ha dado todo. La tierra acompañada con el agua nos ha dado la vida. Así que no podemos permitir que la tierra cambie su régimen. Debe seguir manteniendo su carácter ejidal”.

Entiendo que si América tuviera que huir otra vez, lo haría al mismo lugar al que fue de 2006 a 2010; y sé por qué no me lo dijo.

Las asambleas son, en palabras de América: “una tradición, una forma de decisión muy… es milenaria esa manera de decir las cosas en los pueblos, en este caso en Atenco se retoma esa forma”.

México.- ¿Tienes miedo?, le pregunto a América entendiendo que tal vez les espera lo peor, que la posibilidad está ahí, presente.

-¿Pero es totalmente respetable y válida? “Claro, digo por supuesto siempre hay posturas, siempre va a haber posturas encontradas, pero para eso son asambleas, la asamblea es el espacio político y social de discución de los pueblos”. Las cosas se deciden en tres asambleas. En la tercera, una semana después de esta entrevista, no dejaron participar al Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra. Les impidieron el paso. Una nota de La Jornada lo documenta. Atenco cambió de régimen su tierra a “dominio pleno” que finiquita el sistema de tierras comunitarias. Atenco está ahora abierta a la venta y el Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra al borde de otra batalla. Ignacio del Valle dijo en 2001: “Si nos quitan este territorio nos quitan todo”. Su hija América del Valle me dijo en ese café, 13 años después: “El arrebatarnos nuestra tierra no es cualquier cosa, es arrebatarnos también la vida”. La pelea entonces es por la vida misma.

“Sí, sí, sería una mentirosa si te dijera que no. Miedo no sólo a la represión, miedo a ver un Atenco devastado, miedo y dolor de pensar en nosotros desterrados, sin nada”.


La vida (en un call center) Por Juan Luis García Hernández

— Todavía no ha nacido alguien que diga “quiero trabajar en un call center cuando sea grande”—

Juan Luis García Hernández • Periodista.

S

CAPÍTULO I in trabajo, con necesidad de ganarme la vida y en una época del año donde el mercado laboral sufre pocos reajustes decidí apostar por trabajar en un call center. Con escaso conocimiento sobre el tema elegí la prensa para obtener un panorama general de las ofertas de trabajo. Mi búsqueda fue corta —de un día— y se limitó a explorar la sección conocida como los clasificados. Recorrer todas las páginas amarillas y darme cuenta que si no posees un oficio manual quedas supeditado a ofertas para ser ejecutivo de ventas (de toda clase: catálogos, enciclopedias, cosméticos, lavadoras, cursos de lectura rápida, etc.). O saber que hay otra opción de anuncios más grandes, y, parece, permanentes: los call centers. Media página, página entera, anuncian-

do que apliques hoy, que mandes tu CV (currículum), ¡1000 quetzales de bono si recomiendas a alguien!, o lo haces en esta oportunidad. Si hubiera un denominador común en los requisitos –considerando algunas excepciones— éstos serían: bachillerato concluido, ser mayor de edad y hablar inglés un 80%. Según datos de la comisión de Contact Centers de Agexport (Asociación Guatemalteca de Exportadores) se suman alrededor de 30 empresas en este rubro, la oferta es amplia. Escojo cuatro anuncios, los más atractivos, sí, los que tienen a los chicos y chicas rubios atendiendo lla-

• Los nombres originales de las personas aquí mencionadas han sido cambiados a petición de las mismas con el fin de no perjudicar su actual entorno laboral.

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madas con una sonrisa, o los que ponen un llamativo título “¡We are hiring!”. He de decir que mi inglés está un poco oxidado, ha sido construido a base de ver películas en YouTube. Por lo tanto, elijo no complicarme la vida, tomo mi currículum, lo ingreso a Google Translate, y obtengo una traducción al inglés. Cambio un par de detalles mal interpretados. Listo, en condiciones para ser enviado a las compañías. No pasa más de media hora cuando mi teléfono empieza a sonar. Me pongo nervioso, quizá Google me ayudó antes, pero no más. Lejos de lo divertido que es intentar algo nuevo, si no hubiera sabido un segundo idioma no me hubiera atrevido a participar. En este tipo de entrevistas o hablas lo básico para mantener una conversación o pasan de ti. En Guatemala, el cinco por ciento de la población habla el idioma universal, luego me entero que por esa causa, y porque te pagan la mitad del sueldo que a un agente estadounidense, las compañías han encontrado en el país un paraíso para proliferar. Me apresuro, tomo el teléfono y veo cómo el celular cambia de llamada entrante a en línea. Nadie habla, luego ya, y una voz de mujer suena en la bocina: ¿Con el señor Juan Luis García? — es una voz muy dulce. Sí, claro.

Un gusto señor García. Le saluda Vanessa, recién he visto su currículum. Sí, sí. Señor García, ¿ha trabajado usted antes en un call center? No. ¿Estaría interesado en trabajar en uno de ellos? Bueno …sí. Bueno, de un número del uno al diez, ¿cómo consideraría su inglés? 8 — contesté, no sin antes titubear. ¿Estaría de acuerdo con que le hiciéramos unas preguntas en inglés? ¿Ahora? — repongo, un segundo— ok, está bien. La chica hace una serie de preguntas en inglés, para tantear terreno nomás: “Dinos algo sobre ti, ¿a qué te dedicas en tu tiempo libre?, ¿cómo fueron tus últimas vacaciones?”. La cosa va bien, contesto de forma breve y entonces ella concluye: ¿Qué le parecería venir a hacerse una entrevista en persona con nosotros? Me parece bien. ¿Cuándo sería? ¿Puede hoy? ¿Hoy? — me toma desprevenido, no importa— sí, claro. Le voy a programar la cita en tres horas, ¿le parece bien?, le doy nuestra dirección, ¿tiene dónde apuntar? Venga a nuestras instalaciones ubicadas en …. Sí, ya la tengo, está en el anuncio de prensa — acoté. Iba a preguntar si podía mover el horario, en eso, la chica dice: Perfecto. Será un gusto tenerlo en este proceso, adiós. Al parecer este tipo de conversación está generalizada. A diferencia de que la primera señorita sonaba en realidad persuasiva. Las siguientes tres llamadas fue-

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Fotos tomadas de Internet

ron idénticas. En dos de tres, me citaban para que llegara el mismo día. La única que no lo hizo fue la cuarta y última, en ella, un señor se comunicó conmigo a eso de las nueve de la noche para citarme a primera hora del día siguiente, pero decliné. Además, en dos de tres dije que sí iría, pero no lo hice por involucrarme en el proceso de la primera concertación telefónica (vale decir que me volvieron a llamar tras mi ausencia para preguntar el porqué de la misma, y si podíamos reprogramar la cita). Hay una desesperación por contratar gente en 24/7, lo hacen todos los días. Reflexioné un momento sobre lo que esto podría representar, y más tarde concluí que,

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como me dijo un tipo barbado que se sienta a mi par durante el training (capacitación): “El que te diga que no está aquí por dinero está mintiendo”. Y justo sería la palabra “money” un imán repetido miles de veces en los días venideros para justificar las condiciones de trabajo dentro de la compañía.

CAPÍTULO II

El edificio es un leviatán de concreto que se encuentra recostado a un lado de la calzada Atanasio Tzul, una de las más transitadas de la ciudad. Es una zona industrial donde se pueden encontrar fábricas de tabaco, gasolineras y galeras de almacenamiento. Esto último pareciera ser el call center, con un aspecto tosco monocromá-


tico. Llego al departamento de reclutamiento, y me encuentro con un sitio por contraste: colorido y plástico, lo primero que percibo es el frío del aire acondicionado, al tiempo que un joven recepcionista de pelo largo y lacio me entrega una solicitud de empleo. Now, it is your turn!, dice cuando suelta la hoja que oscila en el aire como una pluma hasta caer en uno de los pupitres para aspirantes que tiene la sala de espera. Ya hay un par de personas llenando sus formularios ahí. Sin ánimo de ser prejuicioso, no podría decir sobre un perfil específico que ingrese al call center. En aquel salón había dos señores con ropa de rapero y lentes oscuros, quienes más tarde me contaron haber sido deportados de Roe Island y Los Ángeles, respectivamente. Por otro lado, una chica con dos piercings en cada comisura de sus labios y un tatuaje de hada en el cuello es la primera en entregar su solicitud, entonces es llevada a realizar una prueba en el ordenador.

aclara que es guatemalteco. Como muchos otros jefes, la empresa de capital indio entrenaba en Bangalore a sus mejores prospectos, o al menos, más fieles. Una vez elegidos no dudaban en pagar un boleto de 16 mil quetzales al otro lado del mundo para capacitar al personal de la creciente industria.

Luego, es mi turno al teclado, batallo con la prueba que trae una serie de ejercicios escritos, auditivos y orales, diseñados para simular las tareas que tendrás que hacer una vez seas “contratado”. Acabo la maratónica con un tiempo aproximado de cuatro horas. Entonces, me gano el pase con el entrevistador. En realidad ya no aguanto el dolor de cabeza, pero me dan un té y eso me aliviana. Ahí un tipo llamado Ralph, me indica que los trainings empiezan cada lunes. Observándolo, me doy cuenta que tiene aspecto de hindú y de hecho, su acento es de hindú, pero luego, ante la pregunta me

Antes de ingresar al área de entrenamiento, una señorita nos pide que por favor bebamos agua. Y luego explica, que uno de los requisitos que aún no nos han mencionado, es que para ser parte de esta transnacional debemos estar limpios.

Según Ralph, como aquel día era lunes, debía empezar esa tarde en el horario de dos a 12 de la noche. Algo inusual para los convencionales horarios que manejan los demás rubros locales, los cuales de no ser negocios, cierran sus actividades a las cinco de la tarde. Recuerdo que me fui a mi casa, me bañé y le dije a mi familia que trabajaría en un call center y que empezaba después del almuerzo. Para mi extrañar todos me apoyaron, como con cada locura. Regreso, no sin serias dudas de lo que podría venir después y me siento en la misma sala de espera; los señores y la chica reaparecen; y comienza el show.

¿A qué me refiero con esto? , van a pasar a ese baño que está ahí en la esquina y van a orinar en este vaso que tengo aquí en la mano — explica. En su rostro se denota seriedad, no hay emociones. Ya es mi turno, la señorita entra conmigo al baño, supuse que lo hace porque habrá quienes hagan

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trampa. En realidad, lejos de sentir vergüenza por mí, me dio pena por ella. Ahí, dando la espalda, espera a que cada uno de los aspirantes termine de orinar para poder guardar el envase en una especie de hielera y luego lograr examinar en un laboratorio si consumes algún tipo de droga. Una vez pasada esta fase somos guiados a cruzar por un largo pasillo y nos presentan al resto de los integrantes que serán nuestro grupo. Éste, en su mayoría conformado por jóvenes, manifiesta una rápida unión que se mantendrá a lo largo de mi

le encuentra más estadounidense si se le quiere estereotipar así. En parte, porque más de la mitad eran deportados o habían vivido en los Estados Unidos, en parte, porque la empresa no impone reglas para vestirse. Puedes llegar en pijama si deseas. Ya dentro, el call, visto a través nuestros novicios ojos asemeja ser un mini disneyland, con mesas de ping pong, Internet gratis, gimnasio y estaciones de play station a nuestras anchas. Una especie de centro educativo con aulas de lado y lado del corredor — training rooms—, paredes

Gente sobre todo joven, ente 18 y 30 años, convertidos en autómatas, afectados de los nervios y algunos mostrando un caminar derrotado, como destinados a continuar en ese trabajo esperando ganarse un paraíso que nunca terminaba de cuajar estadía. En este momento, a pesar de contar con una semana más de trabajo sobre sus espaldas nos reciben bien, preguntándonos toda clase información acerca de nosotros mismos, algo así como sucede con los nuevos prisioneros que arriban a las carceletas. Nunca vi tanta diversidad en un solo lugar, es decir, me gustaría pensar que la conservadora Guatemala es así de cosmopolita, pero la realidad es que el mundillo de los call centers conjuga un ambiente de personajes distinto al de la calle. Se

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que tenían la mitad conformada de yeso y la otra por ventanas cubiertas con papel manila. Según nos explicaron, la vista del vidrio era tapada por medidas de seguridad para que no se pudiera robar información confidencial de los clientes o hacer un fraude con ella. Además, que nos portáramos bien porque estábamos siendo grabados todo el tiempo.

CAPÍTULO III

Eran las doce de la noche cuando termino todo aquel día. Íbamos


saliendo de la puerta principal, un sitio donde dos guardias y un detector de metales te registran más que en los aeropuertos, en eso, el nuevo aspirante preguntó: — Y aquí, ¿a qué horas cierran? This is 24/7. Amigo. No cerramos. De a poco caes en la rutina. Te familiarizas con el grupo y te acostumbras a los horarios que te imponen, mismos que tendrás después — cuando ya produzcas—. Tratan de hacerte sentir parte de la empresa y de lo que, según ellos, es la mentalidad que una transnacional requiere. En esto, algunas personas se lo tomaban muy en serio, ese era el caso de un trainer (entrenador) llamado Pablo. Quien entra precipitado al salón, nos mira de reojo mientras transita hacia al frente y se planta delante del pizarrón. Empieza a hacer la plática, es muy bullicioso, hiperactivo, casi anormal, como si recién se hubiera tomado un par de expresos. ¿Conocen los Estados Unidos? ¿En qué parte han estado? — dice en inglés, como el 90 por ciento de todas las conversaciones allí. Casi todo el grupo en su totalidad levanta la mano y afirma. Genial, en qué parte. Ya empiezan a soltarse: San Francisco, Los Ángeles, Miami, Houston, Roe Island, Wisconsin, Oklahoma, Austin, Carolina del Norte, Virginia. Por su parte, Pablo va asintiendo y diciendo, sí la conozco, esa me falta, sí la conozco. Hasta que Martha, la única

señora del grupo, dice New York… Espera, espera, espera, dijiste, ¿New York? Sí, señor, eso mismo — dijo ella sonriente y con el acento guatemalteco que no perdió a través de los diez años que vivió en la gran ciudad del norte. ¡Yee, yee, yee! Yo también soy de Nueva York. ¿En qué parte de la ciudad vivías? — contestó él, pero con un acento italiano fingido. Manhattan. Oh, Dios mío. So we are yankees. Es un gran sentimiento. ¿Y a qué te dedicabas? Era ama de casa. Interesante — viéndola directo y poniéndose serio un instante— ¿y qué te trajo de vuelta? Martha desvió su mirada ligeramente hacia abajo y luego de vuelta a su interlocutor: Los hijos. Tengo dos, aunque ya están grandes me quise regresar para estar tiempo con ellos, ya que no estuve cuando eran niños. ¡Ya veo, genial, Martha! — y somata el escritorio expresando alegría. Pablo siguió con el discurso: Nosotros aquí somos la mejor empresa, y sólo vamos a reclutar lo mejor de lo mejor. Entonces, si ustedes son lo mejor de lo mejor van a entrar, porque esta es un call center que maneja un estándar

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americano. Eso es. El mejor país del mundo. Podría hablarles aquí de miles de cosas, de las bases militares que he conocido, del mejor equipo de la NFL (National Football League, —liga de fútbol americano—) los New York Giants. Sabían ustedes que sólo la NFL recauda más dinero que ningún otro deporte en el mundo. Más que el futbol, el Mundial y esas cosas de nenas, y eso, que es sólo un país. Pero es donde está el dinero, saben.

Por qué trabajamos más duro que todos los demás. ¡Somos ganadores, no nos gusta perder! — dice mientras somataba un pupitre lleno de computadoras de la primera fila del salón—. Y así es como son nuestros clientes, no les gusta sentir que le estamos robando su dinero. Yo empecé como ustedes, a los dos meses ya me habían ascendido, ¿por qué creen?

Algunos ríen, otros levantan la mano con el pulgar hacia arriba en señal de estar complacidos con lo que ha dicho. Sí, es verdad, es donde está el dinero. Miren, yo conozco 35 de los 50 estados. Cada lugar es muy bello, menos Los Ángeles, lleno de latinos — haciendo una mueca de desdén—. ¿Han ido a la Florida en la zona 19?, ¿no?, ¿han ido a la Reformita? Va, pues así de feo es. Para ir a Los Ángeles mejor vayan al mercado de La Reformita, eso no parece Estados Unidos. Todos esperamos cierta alusión personal a una chica que dijo ser de Los Ángeles con anterioridad. Ella se queda viendo un momento, y contesta: Sí, es verdad Los Ángeles es horrible. Yo soy de Pasadena. Lo ven. Yo sé lo que les digo. Pero las demás ciudades son hermosas, las más bellas del mundo. Nosotros ganamos la Segunda Guerra Mundial, ¿por qué creen? — dice Pablo. Nadie contesta.

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Sólo un chico, se atreve a decir algo pero es interrumpido de nuevo por el entrenador. ¡Sencillo!, porque trabajé duro. No vengo aquí a medio contestar los teléfonos. Vine a trabajar siempre. Y eso mismo es lo que les voy a exigir cuando estén en el piso. Que trabajen con mentalidad yankee. No como los vagos del sur, que perdie-


ron la guerra de la secesión. Queremos gente ganadora aquí, los demás, adiós. ¡No nos interesan! ¡fuera! El sujeto salió del salón, llevándose el bullicio con él, y los demás viéndose los unos a los otros quedaron en paz otra vez.

CAPÍTULO IV

Hasta aquel momento, todo había sido pura diversión, llegábamos,

aprendíamos inglés. Era la tercera semana, el profesor hacía esfuerzos por hacernos sonar más americanos “y así quitarnos ese horrible acento chapín”, afirmaba. La gente se lo tomaba con calma, o digamos, no muy en serio, de un grupo de 20 ninguno había cambiado de opinión, hasta ese día que subimos al floor (piso de producción). “Mi opción es trabajar en un call

center”, me dijo. De golpe no lo creí. Arquitecta recién graduada atiende una llamada tras otra, 10 horas continuas, cinco días a la semana, con dos recesos de 15 minutos y media hora de almuerzo. Mónica fue la agente de piso con la cual se me asignó sentarme para aprender de viva experiencia de qué se trataba el trabajo. El call albergaba a 1200 trabajadores divididos en diferentes cuentas. Ahí, en medio de una sala con cubículos múltiples del tamaño de un campo de futbol, más de 700 representantes de atención al cliente laboran para un banco conocido como Citibank. Los 20 aspirantes de mi promoción nos detuvimos a escuchar las llamadas que recibían los agentes. Encontramos insultos, cientos de ellos racistas, gente gritando, desesperada por su dinero u la falta de él. Y a la vez, trabajadores aptos, que hacían multitasking, mediaban conflictos y tecleaban lo más rápido posible, haciendo de aquel recinto una orquesta de voces altas y bajas. Nunca entendí por qué la gente gesticulaba, se ponía de pie o movía los brazos como si el cliente estuviera en frente, elevando la voz en igual proporción a su interlocutor. Parecían vivaces. Sin embargo, el desgaste era perceptible. Ojeras y caras largas teñían de pesadumbre las áreas compartidas como la cafetería durante los descansos. Gente sobre todo joven, ente 18 y 30 años, convertidos en autómatas, afectados de los nervios y algunos mostrando un caminar derrotado, como destinados a continuar en ese trabajo esperando ganarse un paraíso que nunca terminaba de cuajar: “Igual, qué puedo hacer”, “tengo que pagar mis cosas, nadie más me va mantener”, “no hay trabajo de otra cosa”, “en ningún lugar me van a pagar lo

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El cliente con frecuencia no entiende el acento, y viceversa, el cliente tiene su propio acento o mala dicción. Como la vez que me tocó atender un tartamudo

que gano aquí”, “como soy deportado sólo aquí puedo trabajar”, “es que no tengo experiencia en mi carrera profesional”. Después del susto, nuestro entrenador le dice al grupo: “suena ilógico no, queremos trabajar en un call center, pero sin recibir llamadas”. Y ese micro clima de los trainings estaba por terminar, todos lo sabíamos y parecía una sentencia de lo que sería el final de todo aquello. Mientras tanto, no hacemos mayor cosa, nos ponen a leer en la pantalla las políticas del banco, algunos se duermen, mientras otros aprenden a encontrar en el motor de búsqueda la información. ¿Qué clase de información? Todo lo que un representante de atención al cliente bancario debe saber. Así, durante un mes hemos visto cómo atender hipotéticamente solicitudes que luego serán realidad. Mandar chequeras, tarjetas de débito, cancelar chequeras, tarjetas de débito. Hacer transferencias monetarias, unir paquetes, dar soporte de la página web del banco, traducir llamadas del inglés al español, y luego del español al inglés, dar seguimiento a envíos, reprogramar pagos facturados, y un sin número de posibilidades qué parecían nunca acabar en el buscador lla-

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mado “The Source”, la cual según dicen es como Dios, lo sabe todo. Ya es el tercer viernes, y el lunes entraremos a piso, hay incomodidad, la gente no quiere subir a atender llamadas. Se rumoran renuncias, pero no han pagado. Lo hacen cada quince días, y esta vez las fechas no encajan, pareciera fríamente calculado. Saúl, de 42 años, está sentado a la par mía, es conocido por sus cambios de ánimo y me dice: — No te ahueves, la mara te dice que va ser difícil, pero después te acostumbras como a todo. A mí, la primera vez, que me tocó atender una llamada me estuve más de una hora batallando con el cliente. Era un señor, pero la verdad, no le entendía ni mierda de lo que me pedía que hiciera. Además, yo sudaba de lo asustado y ya estaba por tirar la toalla; quince minutos después, salió mi trainer cagándose de la risa a decirme que él era quién estaba tras el teléfono— reímos juntos unos segundos, luego, él vuelve a ponerse serio — pero ya sabes, tenés que decir el guión de memoria, despachar las llamadas rápido y nunca colgar, porque si no, te despiden. A lo cual sólo asiento y el clima tenso vuelve de nuevo en me-


dio de aquel salón congelado por el aire acondicionado. Michael Bonilla ha sido nuestro entrenador durante los últimos días, tuvo que relevar a la antigua trainer debido a un padecimiento en el nervio ciático. Es un sujeto duro, ha estado preso en Los Ángeles durante 4 años. Desde los 18 hasta los 22, a su salida fue deportado a Guatemala. Con una visión estrecha de sus posibilidades pero con mucho tesón, fue esquivando los obstáculos de la empresa. Y dos años más tarde pasó de los teléfonos a dar clases. Es un hito,

Insultos, y más insultos: “Tonto”, “maldito migrante”, “pedazo de mierda”, son el pan diario logró una especie de sueño de call center, trabajar en la industria de las llamadas sin tener que contestar el teléfono. Y aunque realizan pequeños tours luciendo al campeón ante los ojos de los aspirantes con el fin de transmitir una inspiradora historia, la verdad es que Michael ocupa uno de los contados 4 puestos para trainers a los que tienen opción de aplicar 700 personas. Uno de los compañeros que está sentado hasta delante tiene el ánimo de iniciar una plática con Michael. Esto le da motivo suficiente para empezar a relatar

sobre golpes, las conspiraciones dentro de la cárcel y de cómo su mamá lo entregó al hospicio cuando tenía 11 años. De a poco, los muchachos se van apiñando en el frente. Otro, un chico delgado con la cabeza rapada que siempre porta una gorra de los New York Yankees levanta la voz: ¿Por qué te apresaron Mike (diminutivo de Michael)? — el chico, con una sonrisa tímida, se cruzó de brazos y se reposó sobre el escritorio inclinado hacia el frente como quedando a la expectativa. Michael no estaba preparado para contestar una pregunta así, pero la atención de todos estaba sobre él, entonces se puso serio y contestó: — En serio, ¿quieren saber? No, no quiero aburrirlos con mis historias— e hizo un desmán, disimulando las ganas de contar alguna anécdota. — Ay, ya cuente, Mike, no sea payaso — dijo Sofía Ismatul, la única chica dentro del grupo de hombres que estábamos al frente del salón. — Vale… Mike contó una historia entretenida, según él, su infancia fue la causante de su caída en prisión. Nadie podía decir sobre la veracidad de los hechos o no, pero tampoco hubo quien se quejara. Narró primero cómo los chicos del orfanato lo golpeaban, cómo se intentó escapar dos veces de aquel lugar que marcó su infancia. La primera vez, llegando hasta la casa de su mamá pero sin encontrarla, por

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lo que algún vecino puso en evidencia que un niño andaba solo por el vecindario y llamó a la Policía, quienes lo trajeron de vuelta al orfanato. Luego, describió con detalles cómo en su adolescencia traficaba drogas, él y sus amigos. Sus tácticas para burlar a las patrullas. Su primera detención. Lo que dijo en el juicio, su sentencia definitiva que le privó de libertad cuatro años. Y finalizó explicando de forma magistral los códigos entre los grupos étnicos en la cárcel, como eran los latinos de orgullosos de su origen, así como lo depravados que eran los negros allí. No sin un toque de racismo. Para este punto ya algunos se habían dormido, y otros hacían preguntas, quizá, sólo porque preferían estar conversando que leyendo términos bancarios. En eso, nuestro entrenador sugirió de forma sigilosa: ¿Quieren que les cuente cómo hacer fraude? Todos se vieron los unos a los otros, no sabíamos si era en serio, o no. Como cualquier cosa proveniente de Michael. Entonces, se levantó, usaba siempre un pantalón de mezclilla y unos zapatos de basquetbolista de marca Jordan. La clase estaba en suspenso. — Bueno — repuso — en realidad, no es algo que puedan hacer tan fácil, ya sucedió antes, ni siquiera yo que soy un criminal hubiera pensado en hacer algo así. Michael se cercioró de que la puerta del salón estuviera cerrada. — Miren pues, pero esto es

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Como vio que no le iba a poder ayudar, el redneck empezó a loquear. Lo aguanté 10 minutos más y dije, ¡a la mierda!, tiré los audífonos y me fui al baño para tranquilizarme, ya lo decidí. No regreso, ni loco.


top secret, ¿ok? Si alguien se entera de esto me cuelgan. De cualquier manera, ya el lunes entran a piso — pone su dedo índice en los labios como simulando recordar algo — . Han visto que se pueden hacer envíos de tarjetas de debito a un PO Box (apartado de correo). — Sí — asintió el grupo de no más de siete personas que escuchaba. El resto parecía no importarle. — Bueno, muy bien. Entonces, esto es así, terminan de atender un cliente, se dan de baja en la valla del sistema, como si fueran a usar su hora de almuerzo — Michael parecía entusiasmado al contar, estaba sentado en una silla con el torso inclinado hacia nuestra dirección. Explicaba con detalle y miraba los ojos de cada uno de los presentes con cada pausa en sus palabras, entonces, continuó—, se mandan una tarjeta a un PO Box que esté a su nombre. La mandan de una vez activada, para que nadie tenga que llamar y hacer ese procedimiento. Luego, piden a alguien que envíe lo que esté adentro de su casillero a Guatemala. La tarjeta tarda aproximadamente siete días en llegar. La abren y hacen uso de ella pero nunca sobrepasan el límite, porque si no, se va bloquear y el usuario se va a dar cuenta. Romel García, es un chico de talla ancha que escucha con cautela cada una de las palabras. Se exalta mientras le cuentan el resto. — Tienen un tope de 5 mil dólares, pero no lo hagan actos sospechosos. Ni inviten a todos sus amigos a McDonald’s. Hagan retiros. Los gringos son bien tontos,

probablemente van a tardar una o dos semanas en darse cuenta de que los desfalcaron. Nadie va poder saber que fueron ustedes.

CAPÍTULO V

Es el primer día, me he enfermado del estómago gracias a los nervios. Parece que casi todos estamos más o menos igual de ansiosos, nuestra entrenadora original reaparece ese día. Nos citan en una sección del piso, unos al lado de otros empezamos a activar el sistema. La entrenadora está muy agitada, todo está planificado para empezar a las ocho y ya vamos tarde, entonces, empezamos. Caen las primeras llamadas. Un anuncio verde en la pantalla indica que están entrando clientes. No hay chance a no contestar, la llamada simplemente entra y la escuchas en tus audífonos. Todo inicia, no sabemos muy bien donde están las cosas, qué hacer. Caemos en pánico, le pedimos al cliente que espere en la línea mientras atendemos su caso. La verdad es que sólo ponemos mute — silencio— y levantamos la mano para que un supervisor de piso nos atienda la duda. Éste se tarda en llegar porque ayuda a otros compañeros, luego se avecina y la resuelve. Mientras, el cliente se irrita esperando. Inmediatamente tras comunicar la solución, a éste le surge otra duda, por lo que volvemos a hacer el mismo procedimiento. Ponemos mute, blasfemamos y levántanos las manos. Las llamadas empiezan a caer variadas. El 70 por ciento es en inglés, las otras son en español. De forma curiosa, a los amigos que han vivido más tiempo en Es-

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tados Unidos se les complican más las llamadas en español. Los clientes notan el titubeo en mi voz, esto los altera. Los hace dudar de dónde están depositando su dinero. Algunas frases en inglés no están correctamente expresadas. Las clases de acento sólo sirvieron para no llegar como navajas sin filo, pero desde la primera línea en la cual los agentes leen del script (guión), el que escucha identifica con un olfato que sólo da la experiencia de vivir en ciudades cosmopolitas, cuál es tu raza, cultura y hasta religión. Tenemos un descanso de quince minutos. Cuelgo los audífonos, me tardo cinco minutos en llegar a la cafetería y me doy cuenta de que sólo me quedan cinco para descansar, así y todo, pierdo el apetito, me dispongo a fumar un cigarro en una de las terrazas. Encuentro que el sitio está ya hacinado de fumadores. Ésta es quizá la típica imagen que los conductores de la calzada alcanzan a ver durante un instante cuando pasan por la ruta, una multitud de chicos con gafetes colocados fumando en la puerta de un edificio de concreto. Los cinco minutos restantes deberán ser para volver a subir al piso de producción. Nuestra entrenadora, con la fuerte demanda de reclutados levantando la mano ha sufrido una recaída de su nervio ciático. Por lo que Michael, como buen corredor emergente, vuelve a tener la función de llevar el mando. Vuelves al ordenador, te das cuenta de que el tiempo se ha ido volando. No hay pausas entre lla-

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madas, son una tras otra, pero todas están siendo grabadas. Si salió bien o salió mal, eso lo dirán las personas encargadas de evaluar. Pero no hay tiempo para la reflexión, sólo el siguiente caso que atender. Hacemos lo mejor que podemos pero aún así no alcanza. El cliente con frecuencia no entiende el acento, y viceversa, el cliente tiene su propio acento o mala dicción. Como la vez que me tocó atender un tartamudo. Volteo a ver a mi supervisora y le pregunto: ¡¿Qué hago?! — Paciencia — contesta ella de manera serena. Personas de origen polaco, italiano, alemán, inglés, irlandés, afroamericano, latino, hindú, asiático, mezclan sus lenguas maternas con el inglés, lo que resulta en un lenguaje universal pero extremadamente diverso. La frustración empieza a venir, ellos quieren que su problema se resuelva rápido, tengan o no la razón. Y pasada la línea de la paciencia de los primeros tres minutos, los insultos no tardan en llover. Empiezo a perder la noción de estar en Guatemala o en una oficina de Nueva York. Y caes en la cuenta de que la tolerancia es aún un sueño “americano”. Insultos, y más insultos: “Tonto”, “maldito migrante”, “pedazo de mierda”, son el pan diario. Para contrarrestar el gran flujo de improperios, el banco ha generado una política de advertencia en caso de injurias, bajo la cual, después de seguir un protocolo, es posible desconectar una


llamada. Sin embargo, en todo el tiempo que trabajé allí nunca supe de alguien que hubiese podido utilizarle a cabalidad. Si bien, porque el cliente desconectaba antes, o porque los insultos tienen que ser exageradamente reiterativos para poder aplicar el protocolo. Antes de ir por mi almuerzo paso al baño. Ahí encuentro a Romel viendo hacia la ventana. Parecía que llevaba en ese sitio largo tiempo. Tiene cara de desesperanza. Me cuenta cómo fue su primera llamada: — Ala vos, ni más contesté, y dije mi script el cliente me recibió con insultos. Me tarde una hora y media tratando de ayudarle, soportándole que me estuviera maltratando. Al final, le dije que no podía ayudarlo Hizo una pausa siguió viendo para la ventana y se le empaparon los ojos. — Como vio que no le iba a poder ayudar, el redneck empezó a loquear. Lo aguanté 10 minutos más y dije, ¡a la mierda!, tiré los audífonos y me fui al baño para tranquilizarme, ya lo decidí. No regreso, ni loco. La actitud de Romel quedó rebotando en el resto de compañeros. Al final del día, por paz mental intenté quedarme con los buenos comentarios que recibí. Alguno que otro latino que me felicitó por mi dominio del inglés. Y otros escasos anglosajones que fueron gentiles y agradecieron el hecho de sacarlos de apuros al agilizar sus peticiones bancarias.

CAPÍTULO VI

Mucho de lo que sucede dentro de los call centers tiene que ver con lo que pasa fuera de ellos. Es el cuarto viernes de trabajo, todos quieren festejar nuestro primer pago, que ha llegado pese a muchas dudas de poder alcanzar dicha fecha. Y de ahora en adelante éste se normaliza a efectuarse cada 15 días. Para estas alturas todos tienen un apodo, yo soy “smiley” — por ser risueño—, o pepito — nunca supe por qué—. ¡Pepito!, no te querés venir con nosotros — dice Omar. ¿A dónde? ¡A las cañas! — con cierto aire de compañerismo. “Las cañas” es un centro de libertinaje universitario con un pasillo en medio que divide al menos 20 bares. Éste se encuentra en los alrededores de la universidad estatal de Guatemala y a cinco minutos del call center en vehículo. Arribo con un grupo al sitio, está a reventar de estudiantes como es lógico. Del grupo de 20 personas, están presentes por lo menos 17, otros trabajadores del call se han sumado también abarrotando el recinto. Amigos de amigos copamos una de las mesas que se encuentra afuera del bar. Todos tienen dinero, y empiezan a pedir cerveza. El sonido de los brindis entona el ambiente y las conversaciones son a gritos por el alto volumen de la música. Entre el humo del cigarro, un colega, Roberto, empieza a decirme de sus planes de escaparse

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a Canadá. De lo que es capaz de ser y de alcanzar, y de lo mucho que quiere vivir. Me cuenta que en una ocasión se ha ido con su novia, una mexicana, en motocicleta hasta el Distrito Federal. Más de mil kilómetros recorridos en moto, que el joven de 23 años tiene en su haber. Luego, me relata cómo la distancia mató su relación al punto de no hablarse más. Que desea ir a buscarla, pero que no tiene dinero para hacer el viaje, y ella ya no responde al teléfono, ni la encuentra más en las redes sociales. Durante el tiempo que llevo de conocerlo, he de reconocer que en el entrenamiento ha sido por lejos el mejor, tiene una capacidad de procesamiento fuera de la norma, y además, por coincidencia es un apasionado del periodismo. Pero no ha podido avanzar en la carrera como esperaba por tener que trabajar en call centers. Lleva cinco años en la universidad, y lucha diariamente para llegar a alcanzar un técnico profesional, que se debería de conseguir en los primeros tres años. Ya está decepcionado de estudiar. Pero no conoce a nadie que lo pueda contactar con el periodismo. Le comento que voy a hacer lo posible por ayudarle, que conozco gente, pero que también yo necesito recolocar mi carrera de vuelta a su curso. Como esta historia, al calor de los tragos, cada quien empieza exponer lo que debería ser, y cómo terminó trabajando en los call centers. Son quizá las primeras frustraciones de la vida, o de una generación de la urbe que le ha tocado laborar en esa indus-

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tria. “Yo sé que si no trabajo, no comen mis dos hijos” dice Kevin Robles, necesito este trabajo para mantenerme. Inicio a ver a mis compañeros de una manera distinta, más próxima. El chico vive en área marginal de la ciudad, dice que se ha tenido que involucrar con vecinos que pertenecen a la mara 18 con el fin de que no ataquen a su familia. Sin otro medio de vida, ha empezado ya a hacer algunos trabajos para ellos, como por ejemplo, robar carros de otras colonias. Es mecánico y sabe muy bien lo que hace, sin embargo, quiere sacar a su fami-

Así y todo, el muchacho años de recibir llamadas Guarda silencio un insta veces su chicle prohibido dirige de nuevo: — Y tú, ¿cuándo te vas lia de ese contexto por lo que ha empezado a ahorrar para irse a los Estados Unidos de ilegal. Franklin Ixcaragua tiene tatuajes en todo el cuerpo, ha sido miembro de una pandilla en Los Ángeles, pero dice que diez años atrás fue Cristo quien lo sacó de la mala vida, y que haber sido deportado ha sido la crisis más grande de su vida. Me cuenta que tiene una mujer y un hijo en California, pero por el hecho de ha-


ber sido deportado por segunda vez tiene miedo de que las amenazas de los oficiales sean ciertas, y en caso de que lo sorprendan de ilegal nuevamente, ya no sea una deportación sino cárcel de por vida su castigo. Agrega, que no se ha atrevido a pedirle a su familia que vivan en Guatemala porque sabe que tienen mejor vida allá. Y que sólo viene acompañando al grupo, quiere bailar y distraerse afuera del trabajo, pero no debe beber. Porque le hace mal. Los muchachos empiezan a bulearle para que tome, le dicen

o después de cinco s emprende un cambio. ante, mastica un par de o en piso. Y se me

s? cosas relacionadas a ser un afeminado si no accede. Finalmente, ante la presión Franklin cede. Mientras bebían pensé que no imaginaba otro cuadro en el país en el que unos chicos “fresa” convivieran junto a ex pandilleros de forma tan genuina. Luego, de aquello. Se convirtió en la última vez que vi a Franklin. Víctima del alcohol regresó dos semanas más tarde al call center para pedir otra oportunidad de reintegrarse. La empresa en su

necesidad de gente lo aceptó de vuelta, pero en otra cuenta distinta (ya no del banco, sino de tarjetas de crédito), ajena a la del grupo original. Un par de compañeras se van trastabillando al baño, regresan minutos después. Es claro que se han metido algo, todo apunta a ser cocaína. Yo llevo cuatro cervezas y decido parar. Estas chicas ya van por seis y parecen más sobrias que cuando llegaron. Son las drogas un mal generalizado en este ambiente. Pero las pruebas periódicas de la empresa no detectaron a nadie mientras trabajé allí. Omar con su novia entre los brazos me dice: — Imagínate cerote, llevo aquí desde los 17 (años) recibiendo llamadas. Me recuerdo que tuve que llevar un permiso de mis papas para que me aceptaran. Pero ya estoy cansado. Imagínate — dice ya ebrio — sabes cuantas llamadas son esas, he hecho cálculos, ahora ya tengo 20 (años). Eso significa que he recibido unas 160,000 llamadas. Ya perdí la audición en una de mis orejas, y tanto ver el monitor me chingó la vista. Cuando empecé no necesitaba lentes, ahora ya no miro nada sin ellos. Su novia le da un abrazo, mientras “no woman no cry” de Bob Marley suena al fondo de este bar, después agrega: — Todavía no ha nacido alguien que diga “quiero trabajar en un call center cuando sea grande”— suelta una breve carcajada que termina con un suspiro.

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Justo estoy por irme del lugar, cuando se me acerca José que se ha salido de un círculo ubicado en otra mesa del recinto. Es el más joven del grupo, 17 años recién cumplidos. Y con una cierta inocencia, pregunta: ¿Pepito?, no me podes por favor prestar pisto para comprarme otro litro. Te los paso el lunes. Es que con aquellos (en referencia a los compañeros) ya nos gastamos una quincena y queremos ir a otro bar.

CAPÍTULO VII

“Sabes, cuando recién vine a Guatemala me pareció horrible. No conocía nada del país. Sabía hablar español porque crecí con dominicanos en New York, pero nunca había escuchado el acento guatemalteco; y los modismos que utilizan los aprendí cuando me deportaron. Porque nos tuvieron detenidos tres semanas y ahí, te separan por países. A los centroamericanos nos metieron a todos en un solo grupo”, dice Federico Gómez de 34 años, supervisor de Client Relations Unit (Unidad de Servicio al Cliente), quien me explica con frecuencia cómo solucionar distintos casos. La noción del tiempo cambia dentro de un call center, la vida lleva prisa. La garganta se seca, el cuerpo no está hecho para mantener la intensidad que el trabajo demanda. Ya no aguantas pero tienes que seguir. Y el día siguiente va ser igual. Ya es el segundo mes, aquel día pasa una señorita con un carrito lleno de Taco Bell. Le entrega a cada

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agente un burrito y unas papas. El personal es amable, lo califican para que lo sea. Ella va con el pelo teñido de rubio poniendo la comida sobre los tablones donde están los ordenadores. A diferencia de otras empresas, estos cubículos no tienen oportunidad de personalizarse porque no hay asientos asignados. Mañana puedes encontrar a cualquier otro sentado allí. Todos comen gustosos. Es común que la empresa haga este tipo de cosas para los trabajadores. Un agente exclama: “Qué bueno que nos traen burritos, porque si sigo comiendo tan rápido en los almuerzos voy a tener que empezar a licuar la comida”. A veces regalan otros: helado, pizza, chocolates; y le dan ticket a las 700 personas para que en los diferentes descansos puedan canjear su producto. Esto es realizado en un día al azar como un intento de romper la monotonía de un trabajo mecánico que se repite día tras día. Corre el tercer mes. La disertación es evidente. Apenas queda la mitad de la promoción a la cual pertenezco. Y el resto es una constante confabulación para emigrar. Cuando menos te das cuenta se han ido. Los insultos parecen ya no hacer efecto en mi persona. Ya no hablamos de eso, los agentes desarrollan una barrera. “A mí ya no me importa que me maltrate cualquier persona, sea dentro del trabajo o fuera”, dice Cristina, una agente de 38 años que es el soporte de su familia. Pese a compartir estas defensas, supongo que son los


gritos lo único que no va dejar de molestarme en las llamadas. Eso sumado a lo imposible que parece encajar en las métricas para ganar bonos. Estas miden cosas como el tiempo en que atiendes una llamada, si colgaste, si entraste al sistema de forma puntual. En retrospectiva, da la impresión que desde el día uno, la empresa sabe cuál es el comportamiento humano. Hasta qué punto está la gente capacitada para rendir y cuándo ya no eres necesario. Así, algunos de los mejores trabajadores, que han sobrepasado los límites caen en un periodo conocido en ese ambiente como “fisura”. Un tiempo que el cuerpo utiliza para recuperarse, casi siempre reflejado en depresión, faltas de asistencia y valeverguísmo. Comparto la idea y dos amigos debaten: — Eso no siempre es verdad, hay gente que desde el día uno ya le pela el call center. No hacen las cosas, llegan tarde, si los despiden mejor, se buscan otro call center para seguirla con su ineficiencia — dice uno. — Sí, pero date cuenta, muchos que entran así es porque ya cargan con el cúmulo de haber trabajado en otro call center, yo vine a dar aquí porque ya no me aceptan en ACS, ni en Transactel — contesta el otro. Mi supervisora me llama la atención. Dice que si sigo así va a tener que mandarme una advertencia verbal. La razón: mis números están muy altos. Tengo que tardarme menos atendiendo

al cliente. No podré mantenerme si sigo jugando limpio y aunque resulta paradójico, en el proceso voy perdiendo todas las cualidades de gentileza que me inculcaron en el entrenamiento. Me concentro sólo en terminar rápido y pasar a la siguiente llamada. O lo que es peor, voy perdiendo humanidad. Ganas tus bonos de esa manera y por mi agilización consigo llevármelos. Mi último sueldo este mes ha salido en cinco mil 500 quetzales, en su equivalente a 687 dólares.

CAPÍTULO VIII

Ya es el final de mi cuarto y último mes. Ahora, un 24 de diciembre estoy recibiendo llamadas a las 10 de la noche. Por alguna razón que sigo sin entender, todas las llamadas son de Texas. Éstas escasean debido al día festivo, pero todos los cubículos están ocupados por los agentes que esperan largo tiempo para atender una sola llamada. De esta manera van cayendo una a una como líquido con gotero, algunas son para preguntar cosas triviales, como si la agencia está abierta a esta hora, o lo estará al siguiente día. Para matar el tiempo me entretengo observando que hay un conejillo de indias, en esta ocasión no tardaron en encontrar a alguien para convencerlo de ser Santa Claus y regalar casas de chocolate. Una vez más salgo con las manos llenas de golosinas del trabajo. Hago memoria de cómo es que quedan sólo seis personas de 20 que entramos, de hecho, nos hemos fundido con otros compañeros de turno. Ya

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mi promoción es sólo un vago recuerdo y puedo decir que he conocido personas interesantes. Uno de ellos es un tipo llamado Víctor Suburuj. Habla inglés, francés, español y portugués. Pese a que todos vestimos de lo más informal, yo con una playera de Iron Maiden. Este día, él viste un traje negro elegante. Me pregunta cómo he estado, le contestó que sin nada extraordinario que contar. Cuando de-

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vuelvo la pregunta, dice: — Hoy es mi último día. — No, puede ser, ¿a dónde te vas? — pregunto intrigado. — Me voy del país. — No puede ser— repito, suelo hacerlo cuando me exalto— ese es mi sueño también. ¿A dónde? — Me voy a ir a vivir a Cuba — me dice con una ligera sonrisa esbozada en su rostro. ¿A Cuba?, ¿y a qué?


— Me voy a estudiar cine. Hay una importante escuela allá. Pese a mi sorpresa lo felicito. Así y todo, el muchacho después de cinco años de recibir llamadas emprende un cambio. Guarda silencio un instante, mastica un par de veces su chicle prohibido en piso. Y se me dirige de nuevo: — Y tú, ¿cuándo te vas?

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Apertura

El mundo debe mirarse con la mirada de niño: Marisela Reyes Nació el 9 de junio de 1963 en Gómez Farías, Chihuahua. Desde hace 18 años Marisela Reyes Hernández ha encontrado en la fotografía su mejor forma de expresión artística hasta convertirla en una de sus grandes pasiones. Su gusto por este arte lo descubrió en su niñez, mucho antes de tener una cámara en sus manos, cuando jugaba a adivinar quiénes podrían ser las personas que se reflejaban en los negativos. El tiempo pasó y su sueño de ser fotógrafa comenzó a cristalizarse cuando se decidió a tomar un curso en La Asegurada con el profesor Everardo Oropeza, el cual se componía por teoría, práctica de la edición y cuarto oscuro. En lo profesional se desempeñó como fotógrafa en la sección de sociales de Periódico Norte de Ciudad Juárez; publicidad en El Diario y como reportera gráfica en El Mexicano, siendo este último lugar donde concluyó su carrera en los medios.

Una vez fotógrafa siempre serás fotógrafa” 59

“La fotografía para mí es la mejor forma de expresión artística que puedo tener, el mundo debe verse con la mirada de un niño para no dejar de sorprendernos”, comenta. Reyes Hernández ha participado en diversas exposiciones a nivel local y tres de sus fotografías de paisaje formaron parte de una exhibición en la Ciudad de México, a cargo del fotógrafo Adolfo Ramírez, maestro de arte y utilización del color. Hoy retirada de los medios de comunicación, continúa con la toma de fotografías simplemente por placer, ya que afirma “una vez fotógrafa siempre serás fotógrafa”.





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Ensayo

Encuentros y desencuentros en el transporte público fronterizo Octavio Nava • Estudiante investigador en la Maestría en Estudios y Procesos Creativos en Arte y Diseño

por Octavio Nava

C

iudad Juárez es para algunos un oasis y para otros una especie de distropía1, a causa de ciertos modus vivendi que se fueron generando a través del siglo XX. Contra lo que pudiera pensarse, hasta el comienzo de este nuevo milenio, la ciudad sigue de pie y modificándose permanentemente. Uno de estos motores de transmutación continua es la cultura fronteriza, la cual hace a la gente, tanto endémica como foránea, actuar de manera amable, franca, fuerte y aguerrida, todo esto por el bienestar familiar. En estos procesos de interacciones culturales se solapan todo tipo de identidades culturales, alterándose y cuestionándose frontalmente. Ciudad Juárez es un lugar de “experimentación”, donde varias actividades humanas parecieran ser “semianárquicas”, donde se juega con la incertidumbre por los desórdenes de la vida social. Un caso particular es el transporte público, utilizado generalmente por los habitantes con menos recursos que no tienen otra opción de movilidad a su trabajo o entorno. Este servicio es adornado en algunos casos, por los conductores que le toman aprecio a su instrumento de trabajo, los cuales utilizan su ingenio para decorar y expresar su imaginario con una libertad considerable. Algunas de estas aplicaciones muestran ser creadas de primera intención, es decir, planean su concepto improvisadamente, no bocetan su idea, no corrigen los errores ortográficos, etcétera. 1. Una distropiá o antiutopía es una sociedad ficticia indeseable en sí misma.

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En los camiones de Ciudad Juárez (o ruteras como usualmente se les conoce en esta franja fronteriza) abundan los mensajes lingüísticos rotulados o pintados a mano, comunicando tanto sus recorridos como alegorías populares. Algunas veces aciertan en composiciones las cuales armonizan con las melodías que usualmente son sintonizadas. Esto resulta ser un fenómeno ubicuo ya que estos camiones circulan cíclicamente en toda la franja fronteriza mientras realizan el servicio a los usuarios. Cada chofer resulta tener ciertos gustos, fijaciones, intereses o costumbres, los cuales manifiestan en sus camiones, a través de ciertas intervenciones decorativas. Esto va generando un recurso distintivo en cada camión, contribuyendo a su manera, a una cultura popular y visual fronteriza fusionándose diariamente en el caos urbano por donde hace sus recorridos. El chofer mimetiza su camión para apropiarse de él y de la ciudad, por así decirlo, mientras la recorre. Las manifestaciones populares en las ruteras crean un papel primordial en nuestro entorno con la mezcla de tonos, símbolos, esencias y atmósferas a través de diversos escenarios fronterizos. Buscan humor, vacilar, sabor y albur, darle vitalidad al asunto como buenos mexicanos, el cual ama algo y se burla de ello al mismo tiempo. Los choferes plasman su personalidad, religiosidad y opiniones, en una especie de edición privada, por así llamarla, y una libertad de expresión espontánea. Estas manifestaciones son consideradas un diseño imperfecto en una sociedad donde la comunicación visual es cada ves más digital. Pero esas imperfecciones son lo que los hacen humanos, únicos. Estas malas aplicaciones requieren de la mínima destreza pero mucho corazón y mucha gracia. Utilizan lo que tienen a la mano cuando no disponen de otro material. Muestran contenidos llenos de vitalidad y ánimo de las que carecen muchos bienes producidos por las corporaciones multinacionales. Son creaciones toscas y sin técnicas, consideradas por los académicos como un arte kitsch, primitivo, infantil o Brut. En contraste con esto, los trabajos manifiestan ser auténticos, reales, sinceros y humanos. También pretenden elegancia, también aspiran a una realidad falsa en la que todos creemos, también tienen ganas de corromperse. Todo es cuestión de semántica, ya que estas aplicaciones son imperfectas pero no se verán en camiones de agencia creadas en serie. Hay que considerar una estética conceptual con la que puedan ser asimiladas estas manifestaciones y puedan llegar a ser consideradas como evidencia de una realidad cultural contemporánea estas creaciones anónimas. Todos sabemos que se pueden hacer cosas mejores que estas aplicaciones, pero por alguna extraña razón, nos gusta su peculiar contenido lleno de vitalidad. Van generando una identidad, sin buscarla, la cual resulta ser una identidad fronteriza pagana, por ciertas esferas de la sociedad.

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Acerca del autogobierno en las universidades por Édgar Gutiérrez Peña

Opiniones del autor para el Coloquio Autonomía, Educación y Libertad (UACM) Enrique González Rojo Arthur 1. ¿QUÉ SIGNIFICA EL AUTOGOBIERNO?

Comienzo con la aclaración de que los puntos de vista que expondré enseguida no se refieren a ninguna situación específica, sino a un modelo teórico de organización libertaria que puede orientar a los diversos centros de educación superior en la génesis de un avanzado proyecto educativo.

Édgar Gutiérrez Peña • Escritor.

Para responder a la pregunta inicial hay que señalar, antes que nada, que el autogobierno, como forma específica de organización, presupone la libre asociación de los individuos, o su autoorganización, motivada por la voluntad de realizar una o más tareas. La decisión de autoorganizarse para llevar a cabo dichas tareas implica el empeño colectivo de realizar ciertos valores (sociales, grupales, individuales) que los asociados juzgan estimables y de pronta y necesaria realización. Desde el punto de vista del autogobierno –que es uno de los elementos fundamentales de la autogestión- los valores que encarnan en las tareas a realizar por la asociación (obrera, campesina, estudiantil, feminista, etcétera) no están colocados en el mismo nivel, sino que implican una jerarquía --basada en una concepción solidaria de las relaciones humanas- por medio de la cual se establece que, en general, los valores sociales tienen un mayor rango que los grupales y los individuales. El modelo organizativo del autogobierno posee el significado, por consiguiente, de propiciar la madurez espiritual y el afán crítico de las mujeres y hombres que se integran en una asociación –por ejemplo en una cooperativa de tendencia autogestionaria— que se autoorganiza en

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Enrique Gonzรกlez Rojo Arthur.


beneficio de ellos mismos y, preferentemente, en interés de los sectores de la sociedad que más lo necesitan. De lo dicho con anterioridad se desprende que la forma organizativa del autogobierno, que supone una libre asociación (o, lo que es igual, que el autogobierno implica la autoorganización), se diferencia tajantemente de los modelos de organización en boga que afirman el gobierno verticalista y la asociación forzada o inducida. Se trata de la diferencia entre la autogestión (gestionarse por sí mismo) y la heterogestión (ser gestionado por otro).

2. ¿CÓMO SE ESTRUCTURA UN AUTOGOBIERNO?

La forma de la autoorganización del autogobierno en una asociación amplia o en una institución consiste en ir de abajo arriba y de la periferia al centro, en contraposición con el patrón organizativo habitual. El modelo de organización del que hablo implica la existencia de una red de comités o de varias agrupaciones que forman parte de una misma asociación. Su forma de estructurarse no es verticalista (yendo de arriba abajo) ni centralista (yendo del centro a la periferia), sino asumiendo la forma de la democracia centralizada que gesta la “cúpula” a partir de la base y el “centro” a partir de los comités o agrupaciones que la integran. La libre asociación puede ser de dos tipos: simple y compleja. La simple alude a la conformación de un grupo más o menos pequeño realizada con las indicaciones mencionadas con anterioridad (tareas, libre asociación, etcétera). Cuando se trata de un colectivo no especialmente grande, las decisiones deben ser colectivas y democráticas. Si la asociación es demasiado extensa o crece en demasía, es necesario dividirla, con lo cual surge la necesidad de la representación, ya que la unidad y cohesión de lo diverso es necesaria para las agrupaciones que se autoorganizan y autogobiernan con el fin de luchar por algo. La forma en que una red o un complejo de colectivos se autogobierna es la representación supervisada que trae consigo lo que he llamado la democracia centralizada. No basta, en efecto, con ir de abajo arriba en cada colectivo y de la periferia al centro en la agrupación tomada en conjunto, sino que el “centro” que surge de esa democracia en acción tiene que ser una representación supervisada, es decir una representación en que la base democrática tiene el derecho y la obligación de remover, o no, a sus delegados en el momento que sea si no expresan los intereses de los electores y de la asociación en conjunto. Se trata de un centro, pues, que manda obedeciendo, porque emana de una democracia que obedece mandado.

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3. ¿CÓMO DEBE FUNCIONAR EL AUTOGOBIERNO DENTRO DE UNA INSTITUCIÓN UNIVERSITARIA?

La idea de un autogobierno universitario entraña lo que llamé una libre asociación compleja. Esta orientación organizativa tiene que realizarse a partir del “lugar” donde se desea implantar. Si este sitio es una universidad pública, hay que tener en cuenta que se trata de una institución docente, es decir, de un patrón o molde organizativo que conforma una casa de estudios legal donde, por ejemplo, y entre otros elementos, existen o deben existir la autonomía y el respaldo económico de un subsidio gubernamental. La libre asociación universitaria tiene el carácter de compleja porque su funcionamiento exige obligatoriamente la existencia de cuatro tipos de protagonistas: autoridades, profesores e investigadores, estudiantes y trabajadores administrativos y manuales. Cuatro agentes de la educación superior que, realizando prácticas diferentes, colaboran –y deben hacerlo de manera armoniosa—en un propósito común: generar en los educandos, mediante la enseñanza- aprendizaje y la investigación, un trabajo calificado que, en el caso del autogobierno, tiene que empeñarse en la realización de los valores de la democracia radical. La forma organizativa universitaria basada en el autogobierno ha de ir de abajo arriba y de la periferia al centro. Dicho de manera muy esquemática, se puede afirmar que el ir de abajo arriba compete a los sectores: los maestros deben conformarse en academias y colegios y elegir en ellos a sus representantes ante el Consejo del plantel, y así los demás. En el Consejo del plantel habrá, entonces, representantes de los cuatro sectores que lo integran. El ir de la periferia al centro significa que los Consejos de plantel (o de facultades, colegios, etcétera) elijan sus delegados ante el Consejo Universitario (que es o debe ser la autoridad máxima de la institución). En el CU estarán representados, por consiguiente, no sólo todos los planteles de la universidad, sino los cuatro sectores que la integran. Tomando en cuenta sus diferentes prácticas, todos los delegados que conforman las autoridades emanadas de la base cuadripartita tienen el derecho y la obligación a participar con su voz y voto en temas que competen a la universidad en conjunto. En asuntos que se refieren estrictamente a lo académico, los trabajadores –que deben hallarse sindicalizados para defender los intereses de la mano de obra- tienen que ceñirse al trabajo específico que realizan y no interferir en las decisiones que sólo han de tomar los maestros y los alumnos.

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De acuerdo con la democracia centralizada, los delegados ante una instancia superior pueden ser removidos en el momento que sea por sus representados, como ya dije. La representación supervisada, que también ha de implantarse en el modelo del autogobierno universitario, es una garantía para que las autoridades no se separen y contrapongan a la base electora. La rectoría no es en ningún caso la autoridad máxima de una institución universitaria. El o la rectora ha de ser elegida y supervisada por el C U y, en el caso de no expresar los intereses de la comunidad, removido o removida sin más. De conformidad con el modelo del autogobierno, deben desecharse las famosas Juntas de gobierno –que existen en todas o casi todas las universidades públicas- que son quienes designan o hacen a un lado a los rectores. Las Juntas de gobierno no sólo limitan y adulteran la acción del C U, sino que niegan tajantemente el autogobierno, introducen la heterogestión y convierten la autonomía universitaria en un membrete superficial.

4. ¿CÓMO DEBE DE FUNCIONAR EL AUTOGOBIERNO UNIVERSITARIO RESPECTO A LA SOCIEDAD?

Desde el punto de vista del modelo autogestivo del autogobierno, es necesario luchar por convertir el carácter de la autonomía universitaria –como la que tienen la UNAM, la UAM y la UACM- de autonomía formal en autonomía real: la primera conlleva, en el mejor de los casos, una relativa independencia respecto al poder público. La segunda no sólo presupone dicha independencia o aislamiento relativo, sino que realiza un proceso de autoorganización y autogobierno que puede caracterizarse como tendencialmente autogestivo. Esta concepción de la autonomía no significa desinterés o inhibición respecto a la sociedad –que es en realidad la que le permite existir- sino, por lo contrario, impulsa un replegarse organizativo para cumplir acertadamente con sus compromisos sociales y con la deuda contraída con la ciudadanía contribuyente. Su objetivo no es únicamente crear los trabajadores calificados que requiere y está solicitando el cuerpo social, sino generar en los estudiantes y en los egresados, un espíritu crítico permanente que examine, en todos sus aspectos, los graves problemas que aquejan a la nación y busque la manera de combatirlos y no formar parte pasivamente de un capitalismo neoliberal que cada vez más deteriora la situación de nuestra patria y empobrece a nuestro pueblo.

5. ¿QUÉ PAPEL JUEGAN LOS ESTUDIANTES DENTRO DE ESTA ORGANIZACIÓN?

Como una universidad regida por el modelo autogestivo del autogobierno tiene como su finalidad esencial crear un nuevo tipo de profesionistas, y esto hace que los estudiantes sean el factor principal y mayormente beneficiado de la práctica universitaria, el papel fundamental de ellos es luchar por el autogobierno, su desarrollo y consolidación. ¿Qué

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son en realidad los estudiantes en nuestro medio? Son la materia prima del proceso educativo, la gestión de una mercancía peculiar: la fuerza de trabajo intelectual calificada. La universidad es, en el capitalismo, una industria sin chimeneas, una fábrica de intelectuales (en el sentido amplio del término) que, como mercancía laboral capacitada, busca emplearse en una sociedad donde, por cierto escasean cada vez más los empleos. La tendencia del neoliberalismo, en lo que a las universidades y escuelas se refiere, es no sólo privatizarlas, para convertirlas en un negocio más, sino modelarlas de modo tal que operen como antesalas o talleres de capacitación multilateral de los trabajadores técnicos, científicos, etcétera, que necesitan sus negocios y, por ende, su afán de valorizar el valor y acrecentar el alimento de su permanente voracidad de beneficios. Su pretensión no es simplemente convertir el trabajo común y corriente en trabajo calificado –lo que implica conocimientos profundos y antidogmáticos-, sino crear fuerza de trabajo a modo. ¡Y a esta concepción neoliberal de la educación le dan el nombre de excelencia académica, como si pudiera existir esta última sin el conocimiento profundo, libertario y crítico! La concepción democrática de la educación y, en especial, la que tiene como ideal a realizar el autogobierno, abre los brazos, por así decirlo, a toda la juventud que desee estudiar. No sólo lo hace con los jóvenes que gozan el privilegio familiar de poder sufragar sus estudios, y que pueden entregarse por entero a su carrera, sino también con los que, provenientes de familias humildes y sin recursos económicos, se ven en la necesidad de trabajar, pero que desean también estudiar. En fin... Los estudiantes no deben resignarse a ser tratados como mercancías. Si se someten a los designios del capital y no cuestionan la dinámica enajenante de éste, no podrán superar su carácter mercantil. Sólo si añaden a los conocimientos adquiridos en las aulas el espíritu crítico, podrán jugar un papel que rebase su inclusión en el mercado de la mano de obra. Una última observación. La sola forma organizativa, por avanzada que sea, como es el caso del autogobierno, no garantiza el buen funcionamiento, armonioso, fecundo, autogestivo de una institución. Se requiere además la voluntad, la audacia, la lucha y el impulso moral para llevar a buen puerto dicho propósito. El papel que juegan y han de jugar los estudiantes en este modelo democrático de educación es, pues, bien claro: pugnar constantemente para que este proyecto se realice y no se desvirtúe. Y ante los enemigos –que son tantos y tan poderosos y que no sólo están afuera sino adentro de las instituciones escolares- no bajar la guardia. México, D.F. a 19 de noviembre de 2012.

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