8 minute read
Capitalismo y pandemia // Carlos Ruiz Cabrera
Conforme pasan los días, en el mundo occidental aumentan las voces de quienes, con razón, ubican en el sistema capitalista la causa profunda de la crisis provocada por la pandemia de la COVID-19, cuya expresión inicial fue sanitaria para luego volverse económica, social y política. Ante tal ubicación, consideramos apropiado hacer el siguiente breve recuento sobre el origen y la evolución del capitalismo.
La formación económica-social llamada sociedad capitalista surgió en Europa (siglo XVI) como remplazo de la sociedad feudal gobernada por monarquías y papados. Nació bajo la influencia de las concepciones filosóficas del Renacimiento y la Reforma, inspiradoras de los movimientos sociales que propiciaron el surgimiento de los modernos estados nacionales y con éstos la ampliación de las actividades comerciales.
Advertisement
En su origen, el capitalismo conservó de la sociedad feudal dos rasgos esenciales aún vigentes: la propiedad privada de los medios de producción y de la plusvalía generada en los procesos productivos —no obstante el carácter social del trabajo—, y la explotación de los trabajadores. Pero, a la vez, enarboló dos innovadoras propuestas: la igualdad política y el cambio de trabajo por capital —sueldo—, en vez de por esclavitud o servidumbre como venía sucediendo. Apoyado en estas prácticas y planteamientos, el capitalismo creció, se fortaleció y extendió su influencia por el mundo, en paralelo con su clase representativa y dominante: la burguesía.
Para la segunda mitad del siglo XVIII, dos sucesos dieron impulso decisivo al capitalismo. Uno fue la primera revolución industrial y la producción en serie, con lo cual logró que la economía tuviera como base a la actividad industrial y ya no a la agricultura y las artesanías. Otro fue la nueva forma de comerciar, nombrada mercantilismo, por cuyo conducto los metales preciosos pasaron a constituir la riqueza esencial de los Estados.
Así transitó el capitalismo por el siglo XVIII, imparable, afianzando su rasgo fundamental: la propiedad privada de los medios de producción y de la plusvalía, dejando de lado sus propuestas originales —la igualdad política, reducida a un enunciado formal debido a la desigualdad económica imperante, y el cambio de trabajo por capital que trajo mejoras sustanciales a las condiciones infrahumanas de los trabajadores. En el fondo, esta desigualdad ha sido la causa principal de las crisis recurrentes del capitalismo, las cuales han desembocado en conflictos bélicos regionales y mundiales.
Dichas crisis se hicieron evidentes en Francia e Inglaterra, donde fue necesario imponer el control de los gobiernos en la producción y el consumo. Esta presencia reguladora gubernamental generó —como en la actualidad— la discusión acerca del papel del Estado en la producción y el consumo de los productos.
Con el fin de superar aquel incierto panorama, destacados ideólogos del capitalismo discutieron y propusieron diversas soluciones. Entre éstas sobresalieron las del liberalismo y sus representantes, los liberales, quienes dieron un nuevo maquillaje al rostro del capitalismo.
El liberalismo surgió en Inglaterra (siglos XVI-XVII) como una doctrina general opuesta a las guerras religiosas, y a la opresión, la injusticia y los abusos del poder del Estado, cometidos por éste en aras de los intereses monárquicos, eclesiales o burgueses. Más a partir de la mitad del siglo XVIII, muy influenciado por los preceptos de la Ilustración, el liberalismo pasó a ser considerado como una ideología con concepciones muy precisas sobre la sociedad —el liberalismo social—, la política —el liberalismo político— y la economía —liberalismo económico—.
Desde su origen, el liberalismo se ha caracterizado por defender la conducta privada de los ciudadanos(as) ante la intromisión del Estado o la colectividad; por abogar en favor de las libertades civiles —de pensamiento, expresión, reunión y religión, entre otras—; por anteponer la búsqueda de la verdad en base al poder de la razón, reflejado en las constituciones y las leyes que deben garantizar los derechos de los ciudadanos y del pueblo, concebidos bajo los principios de la libertad e igualdad, y aplicables en todos los ámbitos: gobierno, religión, trabajo y relaciones entre países.
Pero los dos rasgos fundamentales que más lo han caracterizado son la oposición a cualquier instancia que pretenda someter la economía a su control, y el rechazo a la intromisión del Estado en las relaciones comerciales y laborales entre los ciudadanos, asignándole al Estado el papel de servir sólo al poder del mercado.
Para llevar a cabo su ideario, el liberalismo propuso limitar el poder público mediante el principio de la separación de poderes —el legislativo, el ejecutivo y el judicial—, cada uno con igual fuerza e independencia, pues en su equilibrio reside la garantía de su control mutuo, así como la libertad del individuo frente al poder del Estado.
En su ascenso, el liberalismo fortaleció las diferencias sociales del régimen feudal, si bien ya no por el nacimiento y la sangre, sí por la posesión de riquezas, donde el dinero constituye uno de los más sólidos pilares del orden liberal, pues se convierte en un factor liberador de mayor movilidad social en comparación con la propiedad del suelo.
Después de la Revolución Francesa (1789-1799) que puso fin al feudalismo y el absolutismo, fue en España donde el liberalismo tuvo una de sus más tempranas manifestaciones, cuando la Corte de Cádiz se reunió y los diputados redactaron la Constitución de 1812, documento convertido en símbolo de los liberales en todo el mundo. Fue ahí cuando, por primera vez, los diputados emplearon el término liberal, en el sentido de ser abiertos y condescendientes con las ideas de los demás.
Ya cercano el siglo XX, con las ideas liberales venidas a menos, un crecimiento exponencial de la población mundial y de la economía, y frecuentes rispideces con la democracia entorno a la relación vida privada-vida pública, el capitalismo entró de lleno a su fase imperialista caracterizada por el dominio de los monopolios y la oligarquía financiera. En esas condiciones afronta las crisis de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), de la segunda (1939-1945) y de la Gran Depresión (1929), crisis de las que surgió el imperialismo moderno representado actualmente por las economías militarizadas de la mayoría de los países.
Fue justo de esas crisis del liberalismo de donde se derivó el pensamiento neoliberal y la acción de sus operadores, los neoliberales, quienes buscaron encontrar un tercer camino en la disputa entre los partidarios del liberalismo clásico y los de la planificación económica por parte del Estado.
En su origen, como teoría económica y política, el neoliberalismo fue ideado por el economista alemán Alexander Rüstow en 1938, quien configuró su marco teórico con las propuestas siguientes: disminuir al mínimo la intromisión del Estado en los asuntos jurídicos y económicos; una amplia liberalización de la economía; el libre comercio en general; una drástica reducción del gasto público, y la intervención del Estado en la economía sólo para favorecer al sector privado —conformado por consumidores y empresarios— que pasaría a desempeñar las competencias tradicionales asumidas por el Estado.
Conforme pasó el tiempo, el neoliberalismo avanzó en el logro de varias de las propuestas anteriores. Más encontró su muro infranqueable al intentar restringir el poder de los monopolios para garantizar que los precios de los productos se determinen en un mercado libre de interferencias estatales o privadas. Con este fracaso, dinamizó los procesos de concentración de la riqueza, por una parte, y, por otra, de pauperización de la mayoría de los países y sus habitantes, víctimas de la voraz privatización de sus riquezas materiales y expresiones y valores culturales.
En su búsqueda por ampliar el comercio internacional, la producción y el consumo, y, a la vez, la generación de más riqueza, el capitalismo neoliberal concibió y desarrolló la llamada globalización, entendida como un proceso económico caracterizado por la integración de las economías regionales a una economía de mercado mundial, por cuyo conducto se configuran, a escala planetaria, las formas de producción y los movimientos de capital. Es justo en esta apertura y desregulación de los mercados donde desempeñan un papel primordial las empresas multinacionales y las grandes corporaciones internacionales.
A partir de la segunda mitad del siglo XX, la globalización recibió un fuerte impulso que impactó, a nivel global, en la interdependencia de los países y los mercados, en los avances tecnológicos y comerciales, en las comunicaciones —transporte e internet—, en las políticas y los desarrollos industriales, y en un sistema financiero erigido sobre el mercado de capitales mundiales, como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, artífices de las políticas financieras globales orientadas a conformar un nuevo orden mundial cuyo principal soporte es la sociedad de consumo.
Cuatro siglos después de haber nacido, el sistema capitalista sigue enarbolando las mismas banderas: el libre mercado, la libre empresa y la libre competencia. En su evolución, con ellas ha propiciado guerras y enfrentado revoluciones con sus respectivos cambios políticos, económicos y sociales, obteniendo victorias y derrotas.
En su actual fase globalizadora, el sistema capitalista ha requerido extremar los procesos privatizadores de todo aquello que genere ganancias, corromper cuanto sea necesario en aras de su objetivo esencial: asegurar y ampliar la concentración de la riqueza, así sea a costa de la destrucción de los Estados, de sus mujeres y hombres, y de la naturaleza y el medio ambiente.
Dentro de dichas privatizaciones están, entre otros, los servicios públicos de salud, desmantelados en la mayoría de los países occidentales, por lo tanto, sin capacidad real para contrarestar a tiempo los efectos nocivos de la COVID-19.
Por lo expuesto, es lógico ubicar la causa profunda de la actual pandemia en el sistema capitalista globalizador hoy vigente, el cual ha llevado a una escala inconcebible la corrupción y el desprecio por la vida humana.