10 minute read

Las intrigas de la "Plandemia" // Cris Villarreal Navarro

Una abrumadora sensación de vulnerabilidad e incertidumbre se ha instalado en la trastienda del inconsciente colectivo. Una vaga percepción de estar siendo víctimas de un repentino acoso operado por fuerzas ocultas se filtra por los resquicios de los días. Una absoluta falta de control sobre el manejo de nuestras vidas campea inadvertido, pero presente, en este aislamiento involuntario al que hemos sido sometidos.

El principio de sincronicidad de Jung se vuelve común en todos los posts de Facebook, en los mensajes del WhatsApp o en las conversaciones telefónicas que son los únicos medios de interacción humana a que tenemos acceso. El miedo despunta, cuchillito de palo, al percatarnos de la súbita, frágil, soledad de nuestras vidas. La aprensión aflora ante la inminente amenaza de un desabasto en la cadena de suministro de alimentos. El pánico ronda en los estantes vacíos de los supermercados y una peliculesca visión de nuestra familia sufriendo los embates del hambre atormenta nuestro corazón. El temor mayor se agiganta ante la temible posibilidad de vernos contagiados por el artero virus y que nuestro organismo, cuya fecha de caducidad está cercana, no resista su embestida.

Advertisement

En ese torbellino compartido de malestar interior vaga la general intuición de que esta experiencia sin precedentes contemporáneos, que el mundo entero comparte, no es obra de un virus criminal. Esta embestida global de la COVID–19, cuyo agresivo ataque de pronóstico desconocido no se ha podido detener hasta ahora, se percibe como una misteriosa maniobra orquestada contra la humanidad. Se intuye como una oscura y diabólica campaña contra todos nosotros: los indefensos y ahora separados vendedores de la fuerza de trabajo. Frágiles criaturas que en estos imprevistos momentos asistimos impotentes a la insólita tragedia de vernos, de repente, condenados a quedarnos sin ingresos.

Morfología ultraestructural del SARS-CoV-2

Fuente: Alissa Eckert, Dan Higgins. 2020. Centers for Disease Control and Prevention.

Las especulaciones conspiratorias se multiplican y los sincronismos afloran hasta en las sensibilidades más elementales. Comentarios como: “¿No se le hace como que todo esto ya estaba tamaleado?”, me comenta el jardinero cuando le recomiendo que tenga cuidado, porque el corte semanal del prado podría considerarse una actividad no esencial. Esto, a pesar de que su trabajo es lo que pone el pan en la mesa de su familia. Sus semanales desplazamientos a trabajar, con todo y su cubrebocas de rigor, podrían provocar que una patrulla lo detuviera y le asestara mil dólares de multa por andar fuera de casa violando la orden oficial de confinamiento.

Bajo esta atmósfera de acorralamiento psicológico es que emerge el desfile de teorías del presunto complot de esas fuerzas desconocidas contra la población mundial. El primer indicio que inicia la feria de conjeturas colectivas se perfila con la conocida fobia del sistema a la tendencia organizativa de los diferentes grupos sociales.

En primer plano tenemos entonces la teoría de que esta pandemia ha sido creada para proscribir el contacto humano y promover el individualismo. El “divide y vencerás” es una de las consignas básicas del sistema capitalista. Todo lo que implique comunicación humana, acercamiento comunitario para deliberar sobre problemas afines, iniciativas para analizar y reflexionar sobre el devenir de los tiempos es considerado peligroso para la pirámide vertical autoritaria que inhibe los planteamientos de los muchos.

La pandemia que afecta al mundo y su consecuente aislamiento para evitar el contagio y la proliferación del virus es una variable conveniente para quienes deciden los destinos de la humanidad. Por ello, de acuerdo a la Doctrina del Shock y los efectos laterales del capitalismo del desastre de que nos habla Naomi Klein, la alternativa misántropa de la comunicación digital le ha caído como anillo al dedo a la élite. La conversión del ser humano en autómata va aparejada con la interacción virtual y así vemos que en esta crisis se multiplican por doquier la programación de eventos en línea: desde la enseñanza a distancia hasta la organización de fiestas familiares y ritos funerarios vía rostros lejanos en pantallas de alta resolución digital.

En un segundo plano han aparecido tesis analógicas que identifican al virus como un arma bacteriológica destinada a liquidar a las minorías y personas de la tercera edad. Esta es una popular teoría cuyo fundamento es de sobra conocido por los planteamientos del Fondo Monetario Internacional y sus políticas neoliberales. Estrategia que tiene su sustento en la desproporcionada tasa de personas de la raza negra que han muerto en los Estados Unidos y en el sinnúmero de asilos de ancianos en los que se ha encontrado a decenas de personas de la tercera edad que han sido exterminadas, abandonadas a su suerte, en diferentes estados de la unión americana.

En esta misma dirección está la teoría del cultivo de este virus en un laboratorio para implementar una guerra subrepticia entre potencias enemigas. Es así que mientras los Estados Unidos ha intentado vender la idea a través de sus medios de comunicación de que el virus fue creado en China como un medio bélico para aniquilar a su población; China, Rusia e Irán aseguran que fue Estados Unidos quien lo creó. Fuentes no confirmadas de estos países opositores a los Estados Unidos han declarado que fue precisamente este país el que diseminó el virus primeramente en la provincia china de Wuhan para luego continuar con la tarea de su dispersión en los territorios iraní y ruso.

Esta especulación, basada en la rivalidad entre dichos países, pasa por alto que vivimos en una economía global y que la guadaña del mortífero virus iba a viajar de incógnito, como lo ha hecho, por todos los continentes del globo con inesperada, contundente rapidez.

Otras tesis señalan como grandes culpables a los líderes del “Estado Profundo” quienes clandestinamente introdujeron este armamento de guerra bacteriológica contra la población mundial con vistas a su exterminio ya que consideran que somos demasiados. La teoría que declara que tras el gobierno de los Estados Unidos hay un estado invisible que rige los destinos de este país, y en gran medida del mundo, lejos de considerarse conspiratoria tiene gran credibilidad. Esta presunción está sustentada en el enfoque marxista sobre el Estado. Marx señala que: “El Estado burgués no puede ser defensor de los intereses generales, ya que estos se oponen a los de la propiedad privada, sin cuya abolición nunca habrá una genuina emancipación humana”.[1]

Bajo esta perspectiva, el Estado es un conjunto de “aparatos” al servicio de la clase dominante. De ahí que en su conjunto, muchos de estos grupos de presión controlados por la clase económicamente poderosa hayan infiltrado virtualmente todo el espectro de poderes políticos y fácticos.

En estas instituciones, que justificadamente hace algunos años nuestro actual presidente de México mandó al diablo, se encuentran miembros destacados de: la iglesia, los partidos políticos, los tribunales electorales, la banca, las universidades públicas y privadas, los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, las agencias de seguridad pública, los consejos empresariales, cámaras de comercio y todas las expresiones de los medios de comunicación. Medios masivos que, subvencionados por dichas instituciones públicas y privadas, funcionan como grupos de choque desestabilizadores que ideologizan, en forma militante, la opinión pública por medio de la prensa, la televisión y las redes sociales a través de los bots al servicio de sus intereses.

Con toda esta infraestructura a su entera satisfacción, esta élite de las tenebras crea crisis de toda naturaleza, completamente manufacturadas por ellos, para las que previamente ya tiene programadas sus propias “soluciones”. Arreglos coyunturales que les representan brillantes oportunidades que siempre terminan acrecentando su poder y limitando aún más las libertades y derechos de la sociedad civil.

Otra fuente de sospecha colectiva, en estos tiempos virales que corren, son las prolíferas declaraciones de celebridades que súbitamente fueron infectadas por el virus. Famosos actores de Hollywood como Tom Hanks y locutores como Chris Cuomo, de CNN, y George Stephanopoulos, de Good Morning America, salieron al ring publicitario de la peligrosidad de la pandemia como para convencer enfáticamente a la población de la gravedad de la súbita exposición al virus.

Funcionarios de alto rango como Boris Johnson, el primer ministro del Reino Unido, Sophie Trudeau, la esposa del primer ministro canadiense también incrementaron la lista. Jugadores profesionales de basquetbol como Kevin Durant de Los Nets, miembros de la realeza europea como el príncipe Carlos de Inglaterra y el príncipe Alberto de Mónaco, entre otros muchos, imprevistamente hicieron público su contagio. ¿Cuál es el papel que estas celebridades juegan en esta pandemia que hasta una misteriosa agenda de relaciones públicas maneja?

En otro plano, también se barajó la creencia de que el coronavirus es producto de la contaminación atmosférica. Conjetura que es indefendible en el caso de Monterrey que al ser una de las ciudades más contaminadas del continente americano ha sostenido un índice de contagio en cifras relativamente bajas.

Una suposición parecida a la anterior es que el SARS-CoV-2, contradiciendo todos los antecedentes de formas y prevenciones de contagio conocidos, no es un virus sino un exosoma influido por la contaminación electromagnética. Sostiene el autor anónimo de esta tesis que:

"los virus no causan la enfermedad, sino que son marcadores de una enfermedad preexistente a la que denomina intoxicación electromagnética. Es decir, la COVID-19 no está causada por el virus, sino por las ondas electromagnéticas que intoxican nuestras células. Nos advierten que la situación empeorará dado que la nueva tecnología 5G se fundamenta en ondas electromagnéticas de 60 GHz que son, de acuerdo con el autor anónimo, selectivamente absorbidas por los átomos de oxígeno impidiendo su unión a otros átomos y por tanto dificultando su unión a la hemoglobina, lo que provoca la asfixia de los tejidos vivos".[2]

Antena 5G de telefonía móvil.

Fuente: Mikhail Pochuyev. Octubre 2019. Getty Images.

En la actual distopía, esta última teoría carece de bases sólidas. De otra manera, como se explica el sinnúmero de contagios de persona a persona que se han presentado consistentemente en todos los países del mundo.

Un supuesto conspirativo más, este sí con mucho fundamento, es también el relativo a la buscada creación de la vacuna contra la COVID-19. Su implementación iría aparejada a la venta de siete mil seiscientos millones de vacunas aplicadas a todos los habitantes del planeta y sus consecuentes estratosféricas ganancias a las compañías farmacéuticas que la comercialicen.

Junto a los anteriores postulados, otro aspecto aterrador de esta crisis es la amenazadora abolición de la privacidad. El peligro del contagio colectivo constituye la perfecta coartada para que los gobiernos tengan un libre acceso a los datos personales de los teléfonos móviles y laptops de los ciudadanos. Como estrategia para la reducción de la propagación del contagio y en aras de la protección de la salud pública, el Estado ejerce el rastreo e invasión de la vida personal de cuanto individuo sea de su interés particular.

Los paisajes de ciudades desoladas deben ser una vista idílica para quienes dictaminan, de acuerdo a sus lineamientos, el modelo de vida al que debemos ajustarnos. Los espacios urbanos pletóricos de viviendas convertidas en jaulas en donde nosotros, pobres mortales, somos privados del libre albedrío son la materialización de una clara agenda de control que tras este ensayo de enclaustramiento resulta para sus planes bastante promisoria. Las arterias, parques, comercios desiertos en donde está vetada la libertad para deambular a nuestro antojo, para usar el tiempo presuntamente nuestro como nos plazca es el sueño hecho realidad de cualquier oculto gobierno mundial que programa, sin titubear, lo que nos depara el porvenir.

Al margen de la pandemia, sobrevivimos en un tiempo enfermo. No podría ser de otra manera al estar sujetos a un sistema de vida en que la prioridad es la ganancia del capital y no el bienestar del ser humano. Una buena analogía la ofrece Bruce Springsteen, The Boss, como suele llamársele a este cantante estadounidense, quien nos dice en su canción “Better Days” (Días Mejores) al referirse al hombre contemporáneo: “Es un hombre triste, amigo mío, quien vive en el interior de su piel y no soporta la compañía”.

En casa, con las puertas cerradas, queda claro que hay una élite gangsteril que decide por nosotros y ahora sí, al descubierto, queda de manifiesto que no somos arquitectos, ni mucho menos dueños, de nuestros destinos. Al fin y al cabo queda claro que todas estas crisis cíclicas en que se reinicia la economía en condiciones más favorables para el sistema que nos controla, nosotros, con nuestra borreguil indolencia, dejamos que pasen.

Notas

1. Marx, Karl. Crítica de la Filosofía del Estado de Hegel, Editorial Biblioteca Nueva, Madrid, 2010.

2. ¿El COVID-19 es un exosoma causado por el 5G? Recuperado de: https://saludsinbulos.com/observatorio/covid19-exosoma-5g/

This article is from: