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Editorial

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UNA VEZ MÁS, ante unas elecciones presidenciales, las voces de políticos, empresarios y banqueros reciclados, se unen para prevenir a los mexicanos del peligro representado por el populismo. Lo hacen sin ningún rigor ni respeto por sí mismos, obsesionados sólo por la descalificación de un aspirante a la presidencia de la república, Andrés Manuel López Obrador.

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Ni siquiera nos dicen a los mexicanos que el populismo surgió durante las primeras décadas del siglo XX como expresión ideológica y política de la clase campesina pequeñoburguesa, en su lucha por cambiar las relaciones agrarias imperantes, acabar con los latifundios feudales y redistribuir la tierra de los grandes propietarios entre los mismos campesinos; que arraigó en los países llegados relativamente tarde a los cambios inherentes a la revolución democrática burguesa, cuando en Europa y Norteamérica el capitalismo ya prosperaba y a la vez engendraba el movimiento de una nueva clase social: el proletariado; que fue notable su esfuerzo por despertar, organizar y alzar al campesinado para llevarlo a consumar una revolución socialista, intento fracasado, entre otras causas, por dos importantes limitaciones: negar el carácter progresivo del desarrollo capitalista, y creer en la posibilidad de eludirlo anteponiéndole la “producción popular”, es decir, la pequeña economía campesina. Y menos nos dicen que, pese a sus contradicciones, el populismo fue capaz de incidir y con ello inspirar a sus dos sucesos históricos trascendentales: la Revolución Mexicana y la Revolución Rusa.

Pero a los personajes aludidos al principio no les interesa instruir y educar a los mexicanos, sino amedrentarlos, o sea, mantenerlos en la ignorancia para que, en su provecho, todo siga igual… hasta cuando los desposeídos lo toleren.

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