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Para alcanzar al traidor, por José Roberto Mendirichiga
Para alcanzar al traidor
José Roberto Mendirichaga
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DE ACUERDO A Miguel Covarrubias, el sustantivo-adjetivo tradittore es una modificación de traduttore. Una u hace la diferencia. Porque la traducción puede convertirse en traición, cuando desvirtúa el sentido del texto, de la palabra, de la frase, de la oración.
Varios libros de traducción poética son que los que Covarrubias ha entregado a las universidades, bibliotecas y público lector. Este libro Para alcanzar al traidor es el tercero. Él traduce al castellano, del francés y del alemán, y esporádicamente del inglés. En este nuevo libro de UANL-Matadero lo hace del francés y del alemán, tomando siete poetas de cada idioma, los que son franceses, belgas, alemanes o austriacos.
A algunos de estos poetas ya los había trabajado el traductor en ediciones anteriores (la de El traidor: UANL-Ayuntamiento de Monterrey, 1993, con una segunda edición de UANL-Aldvs en 2008, más la de El traidor II: UANL-Aldvs, 2012). Pero ahora ha agregado a Paul-Jean Toulet, Paul Valéry y Pierre Reverdy, de lengua francesa; y Günter Eich, Ernst Meister y Sarah Kirsch, de lengua alemana.
Conviene señalar que si la traducción literaria es en sí una especialidad −pues no se trata de una traducción de textos científicos, económicos, sociológicos, filosóficos, teológicos o políticos, sino de novela, cuento, teatro y ensayo−, la traducción poética es especialidad de especialidad, en virtud de que la poesía es el corazón de la literatura. Covarrubias califica la traducción poética como “género literario”.
Para que se tenga una idea de cómo se cultiva esta traducción literaria en México, hay que señalar la existencia de una Asociación de Traductores Literarios Mexicanos, A.C. (Ametli), con sede en Ciudad de México, donde figuran escritores-traductores como Elsa Cross, Juan Villoro, José María Espinasa, Margo Glantz, Enrique Serna, Silvia Pratt, Fabio Morábito y muchos más.
Ya en materia, las traducciones de este libro van dedicadas en el epígrafe a Alfonso Rangel Guerra, nuestro más significativo hombre de letras en el Noreste. Y en las nuevas palabras de El traidor, Covarrubias menciona, entre otros asuntos, los diccionarios que lo han acompañado durante tantos años, sus armas en las letras; su agradecimiento a la desaparecida pero recordada Carmen Alardín, por haberlo acercado a Ernst Meister; más el recuerdo de Elisabeth Siefer, a su paso por Monterrey.
De Toulet, me ha gustado particularmente “La arena donde gritaban nuestros pasos”: “La arena donde gritaban nuestros pasos, ni oro o gloria, / Qué importa, y el escenario fatídico del invierno. /Mas el amor continúa y me sonríe de nuevo / Como una rosa roja a través de negras sombras”. De Valéry, estos versos de “Poesía”: “Sabemos que hay minas totalmente cargadas. También hay flores en botón que podrían abrirse”: Y de Reverdy, “Saltimbanquis”: “En medio de esa muchedumbre un niño baila y un hombre levanta pesas. Sus brazos tatuados de azul toman al cielo como testigo de su fuerza inútil. / El niño baila, ligero, en una malla de gran tamaño, más ligero que las bolas que le permiten mantenerse en equilibrio. Y cuando tiende su bolso, nadie da nada. Nadie da nada por temor de rellenarlo con un peso demasiado pesado. Es tan frágil”.
Éluard, en “Nadie puede…” lanza unos versos psicoanalíticos: “Nadie puede conocerme / Mejor que tú. // Nadie puede conocerte / Mejor que yo”. Michaux hace historia poética. Es su poema “Mis estatuas”: “Tengo mis estatuas. Los siglos me las han legado […]. Su origen me es desconocido […]. Pero están ahí y su mármol cada año se endurece más, bloqueándose en el oscuro fondo de las masas olvidadas”. Y Char evoca a Rimbaud: “¡Fue bueno que te marcharas, Rimbaud! Sin pruebas, sólo unos cuantos de nosotros suponemos que contigo es posible la felicidad”.
Bonnefoy evoca el valor del libro y sentencia: “Si rechazamos los recuerdos, ¡ay!, / La memoria no deja de rehabilitarse: / Es fuego aniquilado, ausencia de este mundo”. La figura de la madre ida está presente en Lasker-Schüler: “Ahora siempre estaré muy sola, / Como el ángel supremo / Que estaba a mi lado”. Benn dice de Chopin: “Nunca compuso una ópera, / ninguna sinfonía, / sólo esas evoluciones trágicas / de arte en plenitud / y con una pequeña mano”. Y Trakl, en “El sueño”, habla de “Blancos pájaros vuelan en el confín nocturno / Sobre desintegradas / Ciudades de acero”.
Finalmente, Eich, en “Inventario”, escribe: “La mina del lápiz / es lo que más quiero: de día me escribe versos / que invento de noche”. Meister, en su poema “Yo”, sentencia: “La noche era paciencia: / un largo único / acorde de paciencia”. En “Delikatessen no”, Bachmann denuncia: “Aprendí a reconocer / las palabras / que existen / (para la clase más baja) / hambre / deshonra / lágrimas / y / tinieblas”. Y Kirsch, en “Luna nueva”, canta: “La luna era oscura los gansos volaron / Más alto que nunca en esta región. / La nieve se precipita y entra en el remolino. / Roja la estufa en el amanecer roja como mi sangre”.
Cerremos con esta cita de Suzanne Jill Levine: “Desde la perspectiva del lector, la traducción es un acto de interpretación; desde la del traductor, se trata de un rito de pasodobles, o un viaje hacia la escritura”.
El libro incluye fichas biográficas de los autores, fuentes e índice. La edición estuvo al cuidado de Miguel Covarrubias, Gerardo González y Juan Manuel Hernández. En el indicador de la UANL figuran: Rogelio Garza Rivera, Rector; Carmen de la Fuente García, Secretaria General; Celso José Garza Acuña, Secretario de Extensión y Cultura; y Antonio Ramos Revillas, Director de Editorial Universitaria.
Notas
Covarrubias, Miguel. Para alcanzar al traidor, UANL-Matadero, Monterrey-México, 2017, 245 pp., ISBN 978-607- 27-0788-7.