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Poemas inéditos de José María Mendiola

Poemas inéditos

depositas tu voz en mi boca su semilla se abre las raíces horadan mi vientre un canto florece

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el canto se abre paso y llega a esta página despliega sus alas ensordece tus ojos

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esa tarde el sol desplegaba su mirada eran otros sus pliegues en los umbrales las sombras se desfasaban de los cuerpos

y el día parecía detenido inmóvil su oleaje inmóviles las aves el aire

el calor que temblaba a ras del suelo esa tarde ese mismo zumbido del tráfico invisible

esa tarde sin asomo de lluvia sin asomo hasta que irrumpió el grito que arrastraba a un niño:

“ya se fueron” entonces los cuerpos se desprendieron de las paredes

de los respaldos de los recuerdos dejaron a las sombras evaporarse

el zumbido del tráfico se desgranó en gaviotas camiones urbanos risas gritos

la voz del niño allá adelante desplegaba al día lo extendía como un mantel almidonado

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hay en el corazón el perfume de otros días un jazmín que nos lleva de paseo por calles de verde sombra

hay humedades que desde la tierra nos dan un anticipo de beso:

hoja mojada por un aleteo hay en el corazón un pasmo el aroma de nuestras miradas posadas en el

musgo y en la piedra hay un azahar abierto al latido el reflejo de la noche en la piel

la estela de tu aliento que se enrosca en la hojarasca fachadas con signos dejados por el agua

–la humedad nos señala nuestra secreta geografía– con pintura ajena al yeso (y al musgo y a la piedra)

y un follaje que desde su propio lenguaje nos dibuja una caricia

entonces habitábamos las casas que bostezaban a nuestro paso

éramos quienes les otorgaban otro nombre otros jardines

otros fantasmas para curarles las grietas entonces disponíamos de sus paredes

para rehacerles el hígado nos veíamos asomarnos a sus ventanas

sonriéndoles a los paseantes que enamorados soñaban habitar nuestras casas

entonces aspirábamos sus trozos de luz sus grandes bocados de sombra para ser entonces

habitados por ladrillos y fachadas musgo humedades y y follaje

y ventanas con rostros que sonríen a la calle

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la gota que recorre mi costado recuerda su camino sabe

–como saben las uñas los vellos el testículo derecho– que las cosas tienen sus abismos sus arrecifes

apenas pronuncia el nombre del terreno sabe de poros de lunares de ronchas

las ha llamado flor atajo descanso

en su interior un cuerpo reposa al lado tuyo en su interior la gota se ve a sí misma en el costado

la gota dibuja su voz de fruta para nombrarse

en su interior hay una ventana que contiene el líquido de la noche la noche con otros gritos otras penas

la noche de los silencios enroscados en algunos rincones

hay una ventana que apenas deja escurrir la sangre de la noche

sus bordes rebosan pasos frases campanas el universo que tampoco sé

porque no es el mismo sino el de la gota la gota que tiene cuerpos enmarcados en ese rectángulo

que es la mirada de la noche la noche cuya gota recorre mi costado

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tarde poblada del zumbido de las chicharras su orquestación desde las cortezas acompaña nuestro trayecto a bordo del Chevrolet aún nos envuelve el olor de la alberca (anticipamos otra frescura: la Sandía que pronto comeremos) mi padre al volante canta algo el sombrero ladeado la voz vibrante al compás de la luz entonces fugaz la figura en la acera la falda al viento su transparencia atrapada por la sonrisa

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era flaco y nervioso un alambre tenso al que le decíamos el pájaro

nos tomábamos la cocacola por las tardes sentados afuera del super de los Maldonado

en la calle obregón desplegábamos los misterios de todos los días

los esparcíamos frente a nosotros para ver si tenían algún sentido

entonces la vida era preguntarse por el momento siguiente

por el instante en que dejáramos de tener quince años y pudiéramos tener certezas

el fruto vedado a toda respuesta

leíamos discutíamos nos masturbábamos y lo más inmediato era la mujer de los grandes senos

entonces era tomarse la cocacola en el super de los maldonado

en la avenida obregón donde poníamos en duda lo que percibíamos sin mejor respuesta que creer que pronto muy pronto sabríamos

la última vez que lo vi el pájaro me hizo la misma pregunta: dónde estaríamos al día siguiente

qué sabor tiene el tiempo que desconocemos y no supe responderle

esa tarde yo tomaría un autobús a monterrey dejaría nuevo laredo para siempre

y sin embargo no supe qué hay detrás de las montañas qué ocultan las horas qué piel será la mía

después me dijeron que esa misma tarde probó el metal el destello

y de entre las luces los camilleros la policía sólo se le vieron los zapatos

desgastados y sucios tensos y filosos como él como siempre fue él

ahora yo treinta años después desgastado y sucio

tenso y filoso aún desconozco lo que hay detrás de las montañas lo que ocultan las horas qué piel será la mía

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una mujer de mirada lenta entró sin pedir permiso movió los muebles colgó nuevos cuadros

le dio un orden distinto al polvo de los retratos así ha sido siempre decía

así estaba cuando abrí la puerta y siguió con su corriente de papeles

y más polvo hasta construir nuevas paredes en este laberinto

otra mujer llegó escoba en mano se deshizo de telarañas

de los encuentros con el mundo allá afuera de los escombros que ya tenían nombres así de simpáticos

acomodó las cosas con método con sistema con paciencia hasta dejar el caracol sin molusco

hubo quien contempló la alineación de los marcos el grosor del polvo su distribución

las estrías oquedades relatos de las paredes midió los ladrillos las capas de pintura

las marcas dejadas por muebles ya olvidados y supo su risa miraba sobre mi hombro

alguien ocupó todo el espacio disponible puso los poemas en espera

sus palabras besaron mi retina lamió algunas heridas pero las dejó pudrirse

de un caderazo quiso expulsarme de mi casa sonreía cuando de di el puntapié

entonces llegaste tú dejaste que la luz fuera la inquilina

que la sonrisa envolviera ladrillos y mosaicos que mi casa respirara su propio verdor

entonces fuiste tú las ventanas sus cortinas los suspiros posados entre los cuerpos

tú el picaporte las aldabas las bisagras los antepechos las lámparas s

ólo entraste y fue suficiente mi casa inhaló tu luz y tu luz aleteó conmigo

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hay una casa que sonríe

contigo

una casa con macetas y tierra mojada

el piano que se derrite en la sala

y claro un gato un gato que se deshoja

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estás aquí te digo y no te veo los jazmines construyen tu silueta a mi lado

estás aquí te digo estás aquí tu sonrisa se refleja en la memoria

una palabra tuya rebota en el agua el mundo se estremece se convierte en vicario

de tu cuerpo y no te veo

cuando te pienso te nombro luego aparece tu caricia cuando te pienso tu voz susurra mi carne

y de golpe abro los ojos y no te veo estás aquí y no te veo

cuando te pienso una línea húmeda me delimita cuando te siento te pienso te nombro (tu lengua lo sabe) y no te veo

mis ojos no te contienen salvo cuando irrumpe tu risa y dibuja una gardenia en la luz de la tarde

apenas basta tu ausencia para llenar un parpadeo del colibrí

esa brevedad colma el aleteo del universo esa sombra intensa me acaricia si tocarme

porque estás aquí te digo aquí en el recipiente de mi pecho aquí tú esquiva de luz aire que posa su muslo en mi cadera

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