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Jeanne Moreau 1928-2017, por Nazario Sepúlveda

Jeanne Moreau1928-2017

Nazario Sepúlveda E.

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LA LLAMADA TELEFÓNICA ocurrió en la mañana: era de una persona que desde hace muchos años ha sido uno de mis mejores amigos y tras un breve saludo, me avisó que había muerto la gran actriz francesa Jeanne Moreau y que a los 89 años había sido encontrada muerta en su departamento de París por causas no explicadas y poco más tarde, la noticia fue difundida en todo el mundo y su país y en muchas partes, los cinéfilos que tanto la admiraban desde que su carrera empezó a destacar en la pantalla durante la segunda mitad de los años 50 supieron –supimos– que el gran monstruo sagrado –la definición la creó Jean Cocteau– ya había partido al Olimpo de los grandes intérpretes del arte escénico y del fílmico y sus muchas películas, están para ser vistas en sus versiones en DVD y en ellas se revela su condición de ser muchos personajes y por ello, hace tiempo, fue declarada la mejor actriz de cine en el mundo y no hubo protestas o rechazos a este nombramiento. Ella era La Actriz y por eso he decidido hacerle este homenaje.

En las tiendas de video de esta ciudad, existe la posibilidad de adquirir algunas películas que ella protagonizó. La más antigua y la que la dio a conocer a las mayorías es Ascenceur pour l’echafaud (Ascensor para el cadalso), realizada en 1957 por Louis Malle, el responsable de su fama internacional y que además fue su pareja. Él la retrató recorriendo sola cas calles de París, vestida en forma elegante y con el pelo medio rubio, y las hermosas imágenes eran acompañadas –por única vez por desgracia para la historia del cine sonoro– por la música de jazz que le compuso el norteamericano Miles Davis, quien al ver las escenas filmadas por ella, se inspiró para escribir y tocar uno de los más supremos sound tracks de los años 50 y hoy, el disco compacto es clásico para los amantes del cine y del jazz y esto se logró con la presencia de la Moreau, caminando sola y buscando con ansiedad a su amante pero el destino ya había decretado que nunca lo hallara y ella, tal vez en forma inconsciente, actuaba su papel como si fuera una gran actriz tr´agica del teatro griego y la ciudad de París, en la noche de verano, la acompañaba en su ritual de soledad nunca superada y los acordes de Miñles Davis eran el marco perfecto para las bellas imágenes en blanco y negro de ella.

Ya famosa y muy conocida, fue requerida por el gran cineasta italiano Michelangelo Antonioni para un film realizado en Milán y sus alrededores que se tituló La notte, (La noche) y que fue la segunda obra de una trilogía fílmica que le dio celebridad mundial, además del Gran Premio Oso de Oro del Festival de Berlín de 1961. Y otra vez la Moreau, ahora sí con su pelo oscuro natural y ropa muy elegante, volvió a ser la gran solitaria que recorría las calles de Milán en la tarde de verano y trataba de vivir las situaciones que conservaba en los que iba encontrando por el camino y más tarde, en plena noche, se aislaba de su marido, personificado en forma perfecta por Marcelo Mastroianni, y de todos los demás invitados a una elegante fiesta de aristócratas milaneses y hasta que se topaba con otra solitaria como ella, la hermosa Mónica Vitti, ocurría una cierta comunicación en medio de la enajenación social tan materialista en la que se hallaban inmersas. Esta crónica de un matrimonio sin amor, sin embargo, concluía con un atisbo de esperanza, cuando el marido intenta salvar su maltrecha y fría unión y acaso la pareja continúe o tal vez rompa sin remedio y ella, en el papel de Lidia, la esposa semiabandonada, era tan magnífica que es imposible imaginar a otra actriz en este y si bien Jeanne Moreau ya no volvió a filmar en el cine italiano, en los años 60 de esperaba una carrera en la que fue dirigida por muchos grandes cineastas y así, llegó a la madurez más célebre que nunca.

Hay que aclarar que ella no era hermosa y en varias de sus películas se veía fea, pero tenía la envidiable cualidad de transformarse y para muchos era un símbolo erótico hermoso y sensual, y todo esto se lograba porque en casi todas sus actuaciones fílmicas era dos cosas a la vez: La Mujer Centro del Universo y sobre todo, La Mujer Libre por encima de todas las convencionalidades de la moral burguesa.

La tercera película que la Moreau filmó con Louis Malle, tenía la situación de que su papel aquí era secundario. Aparecía sólo en dos secuencias y la cinta, basada en la novela corta del francés Drieu La Rochelle, Le feu follet (El fuego fatuo), fue flimada en París en 1963 y se ocupaba de narrar los días finales de un intelectual alcoholizado quien, de nuevo en el verano, recorría París y sus avenidas buscando una razón para vivir y el hombre, personificado por el apuesto buen actor Maurice Ronet, en uno de sus paseos se llegaba hasta una tienda atendida por una mujer y ella, a través del aparador, reconocía al amigo querido ausente desde tiempo atrás y luego de la sorpresa inicial, lo trataba con cariño y con gentileza y él, lo apreciaba pero ya era tarde para este apoyo y este afecto y la Moreau, ya más madura, sabía de la situación de su amigo y en un segundo encuentro entre ambos y con otra gente presente, que no veía al hombre con aceptación y amistad, ella reconoce y declara que él ha sufrido mucho pero no puede hacer ya nada por él y ella desaparece del film luego de una convincente actuación en este papel secundario. El fuego fatuo, que como novela acabó siendo autobiografía, es una de las mejores obras de Louis Malle.

Hay que mencionar que tantas experiencias como actriz la llevaron a querer dirigir cine y en los años 70, dirigió dos películas que no buscaban ser geniales o magistrales y así, realizó Lumière (Luz), realizada en 1976 y L’adolescent (La adolescente), que presentaban la visión femenina del cine y la crítica no las elogió pero tampoco las destrozó y ella, no volvió a ser cineasta y siguió actuando en películas francesas y cintas en inglés de Hollywood.

No he hablado de algo que me encantaba de ella: escuchar su voz que la distinguía mucho de las demás actrices. Su voz era melodiosa en su nativo francés y como era de madre inglesa, se permitió actuar como una dama inglesa de la realeza en El Rolls Royce amarillo, al lado de Rex Harrison, y no hubo crítica alguna a su acento extranjero pues hablaba un inglés perfecto y además, en la célebre película Jules y Jim, de Truffaut, se permitió cantar una canción y esto la llevó a grabar un disco con canciones hoy inencontrable, y si bien no era una gran cantante, era agrabable oírla para soñar con ella.

Siendo adolescente, la conocí por primera vez en una cinta de 1955 llamada Gas oil, en donde salía rubia y con un galán demasiado maduro para ella que era Jean Gabin y su presencia me gustó mucho y mi culto por ella sucedió años después cuando en el viejo cine “Rex” de la calle Zaragoza, se estrenó con mucho retraso la cinta Les amants (Los amantes), que fue aborrecida y temida por los censores regiomontanos de doble moral y al conocerla, supe lo que era el erotismo poético en imágenes y con la música de Brahms. La Moreau era la presencia irrepetible en el cine de amor y sexo sin temor a la censura y el film, era de Louis Malle.

La última vez que la ví en el cine, salía en un papel secundario como la abuela del protagonista, a la que él confía que pronto morirá de cáncer y ella, actriz de profesión, hizo su papel con talento y dignidad y ahora que ha muerto, sólo puedo concluir diciendo, gracias Jean Moreau, ¡gracias!

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