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Entrevista con la fotógrafa Roxana Boyer

ENTREVISTA CON LA FOTÓGRAFA ROXANA BOYER

Tras los pasos de Cortázar en París

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Por Celeste Carnevale

“Entre las muchas maneras de combatir la nada, una de las mejores es sacar fotografías, actividad que debería enseñarse tempranamente a los niños, pues exige disciplina, educación estética, buen ojo y dedos seguros”.

Julio Cortázar

El camino se inicia con un encuentro que desconoce la linealidad del tiempo. La fotógrafa Roxana Boyer viajó a París y descubrió a Julio Cortázar entramado en cada espacio posible. Así surgió Cortázar en París, un ensayo fotográfico cargado de símbolos que hablan de una vuelta para buscarse y de una ciudad que pertenece a la literatura.

Un recorrido por las calles de París. ¿Dónde aparece Cortázar?

Ciertas cosas que me pasaron en París me llevaron a su literatura. Yo estaba de paseo junto con mi cámara, que es una extensión mía, y comencé a recibir señales que me hicieron pensar: acá está Julio. Apenas llegué, viví un atasco en la ruta Victor Hugo y mi hermana me dijo: “Uy, La autopista del sur. Se hizo presente Julio Cortázar”. Nos quedamos cerca de tres horas ahí. Yo, como buena porteña, estaba muy enojada con el país y con la ciudad. Me quería ir. Después nos subimos a un micro que nos llevó al bulevar Sebastopol, donde teníamos un departamento alquilado y era un lugar por donde Cortázar transitaba, ya que por allí había vivido. Entonces mi hermana me lo recordó una vez más. Lo vi como otra señal, me dije: “La autopista del sur, este lugar...”. Al subir al departamento notamos que había muchos elementos que tenían que ver con ‘Casa tomada’, un cuento de 1946. En ese momento concluí que de París me iba a llevar un ensayo vinculado a Cortázar. Desde entonces se me aparecieron un montón de cosas y, con la ayuda de mi hermana, que es profesora de Literatura, empecé a tomar la simbología de Cortázar. Creo que todos somos un puente. Y Julio en ese caso fue un puente no sólo para unir Buenos Aires con París, sino también para unirme a mí con mi familia, porque yo no sabía nada de mis ancestros parisinos, y aunque no encontré mucho de ellos me reencontré conmigo misma. Ese enojo inicial que tuve al llegar me ayudó a hacer un cambio interno, como persona y como artista. Me redescubrí como fotógrafa de arquitectura, entre otras cosas. Si yo no hablo sobre Cortázar, las fotografías no dejan de ser arquitectónicas e igualmente de París. No soy una fotógrafa de mucha arquitectura, hice dos o tres ensayos de arquitectura en casi treinta años de carrera, y ese viaje a París me reencontró con mis estructuras, con mis puentes internos.

Cada fotografía está acompañada por un fragmento de los textos de Cortázar. ¿Fue una decisión inicial interpretar esos fragmentos a través de imágenes o fue una conexión que hiciste después de tomar las fotografías?

Fue una mezcla de las dos cosas. A partir del momento en que tomé la decisión de llevarme de París un ensayo, hice un cronograma de salidas y de lugares para transitar con mi hermana. No tenía mucho wifi y fueron seis días en los que no podía leer demasiado, lo que me llevó a investigar directamente en la calle. A pesar de que ninguna de las dos hablaba muy bien francés, íbamos preguntando como podíamos. Cuando tuve todas las fotos delante de mí empecé a notar y a leer un poco más sobre él. Empecé

a tomar su simbología, que tiene que ver con los puentes y las puertas. Siempre que tomo la decisión de hacer un ensayo o de sacar cualquier fotografía busco qué sacar, por qué lo saco y después cómo sacarlo, que sería la parte técnica. Qué sacar lo determiné cuando nos pusimos de acuerdo en que iba a hacer el camino, en vez del camino de Santiago, decidí hacer el camino de Cortázar [risas].

Es decir que el objeto es lo primero que se definió.

Sí, el objeto estaba definido, el tema era por qué. Ahí me empecé a preguntarme qué era lo que me provocaba, qué me gustaba de él o lo que me gustaba resaltar. En muchas fotos se ven edificios gigantescos y majestuosos; esa fue una postura. Él era alto, gigante, además de enorme como persona. Quise plasmar su grandeza en estos edificios por los que él pasaba. Ahí apareció el cómo, que fue utilizar un lente o un objetivo gran angular que me permitió captar esa magnitud. Por otro lado, hice un poco lo que siempre hago, tratar de interpretar, de interpretarlo a él, a él como a cualquier persona: qué hubiera sentido estando en este momento acá, qué se le pasaba por la cabeza, por qué caminaba solo y por qué se sentaba en las plazas a escribir por la noche. Tomo siempre por ese lado mi trabajo: qué le pasaría al otro o qué me pasa a mí con él. Es transitarlo desde adentro. Creo que ahí está el mensaje.

En esa internalización y reinterpretación del otro surge el tema de la brecha temporal. El tiempo allí tiene un papel muy importante: no es lo mismo el París de Cortázar que el París al que tú fuiste. ¿Eso te llevó a reflexionar sobre lo que perdura y lo que se transforma? ¿Cómo es esa conexión que aún se puede establecer aunque se transite un París de otra época?

Alguien me preguntó si me había basado en las fotos públicas que hay de él, o en algún video, y la verdad es que no. Sí se me vinieron a la cabeza algunas referencias a esas imágenes, pero en seis días fue un poco imposible desarrollar tanta cosa. Sí tenía muy en claro el mensaje; somos comunicadores y con cada obra uno tiene que dejar un mensaje. En este caso, lo que dejamos es un legado. En una foto de él de los años setenta podemos ver cómo se vestía, cómo caminaba y cómo era ese París. Tengo la obligación de mostrar en mi ensayo, para futuras generaciones, cómo es el París de 2016, 2017 y 2018. Estamos viviendo en otro París, uno en el que Cortázar no vivió, y quizá las generaciones futuras digan: no me lo hubiese imaginado. Ahora se camina con el celular en la mano. Cortázar no tenía celular, él andaba con el cigarrillo o con el habano. Creo que tiene que ver con eso, con que la fotografía es un legado para futuras generaciones. Es un documento.

En una de las fotografías aparecen dos personajes actuales, pero de alguna manera el aire que se respira

en torno a ellos parece tomado de otra época. ¿Cómo lograste esta atmósfera?

En el día de la inauguración aquí en Montevideo, cuando ya se iba toda la gente, se acercó alguien y me dijo: “Te quiero felicitar porque me llevaste a los años setenta y lograste un estilo de esa época. Tenés la pincelada de los grandes fotógrafos de los años sesenta y setenta”. Algunas fotos fueron terriblemente buscadas, caminadas. Otras fueron encontradas de manera espontánea. Las fotos de los dos muchachos y de los pintores fueron tomadas en Montmartre, donde Julio se juntaba con la bohemia de los artistas. Actualmente es un lugar preparado para el turismo. Aunque los artistas y músicos que se encuentran en este lugar de alguna manera me ayudaron a crear esa atmósfera, la cantidad de turistas que había no me permitía estar a solas con ellos y meterme en sus historias. Así es que esperé mucho tiempo. Hasta que no conozco cómo se mueven los personajes, no logro la foto. Con estos artistas de Montmartre me sucedía lo mismo, quería entender sus movimientos, el gesto que me llevara a esa época. Algunos no lo tenían. Estos dos muchachos parecían personajes de época, pero no lo eran. El más viejo era el dueño de un restaurante y el otro uno de los mozos. El mozo me invitó a pasar al restaurante. Le expliqué que estaba tras las huellas de Cortázar. Salió el dueño y se puso a conversar, le dije que no almorzaría allí, pero que podíamos hacer un intercambio de fotos. Ellos accedieron. Se mostraron provocadores, se abrían la camisa y descubrían el pecho. Logré, sin quererlo, un clima erótico, provocador, similar al que se vivía en los cabarets de allí a la vuelta. Algunas otras fotos fueron

preparadas con más tiempo, esperando muchísimo para interpretar el personaje, para encontrarlo.

La cantidad de situaciones y escenarios transitados en seis días debe de haber sido abrumadora. ¿Hay alguna imagen que haya quedado sin ser inmortalizada?

Voy a volver. Está dando vueltas una idea de hacer algo con sus años en Barcelona, ciudad a la que amé y amo. Así que quizá tenga esa posibilidad este año o el que viene. De las fotos que no saqué, hay una que sucedió en el segundo día. Volvía de un supermercado y a veinte o treinta metros del departamento donde me quedaba había una señorita que para mí era la Maga, sin lugar a dudas. Era el barrio de él y allí estaba esta mujer sola esperando a la nada. Empecé a sacar un montón de fotos. Se dio cuenta y llamó a la Policía, casi termino demorada. Todo un escándalo. Tuve que eliminar esas fotos y para mí ahí había una foto fundamental, pero bueno... la perdí.

Queda el relato.

Sí. Queda el relato de que estaba la Maga y de que no fui presa. Fueron muchas las historias y las señales. Está bueno contar ciertas anécdotas para dar una mejor idea de qué va la obra, pero el disfrute del mensaje lo termina el público. La obra es el puente para que el mensaje llegue al que observa. Si lo cuento todo no se entiende, queda perdido el mensaje.

Además de la atmósfera de época llama la atención la utilización del color en alternancia con la utilización del blanco y negro. ¿Con qué tiene que ver eso?

El color o el blanco y negro tienen que ver con lo que vi de la ciudad y con cómo me sentía: apagada. Vuelvo al tema de la ebullición o del cambio interno, yo estaba enojada, todo me parecía horrible y molesto. Las fotos logradas tienen que ver con eso: veía una Europa y un París muy gris. Llegué al mes siguiente del famoso atentado de 2016, así que la ciudad estaba triste. Pero principalmente la decisión del color o blanco y negro tuvo que ver con cómo lo veía yo a él ahí. Julio tampoco era muy a color, sobre todo en esa época en la que tomó la decisión de exiliarse. Luego, al encontrarme con la simbología, me apoyé mucho en Rayuela, su novela mítica, y en lo que simboliza la rayuela. Lo lúdico, el jugar permanentemente, salir de la tierra y buscar el cielo pero querer volver y volver a la tierra. Creo que como seres humanos hacemos eso. Fui a París pero con las ganas de volver a Buenos Aires; uno es extrospectivo, pero también busca una introspección. Te buscás adentro y volvés a salir. Por eso decidí hacer algunas de las fotos en color, porque la nostalgia para mí es valedera, pero hay que intentar no ser nostálgico crónico, hay que buscar esos pequeños momentos de felicidad, esos tintes de color en este ensayo, ese cielo. Tintes de color que también debería de tener Julio, sobre todo junto a su esposa, a quien amaba y con quien tanto jugaba a través de su cámara fotográfica. D

Un fragmento del ensayo, compuesto por 25 fotografías, se exhibió en Montevideo en Esplendor by Wyndham Montevideo Cervantes (Soriano 868). Boyer relató la sorpresa que significó descubrir que el espacio en donde estuvieron instaladas sus imágenes inspiró el cuento ‘La puerta condenada’ hace sesenta años. Durante sus visitas a Montevideo, Cortázar se alojó en el antiguo hotel Cervantes, en Soriano y Andes. Allí, en la habitación 205, escribió ese cuento que habla de una puerta que no puede ser abierta. Las puertas y los puentes continúan encontrando a Julio Cortázar y Roxana Boyer, aun lejos de París y de Buenos Aires. En el mes de agosto la muestra se exhibirá en el Palacio Legislativo.

Celeste Carnevale. Cursó Ciencias de la Comunicación - Audiovisual, en la Universidad Católica del Uruguay.

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