6 minute read

Fisura sónica, por Alexander Laluz

Por Alexander Laluz

El último de Eté & Los Problems Rugido hambriento

Advertisement

Resistentes. Sobrevivientes. Hay mucho camino transitado en la historia de Eté & Los Problems, la banda que lidera con hipercrea tiva cabeza Ernesto Tabárez (guitarra, voz) desde 2005. Ya fueron Malditos banquetes (Sondor, 2007), Vil (Bizarro, 2011) y Éxodo (Bizarro, 2014). También giras, tensiones, cambios. Un camino quizás épico, sin duda intenso. Sin dudas: creativo, una cualidad no siempre aliada de los erráticos tránsitos de ese algo que suele llamarse rock.

Y el año pasado, con dolores de parto y mucho trabajo “de cabeza” y de “cuore”, llegó Hambre. Un disco de alto voltaje expresivo, con mucho grito contenido, con ideas valio sas en lo poético y en lo musical, también con altas dosis de oscuridad, también con momentos luminosos. Pero siempre con un tratamiento de la expresividad que acerca a este nuevo repertorio a esa constelación de ideas que construimos no sin dificultad, no sin apuros, no sin dudas, en torno a lo au téntico, a un algo que podría, con prudencia y dudas, llamarse verdad.

Una clave para entender esa idea está en la composición. En sus letras, en sus músi cas, que sin misterios alambicados crean mundos de tensa expresividad. Otra clave está en la interpretación, sea en la que hicie ron en el estudio para el disco, sea en vivo, sobre el escenario. Y ahí se ensamblan el ges to y la crudeza, la direccionalidad sin ambages que de ahí resulta, aunque no sea posible acudir a un diccionario que diseccione sus sentidos y devolverlos con palabras precisas. Así, cuando Tabárez desgarra de su garganta la palabra “hambre”, un visceral magma de imágenes cae sobre el cuerpo, la cabeza, las miradas, para devorarse todo. Así, todo se de vora desde la tapa y el título del disco, desde las inflexiones de la voz áspera y profunda, desde las repeticiones, desde las estructuras simples. Así todo se precipita con poética sa biduría en ‘Fundación’, en ‘Newton’, en ‘Los eucaliptus’, en ‘Cacería’.

Hambre quizás sea inexplicable. Quizás no necesite de otras palabras que las que flu yen en cada canción. Necesita, sí, de la escucha, de poros abiertos, de cerebros que no les teman a los viajes eléctricos –eléctricos sin resacas de lo eléctrico devenido cliché, devenido pose de nene malo–. “La loba tiene hambre”. Ahora, después de Hambre, si quie re hablar de rock… hágalo con confianza.

Maldigo, de Mónica Navarro Bendita canción maldita

Fueron el teatro, el rock, el tango, la conducción en televisión y en radio. Pero antes, antes de todo lo conocido, fue el folclore. Fueron esos sonidos y lenguajes que se co nectan con lo rural, con lo campero, con lo guitarrero, los que cantaron en las primeras experiencias de Mónica Navarro en épocas de juventud. Y fue a ese universo posible, válido y validante, necesario y engarzador de tiempos pasados-presentes-futuros, que Mónica volvió para parir su disco más re ciente, Maldigo (MMG, 2018). Un proyecto en el que ensaya una relectura rockera, con gran economía en la selección de recursos sonoros, en los arreglos, en las formas de interpretación, de un repertorio heterogéneo, cruzado por sus vivencias, sus gustos, sus memorias, donde habitan Chabuca Granda, Alfredo Zitarrosa, Osiris Rodríguez Castillos, Violeta Parra, Cuchi Leguizamón y, bastante desmarcado de esas líneas, Leo Maslíah.

Para concretar este planteo, Navarro se asoció con músicos bien conocidos en el ambiente local: Diego Varela (bajos, guitarras, arreglos, producción artística), Hernán Rodrí guez (guitarras, coros, arreglos, coproducción) e Irvin Carballo (batería, percusiones). Un afiatado power-trío con el que la artista se la juega a saturar de energía rockera una revisión de ‘María Landó’ (Chabuca Granda y César Calvo) para abrir el disco. La misma energía que vuelca en las interpretaciones de tres segmentos de la monumental ‘Guitarra negra’, de Zitarrosa; o en un muy personal abordaje de ‘Como yo lo siento’ y ‘De Corra les a Tranqueras’, del maestro Osiris Rodríguez Castillos; o en los clásicos ‘Maldigo’ y ‘Mazúrquica modérnica, de Violeta Parra; o en el muy revisitado ‘Balderrama’, de Legui zamón y Manuel J. Castilla; o hasta en ‘Imaginate m’hijo’, de Leo Maslíah.

El resultado gana unidad y tensión con el tratamiento tímbrico, siempre concentrado en las posibilidades del power-trío, y, especial -

mente, en la intensidad dramática contenida que expone Navarro en sus interpretaciones vocales.

Más allá de valorar si Maldigo es un disco de rock o de folclore, o de hibridaciones o ex - trañamientos, lo interesante es hurgar en las claves de una relectura de esos dispositivos llamados canciones. Esto sería: cómo la fra - gilidad de estas formas poético-musicales se convierten en articuladores de memorias, en estructuras que delinean historias persona - les, vivencias. Y, sobre todo, cómo descubren nuevos sentidos, nuevas posibilidades artísti - cas, dejando de lado las reproducciones más o menos fidedignas para volar en la acumu - lación de capas de relecturas desde el pre- sente. Ahí el disco gana, además de fuerza, el interés, el valor de exponer una personali - dad, el coraje de contar con sonidos cómo se transforma una identidad.

Trillar, de Proyecto Caníbal Troilo Crónicas de pulso guitarrero

El cantante y compositor Hugo Rocca redo- bla la apuesta con su Proyecto Caníbal Troilo con Trillar (Ayuí, 2018), un disco de estirpe milonguera y guitarrera. ¿Será otro intento de mantener en alto la bandera del neotango o del electrotango en clave oriental? Lo dudo. Rocca arma para este trabajo un repertorio que se desmarca de los clichés electrotan - gueros para recalar en la cantera de los pi- ques milongueros y en una tradición de toque guitarrero que mantiene una potente vigencia.

Con esos recursos logra plasmar algunos relatos de indudable interés sobre el mundillo urbano cotidiano, construye personajes, y acierta en varias canciones en el pulso dra - mático. Se asocia para ello con Poly Rodrí- guez en guitarras y guitarrón, Popo Romano en bajos y contrabajos, Fernando Calleriza en guitarras, Diego Janssen en percusión y pro - gramación, Tatiana Ferreiro en violín, y cuen- ta con Samantha Navarro como invitada en ‘Empezar a correr’ (pista 3).

El saldo es quizás uno de los trabajos más homogéneos de Proyecto Caníbal Troilo, en el que la forma canción luce como núcleo y como factor estructurante del repertorio. Y el toque tanguero-milonguero opera como el nexo entre el fondo y la superficie significante, reforzando el interés que tiene esta compleja trama en sus modos de interpretación vocal, de piques y técnicas guitarreras, de potencia para narrar las formas de construir y habitar con símbolos el universo urbano.

Luz marginal, de Buceo Invisible Paisajes poéticos

El colectivo Buceo Invisible vuelve a dejar su marca con Luz marginal, disco editado en 2018. Con Diego Presa a la cabeza, este ensamble renueva una apuesta a la canción que ya lleva varios años de hallazgos. Esta vez, con este Luz marginal, dejan claro que el juego en los bordes entre la balada pop y el rock sigue siendo una cantera de imá - genes sónicas y poéticas para contar esos mundos imaginarios que perviven en clave urbana.

No juegan a virtuosismos inútiles. Tocan lo justo, arman texturas de referencias reco - nocibles, familiares, pero las cargan de un sentido expresivo personal, novedoso, con recursos eléctricos, percusivos, texturas su - tiles de cuerdas. La voz de Diego Presa ter- mina de redondear el combo. Sutil, áspera, entrecortada a veces, pequeña. Materiales que él explota muy bien para llegar al nudo sensible de canciones como ‘La extranjera’, ‘Cowboy’, ‘Carretera’, ‘Ey rata topo’, la bella ‘Montevideo 1903’.

Acaso estos planteos de Buceo Invisible, e incluso los del trabajo solista de Presa, son formas valiosas de revisitar aquellos aires cancionísticos íntimos, algo oscuros, de creadores como Dino: artistas que logran pintar otras intimidades, algunas no tan vis - tosas, ni de “romanticismo barato y melo- dramático”, pero muy cercanas e intensas.

This article is from: