Dossier 57

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FISURA SÓNICA

Por Alexander

Laluz

vora desde la tapa y el título del disco, desde las inflexiones de la voz áspera y profunda, desde las repeticiones, desde las estructuras simples. Así todo se precipita con poética sabiduría en ‘Fundación’, en ‘Newton’, en ‘Los eucaliptus’, en ‘Cacería’. Hambre quizás sea inexplicable. Quizás no necesite de otras palabras que las que fluyen en cada canción. Necesita, sí, de la escucha, de poros abiertos, de cerebros que no les teman a los viajes eléctricos –eléctricos sin resacas de lo eléctrico devenido cliché, devenido pose de nene malo–. “La loba tiene hambre”. Ahora, después de Hambre, si quiere hablar de rock… hágalo con confianza.

Maldigo, de Mónica Navarro

Bendita canción maldita El último de Eté & Los Problems

Rugido hambriento Resistentes. Sobrevivientes. Hay mucho camino transitado en la historia de Eté & Los Problems, la banda que lidera con hipercreativa cabeza Ernesto Tabárez (guitarra, voz) desde 2005. Ya fueron Malditos banquetes (Sondor, 2007), Vil (Bizarro, 2011) y Éxodo (Bizarro, 2014). También giras, tensiones, cambios. Un camino quizás épico, sin duda intenso. Sin dudas: creativo, una cualidad no siempre aliada de los erráticos tránsitos de ese algo que suele llamarse rock. Y el año pasado, con dolores de parto y mucho trabajo “de cabeza” y de “cuore”, llegó Hambre. Un disco de alto voltaje expresivo, con mucho grito contenido, con ideas valiosas en lo poético y en lo musical, también con altas dosis de oscuridad, también con momentos luminosos. Pero siempre con un tratamiento de la expresividad que acerca a este nuevo repertorio a esa constelación de ideas que construimos no sin dificultad, no sin apuros, no sin dudas, en torno a lo auténtico, a un algo que podría, con prudencia y dudas, llamarse verdad. Una clave para entender esa idea está en la composición. En sus letras, en sus músicas, que sin misterios alambicados crean mundos de tensa expresividad. Otra clave está en la interpretación, sea en la que hicieron en el estudio para el disco, sea en vivo, sobre el escenario. Y ahí se ensamblan el gesto y la crudeza, la direccionalidad sin ambages que de ahí resulta, aunque no sea posible acudir a un diccionario que diseccione sus sentidos y devolverlos con palabras precisas. Así, cuando Tabárez desgarra de su garganta la palabra “hambre”, un visceral magma de imágenes cae sobre el cuerpo, la cabeza, las miradas, para devorarse todo. Así, todo se deD

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Fueron el teatro, el rock, el tango, la conducción en televisión y en radio. Pero antes, antes de todo lo conocido, fue el folclore. Fueron esos sonidos y lenguajes que se conectan con lo rural, con lo campero, con lo guitarrero, los que cantaron en las primeras experiencias de Mónica Navarro en épocas de juventud. Y fue a ese universo posible, válido y validante, necesario y engarzador

de tiempos pasados-presentes-futuros, que Mónica volvió para parir su disco más reciente, Maldigo (MMG, 2018). Un proyecto en el que ensaya una relectura rockera, con gran economía en la selección de recursos sonoros, en los arreglos, en las formas de interpretación, de un repertorio heterogéneo, cruzado por sus vivencias, sus gustos, sus memorias, donde habitan Chabuca Granda, Alfredo Zitarrosa, Osiris Rodríguez Castillos, Violeta Parra, Cuchi Leguizamón y, bastante desmarcado de esas líneas, Leo Maslíah. Para concretar este planteo, Navarro se asoció con músicos bien conocidos en el ambiente local: Diego Varela (bajos, guitarras, arreglos, producción artística), Hernán Rodríguez (guitarras, coros, arreglos, coproducción) e Irvin Carballo (batería, percusiones). Un afiatado power-trío con el que la artista se la juega a saturar de energía rockera una revisión de ‘María Landó’ (Chabuca Granda y César Calvo) para abrir el disco. La misma energía que vuelca en las interpretaciones de tres segmentos de la monumental ‘Guitarra negra’, de Zitarrosa; o en un muy personal abordaje de ‘Como yo lo siento’ y ‘De Corrales a Tranqueras’, del maestro Osiris Rodríguez Castillos; o en los clásicos ‘Maldigo’ y ‘Mazúrquica modérnica, de Violeta Parra; o en el muy revisitado ‘Balderrama’, de Leguizamón y Manuel J. Castilla; o hasta en ‘Imaginate m’hijo’, de Leo Maslíah. El resultado gana unidad y tensión con el tratamiento tímbrico, siempre concentrado en las posibilidades del power-trío, y, especial-


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