Revista ExLibris / 2018 / Número 149.5 Transformaciones / ISSN 1692-7516
CENSURADO
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COMITÉ EDITORIAL Director Daniel Mauricio Vanegas Restrepo Editor Omar Camilo Moreno Caro Dirección de redacción Ángela María Sanclemente Delgado Brigitte Gissel Jiménez Rojo Dirección de arte Nicolás Andrés García Dorado - KHAOS Dirección de diagramación Catalina Mendoza Diseño de Portada Sergio Ivan Ortiz - SOOZ
Fotografía: Nicolás Andrés García Dorado - KHAOS
O rácu lo
Editorial: Ángela Sanclemente Brigitte Jiménez Fotografía: Natalia Sarmiento Hernández
Todos los grandes acontecimientos de la humanidad han sido anunciados por oráculos o presagios. Algunos, fruto de dioses iracundos, anuncian destrucciones y sinos fatales, como al afamado Paris de Troya. Otros en cambio, deliciosos como ambrosía, anuncian la llegada de la gloria y del honor como para El Caballero de la Verde Espada. Desde años atrás portadores de la voz del destino se han manifestado en múltiples figuras, algunas bellas y deleitosas como las vírgenes de Apolo o un claro de luna alumbrando toda la ciudad; otras, en cambio, grotescas y horrorosas, han mirado hacia el futuro con sus cuencas vacías como Las Parcas o las nubes de tormenta que se ciernen sobre los navíos. Esta no pretende ser una ruptura, es una renovación que llega hasta sus ojos envuelta en dulzura o en horror. Permítase recorrer este presagio hijo de la transformación.
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CO L A B O R A DO RES Comité editorial Ángela María Sanclemente Delgado
Catalina Mendoza
amsanclemented@unal.edu.co Soy estudiante de literatura, me encanta leer e investigar. Siento gran amor por los libros de caballerías.
catametova@gmail.com De baja estatura con ínfulas de superioridad. Diseñadora gráfica, artista plástica y docente.
Brigitte Gissel Jiménez Rojo bgjimenezr@unal.edu.co Ente despeinado con gran amor por los mundos (especialmente los literarios).
Daniel Mauricio Vanegas Restrepo dmvanegasr@unal.edu.co Me dedicaré a aprender cómo la historia crea libros, pinturas, esculturas, fotografías; arte. También me gusta azotar baldosa al son de una buena salsa.
Nicolás Andrés García Dorado niagarciado@unal.edu.co Como su seudónimo -KHAOS- lo dice, un cuerpo sin alma en medio de un caos que poco a poco logra entender. Proyecto de diseñador gráfico, ilustrador y fotógrafo.
Juan Felipe Espinosa juan.f.espinosa.m@gmail.com Fácil de distraer, difícil de convencer, imposible de amarrar. Domina varios acentos, su preferido: Rolo angustiado por su salud emocional.
Omar Camilo Moreno camil69@hotmail.com Un animalito silvestre.
Redacción Dancil Dunsel Univio
Mario Andrés Quintero Angarita
ddrodriguezu@unal.edu.co Estudiante de Filología e Idiomas: alemán. Amante de los idiomas, de mis compañeros gatos y del punk. Me gusta sentir la noche en mis huesos y el fuego en mis manos.
maquinteroan@unal.edu.co Sufro de fotofobia pero prefiero decir que es nictofilia. Soy un simple joven que busca entre libros ese algo, sin sentido ni forma, pero que estoy seguro se halla en las letras.
Daniel José Barrera Pérez
Miguel Jaime Rodríguez Puerto
djbarrerap@unal.edu.co Soy santandereano, tengo 23 años, estudio psicología y me fascina escribir.
mijrodriguezpu@unal.edu.co No, Miguel Jaime no suena a puerta-ventana. Tengo problemas mentales y me duele la rodilla.
Rossana Cuervo Botero
Nancy Ruge
grcuervob@unal.edu.co Educadora apasionada por la pedagogía, la didáctica, las familias y el autismo.
rugemuch@gmail.com Enigma. Mirada de animal salvaje que ruge.
Ivette Carolina Saab Rico
svegar@unal.edu.co Soy estudiante de filología en idiomas en la lengua alemana. Me gusta leer y escribir cuentos, disfruto mucho de la música de bandas bogotanas y me encanta asistir a eventos culturales, preferiblemente gratuitos.
isaabr@unal.edu.co Estudiante de literatura en la Universidad Nacional. Mejor lectora que escritora. Amante de la lasaña y enemiga natural del color amarillo.
Sara Lucía Vega Rayo
Diagr amación Erik Zapata
Ana María Martínez
erjzapatata@unal.edu.co Una mente inquieta capaz de crear sinfines de universos desde espacios en blanco.
ana9452@hotmail.com Estudiante de mucho, aprendiz de lo importante. Con gran apetito de travesías y experiencias.
Mónica Amarillo
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laquintacordal@gmail.com Diseñadora gráfica, apasionada por los libros y oficios editoriales. Creadora y cazadora de historias.
Autores Camila Galindo
Pablo Antonio Lamprea Romero
camila.galindo@live.com 12 de mis 25 años los he dedicado a escribir silencios con la danza. Ahora deseo que bailen mis palabras y el cuerpo verse mi epitafio.
pablolamprea@gmail.com Artista plástico y no tan plástico. Creador de mundos virtuales tanto en computador como en papel.
Mónica Amarillo laquintacordal@gmail.com Diseñadora gráfica, apasionada por los libros y oficios editoriales. Creadora y cazadora de historias.
A r te David Gómez Correa
Sergio Samuel Rodríguez Ramirez
davidmauriciogc@gmail.com Editor, artista, fotógrafo. Le interesa el problema de la adaptación/traducción entre medios como el cine, la literatura y la fotografía.
ssrodriguezr@unal.edu.co Soy estudiante de artes plásticas y para mí pocas cosas se acercan a ser una expresión tan potente y honesta como lo ha sido el dibujo desde que era niño.
David Celis dacelist@unal.edu.co Calentano de inagotable curiosidad, con poca memoria y mucha energía. Diseñador por afición, ilustrador por accidente.
Daniel Arismendi daab36@gmail.com “Lo que no somos capaces de cambiar debemos por lo menos describirlo.” Rainer Werner Fassbinder - Politólogo por error fotógrafo por convicción.
Laura Botero z1kmol@hotmail.com Me llamo Laura, me dicen Eledé, firmo como Zikmol. Hago dibujitos, hago ropa, estudio diseño gráfico, duermo mucho y amo a mi gata Prisma.
David Alejandro Moreno Marin daamorenoma@gmail.com (Bogotá, 1990) Fotógrafo y diseñador (UN), integrante de Croma taller Visual y Barranco editorial.
Edison jiménez
Fabio Alexander Jimenez Martinez fajimenezm@unal.edu.co Alex, pequeñas distracciones, caminar por las calles, cada trazo sobre los muros, un poema, extraños lugares, 5 palabras, izquierda, un par de puntos.
Melissa León Jurado mleonj@unal.edu.co Presenté 3 exámenes y pasé por 2 carreras para finalmente tener 1 seudónimo que me identificara en mi pasión por la ilustración.
Andrea Colombo andrea_colombo@gmail.com Si digo que soy latino no miento. Creo imágenes por pasión y motivo de vida. De pasaporte italiano, un ciudadano del mundo.
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edi.jimenezar@gmail.com Bogotá, Colombia. 23 años. Artista, ilustrador y tatuador. Disfruto leer el horóscopo, las conversaciones largas, el buen humor, el amor a medias y las malas influencias.
Natalia Sarmiento Hernández nataliasarmi@gmail.com Bogotana modelo 1987. Máster en Diseño Arquitectónico. Fotógrafa. Deportista. Observadora. Tranquila. Entusiasta de la vida.
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THE HOLLOW MEN Mistah Kurtz—he dead. A penny for the Old Guy
T.S. Eliot V
I
III
We are the hollow men We are the stuffed men Leaning together Headpiece filled with straw. Alas! Our dried voices, when We whisper together Are quiet and meaningless As wind in dry grass Or rats’ feet over broken glass In our dry cellar
This is the dead land This is cactus land Here the stone images Are raised, here they receive The supplication of a dead man’s hand Under the twinkle of a fading star.
Shape without form, shade without colour, Paralysed force, gesture without motion; Those who have crossed With direct eyes, to death’s other Kingdom Remember us—if at all—not as lost Violent souls, but only As the hollow men The stuffed men.
II Eyes I dare not meet in dreams In death’s dream kingdom These do not appear: There, the eyes are Sunlight on a broken column There, is a tree swinging And voices are In the wind’s singing More distant and more solemn Than a fading star.
Is it like this In death’s other kingdom Waking alone At the hour when we are Trembling with tenderness Lips that would kiss Form prayers to broken stone.
IV The eyes are not here There are no eyes here In this valley of dying stars In this hollow valley This broken jaw of our lost kingdoms In this last of meeting places We grope together And avoid speech Gathered on this beach of the tumid river Sightless, unless The eyes reappear As the perpetual star Multifoliate rose Of death’s twilight kingdom The hope only Of empty men.
Here we go round the prickly pear Prickly pear prickly pear Here we go round the prickly pear At five o’clock in the morning. Between the idea And the reality Between the motion And the act Falls the Shadow For Thine is the Kingdom Between the conception And the creation Between the emotion And the response Falls the Shadow Life is very long Between the desire And the spasm Between the potency And the existence Between the essence And the descent Falls the Shadow For Thine is the Kingdom For Thine is Life is For Thine is the This is the way the world ends This is the way the world ends This is the way the world ends Not with a bang but a whimper.
Let me be no nearer In death’s dream kingdom Let me also wear Such deliberate disguises Rat’s coat, crowskin, crossed staves In a field Behaving as the wind behaves No nearer— Not that final meeting In the twilight kingdom Ilustración: Nicolás Andrés García Dorado - KHAOS
FotografĂa: David Alejandro Moreno Marin
P H Y S I S
“Todos los sentimientos en primer grado, en bruto, el dibujo lineal y la belleza de los conjuntos de acuarela provocan un cúmulo de sensaciones al espectador que hará conectar con la psique de la joven heroína” Didier Péron «Le conte et sa princesse». Libération (en francés)
Título: El cuento de la princesa Kaguya (Kaguya-hime no Monogatari) Director: Isao Takahata Año: 2013
En el sumi-e cada pincelada es permanente, los trazos realizados no se pueden corregir ni retocar, cada trazo en el lienzo es expresión del verdadero sentimiento de quien mueve el pincel; este es el principio que se esconde en los papeles de arroz, el arte de la pintura de tinta. Cuando se narra un cuento, cada palabra que se dice es imposible de corregir o retocar, cada palabra expresa los sentimientos incontenibles del narrador, este es el principio que sigue un verdadero narrador al contar una historia: busca generar con los cuentos un vínculo inamovible con quien lo escucha, de este modo se pueden transmitir sus emociones a los demás. Considero que este es el deber de la tradición oral, transmitir la esencia de los sentimientos de quien cuenta, por esto las historias de tradición conservan, más allá de todos los cambios, la esencia más pura de sus historias.
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En El cuento de la princesa Kaguya (Kaguya-hime no Monogatari), dos tradiciones se unen en un nuevo lenguaje. Mediante los trazos de tinta, que cobran vida ante mis ojos, se crea un vínculo con cada sentimiento que pude ver; poco a poco, sensaciones y trazos se entretejen para narrarme una antigua historia que permanece en el lienzo de mi memoria. Una pieza maestra de la animación que, inspirada en el arte sumi-e y en el que se considera el cuento más antiguo de Japón (El cortador de bambú), me permite ver toda una tradición desconocida, una que se liga conmigo mediante lazos de sentimientos y tinta; lazos hechos de trazos sutiles que extiendo para que los demás puedan disfrutar de una obra maravillosa.
a. “Las Metamorfosis
SUMI-E PINTUR A DE TINTA
Autor: Miguel Jaime Rodríguez Puerto Ilustración: Sergio Samuel Rodríguez Ramírez
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b. “ ab Metamorphoseon
VIA JAR Autor: Camilo Moreno Ilustración de: Daniel Arismendi
a. Mi inspiración me lleva a hablar de las figuras transformadas en cuerpos nuevos
Nombre: Museo de Cuadros y costumbres: Viajes Autor: Varios autores Año: 2017 Editorial: Filomena Edita
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Entre más lo pienso, más estoy seguro de que ese incontrolable deseo de viajar es una quimera más de estos tiempos, en especial porque ahora no es tan necesario como antes. Esto lo sé desde muy pequeño. Cuando mi papá me llevaba a acompañarlo en su ruta Bogotá-Barbosa, me contaba que sus abuelos se demoraban entre dos o tres días en llegar en burro a la ciudad. Ellos vivían en un pueblo de Boyacá que queda muy cerca a Tunja, al que la carretera llegó hace apenas unos treinta o cuarenta años. Esos sí que eran viajes; imagínese, dos o tres días haciendo frente al clima que fuera, esperando cada nueva ciudad y cada nuevo pueblito para descansar un poco y continuar. Tantas cosas que debieron salir mal, cuántos zapatos rotos, cuántas papas podridas y cuántos burros muertos. El que ha viajado sabe que no es una fiesta, que ir hasta tan
lejos no es una comedia barata, se trata de riesgo y aventura. Por eso, lo que llaman “viajar” en mí época no es más que una ficción. En ella hacemos como que estamos descubriendo el “mundo” mientras nos sacan los dólares del bolsillo, jugamos a los maestros Pokémon y posteamos en Facebook las [dóciles] experiencias que hemos capturado. Por eso, hace falta ver al pasado para ganar de nuevo un poco del sentido de aventura que tanta serie gringa y democracia nos han arrebatado a punta de miedo y falsas seguridades. Para ayudar en esta tarea, me gustaría presentar el Museo de Cuadros de Costumbres: viajes. En primer lugar: ¿qué es un cuadro de costumbres? Se trata de una forma de escribir crítica y descriptiva que se acerca mucho a lo que hoy llamamos crónica periodística. Sin embargo, sobre esto tiene mucho más que
“Tantas cosas que debieron salir mal, cuántos zapatos rotos, cuántas papas podridas y cuántos burros muertos.” hay todo un trabajo curatorial que busca seleccionar una serie de relatos que logren articular un horizonte. La imagen general es un mapa de la Colombia del siglo XIX, por ello podemos encontrar relatos sobre el Meta, Popayán, Choachí, Quindío, el sur y el oriente del país. Con todo esto se gana una perspectiva general que, a vuelo de pájaro, nos lleva de viaje por nuestra tierra en una época que sorprendentemente nos parece ajena. O bueno, para mí es una sorpresa, ya que las cosas no han cambiado en lo absoluto.
b. In nova fert animus mutatas dicere formas corpora
decir el profesor Iván Padilla, encargado de abrir el libro con una introducción muy clara y pertinente. Esto es muy útil, pues retomar el estudio o el disfrute de una tradición no es cosa fácil, es necesario tacto y elegancia. Tampoco es suficiente con apenas leer unos cuántos relatos, hace falta un contexto nutrido y un conocimiento patente de lo que está en juego en cada caso. Creo que todo esto se logra a lo largo del libro. Encontraremos relatos que nos ayudarán a comprender cómo se ha transformado nuestra manera de viajar y una exquisita selección de ilustradores que hacen sensible el sentido que está oculto en los relatos. Con esto ganamos una mejor comprensión del paso del tiempo y de lo viva que se encuentra la tradición en nuestra manera de pasear. Se trata de un Museo porque detrás de la edición de este libro
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FotografĂa: Andrea Colombo
L O G O S
I N C R U S TA C I Ó N VS INCLUSIÓN
Autor: Rossana Cuervo Ilustración: Laura Botero - Zikmol
Fragmento de la entrevista realizada a José Daniel Arango Maya. Fonoaudiólogo y educador especial de la Universidad Pedagógica Nacional.
Entre escuelas y orillas del río Sinú transita el “doctor” José Daniel, como lo llaman los “profes” de los colegios de la ciudad de Montería, conocida como la “Perla del Sinú”. Él al hablar refleja e irradia su conquista hacia prejuicios y limitaciones existentes en un mundo que mira y adjetiva sobre la apariencia. Aquel “doctor”, profesional en la educación, sujeto de admiración, crítica y optimismo para muchos, quiere hoy contarnos cómo ha vivido la discapacidad en la escuela.
a. dioses, sed favorables a mis proyectos - 18 -
¿Cómo vivía, y ahora cómo vive la discapacidad en la escuela? Cuando comencé a estudiar, viví una época de guerra. Estaba en contra de lo que se pensaba y creía de las personas “discapacitadas”, porque así es cómo nos concebían; se entendía que el problema era la persona y no los sistemas como, por ejemplo, el educativo, en el cual me movía y del cual creía “hacer parte”. Era un combate entre los imaginarios y las palabras ofensivas de mis compañeros, compañeras y docentes frente a lo que yo sentía como discapacidad. No había ningún apoyo, ningún tipo de esfuerzo por parte de este sistema para lograr mejorar mi permanencia en la escuela, hacerme sentir parte de esta y disfrutar la educación como el derecho que tiene todo ser humano, independientemente de su condición. Todos los días intentaba atacar al mundo, demostrándoles que sí podía, les enseñaba a los y las docentes cómo trabajar conmigo, cómo evaluarme, porque simplemente no tenía otra opción de vida, con familia de bajos recursos, sin educación, institucionalizado en una fundación desde los nueve años.
En aquella época, inicios de la década de los noventa del siglo pasado, era mal visto tener una discapacidad. Yo era la única persona de 2.500 estudiantes en el colegio que la tenía. Había una lucha constante entre lo que había en este lugar y mi expectativa de vida, por lo que decidí asumir mi discapacidad solo. Dos meses antes de cada cirugía -aclaro que tengo 26 cirugías- entregaba los trabajos que me colocaban los profesores, pero cada vez que llegaba al colegio era como si me hubieran hecho Control + Alt + Supr, es decir, entraba perdido, en un mundo egoísta y desinteresado.
“Todos los días intentaba atacar el mundo, demostrándoles que sí podía.”
En la actualidad, se habla de inclusión, de educación inclusiva, hay lineamientos internacionales y nacionales, decretos, artículos para la atención educativa de estudiantes con discapacidad. Pero en Colombia y, más en zonas alejadas de las grandes urbes, el camino hacia
b. Di, coeptis
En la escuela no existía nada para la discapacidad, era un “terreno inexplorado”. Las personas no tenían ninguna expectativa hacía mí -ni mi familia misma- no creían que una persona con una característica como una parálisis cerebral lograra ser feliz y tener una vida independiente. Sin embargo, encontré personas —aunque no muchas— que sintieron que lograría ser un hombre “de bien”, “exitoso”, “profesional” y con una familia.
una verdadera educación para todos y todas está iniciando. La educación corre a “la velocidad de un caracol”. Continúa existiendo una visión de lástima y mendicidad de la discapacidad, hay una prevalencia de atender a la persona como si estuviera enferma (solo desde el campo clínico y rehabilitador), pero con la misma esperanza que se tenía en 1992. Una esperanza que se acentúa cuando encuentro familias y docentes motivados por ver un mundo más equitativo, que están álgidas por aprender, por brindarles un trato más digno y ético a las personas que han sido discriminadas y vulneradas en todos los contextos en los que se mueven.
Por lo anterior, mi objetivo día a día es trabajar con las familias, los y las docentes y las mismas personas con discapacidad y sus pares; que crean que aquel niño o aquella niña a quien le han perdido la esperanza puede hacer lo que a ella o a él “le plazca ser”, “le nazca hacer”, “lo que el mundo quiere que él o ella sea”. Les trasmito la ilusión de que en algún momento desaparezca la palabra “inclusión”, porque simplemente ya estamos incluidos, solo queremos que nos hagan parte y borrar la visión de lástima y pesar que tienen las personas al emplear el término discapacidad.
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Autor: Daniel José Barrera Pérez Ilustración: Fabio Alexander Jimenez
a. (pues vosotros mismos ocasionasteis también esas transformaciones) - 20 -
-El Cacique
G U A N E N TÁ En las bravas tierras de Santander, como dice la canción, vivieron los guanes, una comunidad indígena prehispánica. Se trataba de una raza aguerrida, esbelta y elegante. Se dice que eran, entre las demás razas indígenas de su tiempo, una de las de piel más clara y rasgos más similares a los europeos. También eran un poco más altos y altas, y ellas —así lo leí del diario de un
español alguna vez— de las más bellas que hubiera en las indias. Se asentaron alrededor de lo que hoy en día son las provincias Guanentina y Comunera; eran una comunidad cacical, que como el lector sabrá intuir, contaban con una jerarquía bien definida, encabezada por un cacique.
Cuenta la leyenda que el cacique Guanentá, cabeza de los guanes, estuvo presente en una de las últimas batallas que libraron contra los españoles. Aquellos, provistos con proyectiles impulsados mecánicamente; estos últimos, con la bendición de la pólvora. La batalla se libró en un cerro de relativa altitud, los españoles subían arrinconando a los indígenas contra el cielo y uno a uno, estos últimos, caían muertos de indignación por haber sido vencidos por otro pueblo y no por la destrucción de sus carnes. El cacique Guanentá era ágil, más rápido que sus hermanos, más inteligente y, sobre todo, más valiente. Él supo desde el principio que la batalla contra los invasores estaba perdida, razón que no le impidió enfrentarlos. Acompañó a sus guerreros como si fuera uno más, los dirigió hasta que la cordura lo detuvo y, después, esta misma le dijo que debía subir a lo más alto del cerro.
Los españoles habían acabado casi con toda la tribu guane. El cacique Guanentá estaba acorralado, no había lugar para esconderse, el cielo no podía estirar una de sus nubes para que él se asiera a ella y escapara, ni el sol apuntar sus rayos contra sus propios hijos. El cacique Guanentá estaba en la mira de los españoles, la derrota era inminente. Pero entonces, el ímpetu guerrero propio de su raza le poseyó de lleno, él no moriría resignado a manos de los invasores. El cacique Guanentá escuchó el llamado del viento y, con toda su fuerza, estirando las extremidades y lanzando un grito que todavía se oye en las montañas santandereanas, saltó al vacío, saltó con tal heroicidad que nunca bajó; en medio del vuelo, de sus brazos brotaron plumas oscuras como sus cabellos y adquirió alas; de su pecho brotó un pico, unos ojos agudos y un collar blanco reservado para los reyes; la aspereza de sus pies se tradujo en unas patas con afiladas garras. Un cóndor gigante se alzó sobre sus enemigos, cubriendo con sus alas el sol. Uno de los versos del himno de mi colegio dice precisamente así: Somos hijos de un cóndor gigante, que cubrió con sus alas el sol. Cada izada de bandera nos lo recordaba: somos los vástagos de una raza bravía, la herencia de aquella comunidad valiente y noble; pero también somos hijos de la naturaleza, de la tierra, del agua, del viento, de un cóndor.
“Exterminar aquella raza que se había mostrado más salvaje y combativa que muchas otras.”
b. (nam vos mutastis et illas)
Al internarse los españoles en aquellas tierras se dieron cuenta del recelo con que les veían aquellos indígenas, notaron que no eran tan dóciles como los de otras zonas, que no se entregaban sin más. No les quedó más remedio que exterminar aquella raza que se había mostrado más salvaje y combativa que muchas otras. Si no puedes con tu enemigo, asesínalo. Sin embargo, los españoles no contaban con la tenacidad de los guanes.
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Ilustración: Melisa Leon Jurado Fotografía: Portada sencillo “Yaatree” por Future 16
E R O S
MEMO RIA DE C A MPO Autor: Mónica Amarillo Fotografía: David Gómez Correa
a. Y entrelazad mi poema sin interrupción - 24 -
Todo se acaba siempre, todo lo bueno y todo lo malo también. Recuerdo que eran las diez de la mañana y hacía un sol intenso y picoso cuando derrumbaron la casa. En ese momento sentí como las paredes al caerse me aplastaban la boca del estómago, y la nube de tierra y polvo que se alzaba se me agolpaba en la garganta; hasta ahí fue la casa del abuelo. Recuerdo cuando los nietos nos asomábamos a la ventana a mirar la penumbra y nos inventábamos que veíamos ovnis volando sobre las montañas. La oscuridad del monte alrededor de la casa nos asustaba y nos fascinaba, ahí se oía de todo: las luciérnagas, el eco de los perros
ladrando lejos, las hojas de los árboles al viento. El abuelo nos decía que en el monte vivían duendes que se le llevaban el sombrero cuando lo dejaba sobre las piedras para descansar luego de la jornada, y que, si salíamos de noche, nos podía agarrar la patasola y nos iba a arrastrar por todo el cafetal. Nosotros jugábamos a eso: a encontrarnos con todo el panteón de criaturas místicas locales, mucho más fascinantes para mí que los dioses griegos perfectos que aparecían en los libros, aquellos que los mortales en sus historias nunca podían desafiar sin salir seria y eternamente perjudicados.
A la abuela no le gustaba que desafiáramos a las criaturas, nos decía que la montaña sabía quien era bueno, quien era malo y, sobre todo, quien tenía miedo. La montaña podía cerrar los caminos y quedarse con el que le gustaba, o perder a los ingenuos que no reconocieran su poder y se atrevieran a desafiarla. Había también historias de guacas ocultas: niños de piedra que se aparecían a lo lejos o que lloraban sin mostrarse, y su llanto, aumentado por el eco de la montaña, guiaba a los vecinos indicándoles donde cavar y,
“Nosotros jugábamos a eso: a encontrarnos con todo el panteón de criaturas místicas locales.” allí mismo, luego de abrir una fosa, encontraban algún dinero enterrado, joyas o juguetes. En seguida, la abuela nos ponía una bolsa de juguetes de hierro y madera para distraernos. Luego de que el abuelo se fuera; una capa de polvo y arañas cubrió la casa; las hormigas rojas y agresivas invadieron la madera de las puertas y los postes hasta podrirla; el fogón de leña de la cocina empezó a desbaratarse, primero la puerta de hierro, luego la tapa del fogón, hasta que sólo quedó el hueco ahumado en la piedra; los gatos y los perros se fueron y quedó el silencio. La casa se estaba cayendo desde mucho antes que decidieran derrumbarla. Ahora queda solo escombro, como si todos los recuerdos y todas las historias pudieran reducirse a la nada.
A veces, cuando regreso al campo y camino cerca de la montaña, las hojas al viento vuelven a evocar esa época, como si las criaturas invisibles de mi infancia regresaran y volvieran a rondarme, a tratar de jugar como espíritus traviesos. Las viejas historias del abuelo vuelven a la vida cuando alguien más las cuenta, incluso alguien ajeno que, con sorpresa, habla de algo inexplicable que vivió en el monte y desafío su lógica. Así que, todo acaba y todo cambia, pero, a veces, todo regresa.
b. adspirate meis primaque ab
Los nietos jugábamos a llamar a los espantos por medio de aullidos, como dicen que sonaba la llorona cuando recorría los pasillos de la iglesia del pueblo o la torre del campanario. Cuando sentíamos que algo nos asechaba y nos perseguía, nos tapábamos con las hojas y nos trepábamos a los árboles para ocultarnos del duende o de la madre monte.
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DE SANTAFÉ
DE BOGOTÁ Autor: Pablo Antonio Lamprea / Fotografía: Edison Jiménez
a. desde los albores del origen del mundo hasta mi época.” - 26 -
Sentado en el balcón de mi casa —vieja reliquia como yo— contemplo la extensión de la ciudad, casi ilimitada, casi inalcanzable. Las luces de neón salpican todos sus recovecos, mientras ríos de luz traicionan una vitalidad constante. Tomo una larga bocanada de mi Piel Roja, un último lujo de un tiempo pasado. Levanto mi mirada para descansar un poco de la asfixia y el afán, pero esta costumbre arcaica me lanza hacia los dirigibles comerciales de innumerables colores que buscan desesperadamente destacar en un paisaje abigarrado. Decepcionado por mi propio olvido, exhalo el acre humo hacia arriba, me contento con ignorar el ruido visual, ayudado por las volutas de humo que danzan alegres de encontrarse con sus hermanas de esmog. Aplasto mi cigarrillo en el cenicero de cristal a mi lado y me incorporo con toda la velocidad que mi longevidad me permite. Mientras los dolores de mis articulaciones me sacan de mis pensamien-
tos más abstractos, la realidad constante de saberme el último cachaco se hace evidente. El interior de mi casa —último bastión de la arquitectura colonial— me recibe con calidez, como siempre lo ha hecho. Me reconforta saber que es más vieja que yo, es como si también supiera lo que es el abandono; sus pisos de madera crujen a la par con mis rodillas, sus goznes reumáticos reconocen mi ingreso a alguna habitación. Durante el último siglo nos hemos hecho compañía y siempre me negué a abandonarla a su suerte, incluso cuando mi familia lo hizo sin contemplaciones. Nunca he podido sacudirme de encima la sensación de que los perdedores son ellos, me los imagino perdidos en los mismos ríos de luz que se encuentran en las colonias espaciales y, francamente, no los envidio. Yo tuve mis épocas de viaje, cuando ir a Choachí involucraba bambolearse continuamente por hora y media en la carretera;
Busco una botella que tengo guardada en el bifé de mi madre –-Sabajón Apolo sabor a vainilla—, sostengo el envase en mis manos mientras, involuntarias lágrimas me rebosan los ojos. Recuerdos de gente que ya no está y que no ha estado en mucho tiempo. Me sirvo tres
“Nunca he podido sacudirme de encima la sensación de que los perdedores son ellos.” dedos de licor y, sentado desde la mesa, dirijo mi mirada hacia esa criatura de luz que se divisa a través de mi ventana. A pesar de todo, me cuesta resentirme con ella. De cierto modo, todavía la reconozco: la séptima brillando, la NQS fluyendo ininterrumpidamente. No me es difícil imaginar la Bogotá que conocía en mi juventud desde la seguridad de mi casa. Observo el reloj de pared, termino mi sabajón y me incorporo, doy una última mirada a la ciudad donde crecí —que creció más rápido que yo— y me dirijo a mi habitación. Mi casa me acompaña en mi lentitud. Me lavo los dientes, me pongo mi pijama y me acuesto. Las luces en el techo me acompañan mientras cierro mis ojos. Mi casa descansa conmigo.
b. origine mundi ad mea perpetuum deducite tempora carmen”
cuando ir a Honda era prepararse para un calor infernal y nubes de bichos; cuando Villa de Leyva era destino del viejo tren de carbón y las plazoletas de ladrillo combinaban sus terracotas con la cal de las paredes; cuando Zipaquirá tenía una Catedral de Sal; cuando Boyacá era fría y el Nevado del Ruiz resplandecía desde la distancia —caperuza de hielo cubriendo su orgullosa cima—; cuando los frailejones eran compañeros de viaje y observaban con extrañeza a esos seres que disfrutaban tropezándose con el suelo rocoso y el clima helado; y cuando los llanos eran dominio de bestias y de aquellos hombres dignos de su confianza.
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a. Ovidio
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Autor: Camila Galindo Fotografía: Juan Felipe Espinosa
E n t re l o f u g az y lo eterno
b. Ouidij
Mis lágrimas escurrían la ausencia de mi danza, mi cuerpo era el triste invierno que se despojaba copo a copo de sus sueños. Una vez más, las heridas de mis memorias sangraban como riachuelo, deseosas de revivir un jardín de enredaderas en cada una de mis vértebras. Un día decidí naufragar en la incertidumbre hasta llegar a la muralla de mis silencios; escalé sus peldaños agrietados por el peso de mis pensamientos, en un ascenso eterno, pues la duda puso sus anclas bajo mis pies; sin embargo, una vez llegué a la superficie, hallé un abismo que desafiaba mi exaltación por el vértigo, por la gravedad. Revisé el panorama desde allí; mis ojos se inundaban de imágenes y sin ningún remordimiento me tumbé de espaldas al vacío con plena tranquilidad, sintiendo cómo el corazón se ahuecaba, la sangre se helaba, el aire golpeaba los poros de mi piel y mis pulmones se ensanchaban como pétalos
de rosas en plena primavera; una caída al purgatorio. Por fin el pájaro que, años atrás, había habitado en mis enredaderas, regresaba para llevarme a sobrevolar el universo. Mi cuerpo desplomado despertaba del impacto y abandonaba la coherencia de su estructura; los huesos se habían explotado como grafito en el lienzo de lo fugaz; los músculos eran la miel espesa que goteaba los impulsos desde mi interior; el movimiento se desgarraba de mi ser para convertirse en llovizna de sonetos ante los oídos del mundo. La danza transmutó mi figura, se devoró mis carnes para fundirse con la magia; era mi cuerpo quien escribía, era mi danza quien proponía las metáforas del poema a lo eterno.
“Los músculos eran la miel espesa que goteaba los impulsos desde mi interior.”
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Ilustraciรณn: David Celis