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Las calaveras no lloran, lo que nos espera no es tan grave

Omar Camilo Moreno Caro

Autor:

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Karen Andrea Montoya Medina

Ilustradora:

LAS CALAVERAS NO LLORAN,

LO QUE NOS ESPERA NO ES TAN GRAVE

—Reírse es vengarse de la muerte. Quisiera tomar esta idea de La enfermedad, el sufrimiento y la muerte entran en un bar de Ricardo Araújo1 y ponerle un poco de picante, de filosofía.

—Pero espere, ¿quién es usted?

—No me lo había preguntado. No sé. Pero, si lo que quiere saber es cómo conseguí el libro que quiero plagiar más adelante, me lo regaló un amigo.

—Nadie regala libros en esta época. ¡Se lo robó! Además, usted es pobre en un país miserable y lleno de malparidos; esos préstamos suelen ser costosos. Si fuera verdad, le hubieran pasado un PDF o al menos el link para descargarlo. No mienta.

—Pues sí, digamos que es un gota a gota. Me va a salir caro. En concreto, a mi amigo le había terminado su novia; entonces, en medio de la tusa, le pareció atractivo el título. Lo que él no sabía es que era un chiste.

—¿Un chiste?

—Claro, marica, ¡cómo hijueputas un libro sobre la risa y el humor va a tener un título tan horrible! Bueno, yo me pasé al gremio de los entusados y mi parcero me entregó el libro lleno de garabatos y tachones. Malparido. Sabía que se lo iba a robar y se quería vengar por anticipado. En ese momento, la verdad, yo no estaba sufriendo tanto, pero tampoco estaba cagado de la risa.

—¿Y ahora?

1.Araújo, R. (2018). La enfermedad, el sufrimiento y la muerte entran en un bar. Bogotá, Colombia: FCE.

»Pero bueno, yo vine a hablar de filosofía, de la muerte o de lo mismo. Puedo atestiguar que la relación entre la risa y la filosofía es algo extraña. Pocas veces se habla de la risa en los lugares en los que se filosofa profesionalmente; más bien, los problemas suelen ser mucho más aburridos. Por ejemplo, no es chistoso hablar del ser para la muerte; tampoco comentar la tesis sobre los juegos del lenguaje es tan divertido como jugar. La posición de un estudiante de filosofía (asumiendo que todos los que se dedican a esto nunca dejan de ser estudiantes) es muy similar a la de aquellos que van a una fiesta a ver cómo bailan los demás y se preguntan: «¿Cómo le hacen?».

—¿Y cómo le hace la gente para reírse… y más en esta época tan deprimente?

—En momentos como estos solo queda reír. Llorar sería injusto; sería como cagarse encima. Estoy seguro de que hay gente dispuesta; de hecho, abunda, y a veces el autobullying es una pasión. Hay quienes lloran o se quejan a toda hora y por todo. Sin embargo, luego de mucho preguntar, uno se da cuenta de que no es una cuestión de inmadurez o de masoquismo, sino de una genuina actitud frente a la muerte. Las actitudes tampoco cambian fácil.

Pueden seguir llorando; no le hacen mal a nadie y, a veces, se hacen un bien a sí mismos.

»Otra actitud es la risa. Claro, es muy estúpida. Nadie se ríe en su funeral, a menos que el muerto fuera muy chistoso. En ese caso, reírse puede ser un homenaje a los chistes que ya no va a contar. Nadie se ríe cuando se cae, ni después de algo terrible. Nos reímos después de mu-

cho tiempo, si lo logramos. La risa no es un analgési-

co, es un monumento a nuestra vida. Esto alude a algo mucho más profundo. Araújo, en su libro, nos habla de múltiples formas de hacer reír y propone su propia poética de la risa. Mientras la expone, suele repetir algo de mucho valor: la risa establece órdenes nuevos en los que lo habitual aparece de forma diferente. Y claro, cuando alguien ve un meme chistoso, ve algo de otra forma.

Por ejemplo: »Lo importante es que incluso nos podemos reír de eso y de cualquier cosa. El cómico se encarga de que esto sea posible; su trabajo es desarrollar estos órdenes de modo que hagan despertar el reflejo de la risa. Este reflejo no depende de nosotros; es más, algunas veces va en contra de nuestra voluntad.

Esta es la extraña objetividad de la risa: el nuevo orden que surge en medio de un chiste nos obliga, nos fuerza a reconocerlo y a reaccionar más allá de lo que quisiéramos, como las cosquillas.

—¿Y esto qué tiene que ver con la muerte?

—¡Pues todo! Ser consientes de la muerte es el recuerdo de que todo lo que hagamos puede ser para nada.

A la larga, una extinción dejaría tanto glamour, capitalismo, revolución y dignidad al mismo nivel de un pajazo microscópico. Nuestra propia vida es insignificante a los ojos de muchas cosas. Sin embargo, nos atrevemos a crear órdenes y mundos.

Es decir, hacemos como que la vida tiene sentido y nos reímos de eso. La muerte es una ofensa porque revela que todo orden es limitado y, a la larga, insignificante. Nosotros nos desquitamos haciendo un pequeño mundo en el que nos burlamos de nosotros mismos y de nuestra muerte. Ante esto, ella solo puede quedarse callada con una mirada ofendida. El mejor ejemplo es un epitafio: «Eso es todo, amigos»2 .

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