Revista Kantō número 8

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o el pan, m o c s e o ij h n u e d tes y n ie La vida d e r g in s o l o d selecciona r e b a h orno e h d l s e é d u a p t s r e e d u p a l n ejamos e dado forma, los d Revista virtual | Edición trimestral | Año II

Número 8 | Abril - Junio 2015 | Japón


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FOTOGRAFÍA MINIMALISTA

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FESTIVAL DE LAS COMETAS GIGANTES

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FLORA Y FAUNA

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ROBINSON, UN PERUANO Y EL HÁBITO DE LA LECTURA

VIAJES, CULTURA:

KOSHIGAYA, SAITAMA

ADIVINACIÓN UNA CASA CERCA DE LA ESTACIÓN

Portada: ©Milagros Aguirre

Publicación trimestral - Año 2 - Número 8

ABRIL - JUNIO 2015 Editado en Japón Edición general: Kike Saiki Diseño: iSocialMedia Japan

OTOSAN LA FORMA DE LAS COSAS ¿TE GUSTARÍA TANTO MURAKAMI SI NO FUERA JAPONÉS?

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MILAGROS AGUIRRE BENDICIONES

TAU YIA LIN Y EL «LA MIAN» JAPONÉS (RAMEN)

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NORMAS

Contraportada: diseño de ©Flopy

Sitio web: http://www.kantod.com Facebook: facebook.com/kantojp Correo de contacto: redaccion@kantod.com kikesaiki@gmail.com

Colaboran en este número: Alex Neira, Bernardo Nakajima, Cristina Bayes, Flopy, Gabriela Nakayoshi, Gurmesindo De la Olla, José Luis Miyashiro, Juan Fujimoto, Julio Ysa, Kimiko Yamasato, Luis Arriola, Marcos Kanashiro, Mario Poe VRSV, Milagros Aguirre, Pilar Medina, Rafael Hirose, Rafael Reyes-Ruiz . © El contenido publicado es de propiedad de cada uno de los autores.


Kimiko Yamasato


Fotos

Minimalismo

fotografĂ­a minimalista por Kimiko Yamasato

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Minimalismo

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Cuento

Otosan

OTOSAN Cuento Por Luis Arriola Ayala

El relato: «Un joven peruano le teme a una palabra. Un anciano japonés lo induce a decirla. Un grupo terrorista toma la casa del embajador japonés en Perú. A su manera, el joven también se siente un rehén». Luis Arriolla Ayala, periodista y escritor, Editor General del portal Terra Perú, trabajó en su juventud en Japón por cuatro años. De esa experiencia publicó su primera novela «Gambate», que narra la historia de un peruano indocumentado en el país del Sol Naciente. Su segunda obra, «Otosan», fue premiada con el segundo puesto del VII Concurso Nacional de Cuento de la Asociación Peruano Japonesa 2012 «Premio José Watanabe Varas». La presentó en la Feria del Libro de Lima 2013. «Otosan» fue considerado dentro de los libros más destacados del año 2013, de acuerdo al crítico literario Ricardo González-Vigil, en la categoría Narrativa, autores por descubrir. Este cuento y otros siete conforman el libro homónimo. 10


Luis Arriola Ayala

E

l señor Kobayashi no pensó que su pedido me afectaría tanto. De pie, aguardó mi respuesta mirándome fijo con sus ancianos ojos rasgados. Oculté mi tristeza, fingí una sonrisa y asentí, bajando y subiendo la cabeza, al estilo japonés. Sin embargo, al día siguiente, no cumplí con su orden y lo saludé con un: Ohayoo gozaimasu, Kobayashi san . Aunque él era mi jefe no se molestó y seguí llamándolo por su apellido.

no y un portarretrato con la foto de un joven.

Mi trabajo en su fábrica consistía en hacer agujeros a pequeñas piezas de bronce. Primero, colocaba la pieza en una base metálica y luego la perforaba con un taladro de brocas muy delgadas. Para comprobar que los surcos interiores del orificio estuvieran correctos, enroscaba un tornillo. Lo único incómodo, de este simple trabajo, era mantenerse parado desde las ocho de la mañana hasta el mediodía.

Mientras bebíamos les comenté que en el Perú el té se tomaba con azúcar. El señor Kobayashi me explicó en japonés que si el té verde se endulzaba perdía su sabor natural. Pensé en defender mi argumento, pero observé que los rostros de las ancianas se tensaban al mirar la pantalla del televisor: Encima de unas banderas de Perú y Japón entrelazadas, aparecían enormes kanjis que desconocía. A pesar de que mi nivel de japonés era regular, no pude entender lo que decía el conductor del noticiero.

Aunque ganaba pocos yenes, no dudé en aceptar este empleo de medio tiempo en la ciudad de Kikugawa, en Japón. Sabía que si lograba aguantar los meses de más bajas temperaturas en el archipiélago, la crisis económica pasaría y, nuevamente, las grandes fábricas buscarían obreros extranjeros para los trabajos más pesados y sucios. Y así volvería a ahorrar dinero para acortar mi regreso a Perú. Solo me hacía olvidar la monotonía laboral el buen humor de mis dos únicas compañeras de trabajo Si bien cada una tenía aproximadamente cincuenta años, parecían dos niñas traviesas. A veces se ponían a imitar palabras en español. El señor Kobayashi se reía al verlas intentar conversar en otro idioma. Además de risueño, el jefe demostraba su vitalidad al ir y venir de su casa en una antigua bicicleta Miyata, modelo The Mister, de color negro con asiento de cuero y manubrios relucientes. Tal vez esta exhibición de vigor tenía relación con el té verde que él preparaba y bebía a la misma hora. A las diez de la mañana, el señor Kobayashi llamaba a su equipo para tomarlo en el descanso. Bebíamos sentados alrededor de su ordenado escritorio, donde tenía un televisor que siempre estaba encendido, un teléfo-

La primera semana soporté tomar el líquido caliente sin azúcar. Sin embargo, decidí arriesgarme y el miércoles 18 de diciembre de 1996, recuerdo con claridad la fecha, cometí un error al pedir endulzarlo. —Sato wa iranai, Arakaki kun —dijo él y se rió.

Sentí que algo malo había pasado. Las ancianas dejaron de inmediato sus tazas sobre el escritorio y, sin levantar la mirada, se dirigieron a sus puestos a continuar su trabajo. Yo hice lo mismo. El señor Kobayashi siguió sentado mirando la televisión. A los veinte minutos me llamó. Caminé con rapidez y pude reconocer en la pantalla a un periodista peruano explicando en español cómo un grupo de terroristas del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru había secuestrado a los invitados que asistieron a la cena por el 63 aniversario del nacimiento del Emperador Akihito en la residencia del embajador japonés. La transmisión periodística terminó. Mientras en el Perú se acostaban con esta noticia, en Japón los noticieros de la mañana repetían las imágenes de lo ocurrido. El señor Kobayashi bajó el volumen del televisor, se levantó, palmoteó una silla y me pidió que me sentara. Obedecí y él se puso a preparar dos tazas de té verde. Me entregó una, volvió a sentarse y descolgó el auricular del teléfono. «Ya perdí el trabajo, ta mare, ahora sí los japoneses nos van a odiar por estos terrucos», pensé y tomé unsorbo con mucho cuidado. 11


Otosan

En el descanso, las ancianas prepararon el té verde y, mientras bebíamos, me contaron que nuestro jefe era un hombre muy rico. Me sorprendí porque él venía a la fábrica en bicicleta, no usaba anillos de oro, ni lapiceros caros, ni se vestía con ropa elegante. Las ancianas se rieron de mi incredulidad. —Sensou wa yoku nai —me dijo el señor Kobayashi en japonés. Tenía razón: la guerra es mala. Gran parte de mis noches escolares había transcurrido a la luz de las velas por el terrorismo. Años con sonoras explosiones de coches bombas que mataban inocentes, con torres eléctricas caídas que producían apagones, con ruidosos generadores eléctricos en las calles, con temibles toques de queda, con militares tomando las universidades a la fuerza, con la hoz y el martillo y el «Viva el presidente Gonzalo» pintados en cualquier pared, con grupos de aniquilamiento, con desaparecidos; con miedo, mucho miedo. El señor Kobayashi bebió un poco, dejó la taza de porcelana sobre su escritorio y empezó a contarme acerca del miedo que él también padeció durante la Segunda Guerra Mundial. A sus veinticinco años se enroló, coincidente12

Cuento mente, por su emperador Hirohito en el Ejército Imperial. Su padre Tetsuya y su hermano mayor Tsuyoshi también lo hicieron. El primero murió por la bomba nuclear que cayó en Nagasaki y el último desapareció en un túnel subterráneo construido en una de las tantas islas de Filipinas. Con voz pausada, me siguió contando que él había defendido la isla de Okinawa, donde los japoneses pelearon contra los estadounidenses con tal ferocidad que los sobrevivientes llamaron a esa batalla «Tetsu no ame» por la intensidad de los disparos. Al final de la guerra regresó a su casa en la prefectura de Shizuoka y asumió el rol de padre de su hermano menor y de jefe de familia porque su madre nunca se recuperó de la guerra. De pronto, se quedó callado. Sentí que en ese momento quería conversar consigo mismo. Dejé la taza con un poco de té y regresé a mi máquina. Desde ese día, el televisor de la fábrica se mantuvo apagado. Ni el señor Kobayashi ni las ancianas hacían comentarios acerca del secuestro de sus compatriotas en Perú. Muy diferente a lo que vivían otros peruanos en sus trabajos, quienes era acusados de terroristas por sus compañeros japoneses. Los insultos, la discriminación y las burlas se podían soportar. Lo inaguantable era el miedo a la respuesta de la Oficina de Migraciones. Un pánico que aumentaba día tras día en la colonia peruana. Si los emerretistas mataban a los veinticuatro rehenes japoneses, no quedaría ni un peruano ilegal en Japón y los legales serían discriminados, como ocurrió en julio de 1991 cuando un grupo de Sendero Luminoso mató a tres ingenieros japoneses en Huaral. La represalia de la migra fue inmediata. A muchos descendientes de japoneses no se les renovó la visa de residencia y las batidas a los ilegales aumentaron. Una mañana, el señor Kobayashi se retiró temprano de la fábrica. En el descanso, las ancianas prepararon el té verde y, mientras bebíamos, me contaron que nuestro jefe era un hombre muy rico. Me sorprendí porque él venía a la fábrica en bicicleta, no usaba anillos de oro, ni


Luis Arriola Ayala Kobayashi extendió mis horas laborales hasta las tres de la tarde. Las ancianas se despedían de nosotros al mediodía: hora del almuerzo. El jefe también partía a su casa en su antigua bicicleta. Como mi departamento estaba muy lejos prefería almorzar en la fábrica.

—Arakaki, ¿cuántos años piensas quedarte en Japón? —me preguntó en japonés. —Hasta que logre ahorrar mucho dinero —le contesté. —¿Y tu padre está de acuerdo? —No tengo papá.

lapiceros caros, ni se vestía con ropa elegante. Las ancianas se rieron de mi incredulidad. Según ellas, las piezas que habíamos perforado horas antes iban a ser recogidas, en la tarde, por trabajadores de la empresa que dirigía el hermano menor del señor Kobayashi, la misma que había estado a su cargo tres años atrás. —¿Su hijo no la heredó? —les pregunté en japonés y señalé el portarretrato. Una de ellas me respondió que el joven había muerto en un accidente automovilístico en Estados Unidos a los veintidós años. Luego de su fallecimiento, el señor Kobayashi renunció a la gerencia general de la empresa principal y se retiró a una de las sucursales que proveía accesorios. Pasaron los días y en febrero de 1997 la producción de la pequeña fábrica aumentó. El señor

Siempre comía sin compañía. Solo una vez se rompió esa costumbre y ahí comprobé lo que me habían dicho las ancianas del señor Kobayashi. En la hora del descanso dos japoneses uniformados entraron a la fábrica y preguntaron por él. Les respondí que pronto regresaría. Aguardaron su arribo en silencio. Minutos después, al verlo entrar a la fábrica sus cuerpos se doblaron en repetidas genuflexiones. El señor Kobayashi los saludó con una leve inclinación de su cabeza y les dio permiso para que se lleven las piezas ya procesadas. Nunca había visto tanta reverencia en un saludo. Después que los trabajadores partieron, el señor Kobayashi me pidió que cerrara la fábrica porque iríamos a trabajar a otro lugar. Con las puertas aseguradas, él subió a su bicicleta y me preguntó si me gustaba el ochá . Asentí, subí a mi bicicleta y pedaleamos sin apuro. Nos alejamos de las pistas asfaltadas, de las casas y supermercados de Kikugawa. Por el camino, me contó que los fines de semana venía a revisar si sus chacras estaban bien cuidadas y, de vez en cuando, los días de semana. Llegamos a una colina verde. Bajamos de las bicicletas y subimos por angostos senderos que serpenteaban hasta llegar a la cima. Cada cierto tramo él revisaba si el frío y los insectos habían afectado las hojas de los arbustos. También palpaba y daba suaves golpes con sus dedos a las raíces. Solo cuando llegamos a la cima se detuvo, miró el horizonte y aspiró el aroma con los brazos alzados como queriendo tocar el cielo. —Arakaki, ¿cuántos años piensas quedarte en Japón? —me preguntó en japonés. —Hasta que logre ahorrar mucho dinero —le contesté. —¿Y tu padre está de acuerdo? —No tengo papá.

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Cuento

Otosan la dijera en otro idioma me afectaría.

Ella atendía a unos clientes. Al poco tiempo, se levantó del sofá de cuero negro y caminó directo a mí con su corto vestido rojo. Sentí su mirada, pero lo que más me perturbó fue el sonido de sus tacos aproximándose.

El señor Kobayashi se dio cuenta de mi fastidio. Para cambiar el tema de conversación, me preguntó si conocía nuevas noticias sobre la toma de la residencia del embajador japonés en Lima. Le mentí diciéndole que no tenía la menor idea. Sabía que el primer ministro de Japón insistía en una solución pacífica a la crisis y por eso el Gobierno peruano buscaba un país que asilara a los emerretistas. —Ojalá termine pronto el secuestro. No es justo para los rehenes —añadió. En el ocaso descendimos de la colina y regresé a mi departamento. ¿Rehenes? ¿Justicia?, pensé al bañarme. Yo también era rehén del recuerdo de mi padre. Él había abandonado a mi mamá a los pocos meses de mi nacimiento. Por eso me deprimí cuando el señor Kobayashi me pidió en señal de confianza que ya no lo llamara por su apellido sino otosan . Tantos años que no pronunciaba esa palabra. Sentía que aunque 14

A las dos semanas, sin querer, propicié que la paciencia del señor Kobayashi llegara a su límite. Todo empezó porque me descubrió cantando. Me miró sorprendido y le conté que siempre que terminaba de trabajar iba en bicicleta a ver a una chica. Sonrió y empezó a explicarme la teoría de las notas musicales, el ritmo y la adecuada entonación. Horas después, al terminar mi turno, volví a intentarlo y él movió su cabeza como si todavía estuviera lejos de la perfección. Practicamos hasta la quincena de marzo en la fábrica y un feriado me llevó al karaoke para que cantara con micrófono en mano. Él escogió en la máquina la canción «My way», de Frank Sinatra. Me preguntó si la conocía y le respondí que sí porque existía una versión en castellano. El señor Kobayashi cogió el micrófono y al escuchar la melodía empezó a cantar. Su pronunciación del inglés era perfecta al igual que las inflexiones de su voz. Terminó y aplaudí. Llegó mi turno. El primer intento desafiné, el segundo más o menos, el tercero algo mejor. Por eso el señor Kobayashi evaluó que necesita más clases. Un viernes, al mediodía, le confesé al señor Kobayashi que la chica que me gustaba era una anfitriona del bar coreano de Kikugawa y que, aunque desconocía su nombre, quería conquistarla cantando sin errores. —Abunai yo —me advirtió, y añadió con voz preocupada que ya no me enseñaría a cantar. Me enojé. Tantas semanas de prácticas en vano. Esperé que terminara mi turno y, a las tres en punto, me despedí de él. No escuché su respuesta. Anocheció y decidí que ya era hora de conocerla. Entré al bar y me senté en la barra. La luz era muy tenue. Pedí una cerveza. El cantinero hizo como si no me escuchara. Insistí. Cumplió a regañadientes con mi pedido. Con la mirada la busqué. Ella atendía a unos clientes. Al poco tiempo, se levantó del sofá de cuero negro y caminó directo a mí con su corto vestido rojo.


Luis Arriola Ayala Sentí su mirada, pero lo que más me perturbó fue el sonido de sus tacos aproximándose. En sus manos traía la lista con las canciones. Antes de que me la entregara, le pedí «My way». Minutos después, cantaba la primera línea. De pronto, escuché silbidos. Pensé que era un borracho. Seguí cantando y las pifias se transformaron en insultos en japonés y luego en otro idioma que deduje era coreano. La tensión aumentó cuando los vi pararse. La chica coreana les pidió que no hicieran problemas. Yo también me paré y dejé el micrófono sobre la barra. Los coreanos avanzaron en mi dirección. La música seguía sonando. Eran tres. El dueño del bar solo observaba. Me rodearon y me sujetaron el cuello y los brazos con fuerza. En el forcejeo entró un cliente. El dueño del bar lo saludó con mucho respeto y le preguntó si quería un ambiente privado. El señor Kobayashi le contestó que iba a tomar whisky conmigo en la barra. El whisky más caro, recalcó. El dueño del bar les gritó a sus compatriotas y ellos regresaron a su mesa. Kobayashi levantó el micrófono y siguió con la última estrofa de «My way». Acabé mi bebida justo cuando él terminaba la canción. Sin beber ni una gota de su vaso, pagó la cuenta, dejó la botella casi llena y salimos del bar. Ya en la calle, me contó que el dueño del bar había trabajado para él y que los matones que estuvieron a punto de pegarme eran los hermanos de la chica coreana; que todos en Kikugawa sabían que ese bar no permitía el ingreso de extranjeros ni de japoneses, que la razón principal de esa norma era en respuesta a las décadas de explotación y discriminación que vivían los coreanos en el país del Sol Naciente. Esa madrugada, cumplí con el pedido del señor Kobayashi. —Arigatou, otosan. En abril, la economía japonesa mejoró. Conseguí un empleo con mayor paga y, sobre todo, con horas extras. Para no ser desleal, le conté al señor Kobayashi sobre la oferta laboral y sin rodeos me dijo lo que pensaba.

—Junta todo el dinero que puedas en el menor tiempo y regresa a ver a tu familia. Nuevamente le di las gracias por salvarme de la golpiza de los coreanos. Él escuchó atento, se sacó los lentes y luego de limpiarlos con un pañito se los volvió a poner. —A veces, el haber vivido cosas difíciles de joven te ayuda a tener una buena conversación. En mi nuevo trabajo, dejé de tomar té verde. Era una empresa enorme con máquinas automáticas de bebidas de gaseosas y café en latas. Estaba ubicada en la ciudad aledaña a Kikugawa: Kakegawa. Tenía un amplio comedor con teléfono y todos estábamos uniformados. Me tocó el primer turno, de seis de la mañana hasta las tres de la tarde. Muchas veces tenía ganas de llamar al otosan, pero siempre pasaba algo y me olvidaba. Sin embargo, la mañana del 23 de abril de 1997 decidí hacerlo, pues una buena noticia empezó a correr de boca en boca entre los trabajadores peruanos. Luego de cuatro meses, los rehenes japoneses y peruanos habían sido liberados por ciento cuarenta comandos del Ejército del Perú. Los jefes y compañeros japoneses nos felicitaban, nos compraban café en lata y compartían sus cigarrillos. Nosotros orgullosos y tranquilos porque sabíamos que en estas islas ya no seríamos discriminados ni tratados mal por la migra. Como eran las seis de la mañana esperé el descanso. A las nueve en punto me saqué los guantes, troté al teléfono y marqué el número de la fábrica del señor Kobayashi. A la tercera timbrada, contestó una voz femenina diferente a las ancianas trabajadoras. Me presenté en japonés y le pregunté por el otosan. Ella me dijo que era su esposa. —El señor Kobayashi te ha dejado su bicicleta —dijo ella en nihongo y añadió lo impensable. Colgué y con el rostro desesperado me acerqué al jefe de turno y le pedí permiso para salir. El japonés, al escuchar mi voz quebrada, aceptó. 15


Luis Arriola Cuento Ayala

Otosan Corrí a la estación de trenes y subí a uno que me dejó en Kikugawa. Tomé un taxi y llegué a la pequeña fábrica. Toqué la puerta. Con el permiso de la señora Kobayashi, entré. Ni una máquina estaba prendida. Tampoco el televisor. Ella abrió uno de los cajones del escritorio del otosan y me entregó la llave del seguro de la bicicleta de su esposo. —Domo arigatou —le dije con los ojos rojos y bajé la cabeza levemente. Salí de la fábrica devastado. Encontré a la Miyata negra, con sus manubrios y aros brillantes. Abrí el candado, me monté en el asiento de cuero y empecé a pedalear sin rumbo. Seguí pedaleando más y más rápido. Cuando las casas empezaron a desaparecer, encontré mi camino. Algunos tramos, abandonaba el timón para limpiarme las lágrimas con ambas manos. Tenía que llegar a las chacras del señor Kobayashi. Ya en la colina, dejé la vieja bicicleta en el suelo y corrí a la cima. En la parte más alta, el viento movía las hojas de los arbustos. Miré el cielo, alcé los brazos, estiré los dedos de mis manos y sentí que yo también había dejado de ser un rehén del recuerdo de mi papá, de mi otosan. ▲

GLOSARIO: Ohayoo gozaimasu, Kobayashi san: Buenos días, señor Kobayashi. Sato wa iranai, Arakaki kun: El azúcar es innecesaria, joven Arakaki. Kanji: ideogramas de la escritura japonesa. Sensou wa yoku nai: La guerra es mala. Tetsu no ame: Lluvia de metales. Ocha: Té verde. Otosan: Papá. Abunai yo: Muy peligroso. Arigatou otosan: Gracias, papá. Nihongo: Idioma japonés. Domo arigatou : Muchas gracias. La novela Gambate se encuentra disponible online en Amazon, y Otosan en el catálogo del Fondo Editorial de la Asociación Peruano Japonesa (APJ), librería del Centro Cultural Peruano Japonés.

Gambate, la primera novela de Luis Arriola, disponible en versión Kindle Edition, en Amazon, donde se puede leer los primeros capítulos.

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Festival de las Cometas Gigantes (Oodako Matsuri)

Luis Arriola Julio Ayala Ysa

EL FESTIVAL DE LAS COMETAS GIGANTES Oodako matsuri 大凧まつり 17


Festival de las Cometas Gigantes (Oodako Matsuri)

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Fotos


Tradici贸n

Julio Ysa

FESTIVAL DE LAS COMETAS GIGANTES Por Julio Ysa

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Festival de las Cometas Gigantes (Oodako Matsuri)

EL FESTIVAL DE LAS COMETAS GIGANTES Oodako matsuri 大凧まつり Texto y fotos Julio Ysa

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Fotos


Tradición

Julio Ysa

La cometa gigante, fue creada en la segunda mitad del periodo Edo y comienzo del periodo Kanzei (1804~1830). Se inició con la celebración del Día del niño. Son aproximadamente 200 años de tradición. En sus comienzos el tamaño de la cometa era aproximadamente de 3 a 4 metros cuadrados. Su construcción era efectuada en todas las provincias del país, a partir del periodo Meiji y gracias a la ayuda de los jóvenes el tamaño fue cambiado, llegando al tamaño actual de 13 metros cuadrados. Sin embargo, después de la guerra, la población fue creciendo, y las calles se llenaron de postes eléctricos, afectando de esta manera que desaparezcan los lugares de vuelos. Solo fue hasta el periodo Showa en que decidieron reanudar este tradicional evento. Peso aproximado: 1000 kg. Tiempo de construcción: 2 meses Personas para elevar: 100 ▲

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Festival de las Cometas Gigantes (Oodako Matsuri)

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Fotos


Tradici贸n

Julio Ysa

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Cuento

La forma de las cosas

La forma de las cosas Cuento Por Rafael Reyes-Ruiz

Rafael Reyes-Ruíz, antropólogo y escritor colombo-estadounidense, dedicado al estudio de los flujos transnacionales entre las Américas y Japón. En 2014 publicó su primera novela en idioma inglés «The Ruins», sobre un profesor de historia japonesa en una universidad católica en Tokio, quien descubre unos documentos falsos relacionados con la historia del imperio portugués en Asia. La versión en castellano, «Las ruinas», publicada por Ediciones Alfar de Sevilla, está disponible desde abril del presente año. Este relato será parte del segundo libro que prepara el autor, quien ha revelado su título a esta revista: «Cruce de caminos».

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L

legué a la oficina de Ogawa como a eso de las seis y media, un poco preocupado porque había dejado mi trabajo a medias y tendría que madrugar la mañana siguiente para terminarlo. Tan pronto me vio, Ogawa me indicó que tomara asiento, y continuó poniendo los papeles que tenía en su escritorio en varias carpetas que cuidadosamente guardó en su archivador y cerró con llave. Mientras hacia eso hice nuevamente una lista mental de los temas que necesitaba tratar con él esa noche. Ogawa me había invitado a que lo acompañara a una cena de negocios y me había prometido que tendríamos tiempo suficiente para hablar en el trayecto de ida que haríamos a pie, y si fuera necesario, después de la cena, al calor de unas copas. El tema más urgente era mi horario de trabajo, que últimamente sobrepasaba las treinta por semana que habíamos acordado, seguido en importancia por el


Rafael Reyes-Ruiz

A la entrada nos recibió una mujer de edad mediana vestida en un finísimo kimono de seda azul cielo, quien nos condujo silenciosamente a través de un gran salón que estaba casi a oscuras, hasta un comedor con puertas deslizantes de madera pintadas con figuras de komainu, los míticos leones-perros que resguardan la entrada de los templos sintoístas.

tipo de trabajo en sí: después de dos años en la compañía haciendo labores que se me ocurrían eran solo piezas en un rompecabezas, no estaba seguro de que se esperaba de mí. En la calle corría una brusca brisa de otoño con rastros de frío. Después de un preámbulo en que le reiteré a Ogawa que estaba muy agradecido de trabajar con él, le recordé los términos de mi contrato de la manera más diplomática que pude. Ogawa se detuvo por un instante y me dijo que no me preocupara, que él era hombre de su palabra y las horas extras eran por un tiempo limitado, hasta que lográramos nuestro objetivo. Carraspeó un poco y agregó que debería tener paciencia, que las cosas poco a poco tomarían su forma, que en su debido tiempo vería el panorama total. Quise pedirle que me explicara mejor, pero sabía que era inútil; Ogawa me diría lo mismo usando otras pala-

bras o conjurando otra metáfora; ya lo había hecho antes y sospechaba que lo haría de nuevo. Sentí un vahído en mi estómago y no supe que más decir. Ogawa me tenía en sus manos. No estaba en posición para pedir explicaciones o negociar de alguna manera. Roxana estaba embarazada, y aunque su padre nos había enviado una buena suma para ayudarnos con los gastos adicionales —y lo haría otra vez si fuera necesario— dependíamos de mi salario para sobrevivir. Ogawa extendió su brazo hacia delante para que prosiguiéramos y me dijo que «apreciaba mi comprensión», una frase que usaba con frecuencia en situaciones como esta, y ante la que no podía mas que asentir con la cabeza, más por educación que por otra cosa. Para entonces había anochecido por completo. Me di cuenta que no sabía donde estaba exactamente; que si tuviera que regresar a casa dudaría que camino tomar. El barrio por donde transitábamos era una zona industrial de calles estrechas a la que habíamos entrado después de cruzar un puente sobre un canal, cerca de la estación de Sakuragicho. Ogawa miró su reloj y dijo que debíamos apresurarnos. Después de varias calles donde habían fábricas pequeñas de materiales eléctricos y repuestos automotrices alojadas en construcciones que parecían como barracas militares, llegamos a una calle angosta que desembocaba en un viejo muelle destartalado que parecía abandonado. A la izquierda se veía una antigua y elegante casa de estilo japonés tradicional de madera oscura a la que se llegaba por un sendero de grava bordeado por sauces y cerezos. A la entrada nos recibió una mujer de edad mediana vestida en un finísimo kimono de seda azul cielo, quien nos condujo silenciosamente a través de un gran salón que estaba casi a oscuras, hasta un comedor con puertas deslizantes de madera pintadas con figuras de komainu, los míticos leones-perros que resguardan la entrada de los templos sintoístas. Cuando la mujer anunció nuestra llegada hubo una conmoción de voces de bienvenida y venias formales. Mi primera impresión fue de que la mayoría de los allí congregados eran burócratas o ejecutivos 25


La forma de las cosas

La forma, repitió y después dijo katachi y dibujó con el dedo en el aire el ideograma chino de cuatro rayas, como una casa y al lado tres rayas oblicuas, casi horizontales. de empresas, aunque algunos parecían ser sus guardaespaldas. Ogawa insistió que me sentara a su lado y a manera de presentación explicó que yo era su mano derecha en el trabajo, algo que me irritó levemente dadas las circunstancias, pero me imaginé que Ogawa simplemente quería hacer alarde de tener un extranjero en su nómina de trabajo. La cena resultó ser del elegante estilo kaiseki, cuyo plato principal fue una exquisita sopa de cabeza de pescado seguido por minúsculas porciones de vegetales encurtidos y trozos de diferentes carnes servidas en platillos de varios colores y diseños. Al principio estaba un poco nervioso porque el ambiente se me ocurrió tenso, pero poco a poco, gracias a unos vasos de cerveza que no paraban de servirnos, me sentí mejor y fui entrando en calor. El hombre sentado a mi derecha quien dijo se llamaba Mori tenía una conversación amable, llena de anécdotas divertidas, pero centrada en sus pasatiempos que eran la pesca y la caza, así que no me pude dar una idea de cual era su profesión o negocio. Cuando nos presentamos me dijo que yo le recordaba a un economista libanés con quien había trabajado en un proyecto comercial hacía algunos años y se preguntaba si yo 26

Cuento podría ser de la misma familia. Le dije en tono de broma que desafortunadamente no, pero que no descartaba un ancestro de esa parte del mundo. Mori repuso —también en tono de broma— que entendía, que todo era posible, y me preguntó si creía en la reencarnación, algo que nos llevó a una agradable charla sobre el hinduismo y el budismo. En algún momento uno de los comensales, un hombre calvo, vestido de blanco, nos pidió que prestáramos atención y dio un pequeño discurso sobre la importancia de las artes tradicionales en un tono monótono y de manera algo solemne y genérica, como lo haría un bibliotecario o un director de museo provincial, y nos invitó a disfrutar de la exhibición de obras de arte en la sala contigua. Mori me dijo que si gustaba me explicaría de que se trataban las obras, que según dijo era de una artista que muy probablemente llegaría a ser famosa. La mayoría de los trabajos eran xilografías en colores vivos de criaturas míticas, algunas de los cuales tenían forma de reptiles o batracios, y otras de figuras humanas con alas y picos de pájaro. Mori me explicó que algunas de ellas no eran imaginarias sino basadas en retratos dibujados de personas que las habían visto, y comenzó a contarme una anécdota de uno de sus viajes de caza en el los Alpes japoneses, donde había visto un tsuchinoko, una especie de serpiente de colmillos grandes. Mientras Mori hablaba, me percaté de una joven japonesa vestida en un traje de terciopelo verde que nos miraba desde el otro lado del salón. Me pareció que me indicaba que fuera a su lado por la manera como movía la cabeza, como asintiendo a algo que le había pedido con anterioridad. Me sentí inmediatamente atraído por esa mujer, y cuando Mori hizo una pausa para pedirle a un camarero que le trajeran otro trago, me disculpé diciendo que tenía que hacer una llamada telefónica. La joven me estrechó la mano y me dijo que ya era hora de que nos conociéramos. Sus palabras me dejaron plasmado porque hablaba en español, pronunciando la «c» como en España y de una manera familiar, como si me conocie-


Rafael Reyes-Ruiz

Kyoko se puso de pie y me dijo que no debía enojarme, que no había pensado que era uno de esos extranjeros que juzga todo como si estuviera en su casa.

ra y estuviera fingiendo que no o haciéndome una broma. Le pregunté que de donde nos conocíamos y ella me dijo que nada de eso, que era la primera vez. La miré detenidamente y se me ocurrió que era alguien que había conocido en otra reunión de negocios con Ogawa. Le mencioné eso y sonrió. Me dijo que éramos de mundos diferentes, y era la primera vez que me veía en el suyo. Ogawa y Mori estaban conversando al otro lado de la sala, pero miraban en nuestra dirección como si ese fuera el tema de su conversación. La mujer me dijo que se llamaba Kyoko y que era bailarina de flamenco, y después agregó que yo tenía una mirada penetrante y soltó una risa corta que me pareció cargada de ironía. Te contaré de mi vida, me dijo en un tono firme, como si fuera un asunto pendiente entre los dos y se acercó a mí de tal manera que pude sentir su aliento de cigarrillo mentolado. Sentí un deseo repentino de besarla. Me dijo que había estudiado español e historia en la universidad, y que su profesor favorito había sido un portugués que se parecía a mí, y que después de graduarse se había ido a vivir a Sevilla para hacerse bailaora y cantaora, algo que la había hecho descubrir que dentro de su ser habitaba

alguien más, que al mismo tiempo era ella. Me dijo que había hecho un aprendizaje con una famosa artista de flamenco, pero que esta había fallecido unos años después y con ella su pasión por esas artes. Me miró a los ojos y me preguntó que si le creía. Le dije que no tenia razón para dudarle y le pedí que me contara porqué había regresado al Japón. Me dijo que no lo sabía en realidad, que así era la vida, en un tono que sonó a disculpa. Después de un corto silencio dijo que era la artista que había hecho esos cuadros y me preguntó si sabía que todos eran de demonios. La felicité por su trabajo y le dije que sí, y que conocía algunos, pero no a los de alas y picos de pájaro y los otros de rostros caras humanos y narices como falos. Me dijo que eran de la misma familia, que solo la forma era diferente. La forma, repitió y después dijo katachi y dibujó con el dedo en el aire el ideograma chino de cuatro rayas, como una casa y al lado tres rayas oblicuas, casi horizontales. Kyoko me preguntó que si entendía y le contesté que sí, que no era complicado, pero no entendí del todo porque era importante mostrarme como se escribía o porqué Ogawa y Mori seguían mirándonos con tanta atención. Kyoko parecía también alerta a las miradas y comenzó a guiarme por la galería dándome detalles adicionales de los demonios. En algún momento apuró el paso y me dijo que pronto nos haríamos invisibles y llegamos a una puerta que abrió sigilosamente por la que salimos a un patio donde había un jardín de rocas y grava rastrillada, rodeado por una cerca de ladrillo con tejas de adobe terracota. La noche estaba despejada y no se sentía otro ruido más que un leve murmullo del mar en la distancia. Kyoko me tomó la mano para que nos acuclilláramos y me dijo que ese era su sitio favorito, que pasaba allí muchas horas mirando el jardín y el cielo. Quise levantarme pero Kyoko me dijo que esperara, que tenía que fijarme como bailaban los sauces y cerezos detrás de la cerca. Miré los árboles y noté que se mecían pausadamente a un ritmo regular y el espectáculo me dejó absorto por unos instantes. Te voy a mostrar algo más, me dijo, y comenzó a caminar hacia el otro lado del jardín. La seguí sin decir palabra, pero con la sensación de que estaba entrando 27


La forma de las cosas en una zona de peligro. (Pensé en Roxana, esperándome en casa y en las preguntas que me haría sobre la velada). Después de tres o cuatro pasos me di cuenta que había una pequeña casa para la ceremonia del té al lado izquierdo del jardín. Kyoko abrió las puertas deslizantes y encendió la lámpara de neón. El recinto tenía piso tatami de paja y no tenía muebles o decoración más que una mesa rectangular con un cenicero en el centro. En la pared vi un tríptico de caligrafía china e inmediatamente me di cuenta y dije en voz alta que era idéntico al que Ogawa me había regalado de navidad el año pasado. Los hice yo, son una especie de lema del club, dijo Kyoko y me preguntó si sabia que querían decir. Le dije que Ogawa me había explicado que se trataba de la atracción sensual, el orgullo, y la resignación, la esencia de lo japonés. Kyoko dijo que Ogawa lo sabía muy bien. Le pregunté cuanto hacia que conocía a Ogawa y ella repuso que toda su vida porque era su único pariente vivo. Kyoko se sentó de rodillas y encendió un cigarrillo mentolado. Desde donde yo estaba, junto a la puerta, me di cuenta de que era mucho mayor de lo que había pensado y de que su aspecto era algo enfermizo, su rostro muy pálido como una máscara, y una multitud de venitas azules surcaban sus manos y antebrazos. Le pregunté que clase de club era este, que tipo de eventos tenía. Kyoko me miró con una sombra de sonrisa y echando una bocanada de humo me dijo que me volviera a fijar en los cuadros de caligrafía porque allí estaba todo, y que si aun no entendía, que tuviera paciencia, que todo lo entendería con el tiempo. En ese instante sentí un enfado repentino e imposible de disimular y le dije que estaba cansado de los acertijos, que no me acostumbraba a tanta ambigüedad. Kyoko se puso de pie y me dijo que no debía enojarme, que no había pensado que era uno de esos extranjeros que juzga todo como si estuviera en su casa. No repuse nada y sentí un poco de vergüenza por mis malos modales; mi molestia era con Ogawa y no con ella. Kyoko me miró de soslayo y me dijo que no debía pensar mal de Ogawa, que era un hombre 28

Cuento honrado, de corazón puro y buenas intenciones. Me sorprendió que me dijera eso por que era más o menos lo que yo le decía a Roxana cuando ella sugería que Ogawa no era de fiar, que me había engañado y lo seguiría haciendo. Le dije que tenia razón, que ese también era mi juicio, y le pedí que me disculpara. Kyoko sonrió y me dijo que la siguiera de regreso a la casa principal. Mientras pasábamos por el jardín de piedra sentí que quería estar solo y ordenar mis ideas. Me acuclillé como lo había hecho antes y contemplé las dos rocas en el centro del jardín. La más grande que era un cubo áspero e irregular me pareció como un acantilado inmenso y desolado, y la pequeña, que tenia una forma piramidal pero su ápice me pareció como una especie de reptil prehistórico saliendo de un lago. Kyoko, que se había detenido unos pasos más adelante —también a contemplar el jardín— me dijo en voz baja que regresaba, que nos veríamos más tarde y se fue. Seguí mirando las rocas, absorto con sus formas, y más allá, a los sauces y cerezos que se mecían con el viento. Después de unos minutos me sentí más tranquilo. Divisé en la esquina una puerta de madera; alcancé a distinguir que no tenía candado o cerradura. Decidí salir a la calle por allí y buscar mi camino a casa.▲


Rafael Reyes-Ruiz

"Las ruinas", ópera prima de Rafael Reyes-Ruiz, editada por Ediciones Alfar de Sevilla. La novela gira sobre un profesor de historia japonesa en una universidad católica en Tokio, quien descubre unos documentos falsos relacionados con la historia del imperio portugués en Asia. La versión en inglés fue publicada en abril de 2014.

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Fotos

Flora y Fauna

FLORA Y FAUNA foto Rafael Hirose

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Rafael Hirose

Kiku (č?Š) Crisantemo

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Flora y Fauna

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Fotos


Rafael Hirose

▲ Tombi (鳶) Milano negro (Foto: Rafael Hirose)

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Literatura

«¿Te gustaría tanto Murakami si no fuera japonés?»

«¿Te gustaría tanto Murakami si no fuera japonés?» Así como el amargo recuerdo que guarda un hombre de una lejana amante no podría ser resultado del número de veces que se acostaron, así también la objetiva devoción que se puede sentir por un escritor no se encuentra regida por el número de obras de él leídas.

L

o digo porque he leído la obra completa de diversos escritores, y por otra parte sé muy bien lo que me hace percibir Haruki Murakami, dentro de lo poco descubierto de sus múltiples «composiciones», y al margen de no querer ir más allá por miedo a no impactarme del mismo modo.

UN ARTÍCULO DE ALEX NEIRA (pieza que por el momento no será parte de algún libro futuro del autor). Abogado de formación, dedicado a escribir. Este mes saldrá, después de tantos impasses, su poemario 'Solo quiero fumar y pensar', libro con el cual iniciará la editorial Locheros. Actual presidente de la Asociación Civil Cultural Sócrates.

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Prefiero volver a unas hojas en especial, que por lo demás me son fundamentales, a las cuales volvería así no quisiera, porque dentro de todo las necesito. La dulce verdad sería esa, ahora que lo pienso mejor. Así sea muy de tarde en tarde, como me ocurre en algunos periodos, igual necesito releer unas páginas de este señor. «¿Te gustaría tanto Murakami si no fuera japonés?», me preguntó ayer una amiga que me sorprendió leyendo su libro de memorias ¿De qué hablo cuando hablo de correr? en el grass de un parque cercano, justamente mientras pensaba unas líneas sobre este narrador nipón.


Alex Neira

«(…) no me preocupa en exceso si gano o me ganan. Me interesa más ver si soy o no capaz de superar los parámetros que doy por buenos»

Pregunta de entrada estúpida, pero a la cual uno le puede ubicar un sentido, puesto que de todas las culturas bajo los cielos quizá una de las más originales, profundas, desarrolladas, herméticas y excéntricas, sea la japonesa. Meses atrás leí la correspondencia que mantuvieron hace unos cuantos años dos de mis escritores favoritos vivos, que pese a no sobrecogerme como Murakami los tengo muy en alto, es decir luego de conocer algunos de sus trabajos literarios quedaron en mí unas ideas y emociones que jamás podrían ya dejar de pertenecerme, como si formaran parte de mi interior cual importantísimas experiencias sufridas, a tal punto que ciertos diálogos y pasajes los recuerdo de tanto en tanto sin proponérmelo siquiera, o acaso para recordarlos mejor, con ansias remozadas me veo releyéndolos. Más que buscar temas de conversación ambos escritores encuentran puntos sobre los que se explayan, con la misma fluidez y naturalidad con que nacen y mueren las olas, pasando de un asunto a otro como se pasa de una avenida a una calle, de una calle a un pasaje, y de

un pasaje a otra avenida. Paul Auster hablando de «los deportes» advierte a J. M. Coetzee de que más adelante quisiera expandirse acerca del «placer de la competición», dando a entender desde ya que toma a bien esta práctica: «la intensa concentración que a veces te permite trascender la estrechez de tu propia conciencia, el concepto de pertenencia a un equipo, la importancia de afrontar el fracaso (…)». A lo que Coetzee, después de un cortés «Querido Paul» retornaría en su siguiente carta de manera frontal: «Antes de que me cuentes qué piensas de los placeres de la competición, quiero adelantarme con un comentario preventivo». Lo que cuenta Coetzee para retratar este tipo de placeres aquí no lo podría pormenorizar, pero la conclusión de su experiencia personal y síntesis de ideas al respecto (el último párrafo de aquella carta) acá está: «No me gustan las formas del deporte que imitan demasiado fielmente a la guerra, en las que lo único que importa es la victoria y la victoria se convierte en una cuestión de vida o muerte, puesto que la guerra carece de gracia. En el fondo de mi mente tengo una visión ideal —y tal vez inven35


«¿Te gustaría tanto Murakami si no fuera japonés?»

Haruki Murakami no nació corredor ni fue un deportista precoz, mucho menos descolló desde chiquillo como un talento absoluto de la palabra escrita. Tuvo una vida bastante ordinaria, trabajador de clase media, que salía adelante con la ayuda de su mujer administrando un pequeño bar donde la música de fondo era por lo común jazz. tada— de Japón, en la que uno se reprime de infligir la derrota a un oponente porque la derrota es algo vergonzoso y por tanto imponerla también es vergonzoso». Cuando leí esto me acordé de Murakami, que en ¿De qué hablo cuando hablo de correr? dice: «(…) no me preocupa en exceso si gano o me ganan. Me interesa más ver si soy o no capaz de superar los parámetros que doy por buenos». O como escribe en otra parte: «(…) sea en mi vida cotidiana, sea en el ámbito laboral, competir con los demás no es mi ideal de vida. Tal vez sea una perogrullada, pero el mundo es lo que es porque en él hay gente de todo tipo. Los demás tienen sus valores y llevan una vida conforme a esos valores. Yo también tengo los míos y vivo conforme a ellos». Su actitud de no competir contra nadie salvo contra sí mismo impregnó no solamente en su oficio de escritor y vida cotidiana, además fue la actitud que asumiría en su relación con el correr: «Para mí, correr, al tiempo que un ejerci36

Literatura cio provechoso, ha sido también una metáfora útil. A la par que corría día a día, o a la vez que iba participando en carreras, iba subiendo el listón de los logros y, a base de irlo superando, el que subía era yo. O, al menos, aspirando a superarme, me iba esforzando día a día para conseguirlo. Ni que decir tiene que no soy un gran corredor. Mi nivel es extremadamente corriente (por no decir mediocre, un término quizá más adecuado). Pero eso no es en absoluto importante. Lo importante es ir superándose, aunque sólo sea un poco, con respecto al día anterior. Porque si hay un contrincante al que debes vencer en una carrera de larga distancia, ése no es otro que el tú de ayer». Por otra parte, coincido con la visión ideal de Japón de Coetzee, y creo también hay miles de millones de personas como yo. El imponer una derrota deportiva es un tipo de humillación, y de paso humilla al actor: esos aires, esas ganas de sobresalir, el rostro exultado a base de gritos de vencedor… cuánta soberbia, egoísmo malsano, vanidad, y tantos otros defectos y mezquindades del alma. Por lo demás, ¿cuántos artistas practican aerobismo (footing) a tal punto de correr diariamente durante décadas, acostumbrados a participar cada cierto tiempo en maratones que duran más de once horas? ¿Qué escritor podría combinar la composición de sus novelas con horas de horas corriendo? Haruki Murakami no nació corredor ni fue un deportista precoz, mucho menos descolló desde chiquillo como un talento absoluto de la palabra escrita. Tuvo una vida bastante ordinaria, trabajador de clase media, que salía adelante con la ayuda de su mujer administrando un pequeño bar donde la música de fondo era por lo común jazz. Dormía bien entrada la noche, fumaba tres cajetillas de cigarrillos al día. Siete años vivieron de esta manera, aunque los tres últimos ya dedicándose a escribir (un día mientras disfrutaba de un partido de béisbol tuvo como una luz: decidió que escribiría una novela). Así fue, y luego otra. Pero la vida del bar y la vida del novelista, pese a cumplir con sus metas, lo desgastaba cada vez más (luego


Alex Neira rar también alguna que otra gracia para que el público se relaje. Tengo que intentar transmitir hábilmente a mis interlocutores los rasgos de mi propio carácter. Para que me escuchen, tengo que lograr ponerlos de mi lado, siquiera sea temporalmente. Y, para ello, ensayo una y otra vez mi dicción. Es laborioso. Pero tiene el atractivo de que me enfrento a algo nuevo. Correr —tengo esa impresión— ayuda a memorizar discursos y cosas similares. Mientras te desplazas con tus piernas puedes ordenar mentalmente las palabras de un modo casi inconsciente. Sopesas el ritmo del texto y evocas el sonido de las palabras. Si tengo la mente ocupada en todo eso, puedo correr largo rato a una velocidad natural y sin forzar la máquina. Lo malo es que, mientras corres hablando para tus adentros, a veces se te escapa sin querer un gesto o un cambio de expresión que desconciertan al corredor que en ese momento viene hacia ti».

de cerrar el lugar y volver a casa recién empezaba a escribir). Le dijo a su mujer precisaba de un par de años, digamos, sabáticos. Debían arriesgarse pues al final si le iba mal eran lo suficientemente jóvenes como para colocar otro pequeño bar en cualquier parte. A poco cambiaron de vida, traspasaron el negocio del bar y empezaron a dormir temprano y despertarse al amanecer. En el otoño de 1981 escribiría su tercera novela, la que por primera vez lo colmaba. En el otoño de 1982, a los 33 años, empezó a correr, abandonando paulatinamente su adicción al cigarrillo y adquiriendo su ciclo vital el hábito de correr así como acostumbrándose a escribir entre tres y cuatro horas —todos los días por sobre todas las cosas. «Cuando doy una conferencia, subo al estrado tras haberme aprendido de carrerilla todo el texto, de unos treinta o cuarenta minutos, en inglés. Y es que es imposible conectar con el público si uno se limita a leer, punto por punto, lo que lleva escrito. Hay que elegir palabras fonéticamente fáciles de comprender e incorpo-

He leído varias novelas y cuentos de Murakami (Kafka en la orilla, Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, Sputnik mi amor, o Tokio Blue), en cada una subrayé ciertos párrafos y oraciones, sin embargo con el tiempo regreso únicamente a ¿De qué hablo cuando hablo de correr?, que forma parte de mi ser desde hace tres años, pero que salió al mercado editorial en español en abril del 2010 —si bien originalmente publicado en el 2007 (exactamente hace siete años)—. Hay historias que nos deslumbran, personalidades que nos cautivan hasta el paroxismo, vidas que nos inquietan más allá de la inquietud misma, o sea que nos estremecen de ternura, sorpresa y admiración, personas únicas pero no por ser simplemente singulares, con un corazón y una forma de pensar en particular, más bien únicas por jamás volver a esperar conocer a alguien parecido, por su peculiar magnetismo. Aseguro, por otra parte, Haruki Murakami es un maestro de la palabra, aunque dejo en claro las sensaciones e ideas que me produce leerlo —leer ciertas hojas escritas por él— van mucho más allá de la maestría expresiva.▲

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Robinson, un peruano y el hábito de la lectura

ROBINSON, UN PERUANO Y EL HÁBITO DE LA LECTURA Por Bernardo Nakajima

Bernardo Nakajima (Astigueta), Buenos Aires, Argentina, 1958. Fue miembro de la Compañía de Jesús entre 1978 y 2005. Licenciado en Humanidades y Filosofía (Universidad del Salvador); estudió japonés en la Universidad de Sofía; con una licenciatura y maestría en Teología por la Universidad de Sofía, Japón; maestría en Filosofía por la Universidad del Salvador. Reside en Japón desde 1985. Ha trabajado en la Curia de la Compañía de Jesús de Japón, en el Departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad Sofía, en la Sección Cultural de la Embajada Argentina en Tokio. Desde 2007 es profesor en la Universidad de Estudios Extranjeros de Kanagawa, actualmente Instituto de Lenguas y Estudios Culturales de Kanagawa.

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Bernardo Nakajima

H Al libro no basta con mirarlo, hay que leerlo, y eso lleva trabajo, sobre todo si uno no tiene un hábito de lectura. Además, la letra hay que procesarla y convertirla en lenguaje, el cual nos llevará a las ideas. Pero las ideas no son, como se piensa, puras abstracciones sino ante todo son imágenes.

ace algún tiempo un buen amigo, peruano por más señas, me prestó un libro de Ken Robinson llamado El elemento. Bueno, en realidad no me lo prestó sino más bien me lo regaló, porque era un libro en versión digital, y aunque fuera un préstamo no tendría caso que se lo devolviera. Hoy en día ya no es como antes que se decía que hay dos clases de idiotas: los que prestan libros, y los que los devuelven. Yo pertenecía a ambas clases desde que aprendí a leer, pero actualmente puedo considerarme desclasificado, porque ni presto ni devuelvo libros: los doy, los regalo, o simplemente comparto una copia digital… (¡que no se debe hacer!). Volviendo al libro de mi amigo, su lectura me resultó entretenida e informativa, aunque me dio la impresión de que nuestro buen señor Robinson no hablaba de otra cosa a lo largo de tantas páginas que no fuera lo que en otros tiempos llamábamos «la vocación». Vocación significa llamado, y se refiere, en mi humilde entender, a lo mismo que Robinson llama el elemento. El llamado de la vocación no es simplemente el llamado de Dios a algunos elegidos para que dediquen su pellejo y su ocio al servicio de los demás, particularmente como «consagrados» (monjas, hermanos) o en la vida sacerdotal (curas). Pero curas y monjas tienen una vocación no porque Dios haya hecho resonar su voz grave y patriarcal de forma misteriosa, diciéndoles como Cristo a sus discípulos «ven y sígueme». Ellos, curas y monjas, se sintieron particularmente atraídos por cierto estilo de vida no por otra razón sino porque allí se sentían bien, felices, como pez en el agua. Y el agua, como bien sabemos, es el elemento donde viven los peces, el único por otra parte, y solo en ese elemento pueden ser felices, valga la metáfora porque yo nunca he visto un pez sonriendo. El libro de Robinson es uno más de la interminable lista de los best sellers norteamericanos que proponen infalibles recetas para el éxito, «material» por supuesto, y así poder alcanzar la meta de todo buen ciudadano liberal y democrático: ser famoso, rico y honesto (de esto último no estoy tan seguro). Al igual que otro 39


Robinson, un peruano y el hábito de la lectura best seller de hace ya muchos años, un libro de Stephen Covey titulado Los siete hábitos de las personas altamente eficientes, Robison propone una receta infalible para que pasemos a la posteridad en una foto con una enorme sonrisa de triunfo. Pero bueno, para ser francos, al libro de Robinson lo leí con gusto, y no puedo decir que no haya sacado de él cosas positivas, porque de todo podemos sacar provecho, pero sobre todo de un libro. Cuando uno llega a casa del trabajo, sobre todo al finalizar una semana laboral tediosa y con exiguas compensaciones, lo que una gran parte de nosotros desea es ver una buena película, o alguna telenovela que nos despeje la cabeza. Algo que nos permita «no pensar», y nos haga sentir distraídos hasta donde sea posible. Películas hay de todo tipo, las que nos dejan el cerebro en blanco y otras que al menos nos hacen reflexionar o alimentan algún tipo de sentimiento. Pero yo creo que acabada la película, apagada la TV, de la película no quedó nada o casi nada. Sin embargo, por regla general no es así con un libro. Al libro no basta con mirarlo, hay que leerlo, y eso lleva trabajo, sobre todo si uno no tiene un hábito de lectura. Además, la letra hay que procesarla y convertirla en lenguaje, el cual nos llevará a las ideas. Pero las ideas no son, como se piensa, puras abstracciones sino ante todo son imágenes. Ahora bien, a diferencia de las películas, las imágenes no nos son dadas, sino que tenemos que crearlas. Nuestra fábrica de crear imágenes denominada «imaginación» tiene que poner en marcha sus oxidados engranajes para hacer que comiencen a producirse las imágenes. Este trabajo hace no solo que seamos creativos, al menos en nuestro interior, sino también que este producto de nuestra mente quede almacenado en la fábrica que lo produjo. Las imágenes de las películas por lo general no se retienen de la misma manera porque no son nuestras. Las imágenes nacidas de la lectura son de nuestra autoría, y no deseamos deshacernos de ella con facilidad. Por lo general perduran, y alimentan la creación de nuevas imágenes. Es por ello que agradezco a Robinson que haya escrito un libro, y agradezco a mi amigo perua40

Bernardo Nakajima no que me lo haya prestado virtualmente para que yo virtualmente no se lo devuelva. Puedo decir que no quedé convencido de la receta de turno para el éxito propuesta por Robinson, pero también debo afirmar, en honor a la verdad, que la lectura de esta obra dejó muchas cosas para mi cosecha, al menos, el gusto y placer de poder criticarlo que ya no es poca cosa. Luego del préstamo virtual que mencioné, yo a mi vez retribuí su favor a mi amigo peruano facilitándole un libro, virtual, claro está. Así comenzamos un breve ping pong de préstamos de obras que nos gustaron o nos parecieron interesantes. Y como tengo algunos libros viejos destinados al olvido y a un atado de basura reciclable, pensé que no le haría mal a nadie si los digitalizo para que cobren vida en la cadena de préstamos virtuales. Porque un libro siempre es una fuente de riqueza, y la lectura, verdad de perogrullo, nos alimenta, nos enriquece, nos deja algo. Lo bueno de todo esto es que últimamente, en vez de cerrar el día como siempre con una película, con más frecuencia que antes recurro a la lectura de un libro para distensionarme y entrar con placer y abundancia de imágenes al país de los sueños. ¡Qué bueno! ¿No?▲


Bernardo Contraportada Nakajima

IMAGEN DE LA CONTRAPORTADA REVISTA NÚMERO 8

Florencia o Flopy, es una chica argentina de 15 años que vive en Japón y es la autora de la contraportada de esta edición. El personaje se llama .flow, del videojuego Yume Nikki ゆ め にっき, «Diario de Sueños», del género de aventuras surrealistas. Es un diseño original. A Flopy le apasiona dibujar y la ilustración.

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Milagros Aguirre

ŠClaudionor Roma Pinto

MILAGROS AGUIRRE

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Fotografía

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iempre he tenido la necesidad de expresarme como también, de moverme, pero más que todo encontrarme. La fotografía se encajó justito en mi vida. Soy una persona muy sociable, pero a la vez, necesito mi espacio y tiempo en la que me introduzco en mi caparazón, ese momento muy mío, lo encuentro en la naturaleza, muy lejos del bullicio y es la cámara quien me acompaña. Otro de los momentos es, la de compartir con amigos que tenemos la misma afición y la fotografía es nuestro lenguaje». Milagros Aguirre Miyasato, peruana, vive en Japón hace 24 años, comenzó a hacer fotos «exactamente» después del terremoto y tsunami del 11 de marzo de 2011 y desde esa fecha dice que está abriendo tímidamente las puertas de la fotografía profesional. Afirma que no es un pasatiempo, que tiene un propio estilo de vida con ella. No es de las personas que andan fotografiando diariamente a diestra y siniestra por los lugares que va. Para cuando pone el pie fuera de casa, ya tiene un plan para el día. La cámara la lleva cuando reúne todos los factores que implican para hacer una fotografía. Con las fotografías de naturaleza que ha publicado intenta transmitir que «existe un lugar que siempre nos espera, que nos acoge y reconforta, pero más que todo, nos recicla». Aunque intenta hacer todo tipo de fotos sabe que para cada ocasión se necesita un equipo específico y capacidad técnica. Al principio se movilizaba por muchos lugares pero ahora

se está dedicando más a la fotografía de retratos, externa y en estudio, algo más elaborado. Le fascina el trabajo de Martín Chambi y Sebastião Salgado, manifiesta que de momento es un ser que absorbe todo y sigue a fotógrafos por la web como Joe McNally. Cuenta anédcotas: «Algo que no voy a olvidar nunca, fue la vez que fui a Jigokudani Yaenkoen a tomar fotos a los macacos fuscata. La nieve se había acumulado días tras días y el camino que tomamos nos conducía por un lugar de apariencia abandonada, con unas tuberías que desplazaban las aguas termales, estas creaban un ambiente de vapores que derretía una fina capa de la nieve acumulada y que, con el ir y venir de los turistas, se convertía en hielo. Había un puentecito que se encontraba en las mismas condiciones, (hielo cubriendo la nieve) que accedía a un servicio higiénico. Patiné y caí estrepitosamente sentada, pero no terminó ahí, me deslicé por medio puente y si no me cogía de las barras, caía al vacío, no conseguía reincorporarme, necesité de ayuda. Muero de miedo hasta ahora. Otra vez fue cuando quise fotografiar una libélula y caí al estanque podrido lleno de renacuajos». Las fotos que más la han marcado son las que hizo en Fukushima, tres meses después de la tragedia de 2011. Su gran reto es aprender todo sobre la fotografía analógica, de rollo y carrete. 43


Milagros Aguirre

Los hijos Mientras son pequeños, existe un sinnúmero de medios que nos mantienen en contacto y comunicación, ellos son dependientes. Pero a medida que el tiempo pasa esos lazos que nos mantiene firme del uno al otro se van soltando y desvaneciendo; y mientras uno va ganando su propio espacio, el otro lo va perdiendo sabiendo que aun la tarea no ha terminado. La vida de un hijo es como el pan, después de haber seleccionado los ingredientes y dado forma, los dejamos en la puerta del horno, que debemos cerrar y limitarnos a observar, ver el tiempo en que dura cada etapa y sigilosamente pinchar para que sepan que estamos ahí. Existe un cordón que nunca consiguieron cortar, siempre habrá un medio de comunicación. ▲ 44


FotografĂ­a

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Milagros Aguirre

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Jardín japonés y Sala de la Cultura en Koshigaya, Saitama

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Viajes - Cultura


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Cristina Bayés

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Jardín japonés y Sala de la Cultura en Koshigaya, Saitama

Viajes - Cultura

Jardín japonés y Sala de la Cultura en Koshigaya, Saitama Jardín japonés «Hanata-en» 花田苑 y Salón de la Cultura Japonesa de Koshigaya «Koshigaya Nourakudou» こしがや能楽堂 Por Cristina Bayes

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a sala se construyó con el fin de promover la cultura y las artes tradicionales japonesas. Fue inaugurado el 1 de mayo de 1993. Cuenta con una galería donde se exhiben material para las escenas de Noh, habitación estilo japonés y vestidor para los actores.

cubierto por campos de arroz y en el reajuste del proyecto (1979-1992) cubría una superficie aproximada de 94,2 hectáreas.

Esta sala cuenta con 962 asientos, incluyendo 512 en el patio durante una actuación donde hay un escenario de Noh, se trata de un drama lírico japonés que tuvo su apogeo en el siglo XVII.

El área total del jardín es 21.290 metros cuadrados y en el se encuentran puentes de madera, un puente de piedra, linternas de piedra, un barco de madera, un espaldar de glicina, dos estanques: uno pequeño y uno grande donde viven hermosa carpa de color, una cascadas y una casa donde se realiza la ceremonia del té y alrededor de 140.000 plantas entre ellas, árboles de cerezo (52), árboles de ciruela (52), árboles de arce (44), árboles de pino (90), gli-

El jardín japonés «Hanata-en» 花田苑 fue inaugurado el 1 de octubre 1991, tras tres años que duró el periodo de construcción. El área utilizada para el jardín en el pasado estaba

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Fue diseñado por el excelente paisajista Ken Nakajima, quien diseñó el Jardín Botánico de Montreal (inaugurado en 1988).


Japón País Misterioso

cinas, bambú y arbustos que hacen una combinación de armonía y relajación del paisaje. El jardín fue diseñado con colinas artificiales y piedras simulando montañas y valles tomando como referencia la topografía japonesa que se destaca por ser un país montañoso y con mucha agua. En el jardín se puede disfrutar de distintos paisajes de temporada, como en el mes de mayo los árboles tienen hojas nuevas, las glicinas y las azalea están cubiertas de flores. En el verano las libélulas danzan sobre las aguas cristalinas de los lagos artificiales y las luciérnagas con su tenue luz iluminan el jardín de noche, en otoño, las hojas de los arces se

Cristina Bayés

convierten en rojo y amarillo y en invierno, se transforma en un paisaje misterioso cuando se cubre de nieve. En el jardín se pueden ver tres tipos de linternas de piedra, la primera de ellas se encuentra en la pequeña isla de roca y se la conoce con el nombre de «Misaki toro» linterna con capa; la segundo está de pie en el lado sur de la gran charca y la llaman «Kotoji-toro» y hace honor al «koto», es un instrumento musical que se compone de un largo y fino cuerpo hueco, con 13 cuerdas; y la tercera se encuentra en el jardín donde se realiza la ceremonia del té y se llama «Oribe toro» el nombre está relacionado con Oribe Furuta (1544-1615) que era un maestro de la ceremonia del té.▲

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Cristina Bayés

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Poema

Bendiciones

Poema

Bendiciones Por Mario Poe VRSV

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Mario Poe

Bendito de aquel que encuentra en las sombras refugio y abrigo. Bendito de aquel que recurre a los miedos para espantar a los fuegos sombríos. Bendito de aquel que escribe entre rezos y maldice entre alaridos, que tropieza caminando y construye casas de arena donde hacer su nido. Bendición, palabra cruenta y letal, que descansa entre huesos corroídos por el viento, que recurre a marionetas y guadañas y encierra cada noche a sus hijos, aquellos tiernos sigilosos eruditos habitantes de universos borrados, horizontes tempranos y atardeceres fingidos. Porque no hay mayor bendición que quedarse dormido en un mundo paralelo, y dejar que las migas de pan que arrojamos se pierdan en los extremos del vacío. No hay más salida que dar media vuelta a la derecha cuando el precipicio se cierra en nuestros oídos. Y vayamos caminando a cuentagotas, con las manos como lapas que se entierran en la encrucijada del destino. Caminando siempre abajo, hacia donde hace frío. Dejando que las hienas nos visiten para no devorarnos nosotros mismos. Bendición, que alegría que te muestres nuevamente, que te quites los harapos y me enseñes los colmillos. Tienes hambre, pero no me queda ni un pescado roído. No tengo ni leche ni carne ni piedras ni libros. No tengo nada. Ya todo te lo llevaste. Heme aquí solo, sollozante, viejo, pálido y dolido. Heme aquí para hacerte frente y contarte mis historias hasta que me digas que pare, que duerma, que me quede con tus olvidos y te deje mis gritos. Pues escúchame, bendita hija de los mares, no he venido hasta aquí para irme por el mismo camino. Mario Poe VRSV

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Las máscarasAdivinación japonesas

Aprendiendo con Juan

ADIVINACIÓN Por Juan Fujimoto Autor del sitio web Contacto Nikkei

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s un conocido refrán japonés: «Iwashi no atama mo shinjin kara, 鰯の頭も信 心から» que significa: (Hasta) la cabeza de una sardina puede ser nuestra fe.

Cualquier cosa en la que creas sinceramente, si realmente tienes fe, te cumplirá tus deseos. Y nosotros que venimos de una tierra de chamanes, curanderos, pasadas de cuyes, baños de limpia y cosas similares no sé por qué nos extraña tanto de que en Japón tengan fe en cosas similares. Por ejemplo el 手相占い Tesou uranai o la adivinación por la lectura de las líneas de la palma de la mano o quiromancia. No es nada raro en-

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Juan Fujimoto contrar pequeños puestos donde se ofrece este servicio en los alrededores de los templos o hasta instalados en algún centro comercial. El sensei (maestro) va a leer en tu mano tu futuro, salud, suerte, dinero, etc. También te va a decir tus números o fechas propicias y en que punto cardinal debes buscar. Otra forma de adivinación es el カード占い Kaado uranai o cartomancia. Sí, en Japón también encuentras donde hacen la lectura del Tarot. El 風水 Fuusui o Feng shui como lo conocen en occidente en donde la posición u orientación de cada cosa de la casa va a influenciar sobre la suerte o la felicidad que tengamos. Tampoco debemos olvidar que en los templos hay el おみくじ Omikuji, un tipo de adivinación

escrita en donde se determina tu grado de fortuna en una escala del 1 al 12, comienza por buena suerte para acabar en mala suerte. 大吉 中吉 小吉 吉 半吉 未吉 未小吉 凶 小凶 半凶 未凶 大凶 Buena suerte > 大吉 Daikichi > 中吉 Chuukichi > 小吉 Shoukichi > 吉 Kichi > 半吉 Hankichi > 未吉 Mikichi > 未小吉 Mishoukichi > 凶 Kyou > 小凶 Shoukyou > 半凶 Hankyou > 未凶 Mikyou > 大凶 Daikyou > Mala suerte. Si sacas el Omikuji que dice 大凶 Daikyou = Mala suerte, debes dejarlo amarrado en el templo (hay sitios preparados para eso) para que los dioses limpien esa mala suerte, pero cuidado, debes amarrarlo usando solo la mano izquierda.

▲ おみくじ Omikuji 大凶 Daikyou = Mala suerte, amarrados en los templos para que los dioses limpien esa mala suerte.

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Aprendiendo con Juan

Las máscarasAdivinación japonesas

星占い Hoshi uranai o adivinación por las estrellas, el horóscopo. Hace poco en el parque de Ueno en Tokio un artista callejero nos preguntó a mí y a mi esposa de que signo éramos: Ella es おひつじ座 Ohitsujiza (Aries) y yo soy て んびん座 Tenbinza (Libra) y nos hizo un simpático dibujo en la vereda utilizando un pincel de agua. ¿Saben ustedes su signo zodiacal?:

Otra forma de adivinación muy popular en Japón es el 六曜 Rokuyou o Rikuyou. Esto lo encuentras escrito en los calendarios junto con cada día de la semana y podríamos definirlo como «Un ciclo de 6 días en que la suerte aumenta o disminuye».

Aries: おひつじ座 Ohitsujiza

先勝 Senshou o Senkachi, literalmente es «Gana el primero», es el día para madrugar pues el primero en llegar va a tener la ventaja, el día adecuado para realizar las tareas urgentes, el día de la buena suerte por la mañana.

Tauro: おうし座 Oushiza Géminis: ふたご座 Futagoza Cáncer: かに座 Kaniza Leo: しし座 Shishiza Virgo: おとめ座 Otomeza Libra: てんびん座 Tenbinza Escorpio: さぞり座 Sazoriza Sagitario: いて座 Iteza Capricornio: やぎ座 Yagiza Acuario: みずがめ座 Mizugameza Piscis: うお座 Uoza El kanji 座 Za es la terminación que significa «constelación» y todas estas constelaciones también se pueden escribir en kanji, pero algunos tan difícil que ya están fuera de uso. 58

Esta división de 6 días es:

友引 Tomobiki «Empatar o repartir con los amigos», es el día para cuidar a las amistades, todo se debe arreglar amistosamente entre amigos. 先負 Senbu «El primero pierde», es el día que comienza mal así que todo se debe tomar con tranquilidad y no se debe iniciar ninguna disputa ni intentar ningún negocio. 仏滅 Butsumetsu «La desaparición de Buda», y como lo dice su nombre, es el día en que Buda (Dios) no está presente así que nada de lo que se comience va a tener la protección divina. Es un mal día en todo sentido. 大安 Daian «Gran tranquilidad», así que todo va a ir por buen camino, es el buen día en todo sentido, así que puedes mudarte o iniciar un negocio, viajar o contraer matrimonio. 赤口 Shakkou, literalmente es «Boca roja»,


Juan Fujimoto

▲ カード占い Kaado uranai o cartomancia, el tarot. ▼ おみくじ Omikuji 大凶

pero se refiere a «La boca del infierno», es el peor de todos los días y lo más recomendable es que ni siquiera salgas de la cama porque todo va a salir mal. En la actualidad este 六曜 Rokuyou es tomado muy en serio en Japón. Por ejemplo, los días que están marcados con 仏滅 Butsumetsu o 赤 口 Shakkou es casi imposible que encuentres la celebración de un matrimonio y si alguien va a solicitar un aumento de sueldo o va a comprar una casa, lo más probable es que primero mire el calendario para saber si el día es propicio o no. No es nada raro ver colgado en los espejos retrovisores de los automoviles お守り Omamori o amuletos para la buena suerte que venden en los templos. お守り Omamori para tener dinero, para tener éxito en los estudios, para la suerte o para el amor. Aunque a veces no son お守り Omamori, son 魔よけ Mayoke, también amuletos pero para la protección, para espantar los males, para que no tengas un accidente de tránsito o para que el mal no entre a tu casa. Bueno, desde que me compré mi pata de conejo ya no creo en esas tonterías de la mala suerte y la adivinación. ¿Ustedes sí?▲

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Aprendiendo con Juan

▲ お守り Omamori o amuletos para la buena suerte

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Las máscarasAdivinación japonesas


Juan Fujimoto

手相占い Tesou uranai o la adivinación por la lectura de las líneas de la palma de la mano o quiromancia. ►

魔よけ Mayoke, también amuletos pero para la protección, para espantar los males, para que no tengas un accidente de tránsito o para que el mal no entre a tu ca sa. ►

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Tau Yia Lin y el "lā miàn" japonés (Ramen)

Tau Yia Lin y el «lā miàn» japonés (Ramen) Por Gurmesindo De la Olla Colaboración en fotografía: ©Gabriela Nakayoshi y ©Marcos Kanashiro

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Gurmesindo De la Olla

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na llamada telefónica irrumpió mi programa noticiero de las 6 pm.

por todo Lima... eran los «chismes gastronómicos», lo que aquí se dice kuchikomi.

—¡Ni Hao! GulmeChino, ¿cómo estal quelido amigo?

Y como se sabe, «la cola, llama a la cola», mientras más larga era, más curiosos la seguirían haciendo, eran tantos los clientes, que la cola estorbaba el pase a la acera de otros compradores. Por cierto, el sabor no era nada del otro mundo, el plato era rico, pero no pasaba de allí. Sin embargo, la gente quería comerla, porque era más barato que ir a los chifas del barrio chino y porque se podía disfrutar de la sorprendente maestría con que el fuerte cocinero movía tan pesada wok llena de comida.

La voz al otro lado de la línea me era familiar, no me dejaba ninguna duda, así hayan pasado más de 30 años sin vernos, su acento era inconfundible y para rematar, es el único amigo chino (de muchos que tengo) que al llamarme me cambia la nacionalidad. Tau Ya Lin era hijo único de una familia adinerada que vivía en el barrio chino de Lima (Perú). Frente al mercado central, en los años 80, su padre tenía un puesto ambulatorio de comida china y dos grandes restaurantes en la misma calle. Pero su pasión era preparar sus especialidades a la vista de todos, por ello optó en salir a la calle y dejar a sus administradores atendiendo sus dos locales. También sabía que la clase media baja consumía en las carretillas ambulatorias que rodeaban el mercado y que estos puestos movían bastante dinero diariamente sin tener la necesidad de declarar y pagar los impuestos respectivos. Su intuición lo llevó al éxito, bajó los costos cocinando solo, no tenía ayudante alguno, así pudo tirar al piso los precios de sus platos y su puesto de comida china se hizo de la noche a la mañana muy famoso. Todos los días se paraba frente a su cocina carretillera donde preparaba en una gigantesca sartén, la porción para 10 personas en una sola vez, el delicioso tallarín saltado chino. De los platos que ofrecía este era el más pedido y su preparación era todo un espectáculo culinario. Un pequeño show era el enganche para atraer a todo aquel que iba de compras al mercado central de la capital limeña. Saltear en un gran fogón con una enorme sartén wok, tirando por los aires las verduras y fideos para luego volver a caer dentro de él, era el estilo que gustaba a la gente de aquella época, quienes habían hecho famosa la preparación china, de boca en boca,

Tau Yia Lin siguió los pasos de su padre, aprendió los secretos de su cocina y se dedicó a difundirla de la misma manera. Aunque heredó los dos restaurantes de la calle Capón, igualmente se decidió por prepararla en vivo, en el puesto ambulatorio, como si se tratase de un open kitchen de algún restaurante en donde se cocina frente a las miradas de los comensales. La especialidad: los tallarines salteados de su padre. —Hola Tau, que sorpresa tu inesperada llamada —le digo—, ¿cuál es el motivo de tu milagro? —Amigo GulmeChino, ahola te llamo desde Tokio. —¡Gur me sin do! soy Gurmesindo, no me cambies el nomble, digo ¡el nombre! —Mi intención no quelel molestalte, pelo quelel favol. No podía negarme, cuando viajé al Perú en los años 90, año en que lo conocí, su familia me atendió como parte de ella y no solo eso, depositaron su confianza en mí, enseñándome los secretos familiares de su milenaria cocina. Tau me pedía hospedaje por unos diez días y que le mostrara el famoso barrio Chino de Yokohama, lugar que quería conocer, desde que lo vio en un documental turístico de la televisión. Pero su motivo de visita, no era solo por paseo y eso para mí era muy obvio. 63


Tau Yia Lin y el "lā miàn" japonés (Ramen)

▲Shinyokohama ramen hakubutsukan (Shinyokohama Ramen Museum) Foto: Gabriela Nakayoshi

Gulmechino san me gritó en son de broma en plena estación de Kannai, mientras los dos corríamos en «cámara lenta» misma película dramaticona, para darnos el encuentro que terminó en un fuerte abrazo y risas de alegría, mientras los japoneses nos miraban con cara de «¿y estos, qué tienen?». —Ahora sí Tau, dime qué te trae por aquí. Mi amigo hizo una mueca de media sonrisa y empezó a contarme sus planes en el camino al China Town. El venía a Japón porque veía que la moda gastronómica nipona seguía cruzando muchas fronteras y quería aprender uno de sus nuevos logros, «wafu-sionados» lo llamo yo. Enterado por canales de cable, especializados en la gastronomía mundial, el Nuevo Nihon Ryouri que se exportaba como moda en países asiáticos, europeos y que llegaba a difundirse en América gracias a los gurmet norteameri64

canos, era lo que Tau veía, como el negocio a futuro en el Perú. Le hice recordar, que se lo advertí muchas veces cuando nos escribíamos por el chat del messenger y que se rió cuando se lo comenté. —Oye Tau Yia Lin —le dije—, ¿te lo repetí muchas veces, recuerdas? «Has un izakaya al estilo japonés o un ramenya, si es que quieres invertir en nuevos negocios. Te lo puse en el chat con letras mayúsculas ¿te acuerdas?, y ¿qué me contestaste? Jajaja, peluano tenel mucha valieda de sopa, gustal de caldo de gallina y no comelá lamen japonés, polque tiene en chifa, lamian chino, el veldadelo». ¿Sigues pensando que el ramen es chino todavía?, le pregunté pensando saber ya la respues-


Gurmesindo De la Olla

▲Shinyokohama ramen hakubutsukan (Shinyokohama Ramen Museum) Foto: Gabriela Nakayoshi

ta, pero me sorprendió lo que escuché. Se comió el orgullo y en cada palabra pronunciada se notaba el esfuerzo para no negarme lo que siempre habíamos discutido en chats nocturnos para mí y mañaneros para él. No quise discutir como lo hacíamos antes y puse mi parche también diciendo que no hay duda de que el nombre y el origen del plato proviene del grande asiático, pero el Ramen (pronunciación que se hace en Japón del La mian>ra mien ラ ーミエン>ramen ラーメン) es en estos momentos un nuevo plato, nacido de una fusión con sabores japoneses. La sopa o el caldo, se diferencia mucho del chino al igual que la consistencia de sus fideos, la preparación y los ingredientes difieren mucho por lo que este nuevo plato es aceptado como tal (ramen japonés) por los mismos chinos. La moda del Ramen empezó ya en Lima, ha teni-

do que dar la vuelta por Europa y los Estados Unidos para llegar al Perú, una travesía de no menos de diez años y que tuvo como promotor al personaje del manga y anime, Naruto. Tau sabe de eso y por ello apuró el viaje, todavía no es tarde para aprender, pero la respuesta no estaba en el barrio Chino de Yokohama, sino que había que hacer un recorrido gastronómico distinto, así que en los diez días disponibles, comerá ramen hasta que se le salga por las orejas. Prepararemos juntos algunos platos, desde sus bases con hueso de chancho, de res o de pollo, con dashi de algas kombu o de pescados secos, lo combinaremos con verduras y hongos y lo llevaremos a cocción suave hasta que todo se deshaga. Probará los sabores base, shio, miso, tonkotsu, shouyu y sus combinaciones respectivas, shio tonkotsu, shouyu tonkotsu, miso tonkotsu 65


Tau Yia Lin y el "lā miàn" japonés (Ramen)

▲ Ramen y sus sabores bases miso, shouyu, shio, tonkotsu

▲ Shinatatsu (a 3 minutos de la estación de Shinagawa - Tokio) y el Tantamen Toushoumen

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Gurmesindo De la Olla

▲ Tokyo eki ichibangai (Tokyo Ramen Street) en el B1 de la estación de Tokio

y por último, le mostraré el avance de los instantáneos Cup ramen que en el día de hoy, se pueden comer con los sabores originales de los famosos ramenya, producidos en conjunto con las marcas más conocidas del mercado, «KORABO» le llaman y viene de la palabra inglesa collaboration, colaboración.

ojos rasgados empezaron a cerrarse más y dibujando como de costumbre su media sonrisa pícara, me dijo: «Cuando tú venil a visital a mi casa, yo plepalal pala tí, veldadelo alóz chaofàn chino, ¿o tú quelel chaahan japonés?, bloma amigo, nos vemos Gulmechino!», y soltó una estruendosa carcajada.

Ultimo día, Narita Airport…

—¡Que te vaya bien y tengas buen viaje, Ta Lla Rin! —respondí.▲

—Bueno Tau, llegó la hora —le digo a modo de despedida—, espero que tu visita haya sido productiva y logres abrir tu nuevo local cuando llegues a Lima. —Glacias Gulme, espelo puelas il nuevamente a visitalnos y lecuelda lo que te oflecí, necesitalé pelsonal de confianza en mi negocio. Tú sabel mucho de nueva tendencia gastlonómica japonesa, te pagalía bien y oflezco casa también. —Lo tendré en cuenta amigo Tau, nos estaremos comunicando por el feis, ¿te parece? El rostro de Tau Yia Lin, empezó a cambiar, sus

********************************************************* Nota de redacción: En la edición número 6 páginas 36 - 41 «PLAYAS PARA TODOS. Un minshuku en Chiba y el omotenashi de sus dueños», por error se atribuyó la nota al colaborador Gurmesindo De la Olla, donde debió aparecer el autor del artículo: Marcos Kanashiro. *********************************************************

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Ficción

Una casa cerca de la estación

UNA CASA CERCA DE LA ESTACIÓN RELATO (FICCIÓN)

Por Pilar Medina

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ra fines de junio, el verano se empezaba a sentir, pronto llegaría la época de los matsuri y hanabi, por eso todos los fines de semana iba a ensayar el odori, porque ese año la oyasan me dijo que si quería participar era bienvenida. Siempre había sido solo espectadora, nunca participé, así que la idea me pareció de las mejores. Íbamos juntas y regresábamos cerca de la hora en que mi hija volvía. Lo hicimos durante poco más de un mes hasta que llegó la fecha del matsuri.

El día anterior la oya vino a la casa y se quedó conversando con nosotras hasta pasada la media noche, cosa extraña en los japoneses, pero

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esa noche por alguna rara razón ella se quedó sentada en la puerta de la calle que permaneció abierta, no intentamos cerrarla para evitar que pareciera una invitación a que se marchara. Entonces fue cuando nos contó algo tan extraño como la noche misma, nos dijo que ella tuvo una hija, que había nacido con muerte cerebral debido a la demora en el parto y que se estranguló con el cordón umbilical, pero nació viva por así decirlo. Dijo que desde que llegó a este mundo no se movió, solo sus ojos indicaban que estaba viva. Ella la cuidó desde entonces con el amor de una madre, le enseñó a tomarla de la mano y


Pilar Medina

"Se alquila casa de dos pisos a cuarenta mil yenes y a cinco minutos de la estación"

así se acostumbró a dormir mientras cogía su manita, es por eso que dispusieron una cama al lado de ellos. Cada noche parecía esperar que tomara su mano para dormirse, la mano de su madre aparentaba darle paz y dormía confiada, al menos eso creía, aunque muchas noches en que despertó se encontró con la mirada fija de la niña en medio de la penumbra. Cada noche había que levantarse dos o tres veces a drenar la saliva que se acumulaba en su boca para que no se ahogara, así lo hizo durante todas las noches de catorce años. Casi al aproximarse el cumpleaños número quince, en una noche en que su día había sido gris, tanto por fuera como por dentro de su alma, un día en que muchas cosas pasaron, ella vio con más dolor la escena, vio la misma mirada sin expresión en los ojos de su hija y se preguntó si en ese cuerpo que crecía había vida, catorce años quiso creer que sí, pero esa noche no pudo más, mil ideas le dieron vuelta en la cabeza, estaba exhausta cuando se vio avanzando hasta la cama en que yacía la niña y

con la misma mano que antes la sujetaba, apretó la almohada sobre su rostro con todo el dolor acumulado en todos esos años hasta que se le agotaron las fuerzas. No supo cuánto tiempo pasó y se dejó caer como si todo se acabara en ese instante. No recordaba lo que sucedió después, solo imágenes borrosas, todas se mezclaban, el marido, la policía, el cadáver, todo daba vueltas, la policía preguntaba, ella no escuchaba o no entendía, quería huir pero su cuerpo no respondía y ahí se quedó viendo pasar todo; su marido la miró, puso una mano en su hombro y sintió su compasión, «daijoubu —le dijo—, todo va a estar bien». La policía indagó por varios meses pero no encontró nada sospechoso. Su esposo, quien nunca preguntó nada, se encargó de todo, el médico de la familia certificó muerte por asfixia debido a la saliva, no la acusaron de nada, solo que en su mente quedó el recuerdo de una niña de catorce años que fue su hija... Han pasado los años desde aquella noche. Sus otros dos hijos se marcharon del hogar, uno se casó y el otro se fue a vivir a Hokkaido, por trabajo. La casa les fue quedando grande, decidieron dividirla en dos y rentar la parte delantera. Pusieron un aviso en Internet donde decía: «Se alquila casa de dos pisos a cuarenta mil yenes y a cinco minutos de la estación». Vivir cerca de la estación es de gran ventaja. Nosotras habíamos regresado de Perú no hacía mucho y estábamos buscando un lugar justo cerca de la estación de trenes. Cuando vimos el anuncio no lo pensamos dos veces y la solicitamos para alquilarla, después de los trámites nos dieron las llaves y esa misma tarde mientras bajábamos del coche nos paramos a contemplar el lugar. Se veía muy acogedor con muchas ventanas al estilo europeo, estábamos tan encantadas que no reparamos en un cuervo que se había parado justo sobre nosotros cerca a la ventana y mientras graznaba nos miraba fijamente y se agachaba como si nos dijera algo. Pensé que al ser un cuervo parecía que nos insultaba, solo atiné a decir: «¡Oh, un cuervo, qué raro!» No le dimos más importancia y nos dispusimos a entrar. Nuestra intención era limpiar la casa antes de habitarla pero la hallamos tan reluciente y habían dejado lindas cortinas de en69


Una casa cerca de la estación

caje blancas y cubre pisos, hasta el set de baño todo nuevo en color rosado. Nos pareció un poco extraño, pero nos hizo recordar al Japón de antes, así que pensamos que ya no era necesario limpiar, solo traeríamos las cosas. Más tarde conoceríamos a los dueños que vivían en la misma casa pero en la parte posterior, separados por un pequeño patio y una escalera. Justo enfrente de nosotros quedaba un sótano, un primer y segundo piso que tenia una gran ventana, en realidad toda la pared era de vidrio, allí se sentaba el esposo, un japonés de sesenta y ocho años, en una mesa al estilo nipón y leía o fisgoneaba, ya no lo sé, ahora todo se ha vuelto muy confuso… Des70

Ficción

pués de todos los preámbulos los días pasaron normales aunque a veces la pareja parecía estar viviendo nuestras vidas, se dedicaban tanto a nosotras que hasta nos preocupaba; sin embargo, lo aceptamos, después de todo no teníamos mucha familia en Japón. Aunque luego empezamos a tener la sospecha que mientras no estábamos ella entraba a la casa, muchas veces mi hija encontró alguna cosa fuera de su sitio en su habitación y en broma decía «mis peluches se mueven cuando no estoy». El esposo solía fotografiarnos y comentaba que ya le había mencionado a su hijo de Hokkaido que tenía que casarse con mi hija, «claro, después de unos años, pues todavía tiene catorce, próximos a cumplir quince…» Fueron pasando los


Pilar Medina de allí, nos despedimos rápidamente de los dos y entramos casi corriendo.

Al volver a casa esa tarde, encontré cucharas y otros utensilios de la cocina en la sala en un orden extraño como si hubiera un mensaje, me espanté, parecía un cuento de terror.

días hasta que llegó julio y con él la noche de la confesión, después de escucharla quedamos en estado de shock, nos costaba pensar que la tendríamos que ver al día siguiente y bailar en el matsuri como si nada. Pero igual, la hora llegó, fuimos y nos olvidamos del tema con el festival. Mientras regresábamos a casa, ya tarde en la noche, se nos acercaron unos borrachos y molestaron a mi hija, nos rodearon y le pedían un beso. Entonces para mi sorpresa la oya apareció de repente de algún lado, y empujó a uno de ellos. Luego vino un policía al que antes le habíamos invitado una lata de té verde, que él aceptó pero lo guardó para cuando terminara de trabajar. Los borrachos se fueron y el policía nos acompañó hasta la casa que no estaba lejos

No podíamos evitar hablar del tema y mientras lo hacíamos nos dimos cuenta de que la oya había cambiado últimamente su trato hacia mí, ya no me miraba a los ojos, casi no me hablaba y cuando estábamos las tres parecía competir conmigo, además le daba demasiada atención a mi hija y la esperaban, ella y su esposo, hasta que llegara después del arubaito, a pesar de que salía tarde en la noche, pero ellos nunca apagaban sus luces antes de que mi hija volviera. En realidad sucedieron muchas cosas extrañas, solo que no nos detuvimos a verlas o ¿no las quisimos ver? Un día al regresar del trabajo y entrar a casa la vi diferente, no estaban todas mis plantas. Qué extraño, pensé, pero no me alarmé, tenía que haber una explicación. Me preguntaba si mi hija sin decirme nada las sacó al sol o algo parecido. Mientras intentaba que se aclararan las cosas cogí la basura y la llevé hasta el basurero para que el carro recolector se la llevara al día siguiente y para mi sorpresa todos mis maceteros estaban ahí. Me asusté, pero las llevé de nuevo a la casa, porque yo amo a mis plantas y siempre le dije eso a la oya. No sabía qué hacer, ahora estaba claro pero me preguntaba repetidamente ¿qué pasó? Hasta que me di cuenta, creo que ella me quería fuera, estaba confundiendo las cosas en su cabeza. No le dije nada a mi hija para no alarmarla, pensé que encontraría una solución. Esa noche apenas pude conciliar el sueño, a la mañana siguiente me fui a trabajar pero no encontraba una salida al asunto. Al volver a casa esa tarde, encontré cucharas y otros utensilios de la cocina en la sala en un orden extraño como si hubiera un mensaje, me espanté, parecía un cuento de terror. No me preocupé en descifrarlo, solo busqué mi teléfono y llamé a mi hija para decirle que esa noche nos iríamos a cualquier lugar, que no quería que regresara a casa. Pero no respondía. Salí corriendo a esperarla en la estación hasta la hora que llegara mientras seguía marcando el teléfono. Llegó la hora en que ella siempre retornaba y no la vi, me preocupé más, pensé que a lo mejor se confundió entre la gente y se había ido ya. Corrí 71


Una casa cerca de la estación como loca, no quería que entrara, quería que nos fuéramos a cualquier lado, pero que no regresáramos allí, de pronto timbró el teléfono, me apresuré a contestar y salía en la pantalla número oculto. ¡Hola!, dije, nadie respondió, sonó tres veces más, igual número oculto. Cuando llegué a la casa vi la luz encendida, entré apresurada y ahí estaba mi hija, pálida con cara de espanto. Me contó que en la ventana grande, esa donde el esposo de la oya se sentaba y que desde que nos revelara su secreto se veía oscura como si se hubieran desaparecido los dos, de noche las luces estaban apagadas y de día la casa parecía abandonada, había visto algo o a alguien parado con los brazos que colgaban separados del cuerpo, tenía la silueta de la oya, lo único que se percibía mejor era una mirada sin vida, una mirada fija, y aunque la penumbra no permitía distinguir mejor, el aspecto que tenía helaba hasta los huesos, nunca sabremos si fue la mamá o la hija muerta quien hizo todo lo que aquí nos tocó vivir pero en ese momento solo queríamos irnos de allí. Corrimos al cuarto de la sala que era el más próximo a la calle, quisimos cerrar la puerta pero era al estilo japonés sin llaves ni cerrojos, oramos, buscamos el número de la policía, los llamaríamos y les contaríamos todo desde el principio, quizá no nos creyeran pero al menos por esa noche nos ayudarían. Antes, llamamos a un familiar y le contamos lo que pasaba a grandes rasgos, él nos dijo que fuéramos a su casa en cuanto pudiéramos, pero esa noche era imposible porque era tarde y ya no habían trenes. Recordamos que en el segundo piso la puerta tenía cerrojos, corrimos hacía arriba y al entrar toda mi ropa estaba cortada y destrozada, jalamos el catre y lo pusimos contra la puerta. De pronto vimos que las luces de la ventana grande se prendieron y hacían sonidos como de latas o fierros, no lo sé bien, sonó el teléfono, era el número oculto, no lo quisimos coger, hasta el teléfono daba miedo. Tomé valor y pensé en apagarlo porque su sonido en ese instante era insoportable, de pronto volvió a sonar, miramos la pantalla y era el familiar al que había llamado antes, lo agarré rápidamente y se me cayó de las manos, dejó de timbrar. «No, por favor», pensé… 72

Ficción Volvió a timbrar, contesté y para mi sorpresa era el familiar al que había llamado antes, «estoy abajo» dijo, se había quedado preocupado por lo que le conté y había decidido venir, ya que sabia que no podríamos irnos por eso de los trenes Bajamos de inmediato. Subimos a su coche sin mirar a otro lado. Mientras nos alejábamos volteé la cabeza y vi la gran ventana, mi cuerpo se estremeció. Nunca más volveríamos, pero la historia quedó allí. Una empresa se encargó de limpiar la casa y las llaves las enviamos por correo a la fudosan. El aviso nuevamente apareció en internet: «Se alquila casa de dos pisos a cuarenta mil yenes y a cinco minutos de la estación».▲


Pilar Medina

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Normas

NORMAS POR JOSÉ LUIS MIYASHIRO

¡Pepe, no sé que hacer con este chico! ¡No sé por qué me habrá salido así!

Este fue el inicio de una consulta que me realizaban y ahora se los estoy comentando. Pasada la sorpresa y la leve sonrisa que apareció en mi rostro por el enfoque tan particular desde el cual se iniciaba, en mi cabeza quedaron flotando reflexiones que me permito compartir. Es probable que en más de una ocasión a lo largo de nuestra historia como padres, las conductas de nuestros hijos nos hayan sobrepasado, agobiándonos y dejándonos además de exhaustos, frustrados sin saber qué hacer. Es bien sabido que vamos aprendiendo por ensayo y error esta hermosa labor de ir formando la vida de nuestros hijos. En este mismo escenario perdemos el control y actuamos desfogando esa molestia tan grande, en forma de castigo, ya sea este verbal, alguna veces, físico en otras o de ambas maneras. Y si bien la conducta no deseada dejara de producirse en ese momento, la experiencia demuestra que se deja de producir por miedo a la persona que emplea el castigo, y que como es lógico en ausencia de la personas que aplica el castigo, esa conducta vuelve a repetirse. Entonces la pregunta aquí sería cuando aplicamos el castigo, ¿qué buscamos? ¿Estamos enseñando o aunque no nos

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demos cuenta, estamos descargando todas esas emociones que no logramos manejar y como válvula de escape, toda esa presión interna se expresa en forma de castigo, entendiendo por tal los gritos, recriminaciones o los golpes? Inicié esta entrega diciendo que había un enfoque muy particular y lo es. Cuando digo: No sé porque me habrá salido así, estoy dejando de lado toda mi responsabilidad y asumo que la forma de comportarse de mi hijo es una cuestión de suerte, una forma de lotería en la cual unas veces me ira bien, tendré suerte y otras no. Y aquí viene mi reflexión, los niños no nos salen así, no es cuestión de suerte, es nuestra forma de ir guiándolos la que nos irán mostrando que tan bien lo vamos haciendo. Y es en ese sentido que las normas que ponemos son sumamente importantes. ¿Son importantes? ¡Si! Sin lugar a dudas. Establecer normas claras le dan a nuestros hijos esos marcos dentro de los cuales pueden manejarse con tranquilidad, por lo tanto, con más seguridad. ¿Esto quiere decir que debemos tener un cuartel militar en casa? ¡Claro que no! Normas claras significan, en mi modesto entender, qué está permitido y qué no. Y si hay una norma que no se cumple, traerá una consecuencia. Como en la vida misma.


José Luis Miyashiro

Mencionaba líneas anteriores los estilos con un niño de cinco años y otro de once, y para seguir con esos casos un ejemplo:

Hacerles saber que por haber cometido un error, nuestro amor no ha cambiado, no hemos dejado de quererlos La forma de aplicar estas normas, como escribí antes, no tienen, ni deben ser enfrentamientos a gritos, ni con rostros adustos. Y cuando las consecuencias se saben de antemano (pueden ser perdidas de privilegios, etc.), no son castigos irracionales que se me ocurren, sino que la responsabilidad esta justo donde debe de estar, y es en la persona que actuó mal y cometió un error. De acuerdo a la edad de nuestros hijos iremos modificando la forma, ya que como es lógico, no es igual la forma de aplicar las normas con un niño de cinco años que con uno de once. Las formas cambia, pero lo que debe estar siempre presente es el amor por nuestros hijos. Hacerles saber que por haber cometido un error, nuestro amor no ha cambiado, no hemos dejado de quererlos. Condicionar nuestro amor, es una opción que no debería estar presente en nuestra forma de educarlos. Que la conducta inadecuada es la que no nos gusta, pero ellos como personas siempre nos tendrán a su lado, que nuestro amor no está condicionado por si se portan bien o mal, pues todos, incluso nosotros podemos equivocarnos, y que lo mejor es darnos cuenta del error y enmendar. ¿Cómo hacer todo esto?

Con los niños de cinco años que no quieren guardar los juguetes y saben que deben hacerlo, trataremos de usar el juego como forma de lograr el cambio de esa conducta, es decir una pequeña competencia de quien lo hace más pronto, para así de esa manera ir creando el hábito. En los primero años el juego es la forma natural de acercarnos e ir haciendo esos cambios que deseamos. Con el de once obviamente no va a ser igual, pues a esta edad también ya empiezan los cambio físicos y psicológicos, pero podemos darles a escoger en que momento hacerlo, y recordarles los términos de las normas. Por ejemplo decirles algo así como: «Pepito tu cuarto está con la ropa tirada, lo puedes hacer ahorita o antes de comer, o sea dentro de 30 minutos, pero recuerda que no hacerlo traerá como consecuencia la pérdida de… Tú eliges». En ambos casos hay normas que se cumplen, pero más allá de las normas, estamos educándolos, entrenándolos para el mundo real, para la vida. Para que paso a paso vayan avanzando y aprendiendo a tomar decisiones, creando buenos hábitos y que llegado el momento puedan valerse de forma independiente. Hasta aquí la reflexión. Gracias por llegar hasta aquí y agradecer las consultas, me ayudan a darme una idea sobre que tema tratar. ¡Hasta la próxima!▲

Sobre el autor: Psicólogo peruano. Trabajador migrante en Japón. Autor del blog colectivo Japón Latino y director de Miyashiro Producciones.

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Revista virtual | Edición trimestral | Año II

Smart Illumination ©Oscar ©OscarLoo Loo

Número 8 | Abril - Junio 2015 | Japón


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