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ARTÍCULO
La Anunciación (Rogier Van der Weyden, 1399-1464).
NACIMIENTO E INFANCIA DEL NIÑO JESÚS
(TOMADO DE LOS EVANGELIOS DE SAN LUCAS Y DE SAN MATEO, DE LA BIBLIA TRADUCIDA POR STRAUBINGER, SACERDOTE ALEMÁN, 1883-1956).
ISABEL Y ZACARÍAS Hubo en tiempo de Herodes, rey de Judea, un sacerdote llamado Zacarías, de la clase de Abía. Su mujer, que descendía de Aarón, se llamaba Isabel. Ambos eran justos delante de Dios, siguiendo todos los mandamientos y preceptos del Señor de manera piadosa. Mas no tenían hijos, porque Isabel era estéril, y ambos eran de edad avanzada.
Un día que Zacarías estaba de turno al servicio delante de Dios, fue designado, según la usanza sacerdotal, para entrar en el Santuario del Señor y ofrecer el incienso. Y toda la multitud del pueblo estaba en oración afuera.
Era la hora del incienso. Se le apareció entonces un ángel del Señor, de pie, a la derecha del altar de los perfumes. Al verle, Zacarías se turbó, y lo invadió el temor. Pero el ángel le dijo: “No temas, Zacarías, pues tu súplica ha sido escuchada: Isabel, tu mujer, te dará un hijo, al que pondrás por nombre Juan. Te traerá gozo y alegría y muchos se regocijarán con su nacimiento. Porque será grande delante del Señor; nunca beberá vino ni bebida embriagante, y será colmado del Espíritu Santo ya desde el seno de su madre, y convertirá a muchos de los hijos de Israel al Señor su Dios. Caminará delante de Él con el espíritu y el poder de Elías, para convertir los corazones de los padres hacia los hijos, y los rebeldes a la sabiduría de los justos, y preparar al Señor un pueblo bien dispuesto”.
Zacarías dijo al ángel: “¿En qué conoceré esto? Porque yo soy viejo, y mi mujer ha pasado los días”. El ángel le respondió: “Yo soy Gabriel, el que asisto a la vista de Dios; y he sido enviado para hablarte y traer esta feliz nueva. He aquí que quedarás mudo, sin poder hablar hasta el día en que esto suceda, porque no creíste a mis palabras, que se cumplirán a su tiempo”.
El pueblo estaba esperando a Zacarías, y se extrañaba de que tardase en el santuario. Cuando salió por fin, no podía hablarles, y comprendieron que había tenido alguna visión en el santuario. Les hacía señas con la cabeza y permaneció sin decir palabra. Y cuando se cumplió el tiempo de su ministerio, se volvió a su casa.
Después de aquel tiempo, Isabel, su mujer, concibió, y se mantuvo escondida durante cinco meses, diciendo: “He ahí lo que el Señor ha hecho por mí, en los días en que me ha mirado para quitar mi oprobio entre los hombres”.
LA ANUNCIACIÓN Al sexto mes, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen prometida en matrimonio a un varón, de nombre José, de la casa de David. El nombre de la virgen era María. Y entrado donde ella estaba, le dijo: “Salve, llena de gracia; el Señor es contigo”.
Al oír estas palabras, se turbó, y se preguntaba qué podría significar este saludo. Mas el ángel le dijo: “No temas, María, porque has hallado gracia cerca de Dios. He aquí que vas a concebir en tu seno, y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado el Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, y reinará sobre la casa de Jacob por los siglos, y su reinado no tendrá fin. Entonces María dijo al ángel: “¿Cómo será eso, pues no conozco varón?” El ángel le respondió: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá; por eso el santo Ser que nacerá será llamado Hijo de Dios”.
“Y he aquí que tu parienta Isabel, en su vejez también ha concebido un hijo, y está en su sexto mes la que era llamada estéril; porque no hay nada imposible para Dios”.
Entonces María dijo: “He aquí la esclava del Señor: hágase según tu palabra”. Y el ángel la dejó.
VISITA DE MARÍA A ISABEL En aquellos días, María se levantó y fue apresuradamente a la montaña, a una ciudad de Judá, y entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió cuando Isabel oyó el saludo de María, que el niño dio saltos en su seno e Isabel quedó llena del Espíritu Santo.
Y exclamó: “¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu seno! ¿Y de dónde me viene, que la madre de mi Señor venga a mí? Pues, desde el mismo instante en que tu saludo sonó en mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno. Dichosa porque has creído, porque tendrá cumplimiento lo que se te dijo de parte del Señor”.
Y María dijo: “Glorifica mi alma al Señor, y mi espíritu se goza en Dios mi Salvador, porque ha mirado la pequeñez de su esclava. Y he aquí que desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque en mí obró grandezas el Poderoso. Santo es su nombre, y su misericordia va de generación en generación. Desplegó el poder de su brazo; dispersó a los que se engrieron en los pensamientos de su corazón. Bajó del trono a los poderosos y levantó a los pequeños; llenó de bienes a los hambrientos, y a los ricos despidió vacíos. Acogió a Israel su siervo, recordando la misericordia, conforme lo dijera a nuestros padres en favor de Abraham y su posteridad para siempre”. Y se quedó María con Isabel como tres meses, y después se volvió a su casa.
NACIMIENTO DE JUAN A Isabel le llegó el tiempo de su alumbramiento y dio a luz un hijo. Al oír los vecinos y los parientes la gran misericordia que con ella había tenido el Señor, se regocijaron con ella. Y al octavo día vinieron para circuncidar al niño, y querían darle el nombre de su padre: Zacarías.
Entonces la madre dijo: “No, su nombre ha de ser Juan”. Le dijeron: “Pero nadie hay en tu parentela que lleve ese nombre”. Preguntaron, pues, por señas, al padre cómo quería que se llamase. Él pidió una tablilla y escribió: “Juan es su nombre”. Y todos quedaron admirados. Y al punto le soltó la boca y lengua, y se puso a hablar y a bendecir a Dios.
Y sobrecogió el temor a todos sus vecinos, y en toda la montaña de Judea se hablaba de todas estas cosas, y todos los que las oían las grababan en sus corazones, diciendo: “¿Qué será este niño?”, pues la mano del Señor estaba con él.
Y Zacarías profetizó así: “Bendito sea el Señor, el Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo, al suscitarnos un poderoso Salvador en la casa de David, su siervo, como lo había anunciado por boca de sus santos profetas; un Salvador para librarnos de nuestros enemigos y de las manos de todos los que nos aborrecen”.
“Y tú, pequeñuelo, serás llamado profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor para preparar sus caminos, para dar a su pueblo el conocimiento de la salvación gracias a la misericordia de nuestro Dios”.
El niño crecía y se fortalecía en espíritu, y habitó en los desiertos hasta el día de darse a conocer a Israel.
El pintor belga Frans Francken plasmó su idea de la visitación de la Virgen María a Isabel en esta obra.
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