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¿Vivimos en un sistema capitalista?

Este sistema de economía política tan vilipendiado por todos los enemigos de la libertad humana... bien podría no ser, en realidad, el que estamos viviendo hoy.

Juan José Toral

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Mi intención con este artículo es invitar a la reflexión al lector sobre si de verdad vivimos bajo un sistema económico capitalista. Para empezar, necesitaremos una definición clara de qué es capitalismo. Para ello recurriremos a la definición de la filósofa Elaine Sternberg: «El capitalismo es un sistema económico caracterizado por la propiedad privada integral, la fijación de precios en el mercado libre y la ausencia de coerción».

Esta definición está en concordancia con la que el profesor Huerta de Soto da de socialismo y que podríamos aceptar por oposición: "socialismo es toda coacción o agresión sistemática e institucional que restringe el libre ejercicio de la función empresarial en una determinada área social y que es ejercida por un órgano director que se encarga de las necesarias tareas de coordinación social en esa área".

Deducimos de ambas definiciones que en todos aquellos territorios donde no hubiera un gobierno de libre adscripción y voluntario, en puridad, no podría haber verdadero capitalismo. No obstante, pese a estar completamente de acuerdo con ambas definiciones, veamos someramente el grado de capitalis- mo o socialismo en el que vivimos atendiendo a la intervención coactiva que el Estado ejerce sobre nosotros.

La intervención consiste en el uso de la fuerza física o la amenaza del uso de la fuerza física dentro de la sociedad: significa cambiar las acciones voluntarias que se dan en el mercado por la coacción. Murray N. Rothbard, distinguió en una de sus obras magnas, «El hombre, la economía y el estado», tres tipos de injerencias a la libre función empresarial por parte del Estado:

• Intervención autística

• Intervención binaria

• Intervención triangular

La intervención autística sería aquella en la que el agresor ordena a la persona a comportarse de una determinada manera o acatar algún tipo de mandato que le atañe solamente a él.

En la intervención binaria, el Estado obligaría a un intercambio entre él mismo y otra persona.

En la intervención triangular el Estado regula, limita, impide u obliga una determinada acción entre dos personas físicas o jurídicas distintas del propio Estado.

Por motivos de espacio nos centraremos en el segundo y el tercer tipo de intervención. Si consideráramos necesaria la existencia de un Estado monopolizador de la violencia para garantizar la cooperación social dentro del marco regulatorio que éste imponga y la existencia de los llamados bienes públicos (bienes que no se producirían o se infraproducirían en ausencia de un Estado), vemos que las funciones que desarrolla el leviatán distan mucho de limitarse a éstas.

Atendiendo a la intervención binaria, vemos que, en España, con partidos de distintas ideologías, la presión fiscal (total de impuestos que recauda el sector público de un país respecto al PIB) no ha dejado de aumentar. De hecho, este aumento ha sido de más del doble desde que comenzó la democracia. Por lo tanto, ¿existe propiedad privada? Pues completa, no. Existe en algún grado, pero el Estado tiene la potestad de influir sobre ella en cualquier momento gracias a su poder hegemónico.

El Estado se encarga de distribuir, ayudar y subvencionar, con el dinero que se nos ha arrebatado previamente, a empresas (como bancos y cajas), castigando de esta manera las escalas de utilidad de los individuos, zombificando la economía y castigando a aquellas áreas empresariales que quedan relativamente perjudicadas al quedar desatendidas y sin recursos artificiales.

Además, son cada vez más las barreras que el Estado pone al libre co- mercio entre dos o más personas (intervención triangular) en forma de precios máximos, precios mínimos, montañas de regulaciones particulares a distintos sectores, mercados laborales hiperregulados y un largo etcétera.

En definitiva, queda poco espacio para el libre ejercicio de la función empresarial, la propiedad privada integral, la ausencia de coerción y el intercambio de bienes y servicios que da lugar a los precios de mercado. Por lo tanto, mi conclusión, ateniéndome a las definiciones antedichas, es que el capitalismo en el que vivimos es como ese pequeño resquicio en la puerta que deja entrar la luz. Un capitalismo de un tamaño inversamente proporcional a la superioridad moral que se arrogan aquellos que lo critican, siendo completamente desconocedores del proceso coordinador que supone el mercado.

Si bien es cierto que el ser humano, en su afán de crecimiento y búsqueda de la mejora constante, aprovecha ese pequeño resquicio de propiedad privada para intentar conseguir el mayor beneficio económico y psíquico posible. Esto solo se consigue a través de la innovación, la competitividad, la mejora de los medios de producción, el ahorro de capital y la buena inversión de éste en bienes de capital que impulsa con fuerza a la sociedad. Este impulso se consigue a pesar de las trabas que se imponen desde el órgano director. Esperemos que ese resquicio de capitalismo y mercado se abra cada vez más para que más y más gente pueda salir de la pobreza y mejorar sus niveles de vida. Esperemos también que nunca se cierre porque, de ser así, la sociedad quedaría condenada.

A Frank HH.

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