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¿Qué les ha pasado a los conservadores?

Una parte de los conservadores de hoy ya no cree en la democracia liberal y se ha hibridado con los ultras para echarse al monte contra el liberalismo como marco.

Carlos de Mateo

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La nueva derecha surge cuando la derecha normal sufre un profundo desengaño y pierde la esperanza de cambiar las cosas desde dentro de la democracia liberal. Escucha entonces los cantos de sirena, siempre presentes, de la pequeña pero muy articulada ultraderecha extra-institucional. Y además, esta vez ya no percibe esa posible alianza como un lastre, porque bien podría facilitar recursos económicos exteriores, posiblemente procedentes del Este. Así, por vez primera desde la Segunda Guerra Mundial, un amplio sector de los conservadores se decide a “echarse al monte” rebasando las líneas rojas y rompiendo las reglas no escritas que les habían mantenido dentro del marco democrático y habían imposibilitado esa hibridación con los ultras. Sabe la derecha normal que esto es volver a las andadas, que es incurrir, como hace un siglo, en una alianza nefasta que salió como salió. Pero ya no le importa, pesa más su impaciencia ante el rumbo del mundo y su sensación de impotencia por no poder cambiarlo desde la política normal. Ahora todo vale. Si hay que ir de la mano de los ultras, se va. La mezcla resultante dista de ser homogénea y no está exenta de tensiones entre las dos almas —la conservadora y la postfascista— ni entre las dos grandes motivaciones —la nacionalista y la moralista—, pero los conservadores, perdida ya la paciencia, prefieren ahora esa alianza, por imperfecta y arriesgada que sea, a seguir viendo cómo, a su juicio, se desmorona todo.

Algunos factores que pueden haber incidido de diversas maneras en el desengaño conservador respecto al rumbo de la sociedad occidental en este primer cuarto del siglo XXI, habrían sido el 11-S y sus consecuencias, la generalización del matrimonio homosexual como punto de no retorno en materia cultural y moral, la crisis de las subprimes y la recesión resultante, la sustitución de la izquierda convencional por la woke, la intensificación de los flujos migratorios o, cómo no, el fuerte impulso estratégico y económico de actores externos como el régimen ruso. Además, esta nueva derecha encuentra una enorme base social inédita, derivada de la insatisfacción popular por los incumplimientos de la socialdemocracia generalizada y transpartita. Se une esa nueva base social a la convencional en la derecha, asustada ahora por la rápida aceleración o profundización de la autonomía personal por encima de las consideraciones de índole moral o religiosa que le son más cercanas y que considera amenazadas. De ese doble caldo de cultivo surge el nacional-populismo de hoy, en un proceso muy similar al que alumbró poco antes a la nueva izquierda radicalizada europea y norteamericana, que se asemeja más al chavismo latinoamericano que a sus propias etapas anteriores. Cabe preguntarse seriamente cómo ha podido pasar todo esto, qué les ha pasado a los conservadores. Es reconfortante que algunos conservadores tan duros como José María Aznar hayan dicho reiteradamente que no hay que cogobernar con Vox —Aznar incluso ha tachado a ese partido, con razón, de “fanático”—, y que el conservadurismo debe mantenerse dentro del marco de- mocrático estándar. Y es legítimo, incluso desde posiciones no conservadoras, como la liberal, lamentar lo que les está sucediendo a muchos conservadores porque, con su radicalización, prácticamente se ha perdido una de las opciones normales de la democracia liberal, con la que a veces eran posibles acuerdos, por ejemplo en economía.

Todos percibíamos a los conservadores como gente de orden, cortés en las formas, respetuosa de la ley y de los demás actores políticos e ideológicos, y propensa a abordar los conflictos y las disensiones de forma civilizada. Así fue Benjamin Disraeli, luego Winston Churchill y después Margaret Thatcher o Ronald Reagan. Por desgracia, esta nueva derecha radicalizada rompe con esa tradición. Churchill estaba en guerra con el fascismo, pero esta nueva derecha flirtea con él descaradamente. A Thatcher la llamaron Dama de Hierro por su lucha contra los sindicatos, pero esta nueva derecha funda sindicatos. Tanto Thatcher como Reagan estaban totalmente en contra de la ingeniería social o cultural por parte del Estado, pero esta nueva derecha está obsesionada con remodelar la sociedad para que cumpla sus estándares tradicionalistas. Reagan fue un defensor firme de los inmigrantes, hasta el punto de impulsar la regulariza- ción de todos los ilegales, pero esta nueva derecha los desprecia, deshumaniza y demoniza para unir a sus huestes en torno al odio hacia estas personas tan desdichadas. Thatcher y Reagan fueron cien por cien partidarios del libre comercio y de la libertad económica, pero esta nueva derecha es proteccionista, intervencionista y proclive a subordinar la libertad de mercado a sus obsoletas pretensiones de autarquía y a su obsesión por la soberanía nacional.

En su libro The Rise of Post-Modern Conservatism, Matthew McManus expone cómo muchos conservadores actuales se han convertido en otra cosa a través de “su descenso a una política identitaria propia, que pretende reafirmar la autoridad de ciertos grupos que antaño tuvieron poder. Lejos de limitarse a conservar los logros del liberalismo, quieren hacer retroceder el reloj a una era preliberal en la que el Estado tomaba sin vacilar medidas punitivas contra los desviados sexuales, los disidentes intelectuales y los herejes”, escribe.

Esta evolución, por supuesto, separa a estos conservadores de hoy, amalgamados con los ultras en la nueva derecha, de cualquier conexión o colaboración que sus antecesores, los verdaderos conservadores, hubieran mantenido en el pasado con los liberales. Y ante ese hecho los liberales hemos de decir que ya basta, que hasta aquí hemos llegado. Y no tendremos que esforzarnos mucho porque ellos mismos se alejan de nosotros como de la peste, y muchos de ellos utilizan ahora insistentemente el término "post-liberal" para describir el mundo que desean, diciéndonos a las claras que en él no hay espacio para lo liberal, que en ese mundo no cabemos y nuestras ideas serán eliminadas.

Gran parte de lo que les ha pasado a los conservadores es que se ha exacerbado su sentimiento identitario. Una parte de ellos se siente genuinamente ofendida porque percibe que toda su identidad social, con sus valores, su fe, su relato histórico nacional, su folclore y su forma de ser, no merece ya el reconocimiento mayoritario del conjunto de la sociedad, que en otros tiempos sí tuvo. A los conservadores, entonces, lo que les ha pasado es... el tiempo, la Historia, la vida. Se han quedado atrás, obsoletos. Y se echan en brazos de cualquiera, fascistas incluidos, para recuperarse.

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