EDICIÓN DE SEPTIEMBRE 2016

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SEPTIEMBRE 2016

TALABARTERO, artesanía histórica CARRERAS A LA CHILENA, una tradición sin tiempo DOMADURA GAUCHA, mixtura de tradiciones COPIHUE, flor nacional



TALABARTERO, artesanía histórica En el sector de Cárcamo, en la IV región, un estrecho valle que aprieta al río Illapel, se ve enmarcado por montañas con texturas que mutan de acuerdo a la posición del Sol...

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CARRERAS A LA CHILENA Cuando llegamos hay una especie de relajo en el ambiente, todo se mueve a un ritmo distinto, el Sol alarga más lento las sombras en los cactus…...

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DOMADURA GAUCHA en CHILE Los países siempre guardan celosamente sus tradiciones para hacerlas, en la medida de lo posible, marcadamente propias, sin embargo en nuestra geografía tan extensa...

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COPIHUE, flor nacional ientras los bosques nativos chilenos otorgan eternas sombras al suelo y sus altas copas buscan la luz del sol, abajo en la oscura y fresca biomasa ...




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n el sector de Cárcamo, en la IV región, un estrecho valle que aprieta al río Illapel, se ve enmarcado por montañas con texturas que mutan de acuerdo a la posición del Sol, hacia el sur las cactáceas se encumbran al cielo para absorber la energía eterna del astro, mientras que en las laderas norte sólo arbustos duros de baja altura se esparcen entre piedras heladas que únicamente en verano reciben su dosis de calor merecido y esperado. Hay un aroma exquisito de pureza mezclado con frío aire cordillerano cuando llegamos hasta un pequeño villorrio por un camino de tierra en relativa buenas condiciones, son apartadas zonas precordilleranas casi desconocidas para quienes viven en las urbes más grandes. Dejamos atrás el artificial paisaje creado por el embalse el Bato, para encontrarnos con Don Gilberto Araya Nuñes, un personaje de aquellos que incluso dan identidad a los lugares como generador por naturaleza de patrimonio inmaterial, él tiene una pasión que como oficio es más bien un arte de excelencia… es Talabartero. En una pincelada histórica podríamos decir que la Talabartería es un arte tan añoso y tan antiguo que es difícil establecer sus orígenes, tanto en una línea de tiempo como en un lugar geográfico específico, vale decir que prácticamente la talabartería o aprovechamiento de los subproductos animales como el cuero en este caso, existe desde que los prehomínidos cohabitaron con animales de caza, que eran el sustento que proveía 12



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de proteínas vitales para el proceso evolutivo que los esperaba y cuando aún ni siquiera comenzaban el estado de asentamiento y domesticación de algunas especies. Por ello animales como mastodontes, mamuts o cualquier otra paleofauna que haya existido y cohabitado con ellos los abastecía no sólo de alimento sino que de materias primas tanto como para construir refugios o herramientas, contenedores para transportar alimentos y especialmente proveer abrigo. Es decir que huesos, grasas, cueros, marfil o astas y carne, todo era útil y nada se desperdiciaba. Claro está que la Talabartería como una expresión de arte no era una prioridad, fue probablemente algo más tardío en aparecer, en convertirse de una aplicación utilitaria a una tendencia estética decorativa, de todos modos es casi imposible dilucidar esa afirmación, la biodegradación por el origen orgánico del cuero no permite que perduraran vestigios hasta nuestros días que evidencien el uso o manejo artístico de esta materia prima más allá de ser un utensilio practico. Regresando al presente, en nuestros campos la historia no fue ni es muy distinta, en los otrora prístinos paisajes que los pueblos originarios de Chile poblaron, el uso del cuero era tan vital para el diario quehacer de los grupos sociales asentados en casi todo el territorio nacional, que no sería extraño imaginar que posterior a la curtiembre, trabajaran el cuero con cierta estética. En el borde costero de sur a norte los pueblos primigenios usaron cuero de lobo marino para hacer embarcaciones individuales para la pesca, o para 18

abrigo. Son muchos los ejemplos, pero evidentemente y posterior a la conquista española y ya entrada la colonia los campesinos trabajaban el cuero para las indumentarias o herramientas para los caballos. Esta necesidad, también era una forma de lucir mejor tanto la montura de los caballos como incluso los accesorios que un huaso o un gaucho utiliza en sus labores diarias con el ganado. En esta vorágine creativa y tan antigua como vimos, conversamos con Don Gilberto, él nos transporta con sus historias y su pasión, a un mundo lleno de protagonismo patrimonial incalculable. A sus 52 años ha dedicado casi toda su vida a este arte-oficio de la Talabartería… “la talabartería se ha ido perdiendo un poco, por la tecnología del mundo moderno, ahora ya no los mismos arrieros los huasos que eran de a caballo, hoy andan casi la mayoría en camionetas, entonces son muy pocos los que usan apero…” “pero como yo sé mis técnicas, en estos momento la estoy traspasando a la talabartería artística… dándole vida a través de la artesanía…” Entre tijeras, hilos, martillos, punzones, agujas para saco y un sin fin de herramientas Don Gilberto trabaja creando utensilios que hoy pueden y son más decorativos que rememoran otros tiempos remotos en que eran infaltables para el hombre de campo en las trillas o encuentros criollos campesinos que son objetos antiguos históricos que ya no se usan como Rebenques, Yugos, látigos, costales, Yoles, boleadoras… pero que son


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parte de la historia y el patrimonio para entender qué eran y para qué se usaban y como jugaban un rol importante como fuente de trabajo para mucha gente en todos los campos del país. Recurriendo a las antiguas técnicas, trabaja con los cueros de vacuno para los trensados grandes, cordero, oveja y cabrito para sacar Tientos (cordones para costuras) “Me gusta el campo lo llevo en el corazón, pero me gusta completo con todo lo que corresponde a su historia, a su trabajo, su modo de vivir, al tiempo pasado, con su música, su folclor, con los animales…” “Lo que hago tiene que reaparecer como algo histórico”… con estas palabras nos da un buen ejemplo de lo que es valorar el patrimonio que nos rodea, hay mucho más, muchísimo… dejamos a Don Gilberto mientras se sienta en una silla con una vista hermosa del entorno, acompañado de una pieza de cuero que cose con afán mientras el río Illapel canta en el fondo del valle su canción eterna, el Sol ya hace cosquillas a las siluetas de los cactus del copao que se dibujan en el horizonte. Es un regalo, saber que algunas personas se baten entre la soledad de los poblados precordilleranos por mantener su legado histórico y la sobrevivencia diaria, y aún así privilegian el valor de lo que la vida les enseñó a hacer y que es una misión compartirla con las futuras generaciones. Revista BIOMA 2016


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uando llegamos hay una especie de relajo en el ambiente, todo se mueve a un ritmo distinto, el Sol alarga más lento las sombras en los cactus… en tanto los asistentes que ya han llegado hablan un lenguaje que en ocasiones, y a decir verdad… no se entiende, por que es el acento y los modismos de la gente de campo, pero estas expresiones son clave para generar poco a poco ese clima que por un lado consiste en un negocio serio donde hay apuestas y que son el eje de esta actividad ecuestre y por otro lado se trata de una fiesta, donde llegan familias completas con niños que también ya hablan ese lenguaje y entienden la rudeza de este mundo accionado por las tradiciones y costumbres arraigadas entre nosotros. Pero mientras esto sucede, nos enteramos que este encuentro también tiene un carácter social, puesto que nos comentan que se trata de una beneficencia para reunir fondos para la junta de vecinos, por ello antes que los dos primeros caballos arranquen, en una cocina improvisada donde los braseros se hacen pocos y las ollas son más grandes, las señoras a cargo nos ofrecen cazuela o carne con ensalada a la chilena, además preparan en las orillas de las orillas de las parrillas chorizos para vender los tan suculentos “choripanes”, así mismo tres niñas llegan con cajas con sopaipillas y empanadas dulces, cabe

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comentar que al parecer en este valle del Choapa debe ser el único en Chile donde se comen las empanadas de pino con azúcar. Y por cierto no podía faltar cerveza… mucha cerveza. Todo un abanico de sabores para degustar toda la tarde si es necesario. Cuando volvemos a la pista, la carrera aun no comienza, en el fondo los caballos parecen listos, pero algo sucede, rumores van y vienen, como que el jinete no se atreve a correr con el caballo que le cedieron… aquí no hay pruebas previas ni ensayos, el animal no conoce necesariamente a su guía, todos son caballos rápidos… bueno no tanto… como nos aclara un huaso con su chupalla ya medio caída por la media docena de cervezas ingeridas, “Aquí en estos valles casi todos (Caballos) son catorceros” nos cuenta entre sus ademanes y gestos que parecen desorientarlo y que lo más seguro es que mañana no recuerde que habló con nosotros. Pero ¿A qué se refiere? preguntamos después al “mirón” que es el encargado de ver en la línea de llegada quién es el ganador. Y nos explica que un caballo “catorcero” es el que alcanza su velocidad máxima, es decir que puede correr hasta 14 segundos en una pista de 200 metros y no más. Pero naturalmente hay otros mucho más rápidos, nos aclara… “En otros lados hay algunos que hacen 12, 11 incluso 10 segundos… pero esos

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ya son otra cosa” continua “Aquí no los exigimos, hacemos apuestas sabiendo que son todos más o menos iguales pa’ correr… yeguas o machos… da’ lo mismo” Volvemos la mirada al fondo de la pista y ya parecen estar listos, aun hay entusiasmo pero nada comparado a como decíamos… los 14 segundos aproximados… que dura la carrera, por que en ese lapso se encienden las pasiones y la adrenalina fluye como el viento entre cada unos de los asistentes, hasta nosotros –sin apostar- sentimos la emoción de una carrera que dura tan sólo unos segundos. Vemos como un hombre baja el brazo y los caballos con sus jinetes arremeten en lo que parece un aceleración instantánea de cero cien como los autos de carrera. A la distancia parecen cohetes que avanzan a toda velocidad a ras del suelo, la pista dividida nada más que por un largo cordel tensado por palos distanciados cada xxx metros uno del otro mantienen a los competidores en sus pistas, a cada lado la gente se agolpa a las orillas para gritar garabatos o agudos silbidos de aliento para incrementar la fuerza de arranque del equino y su jinete. La polvareda se levanta vertiginosamente tras ellos, algunos ya alzan las manos en señal del inminente triunfo, todo se devela en segundos, al pasar frente a nosotros los rostros de los corredores parecen congelados en una especie de burbuja espacio-

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temporal… y la cámara lo capta a 2000 milésimas de segundo. La tarde se enfría con el viento y el jinete ganador entre aplausos y bulla recibe el 20 % de las ganancias producto de las apuestas, el dueño del animal se lleva la mejor parte de la torta. Inmediatamente se comienza a discutir la segunda carrera del día, la verdad es que ha estado lento el proceso, pero las esperas se hacen llevaderas conversando con la variopinta gama de personas que asisten de casi todos los alrededores de estos recónditos valles semiáridos. La siguiente carrera se acuerda que se realizará sólo en 150 metros, esta vez corre una yegua contra un macho, preguntamos si eso es imparcial pero no, da igual… comienzan las apuestas algunos dan $5.000 otros dan $20.000 o más, quien recibe los montos anota en una hoja de cuaderno los nombres y las cantidades, quien gane recibe el doble de lo apostado… Las cervezas parecen no acabar, de fondo se oye música ranchera, “no cueca” como podría pensar cualquiera, para ser sinceros habían huasos pero no habían cuecas, la ranchera es una expresión musical que llego para quedarse entre las costumbres chilenas, aun no determinamos si en todo Chile rural es igual, pero no nos cabe duda que es de gusto generalizado. Y parten… la yegua corre con ventaja a mitad de la pista, pero en segundos el macho la alcanza y parece un empate… las manos se agitan como si ese efecto


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causara más velocidad, de cada rincón alrededor de la larga pista hombres y mujeres descargan sus energías en lo que parece un éxtasis colectivo que excita generando una explosión de adrenalina que al parecer los caballos perciben. Luego todos van apresurados al medio de la pista para debatir quien es el ganador… “macho, macho” gritan y aplauden quienes pusieron su dinero al animal de pelaje oscuro… se levanta una polvareda y comienzan abrazos y apretones de mano, el “mirón” da su veredicto… incluso nos preguntan a nosotros para ver el “fallo fotográfico” y sí, el macho es quien se lleva el premio, ¿Qué pudo ser? Tal vez el jinete no era el adecuado para la yegua, no hay forma de saberlo. “Dale el 20 al jinete” dicen… “Y unas lucas pa’ cerveza” dice un entusiasta que se alza entre la pequeña multitud. Las botellas vacías se amontonar bajo un espino, los billetes toman de nuevo protagonismo y la mecánica de la carrera comienza a moverse otra vez, en un acto repetitivo pero que no es igual al anterior, “tubo guena la carrera, la pelió la yegua” comentan los que no se habían atrevido a apostar sienten esa tentación y alzan sus manos con un dinero para que el recaudador los vea. De eso se trata, cada evento finalmente genera sustanciales ganancias para todos, la junta de vecinos ha vendido tanto que las señoras se apresuran en tener más comida para vender y los apostadores sonrientes guardan en sus bolsillos el papel moneda que cuando llegaron no tenían. 50

Esta agitación parece encender más los ánimos y… da más sed y la fiesta toma carácter de alargue. Apuestas y cerveza… amigos y compadres del campo… chupallas y empanadas dulces… caballos y huasos de tomo y lomo… una hermosa escena de nuestras raíces, ciertamente no se trata de un mega evento, aquí no hay auspiciadores ni Jeques árabes que apuestan millones pero es sencillo ejemplo más de algo que forma parte de nosotros como cultura. Hay muchas actividades del patrimonio inmaterial de Chile y del imaginario nacional que están en pleno retroceso y casi al borde de desaparecer, pero las carreras a la chilena distan mucho de eso, tienen tanta vitalidad que quienes participan parecen caer en un estado exultante cuando se anuncia una partida y ven como la vertiginosa velocidad de los caballos alcanza su magnitud. Es el poder gregario de una tradición que encanta y atrae a sus seguidores y amantes de estos magníficos animales, que después de siglos de convivencia ya son una extensión vital del ser humano. Ya sea que corran 100, 150 o los 200 metros, la potente pasión de esta actividad no terminará mientras existan los caballos y mientras existan jinetes para correrlos Revista BIOMA 2016


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os países siempre guardan celosamente sus tradiciones para hacerlas, en la medida de lo posible, marcadamente propias, sin embargo en nuestra geografía tan extensa nos encontramos hacia al sur de Chile con muestras costumbristas que la disfrutan tanto chilenos como argentinos en un solo lugar, se trata de un feedback cultural que enriquece a las personas que lo presencian. En la comuna de Melipeuco, nos encontramos con una fiesta costumbrista de este tipo que mezclaba las expresiones tradicionales de las zonas sur de cada país, por ello cientos de personas se agolparon para presenciar lo mejor de cada uno. Gauchos y Huasos en una misma medialuna, el aroma de los asados al palo y el humo de las brasas ardientes que los cocinaban se confundían con el polvo de la tierra tan fino como el talco. Caminamos entre las graderías, los corrales y el tumulto de personas buscando imágenes y dimos con la domadura de caballos, una competencia en la que participan tanto jinetes argentinos como chilenos, quisimos enfocar nuestra atención en esta actividad, que si bien no es una costumbre nuestra, si nos enseña sobre








otras, como se hacen, cuales son sus hábitos y formas de vestir entre otras acciones, lo que nos permite aprender y entender sobre las propias. Todo comienza con una gran pista donde hay dos palos que, en este caso, están pintados con los colores patrios, celeste con blanco uno y el otro con nuestros colores, en estos los gauchos atan a los caballos lo más cerca del palo posible para evitar que este se agite y escape dando patadas a diestra y siniestra, en tanto vemos como los gauchos se preparan para montarlo tras una serie de arreglos en sus ropajes, doblan sus botas hasta el pie para un mejor agarre, se colocan espuelas largas con una estrella pequeña y más punzante, mojan con agua su entrepierna para conseguir mejor adherencia a las costillas del caballo. En eso otros participantes del mismo equipo sostienen al animal para que el jinete lo monte, una vez arriba entrelaza sus dedos con la crin de la tuza y unas delgadas correas de cuero son su único vínculo para sostenerse durante la dura prueba de resistencia, son sólo unos cuantos segundos que el jinete debe permanecer sobre el agitado equino. En tanto ubican a empujones al caballo para que tome la posición correcta para la salida. El capataz, como es llamado el encargado de dar el vamos a la domadura, levanta su fuste de cuero y da la partida, en ese segundo los




ayudantes sueltan al animal y comienza una agotadora batalla sin tregua, el gaucho lucha por mantenerse firme y equilibrado y el caballo corcovea, salta, se inclina y corre buscando la manera de botar a quien lo monta. Entre la tierra y el polvo que se levanta, en esos segundos que se vuelven eternos, el caballo consigue el movimiento preciso para arrojar de su lomo al jinete quien vuela como un muñeco por el aire en una peligrosa caída, que para ellos es un momento más en su deporte favorito el cual han practicado por generaciones en las pampas y campos de Argentina. Las costumbres y tradiciones de cada país nos enseñan sobre nosotros mismos, nuestras herencias y formas de expresar lo que sentimos o como queremos sentirnos, tiene que ver con quienes somos y hacia donde vamos. La tarde cae y las sombras se vuelven largas, pero la agitación aún no termina, luego vienen las premiaciones a los ganadores, una fiesta bailable y mil experiencias más. A la larga, somos los mismos, pero con distintos acentos y ropajes…, esa es la premisa que nos inspira a explorar nuestras raíces y nuestras expresiones mas arraigadas. Revista BIOMA 2016







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ientras los bosques nativos chilenos otorgan eternas sombras al suelo y sus altas copas buscan la luz del sol, abajo en la oscura y fresca biomasa algunas otras plantas intentan hacer lo mismo, para eso deben crecer trepando los troncos hasta dar con escasos, pero imprescindibles destellos de luz solar. En esta escena, hablamos del copihue (Lapageria rosea) nuestra flor nacional, endémica de nuestra estrecha franja de tierra, irónicamente ella debe su nombre científico a nada relacionado directamente con nuestro país, es más bien de origen francés, más exactamente a la esposa de, nada menos, Napoleón Bonaparte, madame Josephine Lapagerie. Esto fue en reconocimiento a sus aportes a la botánica y por la propagación de especies exóticas en el Malmaison garden en las cercanías de París. Pero a pesar de lo anterior esta planta trepadora es sólo nuestra, su hábitat comprende desde las tierras de Valparaíso hasta la Región del Maule, es una especie protegida por ley y la extracción en zonas donde sus brotes son naturales está prohibida, considerando que, además, mantiene una preocupante escasez de población en la región de Valparaíso viéndose amenazada también en la Región de O’Higgins.





Así también el copihue es cultivado artificialmente con fines ornamentales, generando con ello sustentabilidad a sus hermanas silvestres, el cultivo se hace extrayendo incluso la misma tierra donde se sembró la planta para evitar el trasplante con otros nutrientes que no sean los originales, la flor del copihue post cosecha dura sólo unos seis días, dejándola fuera de competencia en comparación con otras flores de tipo ornamental que duran hasta tres semanas. Durante la Colonia esta flor era usualmente utilizada para decorar fondas y ramadas para las fiestas rurales, era muy común, al menos en su variedad roja ya que las hay blancas y rosadas. Tanto que durante la guerra independista los soldados encontraban inspiración al ocultarse en los bosques plagados de esta intensa flor, reagrupándose ante esos maravillosos espectáculos de la flora chilena. Fue declarada flor nacional recién en febrero de 1977, antes de este acto no había ninguna asignación de la flora en los emblemas nacionales que hoy distinguen nuestros más queridos símbolos patrios. La flor nacional es visible casi frecuentemente en los bosques nativos de tipo valdiviano y siempre verdes del Maule, Bío Bío, Los Ríos y la Araucanía donde fueron captadas las fotografías, sin embargo es una especie que se





desarrolla en bajas alturas en relación con el nivel del mar, porque no tolera las fuertes heladas invernales ni menos las nevadas tan características de estas regiones. El copün, como también es conocida la flor nacional, es un arbusto ramoso trepador que puede fácilmente alcanzar hasta los diez metros de alto, sus hojas con forma de corazón (12 cm de largo) se alternan en las ramas delgadas de las cuales también pende la flor. El kopiwe, que en mapudungun significa “estar boca abajo”, puede medir hasta diez centímetros donde el color rojo intenso predomina, el que la destaca entre la tupida sombra de los bosques nativos, contiene seis tépalos que se intercalan entre sí y que parten desde el blanco pasando al rosado y luego al color rojo puro. Sus estambres miden casi siete centímetros de largo, con finísimos filamentos albos y el ovario de la Lapageria tiene una forma oblonga linear. Pero esta planta también tiene un fruto…, y es comestible…, se trata de una suerte de baya ovoide de color verde amarillento cuando está madura, de textura suave y que actualmente está siendo vista con otros ojos en la cocina gourmet, el fruto, que se dice posee un sabor dulce como el de la chirimoya, consiguiendo mezclar esta

baya con otras especias resultando un manjar de sabores intensos con poca azúcar. Bueno, la flor tampoco escapa de este exótico fin, sus pétalos son convertidos en pastas, mermeladas y/o pétalos a las finas hierbas, que según estudios de una prestigiosa Universidad en Chile, análisis moleculares de esta flor han demostrado la presencia de antioxidantes del mismo nivel que posee la murtilla. En fin, nuestro copihue es, además de ser un exquisito producto de la flora chilena con potencial decorativo, un platillo gourmet que está siendo explorado por quienes siempre buscan ir más allá en el descubrimiento de nuevos nichos económicos sustentables, mientras no se afecte a la población silvestre, su explotación semi industrial es permisible lejos de su hábitat natural.

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