EDICIÓN DE JULIO 2016

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JULIO 2016

RN EL MORADO RAMAL DEL CHOAPA, un viaje sin retorno SAN PEDRO DE ATACAMA, destino mundial EL PULSO DE LA NATURALEZA, mi amigo de Humboldt VIDA EN EL PAPEL, cachudito



MN EL MORADO, donde vive el cielo Chile es un país rico en ecosistemas que están muy cerca de nosotros, y a pesar de eso no conocemos sus secretos. Son contenedores de vida y piezas clave en el delicado equilibrio natural...

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RAMAL DEL CHOAPA, un viaje sin retorno​ A menos de una hora de viaje desde Los Vilos hacia el este, aparece un cordón montañoso que da inicio a la serpenteante cuesta de Cavilolén... SAN PEDRO DE ATACAMA, destino mundial​ El desierto de Atacama ciertamente tiene más vida de la que se ve, pero no hablamos de la flora o la fauna, las abismantes distancias pueden acortarse gracias a la constante presencia humana...

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PULSO DE LA NATURALEZA, Mi amigo de Humboldt En una inolvidable jornada de censo de ​ Pingüinos de Humboldt en el islote de Cachagua, Monumento Natural cautelado por Conaf, ubicado en la Región de Valparaíso, un sorprendente hallazgo distrajo mi atención...

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VIDA EN EL PAPEL, el cachudito Este amiguito de estilizado copetito, es ​ el Anairetes parolus, o más conocido como Cachudito o si gustan “torito” como alternativa de nombre vernáculo, este pequeñín pertenece al grupo de aves en Chile determinada como menores...


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DONDE VIVE EL CIELO 07


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hile es un país rico en ecosistemas que están muy cerca de nosotros, y a pesar de eso no conocemos sus secretos. Son contenedores de vida y piezas clave en el delicado equilibrio natural, además juegan un rol muy importante en el proceso de conservación de los paisajes biogeográficos para las futuras generaciones y el Monumento Natural El Morado es uno de ellos. En base a premisas como esta, nos trasladamos hasta San José de Maipo, la mañana nos recibe con mucho frío y garúa, de ahí tomamos rumbo hacia la localidad de Baños Morales (93 km. App. de la capital), un vergel aledaño al Morado decorado con álamos que se mecen al viento que se encajona entre las laderas del Volcán San José. El Morado fue creado en 1974, con tres mil nueve hectáreas es un importante reservorio para diversidad biológica en Chile, a no mucho andar se entiende perfectamente el porqué de eso. Dejando la oficina de administración de CONAF se debe ascender por un estrecho sendero decorado a cada lado por formaciones vegetales comunes de baja altura como el Soldadito rojo o Relicario (Tropaeolum tricolor), también y de la misma familia el Soldadito de la Cordillera (Tropaeolum polyphyllum) o Lirios de cordillera rosado (Alstroemeria umbrellata).

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Muchas de estas plantas crecen y son más numerosas en los meses de noviembre y marzo, por ende octubre no nos revela al ciento por ciento la belleza y valor escénico total del Morado. Sin embargo debemos consignar que son 280 especies de plantas de tipo vascular que existen aquí, de las cuales 45 sabemos que son raras en la flora chilena y 248 representan a las nativas y el resto se trata de ejemplares exóticos. Luego de ir en ascenso por un par de horas –muy agotadoras por cierto cuando se carga equipo- se abre ante nuestros ojos un verdadero e inmenso anfiteatro natural que confirma nuevamente la importancia de este monumento, claro está; por que en lo geológico se trata de uno de los pocos ejemplos del proceso de glaciación que se originó en el macizo andino central. Dato no menor a la hora de detenerse a admirar el imponente espectáculo. Más arriba, nos detenemos a contemplar la rica presencia de avifauna que juega a nuestro alrededor, casi como si fuera a las escondidas, por que se trata de pequeñas aves que van y vienen por todos lados, como el Cometocino de Gay (Phrygilus gayi) o su par familiar y luminosamente colorido el Cometocino del norte (Phrygilus atriceps) que ciertamente gusta de las cámaras por que posó en reiteradas ocasiones para nosotros.

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Con el Cerro El Mirador del Morado (5.060 m.s.n.m.*) como fondo lejano y con el estero Morales descendiendo a nuestra diestra, hacemos una pausa en un sector llamado Aguas Panimávidas un escenario que parece sacado de un exoplaneta donde la química y las aguas de origen nival han formado una verdadera paleta de colores ocres que al mezclarse con calcitas y yeso del lugar se diluyen, arrastrando oxido de hierro, todo para hacer alarde de mil tonalidades. Estas aguas afloran finalmente como una fuente permanente de aguas minerales de hierro y calcio. Más allá, a 2400 m.s.n.m. nos encontramos con un claro vestigio de los efectos del calentamiento global que ha causado un notorio y acelerado retroceso del Glaciar San Francisco, se trata de una laguna de agua dulce alimentada además por el deshielo y las nevadas anuales. La laguna Morales es un ambiente delicado que ha generado un micro hábitat de plantas acuáticas como el Potamogeton strictus entre otras especies. Se trata de una verdadera cuna para la vida y un espejo donde debemos mirar nuestro futuro como especie preocupada por su planeta.

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En este medio ambiente, donde parece que el cielo da una caricia y la montaña da un abrazo nos sentamos a los pies del glaciar en un acto de reverencia, una roca aloja una placa que recuerda a un alpinista perdido en esta zona y que dice: “En la montaña, somos libres”. Nos deja un importante mensaje que va más allá aun, debemos aprender a ser libres en la naturaleza y no convertirla en una victima de nuestro afán por destruir. De ahí que se debe conocer y reconocer el rol del MN El Morado como una capsula del tiempo que alberga esta biodiversidad tan maravillosa, así ha sido por millones de años… y debe seguir así. *m.s.n.m.: metros sobre el nivel del mar

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menos de una hora de viaje desde Los Vilos hacia el este, aparece un cordón montañoso que da inicio a la serpenteante cuesta de Cavilolén -que a más de alguien le ha cobrado un buen mareo-. Hoy todos aquellos que van en dirección a los valles interiores del Choapa toman esta ruta vehicular plagada de curvas, pero no siempre fue así… Hubo una época romántica, de la cual hoy sólo parece imaginable en blanco y negro o sepia… de eso quedan algunos vestigios materiales que son depredados u olvidados, y además de unos que otros bellos recuerdos de personas que tal vez -sin dimencionarlo- fueron afortunados testigos al haber tenido la oportunidad de realizar más de algún nostálgico viaje por el ramal del Choapa. Ni bien se está por llegar al borde costero de la comuna de Los Vilos cuando de norte a sur o viceversa, se aprecia una timida huella de la ruta ferrea costera que unía gran parte de las ciudades nortinas, sin embargo en la entrada hacia la cordillera, flanqueda por bajos cerros se aprecia en Valle del Pupio, por este valle hace su entrada el Ramal del Choapa, segundo tendido de línea ferrea, posterior a otro con el mismo nombre del cual hoy ya no quedan ningún rastro. Entre arbustos esclerófilos de baja altura la línea se entrega a un bello puente metálico que aún resiste los embates del aire salino del mar, no así sus durmientes que muchos ya se están entregando a la erosión natural del paisaje. 28


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Entre estas curvas que en ocasiones se acercan a la actual ruta carretera (D-85), la huella del tren entra a un caserío que otrora fuera la Estación las Vacas, la primera parada en este viaje imaginario y probablemente la última instalación del ramal que aún tienen algo de vida, sí por que hay una casa estación en la que vive gente y una escuelita con alrededor de ocho niños dirigidos por el Profesor Hector Elgueta Sanchéz y su esposa que también es profesora, ellos y la escuela fueron y son parte del legado del tren, a duras penas mantienen actividad y rompen el silencio de este pequeño recodo del camino del tren. El trayecto continua entrando en un valle que se cierra y toma altura cada vez más, en este sentido (de poniente a oriente) la línea entra al tunel Cavilolén de 1680 metros de largo que fue en aquella época el más extenso de Sudamérica. Unos metros pasada la cima de la cuesta se logra apreciar la bastedad de la zona que se corona con la majestuosa Cordillera de Los Andes, una bella postal típica de los valles transversales de la III y IV región. Divisamos desde esa altura la solitaria línea de tren que se asoma por momentos entre las colinas y quebradas. Mientras descendemos la cuesta, se vislumbra a lo lejos una nueva estación pero notoriamente abandonada, es la Estación Cavilolén o los restos de ella, tanto así que el tunel

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una increíble obra de ingeniería de la época hoy en algunos tramos ya ni siquiera tiene rieles ni durmientes. El tren era un gran avance para la conectividad en la primera década del siglo XX cuando se implementó la red nacional ferroviaria o Troncal. Sin embargo, eso no fue suficiente para acercar a las localidades rurales más apartadas, por ello se construyeron o reutilizaron líneas que iban de este a oeste denominadas Ramales secundarios. Para 1914 el país ya contaba con un basto tejido de estaciones donde por un lado se garantizaba la presencia del Estado de Chile en cada rincón de estas intrincadas cuencas geográficas y por otro lado incrementaba el crecimiento económico en esas tierras preferentemente agrarias. Mientras ascendemos por un polvoriento camino entre suaves colinas tapizadas en esta época por un pasto muy corto y vegetación arbustiva medio seca, vemos como los rieles se han oxidado bajo el Sol del norte chico y la hierba dura ha crecido porfiadamente entre los durmientes. Estas vías que se curvan sinuosamente entre la accidentada geografía fueron la llave para conectar el interior del valle del Choapa con la costa, el primer Ramal fue el que nacía en el puerto de Los Vilos y que llegaba a Illapel, más tarde la línea se expandió hasta Salamanca lo que trajo comunicación para los hacendados que bordeaban el río Choapa. Dejamos los restos de la que fue la estación Cavilolen, que aún domina el valle y que habíamos divisado desde la cuesta, para continuar por este 38

romántico periplo, sin dejar de sentir pena al mirar hacia atrás por estas instalaciones ya roídas por el tiempo y el saqueo, mientras que el viento sopla silbando entre sus umbrales y ventanas vacías aparentemente sin alma. Pero tenemos la certeza que esconde voces e historias familiares o aventuras de viajeros solitarios que una vez se detuvieron aquí. El itinerario del tren nos lleva a cruzarnos de nuevo con una carretera la D37e, que conecta hacia Salamanca sin pasar por la ciudad de Illapel, continuamos hasta encontrarnos con el río Choapa, tras dar una rápida mirada al pequeño poblado con el mismo nombre, los rieles se curvan para dar un salto al río con un monumental puente metálico de casi ochenta metros de largo, dando como obsequio una hermosa vista del río que a pesar de la sequía lleva un caudal medianamente generoso. Es imposible caminar por las vías sin extrañar la presencia en el lugar de la verdadera protagonista de estas páginas de la historia, obviamente nos referimos a las bellas locomotoras a vapor, en la estación Cavilolén encontramos los restos de lo que pudo ser un vagón de carga, pero nada de estos nobles caballos de acero. Según registros que investigamos por estas vías corrió la 3087 tipo R y la 3045 tipo K para hacer el tan pintoresco viaje entre Illapel, Salamanca y Los Vilos a una velocidad promedio de 50 Km. /h nada despreciable para la época. Y en el marco de esta investigación para este reportaje tuvimos la fortuna de encontrar máquinas similares conservadas en el Museo Ferroviario de Santiago.



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El rumbo sigue hacia la precordillera, pasando por la ciudad de Illapel donde de la estación no queda más que un basural, algunas estructuras y paredes escondidas a la vista de las personas, una verdadera vergüenza para un patrimonio que significó tanto para la comunidad de antaño, al salir hacia el oeste el tren volvía a cruzar un nuevo puente, esta vez de casi ciento veinte metros de largo para internerse entre los aridos paisajes del norte chico, pasando por las abandonadas instalaciones semi urbanas de Farellón Sanchez para perderse entre la soledad y el olvido para llegar a Combarbalá. Sabemos que la recuperación de este patrimonio material, como el de muchos otros relacionados con la historia ferroviaria en Chile, tendrían un costo muy alto, casi impensable. Pero un pueblo que aspira a crecer debe saber recodar su pasado, dignificando sus restos materiales y conservándolos para las futuras generaciones que tendrán que darse a la tarea de aprender sobre cuales fueron las bases donde se contruyó su presente. ​

Proteger los vestigios del pasado es consagrar y fortalecer el éxito del futuro. Revista BIOMA 2016

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“Vive como si fueras a morir manana... Aprende como si fueras a vivir siempre...�

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l desierto de Atacama ciertamente tiene más vida de la que se ve, pero no hablamos de la flora o la fauna, las abismantes distancias pueden acortarse gracias a la constante presencia humana, se ven paisajes realmente solitarios, pero más temprano que tarde alguien pasará por ahí. Es una realidad que puede tener su doble filo, puesto que la sobre explotación de los destinos los vuelve superficiales perdiendo la magia que los identificaba como un atractivo y es innegable por otro lado, su aporte económico y que traen progreso y estabilidad económica para quienes son residentes, por ello las instituciones de gobierno y privados promueven ese sistema, “más turistas, mejor” aunque hoy se hace hincapié en que se debe fomentar el turismo sustentable, ecológico y consiente, más “educado” 50

por decirlo de una manera, es decir que no dañe ni perjudique el entorno. Es verdad que San Pedro de Atacama y sus alrededores están lejos de perder esa magia, pero así también es verdad que hoy en sus calles no vive gente, sino sólo hay restaurantes, cafés al más puro estilo europeo en una suerte de mixtura cultural decorativa en bi, tri o más lenguas que a veces no se sabe si estás en Atacama o el desierto de Sonora en EE.UU y una incontable cantidad de agencias de turismo aventura, que por cierto no son administradas por locales, salvo los que trabajan como guías en algunos casos. Este hecho ciertamente erradica paulatinamente la identidad cultural del lugar, los sanpedrinos no viven cerca en el centro de SP sino en los alrededores casi ajenos al quehacer cosmopolita de San Pedro de Atacama.


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Un ejemplo que vivimos, durante nuestra visita, y que resultó en un reportaje, era una fiesta de los locales que consistía en arrojarse harina y bailar disfrazados como lo hicieron desde antes de la colonia, pero pasó tan desapercibida que casi afectó a su organización, los locales –casi como una minoría- parecieron a ratos como invasores en su propio pueblo plagado de extranjeros que los miraban – algunos- con extrañeza y desconcierto. Con una inesperada lluvia hace un tiempo visitamos este mágico destino, que a pesar de la constante invasión turística los 365 días del año sin excepción, no pierde su encanto místico que ha mantenido por siglos o por miles de años, especialmente sus paisajes casi extraterrestres y de sublime belleza. Recorrimos sus calles, los destinos habituales más famosos, pero también nos internamos por algunos rincones que nos sorprendieron con su apostura espontánea… una iglesia, un campo de girasoles, un recodo en una quebrada, una calle sin nombre, etc.

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Esta breve nota, es una reflexión que busca mostrar que se debe ser cuidadoso con la sobre exposición de los destinos, hay ejemplos que han llegado a ser peligrosos como sucedió con los incendios en el Parque Nacional Torres del Paine y otras muestras que son fáciles de encontrar a lo largo de nuestra geografía. El turismo, que ya no es un segmento sino más bien una verdadera maquinaria económica que mueve millones de dólares al año, ha crecido tanto que prácticamente se ha convertido en el único sustento de comunidades enteras, por ello deberían existir instancias de control cultural para evitar el daño a la imagen país y su patrimonio inmaterial, como la tan peligrosa pérdida de identidad. ​

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Mi amigo de Humboldt... En una inolvidable jornada de censo de Pingüinos de Humboldt en el islote de Cachagua, Monumento Natural cautelado por Conaf, ubicado en la Región de Valparaíso, un sorprendente hallazgo distrajo mi atención y cambió mi rutina durante varios días consecutivos; un polluelo de pingüino recién nacido se encontraba tendido en el suelo en la parte baja de una pendiente muy lejos de su nido. Permanecía “boca abajo” con sus extremidades inferiores entrecruzadas y, aunque no tenía signos vitales estaba intacto. Su blando cuerpecito grisáceo cubierto por un suave vellón de polluelo, le daba el aspecto de un peluche recién extraviado por un niño. La ausencia de la rigidez de la muerte hacía suponer que su deceso era reciente. En ocasiones, los pingüinos pierden a sus crías y sus huevos al luchar con las gaviotas, cuando estas últimas atacan sus madrigueras, para usurpar los polluelos recién nacidos o los huevos. 62

Por tal motivo era muy probable que esta cría haya rodado por la pendiente durante un evento como ese. Al envolverlo entre mis manos, me pareció injusto este triste desenlace… algo más de cuarenta días de incubación y todas las expectativas de una vida, perdidas a consecuencia del infortunio. Mientras palpaba la suavidad de sus formas, imaginé a este polluelo escuchando el inconfundible llamado del mar desde el tibio interior del huevo, antes de emprender la impostergable tarea de romper el cascarón. Pese a su muerte, era una criatura hermosa, por tal motivo pensé en conservar su tierno aspecto, sometiéndolo a un método de taxidermia a la luz de una idea que en ese momento comenzó a tomar forma; recrear el mágico instante del nacimiento de un pingüino de Humboldt, es decir poner a este polluelo, una vez embalsamado, dentro de un cascarón roto, como si


estuviera emergiendo desde el interior del huevo. Con esta expectativa que me servía de consuelo, decidí llevarlo a tierra firme. Cuando el atardecer marcaba el final de un día de conteos y registros, surcamos el mar en una pequeña embarcación rumbo al balneario de Zapallar. Mientras el patrón del bote y su ayudante se concentraban en las maniobras propias de la navegación, H. Gallardo funcionario de Conaf, ajeno a los afanes de los hombres de mar, revisaba los datos obtenidos durante el día. Por mi parte, mi atención se concentraba en el pequeño polluelo cuyo lánguido cuerpecito invadido por el frío de la muerte, se entibiaba gradualmente con el calor de mis manos. Bajo estas circunstancias, sorteando altibajos de olas mansas, remontamos la distancia que separaba al islote del borde costero. Fue entonces cuando la rutina de la travesía fue interrumpida por una inesperada señal que captaron mis manos; un suave y casi imperceptible movimiento del

polluelo me llegó a través del tacto, como una inequívoca señal de que en el corazón de esta frágil criatura todavía se albergaba el pulso de la vida. El calor de mis manos estaba surtiendo un milagroso efecto de resurrección. La inesperada reacción del polluelo generó tal entusiasmo entre los que íbamos a bordo, que el patrón del bote me obsequió unos trozos de sardina para que tratara de alimentarlo, lo que puse en práctica una vez que los signos vitales se hicieron más evidentes. Bajo estas circunstancias, sucesivos trozos desmenuzados de sardina, empujados suavemente por mis dedos, se deslizaron a través de la garganta del pichón, activando gradualmente el sistema digestivo de esta imberbe criatura de los mares, que ya se encontraba completamente a merced de la inanición. Posteriormente el retorno a la vida del perseverante polluelo, se consolidó con la calefacción del vehículo de Conaf, que me transportó desde la costa hasta la Reserva Nacional Lago Peñuelas. Durante el trayecto el frágil


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pasajero aumentó la intensidad de sus movimientos y comenzó a emitir suaves sonidos como si estuviera llamando a su madre. Una vez en casa, la reacción del pequeño pingüino fue sorprendente… al ubicarlo en un improvisado nido, descubrí que no sólo se sostenía sobre sus extremidades sino que además seguía atentamente mis movimientos, mientras piaba insistentemente. Al tratar de alimentarlo nuevamente su reacción fue extraordinaria; se tragaba los pequeños trozos de sardina con insaciable apetito. Sin embargo esa noche nos vimos enfrentados a otro factor que paradojalmente amenazó su sobrevivencia, el frío. A medida que avanzaba la noche y descendía la temperatura, el polluelo, aunque permanecía arropado en su atípico nido, no lograba abrigarse por sí sólo y me lo hacía saber mediante un preocupante sonido quejumbroso. Pero afortunadamente, después de probar varios métodos que no fueron del todo satisfactorios, encontré la solución al problema... un cálido guatero de uso doméstico que introduje debajo de su “ropa de cama”. Sin embargo este artefacto de uso casero, presentaba un problema logístico, había que reemplazar el agua fría por agua caliente tres veces al día, muy temprano por la mañana, a medio día y al comenzar la noche, pero al realizar esta práctica en forma rigurosa, era una adecuada solución al problema de mi nuevo compañero de vivienda. De esta manera, transcurrieron sin contratiempos los primeros seis días de adopción. En esos pocos días mi huésped duplicó su tamaño 66

adquiriendo un aspecto físico demasiado enternecedor, puesto que aunque su cuerpo crecía, su cabecita mantenía casi las mismas dimensiones y su abultado abdomen le otorgaba un sello de obesidad, que sumado a la suavidad de su vellón de polluelo, invitaba irresistiblemente a levantarlo entre las manos. Durante esos inolvidables días, este frágil habitante del mar me regaló detalles conductuales sorprendentes de la secreta vida de estos “pájaros niños”, cuyos entretelones tienen lugar entre roqueríos e islotes inaccesibles de nuestro litoral. La mayor parte del tiempo permanecía muy tranquilo en su nido, aparentemente durmiendo pero bastaba con que yo tosiera o hiciera algún ruido, para que comenzara a gritar pidiendo comida, como si se tratara del más consentido y fundido niño de la casa. Pero el séptimo día esta hermosa rutina tuvo un giro inesperado. Ese día visitó la unidad el entonces presidente de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). Un señor norteamericano de alrededor de un metro noventa de estatura, que tenía apellido de marca de binoculares. Se trataba de uno de los más connotados personajes de la conservación de la naturaleza del mundo, quién ostentaba el segundo record mundial de observación directa de especies de aves en su ambiente natural. Le habían dicho que en la Reserva Nacional Lago Peñuelas, podría incrementar su record, al menos en unas cincuenta especies. Por tal motivo me pidieron que lo llevara a terreno a


los lugares claves para este propósito. Ese día muy temprano, antes de salir de mi casa alimenté a mi querido amigo, le cambié el agua al guatero y lo dejé bien abrigado en su nido de géneros, con expectativas de volver a medio día. La salida a terreno fue todo un éxito, la ilustre visita no sólo superó con creces su meta, puesto que observamos setenta especies de aves, sino que además se obtuvo el segundo registro para el país de la golondrina barranquera, Riparia riparia, una interesante especie de hirundínido que solamente se había observado una vez en el extremo norte de Chile. Lo único preocupante para mí era que la salida nos llevó todo el día, por tal motivo me inquietaba el estado del polluelo que me esperaba en casa; probablemente convencido de que me encontraba en el mar. Después de despedirme del connotado y agradecido visitante, me dirigí rápidamente a la casa para alimentar a mi pequeño amigo. Cuando ingresé a la vivienda de inmediato noté que algo no andaba muy bien. Al abrir y cerrar la puerta, no escuché sus acostumbrados gritos de bienvenida o de solicitud de comida. El inesperado silencio me indujo a quedarme un instante parado en la entrada; nuevamente abrí y cerré la puerta ruidosamente esperando que despertara pero mi acción fue seguida por un preocupante silencio… Recurrí a una estratagema que en otras ocasiones no había fallado, comencé a toser y a carraspear forzosamente, sin embargo sólo recibí a cambio un nuevo e inquietante silencio. Finalmente llegué hasta el borde de su improvisado nido y levanté lentamente el trozo de toalla que habitualmente lo

cubría… permanecía echado, parecía dormido pero estaba inerte, el agua del guatero se había enfriado y no tenía signos vitales. En ese momento se me apretó el pecho pero en medio de mi silenciosa angustia, recordé que al principio de esta historia lo había encontrado inerte, aparentemente muerto y que sin embargo, con el calor de mis manos había vuelto a la vida. Todavía esperanzado lo tomé para traspasarle mi calor pero en esta ocasión había algo diferente, su cuerpo presentaba los síntomas del rigor mortis. Con profunda pena me fui dando cuenta que esta vez su estado era irreversible. Entonces, lo presioné suavemente sobre mi pecho y me di licencia para llorar, para pedirle perdón por no haberlo dejado partir cuando la naturaleza lo reclamó, por haberle generado todas estas infructuosas expectativas de una vida que no era la suya. En pocos días se había generado un lazo afectivo que no dejaba espacio a la opción de embalsamarlo, por tal motivo con resignada y respetuosa actitud ceremonial se lo entregué a la tierra; a partir de ese momento sólo me quedaba acostumbrarme a la ausencia de este inolvidable amigo de Humboldt.

Texto: Mario Ortiz Lafferte Ilustración: César Jopia Revista BIOMA 2016

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“La naturaleza hace grandes obras sin esperar recompensa alguna.�


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el cachudito Este amiguito de estilizado copetito, es el Anairetes parolus, o más conocido como Cachudito o si gustan “torito” como alternativa de nombre vernáculo, este pequeñín pertenece al grupo de aves en Chile determinada como menores, de hecho es una de las más pequeñas del país, pero no por ello está en la categoría de común… como un chincol o una diuca. Llega a medir sólo once centímetros, tiene la cabeza negra, la frente y la parte auricular como también la nuca con líneas blancas. Se distribuye desde la zona de Paposo (región de Antofagasta) hasta Magallanes (Cochrane) y su hábitat favorito son los valles y las laderas semiáridas de la precordillera de Los Andes. Nuestra amiga y eximia artista de la acuarela nos la trae con toda su belleza y sus características plumitas negras y largas en la cabeza, que le dan su nombre tan singular, el que debe ser un atractivo para las hembras. El Cachudito, como muchas aves, tiene un acelerado metabolismo, lo que le permite cubrir mucho terreno en busca de su alimento que consta de pequeños insectos y semillas, pero no se mueve solo, lo hace en pequeñas bandadas… aislándose únicamente en los periodos de nidificación.

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Y a propósito de eso, el Cachudito se reproduce del mes de agosto a enero haciendo normalmente dos posturas en pequeños nidos … -todo es pequeño en el Cachudito- … con forma de tazas, las que fabrica con líquenes, fibras de las raíces, pasto y plumas, permitiéndole tener bien cobijados a los 3 huevitos color crema que no sobrepasan los 15 mm aproximadamente, una maravilla de la ingeniería diminuta de la madre naturaleza. No es una especie amenazada y tiene una clasificación de menor riesgo según la IUCN (Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza por sus siglas en inglés). Nuevamente Amalia nos sorprende con su habilidad para reconocer y representar con el arte de la acuarela sobre papel la taxonomía de esta especie y tantas otras que aún estamos por compartir con ustedes.

Arte: Amalia Guerrero Frugone Para Revista BIOMA 2016

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