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Ramiro, el abogado que quiso ser actor
Por: Redacción UdeA Noticias
El amor por el teatro convirtió al abogado Ramiro Tejada — egresado de la Universidad de Antioquia— en un protagonista permanente de la cultura y las artes de Medellín. Ante su partida, la Alma Máter recuerda al hombre vivaz e irreverente, que se caracterizó también por su notable aprecio por la Universidad.
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Ramiro Tejada, abogado egresado de la Universidad de Antioquia, también fue actor, director, investigador teatral y profesor. Foto: Julián Rondán.
Empezó usando una tejita bacana, una de esas que cubren toda la cabeza pero no esconden la locura, porque la intención era
“mamar gallo” con la teatralidad. Por eso acicalaba su sombrero y se paraba frente a la asamblea estudiantil a hacer
propuestas incoherentes, como dirigir la asamblea hacia la capilla para orar por la salvación del movimiento estudiantil. Facho, obsceno, nunca le ha importado lo que digan. Sólo se preocupó el día de su matrimonio, cuando contrató un quinteto de vientos sin dar anticipo alguno, los músicos sin anticipo no tocan y él insistía que tenían que ir. Eran las diez de la mañana cuando llamó a suplicar, «¡Negro!, no me hagas esto, mira que soy Ramiro, el teatrero, Negro, Ramiro Tejada, me voy a casar y cómo que no van sin anticipo, anda que yo te pago, era molestando, mira que estoy en la peluquería y ahorita me caso, no me vayan a hacer eso». Por suerte llegó a tiempo al matrimonio y la música sonó.
Un tanto retrasada fue su aparición en la conferencia de la feminista Florence Thomas. Disfrazados él y el animal tomaron asiento, y la cachorra hizo lo suyo deambulando por el auditorio; entonces Ramiro hizo
lo propio: “Za! ¡Perra! ¡Shhh! ¡Perra!”, interrumpiendo entre grito y grito las palabras de Florence Thomas, injuriando al animal y exacerbando el ánimo de las presentes que repudiaban su presencia. Rechazado fue también un
día por activista, cuando inició su carrera de abogado en la Universidad de Medellín y en 1975 participó en la huelga que tuvo parada la institución por
casi un año. «Esa huelga la concilió Bernardo Trujillo, rector de la de Antioquia, y Orión Álvarez, rector de la de Medellín, en el directorio liberal. Dijeron: ‘reciban a esos peludos y se los llevan de aquí para poder tranquilizar nuestra universidad liberal’, que era la de Medellín, entonces nos enviaron a la de Antioquia que tenía ese espíritu nuestro», comenta.
Para su irreverente personalidad, el traslado fue enriquecedor. Su
vida entera se volvió una obra de teatro y nutrió su conocimiento escapando de las materias de Derecho hacia las
de Comunicación Social. Finalmente se convirtió en cinéfilo junto a Álvaro Sanín, en el Cine Club Ukamau de la Universidad de Antioquia fundado en 1977. Luego intentó entrar al preparatorio de teatro y como tenía tantas obligaciones, no lo admitieron. Afortunadamente, dice él, porque sino qué hubiera sido del abogado. José Manuel Freidel se vengó de él escribiendo Tribulaciones de un abogado que quiso ser actor o el oloroso caso de la manzana verde, y los teatreros para burlarse, dicen, un abogado que insiste en ser actor.
La suerte fue para los pobres de espíritu y los excluidos, porque desde la militancia política
él comprendió la función social del Derecho y, en el consultorio jurídico, tuvo el primer contacto con las personas sin dinero para pagar un abo-
gado y llevar un pleito. Luego el Derecho Penal en beneficio de la sociedad prevaleció en su vida, tanto como el teatro, que trasladó del escenario estudiantil a las campañas para alcalde con el movimiento Medellín, ocio y cultura. Obviamente su idea no era ganar, sino pintar de cultura las páginas políticas para llamar la atención hacia ese fenómeno. Las otras páginas las llenó él mismo en el palomar de las cartas. Sí, él era el loco
que en los días de amor y amistad y en las ferias del libro, se subía disfrazado a un árbol a escribir las cartas de amor que
la gente le pedía, y al bajar volvía a ser el deschavetado abogado que defiende los derechos de los más necesitados y que merodea por la ciudad como actuando siempre en una obra de teatro.*
Adiós a Ramiro
Con estas palabras —las que describen al hombre vivaz, irreverente, icono de la cultura y el arte de Medellín, y con un alto aprecio por la Universidad— la Alma Mater le hace un sentido homenaje a Ramiro Tejada, quien murió en la mañana del 12 de mayo de 2019. Como institución honramos su memoria y deseamos fortaleza a sus familiares, allegados y amigos.
* Perfil escrito por el periodista Yhobán Camilo Hernández, publicado en 2011 en el libro Espíritus Libres, editado en los 15 años del Programa de Egresados de la Universidad de Antioquia.
MAURO ÁLVAREZ:
DEL ESCRITOR Y LA ESCRITURA COMO IRRITACIÓN Y EXALTACIÓN DE LA VIDA
Por. Óscar Jairo González Hernández. Profesor Facultad de Comunicación. Comunicación y Lenguajes
Audiovisuales. Universidad de Medellín.
En este trayecto (no de lo que llaman trayectoria de…) que haremos sobre y desde Mauro Álvarez, ya que con él, no la podremos hacer ni querríamos hacerlo, dado que él está muerto, en sentido de la irrevocabilidad de la muerte, y nosotros no; y a la vez dada la ironía con la que nos mira en este momento; entonces haremos un trayecto con él y quizá él contra nosotros.
Ese es el carácter de la relación que se hace con un escritor, como lo fue y lo será Mauro Álvarez (1938-2019), en este trayecto insostenible, por momentos y por momentos irresistible en su naturaleza hermosa y frenéticamente delirante. De qué se trata, pues de la necesidad de la irreverencia o rebelión, del carácter de la ironía nada semántica, como elemento de la naturaleza del carácter y el destino. O sea, de la inextricable relación de la vida y la literatura, de la vida y el arte. Irrenunciable e indestructibles en la estética (ethos y pathos) de este escritor, y no de otro.
DE LA NECESIDAD DE LA
IRREVERENCIA O DE SU REBELIÓN
Quizá una de las principales obsesiones del escritor, ya instalado en un mundo o una necesidad de darse para sí mismo un mundo, está la de ser irreverente, o sea, estar en contra de lo que está determinado y establecido para ser y hacer escritor. No hablamos de lo que llaman una “carrera de escritor”, que no será nunca la de Mauro Álvarez, en el sentido de tener y poder y de trascender en el medio en el que está, sino de tener ser y poder trascender en sí mismo, pero que tiene o debe hacerse entonces de la rebelión y la irreverencia.
Incitarse a sí mismo, provocando también contradicciones con él y con el medio en el que se realiza e interviene con su obsesión y obsesiones de escritor. No se escribe sino desde una condición de rebelión, de irreverencia, de provocación podríamos decir, se decía en cada intento que hacía, en cada libro realizado o no, que tenía ante sí, Mauro Álvarez. Obsesión de la irreverencia, porque
para serlo, hay que ser obsesivo, que es entonces, lo que lo hace otro, otro escritor y que en medio de ella, ante el llamado que hace a la irreverencia, intentará decirlo todo.
Exhibir lo que tiene que decir como obsesividad, desde la irreverencia, causándole contenido y forma a su rebelión. Ya no es una irreverencia por la irreverencia sino que está sostenida en lo insostenible de la rebelión. Insostenibilidad de la rebelión, porque de sostenerse y demostrarse, no tendría sentido en sus textos.
No tendría esencia y serían vacuidad intolerante para él. El texto tiene que estar lleno, lleno de realidad y realidad, mediada por el sueño. Obsesión de la irreverencia incrustada en el sueño. Mediación del sueño hacia la realidad como la cantidad de elementos que se proyectan desde el sueño y así, en todos los relatos, para entonces diseminar y desencadenar la rebelión.
Nada es rebelión hasta tanto no se hace desde una irreverencia obsesiva y se construye una naturaleza de la rebelión. Como decía Camus: Con el tratamiento que el artista impone a la realidad afirma su fuerza de rechazo. Pero lo que conserva de la realidad en el universo que crea revela su consentimiento con una parte, por lo menos, de lo real que procede de las sombras del devenir para llevarlo a la luz de la creación. En el límite, si el rechazo es total, la realidad es expulsada enteramente y obtenemos obras puramente formales (1).
Cuando la vida decide que serás escritor, es cuando accedes a una manera más poderosa de la rebelión y tiene más carácter la irreverencia estética, porque no está alienada la decisión dada que no es de uno como escritor sino de la vida misma que lo hace acceder al ser escritor.
Existencia de escritor, es la que la vida hace que uno lleve o que él lleve. Y otra, entonces la decisión desde la conciencia del sí mismo, en la que se maniobra la vida y uno se hace escritor, desde la instancia racional, pero desde la irracional es la vida la que decide que uno sea escritor. En Mauro Álvarez, hubo, si se quiere la mezcla insubordinada e insurrecta de las dos formas de las que tratamos: una, aquella en la vida de él que decide que será escritor y otra, la vida que decide que lo necesitará como escritor.
Esa condición, le da más sentido a lo que hace, a lo que hizo y a lo que se hará con y desde sus textos, en la proyección de esa, su excitabilidad e irritabilidad ante todo.
DE EL CARÁCTER DE LA IRONÍA NADA SEMÁNTICA O INOFENSIVA
Y es necesario indicar, que el carácter lo forma la rebelión. Nada de la decencia formalizada, cabría aquí como quién hace de su rebelión un insulto, sin que sea evidente que se insulta a los otros. Y dado que en esa rebelión formadora del carácter, lo que está invertido la condición del otro, al que nadie conoce, del que nadie sabe nada, del que no se quiere saber nada, pero se insulta.
Entonces diríamos, que uno nunca puede poner en evidencia a quién se insulta en un texto de Mauro Álvarez. ¿Podremos ser todos o nadie o quién? No lo conocemos ni lo conoceremos. Podríamos ser nosotros, tú o yo. O él mismo, que se insulta a sí mismo, por aquello que no puede alcanzar a realizar o que realizándolo le queda un vacío, que lo irrita, que lo hace irritarse. Nunca se tiene lo que se quiere. Nadie sabe lo que quiere. De eso mismo que nos han hecho llamar carácter y que no hay tal, sino uno no lo ha formado, desde principios que se da, para ser y hacerse escritor (vivir o morir de la escritura, no es ya aquí el problema). O sea, para mantenerse en rebelión con carácter.
Y entonces es la ironía la que hace la tarea de intervención, de intervenir la realidad. De intervenirlo a uno mismo, yo del escritor, por lo que la ironía, la manera de ironizar la realidad, de reírse de ella y de ironizar sobre uno mismo y reírse de sí mismo es lo que tiene entonces a excitar la escritura. Tiene sentido y no la escritura, desde ahí.
Es eso lo que la hace necesitarla al escritor. Necesita de la ironía para serlo, para tener el carácter de
serlo, de decírselo a sí mismo y a otros. No sé qué lectores, no sé si hay, ha habido y habrá un lector para Mauro Álvarez. No sabemos dónde está en este momento, quizá con él murió también su lector, su lector que llamo: absoluto.
Nadie más qué él, leyéndose a sí mismo, en una intensidad e intención nunca considerada. Y allí está la ironía nada semiótica, aquella en la que uno mismo se ironiza como el escritor, y desiste de tener lector o lectores.
No quiero lectores, se dice el mismo lector de sus libros que es Álvarez. Es así como se mantiene la ironía en su totalidad irónica y no condicionada por un interés. Cuando se interesa por ser irónico, no se es irónico, se podría ser, sí, ironista.
Cada momento irónico de la vida es también, el momento de la ironía como una verdad transparentado la vida misma o sea desnudándola, pero que no tiene ni debe decirse a nadie. Y nadie tiene porque saber de su ironía, se queda con ella. No la comunica, a nadie. No tiene porque hacerlo, es la membrana misma de su escritura, está preservada porque está en la escritura, no en la vida como realidad. La realidad es una mentira, por lo tanto, tiene que excitarse allí donde sea esencial a su carácter, contradecirla, condenarla, insultarla como lo hizo o lo hicieron los nadaístas. No continúo siendo nadaísta, porque los nadaístas mentían. Tenía que ser su contradictor, pero no un contradictor cualquiera, sino uno desde la escritura. La escritura concebida como una disidencia desde la ironía, la risa irresistible.
Ironizar toda la vida, pero no en la vida, sino en la escritura. En la vida un orden, pero en la escritura un caos total, es donde se vive la vida de Álvarez, sin ceder a nada, intolerante, sin decirlo. Irritado, sin decirlo, como lo hicieron los nadaístas.
DESDE LA VISIÓN (ENTREVISIÓN) ESTÉTICA (ETHOS Y PATHOS) NO DE LA ESTETIZACIÓN
La dimensión estética, sin duda, de tenerla habría que buscarla y formarla, desde la visión, lo que se hace necesario visionar en uno mismo, en otros y en el medio donde se está haciendo lo que se hace o se intenta hacer. Y como en esa realidad llamada medio, uno mismo y los otros, ya que ella, la vida, no es siempre como se quiere que sea, y como no se puede transformar, por exceso, inclusive de rebelión o ironía, o como crítica, entonces se decide cambiar de medio.
Y transformarse uno a sí mismo. No de carácter, que es la combinación aquí del ethos y el pathos del escritor. Ya que se trata del carácter, de la formación del carácter, en medio de las contradicciones a las que le somete la realidad, en su estética, en su yoidad estética. Y es más: no le da miedo ser destruido por esa realidad insultante, llena de oscura iniquidad.
Perversión de la realidad no, sino que el yo esteta pervierte la realidad, la hace perversa, como lo lleva a intuir Julia Kristeva en su tratado sobre Céline: Los poderes de la perversión. Yo destruido por sí mismo, pero no por los otros. Nada de osar tenerles miedo; pero como de otra manera se les tiene miedo, entonces no decírselos nunca. Escribir. Tratado de la escritura insolente, incisiva, irónica para ello. Morderlos sin que ellos sean conscientes de que se los muerde.
Cada libro como una mordedura, se extrae de lo que leemos en él. Como hemos dicho, el medio no es propicio, lo sabe, entonces decide hacer su trayecto a Nueva York. No como para escribir a Nueva York, sino para escribirse a sí mismo, desde lo que observa allí, de aquello que es lo mismo que había en ese aquí. No en él mismo, no es una Kerouac, hablando de Nueva York, o el del Camino.
Es quizá un Genet, observando la destrucción total de la vida. Inminencia de la muerte, la tumba en la vida. No la quiere, le insulta. Eso es. Y aquello que intente destruir la condición del carácter de lo humano, lo irrita, tratándose de una irritación tranquila en lo que se hace evidente, pero de una irritación invectiva poderosa, cuando está en él, cuando no puede decirla, pero que dice en sus textos. Textos que ocultan la vida.
Genet que relata su perversa manera de criticar la realidad desde su condición del carácter del escritor destructor para construir lo otro, lo nuevo. Dice Genet: Soy sin duda todo eso, me decía, pero, al menos, tengo conciencia de serlo, y tanta conciencia destruye la vergüenza y me concede un sentimiento poco conocido: el orgullo. Los que me despreciáis también estáis hechos con una sucesión de semejantes miserias pero nunca seréis conscientes de ello, y no tendréis nunca, por tanto, mediante esta conciencia, orgullo, es decir el conocimiento de una fuerza que os permite enfrentaros con la miseria –no la propia miseria, sino aquella de que está compuesta la humanidad (3). Pero Mauro Álvarez, no es ni será nunca, un revolucionario, sino un rebelde. De su rebelión propone la torsión de su ethos y de su pathos. Por eso mismo, nada de ello es semiótica dominada o de la dominación del sentido, sino una exhalación excitada de la vida, como quien la vida en su dimensión estética, en ese movimiento indecible que no cesa ni siquiera en el texto.
No hace un texto para exhibir su vida, sino para ocultarla ante el otro, que no tiene porque saber de su provocación, de su deseo de destruir la realidad. No es un texto de su vida para resolverla sino para inundarla de irresolución, o sea, para hacerla más irresoluble. Es ahí donde radica su quiebre con de su escritura en sí misma.
Nunca en Álvarez, se observa que esté haciendo concesiones a otra escritura, a una escritura que no sea la que obtiene de sí mismo, en su tensión obsesionada, tal vez, como lo hizo también el escritor rebelde Néstor Sánchez en textos como el de: El amor, los orsinis y la muerte (4).
Es necesario decir que la tentativa del escritor Mauro Álvarez, es una tentativa total y hermosamente delirante, delirante por su naturaleza, por su carácter, por su estética de la rebelión, por su inmensidad desnuda en y a la que lleva a la percepción del lector, a una inusitada relación del sentido otro. Poderosa tentativa. Absoluta. Nadie más como él lo hará. Como prueba de ello, cada libro, como la máscara de su vida de escritor. Es lo invaluable.
1. CAMUS, Albert. El hombre rebelde. Barcelona. Alianza Editorial. 1983.
2. KRISTEVA, Julia. Los poderes de la perversión. México. Siglo XX Editores. 2006.
3. GENET, Jean. Diario de un ladrón. Barcelona. Seix Barral. 1994.
4. SÁNCHEZ, Néstor. El amhor, los orsinis y la muerte. Barcelona. Seix Barral. 1973.