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Mario R. Cancel Sepúlveda
Microhistoria: introducción a una historiografía polémica
Conferencia Inaugural en II Simposio de Microhistoria: una mirada al suroeste. Anfiteatro Ramón Figueroa Chapel, Recinto Universitario de Mayagüez (UPR), 11 de octubre de 2016. Auspicia Programa de Historia, Departamento de Ciencias Sociales, Facultad de Artes y Ciencias, Asociación de Estudiantes de Historia del RUM y Centro Cultural de Lajas Anastacio Ruiz.
El debate sobre la microhistoria es un tema clásico en la historiografía europeo-americana. Desde la década de 1970, cuando llamó la atención de un grupo selecto de profesionales, hasta mediados de la década de 1990 cuando se anunció su crisis, la microhistoria revolucionó la disciplina. Ya ha pasado casi medio siglo de ello y una parte significativa de la escritura historiográfica de alta calidad de las décadas del 1970 y el 1980 se redactó en el marco de la microhistoria. La propuesta fue la contestación de la intelectualidad de una época a una praxis que entonces se consideraba agotada: la historia social y económica. Me parece que, a la altura de 2016, estamos en posición de volver sobre aquel tema que tantas implicaciones tuvo en el desenvolvimiento de este campo de estudio. Puerto Rico no estuvo ajeno al debate. La historiografía profesional puertorriqueña se desarrolló en el espacio universitario en el marco de la segunda posguerra y la Guerra Fría. Aquella fue una atmósfera contradictoria en la cual convergió la modernización material y la profundización de la dependencia política. La discusión sobre la microhistoria social y económica de la década de 1970 en el país se expresó como un contrapunto de la historiografía del 1950. Los ribetes políticos de aquellas eventualidades en el marco colonial eran muchos. A principios de la década de 1990 también se anunció su derrumbe en nombre de otras perspectivas. Mirar hacia aquel fenómeno hoy es, por lo tanto, más que meritorio.
Microhistoria: herencias
El pasado de la microhistoria ha sido vinculado a varias tradiciones intelectuales del siglo 20 surgidas en el periodo entreguerras. Desde la Paz de Versalles hasta la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial, los cimientos de la civilización occidental se conmocionaron y, con ello, la forma convencional de historiarlos fue puesta en entredicho. La explicación me parece meritoria. La microhistoria ha sido reconocida como una reacción crítica, lo mismo ante la New History estadounidense, la historia total y la nueva historia social francesa e incluso el materialismo histórico. No todos lo microhistoriadores que se han planteado el problema de sus orígenes lo ven del mismo modo. Algunos han buscado fuentes más remotas para explicar su metodología. Voy a plantear dos posibles alternativas que derivan de mi experiencia académica. Cada vez que dicto un curso de historiografía y hablo de Giambattista Vico me topo con una pista interesante. La reflexión de aquel jurista y retórico italiano en su tratado La Ciencia Nueva publicado en 1725, distinguía entre la historia ideal, la particular y la concreta. En el concepto de la “historia concreta” se podrían apoyar a los microhistoriadores en su búsqueda de un antecedente. El asunto traería soluciones, pero crearía nuevos problemas. Vico contradiría a los microhistoriadores porque lo que el pensador cristiano buscaba en la historia concreta era el reflejo o la continuidad de la ideal. Los microhistoriadores italianos no aceptarían esa premisa. Para ellos la impugnación de la mirada macro tendría un valor análogo o incluso más relevante que su validación. A lo sumo, utilizarían ese diálogo contencioso entre lo concreto o micro y lo ideal o macro, con el fin de apuntar la discontinuidad entre una y otra esfera. De igual manera, cada vez que en un curso de pensamiento social converso sobre la epistemología kantiana encuentro otra pista. La fenomenología kantiana admite que todo conocimiento es “para sí” o perspectivo, sin que ello condujera necesariamente a un relativismo absoluto porque el “imperativo categórico” lo impediría. El papel del que mira es tan o más relevante que lo mirado. La microhistoria expresa una actitud análoga. El hecho de que Carlo Ginzburg, uno de precursores de la microhistoria italiana del 1970, encuentre en la microsociología de George Simmel y en el presentismo de Benedetto Croce 1 antecedentes legítimos para su práctica, me dice que estoy lejos de equivocarme. Simmel y Croce fueron consustanciales al impulso neokantiano que invadió la historiografía, las ciencias sociales y la literatura durante la primera parte del siglo 20. De un modo u otro, la microhistoria se mueve entre la historia concreta viciana y el conocimiento “para sí” kantiano aunque muchos microhistoriadores no estén conscientes o de acuerdo con ello. La crítica historiográfica y los microhistoriadores de las décadas del 1970 al 1990, prefirieron buscar legitimidad en el pasado mediato. Por eso eligieron proyectarse como una consecuencia comprensible de la experiencia de tres vertientes interpretativas específicas del siglo 20: la nueva historia social francesa, la historia desde abajo y la etnología y la antropología. Un consenso en torno a la genealogía de la microhistoria, reconocía que la tendencia representaba una protesta contra la historia total, sociologista y estructuralista que se impuso en la década de 1920 desde Francia a través de la revista Annales. Se asumía que la misma había ido llegando a sus límites y se desgastaba. Lo que se ponía en duda era su capacidad para reflejar la complejidad de la realidad por medio de los procedimientos cuantitativos y la serialización de datos que se había impuesto en la tendencia. La crítica
Ginzburg (1994): 34, 35.
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microhistoriográfica asumía una “nueva complejidad” en la cual el individuo readquiría la importancia que había perdido para la interpretación. La historia total, sociologista y estructuralista, alegaban, se había transmutado en una propuesta aplanadora que no veía la excepcionalidad en el acontecer, sino solo lo que se repite. La naturaleza de las redes sociales ameritaba una elucidación que solo la mirada microhistórica podría suplir. En el fondo los argumentos tenían que ver con la concepción de la idea de la libertad humana ante el asunto del historicismo y se apoyaban en argumentos que recordaban algunas de las intempestivas de Federico Nietzsche. Por ello, en primer lugar, la microhistoria fue explicada como una revisión de la nueva historia social francesa. Se cuestionaba la validez de la cuantificación y las series mientras se invocaban la interpretación de Fernand Braudel del tiempo histórico y las duraciones con el fin de mirar en otra dirección. 2 Llamo la atención sobre un hecho: las duraciones larga, media y corta braudelianas tienen mucho en común con la historia ideal, particular y concreta de Vico. La dirección en la cual miraba la microhistoria era la corta duración, el acontecimiento que constituía su materia prima. El problema era que Braudel y la nueva historia social francesa, habían surgido como una protesta contra el protagonismo de la corta duración y el acontecimiento por la predilección que la historiografía positivista tradicional o del siglo 19 había manifestado por el estudio de los personajes excepcionales o las figuras proceras. La actitud de los microhistoriadores parecía un retorno al pasado. Es cierto que la microhistoria retornaba al acontecimiento o la corta duración, pero
Braudel (1970): 64 ss.
lo hacía de forma innovadora. La innovación radicaba en que, si bien no se negaría a trabajar con el personaje excepcional, estaría en mejor posición de trabajar con el personaje secundario. 3
En segundo lugar, no solo se trataba de volver al acontecimiento, objeto que la historia social y económica francesa había obviado por considerarlo anodino. También se proponían observar desde la cercanía. La empatía con lo observado se convertía en un componente del proceso investigativo, asunto que Marc Bloch había señalado como un valor en su memoria histórica poco antes de morir en 1942. 4
La afinidad de la microhistoria con la intención de Edward P. Thompson, un historiador inglés de tradición materialista de producir una historia desde el abajo social, era también invocada por los
Ginzburg (1994): 4. Bloch (1949/1970):108 ss.
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microhistoriadores. 5 El efecto de ubicarse abajo para estudiar el abajo cambiaba por completo el producto historiográfico. A Thompson, un marxista heterodoxo y crítico, le preocupaba más aclarar la formación de la clase obrera inglesa en sus propios términos que ajustar el fenómeno o el objeto de estudio a una preconcepción acorde con las posturas materialistas históricas que representaba. Los microhistoriadores, de modo análogo, aspiraban darle prioridad a la revisión de los procesos y dinámicas que lo micro develaba, y no a la apariencia final de los mismos. Los espacios de la vida ordinaria que la macrohistoria invisibilizaba adquirían un lugar de privilegio en la historiografía propuesta. La microhistoria, como la historia desde abajo, se sentía atraída por los márgenes y su discursividad y llamaba la atención sobre la diferencia, la discontinuidad y sus valores, contrario a la macrohistoria o a la macrosociología.
En tercer lugar, esa misma obsesión con lo microscópico, el acontecimiento, el abajo social y la cultura subalterna o popular, los condujo hacia los espacios de lo privado, la cotidianidad y su historización. La microhistoria fue un “análisis con lupa” 6 o un modo de acercamiento microscópico o close up 7 que sancionó la observación historiográfica de lo cotidiano y los actos que ejecutamos por hábito, pero también legitimó la mirada de lo extraordinario o las transgresiones que refutan el orden, acontecer que de otro modo hubiese sido reducido a la condición de lo trivial, lo excepcional y la paradoja. 8 La historia de Menocchio el molinero de Friuli del siglo 16 escrita por Ginzburg en 1976 es el mejor modelo de ello pero no es la única. 9 La lógica de que lo cotidiano y lo extraordinario informan sobre la naturaleza de la historia forzó una revisión de la relación de los historiadores con la etnología y la antropología, asunto que confluiría con Michel de Certeau en su reflexión sobre lo cotidiano en 1980. 10 El sueño de una historia total ya no miraría hacia las estructuras sociales y su poder coercitivo sobre la individualidad: imaginar un ser humano más libre, con un margen de acción más amplio que el que hipotéticamente le reconocen las estructuras sociales fue un logro común de aquel esfuerzo. En cuarto lugar, el retorno al acontecimiento forzó a una revisión de la escritura histórica y la forma de textualizarla. La historia social y económica francesa habían rechazado la narración por su relación con la corta duración y los acontecimientos. 11 La microhistoria la redime y la revisa llamando la atención sobre la relación entre la narración ficcional moderna por excelencia, la novela, y la narración
Fernández García (2014): 108. Ginzburg (1994): 32-33. Hering Torres y Rojas (2015) Ginzburg (1976/2000) Certeau (1980/2000) Ginzburg (1994): 35. realista por excelencia, la histórica. Aquella era una forma agresiva de romper con el prejuicio volteriano de la oposición entre literatura e historia. 12 Percibir la narración como una forma de conceptualizar o explicar la realidad, requería articular un retorno a las fuentes literarias que la historiografía apenas había dejado atrás en el periodo entreguerras de modo que historiar y narrar volvieron a ser considerados procesos consustanciales 13 con lo que el debate sobre el lugar de la historiografía entre las ciencias sociales y las humanidades volvió a colocarse en el horizonte. Peter Burke, el historiador cultural inglés, llamaba la atención en 1991 sobre las posibilidades de lo que llamaba la micronarración, un concepto inventado sobre la base de la microhistoria, como medio para exponer problemas históricos. Su definición de micronarración no podía ser más clara: “la exposición de un relato sobre gente corriente en un escenario local.” 14
En una reflexión de 1994, cuando la microhistoria atravesaba por su crisis de madurez, Ginzburg insistía en la genealogía literaria de su proyecto microhistoriográfico. En la misma apuntaba el impacto de la lectura de las novelas naturalistas franco-rusas en especial La guerra y la paz de Lev Tolstoi, de Henry Beyle alias Stendhal, de Raymond Queneau e Italo Calvino, entre otros, cuando redactaba su obra maestra El queso y los gusanos. Burke también había insistido en ese punto en su texto de 1991. El retorno de la narración, otra de las revoluciones de la historiografía de fines del siglo 20, y la revinculación de la historia y la literatura, tuvieron en la rebelión de la microhistoria un papel determinante. La cita indirecta que Ginzburg hace de Tolstoi mientras lee una crítica de Isaiah Berlin, sobre el autor ruso me parece emblemática: “un fenómeno histórico puede ser comprensible solamente mediante 12 Voltaire (2010). URL “Voltaire y laHistoria” 13 Chartier (2000): 62-63. 14 Burke (1999): 299.
la reconstrucción de la actividad de todas las personas que han formado parte de él.” 15 La microhistoria como ejercicio de narración representó, por lo tanto, una revolución análoga a la de novela experimental y fenomenológica del periodo entreguerras y la antinovela francesa de 1960 y 1970, pero en efecto más tardía. La microhistoria equivalía a la apropiación creativa de la historia ficcional de Ulrich, el “hombre sin atributos” de Robert Musil en su ciclo novelesco de 1930 a 1942. 16 Aquí debo hacer un comentario de profesor de historia. Siempre he lamentado que las referencias que hago en mis clases a narraciones literarias de todo tipo no conduzcan a mis estudiantes a leer más novelas. La manía de considerarlas una mera fuente secundaria de la historia y no otra forma de exponer una imagen de mundo válida, prejuicio producto de Voltaire, todavía está allí.
Una definición y muchos nombres
Claro que la tradición europea fue determinante para el fenómeno y el debate de la microhistoria. Pero no fue la única. Los parámetros de una actividad como la de hoy no me permiten comentar la tradición estadounidense ni la hispanoamericana. En todo caso los debates fueron menos intensos, ambas vertientes se desarrollaron alrededor de la praxis y dieron menos relevancia a las disputas epistemológicas y filosóficas que los microhistoriadores europeos. George R. Stewart, un investigador de Berkeley, y su microhistoria de la batalla de Gettysburg publicada en 1959 ha sido invocada como un antecedente incuestionable. Unas 15 horas de combate y un cañoneo final de 45 minutos producían el efecto de la lentificación, la cámara lenta y la concentración del espacio que alguna microhistoria bien escrita genera. 17
Ginzburg (1994): 31. Musil (1940/1973) Ginzburg (1994): 35. El libro de Luis González y González, Pueblo en vilo. Microhistoria de San José de Gracia publicado en 1968, revisa por otro lado 400 años de historia en un pueblo pequeño e “ignorado” por la macrohistoria mexicana desde una perspectiva cualitativa y empática. La Invitación a la microhistoria difundida por González en 1973, demuestra que esta vertiente ofrecía y ofrece un campo amplio para la experimentación con el manejo del tiempo, el espacio, el ritmo narrativo e incluso con la justificación de lo que se investiga: González y González había nacido en San José de Gracia por lo que el vínculo emocional con el tema, una apostasía desde la perspectiva de la historiografía positivista, cumplía en su caso un papel decisivo. La microhistoria, el microanálisis como le denominó Revel, 18 la historia local como en algún momento la bautizó González y González, 19
la historiografía indiciaria, la historia a escala, la historia del acercamiento o el close-up, como la nominó Ginzburg sobre la base de una observación del teórico y cineasta Siegfried Krakauer, o la tercera vía entre el positivismo crítico y la historia social y económica estructural, ha renovado la historiografía hasta el presente. El interés en mantenerla distante de lo que Nietzsche motejaba como el objeto de los “meticulosos micrólogos” de la “historia anticuaria y arqueológica”, de la historia petite o pequeña que se nutre de lo pintoresco y alimenta el orgullo de las elites locales, siempre ha sido una preocupación de los microhistoriadores profesionales. Los choques que produjo esta experiencia seguían sin resolverse a la altura del año 2000. Se trataba de varios asuntos centrales que no tengo tiempo de discutir con profundidad en este momento y que solo resumiré de manera breve.
18 19 Revel (1995) Arias (2006) y González y González (1973)
El primero era si la microhistoria representaba una profundización de las concepciones modernas de la historia o una propuesta posmoderna. El segundo tenía que ver con la relación de la microhistoria con el materialismo histórico aspecto en el cual Ginzburg y Eric Hobsbawm, el historiador marxista inglés, discutieron en algún momento. El tercero trataba de resolver si la microhistoria continuaba la historia social y económica en un nuevo nivel o si la dilapidaba. Todos emanaban de la conciencia de la crisis de los paradigmas o presunciones que habían sostenido la cultura moderna desde el siglo 18 hasta la crisis de la década de 1970. Definir el fenómeno de la microhistoria ya no es tan complejo. Esos 50 años de praxis nos han educado para tomar con pinzas los argumentos de sus acólitos y de sus enemigos. Los rasgos más significativos se derivan de las afirmaciones de aquellos que la fundaron. En 2013 un especialista
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en el asunto pasó revista sobre el tema y señaló tres ejes que definen la naturaleza de la microhistoria. 20
El prime eje es el constructivismo ideológico, postura que presume que el conocimiento es el resultado tentativo de la relación entre el sujeto cognoscente y el objeto por conocer a partir de los instrumentos cognitivos del primero, el microhistoriador en este caso. La proximidad de ello con el conocimiento “para sí” kantiano y su relación fronteriza con el relativismo absoluto seguían presentes. El segundo eje deriva del primero y del hecho de que ese tipo de conocimiento tentativo informa más sobre las formas de apropiar un problema que sobre una verdad definitiva y final. Giovanni Levi insistía en que de lo que se trataba era de ver el conflicto a la luz de sus procesos y no de su resultado. 21 El tratamiento 20 21 Man (2013): 168-169. Levi (1994): 18.
que la microhistoria da a los hechos históricos es experimental, por lo que las puertas siempre quedan abiertas para que otros miren esos hechos con una mirada fresca sin que los diferendos tengan que ser interpretados como una afirmación de que “todo vale”. El carácter experimental de la microhistoria se relacionaba con la revolución en la forma de enfrentar el documento y la metodología: el microhistoriador debía intensificar el interrogatorio y dejar que las preguntas surgieran del mismo documento. Ello equivalía a una invitación a ir a la fuente sin una preconcepción o hipótesis. Debo decir que el reconocimiento de la ambigüedad de los documentos no era un asunto nuevo. Jacques Le Goff había afirmado que “todo documento es mentira” y “cualquier documento es al mismo tiempo verdadero.” 22 La inusual relación entre el microhistoriador y el documento ya estaba clara en ese aserto. El tercer eje se relaciona con la relevancia que le da el microhistoriador al discurso, a las formas argumentativas, descriptivas y narrativas con el fin de explicitar los hechos históricos. El recurso de la cita directa y la recurrencia a las metáforas para producir un efecto en el lector “literaturiza” la discursividad dándole un tono distinto al texto resultante que lo acerca a la narrativa ficcional sin llenar los vacíos con mentiras como asumiría Voltaire. Los tres índices tienen que ver con la reducción de la escala de la mirada y el apetito por conocer la densidad de lo real. Pero la microhistoria no fue el único mecanismo para adelantar el microanálisis: allí estaba la monografía positivista crítica o la que producía la historia social y económica francesa, la historia oral y la historia local. Los microhistoriadores aspiraban superar la monografía porque asumían que aquella se manejaba como un proceso de “verificación de reglas macrohistóricas generales” 23 y la microhistoria no.
Le Goff (1991) : 238-239. Man (2013): 169. Microhistoria y monografía se oponían por diversas vías. Por un lado, el formalismo de la monografía ponía límites al constructivismo, al experimentalismo y al protagonismo del discurso en la investigación. La monografía seguía sirviendo a un concepto de ciencia que se rechazaba y la microhistoria se movía en el espacio de las artes. Por otro lado, si la monografía se elaboraba con el fin premeditado de verificar la macrohistoria, la microhistoria en muchas ocasiones la impugnaba. Del mismo modo, la microhistoria quería dejar atrás la historia oral, metodología con la cual Levi fue duro en extremo. En una entrevista de 1999 afirmaba que la microhistoria había surgido específicamente de la crítica a la historia oral y “su aplicación muy simplista, muy basurista” del testimonio y reiteraba su desconfianza en la “utilización de las fuentes orales como fuente de información histórica… factual.” 24 Para Levi la historia oral era “historia basura”, afirmación grosera que solo le permitía hacer pública su visibilidad en el campo historiográfico internacional. En cuanto a la historia local que en Hispanoamérica se asocia con González y González, Levi era enfático: “yo me ofendería mucho si fuese considerado un historiador local” decía en otra entrevista de 1993. 25 Levi rechazaba que la microhistoria italiana y la historia local mexicana fueran la misma cosa por consideraciones epistemológicas y culturales que no vale la pena discutir en este momento. Su base de apoyo era un comentario del antropólogo Clifford Geertz quien afirmaba que “los antropólogos estudian en los pueblos, no estudian los pueblos” 26 y concluía que el hecho de estar en un pueblo era un “accidente, no tiene ningún interés”: la microhistoria estudia en pueblos, no a los pueblos.
24 25 26 Levi (1999): 190. Levi (1993): 17. Levi (1993): 18.
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En suma, la microhistoria se imaginó como una forma renovadora de conocer el pasado o como un nuevo tipo de historia distinta de las otras. El carácter polémico de la microhistoria, por lo tanto, siempre ha estado allí. Las pugnas con el positivismo crítico, la nueva historia social y económica, la modernidad, la monografía, la historia oral, la historia local, solo se ha mitigado porque han sido olvidadas.
Un balance y una invitación
Un balance de la cuestión de la microhistoria nos deja con la sensación de que, en algún momento, las aguas llegaron a su lugar. Las disputas intelectuales entre los defensores del materialismo histórico, la nueva historia social y económica francesa y los microhistoriadores en el contexto del reto al paradigma de la modernidad fueron sin duda agresivas, pero la sangre nunca llegó al río. Los historiadores parecen poco dados a la sangre, después de todo. Para los microhistoriadores se trataba de dos adversarios enormes y difíciles de ignorar por el significado que ambos habían tenido en el desarrollo de la historiografía del siglo 20. Además, la institucionalización de un estilo siempre tiene un efecto moderador. La crítica de la microhistoria desde el materialismo histórico, por ejemplo, estuvo encabezada por Eric Hobsbawm. 27 En el 2004 este historiador marxista inglés la acusaba de lo obvio, de abandonar la meta de la historia total, de poner en duda la capacidad de la historia de producir un saber confiable o verdadero y, por ello, de desviarse hacia el campo abierto de la ficción literaria, de ser descriptiva y cultural. Detrás de aquellas acusaciones estaban los
Hobsbawm (2014)
mismos argumentos de Voltaire vueltos a formular, y la poca voluntad del materialismo histórico a renunciar a ellas, aspecto en el cual coincidía con la historia social y económica francesa. El microanalista Revel enfrentó en 1995 la crítica de la historia social y económica con un argumento interesante. Ante la acusación de que la microhistoria disolvía la aspiración a una historia total sostenía que “en el fondo (la microhistoria expresaba)... el viejo sueño de la historia total” de un modo creativo. 28 La noción de lo total en los microhistoriadores posee un carácter diferente. La totalidad de la nueva historia social y económica francesa o del materialismo histórico, se buscaban a partir de la universalidad de las estructuras que se asumía establecían las posibilidades y las limitaciones de la acción humana. La totalidad de la microhistoria se buscaba en la base material y a diferente escala. El interés de los microhistoriadores por los procesos y el experimentalismo se constituía en una “reconstrucción de lo vivido”. La expresión metafórica de Revel vuelve a recordarme el vitalismo nietzscheano y su concepción de la oposición de la historia y la vida. La microhistoria aspiraba demostrar que no había un corte real entre lo local y lo universal. Lo local, decía Revel, era una “modulación particular de lo global”. 29 Una modulación es una variación o una inflexión, no un reflejo o una réplica. En la medida en que puede chocar con lo general y se resiste a su hegemonía, deja el saber histórico en el territorio de la incertidumbre e invita a revisar las interpretaciones deterministas mecánicas que emanan del estructuralismo. El saber incierto y la identidad que juega en los intersticios de un proceso que no es predecible o previsible, nos deja con una “nueva cartografía social”, un nuevo mapa en donde lo excepcional y lo normal, los materiales fundamentales de la mirada micro poseen un valor incalculable. Un último comentario. La microhistoria no pretendía huir de la macrohistoria o de los macrotemas de la historiografía positivista crítica, el materialismo histórico y la nueva historia social francesa. La guerra, la revolución social o cultural, la lucha de clases, la clase obrera, una figura procera, no desaparecían del panorama. Levi insistía en que “se puede hacer microhistoria de Galileo Galilei o de Piero de la Francesca” 30 porque la reducción de la escala no es solo útil para el lugar o el escenario. Se puede volver a la guerra mirando hacia los soldados en las trincheras y no a los generales o los movimientos tácticos estratégicos, o a la revolución buscando respuestas en los actos de los militantes y no de los cuadros revolucionarios y los líderes. O se puede estudiar a Ramón E. Betances Alacán escudriñando sus días como médico titular en la ciudad de Mayagüez o las circunstancias concretas de alguno de sus llamados destierros. Ninguno de esos acercamientos censura los temas estudiados de la historia total que se asume. Por el contrario, permitirán al historiador a regresar a las generalizaciones con información fresca. Dos anécdotas breves para terminar. La primera tiene que ver con una historia de Hormigueros que en 2012 me pidieron que escribiera. En la reunión inicial con los interesados uno de ellos celebraba el proyecto porque el mismo llamaría la atención sobre los grandes hacendados del pueblito cuyos apellidos todavía dominaban el panorama social y cultural de la comunidad. Yo le dije que, aunque reconocía la legitimidad del proyecto, ese no era el tipo de microhistoria que yo estaba en disposición de producirles porque mirar la historia de un pueblo a la luz del papel de sus capitalistas y explotadores me parecía una simplificación poco profesional. No quería hacer una historia petite o la labor de un “micrólogo” o anticuario. Yo iba con la idea de mirar ciertos lugares dispersos en el tiempo y el espacio en el marco de
Levi (1993) : 17.
la comunidad, que luego ensamblaría a la luz de la hipótesis de una probable y cambiante identidad local. Esos lugares eran un poco la arqueología, un culto legendario, los orígenes civiles de la localidad en el pugilato entre Mayagüez y San Germán como signos de modernidad y tradición, el antes y el después del 1898 y la imagen y autoimagen de la comunidad en distintos niveles. Lo que yo quería era poner a dialogar lo micro y lo macro. La historia de los hacendados, los capitalistas, los explotadores, la institución del ayuntamiento, la reduje a un capítulo. Quería hacer microhistoria social y cultural con los recursos de la crítica histórica y literaria. La segunda anécdota tiene que ver con una visita que recibí en mi oficina en la universidad a mediados de la década de 2000. Desde que empecé a escribir me interesaron las figuras marginales, los seres que giraban alrededor de las grandes figuras, el papel de los seres invisibles en medio de los grandes acontecimientos. También me llamaban la atención las zonas oscuras de las vidas de esas grandes figuras, los momentos en que la contradicción aflora en sus vidas y que las historiografías comprometidas, de izquierda o de derecha, no son capaces de ver por su afán de uniformidad o verticalidad. Durante los años 1980 hablé mucho con Loida Figueroa Mercado sobre la figura de Simplicia Jiménez Carlo, la segunda pareja de Betances. Ambos escribimos algún suelto sobre aquella mujer olvidada cuando Loida trajo algunos papeles de Cuba. Yo terminé por redactarle, no una monografía ni una microhistoria, sino un cuento surrealista. Poco después de ello recibí la visita de una dama que me aseguró que era la reencarnación de Simplicia. Quería saber si yo podía asegurarle que se parecía a ella. Es posible que este hecho no llame la atención de un historiador positivista, materialista o socioeconómico, pero sin duda, ambas Simplicias merecerían una buena y creativa microhistoria. Acevedo Tarazona, Álvaro (2004) “Los retornos de la historiografía. La historia política y del acontecimiento”
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