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LETRAS
La educación en línea y la posibilidad de disidencia
Por: Vibeke L. Betances Lacourt
Computadora, cámara de videollamada y una sola carita sonriente haciéndome compañía: así fue la primera reunión virtual. La pantalla llena de pequeñas letras identificando nombres y una que otra foto, generalmente de algún estudiante ‘entogado’ posando con orgullo para celebrar su no-desfile, sí-graduación. ¿Cómo una se enfrenta al salón de clases que trasciende los predios de la universidad, pero en algunos casos encierra al estudiantado dentro de las cuatro paredes de su hogar? Educar en el salón de clases se ha convertido, a casi diez años, en ese espacio seguro en donde podemos y debemos incomodar las mentes – las propias y la del alumnado – en pos de ciudadanos curiosos y diligentes. Ese salón, con mesas o pupitres, de cierto modo nos alejaba un tanto de todo lo demás que nos rodeaba y abría, cuando menos, una pequeña fisura en la pared que suele construirse entre profesorxs y alumnxs. El primer semestre que la UPR RUM ofreció sus cursos, desde el inicio completamente en línea, me enfrenté a un nuevo reto, ¿cómo fomento el interés por cuestionarlo todo en la mente de jóvenes que siguen viviendo en el mismo espacio que ha – en algunas ocasiones – promovido el solo seguir órdenes? Ese primer semestre la columna de Luce López Baralt me conmovió. Tenía junto a mí, a 180 estudiantes que jamás habían experimentado el proceso de estar dentro de la universidad. No quiero que se me confunda, estoy consciente de los beneficios de la educación a distancia. Desde los inicios de mi carrera como educadora he seguido muy de cerca los artículos relacionados con la educación en línea y, como toda una millennial, los equipos tecnológicos y las posibilidades que brindan me suelen deslumbrar. No obstante, soy parte de ese grupo de personas que reconoce dentro del ambi-
ente universitario, sus predios, salones, oficinas, áreas verdes, teatros, cafeterías y más, espacios siempre abiertos para el intercambio intelectual. Ante ese panorama sentí la necesidad de emular, hasta donde me fuera preciso, el espacio del salón de clases físico en el digital. Así pues, me ocupé de dividir a lxs estudiantes en grupos pequeños de no más de cinco. Además, les pedí que crearan dos grupos de WhatsApp: el de la sección completa y el de su pequeño grupo. Finalmente, decidí utilizar lecturas que estuvieran directamente relacionadas con el mundo que les rodeaba pero que sus posturas presentaran opiniones alternas a las que estaban siempre acostumbradxs a oír. Para usar de manera eficiente el tiempo, comencé a desarrollar ejercicios que dieran pie a la discusión de ideas, pero antes les pedía que las discutieran entre ellxs en sus pequeños grupos. Al principio la dinámica me preocupaba, no es lo mismo mantener el control en el salón de clases físico que en el digital. No obstante, la experiencia fue realmente agradable y sorprendente. Ya a la tercera semana de clases las cámaras encendidas
eran más y las voces a través de los micrófonos se multiplicaban. La razón primordial por la que siempre he dividido a lxs estudiantes en pequeños grupos es porque tengo la certeza de que solo así aprenderán a escuchar otras voces y reconocer que Puerto Rico no es uno solo, sino la multiplicidad de formas que tenemos para experimentarlo de acuerdo a nuestras condiciones de vida. En este nuevo panorama, resultó que todos estos jóvenes comenzaron a crear vínculos afectivos porque esos pequeños grupos se convirtieron en redes de apoyo para el duro proceso que resulta tomar clases a distancia en un país que no tiene la infraestructura necesaria para garantizarle a todxs el mismo acceso a la educación. De hecho, lo más que me conmovía era el oír “profesora, “x” no puede hablar por micrófono ahora porque “y” (hay gallos, están cortando la grama, en su casa hay mucha gente hablando, sus (p/m)adres están en el cuarto, entre otra enorme variedad) pero yo leeré su aportación”. Es decir, estos jóvenes fueron capaces de constatar que sus realidades de vida no son únicas pero que tampoco son las de todxs lxs demás. Hablar de género, raza, clases sociales como pretexto para cumplir con los objetivos del curso tomó otro rumbo cuando corroboraron que si bien no son realidades que les afectan directamente, afectan a miembros de esos pequeños grupos que, a veces, aceptaban tener que bajar el volumen del curso para que (p/m)adres no les cuestionaran las posturas disidentes o no se enteraran de experiencias de sus vidas que deseaban compartir con el resto del salón. Así, la violencia de género, el sexismo, la homofobia, la transfobia, el racismo y el clasismo que leíamos en los textos – enjuiciados o avalados – se convirtieron en asuntos que sí violentaban a algunxs de sus compañerxs pues, a diferencia de la experiencia en el salón de clases presencial, cuando se toman clases en línea, se sigue en el mismo ambiente en donde estas prácticas ocurren por lo que resulta más complejo ocultar las condiciones en las que se vive. Por otro lado, lxs más agraciadxs, mínimo veían de primera mano cómo el repetir en su día a día algunas de estas prácticas – aun sin estar conscientes del impacto que generaban – podían afectar a lxs demás. Al final del semestre me contaron cómo muchos de esos chats seguían activos a pesar de haber terminado la hora de clase. De hecho, en más de una ocasión los dejé en la reunión virtual mientras seguían dialogando luego de haber terminado el periodo. Ese ambiente no fue siempre, no fue en todos los grupos del mismo modo, pero fue y con eso me bastó. Entendí que sin importar la modalidad de enseñanza mi rol, como educadora comprometida con mi país, es crear espacios seguros para inquietar mentes y fomentar la necesidad de construir, mano a mano – con actos y no solo con palabras – un país más justo para todxs, más inclusivo y más empático: más comunidad. Confirmé que presencial o a distancia, es posible crear “(com)unidad” y que los vínculos que se crean son igual de poderosos porque nacen del deseo de querer ayudar al otro a vivir en un lugar que le comprenda y le reconozca su valía. El último día de clases, lo acepto, lloré. Lloré porque reconocí en cada una de las caras, esta vez no solo una sino muchas caras sonrientes, el deseo de hacer todo lo posible porque nuestras condiciones sociales cambien. Vi la esperanza en sus rostros, a pesar de los tiempos que les han tocado vivir, y entendí a Galeano cuando recuerda en una entrevista la pared de Bogotá que leía: “dejemos el pesimismo para tiempos mejores”.
Referencias:
Elizalde, Rosa M. “Galeano: ‘Dejemos El Pesimismo
Para Tiempos Mejores.’” Cubadebate, 14 Apr. 2015, www.cubadebate.cu/noticias/2015/04/13/ galeano-dejemos-el-pesimismo-para-tiempos-mejores/. López-Baralt, Luce. “La Educación a Distancia: Una
Educación Distante.” El Nuevo Día, El Nuevo
Día, 22 Aug. 2020, www.elnuevodia.com/opinion/con-acento-propio/la-educacion-a-distancia-una-educacion-distante/.