CIUDAD y 92
CONFLICTO
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La Mediación en la sociedad del control Luis Fernández Alonso
La carencia de puntos de encuentro e intercambio en las ciudades acrecienta la fragmentación social. En una sociedad cada vez más compleja y conflictiva, escasean espacios donde desarrollar el conflicto, lo que permite procesos de identificación discordantes. Además, la desmantelación del Estado del Bienestar acrecienta la sensación de desprotección, que exige compensarse a través de un endurecimiento de la ley y el control. En este marco sociopolítico, la mediación viene a reclamar que otra gestión del conflicto es posible. En el artículo se identificarán estos cambios y se discutirá si la mediación puede ser una de esas herramientas transformadoras que tanto se necesitan.
The lack of enough points of contact and social exchange in our cities increases the social fragmentation. In a society progressively more complex and conflictive, there is a huge scarcity of spaces where the conflict can be developed, which allows hostile identification processes. Furthermore, the dismantling of the Welfare State increases the sense of vulnerability, which demands being compensated by tightening the law and control. In this sociopolitical context, mediation comes up to claim another kind of conflict management is possible. The article will identify these changes and it will discuss whether mediation could be one of those transformative tools that are truly necessary.
Palabras Clave: Conflicto, ciudad, mediación, control social, cambio social
Keywords: Conflict, city, mediation, social control, social change.
“En algún lugar, al comienzo de los tiempos, este distrito tenía en sí un dilema cívico de proporciones épicas. El Ayuntamiento había aprobado una ley que prohibía el consumo de alcohol en zonas comunes, calles y esquinas. Sin embargo, la calle es, fue y siempre será el salón del pobre. Es el lugar donde un hombre quiere pasar una cálida noche de verano. Es más barato que un bar. Disfrutar de una agradable brisa y ver a las chicas pasar. Pero la ley es la ley ¿Que van a hacer entonces los policías? Pues arrestar a cualquier tipo, sin tiempo para trabajo policial de verdad. Pero en algún lugar en los años 50 o los años 60, hubo un puto momento de brillantez, en el que un borrachuzo sin nombre, de camino a su esquinita, deslizó la pinta de cerveza que acababa de comprar en una bolsa de papel arrugado. Un gran momento de compromiso cívico. Esa pequeña bolsa de papel arrugado permitió a los chicos de la calle tomar su copa en paz y nos dio permiso para hacer trabajo policial. El tipo de trabajo por el que en realidad vale la pena el esfuerzo, por el que vale la pena recibir un balazo”. [Bunny Colvin.The Wire]
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Trabajo fotográfico “A propósito del apropiacionismo: Una contraposición de discursos en el ámbito de la construcción.”
Introducción
Hasta la famosa crisis de los años 70, las clases medias albergaban aún la esperanza de vivir en una comunidad perfecta: una comunidad casi utópica, donde los seres humanos se alinearían ante una misma forma de entender la vida y de construirla; un lugar donde hombres y mujeres conviven integrados con sus semejantes y la conflictividad se reduce a meras trivialidades. Sin embargo, la existencia de tan deseable lugar parece alejarse cada vez más. Los miedos, las diferencias, la poca o nula capacidad de influencia sobre lo que sucede a nuestro alrededor y otros tantos factores están alterando nuestras percepciones vitales y patrones de conducta. La complejidad cultural y la desigualdad social creciente de las sociedades dificultan cada vez más el entendimiento mutuo. Las ciudades, cobijo histórico de hombres y mujeres para desarrollarse en libertad, se vuelven lugares abandonados e inseguros, donde no arraigan relaciones estables y sinceras y las desigualdades amenazan constantemente la tranquilidad de sus habitantes.
1 BAUMAN, Z.: Modernidad Líquida. Buenos Aires, FCE, 2003, pp. 29 y 30. 2 Las Gated Community es un fenómeno urbano creciente por el cual las clases altas se aíslan en urbanizaciones cerradas al público de las miserias de la ciudad y con sus guardias armados y cámaras de seguridad se evitan cualquier contacto non grato. Comenzaron a proliferar hace años en las metrópolis estadounidenses y se extienden ahora por Europa así como lo hacen por Latino América, llegando incluso a tener normas propias de convivencia. 3 El geógrafo (SMITH, N.: La Nueva Frontera Urbana. Ciudad revanchista y gentrificación, Madrid, Traficantes de Sueños, 2012.) desarrolla un amplio estudio sobre cómo las políticas económicas dirigen procesos urbanos de transformación social en los que la remodelación de los centros urbanos supone echar a los habitantes originarios de sus barrios para abrirlos a la explotación inmobiliaria.
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Del temor al Gran Hermano de Orwell hemos pasado a un Nuevo Orden Mundial en el que el poder se ha hecho invisible y la norma o las referencias a seguir se han vuelto múltiples y difusas. Durante el siglo XX; la doctrina revolucionaria dirigía todo su esfuerzo a luchar contra el poder homogeneizador racionalista del Estado burócrata y llamaba al individuo a rebelarse y a proclamarse como tal. Ahora la situación parece invertirse: el individuo ya es libre de autodefinirse y buscar su identidad, el Estado aparenta no tener interés (o ya no tiene suficiente legitimidad) en determinar norma social o identidad alguna. Este proceso ha sido privatizado y ha cargado de responsabilidades al individuo, provocando que, en su continua lucha por la emancipación, este busque explicaciones biográficas a problemas sistémicos.
ción en las llamadas comunidades cerradas; 2 o por otro lado la represión y anulación del conflictivo, que a partir de un endurecimiento de la ley y políticas de tolerancia cero, pretende mantener el status quo a golpe de porra.
Así es que el individuo se ha vuelto crítico pero poco eficaz: “reclama cambios y mejoras puntuales en su vida pero jamás cuestiona la filosofía del lugar o se hace cargo de la administración por él mismo”.1 De hecho, aunque el Estado esté dejando de hacerse cargo de sus ciudadanos, estos se muestran incapaces de gestionar su propia vida, incluso de imaginar cómo podrían hacerlo, pues durante mucho tiempo han sido reducidos a un infantilismo considerable. Ante la falta de recursos para afrontar esta nueva realidad, las clases medias y altas proponen sus propias y exclusivas soluciones: la huida o evasión del conflicto, que tiene como ejemplo culminante la integra-
“En un panorama socio-político obsesionado por el control y el castigo, surgen tímidamente algunas políticas locales que apuestan por la mediación como herramienta alternativa en la gestión del conflicto”
La huida de los centros urbanos hacia espacios socialmente más homogéneos parece ofrecerse como remedio a este anhelo de certidumbre y seguridad. Así, las grandes ciudades se amontonan entre urbanizaciones, chalés y rondas para el tráfico rodado, mientras se vacían de habitantes los barrios céntricos, resultando auténticos parques comerciales de paso. Mediante esta segregación de los espacios, las interacciones sociales se ven reducidas a su mínima expresión, con todo lo que ello supone. 3 A la segregación urbana se le suma la rápida fragmentación social e individualización que produce el sistema neoliberal, que convierte todo, incluso los vínculos personales, en objetos de consumo. Al igual que estos, no son construidos con esfuerzo prolongado y sacrificio sino que uno espera sa-
| ECLÉCTICA | REVISTA DE ESTUDIOS CULTURALES tisfacción instantánea en el momento de la conexión y si surge un conflicto, se rechaza y se busca otro vínculo. Así, la confrontación del conflicto sigue viéndose como algo negativo y la profecía acaba cumpliéndose, dice Bauman, pues no tiene sentido salvar relaciones si solo producen que incomodidades.4 Tanto es así, que en una sociedad potencialmente conflictiva como la nuestra, cedemos el ejercicio de nuestros conflictos, por simples que estos sean, a distintos especialistas, ya sean jueces, policías o cualquier otro cargo administrativo, quedando con ello alienados e incapaces de trazar líneas de entendimiento por nosotros mismos. Hoy en día la policía se encarga incluso de los conflictos más simples, como que el vecino de arriba ponga la música demasiado alta. La contradicción se hace evidente, pues así como la precariedad de los vínculos sociales podría ser el precio a pagar por unas ciudades seguras que permitan la consecución de objetivos personales, también es un obstáculo para lograrlos. Es decir, es precisamente por la complejidad cultural y social de las ciudades que se vuelve más imprescindible si cabe la interacción comunicativa y el ejercicio del conflicto. Con todo, la mediación surge en los últimos años5 casi como la herramienta clave para transformar la situación. En un panorama socio-político obsesionado por el control y el castigo, surgen tímidamente algunas políticas locales que apuestan por la mediación como herramienta alternativa en la gestión del conflicto. Partiendo de la idea de que una gestión autónoma y participativa del conflicto provocaría un cambio radical en el modelo de ciudad (o sociedad) actual, en este artículo estudiaremos si estas políticas mediadoras pretenden realmente una transformación de tal envergadura o, por el contrario, reproducen el modelo de control y vigilancia vigente, aunque sea utilizando métodos menos agresivos. Para ello, analizaremos previamente como el modelo de gestión de conflictos actual, incapaz de tratar nuevas realidades sociales, genera un tipo de identidad que lleva a la creación de una cultura cada vez más desconfiada, intolerante y obsesionada por el control, lo que pone en peligro la esencia misma de la ciudad y, por ende, de una sociedad democrática e igualitaria.
La Ciudad, una Geografía conflictiva “Lo que define la ciudad es el espacio público, el terreno común donde se dan las condiciones de una vida pública, allí donde los habitantes, a los que llamamos propiamente ciudadanos, pueden expresarse, allí donde puede formular y defender un proyecto colectivo.” Así definía Amorós la esencia de la ciudad. Poco de esto en-
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contraremos en nuestras ciudades. En su lugar, se está levantando una aglomeración vacía de experiencias comunitarias donde predomina un espectáculo circense de entretenimiento, concebida para poder moverse de un lugar a otro sin molestarse.6 La característica básica de la ciudad es, o debería ser, la multiplicidad de puntos de contacto social, coinciden en señalar tanto la urbanista Jacobs como el sociólogo Sennet. Muchos y muy ligeros contactos que constituyen un tejido de respeto mutuo y un sentimiento de identidad pública en las personas.7 El tejido social de una ciudad, por tanto, no se crea a partir de grandes y puntuales eventos sociales, sino que requiere contacto, fricción y la confrontación de conflictos diariamente. Por el contrario, la ciudad posmoderna es el punto de llegada del individuo libre de todo vínculo, advierte Barcellona, “una enorme superficie pulimentada en la que se puede patinar hasta el infinito”.8 Es más, si en un futuro los historiadores estudiaran las ciudades de nuestra época, probablemente les llamaría la atención la simplicidad y escasez de nuestras interacciones sociales.9 Muchos han sido los cambios y procesos que han llevado a la ciudad a su estado actual, sin embargo, un cambio clave a resaltar aquí es el que surge con la planificación urbana. Dirigida por especialistas y técnicos, la planificación viene a ser el control de las ciudades por la clase dominante. Así como la fábrica fordista, la prisión, el código civil, los cuerpos de seguridad policial o las políticas sociales, debemos entender la planificación urbana dentro del mismo entramado de control social. El planificador, tratando de integrar la ciudad como una máquina en la que todas las piezas deben funcionar en un orden armonioso, observa cualquier conflicto como dañino para su engranaje. Sin embargo, la ciudad es un sistema orgánico que requiere un elevado grado de desorden y de complejidad. Un espacio inevitablemente conflictivo. En consecuencia, en la geografía urbana de la ciudad posmoderna, se observa una clara tendencia a crear espacios neutros, que faciliten la circulación sin distracciones. Así, clasificamos los espacios urbanos en función de lo fácil que sea atravesarlos. En este sentido, la planificación y gestión de los espacios urbanos (de la que se ocupan arquitectos, policías y ayuntamientos, entre otros) tiene como objetivo lo que Richard Sennet ha llamado la liberalización de la resistencia y que viene a traducirse en un espacio urbano por el que la gente pueda desplazarse sin obstáculos, esfuerzo o participación. Serán espacios no limitados por la experiencia, en los que se minimice o se evite el conflicto. El ciudadano ha de poder llegar a su destino sin preocuparse de lo que pasa en su entor-
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no, sin sentirse demasiado incómodo. Al mostrarnos el conflicto como algo desagradable de por sí, se nos ha extirpado y expropiado y nos han regalado nuevas pantallas táctiles que nos mantienen narcotizados y distraídos. Hoy en día orden significa falta de contacto.10
Identidad y Seguridad Esta falta de contacto acelera los procesos de individualización y de destrucción de nuestros sistemas de sentido colectivos. La elección del estilo de vida cobra, a día de hoy, un significado realmente importante para la constitución de la identidad del yo. En este enorme escaparate social que propone el capitalismo, el individuo se supone libre de elegir sus patrones de vida. Así, la liberación de antiguos modelos de conducta ofrece nuevas oportunidades al desarrollo individual, lejos de viejas imposiciones comunitarias. Sin embargo, estas oportunidades
4 BAUMAN, Z..: “Modernidad Líquida…”, pp. 166-170. 5 En España el Real Decreto Ley 5/2012 admite la mediación en asuntos civiles y mercantiles y en la ley procesal del menor. 6 AMORÓS, M.: El aire de la ciudad. Conferencia dada en el Ateneo Libertario del Cabanyal, Valencia, Desorden, 16-VI-2007, p.8. 7 JACOBS, J.: Vida y muerte de las grandes ciudades. Madrid, Peninsula, 1973. 8 BARCELLONA, P.: Postmodernidad y comunidad. El regreso de la vinculación social. Madrid,Trotta, 1992, pp. 30-31. 9 SENNET, R. (1970).: Vida Urbana e Identidad Personal. Los Usos del orden. Barcelona, Edicions, 2001. 10 SENNET, R.: Carne y Piedra. El cuerpo y la ciudad en la civilización occidental. Madrid, Alianza, 1997.
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vienen dadas generalmente por la mercantilización de nuestros patrones de conducta, lo que provoca que gran parte de nuestras relaciones converjan en un objetivo último: el consumo. En este sentido, se producen dos consecuencias fundamentales: la primera y más inmediata es la construcción de nuestra identidad únicamente a partir del acceso a distintos bienes y servicios, nos definiremos entonces como personas según aquello que consumamos o dejemos de consumir, sin una construcción colectiva de la identidad. “Desde La mediación se propone una forma alternativa de gestionar conflictos en la que un tercero imparcial facilita a las partes en conflicto la apertura de un diálogo horizontal”
De hecho, la escasez de experiencias reales que compartir en público, de espacios para desarrollar el conflicto, se sustituye por una experiencia virtualmente consumida a través de los diversos medios de comunicación y entretenimiento de masas. Estos medios, buscando atraer al gran público, producen un espectáculo grotesco que se confunde con la realidad. Esta nueva realidad social ha dado pie a lo que algunos autores han llamado sociedad estilo sinóptico: si durante el capitalismo industrial, el control social se situaba por medios disciplinarios alrededor del Panóptico
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de Bentham,11 en la era posmoderna, gran parte del control se ejerce desde los medios de comunicación, que en su espectáculo diario de seducción de consumidores, provocan que el individuo requiera estar en un continuo estado de alerta. Si lo único que nos identifica es el consumo, será indispensable procesar la información procedente de estos medios si no queremos perdernos en la tarea de identificarnos. Ahora bien, esta tarea, se lamenta Bauman, “al ser llevada a cabo individualmente, se convierte en fuente de conflicto ya que insta a una competencia despiadada en lugar de unificar una condición humana que tienda a generar cooperación y solidaridad”.12 En este sentido, afrontar el conflicto no será necesario para continuar el proceso de identificación y desarrollo personal, sino más bien un estorbo. De hecho, si una de las partes se interesa en afrontar el conflicto suele recurrir a la violencia o cede este ejercicio a los cuerpos de seguridad. La segunda consecuencia es la apertura de una brecha intergeneracional de importancia, pues los más mayores no pueden legar a los jóvenes una forma de vida, una experiencia; así como los jóvenes no pueden tomar a sus mayores como modelos, porque sus recetas para la vida se muestran inservibles.13 Mientras las jóvenes genera-
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ciones desarrollan unos patrones de conducta cambiantes, a partir de estandartes mercantilizados, los más mayores pretenden mantener su identidad construida sobre unos valores que ensalzan la seguridad y niegan las diferencias. Esta identidad, desarrollada durante la adolescencia, alcanza forma de mito; un mito purificador que sirve a los seres humanos para evitar experiencias indeseables imprevistas derivadas del conflicto. Imaginando que se conocen, que su vecino es igual que ellos, que tiene sus mismas formas de pensar y opinar, crean un falso “nosotros” que de coherencia a sus vidas en sociedad. Este “nosotros” es una forma de auto-represión y represión del discrepante, que permite creer tener el control sobre lo que sucede alrededor. Creyendo que sus formas de vida y de relacionarse son únicas y verdaderas, hombres y mujeres construyen un mito sobre el que desarrollar normas y reglas comunitarias, que son las que han ido dominando las ciudades durante los últimos años.14 Es decir, la finalidad última de la represión de un sin techo o una prostituta, no será simplemente convertir el espacio público en un lugar más agradable sino expulsarlos de nuestras vidas para no acabar implicados, ya que esto crearía fisuras probablemente irreversibles en nuestro mito comunitario. Estas identidades, coincidentes con la mayoría silenciosa de la población, se construyen a partir de su obsesión con la inseguridad, empeñándose “en la extinción de esas otras categorías sociales calificadas como extrañas, al ver en estas minorías un inaceptable recordatorio permanente de la imposibilidad de constituirse como una totalidad homogénea”. Una continua sensación de homogeneidad truncada, siempre incompleta, que lleva a la destrucción de cualquier forma de otredad, del extraño.15
Políticas de control social: las ordenanzas de civismo 11 FOUCAULT, M.: Vigilar y Castigar. Nacimiento de la prisión. Buenos Aires, Siglo XXI, 2002. 12 BAUMAN, Z.: “Modernidad Líquida…”, p. 97. 13 PETRAS, J.: Padres-Hijos: Dos generaciones de trabajadores españoles. Barcelona, Ajoblanco, 1996. 14 SENNET, R. (1970).: “Vida Urbana e Identidad…”, pp. 67-90. 15 Zubero califica estas identidades como predadoras. En ZUBERO, I.: La ciudad como espacio de encuentro, comunicación y conflicto: de las identidades predadoras a las identidades dialogantes. Ponencia, Universidad del País Vasco, San Sebastián. 2007. 16 WACQUANT, L.: Las Cárceles de la Miseria. Buenos Aires, Manantial, 2004. 17 GARLAND, D.: La Cultura del Control. Crimen y orden social en la sociedad contemporánea. Barcelona, Gedisa, 2005.
Pues bien, esta especie de esquizofrenia identitaria provoca que las mismas clases dominantes que defienden su comunidad purificada, apuesten por un sistema neoliberal que, al convertir en mercancía todos los aspectos de nuestra vida, amenaza la estabilidad de la propia comunidad. El Estado se yergue, entonces, como el único capaz de garantizar su supervivencia, manteniendo un control riguroso de la actitud de los ciudadanos y privando de libertad a buena parte de ellos.16 Además de los mecanismos clásicos de segregación, criminalización y castigo, la respuesta política del Estado se complementa ahora mediante campañas de responsabilización individual y comunitaria. En el magnífico trabajo del criminólogo David Garland, La Cultura del Control, se advier-
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te cómo las administraciones locales están alterando sus formas de reaccionar ante el delito. Ahora, estas directivas imprimirán muchos esfuerzos en controlar delitos menores, como desórdenes públicos y el incivismo. El control del delito se vuelve entonces más minucioso y preventivo.17 Mediante campañas de tolerancia cero y represión administrativa, los ayuntamientos se aseguran una observación al detalle de las conductas ciudadanas.18 En el Estado Español, estas directivas tienen su base legal en las Ordenanzas de Civismo. La proliferación de estas normativas en distintos ayuntamientos extiende el con-
18 Mientras se ultimaban estas líneas, se aprobaba en el congreso la Ley para la protección de la Seguridad Ciudadana (11/2013), que representa, entre otras muchas cosas, un ejemplo paradigmático de la “administratización” de la justicia y que en esencia es la propagación ideológica de las Ordenanzas de civismo al nivel estatal. 19 Ordenanza de medidas para fomentar y garantizar la convivencia ciudadana en el espacio público de Barcelona. Ayuntamiento de Barcelona, 23-12-2005. 20 GARLAND, D.: “La Cultura del Control…”, pp. 316-317.
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trol sobre conductas en la vía pública. Su objetivo será, precisamente, evitar que los ciudadanos entren en conflicto, como reza el artículo 30.1 de la Ordenanza de civismo de Barcelona: “se fundamenta en la libertad de circulación de las personas, en la protección de los peatones y en el derecho que todas las personas tienen a no ser perturbadas en su ejercicio y a disfrutar lúdicamente de los espacios públicos conforme a la naturaleza y el destino de éstos”.19 Al final, estos “manuales de buen comportamiento” se legitiman trasladando al terreno mediático una cuestión meramente administrativa, generando una campaña publicitaria de continua consensuación que gira siempre en torno a un objetivo obvio, como es la mejora de la convivencia. Asimismo, dan lugar a lo que puede denominarse como policía de proximidad o policía de la calidad de vida. Esta policía busca aliarse con las asociaciones locales en lugar de monopolizar el control, extendiendo a las diferentes capas de la población la responsabilidad de asegurar, y evadiendo así su obligación de mantener segura a la sociedad. Presionando a individuos considerados desordenados y mal vistos en el espacio público, ya sea porque interfieren intereses comerciales o la propia calidad de
vida de las clases medias, la policía acaba cumpliendo la misma función que las fuerzas de seguridad privada ejercen en espacios comerciales. No obstante, al extender el ejercicio del control a las comunidades, el Estado extiende también el miedo y el control sobre las mismas. En este sentido, políticas localistas como el teléfono del civismo de algunos ayuntamientos o el uso generalizado de aparatos electrónicos para denunciar ciertos comportamientos incívicos, incluso ciertas políticas integradoras (como veremos más adelante), no reportan un cambio sustancial en la base del poder en la gestión de conflictos. Los ciudadanos no estarán, entonces, construyendo sus propios conflictos, sino que se les está movilizando para que defiendan el status quo, reprimiéndose primero a sí mismos y enseguida a cualquiera que se desvíe. Esta estrategia de implicación y responsabilización de la ciudadanía se convierte en un mero instrumento de control de las clases dominantes de cualquier forma de divergencia. Una clase dominante “convencida de la necesidad de reimponer el orden, pero sin estar dispuesta a restringir el consumo o renunciar a las libertades personales; decidida a intensificar su propia seguridad pero no dispuesta a pagar más impuestos o financiar la seguridad otros; escandalizada por el egoísmo de ciertas actitudes antisociales pero comprometida con un sistema de mercado que reproduce esta misma cultura; busca una solución para su ambivalencia en el riguroso control de los pobres y la exclusión de los marginados”.20
La Mediación ¿Herramienta de transformación o instrumento de control? En este panorama socio-político ¿Cuál es el papel de la mediación? Según hemos visto hasta ahora, las ciudades están dejando rápidamente de cumplir su papel socializante: los vínculos entre sus habitantes son cada vez más frágiles; escasean los espacios y las políticas que permitan desarrollar el conflicto y los foros de diálogo; y la inmadurez social y política de sus pobladores provoca, entre otras cosas, la represión de cualquier forma de disidencia o alternativa al modus operandi general. Parece que la mediación reúne todos los requisitos para reparar este tinglado: supone un espacio de diálogo en el que desarrollar el conflicto, donde se fortalecen vínculos sociales, se madura socialmente y no se reprimen las diferencias. ¿Ha venido, entonces, la mediación a salvarnos? Bien nos gustaría responder que sí. Sin embargo, en los últimos años hemos abusado del concepto mediación para casi cualquier tipo de apertura de diálogo. En sí
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misma, la mediación es una forma alternativa de gestionar conflictos en la que un tercero imparcial facilita a las partes en conflicto la apertura de un diálogo horizontal. Después de varios encuentros, serán las mismas partes las que establezcan, si es posible, su particular solución del conflicto. Desde la mediación se entiende, por tanto, que no hay una única forma de ver o hacer las cosas y se rechaza con ello la imposición autoritaria de la justicia tradicional. Por ello, no solo debe ser un servicio alternativo en la gestión de conflictos, sino entenderse también como una filosofía que podría impregnar a todos los niveles la forma de gestionar las ciudades.
vas e “integradoras”.
Podemos destacar aquí dos modelos genéricos de entender la gestión de conflictos y con ello la mediación. Podría seguir un modelo integrador: poniendo el acento en lo común, intentando superar las diferencias, tratando sobre todo conflictos emergentes con el fin de crear una conciencia de un todo común. Por otro lado, puede hacer hincapié en las diferencias, tratando conflictos generalmente subyacentes, con el objetivo de crear una conciencia de interdependencia.21 Está última opción parte del modelo dialógico, que sin intentar imponer ningún modelo de comportamiento, refuerza las diferentes identidades en conflicto pero sin que esto implique un desprecio a “la otredad”.
Para encajar dentro del paquete de políticas neoliberales, se observa que, al institucionalizarse, la mediación está adoptando en algunos casos este discurso individualista y paternalista; persiguiendo objetivos integradores y comunitaristas. Así algunos ayuntamientos la ofrecen como servicio alternativo, bajo orden policial o judicial, para acallar ciertas voces discordantes y mantener la legitimidad suficiente para controlar y regular diversos comportamientos de los ciudadanos. Ahora bien, como advertían Peck y Tickell, la mediación habrá perdido toda capacidad para transformar nuestras formas de relacionarnos, para vincularnos los unos a los otros a partir de las diferencias y para conocernos a nosotros mismos comprendiendo al otro. Será, no obstante, un mecanismo alternativo para mantener el estado de las cosas, pretendiendo una homogeneidad social y una pureza racional que no hará más que anquilosar los verdaderos conflictos latentes.
El modelo integrador responde más bien a una ideología “comunitarista”, que Alain Touraine definía como aquella que “le presta a la defensa de una identidad colectiva una fuerza política o militar y una cohesión social y que, por lo general, se traduce en un rechazo al extranjero”. Esta fórmula es la que ha secundado nuestras sociedades en el último siglo y que ha destruido ya numerosas culturas minoritarias. Touraine advierte de las consecuencias de las políticas de integración de las comunidades Inuit en Canadá o los Siux en los Estados Unidos.22 En España, las políticas impuestas sobre la cultura gitana van en la misma línea: la escolarización obligatoria y la represión de sus expresiones culturales, crean una cultura cada vez más dependiente de la beneficencia del Estado. Este tipo de estrategias y políticas integradoras adquieren muchas formas y colores. Su variabilidad y capacidad de integración dependerá del poder del Estado de cada momento. Así, los autores Peck y Tickell han identificado dos fases o formas que puede asumir el sistema político neoliberal: el roll-back del Estado, donde este se contrae y se destruyen viejos modelos, valores e iniciativas; y el roll-out en el cual el Estado se reanima como mecanismo de respuesta a la destrucción del roll-back, a través de un dominio tecnocrático con políticas sociales invasi-
Durante estos procesos de roll-back florecen muchas alternativas y resistencias populares que el Estado neoliberal trata de destruir por medio de diversos poderes: ideológico, militar y económico. Si estas alternativas consiguen resistir a los “tiempos duros”, probablemente acabarán aceptándose, y al entrar en su fase roll-out, el sistema tratará de absorberlas y apropiarlas, anulando en este proceso todo potencial transformador. Estas acciones se despolitizan y se muestran como técnicas e inevitables para mantener su legitimidad. 23
Mediación con valor de ley En España están comenzando a gestionarse muchos casos a partir de distintas formas de mediación. Aunque la mediación en asuntos familiares es aún la más común, empieza a generalizarse para temas civiles o mercantiles. Sin una sanción de por medio, la mediación parece fluir apaciblemente. Sin embargo, la mediación se aplica también en situaciones donde de antemano se ha construido legalmente el conflicto. Es la conocida como mediación reparadora o restaurativa. Se trata, por tanto, de enfrentar a la víctima con el infractor. Al trabajar bajo imposición legal, una vez observada la falta, el proceso mediador queda bastante mermado, pues la codificación de nuestros comportamientos supone muy poco o nulo espacio para la construcción del conflicto por los participantes. La situación todavía se complica más cuando se observa
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una falta en el espacio público, como el clásico ejemplo de una persona que orina en la vía pública. Inmediatamente aparecen tres actores entremezclados: el infractor, la comunidad y la administración. En una sociedad supuestamente democrática, el infractor forma parte a la vez de la comunidad y de la administración, sin embargo, generalmente nos encontramos con un infractor que se enfrenta a la víctima, que es la comunidad misma. La paradoja no se solucionará haciendo participar a la comunidad sino que la administración local se erigirá como representante de la víctima. Sentarán al infractor sobre la mesa de “diálogo”, donde deberá reconocerse como culpable, ofreciéndole la posibilidad de resarcirse del daño a la comunidad sin sanción económica alguna.
21 RODRÍGUEZ, G.: ¿Comunidad? Mediación comunitaria, habitar efímero y diversidad cultural. Universidad de Barcelona, Barcelona, 7/2008. 22 TOURAINE, A.: ¿Podremos vivir juntos? Iguales y diferentes. Madrid, PPC, 1997, pp. 219-224. 23 PECK, J. & TICKELL, A.: Neoliberalizing Space. Oxford, Board of Antipode, 2002.
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Esto, evidentemente, frente a la sanción impersonal económica común, implica importantes cambios, como es el acercamiento administración-ciudadano. Aun así, no se puede pretender una mediación cuando realmente el diálogo es unidireccional: el infractor debe reconocer culpabilidad y la administración no está dispuesta a alterar su comportamiento, pues actúa en nombre de la ley, omnipotente e inalterable. Sin diálogo en posición de igualdad, no podrán tratarse aquellos conflictos anquilosados y subyacentes en la sociedad y en las personas y lo que es peor, la comunidad no estará participando realmente de su conflicto, pues el único participante es el infractor-culpable: se está, entonces, individualizando el conflicto, extendiendo el control de la comunidad dominante ante cualquier forma de desviación. En el ejemplo anterior, si una persona orinara en la vía pública, una mediación tal terminaría con el infractor reparando el daño, probablemente limpiando por un tiempo las calles o repartiendo información de algún tipo. En cambio, si el proceso mediador es horizontal, y participan todos los agentes en conflicto, seguramente se plantearía el problema desde nuevas perspectivas, lo que traería a colación también soluciones colectivas. Por ejemplo, el problema podría verse ahora por la inexistencia de baños públicos cercanos o la falta de hogar de las personas implicadas. Por tanto, si quiere ser factor del cambio, la mediación reparadora ha de orientarse a la participación de los diferentes agentes sociales en el conflicto. Si, como señala el criminólogo Nils Christie, “la búsqueda de una solución es un concepto puritano y etnocéntrico”, debemos ocuparnos de los conflictos sin dirigir nuestra atención hacia el resultado, pues es más importante la participación en sí que las posibles soluciones.24 Concluyendo Como hemos visto, las ordenanzas de civismo responden a intereses comunitarios de la cultura dominante. La práctica de la mediación, a partir de esta forma de entender la convivencia, estaría entonces imponiendo una cultura y un código de conductas sobre un comportamiento considerado desviado de lo socialmente correcto. Estaríamos mezclando peligrosamente los conceptos cultura y sociedad, como si nuestras sociedades se conformaran a partir de una única unidad cultural, como si la cultura fuera una sólida estructura común. La sola idea de una cultura de este tipo implica un poder absoluto que impone normas jurídicas y de conducta social, rechazando el intercambio social y la transformación.25
24 CHRISTIE, N.: Los límites del dolor. México, Fondo de Cultura Económica. Bs. As., 2001, pp. 125,126. 25 TOURAINE, A.: “¿Podremos vivir juntos?…”, pp. 224-229. 26 ZUBERO, I.: “La ciudad como espacio de encuentro…”, pp. 14, 15.
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Por lo tanto, la mediación comunitaria debería combatir precisamente esa mitología comunitaria que aspira a imponer su cultura, señalando y cuestionando allí donde otros pretenden naturalizar y normativizar. Sin delirios de grandeza, la mediación debe huir progresivamente de su propia institucionalización y profesionalización, romper con la identidad purificada e individualista, y construir una suerte de “identidad mediadora”, que a partir de la ironía y el cuestionamiento, “vea semejanzas allí donde otros pretenden levantar muros de separación; señale diferencias allí donde otros pretenden definir unidades. Nos muestre estructuralmente mestizos y nunca acabados del todo; más iguales a los diferentes de lo que en principio pensamos, y más diferentes a los supuestos iguales de lo que imaginamos”.26 Vendría a suponer, en última instancia, la creación de unos vínculos comunitarios basados en la supervivencia, en la necesidad de entenderse mutuamente, sin que una visión o forma de hacer las cosas se imponga a la otra. Los individuos de esta comunidad supuesta, en lugar de acudir a los poderes burocráticos, deben enfrentar el conflicto “por su cuenta”, participando en él, averiguando los unos de los otros, obligándose así a forjar vínculos con los que crear vasos comunicantes que permitan una experiencia compartida. Lamentablemente, esto no será posible mientras otros gestionen nuestros conflictos; mientras domine un discurso jurídico positivo y las soluciones a estos conflictos sean acaparadas por la misma clase dominante que los construye.