El comité 1973 número 22. Microliteratura

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núm. 22 año 4


el Comité 1973 Director General Meneses Monroy

EL COMITÉ 1973. Núm. 22. Microliteratura Revista de difusión, crítica y creación literaria. Correo electrónico: elcomite1973@gmail.com http://issuu.com/revistaelcomite1973 https://www.facebook.com/revistaelcomite1973 https://twitter.com/ElComite1973

Director Editorial Israel J. González S.

Portada y contraportada Israel Campos

Publicación Bimestral Año 4. Núm. 22. 2016. Marzo - Abril

Editora de Dossier Asmara Gay Cuidado de Portafolio Almendra Vergara Imagen y Diseño Gráfico Israel Campos Nava

Consejo editorial Agustín Cadena Guadalupe Flores Liera Daniel Olivares Viniegra

Comité colaborador de este número Alejandro Badillo Juan Carlos Calvillo Guadalupe Flores Liera Asmara Gay Israel J. González S. Meneses Monroy Daniel Olivares Lucía Treviño Néstor Vega Vázquez

Publicación incluida en el catálogo de revistas electrónicas de arte y cultura del CONACULTA http://sic.conaculta.gob.mx/ficha.php?table=revista_elec&table_id=136


Editorial

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Dossier Ensayo introductor Asmara Gay Minificción De las virtudes del olvido Meneses Monroy Minicuentos Guadalupe Flores Liera

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Microrrelatos Daniel Olivares Viniegra

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Literatura en 140 caracteres Lucía Treviño

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Portafolio Néstor Vega Vázquez

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Poesía Haikus Juan Carlos Calvillo

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Cuento Meditación sobre la posibilidad de prender un cerillo Alejandro Badillo

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Consejos para escribir microcuentos Asmara Gay

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Poesía Breves días Israel J. González S.

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Reseña Editan en Grecia antología de poesía mexicana Guadalupe Flores Liera

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El relato breve busca el KO en el primer minuto de la contienda. Sentencia, aforismo, fábula, mito, incluso nos atrevemos a decir que en esta categoría literaria caben los epitafios. Una variación del relato breve sería el diario en comparación con las memorias. Hasta podemos imaginar que Nietzsche es uno de los escritores filósofos que lo practicó. La brevedad puede indicar un rasgo de perfección o de franca humildad ante la inconmensurable realidad. Sea lo que fuere, la práctica de este género requiere una gran maestría o por lo menos, la aspiración a conseguirla. Revista El Comité 1973 rinde un homenaje a la brevedad. En este sentido agradecemos a colaboradores y lectores su afán por acompañarnos en este proyecto. Sin ustedes no lo habría. Gracias totales.

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microliteratura

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MICROLITERATURA ANTIGUA Y MODERNA Asmara Gay

Quien es capaz de escribir aforismos no debería de fragmentarse en ensayos. Karl Krauss Desde las arcaicas culturas encontramos textos literarios de corta extensión que, en muchas ocasiones, entablan un diálogo con las sociedades que los hicieron nacer. Así ocurre con las adivinanzas, las fábulas, las parábolas, las inscripciones (epitafios, epigramas, grafitis) y sentencias que oralmente o por escrito se expresaron llamando la atención de sus comunidades y trascendiéndolas, así como a su época. Su fuerza elocutiva no se basaba tanto en la brevedad, sino en el vigor de lo dicho, que estimuló su repetición y la adherencia en la memoria para que estas breves obras circularan de boca en boca. De manera que la idea de crear microliteratura no nació con la escritura, sino de manera oral, en la vida cotidiana de los antiguos pueblos —en los mitos, las leyendas, los poemas, los chistes, las adivinanzas—, aunque su permanencia desde la antigüedad hasta nuestros días se relaciona estrechamente con la escritura, pues tuvo principalmente un carácter didáctico que se fortaleció con la creación de las escuelas (la primera escuela de la que se tiene noticia es la Escuela de Mari, Mesopotamia hacia el 3000 a. C., a la que podían asistir, sin distinción, hombres y mujeres, pobres y ricos). En estos centros de enseñanza, las fábulas, las sentencias y los epigramas educan el oído, el lenguaje, el pensamiento, la moral y la ética de los hombres. Los más antiguos ejemplos de microliteratura escrita los encontramos intercalados en las teogonías, aquellos relatos míticos con que los hombres trataron de explicarse el origen de la vida y del universo, y que a pesar de aparecer en un tejido narrativo pueden observarse como pequeñas historias eslabonadas. Veamos el siguiente ejemplo extraído del Código de Manú:

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Manú, en reposo, se entrega a la meditación… El mundo yacía entonces envuelto en espesas tinieblas y sumergido en sueño por todas partes. Entonces Suayambú, el Ser existente por sí mismo, en cuanto los sentidos externos pueden comprender, hizo perceptible el universo mediante los cinco elementos primitivos, se manifestó y, resplandeciendo con la claridad más pura, disipó la oscuridad… Habiendo decidido él solo, el Ser Supremo, hacer que todas las cosas emanaran de su propia sustancia (de la sustancia del Ser) hizo que surgieran las aguas, y en ellas depositó un germen fecundo. Ese germen se transformó en germen de oro, brillante como astro de mil rayos luminosos, y en el cual el Ser Supremo se reveló en la forma de Brahma… Por medio de partículas sutiles emanadas del Ser se constituyeron los principios de todas las cosas que formaron este mundo perecedero, derivado del Ser imperecedero. Cada uno de los elementos primitivos adquiere las cualidades de todos los que le preceden: de ese modo un elemento cualquiera, mientras más separado esté en la serie, más cualidades reúne. El ser supremo atribuyó a cada criatura una categoría distinta, y con arreglo a esa categoría, actos, funciones y deberes diversos. Así se crearon todos los seres [2005: 7].

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También, intercalados, encontramos microrrelatos en las epopeyas (poemas épicos que refieren los orígenes heroicos de un pueblo), en las que un héroe —Gilgamesh, Aquiles, Rama— atraviesa por diversos sucesos que impiden trágicamente la resolución favorable de su conflicto. Ella se despojó de su túnica y se tumbó allí desnuda, abiertas las piernas, tocándose. La vio Enkidu y se acercó cautelosamente. Olisqueó el aire. Contempló su cuerpo. Se acercó, Shamhat le tocó el muslo, tocó su pene e introdujo a Enkidu dentro de ella. Empleó sus artes amatorias, se apoderó de su aliento con sus besos, no se reprimió en absoluto y le enseñó lo que es una mujer. Durante siete días permaneció erecto y yació con ella, hasta que estuvo saciado. Al cabo se levantó y caminó hacia la charca, para reunirse con sus animales. Pero las gacelas lo vieron y se dispersaron, el venado y el antílope se alejaron brincando. Trató de alcanzarlos, pero su cuerpo estaba exhausto, su fuerza vital se había agotado, temblaban sus rodillas, ya no podía correr como un animal, tal como hacía antes. Regresó hacia donde estaba Shamhat y en tanto caminaba supo que su mente había crecido, supo cosas que los animales no pueden saber [2008: 101-102]. La idea de crear pequeñas composiciones —ya no intercaladas en otras obras— cobró apogeo con la fábula, también llamada apólogo, posiblemente el microrrelato más antiguo del que se tenga noticia. Esta narración breve, en verso, de una acción alegórica, cuyos personajes son, por lo común, seres irracionales y que encierra un principio general o moral, nace en la India y Esopo la traslada a Grecia, en donde se difunde y amplía su composición; así surgen en Mileto ciertas fábulas, llamadas fábulas milesias, de corte inmoral, que solamente pretendían entretener a los escuchas o lectores. De Grecia pasa a Roma con Fedro y se enriquece en la Edad Media (La Fontaine, Lucanor, María de Francia) gracias a una fuerte influencia entre Oriente y Occidente. En los siglos XVIII y XIX la escriben, entre otros, Samaniego, Iriarte, Gay, Marroquín, Balmaseda, Lizardi, Bello, pero en el siglo XX cae en desuso por el ímpetu de las vanguardias y la intención de romper con todo el pasado literario. No obstante, importantes autores como Monterroso o Borges aún la cultivaron con gran humor e inteligencia y, en la medida de lo posible, actualizándola.

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El apóstata arrepentido Augusto Monterroso Se dice que había una vez un católico, según unos, o un protestante, según otros, que en tiempos muy lejanos y asaltado por las dudas comenzó a pensar seriamente en volverse cristiano; pero el temor de que sus vecinos imaginaran que lo hacía para pasar por gracioso, o por llamar la atención, lo hizo renunciar a su extravagante debilidad y propósito [2001: 35]. Esta comunicación entre la literatura antigua y moderna, ya sea para componer a partir de sus mecanismos, para tomar préstamos o para renovarla, es algo común en toda la literatura, incluida la llamada microliteratura. Mucho se habló en su época, por ejemplo, del encuentro fortuito que Ramón Gómez de la Serna hace con sus greguerías, e incluso hoy se habla de ellas como si fuesen un género aparte en la composición literaria. Sin embargo, por su forma y por su fondo, están tan cerca del epigrama como del aforismo; géneros que desde la antigüedad comparten temas y cuya distancia, en el tiempo presente, aminora. Comparemos unas greguerías del autor español con un epigrama de Marcial (ca. 40-104) y otro de Semónides de Amorgos (Fl. Alrededor del 630 a.C.).

Semónides de Amorgos Largo tiempo tenemos de estar muertos, Y vivimos muy mal un corto número de años [2013: 46].

Ramón Gómez de la Serna Los que matan a su mujer y luego se suicidan deberían variar el sistema: suicidarse antes y matarla después [11/1/2016, en línea].

Marco Valerio Marcial Era cirujano Diaulo, Y es ahora enterrador; De esta manera Practica la medicina mejor [1990: 552].

Ramón Gómez de la Serna La prisa es lo que nos lleva a la muerte [11/1/2016, en línea].

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Ciertamente, la microliteratura ha cobrado importancia en los últimos tiempos. Alrededor del globo se impulsa esta creación mínima a partir de concursos, compilaciones, redes sociales, exposiciones y conferencias. En este renacimiento, la microescritura ha dejado de lado estructuras literarias que eran antes ejemplos de arte literario (como la parábola, de la cual decía Benjamin Jarnes [s/f, II: 560] que era la hermana mayor de la fábula porque, a pesar de compartir rasgos, la parábola era una especie de alegoría cuyos personajes siempre eran racionales), ha creado nuevas formas de las que no siempre tiene claro el concepto que quiere transmitir con su escritura (como el microrrelato, minificción, microcuento, cuento breve, literatura en 140 caracteres) o ha tomado formas prestadas de otras literaturas para inventarse de nuevo (como el haiku, este breve poema japonés que le habla a los sentidos a través de una imagen intuitiva de la realidad y cuya redacción está de moda en Occidente). En el actual camino de los escritores, componer microliteratura es un gran avance en el aprendizaje literario, porque estos ejercicios requieren de una alta capacidad de síntesis, de pericia por parte del escritor para abarcar de un solo golpe de vista un contenido y una forma para mostrarlo, conocer de estas pequeñas formas y tratar de trascenderlas con una fuerza que los impulsa a escribir mil veces esa pequeña frase o párrafo con el que se pretende hacer literatura. En este nuevo número, los colaboradores de El Comité 1973 nos presentan modernos ejemplos de microliteratura: minificción que ilumina al lector con una epifanía (Meneses Monroy), minicuentos, cuya base narrativa se fortalece con la tensión entre las frases que dirigen las acciones de los personajes (Guadalupe Flores Liera), microrrelatos, y otros que no lo son tanto, pero que hablan a los sentidos en juegos metaliterarios (Daniel Olivares Viniegra), literatura en 140 caracteres a caballo entre el aforismo y el microrrelato (Lucía Treviño), varios haiku en castellano que tienen

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el rigor del japonés y la esencia de Occidente (Juan Carlos Calvillo) y un cuento ensayo breve o ensayo narrativo que nos invita a meditar la existencia a través de la combustión de un cerillo (Alejandro Badillo). Además, hemos incluido algunos consejos para escribir microcuentos que, ante tanta confusión moderna entre minificción, microrrelato y microcuento, intenta dilucidar algunas bases generales en la composición de este atractivo género (Asmara Gay).

Referencias Antología de la poesía lírica griega [2013]. Selección, prólogo y traducción de Carlos García Gual. Madrid: Alianza editorial. Antología de textos clásicos grecolatinos [1990]. Selección de Roberto Heredia Correo, José Tapia Zúñiga y Germán Viveros Maldonado. México: UNAM. Gilgamesh [2008]. Versión de Stephen Mitchell. Traducción de Javier Alonso López. Madrid: Alianza editorial. Gómez de la Serna, Ramón [f. de consulta: 11/1/2016, en línea], “Selección de greguerías”, en http://barricadaletrahispanic.blogspot.mx/2012/03/seleccion-de-greguerias-de-ramon-gomez.html?m=1 Jarnes, Benjamin. Diccionario de la literatura. Ts. II y V. México: Editora central, s/f de edición. Lázaro Carreter, Fernando [2008]. Diccionario de términos filológicos. Madrid: Gredos. Monterroso [2001], Augusto. La oveja negra y demás fábulas. México: FCE/Conaculta. “Textos del código de Manú” [2005], en La India literaria. Antología, prólogo, introducciones históricas, notas y un vocabulario del hinduismo por Teresa E. Rohde. México: Porrúa, pp. 7-16.

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De las virtudes del olvido Meneses Monroy Él era olvidadizo, incluso ahora no recordaba qué actividad hacía ni dónde se encontraba. Recordó haber muerto. En ese instante se difuminó.

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Minicuentos Guadalupe Flores Liera

DE ANTEMANO Los guardaba meticulosamente dentro de un baúl: Metros de paño y sedas destinados a convertirse un día en flamantes vestidos; sábanas blancas, bordadas con tal delicadeza, que daba pena verlas almacenadas. Al fondo, un par de zapatillas suaves y claras que se probaba de vez en vez y con las cuales, a escondidas y con la luz a medias, danzaba entre sus propios brazos, mientras una cajita de música sobre la que giraba una bailarina solitaria acompañaba sus sueños. Después cerraba el baúl y en él encerraba también los recuerdos que estaba viviendo de antemano y de los cuales le hablaría a él, cuando llegara.

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SENTIDO COMÚN Solía escarmentar en cabeza ajena, hasta que un día descubrió que él también la tenía. SIN PALABRAS Siempre habló de su miedo a la muerte, hasta que supo lo que era el olvido. AFIRMACIÓN Sí ─decía─, es que yo soy así. Pero jamás se atrevió a probarlo. LA DERROTA ...Y a la tercera, calló vencida. LA FELICIDAD Un día creyó que la había encontrado y mantuvo las manos ahuecadas y juntas durante muchas horas mientras saboreaba el triunfo ante la felicidad atrapada entre ellas. Encontrada la caja donde habría de guardarla descubrió con horror el vacío y la ausencia de alas, al tiempo en que sus manos resbalaban hasta el punto en que era imposible que cayeran ya más.

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ALGUNOS MICRORRELATOS Y OTROS NO TANTO por Daniel Olivares Viniegra

Mención honorífica Para no despertar ninguna sospecha del dinosaurio; las subsecuentes mañanas ni siquiera despertó. Alegrije – ¡Esto no es un cuento! –Tú tampoco… Y así la eterna lucha entre el creador y sus visiones. Delirio “Misión cumplida”, exclamó el tlatoani extrañamente jubiloso: “reaprehendimos al dragón más buscando que recientemente se nos escapó; séllase el anillo: la serpiente emplumada ha vuelto a morderse la cola; la única imperdonable posibilidad de que dentro de 600 años el hecho se repita es que todo siga igual o peor”. Moda posmoderna Alois Alzheimer, heterónimo del ínclito neurólogo alemán, impuso la norma de comenzar algunos cuentos diciendo: “Sabía una vez…

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Alarife Émulo de un tal Italo Calvino, se empeñó en inventar una ciudad como ninguna (o al menos por criatura humana jamás vista o concebida). Desahogó así todos los modelos posibles y plausibles, mismos que–por supuesto– iban desde Comala hasta Macondo y de Santa María a Yoknapatawpha. En busca de los más diversos modelos recorrió exhaustivamente todos los rincones de castillos, templos, salones, torres y plazas, ubicados lo mismo en las inmediaciones de la isla Barataria, que vislumbrados por entre los cielos, ríos y cumbres de Heliópolis (la de Jünger), o bien tramontando bosques, selvas y desiertos, muy a lo Tolkien; todo ello por no incurrir en los ya desgastados tópicos desde siempre farfullados por el creador de Gulliver o el ínclito monje de Milk Street. Luego de toda una –sin duda– esforzada vida, aunque lamentablemente plagada de infructuosas pesquisas, dio al final con la clave de siquiera denominarla. Se llamaría ciudad _______, ubicada en un lugar de cuyo nombre ya no pudo acordarse; si bien su nombre cifrado sería Abcdefghijklmnñopqrstuvwxyz.

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Figuras pletóricas, selección Lucía Treviño

Desasosex. Si me dan a escoger, lo quiero todo. Así que mejor opto por perfeccionar el arte de la masturbación. El Sión de la masturbación. Las monjas no imaginaron que iban a propiciar tanto material para un domingo sin misa pero de harto recalentado. Aquel hijo que no tuve fue quizás mi única oportunidad para ser madre. Para él fue su única oportunidad de existencia. La indignación por ser un pedazo de carne solo para comerse (cogerse). La indignación al no poder ser un pedazo de carne que se antoje. La felicidad cifrada en un pene. Una pena. Desasonex. Si podemos estar de acuerdo en la sumisión podríamos estar de acuerdo en la rebeldía. Cada vez que intento pensar dejo de hacerlo; y al revés. Quiero dejar de pensar y sigo haciéndolo. La razón comenzó con la noción de la belleza, del amor, del dolor, de la muerte, y el tiempo. La razón se consagró en el absurdo. Entre la negación y la aceptación pareciera que la primera intención es la más sencilla. “Ser” está entre una y otra.

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Una desquiciada suicida encuentra formas de burlarse a sí misma para no matarse. Desasoplex. Presiento el día… con el sol lo voy sintiendo, o soy el sol, o soy una sombra y no soy… y del día me voy desprendiendo. En el cielo se dibujan todas las expectativas del ser humano de ese día. El viento, las nubes y el sol con el día las va evaporando. Carcajearse hasta exorcizar los balbuceos del absurdo. Habría que musicalizar los pensamientos, no es hablar, ni escribir, ni dialogar, ni hacer música sino un fluido silencio eterno. El arrepentimiento es un escupitajo al alma.

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Néstor Vega Vázquez Estudiante de la Lic. En Artes Visuales de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo. Su trabajo abarca la pintura de caballete, digital y el grabado en varias técnicas. Néstor aborda como principal tema la visión e inquietud que tiene acerca de todo lo que engloba el estado de Guerrero. Dentro de estas inquietudes se encuentran: la flora, la fauna, lo folclórico, costumbres y tradiciones, e incluso la violencia. La influencia de los colores, y la constante insistencia entre los diversos rasgos que identifican al estado. De inicio se pretende establecer esa identificación en base a los animales, y posteriormente la atención se basa únicamente en las danzas para finalmente hacer una analogía bastante irónica entre lo que es carnavalesco/divertido y lo violento/trágico.


Jaguares en lucha SiligrafĂ­a 2014 55 x 65 cm


Forcejeo de jaguares Aguafuerte y aguatinta 2015 26 x 29 cm



Dos golpes mรกs Punta seca 2015 29 x 43 cm


Perro sobre jaguar Aguafuerte 2015 29 x 39 cm


Cruce Serie “sólo personajes” Óleo sobre tela 2015 120 x 100 cm



Cabeceo de jagua Aguafuerte y acuarela 2015 39.5 x 29 cm



43 espectadores Serie “espectadores” Óleo sobre tela 2015 200 x 120 cm


10-08-2015 “Disturbios con jaguares� Collage digital 2014


07-06-2015 “Disturbios con jaguares� Collage digital 2014


07-06-2015 Collage digital 2014


07-06-2015 Collage digital 2014



13-10-2014 Serie “Disturbios” Óleo sobre tela 2015 180 x 100 cm


JUAN CARLOS CALVILLO 1. Empuña arena y viértela en tus piernas. El mar se acerca. 2. Me hiciste huésped: si no das de beber, no alces el cáliz. 3. Crucé tres pontos y encontré tu ciudad ya devastada. 4. Es cruel que cantes cuando sabes que estoy atado al mástil.

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De Cuaderno de traslado Siete haiku


5. No llegará mientras la espere aquí, no habrá advertencia.

6. Años después vuelvo a verte y me siento tan sólo a un paso. 7. Se lleva el viento los granitos de arena de un pedregal.

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M e d i t a c i ó n s o b r e l a posibilidad d e p rend er un c er illo Alejandro Badillo

Estoy en casa. Son las 6 en punto de la tarde. El vecindario está en silencio. La luz del sol se desparrama por el piso. Acabo de llegar del trabajo. Sostengo un cerillo entre mis dedos. Quizás, la observación profunda y sostenida de este diminuto fragmento de madera, coronado por una capa de químicos misteriosos, es una manera de inmovilizar el tiempo. No, no es verdad. Este cerillo –aún inocuo, latente como una nube oscura– es una manera de pensar. Por ejemplo: pienso en mi trabajo y en el traje gris que llevo todos los días. Pienso en los pasajeros apretujados en el metro. Pienso, en realidad, en muchas cosas: en los cerillos, por ejemplo. Los cerillos eran objetos cotidianos, indispensables, que están siendo sustituidos por una serie de artilugios que prometen un fuego inmediato y fácil. Hay largos encendedores de gas que permiten una llama delgada y casi perenne. Hay elegantes encendedores de metal que convierten el acto de fumar en todo un acontecimiento. En el futuro habrá encendedores que se activen con la mente. Tal vez, el acto primitivo de prender un cerillo, la concentración que se necesita para raspar su cabeza contra un costado de la caja en la que segundos antes aguardaba, silencioso, con otros compañeros, es una manera de evadir al mundo. Es decir, hay un instante en el que la atención se concentra en modular la fuerza de los dedos, en colocar la yema del índice cerca de la cabeza del cerillo para ejercer la suficiente presión contra la tira áspera de la caja y generar una reacción en cadena. Es, en esos momentos, cuando el resto del mundo desaparece. No importan las preocupaciones, ni ponerse a reflexionar qué es lo que se quiere y otros misterios de la vida. El futuro es una superficie resbaladiza y lejana. ¿Para qué ponerse a pensar en otras cosas si tenemos, entre los dedos, una explosión mínima pero inminente? Qué quiero para desayunar mañana es algo irrelevante cuando tengo que cuidar una llama que podría extinguirse en cualquier momento.

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Doy un par de vueltas por la sala. ¿No sé lo que quiero? Podría ser. Hace una hora, después de la oficina, mientras subía al auto para regresar a casa, me sentía vacío. El vacío, esa condición existencial disfrazada de molicie o, peor aún, de indiferencia, me está carcomiendo. El vacío se destila en mi cuerpo. Por eso llegué a casa, fui a la cocina y, después de tomar un vaso con agua, me quedé inmóvil y desconcertado. Entonces, sin pensar, abrí el cajón que está a un lado del fregadero y encontré, medio perdida entre brillantes cubiertos, la caja con los cerillos. Es una caja pequeña que muestra, en la cubierta, a la Venus de Milo, un humeante ferrocarril y el Partenón. En la parte superior hay una leyenda: “La Central”. Deslicé la parte inferior y miré los cerillos. No había utilizado ninguno. Intenté recordar cuándo los había comprado. Quizás había sido durante la mudanza de hacía unos meses. El temor de llegar a una colonia nueva me hizo comprar objetos que, ordinariamente, son invisibles para mí. Y mientras intentaba recordar la compra desprendí un cerillo, me quedé con la caja en la mano izquierda y caminé hasta la sala. Desde entonces estoy aquí, sin atreverme a dejar el cerillo, subir las escaleras, tumbarme en la cama y olvidar todo esto. Estoy, por así decirlo, estancado, sin decidir si prendo el cerillo o lo guardo en su caja de cartón y regreso a la cocina. Pero cada vez que pienso en la segunda opción me invade el deseo por prenderlo aunque, después, no sepa qué hacer con él. Nunca fumé, tampoco tengo velas o inciensos. La única opción, en efecto, es regresar a la cocina. Y, sin embargo, volver allá es una especie de claudicación, una derrota. Podría prenderlo y esperar, simplemente, a que pase algo. Esa sensación, esa posibilidad que se anuncia en mi cuerpo como un cosquilleo, me da tranquilidad. Es como mirar un atardecer o disfrutar un gin tonic en la playa. Pensándolo bien me parece que, en poco tiempo, tendré que prenderlo. Sin esa certeza la felicidad del momento se diluye, se evapora. Tengo que pensar para mantenerme aquí, expectante, con el cerillo entre los dedos, como un cowboy que está a punto de jalar el gatillo. Si dejo de pensar pronto comprenderé que mi situación es ridícula. Me siento en el sillón que está cerca de la ventana porque la espera puede ser larga. Lo hago con cuidado, como si el cerillo fuera a explotar en cualquier

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momento. Sin embargo, una vez hecho el movimiento, compruebo que el cambio de posición, de perspectiva, me ha dado seguridad, incluso entereza. Me arrellano en el sillón y subo los pies en la mesa de centro. Ahora mi marco visual abarca la entrada de la cocina, el pasillo que lleva a la escalera y la puerta de la entrada. Trato de mirar más cosas cuando escucho el claxon del camión de la basura. La sorpresa hace que casi tire el cerillo. Sin embargo recupero la postura y lo sostengo, triunfal, entre los dedos. Si llegara alguien en este instante, por ejemplo, la señora que hace el aseo, le diré que estoy aquí, disfrutando la penumbra de la sala. Le diré que me gusta estar así, al acecho, contemplando la nada. No añadiré más palabras. Actuaré como si la tarde fuera normal. Ella me mirará con extrañeza e irá a la cocina a lavar los platos sucios. Me sentiré tranquilo porque no me habrá descubierto. Incluso, teniendo a escasos centímetros el cajón de donde saqué los cerillos, no podrá adivinar lo que he estado haciendo desde que llegué del trabajo. Pero la señora no viene hoy, martes, aunque podría venir si así lo deseara. Ella tiene llaves y, cuando la contraté, le dije que no me importaba el día que viniera siempre y cuando fuera una vez a la semana. Decidió, entonces, que vendría los viernes y ha cumplido escrupulosamente. Comprendo que me estoy desviando del tema. Siento que los dedos se me entumen, como cuando los metemos en agua helada y las yemas quedan estériles y frías. Quizás el entumecimiento es porque el cerillo, harto de tanta perorata, reclama que es tiempo de hacer algo con él. Pero, ¿qué puedo hacer? Casi lo puedo escuchar, con su diminuta vocecilla, diciéndome que todos los cerillos tienen un destino que cumplir, que un cerillo sin encender es una oportunidad desperdiciada, una idea que se evapora. Le contesto que no le encuentro un uso inmediato, que un fuego no se prende así como si nada. Él me responde que es un soldado que espera, impaciente, una guerra imaginaria. Debatimos y argumentamos. Cuando él parece ganar yo encuentro una salida. La tarde avanza y la casa se inmoviliza en su silencio. Parece que pronto tendré que tomar una decisión, incluso contra mi voluntad. Para entretenerme mientras espero y, para darle esperanzas, le cuento de las posibilidades futuras: usarlo para prender la alfombra, consultar el reloj y comprobar en cuánto tiempo llegan los bomberos; prenderlo y mirar cómo la pequeña llama avanza por su cuerpo de madera hasta quemarme la punta de un dedo. Le cuento y le cuento hasta que la pesadez de la jornada gana, recargo la cabeza en el respaldo y me quedo dormido. Sueño que, después de mucho pensarlo, me

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dispongo a prender el cerillo. Deslizo su redonda cabeza en la tira áspera pero nada. Intento una vez más pero sólo logro leves chispas. Arrojo el cerillo, tomo la caja y desprendo uno nuevo. Las manos me pesan y miro, de reojo, a la Venus de Milo que me sonríe; el faro del ferrocarril ilumina la oscuridad de mis manos y el Partenón se desmorona piedra por piedra. Determinado, un poco enfurecido acaso, como si mi vida dependiera de ello, froto el segundo cerillo contra el costado y logro, al fin, un asomo de lumbre. El contacto produce chispas más persistentes que crecen hasta formar una llama pequeña y volátil. Miro su vientre azul y el tembloroso perfil amarillento. No puedo evitar la tentación y acerco uno de mis dedos de la mano izquierda. En ese momento despierto. Es noche completa. Apenas distingo el filo de los muebles. La luz de la calle sólo agita las sombras. Hago memoria y recuerdo mi dilema. En los dedos aún sostengo el cerillo. Es algo tan natural. Me gusta estar aquí, con un enigma entre los dedos. Me acomodo en el sillón y, cuando todo parece volver a la normalidad, recuerdo el sueño. Tengo la sensación, bastante incómoda por cierto, de que el cerillo que sostengo es el segundo, el que pude encender, y que muy cerca de mis pies, silencioso como el cadáver de un insecto, está el primero. Pero es absurdo. Veamos: si mi teoría fuera cierta el cerillo que sostengo ahora mismo entre mis dedos tendría algún rastro de combustión. Su cabeza estaría consumida. Incluso habría un vago olor a quemado. Fijo la mirada en el cerillo pero la oscuridad casi total me impide inspeccionarlo con detenimiento. La única forma de comprobarlo es revisar la caja. Estoy por buscarla en los recovecos del sillón cuando comprendo que estoy mejor así. Sonrío. Debe haber otra forma de llegar a la verdad. Me gusta esperar así que espero.

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Algunos consejos para escribir microcuentos

Asmara Gay

1. Como su nombre lo dice, el microcuento es un cuento pequeño, reducido a la máxima esencia de su naturaleza y, por lo tanto, debe presentar un conflicto y redactarse según los parámetros del cuento moderno o del cuento clásico (inicio, desarrollo, clímax y desenlace). 2. Piensa el argumento en relación con el conflicto que planteas, esto te ayudará a darle una mejor estructura a tu historia y tendrá un efecto en el lector, quien podrá observar si éste se resuelve (o no) en el desenlace. 3. Escríbelo de la manera más breve que puedas (no más de una página) ni incorpores muchos personajes, pues podrías crear confusión en los lectores. 4. Como los cuentos, el microcuento debe tener tensión. Recuérdalo. 5. No incluyas nada de manera innecesaria. Ten en cuenta que, por el reducido espacio que hay para contar, todo lo que uno escribe en este tipo de relatos tiene una función precisa, incluido el título, que suele tener una enorme relevancia. 6. Es preferible que se desarrolle una sola acción en un único escenario y que el tiempo del relato sea uno de principio a fin debido al poco espacio y a la posible pérdida de tensión que pudiera generar en el lector. 7. Por lo general, funciona más la narración de acciones en los microcuentos que la descripción, a menos que el manejo del conflicto y el cierre sean extraordinarios.

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8. Piensa en dos o tres posibles desenlaces, esto te ayudará a verlo en perspectiva y a plantearte diversos enfoques del mismo. Incluso, a la manera de Margaret Atwood, en algún momento puedes incluir varios en tus historias. 9. No expliques ni intentes convencer al lector de la verosimilitud de lo que narras. Cuando alguien te lee hace, en principio, un pacto contigo (el lector espera creer lo que vas a contarle), depende de tu forma de narrar que el lector respete este pacto. 10. Di más con menos. Cuando hayas asimilado esta parte del arte literario tus cuentos crecerán en tamaño y en calidad. 11. Huye de los lugares comunes, en los microcuentos y en todo lo que escribas. 12. Disfruta lo que escribes. Si bien el ejercicio de la escritura tiene una enorme carga de estudio y disciplina, ésta tiene su recompensa por el placer que el escritor siente al escribir y que se proyecta en lo que escribe.

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Los breves dIas Israel J. González S.

Casi todo nos sobrevive pues no se desaparece sin rastro se acumulan las viejas pieles que despoja el tiempo me doy cuenta un hombre no sólo tiene su vida también habita una casa en una tarde que recuerda la espada del ángel abraza todos los momentos de su existencia mirando sus entrañas camina por casa fumando un deseo viejo

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Esta casa no es un espacio rodeado de paredes muebles y libros es comunión de ayeres donde se engarzan sueño desesperanza un grito sin eco una caricia no dada La ineludible muerte descansa en algún resquicio Cuando yo haga falta sólo será silencio pero no vendrá la ausencia quedarán los objetos resignados a su orfandad mudos testigos de estos breves días

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EDITAN EN GRECIA ANTOLOGÍA DE POESÍA MEXICANA Por: Guadalupe Flores Liera La editorial ateniense Roés acaba de poner en circulación en su serie Poetas del Mundo una interesante, actualizada y muy bien trabajada Antología de poesía mexicana. El autor es Giannis Souliotis (n. isla de Poros), doctor en Relaciones Internacionales, especialista en desarme y conflictos interestatales, profesor, investigador, conferenciante, pero además poeta, narrador, novelista y traductor experimentado. Gran conocedor de la obra de Fernando Pessoa, de quien ha realizado estudios comparativos con la obra de Kavafis, y hablante de varios idiomas, entre ellos inglés, portugués, italiano y español. Souliotis ha traducido también a Federico García Lorca, James Merrill y Antonio Botto, entre muchos otros. En esta ocasión, en una bella y muy cuidada edición, de lectura cómoda y amena, ofrece el resultado de sus copiosas investigaciones: 120 poetas mexicanos, desde Salvador Díaz Mirón hasta la joven colimense Yuliana Valle (n. 1983). Un recorrido de estilos en que, como es de esperar en toda selección, faltarán muchos nombres, pero están presentes los ya reconocidos e identificados con lo mejor del quehacer poético, además de la generación en cierne. Tal y como explica Souliotis en su introducción, el objetivo es ofrecer no una antología de escuelas y de corrientes literarias, sino “un grupo sin grupo”, es decir, “un conjunto de autores elegidos con la única intención de que constituyan una mejor manera de conocimiento y de

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comprensión de la poesía mexicana para los lectores griegos”. Y precisa que, tratando de ser lo más objetivo posible, seleccionó “poetas y poemas donde estén contenidas todas las generaciones que conforman el siglo XX mexicano” con el fin de ofrecer variedad de voces y de evitar las repeticiones inútiles que afectarían “la economía” que define a toda selección. Uno de los rasgos que más llamaron su atención, señala, es cómo a pesar de las condiciones adversas que ha vivido México a lo largo de su historia, el país sabe sonreír y cantar, además de expresar su interioridad sin por esto dejar de prestar atención a lo que sucede en el mundo, específicamente en lo que se refiere a la creación artística y a las corrientes renovadoras que marcaron desde el modernismo hasta los demás movimientos poéticos que, en reptidas ocasiones, se reunieron alrededor de publicaciones hoy históricas. Cada una de las innumerables corrientes literarias del siglo XX poético mexicano, aclara Giannis Souliotis al lector, “mismas que se convirtieron en la fuente principal para la conformación de la presente antología”, incluye cientos de voces, razón por la cual es probable que el número 120 parezca pequeño en comparación con la extensión del país y el género literario del cual se ocupa, pero no ajustarse a una cifra hubiera significado tener que elegir entre millones de voces, algo comprensiblemente imposible e impráctico para los propósitos del libro. Y si bien es probable que estén presentes varios de los autores en mayor o menor medida ya conocidos en Grecia, como Octavio Paz, José Emilio Pacheco u Homero Aridjis, es muy probable que la mayoría aparezca traducida por vez primera al griego: Luis Gonzaga Urbina, Rafael López, Dolores Castro, Fernando del Paso, Thelma Nava, Elsa Cross, Ricardo Yáñez, Verónica Volkow, Javier Sicilia, Tedi López Mills o Aurelio Asiain, etc., ordenados por su fecha de nacimiento. El libro cierra con un hermoso Epílogo del diplomático y poeta Giorgos Veis.

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