ciudades imposibles
el comité 1973 Año 5. Núm. 25. 2016. Septiembre - Octubre
Revista de difusión, crítica y creación literaria
el Comité 1973 Director General Meneses Monroy
EL COMITÉ 1973. Núm. 25. Ciudades imposibles Revista de difusión, crítica y creación literaria. Correo electrónico: elcomite1973@gmail.com http://issuu.com/revistaelcomite1973 https://www.facebook.com/revistaelcomite1973 https://twitter.com/ElComite1973
Director Editorial Israel J. González S.
ciudades imposibles
Portada y contraportada Israel Campos
Publicación Bimestral Año 5. Núm. 25. 2016. Septiembre - Octubre
Editora de Dossier Asmara Gay Cuidado de Portafolio Almendra Vergara Imagen y Diseño Gráfico Israel Campos Nava
Consejo editorial Agustín Cadena Guadalupe Flores Liera Daniel Olivares Viniegra
Comité colaborador de este número Alejandro Baca Agustín Cadena Guadalupe Flores Liera Asmara Gay Hans Giébe Israel J. González S. Miguel Ledezma Meneses Monroy Dulce G. Ramírez Ramón Cuéllar Márquez
Publicación incluida en el catálogo de revistas electrónicas de arte y cultura del CONACULTA http://sic.conaculta.gob.mx/ficha.php?table=revista_elec&table_id=136
indice Dossier Ensayo introductorio Asmara Gay Relato La rosa de Vlinka Agustín Cadena
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Poesía Ciudad imposible (fragmento)
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Poesía en traducción Dimitrós Dimitriadis-Dorian / Atardecer en la ciudad
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Konstantinos Kavafis / La ciudad
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Christian Morgenstern / Berlín
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Relato La puerta
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Maceriae: la ciudad de los bardos
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Portafolio
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Guadalupe Flores Liera
Traducción de Guadalupe Flores Liera
Traducción de Charálambos (Pambos) Hatzilambís
Traducción de Meneses Monroy
Dulce G. Ramírez
Hans Giébe
Presentación del portafolio
Poesía y es que hay noches más pesadas que otras.
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El finito viaje
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Categoría 4
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Reseña Impresiones de un Atar(de)sol (Poemario de Daniel Olivares Viniegra)
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Alejandro Baca
Israel J. González S.
Ramón Cuéllar Márquez
Asmara Gay
Ciudades… ¿imposibles? Asmara Gay
En pocos años, Macondo fue una aldea más ordenada y laboriosa que cualquiera de las conocidas hasta entonces por sus 300 habitantes. Era en verdad una aldea feliz, donde nadie era mayor de treinta años y donde nadie había muerto. Gabriel García Márquez
Cuando Italo Calvino, en su libro Ciudades invisibles (1972), reinventó las ciudades que Marco Polo había visto en sus viajes durante los años que sirvió en la corte de Kublai Khan y que dictó a Rustichello da Pisa en 1298 para que tomaran forma en su Libro de las maravillas del mundo, posiblemente no hizo sino lo mismo que Marco Polo: llevar a la región de la fantasía las ciudades que el viajero narra al Gran Khan, señor de los tártaros. En la narración de Calvino, cada lugar del que Marco Polo da cuenta es llamado con el nombre de alguna mujer: Melania, Fedora, Zoe, Eutropia, Maurilia, etcétera; la arquitectura, a veces en pie, a veces derruida, se enlaza con las pasiones de la gente que ha vivido allí, y habrá que decir que inclusive hay ciudades dentro de las ciudades, ciudades escondidas para el ojo, pero no para el espíritu humano. De este modo, las descripciones de este trotamundos invitan al lector a imaginarse su propia ciudad ideal, la ciudad que él habitaría. No se recuerda qué necesidad, orden o deseo impulsó a los fundadores de Zenobia a dar esta forma a su ciudad y por eso no se sabe si quedaron satisfechos con la ciudad tal como hoy la vemos, crecida quizá por superposiciones sucesivas del primero y por siempre indescifrable diseño. Pero lo cierto es que si a quien vive en Zenobia se le pide que describa cómo sería para él una vida feliz, la que imagina es siempre una ciudad como Zenobia, con sus pilotes y sus escalas colgantes, una Zenobia tal vez totalmente distinta, con estandartes y cintas flameantes, pero obtenida siempre combinando elementos de aquel primer modelo
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Dicho esto, es inútil decidir si ha de clasificarse a Zenobia entre las ciudades felices o entre las infelices. No tiene sentido dividir las ciudades en estas dos clases, sino en otras dos: las que a través de los años y las mutaciones siguen dando su forma a los deseos y aquellas en las que los deseos, o logran borrar la ciudad, o son borrados por ella [1999: 36-37].
para evitar que la lluvia cayera sobre el palacio de su señor; e, incluso, el que los bacsi, conocedores de terribles conjuros, dieran de comer y beber al gran Khan sin que éste ni aquéllos movieran un solo dedo, sino que la comida y la bebida avanzaban por sí mismas hacia el emperador.
En los relatos de Calvino, hay una reminiscencia de Sherezada, pues los detalles de estas ciudades se desdoblan en hechos y situaciones increíbles, pasando unos tras otras y narrándose en espiral, como si no fueran a acabar nunca. Al inicio del libro, afirma Calvino:
Indudablemente, pensamos que lo que se narra en estos libros está muy distante de volverse realidad; mas no siempre es así. Ciudades imposibles e impensables las ha construido el hombre a lo largo de los siglos y las culturas. Sin mucho esfuerzo, acude a nuestra memoria, con claridad, la ciudad de Petra, en Jordania, erigida en la piedra y que fue enclave de varias culturas: edomitas, nabateos, judíos, romanos y árabes. Quizá después alguno recuerde a Vardzia, monasterio excavado en una montaña rocosa al sur de Georgia, durante el medioevo, por orden de la reina Tamar, que es, por encima de todo, un gran complejo rupestre de cuevas y túneles que se extiende a unos quinientos metros de la falda de la montaña, con una ciudad en estas cavernas que tiene más de seis mil estancias distribuidas en trece pisos, incluidos su salón del trono, su iglesia y una técnica de riego para cultivos en terrazas, que y cuyo fin era levantarse como una fortificación contra la invasión de los mongoles. Una infrecuente ciudad es Auroville, ‘ciudad de la aurora’, a diez kilómetros del municipio de Puducherry, en la India, fundada en 1968 por Mirra Alfassa y que tiene como propósito ser un lugar
No es que Kublai Jan crea en todo lo que dice Marco Polo cuando le describe las ciudades que ha visitado en sus embajadas, pero es cierto que el emperador de los tártaros sigue escuchando al joven veneciano con más curiosidad y atención que a ningún otro de sus mensajeros o exploradores […]. Sólo en los informes de Marco Polo, Kublai Jan conseguía discernir, a través de las murallas y las torres destinadas a desmoronarse, la filigrana de un diseño tan sutil que escapaba a la mordedura de las termitas [1999: 19].
Las maravillosas fantasías que habitan en el relato de Calvino, moran en la narración del siglo XIII de Marco Polo. Recordemos la grandiosidad del palacio móvil de Kublai Khan, hecho todo de bambúes y erigido con pilares de oro, barnizados y adornados con dragones, pinturas de aves y de todo tipo de animales; o el hecho de que los magos, sabios y encantadores subieran al techo de la fortaleza
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en el que se pueda desarrollar una vida comunitaria internacional, donde hombres y mujeres vivan en paz y armonía, más allá de nacionalidades, creencias y opiniones políticas. Casi tan imposible es la existencia de Auroville como la de la ciudad danesa de Christiana, una comunidad semiilegal de unos 850 vecinos que se proclama independiente del estado danés y que en cierta forma ha abolido la propiedad privada, pues los vecinos no son dueños de sus terrenos, y que al mismo tiempo promueve la inspiración, la anarquía y la creatividad. Otra ciudad imposible es Neft Dashlari, la ciudad en el mar, a cien kilómetros de Baku, capital de Azerbaiyán, levantada por la URSS en 1949 como una antigua plataforma petrolífera, que poco a poco fue creciendo e incorporó más plataformas hasta que hubo la necesidad de construir hoteles y restaurantes para albergar a los trabajadores, y con estos llegaron las familias y los hospitales, colegios y demás, con lo que en el transcurso de estos años llegaron a construirse un total de doscientos kilómetros de vías, entre calles y carreteras (Neft Dashlari es también conocida porque en sus calles se filmó The World Is Not Enought, en 1999, película de la saga de James Bond). Por último, nadie creería que existiera la incalificable Manshiyat Naser, ciudad en Egipto que tiene pocos pobladores y en la que El Cairo deposita toda la basura que genera (bolsas y desechos se pueden ver por todos lados, incluso por encima de los edificios, algo semejante a lo que se plantea en la película de Disney-Pixar, Wall-E, 2008, del director Andrew Stanton), por lo que sus habitantes han tenido que aprender a vivir en esta ciudad y a sobrevivir de la basura. Todas estas ciudades, por imposibles que nos parezcan, conviven con aquellas forjadas en la literatura, porque cada ciudad que existe o ha existido es, probablemente, fruto de un buen o mal sueño que algún hombre ha tenido.
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Referencias Calvino, Italo. Las ciudades invisibles. Trad. Aurora Bernárdez. México: Unidad editorial, 1999. Polo, Marco. Viajes por la tierra de Kublai Khan. Trad. Juan Barja de Quiroga. México: Taurus, 2009. Baccaglioni, Fabio. “Neft Dashlari-una ciudad en el mar”, en https://www.fabio.com. ar/5220 Piernas, Alberto. “Ciudades de la India: Auroville, una ciudad experimental”, en http:// www.imujer.com/mundo/4987/ciudades-de-la-india-auroville-una-ciudad-experimental “Manshiyat Naser, la ciudad de la basura”, en http://www.ecologiaverde.com/manshiyat-naser-la-ciudad-de-la-basura/ “Comuna de Christiania celebra 40 años con venta de acciones populares”, en http://noticias.lainformacion.com/asuntos-sociales/inmigrantes-ilegales/comuna-de-christiania-celebra-40-anos-con-venta-de-acciones-populares_cIZJeCfZNhRnRVBY27qzF1/
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LA ROSA VLI N KA DE Agustín Cadena
Despuntaba el sol y en el oriente las nubes se alineaban como ejércitos en formación de batalla, se movían en la superficie del aire como lentas gotas de sangre en un estanque. Una brisa caliente traía a la ciudad el profundo aroma del mar de Taygeta. —¿Estás listo? El joven, que se hallaba inclinado sobre los largos y serpentinos tallos de una plantación de sandías, levantó los ojos. Era un anciano quien le hablaba: un sabio de su raza. —Sí, abuelo. —Traje las ofrendas. —Démelas usted. Yo las cargo. El viejo le entregó el saco que llevaba y le ayudó a colocárselo a la espalda. —Esta vez es un cabrito —le dijo—. Entero. Echaron a andar a través del vasto campo de sandías. A su paso, cientos de saltamontes recibían el día con su metálico susurro. Y otra vez, el anciano vio en ellos un presagio: sus voces eran como de carros de combate. Pero no dijo nada. El muchacho iba delante suyo, callado, y el viejo se sintió orgulloso de él. Era bello y fuerte, como correspondía a un miembro de su familia. A sus espaldas quedó la ciudad inexpugnable, bañada por el sol del amanecer que cayó sobre las cuatro murallas como un manto dorado. Pasaron las últimas plantaciones y siguieron su marcha a través de las colinas hasta que, no muy lejos, encontraron un pasaje oculto entre rocas. Mientras tanto, solapados por el temor supersticioso de una sucia ramera apátrida, los espías acababan de huir. Por la noche habían tenido su comercio con ella. Luego la intimidaron y la mujer los escondió en el terrado de su casa, donde guardaba manojos de lino. Era mezquina y de sangre impura y no le importaba nada excepto salvarse a sí misma y a su parentela. Les ofreció a los espías que los ayudaría a escapar si a cambio le daban garantías por su vida y por sus posesiones. Copuló con ellos sin cobrarles. Vendió su país por un cordón de grana que colgó del lado de la muralla para marcar lo suyo, según había quedado en el pacto. Antes del amanecer los espías bajaron por la muralla con ayuda de una cuerda que les dio la prostituta. Las murallas de Vlinka eran invencibles: habían sido levantadas por taygeos puros, que eran grandes constructores. Según la leyenda, utilizaron en la obra piedra nativa y ladrillos del valle del Mazzaroth, así como enormes losas cortadas de la roca.
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*** El viejo ya sabía lo que iba a pasar. Sabía que su ciudad estaba condenada; cientos de demonios habían sido enviados contra ella como lo fueron antes contra los karabenses. Pero si Vlinka iba a ser arrasada y entregada al fuego, ¿cuál sería después de todo el sentido de que hubiese sido construida? Encontró la clave en una antigua tablilla. Los caracteres hablaban del ara en el interior de las cavernas. Hablaban de la ramera que vendería su ciudad como vendía sus carnes. Y de la princesa de su raza que, fecundada por el dios-serpiente, habría de convertirse en la nueva portadora, en la theotokos solar. Ella —no la ciudad de Vlinka con todo su oro y demás metales— era el objetivo de los demonios, el botín que los invasores entregarían a su oscuro Protector después del asalto. Por eso era necesario encontrarla y ponerla a salvo en la ermita. Allí, en medio del desierto, sería alimentada durante mil doscientos y sesenta días. La elegida era una joven doncella y pertenecía a la tribu de los hombres que vivían en pozos subterráneos: los natufianos. Lakhish era la hembra pura, la portadora del germen solar que, muchos siglos después, encarnaría en un águila de hierro para sobrevolar la tierra con la insignia del sol. La justicia se abriría paso como la luz y ningún cordón de grana salvaría ya a nadie. *** Los dos hombres entraron en la caverna con las lámparas apagadas. Conocían perfectamente el camino. Las encendieron al llegar a la ermita sólo para depositar las ofrendas. A pesar de las muchas veces que habían estado allí, no pudieron evitar estremecerse cuando la luz alcanzó a la preñada Lakhish. Yacía en el centro del espacio sagrado, sobre un ara circular tallada en la roca viva, y la cycla transparente, única prenda que cubría su cuerpo grávido, se hallaba desgarrada y llena de sangre. El terror que encendía los ojos de la princesa aclaró el misterio: ella misma, loca, la había desgarrado con sus dientes. Ahora se hallaba quieta, extraviada en algún vertiginoso ensueño. Tenía las piernas abiertas, como si estuviera a punto de parir, y en el centro de sus pudendas brillaba una pequeña luz blanca, helada.
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El viejo supo que el tiempo había llegado. El alumbramiento duraría nueve días. Al cabo de ellos, la madre habría muerto y el hijo habría sido transferido al vientre de la tierra, que iba a gestarlo en secreto durante siglos y siglos. Cuando esto hubiera ocurrido, él y el joven sellarían con rocas la entrada de la caverna y volverían a su ciudad para morir como soldados. Mientras tanto, era necesario alimentar a la madre. Por eso cada día llegaban con una ofrenda de carne cruda: ella no debía comer más que eso. *** Su carne se abrió rompiéndose, con un crujido de ramas quebradas. La última fase del alumbramiento tuvo lugar en unos minutos, portentosa, y el fruto fue un enorme capullo blanco y translúcido como de mariposa gigante. Su sustancia —blanda, mucosa, enrojecida todavía con la sangre del parto— envolvía una creatura horrible, un monstruo que se retorcía en el suelo con desesperación, impaciente por liberarse de aquello. Poco a poco fue quedándose quieto. La sangre dejó de manar de la sima de la mujer, quien pareció caer en un profundo sueño. Se hizo el silencio, imponente. Entonces los dos hombres se acercaron y, con gran respeto, pusieron al lado de Lakhish las ofrendas que llevaban para ese último día: carne cruda en abundancia, hierro y fuego. Salieron en seguida, sellaron la entrada de la cueva, volvieron a la ciudad y hablaron con el rey. Esa tarde —sólo ésa— se izó en la torre del oriente un estandarte blanco, negro y rojo. A la misma hora, los invasores subían del Mazzaroth y acampaban en Yilgal, al lado oriental de Vlinka. El asedio comenzó al día siguiente y las gigantescas murallas defensivas se derrumbaron siete días después, merced a legiones de demonios. Los enemigos destruyeron todo cuanto había en esa ciudad que era anatema a su dios tenebroso: mataron hombres, mujeres, niños y viejos y hasta los bueyes, las ovejas y los asnos. Sacaron a la prostituta y a su parentela y los pusieron a salvo y luego arrasaron con fuego las casas y lo que en ellas había, y si después no quedó sino una franja de desierto fue porque, en la borrachera de su odio, los invasores regaron con sal la tierra donde había estado Vlinka, para que nunca volviese a germinar nada en ella.
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Pero no encontraron a Lakhish. El capullo solar estaba a salvo. La ciudad de Vlinka había sido destruida con sus tres orgullosas torres, con sus diez mil casas rectangulares, con todos sus bronces y su rica alfarería pintada. Entre sus cenizas humeantes no volvió a escucharse la risa de las hermosas doncellas y lo que quedó en pie se convirtió en madriguera de chacales. La justicia siguió creciendo en el vientre de la tierra. Un día volvería a abrirse la puerta sellada. Las hijas y las nietas de la ramera y las hijas y las nietas de sus aliados no tendrían en su ventana otro cordón rojo. En la ciudad de Acéldama, la inmensa necrópolis que llegaría a imperar sobre todos los reinos a lo largo del Mazzaroth y más allá del mar de Taygeta, el orden de Uroh quebraría las tinieblas como un vaso de alfarero. La diosa de la venganza correría hasta que los caballos de su carro chapotearan en la sangre de los criminales.
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1.
Ciudad imposible (fragmento)
Guadalupe Flores Liera
Cada momento, cada día que pasa aumenta la distancia. Tu imagen es mi sed, tu dibujo en el tiempo el único paisaje que recorro con los ojos cerrados, con la boca apretada. Pero sé que tú estás hacia los cuatro puntos cardinales alimentando el fuego que me abrasa. Ciudad, ciudad lejana, ciudad de México tan mía y tan extraña. Un continente, un mar y cuatrocientas olas nos separan. Pero a mi sueño acudes puntual y luminosa con tu perfil de valles y montañas. Esta mañana silenciosamente la ventana me trajo tus colores y que quedé sentada, como entonces en mi pupitre de escolar que oía tu historia y tus hazañas. Luego abrí las cortinas y no había sino la calle oscura y sus asiduos cabizbajos fantasmas. Cada ciudad que dejo es una página de equívocos y fallas, cada día sin verte es como un túnel que desemboca en noches cada vez más largas.
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2. Elegí los destinos más lejanos porque me eras hostil y puse entre nosotras abultadas distancias. En el trayecto fui tirando todo lo que entonces pesaba hasta quedarme sólo el pensamiento de tu agridulce estampa. Hoy que vuelvo los ojos recolecto los mojones que indican el camino que me lleva a la casa raptada de mi infancia. 3. Sé sobre el viento el rumbo, en su fuerza calculo la distancia y con la mente voy salvando el cúmulo de años y de congojas sin fin que nos separan. El agua entre nosotras no purifica el ácido que expele tu ríspido perfil en lontananza. Lo que eché por la borda hoy descansa en mi playa. Con arena construyo tu ilusorio cuerno de la abundancia.
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Dimitrós Dimitriadis-Dorian
Nació en Limasol, Chipre, en 1891 y murió en 1964. Estudió Derecho por correspondencia y trabajó en una empresa comercial, pero a los veinte años abandonó todo para consagrarse a la escritura. Fue poeta, dramaturgo, traductor del inglés y del ruso, además de periodista reconocido por servir a la verdad y por su preocupación por la justicia social, elementos que están presentes en toda su obra.
Atardecer en la ciudad Traducción directa del griego: Guadalupe Flores Liera Así fue como percibí la tristeza humana. ...Un atardecer, mientras caminaban cabizbajos por la acera, sus figuras, sus movimientos tenían un aire afligido, porque las calles estrechas parecía como si los cercaran y se prolongaran ante ellos, se prolongaran, como si no tuvieran fin... Y mientras arrastraban sus pasos con pesadez parecía que a sus ojos les faltara la lágrima.
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Konstantinos Kavafis
Es el primer gran poeta griego del siglo XX y el mejor representante de la diáspora helénica. Nació en Alejandría en 1863. Autor de una obra personalísima, difícil de interpretar e íntimamente relacionada con su vida, la vida de su ciudad y la historia trágica del helenismo. Dejó una obra breve, objeto de innumerables estudios y traducciones. Murió en 1933.
La ciudad Traducción directa del griego: Charálambos (Pambos) Hatzilambís Dijiste: «Me iré a otra tierra, me iré a otra mar. Otra ciudad habrá mejor que ésta. Cada intento mío, una condena escrita; y mi corazón está ―tal un muerto― sepultado. Mi espíritu ¿hasta cuándo estará en esta languidez? Dondequiera que vuelva mis ojos, dondequiera que mire ruinas negras de mi vida veo aquí, donde tantos años pasé y destruí y malgasté.» Nuevos sitios no encontrarás, no hallarás nuevos mares. La ciudad irá contigo. Deambularás por las mismas calles. Y por los mismos barrios irás envejeciendo: y en estas mismas casas irás encaneciendo. Siempre llegarás a esta misma ciudad. Para otros sitios ―no creas― no hay barco para ti, no hay camino. Así como tu vida destruiste aquí en este pequeño nicho, la malgastaste en toda la Tierra.
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Christian Morgenstern Berlin
Traducción de Meneses Monroy Berlín
Ich liebe dich bei Nebel und bei Nacht, wenn deine Linien ineinander schwimmen, zumal bei Nacht, wenn deine Fenster glimmen und Menschheit dein Gestein lebendig macht. Was wüst am Tag, wird rätselvoll im Dunkel; wie Seelenburgen stehn sie mystisch da, die Häuserreihn mit ihrem Lichtgefunkel; und Einheit ahnt, wer sonst nur Vielheit sah. Der letzte Glanz erlischt in blinden Scheiben; in feine Schachteln liegt ein Spiel geräumt; gebändigt ruht ein ungestümes Treiben, und heilig wird, was so voll Schicksal träumt.
Te amo en la neblina y en la noche, cuando tus líneas nadan entrelazadas, especialmente en la noche, cuando tus ventanas arden y la humanidad anima tus cimientos.
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Qué desolado el día, insondable en la oscuridad como castillos de almas que místicas se erigen, las filas de casas con su relucientes luces y la unidad intuida, de quien solo vio diversidad. El último brillo expira en ciegos cristales en finas cajas yace un juego vacío, domesticado reposa un ajetreo bullicioso y se vuelve santo lo que el destino sueña.
LA PUERTA Dulce G. Ramírez
Cuentan que en “Cualquier Parte”, un pueblecito situado entre las montañas, neblinoso y tranquilo, la gente vivía apaciblemente sin mayores cambios que los producidos por las estaciones del año o el nacimiento de un nuevo ser en cada familia, sin grandes preocupaciones más allá de los quehaceres cotidianos. En “Cualquier Parte” existía un muro, un gran muro del que difícilmente se distinguían el inicio y el final; un muro de color pálido, más cercano al blanco que al beige, un muro grueso y alto sobre el que nadie se había cuestionado su presencia. Un día, sorpresivamente, apareció una puerta en el muro, una sencilla puerta de madera color ocre, de tamaño convencional, con una gran cerradura. Al mismo tiempo que apareció la puerta, sobre la mano de cada uno de los habitantes, hasta de los más pequeños, se materializó de inmediato una pequeña llave color dorado. Los más audaces se acercaron a la puerta para comprobar que, efectivamente, la llave entrara en el ojo de la cerradura, pero no se atrevieron a abrirla. Cada uno de los habitantes de “Cualquier Parte” hicieron lo mismo, pero ninguno abrió la puerta.
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Durante los siguientes días, semanas y meses se hicieron bastantes conjeturas acerca de lo que podía encontrarse tras ella: los más escépticos pensaban que era una puerta falsa y que, al abrirla, sólo encontrarían otro fragmento del pálido color del muro; los más optimistas decían que al abrir esa puerta hallarían el paraíso: un bosque espeso y verde, animales desconocidos, mujeres hermosas, un lugar en el que no existirían la muerte, ni la enfermedad, ni la maldad; los más supersticiosos dijeron que al abrir la puerta se entraría a un mundo paralelo de monstruos o seres espeluznantes, y los más miedosos preferían decir que no era buena idea abrirla, ya que por el hueco podía pasar desde un tornado que devastara todo hasta una peste que terminara con la vida de la gente. Entre tantas hipótesis no se encontró a nadie con la suficiente valentía y temple de espíritu para intentar abrir la cerradura. Con el paso de los años, a muchos se les fue olvidando que tenían la llave, otros simplemente olvidaron dónde la habían dejado. De todas formas, los gobernantes de “Cualquier Parte” convirtieron la puerta en un asunto de Estado y decidieron legislar al respecto que: cualquier persona que se atreviera a abrir la cerradura sufriría la pena de muerte, así fuera anciano o niño, con el objetivo de evitar intentos posteriores.
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Como sucede a menudo con todas las prohibiciones, se despertó inmediatamente el interés de los habitantes, quienes pensaron que había un secreto que ocultaban sus superiores detrás de la puerta, como un enorme tesoro. A partir de eso, muchos avivados decidieron abrirla, pero la vida les fue arrebatada cruelmente. Después de unas cuantas muertes, el pueblo entero decidió creer que detrás de esa puerta en el muro había una cosa profundamente maligna, así que en vez de dejar esas muertes al Estado, tomaron las vidas de los demás que decidían abrirla con sus propias manos. Las muertes fueron una a una cada vez más crueles. Rápidamente, las casas de “Cualquier Parte” quedaron totalmente deshabitadas, y en los panteones no hubo espacio suficiente para enterrar a tantos muertos; entonces surgieron enfermedades que ocasionaron la muerte de aquellos que se habían librado de la condena humana por una condena más certera y vil: la naturaleza. La puerta dejó de ser problema del Estado para volverse un problema de nadie. El pueblo quedó completamente vacío. Un día, un ermitaño que habitaba en lo alto de las montañas decidió bajar al pueblo. Se percató del total abandono y caos existentes. Caminó por sus calles, exploró las casas sorprendido ampliamente de todos los destrozos ocurridos y por no haberse dado cuenta de lo que había estado ocurriendo. Parecía que había entrado de repente a una escena apocalíptica. Se acercó al muro, vio la puerta y, por fin, supo a quién le pertenecía esa llavecita dorada que de pronto, hacía tiempo, apareció entre sus dedos. Sin pensarlo dos veces, la introdujo en la cerradura, que se abrió para encontrar que el color claro y pálido del muro se prolongaba debajo de ella: era una puerta falsa que no llevaba a ninguna parte. Decepcionado, regresó a lo alto de su montaña.
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MACERIAE Había llegado desde el sur de Bélgica, aquel día de lluvia que tenue se agolpaba en mis mejillas, capturando una soledad cotidiana que exhalaban los bosques y las flores. Se respiraba un olor a yerba y húmeda hojarasca que cubría esa lejana provincia de las Ardennes. Después de una estancia en Bruselas y Charleroi, soportando aquel tosco lenguaje con un acento mestizo entre el neerlandés y el francés, por fin cruzaba la frontera para encontrarme en el país que tanta delicada luz ha dispersado en el mundo: Francia. Desde hacía años, desde aquella juventud primera y ardorosa, había imaginado ese viaje hacia el más grande templo dedicado a bardos y bohemios. Buscaba una ciudad que se había construido alrededor de un mito, y que la poesía había edificado en el viento, alrededor de un jovial misterio hecho carne, al que la naturaleza le había obsequiado el mayor de los dones cuando expulsaba de su voz ciertos fuegos indecibles. Si bien él, más que un poeta, se llamaba a sí mismo un Vidente.
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LA CIUDAD DE LOS BARDOS
Mi abrigo negro, largo hasta las rodillas, mi cabello suelto, y esos zapatos de piel alemanes que soportaron mis andanzas por la antigua Aquisgrán, entraron solemnes, contraviniendo con el suavizado ocre-naranja de las piedras que gráciles se elevaban al cielo como un muro inamovible. Entré por la fuente del duque de Gonzague, inseparable de su montura, que en posición ecuestre me decía “avanza”. Conforme caminaba hacia el lugar de los monumentos y las joyas que las letras nos han conferido, los enormes edificios del más delicado estilo francés se abrían simétricamente con sus arcos para dejarme pasar. Yo, atónito, fuera de mí, apenas sintiendo mis pies atraídos por la gravedad y mirando boca arriba los blancos ventanales que se adentraban hacia las persistentes nubes, parecía avanzar como una fumarola. Algunas personas con sombrilla en mano miraban los aparadores en una pose ridícula; aún la mayoría de la gente de esa ciudad conserva orgullosa su lengua y su fisonomía galaica. En el centro de La place Ducale estaba un enorme y estático carrusel, con tímidos caballos de porcelana casi de tamaño natural y de diversas razas, simulando un alargado salto que se ha congelado al igual que sus relinchidos insonoros saliendo de sus hocicos perfectamente barnizados. Sin viento, sus crines se desplegaban como abanicos capilares. La circunferencia de ese bello carrusel y una modesta fuente en el centro, contravenían deliciosamente el orden cuadricular de los palacios.
Hans Giébe
Maceriae era el nombre de esa ciudad. Fue un asentamiento romano a orillas del río Meuse que aún conecta con el furioso y grisáceo Mar del Norte; también fue línea divisoria en la época de Carlomagno hacia el 843 para fijar el occidente de la Francia y el resto del Sacro Imperio Romano-Germánico. El escudo de armas de la ciudad fue diseñado con una letra capital amarilla y con dos rastrillos de oro sobre un fondo rojo. Más de un siglo, por allá del Cinquecento, fue dedicado a construir una iglesia para Nuestra Señora. En 1521, Bayard defendió la ciudad contra las invasoras tropas imperiales de Carlos V. La nueva iglesia d´Etion, con su rectángulo alargado hacia los cielos, como una pieza de dominó petrificada, alguna vez, en la Edad Media, fue una pieza incendiada por el conde de Nassau en una de tantas reyertas por el territorio.
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Seguí avanzando hasta el otro lado de la amplia plaza donde había una pequeña torre rematada con un reloj que marcaba las dos y cuarto; debajo de ese monolito consagrado al tiempo, unas mesitas rojas esperaban relajar aún más el ocio de los visitantes con una copa de vino. Entonces, miré a la derecha, y una especie de túnel artificial hecho por la terminación romboide de los tejados con sus discretas buhardillas, dejaba ver al final la fachada del viejo molino en el que fueron depositadas las reliquias del Vidente. Autos de plateado chirriante interferían en mi travesía, pero por fortuna, la calle no era obstruida por la turbamulta y las puertas de arce entintadas, y los cerrojos y las chapas, parecían irradiarme cierta alegría. El antiguo molino era un edificio oblongo con cuatro columnas espirales y cuatro ventanas en su cara frontal. Una sola puerta de madera. Para cualquier otro era un museo; para mí era un templo donde se resguardaban las cosas personales del prodigio de la poesía. En el recibidor, un cuadro de gran volumen con todos los bohemios de la época, incluso el propio pintor, Henri Fantin-Latour, se incluyó. Todos con vestimentas propias de los bardos; sobre la mesa un poemario y una botella de tinto a medio llenar, copas y la mirada penetrante del Vidente hacia el espectador, apoyando su barbilla sobre su mano firmemente acodada, con un gesto de particular desdén por los de su época y por los de la nuestra. En el primer piso del otrora molino y resguardados por cristal, su maleta de viaje, sus libros de pasta azul gruesa, la chalina de colores vivos y de seda, su reloj de bolsillo con la tapa abierta, una taza, un cuchillo con mango de madera, un tenedor y una cuchara de plata. Un facsímil del manuscrito original de Le bateau ivre escrito en septiembre de 1871. Varios bustos de la edad adulta del Vidente, cuando después de los 19 años había abandonado todo contacto con la poesía, y no a la inversa, como ocurre con el resto de los poetas. Fotografías en blanco y negro de una madurez marchita súbitamente, con la piel quemada por las mareas del sol africano. A simple vista, después del mito que se había erigido sobre su figura, parecía un hombre bastante ordinario, pero con una diferencia notable: su semblante mostraba un sufrimiento en soledad el cual quizá provenía de haber renegado de sus dones y de las musas. Un retrato de perfil de su madre, Vitalie, quien a pesar de la rigidez con la que educó a sus cinco hijos, incluido el Vidente, se conmovió y pagó el costo de los libros que todo editor en Francia había rechazado y que serían impresos en Bruselas para ser una de las obras más emblemáticas de la poesía moderna.
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El 10 de julio de 1873, Paul Verlaine, íntimo confidente de nuestro poeta y mucho mayor en edad, caería en un rapto de locura al herir con un disparo la mano izquierda del joven en un hotel de Bruselas. Verlaine sería capturado por las autoridades y puesto en prisión por casi dos años, acusado de sodomía y actos contra la moral. Cerca de Maceriae, en la casa familiar de la Roche, fue donde el Vidente empezó a confeccionar los textos que integrarían su pequeño libro pagano, su cuaderno negro que dejaría con el título definitivo de Une Saison en enfer. Aún en el viejo molino, yo miraba un boceto hecho por el nombrado príncipe de los poetas, Verlaine, que data de aquel tiempo en que era íntimo amigo del Vidente, se le ve ahí con grácil pose de adolescente y una pipa que hace conjunto con su sombrero. Otra curiosidad resulta un papel que da constancia de un premio que había ganado el genio precoz en una escuela extinta de la ciudad de Maceriae. Sus profesores vaticinaban su aportación, para bien o para mal, aún sin saber que sería una aportación que no pasaría inadvertida por el género humano. Luego de abandonar la poesía, y antes de perderse entre ciudades y países, donde comerció con armas, cueros, café, e incluso traficó con marfil, el Vidente, estuvo en Harderwijk. En mayo de 1876 se enlistó en el ejército holandés y viajó hasta las Indias Orien-
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tales. Poco después de arribar a Java —una ciudad conocida como “la cloaca de Europa”– desertó; estuvo más tarde en Batavia. Desde ese momento hasta que reapareció en el puerto de Marseille con un cáncer óseo y una pierna amputada que lo mataría con apenas 37 años vividos, no se supo nada de su paradero. Estuvo en Yakarta y Semarang, la estación de tren de Tuntang y la ciudad de Salatiga, según parece. Su travesía había empezado desde que era un niño, en su natal Maceriae, para después empezar el errabundaje por Bélgica, Inglaterra, Alemania, Chipre, Yemen y Java hasta regresar agonizante a la Roche, con nuevas visiones que expulsaba al oído de Isabelle, la hermana menor, y al médico, a quienes les parecían incomprensibles los últimos destellos de pura videncia. En Maceriae se percibía que nada había cambiado desde la niñez del Vidente. Cuando salí del viejo molino, el puente de piedra y las calles angostas destilaban un aroma de atemporalidad único. Me dirigí al fin hacia donde reposan los restos del Vidente. Tuve que subir la colina, pues es ahí en la cima donde descansan los ancestros de los macerianos. Hurgué pausadamente entre los húmedos mausoleos del cementerio, buscando la tumba anhelada, hasta encontrarla. Una vez frente a mí, con ese nombre inmortal que impone y que quiebra, me incliné fraternamente al costado del recinto.
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Una lápida horizontal al centro señala el nombre de su madre y otra vertical, adyacente a la de él, consigna el nombre de su hermana también muerta prematuramente. La familia seguía unida. Allí descansaba él… y, por un instante, en cuclillas, quien había viajado desde otro continente comme un bohémien para estar a su lado. Constantemente en fuga, al Vidente no le bastaba este mundo. Verdaderamente era un salvaje y verdaderamente un iluminado. Le ofrecí una de mis plumas como el mayor de mis objetos sacros; aunada a una invitación de viva voz para que me acompañara hasta la Ciudad Luz. Después de más de cien años, su fuego aún danzaba en esta yerma tierra, con inusual potencia; no por nada se le considera el prodigio más joven que haya acunado la literatura en su regazo. Estaba allí, vertiendo su magma verbal hacia afuera de ese pozo intangible en el que reposaba recluido, pero no muerto. La tumba del gran salvaje iluminado no podía contener tanta incendiaria flama. El primer contacto que tuve con la obra del Vidente fue a través de unos versos que eran parte de una antología de poesía francesa en la que figuraban nombres universales como los de Baudelaire, Victor Hugo o Mallarmé. Pero yo quedé cautivado, ante todo, con el apellido de aquel autor; un nombre que me pareció antiguo e indescifrable, e intuí que las líneas perfectamente trazadas que leía provenían de un hombre en plena madurez, con el talento de un sufrir acumulado por los años. Yo tenía unos diecisiete años, los mismos que el autor (a quien yo imaginé un viejo…) tenía cuando redactó, en una carta a su profesor de retórica Georges Izambard y a su amigo poeta Paul Demeny, una máxima deslumbrante que rayaba en lo metafísico, sólo explorado por algunos iniciados como lo hizo en el siglo XIII el sufí persa Saint Kabhir: “El yo es un otro.” Al explorar las obras completas del Vidente apenas podía creer que su edad no coincidiera con su genio y su manera de concebir la poesía de lo vivo. Maceriae, entre sus fortificaciones, había criado al primero de una nueva especie de poètes maudits entregados al salvajismo de sus visiones.
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En “La alquimia del verbo”, él también había escrito: Je finis par trouver sacré le désordre de mon esprit, frase que tomé como ley y código en mi vida. Seguí sus consejos, experimenté casi de todo y hasta las últimas consecuencias. Tenía razón en que, para encontrar la videncia, primero uno debe habitar en los extremos, pues sólo en la más negra oscuridad podríamos apreciar un destello de luz en todo su concepto. De todas las cosas imposibles, jamás pude imaginarme tal cual una ciudad de los poetas, la tierra santa de los bardos. Me preguntaba cómo serían sus calles, sus casas, sus bares y mercados, sus bibliotecas, sus camposantos, o si existiría tanta fábula y tanta metáfora posible para poder describir sus ensoñaciones. Pero no pude imaginarme algo que ya existía en esta tierra, una ciudad completamente edificada alrededor de una leyenda, de un sólo nombre… Repleto de nuevas potencias, con la certeza de llevar un compañero de vuelta a París y con la intención de revivir los antiguos rituales del verbo, dejé al fin la pequeña ciudad al caer la noche. Compré un billete de tren en la gare de Maceriae, en el mismo lugar donde el Vidente firmaría uno de sus primeros poemas… Saldría en dirección a Reims, entre purpurosos campos de lavanda y vid. Ya desde hacía medio siglo que esos boletos de tren usaban otro nombre, el mismo que adoptaría la estación y la urbe entera. A Maceriae se le conoce ahora como Charleville-Mezieres, ciudad cuna de un prodigioso enigma poético: Arthur Rimbaud.
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Realidad y ficción urbana La ciudad es un espacio complejo y mutable. Es un espacio colectivo que requiere de acuerdos, por lo tanto es un espacio de conflictos. De esos conflictos se alimenta mi trabajo artístico. A través del tiempo he realizado diversos proyectos, en la mayoría de ellos la imagen de la ciudad es una constante. En los últimos años he desarrollado un conjunto de dibujos digitales que lleva por título Serie Quma, los cuales son el resultado de la fusión de diversas copias que he elaborado de paisajes de otros artistas como Rembrandt, Turner y Corot. Posteriormente, despues de dibujar la copia directamente en la computadora, agrego un dibujo de grupos de casas de la empresa Quma, fusionando el presente con el pasado. En las piezas más recientes de esta serie combiné varios dibujos a la vez, generando un nuevo paisaje ficticio que es el resultado de la suma de varios lugares y épocas, como si la avaricia de las empresas constructoras no tuviese límites espaciales ni temporales. Todas las ciudades de nuestro país han crecido mediante la construcción de grandes fraccionamientos de casas y multifamiliares para clase media. La periferia avanza sobre el paisaje natural a través de módulos habitacionales que replican una y otra vez el mismo diseño. El crecimiento desmedido y sin planeación de estas ciudades genera problemas de transporte, inundaciones y carencia de servicios básicos. Esto, a su vez, genera inconformidades y tensión social. Protección civil: estrategias para la evasión de desastres naturales es un proyecto ficticio que propone soluciones absurdas a catástrofes recurrentes, como las inundaciones. Gracias al apoyo del equipo de muno, elaboramos una replica de la ciudad de Zacatecas en miniatura, posteriormente inundamos con agua reciclada la Plaza 450 años, frente al Museo Felguérez, sumergiendo parcialmente la pequeña ciudad.
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Algunos edificios se salvaron de la inundación gracias a un dispositivo que les permitía flotar en una situación de riesgo. En realidad la obra era un gran juego hecho con globos, edificios y barcos de papel y agua. Los niños fueron quienes más lo disfrutaron. Me gusta imaginar soluciones ficticias para los problemas urbanos. Me gusta señalar que la ficción se equipara a los resultados estériles de nuestros funcionarios públicos y a las falsas promesas que hacen los políticos cuando están en proceso electoral, sin embargo, la realidad siempre supera a la ficción.
Miguel Ledezma, Ciudad de México, 1973 http://www.miguelledezma.com/ Doctor en Imagen, Arte, Cultura y Sociedad en la Facultad de Artes de la UAEM. Su obra ha sido seleccionada en concursos nacionales e internacionales, tales como: la XII, XI, X y IX Bienal Monterrey FEMSA, en 2016, 2014, 2012 y 2009; I Bienal de Pintura Pedro Coronel 2008 (Zacatecas); y el Premio La Joven estampa 2007 (Cuba), entre otros. Ha presentado once exposiciones individuales y ha participado en más de 60 exposiciones colectivas en México, Estados Unidos, Cuba, Chile y Colombia entre las que destacan: Trazo Urbano: gráfica contemporánea desde México, en el Museo de la Ciudad de México (2013-2014), El imperativo ecológico en el Museo de Arte Contemporáneo de Valdivia, Chile (2012), Gráfica del Paisaje. Es líder del Grupo de Investigación Arte y Contexto en el Instituto de Artes de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo
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Casas Quma en paisajes de Corot, Brueghel y de Nittis II, digital 2015
Casas quma en paisajes de Brueghel y Velasco, digital 2016
Casas Quma en paisajes de Nishizawa, Rembrandt, Brueghel y Velasco, digital 2016
Casas Quma en paisaje de William Turner y Pieter Brueghel, digital, 2015
Casas Quma en paisaje de Giuseppe de Nittis, digital, 2014
Proyecto Protección civil, Plaza 450 años, Zacatecas, 2010
Proyecto Protección civil, Plaza 450 años, Zacatecas, instalación, 2010
Proyecto Protección civil, Plaza 450 años, Zacatecas, instalación, 2010
Proyecto Protección civil, Plaza 450 años, Zacatecas, instalación, 2010
Operativo sirenita 10 (de la serie operativos vs la delincuencia), instalaciรณn, 2008
Operativo sirenita 10 (de la serie operativos vs la delincuencia), instalaciรณn, 2008
Operativo sirenita 9 (de la serie operativos vs la delincuencia), instalaciรณn, 2008
y es que hay no ches mas pesadas que otras.
Alejandro Baca
en ocasiones [antes de entrar a la cama] reviso los pliegues de las cortinas en busca de grillos que pudieron quedar atrapados al brincar a través de la ventana cuando los encuentro los dejo sobre la cornisa y espero a que canten en ocasiones quieren hacerlo y sueño con las montañas que me rodean, otras ocasiones brincan y se alejan de mí como si mis manos fuesen serpientes negras [y es que mis manos] en ocasiones] son negras serpientes que se enroscan y envenenan las jarras con leche cuando los grillos se alejan me cuesta conciliar el sueño de tal manera que [al amanecer] no estoy seguro si estoy soñando que la luz atraviesa la ventana y la vida sigue dentro de un sueño empotrado un sueño tras otro que nunca termina [o termina cuando cierro los ojos] y despierto con el grillo entre mis manos] con el grillo que aplasté entre mis manos
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El finito viaje Israel J. González S.
Cada amanecer luz enfurecida en medio del sueño estalla con la nave la paz cruje al atravesar la húmeda niebla Qué es la tormenta de los días una espuma irisada un viento fingido arrullo de paloma chapotea inclemente contra el casco Embarcarse es no saber a qué puerto ir fantasmas esperan en cualquier orilla no hacia el inalcanzable azul del cielo ni saber de la vasta hondura del mar el aliento es un sueño que se olvida Estar perdido en el mar qué es la sangrante zozobra arrojada temblando bajo las estrellas insomne sobre la cubierta y saber que hay otra vida nadando pletórica en las aguas Amanecer es un camino hacia la luz yendo a la claridad enigmática del fin de la existencia
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categoría 4 Categoría 41
Ramón Cuéllar Márquez
Ramón Cuéllar M Entonces llegará el amanecer, ese crepitar de luz que se asoma [como un canto de calma, un silencio grande expandido [hasta los huesos, donde reposan las pulsaciones y la incógnita. Al amanecer abrirán puertas y ventanas para comprobar [que ya te fuiste, que tu nombre fue sólo un instante, que tus aspas filosas [se desvanecieron con los primeros cantos de los pájaros que salían [a restablecer su zona en los montes y en las ciudades. Con la claridad a cuestas, comenzarán a sacar los restos [de tu cuerpo alojados dentro de las casas, también los muebles, [los trastos, todo aquello que invadiste como si fueran ofrendas [a tu viaje. Y parecías grande, inacabable, que tus remolinos [eran millones de manos que todo lo deseaban, que cargarías con la fragilidad [del pensamiento, pero tu gigantismo desapareció con el chasquido del silencio, [que te alojó como a los otros, a los que crecieron y se esfumaron [en sus sábanas. Ahí estarás eternamente adherido a tu nombre, junto a Liza, [junto a Juliette, junto a Fausto, mientras dialogan entre luces [y sombras. Durante tu hálito de incertidumbre, los narcos dejarán [de ejecutar a mansalva en las calles, las bandas no cuidarán su territorio y las drogas [entrarán 58 en la sangre para olvidarte, para no sentir tu aliento que pasa [por sus miedos.
[que te alojó como a los otros, a los que crecieron y se esfumaron [en sus sábanas. Ahí estarás eternamente adherido a tu nombre, junto a Liza, [junto a Juliette, junto a Fausto, mientras dialogan entre luces [y sombras. Durante tu hálito de incertidumbre, los narcos dejarán [de ejecutar a mansalva en las calles, las bandas no cuidarán su territorio y las drogas [entrarán en la sangre para olvidarte, para no sentir tu aliento que pasa [por sus miedos. También la voracidad de la ganancia aguardará agazapada [a que tu paso sea rápido, 1 para luego De Anotaciones sobrepenetrar Odile… con sus máquinas y escarbar [las capas minerales, 1 que la gente olvide sus protestas contra esa minería tóxica [que no mira, que no oye, que sólo construye sus becerros metálicos que terminarán [escondidos en una bóveda, donde vigilarán ejércitos y policías pagados [por los mismos que reniegan, por los mismos que observan su débil vínculo [con el medio ambiente. Comenzarán a recorrer las calles para ver los destrozos, para cerciorarse de tu existencia efímera, [de que tu aliento sólo fue un sueño. Recibirán noticias de que el silencio mostraba postes de luz [caídos, animales muertos y árboles desnudos, casas inundadas [y carros patas arriba a causa de los ríos momentáneos que se crecen al castigo de saberse breves. También con espanto se enterarán de que sus naturalezas [los conducen a la rapiña en los primeros días de estupor, “son gente de fuera”, [decían seguros de que ellos no podrían, de que ellos no eran, pero la luz del día [les cayó encima con las manos en la masa, con las manos abiertas [dispuestas a poseer: cargan todo lo que encuentran, entran a los supermercados como una turba hambrienta de tomar objetos [y no comida, amas de casa, hombres obesos, policías indiferentes, [funcionarios municipales dispuestos a proteger no vidas humanas [sino lo que han hurtado, lo esconden en sus casas igual que han sido encerrados [los becerros metálicos en las bóvedas de la 59 ganancia que todo lo domina [y manipula.
con las manos en la masa, con las manos abiertas [dispuestas a poseer: cargan todo lo que encuentran, entran a los supermercados como una turba hambrienta de tomar objetos [y no comida, amas de casa, hombres obesos, policías indiferentes, [funcionarios municipales dispuestos a proteger no vidas humanas [sino lo que han hurtado, lo esconden en sus casas igual que han sido encerrados [los becerros metálicos en las bóvedas de la ganancia que todo lo domina [y manipula. Te habrás desvanecido como el fuego que es apagado [con el agua, pero ya para entonces nadie te recordará porque andarán tras sus vidas cotidianas. No hay servicios públicos, no hay electricidad, no hay agua [potable, 1 no hay nada que los regrese a la normalidad, a aquello [que los une al instante, al que no conocen, pero al que se aferran [como una cuerda en el abismo. Pasarán días de espera, días en que la sangre digital [ha desaparecido y las computadoras, las bibliotecas en línea, las redes [sociales no servirán para entender el ciclo del sol [ni cómo la luna se sostiene. Regresarán a los días simples, a comprender que la madrugada [canta en la taza del café, que por unos momentos volverán a escuchar [el silencio y se harán las pláticas en las calles y en los porches, [sentados en poltronas, en las tardes de recuerdos, junto a los niños [que juegan creativamente, liberados del X-Box y del Nintendo. Se habrán mutado por unos días y percibirán el paso [de las horas en la piel, en los ojos, en el olfato, en los tímpanos que resuenan [gracias al sonido del mar, hasta que otra vez la energía eléctrica los devuelva [a sus ordenadores portátiles, a sus teléfonos celulares, a sus televisores, a sus islas [de información.
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Impresiones de un Atar(de)sol Asmara Gay
Daniel Olivares Viniegra. Atar(de)sol. México: Cisnegro [lectores de alto riesgo], 2016. Apenas el lector abre el libro de poemas Atar(de)sol, de Daniel Olivares Viniegra (Tehuetlán, Hidalgo, 1961), un lejano aroma renace de las hojas que se mantienen en las manos. No es el olor del papel, al que una y otra vez se vuelve, sino el eco de cuando menos cuatro movimientos literarios de principios del siglo pasado (simbolismo, cubismo, creacionismo y futurismo) el que avanza a través de nuestros ojos y azuza los demás sentidos.
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Desde el título, Olivares Viniegra apuesta por romper con las convencionalidades del lenguaje para invitar al lector a que entre en su juego poético. Atar(de)sol no sólo deviene de la combinación de las palabras ‘atardecer’ y ‘sol’, que mezclan de esta forma los dos crepúsculos, el matutino y el vespertino, sino que, a sabiendas de que el lenguaje es simbólico, su autor explora diversos sentidos que ‘Atar(de)sol’ posee: En la mitología persa, ‘Atar’ es el hijo de Ahura Mazda y representa al fuego, a la luz eterna que, según las creencias mazdeístas, alienta el corazón de todos los seres, así que, desde esta perspectiva, ‘Atar(de)sol’ reflejaría esa luz eterna de los hombres, como hijos divinos del sol, que en el poemario iluminaría terrenos importantes en los que el poeta está sumergiéndose; pero ‘atar’ también es unir o sujetar con nudos o ligaduras, y aquí lo que ‘atar’ une no son sólo los poemas tejidos en las tres secciones del libro ―Naufragios, Arenas, Líquida luz―, sino diversas cuestiones técnicas que nadan en las vanguardias literarias referidas en el párrafo anterior, así que en una segunda interpretación el sol daría luz sobre aquellos procedimientos literarios que el autor ha ligado en su libro, verso a verso, estrofa a estrofa, poema a poema y sección a sección. En “Divisa”, por ejemplo, el primer poema de este libro, las palabras con las que abre el poema, “Poema (Mujer): Palabra (Sueño)”, poseen no sólo las funciones sustantivas que les son propias, sino que, por influencia del futurismo, adquieren la función adjetiva sin la necesidad de agregar un nexo. Para el
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poeta, el poema es una mujer y la palabra es un sueño, pero no a partir de una comparación o de una supeditación, sino de una adjetivación que, en este caso, se eleva al rango de sinonimia. Divisamos entonces, junto al poeta, en este comienzo, un poema que quiere nacer con la palabra y que es, a la vez, una mujer que nace de un sueño. La idea de Daniel Olivares Viniegra de que el poema es una mujer es por sí sola muy sugerente, puesto que ‘poema’, al ser un término masculino, ha adquirido, en castellano, connotaciones de virilidad muy alejadas del entorno femenino. Un ejemplo: recordemos cómo en Muerte sin fin de José Gorostiza el poema es absolutamente masculino, en particular por la manera en que el poeta liga este vocablo a otros como ‘ser’, ‘vaso’, ‘espíritu’, etcétera, y por el rigor rítmico con que el poeta guía al poema (“En el rigor del vaso que la aclara, / el agua toma forma / ―ciertamente”); de modo que en Gorostiza la pluma le da forma al poema (como el cuerpo le da forma al alma); en cambio, a partir de esta poética de Olivares Viniegra, el poeta dejará que el poema tome forma (el alma también le da forma al cuerpo). Una distinción tal vez sutil, pero determinante.
Naufragamos de tal manera, en esta primera parte del poemario, en el espíritu femenino que sustrae el poeta en cada composición: “Recl(amo)”, “Talla”, “Amordanza”, “Arqueología” y “Visita del ángel” tratan sobre el amor y la mujer, aunque, como lo dice el poeta, desde la espontaneidad de la palabra: Pero vas y dices presurosa lo que la impronta irrealidad en tu ser florece para que, como la ola que llega a la playa, ella misma talle su forma “sobre el desierto i n f i n i t o…/ De / las / hojas / en / BLANCO”. Arenas, la segunda parte del libro, se zambulle en la búsqueda del propio espíritu del poeta, aunque a partir de la misma contemplación y de la libertad del poema que corre en Naufragios. El rapsoda se vuelve escultor sabiendo que la arena tiene vida, que de ninguna manera el Dios-poeta crea todo por sí mismo, sino que el poeta y la palabra se edifican uno al otro en un acto de amor y de búsqueda, bajo la estrella del silencio, que filtra transparencias de paisajes y ecos de la música del espíritu. Después de amar: el sol bebiéndose su luz y nuestras lágrimas… …compañero de nuestra sed; si mal no recuerdo, el mar también cantaba. “Agua escondida”, “Dos de aquel mar”, “Sol escultor”, “PolifemΩ”, “Acrílico final”, “Aquaescencia”, “Refracción”, “Medusa”, “Posdata de amor (sobre la arena)” recrean húmedas impresiones sobre la arena de momentos que se aferran a la pluma del poeta, pues no quieren desaparecer, aunque para volver a nacer deban morir, pues, como dice Herman Hesse en Demian, nacer es destruir el mundo en el que se ha nacido. La parte final del poemario, Líquida luz, representa precisamente ese nacimiento que parte de la nada para tallar una nueva historia a un solo golpe de mirada: “Anda/Nada”, “Hummingbird (Huitzilin…)”, “Huapango”, “Plaza Tolsá” y “Arte poética” son símbolos importantes, no obstante mínimos, con los que cuenta el poeta para su renacimiento. El más importante, sin duda, es “Arte
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poética” pues es el lúdico anuncio de lo que sobrevendrá en la exploración poética de Daniel Olivares Viniegra. Ser que en el ignoto lapso de otro riel acaso fuera Comba de luz o bien zafir, que no casi diamante Proclive estalla en fin procaz su firmamento Tras el obús occidental que ajeno suelo explora Por no querer saldar aquí los abismos de esta aurora Atar(de)sol de Daniel Olivares Viniegra conjuga, de tal manera, un anhelo poético de búsqueda y encuentro de un camino con diversos procedimientos literarios (combinación de versos libres y rimados, poesía visual, descoyuntación sintáctica, musicalidad, oscurantismo, vacíos o espacios en blanco que, como en Mallarmé, sugieren que el lector los colme de sentido), lo que ubica, en este momento, a la poesía de Olivares Viniegra dentro de la poesía contemporánea, pues esta última ha retomado las diferentes técnicas de nuestros antecesores, particularmente de las vanguardias literarias de la primera mitad del siglo XX, para unirlas (lo que proponían el ultraísmo y el estridentismo) y plantear un sincretismo propio; sin embargo, a diferencia de aquéllas, no podemos hablar de movimientos colectivos, sino de que cada poeta es una propuesta poética y quizá una propuesta momentánea, pues la materia técnica que poseemos actualmente los poetas es vasta y probablemente al desarrollo y práctica de nuestras artes poéticas les falte unidad. Pero esto es ya materia de otro texto. Por el momento, quedémonos con las sugerentes impresiones de Atar(de)sol de Daniel Olivares Viniegra y seamos, como afirma la editorial que lo publica, lectores de alto riesgo, pues estoy segura de que ser poeta y leer poesía es ya de por sí tomar un alto riesgo en nuestro país.
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