El Comité 1973, número 40. Infierno

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EL COMITÉ 1973, Núm. 40. Infierno Revista de difusión, crítica y creación literaria. Correo electrónico: elcomite1973@gmail.com http://issuu.com/revistaelcomite1973 https://www.facebook.com/revistaelcomite1973 https://twitter.com/ElComite1973

El Comité 1973 Director Meneses Monroy Editora Asmara Gay Jefe de redacción Erasmo W. Neumann Diseño gráfico Jovany Cruz

Consejo editorial

Agustín Cadena Guadalupe Flores Liera Claudia Hernández de Valle Arizpe Daniel Olivares Viniegra Juan Antonio Rosado Zacarías Eduardo Torre Cantalapiedra

Portada y contraportada Jovany Cruz Publicación Bimestral Agosto - Septiembre Año 7 | Número 40 | 2019

Comité colaborador de este número

Maitane Aguirre G. Enrique Angulo Moya Marisol Carmona Guadalupe Flores Liera Octavi Franch Asmara Gay Juan Guillermo Lera Diana López Julio Martínez Torreblanca Consejera en artes visuales Meneses Monroy Elsa Madrigal Daniel Morales García Moisés Robles Ernesto Tancovich Jorge Varela J. Dante Vázquez M.

Publicación incluida en el catálogo de revistas electrónicas de arte y cultura del conaculta http://sic.conaculta.gob.mx/ficha.php?table=revista_elec&table_id=136 La revista El Comité 1973, es una publicación realizada por el grupo literario El Comité. Todos los derechos reservados.


ÍNDICE

Dossier Meditaciones sobre el infierno ....................................................................................4 Asmara Gay Cuento El extranjero................................................................................................................. 8 Octavi Franch Rumbo al infierno ......................................................................................................... 10 Julio Martínez Torreblanca Ensayo El infierno soy yo........................................................................................................... 12 Maitane Aguirre Traducción Desesperado/Friedrich Nietzsche................................................................................... 13 Diana López Reseña Hampartzoum Mardiros Chitjian: El hombre que pudo describir el infierno..................... 14 Guadalupe Flores Liera Reflexión Infierno........................................................................................................................ 19 Meneses Monroy Poesía Infierno........................................................................................................................ 20 Dante Vázquez M. I. Hölle.......................................................................................................................... 22 II. Octavo círculo........................................................................................................... 23 Jorge Varela J. El infierno..................................................................................................................... 24 Enrique Angulo Moya El infierno es un camión de pasajeros.............................................................................. 26 Moisés Robles Portafolio Daniel Morales García ..........................................................................................28 Minificción Últimas noticias del infierno.......................................................................................... 43 Ernesto Tancovich Memorias de un asesino................................................................................................. 44 Memorias de un kamikaze............................................................................................ 45 Marisol Carmona Poesía Quebranto de un espejo................................................................................................. 46 Juan Guillermo Lera


Meditaciones sobre el infierno Asmara Gay

En cuanto salgo a la calle, pienso: “¡Qué perfección en la parodia del Infierno!”. Emil Cioran

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olemos pensar en el infierno como un lugar lleno de llamas donde las almas de los muertos son castigadas por sus pecados. Pero el vocablo de origen latino “infierno” se refiere a otra cosa . Infierno proviene de inférnum-ínferus, que significa ‘inferior’, ‘subterráneo’ (1985, p. 167) y antes que referirse a un lugar real, como lo explica Juan-Eduardo Cirlot en su Diccionario de símbolos (1969, p. 261), es un concepto que está presente, de manera constante, en la mente del ser humano; en esta noción es donde depositamos el lado inferior y negativo de la vida, una zona subterránea que dialoga con nosotros y que a veces emerge en los sueños, o en las pesadillas: lo que nos disgusta ser, lo que nos avergüenza, lo que vemos con anhelo y aun lo que nos gusta, pese a que es peligroso, recaen en el infierno con reconocimiento y desaprobación y todo ello lo miramos por el ojo de una cerradura. 4


*** Sobre este infierno, dice Ernesto Sabato en un breve ensayo titulado “Pensamiento y novela” y publicado en Heterodoxia: Se afirma que el día es lo que somos y la noche lo que deseamos. Al revés: el día es lo que deseamos —y por lo tanto logramos— ser y la noche lo que verdaderamente somos. En otras palabras: el día es la realidad, pero la noche es la superrealidad. La novela es lo nocturno y, en consecuencia, lo que auténticamente somos. El pensamiento puro es lo diurno y, en consecuencia, lo que deseamos —y logramos— ser. El verdadero Dostoievsky no es el moralista de su Diario, sino el criminal de Crimen y castigo (2001: 116-117).

*** Ante la mirada de los demás, lo que verdaderamente somos nunca aflora plenamente, algo siempre queda en lo subterráneo del horizonte; en ocasiones, hasta para nosotros mismos. Tal vez por eso, al final de su obra de teatro A puerta cerrada (1944), el filósofo existencialista Jean-Paul Sartre asegura por boca de su personaje Garcin: “El infierno son los otros”. Esos otros que nos hacen bajar la vista, cuando nos damos cuenta de que hemos develado mucho de nosotros, o aquellos en los que nos reconocemos y no queremos verlos porque no queremos ver lo que somos, o los que nos des-

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aprueban mirándonos fijamente y a quienes no podemos sostenerles la mirada. Pero, ¿qué es existir sin el infierno que son los otros? *** Más que un lugar, infierno es un estado por el que pasamos todos y al que nos sometemos en diversas circunstancias. Atrapados como estamos, buscamos soluciones que modifiquen nuestra situación; pero la solución no llega. Es entonces que regresamos a Cioran: “El hombre es libre, salvo en lo que posee de más profundo. En la superficie, hace lo que quiere; en sus capas más oscuras, ‘voluntad’ es un vocablo carente de sentido” (2010, p. 8). Infierno es un término contradictorio.

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Referencias Cioran, E. M. (2010). Ese maldito Yo. Barcelona: Tusquets. Cirlot, J.-E. (1969). Diccionario de símbolos. Barcelona: Labor. Flores Corrales, O. (2003, mayo-agosto). Algunas consideraciones sobre el infierno. Estudios Políticos 33. Recuperado de http://www.revistas.unam.mx/index.php/rep/article/view/37580 Infierno. (1985). Diccionario enciclopédico Quillet. México: Cumbre. Sabato, E. (2001). Heterodoxos. Barcelona: Seix Barral. Sartre, J.-P. (2007). A puerta cerrada. La puta respetuosa. Buenos Aires: Losada.

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Despedida y agradecimiento* En el año 2014 conocí El Comité 1973 y me pareció que, dentro de lo que se publicaba en México de forma independiente, esta revista era magnífica. Así que envié un cuento, “Orden y caos de las pequeñas cosas”, que salió a principios del año siguiente, en el número 16: “Poesía de las Islas Británicas” y que me puso en contacto con su director, Marco Antonio Meneses Monroy. Tras esta primera publicación, número a número fui invitada a colaborar, hasta que, en los primeros meses del año 2016, Meneses Monroy apostó por mí como editora de la misma. Durante estos años en que he estado al frente de la edición, en los 19 números que hemos formado, he conocido a buenos escritores, algunos de los cuales se han convertido en mis amigos; aprendí a estructurar una revista, cosa nada fácil; escribí sobre temas que no pensé que me fueran cercanos, y comprendí la importancia que una revista independiente tiene en un país como México, que en cultura parece estar guiado siempre por un velero. Para mí ha sido un honor ser editora de la revista El Comité 1973, y continuaría con este privilegio de no ser por las actividades académicas en las que me desarrollo actualmente. Es por eso que hago este breve recuento de mi paso por la revista y es por lo que deseo agradecer a los colaboradores que siempre han confiado en nosotros, a los lectores que número a número han estado al pendiente de lo que escribimos, a Patricia Oliver y a Erasmo W. Neuman, quienes se integraron al proyecto como jefes de redacción cuando los invité, y a los consejeros editoriales que han creído en nosotros para publicar sus textos y pertenecer al proyecto. Sin duda, mi mayor agradecimiento es para Marco Meneses, quien siempre se ha destacado por impulsar la literatura, sin importar que las plumas sean jóvenes o ya consolidadas, y a quien se debe que la revista sea como es: un puente dialogal que defiende la creación artística justo donde tradicionalmente se cierran otros espacios.

* Nota del equipo editorial: se despide Asmara Gay del proyecto, por lo que se le agradece infinitamente su labor hasta aquí realizada en la edición de esta revista, y se le desea el mayor de los éxitos en sus actividades académicas y nuevos proyectos. ¡Gracias, Asmara!

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El extranjero Octavi Franch

Hacía tan solo un cuarto de hora que había llegado a la ciudad. Casi dos metros de estatura, el pelo negro hasta el cinturón y la mirada bermeja. Todo él apestaba a nicho. A medida que se adentraba en el tránsito de chiribitas y chillidos de la urbe, se iba sacudiendo el azufre acumulado durante el viaje. De cabeza a la iglesia. Cuando llegó, forzó el cerrojo y entró. Picores. Náusea. Mareo. Era la parte que más odiaba de su profesión. Amparado por la oscuridad, observaba cómo el padre Aníbal limpiaba los utensilios con los que había descuartizado a su última víctima. Al extranjero se le rizó el flequillo cuando vio el cristo, de tamaño natural, que se levantaba detrás del escritorio del capellán. El cura rezongaba no sé qué de un manitas. Que la imagen del hijo de Dios chirriaba. Repantingado en su sillón, Aníbal repasaba la agenda del día siguiente. —Buenas noches, Aníbal. Tras un segundo de vacilación, el párroco asumió con desdén la situación del recién llegado, del extranjero. —Buenas noches... —Legnadroc —se presentó—. A vuestro servicio. —Las Santas Escrituras siempre han hablado de los de vuestra raza. —Pero nunca habíais tenido la oportunidad de dialogar con uno de nosotros, ¿cierto? —Supongo que era cuestión de suerte —apuntó el clérigo, desafiante.

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—La suerte no existe, Aníbal; a estas alturas, ya tendríais que saberlo. —¿Puedo saber por qué has venido? —¿A mí me lo preguntas? Aníbal... —Todavía no puedo irme. Es demasiado pronto; aún no he acabado la misión que me ha encomendado el Señor. —Querido Aníbal, no entremos en polémica ahora. Lo único que os puedo decir es que yo solamente cumplo órdenes de mi Maestro. Y, por cierto, tendríamos que darnos prisa. Os lo pido por favor... —Mi Señor me salvará. Debe haber un error en todo esto... —Vuestro Señor, como lo nombráis, está harto de vos. Os habéis pasado de la raya. Ya hace muchísimo tiempo que lo sabéis. —No me dais miedo, ¿me oís? ¡Ni vos ni vuestro Maestro! Guardaron silencio unos segundos. El padre Aníbal permanecía inmóvil, sentado en su butaca, y tan solo era capaz de gemir. Legnadroc, en cambio, silbaba una melodía imposible y se aseaba las uñas con el abrecartas que había encontrado en medio de un montón de papeles esparramados por el escritorio del cura. —Dios mío... —sollozó el párroco. Ambos se miraron. El capellán lloraba, rendido. El extranjero sonreía. Solo tenían que esperar. Al cabo de un instante, el cristo chirrió de nuevo y resbaló pared abajo hasta caer justo encima de Aníbal y chafarle la cabeza.

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Rumbo al infierno Julio Martínez Torreblanca

Luz Roja. Detenido, todo se para y tiene que esperar, a pesar de que a tu vida le sea necesario ese minuto. Y es que todo, según ahora lo ves, depende de esos sesenta segundos. Te son necesarios, sin ellos el castillo de naipes se derrumbará. No puedes llegar tarde a tu cita. Giras el acelerador y el rugir del corazón de tu motocicleta te tranquiliza. Es poderoso y sabes que su potencia compensará el minuto perdido en ese maldito semáforo. Embragas y metes primera con tu pie izquierdo. Sientes el golpeteo de tu montura, impaciente por salir desbocada. Luz Verde. Sueltas el embrague y aceleras. La fuerza centrípeta te impulsa hacia atrás para, inmediatamente, salir lanzado hacia delante, a toda velocidad. Ves cómo la calzada va acercando todo. Al principio te produce una sensación de vértigo, pero al instante la adrenalina te posee y la sensación te dispara; estás exultante. Vas esquivando coches, a derecha e izquierda. Curva, reduces, tumbas y vuelves a acelerar. Nada puede detenerte…

¡Luz Roja! Demasiado tarde para frenar, giras el puño a tope. Un coche sale a la izquierda, despacio, como en cámara lenta, pero inexorablemente va a frenar tu carrera, imposible de esquivar. ¡CRASH! Sales disparado por encima del manillar de la motocicleta. Te elevas, como un ángel caído, y esperas —tensando todo el cuerpo— el golpe. Aterrizas en el asfalto y te deslizas como una peonza varios metros. Nada puede pararte… O sí. Tu cabeza rebota con el bordillo de la acera. ¡POCK! Un dolor agudo y todo se vuelve negro. Estás de pie, junto al semáforo, ves cómo un remolino de gente se agolpa al lado de la motocicleta caída. ¡Mierda! Ha quedado destrozada, no va a tener arreglo. Escuchas un sonido de sirena que se acerca y calle arriba los coches están abriendo el paso. Frena junto al tumulto, salen a toda prisa tres personas de ella, el mayor parece el doctor, les abren paso… Entonces ves el cuerpo tendido, sobre un gran charco de sangre. Es

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tu cuerpo. ¡Mierda! Has quedado destrozado, tanto… que… No vas a tener arreglo. Estas muerto. Te alzas bajo una extraña ingravidez; pero tu cuerpo sigue tendido, inerte. Los enfermeros intentan reanimarte: es inútil, ellos no lo saben, pero tú sí. Continúas elevándote, hasta que todo se va empequeñeciendo, como si importara poco qué es lo que sucede allí abajo. Tan poco que termina desapareciendo. Entras en un túnel. No paras de ascender. Estás rodeado por extraños, curiosos, entrañables recuerdos: familia, amigos, amores… El todo te satura como un compañero, guiándote hacia la luz. La LUZ. Te rodea y sientes una gran paz. Poco te importa ya nada. Es tan reconfortante… ¡Qué extraordinaria es la eternidad! ¿Realmente es esta la que te inunda y hace sentirte tan pleno? No parece, porque ahora caes, caes, caes… Te detienes. Parece que flotas en un líquido viscoso. Aquí también, no tanto como antes, pero la sensación es agradable. Empiezas a tener sensaciones remotas, pero escuchas… Un rumor lejano que despierta tu atención, te acompaña y reconforta. El tiempo pasa, al principio lento, mas va acelerando… Cada vez más deprisa. Una luz se abre por encima de tu cabeza. Quieres volver allí. Te esfuerzas por llegar. Empujas, empujas, empujas… Una mano te ayuda a salir, te pone boca arriba y azota tu trasero. Lloras. Aquí estás, has vuelto, otra vez, al infierno. 11


El infierno soy yo Maitane Aguirre

A mí me condenaron a la hoguera desde que llegué al mundo y me sellaron con fuego los genitales. Broté como flor marchita, destinada a adornar, a embellecer los rincones del hogar, sin raíz. ¡Que lave los platos por usar vestido! ¡Que sirva de comer rápido, que se enfría! Y sí se enfría. Las rodillas raspadas toda la vida por estar siempre corriendo. Podrida por sentir dedos largos rozarme la mano y miradas que me devoran sin permiso. Podrida y también maldita por sentir el cuerpo en llamas, por pintarme los labios de rojo y tener piel sobre el alma. Con cada respiro desciendo lentamente, sin hacer ruido. Día con día me acerco a los brazos de Caronte. Él me aguarda en su barca, que navega entre el llanto; entre cada lágrima derramada desde el momento en que abrí los ojos y miré un mundo en donde mi voz es solamente ruido y no melodía. Una voz que infecta, contamina y no termina de nacer. Sin potencia. Apenas audible. Un mundo en el que todas vamos a que nos aten de pies y manos; a que nos prendan en llamas y nos reduzcan a nada. Nos dicen que no sangremos, pero sí engendremos; que no opinemos, pero sí criemos; que no sintamos, pero sí cedamos. Porque sus manos pueden tocarnos, moldearnos, escupirnos, violentarnos. Ésas no queman ni condenan. Ésas, que no son nuestras, pueden salvarnos de la condena inminente. Siempre se enseña que al infierno se va la gente mala cuando muere, pero he aprendido que en vida yo la habito. Que el infierno soy yo.

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Desesperado * Friedrich Nietzsche

Trad. Diana López ¡Horribles son para mis sentidos los escupitajos de mis compañeros! Corro ya, pero ¿hacia dónde? ¿Acaso debo arrojarme a las olas? Cada boca siempre fruncida, cada garganta siempre gorjeando, la pared y el piso siempre salpicados… ¡Malditas sean las almas de saliva! Prefiero vivir malvado y con simpleza, cual ave libre sobre los tejados. ¡Prefiero vivir entre blasfemos, adúlteros y traidores! ¡Reniego de la educación, cuando escupe! ¡Reniego de la Liga de las Virtudes! Y es que ni siquiera la más pura beatitud lleva oro en su boca.

*Título original: Desperat. 1882.

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Hampartzoum Mardiros Chitjian: El hombre que pudo describir el infierno Guadalupe Flores Liera

[Al filo de la muerte. Las memorias de Hampartzoum Mardiros Chitjian. Sobreviviente del Genocidio Armenio (trad. del inglés de Elizabeth Flores), Aip-Pen-Kim Ediciones, México, 2014, 507 pp.]

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los 74 años, Hampartzoum Mardiros Chitjian intentó poner por escrito su testimonio como sobreviviente del genocidio armenio, hecho conocido entre su pueblo como Charrt y Godoradz. Cincuenta páginas más adelante, suspendió la escritura, imposibilitado para continuar narrando el horror que conoció a los catorce años. Cinco lustros después, en 1998, cuando perdió a su amada esposa Ovsanna, quien también era sobreviviente, logró vencer el dolor y las lágrimas para hablar de los mártires asesinados y del destino de los sobrevivientes. El exterminio perpetra-

do por los neoturcos entre 1915 y 1923 costó la vida a un millón y medio de armenios, un pueblo que había vivido por generaciones —si bien subyugado— en lo que fue el imperio otomano y se transformaba en ese entonces en la moderna república turca. Hampartzoum nació en 1901, fue uno de los nueve hijos de Mardiros y Tervanda, habitantes del poblado de Perri, en la provincia de Kharpert, en el centro de Anatolia. Compartían la vivienda con el abuelo paterno y llevaban la vida sencilla y hogareña propia del campo, hasta el momento en que el gobierno turco decidió expulsar o exterminar a las poblaciones a su juicio

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inasimilables y, por tanto, ajenas al nuevo proyecto de nación. Consciente de la importancia de su contribución a la conservación de la memoria de la tragedia de su pueblo, Hampartzoum Mardiros venció el dolor para narrar señalando en todo momento que nadie sobrevive a un genociodio y que narrar es descender otra vez al infierno y volver a sentir en toda su crudeza el horror: “Físicamente, es posible escapar, pero la mente y el alma sufren un tormento permanente. Cuando alguien visita el infierno, queda marcado de por vida”1 (p. 31). Narrar ese genocidio es hacer un repaso de las imágenes imborrables del asesinato selectivo, las violaciones, los maltratos, el despojo, el miedo que precedió a las matanzas y las marchas de la muerte organizadas por el gobierno de Turquía para expulsar de su territorio a los indeseables. Es abrir a los ojos de otros el fardo pesado con el que la vida condenó a la víctima sobreviviente a cargar a su paso por el mundo y hablar en nombre de quienes no pudieron hacerlo. Los armenios habían habitado esas regiones por más de tres mil años, pero en cuestión de semanas perdieron todo lo que habían construido y amado para luchar convertidos en parias por la supervivencia. No era la primera vez que este pue-

blo sufría la masacre y el atosigamiento, sólo que hasta entonces no había ocurrido de forma organizada y orquestada desde las altas esferas con el fin de ser completamente exterminados: “Aunque siempre simpaticé con mi madre cuando la veía llorar consumida por los recuerdos de cuando tenía ocho años, nunca se me ocurrió pensar que un día yo también viviría afligido por la misma dolorosa existencia a causa de los bestiales turcos por el resto de mi vida: ¡atormentado para siempre!” (p. 41). Aunado al dolor y al nudo de silencio que lo oprimió siempre, Hampartzoum tuvo también que soportar la negación, pues hay países —México, por ejemplo— que todavía no han reconocido el genocidio armenio, acaso por razones políticas y económicas o porque esperan que primero lo haga Estados Unidos para actuar en consecuencia. Curiosamente, México fue el país de adopción de Mardiros por una década, antes de que emigrara a Estados Unidos para reunirse con algunos de sus hermanos sobrevivientes. Como escribe en el Prefacio su hija Zaruhy Sara Chitjian, editora de la obra en armenio e inglés: “Si el Genocidio Armenio hubiera sido resuelto con justicia en 1915, esa parte del mundo estaría en paz ahora. Los problemas actuales del mundo son una

1 Las cursivas pertenecen al original.

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continuación de la avaricia y las acciones egoístas del pasado” (p. 29). Así pues, antes de abandonar este mundo con el secreto de lo que llevaba en “el fardo”, Mardiros Chitjian se armó de valor para dejar su testimonio del tiempo en que “un Dios inmisericorde le dio la espalda a los armenios” y dejó que las sombras se extendieran sobre sus destinos. Hampartzoum declara que en el lugar más recóndito de su memoria guardó los recuerdos de las atrocidades y las experiencias aterradoras porque entonces sólo tenía tiempo “¡para sobrevivir!” (p. 32). Cuando se sintió seguro, las imágenes guardadas comenzaron a acudir en forma de pesadillas y el dolor no amainó porque no hubo reparación del daño ni justicia. Algo con lo que no pudo nunca contemporizar fue con la idea de que la fe inamovible en Dios, que caracteriza a su pueblo de formación cristiana, se había visto defraudada, una vez y otra repite “¿Dónde estaba Dios? ¿Cómo podía darle la espalda a quienes creían en Él tan fervientemente? ¿Cómo podía Él permitir actos tan inicuos?” (p. 41). Porque, verdaderamente, ¿qué puede semejarse más al infierno que verse un ser humano convertido en el objeto del odio inexplicable y ciego de otro ser con el que se compartía el mismo espacio vital hasta hace un momento? Con asombrosa acuciosidad, Mardiros Chitjian acompaña su relato con mapas y dibujos que describen las costumbres, for-

ma de vida, vestimenta, distribución del vecindario, plano de su hogar, del pueblo; describe cómo era el día a día, las tradiciones, los eventos que llenaban la vida social, los cantos y poemas que acompañaron los añorados tiempos de su paradisiaca infancia, hasta que en 1909 el gobierno de Turquía decidió “reclutar a los armenios en su ejército”; una maniobra oculta, en realidad, para utilizarlos como esclavos con una cobertura legal. Obligados a convertirse en mano de obra forzada, construían carreteras, caminos y vías de tren hasta que caían muertos de agotamiento y sus cuerpos eran abandonados en los barrancos y las cunetas. Hacia 1913 el clima se había enrarecido, porque los funcionarios turcos no sólo no evitaban los ataques que los armenios sufrían, sino porque “animaron a los kurdos a infligir tanto daño como fuera posible contra los armenios para, de esta manera, crear animosidad entre ambas minorías para avanzar la agenda turca” (p. 88). En la primavera de 1915, la época en la que cultivaban sus viñedos, Hampartzoum acompañó a su padre al campo a realizar las tareas de preparación, quitar raíces y piedras, sembrar nuevos brotes, remover la tierra, a medio camino del regreso a casa siendo casi de noche un vecino que huía los alertó: “Se detuvo apenas lo suficiente para advertir a mi padre. Con la voz ahogada le dijo: ‘¡Mardiros Agha, no vayas a Pe-

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ña, los asesinatos masivos, los cuerpos insepultos, la huida— y el relato es tan vivo que el lector queda petrificado de miedo igual que el narrador y las preguntas son las mismas: ¿Cómo fue posible?, ¿cómo es posible que hechos así continúen sucediendo? Por seis años, Hamparzoum luchó para sobrevivir, a veces escondido y solo, de pueblo en pueblo, y en ocasiones protegido por gente misericordiosa que lo ayudó a localizar a algunos de sus hermanos y conocidos. Al mismo tiempo que describe su descenso al infierno, Hampartzoum deja constancia de seres —como el pequeño Mihrab Mirakian o el doctor Mikahil Hagopian— que lograron vencer el

rri! Los turcos han matado a golpes a todos los maestros y dejaron sus cuerpos expuestos como amenaza a todos los demás. ¡Nos van a matar a todos! Están buscando armas. No regreses. ¡Te matarán también!’” (p. 131). La detención de su padre significó la disolución de su familia, la separación brutal de los miembros desamparados, los días siguientes fueron de confusión y de pánico para el poblado entero. “La palabra genocidio fue acuñada en 1945 por Raphael Lemkin para describir la campaña organizada cuyo objetivo era la eliminación de los armenios dentro de sus propios pueblos y ciudades” (p. 142). Las páginas que continúan son sobrecogedoras —el acoso, el despojo, la rapi-

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miedo para proteger a sus semejantes “durante el periodo más ominoso de su historia” (p. 207). Mardiros Chitjian murió en Los Ángeles en 2003, a los 102 años, después de cumplir con la obligación que se impuso de que el relato de las injusticias sufridas por su pueblo no quedara enterrado en las fosas comunes o en los barrancos donde quedaron expuestos a la descomposición miles de compatriotas suyos: “Siempre me he preguntado por qué sobreviví yo mientras que tantos otros perecieron. De nuevo, recuerdo las palabras de mi padre: ‘Sólo por voluntad divina se mueven las hojas de los árboles’. ¿Escapé tan sólo para poder contar mi experiencia como superviviente?” (p. 138). Armenios, griegos, chipriotas, asirios, kurdos han compartido y comparten todavía esta misma suerte. Hampartzoum declara que para él es un misterio sin solución el hecho de que Turquía se haya vuelto en contra de los pueblos con los que compartió la misma tierra por siglos con el fin de exterminarlos. Actualmente, ese país hace despliegue de intolerancia y comete abusos contra los países vecinos sin que las naciones poderosas reaccionen ciegas al hecho de que al actuar así sientan un tenebroso precedente —Chipre lleva cuarenta y cinco años esperando que Turquía ponga fin a la ocupación del treinta y ocho por ciento de su territorio y en sus tierras de origen los kurdos sufren la persecución y la negación de sus derechos básicos—. Por esta razón, Hampartzoum escribió sus memorias, como parte de su titánica lucha por conseguir justicia y la imposición de la verdad, convencido de que su testimonio puede ayudar a que el silencio y la negación de hechos criminales se reviertan con el fin de que empiece a prevalecer la justicia en todo el mundo. Como afirma en la Presentación el doctor Carlos Antaramián Salas, editor de la presente versión en español, investigador mexicano de origen armenio que ha registrado la trayectoria de la inmigración armenia en México en importantes artículos, libros y documentales: “La extraordinaria memoria de Chitjian es ejemplar, no sólo como testimonio de una experiencia terrible que no debe ser repetida sino también porque, como un amanuense que escribe por aquellos que no tienen la capacidad de hacerlo [...], su testimonio no es solo suyo sino que se ha convertido en voz de su comunidad, tanto de los nativos de Perri o de Jarpert (Kharpert) como de aquellos que migraron y se instalaron en México. Este testimonio es parte de la memoria colectiva armenia” (p. 21). El libro se puede conseguir en el Museo de la Tolerancia y la Memoria Histórica en avenida Juárez en el centro de la Ciudad de México.

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Infierno

Meneses Monroy

¿No lo sabías? Hay más muertos que vivos en la tierra. No, no me refiero a los difuntos, me refiero a los billones de personas caminando sin rumbo, o mejor dicho, caminando por el mismo rumbo sin anhelos; caminando como zombies, sin un destello de vida. ¿Qué vida puede brotar de un corazón yerto? ¿Los compadezco? ¿Los repudio? No, acaso yo también soy uno de ellos.

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Infierno Dante Vázquez M.

Mamá y papá dicen amarme. Aparento que sus voces son verdaderas (quizás lo son, ¿cómo saberlo?): me trasladan de un hogar a otro entre palabras que se lanzan con intención de herir y arrebatarse la tranquilidad. Desde hace un año: gritos, amenazas, gritos, cada fin de semana. Con quién elijo irme, con quién elijo quedarme, les importa poco. ¿De cuál de los dos seré recompensa?, me pregunto a mí misma una y otra y otra vez. No hay respuesta. No hay paz. Las tristezas líquidas que brotan de mis ojos cada noche apagan los recuerdos cristalinos de mi alegría:

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caen… caen… caen… bombas de pesadillas.

Me duele el silencio de las paredes. Camino a solas en la penumbra. Las voces pálidas de los abuelos me quitan el frío. Los abrazos transparentes de las abuelas me dan valor. Todo estará bien, todo estará bien, repito para mí antes de que me saquen de mi celda onírica.

Me ensordece el lamento de los sueños muertos en combate. El paisaje es aterrador: sombras, promesas rotas, sombras, emociones mutiladas, sombras.

II

Oscuridad.

Hoy será un juez quien ponga fin a la guerra, y él decidirá quién de ellos se quedará conmigo.

¿Dónde están papá y mamá? Confusión. ¿Dónde estoy Yo? ¿Y mi voz? Encierro.

III Papá y mamá dicen amarme, supongo que son verdaderas sus palabras; me compraron un pastel de cumpleaños con mi nombre: Soledad.

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I. Hölle Jorge Varela J.

Die Engel, die nennen es Himmelsfreud, Die Teufel, die nennen es Höllenleid, Die Menschen, die nennen es: Liebe! “Traumbild Nr. 8”, Buch der Lieder, Heinrich Heine

El amanecer está derrotado. La lucha debajo de las sábanas concluye con un olvido inmediato. Los nombres desgastados a besos se vuelven borrosas sombras de un orgasmo inconcluso. Me pongo de pie desnudo. La piel se desmorona por las cicatrices de errores impregnados en tinta y sangre. Miro a un desconocido en el espejo del baño. Veo los pecados acumulados en mis ojos por olvidar decir no. Una silueta danza en su iris color miel, y en su vientre, tatuada, la tentación grita mi nombre. Las risas de cien mil demonios me rodean y arrastran mi cuerpo hacia los senos de una desconocida en un bar. 22


Los pecados capitales en oferta, el etílico veneno al dos por uno. “El amor se ha agotado, vuelva el próximo apocalipsis”, dice el barman malhumorado. Entre el tumulto de tentaciones danza un Ave anónima. Desconocida a la vista, de letras conformada en una silueta llena de secretos, silencios, miedos, pasiones, besos inconclusos y algún perdido verso. Trato de expulsarla con mis manos cubiertas de sangre. Huyo en círculos. Termino persiguiendo sus pasos. El espejo se rompe. Un puñal atraviesa mi espalda. El corazón despedazado cae al suelo. La Fuerza de vivir escapa por el drenaje. Mi cuerpo es esparcido por los diez círculos. Sólo un pecado escapa de mi alma; los hombres le llaman amor.

II. Octavo círculo He llegado al fin. Me siento como en casa. 23


El infierno Enrique Angulo Moya

No podemos creer en el cielo, pero sí en el infierno. Jorge Luis Borges

Allí estarán las imágenes de esa película que es nuestra vida, y nos las mostrarán una y otra vez en una tenebrosa sesión continua, en vacíos cinematógrafos de hielo, para nuestro oprobio e irrisión sin que podamos ya corregir ni una coma, expuestos para siempre a la befa universal; sin que podamos volver al pasado para obrar de distinta manera; sin que de nada nos sirva el arrepentimiento. Así será el infierno en la otra vida, si acaso existe otra vida.

Si existe el infierno —el cielo no creo que exista, pero del infierno tengo mis dudas—, no será ese lugar de tinieblas y azufre, de horribles demonios y castigos espantosos que predican las religiones y cuentan las mitologías; será un lugar en donde nos muestren, paso a paso, nuestras vidas, y nos repitan, infinidad de veces, nuestros errores y contradicciones. Allí comprobaremos hasta el hartazgo que dijimos lo contrario de lo que hacíamos, y nos mostrarán hasta la náusea cuánto daño hicimos a quienes nos amaban.

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Allí, fiscales impertérritos señalarán con severidad cada paso que dimos en falso; nos mostrarán cuán cerca tuvimos la dicha y cómo lo tiramos todo por la borda debido a nuestra pereza y nuestra cobardía, a nuestras envidias y nuestra frivolidad. Cómo fuimos burlados por los hechos; cómo con nuestra ceguera y empecinamiento dilapidamos nuestros dones y nos perjudicamos y lo destruimos todo. Seremos implacables en el veredicto. Nos condenaremos sin paliativos. Nadie podrá consolar nuestro dolor. Nadie podrá salvarnos de la humillación por haber desperdiciado los días y los años, por haber estado ciegos de ira, henchidos de pasiones y de soberbia; porque lo tuvimos todo al alcance de la mano y lo despreciamos con el desdén del ignorante, con la inconsecuencia del retrasado. Y ese será el lugar de nuestro llanto; la calleja húmeda en donde no querremos ver a nadie; la celda lóbrega de nuestro confinamiento, Edipos horrorizados por la monstruosidad de nuestros actos.

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El infierno es un camión de pasajeros Moisés Robles

El infierno es un camión de pasajeros, camión que cruza la ciudad en hora pico. Contenedor de almas, espíritus y hedores; niños que braman, eructos que se estrellan contra el cielo. Lo peor de medio día, el infierno es un camión de pasajeros.

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PORTAFOLIO


Portafolio Daniel Morales García Junio de 2019

Infiernos auto-impuestos sus últimas consecuencias ideas como éstas, un tanto como las visualizaron los antiguos griegos tan imperfectos y voluntariosos?

La idea del Infierno siempre ha estado presente en mi obra (por no decir en mi vida), si bien no bajo la noción de trascendencia eterna del yo, ni de su carácter moralizante como castigo divino en el más allá, tal cual la religión judeocristiana sentencia. Sin dármelas de muy original, es la idea amoral e intrascendente del dolor la que más abordo y tematizo en mi obra: esos infiernos en vida, los infiernos auto-impuestos, las trampas, las cárceles de la razón, la locura, el hastío y el aburrimiento existencialista. ¿Qué pasaría si se nos hubiera enseñado que Dios y el Diablo son en realidad el mismo ser con diferentes estados de ánimo, o bien que la “imagen y semejanza” que supuestamente tenemos con nuestro creador es tan solo esa nuestra voluble capacidad de crear y destruir a placer? ¿Cómo sería nuestra concepción de la vida y de la muerte sin la idea de la trascendencia que nos premia o nos castiga? ¿O no será que el amor divino e infinito que tanto hemos idealizado es tan solo el reflejo de nuestra ignorancia acerca de lo que no podemos abarcar sobre lo impredecible y avasallador de la creación? ¿Qué pasaría entonces si, aplicando otra ingeniería, hubiéramos llevado a

Cercano a lo que señala Salvador Elizondo en su Teoría del Infierno y otros ensayos, mi actitud creativa ha sido dantesca al visualizarme bajando a ciertos infiernos en vida, pues, por obvias razones, el infierno sólo se puede asimilar a través de una suposición o presentimiento planteado desde esta existencia. “El poeta se sacraliza descendiendo a los infiernos”. Esta imagen eminentemente romántica culmina en la idea del poeta maldito, tan reiterada a partir del siglo XIX, y puedo señalar esa actitud como parte de mis influencias, pues igualmente comencé a crear al puro estilo de Baudelaire o Rimbaud, asumiendo y muchas veces invocando “la infernalidad de todo lo real”. Es así como en mi obra primera puede distinguirse esa transversalidad de medios: un lenguaje plástico con influencias poéticas, pero que más acertadamente resulta un reflejo o signo de mis tiempos, mi impronta, mi trazo y mi imaginario atormentado.

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En cuanto a este tránsito, pueden observarse aquí mis primeros dibujos preparatorianos, en donde la saturación espacial al estilo del Bosco refleja esos infiernos esquizoides del horror vacui; lo que quedó de mí en ellos es precisamente lo que me distingue como artista. “El cantor se convierte en mago, el sabio se convierte en profeta y el poeta en dios mediante el conocimiento del terror” y todo creador se convierte necesariamente en administrador de su propio infierno”, nos sigue diciendo Elizondo. De forma parecida, en mis grabados figurativos posteriores abordé temáticas atormentadas mediante técnicas mixtas, pues considero que así como el teatro surgió de la tragedia (o como el gran

arte es muy superior en su valoración a la comedia), las obras artísticas que más impactan son aquellas que golpean a través del horror. Así también en mis dibujos más recientes me ha interesado ejercitar de manera más sobria y adulta, un humor negro a mano alzada, para fusionar así ambas partes de mi alegoría vital: imágenes tragicómicas que, dada mi escasa capacidad de mesura, a muchos resultan todavía bastante indigestas. “El infierno soy yo”, proclaman Kafka y también Burroughs…”Esto es el infierno” dicen otros autores como Celine o Artaud.

Daniel Morales García. (Ciudad de México, 1972). Estudió la Licenciatura en Artes Visuales en la Escuela Nacional de Artes Plásticas de la UNAM. Se tituló con Mención Honorífica luego de cursar el Seminario Taller del Libro Alternativo. Ha expuesto individualmente en siete ocasiones y participado en más de 70 exposiciones colectivas, algunas de ellas en España, Finlandia, Inglaterra, Francia, India, Cuba y Noruega. También ha recibido reconocimientos como el Premio de Adquisición en el IV Concurso Nacional de Grabado José Guadalupe Posada 96, la Beca del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes FONCA (Jóvenes Creadores. Modalidad Gráfica) y el 1er Lugar de dibujo en la Bienal de Dibujo y Grabado, Diego Rivera 2001. Actualmente dedica su tiempo creativo a la elaboración de su novela gráfica El extraño deceso del Doctor Marmac. 29


Autorretrato Daliniano BolĂ­grafo /papel bond 18.2 x 28 cm 1989

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Bendita sed BolĂ­grafo /papel bond 21 x 28.2 cm 1988

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Habitaciรณn Plumรณn y lรกpiz Prismacolor /papel bond 20.8 x 28 cm 1989

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Semen de Tauro Plumรณn y lรกpiz Prismacolor /papel bond 21.7 x 28 cm 1989

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Inspiraciรณn Plumรณn y lรกpiz Prismacolor /papel bond 20.8 x 27.9 cm 1988

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Modelo Salvaje Tinta china /papel gvarro 30.8 x 23.3 cm 1994

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El pintor esquizofrĂŠnico del siglo XXI Huecograbado, azĂşcar / zinc 24.7 x 16.2 cm 1993

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Decapitado Linograbado 9.8 x 7.8 cm 2018

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MĂŠxico lindo Linograbado 9.8 x 14.7 cm 2018

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Un animal más Huecograbado, aguafuerte, aguatinta y azúcar /zinc 19.7 x 24.5 cm 1997

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Cรกrcel infinita Huecograbado, aguafuerte y aguatinta/zinc 19.7 x 24.5 cm 1997

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Tatuajes Tinta china /papel 23.6 x 19.4 cm 2018

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Pozole de cabeza Tinta china /papel 28.5 x 21 cm 2018

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HHHHHHHHHHHHHHHHHHH HHHHHHHHHHHHHHHHHHH Últimas noticias del infierno Ernesto Tancovich

Siglos de especulaciones teológicas nos han legado la versión de un infierno ordenado según rigurosos criterios jurídicos. Así, una vez consumado el debido proceso, tipificada la falta y determinada la pena, te será asignado el pabellón o círculo en donde la habrás de purgar. Hasta ahí lo dicho, sabido, consabido y reiterado. Pero, a contrario sensu, uno de mi vecindario —lo llamaré Hache—, luego de vivir su buena temporada por aquellos parajes, asegura que esto es sólo pésima literatura. Que en cuanto comparezcas ante sus portales atroces, los guardias, sin dar ni pedir explicación, te arrojarán adentro y donde caigas quedarás. A él, tan devoto, le tocó habitar el círculo de los herejes. Sin embargo — dice riendo— lo pasaba magníficamente, obligado a rezar, entonar himnos y letanías y recitar salmos a toda hora, siguiendo la regla benedictina. Por desgracia las fronteras que separan los diferentes estratos son más bien teóricas, y en ese vórtice de caos y tumulto el único principio de organización está a cargo de sindicatos del crimen, empeñados en guerras perpetuas. Son de cada uno de los santos días —me cuenta

Hache, dolido— las balaceras entre pistoleros de los distintos círculos. Un día podrán ser los lujuriosos enfrentando a los iracundos; otro, los golosos disputando territorio a los pródigos. Consiguió escapar —dice Hache, santiguándose— a favor de una gran confusión, cuando los violentos retrocedían bajo la tempestad de balas desatada por una entente de avaros y embaucadores. Sin embargo, ha de ser inevitable —conjetura— que una vez dominado el terreno los socios vencedores choquen entre sí. Es sabido que ni los de uñas filosas ni los de lengua afilada se conformarían con algo menos que el todo. Hache agradece a los cielos estar de vuelta en el barrio, a salvo de la previsible masacre. En definitiva —reflexiona— puede anotarse cierta correspondencia entre nuestro mundo y el otro. En efecto, quien haya sabido manejarse adecuadamente por estos lados tendrá las mayores chances de salir airoso en los del más allá. En cambio, el infeliz que por acá recibió puro palo verá allí multiplicados sus males. Cree percibir en ello cierta oscura noción de justicia.

HHHHHHHHHHHHHHHHHHH 43


Memorias de un asesino

Marisol Carmona

Oficial Theo Von Aulock 12 de agosto, 1941. A las cuatro de la mañana fui bruscamente despertado de mi sueño. Una vez más, tenía que reportarme para una ejecución, para jugar a ser verdugo y sepulturero. Cuando eres parte de la SS, tienes que acostumbrarte a disparar contra personas indefensas. Ese día, como de costumbre, los candidatos a morir tuvieron que cavar sus propias tumbas. Veintitrés judíos fueron baleados, entre ellos cinco mujeres. Dos estaban llorando incluso antes de entrar en el hoyo y de acostarse boca abajo en espera del tiro de gracia. Los demás mostraban un orgullo incorruptible, a tal grado que hasta nos rechazaron cuando les ofrecimos un vaso con agua. Siempre me he preguntado: ¿qué pasará por su mente en esos momentos? Parece que hasta el último segundo guardan un gramo de esperanza creyendo que su Dios los salvara. De hecho, muy a menudo los oigo rezar. Debo admitir que, antes me aterraba ser artillero, tenía que cerrar los ojos y mi corazón se aceleraba involuntariamente cuando tenía que jalar el gatillo, pero, curiosamente, hoy, con los ojos bien abiertos en cada disparo, ya no sentí nada. No hubo emoción pero tampoco piedad.

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Memorias de un kamikaze Piloto Akemi Hiroki 19 de abril, 1945. Para ser honesto, yo no tengo el deseo genuino de morir en nombre del emperador, como lo tienen mis compañeros. Sin embargo, mi familia decidió que ese es mi destino y no puedo escapar de ello. Estoy en un punto donde ya no hay retorno. En cuanto el reloj marque las 0600 horas, tendré que estamparme contra una nave enemiga. A medida que mi tiempo de vida se reduce, siento que un fuerte dolor se apodera de mí: no es fácil despedirse de la vida. Sólo tengo diecisiete años, pero guardo todo un diluvio de recuerdos. De haber sabido que mi amor por la aviación desembocaría en todo esto, ni siquiera habría hecho el esfuerzo de comprar esos pequeños aviones de juguete en los que gasté todos mis ahorros. En cuanto suba a la nave no tendré miedo de morir, sólo la nostalgia de un porvenir que no tendré.

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Quebranto de un espejo Juan Guillermo Lera

Si no escribo esta mañana no sabré más… Guillevic. Arte Poética. Dentro del hueco que se abre en esta página bruma que toma forma en mi herida la poesía sobrevuela las horas donde los relojes han tirado las manijas navega en lo profundo de mi sombra para anclarse en el momento más desolado y roto del instante Yo transcurro en el poema como una sombra que bracea en el arroyo de sueño a contracorriente sobrevuela para insertarse en la visión cortada de ojos ciegos que me devuelve el espejo en el segundo eterno que la luz crucifica 46



el comité 1973

Revista de difusión, crítica y creación literaria


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