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CONCHA TISFAIER
Practicar sexo en la naturaleza siempre se ha asociado con los rituales de fertilidad, como sabe cualquier bruja, sea de la rama mágica que sea (rama, jajaja). Y como también se nos ha explicado hasta la saciedad, la fertilidad no tiene que ver solo con la reproducción humana. La fertilidad es relativa también al crecimiento, a la cosecha, a la abundancia, a que los proyectos salgan adelante aunque Hacienda te sable 400€ al mes y no quieras saber cuánto al trimestre. Ser una bruja autónoma no es fácil, como tampoco lo es tener sexo en la naturaleza. O en el campo, que a veces es lo mismo, pero no. Porque no sé qué tienen de natural los disparos de los cazadores, las huellas de los 4x4 o el móvil que me llevo a todos lados para sacar fotos a cualquier florecilla que veo.
Follar en un bosque no es fácil. Y menos después de la pandemia, que ahora todo el mundo se ha vuelto muy ecobiosostenible y han aprendido a cagar en el monte y han descubierto siticos que antes solo se sabían las gentes de los pueblos. Para realizar el acto sexuarl en medio del campo primero tienes que salir de casa a la vez que la persona con quien vas a realizarlo. Aunque también tienes la variante de la masturbación, esta variante simplifica las cosas, pero al loro porque seréis menos personas atentas a si viene alguien. Bueno, que os pongáis de acuerdo con a dónde ir, cuándo y la distancia que vais a recorrer. Porque siempre hay quien dice que andar un par de horas “no es ir al monte” o que “para este paseo de mierda mejor me compro una bici estática” mientras tú jadeas y dudas si eres capaz siquiera de tener la saliva suficiente como para un beso en la frente.
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Vamos a imaginarnos que todo sale guay, que te ha tocado un poco la lotería con tu pareja de sexo como bien has publicado en Instagram y que ya habéis aparcado el coche, despejado los pulmones con aire limpio y os habéis hartado de subir pistas de gravilla. Veis un sendero que parece no subir mucho y con poco riesgo de caída y os adentráis en la espesura. Con la espalda contra el árbol y su lengua en tu boca, empiezas a sentir que igual no es tan buena idea, cuando la corteza te raspa un hombro y en cada embiste crees matar una fila de hormigas. Pero el calentón sube, el ritual comienza, el olor a bosque te penetra y flipas con el komorebi al mirar hacia arriba.
Unos gritos de niñas os sacan del trance, aún estáis demasiado cerca del sendero, así que desoyendo los consejos de cualquier senderista de más de 8 años, os metéis entre árboles buscando un lugar en el que tumbaros. Un lugar que no esté muy lejos para que no se pase el calentón, ni mojado que para eso ya estás tú, que no tenga zarzas ni moñigas de vaca cerca y ¿qué más? ¿florecillas silvestres dibujando un corazón? Arrodillaos y chupad, claman Hécate, Artemisa y el cabrón ese al que veneran las brujas vascas en los akelarres. No hay sitio, todo está lleno de barro. Oh, maravilla, ponéis los abrigos y ¿ahora? quitarse o no quitarse las mallas del Decathlon será la cuestión. Probáis con ellas puestas, en esa tierna y romántica imagen de follar con los pantalones por los tobillos. Por supuesto que no funciona, ¿en qué grabado del Malleus Malleficarum has visto tú a las brujas con los pantalones por los tobillos? ¡Venga fuera ya la ropa! Ahora sí que raya cualquier ruidito, ¿eh? Porque al bosque se va de día y en festivo y no es un lugar solitario y a ver cómo haces para follar sin clavarte una bellota, sin apoyar las manos en el barro, sin que te oigan jadear, sin aplastar a tu pareja y vigilando que no te vean ni se caiga la ropa de la rama. Ahí es donde está la magia, si consigues un buen polvo en medio de un bosque, nada se te pondrá por delante, conseguirás abundancia, proyectos bonitos, cambiar la ley de trabajo autónomo, vuelos baratos desde Iruña y kalimotxos que no den diarrea.