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EL LAMONATORIO

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JOAQUÍN SABINA

JOAQUÍN SABINA

En “El nombre del mundo es bosque”, mi admirada Ursula K. Le Guin cuenta la historia de un planeta cubierto de bosques y habitado por una especie de seres posthumanos, los crichis, que viven en paz y en completa comunión con el mundo natural. Miden apenas un metro, su cuerpo está protegido por un manto de pelo verde y poseen la capacidad de soñar de manera lúcida, es decir, cuando sueñan son conscientes de que están soñando. Los terrícolas explotan los recursos naturales de este planeta, asolando los bosques y esclavizando a los crichis, hasta que éstos se rebelan y se desata la violencia. Anda, pero si es casi igual que Avatar, pero con extraterrestres verdes en vez de azules… Curioso, ¿eh, James Cameron?

Lo que nos aportan los bosques no puede pagarse con dinero, aunque haya personas que sigan pensando que sí. Estos ecosistemas tan complejos dominados por árboles ocupan un tercio de la superficie planetaria y dan refugio a una gran cantidad de especies de plantas, animales, hongos y bacterias. Este hecho los convierte en auténticas farmacias y en salvadores de millones de vidas humanas a lo largo de la Historia. Se calcula que el 25% de los medicamentos modernos tienen su origen en plantas procedentes de bosques tropicales, incluyendo casi el 70% de los compuestos empleados para tratar el cáncer. Hay personas que se dedican exclusivamente a estudiar y clasificar las plantas, a caracterizarlas y a analizar su composición, y aunque a priori pueda parecer un trabajo de frikis que no tiene ninguna razón de ser, gracias a él se han hecho descubrimientos fundamentales para la salud y el bienestar de la humanidad. Los bosques también juegan un papel esencial en la redistribución del agua y la conservación de los suelos, y creo que a estas alturas de la película no hace falta que os explique por qué esto es importante. También actúan como sumideros de dióxido de carbono, es decir, los árboles utilizan esta molécula para producir su propia materia orgánica a través de la famosa fotosíntesis, por lo tanto, ayudan a mitigar el efecto invernadero. Podríamos decir que los árboles, y las plantas en general, “viven del aire”, algo que me gustaría hacer a mí, pero me ha tocado pagar un alquiler obsceno por un mini-piso en Barcelona. Por último, estos ecosistemas aportan energía en forma de madera y un amplio abanico de alimentos, materiales de construcción y tejidos. Una de cada cuatro personas depende de los bosques para subsistir, así que deberíamos replantearnos el mal uso que se está haciendo de ellos. Porque sí, oh, sorpresa, no estamos cuidando los bosques. La deforestación, la contaminación, la extracción masiva de recursos, la caza furtiva de especies protegidas o el abandono de los usos tradicionales son sus peores enemigos. ¿Os suena eso de que no se destinan recursos suficientes para gestionar los bosques y que por eso hay más grandes incendios forestales (GIFs)? Esto lo expliqué en el Especial MADERA.

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Pero hablemos también de cosas bonitas, que lo malo ya lo sufrimos cada día a nuestro pesar. En la Tierra existen bosques con unas características muy especiales que dejarían boquiabierta a cualquiera con un mínimo de sensibilidad. En la reserva de Kadiri (India), hay un bosque formado por un solo árbol que los lugareños llaman Thimmamma Marrimanu. Su copa tiene una extensión de 19.000 m2, por lo que da la sensación de conformar un auténtico hábitat boscoso. Este baniano es tan grande que incluso aparece el libro Guinness de los Récords. Los banianos (Ficus benghalensis) son árboles señoriales típicos de algunas selvas tropicales asiáticas con multitud de raíces aéreas o lianas. Se dice, se comenta, que Buda alcanzó la iluminación mientras meditaba a la sombra de un ejemplar de esta especie. En Madagascar nos encontramos con la Avenida de los Baobabs, un sencillo paseo flanqueado por estos árboles endémicos, que llegan a alcanzar los 30 metros de altura y los 800 años de antigüedad. Aconsejan ir al atardecer para disfrutar del juego de luces y colores. ¡Quién pudiera! En Japón tenemos el bosque de bambús de Sagano, con cientos de ejemplares que llegan a los 20 metros de altura. En el siglo XI ya se hablaba de su existencia, y antiguamente era un lugar de retiro exclusivo para la nobleza. Y mucho más cerquita, en Soria, tenemos el Sabinar de Calatañazor, uno de los bosques de sabinas (Juniperus thurifera) mejor conservados del planeta. Este bosque alberga ejemplares de hasta 14 metros de altura, 5 metros de diámetro y cerca de 2.000 años de edad. Me parece alucinante que generales romanos pudieran descansar al abrigo de los mismos árboles que podemos tocar hoy con nuestras manos. Necesito ir Calatañazor para ver qué se siente, porque tiene que ser mágico.

Si fuéramos un poco más como los crichis de la novela de K. Le Guin, podríamos asegurar a nuestra especie una vida apacible en el planeta. Cuidar los bosques, gestionarlos correctamente y no explotarlos puede salvar muchas vidas, tanto humanas como animales, y aún podemos elegir situarnos en el lado correcto de la Historia.

eljardindemendel.wordpress.com

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